0 оценок0% нашли этот документ полезным (0 голосов)
237 просмотров10 страниц
Una niña pequeña estaba jugando felizmente en un parque con su pelota. De repente, se escuchó un disparo y la niña cayó al suelo, con su cabello y ropa manchados de sangre. Varios testigos presenciaron la escena, pero como no había cámaras ni reporteros, lo que vieron quedó como un secreto entre ellos, llenándolos de una emoción nueva e inconfesable a pesar del horror de la situación.
Una niña pequeña estaba jugando felizmente en un parque con su pelota. De repente, se escuchó un disparo y la niña cayó al suelo, con su cabello y ropa manchados de sangre. Varios testigos presenciaron la escena, pero como no había cámaras ni reporteros, lo que vieron quedó como un secreto entre ellos, llenándolos de una emoción nueva e inconfesable a pesar del horror de la situación.
Una niña pequeña estaba jugando felizmente en un parque con su pelota. De repente, se escuchó un disparo y la niña cayó al suelo, con su cabello y ropa manchados de sangre. Varios testigos presenciaron la escena, pero como no había cámaras ni reporteros, lo que vieron quedó como un secreto entre ellos, llenándolos de una emoción nueva e inconfesable a pesar del horror de la situación.
Taller de diseño de personajes LA VISTA FIJA Érase una niña pequeñita y muy bonita, con chapas rojas rojas cual flores de rubor, vestidito rosa y bonito cabello rizado. Jugaba en un parque con su pelota y era muy feliz. Oyóse entonces un d i s p a r o, des- cuidados el pasto del parque, favoreciendo la huida del posible y desalmado ladrón de pelotas, presas todos de la misma atracción: del mismo embrujo, imperioso y extraño. Porque no se encontraban ante un televisor, no había reportero que co- mentara lo que veían, no se veía logotipo ni anuncio superpuesto ni nada entre ellos y las manchas rojas rojas en el pasto verde, los rizos man- chados de rojo, los trozos de cráneo igualmente manchados de rojo, la expresión de sorpresa en la carita infantil, los bracitos y piernitas inertes, laxos, ya fríos. Y, por ende, todo, todo cuanto veían era de ellos solamente: su secre- to, como son secretos el frío del velador, las pesadillas del enfermo, mi propia voz como se oye desde adentro. Así que allí estaban, llenos de un gozo nuevo, vivo y tembloroso, de esos que son inconfesables y agradabilísimos. Y cuando todos se en- contraban a diez metros o menos, aun sin otro cuidado que el espanto ante sus ojos…