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LA PRUDENCIA MÉDICA

La Prudencia Medica

Índice:

Introducción

1.- Las virtudes en la medicina

2.- La prudencia en la medicina

3.- ¿Es posible la prudencia como virtud en la medicina moderna?

4.- La medicina como una actividad practica

5.- Porque nos es complicado ser prudentes

6.- La prudencia, sabiduría práctica de la razón

7.- La formación virtuosa

8.- Un gran ejemplo de prudencia el Dr. Rafael Lucio Nájera

Conclusión
INTRODUCCION

La prudencia es la virtud de actuar de forma justa, adecuada y con moderación.


Definida por los escolásticos como la recta ratio agibilium, para diferenciarla del
arte, recta ratio factibilium. También se entiende como la virtud de comunicarse
con los demás por medio de un lenguaje claro, literal, cauteloso y adecuado, así
como actuar respetando los sentimientos, la vida y las libertades de las demás
personas. Actualmente se ha impuesto el significado de actuar con precaución
para evitar posibles daños.

El nombre prudencia se toma del verbo “provideo”, que significa ver de lejos, ver
antes, prever, etc., términos afines al verbo castellano de prever, o al sustantivo
de providencia. Lo primero que indica la palabra es, pues, cierto conocimiento.
El sujeto, por tanto, en el sentido que los medievales del s. XIII dan a esta palabra,
es decir, como la facultad que es principio de actos, no puede ser otro que
la razón, esto es, la inteligencia.
Para Tomás de Aquino, la prudencia es, en sentido estricto, virtud propia de
la razón y no de la voluntad; de la razón práctica en concreto; una cualidad que
perfecciona la razón práctica intrínsecamente, es decir, en cuanto razón en su uso
práctico. Ahora bien, la razón sólo se perfecciona intrínsecamente por un acto que
deja poso en ella. A ese acto se le llama hábito. La prudencia es, por tanto,
un hábito cognoscitivo, una virtud intelectual.
Si eso es así, ¿por qué se apela a la voluntad para hablar de la prudencia? La
respuesta de Tomás de Aquino indica que “la prudencia no está sólo en la razón,
sino que tiene algo en el apetito”. Atendamos a esta observación. Aunque sea una
virtud cognoscitiva, lo que se conoce hace referencia a lo moral, esto es, a algo
propio en lo que intervine la voluntad con sus actos y sus virtudes. Pero la
prudencia no se refiere a tal materia moral, objeto o tema, como lo hacen las
virtudes morales, pues éstas no implican conocimiento sino afecto.
Ahora bien, no por referirse a lo moral su objeto es el bien como tal, sino
la verdad que la razón encuentra en esas acciones buenas de la voluntad. Aunque
afirme Tomás de Aquino alguna vez que “la materia de la prudencia es el bien
operable por nosotros”.
En caso contrario, no estaríamos ante un hábito de la razón, sino ante un acto de
la voluntad, pero es manifiesto que desde Aristóteles la prudencia se encuadra
dentro de las cinco virtudes intelectuales que el filósofo menciona.
La materia moral tiene unas características peculiares según Tomás de Aquino: es
particular, puesto que las acciones de la voluntad versan sobre lo concreto; es
contingente, pues está abierta a la posibilidad de ser de un modo o de otro, es
decir, no es necesaria; es factible
Precisamente por la rectitud difiere de otros hábitos racionales, que pese a versar
sobre la misma “materia” que la prudencia, no perfeccionan la razón en sí misma,
como es el caso de la opinión, que permanece abierta no sólo a asuntos dispares,
sino también incluso a contrarios, es decir, no está orientada hacia lo uno, a lo
más verdadero, sino abierta a los opuestos. En cambio, la prudencia se despliega
en orden a alcanzar la verdad práctica, la mayor verosimilitud posible o factible,
porque la prudencia no implica indecisión o cobardía.
La indecisión suele proceder de la sospecha de que todavía se puede encontrar
algo mejor. Ahora bien, es obvio que en lo práctico siempre cabe algo mejor. En
efecto, en el ámbito de lo contingente no cabe una perfección definitiva, un bien
absoluto. También por eso el hábito de prudencia es progresivo, es decir,
creciente. O sea, no puede adquirirse de una vez por todas y al completo. El
postergar una acción u obra buena por falta de imperio y decisión, porque se
espera conseguir algo mejor todavía, alguna vez puede ser prudente, si lo mejor
que se espera está pronto y a la mano, pero muchas veces es lo propio de una
razón imprudente (poco realista) y de una voluntad vacilante.
La prudencia, lleva consigo, la fortaleza y la templanza. Hace falta ser fuerte para
conseguir introducir la conveniencia en lo dispar, y esto también tiene que ver con
la templanza. Si la prudencia no rigiese la fortaleza y la templanza, en modo
alguno se podrían coordinar los medios entre sí. Por eso Platón afirmó que la
prudencia es “auriga virtutum”, porque -añade Tomás de Aquino- “toda virtud
moral debe ser prudente. Para que haya virtudes morales, es imprescindible la
formación previa de la prudencia. Sin ella las demás virtudes no lo son.

