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Nancy Fernández
A Elsa Kalish
Preliminares
Toda vez que surge el realismo, la representación literaria se instala como problema
cognitivo, filosófico, teórico y estético, según lo cual el peso de la referencia puede incidir en una
abstracción dialéctica y conceptual (en tanto condición de la generalidad objetiva que vimos en la
perspectiva más ortodoxa de Georg Luckacs). Pero más allá del sistema de mediaciones cuya
perspectiva de totalidad instaló las bases del realismo clásico (basado en la estética de la mímesis),
el lenguaje propone sus propios regímenes entre lo verídico y lo verosímil. Más que en la certeza del
dato, la eficacia de un texto realista dependerá sobre todo de la estrategia diseñada para “hacer
creer” (en términos de De Certeau) en la materia de la escritura, como resultado (y como proceso)
de la dinámica de una enunciación. Así, cercanía o distancia, presente o pasado inscriben la posición
y el estilo del escritor en función del objeto de su decir. La literatura argentina de hoy, en narrativa,
puede tener a la historia nacional como intención explícita (Martín Kohan), a la identidad cultural
del yo (los libros, la música, la lengua en Florencia Abbate); en poesía, el corte que Arturo Carrera
establece en Los Monstruos hace ingresar a la poesía finisecular (los más jóvenes, los más
recientes), en una fase posbabel, en cuanto al umbral de los 90’ y los comienzos de un nuevo
milenio. Convengamos que el fin de siglo siempre fue un problema para la cultura occidental, en
cuanto a la delimitación de sus objetos, la coexistencia de corrientes distintas, en cuanto a los
síntomas de la subjetividad. El caso de Los Monstruos irrumpe con la señal intempestiva de un
prodigio o de un acontecimiento, haciéndose, por ello mismo, visible, notable en su mostración (cfr.
prólogo de Carrera). De cualquier manera, es necesario volver siempre hacia las líneas más notorias
de ese mapa, donde la literatura se concibe como paradoja constitutiva entre autonomía y
heteronomía (T.W. Adorno; pero también J. Ludmer y A. Huyssen). La autonomización estética
fue necesaria para consumar el proceso histórico de secularización cultural y también es cierto que
el arte manifiesta desde sus comienzos su paradójica constitución, autosuficiente y desvinculado,
según las leyes de la mercancía. Pero si la separación de esferas fue posible por la emergencia de la
sociedad civil, hoy podríamos preguntarnos en que consiste la civilidad y cuales son las formas que
regulan los lugares de uso, de préstamo e intercambio en las producciones artísticas; la pregunta
sería en qué condiciones (históricas, económicas, institucionales, culturales, políticas), tal o cual
poema, tal o cual relato es un producto del margen (por elección deliberada) o un residuo marginal
(en tanto decisión externa que impone el mercado, la institución, las editoriales, etc. De ahí en más,
el arte dará cuenta de las condiciones técnicas de producción, independientemente de su
integración o su rechazo. Hoy por hoy, la literatura es impensable fuera del circuito técnico y
masivo. Daniel Link, que fue colaborador de la revista Babel, es sin duda un referente bisagra en
cuanto a las operaciones que realiza con el canon de la literatura, y los usos más contemporáneos de
la cultura masmediática (La ansiedad, Monserrat). En la poesía actual, la forma de lo real
sintetiza al menos una línea que repara en la circulación de las lenguas sociales y en otra que adopta
un giro más intimista o confidente. Pero también, se puede pensar en un trabajo simultáneo entre
ambas. Para narrativa o para poesía, el marco genérico lo sigue brindando la historiografía, la
crónica, el diario íntimo, el diario de viajes, la autobiografía, ahora con las posibilidades técnicas de
la comunicación cibernética. En todo caso, la escritura hoy manifiesta la migración de lo literario,
con el acento puesto en una neutralidad e indeterminación de las formas, gradualmente sustitutas
de aquellas que fueron canónicas. Sin embargo, aún hoy se puede reconocer un residuo secular
insistente en el culto de la palabra, en el enigma retórico que descansa sobre la confidencia delicada,
o en la gracia genuina de la belleza y del amor. De qué hablamos cuando hablamos de lo real? Silvio
Mattoni (El bizantino, Canéforas, Hilos, Poema sentimental, y la reciente aparición de El
descuido, entre otros) testimonia el interrogante, con una práctica poética que complementa
como crítico y como traductor (Bataille, Agamben; Michaux). Precisamente es en este, su último
libro donde hace de la fotografía (el invento de la modernidad, el objeto privilegiado por la
vanguardia histórica) el pretexto para grabar una imagen familiar. La intimidad, la experiencia de la
propia vida sobre el filo riesgoso del lenguaje, la ficción consciente y deliberada de la sinceridad, no
son ajenas al material más auténtico de lo real en tanto materia de escritura y de representación. Del
humor melancólico al humor dichoso, Mattoni manifiesta una concepción experimental de la poesía
en la relectura, conocedora por desprejuicida, de la cultura clásica (de la antigüedad a la
modernidad). En una línea afín, se podría situar a Walter Cassara (Juegos apolíneos) y a Osvaldo
Bossi (Fiel a una sombra). Mientras, Martín Gambarotta (Punctum, Seudo) pone a prueba los
cortes significantes donde la palabra atomizada apunta a superar la lógica racional. Así es como la
experiencia social aparecerá desde el ejercicio más singular que se ve permeado, filtrado por la
forma de un lenguaje esclerosado.
