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RESUMEN
La vida humana actual se ha ido volviendo cada vez más compleja, ya sea en el ámbito
personal y familiar, como en la vertiente colectiva: social, institucional, laboral y empresarial.
De aquí, que los investigadores que han querido estudiarla y comprenderla a fondo han tenido
que ir ideando y construyendo métodos y técnicas capaces de descifrar esa intrincada
complejidad. Estas estrategias e instrumentos de investigación se fundamentan en un concepto
del conocimiento y de la ciencia que exige un cambio epistemológico, pues siguen procesos
mentales muy novedosos de la dotación humana que la Neurociencia actual considera muy
alejados de las ideas clásicas respectivas, y los ubica a lo largo de una amplia gama que
involucra la ciencia y el arte.
Current human life is nowadays more and more complex than ever, either in the personal and
family milieu, as in the collective one: social, institutional, labor and managerial. Therefore, the
researchers that wanted to study it and to understand it deeply have had to imagine and build
methods and techniques capable of desciphering that intricate complexity. These strategies and
investigation instruments are based in a concept of knowledge and science that demands an
epistemological change, because they follow very novel mental processes of the human
endowment that the current Neuroscience considers very far from the respective classic ideas,
and it locates them along a wide range that involves science and art.
Descartes nos dice, al principio de su Discurso del Método (1983, orig. 1637), que “la
razón es por naturaleza igual en todos los hombres” (p. 28), y también se plantea la pregunta
de cómo o por qué la misma razón produce la “diversidad de nuestras opiniones”. La
respuesta la ubica en el método: “no viene de que unos seamos más razonables que otros,
sino del hecho que conducimos nuestros pensamientos por diversas vías y no consideramos
las mismas cosas” (ibídem).
La toma de conciencia de estas diversas vías por las cuales conducimos nuestros
pensamientos y el tratar de considerar, en un momento determinado, las mismas cosas es el
objeto de este artículo.
El gran físico Erwin Schrödinger, Premio Nobel por su descubrimiento de la ecuación
fundamental de la mecánica cuántica (base de la física moderna), considera que la ciencia actual nos
ha conducido por un callejón sin salida y que la actitud científica ha de ser reconstruida, que la
ciencia ha de rehacerse de nuevo (1967)
El modelo de ciencia que se originó después del Renacimiento sirvió de base para el avance
científico y tecnológico de los siglos posteriores. Sin embargo, la explosión de los conocimientos,
de las disciplinas, de las especialidades y de los enfoques que se ha dado en el siglo xx y la
reflexión epistemológica encuentran ese modelo tradicional de ciencia no sólo insuficiente, sino,
sobre todo, inhibidor de lo que podría ser un verdadero progreso, tanto particular como integrado,
de las diferentes áreas del saber.
El período histórico que nos ha tocado vivir, sobre todo en la segunda mitad del siglo xx,
podría ser calificado con muy variados términos, todos, quizá, con gran dosis de verdad. Me
permito designarlo con uno: el de incertidumbre, incertidumbre en las cosas fundamentales que
afectan al ser humano. No solamente estamos ante una crisis de los fundamentos del
conocimiento científico, sino también del filosófico y, en general, ante una crisis de los fun-
damentos del pensamiento. Y esto, precisa y paradójicamente, en un momento en que la ex-
plosión y el volumen de los conocimientos parecieran no tener límites.
El escritor y presidente de la República Checa, Vaclav Havel, habla del “doloroso parto de
una nueva era”. Y dice que hay razones para creer que la edad moderna ha terminado y que
muchos signos indican que en verdad estamos atravesando un período de transición en el cual
algo se está yendo y otra cosa está naciendo mediante un doloroso parto. Nos podemos
preguntar qué es ese algo que se está yendo y qué es esa otra cosa que está naciendo.
Por lo tanto, esta situación no es algo superficial, ni sólo coyuntural; el problema es mucho
más profundo y serio: su raíz llega hasta las estructuras lógicas de nuestra mente, hasta los
procesos que sigue nuestra razón en el modo de conceptualizar y dar sentido a las realidades;
por ello, este problema desafía nuestro modo de entender, reta nuestra lógica, reclama un
alerta, pide mayor sensibilidad intelectual, exige una actitud crítica constante, y todo ello bajo
la amenaza de dejar sin rumbo y sin sentido nuestros conocimientos considerados como los más
seguros por ser “científicos”.
