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Si la clase media no poseía la estética que la clase alta había aprendido y traído de

Europa, tampoco tenía bases propias para elaborar en el breve término de su formación,

proviniendo, como provenía, de una inmigración que sólo podía aportar los elementos

estéticos de las clases bajas europeas. Los que dentro de ella representaban el sector

desclasado de la gente principal sólo podían influirla en cuanto a los modos más o menos

señoriles que conservaban de la gran aldea, pues estaban desconectados de la estética de

importación profesada en la clase alta.

No existían tampoco en la época los elementos masivos de difusión que permiten hoy

universalizar con rapidez los gustos. Así la declamadora, el infatigable piano de las niñas

4 En "Filo, Contrafilo y Punta" (Ed. Pampa y Cielo - 1965) me refiero al guarango y su


contrafigura el tilingo.

"No sabemos si guarango y tilingo son términos nuestros. No hemos consultado a la Academia.
Pero

indiscutiblemente son tipos nuestros y recíprocos.”

"El tilingo es al guarango lo que el polvo de la talla al diamante. O la viruta a la madera.


Producto de un exceso de

pulido, o de la garlopa que se pasa. Es la diferencia que hay entre tomar el vaso "a la que te
criaste" y tomarlo con las puntas

del índice y el pulgar y con el meñique apuntando a la distancia.

Pero digamos que en el guarango está contenido el brillante y también la madera para el
mueble. En el tilingo nada.

En el guarango hay potencialmente lo que puede ser. El tilingo es una frustración. Una
decadencia sin haber pasado por la

plenitud."

"Si el guarango es un consentido, satisfecho de sí mismo y exultante de esa satisfacción, el


tilingo es un

acomplejado. El guarango es la cantidad sin calidad. El tilingo es la calidad sin el ser. La pura
forma que no pudo ser forma.

El guarango pisa fuerte porque tiene donde pisar. El tilingo ni siquiera pisa: pasa, se desliza.
Por eso el tilingo es un producto
típico de lo colonial. Los imperios dan guarangos, sobre todo, cuando se hacen demasiado
pronto. El caso de los EE.UU., por

ejemplo".

"Cuando el guarango tiene plata no habla más que de Nueva York. Antes hablaba de Londres
como el tilingo de

París. Habla también de técnica y aspira a ser socio del Club Americano. Compra palos de golf
pero sufre terriblemente

porque no puede ir al fútbol. Al tilingo ya se le pasó la época del golf desde que los guarangos
andan con los palos. El tilingo

sigue en París y más bien se dirige hacia Oriente. Pasa por Rabindranath Tagore y Lanza del
Vasto con unos granos de

pimienta Mao-Tse-Tung. Se acicala con descuido para que no esté del todo ausente Sartre.
Como la cocina francesa es un

puntito "fessandé". Carga con el guarango como una desgracia nacional, de esa nación que es
su "oficina". A veces tiene

preocupaciones sociales, y se agobia, como si llevara "la pesada carga del hombre blanco".
Pero el "cabecita negra" no es

bastante oscuro. Prefiere ocuparse de otros colores más remotos. Y que no tienen demandas
concretas.

"El guarango lo irrita. También irrita el guarango a los guarangos que ya son importantes.
Entonces se juntan los

guarangos importantes con los tilingos. No hay que olvidar que el tilingo sale del guarango por
exceso de garlopa. Tilingos y

guarangos unidos contra los otros guarangos terminan por mezclarse y se vuelven contra el
país que no es ni guarango ni

tilingo. Y esa es la explicación psicológica de algunas revoluciones cuyas raíces son económicas
y sociales pero utilizan

estos instrumentos, porque los que manejan el país desde afuera saben cuales son nuestros
puntos débiles".

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casaderas, los juegos florales, los paisajes pintados por la alumna de la academia, y hasta los

retratos de familia alternaban con los almohadones bordados, los encajes y las puntillas de

confección caseras, les festivales artísticos, los bailes de sociedad, las retretas dominicales, la
salida de la Iglesia y el paseo de la tarde por las cuadras tradicionales, satisfacían las

exigencias estéticas y sociales del medio. (Le ahorro al lector la descripción de los interiores

remitiéndome a la tan exacta de la casa de la familia Di Giovanni hecha por la autora de "El

incendio y las vísperas").

