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ARQUETIPO

Según Jung, los arquetipos o imágenes primordiales son “formas o imágenes


colectivas que se dan en toda la tierra como elementos constitutivos de los mitos
y, al mismo tiempo, como productos autóctonos e individuales de origen
inconciente”. Son patrones de formación de símbolos que se repiten a lo largo
de la historia y las culturas, en la humanidad entera, y a través de ellos buscan
expresión las energías psíquicas. Los arquetipos en sí mismos son inaccesibles:
los llegamos a conocer, y nunca totalmente, porque se materializan en símbolos
concretos. Su carácter primordial no alude solo a que son muy antiguas en la
historia del hombre, sino que pueden generarse en cualquier otro periodo
histórico, incluso en el actual. Los arquetipos no son ideas innatas heredadas tal
cual, sino formas, tendencias, patrones que subyacen a la formación de
símbolos. Ejemplos: el arquetipo del niño milagroso (por ejemplo Cristo, Hermes,
Zeus, etc.), el arquetipo de la madre universal (por ejemplo la madre naturaleza,
la “abuela” en ciertos indios, o el principio femenino de las religiones orientales),
el arquetipo del héroe, el arquetipo de la conservación (el fuego eternamente
vivo de Heráclito o el principio de conservación de la física), etc. En ciertas
ocasiones (por ejemplo en los mitos y los sueños), el individuo puede sacar a la
superficie estos arquetipos

Progoff Ira, La psicología de Jung y su significación social, Buenos Aires,


Paidós, 1967, pág. 93-103.

Dentro del inconciente colectivo se encuentran, según Jung, los arquetipos o


imágenes primordiales. Un arquetipo es una forma de pensamiento universal o
predisposisicón a responder ante el mundo de ciertas maneras (Jung, 1936). La
palabra ‘predisposición’ enfatiza potencialidades. Los arquetipos no pueden ser
conocidos o descritos por completo pues nuncan entran por entero en la
conciencia. Se nos presentan en forma pictórica, personificada o simbolizada y
pueden penetrar en la conciencia por medio de mitos, sueños, arte, rituales y
síntomas. Es útil estar en contacto con ellos porque nos llevan más allá del
desarrollo de nuestras potencialidades individuales y nos incorporan en el
proceso cósmico eterno. Jung indicó (1954): “El arquetipo es una especie de
predisposición para producir una y otra vez las mismas ideas míticas o ideas
similares”.

Arquetipo
Para otros usos de este término, véase Personaje tipo.
Un arquetipo (del griego αρχη, arjé, "fuente", "principio" u "origen", y τυπος,
typos, "impresión" o "modelo") es el patrón ejemplar del cual otros objetos, ideas
o conceptos se derivan. En la filosofía de Platón expresa las formas sustanciales
(ejemplares eternos y perfectos) de las cosas que existen eternamente en el
pensamiento divino.
ARQUETIPO: CAMINOS Y ESTADOS

Un arquetipo es un modelo o ejemplo de ideas o conocimiento del cual se


derivan otros tantos para modelar los pensamientos y actitudes propias de cada
individuo, de cada conjunto, de cada sociedad, incluso de cada sistema.
Un sistema de palabras, de ideas, de ideales, o de pensamientos, sigue una
conducta regular, envuelto en su propio paradigma; incluso se usan arquetipos
para modelar su propio camino, para abrirse campo en un medio de ideas
abstractas, poco entendibles o ininteligibles, solamente guiados por sus propios
pensamientos y creencias.
ARQUETIPO Y UTILIZACIÓN DEL TÉRMINO

USO EN LA SOCIEDAD Y EN EL COMPORTAMIENTO HUMANO


En el libro “Realidad del alma”, Jung propone que en el mundo primitivo todos
los hombres poseían una especie de alma colectiva, pero con el pasar de los
años y la evolución, surgió un pensamiento y una conciencia individual que
ayudó en gran parte con la formación del modo de pensar de cada cultura y de
su tipo de actuar. Una persona está integrada por conductas regidas por
arquetipos, junto con sus diferentes caminos y sus estadios. Existen tres
caminos: Conocimiento, Poder y Amor.
USO EN FILOSOFÍA
EL ARQUETIPO EN LA ANTIGÜEDAD
Platón, el más fiel discípulo de Sócrates, cree como éste que "la ciencia consiste
en lo universal" y aspira a ello por medio de la abstracción. Para el fundador del
idealismo "la mayor certeza se halla en la mayor abstracción". Al ejercitar ésta,
distingue dos mundos: el de las cosas sensibles, rayano con el no ser, y el de lo
inteligible, que es lo real mismo en sí, el tipo, la idea o el ejemplar, que
reproducen las cosas sensibles por su participación de las ideas. Pero este
mundo de las ideas requiere una jerarquía según Platón; éste, fijado por la
dialéctica, sirve de base a toda clasificación y establece claridad y orden en la
manera de tratar los asuntos.
Como efecto de la abstracción formalista y lógica, esta tesis dará eventualmente
lugar a la noción de que las ideas más vacías o más abstractas se consideran
las superiores y se colocan en el vértice de las clasificaciones. Se convierte así
la abstracción en escala para ascender al cielo y se volatiliza la realidad,
llegando a estimar que una idea está más cerca de la verdad cuanto más lejos
se halla de los hechos. Esta interpretación, hecha explícita por primera vez por
Christian Wolff, que estima que la metafísica sería la ciencia de lo posible,
alcanza su consecuencia, con rigor inflexible, en la dialéctica hegeliana, que
afirma que "el ser —la idea más abstracta— es la nada".
Ya la palabra ειδος, eidos, de donde procede nuestra "idea" revela el
simbolismo, pues expresa la especie opuesta al individuo y aún separada de él.
Para establecer la jerarquía del mundo inteligible, la imaginación se representa
(siempre fuera de la realidad) el prototipo o arquetipo (la idea primera entre las
demás de igual orden), de cada especie. Resulta, por lo mismo, como dice
Janet, que "todo arquetipo es siempre una abstracción".
EL ARQUETIPO EN LA EDAD MEDIA
Esta misma palabra arquetipo ha sido usada por los escolásticos, sobre todo por
aquellos que se acercan algo al sentido platónico hábilmente combinado con la
doctrina aristotélica por santo Tomás de Aquino, como la idea primordial, que ha
presidido a la creación del mundo.
EL ARQUETIPO EN LA MODERNIDAD
Después usó también la palabra arquetipo John Locke, en su Ensayo sobre el
entendimiento humano, pero atribuyéndola significación distinta o la que le diera
en un principio Platón. Para Locke los arquetipos son ideas, que no tienen
semejanza con ninguna existencia real, ni con la nuestra ni con la de los objetos
externos. Concibe el espíritu los arquetipos mediante la reunión arbitraria de los
conceptos simplicísimos, sin que puedan ser por lo tanto copias de las cosas.
Después de Locke, el término deja de ser frecuente en filosofía; lo usa Goethe
en el Fausto personificando las ideas en las Madres, que con sus antorchas
iluminan la región de las sombras y van guiando al héroe del poema, símbolo de
la luz de la inteligencia, que con su previsión nos guía en la vida.
Uso en biología [editar]
Artículo principal: Arquetipo (biología)

El arquetipo vertebrado según Richard Owen (1847).


La hipótesis del arquetipo ejerció gran influencia en la filosofía de la naturaleza
durante el siglo XIX y comienzos del XX. Goethe, Lorenz Oken, Carl Gustav
Carus, Geoffroy Saint-Hilaire y otros naturalistas filósofos concibieron la
diversidad orgánica determinada y producida según tipos primitivos y originarios
(arquetipos). Se trataba de un tipo ideal del que podían derivarse todas las
especies o, al menos, todas las especies de un filo.
Uso en psicología
Artículo principal: Arquetipo junguiano
El término fue introducido por Carl Gustav Jung para designar cada una de las
imágenes originarias constitutivas del "inconsciente colectivo" y que son
comunes a toda humanidad (por ejemplo, Viejo sabio). Configuran ciertas
vivencias individuales básicas, se manifiestan simbólicamente en sueños o en
delirios y son contenidos más o menos encubiertos en leyendas, cultos y mitos
de todas las culturas.
Uso en cibernética
Artículo principal: Arquetipo sistémico
El término fue introducido por Peter Senge para hacer referencia a las
estructuras genéricas de pensamiento de las personas, en situaciones de
comportamiento organizacional. Determina los principios administrativos
necesarios para que un sistema organizacional funcione eficientemente.
Uso en Diseño Web [editar]
Es un patrón de referencia del cual derivan los restantes diseños de las páginas.
Madre (arquetipo)

Demeter.
El arquetipo de la madre representaría uno de los arquetipos principales de lo
inconsciente colectivo en la psicología analítica de C. G. Jung.
La imagen de una Gran Madre remite en su génesis a la historia de las
religiones. Su manifestación simbólica se halla representada a través de una
amplia variación «del tipo de una diosa madre». Dada su escasa y condicionada
presencia como tal en la experiencia práctica, y tratándose de un abordaje
psicológico, se hace necesario plantear la fuente de la que deriva todo
simbolismo: el arquetipo.1
EL ARQUETIPO DE LA MADRE

Al igual que todo arquetipo, el de la madre «tiene una serie casi inabarcable de
aspectos», siendo expresión típica «la madre y abuela personales; la madrastra
y la suegra; cualquier mujer con la que se tiene relación, incluida el ama de cría
o la niñera; la matriarca de la familia y la Mujer Blanca».
A un nivel más elevado estaría «la Diosa, sobre todo la Madre de Dios, la
Virgen, Sofía; la meta del anhelo de salvación».
De un modo más amplio «la iglesia, la universidad, la ciudad, el país, el cielo, la
tierra, el monte, el mar y las aguas estancadas; la materia, el inframundo y la
luna».
Estrictamente, «como lugar de nacimiento y de procreación, los sembrados; el
jardín, la roca, la cueva, el árbol, el manantial, el pozo, la pila bautismal, la flor
como recipiente; como círculo mágico o como tipo de la cornucopia».
Más estricto aún, «el útero o cualquier concavidad, el ioni (‘vulva-vagina-útero’,
en sánscrito); el horno, la olla».
En forma animal, «la vaca, la liebre, y en general el animal útil».2
Como acontece en todo arquetipo, existe implícita una expresión favorable o
nefasta, dándose cabida a su vez a lo ambivalente.
PROPIEDADES
Sus propiedades son
Lo «maternal»: por antonomasia, la mágica autoridad de lo femenino; la
sabiduría y la altura espiritual más allá del intelecto; lo bondadoso, protector,
sustentador, lo que da crecimiento, fertilidad y alimento; el lugar de la
transformación mágica, del renacer; el instinto o impulso que ayuda; lo secreto,
escondido, lo tenebroso, el abismo, el mundo de los muertos, lo que devora,
seduce y envenena, lo angustioso e inevitable.
C. G. Jung. Los arquetipos y lo inconsciente colectivo (página 79)3
La contradicción y ambivalencia resultantes pueden expresarse como Madre
amante y Madre terrible:
En el cristianismo medieval lo hallamos en María como Cruz de Cristo.
En India estaría presente en la diosa Kali.
En la doctrina sankjia aparece como las tres gunas de la prakriti (materia):
bondad, pasión y oscuridad.
En la psicología masculina, el arquetipo de la madre y el ánima (o arquetipo de
lo femenino) se hallan inicialmente entremezclados.
EXPERIENCIA INDIVIDUAL
La figura de la madre cambia y contiene una extraordinaria importancia al pasar
de la psicología de los pueblos a la experiencia individual.
Será el psicoanálisis quien centre sus esfuerzos en un intento de abarcar
exclusivamente a la madre personal. Mas, desde la psicología analítica, ésta
pasará a tener solo una importancia relativa. Y es que no solo habría que tener
en cuenta la interacción de una madre real sobre la psique infantil en desarrollo,
sino también el arquetipo proyectado en la madre.
Los efectos de la madre remitirían por lo tanto a dos fuentes:
Rasgos de carácter u opiniones pertenecientes a la madre personal.
Proyecciones arquetípicas del hijo.
Todo ello se correspondería con el cambio de postulado efectuado por Freud
respecto de la etiología de las Neurosis, al pasar del Trauma a «una evolución
especial de la imaginación infantil».
Debería buscarse así la base sustentadora de toda neurosis infantil en la
perturbación nacida de los padres, en especial de la madre, sobre el desarrollo
natural del niño, reconociéndose en los contenidos anómalos de la fantasía no
ya una responsabilidad en exclusiva nacida de la madre personal, sino también
afirmaciones arquetípicas que la trascienden, apuntando inclusive hacia la
mitología.
Dichas fantasías deberían someterse por tanto a un examen cuidadoso.
Como fin último, debe dirigirse la atención hacia una correspondiente disolución
de toda proyección, a efectos de permitir el retorno de los contenidos a su
origen; al fin y al cabo, todo arquetipo conforma ese «tesoro en el campo de
oscuras representaciones» del que hablaba Kant.
EL COMPLEJO MATERNO

