Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Presentación
Es posible, y muy probable, que a muchos o a casi todos los lectores les
sorprenda el título de este escrito y de su itinerario. Lo comprendo, pues en
estas narraciones no se trata de historias del “común de confesores”, en este
caso, del “común de confesoras”, es decir, de esas santas milagreras, santas
de alta mística, santas populares, santas escritoras, santas de sorprendentes
conversiones. Nada de eso. Nuestra santa no entra en el calendario cristiano
de mujeres populares y famosas pues vivió una vida muy lejos del espectáculo
impactante, de las movidas religiosas y del protagonismo de masas. No
obstante, en esa pretensión de oscuridad y de pasar desapercibida se ha
convertido en un personaje sorprendente de mujer misteriosa, pero evangélica
por su humildad, por su ocultamiento social y por su decir sin hablar. A pocas
personas se ha concedido el don y el arte del decir sin hablar y sin escribir.
Se podría definir a Beatriz de Silva como la santa de la Faz velada que irradia
oscuridad y luminosidad, silencio y misterio. Hace pensar y estimula muchas
preguntas esenciales que necesitamos afrontar y aclarar.
¡Cómo intentar dar voz a la que acalló su voz! ¡Cómo dar visibilidad a la
que se cubrió su rostro! ¡Cómo presentar visible al público a la que huyó del
espectáculo social! ¡Cómo dar presencia significativa a la que no quiso
significar! ¡Cómo sacar a la luz a la que decidió vivir en la oscuridad! La vida
humana y social de Beatriz es tan compleja que hasta sus mismas
contradicciones, que así pueden aparecer para nosotros, pero no para ella,
son capaces de aclarar en parte el enigma humano y las paradojas que se
encuentran en ella como suele suceder en los personajes excepcionales que
también tuvieron sus sombras y sus desconciertos.
para tener algo de felicidad en esta vida y poder transmitirla a los demás.
I. Del azar al destino elegido
Toda vida humana está condicionada por ese dúo inseparable: por el
espacio o lugar y por el tiempo, pues son el escenario obligado en el que se
desarrolla la existencia personal y son nuestra inevitable circunstancia. El
espacio o lugar y el tiempo suelen configurar nuestro paisaje interior y nos
acompañan siempre como hermanos inseparables. Hay que tener muy
presente que Beatriz de Silva, si queremos comprenderla, vivió en Portugal y
España (el dónde) y en el siglo XV (el cuándo), tan distante de nosotros en el
tiempo, en la mentalidad y en las costumbres.
Desde hace más de cien años, el lugar del nacimiento de Beatriz es objeto
de discusión, pero los datos más fiables señalan que nació en Campo Mayor
(Portugal).
Escribe Juana de San Miguel que Beatriz <<fue del linaje de los reyes de
Portugal, hija del señor Ruy Gómez de Silva y de Meneses, señor de Campo
Mayor, hijo de Arias Gómez de Silva, alcalde mayor de Campo Mayor. Su
madre fue doña Isabel de Meneses, hija del conde de Viana don Pedro de
Meneses, primer capitán de Ceuta en África; y lo que se sabe es que nació en
Campo Mayor>>.
Según los testimonios que nos han llegado, el ambiente religioso de esa
familia era de una vida cristiana practicante e interesada en los temas
religiosos. De hecho, uno de sus hijos, Juan, fue franciscano y llegó a ser
además beato con el nombre de Amadeo. Parece ser que los franciscanos
estaban muy presentes en esa familia. Y debido a ello, padres e hijos,
escucharían la espiritualidad franciscana en donde se hablaría de la
Inmaculada Concepción de María, cuestión doctrinal muy entrañable en los
franciscanos, que debió impresionar tanto a Beatriz, que en su vida posterior
fue uno de sus focos preferenciales. Los testigos en el Proceso de su
canonización declaran la gran devoción que ella tenía a la Inmaculada
Concepción de María desde su juventud.
