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Universidad del Valle de Atemajac

Omar Ramírez Torres

Introducción al Pensamiento Cristiano

Prof. Juan Carlos Sandoval Espinosa

Vida Eterna

Fecha de entrega: 26 de junio de 2019


Vida eterna
1. Vida después de la muerte.

A lo largo de toda la historia, en las diversas culturas,


religiones y civilizaciones se ha dejado ver que el hombre
tiene un profundo deseo de trascendencia que está
inscrito en su naturaleza, no se ha resignado a creer que
todo acaba con la muerte, siempre ha creído en un más
allá, en un después de la muerte; y es que el hombre no
es solo para este mundo, es para el eterno.

BOSCH, Hieronymus
Juicio final (fragmento del
Paraíso)
Colección privada

a) Budismo.

De acuerdo al historiador de las religiones, Francisco Diez de Velasco en el libro


Breve Historia de las Religiones (2011) es la más extendida de las religiones
orientales y la cuarta con número de seguidores en el mundo.

Nunca desarrolló una única jerarquía de autoridad religiosa que regulara la correcta
interpretación de su doctrina ni tampoco un único libro en el que se resuma algún
tipo de dogma, por lo que independientemente de los diferentes enfoques y
características culturales a los que su mensaje se adaptó a lo largo del tiempo, el
punto de encuentro entre todas las escuelas del budismo es que reconocen a la
figura de Buda como su fundador y sus enseñanzas como modelo de vida.
Se cree que Buda alcanzó el nirvana a través de la consecución de las Cuatro
Nobles Verdades, las cuales que representan los verdaderos pilares del Budismo:

▪ Toda existencia es sufrimiento (dukkha). 2. La causa del sufrimiento es el


deseo (trishna). 3. El sufrimiento puede terminarse eliminando su causa. 4.
El camino para eliminar el deseo es la Óctuple Noble Sendero (marga). Los
elementos que la componen son comprensión correcta, pensamiento
correcto, palabra correcta, acción correcta, medios de vida correctos,
esfuerzo correcto, atención correcta, concentración correcta.
▪ La palabra nirvana proviene del sánscrito que significa “enfriar soplando” y
hace referencia a quien ha “enfriado” el fuego de los kleshas, es decir,
obstáculos o venenos de deseo, odio e ignorancia que crean karma y atan al
individuo al samsara. De ese modo, en los textos budistas la consecución del
nirvana suele compararse con la extinción del fuego, asociando una llama
extinguida con el retorno a un estado difuso, tranquilo y eterno.
▪ Es esencial conseguir el nirvana a través del cultivo del prajna, es decir,
“sabiduría” o “comprensión intuitiva”. De este modo, cuando hablamos del
nirvana como un momento de Iluminación, estamos expresando la plenitud
del prajna que permite ver el mundo con claridad sin negar la propia
mortalidad, ni el sufrimiento que aflige a todos los seres en el samsara. La
aceptación de este hecho existencial sería el primer paso hacia la liberación.
▪ Ver con claridad implica percibir la no permanencia de la existencia, lo cual
implica la ausencia del sí mismo (anatman), es decir, libre de cualquier
identidad o atributo permanente. Las escuelas budistas insisten en la
meditación como la práctica más importante para alcanzar el nirvana.

El nirvana constituye el cese de la existencia y por lo tanto, el cese de la realidad


que esa existencia constituye. Es un concepto que escapa a la comprensión
humana, no es algo que se pueda definir.

No es fácil enfrentarse con la idea de la total desaparición del propio “yo”, a pesar
de que es una meta que se busca con la conciencia de que conduce hacia la
disolución del sufrimiento. Consecuente con sus enseñanzas, las representaciones
artísticas de la muerte de Buda buscan plasmar un gesto sereno y compasivo, el
gesto de quien ha logrado “extinguir” la llama del ego y asume con absoluta paz
interior el desprendimiento que comprende la existencia física y la disolución de la
conciencia.

Los fieles budistas meditan y hacen ofrendas frente a este tipo de imágenes cómo
un modelo, una forma idealizada de lo que la persona aspira a llegar a cultivar en
su realidad interior.

b) Hinduismo.

El hinduismo, religión que siguen unos 750 millones de personas en todo el mundo,
sostiene que existe vida después de la muerte, pero no como la ven los cristianos y
musulmanes, en un paraíso no terrenal. Los hinduistas creen en la reencarnación:
después de la muerte, el alma renace en este mundo, aunque no necesariamente
en un cuerpo humano. Es el karma resultante de acciones pasadas el que determina
el tipo de renacimiento. La meta final de la vida, sin embargo, es la liberación del
ciclo de vidas en este mundo material y la entrada en el Nirvana o paraíso. Los
hinduistas creen que pueden salvarse de tres maneras: cumpliendo con los deberes
propios y familiares, lograr un estado de conciencia (mediante la meditación) en el
que nos demos cuenta de la identidad con Brahma y, por último, obtener la ayuda
de un dios.