En la recuperación de aquel ámbito que la literatura quiso salvar como su propio recinto; o
de aquel modo que la concibe más cercana al detritus de las hablas sociales, la escritura hoy (más
que “literatura”) sigue poniendo en práctica el desvelo intenso por tocar el objeto imposible de su
deseo.
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Real, virtual.
Si algo se pone en evidencia es que cambiaron los vientos para la pregunta de Barthes,
acerca de qué es lo publicable en el campo de lo literario. El caso de Alejandro Lopez contempla la
posibilidad de trabajar con tipos y estereotipos sociales, bordeando los límites de lo que podría
acercarse a algún modo de realismo con la puesta en escena de un “diálogo” entre Vanesa (un
travesti) y su prima Ruthy, sobre sus historias de amor, de sexo y trabajo; cuando después aparecen
los discursos vinculados al periodismo, a los expedientes y actas judiciales a la manera testimonial,
la “novela” o el guión cinematográfico (teniéndolo en cuenta como pretexto) se arma con
fragmentos al modo de un puzzle. Cada pieza añade algo, permitiendo entrever lo cada una mostró o
escondió; tal es el modo en que funcionan los ritos religiosos, las ciencias ocultas y los números
mágicos de la quiniela. Esa ficción que trafica con el registro documental, dio lugar a la polémica en
torno del lugar que ocupa Lopez en la literatura, su inscripción en el sistema de legados y filiaciones.
Sin embargo, lo que quiza coloque a Lopez en el centro del conflicto (cfr. Sarlo; cfr. Giordano),
resida en el registro que toma. Desde el momento en que hablamos de la escritura de Lopez, en
cuanto a los efectos, es claro que desaloja deliberadamente el sistema de valores (gusto,
clasificaciones, admisión o exclusión del territorio de lo literario). Pero si introduce una diferencia
con respecto a Puig (lógica por otra parte), no se trata tanto de una “novedad” sino de una marca
cultural que garantiza la pertenencia a un momento histórico determinado. Lo “distintivo” reside
precisamente en el carácter del medio con el que trabaja: una suerte de ficción en segundo grado.
Mientras Puig representaba las voces medias y populares de su Villegas natal (pensemos en
Boquitas pintadas, en los secretos de alcoba, inconfesables para la moralina pequeñoburguesa
pero incontenibles en su sentimentalismo y su pasión), Lopez muestra el proceso de su construcción
con materiales que vienen simultaneamente de la escritura (el chat, el messenger, el e-mail) en
tanto simulacro de la oralidad. O hablan como si escribieran, donde la mediación del tiempo es un
factor determinante (no se trata del instantáneo diálogo oral) o escriben como si hablaran (donde el
tiempo es el medio para fingir una “conversación” en sincro); un trueque de historias corre en
paralelo a la transformación inminente: de la estructura de la lengua y de la lengua del cuerpo. La
velocidad y la transformación concretan los cambios en el nivel de las reglas linguísticas. Vane se
transforma a la vez que modifica su fraseo respecto respecto al sistema general de códigos. Ella se
entiende con su interlocutora en el cambio, la modificación literal del discurso. La letra simula,
compone una inflexión oral, en los cortes, en los cambios, en los giros; y entonces allí toma la
oralidad como lo dado, como lo real en su facticidad. La grafía que re-presenta la escritura
electrónica, es un hecho en tanto proceso y resultado de una construcción. Si, comparado con Puig,
Giordano veía una desventaja para Lopez, lo “inaudible” puede que radique en la naturaleza del
soporte que toma Lopez para su ficción. Está claro que el ciberespacio de Lopez sube la frecuencia
del susurro indebido que circulaba en Puig. Al no estar la voz en juego (porque, insisto, no se re-
presenta una charla cara a cara), la altura o la caída del tono confidente o intimista dependerá de la
base material; así, la escritura electrónica ficcionaliza la simultaneidad de una economía discursiva
que intercambia sus enunciados. Keres cojer? se escribe rápido, como si yendo directamente al
grano, se jugara con la posibilidad de terminar con la teleología sin fin de una cultura moderna, tal
como Simmel la veía. En Kerés cojer?, ni la eficacia del enunciado depende del sonido (de la
phoné), ni su real materialidad queda obturada en su inherente virtualidad. En este sentido, el texto
se propone desde asignaturas pendientes de un interrogante: quiénes son y dónde están esos nuevos
sujetos sociales, destinatarios de estos códigos que desplazan a las normas y reglas linguísticas;
cómo se formulan los nuevos pactos de admisión y exclusión en una esfera virtual del ciberespacio?