En la esfera de lo inconsciente colectivo, el arquetipo materno representa la


base del complejo correspondiente a nivel de lo inconsciente personal.
En toda neurosis se presentaría por tanto una constelación arquetípica que
posibilitaría una fisura en la psique infantil, y por ende, una escisión en la
vinculación materna.
EL COMPLEJO MATERNO DEL HIJO
En el hijo, y a diferencia de la hija, se presentarían como efectos típicos la
homosexualidad y el donjuanismo.
En la homosexualidad el elemento heterosexual queda adherido de manera
inconsciente a la madre, en el donjuanismo se busca inconscientemente a la
madre «en cada hembra».4
Debido a la preexistencia, como punto de partida, de una desigualdad de sexos
entre el hijo y la madre, el complejo materno nunca es puro en éste.
Y es que junto al «arquetipo materno» resulta ser de vital importancia el
arquetipo del ánima, o de la pareja sexual.
Así se asistiría a una inicial interposición de factores de atracción o repulsión
erótica a los yá consabidos procesos de identificación o resistencia.
Mientras que en el hijo el complejo materno «lesiona el instinto masculino
mediante una sexualización no natural», en la hija, tratándose de un caso puro
por identidad de sexos, genera dos posibilidades:
Intensificación de los instintos femeninos, manteniéndose inconsciente su propia
personalidad.
Debilitación y extinción de los mismos por proyección en la madre.
Finalmente, a las vicisitudes propias de la psicopatología deben añadirse los
efectos positivos que todo complejo comprende.5
EL COMPLEJO MATERNO DE LA HIJA
LA HIPERTROFIA DE LO MATERNAL
El sobredimensionamiento de lo femenino genera un aumento proporcional de
los instintos femeninos, sobre todo del maternal. La faceta negativa del mismo
viene representado por «la mujer cuyo único objetivo es parir». El hombre es
percibido como instrumento de procreación, pasando a tener consecuentemente
un carácter secundario. De igual modo a la propia personalidad, la cual es
sacrificada en virtud de los demás.
Mientras el eros se manifiesta conscientemente como relación maternal,
permanece inconsciente en su faceta de relación personal.
Dado que «en ausencia de amor, prevalece la voluntad de poder», la
inconsciencia de la expresión personal de eros derivará en falta de
autosacrificio, más allá de lo maternal,
antes bien, con una en ocasiones despiadada voluntad de poder, hace
prevalecer su instinto maternal hasta destruir la personalidad y la vida personal
de los hijos.6
La inconsciencia de la propia personalidad resulta directamente proporcional a la
inconsciencia de la voluntad de poder.
El intelecto no es desarrollado per se; continua siendo en cambio
primigenio y natural, sin objeto y sin escrúpulos, pero también verdadero y a
veces incluso profundo como la naturaleza.6
LA HIPERTROFIA DEL EROS
Como alternativa a la «hipertrofia de lo materno», el complejo también puede
generar su extinción y correspondiente sustitución por una hipertrofia del eros,
estableciéndose con elevada probabilidad una inconsciente relación incestuosa
con el padre a iniciativa de la hija. Lo opuesto a dicho posicionamiento, es decir,
el incesto con la hija a iniciativa del padre, partiría de la proyección del arquetipo
del ánima tomando como punto de referencia la psique de éste último.
Los efectos de un eros exacerbado conllevan una elevada idealización de la
personalidad del otro, así como la presencia de celos hacia la madre, en íntima
unión al afán de superarla.
El predominio de ésta tipología incluye una elevada inconsciencia. La ceguera
del significado conductual en estas mujeres conlleva un gran perjuicio tanto en
quien es desplegado el eros como en ellas mismas, a diferencia, por ejemplo,
del complejo paterno femenino, donde el padre es protegido y cuidado
maternalmente.
Finalmente, en aquellos hombres de un eros poco activo, ceñidos a un logos
unidireccional, la presente tipología femenina les hace más proclives a proyectar
su ánima.
LA IDENTIFICACIÓN CON LA MADRE
Ante la inexistencia del énfasis en lo instintivo, ya sea de carácter erótico o
maternal, nos situaríamos ante una «identificación con la madre», en detrimento
de la personalidad propia, que quedaría por lo tanto proyectada sobre la misma.
Sin embargo, y a pesar de la concesión hecha a una existencia en la sombra, la
presencia de una vacuidad predominante será proclive a suscitar
complementación por mediación de toda proyección masculina tendente a
imaginar el todo en la nada.
Porque una ambigüedad tan grande en la mujer es el anhelado contraste con
una firmeza masculina clara y sin rodeos, que sólo puede darse en el hombre
con éxito relativamente satisfactorio si consigue deshacerse de todo lo dudoso,
ambiguo, impreciso, obscuro, mediante su proyección sobre un ser femenino tan
encantador y candoroso.7
LA DEFENSA CONTRA LA MADRE
Como último posicionamiento hallaríamos un tipo intermedio a los tres tipos
extremos yá presentados: «la defensa contra la madre» sería un complejo
materno negativo cuyo lema es «Lo que sea, pero nunca como mi madre».8
Prima el saber lo que no se quiere a costa de la duda sobre su propio destino.
No acontece una identificación correspondiente y el área instintiva (eros y
maternidad) se concentra en la madre, esta vez de modo defensivo.
Todo ello deriva en una incapacidad en labrarse la propia vida, así como en una
limitación a todo proceso instintivo.
Y es que el leitmotiv vital queda simplificado en una constante defensa contra la
madre.
Sería dicho rechazo el que conlleve a veces «un desarrollo espontáneo de la
capacidad intelectiva», de un modo paralelo a «cierto aflorar de rasgos
típicamente masculinos».
LA LUNA, APROXIMACIÓN AL ARQUETIPO DE LA MADRE

Autor: Silvia Lebrero


Reflexionemos sobre algo tan evidente, tan conocido por todos, tan recurrente
en nuestras vidas como es la Luna. Tan evidente, digo, y sin embargo tan
desconocido, fundamentalmente como símbolo. ¿Cómo no reconocer en ella, tal
como hacen los poetas, una fuerza viva, una musa, un instinto?. Estos mismos
poetas que saben decir en la voz de Baudelaire:

"La Luna, que es el capricho mismo,


miró por la ventana mientras tú dormías en tu cuna y se dijo:
'esta niña me gusta'".

Como una madre, como un don heredado, la Luna nos guía desde el nacimiento.
Hablan de ella muchos mitos y se le han dado muchos nombres :
¿Quién es esta bella, enigmática, inocente, terrible y sabia presencia?, ¿Qué
cosas evoca y convoca la Luna en su danza intemporal y cíclica?. ¿ Por qué,
bajo la luz de la luna, se despiertan sentimientos tan diversos: la absoluta calma,
los demonios más intensos, los recuerdos refrescantes , la intranquilidad que
priva del sueño o la alegría de saber que mañana nos espera otro día más?.
La luna siempre ha sido fiel portadora de las más bellas, confiables y a la par,
terribles imágenes.
Todos nos hemos ocupado de ella y con distintos lenguajes: La astronomía nos
informa de su forma, la tecnología ha llegado a poner en ella su pie, y tenemos
datos y fórmulas que no la agotan.
En Psicología profunda y en astrología, la Luna nos remite a la idea del
Arquetipo de la Madre y por tanto, de nuestra Madre Interna: Lo seguro, lo
cómodo, lo instintivo nutricio, nuestro primer vínculo de amor.
La Luna atraviesa el cielo vinculándose con el Sol en un eterno juego atemporal,
nada más seguro y a la vez cambiante, que en sus distintas fases se convierte
en el fiel recordatorio de esa ley inexorable con la cual todo el universo es
atravesado: los Ciclos.

Ella pertenece también a un lenguaje que nos habita y es sin embargo


inagotable: El símbolo

LA ASTROLOGÍA: UNA MIRADA DEL MUNDO

La misión de la astrología ha sido siempre la de reflejar e interpretar los ritmos


ordenados del cosmos con el devenir humano. Todo se refleja en todo. Juego de
espejos animado... y ordenado por una ley impersonal y atemporal, la misma ley
que nos cuenta el Eclesiastés, Cap.III, I:

"Para todas las cosas hay una estación y todo lo que se quiere debajo del cielo
tiene su tiempo: Tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo
de arrancar lo plantado; tiempo de matar y tiempo de curar; tiempo de destruir y
tiempo de edificar; tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de endechar y
tiempo de bailar; tiempo de esparcir las piedras y tiempo de allegar las piedras;
tiempo de abrazar y tiempo de alejarse de abrazar; tiempo para recibir y un
tiempo para perder, tiempo de guardar y tiempo de arrojar; tiempo de romper y
tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de hablar; tiempo de amar y tiempo
de aborrecer; tiempo de guerra y tiempo de paz".