El Hinduismo le ofrece a sus seguidores dos caminos en donde la persona debe


desprenderse de su identidad, estos son el yoga y el vendata. El hinduismo creía
en la existencia de 21 infiernos a los que el alma debe ir para purificarse. Hacia el
Oriente se piensa que el alma entra al ciclo de reencarnación por el karma hasta la
purificación.

2. Vida después de la muerte (Religión católica).

✓ ¿Qué es la vida eterna?


La vida eterna es la que comienza
inmediatamente después de la muerte.
Esta vida no tendrá fin; será precedida
para cada uno por un juicio particular por
parte de Cristo, juez de vivos y muertos,
y será ratificada en el juicio final.
La muerte abre la puerta de "la vida
eterna", y la vida eterna, último artículo
del símbolo, es la meta del hombre. La
vida "no termina, se transforma"; los que
creen en Cristo pueden adquirir una
mansión eterna en el cielo. ¡Viviremos
eternamente!
“Lo que hemos de pretender es ir al cielo.
Si no, nada vale la pena“ (San Josemaría
Escrivá).
El cristiano que une su propia muerte a la
de Jesús ve la muerte como una ida
hacia Él y la entrada en la vida eterna.
Cuando la Iglesia dice por última vez las
BERMEJO, Bartolomé palabras de perdón de la absolución de
Cristo guía a los patriarcas al paraíso Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella
c. 1480 por última vez con una unción fortificante y

Instituto de Arte Hispánico, Barcelona le da a Cristo en el viático como alimento


para el viaje.

✓ ¿En qué consiste?


“Preguntadle a ese obrero que se dirige a su trabajo:

–¿A dónde vas?


– Os dirá: ¿Yo?, a trabajar.

–¿Y para qué quieres trabajar?

–Pues para ganar un jornal.

–Y el jornal, ¿para qué lo quieres?

–Pues para comer.

–¿Y para qué quieres comer?

–Pues..., ¡para vivir!

–¿Y para qué quieres vivir?

Se quedará estupefacto creyendo que os estáis burlando de él. Y en realidad,


señores, esa última es la pregunta definitiva; ¿para qué quieres vivir?, o sea, ¿cuál
es la finalidad de tu vida sobre la tierra?, ¿qué haces en este mundo?, ¿quién eres
tú? No me interesa tu nombre y tu apellido como individuo particular: ¿quién eres tú
como criatura humana, como ser racional?, ¿por qué y para qué estás en este
mundo?, ¿de dónde vienes?, ¿a dónde vas?, ¿qué será de ti después de esta vida
terrena?, ¿qué encontrarás más allá del sepulcro?

Éstas son las preguntas más trascendentales, el problema más importante que se
puede plantear un hombre sobre la tierra.”

El hombre no es sólo materia, es también espíritu; no es sólo para este mundo,


es para el eterno.

Las cosas que creamos exigen nuestra eternidad: No tiene sentido que un objeto
material, creado por el ser humano (silla, mesa, etc.) pueda existir por más tiempo
que el hombre que lo creó. Esto implicaría una perfección de la criatura (silla, mesa,
etc.), que superaría a su “creador” (el hombre). Por esta razón, el hombre debe ser
eterno, su alma debe seguir existiendo después de la muerte.

La justicia exige eternidad; no es justo que una persona que fue buena toda su
vida y en esta vida sufrió bastante, deje de recibir una recompensa por el bien que
hizo; debe haber un más allá donde se le recompense. Tampoco es justo que
alguien que fue verdaderamente malo en vida y no tuvo castigo por sus actos deje
de recibir el pago de sus obras; debe haber un más allá donde pague y repare por
el daño que hizo.

Sobre las postrimerías.

Al ser el hombre un ser trascendente, es decir, que no acaba con la muerte, es


necesario hablar de la realidad que le espera después de este doloroso paso; es
necesario hablar del tema de las postrimerías, realidades que hoy no se mencionan
precisamente porque el hombre de hoy no piensa en su fin, y por tanto, no piensa
en cómo vive.

Es necesario hablar del tema de las postrimerías porque quien no tiene razones
para morir, no tiene razones para vivir. Aquel que cree que la vida termina con la
muerte, puede vivir de cualquier manera, no le importa la manera como obra durante
su vida pues considera que sus acciones no tienen trascendencia, y es más, cuando
sufre un fracaso en su vida cree que ya todo terminó, que no tiene sentido seguir
viviendo; mientras que, quien comprende la trascendencia del hombre, quien sabe
que la muerte es solo un paso a la vida eterna, siempre tiene razones para vivir,
aun cuando lo ha perdido todo, y aún, encontrándose moribundo o en la situación
más extrema y desesperante. Por ello las postrimerías ayudan a tener razones para
morir y sobre todo para vivir correcta y santamente.

Las postrimerías nos ayudan a tomarnos en serio el presente de cara al futuro, pues
nos hacen conscientes de que en esta vida nos lo jugamos todo, la salvación o la
condenación eterna. Las postrimerías son:

Muerte.

Juicio.

Gloria.