Qué nuevos modos de relación aparecen entre las personas? Qué señas de certeza e identidad
manejan? El E-mail y el chat parecen asumir una función paralela al sistema de la lengua, en torno
de la aceleración y la velocidad. Llegado este punto, es lícito preguntarse acerca de lo que hoy
significa cultura de masas y de que modo la cultura tecnológica, produce, en términos de Sloterdijk,
“un nuevo estado de agregación del lenguaje y la escritura”.
Si Cucurto (ni tan “clásico” ni tan simple), jugaba en el límite de la autenticidad y el
simulacro a partir del seudónimo como versión del nombre propio (lo cual aparece no solo como
firma en la tapa del libro sino como personaje), Lopez experimenta con lo real participando de la
reconstrucción de los hechos en el papel de informante; pero también, al hacer un relato con los
materiales de la televisión y de la informática, se coloca en su presente para plantear al cuerpo de la
lengua sus posibilidades de uso y transformación. En tanto productos efectivos de una programática
“anticorrección”, tanto Lopez como Cucurto potencia el artificio desde lo representado como desde
el acto de representación, mostrándonos no una nivelación proporcionada y recíproca, sino una
contaminación deliberada entre arte y vida.
La escritura es el modo de enlazar literatura y experiencia. Si bien es cierto que hay una
puesta en escena, un teatro de la acción, no se trata de la misma composición programática de la
vanguardia histórica, ocupada en desautomatizar los mecanismos de la percepción con una sintaxis
distinta de la del modernismo. Hoy podría decirse que, de existir lo nuevo, su fórmula se concentra
en la captura de sensaciones que promuevan la potencialidad de lo visible, impregnando al texto con
marcas de exhibición, desenfadada y provocadora. La vanguardia histórica señalaba la expansión
del campo visual a partir a partir del desarrollo de la fotografía (conjuntamente a la reestructuración
del espacio urbano). Ahora no se trata tanto de la imagen como postal o diagrama fugaz entrevisto
desde un colectivo (con resonancias del viejo tranvía); se trata más bien de la notación simultánea
entre la fabricación y el artefacto, algo distinto de la moderna experimentación vanguardista que
Girondo, a saber, la descomposición de formas geométricas. Escribir hoy tendría que ver sobre todo
con el efecto de contaminación inmediata entre el autor y su materia. En este sentido, arte y vida se
afirman en una búsqueda que, sin grandes ambiciones genealógicas, podemos sí anotar en torno de
la “vanguardia de los 70”, en Osvaldo Lamborghini y Literal, en Zelarayán, en Néstor Sanchez, y
más acá, en Aira o en Fogwill, en Carrera y por otro lado también en Copi. Arte y vida hoy implica
volver a pensar en el contexto cultural pertinente, las categorías de tradición y vanguardia; también
en motivos, materiales y medios de producción que involucran incluso circuitos y formaciones,
grupos, concursos y certámenes, instituciones, mercado, editoriales. Desde un marco histórico que
incluye lo que deja el menemismo y la desocupación, más una cosmética social que encubre el vacío
del consumo (la presencia de las marcas publicitarias en la escritura por ejemplo) y el peligro de la
violencia, la escritura contemporánea vuelve a preguntarse por las categorías de factor social y
autonomía (por el alcance, posibilidad y condición de las mismas). Pero sobre todo, los escritores
definen un espacio de lectura y allí refractan la imagen de su propia subjetividad: como sea, es claro
que se dirigen a un público culto o mejor, a un circuito de lectores habituados a ciertos códigos y
prácticas discursivas. Si podemos hablar de lo nuevo, esto sería la materia que en estado de
elaboración, señala el instante, no tanto el producto, sino el proceso, el continuo por el cual la
imagen va tomando forma. Como si la imagen y la acción fueran susceptibles de una elaboración por
secuencias; en escena, dibujo o guión el objeto del decir sube a la superficie del lenguaje, como gesto
y acto de mostración, como historias en micro que excluyen los relatos maximalistas. Hay un efecto
de síntesis y concentración de lo mínimo o de lo común, como rezagos de la rutina y del mundo
diario; de cualquier manera, estos textos dan cuenta de su condición más singular, porque son
síntomas culturales del mundo contemporáneo: textos sobre sujeto, cuerpo y sociedad.