Una de las cosas más bellas de la persona consiste en que su vida haya
tenido y transmitía sentido. Entiendo por sentido el colmo o la sensación de
plenitud de la persona humana. Las personas razonables y decididas buscan
cómo llenar de sentido su existencia. Y en ellas nunca hay aburrimiento, ni
hastío, ni desgana, pues sus vidas se desarrollan y se realizan en un proyecto
vital, creador y estimulador. A esto se opone el vacío existencial tan extendido
en nuestro tiempo como expresión del malestar del bienestar.
No tenemos alas como los pájaros, pero sí podemos volar muy alto con
nuestros pensamientos, que son más poderosos que las alas de las aves. De
hecho, a Beatriz le crecían alas en el espíritu y nunca dejaba de volar. Llevaba
la faz cubierta, pero su espíritu
era de claras alturas. Tenía
raíces en la tierra y alas para la
elevación. Por eso, puede ser
<<ilustre testimonio de la más
elevada humanidad>>, como la
propone la Bula de su
canonización. Qué contrastes
tiene la vida: ¡El espíritu redime
las paradojas de la carne! ¡La
gracia puede dar sentido y
orientación al azar!
II. Gloria y decepción
Beatriz era feliz y derrochaba simpatía formando parte del séquito real,
provocando gran admiración por su belleza y su compostura. Esa joven, que
tenía el don supremo de la simpatía instintiva, unida a una deslumbrante
belleza, llamaba la atención de todos sin pretenderlo ni buscarlo.
Siendo ella una joven madura, buena y religiosa, no quiso vender su alma
al diablo, ni quiso perder su libertad, ni su dignidad, ni el sentido espiritual de su
vida. Armada espiritualmente con las enseñanzas de los modelos del evangelio,
decidió abandonar la corte real pues esa no era lugar adecuado para ella ni
respondía a sus exigencias personales.
Dios nos creó por amor. Y si seguimos viviendo es que Dios sigue
recreándonos. Dios no abandona nunca al hombre en las vergüenzas de su
desnudez, aunque se esconda como Adán, sino que lo arropa con su mirada
amorosa y su protección paternal. La mirada amorosa también arropa. Dios
no puede alejarse de los seres que había creado. Les ofrece vestidos para
que puedan vivir y sobrevivir. Les ha revestido de inteligencia, voluntad y
sentimientos para que puedan crear su propio mundo humano. Dios viste a
cada ser humano con ropajes especiales según su providencia y su sabiduría.
Dios nunca desnuda sino que arropa.
Los santos son los héroes del espíritu y guías no siempre comprendidos
y siempre difíciles de imitar, aunque cada persona lleva en su interior el ser
imagen de Dios, que difícilmente puede borrar aun cuando se lo proponga.
Como hay una genética biológica, hay también una genética espiritual que
proviene de quien le creó.
La plegaria sincera
de cada día se
convertía en silencio
sonoro y en espacio
luminoso de
encuentros
reiterativos. Por ello,
la joven portuguesa
gozaba de nuevos
comienzos y de
iniciativas
inexploradas. Las
cosas esenciales de
la vida solo las
descubre el corazón.
Pero es el amor el
que logra penetrar en
el misterio. El
misterio es la
grandeza divina que
nos habita y que
Beatriz de Silva logró
descubrir y ponerlo en circulación con ejemplar comportamiento religioso y
humano.
La comitiva hizo un largo descanso en una verde pradera, junto a una fuente
de abundante agua fresca y gozando de un bello paisaje. Beatriz se separó
del grupo y paseaba sola por la campiña. Necesitaba soledad y encontrarse
con su propia interioridad, bastante agitada y como balanceándose entre el
ayer decepcionante y el mañana desconocido.
No podía por menos de comparar lo que dejó atrás y lo que estaba viendo,
viviendo e imaginando en ese viaje tan extraño y sorprendente. En la corte
real había suaves alfombras, luminosas lámparas y espléndidos cuadros de
arte. Pero en la naturaleza descubría que el verde césped de los prados era
más suave que las alfombras, que ninguna lámpara del palacio era tan bella
y brillaba tanto como el sol, la luna y las estrellas, que ningún techo decorado
es tan fascinante como el firmamento azul, que ningún florero era tan florido
como los rosales del campo, ni tan alto como los árboles en los que anidan y
cantan libres los pájaros.