Purgatorio

Infierno.
✓ La muerte.
Celebramos año tras año nuestro cumpleaños y nos damos cuenta de que el tiempo
pasa y nosotros crecemos. Aprendemos muchas cosas, desarrollamos nuestras
habilidades, realizamos muchos trabajos. Vamos caminando por la vida, pero,
¿hacia dónde? ¿cuál es el final que pretendemos alcanzar más allá de las pequeñas
metas de nuestra vida?
Dios nos creó por amor para nuestra felicidad. Puso en nuestra mente y en nuestro
corazón una sed insaciable de verdad, de bien y de belleza que sólo se llenará con
la felicidad eterna. La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del
tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena
según el designio divino y para decidir su último destino. Ya no volveremos a otras
vidas terrenas. Está establecido que los hombres mueran una sola vez (Hb 9, 27).
No hay reencarnación después de la muerte (CIC 1013).

«Existen dos concepciones de la muerte. La concepción pagana, la concepción


materialista, que ve en ella el término de la vida, la destrucción de la existencia
humana, la que, por boca de un gran orador pagano, Cicerón, ha podido decir: “La
muerte es la cosa más terrible entre las cosas terribles” (omnium terribilium,
terribilissima mors); y la concepción cristiana, que considera a la muerte como un
simple tránsito a la inmortalidad. Porque, señores, a despecho de la propia palabra,
aunque parezca una paradoja y una contradicción, la muerte no es más que el
tránsito a la inmortalidad. Qué bien lo supo comprender nuestra incomparable Santa
Teresa de Jesús cuando decía: “Ven, muerte, tan escondida que no te sienta venir,
porque el gozo de morir no me vuelva a dar la vida”.

Definición

La muerte es definida por el catecismo como la “Separación del alma y el cuerpo”


(CIC 997, 624, 650, 1005), y como el “final de la vida terrena” (CIC 1007, 1008).
Debemos aclarar aquí que hablar de cuerpo y alma no es dualismo:

El dualismo dice que el cuerpo y el alma se oponen, siendo lo primero malo y lo


segundo bueno; los cristianos consideramos cuerpo y alma como un regalo de
Dios, tanto que creemos en la resurrección de la carne. El dualismo dice que cuerpo
y alma son dos sustancias distintas; los cristianos entendemos al hombre como una
unidad sustancial de cuerpo y alma.

La muerte es consecuencia del pecado

La muerte es la paga por el pecado, ésta no se encontraba en el plan de Dios. La


Iglesia así nos lo ha enseñado: «Frente a la muerte, el enigma de la condición
humana alcanza su cumbre” (GS 18). En un sentido, la muerte corporal es natural,
pero por la fe sabemos que realmente es “salario del pecado” (Rom 6, 23;cf. Gén 2,
17)» (CIC 1006). El hombre por naturaleza era mortal, pero Dios le había dado el
don de la inmortalidad; este don lo perdió con el pecado.

San Alfonso nos exhorta a que consideremos la muerte para que no nos asuste
cuando toque a nuestras puertas: «Imagínate en presencia de una persona que
acaba de expirar: mira en aquel cadáver, tendido en su lecho mortuorio, la cabeza
inclinada sobre el pecho, esparcido el cabello, todavía bañado con el sudor de la
muerte; hundidos los ojos, desencajadas las mejillas, el rostro color ceniza, labios y
lengua color de plomo; yerto y pesado el cuerpo...¡tiembla y palidece quien lo ve!
Observa como aquel cadáver va poniéndose amarillo, después negro. Aparece en
todo el cuerpo una especie de vellón blanquecino y repugnante de donde sale una
materia pútrida, viscosa y hedionda que cae por tierra. Nace en tal podredumbre
multitud de gusanos que se nutren de la misma carne... y de todo aquel cuerpo no
queda más que un fétido esqueleto que con el tiempo se deshace, separándose de
los huesos y cayendo del tronco la cabeza»... y continúa el santo preguntando
«¿Dónde está pues la hermosura que hoy te agrada? en esta pintura de la muerte,
hermano mío, reconócete a ti mismo y ve lo que un día vendrás a ser. Hoy te cubre
el oro y la seda, mañana te cubrirá la tierra y la podredumbre. Hoy te cortejan los
hombres, mañana te cortejarán los gusanos. ¡Oh, cuán solo y abandonado quedará
el cuerpo en la pobre sepultura! ¿Por qué sirves tanto a la carne que ha de servir
de alimento a los gusanos?»

Frente al tema de la muerte siempre debemos recordar que con absoluta seguridad
moriremos, y aunque la miremos a lo lejos, llegará; no sabemos cómo ni cuándo ni
dónde moriremos, pero sí sabemos que morir mal es un error irreparable: Cualquier
otro error tiene solución... morir en pecado mortal significa condenarse para
siempre. ¡Si te acuestas a dormir en pecado mortal, mañana puedes amanecer en
el infierno!

La muerte sólo la temen quienes han perdido la vida, quienes tienen las manos
vacías. He aquí los temores que afronta el hombre en el momento de su muerte:

Frente al pasado: a la hora de la muerte es común que las personas experimenten


remordimiento de conciencia, que vengan a su mente recuerdos de pecados y
culpas pasadas que les causan gran tormento; la persona desearía una segunda
oportunidad para enmendar el mal que hizo.