Como arte sagrado ella pertenece al mundo del símbolo, y este, del griego sym-
ballem, es aquello que unifica, re-liga e integra, a diferencia de su opuesto dia-
ballem, lo diabólico, que separa, divide, des-liga y degrada. Vivimos en un
mundo desarticulado, carente de sentido y creemos ciegamente en él. Lo
diabólico se ha convertido en moneda corriente. Frecuentemente vivimos en la
oscuridad. El hombre olvida su vinculación con lo viviente y convierte en religión
lo inanimado: La literalidad de los hechos. Dejamos de preguntarnos siquiera si
no habrá algo debajo de lo que vivimos que intenta ser reconocido y clama por
ser integrado en nuestras vidas. La astrología se ocupa de volver a conectar lo
que sucede con sus verdaderas raíces arquetípicas. Así como en los mitos y en
los cuentos de hadas existe una sabiduría que se dirige a nosotros y que
comprendemos sin el intelecto racional, en astrología se explica el alma humana
a través de imágenes que reverberan, dejándonos en contacto con quienes la
originan: El mundo arquetipal. Las imágenes arquetípicas remiten a experiencias
que atraviesa no solamente la estructura básica de la psique humana sino del
universo en su totalidad.

La astrología, es una disciplina rigurosa que reflexiona sobre el humano anhelo


de realización de la totalidad e integridad de la psique , conectándola con
aquello que la habita: Las grandes potencias anímicas llamadas , de forma
simbólica, planetas o dioses o arquetipos, presentes desde el inicio de nuestras
vidas, haciendo de cada criatura, ser o situación algo único con un propósito y
dirección, un "thelos".

EL ARQUETIPO DE LA MADRE Y LA LUNA:

La Luna como arquetipo viene ligada al principio materno, primera figura que
siendo portadora de lo femenino trae con ella todo el embeleso, la magia, el
hechizo tanto en sus variantes nutrientes como devoradoras.
La Madre como arquetipo, como modelo interno de una experiencia arcaica e
universal: La humana y básica necesidad de seguridad, supervivencia y
pertenencia, el sabio principio instintivo que nutre, mantiene la vida y se aferra a
ella. Desde este sitio imaginal, estamos siempre en el propio hogar y
fuertemente conectados con aquello que nos sostiene: La estabilidad y
confianza emocional en la psique que, como raíz, anima y sostiene.
Cada mes, al mostrarnos sus múltiples caras a través de las distintas
intensidades de luz con que la vemos, vuelve a cerrarse sobre sí misma: la Luna
abre y cierra. En esta dinámica están presentes simbólicamente todos los
abrazos y los besos protectores, las sábanas que cubren anticipadamente el frío,
el ala protectora brindando calor al nido, protegiendo la vida que aún no está
lista para salir. Nada más acogedor que este movimiento, pero en la medida en
que en vez de preservar la vida, sabia tarea que tiene encomendada, puede
convertirse también en un punto de repetición y refugio , que remite a lo pasivo,
lo cómodo, lo conocido, lo que no requiere ningún esfuerzo, lo inerte. La misma
dinámica muestra entonces su cara más oscura: Devora, confunde y anula el
ingreso de otras demandas anímicas que aspiran a un propósito conciente y
significativo e implican voluntad, soledad y discernimiento.
Solemos decir en astrología: Donde está la luna en la carta natal, está la madre.
Que no es la madre literal o física, si bien suele describirla acertadamente. Lo
que si cuenta esa luna simbólica es la íntima vivencia que se tiene en el
encuentro con lo instintivo , que genera una enorme incertidumbre; siendo la
infancia y su desvalimiento, el primer momento en que experimentamos este
encuentro con el arquetipo.
Así, lo que viene de la mano de este luminar es el recuerdo, la memoria de lo
vincular , que en la infancia se enlaza a figuras primales. Momento que carga
con un alto montante afectivo y puede convertirse en defensa ciega, automática
y lugar de apegos frente a lo que se presenta como nuevo y desconocido,
movimiento neurótico que cierra y protege de otros contenidos.

Esta suerte de conciencia pasiva alberga en sí un gran tesoro: El principio


femenino húmedo y fecundo, que en su natural seguridad y raigambre no teme
ya el encuentro con el apolíneo Sol, siendo entonces su función ser fiel reflejo de
la tarea solar, promesa creadora de un futuro consciente y quizás en esto estribe
el motivo de la involuntaria conmoción que nos embarga al ver en los cielos cada
mes el apareamiento divino, recordatorio universal de los sucesivos encuentros
de esta boda mística.

En la cultura Griega y en su concepción mítica del mundo, el lugar de la Gran


Madre corresponde a Gea, quien fue la primera creación cósmica tras el Caos
inicial y madre de todas las cosas; posteriormente este lugar fue tomado por
Rhea -a veces también llamada Cibeles- y finalmente por Demeter, quien
representaba una divinidad mucho más personalizada, próxima, humana y
menos abstracta -como del resto todos los Dioses de la tercera generación
Divina.
La tierra ha sido considerada por todas las culturas fuente de fertilidad,
comúnmente representada por una Diosa Madre a la cual se le rinde culto y
veneración con la esperanza de obtener sus beneficios y dones.
Demeter, hermana y consorte de Zeus era la Diosa de la fertilidad y de la
riqueza agraria. Ella se ocupaba del crecimiento del grano, del arte de la
agricultura y las prácticas relacionadas con el arado. Fue Demeter quien inspiró
a la humanidad por el dominio y la propiedad de la tierra, ya que del surgimiento
de la agricultura se originó la costumbre de vivir en comunidades asentadas.
Gracias a ella creció en el hombre el sentimiento de pertenencia y el
mantenimiento de la ley y el orden; por todos estos motivos era considerada la
diosa de la civilización.
Generalmente Demeter se representaba como una bella y corpulenta mujer
vestida con ropajes ondeantes, coronada con espigas de trigo y sosteniendo una
espiga de grano, una hoz, o con un arado y un cuerno de la abundancia.
Su imagen en la mitología aparece ligada a su hija Kore/Perséfone,
representando ambas una unidad, siendo Persefone la semilla y Demeter la
madre tierra. A ellas se le rendía tributo en los Misterios Eleusinos, rituales
relacionados con los misterios de la vida, muerte y renacimiento representados
por la tierra, la semilla, las estaciones y sus cambios. Era Persefone, - reina de
la muerte y del renacimiento- quien se ocupaba de la semilla tras su estado de
putrefacción para otorgarle nueva vida.

Demeter y Persefone

Los cuidados de Demeter estaban dirigidos principalmente hacia su hija Kore


(Proserpina Romana) quien, en la Isla de Sicilia -su lugar favorito de descanso-
paseaba sin rumbo durante el día por las praderas recogiendo flores. Un día
como cualquier otro, Kore invitó a sus doncellas para pasar la mañana juntas en
el campo. Estas, alegres, entre cantos y risas atrajeron la atención de Hades
(Plutón), quien paseaba en su carroza tirada por cuatro corceles negros. Para
averiguar de dónde procedían esos sonidos, el Dios bajó de su carroza y
observó a través del espeso follaje: vio a Kore sentada rodeada de flores con
sus compañeras agrupadas a su alrededor. Una sola mirada bastó para
convencerlo que su felicidad dependía de la posesión de esta joven criatura.
Hacía ya mucho tiempo que Hades había intentado persuadir una tras otra a las
Diosas a compartir su lúgubre trono, pero todas habían rechazado tal honor y se
habían negado a acompañarlo a una tierra oscura donde no llegaba el brillo del
Sol ni el canto de los pájaros. Herido y decepcionado por los continuos rechazos
realizó una promesa solemne donde aseguraba que más nunca cortejaría a una
Diosa, por lo que decidiría que, en lugar de invitar gentilmente a Kore a ser su
consorte, la raptaría. Otras versiones del mito narran que tras la negativa de
Demeter a perder la compañía de su hija; Hades junto con el consentimiento
tácito de Zeus decidiría esperar el momento oportuno y entonces, raptarla.
El momento adecuado llegó en el instante que Kore se encontraba absorta
recogiendo una flor de Narciso, cuando la tierra se abrió bajo sus pies y apareció
Hades montado en su carro dorado. Las ninfas temblorosas, intentaron
resguardar a Kore quien entre su sorpresa y agitación dejó caer las flores y
permaneció inmóvil entre ellas. Hades aprovechando la incertidumbre de Kore la
tomó en sus brazos, y entre ruegos y forcejeos la montó en su carro alejándose
velozmente.
Kore giró sus ojos llorosos para dar un último vistazo de despedida a la tierra
madre que abandonaba mientras en un pensamiento amoroso hacia Demeter
imaginaba la angustia de la misma cuando la buscara en vano por todas partes
sin hallarla. Gritó desesperada.
Mientras tanto, Demeter preocupada al escuchar el llamado de su hija, retornó
de los campos de grano y tras la búsqueda infructuosa, vagó desconsolada
mientras la aprensión la envolvía. Llego la noche y con antorchas en ambas
manos deambuló por la tierra llamando el nombre de Kore. Tras preguntar a
Helios quién había raptado a su hija, supo que el mismo Zeus había intercedido
para que Hades la hiciera su consorte. Ante tal noticia, sus tareas diurnas fueron
completamente desatendidas tanto que la lluvia dejó de refrescar la tierra, el
grano fue secado por los ardientes rayos del Sol mientras Demeter continuaba
llamando a Kore.
Durante la búsqueda, Demeter se sintió sedienta y a lo largo del camino
encontró a una mujer de nombre Mime quien le proporcionó agua. La Diosa
bebió de una forma tan rápida y desesperada que el hijo de Mime, Ascalabo, se
burló de ella. Al darse cuenta, Demeter, quien no estaba de humor para bromas,
lanzó el resto del agua al niño, convirtiéndolo en una lagartija. Por esto se dice
que quien mata a este animal es amado por los Dioses.
Finalmente, cansada, en su desesperada búsqueda se sentó al borde del
camino, cerca de la ciudad de Eleusis, dando rienda suelta a su inagotable
tristeza.

Demeter y Demofonte

Perdido su semblante de Diosa y convertida en una anciana harapienta Demeter


llamó la atención de las hijas del Rey Celeus. Estas, conmovidas por su tristeza
le ofrecieron seguirlas hasta el palacio real y tras consultarlo con su madre -la
reina Metanira- le entregaron a su cuidado a Demofonte, su hermano menor.
Al ver al niño, la Diosa sintió una gran alegría y pensó que, en secreto, podría
otorgarle el don de la inmortalidad. Fue así que untó sus miembros con néctar,
murmuró un hechizo y lo colocó sobre brasas ardientes todas las noches para
que el fuego consumiera todos los elementos mortales de su cuerpo.
Metanira, entrando sin hacer ruido a la habitación y observando a su hijo arder
sobre las brasas corrió y lo tomó desesperada entre sus brazos al mismo tiempo
que Demeter retomaba su porte de Diosa. Demeter explicó contrariada la
intención de su actuación, tras lo cual ordenó la construcción de un templo en su
honor:
“Que las gentes de Eleusis me construyan un templo al pie del Acrópolis, sobre
la fuente de las aguas claras, en la cima del cerro. Allí he de fundar yo mis
misterios. Allí orareis venerándome y lo celebrareis con reverencia”
Una vez construido el templo, Demeter permaneció en soledad jurando no volver
a sus labores de Diosa de la fertilidad hasta que su hija Kore le fuera devuelta

El regreso de Persefone

Mientras tanto Zeus, preocupado por la sequía que imperaba sobre la tierra
envió a Hermes al Inframundo para convencer a Hades que devolviera a la
doncella. El Dios Oscuro entonces permitió que su esposa se preparara para ir
al encuentro con su madre, no sin antes ofrecerle unas semillas de granada que
Kore comió. La reina de las sombras no podría retornar a la luz para siempre, ya
que quien comía en el Tártaro, a él debía volver. Fue así que se decretó que por
cada grano que hubiese comido, debía pasar un mes de cada año en el
tenebroso reino de su marido. Fue entonces que la ahora llamada Perséfone
debió permanecer seis meses con Hades y el tiempo restante en la soleada y
fértil tierra junto a su madre.
Hermes fue el escogido para acompañar a Perséfone en su camino de salida y
vuelta del Hades. Una vez reunidas madre e hija la tierra florecía y se llenaba de
verde y abundancia, era la llegada de la Primavera. La diosa entonces,
proporcionó a los hombres las técnicas relacionadas con el arado y el trabajo de
la tierra y a los iniciados los rituales relacionados con el ciclo vida/muerte que
contenían una clave para la compresión de la vida eterna: Los Misterios
Eleusinos.

