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Vida Eterna
BOSCH, Hieronymus
Juicio final (fragmento del
Paraíso)
Colección privada
a) Budismo.
Nunca desarrolló una única jerarquía de autoridad religiosa que regulara la correcta
interpretación de su doctrina ni tampoco un único libro en el que se resuma algún
tipo de dogma, por lo que independientemente de los diferentes enfoques y
características culturales a los que su mensaje se adaptó a lo largo del tiempo, el
punto de encuentro entre todas las escuelas del budismo es que reconocen a la
figura de Buda como su fundador y sus enseñanzas como modelo de vida.
Se cree que Buda alcanzó el nirvana a través de la consecución de las Cuatro
Nobles Verdades, las cuales que representan los verdaderos pilares del Budismo:
No es fácil enfrentarse con la idea de la total desaparición del propio “yo”, a pesar
de que es una meta que se busca con la conciencia de que conduce hacia la
disolución del sufrimiento. Consecuente con sus enseñanzas, las representaciones
artísticas de la muerte de Buda buscan plasmar un gesto sereno y compasivo, el
gesto de quien ha logrado “extinguir” la llama del ego y asume con absoluta paz
interior el desprendimiento que comprende la existencia física y la disolución de la
conciencia.
Los fieles budistas meditan y hacen ofrendas frente a este tipo de imágenes cómo
un modelo, una forma idealizada de lo que la persona aspira a llegar a cultivar en
su realidad interior.
b) Hinduismo.
El hinduismo, religión que siguen unos 750 millones de personas en todo el mundo,
sostiene que existe vida después de la muerte, pero no como la ven los cristianos y
musulmanes, en un paraíso no terrenal. Los hinduistas creen en la reencarnación:
después de la muerte, el alma renace en este mundo, aunque no necesariamente
en un cuerpo humano. Es el karma resultante de acciones pasadas el que determina
el tipo de renacimiento. La meta final de la vida, sin embargo, es la liberación del
ciclo de vidas en este mundo material y la entrada en el Nirvana o paraíso. Los
hinduistas creen que pueden salvarse de tres maneras: cumpliendo con los deberes
propios y familiares, lograr un estado de conciencia (mediante la meditación) en el
que nos demos cuenta de la identidad con Brahma y, por último, obtener la ayuda
de un dios.
Éstas son las preguntas más trascendentales, el problema más importante que se
puede plantear un hombre sobre la tierra.”
Las cosas que creamos exigen nuestra eternidad: No tiene sentido que un objeto
material, creado por el ser humano (silla, mesa, etc.) pueda existir por más tiempo
que el hombre que lo creó. Esto implicaría una perfección de la criatura (silla, mesa,
etc.), que superaría a su “creador” (el hombre). Por esta razón, el hombre debe ser
eterno, su alma debe seguir existiendo después de la muerte.
La justicia exige eternidad; no es justo que una persona que fue buena toda su
vida y en esta vida sufrió bastante, deje de recibir una recompensa por el bien que
hizo; debe haber un más allá donde se le recompense. Tampoco es justo que
alguien que fue verdaderamente malo en vida y no tuvo castigo por sus actos deje
de recibir el pago de sus obras; debe haber un más allá donde pague y repare por
el daño que hizo.
Es necesario hablar del tema de las postrimerías porque quien no tiene razones
para morir, no tiene razones para vivir. Aquel que cree que la vida termina con la
muerte, puede vivir de cualquier manera, no le importa la manera como obra durante
su vida pues considera que sus acciones no tienen trascendencia, y es más, cuando
sufre un fracaso en su vida cree que ya todo terminó, que no tiene sentido seguir
viviendo; mientras que, quien comprende la trascendencia del hombre, quien sabe
que la muerte es solo un paso a la vida eterna, siempre tiene razones para vivir,
aun cuando lo ha perdido todo, y aún, encontrándose moribundo o en la situación
más extrema y desesperante. Por ello las postrimerías ayudan a tener razones para
morir y sobre todo para vivir correcta y santamente.