Frente al presente: la persona también experimenta temor al pensar en dejar su


familia, sus seres queridos y los bienes que posee.

Frente al futuro: ante el moribundo se presenta la incertidumbre por lo que podrá


venir después de la muerte; se experimenta temor al pensar en el juicio que se
rendirá de cara a Dios.

¡Cuán diferente es la muerte del santo! ¡Cuánto regocijo hay en ella! Muy bien lo
dice la Escritura: “Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor” (Ap 14,13),
pues mueren con el gozo y la esperanza de encontrarse con Aquel que buscaron
durante toda su vida, mueren en paz porque sus buenas obras los sostienen y
acompañan. Santa Teresita del Niño Jesús respondió a su capellán, que le
preguntaba si estaba resignada para morir: “¿resignada? No, padre mío;
resignación se necesita para vivir, no para morir… lo que tengo es una alegría
grandísima”. No se trata aquí de un desprecio de la vida terrena sino de un inmenso
deseo de encontrarse con Dios. ¡Quien ha sabido vivir no le teme a la muerte.

✓ El juicio.

Podemos imaginar que delante de nosotros funciona día y noche, desde el instante
en que empezó nuestra vida consciente y racional, una máquina cinematográfica
invisible que está filmando nuestra vida interior y exterior. Es inútil cerrar la puerta
con llave para quedarnos completamente solos, de nada sirve apagar la luz, pues
el “cine de Dios” funciona perfectamente a oscuras.

A la hora de la muerte, en el momento mismo de exhalar el último suspiro,


contemplaremos como únicos espectadores, pero bajo la mirada de Dios, la película
de toda nuestra existencia terrena: he ahí el juicio particular. Y esa misma película
se proyectará públicamente algún día ante la humanidad entera: ha ahí el juicio final.

Juicio particular

«Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna


en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación,
bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para
condenarse inmediatamente para siempre.» (CIC 1022).

En la Sagrada Escritura aparece clara la idea de un juicio que afrontará la persona


inmediatamente después de su muerte: “el hombre muere una sola vez y luego
viene para él el juicio” (Hb 9,27). Inmediatamente después de la muerte, el alma se
presentará ante Dios, cara a cara, entonces se abrirán los dos libros: el Evangelio,
donde la persona contemplará lo que debió haber hecho durante su vida, y el libro
de su vida, donde contemplará lo que en realidad hizo; ambos libros serán
comparados. Será un juicio basado en la fe (cf. Jn 3,16) y en el amor: “al atardecer
de la vida se nos juzgará en el amor.”

No será Dios quien juzgue a la criatura, pues no vino a condenar sino a salvar, será
la propia conciencia la que la salvará o condenará eternamente, pues esta fue una
decisión personal que estuvo respaldada por toda una vida (cf. CIC 679).

Juicio universal

«La resurrección de todos los muertos, “de los justos y de los pecadores” (Hch 24,
15), precederá al Juicio final. Esta será “la hora en que todos los que estén en los
sepulcros oirán su voz [...] y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y
los que hayan hecho el mal, para la condenación” (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo
vendrá “en su gloria acompañado de todos sus ángeles [...] Serán congregadas
delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el
pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras
a su izquierda [...] E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.”
(Mt 25, 31.32.46)» (CIC 1038).

Este juicio tendrá varias características importantes:

Sucederá en la segunda venida gloriosa de Cristo; al respecto, nadie sabe ni el día


ni la hora.

Se dará allí la resurrección de la carne: los santos recobrarán un cuerpo bendito y


los condenados un cuerpo maldito.

Estará presente allí, toda la humanidad, desde Adán y Eva hasta el último hombre
creado. Ante todos ellos se proyectará la película de nuestra vida. Así los
condenados sabrán que se condenaron por soberbia, por no haber hecho un simple
acto de arrepentimiento, sabrán que muchos de los bienaventurados pudieron haber
cometido pecados peores que los suyos, pero con la diferencia de haber acogido la
misericordia de Dios.

Dice San Bernardo que será el día de la vergüenza universal, pues quedarán al
descubierto las conciencias y los corazones de todos los hombres, y serán
contemplados por toda la humanidad. Si sentíamos vergüenza para ir a confesar
nuestros pecados ante un sacerdote en la confesión, qué diremos de ese día en el
que ya no sólo un hombre sino toda la humanidad conocerá nuestras miserias.

“Desde la profundidad del corazón surge la pregunta que el joven rico dirige a Jesús
de Nazaret: una pregunta esencial e ineludible para la vida de todo hombre, pues
se refiere al bien moral que hay que practicar y a la vida eterna. El interlocutor de
Jesús intuye que hay una conexión entre el bien moral y el pleno cumplimiento del
propio destino”; es decir, para heredar la vida eterna es necesario cumplir los
mandamientos.