La acción moral y laboral son para practicarlas, no para predicarlas. Más aún, sólo
habla correctamente de ellas quien las vive, quien las practica. Por eso no es
prudente quien da muchas vueltas a un asunto bueno sin ponerlo por obra. Si
después de haber visto con suficiente claridad un deber a realizar no se lleva a
cabo, será por cobardía, pero no por prudencia. La cobardía es falta de fortaleza,
de valentía, una virtud moral imbricada con las demás, pero como los actos de la
prudencia versan sobre las virtudes morales, que son, por así decir, su objeto
propio, en ausencia de éstas ¿qué van a dirigir tales actos? Más, cómo no caben
objetos sin actos, se puede sospechar que a falta de estos, carencia de actos.
Pero ¿habrá virtud de la prudencia si faltan los actos de imperar? Obviamente no.
Por eso, el mayor error práctico es el que se comete por omisión. La omisión es
siempre imprudencia, y deviene fácilmente en injusticia.
Ser prudente es dar en el clavo, o como Aristóteles dice: errar es posible de
muchas maneras, acertar, de una sola.

1.- Las virtudes en la Medicina.


Frente a aquellos que propugnan que la Medicina no es más que una ciencia
aplicada. La razón última de la Medicina es enfrentarse al hombre en su condición
de enfermo. No es suficiente entonces sólo el conocimiento científico-técnico, sino
el acercamiento a su humanidad. No se busca sólo la curación de la enfermedad
sino la mejoría del hombre enfermo, en cuanto enfermo y en cuanto hombre. En
esta aproximación no basta la competencia profesional, sino las disposiciones
necesarias para ser una buena persona, un buen profesional.
Para alcanzar los fines de la medicina, el médico ha de adquirir aquellas
cualidades que le permitan hacer el bien que se propone hacer, es decir, que sea
poseedor de virtudes.
De entre todas las virtudes del médico, la prudencia —phronesis— es la que le
ayuda a aplicar la regla general a la situación particular. No sólo eso, sino que le
dirige hacia que la acción sea además de técnicamente correcta, buena. Se
convierte así en una conexión entre las virtudes intelectuales y las virtudes
morales.
El objetivo principal ha sido encontrar una filosofía de la medicina en y para la
práctica médica. Mediante la prudencia la acción del médico abarca el acto de
curación, el bien del enfermo. Y esto es posible dentro de una comunidad moral de
profesionales, pues es esencia, la medicina es una comunidad moral, donde los
miembros están unidos por el conocimiento y los principios éticos.

Con frecuencia el médico tiene que actuar en situaciones clínicas en las que no es
capaz de identificar todos los factores objetivos, dejando exclusivamente las
normas objetivas para los aspectos técnicos, para lo que técnicamente tiene que
hacer. Los cuidados paliativos, el tratamiento de ciertas enfermedades infecto-
contagiosas, el manejo del error médico, etc. son algunos ejemplos que no se
pueden resolver sólo con datos objetivos.