Sin duda fue Arturo Carrera quien en “La campana de palo” (un texto publicado en enero
del 2004 por el diario Página 12), revela el punto de inflexión donde la poesía contemporánea define
su singularidad. Sin embargo y en parte por obra de operaciones conjuntas de lecturas poéticas y
críticas, los artistas más jóvenes que Carrera ubica hacia los noventa, ponen de manifiesto una
relación única entre el pasado y la contemporaneidad, allí donde la tradición es sustento para
cumplir el efecto de una presencia incierta. Porque si la vanguardia hacía con la historia la versión
de una parodia crítica, en la poesía argentina de hoy el pasado persiste intermitente o mejor con
palabras de Carrera, cumpliendo un “efecto de esfumado” una “ecualización de los géneros”. Ahí
podría estar lo “nuevo”, en el misterio residual de la lengua, tanto en el ímpetu del estreno como en
el vestigio más arcaico; no se trata sino de la síntesis entre las huellas remanentes de la cultura y la
irrupción súbita de la letra (y la lectura) más reciente. En los textos de los nuevos artistas, escribir
no solo implica situarse en el sistema de la literatura, sino también la doble operación de leer la
tradición en el desplazamiento horizontal del presente. Materiales, fórmulas y técnicas constituyen
una interferencia, la simultaneidad entre lo clásico y lo moderno, sustento para una forma (un
estilo) donde la neutralidad es síntoma del acontecimiento clave: el despojo, la pérdida. Solo
asumiéndolo como condición del presente, los autores más jóvenes pueden obrar a partir de la
apropiación y del reconocimiento de la potestad onomástica, el nombre propio antecesor, faro y
guía. Entonces, parodia, estilización y montaje serán procedimientos para realizar el lugar de una
identidad, procedimientos que toman en préstamo pero que saben adaptarlos a las necesidades y
usos genuinos de su tiempo. Así se afirman, en la insistencia que hace de la ficción (el lenguaje y su
forma) el modo más paradójicamente “natural” de asimilar la potencia de la repetición. Y si son
copias, lo serán en tanto réplicas contestatarias frente a la abstracción inerte del original, poniendo
todo el énfasis sobre la materialidad física antes que en la trascendencia de la Idea. En los retazos
que quedan del trabajo con los registros y los motivos que dan pie a relatos o poemas, el universo
cultural se disemina en fragmentos que deponen la concepción maximalista y taxonómica de los
géneros. No es otro el modo de operar de la repetición y el desplazamiento, la diferencia y la
repetición. Así, Carrera aludía al modo por el que el pensamiento y los textos de estos jóvenes
arrasan y devienen para desestabilizar las convenciones y los límites del lenguaje, a lo cual llamó
“omnipresencia”, “omnilectura” que borra las normas a favor de una “micropolítica lírica” (con
palabras de Foucault). Pero también, y desde una concepción deleuziana de la forma y la materia,
Carrera se detiene en la captura sensitiva del instante efímero pero intenso entre la extinción y la
renovación, en el cambio y mutación de un mundo, natural y humano, relativizado en la
desvalorización desesperanzada y pobre, mundo lumpen que no obstante resulta cuantificable desde
su propio misterio: en la cantidad hechizada que Rimbaud veía dispersa en el “alma universal”.
Pobreza e intemperie parecen ser las condiciones para amortizar los costos del trabajo artístico..Más
que espacio colmado de presencias, tal vez podamos pensarlo como el despertar reincidente de una
antigua inocencia; la irresponsabilidad y la inmadurez de lo inacabado y de lo incompleto (al decir
de Gombrowicz); la sensación propagada en la estela de lo sensible, el sentido mínimo de lo visual y
de lo “audible”.
Nancy Fernández
Bibliografía teórico-crítica.
Ferrer Christian, “La curva pornográfica. El sufrimiento sin sentido y la tecnología”, Revista
Artefacto. Pensamientos sobre la técnica, no. 5, Buenos Aires
Huyssen Andreas, Después de la Gran División, Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2002.
Kalish Elsa y Hernaiz Sebastián, “Diálogo con Alejandro Lopez” en revista El interpretador, octubre
2005.
Liefeld Juan Pablo y Sassi Hernán, “Msn: chicas en red”, El ojo mocho, no. 20 Buenos Aires, 2006.
Sarlo Beatriz, “Pornografía o fashion? (sobre keres coger?=guan tu fak, de Alejandro Lopez), Punto
de Vista, no. 83, diciembre de 2005.
“La novela después de la historia. Sujetos y tecnologías”, Punto de Vista, no.86,
diciembre de 2006.