✓ La Gloria.
«Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad,
esta comunión de vida y de amor con ella, con la
Virgen María, los ángeles y todos los
bienaventurados se llama “el cielo” . El cielo es el
fin último y la realización de las aspiraciones más
profundas del hombre, el estado supremo y
definitivo de dicha» (CIC 1024).
El doctor Angélico, santo Tomás, lo definió como
“el bien perfecto que sacia plenamente el apetito”,
y Boecio afirmó al respecto que es “la reunión de
todos los bienes en estado perfecto y acabado”.

Dios ha hecho al hombre para el Cielo, y por eso


aquí en la tierra ningún hombre encuentra esa
felicidad completa que tanto busca; Goethe
afirmaba de sí mismo: “se me ha ensalzado como
a uno de los hombres más favorecidos por la
fortuna. Pero en el fondo de todo ello no merecía
la pena, y puedo decir que en mis 75 años de vida
no he tenido cuatro semanas de verdadera
felicidad; ha sido un eterno rodar de una piedra
que siempre quería cambiar de sitio”. Y es que,
como lo afirma el padre Jorge Loring, en su libro
Para Salvarte, la aspiración fundamental del
BOSCH, Hieronymus hombre no puede saciarse con la

Paraíso: ascensión de los posesión de un objeto; el hombre no puede


bienaventurados alcanzar su felicidad plena en una relación sujeto-
Palazzo Ducale, Venecia objeto, sino en la relación yo-tú, es decir, en la
Barcelona relación con una persona. Incluso en este mundo
la mayor felicidad está en el amor; y no
precisamente el amor-lujuria, sino el amor
espiritual. En el Cielo la posesión de Dios nos
proporcionará por el amor una felicidad
insuperable.

Hablar del Cielo no es nada fácil, las palabras se quedan cortas, la imaginación no
alcanza, el mismo San Pablo al hablar del Cielo sólo puede exclamar: “lo que ni el
ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios preparó para los
que lo aman” (1 Cor 2,9).

“Es la posesión plena y perfecta de una felicidad sin límites, totalmente saciativa de
las apetencias del corazón humano y con la seguridad absoluta de poseerla para
siempre”.

Dos goces del Cielo

La visión beatífica

Si en este mundo la
contemplación mística,
sobrenatural o infusa, que
procede de la fe y de los dones
del Espíritu Santo, arrebata el
alma de los santos y los saca
fuera de sí por el éxtasis
místico, calcúlese lo que
ocurrirá en el Cielo ante la
contemplación de la divina
esencia, no a través de los
velos de la fe, sino clara y
abiertamente tal como es en sí
misma.
MIGNARD, Pierre
La gloria celestial (1663)
Fresco
Val-de-Grâce, Paris.
La visión beatífica será como un éxtasis eterno que sumergirá al alma en una
felicidad indescriptible. San Pablo, que fue arrebatado al tercer Cielo y contempló
un instante la esencia divina, al volver en sí de su sublime éxtasis no supo decir
nada de lo que había visto por ser del todo inefable: “lo que ni el ojo vio, ni el oído
oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios preparó para los que lo aman” (1
Cor 2,9).

El disfrute de los sentidos

Nuestros ojos estarán perpetuamente llenos del deleite mayor que puede
procurarles la vista de los más bellos objetos. Nuestros oídos estarán eternamente
llenos del placer que aquí les causan las más bellas melodías y dulces palabras.
San Francisco de Asís fue recreado en esta vida, en un éxtasis inefable, con un
instrumento músico pulsado por un ángel, y creyó morirse de felicidad y de gloria.
Nuestro olfato, gusto y tacto estarán perpetuamente gozando el mayor deleite que
aquí pueden producirnos sus más gratas impresiones.

“Nos hiciste para ti Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en
Ti” (San Agustín).

Los santos y el Cielo

Si estuviéramos bien convencidos -como lo estaban los santos de que la tierra es el


destierro de las almas, un valle de lágrimas y de miserias, un desierto abrasador por
el que hay que pasar antes de ir al oasis del Cielo, que es la patria verdadera de las
almas, no solamente no temeríamos la muerte, sino que ningún otro deseo nos sería
tan querido y familiar. San Pablo deseaba ardientemente ser desatado de los
vínculos de la carne para unirse eternamente con Cristo (cf. Fil 1,23), y de igual
manera lo anhelaban los santos, porque ellos comprendían lo que verdaderamente
era el Cielo y suspiraban por él.

«San Ignacio de Loyola se derretía en lágrimas cada vez que pensaba que la
muerte le abriría las puertas del Cielo. Tenía tal deseo de unirse a Dios, que, en su
última enfermedad, los médicos le prohibieron pensar en la muerte; porque este
pensamiento le enardecía tanto, que le hacía palpitar violentamente su corazón,
poniendo en peligro su vida.

San Francisco Javier, con los ojos llenos de lágrimas y abrazando el crucifijo,
exclamó: “en ti, Señor, he puesto toda mi confianza; no seré confundido
eternamente”. Y, con el semblante iluminado por la alegría celestial, expiró
dulcemente en el Señor.

Santa Catalina de Siena sentía una tan grande impaciencia de morir, que casi
perdía la razón. Llamaba a la muerte con palabras tiernas y amorosas, invitándola
a no retardar más su venida. En cierta ocasión el Señor le permitió un profundo
éxtasis, en el que experimentó el Cielo por unos instantes, y después de volver en
sí lloró amargamente durante tres días y tres noches por verse privada de ese Sumo
Bien.