Las virtudes del médico se anclan en su propio carácter de médico. Al enfatizar


esta unión se pone de manifiesto que no basta la competencia profesional sino
que hay que tener las habilidades necesarias para ser una buena persona.
El acto médico —el encuentro entre el que está enfermo y el que tiene la
profesión de sanar— se dan tres hechos: el hecho de la enfermedad, el acto
profesional y, en tercer lugar, la obligación del médico de tomar decisiones
competentes y adecuadas. En el acto médico se pone de manifiesto el acto de la
profesión: frente a un ser humano vulnerable que está enfermo está otro ser
humano que promete ayudar, sanar, restaurar el equilibrio en la medida que el
conocimiento científico lo permita. Este acto implica, por una parte, que el médico
posee el conocimiento necesario —que es competente— y, por otra, que usa esa
competencia en beneficio del paciente y no en su propio interés. El acto médico se
concreta, finalmente, cuando el médico toma una decisión sanadora Una decisión
sanadora es aquella que hace que el paciente recupere su armonía corporal si es
posible, y quizá incluso le haga ser mejor que antes de que estuviera enfermo. El
bien del enfermo tiene varios niveles jerárquicos: en la base está el bien “médico”,
es decir, la restauración de las funciones fisiológicas y el equilibrio emocional: El
siguiente nivel es el bien para el enfermo, en su propia biografía que engloba sus
circunstancias y sus expectativas. El tercer nivel lo constituye el bien en cuanto
miembro de una comunidad. Por último, el nivel superior es su bien como ser
espiritual. Para alcanzar los fines de la medicina, el profesional de la salud ha de
adquirir aquellas cualidades que le permitan hacer el bien que se propone hacer,
es decir que sea poseedor de virtudes. Esas virtudes son la sinceridad, el respeto,
la compasión, la justicia, la integridad y el olvido de uno mismo, a la que se añade
la prudencia o phronesis, que entienden como la síntesis de todas las virtudes.

2. La prudencia en medicina

Las decisiones de sanación son consistentes con los conocimientos científicos que
disponemos, es por tanto una decisión médica competente. No sólo se precisa
tener el conocimiento teórico, sino sobre todo sabiduría práctica . En este sentido,
la prudencia ayudaría a aplicar la regla general a la situación particular. En el
contexto médico, la virtud del médico consiste en relacionar el paciente particular
al corpus general del conocimiento médico. Pero si el concepto de phronesis se
aplicara sólo de esta forma, tendría un valor limitado.
La excelencia que se espera de la práctica médica proviene de sus finalidades
específicas: el cuidado, la protección y la promoción de la salud.
La prudencia (phronesis) se convierte así en el virtud clave del médico. Es “una
virtud intelectual y moral que le dispone habitualmente a elegir lo que hay que
hacer en una situación moral concreta”, es la capacidad de deliberación, de
sensatez para buscar ser siempre la mejor persona posible y hacer la mejor acción
posible.

3. ¿Es posible la prudencia como virtud en la medicina moderna?