Las postrimerías nos ayudan a tomarnos en serio el presente de cara al futuro, pues
nos hacen conscientes de que en esta vida nos lo jugamos todo, la salvación o la
condenación eterna. Las postrimerías son:
Muerte.
Juicio.
Gloria.
Purgatorio
Infierno.
✓ La muerte.
Celebramos año tras año nuestro cumpleaños y nos damos cuenta de que el tiempo
pasa y nosotros crecemos. Aprendemos muchas cosas, desarrollamos nuestras
habilidades, realizamos muchos trabajos. Vamos caminando por la vida, pero,
¿hacia dónde? ¿cuál es el final que pretendemos alcanzar más allá de las pequeñas
metas de nuestra vida?
Dios nos creó por amor para nuestra felicidad. Puso en nuestra mente y en nuestro
corazón una sed insaciable de verdad, de bien y de belleza que sólo se llenará con
la felicidad eterna. La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del
tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena
según el designio divino y para decidir su último destino. Ya no volveremos a otras
vidas terrenas. Está establecido que los hombres mueran una sola vez (Hb 9, 27).
No hay reencarnación después de la muerte (CIC 1013).
Definición
San Alfonso nos exhorta a que consideremos la muerte para que no nos asuste
cuando toque a nuestras puertas: «Imagínate en presencia de una persona que
acaba de expirar: mira en aquel cadáver, tendido en su lecho mortuorio, la cabeza
inclinada sobre el pecho, esparcido el cabello, todavía bañado con el sudor de la
muerte; hundidos los ojos, desencajadas las mejillas, el rostro color ceniza, labios y
lengua color de plomo; yerto y pesado el cuerpo...¡tiembla y palidece quien lo ve!
Observa como aquel cadáver va poniéndose amarillo, después negro. Aparece en
todo el cuerpo una especie de vellón blanquecino y repugnante de donde sale una
materia pútrida, viscosa y hedionda que cae por tierra. Nace en tal podredumbre
multitud de gusanos que se nutren de la misma carne... y de todo aquel cuerpo no
queda más que un fétido esqueleto que con el tiempo se deshace, separándose de
los huesos y cayendo del tronco la cabeza»... y continúa el santo preguntando
«¿Dónde está pues la hermosura que hoy te agrada? en esta pintura de la muerte,
hermano mío, reconócete a ti mismo y ve lo que un día vendrás a ser. Hoy te cubre
el oro y la seda, mañana te cubrirá la tierra y la podredumbre. Hoy te cortejan los
hombres, mañana te cortejarán los gusanos. ¡Oh, cuán solo y abandonado quedará
el cuerpo en la pobre sepultura! ¿Por qué sirves tanto a la carne que ha de servir
de alimento a los gusanos?»
Frente al tema de la muerte siempre debemos recordar que con absoluta seguridad
moriremos, y aunque la miremos a lo lejos, llegará; no sabemos cómo ni cuándo ni
dónde moriremos, pero sí sabemos que morir mal es un error irreparable: Cualquier
otro error tiene solución... morir en pecado mortal significa condenarse para
siempre. ¡Si te acuestas a dormir en pecado mortal, mañana puedes amanecer en
el infierno!
La muerte sólo la temen quienes han perdido la vida, quienes tienen las manos
vacías. He aquí los temores que afronta el hombre en el momento de su muerte:
¡Cuán diferente es la muerte del santo! ¡Cuánto regocijo hay en ella! Muy bien lo
dice la Escritura: “Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor” (Ap 14,13),
pues mueren con el gozo y la esperanza de encontrarse con Aquel que buscaron
durante toda su vida, mueren en paz porque sus buenas obras los sostienen y
acompañan. Santa Teresita del Niño Jesús respondió a su capellán, que le
preguntaba si estaba resignada para morir: “¿resignada? No, padre mío;
resignación se necesita para vivir, no para morir… lo que tengo es una alegría
grandísima”. No se trata aquí de un desprecio de la vida terrena sino de un inmenso
deseo de encontrarse con Dios. ¡Quien ha sabido vivir no le teme a la muerte.