Aspectos Psicológicos

El arquetipo de la madre comprende la idea de la nutrición desde un nivel vital


básico -alimento- hasta las necesidades de nutrición relacionadas con el espíritu,
expresado en el mito en la revelación de los Misterios Eleusinos.
En la mujer, una fuerte presencia de este arquetipo representa la necesidad
urgente de ser madre, estando la feminidad íntimamente relacionada con la idea
de la maternidad. Procrear y cuidar de los hijos representa el rol y la misión más
importante. Es la forma por la cual Demeter expresa su potencial creativo, tiende
a vivir su vida a través de la vida de sus hijos, experimentando las alegrías y
tristezas de los mismos como propias. Sin embargo esta capacidad de alimentar
a otros y dar sustento puede canalizarla a través de vías que van más allá de la
maternidad, tales como profesiones de ayuda y el cuidado de otras personas.
Demeter es la proveedora en sentido amplio, en ella está presente el rasgo de la
abundancia, sea este alimento, apoyo emocional o espiritual. Siempre y cuando
tenga cerca a quienes ama será generosa y cálida, dispuesta a dar sin
necesidad de recibir. Se sentirá completa ayudando a otros y cuidando de las
necesidades ajenas, las que siente como propias.
Su visión de la feminidad está restringida al rol de madre, pudiendo establecer
relaciones de afinidad con otras “mujeres Demeter” con las cuales los temas
principales girarán entorno a la educación de los hijos y el cuidado de los
mismos. Su papel es el tradicional femenino, el de la madre protectora y
proveedora. Ella considera el desarrollo profesional y la salida al mundo laboral
como un descuido de sus actividades hogareñas siendo el feminismo para ella
un tema ajeno y desconocido.
Como mujer, Demeter tiende a encontrar hombres tipo hijo-amante, a los que
sobreprotege y trata como niños. Ella puede continuamente justificar los actos
infantiles de su pareja, quien generalmente es un hombre sensible, soñador,
dependiente e incomprendido socialmente, con dificultad para concretar los
aspectos prácticos de la vida. Es un hombre que busca a una mujer maternal
que sea una buena madre para él, y la encuentra en mujeres con un fuerte
componente de Demeter.
Este arquetipo femenino también puede ser blanco fácil de hombres que se
aprovechen de su amor incondicional: el hombre explotador, únicamente
preocupado por sus necesidades, incapaz de intimidad emocional y exigente. Es
un hombre/niño narcisista que encuentra el amor de una madre preocupada en
complacerlo, sin pedir nada a cambio.
El hombre ideal para Demeter es aquel que tiene sus mismas necesidades:
formar una familia, tener hijos y construir una vida hogareña. Este hombre le
ayuda a canalizar sus deseos maternales a través de la crianza de los hijos, es
un buen padre y al mismo tiempo cuida de ella. Es el hombre que se siente a
gusto con la esposa/madre más que con la esposa/amante.
Las dificultades de Demeter aparecen una vez que su función materna ha
cumplido su ciclo, los hijos han crecido y llega el momento que salgan de casa.
Ella tenderá a volverse controladora y posesiva, tratando de evitar el momento
de la separación. Como los hijos son la razón de su vida, la ausencia de los
mismos le generará un vacío enorme que no podrá ser llenado por nadie.
Demeter en esta circunstancia se entristece, pierde el sentido de vivir y su rabia
cubierta por un velo de tristeza estará dirigida no sólo hacia ella misma sino
hacia quienes intenten ayudarla. Se sentirá victima, sin interés por más nada, se
quedará “detenida” : así como Demeter en el templo de Eleusis, negada a
producir vida, seca por dentro y estéril de emoción. Bajo estas circunstancias
puede aparecer el aspecto oscuro y sombrío de lo femenino materno: la
necesidad de controlar y poseer sin considerar la individualidad y singularidad de
los suyos, la sobreprotección sofocante que se torna destructiva. Son mujeres
que han dedicado su vida a los hijos, a verlos crecer y muchas veces a vivir sus
deseos frustrados a través de los mismos. Cuando los hijos intentan romper el
cordón para salir de casa -lo que generalmente ocurre de forma violenta, ya que
ella no permite una salida pacífica y sin traumas- quedará resentida,
incomprendida, sintiendo que no se le ha reconocido el “sacrificio de una vida”.
La depresión de Demeter encierra un aspecto agresivo/destructivo que no se
expresa de forma franca y directa, recordemos que en el mito, por su dolor y
pérdida, deja a la humanidad bajo la amenaza de una hambruna. Ella puede
castigar con su rabia a quienes nada tienen que ver con su aflicción.
Pero Demeter puede también canalizar su tristeza de una forma creativa, si ya
no tiene a los hijos cerca para cuidarlos porque ya son adultos y seres
independientes, tiene la opción de buscar actividades donde pueda cuidar de
otros que sí la necesiten, realizando así un servicio social con un sentido
trascendente.
Su depresión por el síndrome del nido vacío puede ser superada si comprende
que la expresión de la maternidad abarca ámbitos más amplios de los que ella
pudo haber imaginado.

Los Misterios Eleusinos


Misterios Menores I

Discurso de un mistagogo en vísperas del Pequeño Festival Eleusino en Agra, a


orillas del Ilisio, en las a fueras de Atenas. A fines de Febrero. Se dirige a los
antiguos mistos y a los nuevos neófitos en Atenas.

Amigos viejos y nuevos, nos hemos reunido en este día para aclarar nuestras
mentes y captar el significado de los ritos de mañana.
Aquellos de vosotros que fueron iniciados en años anteriores ya conocen este
significado. Pero esta noche harán bien en recogerse y refrescar su memoria.
Aquellos que vienen por primera vez han de tratar de reflexionar con su propia
mente.
¿Qué es lo que queréis?
¿De qué modo se relacionan el propósito y las experiencias que os han traído
hasta nuestro sagrado telete, con las ceremonias de la primavera?
Mientras, despreocupados, pertenecíais al círculo del eterno devenir, ¿la llegada
de la deidad no significaba para vosotros abundantes cosechas, una fértil
vaquilla en el establo, el resplandor del dios de la uva y también el anhelo
ardiente cuya fuerza hinche los miembros como el viento las velas y que habéis
conocido con vuestra esposa, amante, mujer o esclava?¿No significaba
únicamente esto?
Podéis haberlas conocido; y, así, son buena cosa. Buena como bueno es el
nebuloso capullo, bueno como el pez que desova y las aves que anidan. Sin
embargo la tierra está llena de males, como lleno el mar. Habéis hallado la vida
insuficiente. Habéis venido aquí.
¿No podríamos comparar vuestros sentimientos y vuestras intimaciones – aún
siendo diferentes en cada uno de vosotros- aun soplo de primavera?
Estabais muertos, ya hora comienza a agitarse una nueva vida en vosotros.
El Dios estaba ausente en vosotros. Nosotros anunciamos su venida.
Estabais dormidos cual semilla sen invierno. Y un obscuro anhelo, nacido de un
divino inconformismo, ha penetrado en vuestros sueños.
Al igual que Cora, habéis caído en la generación.
Al igual que Perséfona, la de dormidos ojos, habéis morado abajo, esclavos de
vuestros rebaños, de vuestras casas, de vuestros hijos, de vuestros bienes.
Y al igual que Deméter, el Amor ha llorado por vosotros.
Ahora se aviva la luz en la oscuridad.
Como Hermes con su vara de oro, la sabiduría de los Dioses ha venido en
vuestro auxilio para conduciros en vuestro ascenso.
¿Habéis dejado tras vosotros el pasado como estéril sueño?
¿O habéis siempre sabido, amado y esperado en las tinieblas?
¿Os ha traído el dolor, la pérdida, la saciedad, una mente que indaga o el deseo
de expiar algún mal abrumador?¿Habéis venido en alas de la pasión que inflama
el calor de vuestra juventud, o arrastrados por la desilusión de los años, el temor
a la muerte o cualquiera de las hambres que roen las entrañas? ¿Os ha llamado
suyo el bien, esperáis, como Ariadne, el verdadero amor? ¿O habéis, como
Semele, conocido el relámpago de la divinidad, un ensayo de lo que es la
muerte? Hay estos y otros motivos para retornar.
Habéis comenzado a morir, y nosotros os enseñamos a morir y a renacer.
Mañana, a orillas del Ilisio, absorbed la belleza del mundo, el detalle y el todo.
Recordad. Tratad de aprender cómo tras los siete velos de la naturaleza, la
mente, permanece estable, anciana, inmutable.
En la generación, reino de Cronos, el sitio es por siempre y únicamente sitio. Y
el tiempo es por siempre y únicamente tiempo. Esto, y la individuación, es la
causa del mal.
El Universo, el mundo sujeto al tiempo y al espacio, son la imagen imperfecta del
Uno.
El dios, cuyo ropaje es el mundo sensible, yace libre del tiempo y de sus
condiciones. A E l celebramos con nuestros himnos epópticos.
Cada Brizna de yerba, cada animal de piel, la rama que brota de todo árbol,
brillan con fulgente luz de Dionisios a los ojos de quien puede ver.
Aquellos múltiples cambios que sufre al convertirse en vientos y aguas, en tierra
y en estrellas, en el nacimiento de plantas y animales, se llaman Desapariciones
y Renacimientos. Y el canto que entonan lleno está de sufrimiento y extravío.
Pero también son cantos plenos de dicha en otro Nacimiento.
Quiero que ahora comprendáis que al acercaros al Metroon de Demeter, durante
las fiestas de la primavera, nos abstenemos de lamentaciones. No lloramos
nuestras pérdidas ni clamamos por nuestros males. Acercaos al santo lugar sin
llevar consigo vuestros pesares ni vuestros deseos. Podréis así, nutriros de una
Vida Mayor; podréis así percibir el camino que enseñamos.
Cuando haya terminado el festival en el último día de la Antesterión, nos
reuniremos nuevamente aquí.
Comenzaré la iniciación en vuestros agrado telete.
ETIQUETAS: PSICOLOGÍA ARQUETIPAL