Santa Teresa de Jesús vivió muriendo de amor, deseando ardientemente morir


para ver a Dios. Fue impresionante -declaran los testigos que lo vieron- la expresión
de su alegría celestial cuando, al recibir el viático en su pobre celda de Alba de
Tormes, le decía a su Dios y Señor: “ya es hora, Señor, ya es hora de que nos
veamos para siempre en el Cielo”».

El Cielo debe ser la aspiración más profunda del cristiano, pues allí nos esperan
Jesús y nuestra Santísima Madre, para disfrutar de su compañía eternamente. Un
consagrado a María debe vivir con los pies en el suelo y el corazón y los ojos en el
Cielo, pues así vivió siempre ella.

✓ El purgatorio.
«Los que mueren en la
gracia y en la amistad de
Dios, pero
imperfectamente
purificados, aunque están
seguros de su eterna
salvación, sufren después
de su muerte una
purificación, a fin de
obtener la santidad
necesaria para entrar en la
alegría del Cielo» (CIC
1030).

CARRACCI, Lodovico
Un ángel libera a las almas del purgatorio (detalle)
c. 1610
Pinacoteca, Vaticano.

¿Quiénes van allí?

Al purgatorio van a aquellos que todavía no son santos, pero que no están en
pecado mortal. Quien entra allí ya ha recibido la salvación eterna; sin embargo, no
debemos aspirar ir a este lugar, sino que debemos aspirar ir directamente al Cielo.

¿Qué sucede allí?


El alma es sometida allí a un fuego purificador, que implica dolor, a fin de reparar
sus pecados y obtener la pureza y santidad necesarias para ver a Dios. La
purificación del purgatorio se basa en el amor.

Hay que aclarar que, aunque en el purgatorio el alma es sometida a un fuego


purificador y esto implica dolor, éste no se puede equiparar al castigo del infierno:
«La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es
completamente distinta del castigo de los condenados» (CIC 1031).

Argumentos para hablar de la existencia del purgatorio

Aunque en la Biblia no
aparece la palabra
“Purgatorio” está clara la
idea del mismo. Tampoco
aparecen en la Biblia
palabras como: “Trinidad”,
“Encarnación”, etc. y sin
embargo el protestantismo
las acepta sin problema.

SIGNORELLI, Luca
El ángel llega al purgatorio
1499-1502
Fresco
Capilla de San Brizio, Duomo, Orvieto.
✓ El infierno.

“Dos frailes descalzos, a las seis de la


mañana, en pleno invierno y nevando
copiosamente, salían de una iglesia de
París. Habían pasado la noche en
adoración ante el Santísimo
sacramento. Descalzos, en pleno
invierno, nevando... Y he aquí que, en
aquel mismo momento, de un cabaret
situado en la acera de enfrente, salían
dos muchachos pervertidos, que
habían pasado allí una noche de
crápula y de lujuria.
Salían medio muertos de sueño,
enfundados en sus magníficos abrigos,
y al cruzarse con los dos frailes
descalzos que salían de la iglesia,
encarándose uno de los muchachos
con uno de ellos, le dijo en son de burla:
“Hermanito, ¡menudo chasco te vas a
llevar si resulta que no hay cielo!” Y el
fraile que tenía una gran agilidad mental, BOUTS, Dieric the Elder
le contestó al punto: “Pero ¡qué terrible Infierno
chasco te vas a llevar tú si resulta que 1450
hay infierno!” Musée des Beaux-Arts, Lille
.

Debemos decir que en cuanto al tema del infierno, en la Iglesia, hemos pasado de
un extremo a otro: de hablar excesivamente de él hasta pensar en un Dios terrible
y vengativo (edad media), hasta negarlo, pensando en un Dios alcahueta e
indiferente ante la injusticia (modernidad). En ambos casos se deforma la imagen
de Dios. Él es infinitamente misericordioso a la vez que es infinitamente justo. Por
ello, en esta lección, trataremos de profundizar un poco en el tema para entenderlo
como es en realidad.

Definición

El infierno es un estado de “auto


exclusión”, no un defecto de la misericordia
de Dios: «Morir en pecado mortal sin estar
arrepentido ni acoger el amor
misericordioso de Dios, significa
permanecer separados de Él para siempre
por nuestra propia y libre elección. Este
estado de autoexclusión definitiva de la
comunión con Dios y con los
bienaventurados es lo que se designa con
la palabra “infierno”» (CIC 1033).

El infierno es la suma de todos los males


sin mezcla de bien alguno, pues significa
la pérdida y privación total de Dios, y por
tanto, de todo lo bueno, bello y verdadero.

