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CHRISTINA CONTRA LOS MODISTOS GAYS

Aldo Bonanni

Hace tiempo que me simpatiza Christina Aguilera. No soy su fan empedernido ni


colecciono sus discos, pero ha hecho musicalmente lo necesario para convencerme de
que está lejos de ser un banal producto comercial tipo Britney. Es bella, talentosa y en
su disco Back to basics demostró –al menos desde mi punto de vista– que si hubiese
aparecido en los años 30, 40 o 50, sin llegar quizá a ser una gran estrella, sí hubiera
brillado como cantante casi de la misma forma. Y eso significa ponerla en una época en
que las buenas cantantes abundaban. Si alguien no está de acuerdo con ello debe
admitir, como mínimo, que la mujer sí sabe cantar. Si no quieren admitir ni siquiera eso,
pasen al blog o al muro siguiente.
Esa simpatía de la que escribo ha aumentado considerablemente al verla aparecer como
lo ha hecho en los últimos meses, mostrando orgullosa sus nuevas curvas, desafiando
con ello todos los lamentables cánones de la belleza femenina de nuestra época. Cuando
uno observa sus fotos puede ver también el patrón que en general siguen los
comentarios al respecto: las mujeres criticándola por su “gordura” y los hombres
enviándole una lluvia de elogios a su figura. Es ahí donde me pregunto: ¿es tan difícil
captar el mensaje? ¿Por qué hay mujeres que no terminan de entender que para los
hombres la anorexia definitivamente no tiene nada de atractiva? Insisto: para los
hombres. Si me salen con que hay algunos a los que les gustan las huesudas, me
ocuparé líneas abajo de esos casos y de explicar por qué no los pongo en el grupo de los
hombres.
Deseo que Christina logre cambiar puntos de vista femeninos con el mensaje que está
tratando de enviar, pero mientras espero a ver qué sucede con ello, me ha parecido
necesario abordar superficialmente el porqué de lo encontrado de las visiones estéticas
entre hombres y mujeres. Me indujo a ello uno de los comentarios bajo las fotos de la
cantante, el cual, además de causarme mucha gracia, me puso a pensar. Resulta que uno
de tantos anónimos de la red sentenció que los únicos culpables de que las mujeres
estuvieran obsesionadas con adelgazar eran los modistos gays, para quienes las féminas
no significan otra cosa que perchas animadas en las cuales colgar sus diseños. Lo de
animadas, he de aclarar, ya es agregado mío, pues aunque coincido en el comentario
creo que a los susodichos creadores de modas sí les interesa que las modelos con cuerpo
de refugiada en campo de concentración se muevan para lucir sus creaciones.
Antes de proseguir quiero aclarar que si bien no soy parte de la hipocresía
contemporánea, donde un tergiversado concepto de tolerancia es usado como banderita
estúpida por medio mundo, tampoco tengo ninguna clase de problema con que las
personas sean lesbianas, gays, transexuales, transgéneros (LGBT) y todo lo demás que
se vaya acumulando. La homosexualidad y casi todas las demás costumbres sexuales
han existido siempre, y la homosexualidad en sí no es el problema (no para mí: insisto).
Los problemas son otros, como el exhibicionismo o la pretensión de condicionar a seres
inocentes hacia una conducta determinada, pero como esos temas son más escabrosos y
harina de otro costal, los dejo por ahora. Quería aclarar que no soy lo que llaman
homofóbico, palabra que por cierto significa lo contrario a lo que quieren expresar
(homofóbico denota odio a lo que es igual; para los LGBT y anexas resultaría mucho
más adecuado hablar de heterofobia, que implica odio a lo que es diferente). Lo aclaro
porque nunca falta gente simplona que al más mínimo cuestionamiento a una costumbre
en boga levante de inmediato la referida banderita y se lance furiosa a censurar al
“intolerante”.
Sin pretensiones de hacer un estudio sociológico serio, me pareció muy divertido
compartir la idea de que los homosexuales realmente se hayan confabulado a nivel
mundial para destruir la belleza natural de la mujer, seguramente impelidos por la
frustración que les provoca no poder competir con la misma. Para dejar claro el punto,
si hoy en día un escuálido jovencito gay se quiere parecer a Belinda, con los millones
necesarios lo conseguirá sin mayores dificultades. Si la tendencia de nuestra heroína en
turno (Christina) prevaleciera como modelo de belleza, el mismo sujeto debería gastar
10 veces más en cirujanos y kilos de silicón para que de todos modos termine
pareciéndose más a Jaime Camil vestido de “Eva” o acabe con las nalgas ponchadas
como Alejandra Guzmán. Y creo que eso es exactamente lo que les molesta. Tal vez
para los gays cada mujer a dieta es una enemiga menos en la lucha por conquistar
hombres. Si alguien me baja de intolerante a loco, solo les recuerdo que apoyo mi teoría
en el hecho de que Miss Universo ya no es solo para mujeres. El estereotipo de la mujer
plana y con piernas de maratonista ha visto su culmen en la participación de quienes
antes de ninguna manera hubieran podido parecerse, por ejemplo, a una Ana Bertha
Lepe o a una Christiane Martel.
Yo me sumo entonces, a los que aplauden a Christina. Ella desafía los implacables
dictados de la moda impuesta por quienes quieren rendir por hambre a las rivales
femeninas. Son los mismos que pretenden hacernos creer que Leonardo da Vinci
ocupaba su cerebro brillante en fantasías con mozalbetes o que Alejandro Magno pudo
conquistar el Imperio Persa careciendo de toda hombría. Sin meterme a afirmar o negar
cualquier hábito sexual de ambos, es un hecho irrefutable que hay quienes quieren
enfatizar en ese aspecto para que, una de dos: o dejemos de admirar lo que hicieron o
creamos que sus habilidades eran producto de sus hábitos bajo las sábanas.
Si tengo la razón, para las mujeres las opciones son clarísimas: o siguen el dictado de
los modistos gays o imitan a Christina. E imitarla no significa ser como ella. Significa
aceptarse como cada quien es. Estar a gusto con el cuerpo que tienen. Esto no es una
apología de la gordura o de la voluptuosidad. Si una mujer es delgada por naturaleza, así
que se quede. Si es voluptuosa, también. Y si quiere bajar unos kilitos, hacer ejercicio,
estar sana, pues qué bueno. Verlas en los huesos, comiendo un jitomate al día, es lo que
nadie quiere. Y si las mujeres conocen hombres que se decantan por esa tendencia, les
recomiendo dejarlos ir de inmediato. El “hombre” al que le gustan los cuerpos de percha
animada no tardará en andar de la manita con otro “varón” que piense igual.

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