3 ENTRARON EN EL LABERINTO:

el_buho dijo...
He dado con vuestro blog de forma casual me ha gustado mucho el articulo
sobre demeter y el arquetipo materno ,desde siempre me ha fascinado el estudio
de los arquetipos y conforme he ido descubriendo cosas en el camino mas me di
cuenta de todo lo que ignoro, esta bien encontrar gente amante de la mitologia y
de la psicologia profunda ,a parte de un blog muy bien cuidado. Le dejo el mio
por si le interesara echar un vistazo.Un saludo.
http://elanonimobuscador.blogspot.com/

8.10.08
Démeter dijo...
Me gustaron muchos aspectos de su información acerca de Demeter como
arquetipo. Me parece muy rico y sensible. Como conocedora del tema le
sugeriría que ampliara o revisara dos aspectos:
1) Demeter y la mujer sin hijos/as
2) versiones del feminismo que precisamente recuperan el encuentro con la
mujer Demeter (feminismos diferencialistas y afines).
Así este texto será un poco menos patriarcal. Un saludo cordial

7.3.09
Laura M dijo...
Hola Demeter, gracias por tu comentario.
En mi perspectiva y comprensión astrológico/arquetípica Demeter tiene gran
dependencia de lo masculino, por ello está necesariamente vinculada a lo
patriarcal. Si te fijas en el mito, los dos Padres (Zeus, el luminoso y Hades, el
Oscuro) deciden a pesar de ella…
Las diosas lunares blancas (luna llena) tienen existencia porque reciben la luz
del sol, ellas son el reflejo de una luz que no les pertenece. Nos guste… o no.
Si queremos ver la polaridad lunar de independencia y rebeldía frente a lo
masculino, tenemos que buscar en las Diosas oscuras, Lilith, Hécate.
Aquí este link http://laberintodearcanos.blogspot.com/2006/12/lilith-la-luna-
negra.html
ARQUETIPO “GRAN MADRE”
El concepto de "Gran madre" proviene de la historia de la religión y abarca las
más distintas configuraciones del tipo de una diosa madre. En principio no
interesa a la psicología, pues la imagen de una "Gran madre" en esa forma sólo
raramente y en muy especiales condiciones aparece en la experiencia práctica.
Evidentemente, ese símbolo es un derivado del arquetipo de la madre. Por eso,
si queremos intentar una investigación del fondo de la imagen de la Gran madre,
debemos tornar necesariamente corno base de nuestro examen el arquetipo de
la madre, que es mucho más general. Pese a que hoy ya casi no es necesario
explicar en detalle el concepto de arquetipo, en este caso no me parece
superfluo hacer previamente ciertas observaciones de principio.

A otras épocas anteriores ‑no obstante algunas probables opiniones


divergentes y no obstante las inclinaciones aristotélicas - no les resultó
demasiado difícil comprender la concepción de Platón, según la cual la Idea es
superior y preexistente a toda fenomenalidad. "Arquetipo" no es una expresión
nueva sino que ya aparece en la antigüedad como sinónimo de “Idea" en el
sentido platónico. Cuando en el Corpus Hermeticum, por ejemplo, que
probablemente corresponde más o menos al siglo III, Dios es calificado, se
expresa de ese modo la idea de que él es la "idea primordial" de toda luz, idea
que es preexistente o superior al fenómeno "luz”. Si yo fuera un filósofo
continuaría, de acuerdo con mi hipótesis, el argumento platónico y diría: en
algún lugar, "en un lugar celeste", hay una imagen primordial de la madre,
superior y preexistente a todo fenómeno de lo "materno" (en el más amplio
sentido de esta palabra). Pero como yo no soy un filósofo sino un investigador
empírico, no me puedo permitir la osadía de adjudicar validez general a mi
temperamento peculiar, es decir a mi enfoque individual frente a los problemas
intelectuales. Aparentemente eso sólo puede hacerlo el filósofo, que sienta como
general su disposición y enfoque y que, siempre que le es posible, no reconoce
que su filosofía está esencialmente condicionada por su problemática individual.
Mi empirismo me hace reconocer que existe un temperamento para el cual las
ideas son entidades y no meros nomina. Casualmente vivimos hoy en día, desde
hace ya más o menos 200 años, en una época en que se ha vuelto impopular, y
aun incomprensible, el afirmar que las ideas mismas pueden ser otra cosa que
nomina. Pero quien, cometiendo un anacronismo, piensa todavía al modo
platónico tiene que ver con desilusión cómo la entidad "celeste", es decir
metafísica, de la Idea es arrojada al incontrolable terreno de la fe y la
superstición o es caritativamente abandonada al poeta. El criterio nominalista ha
"'vencido" nuevamente en la querella secular de los universales, y la imagen
primordial se ha desvanecido convirtiéndose en un flatus vocis. Este cambio fue
acompañado, o en buena parte provocado, por el vigoroso avance y el
consecuente predominio del empirismo, cuyas ventajas se impusieron
demasiado claramente al intelecto. Desde entonces la "Idea" ya no es un a priori
sino algo secundario y derivado. Es evidente que el moderno nominalismo
también pretendió, sin más, validez universal, aunque se basara en una
hipótesis temperamental determinada y por lo tanto limitada. Esa hipótesis
afirma: sólo es válido lo que viene del exterior y es por lo tanto verificable. El
caso ideal es la comprobación experimental.

La antítesis afirma: sólo es válido lo que viene del interior y no es verificable.


Salta a la vista que este criterio no da cabida a esperanza alguna. La filosofía
natural griega, orientada hacia la materia, alcanzó en unión con el intelecto
aristotélico una victoria tardía pero significativa sobre Platón. Pero en esa
victoria está el germen de una derrota futura. En las épocas más cercanas a
nosotros se multiplican los signos que señalan un cierto cambio de criterio.
Especialmente característica de esto es la doctrina kantiana de las categorías,
que, por un lado, ahoga en germen todo intento de hacer una metafísica en el
viejo sentido y, por otra parte, prepara un renacimiento del espíritu platónico: si
bien no existe ninguna metafísica que pueda ponerse más allá de la capacidad
humana, tampoco hay empirie alguna que no esté aprisionada y limitada por un
a priori de la estructura del conocimiento. En el siglo y medio que ha transcurrido
desde la Crítica de la razón pura se ha abierto camino la noción de que el
pensamiento, la razón, etcétera, no son procesos existentes por sí, liberados de
todo condicionamiento subjetivo y sujetos solamente a las leyes eternas de la
lógica, sino que son funciones psíquicas coordinadas con una personalidad y
subordinadas a ella.

El problema ya no es: ¿Ha sido visto, oído, palpado con las manos, pesado,
contado, pensado y examinado lógicamente? Sino que ha llegado a ser: ¿quién
ve, quién oye, quien ha pensado? Esa crítica que había comenzado con la
"ecuación personal" en la observación y medida de procesos mínimos, continúa
hasta dar lugar a una psicología empírica tal como en época alguna antes de
nosotros se conoció. En nuestros días tenemos la convicción de que en todos
los sectores del conocimiento hay premisas psicológicas que ejercen una
influencia decisiva sobre la elección del material, el método de la elaboración y
el tipo de conclusión y sobre la construcción de hipótesis y teorías. Asimismo
creemos que la personalidad de Kant constituyó una condición de no poca
importancia de la Crítica de la razón pura. No sólo los filósofos sino también
nuestras propias inclinaciones filosóficas y hasta esas que llamamos nuestras
mejores verdades, se sienten inquietos, si no amenazados, ante la idea de la
premisa personal. ¡Se nos quita toda libertad creadora! ‑exclamamos entonces‑.
Cómo, ¿uno solo ha de hacer, decir y pensar lo que uno mismo es?
Siempre que no se exagere nuevamente hasta caer en un psicologismo sin
límites, es ésa, a mi parecer, una crítica ineludible. Y tal crítica es esencia,
origen y método de la psicología moderna: hay un a priori de todas las
actividades humanas y ese a priori es la estructura individual de la psique,
estructura innata y por eso preconsciente e inconsciente. La psique
preconsciente, como por ejemplo la del recién nacido, de ningún modo es una
nada vacía, la cual, dadas circunstancias favorables, ha de adquirir todo por el
aprendizaje; esa psique es, por lo contrario, una condición previa enormemente
complicada y determinada individualmente en extremo, que sólo aparece como
nada oscura porque no podemos verla directamente. Pero apenas se presentan
las primeras manifestaciones vitales psíquicas y visibles, es necesario ser ciego
para no ver el carácter individual de estas exteriorizaciones, es decir, su
personalidad peculiar. No es posible admitir que todas estas particularidades se
originan en el mismo momento en que se manifiestan. Así, por ejemplo, ante el
caso de predisposiciones mórbidas existentes ya en los padres, admitimos la
herencia por el plasma germinal. No se nos ocurre considerar como una extraña
mutación la epilepsia del hijo de una madre epiléptica. La misma actitud tenemos
respecto de las dotes que se transmiten durante generaciones. Y también del
mismo modo explicamos la reaparición de complicados actos instintivos en
animales que no han visto nunca a sus padres y que por lo tanto no han podido
ser "educados" por éstos.

Hoy en día tenemos que partir de la hipótesis de que el hombre no es una


excepción entre las criaturas en tanto, quiérase o no, posee como todo animal
una psique preformada, propia de su especie y que presenta todavía, como lo
muestra una observación rigurosa, claros rasgos de antecedentes familiares. No
tenemos motivo alguno para afirmar que hay ciertas actividades (funciones)
humanas que han de exceptuarse de esta regla. No es posible formarse un
concepto respecto de la índole de las predisposiciones o disposiciones que
posibilitan el acto instintivo en el animal, Tampoco es posible conocer la
naturaleza de las predisposiciones psíquicas inconscientes merced a las cuales
el hombre está en situación de reaccionar en forma humana. Deben ser formas
funcionales, que yo he designado como "imágenes". "Imagen” no sólo expresa la
forma de la actividad que ha de ejercerse sino también la situación típica en la
cual la actividad se desencadena. Esas imágenes son “imágenes primordiales"
en tanto son directamente propias del género o, si son resultado de un proceso
de formación, ese proceso coincide por lo menos con el origen de la especie. Es
la humanidad del hombre, la forma específicamente humana de sus actividades.
El modo específico está ya en el germen. La creencia de que no es heredado
sino que se forma nuevamente en cada hombre sería tan insensata como el
modo de ver primitivo según el cual el sol que se levanta a la mañana es otro
que el que se puso al atardecer.
Puesto que todo lo psíquico es preformado, también lo son sus funciones
particulares, en especial aquellas que provienen directamente de
predisposiciones inconscientes. A ese campo pertenece ante todo la fantasía
creadora. En los productos de la fantasía se hacen visibles las "imágenes
primordiales" y es aquí donde encuentra su aplicación específica el concepto de
arquetipo. De ningún modo es un mérito mío el haber notado por primera vez
este hecho. Esa palma le corresponde a Platón. El primero que en el campo de
la psicología de los pueblos señaló la existencia de ciertas "ideas primordiales"
universalmente difundidas fue Adolf Bastian. Posteriormente, dos investigadores
de la escuela de Durkheim, Hubert y Mauss, hablaron de verdaderas
“categorías" de la fantasía. La preformación inconsciente en forma de un "pensar
inconsciente", la advirtió nada menos que Hermann Usener. Si alguna parte me
toca de estos descubrimientos, esa parte consiste en haber demostrado que los
arquetipos no se difunden meramente por la tradición, el lenguaje o la migración,
sino que pueden volver a surgir espontáneamente en toda época y lugar sin ser
influidos por ninguna transmisión exterior.