Podemos preguntarnos, ¿hasta qué punto el médico es capaz de y está
obligado a preguntarse por el bien del enfermo? Es a través de la práctica (la
buena práctica) se desarrollará la disposición a realizar actos virtuosos.
Podría objetarse que al centrar su atención sobre el carácter del agente y no sobre
la acción, la ética de la virtud sería incapaz de proporcionar guías concretas de
acción. Nada más alejado de la realidad. La mejor acción posible queda sometida
al juicio prudente del agente moral, “porque no es posible determinar de
antemano, previendo todas las circunstancias, aquello que se debe hacer en una
situación que no existe”. La decisión para actuar, especialmente en situaciones
morales difíciles, será siempre un salto creativo en el vacío. Hay siempre en cada
situación aspectos que son únicos. Cada individuo que puede llegar a ser afectado
por tu decisión es una persona única, inserta en una particular red de relaciones
con otros y contigo. Por lo tanto, la decisión para actuar va más allá de lo que
podrían decir los principios generales y las normas.
La competencia del médico para leer objetivamente todas las circunstancias de
una situación, el buen juicio para deliberar y elegir lo más adecuado y la capacidad
para acompañar responsablemente sus decisiones, darán vía libre para salir de
callejones cerrados. Mientras que los aspectos técnicos se aprenden y pueden
olvidarse, la prudencia una vez desarrollada y llevada la práctica, no puede
dejarse de lado.
Para Aristóteles la prudencia es una excelencia personal, una virtud. La
prudencia es una virtud primordial: combinando razón y disposición, puede dirigir
las acciones médicas buenas. La prudencia hace más por una auténtica práctica
médica que la mera contemplación de las guías o normas éticas. No hay otra
forma de entender la relación entre médico y enfermo que la de obligación de
cuidar y cuanto más cerca esté de conseguirse esa relación más próximo estará
de la verdadera naturaleza de la medicina.
Aunque algunos médicos no especifican cuánto debe abarcar esa relación entre
médico y paciente ni cuál su profundidad. Sólo quedaría enunciada en la
obligación de cuidar. El concepto de prudencia aplicado al razonamiento médico (a
la medicina normativa podríamos decir) es perfectamente asumido por todos. No
ocurre lo mismo con la interpretación más amplia, de búsqueda del bien del
enfermo.

4. La medicina como una actividad práctica


El principal objetivo ha sido encontrar una filosofía de la medicina en y para la
práctica médica. En esencia, la medicina es una actividad práctica encaminada a
la sanación del paciente particular. En este sentido la medicina es técnica y es
práctica.
La prudencia (phronesis) proporciona un “pellizco” del fin —el bien— de la
acción del médico. Si el bien se entiende como la restauración del equilibrio
fisiológico, el fin de la medicina se equipara al objetivo del profesional. Sin
embargo el fin de la medicina, es el acto de curación, y que tiene una relación
directa con los valores del paciente, por lo que el fin del acto médico es distinto del
acto en sí mismo.
Se busca también una base moral para la medicina en su práctica. Más allá del
pensamiento hipocrático, la práctica médica se fundamenta en el concepto de
prudencia, se relaciona con virtudes particulares y depende de una comunidad
moral de profesionales: no es sólo una técnica bien aplicada.

5. Porque nos es complicado ser prudentes


En la actualidad los factores son diversos y todos pueden ser justificables, pero en
el medico las causas mas recurrentes son: precipitación, emoción, el mal humor,
percepciones equivocadas de la realidad, falta de una completa y adecuada
información, el interés o beneficio, y otros tantos más. ¿Pero como poder alcanzar
tan digna virtud? El recuerdo de la experiencia pasada, inteligencia en el estado
presente de las cosas y situaciones, discernimientos al confrontar un hecho con el
otro, una determinación con la otra, asumir con humildad nuestras limitaciones. La
experiencia es sin lugar a dudas, un factor importante para actuar y tomar las
mejores desiciones, aprender o no es nuestra opción.

Una imprudencia medica hace referencia a acciones que realiza un profesional


sanitario de forma temeraria, y que por ello son previsibles desde un punto de
vista objetivo, por lo que al cometer una de ellas, se puede incurrir en un delito.
6.- La prudencia, sabiduría práctica de la razón.

La prudencia, virtud que elige los medios adecuados en orden, al siempre


deseado fin BUENO y rechazando el MALO, es decir, formación de buenos
hábitos que fortalecen la virtud= praxis.

Esto es que, la inteligencia elige los medios adecuados a fin de convertirlos en un


buen hábito (práctica); mientras que, la voluntad es del fin valiéndose de la recta
razón para alcanzarlo.

Prudencia procede o nace, según Cicerón de providentia, que traduce la


aristotélica phronesis= sabiduría, práctica, hábito práctico verdadero acompañado
de razón, con relación a las cosas buenas y malas para el hombre.

