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El destacado psicoanalista argentino cree que la sociedad tiene hoy más certezas que
dudas. Asegura que las coberturas de los medios sobre los cacerolazos y otras protestas
fomentan la ilusión de un poder colectivo que licua, de algún modo, el sentimiento
individual de incapacidad que padecen los que asisten con dolor a la reducción de sus
ahorros
Valeria Shapira
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17 de febrero de 2002
Asegura que las coberturas de los medios sobre los cacerolazos fomentan la ilusión de
una potencia colectiva que licua, de algún modo, la impotencia individual que padecen
quienes asistieron al dolor de ver reducidos sus ahorros. Que los argentinos no estamos
tan suspendidos en el aire como creemos y que, mal que nos pese, la desilusión frente a
los gobernantes será por siempre inevitable.
-Por todas partes, en la calle, los bancos, las casas, se escucha la frase: "Estoy
angustiado". A veces da la sensación, como decía Sartre, de que los argentinos
somos angustia. ¿Cómo se presenta lo angustioso en la Argentina de hoy?
-No creo que la situación sea de incertidumbre. Decir: "Que se vayan todos, que se
vayan los políticos, que se vaya la Corte" no es una incertidumbre, sino una gran
certeza. Si una persona se pusiera a pensar: "¿Yo qué quiero? ¿Cambiar el sistema
político? ¿Cambiar los tres poderes? ¿Uno de ellos? ¿La relación entre los poderes?
¿Estoy con la democracia, pero creo que hace falta crear los controles necesarios?", esa
persona estaría en una situación de incertidumbre. Pero alguien que dice: "Devuélvanme
ya el dinero que me robaron" tiene un sentimiento de certeza. Los argentinos tenemos
hoy más certezas que incertidumbre. En todo caso, lo que se evidencia es un sentimiento
de impotencia colectiva.
-¿Y entonces?
-Entonces la respuesta es de rabia. Una persona que se agarra a los golpes contra los
bancos tiene objetos para localizar su mal, con la certeza de que ahí está el problema.
Incluso cuando uno quiere hacerla razonar afirma: "No me vengas con sutilezas, se
tienen que ir todos". Hay más impotencia que incertidumbre, y la impotencia tiene que
ver con que la gente tocó un límite. La incertidumbre se veía más hace un año, cuando
no sabíamos lo que iba a ocurrir, pero si alguien se da cuenta de que le confiscan sus
ahorros, no se los van a devolver, se los dan vuelta y se los quieren licuar, lo que tiene
es impotencia porque no puede hacer mucho por modificar la situación.
-Es obvio que cuando se juntan muchas personas que sienten impotencia esto crea la
ilusión de participar de una potencia colectiva. Esta idea de la potencia también la
fomentan los medios, que exageran un poco cuando dicen: "El cacerolazo volteó a De la
Rúa". Si el ex presidente hubiera obtenido acuerdo político con la oposición, las
cacerolas podrían haberse escuchado diez días y De la Rúa no caía. De hecho, ahora
Duhalde tampoco cae por las cacerolas y en todo caso, si es que ocurre, podrá tambalear
si no consigue un buen acuerdo con el FMI o con los Estados Unidos.
-¿Usted quiere decir que la gente que toca las cacerolas cree que tiene una potencia
que en realidad no es tal?
-Freud dijo que una clase dirigente se hunde cuando deja de representar los ideales de la
clase que dirige, es decir, empieza a tener problemas con el poder que representa. El
poder es delegado por los demás, y si éstos comienzan a darle las espaldas la autoridad
está cuestionada.
-No utilizaría la palabra perverso. El poder político tiene que ver con relaciones de
fuerza. Aquí hay un forcejeo entre sectores con intereses diferentes, lo que nombra una
grieta, un desacuerdo profundo que impide presentar a la sociedad un "vamos para acá...
o para allá".
-Hay algo peor. Mucha gente dice: "Ojalá que el gobierno se hunda". Yo digo: esto es
peligroso, porque no vamos en dos barcos, sino en uno solo. Yo no le desearía a nadie,
por menos que me guste, que se hunda, si también me va a hundir a mí. Aquí tenemos
una historia de delegar y no hacer nada. El hecho de que en general al ciudadano
argentino le parece medio tonto, medio bobo, medio norteamericano, andar en
comisiones barriales y vecinales, y hacer controles de los que gobiernan es porque
tenemos una tradición medio paternalista: delegar en los "buenos". Uno se va a dormir
esperando que los buenos hagan cosas buenas. Pero los buenos no hacen cosas buenas si
no hay los controles necesarios.