No es posible dejar de atribuir su verdadero alcance y su fundamental


importancia a esta comprobación, pues con ella queda sentado que en toda
psique existen predisposiciones, formas y aun ideas en el sentido platónico.
Estas ideas, formas y predisposiciones, si bien inconscientes, no son por eso
menos activas y vivas, y, al modo del instinto, preforman e influyen el
pensamiento, el sentir y el actuar de cada psique.

Hay un error de interpretación que siempre vuelvo a encontrar y es el que


consiste en pensar que los arquetipos están determinados en cuanto a su
contenido, error en el que caen quienes los ven como una especie de
"representaciones" inconscientes. Por eso hay que señalar una vez más que los
arquetipos no están determinados en cuanto a su contenido sino sólo
formalmente, y esto de un modo muy limitado. Para que se pueda demostrar que
una imagen primordial está determinada en cuanto a su contenido es necesario
que esa imagen sea consciente, o sea que ya esté llena de material provisto por
la experiencia consciente. Por lo contrario, su forma, como he explicado en otro
lugar, puede compararse con el sistema axial de un cristal, que predetermina la
formación cristalina en el agua madre sin poseer él mismo existencia material.
Esta existencia se manifiesta primero en la manera de cristalizar los iones y
después en la forma en que lo hacen las moléculas. El arquetipo es un elemento
formal, en sí vacío, que no es sino una facultas praeformandi, una posibilidad
dada a priori de la forma de la representación. No se heredan las
representaciones sino las formas, que desde este punto de vista corresponden
exactamente a los instintos, los cuales también están determinados
formalmente. Así como es imposible comprobar la existencia de arquetipos en
sí, tampoco puede comprobarse la de los instintos en tanto éstos no actúen in
concreto. En cuanto al carácter determinado de la forma, el parangón con la
formación del cristal resulta realmente plausible, pues el sistema axial determina
meramente la estructura estereométrica pero no la forma concreta del cristal.
Este puede ser grande o pequeño o variar debido al distinto desarrollo de sus
planos o a la interpenetración recíproca que en él se produzca. Sólo es
constante el sistema axial en sus relaciones geométricas, en principio
invariables. Lo mismo ocurre en el caso del arquetipo: en principio se le puede
dar un nombre y posee un núcleo significativo invariable que determina su modo
de manifestación; pero siempre sólo en principio, nunca concretamente. El modo
en que se manifiesta en cada caso el arquetipo de la madre, por ejemplo, no
depende de él solamente sino también de otros factores.

2. EL ARQUETIPO DE LA MADRE

El arquetipo de la madre tiene, como todo arquetipo, una cantidad casi


imprevisible de aspectos. Citando sólo algunas formas típicas tenemos: la madre
y abuela personales; la madrastra y la suegra; cualquier mujer con la cual se
está en relación, incluyendo también el aya o niñera; el remoto antepasado
femenino y la mujer blanca; en sentido figurado, más elevado, la diosa,
especialmente la madre de Dios, la Virgen (como madre rejuvenecida, por
ejemplo: Demeter y Ceres), Sophia (como madre‑amante, a veces también del
tipo Cibeles‑Atis. o como hija [madre rejuvenecida] ‑amante), la meta del anhelo
de salvación (Paraíso, reino de Dios, Jerusalén celestial); en sentido más amplio
la iglesia, la universidad, la ciudad, el país, el cielo, la tierra, el bosque, el mar y
el estanque; la materia, el inframundo y la luna; en sentido más estricto, como
sitio de nacimiento o de engendramiento: el campo, el jardín, el peñasco, la
cueva, el árbol, el manantial, la fuente profunda, la pila bautismal, la flor como
vasija (rosa y loto) ; como círculo mágico (mandala como padma) o como tipo de
la cornucopia; y en el sentido más estricto la matriz, toda forma hueca (por
ejemplo, la tuerca); los yoni; el horno, la olla; como animal, la vaca, la liebre y
todo animal útil en general.

Todos estos símbolos pueden tener un sentido positivo, favorable o un sentido


negativo, nefasto. Un aspecto ambivalente es la diosa del destino (parcas,
graeas, nornas) ; uno nefasto, la bruja, el dragón (todo animal que devora o
envuelve a sus víctimas en un abrazo, como un gran pez o la serpiente, la
tumba, el sarcófago, la profundidad de las aguas, la muerte, el fantasma
nocturno y el cuco (tipo Empusa, Lilith, etcétera).
Esta enumeración no pretende de ningún modo ser completa; sólo señala los
rasgos esenciales del arquetipo de la madre. Las características de éste son: lo
"materno", la autoridad mágica de lo femenino, la sabiduría y la altura espiritual
que está más allá del entendimiento; lo bondadoso, protector, sustentador,
dispensador de crecimiento, fertilidad y alimento; los sitios de la transformación
mágica, del renacimiento; el impulso o instinto benéficos; lo secreto, lo oculto, lo
sombrío, el abismo, el mundo de los muertos, lo que devora, seduce y
envenena, lo que provoca miedo y no permite evasión. En mi libro Symbole der
Wandlung he descripto detalladamente estas características del arquetipo de la
madre y las he acompañado al mismo tiempo con los correspondientes
ejemplos. Allí formulé la oposición existente entre sus distintas características
contraponiendo la madre amante y la madre terrible. El paralelo más cercano a
nosotros es María, que en las alegorías medievales es también la cruz de Cristo;
en la India sería la contradictoria Kali. La filosofía sankhya ha expresado el
arquetipo de la madre bajo la forma del concepto de la prakrti, adjudicándole a
ésta como características fundamentales las tres Gunas: bondad, pasión y
tiniebla ‑sattva, rajas y tamas‑. Esos son tres aspectos esenciales de la madre:
su bondad protectora y sustentadora, su emocionalidad orgiástica y su oscuridad
inframundana. El rasgo singular de la leyenda filosófica es que Prakrti baila ante
Purusha para hacerle recordar el "conocimiento discriminativo", pero esta
característica ya no pertenece directamente a la madre sino al arquetipo del
anima. En la psicología masculina, el anima siempre está mezclada al principio
con la imagen de la madre.

Pese a que la figura de la madre que nos ofrece la psicología de los pueblos es,
por así decirlo, universal, esa imagen sufre modificaciones de no poca
consideración en la experiencia práctica individual. En este terreno resalta en
primer término la significación aparentemente predominante de la madre
personal. Tanto se aparece y se destaca esta figura en una psicología
personalista, que ese tipo de psicología nunca llegó a superar, ni siquiera
teóricamente, el estadio de la madre personal. Anticiparé desde ya que mi
concepción se diferencia de la teoría psicoanalítica en que sólo adjudico una
limitada significación a la madre personal. Con esto quiero decir que todos esos
efectos de la madre sobre la psique infantil pintados por la literatura no
provienen meramente de la madre personal, sino más bien del arquetipo
proyectado sobre la madre, el cual da un fondo mitológico a ésta y le presta de
ese modo autoridad y numinosidad. Los efectos etiológicos traumáticos de la
madre deben dividirse en dos grupos: en primer término están aquellos que
corresponden a peculiaridades del carácter o a actitudes realmente existentes
en la madre personal, y luego aquellos que sólo aparentemente le pertenecen,
ya que .son casos de proyecciones de tipo fantástico (es decir arquetípico)
efectuadas por el niño. Ya Freud había reconocido que la etiología real de las
neurosis no tenía sus raíces, como él conjeturó en un comienzo, en efectos
traumáticos, sino más bien en un desarrollo peculiar, propio de la fantasía
infantil. Es difícil poner en duda la posibilidad de que un desarrollo de ese tipo
pueda derivarse de influjos perturbadores procedentes de la madre. Por eso
busco la base de las neurosis infantiles ante todo en la madre, pues sé por
experiencia que es mucho más probable que un niño se desarrolle normal que
neuróticamente y también que en la gran mayoría de los casos se puede
demostrar la existencia de causas definitivas de perturbación en los padres,
especialmente en la madre. Los contenidos de las fantasías anormales sólo en
parte deben vincularse con la madre personal puesto que a menudo contienen
manifestaciones claras e inconfundibles que van mucho más allá de lo que
podría atribuirse a una madre personal real. Esto se ve especialmente cuando
se trata de creaciones claramente mitológicas, tal como ocurre con frecuencia en
las fobias infantiles, en las que la madre aparece como animal, bruja, fantasma,
devoradora de hombres, hermafrodita y otras cosas semejantes. Pero las
fantasías no siempre son abiertamente mitológicas o, cuando lo son, no siempre
provienen de una condición inconsciente sino que pueden originarse en
ocasiones en cuentos populares o en observaciones casuales o en cualquier
otra circunstancia similar; resulta entonces indicada en cada caso una
investigación cuidadosa. Por razones prácticas tal investigación es mucho más
difícil de realizar en el caso de los niños que en el de los adultos, quienes casi
siempre transfieren esas fantasías sobre el médico durante el tratamiento, o,
hablando con más precisión, esas fantasías se presentan proyectadas. No basta
entonces con advertirlas y apartarlas como ridículas; o por lo menos no puede
hacerse esto permanentemente, porque los arquetipos pertenecen al patrimonio
inalienable de toda psique y constituyen ese "tesoro en el campo de las oscuras
representaciones" de que habla Kant y del cual dan abundante noticia los
innumerables temas del tesoro que aparecen en el folklore. Un arquetipo no es,
de acuerdo con su naturaleza, un mero prejuicio fastidioso; sólo lo es cuando se
lo coloca en el lugar inadecuado. El arquetipo en sí forma parte de los más
elevados valores del alma humana y ha poblado por ello todos los Olimpos de
todas las religiones. Hacerlo a un lado como algo sin valor, constituye una
positiva pérdida. La tarea a realizar consiste por lo contrario en disolver esas
proyecciones para hacer que sus contenidos vuelvan a quien por una
exteriorización espontánea los ha perdido.

EL ARQUETIPO DE MADRE EN EL ARTE MEXICANO


Los mitos, por su propia naturaleza, pueden atravesar los tiempos de las
diferentes civilizaciones y desembocar en el presente, y partiendo siempre de la
esencia originaria de cada mito, aparecen renovados según el espíritu, el gusto
o el estilo de cada época, fundiéndose así el sabor mítico de antiguas
civilizaciones con el del presente.
Por otra parte, el fuerte rasgo icónico de los mitos los vuelve atractivos para ser
concretizados en la plástica, por ello se ha hecho una pequeña cala en el arte
mexicano contemporáneo para localizar aquellos mitos femeninos que han
elegido los artistas para recrearlos.

Tal revisión mostró la amplia resonancia que a la fecha muestran los mitos de la
antigüedad greco-latina y en menor número algunos locales, así como los mitos
cristianos provenientes de la dominación española con la implantación de la
religión católica.