✓ El juicio.
Podemos imaginar que delante de nosotros funciona día y noche, desde el instante
en que empezó nuestra vida consciente y racional, una máquina cinematográfica
invisible que está filmando nuestra vida interior y exterior. Es inútil cerrar la puerta
con llave para quedarnos completamente solos, de nada sirve apagar la luz, pues
el “cine de Dios” funciona perfectamente a oscuras.
Juicio particular
No será Dios quien juzgue a la criatura, pues no vino a condenar sino a salvar, será
la propia conciencia la que la salvará o condenará eternamente, pues esta fue una
decisión personal que estuvo respaldada por toda una vida (cf. CIC 679).
Juicio universal
«La resurrección de todos los muertos, “de los justos y de los pecadores” (Hch 24,
15), precederá al Juicio final. Esta será “la hora en que todos los que estén en los
sepulcros oirán su voz [...] y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y
los que hayan hecho el mal, para la condenación” (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo
vendrá “en su gloria acompañado de todos sus ángeles [...] Serán congregadas
delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el
pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras
a su izquierda [...] E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.”
(Mt 25, 31.32.46)» (CIC 1038).
Estará presente allí, toda la humanidad, desde Adán y Eva hasta el último hombre
creado. Ante todos ellos se proyectará la película de nuestra vida. Así los
condenados sabrán que se condenaron por soberbia, por no haber hecho un simple
acto de arrepentimiento, sabrán que muchos de los bienaventurados pudieron haber
cometido pecados peores que los suyos, pero con la diferencia de haber acogido la
misericordia de Dios.
Dice San Bernardo que será el día de la vergüenza universal, pues quedarán al
descubierto las conciencias y los corazones de todos los hombres, y serán
contemplados por toda la humanidad. Si sentíamos vergüenza para ir a confesar
nuestros pecados ante un sacerdote en la confesión, qué diremos de ese día en el
que ya no sólo un hombre sino toda la humanidad conocerá nuestras miserias.
“Desde la profundidad del corazón surge la pregunta que el joven rico dirige a Jesús
de Nazaret: una pregunta esencial e ineludible para la vida de todo hombre, pues
se refiere al bien moral que hay que practicar y a la vida eterna. El interlocutor de
Jesús intuye que hay una conexión entre el bien moral y el pleno cumplimiento del
propio destino”; es decir, para heredar la vida eterna es necesario cumplir los
mandamientos.
✓ La Gloria.
«Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad,
esta comunión de vida y de amor con ella, con la
Virgen María, los ángeles y todos los
bienaventurados se llama “el cielo” . El cielo es el
fin último y la realización de las aspiraciones más
profundas del hombre, el estado supremo y
definitivo de dicha» (CIC 1024).
El doctor Angélico, santo Tomás, lo definió como
“el bien perfecto que sacia plenamente el apetito”,
y Boecio afirmó al respecto que es “la reunión de
todos los bienes en estado perfecto y acabado”.
Hablar del Cielo no es nada fácil, las palabras se quedan cortas, la imaginación no
alcanza, el mismo San Pablo al hablar del Cielo sólo puede exclamar: “lo que ni el
ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios preparó para los
que lo aman” (1 Cor 2,9).
“Es la posesión plena y perfecta de una felicidad sin límites, totalmente saciativa de
las apetencias del corazón humano y con la seguridad absoluta de poseerla para
siempre”.
La visión beatífica
Si en este mundo la
contemplación mística,
sobrenatural o infusa, que
procede de la fe y de los dones
del Espíritu Santo, arrebata el
alma de los santos y los saca
fuera de sí por el éxtasis
místico, calcúlese lo que
ocurrirá en el Cielo ante la
contemplación de la divina
esencia, no a través de los
velos de la fe, sino clara y
abiertamente tal como es en sí
misma.
