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“Transformándose para transformar”

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AMOR, DISTINTIVO DE LOS DISCÍPULOS DE CRISTO


Por Maynor Miguel Agüero Obregón1

Text: Juan 13:31-35

INTRODUCCIÓN

El amor es el distintivo de todo verdadero discípulo de Cristo; por eso, debemos saber a qué nos estamos
refiriendo cuando hablamos de “amor” o “amar”. El mensaje del evangelio está centrado en el amor de Dios
por todo lo creado (Juan 3:16). Juan hace una de las más profundas y simples declaraciones teológicas: “Dios es
amor” (1 Juan 4:8). El resumen de la ley es amar a Dios y amar al prójimo (Deuteronomio 6:4-5; Marcos 12:28-
30; Gálatas 5:14).

Lo anterior nos lleva a preguntarnos, ¿cuál es la naturaleza o los distintivos del amor verdadero? Hoy es fácil
confundir el amor verdadero por expresiones de afecto. Por ejemplo, cuando alguien expresa que “ama las
pizza”, o “el amor que tiene por su mascota”, o “cuánto ama a tal personaje de una película”. Todas estas son
expresión de afecto o cariño; pero, no son expresiones de amor verdadero.

I. DISTINTIVOS DEL AMOR VERDADERO

Describamos los cuatro distintivos del verdadero amor que deben expresar todo discípulo de Cristo, para
mostrar al mundo que Dios lo ha enviado. Nuestro modelo será el amor de Dios por nosotros, al que debemos
seguir, un amor (1) inmerecido, (2) tenaz, (3) sufrido y (4) sin fronteras.

1) El amor de Dios por nosotros es completamente inmerecido (Romanos 5:8).

Somos pecadores y, aun así, Dios nos amó y envió a su Hijo Jesucristo a morir por nosotros. El Antiguo y
Nuevo Testamento son el relato del amor inmerecido de Dios por Su pueblo, y cómo, a pesar del constante
rechazo, Dios nunca dejó de amarlos e hizo todo para que se volvieran a Él.

Como discípulos, ¿amarás aquellos que consideras que no son dignos de tu amor, como desconocidos,
delincuentes, prostitutas, ladrones, pordioseros, pobres, y otros a tu alrededor?

2) El amor de Dios por nosotros es tenaz (Romanos 8:31-39).

Como el amor de Dios no se basa en nuestros méritos, no hay nada ni nadie que le impida a Dios amarnos.
Si eligiéramos no amar a Dios, no hay razón alguna para creer que Dios dejará de amarnos.

Como discípulos, ¿amarás, incluso, a aquellas personas que no te correspondan en tus expresiones de
cariño y amor? ¿Amarás a tus hijos, tu esposo(a), familiares, amigos y hermanos en la fe, que no te

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Sermón predicado el domingo 8 y 15 de agosto de 2010, en el Centro Cristiano de Cartago.
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correspondan a tu amor ni te respeten? ¿Estás dispuesto a amar tenazmente a todos, como discípulo de
Cristo?

3) El amor de Dios por nosotros es un amor sufriente (Isaías 53; 1 Corintios 13).

Él no nos ama a distancia. Él no creó todo, y lo dejó funcionando sin intervenir ni interesarse por todo lo
que pasa en Su universo. Él se interesó tanto, que ante la tragedia del pecado, Dios predestinó que Su Hijo
se encarnara. Es el acto de la encarnación, una muestra del amor de Dios por nosotros. Él nunca fue
indiferente ante el estado de pecado y miseria en que cayó la humanidad. La encarnación es la muestra
suprema de hasta dónde Dios está dispuesto a llegar a fin de hacer real el amor eterno, constante y
sufriente por su pueblo (Filipenses 2:1-11).

Como discípulos, ¿amarás a aquellas personas que están en dolor y sufrimiento? ¿Serás ajeno o no, ante el
sufrimiento, el dolor y las necesidades de otros? ¿Estás dispuesto a sacrificar tu comodidad, estatus,
recursos, privilegios, fama, dinero por encarnar el amor de Cristo, en favor de otros?

4) El amor de Dios por nosotros no conoce fronteras.