Todos aquellos que más embellecen la tierra están cerca del cielo. Por
eso, la tierra necesita de las personas que más logran mirar al cielo. No porque
ellas se olvidan de la tierra, sino porque señalan el sendero del buen caminar
siempre en salida. La técnica ha encorvado a los hombres hacia abajo, pero la
mística les endereza hacia arriba. En la vida, lo más alto puede transformarse en
lo más profundo.
Continuaba paseando por los verdes campos, cuando, junto a los árboles
de una colina, se le aparecieron dos personajes que le produjeron gran miedo,
malos augurios y no poco temor. Las Vidas I, II y III explicitan que esos
personajes eran san Francisco de Asís y san Antonio de Lisboa. Pero Beatriz,
invadida de miedo, lloraba pensando que la devolverían a la Corte por orden de
la Reina.
- Felices aquellos que logran descubrir y vivir los prodigios que cada día nos
ofrece la vida, desde la mañana hasta el ocaso.
- Felices aquellos que logran despojarse de todo aquello que les ata para
ser libres.
- Felices aquellos que cultivan el niño que llevan dentro desde su niñez y no
pierden su inocencia en el cotidiano bregar.
- Felices aquellos que descubren la auténtica amistad y nunca traicionan a
sus amigos.
- Felices aquellos que saben llorar frente a las desgracias de los demás y
son capaces de acompañarles cuando los necesitan.
- Felices quienes descubren en sus vidas lo que es necesario para vivir y
logran desprenderse de lo superfluo.
- Felices quienes se detienen en el camino de la vida para mirar con
sinceridad lo que les rodea y son capaces de llevar el fardo de los otros.
- Felices quienes cada día dedican tiempo suficiente para escuchar su
silencio interior.
- Felices quienes no se envalentonan por sus éxitos ni se abaten por sus
problemas cotidianos.
- Felices quienes logran vivir con esperanza a pesar de los problemas y
angustias que les rodean.
- Felices quienes logran descubrir en los otros lo positivo que tienen y
disculpan con generosidad sus errores.
- Felices quienes logran ser originales y dedican sus vidas a los otros con
amor y generosidad.
- Felices quienes trabajan en su vida por la paz y luchan al mismo tiempo
por la justicia entre los hombres.
- Felices quienes logran descubrir y contemplar el paso de Dios por sus
vidas y se dejan invadir por la fuerza creadora del Espíritu.
Toledo, la Ciudad Imperial, en el siglo XV, era atractiva y rica en ofertas políticas,
culturales, artísticas y religiosas, pues en ella había un alto empuje social y
religioso con bastantes conventos de religiosas. Esa ciudad era un centro
privilegiado en donde tantas personas deseaban estar y vivir por las muchas y
variadas oportunidades que ofrecía.
Por lo que nos dicen las Vidas o Biografías de la santa, podemos afirmar
que Beatriz gozaba de una excelente fantasía creadora y muy capaz para
emprender caminos insospechados. Mujer audaz, pero sensata. Valiente, pero
prudente. De gran fantasía, pero razonable. Sabía estar y afrontar las situaciones
más complicadas con audacia y con la fuerza del espíritu que le caracterizaba.
Practicaba con tesón esa rara virtud llamada magnanimidad, es decir, grandeza
de alma.
En una cueva de aquel monte, en donde se refugió, oyó una voz que le
preguntaba: <<Elías, ¿quién te ha traído aquí?>>. Y el profeta respondió: <<La
pasión por mi Dios>>. Esta apasionada respuesta del profeta conmovió a Beatriz:
la pasión por mi Dios. Esa era su fuerza y su energía por la que estaba en ese
monasterio. Sí, la pasión por Dios. Solo el amor eterniza y da pleno sentido a la
existencia. Uno se convierte y se identifica con lo que ama. Según lo que se ame
así quedará uno transformado: en persona, en cosa, en tiempo o en eternidad.