MIGNARD, Pierre
La gloria celestial (1663)
Fresco
Val-de-Grâce, Paris.
La visión beatífica será como un éxtasis eterno que sumergirá al alma en una
felicidad indescriptible. San Pablo, que fue arrebatado al tercer Cielo y contempló
un instante la esencia divina, al volver en sí de su sublime éxtasis no supo decir
nada de lo que había visto por ser del todo inefable: “lo que ni el ojo vio, ni el oído
oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios preparó para los que lo aman” (1
Cor 2,9).
Nuestros ojos estarán perpetuamente llenos del deleite mayor que puede
procurarles la vista de los más bellos objetos. Nuestros oídos estarán eternamente
llenos del placer que aquí les causan las más bellas melodías y dulces palabras.
San Francisco de Asís fue recreado en esta vida, en un éxtasis inefable, con un
instrumento músico pulsado por un ángel, y creyó morirse de felicidad y de gloria.
Nuestro olfato, gusto y tacto estarán perpetuamente gozando el mayor deleite que
aquí pueden producirnos sus más gratas impresiones.
“Nos hiciste para ti Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en
Ti” (San Agustín).
«San Ignacio de Loyola se derretía en lágrimas cada vez que pensaba que la
muerte le abriría las puertas del Cielo. Tenía tal deseo de unirse a Dios, que, en su
última enfermedad, los médicos le prohibieron pensar en la muerte; porque este
pensamiento le enardecía tanto, que le hacía palpitar violentamente su corazón,
poniendo en peligro su vida.
San Francisco Javier, con los ojos llenos de lágrimas y abrazando el crucifijo,
exclamó: “en ti, Señor, he puesto toda mi confianza; no seré confundido
eternamente”. Y, con el semblante iluminado por la alegría celestial, expiró
dulcemente en el Señor.
Santa Catalina de Siena sentía una tan grande impaciencia de morir, que casi
perdía la razón. Llamaba a la muerte con palabras tiernas y amorosas, invitándola
a no retardar más su venida. En cierta ocasión el Señor le permitió un profundo
éxtasis, en el que experimentó el Cielo por unos instantes, y después de volver en
sí lloró amargamente durante tres días y tres noches por verse privada de ese Sumo
Bien.
El Cielo debe ser la aspiración más profunda del cristiano, pues allí nos esperan
Jesús y nuestra Santísima Madre, para disfrutar de su compañía eternamente. Un
consagrado a María debe vivir con los pies en el suelo y el corazón y los ojos en el
Cielo, pues así vivió siempre ella.
✓ El purgatorio.
«Los que mueren en la
gracia y en la amistad de
Dios, pero
imperfectamente
purificados, aunque están
seguros de su eterna
salvación, sufren después
de su muerte una
purificación, a fin de
obtener la santidad
necesaria para entrar en la
alegría del Cielo» (CIC
1030).
CARRACCI, Lodovico
Un ángel libera a las almas del purgatorio (detalle)
c. 1610
Pinacoteca, Vaticano.
Al purgatorio van a aquellos que todavía no son santos, pero que no están en
pecado mortal. Quien entra allí ya ha recibido la salvación eterna; sin embargo, no
debemos aspirar ir a este lugar, sino que debemos aspirar ir directamente al Cielo.
Aunque en la Biblia no
aparece la palabra
“Purgatorio” está clara la
idea del mismo. Tampoco
aparecen en la Biblia
palabras como: “Trinidad”,
“Encarnación”, etc. y sin
embargo el protestantismo
las acepta sin problema.
SIGNORELLI, Luca
El ángel llega al purgatorio
1499-1502
Fresco
Capilla de San Brizio, Duomo, Orvieto.
✓ El infierno.