-Pueden hacer cosas buenas si hay los controles necesarios. Alguien puede ser muy
corrupto, pero si existe un control de su persona, sabe que puede ir preso y quiere un
poco su libertad, se va a quedar tranquilo. Por el contrario, una buena persona a la que
se le delega todo, se la deja sola, y vienen un montón de corruptos a ofrecerle ayuda "a
cambio de" va a hacer las cosas en compañía de esa gente con las consecuencias que
ello implica.
-Sí. No es regla que gente virtuosa haga un gobierno virtuoso. Gente virtuosa puede
hacer una estupidez. A esto se llama "falacia de lo colectivo": pensar que muchos
valientes pueden hacer un buen ejército. Si ponemos en un gobierno cinco personas
decididas, cabe la posibilidad de que no tomen ninguna decisión por estar ya decididas...
cada una por su lado. Pero si ponemos un decidido, un indeciso, un desconfiado, un
confiado, la decisión puede ser mejor. La composée , como dicen los franceses, la
manera en que componemos la orquesta es la que determinará cómo va a sonar, y no la
virtud de cada uno de los músicos.
-Las dos cosas. La Argentina nunca se organizó seriamente como una nación-Estado. Es
increíble, pero hasta el primer gobierno de Perón a los extranjeros no se los
nacionalizaba para que no votaran. En los Estados Unidos hicieron al revés: lo primero
fue hacer a todos norteamericanos. Aquí nunca hubo una vocación de integración desde
las clases dirigentes.
-¿El "¡Viva la patria!" que ahora se escucha en los cacerolazos y en las asambleas
no es un intento de la gente por establecer esa unidad?
-El tema de la patria es complejo. Yo creo que lo más inteligente sería decir que nuestra
patria es la lengua castellana, en tanto no somos dueños del territorio. Hay que tomar
como patria la lengua en la que uno se crió. Una vez estaba en Londres, medio perdido,
en 1976, caminando por Regent Street. De pronto escuché la voz de un gallego: "Pues
que marche otra", gritaba. Fui corriendo hasta ese restaurante como si fuera mi propia
madre y me tomé un caldo caliente. Creo que la mayor renuncia a la patria es la
renuncia a la lengua.
-Freud le dijo una vez a Ferenczi: "Retire a tiempo su libido de la patria y póngala
a resguardo en el psicoanálisis. De lo contrario, usted se sentirá mal
inexorablemente". ¿Qué clase de patria es el psicoanálisis?
-Bueno, la de Freud es una metáfora entre amigos. Pero lo cierto es que él veía en el
psicoanálisis una especie de patria en el sentido de una lengua común que compartían
distintos psicoanalistas que vivían en diferentes partes de esa Europa desgarrada por la
guerra. El psicoanálisis tiene esa cosa de república sin Estado. Es como la literatura: uno
admira a un escritor y se enamora de su obra, más allá de la persona. Borges tiene un
texto muy hermoso, El escritor argentino y la tradición , donde dice que a los
argentinos nos conviene tomar el ejemplo de los irlandeses y los judíos, que se pasean
por distintas culturas, pero siempre manteniendo una distancia oblicua que les permite
renovar. Afirma que ser argentino se puede tomar como una afectación (que no vale la
pena discutir ) o una fatalidad. Cree que es una fatalidad y que hay que tomarla como tal
para, desde ese modo, leer del resto del mundo lo que nos guste.
-En otros países existe una vocación de respeto por la ley, que la Argentina no
practica...
-Hay que hacer una diferencia entre la ley y la justicia. Lo que está en cuestión en la
Argentina no es la ley sino su aplicación. Hay una palabra muy interesante: fallos. Se
dice que hay fallos del juez. Y lo que falla es la justicia distributiva. Cuando hoy
afirmamos que hay más de tres millones de pobres estamos diciendo que no hay
equidad. Para colmo, nos siguen hablando de macroeconomía. Y hablar de
macroeconomía es como decir que alguien tiene complejo de Edipo.