Cómo lo dijera el ilustrado Marqués de Roche Foucauld, “ el mérito de un ser


humano no debe juzgarse por sus buenas cualidades, sino por el uso que hace de
ellas”. Por la forma en que sabemos vivir… Los buenos no son los que saben…
Sino ejercicio de la razón= razón práctica que al ser humano le sirve para
orientarse en medio de la incertidumbre o la duda.

Acción sin prudencia= catástrofe, daño, desastre, suceso desgraciado de graves


consecuencias.

Virtud que facilita una reflexión, del lat. Reflexio, que significa considerar y meditar
algo con detenimiento; antes de enjuiciar, es decir, someter a examen y discusión
cualquier cosa, para tomar una decisión acertada de acuerdo con criterios (rectos
y verdaderos), del lat. Criterium = juicio, y éste del griego kriterón = facultad de
juzgar, es decir, norma o regla para conocer la verdad o falsedad de algo, o para
distinguir lo que se debe hacer o lo que no se debe hacer.

Es conveniente, tener una idea clara y precisa del ser humano para asumir o
tomar conciencia plena y adecuadamente de esta virtud, con el fin de enseñarles a
amar y elegir el bien en aquellos valores permanentes, duraderos y
trascendentes.

Madre de todas las virtudes y también, “auriga virtutum”, es decir, conductora de


todos los hábitos buenos, faro y luz de la conducta circunspecta, del lat.
Circunspectus que significa mirar alrededor, actuar con decoro, es decir, con
honor, dignidad y respeto que merece toda persona; ser cortés, buen trato del
obrar y hablar y amor que corrige, guía y orienta con inteligencia.

7.- La formación virtuosa


En el proceso de formación ética del profesionista médico debe darse inicialmente
importancia a la formación de las virtudes, antes aún que a los principios. La
formación virtuosa sirve de preventivo a muchos problemas futuros, la formación
en el paradigma de los principios no evita la aparición de problemas, pero es útil
en la solución de los que se presentan, en especial de los problemas más
complejos de la bioética clínica. La perfección profesional incluye la verdad y el
bien, el conocimiento científico y la moralidad; el médico clínico debe aspirar a
ambos binomios.

Nos preocupa la seguridad del paciente; nunca lo suficiente; desde aquel "primum
non nocere" la medicina ha ido tomando conciencia del parejo avance de la
técnica y los errores y efectos adversos.

Dos autores, Beauchamp y Childress tuvieron la buena fortuna de plasmar la


moderna bioética médica en cuatro principios en equilibrio y conflicto:
beneficencia, no maleficencia, justicia y autonomía.

Los problemas de seguridad del paciente claramente se basan en el principio de


No Maleficencia; busca compensar la suficiencia vanidosa de la medicina
moderna, para mostrarle el lado menos visible de una práctica clínica que por su
fragmentación organizativa y por la potencia de sus instrumentos diagnósticos,
terapéuticos y de cuidados, puede ser tóxica para pacientes complejos,
pluripatológicos y frágiles. Por no hablar de los pacientes terminales, donde las
estrategias paliativas tienen escaso acomodo en la lógica dominante de lucha
contra enfermedades.

Por ejemplo: en el principio de la Beneficencia, aprendiendo a tener una visión


contextual del margen de mejora de la salud: ¿conozco los riesgos de las
estrategias asistenciales?; ¿son sobre-compensados por los beneficios
esperados, ajustados a la probabilidad de conseguirlos efectivamente?; si el
paciente está básicamente sano, ¿sería aceptable un evento adverso? (caso de
las inmunizaciones y cribados, o de las intervenciones de cirugía estética y
medicina satisfactiva); si el paciente está "desahuciado", ¿serían aceptables las
penalidades y molestias que acompañan a las intervenciones para perseguir un
vano objetivo de salvar la vida, que se sujeta por la fantasía compartida del
médico y su paciente?