Debemos decir que en cuanto al tema del infierno, en la Iglesia, hemos pasado de
un extremo a otro: de hablar excesivamente de él hasta pensar en un Dios terrible
y vengativo (edad media), hasta negarlo, pensando en un Dios alcahueta e
indiferente ante la injusticia (modernidad). En ambos casos se deforma la imagen
de Dios. Él es infinitamente misericordioso a la vez que es infinitamente justo. Por
ello, en esta lección, trataremos de profundizar un poco en el tema para entenderlo
como es en realidad.
Definición
MEMLING, Hans
Infierno
c. 1485
Musée des Beaux-Arts, Estrasburgo.
Existencia del infierno
“Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben
interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una
vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a
encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y
alegría”
Estas palabras del Papa Juan Pablo II fueron manipuladas por medios de
comunicación mal intencionados, quienes a partir de éstas afirmaron que el Papa
había negado la existencia del infierno. Ante esto, hay que decir que el Papa afirmó
que el infierno, en este momento, es un estado del alma -pues aún no se ha dado
la resurrección de la carne-, más no lo negó. Que sea un estado del alma no significa
que no exista. Los dolores espirituales, del alma, son más profundos e intensos que
los dolores físicos. Es así como duele más la muerte de un hijo que un golpe o una
fractura. Una depresión aguda, no se localiza en ningún órgano del cuerpo, pero es
una agonía espiritual y es un dolor y un sufrimiento real. Los dolores del alma son
más intensos y fulminantes, y no porque no los localicemos o palpemos dejan de
ser reales.
4. Reflexión.
✓ Personal.
El reconocer que somos seres destinados a la muerte nos da la oportunidad de
cuestionarnos sobre nuestra vida y sobre lo que hacemos con ella. Algunos deciden
entregarse al placer y al desenfreno, mientras que otros optan por vivir su vida de
manera plena y consciente, siendo capaces de aprovecharla y valorarla como un
gran tesoro. Sin embargo, al vernos tan cercanos al final de nuestro paso por la
vida, necesitamos sentirnos con esperanza, saber que todo estará bien y que
partiremos hacia un lugar mejor. La comprensión de las diferentes religiones nos
abrió el panorama respecto a la concepción de la vida eterna; no obstante, cada
uno muestra distintas posturas ante la vida después de la muerte, lo cual es válido
y respetable, pero sí considero que el hecho de depositar la fe y la confianza en un
dios nos da la posibilidad de vernos esperanzados cuando más solos y ansiosos
estamos.
Por otra parte, conocer a profundidad acerca de la propia religión en estos tópicos
me ayuda a comprender aún más las verdades del catolicismo, así como mi propia
fe y la manera en que la alimento.
La elaboración de este trabajo me hizo ser más consciente y reflexivo sobre lo que
hago actualmente en mi vida, así como el sentido que le otorgo a esta y sobre todo
comprender que debemos aspirar a algo grande, a la trascendencia.
5. Bibliografía.
• Athie, G., Yamel (2014). La muerte y el proceso de morir en el Budismo.
(Tesis para obtener la maestría en Ciencias de la Religión. Instituto de
Ciencias de las Religiones, Madrid.
• Coeditores Católicos de México (1992). Catecismo de la Iglesia Católica.
México, D.F.: Editoriales Varias.
• Escamilla, S. Pedro & Mejía, P. Alejandro (2000). Dios se nos manifiesta
1. México, D.F.: Progreso.
• Gonzáles, C. L. (2009). El significado de la muerte a través de la historia
y las religiones. (Tesina para obtener el diplomado en Tanatología).
Asociación Mexicana de Tanatología, A.C., México.
• Powell, John (2012). ¿Por qué tengo miedo de amar? México, D.F.:
Editorial DIANA.
• Sada, F. Ricardo (2010). Camino, Verdad y Vida. México, D.F.: Minos
Tercer Milenio.
• Totus Tuus (2017). Lazos de Amor Mariano. Colombia: LAM San José.
• Zubiría, L. A. (1997). Persona y espiritualidad. México: Curso fundamental
de Tanatología.