Dios es en cada uno lo que cada uno le permite ser. Lo que uno ama le convierte
en su Dios o en su ídolo. Por eso, en el mundo más que ateos hay politeístas
que adoran muchos y variados ídolos. El problema no es la ausencia de Dios,
sino la multitud de ídolos a los que se recurre y se adora. Beatriz, en su pasión
por Dios, deseó y pretendió convertirse en esponja empapada de la presencia
divina para que al exprimirse, ella se transformara en surtidor de gracia para los
demás.
El Dios cristiano se revela como el Dios que habla desde el horizonte del
silencio. Pero ese silencio es eterna comunicación, es apertura trinitaria que, a
través del amor, engendra la palabra, el Logos. Desde toda la eternidad, ese
silencio es coloquio trinitario y comunicador. Los profetas bíblicos fueron
campeones del silencio y educados para la escucha de una palabra que les
trascendía. No se puede ser verdadero profeta sin la experiencia del silente
desierto y sin educar al espíritu para la escucha. Dios insiste: <<Escucha
Israel>>.
Cada cual tiene su propia imagen de Dios. Por esa razón, existen incontables y
variadísimas imágenes de la divinidad. Para entender bien al Dios de Beatriz de
Silva conviene recordar cómo suele aparecer la imagen de Dios en el común de
los mortales y, de ese modo, lograr penetrar en la concepción religiosa de
nuestra santa y descubrir los caminos por donde ella transitó.
Alguien preguntó una vez, con cierto desaire y desenfado: <<¿Dónde está
Dios?>>. Y se le respondió sonriendo, pero sin ironía: <<Allí donde se le deja
entrar>>. Acertada respuesta, pues solo podemos entrar en donde se nos abren
las puertas. No es que Dios se ausente de nosotros. Somos nosotros los que
espantamos a Dios o no le dejamos entrar, porque cuando entra en nuestra casa
no nos deja indiferentes y, frecuentemente, nos molesta y nos contradice. Dios
no es una idea inofensiva y caprichosa, sino una presencia preocupante e
inquietante. En una ocasión decía un personaje político, con pretendidos aires
de intelectual: <<A mí no me interesa para nada si Dios existe o no. Eso es
cuestión suya>>. ¡Qué simplicidad o qué discapacidad mental!
El evangelista san Juan dice que nadie ha visto a Dios. Por tanto, si
deseamos saber algo de Él, necesitamos recurrir a donde Él se manifiesta y se
le puede descubrir. Y la revelación privilegiada de Dios está en Jesús de Nazaret,
que para nuestra santa consistía en la gran preocupación y ocupación. Su vida,
su pensar, su razón de ser y de actuar.
Una de las cosas que más impresionaban a Beatriz era la mirada de Jesús,
tan importante y decisivo en sus encuentros con las personas. Miradas de
acogida, de ternura, de piedad, de misericordia y a veces también de
recriminación y de acusa. Jesús lograba tocar, acariciar y comunicarse con la
mirada. En la mirada, Jesús manifestaba su forma de ver, interpreta y de
relacionarse con los otros.
Beatriz, partiendo de
su fe vivida y de la
persona de Jesús de
Nazaret, descubre que
el amor es el modo de
ser, de estar y de actuar
de Dios. Y, desde este
convencimiento, saca
todas las conclusiones
para su vida personal y
social. Si el amor es la
causa activa y operativa
del Dios trinitario, es
también la causa del ser
y del actuar cuando se
procura tener el máximo
bien y la máxima
felicidad. Gracias a la
presencia del Espíritu
Santo, que actuaba en
su interior como el ojo de
la divinidad, logró nuestra santa vivir y transmitir el mensaje de Jesús que ofrece
nueva existencia a quienes lo toman en serio.