Éste amor divino trasciende las fronteras del tiempo y el espacio; pero, por sobre todo, traspasa las
fronteras que nosotros hemos levantado para separarnos los unos de los otros. La Biblia habla de amar a
nuestros enemigos (Mateo 5:43-48; Lucas 6:27-36). El amor de Dios alcanza hasta los que se erigen como
enemigos de Dios. En la cruz, el mismo Jesús pide que Dios perdone a los que le crucifican. Dios nos manda
a amar, sin hacer distinción de ninguna clase. Debemos amar a todos.

¿Amarás al que te ha hecho daño, a aquel que es tu “enemigo”? ¿Amarás a tu jefe, que te hace la vida
imposible; a un compañero(a), que te serrucha el piso; a un vecino, que te molesta todos los días? Los
discípulos no tienen enemigos de carne y hueso, sino personas a las que debe amar más, para derrotar a
nuestros verdaderos enemigos.

II. OBSTÁCULOS PARA AMAR VERDADERAMENTE

Los verdaderos discípulos aman y transforman al mundo, porque aman a la manera de Dios. Hoy necesitamos
más discípulos que amen para que el mundo conozca que Dios nos ha enviado. Pero, el verdadero amor tiene
muchos obstáculos en nuestro mundo post-moderno, mercantilista, materialista y secularizado. Son tres los
mayores obstáculos, con los que los discípulos luchan para vivir bajo el lema de amaos los unos a los otros: (1)
La promoción del interés propio, (2) el ponerle precio a todo y todas, y (3) relaciones de mercado.

1) Promoción del interés propio

Nuestra sociedad occidental ha hecho un fuerte énfasis en el individuo y sus derechos. Por lo tanto, se
busca a toda costa que prevalezcan mis derechos, mis deseos, mis planes, mis necesidades y todos los
demás “mis”, y por lo general, a costa de los demás.

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Nuestra sociedad parece regirse por la ley del más fuerte: “Voy a hacerme a mí, lo que quiero que otros me
hagan”. En vez de seguir la regla de oro de Jesús: “Haz a otros, lo que quieres que te hagan a ti” (Mateo
7:12). Los intereses egoístas e individualistas impiden el cultivo del amor. Como discípulos debemos
promover el amor hacia otros, como expresión del amor propio.

2) Ponerle precio a todo

El sistema económico mercantilista y capitalista que predomina actualmente, nos demanda poner precio a
todo. Materia prima, transporte, mano de obra, espacios publicitarios y hasta el tiempo, todo debe tener
una cifra asignada en colones (mejor si son en dólares). Esto provoca varios problemas en las relaciones
entre las personas.

Primero, a las personas se les valora por la profesión o puesto que tiene, en el entendido de que a mayor
posición jerárquica o profesión de renombre, mayor cantidad de dinero gana y tendrá un mayor valor. Un
gerente de una prestigiosa compañía, un doctor o abogado, se le mira con mayor valor que otra persona
que no ostente dichas posiciones o profesiones. Un ejemplo claro, son la mujeres amas de casa; cuya
llamado no es remunerado ni valorado, pero ¿qué pasaría si dejaran de hacerlo? Las labores más
importantes no la hacen los que tiene una posición alta, es en las pequeñas labores donde se encuentra el
éxito del todo.

Segundo, eso provoca que muchas personas escojan sus profesiones con base en cuánto van a ganar o cuál
les dará un mayor prestigio social, en vez de valorar el llamado y habilidades que les traerá satisfacción y
realización. El resultado es que nuestras capacidades y talentos se convierten en una mercancía más para
comprar y vender en el mercado al mejor postor. Como discípulos, hemos ser servir a otros y amarlos por
lo que son, creados a imagen y semejanza de Dios, en vez de su profesión o posición.

3) Relaciones de mercado

Lo anterior, provoca que las relaciones sean más establecidas y mantenidas por la mentalidad de
costos/beneficios, en vez del amor de los unos por los otros. Muchas relaciones matrimoniales se terminan
porque se ha dejado de satisfacer las necesidades de uno de los cónyuges. ¿Podemos albergar la esperanza
de cultivar un amor orientado hacia el otro en una sociedad que nos alienta a vernos, los unos a los otros,
como simples objetos de uso?

La adopción del cristianismo contemporáneo de técnicas de mercadotecnia para atraer personas; la


teología de la prosperidad, que ha comercializado con fe y a Dios, ha provocado el surgimiento de
congregaciones donde las relaciones personales se miden como en el mercado de valores, a través de
oferta y demanda.