Los pintores y escultores mexicanos que han realizado sus obras en los últimos
años, parecen preferir dos grandes mitos con respecto a la mujer, el de Demeter
(la maternidad) y el Venus (el amor y el placer); aquí se hará referencia
exclusivamente al primero.

Al crear imágenes sobre la maternidad, tal vez tratan de mostrar lo que para
ellos es lo más esencial y auténtico del otro sexo, con una idea dentro del ámbito
de la tradición sexual, en donde los roles están nítidamente determinados; pero
no sólo eso, porque el concepto de la madre es en sí polivalente. Nicole Loraux
menciona algunos de sus significados en la antigua Grecia: la madre remite al
origen, no tiene fronteras, se puede hablar de la universalidad de su reinado. Es
metonimizada por su matriz, toda ella es una parte de sí misma. Extrae su
potencia de esta manera suya de ser un cuerpo sin medida. La Gran Madre es
una realidad, pero es ante todo una “idea dominante”[1].

Pero también, como señala Jung “la Gran Madre es ante todo un arquetipo [...]
una imagen interior, eternizada en la Psyché; y para la organización psíquica, a
la vez un centro y fermento de unificación. Algo inmutable”[2]. La madre es la
primera forma que toma para le individuo la experiencia del inconsciente, esto
presenta dos aspectos: uno constructivo, el otro destructor, en tanto que es el
origen de todos los instintos, la totalidad de todos los arquetipos. La madre
personal recubre el arquetipo de la medre como símbolo del inconsciente, es
decir de sí mismo[3].

Oliverio Martínez muestra en su escultura denominada Maternidad clásica


(1992) la esencia del auténtico afecto maternal con toda su intensidad y pureza,
por medio del abrazo tierno y amoroso de la madre hacia su hijo, y con las líneas
finas y alargadas de la mujer, pero haciendo notar el vientre que acogió al
pequeño ser , enfatizado todo esto con la desnudez de la madre y del hijo.
En contraste con la obra anterior, Tomás Gondi presenta en Maternal otra
calidad del afecto materno, pues la posición del cuerpo de la madre y el
vestuario que la cubre casi totalmente, más los ojos que no miran al niño y la
pequeñez de éste, generan una idea de posesión o quizás de protección, pero
con desapego afectivo.

Ignacio Castañeda presenta una Maternidad que introduce los tipos mexicanos,
tanto por sus rasgos, como por la posición sedente del cuerpo, que sostiene en
su regazo al niño mientras lo alimenta, aquí se realza el aspecto nutricio de la
madre; el afecto está dado por los brazos que rodean al niño, pero ni su rostro ni
su mirada se interrelacionan con el hijo.

Mario Aguirre, en su Alameda, de alguna manera sigue la misma línea que el


anterior, aquí la posición displicente de la madre contrasta con la afectividad del
niño, y aunque no se puede apreciar su rostro, sus brazos demandan atención
materna, que con cierta serenidad no le demuestra la misma intensidad
emocional que el niño.

Enfatizando la función procreadora de la madre, Ricardo Martínez presenta El


parto (1959), donde los hombres se convierten sólo en espectadores de un acto
que aquellos no pueden ejecutar. Del mismo pintor es Madre e hijo (1960) en
donde los padres contemplan el fruto luminoso del parto.

Con un estilo muy diferente, Jorge Marín pintó su Dama con bebé y chango
sobre el mundo de 1995 que recuerda a ciertas esculturas religiosas, Marín
muestra cierto trastrocamiento de los formalismos, al abrazar la dama al chango
en su regazo y sostener con la mano a un bebé un tanto cuanto monstruoso por
la máscara que a tan temprana edad lleva puesta.

Rafael Cauduro por su parte, ofrece una visión muy contemporánea de la madre
en su pintura Mother and Child (1988), que comprende en realidad tres
diferentes representaciones de madres, las dos que están someramente
dibujadas en el pizarrón, al centro del cual se mira un Chac Mool; del lado
izquierdo, una madre que atiende a su hijo, y del derecho, una madre en
contemplación, pero no de su hija. Y en la parte inferior, un niño atisba tras las
rejas a una mujer, que quizá podría ser su madre y que recuerda la posición de
Chac Mool.
De esta breve revisión de la imagen de la madre en el arte contemporáneo
mexicano se encontró que el enfoque relacionado con la concepción de la madre
como creadora es la impera en los artistas citados, lo cual conlleva una visión
más amplia del acto creativo, por ello desde la antigüedad un aspecto relevante
en el simbolismo de la diosa madre era el considerarla como la “madre de todo
lo que es, y de esta manera contemplar el universo como una mujer que da a luz
a todas las formas de vida”[4], este aspecto de la mujer como Madre creadora
puede abarcar todos los ciclos creativos, pues “cada partícula de la existencia
está sujeta al mito del eterno retorno, representado por el arquetipo de la madre:
concepción nacimiento, vida, muerte y renacimiento”[5], aunque desde luego
éste es sólo uno de los elementos que permite comprender el por qué entre los
mitos femeninos, los artistas plásticos privilegian el mito de la maternidad.

martes 14 de abril de 2009


LA IDENTIDAD FEMENINA DESDE EL ARQUETIPO DE LA DIOSA
En las últimas décadas expertas en distintas disciplinas han comenzado a
reconstruir la identidad femenina que fue ensombrecida y mutilada durante más
de veinte siglos por el pensamiento patriarcal. Psicólogas, arqueólogas,
antropólogas, chamanas, teólogas y eruditas han tenido que remontarse hasta
los mitos y arquetipos de origen de la cultura agrícola que floreció en la Antigua
Europa, Anatolia, Medio Oriente y otros lugares del planeta (entre el 800 al 3.000
a. C., y perduró en una miríada de diosas y rituales en culturas posteriores) para
encontrar rostros femeninos no oprimidos.

En esas tradiciones sagradas el símbolo de la Gran Diosa, la Creadora de la


vida, la muerte y el renacimiento cíclico contiene un caudal psicológico -
espiritual de orientación femenina, muy distintos a las filosofías masculinas y
religiones monoteístas tardías de la antigüedad clásica. Psicólogas neo-
junguianas, como Jean Shinoda Bolen y Silvia Brinton Perera consideran a las
diosas como patrones potenciales en la psiquis de todas las mujeres. Los
arquetipos femeninos de las diosas pre-cristianas y pre-helénicas siguen siendo
relevantes para las mujeres porque en ellos hay una resonancia de verdad.
Muestran cómo son las mujeres, con más poder y diversidad de comportamiento
del que se les ha permitido ejercer históricamente.
Caittlin Matthews, experta galesa en tradiciones celtas y artúricas, analizó la
mitología de diferentes pueblos y épocas detectando diez arquetipos femeninos
representados por las diosas de todo el mundo.
El primero es la Diosa Creadora o Conformadora de Todo, que se despliega en
nueve aspectos o diosas que expresan potencialidades, energías y capacidades
que las mujeres pueden traer a la conciencia, a fin de favorecer una percepción
interna que reemplace al dualismo maniqueo que definió lo femenino con
estereotipos tales como “santa o prostituta” “madre bondadosa o madre terrible”,
“varón fallido”, “envidiosa del pene”, entre muchas otras.

Los primeros arquetipos que emergen de la Creadora son: la Energizadora, la


Medidora y la protectora, las energías básicas para moverse en la vida. Afrodita,
la diosa luna del mar, las Ninfas del bosque o la Sakti hindú fueron percibidas
como danzantes que esparcen la energía de la Creadora en los humanos, la
naturaleza y el cosmos, activando diversas potencialidades. Las manifestaciones
de la Energizadora están cargadas de belleza, dinamismo y vitalidad; exaltan el
cuerpo y la sexualidad, vivenciados con placer, dicha y libertad.
A la Medidora la encontramos entre las Parcas griegas y las Nornas vikingas,
que determinan cómo circulará la energía y a través de qué canales. Como
diosas del Destino implican las elecciones que realizamos en la vida. La
activación de la Energizadora y las decisiones de la Medidora están equilibradas
por la Protectora.
Artámis, Atenea y Hera, la Reina del Cielo, portan este atributo de autonomía
como protectoras y gobernantes. Cuando uno o más de estos aspectos está
desactivado o negado en la conciencia de una mujer, no es casualidad que ella
vivencie estados depresivos, de baja autoestima, o de dependencia con el riesgo
de sufrir algún tipo de maltrato.

La Iniciadora, la Desafiante o la Liberadora nos muestran a la Diosa cuando


encarna la capacidad de cambio y transformación. En los misterios de Isis y
Démeter (que fuerron practicados hasta el principio del cristianismo) las diosas
aparecen como sacerdotisas que conducen a los iniciados al interior de su cueva
sagrada, laberinto o templo, para que experimenten las propias profundidades
del inconciente y de lo mistérico. En ese descenso al mundo interno bajo la
consigna délfica del “conócete a ti mismo”, la Diosa se transforma en Desafiante
con rasgos temibles, portando la máscara de la muerte cíclica.

La Desafiante como Serpiente, Górgona, Esfinge Sirena o Erinia ha sido


desfigurada haciendo de las mujeres desafiantes las portadoras de los más
terribles y misóginos calificativos; reprimidas como locas, brujas, o demonios,
sexualmente insaciables. Esta mentalidad la encontramos en los mitos de los
héroes aqueos (Teseo, Heracles, Perseo) glorificados por haber asesinado las
diversas manifestaciones de la Desafiante pero en el pensamiento sagrado
matrístico este arquetipo es profundamente sanador cuando se lo comprende en
toda su dimensión. La Desafiante es el espejo donde vemos nuestro rostro más
íntimo, y al contemplarlo vemos las distorsiones, conflictos y angustias que nos
impiden crecer y madurar. Para las mujeres, el encuentro con la Desafiante
ayuda a percibir y diferenciar los estereotipos patriarcales de los arquetipos o
energía personales más genuinos. Cuando comprendemos el mensaje de
transformación que este aspecto comunica podemos comenzar a transitar la
liberación.
Tanto Isis como Démeter son liberadoras porque devolvían la vida a sus hijos o
consortes, haciéndolos renacer de su útero sagrado. Lo mismo sucede con
Inanna e Ishtar que, en su calidad de liberadoras, descienden al mundo
subterráneo y se encuentran con Ereeskigal, la Diosa Oscura, su otro yo. En los
mitos, la Desafiante-Liberadora no es otra que una diosa solar temporalmente
oscurecida, como sucede con Ragnell, la Dama Horrible de la leyenda artúrica.
El proceso liberador que las diosas liberadoras revelan es muy semejante al que
Carl Jung describió como percibir y honrar la sombra, de una manera aceptable
en vistas a lograr el proceso de individuación o emergencia del Sí mismo.