VII. La Inmaculada Concepción de María como misión
Beatriz era como una esfera incandescente que giraba en torno a su centro vital
y radiante para, desde ahí, desplazarse después a otras realidades inmediatas
y complementarias. Ese centro era Jesucristo, al que deseaba conocer
profundamente e imitarle vitalmente.
Beatriz tenía profunda fe, ciertamente, pero jamás renunció a pensar por
sí misma. Necesitaba de certezas y se preguntaba: ¿Quién fue María? ¿Cómo
fue? ¿Por qué y para qué fue? Nuestra santa no era una filósofa que hiciera
preguntas para encontrar respuestas racionales. No. Era una profunda creyente
que, desde su fe ardiente, se hace preguntas esenciales que le brotan desde su
espíritu inquieto y buscador porque no era una mujer fácilmente sumisa.
Preguntar es ponerse ya en el camino del encuentro de lo que se desea aclarar.
Sí, Beatriz era una buscadora por naturaleza y por instinto. Solo el que busca
encontrará lo impensado.
Para saber quién y cómo era María solo se podrá dar respuesta desde su
Hijo Jesús, que la eligió y la preparó con el amor y la potencia del Dios Infinito.
María era una mujer, sí. Pero para ser madre del Redentor era necesario que no
fuera una mujer cualquiera, sino seleccionada y mimada por la Trinidad santa.
Durante bastantes siglos, incluidos los tiempos en los que vivió nuestra
protagonista, se discutía vivamente sobre el hecho de si María había contraído
o no el pecado original. Los teólogos se dividían entre los maculistas y los
inmaculistas. La doctrina maculista era considerada por la mayoría de los
teólogos como doctrina cierta. Incluso destacados santos la defendían. A la tesis
inmaculista se la tildaba de doctrina falsa, errónea e, incluso, herética. Beatriz,
ya de pequeña, en la casa familiar, había oído de los franciscanos la defensa
apasionada de la Inmaculada Concepción de María, cosa que la debió impactar.
Es decir, María fue concebida sin pecado original.
María es la mujer elegida para ser la madre del Verbo encarnado, madre
del Cristo salvador. Esta es la raíz y el motivo de todos sus privilegios. La
maternidad de María es la base y el fundamento de todos los títulos y de las
prerrogativas que le acompañaban y revestían.
No fue fácil para ella, que recibió el mensaje de ser Madre de Dios, el ver
que su Hijo nació en la gran humildad y en silencio. No le resultó muy
comprensible el tener que huir y marcharse a Egipto como una emigrante. ¡Qué
prueba tan dura saber que su Hijo ha venido al mundo para redimirlo, y
experimentar su vida oculta y silenciosa en Nazaret durante treinta años! ¡Qué
dolor y laceración de su corazón al ver que el mensaje de su Hijo es rechazado
precisamente por los que se tenían por buenos y eran representantes de la
religión oficial! ¡Qué fuerza sobrehumana tuvo que soportar en la pasión de su
Hijo! Qué desgarro infinito sentiría cuando escuchó el grito lacerante de su Hijo
en la cruz ante el abandono de Dios. Incluso ella se sentiría abandonada y en la
más trágica confusión. Allí sentiría el misterio del mal en su soledad y dureza
más radical. Allí, precisamente allí, junto a la cruz, sentiría profunda crisis de fe,
tentada en la esperanza y dolorida en su amor.
Solo los que esperan podrán dar con lo inesperado. Pero solo los que oran
sinceramente darán con la esperanza, ya que la plegaria es la que sustenta a los
que esperan. <<La zona de la esperanza es también la zona de la plegaria>>,
en bella expresión de san Agustín.
La esperanza, apoyada y
animada en el amor, es
tenaz y, cuanto más tenaz,
es más lúcida y
comprometida. En el amor
hay una clarividencia
especial y una capacidad
sorprendente para entrever
lo que está oculto como
asimismo para comprender
lo que aún está por suceder.