O bien, en el principio de la Autonomía, aprendiendo a situar los dilemas en el


contexto y bajo el control del paciente: ¿entiende el paciente la estrategia
asistencial y los dilemas clínicos?; ¿quiere él saber, y sabemos nosotros explicar
adecuadamente en qué consisten?; ¿somos capaces de no imponer sutilmente
preferencias profesionales en los pacientes?; ¿somos particularmente cautos
cuando de nuestra persuasión por una opción dependen ganancias económicas o
de poder que pueden nublar nuestra obligada parcialidad a favor de los intereses
del paciente?
Y, finalmente, en el principio de la Justicia, manteniendo un diálogo permanente
con nosotros mismos sobre si merece la pena, o valen lo que cuestan, todas y
cada una de aquellas acciones que ponemos en marcha en las estrategias clínicas
para nuestro paciente. Y aquí la relación con los problemas de seguridad se
produce tanto en la desmesura diagnóstica (¿qué valor marginal añade una
prueba adicional en el cambio del curso natural de la enfermedad?) como en la
obstinación terapéutica miope y descontextualizada.

La desinversión de lo inapropiado y su reinversión en pacientes y acciones con


gran margen de impacto en salud tiene premio adicional, ya que tiende a mejorar
el balance de seguridad clínica (beneficios - riesgos), porque implica trasladar
intervenciones a aquella parte de la curva donde el diferencial entre los
incrementos de salud esperables supera ampliamente a los efectos adversos que
podrían acontecer.

Y con estas tres relaciones podríamos concebir un QUEHACER CLÍNICO


PRUDENTE, una medicina prudente y sensata que sea capaz de sopesar riesgos
con beneficios, modularlos con la opinión y preferencias del paciente concreto, y
añadir racionalidad técnica donde la mejor evidencia ayude a reducir el uso
inapropiado e inseguro.

Se trata más de aprender a "surfear" en la caótica ola de cada enfermo, pero con
una buena tabla y una técnica bien entrenada, que de aplicar protocolos in vitro
que nunca encuentran el paciente adecuado para expresarse con plenitud. Y
surfeando con ciencia y arte podemos reencontrar al paciente y al placer de
practicar una profesión vocacional y maravillosa.

Con buena formación, con apoyo en otro compañeros, fortaleciendo valores, y


perdiendo el miedo a volar, podremos revitalizar esta vieja y nueva profesión
nuestra, de forma prudente pero también de manera ligera y relajada, por el hecho
de afrontarla de forma más sabia, creativa y reflexiva.

Porque el buen quehacer profesional se asienta en la convicción de que... aunque


pueda haber pacientes incurables, nunca hay un paciente incuidable.

8.- Un gran ejemplo de prudencia el Dr. Rafael Lucio Nájera


Nació en Jalapa, estado de Veracruz en 1819. En 1838 vino a la Ciudad de
México para ingresar al Establecimiento de Ciencias Médicas donde en 1842
obtiene su título de médico. Recién recibido, es nombrado Director del Hospital de
San Lázaro, cargo que desempeñó durante 17 años. A partir de l845 fue profesor
adjunto de la Escuela de Medicina. En l847 enseñaba Medicina Legal, y en l851,
ganó la cátedra de Patología Interna. En l855 viajó a Europa y acudió a diversas
clínicas y hospitales de Francia, donde deseaba involucrarse en las nuevas
técnicas quirúrgicas y conocimientos más recientes de su profesión.
Posteriormente regresó a México. Durante la invasión francesa, el Mariscal
Aquiles Bazaine constituyó la Comisión Científica de México, como ya se apuntó,
siendo su Sección Sexta, la dedicada a Medicina y Veterinaria, de la cual el Dr.
Rafael Lucio fungió como su Tesorero y fundador.
Fue Director de la Escuela de Medicina en 1873 y 1885. Entre sus obras
científicas se encuentran el Opúsculo sobre el mal de San Lázaro o elefantiasis de
los griegos impresa en México en 1851. La obra escrita en colaboración con el Dr.
Ignacio Alvarado, por primera vez describe la forma de Lepra “manchada” que
había pasado inadvertida por autores anteriores. Ésta forma de lepra también se
conoce como “Lepra de Lucio”.
Para comprender mejor el mérito del estudio mencionado, debemos tener
presente que los enfermos de lepra eran abominados. En algunos casos eran
custodiados por la fuerza pública, recibiendo trato de criminales en ocasiones,
pues no se puede afirmar que en todas ellas, eran esposados y llevados por
cordillera. Es decir que eran trasladados por las autoridades. Pasaban de unos
guardias a otros, asegurando la llegada del enfermo por medio de cartas que
atestiguaban su entrega, recepción y siguiente envío emitidas por las autoridades
de cada una de las jurisdicciones comprendidas en el camino a la capital.
Pernoctaban en las cárceles y no en los hospitales. (2)
Tomemos el testimonio de Justo Sierra O’Reilly para comprender las condiciones
de los pacientes:
“Has de saber que yo estoy [lazarino], que tengo que abandonarlo todo, pasar los
pocos días que me quedan en la tierra, lejos de cuanto he amado en el mundo, y
morir en el solitario hospital de San Lázaro, en medio de los más agudos dolores y
sufrimientos, cubierto de miseria y podredumbre”.
Su relación con el Emperador Maximiliano, fue muy cercana, ya que los atinados
tratamientos para los padecimientos que el monarca presentaba, la valieron el
agradecimiento de éste último, otorgándole la condecoración de la “Cruz de la
Imperial Orden de Guadalupe” en la clase de “oficial”.
En la obra “Maximiliano Íntimo”, el Secretario del Emperador, José Blasio, registró
estas palabras de la opinión que le mereció tras la primera consulta:

“Al día siguiente á la hora del acuerdo, Maximiliano me dijo que estaba muy
contento de su médico, que bastaba oírlo hablar unos cuantos minutos para ver
desde luego que era un sabio en verdad y no un charlatán; que le había llamado la
atención que fuera tan de pocas palabras” (4)

También fue, por nombramiento del gobierno, médico de los alumnos del Colegio
Militar. Sin embargo, en la aciaga batalla del 13 de septiembre de 1847 no estuvo
en el alcázar de Chapultepec para ejercer sus funciones. El Dr. Lucio justificó su
ausencia con el argumento de que “no tenía la obligación de estar allí” (5) Aunque
tras laBatalla volvió para ocuparse de atender a los heridos. Por estas acciones,
recibió una medalla de oro.

El 17 de octubre de 1870 el presidente de México, Lic. Benito Juárez, a la edad de


64 años, presentó un cuadro patológico, al que los periódicos denominaron
“congestión cerebral”, que motivó severas dudas y comentarios en sus familiares,
amigos, autoridades públicas y población en general.
Dos días después el Sr. Juárez había mejorado notablemente. Inicialmente se
diagnosticó “congestión cerebral”, posteriormente “parálisis del gran simpático”. El
cuadro repitió una semana después, el 24 de octubre, fue menos grave. Visitas
médicas y tiempos difíciles. Durante el citado mes de octubre y durante varias
semanas el Dr. Rafael Lucio se ocupó de atender al presidente, lo visitaba en
Palacio Nacional.
El 20 de marzo de 1872, precisamente un día antes de su cumpleaños, el Lic.
Benito Juárez presentó un problema médico, el Dr. Rafael Luco diagnosticó angina
de pecho, pero hubo mejoría y transcurrieron varias semanas sin trastornos. El 8
de julio presentó molestias, y se prescribió una dieta de: “vinos, media copa; jerez,
Burdeos, pulque; sopa, tallarines, huevos fritos; arroz; salsa picante de chile
piquín; bistec; frijoles; fruta y café, para ingerirse entre una y dos de la tarde. En la
noche, a las nueve, una copa de rompope, copa chica. El Dr. Lucio sin ser juarista,
había dejado de ejercer en su consultorio privado y suspendido sus clases en la
Escuela de Medicina, para acompañar a Benito Juárez en sus últimos días. El 18
de julio de 1872, el Lic. Benito Juárez moriría. Una importante referencia es el
testimonio “talentoso” del Dr. Ignacio Alvarado, que expresó: “Serían las once de
la mañana de aquel luctuoso día, cuando un nuevo calambre dolorosísimo del
corazón lo obligó a arrojarse a su lecho, no se movía ya, el corazón latía
débilmente, su semblante se demudó, cubriéndose de las sombras precursoras de
la muerte, y en lance tan supremo el Dr. Lucio tuvo que acudir contra su deseo a
aplicar un remedio muy cruel, pero eficaz; el agua hirviendo sobre el corazón...”. El
grito de agonía. El “tratamiento” provocó que el presidente se quejara
violentamente, dijo: “Me está usted quemando”. El Dr. Lucio contestó
amablemente: “Es intencional, así lo necesita usted”. Hubo cierta tranquilidad
durante cerca de dos horas, se repitió el cuadro, repitió el “tratamiento”, pero no
hubo respuesta, las fuerzas de Benito Juárez estaban agotadas. Durante las