MEMLING, Hans
Infierno
c. 1485
Musée des Beaux-Arts, Estrasburgo.
Existencia del infierno

“Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben
interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una
vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a
encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y
alegría”

Estas palabras del Papa Juan Pablo II fueron manipuladas por medios de
comunicación mal intencionados, quienes a partir de éstas afirmaron que el Papa
había negado la existencia del infierno. Ante esto, hay que decir que el Papa afirmó
que el infierno, en este momento, es un estado del alma -pues aún no se ha dado
la resurrección de la carne-, más no lo negó. Que sea un estado del alma no significa
que no exista. Los dolores espirituales, del alma, son más profundos e intensos que
los dolores físicos. Es así como duele más la muerte de un hijo que un golpe o una
fractura. Una depresión aguda, no se localiza en ningún órgano del cuerpo, pero es
una agonía espiritual y es un dolor y un sufrimiento real. Los dolores del alma son
más intensos y fulminantes, y no porque no los localicemos o palpemos dejan de
ser reales.

El infierno, es decir, la privación total de Dios, es la angustia, la tristeza, la depresión,


la soledad, la agonía más absoluta. Después de la Resurrección de la carne, el
infierno ya no será sólo un estado sino que será un lugar.

3. Elementos que intervienen en nuestra vida terrenal.


a) Amor – egoísmo. El amor es el fin último al que como seres humanos
aspiramos; gran parte de las actividades que realizamos cotidianamente
tienen un para qué, es decir, una razón que impulse a alcanzar lo que se
desea, y ese para qué, en la mayoría de las situaciones, es el amor. El amor
puede hacer que hagamos de lo imposible, algo posible. Algunas de las
manifestaciones clásicas del amor se comienzan dando dentro de la familia,
aquel núcleo de la sociedad y espacio en donde se dan lugar el afecto y el
cariño; asimismo, otra expresión del amor es en una pareja. En ella existe
una entrega y compromiso verdaderos. En palabras de Powell (2012), el
verdadero amor exige olvidarse de uno mismo (...). La prueba decisiva es
siempre la del olvido personal. Otro amor, que resulta incluso desconocido
para algunos, es el amor a Dios. En general, no somos suficientemente
conscientes del amor paternal y la infinita ternura de Dios. En especial, la
persona que nunca ha experimentado el amor humano con todos sus
vivificantes efectos, la persona que nunca ha conocido al Dios que es amor
a través del sacramento del amor humano, se halla en una seria desventaja.
Por otra parte, y explicado desde la psicología, muchos de los orígenes de
las psicopatologías están relacionados con una carencia o un exceso de
amor hacia los hijos, por lo que ello nos permite abordar esta cuestión como
una de las problemáticas mayormente suscitadas en nuestro siglo. Dicha
circunstancia pudiera desembocar en el desarrollo del egoísmo, una actitud
que trata de focalizar como prioridad a uno mismo en lugar de los demás.
Personalmente puedo decir, y lo digo sin temor a equivocarme, que el amor
tiene una carga enorme en mi vida; en mi cotidianidad intento ser una
persona que no sólo viva el amor, sino que pretenda darlo, compartirlo y
expresarlo. No obstante, en algunas otras situaciones me he percatado que
suelo comportarme de manera egoísta; no obstante, el amor sigue
predominando y predominará el resto de mi vida.
b) Moral – valores. Considero que los valores son capaces de guiar cada una
de nuestras conductas. Cuando era pequeño, y aún hasta la fecha, me
hacían énfasis en hacer de los valores un pilar en mi vida; recuerdo que me
decían que debía ser un hombre responsable, honesto, respetuoso y por
supuesto, humilde. De esta forma, fui criado en un ambiente basado en el
amor y los buenos valores, por lo que poco a poco me comencé a apropiar
de ellos y la forma en la que los llevo a práctica me parece tan frecuente que
forman ya parte de mi estilo de vida. Así que puedo afirmar que los valores
le han dado una dirección a cada uno de mis comportamientos y me han
orillado a buscar siempre el bien y eso, me hace sentir bien conmigo mismo
y con los demás.
c) Fe, esperanza y caridad. Cuando tuve un encuentro por primera vez con el
Resucitado, me percaté de que soy una persona creada a su imagen y
semejanza, además de que soy una obra magnífica, al igual que los demás,
repleta de amor. Todo ello me ha hecho creer en Él y en los designios que
tiene preparados para mí. Por eso, tanto mi fe y mi esperanza se han visto
alimentadas por la confianza que he logrado depositar en Él, que puede
convertir mi enojo en alegría y mi odio en amor. Además, no podemos hablar
de la fe y de la esperanza si no hacemos de ellas algo concreto, algo práctico
que nos mueva a actuar y operar en nuestro alrededor. De manera personal,
puedo decir que soy una persona muy servicial; disfruto mucho ayudando al
necesitado, y no sólo de aquellos que tienen necesidades corporales, sino
también de las espirituales. En otras palabras, hago vida las obras de
misericordia corporales y espirituales, y así me percato de la realidad a la
que nos enfrentamos diariamente y hago un esfuerzo cada vez mayor por
extender el Reino de Dios.
d) Inteligencia, libertad y voluntad. Estas capacidades, al igual que los
valores que ya mencioné antes, le dan una dirección a nuestra vida. No
obstante, aquí destacaría el carácter volitivo y autodeterminante que
implican. En varias situaciones de mi vida, y por efusión del Espíritu Santo
me he dado cuenta del efecto que dichas capacidades tienen. La inteligencia
me ha dado respuesta a muchas inquietudes y cuestiones que he tenido
durante mi vida y me ha hecho percibirme como un ser competente. Tanto la
libertad como la voluntad me han ayudado a decidir qué es lo que quiero
hacer de mi vida, cómo quiero vivirla y hacia dónde quiero dirigirla, por lo que
han sido fundamentales en mi vida.
e) Coherencia (Ser congruentes entre lo que pensamos, decimos y hacemos).
Esta es una de las situaciones que más conflicto provoca en mí. Por una
parte resulta difícil hallar sincronía entre lo que se piensa, se dice y se hace,
sin embargo no es una tarea imposible. Personalmente considero que
muchas de las ideas que tengo frente a una situación son muy buenas, pero
a la hora de ponerlas en práctica me resulta tan complicado que termino
haciéndome bolas en mi cabeza y al final no termino resolviendo nada. Por
lo tanto, creo que para poder alcanzar la coherencia que necesitamos todos,
debemos de ser analíticos, buenos argumentadores y claro, buenos si de
compromiso nos referimos.