Es un poder creativo que nos
pone en camino y abre
espacios cerrados a la
razón, pero abiertos al futuro
con la compañía de la gracia
iluminadora. Beatriz es un
gran modelo para nuestro
tiempo de la gran
Esperanza, que anima,
sostiene y acompaña al creyente en su itinerario existencial, siempre
haciéndose, y conviviendo pacíficamente en comunidad.
IX. Fundadora de la Orden Concepcionista
El tiempo clarifica las cosas y madura a las personas. Los treinta años de
silencio, meditación y reflexión, que Beatriz pasó en el monasterio de santo
Domingo el Real, sirvieron para madurar largamente su vida y para pensar en su
futuro ideado y que llevaba en sí desde hacía tiempo. Las grandes ideas
maduran en el silencio antes de realizarse en la acción. La vida es movimiento y
los cambios son una consecuencia del proyecto programado.
Nuestra santa era una persona que pasó elegantemente por fuertes y
complicadas experiencias personales y sociales. Aprendió de la vida cotidiana y
de sus variadas y contrastantes manifestaciones. Revivía los años dulces de su
niñez cuando estaba en su casa paterna. Rememoraba interiormente los
encuentros en su infancia con los franciscanos y lo que en su vida significaban
las vidas ejemplares de san Francisco de Asís y san Antonio de Lisboa.
Reflexionaba sobre los conflictos que le tocó vivir en la Corte real de Tordesillas.
Rebobinaba el duro viaje hacia Toledo como camino de rupturas y de
incertidumbres.
(S. Buenaventura)
La sonrisa del rostro iluminado de Beatriz ofrecía paz y ternura a los que
la contemplaban. Uno puede encontrarse a sí mismo en la vida a través de una
sonrisa luminosa y transparente. Beatriz expresaba sonriente su amor callado y
contenido a Jesucristo y a su Madre. Por ello, su sonrisa fue contagiosa y una
herencia para sus hijas. Sin duda que una buena sonrisa es un gran arte y la
gran herencia que podemos recibir y transmitir. En toda sonrisa sincera y
espontánea hay un reflejo de la transparencia de Dios y es portadora de
humanidad y de profunda paz.
Beatriz de Silva supo mirar la vida con ojos transparentes y logró oír las
mismas voces del elocuente silencio. Bellos testigos son los ojos y los oídos para
quien tiene un alma fina. Nuestra santa, con su alma fina, fue grande en su
sencillez y su sencillez fue grande. Con la sencillez de su grandeza y con la
grandeza de su sencillez dejó a su Orden un camino apasionado de imitar a
Jesús de Nazaret y a su Madre María. Presentó a la iglesia la propuesta de un
evangelio atractivo a través de su Orden; y a la sociedad dio el ejemplo de la
fuerza transformadora de la humildad y del amor, compartidos en fraternidad.
Beatriz de Silva fue una persona real, de carne y hueso, que vivió su
propia historia de forma compleja y misteriosa. No obstante, se ha convertido en
símbolo de humanidad y religiosidad. Si los símbolos dan que pensar, el rostro
oculto de Beatriz y la estrella radiante en su frente hacen pensar en una serie de
significados tan necesitados en nuestro tiempo como, por ejemplo: claridad,
sencillez, autenticidad.
La vida de Beatriz fue una bella sinfonía que comenzó a resonar desde su
infancia y concluyó con la apoteosis de su muerte. También desde la muerte
podemos clarificar la vida. Y esa es una de las grandes lecciones vitales de esa
egregia religiosa que logró crear una fecunda Orden religiosa con gran espíritu
evangélico y bella sensibilidad humana a lo largo de la historia. Hoy, la familia
concepcionista es continuación de aquel glorioso ayer, que lo comenzó Beatriz
de Silva animada por la gran Esperanza, que nunca defrauda y siempre es
fecunda.
Los hermanos de la Inmaculada Concepción y Santa
Beatriz de Silva tienen como forma de vida el
seguimiento de Cristo pobre, humilde y crucificado
por medio de la vivencia fraterna, en el servicio, la
contemplación y celebración del Misterio de María en
su Concepción Inmaculada