últimas horas de vida del Lic. Benito Juárez, con la salud sensiblemente
quebrantada, el Dr. Rafael Lucio accedió a que el Secretario de Relaciones
sostuviera una audiencia, tenía un problema importante que tratar, fue recibido, el
funcionario no se enteró de la enfermedad mortal. Poco después recibió a un
general, al que dio instrucciones. Benito Juárez estaba lúcido, presentía que había
llegado al final de su destino, continuaba trabajando. Procedía de una cultura en
que el sufrimiento se oculta. Noticias difusas. En las horas finales de Benito Juárez
se le hizo saber al pueblo y a los colaboradores y amigos del Presidente que
padecía reumatismo en una rodilla. Sin embargo hubo que rectificar pues se
propagaron rumores infundados en el sentido de que su muerte se debía a un
envenenamiento y eso no le convenía a la República; las versiones se
desmintieron al elaborarse y darse a conocer el acta de defunción, documento que
fue firmado indicando que la causa de muerte era neurosis del gran simpático, se
elaboró el acta en la casa que entonces habitaba Benito Juárez, en la calle de
Moneda, en el número 1 al lado de Palacio Nacional.
Siendo así el Dr. Rafael Lucio Nájera un ejemplo de prudencia medica por estar
entre la lepra el Imperio y la República, primero estaba su labor de médico.

Conclusión
En el ejercicio médico no siempre es posible curar enfermedades o aliviar
síntomas, pero siempre se pueden consolar a un paciente aquejado por alguna
dolencia. Escuchar y validar las emociones y los sentimientos de los pacientes
puede constituir el mejor alivio para muchas personas. Si bien la excelencia
académica es un deber moral del médico, esta no constituye el único estándar de
calidad profesional. La responsabilidad medica se fundamenta en el valor de la
confianza, la cual a su vez se alimenta de otras virtudes como la competencia (la
posesión de conocimientos y destrezas necesarias para prestar un servicio), el
altruismo (la virtud que antepone los intereses del paciente a los intereses propios)
y la prudencia (la virtud que reconoce los límites de la responsabilidad
profesional). El cuidado centrado en el paciente (y no en la enfermedad) exige el
concurso de otras virtudes como la empatía, el respeto por la autonomía y el
despliegue de habilidades de comunicación que promuevan un auténtico vínculo
con las necesidades y valores de cada persona.

Referencias

1. Vidal-Gual JM. Las virtudes en la medicina clínica. Archivos en Medicina


Familiar. 2006;8:41-52. [ Links ]

2. Pellegrino E, Thomasma D. The virtues in medical practice. Oxford University


Press. New york 1993. [ Links ]

3. Walker F. Essay: Cultivating simple virtues in medicine. Neurology


2005;65;1678-80. [ Links ]

4.- Lázaro J. Gracia D. La relación médico-enfermo a través de la historia. Anales


Sis San Navarra, 2006:29(3):7-17.

5.- http://repunomada.blogspot.com.es/2016/05/medicina-prudente-para-la-
seguridad-del.html

6.- Díaz Guerra A. La ética de la virtud y la bioética. Rev Colombiana de Bioética


2009; 4 (1): 93-128.

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