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incrustada en la vida
(Oscar Molina)
arresto, detención, secuestro o cualquier otra forma de privación de libertad que sea obra de
agentes del Estado o de personas que actúan con la autorización y apoyo del Estado, seguida
de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento de la suerte o el
paradero de la persona desaparecida, sustrayéndola así de la protección de la ley. (Convención
Internacional para la protección de todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas,
2006)
Sin embargo, cuando volvemos a la desaparición misma, en cuanto que sucede en el mundo
de hoy, ésta se escapa de las manos. Excede las interpretaciones jurídicas y se oscurece en sí
misma dada la amplia adopción del término en contextos muy distintos que van desde la
guerra civil española hasta Colombia y México hoy en día. Es decir, por más que la
experiencia sea similar, siempre hay una diferencia en cuanto a las posibilidades de lo
experienciable que varía en términos temporales. Las condiciones de lo vivido serían,
entonces, variaciones del campo de posibilidades y no un sustrato o estructura fundamental.
Es necesario, por un lado, hacer una ampliación categorial en torno a la desaparición para
poder caracterizarla, y, por el otro, regresar a la posibilidad misma de pensar en desaparición
para vislumbrar los sinsentidos que produce.
Por lo tanto, es necesario hacer una distinción que podría parecer banal: hablamos de
desaparecidos o de desaparición. Siguiendo a Gabriel Gatti, el primer caso es el producto del
segundo; es decir, una persona desaparecida lo es en tanto que podemos hablar de
desaparición. En el primer sentido estaríamos hablando de casos y en el segundo del
fenómeno social. La razón de esta distinción es que nos permite diferenciar entre el estar
desaparecido en sentido estativo; es decir, como un modo de estar en el mundo que implica
el ser como positividad: “hay alguien que está desaparecido”; y el ser desaparecido, en
relación directa con el carácter existencial de la desaparición: alguien en sí mismo es un
desaparecido.
El desaparecido deja de estar, y eso es problemático, pues no queda siquiera la cosa corpórea
o el no-viviente que ha perdido la vida. Así, una persona desaparecida fue alguien que estuvo,
pero ya no está. Su condición, la de “estar desaparecido” implica un “estar-sin-estar”, “estar-
no-estando” o “estar-impedido-de-aparecer”.
Ahora bien, esa caracterización, aunque necesaria, es problemática. Digamos: ¿cómo es que
se la quiere caracterizar? ¿qué es constante en las ideas de desaparición?
A todas ellas [las ideas de la desaparición] les es común imaginar al desaparecido como
negación: como delito, es negación de pruebas, de identidad de cuerpo, del hecho, del destino;
como estado del ser, su identidad es la de un sujeto negado, un individuo recortado, un cuerpo
separado de nombre, un nombre aislado de su historia y desprovisto de sus cartas de
ciudadanía. (Gatti, G., 2016: 117)
La desaparición de personas, en ese sentido, se presenta antes que nada como una falta: de
una persona, de un cuerpo, de información, incluso de la muerte misma; el problema es que
generar sentido a partir de ahí es complicado; lo que queda es trabajar con lo que sí tenemos:
documentos que hablan de “detención”, testimonios de los sobrevivientes aun cuando no es
posible que testimonien la desaparición como tal, la memoria de las familias. Así, todo el
sentido que es atribuible no parte de la experiencia vivida de la desaparición, sino de la
negatividad que se instala en donde solía haber presencia.
Si seguimos esta perspectiva, un elemento es esa negación que es muchas; negación que se
dice de múltiples maneras. Los dos modos mencionados por Gatti tienen un ámbito de
acotación: el primero es político y el segundo ontológico. Sin embargo, es necesario
preguntar en qué sentido se niega y cómo es que esa negación aparece. Con esto podemos
ver otra característica que es corolario de la primera: la tensión mantenida entre la existencia
y la aniquilación de ella.
Ahora bien, ¿qué es lo que niega? No puede ser a la existencia positiva de una persona, en
tanto que eso implicaría un oxímoron, incluso si aceptamos que ese es el objetivo del
desaparecedor. No obstante, la desaparición es en sí misma negación y no aquello que es
negado. Oculta, sí, aquello que pasó; lo suplanta.
En ese sentido, no debemos dejar pasar que hablamos de desaparición para hablar de algo en
vez de nada, en tanto que la consciencia tética requiere positividades para relacionarse con
el mundo. Así, diríamos que la desaparición es, antes que nada, la negación de algo; pero
hace falta saber cómo decimos esa negación.