-Decir que alguien tiene complejo de Edipo no sirve de nada. Hay que hablar de
microeconomía: de cuántas veces se enamoró, de cómo es la relación con sus padres,
con sus hermanos, si tuvo problemas en la infancia... Lo mismo ocurre con los temas de
recaudación de impuestos: hay que hablar de los detalles, de cómo se le hace pagar a
cada ciudadano en forma equitativa y se logra un sistema más justo. La gente está
cansada de la macroeconomía. Es como hablar de ley, en general: no tiene sentido. El
imperativo categórico kantiano, como se sabe, no tiene contenido empírico.
-Para nada. Toda desilusión siempre nos prepara para una nueva ilusión. Aquí, ya hay
gente que dice que de esta crisis saldrá una democracia verdadera. ¿No ve? Esa gente ya
ha empezado a crear una ilusión de la propia desilusión.
"Lo que dice Galbraith es que si el dinero es bueno la gente piensa en otra cosa, pero
cuando es malo no se puede pensar en otra cosa. No nos olvidemos que, cuando es
bueno, algunos de los que pertenecen a la llamada clase media hacen yoga, otros leen
libros de Bucay, otros hacen cursos sobre Lacan, otros van a gimnasia, o llevan los
chicos a Disney", bromea.
Aunque más allá de lo anecdótico, "el tema del dinero no es menor en tanto tiene una
conexión profunda con esa incertidumbre última que es la muerte. No nos olvidemos
que la gente es muy dada a pagar altísimas obras sociales". ¿Somos todos
hipocondríacos? "No: tener dinero parecería ser una garantía, ese reaseguro Ôpor si te
enfermás´, o para comprar la casa, el refugio. Son maneras de protección frente a un
desamparo ontológico, metafísico", afirma el psicoanalista.
El dinero es producto de una especie de pacto social, que crea lazos: un grupo de
personas decide aceptar una cosa que no tiene un valor en sí mismo. Es interesante ver
cómo se pasó del oro a las monedas y de las monedas al papel moneda. La gente decía:
ÔEsto es un papel, no es nada´. Algo similar a lo que ocurre hoy con el patacón. El
cuento El escarabajo de oro , de Edgar Allan Poe, fue estudiado como un cuento sobre
el terror producido por el pasaje de la moneda a un papel que si lo ponían bajo la lluvia
se borraba. La gente se sentía desnuda con eso.
Hay lazos y también pactos: "Usted acepta mi dinero, yo acepto su dinero, usted me lo
guarda, me lo cuida, no me lo roba. Esto aquí se rompió. Sabemos que un marxista
piensa que la propiedad es la causa de todas las disidencias, pero Freud, que era un
liberal, decía que la propiedad es una manera de organizar la agresividad humana -
cuenta García-. Y la verdad, hasta ahora no se ha demostrado que se pueda vivir
teniendo todo en común y en perfecta armonía. Cada tanto, alguno descubre una tribu
paradisíaca donde todos viven así, pero en nuestra tribu las cosas son diferentes".
El dinero "es la nafta que hace funcionar las relaciones familiares y sociales. Así que
esa frase: ÔSólo les importa el dinero, o se mueven por dinero´ es una visión de ricos.
Picasso firmaba cheques en blanco y la gente se los guardaba, no los cobraba, porque
prefería quedarse con su firma. Pero al común de los argentinos nadie le va a decir: "No,
por favor, no pague si los bancos se quedaron con su plata".
Perfil
Germán García nació en Junín, provincia de Buenos Aires, en 1944.
Es escritor y psicoanalista. Estudió lingüística y lógica y, en el campo del
psicoanálisis, se formó junto a Oscar Masotta, de cuya actividad institucional fue
continuador durante seis años en Barcelona.
Participó de la fundación de la primera Escuela Freudiana, creada en Buenos Aires en
1974.
Es director de la Fundación Descartes -dedicada a la investigación de los nexos entre
el psicoanálisis y otras disciplinas- y del Centro Descartes, asociado al Instituto del
Campo Freudiano.
Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación
Mundial de Psicoanálisis (AMP), también integra el Comité de Iniciativas del Instituto
Oscar Masotta (IOM), presidido por Jacques-Alain Miller y auspiciado por el
Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París VIII.
Publicó, entre otros libros, Nanina (1968), Cancha Rayada (1969), Macedonio
Fernández, la escritura en objeto (1975), La entrada del psicoanálisis en la Argentina
(1978), Psicoanálisis, dicho de otra manera (1982). Sus escritos han sido traducidos al
catalán, francés, inglés y portugués.