En efecto, la reflexión sobre el proceso de crear conocimiento, de hacer ciencia, deberá
examinar críticamente hasta qué punto se justifican los presupuestos aceptados o si, en su lugar,
no se pudieran aceptar otros distintos que nos llevarían por derroteros diferentes y que, quizá,
terminarían en conclusiones también diferentes; esta reflexión deberá determinar qué nivel de
pureza y objetividad de la observación científica, de los datos y de los hechos, es posible; hasta
qué punto éstos están determinados por las teorías profesadas y cómo interactúan los datos y la
teoría; deberá evaluar las implicaciones de la falta de evidencia en las relaciones causales, de la
injustificabilidad de la inferencia inductiva, de la imposibilidad de la “verificación empírica” y
de la ilegitimidad de ciertas “definiciones” operacionales; deberá examinar la importancia del
contexto de descubrimiento y del proceso creador, los límites de la racionalidad de las
explicaciones estadísticas o probabilitarias, el nivel de adecuación y homología de los modelos
que se basan en analogías y, a veces, sólo en metáforas, el uso acrítico de términos como “ley”,
“control”, “medida”, “variable”, “verdad”, “objetividad”, “datos”, etc. en contextos muy
diferentes, y, en una palabra, deberá precisar la justificación lógica del “sistema de reglas” del
juego científico escogido.
Este examen crítico podrá poner en evidencia muchos vicios de lógica que se han ido
convirtiendo en hábito en amplios sectores de la vida académica y, sobre todo, denunciar la
falta de racionalidad en que se ha caído en muchos otros al evaluar el nivel de certeza de las
conclusiones de una investigación por el simple correcto uso de las reglas metodológicas
preestablecidas, sin entrar a examinar la lógica, el significado y las implicaciones de esas
mismas conclusiones.
Muy bien pudiera resultar, de estos análisis, una gran incoherencia lógica e intelectual, una
gran inconsistencia de nuestros conocimientos considerados como los más sólidos, y que
muchos aspectos de nuestra ciencia pudieran tener una vigencia cuyos días estén contados. Hoy
día, llama nuestra atención el hecho de que, según la primera edición de la Enciclopedia
Británica, el flogisto era “un hecho demostrado”; y, según la tercera edición, “el flogisto no
existe”. Igualmente, que, en 1903, el químico Svante Arrhenius obtuviera el Premio Nobel por
su teoría electrolítica de la disociación, y que el mismo Premio le fuera concedido, en 1936, a
Peter Debye, por defender prácticamente lo contrario. Asimismo, es desconcertante que, hace
poco más de dos siglos, un gran astrónomo demostrara, con la mejor ciencia del momento, que
Dios había creado el mundo exactamente hacía 4232 años, el 15 de Septiembre, a las 9 de la
mañana, cuando hoy sabemos que los dinosaurios se extinguieron hace unos 70 millones de
años, después de haber vivido sobre la tierra más o menos otros 70 millones de años, y las
cucarachas –para consuelo de muchas cocineras– sabemos que existen desde hace unos 300
millones de años. Ésa es la historia de nuestra “ciencia”.
El problema radical que nos ocupa aquí reside en el hecho de que nuestro aparato
conceptual clásico –que creemos riguroso, por su objetividad, determinismo, lógica formal y
verificación– resulta corto, insuficiente e inadecuado para simbolizar o modelar realidades que
se nos han ido imponiendo, sobre todo a lo largo del siglo xx, ya sea en el mundo subatómico
de la física, como en el de las ciencias de la vida y en las ciencias humanas. Para representarlas
adecuadamente necesitamos conceptos muy distintos a los actuales y mucho más
interrelacionados, capaces de darnos explicaciones globales y unificadas.
Los autores de estos movimientos difieren en muchos aspectos, pero tienen también
muchas cosas en común, como su ruptura con la jerarquía de los conocimientos y de los valores
tradicionales, su bajo aprecio por lo que contribuye a la formación de un sentido universal, su
desvalorización de lo que constituye un modelo, y su valoración, en cambio, del racionalismo
crítico, de las diferentes lógicas, de la “verdad local”, de lo fragmentario, y su énfasis en la
subjetividad y en la experiencia estética.
Para muchos científicos, como por ejemplo Einstein, la ciencia no busca tanto el orden y la
igualdad entre las cosas cuanto unos aspectos todavía más generales del mundo en su conjunto,
tales como “la simetría”, “la armonía”, “la belleza”, y “la elegancia”, aun a expensas,
aparentemente, de su adecuación empírica. Así es como él vio la teoría general de la relatividad.
También para la mente griega la belleza tuvo siempre una significación enteramente objetiva.
La belleza era verdad, constituía un carácter fundamental de la realidad. De ahí nació el famoso
lema, tan significativo y usado a lo largo de la historia del pensamiento filosófico: “lo
verdadero, lo bueno y lo bello convergen”.
Bertrand Russell, considerado uno de los pensadores más lúcidos del siglo xx y, quizá, de
toda la historia de la humanidad, dice que “la ciencia, como persecución de la verdad, será
igual, pero no superior, al arte” (1975, p. 8). Y Goethe señala que el arte es la manifestación de
las leyes secretas de la naturaleza.
Así, se vuelve imperativo alcanzar estas dos metas, tanto en lo que respecta a su ilustración
epistemológica, como en lo relacionado con su concreción y aplicación en las principales
metodologías cualitativas actualmente en uso.