Cachería y cursilería, si. De ninguna manera snobismo o tilinguería.

La estética de le clase media expresaba una tentativa de creación con los escasos elementos
de

que disponía, casi todos provenientes de la decadencia del romanticismo, y difundidos por la
literatura

barata de las editoriales españolas y la poesía y la prosa de los escritores argentinos que
llegaban al

gran público, todos fuertemente influidos por las mismas fuentes literarias. (Los poetas de la
época, de

más alta jerarquía, eran todavía para escasos iniciados como se constata en lo mínimo de sus
ediciones,

y la buena literatura de la generación del 80 no había tenido la difusión que comenzó mucho
después.

En realidad la escuela normal era la que daba la medida de los valores estéticos y su difusión, y
decir

esto significa decirlo todo).

Esta clase media, cursi si se quiere, era auténtica. De la cursilería, como tentativa hacia

la belleza podía salir un gusto de más calidad por maduración en el tiempo, a diferencia de la

tilinguería y el snobismo del “medio pelo” donde inexorablemente no se puede crear nada

porque falta el elemento esencial para la creación: la autenticidad.

El teatro de la época, refleja ya las posibilidades de una creación propia.

Los mínimos patrones de cultura Europea de la clase media estaban dados por la lírica

para los italianos, y por la zarzuela y el sainete hispánico para los españoles; apuntaba lo

propio en el éxito en el teatro de las creaciones de los hermanos Podestá en el circo,

continuando después, por la aparición de un teatro nacional, de carácter vernáculo en cuyo

escenario no figuraban la alta sociedad. Esto de Florencio Sánchez a Vaccareza, y lo mismo de


los precursores, como Soria o Martiniano Leguizamón. Más aun, las mismas comedias,

escritas por gente de primer nivel social, reflejaban los modos y las costumbres de una

sociedad modesta, como el caso de Laferrère.

Las ficciones que podrían a la ligera equipararse con las del "medio pelo" no estaban

dirigidas a atribuirse el status de la clase alta, sino a disimular las dificultades económicas que

harían difícil el mantenimiento en el propio: una cosa es simular la pertenencia a un status

ajeno y otra evitar la pérdida del que ya se tiene o intentar ascender dentro del mismo. Esto

último es lo que refleja Laferrère en “Las de Barranco”, donde la familia venida a menos, una

familia de militares, lucha contra el desclasamiento inevitable. Se trata de la pobreza

vergonzante que es otra cosa que la pobreza desvergonzada, donde se abandona el decoro de

la posición tirando la chancleta o la prosperidad mentida del "medio pelo", en que la

representación no atiende al decoro que se sacrifica a la pompa artificial.5

5 Es lo que los españoles, y también los cubanos, llaman dar la cara. Se trata como se ha dicho,
más que de una

búsqueda de prestigio de una conservación del decoro; no de atribuirse un alto status sino de
no desmerecer en el que se

tiene. Esto más que porteño es castizo. Es ilustrativo lo que pasaba con el veraneo.

La universalización en los últimos años nos ha hecho olvidar, lo impracticable, que era para
todos los no ricos

treinta o cincuenta años atrás. Me bastaría decir, que en mi época de estudiante, de cuarenta
compañeros de curso,

veranearían cinco o seis, que ahora es el número justo de los que no veranean. Gran parte de
los veraneos entre la gente

acomodada, no se hacían en las playas o sierras, sino en las estancias o quintas de los amigos.
En la clase media modesta el

veraneo consistía en la visita a amigos o parientes pueblerinos y los que no tenían este
recurso, apelaban a una muy

graciosa ficción, sobre todo en las familias con numerosas hijas casaderas: consistía en el
veraneo de azotea, clásico

entonces.
La familia, cerraba la puerta de la casa, que sólo se abría subrepticiamente en las primeras
horas de la mañana,

para que la “chinita protegida”, que se tenía para educarla, vestirla y alimentarla y de paso,
para tareas domésticas, que iban

desde cebar mate hasta lavar el patio, cocinar, etc., salía a hacer las compras de mercado

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