Los últimos tres arquetipos que compone Caitlin Matthews son : La Tejedora, la
Nutricia y la Potenciadora. La tejedora es una maga que teje, cuida y reajusta la
trama sagrada de la vida. La Mujer Araña de los Navajos, la Brigit celta y
Mnemosine, la madre de las musas, encarnan este aspecto conector, ejerciendo
como patronas de conocimiento, el chamanismo, la profecía y las artes.
Actualmente este arquetipo está muy activo en la psiquis de las mujeres,
motivándolas a reconectar sus vidas desde un patrón diferente al usado hasta
entonces, haciéndola conciente de la práctica del cambio en lo cotidiano.
Muchas han descubierto sus energías sanadoras, holísticas o chamánicas en
sintonía con la defensa de los ecosistemas.
La Nutricia y la Potenciadora son dos arquetipos que están por venir, en el
sentido que expresan la emergencia de una conciencia femenina finalmente
despojado de los estereotipos patriarcales. La Nutricia es el aspecto sustentador
de la madre pre y post-patriarcal. Todas las diosas madres que habitan las
mitologías son nutricias y legisladoras, pero nuestra manera de apreciarlas aún
es deficiente porque suponemos que las mujeres, al encarnarlas, deben “dar
todo sin pedir nada a cambio”, y cuando expresan sus exigencias son criticadas
como madres desnaturalizadas. Pero la Nutricia manifiesta la posibilidad de
amar, sustentar y nutrir la vida ejerciendo poder con otros, en lugar de “poder
sobre otros” que aún persiste en la cultura occidental.
El ejercicio de la maternidad tendrá importantes implicancia políticas,
económicas y culturales.
Algo similar ocurre con la Potenciadora que en los mitos aparece como diosa de
la sabiduría: Sofía, Kuan Yin, Tara y Shokiná. También en la anciana sabia de
las culturas indígenas. Como continuadora de la Tejedora y la Nutricia, la
Potenciadora manifestará una sabiduría femenina hasta ahora desconocida.

En este breve recorrido observamos que el trabajo de Caitlín Matthews, como el


de otras erúditas que investigan los símbolos de la Diosa, tiene el mérito de
haber sacado a la luz un conjunto arquetípico abierto a la experiencia de cada
mujer.

EL ARQUETIPO DE LA GRAN MADRE

El Arquetipo de la Gran Madre tiene todos los rasgos que usualmente han sido
atribuidos a las madres en todos los tiempos. Como todo arquetipo se manifiesta
en sus dos aspectos: oscuro y numinoso. Encontramos, entonces, dos tipos
fundamentales: la madre nutricia y la madre devoradora.

En la “Gran Madre”, en tanto manifestación arquetípica, lo femenino aparece


como principio creador independiente del hombre personificado y por esa razón
es que se la considera “virgen” y su poder y riqueza va más allá del “principio
masculino”. Esta figura arquetípica la vemos representada en los mitos y
leyendas de todas las civilizaciones de todos los tiempos. Así, tenemos el
ejemplo de la Virgen María, de las Grandes Madres egipcias y mediterráneas,
todas ellas “madres vírgenes” portadoras de un gran poder de creación y
fecundidad y a quienes, por sobre todo, se las venera, aún hoy en día, con el
objeto de que haya prosperidad, alimento, buenos cultivos, salud, etc.

Tenemos otros ejemplos de este tipo de “madres”: los gemelos Rómulo y Remo
fueron hijos de madre virgen; el Popol Vuh libro sagrado de los maya-quichés
dice que los gemelos Hunahpu y Ixbalanqué fueron engendrados por la joven
virgen Ixquic cuando una calavera escupió su mano (“en mi saliva y en mi baba
te he dado mi descendencia”, dijo la calavera a la muchacha).

Otros héroes, dioses, semidioses y profetas han sido engendrados sin que
interviniera el varón: la virgen Maia engendró a Buda, y, además, Hermes, Baco-
Dionisos, Adonis, Agni, Mitra, Krishna y Jesús, fueron dados a luz por madres
vírgenes.

En la mitología griega, el Arquetipo de la Gran Madre estuvo representado por


Gaia (Tierra), personificando a la Madre Tierra. En su “Teogonía” Hesíodo relata
cómo, después del Caos, surgió Gaia desafiante, y con ella la creación de los
eternos dioses del Olimpo.
En Roma, la diosa Cibeles (extraída de la mitología griega), fue venerada como
Magna Mater, la “Gran Madre”.
En la mitología nórdica, la Gran Madre estuvo representada por la misma madre
de Thor, quien era conocida como Jord, Hlódyn o Fjörgyn. Mientras que en la
mitología lituana Gaia – Žeme, también clara manifestación de este arquetipo,
era hija del Sol y la Luna, y también esposa de Dangus.

Las culturas precolombinas, en especial la incaica, creían en la Pachamama


como personificación de la Madre Tierra (Gran Madre). Ella, junto con su esposo
Inti, el dios del sol, eran considerados deidades generosas. El culto a Inti se
perdió con el paso del tiempo, pero la Pachamama aún sigue teniendo vigencia
en los pueblos de esa zona y, en especial en el Noroeste argentino, lo que indica
la fuerza energética que posee el arquetipo de la Gran Madre. El culto a la
Pachamama no pudo ser erradicado ni siquiera con la evangelización de los
aborígenes y actualmente cada 1º de agosto comienzan las ceremonias en su
honor, y, además, se le hacen ofrendas cada vez que comienza la época de
siembra y cosecha y cuando se marca la hacienda. En este culto participan
también aquellos que profesan la fe católica.

Como hemos visto, el Arquetipo de la Gran Madre puede tener dos vertientes,
puede ser benévola (nutricia) o puede tener un carácter vengativo, oscuro
(devoradora) castigando a la gente, pidiendo tributos o convirtiendo a los seres
humanos en piedras, todo dependiendo de su justicia caprichosa y de su estado
de humor.

Esta dualidad está presente en Artemisa, la Señora de los Animales griega, que
podía ser cruel o benévola, cazadora virginal o diosa de la fertilidad. Las
Grandes Madres de la época Micénica tenían también ambos caracteres,
vírgenes y diosas de la fertilidad.
De modo general el Arquetipo de la Gran Madre, cuando actúa como complejo
psíquico tanto en el hombre como en la mujer, implica la búsqueda del retorno a
la protección materna, a ese paraíso imaginario de plenitud y armonía, y en este
sentido está íntimamente ligado a las manifestaciones del Arquetipo del Paraíso
Perdido.

La virtud que el Arquetipo de la Gran Madre desarrolla es la capacidad nutricia,


de protección y amor. Jung sostuvo que la experiencia que haya tenido el niño o
la niña con su propia madre no alcanza para comprender las características que
se le atribuyen a las figuras representativas de lo “materno”, tales como: la
autoridad mágica de lo femenino; la sabiduría; la bondad; el aspecto protector,
sustentador y generador de crecimiento, fertilidad y alimento; así como lo
secreto, lo oculto, lo sombrío; el abismo; lo que devora, seduce y provoca miedo.
Es por esto que afirmó que “…todos esos efectos de la madre sobre la psique
infantil pintados por la literatura no provienen meramente de la madre personal,
sino más bien del ´arquetipo proyectado sobre la madre´, el cual da un fondo
mitológico a ésta y le presta de ese modo autoridad y numinosidad”
(Jung, C. G. “Arquetipos e Inconsciente Colectivo”).

La madre personal entonces, sólo influye en el hijo o hija en la medida en que


éstos proyectan el arquetipo materno sobre ella, y ello tiene más que ver con un
desarrollo muy particular, propio de la fantasía infantil proveniente de lo
inconsciente colectivo, que con efectos traumáticos realmente acontecidos.
Es por esto que Jung sostenía que en aquellos casos en los que se sospechaba
una neurosis infantil, él comenzaba buscando la neurosis en la madre, pues es
mucho más probable que un niño tenga un desarrollo normal que neurótico, y
porque en la mayoría de los casos se puede demostrar la existencia de
perturbación en los padres, en especial en la madre.

Muchos de nuestros más terribles temores están arraigados en la figura


arquetípica de la Gran Madre en su aspecto ourobórico. El terror más profundo
respecto a ese aspecto devorador del arquetipo se refleja en el mito de las
vampiresas, vigente en las culturas de todo el mundo.

El Arquetipo de la Gran Madre también aparece simbolizado por todo lo que sea
profundo: abismos, valles, fuentes, grutas, mares y lagos. En otras ocasiones
está representado como la casa o la ciudad que nos contiene. En general, todo
aquello que se presente como de grandes dimensiones, espacioso y con la
característica de abrazar, contener, ceñir, rodear, envolver, cubrir, preservar o
nutrir a algo más pequeño, constituyen símbolos que se refieren a la Gran
Madre.

Los humanos proyectamos este arquetipo en las respectivas madres. Pero


cuando el arquetipo no encuentra una madre biológica o sustituta disponible,
tiende a personificárselo, convirtiéndolo en un personaje mitológico – por
ejemplo – “de cuentos de hadas”; o se lo busca a través de una institución
religiosa; o identificándolo con la “Madre Tierra” la Pachamama en regiones
cordilleranas de América del Sur; o en la figura de la Virgen María y otras tantas
que se prestan para ser depositarias de la Gran Madre arquetípica. Porque,
como señala Jung, “la Gran Madre es ante todo un arquetipo [...] una imagen
interior, eternizada en la Psyché; y para la organización psíquica, a la vez un
centro y fermento de unificación. Algo inmutable”.

Jung explica también las causas de este fenómeno de la doble vertiente del
arquetipo y las diversas manifestaciones que hemos mencionado, en su obra
“Arquetipos e Inconsciente Colectivo”. Allí expresa: “La portadora del arquetipo
es en primer término la madre personal, porque en un comienzo el niño vive en
participación exclusiva, en identificación inconsciente con ella. La madre no es
sólo precondición física, sino también psíquica del niño. Con el despertar de la
consciencia del yo la participación se va disolviendo poco a poco y la
consciencia comienza a ponerse en oposición con lo inconsciente, esto es con
su propia precondición. De allí resulta la diferenciación entre el yo y la madre,
cuya peculiaridad personal poco a poco se vuelve más clara. De ese modo se
desprenden de su imagen todas las características misteriosas y fabulosas y se
desplazan hacia la posibilidad más cercana: la abuela. Como madre de la
madre, ella es “más grande” que ésta. No es raro que tome los caracteres de la
sabiduría al igual que los propios de la brujería. Pues cuanto más se aleja el
arquetipo de la consciencia tanto más clara se vuelve ésta y tanto más nítida
figura mitológica toma el arquetipo. El paso de la madre a la abuela representa
un ´ascenso de rango´ para el arquetipo.” Y luego agrega que: “Al volverse
mayor la distancia entre lo consciente y lo inconsciente, la abuela materna se
transforma, por ascenso de rango, en la “Gran Madre”, con lo cual ocurre
frecuentemente que las oposiciones interiores de esta imagen se separan de
ella. Surge por un lado un hada buena y por el otro una mala, o bien una diosa
benévola y luminosa y otra peligrosa y sombría. En el Occidente antiguo y en
especial en las culturas orientales, las oposiciones permanecen a menudo
unificadas en una figura, sin que la consciencia experimente esta paradoja como
algo perturbador. Así como las leyendas de los dioses muchas veces están
llenas de contradicciones, lo mismo ocurre con el carácter moral de sus figuras.”
Y de esa manera es que surge esta ambigüedad en las diosas míticas, fieles
representantes del Arquetipo de la Gran Madre.

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