En general, podríamos decir que la mente del artista procesa, en forma sintética, integral y
básicamente inconsciente, la información que recibe de una realidad exterior determinada y de
su interior, y es impulsada a expresar directamente su esencia a través del lenguaje propio de la
obra artística. La mente del científico, en cambio, recorre el mismo camino, pero lo hace más
lentamente, como sumando y relacionando elementos simples de información hasta llegar a la
meta, es decir, a la captación y expresión de la estructura esencial de esa realidad. Por eso, el
científico puede demostrar la legitimidad de los pasos que da, cosa que no puede hacer el
artista. De esta manera, las diferentes pretensiones de verdad han constituido siempre el centro
de las discusiones filosóficas a lo largo de toda la historia de la humanidad. Son miles los
pensadores que han escrito sobre este tema central de la reflexión humana, ya sea científica
como artística.
Gadamer (1984) señala que en los textos de los grandes pensadores, como Platón,
Aristóteles, Leibniz, Kant o Hegel, “se conoce una verdad que no se alcanzaría por otros
caminos, aunque esto contradiga al patrón de investigación y progreso con que la ciencia
acostumbra a medirse” (ibíd. p. 521). Igual vivencia se experimentaría en la “experiencia del
arte”, vivencia que no se puede pasar por alto, ya que “en la obra de arte se experimenta una
verdad que no se logra con otros medios, y es lo que hace el significado filosófico del arte que
se afirma frente a todo razonamiento” (ibíd.). Pero es nuestro deber, añade este autor, “intentar
desarrollar un concepto de conocimiento y de verdad que responda al conjunto de nuestra
experiencia hermenéutica” (ibíd.).
El mismo autor continúa aclarando cómo esta experiencia vivencial –que, “como vivencia,
queda integrada en el todo de la vida y, por lo tanto, el todo se hace también presente en ella”–
es un auténtico conocimiento, es decir, mediación de verdad, no ciertamente como
conocimiento sensorial, conceptual y racional, de acuerdo a la ciencia y según el concepto de
realidad que sustentan las ciencias de la naturaleza, sino como una pretensión de verdad
diferente de la ciencia, aunque seguramente no subordinada ni inferior a ella. Por esto, cree que
“la oposición entre lo lógico y lo estético se vuelve dudosa” (ibíd. pp. 107, 139, 656).
La vida personal, social e institucional, en el mundo actual, se ha vuelto cada vez más
compleja en todas sus dimensiones. Esta realidad ha hecho más difíciles los procesos
metodológicos para conocerla en profundidad, conocimiento que necesitamos, sin alternativa
posible, para lograr el progreso de la sociedad en que vivimos. De aquí, ha ido naciendo, en los
últimos 25 ó 30 años, una gran diversidad de métodos, estrategias, procedimientos, técnicas e
instrumentos, sobre todo en las Ciencias Humanas, para abordar y enfrentar esta compleja
realidad. Estos procesos metodológicos se conocen hoy día con el nombre general de
Metodologías Cualitativas, y han sido divulgados en un alto número de publicaciones, que van
desde unos 400 libros hasta unas 3000 publicaciones parciales (capítulos de libros y artículos de
revistas).
En general, la gran mayoría de estas obras están centradas en la utilidad práctica. Por ello, una
limitación bastante generalizada de las mismas es precisamente la falta de su fundamentación
epistemológica en la Filosofía de la Ciencia actual y su ubicación metodológica entre la Ciencia
rígida tradicional (rigidez inadecuada) y la riqueza de recursos y procedimientos que emplea el
Arte. Más concretamente, una adecuada ubicación metodológica tratará de hacer ver cómo pueden
las metodologías cualitativas ser sensibles a la complejidad de las realidades de la vida moderna y,
al mismo tiempo, ser dotadas de procedimientos rigurosos, sistemáticos y críticos, es decir, poseer
una alta respetabilidad científica.
Bajo el punto de vista instrumental, existen hoy día más de 40 programas de computación
para trabajar con “datos” cualitativos. Los más utilizados son el Atlas.ti, el Ethnograph y el
Nud*ist; precisamente, el manejo del primero ha constituido el objeto completo de estudio de
varios de nuestros talleres a nivel de Doctorado. El Atlas.ti (de la Universidad de Berlín) es
precisamente el más indicado para llevar a cabo la tarea básica que enfrentan muchas
investigaciones cualitativas, que tratan de integrar, en una red estructural compleja, las
realidades poliédricas que nos presentan los procesos psicológicos, los sociales, los
antropológicos, los sociopolíticos y otros. Estas tareas se vuelven casi imposibles de abordar
con los procesos normales y simples de la reflexión humana corriente; por eso, la ciencia
tradicional ha reducido casi siempre su trabajo a la relación de una o pocas variables:
independientes y dependientes. En las realidades humanas cotidianas biopsicosociales entran
normalmente en acción docenas de variables en una interacción recíproca. El Atlas.ti, con sus
técnicas de categorización, estructuración y teorización, y con los operadores booleanos,
semánticos y de proximidad, nos permitirá ir mucho más allá de estas grandes limitaciones.
Bibliografía
Aiken, H. (1955). The aesthetic relevance of the artist’s intentions. J. of Philosophy, 52, 742-753.