4. Reflexión.

✓ Sobre las religiones.


La manera en que cada uno vive su profesión de fe ha sido, es y siempre será
distinta. Muchos afirman que la vida eterna se caracteriza por la reencarnación, el
término del sufrimiento, el gozo, la alegría, el amor, etc. Así, cada uno mantiene una
visión sobre lo que sucederá con su vida después de nuestra permanencia en la
tierra. Es interesante conocer la concepción adoptada por cada una de las religiones
frente a temas tan controversiales como lo son la muerte y lo que sucede después
de ella, como una forma de reconocer las diferentes creencias y maneras de pensar
de sus feligreses con una capacidad de comprensión mayor, lo que implica no hacer
propia la religión en cuestión, sino de entender la variedad de estilos y ritmos de
vida que llevan. Por la misma razón es importante resaltar que no deberíamos ser
despectivos y críticos, sino tratar de ser tolerantes y respetuosos hacia ellos. Al final,
el error más grande cometido es el hecho de posicionar a la propia religión como
verdadera y cierta, cuando ello representa una enorme falacia. Por otra parte, ante
la extensa variedad de religiones presentes hoy en día en el mundo, y sin importar
cuan excéntricos sean sus estilos de vida, lo cierto es que debemos comenzar por
hacer de los valores un cimiento fundamental como una forma de ser congruentes
con nosotros y con los demás.

✓ Personal.
El reconocer que somos seres destinados a la muerte nos da la oportunidad de
cuestionarnos sobre nuestra vida y sobre lo que hacemos con ella. Algunos deciden
entregarse al placer y al desenfreno, mientras que otros optan por vivir su vida de
manera plena y consciente, siendo capaces de aprovecharla y valorarla como un
gran tesoro. Sin embargo, al vernos tan cercanos al final de nuestro paso por la
vida, necesitamos sentirnos con esperanza, saber que todo estará bien y que
partiremos hacia un lugar mejor. La comprensión de las diferentes religiones nos
abrió el panorama respecto a la concepción de la vida eterna; no obstante, cada
uno muestra distintas posturas ante la vida después de la muerte, lo cual es válido
y respetable, pero sí considero que el hecho de depositar la fe y la confianza en un
dios nos da la posibilidad de vernos esperanzados cuando más solos y ansiosos
estamos.
Por otra parte, conocer a profundidad acerca de la propia religión en estos tópicos
me ayuda a comprender aún más las verdades del catolicismo, así como mi propia
fe y la manera en que la alimento.
La elaboración de este trabajo me hizo ser más consciente y reflexivo sobre lo que
hago actualmente en mi vida, así como el sentido que le otorgo a esta y sobre todo
comprender que debemos aspirar a algo grande, a la trascendencia.

5. Bibliografía.
• Athie, G., Yamel (2014). La muerte y el proceso de morir en el Budismo.
(Tesis para obtener la maestría en Ciencias de la Religión. Instituto de
Ciencias de las Religiones, Madrid.
• Coeditores Católicos de México (1992). Catecismo de la Iglesia Católica.
México, D.F.: Editoriales Varias.
• Escamilla, S. Pedro & Mejía, P. Alejandro (2000). Dios se nos manifiesta
1. México, D.F.: Progreso.
• Gonzáles, C. L. (2009). El significado de la muerte a través de la historia
y las religiones. (Tesina para obtener el diplomado en Tanatología).
Asociación Mexicana de Tanatología, A.C., México.
• Powell, John (2012). ¿Por qué tengo miedo de amar? México, D.F.:
Editorial DIANA.
• Sada, F. Ricardo (2010). Camino, Verdad y Vida. México, D.F.: Minos
Tercer Milenio.
• Totus Tuus (2017). Lazos de Amor Mariano. Colombia: LAM San José.
• Zubiría, L. A. (1997). Persona y espiritualidad. México: Curso fundamental
de Tanatología.

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