Debemos abandonar la senda del egocentrismo, del mercantilismo y relaciones de costo/beneficios en


nuestra caminar en la fe, porque el camino del amor es totalmente diferente: “el amor es sufrido, es
benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no

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busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo
sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:4-7).

III. CULTIVANDO EL AMOR VERDADERO

Cultivar, como discípulos de Cristo, un amor verdadero no es cosa fácil. Más cuando todo a nuestro alrededor
nos lleva por un camino totalmente diferente y contrario. Para lograrlo, sugeriré tres prácticas que pueden
cultivar el amor: 1) prestarnos atención a los otros, 2) recibir y dar por gracia y 3) mayordomía sostenida.

1) Presta atención a los otros (Gálatas 5:13)

El mercado actual alimenta una indiferencia al otro. Pero, si vamos a amar a otras personas, hemos de
prestarle atención. ¿Cómo aprender a prestar atención a otros?

Una de las disciplinas cristianas que nos ayuda a dejar de ser el centro de todo, y darle lugar al otro, es la
adoración a Dios. Cuando nos reunimos a adorar bíblicamente a Dios, se debe desplazar la atención por
nosotros mismos y la dirigimos hacia Dios. En la adoración la prioridad no es recibir bendición ni “recargar
nuestras baterías espirituales”. Nos reunimos a adorar por gratitud a Él y como respuesta a que Dios nos
amó primero. Nosotros no ofrecemos nuestra alabanza como un intercambio, sino como un don.

Hay más razones para reunirnos a alabar a Dios como Él merece ser alabado, el punto es que intentamos
hacer a un lado el interés propio y enfocar nuestra atención en Quién crea y sustenta toda la vida. Así,
estamos listos para volvernos a nuestros semejantes a prestarles atención.

2) Recibir y dar por gracia

En el corazón de la fe y práctica cristiana se encuentra el dar: “Más bienaventurado es dar que recibir”
(Hechos 20:35). Todo lo que Dios nos da en abundancia es un don que debemos compartir con otros. Es así,
como somos canales de la bendición y la gracia de Dios para otros.

Dentro de la liturgia cristiana, la Cena del Señor es un recordatoria de la práctica amorosa de dar y recibir.
En ella, se celebra el amor de Dios haca nosotros en el pasado, nos fortalece en el presente para el servicio
amoroso en el presente, y sirve como anticipo de a Cena final, cuando celebremos juntos la consumación
de obra reconciliadora de Dios.

Los elementos de la Cena del Señor “son los dones de Dios para el pueblo de Dios”. Son un recordatorio de
que debemos darnos a otros en amor, como dones de Dios para el pueblo de Dios. Eso es lo que un
discípulo de Cristo hace, ofrecerse a sí mismo como sacrificio vivo y agradable a Dios (Romanos 12:1).

3) Mayordomía sostenida

El capitalismo en que hemos sido educados, nos enseña a acaparar lo más que pueda de los recursos que
están a su alrededor, para el mayor disfrute posible y satisfacción de sus necesidades. Eso provoca que las

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posesiones y los recursos sean vistos como una expresión de nuestra identidad: “soy lo que poseo, y lo que
poseo muestra quién soy”.

Pero, la Biblia nos manda a ser mayordomos. A utilizar las posesiones y recursos de Dios, como expresión
de amor a otros. Reconocer que la abundancia de lo que poseemos, no debe entenderse como una
bendición privada de Dios para mí; sino la expresión de amor de Dios a otros, a través de mí.

Ser un discípulo de Jesús es expresar amor a otros, a través de la sabia mayordomía de los recursos que
Dios ha puesto en nuestras manos.

CONCLUSIÓN
¡Señor, envía discípulos que expresen el verdadero amor a otros; para ver tu Reino en medio de nuestro
mundo! Discípulos que estén dispuestos a expresar un amor inmerecido, tenaz, sufrido y sin fronteras por
otros. Discípulos que estén dispuestos a vencer a toda costa los obstáculos del interés propio, el asignarle
precio monetario a todo y relaciones de mercado. Discípulos que estén dispuestos a cultivar una amor
verdadero a través de prestarle atención a otros, recibir y dar de gracia y ser sabios mayordomos de todo lo
que Dios les da. Amén.

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