En un primer momento, parece ser que lo que se niega es el aparecer; pero es una negación
distinta de un simple no-aparecer como no estar presente. La diferencia estriba en que se trata
de la negación de la presencia de quien estaba ahí; es un dejar de aparecer en un mundo
circundante que le daba sentido. No se estaría modificando el modo de aparecer ante la
conciencia, no es que ante la consciencia se atribuya la desaparición a una otredad, sino que
se la modifica fundamentalmente. Una desaparición implicaría la ausencia sin sentido de una
persona. Siguiendo lo anterior, si no es una negación directa del aparecer, ¿cómo lo
transforma? ¿qué es lo que niega?
la negativa de los gobiernos a contarlos, a sumarlos en una lista para devolverles la identidad,
para certificar que esas personas sí existieron, que tenían familia, planes y sueños, y la
simulación colectiva de que en México no pasa esto, llevan al desaparecido a convertirse en
un fantasma que no reposa nunca, que vive presente por su misma ausencia, estrujando la
memoria de quienes lo conocieron y arrastrando a su gente a ese no lugar y no tiempo en el
que todos permanecen atrapados. (Turati, M., 2011:209)
1
Las cursivas son mías.
para llenar el vacío de sentido. Esta duplicidad es relevante en tanto que nos permite notar la
tensión que hay a partir de la desaparición en torno a la persona y quienes elaboran la
búsqueda y en quienes recaen los efectos y productos de esa desaparición.
Ahora bien, parafraseando a Derrida diríamos que es verdad […] que sólo puede hablarse de
desaparición en relación con esa ‘otra vuelta de la desaparición’ que permite a los hombres
‘saber que ellos también pueden desaparecer’ (Derrida, J., 1989). Él lo dice en torno a la
muerte, pero sucede que esa “otra vuelta de la desaparición” es la percepción del
desaparecido que más que mostrar la posibilidad de la finitud, muestra la posibilidad de la
muerte suspendida. La negación de la indeterminación que se manifiesta como ausencia. Sin
embargo, esa negación ya no es una anticipación del futuro, sino una presencia espuria de la
posibilidad suspendida.
Heidegger propone que el dasein es esencialmente abierto, posible y libre, pero que
estructuralmente lo es en tanto que tiende a la muerte como futuro innegable. Lo que hay es
una anticipación como posibilidad abierta. Así, el dasein como ser-para-la-muerte es total
solo cuando muere y sus posibilidades se cierran. “La muerte es una posibilidad, pero no es
una posibilidad añadida […], sino que constituye su existencia, pertenece a su ‘ser en el
mundo’ […]. La muerte no puede ser reducida a algo contingente” (Rivara, G., 2010: 68).
Ahora bien, si pensar en la doble negación de vida y muerte es un problema, lo que nos queda
es pensar en que se encuentran vivos, irreductiblemente vivos, pero al mismo tiempo
muertos. La desaparición nos obliga a impregnar la vida de muerte más allá de toda
experiencia posible. ¿Qué hacemos con esta contradicción, con este sinsentido: “aquel que
es desaparecido está vivo y está muerto al mismo tiempo” y no “no están ni vivos ni muertos,
están desaparecidos”? ¿De qué sirve pensar el asunto así?
Este carácter existencial muestra al desaparecido no como una existencia en sí misma, sino
que es relativa a quien la enuncia. Así, por ejemplo, el historiador mexicano Camilo Vicente
Ovalle2, en un intento por avanzar en torno a las razones de su incomprensibilidad, afirma
que la desaparición de personas es algo que se niega a sí mismo en tanto que para que suceda
es necesario que parezca que no sucede; es decir, si se muestra en su plenitud, entonces deja
de ser; pero si no deja constancia tampoco es posible en sí misma —así como quedó asentado
en los archivos burocráticos de la guerra sucia en México en los setenta—.
Él dice esto en torno a los archivos, registros y rastros, pero incluso tiene una clara
repercusión en la configuración de esa desaparición ante los familiares y la sociedad en
general e incluso en un sentido ontológico. Dicho de otra forma: para hablar de desaparición
es elemento necesario el no saber qué ocurrió, lo que implica que ni siquiera el momento de
la desaparición es claramente identificable, pero al mismo tiempo es necesario que quede un
rastro. Opera en un umbral de la existencia y el sentido, por un lado, y la contradicción, por
el otro. Lo que nos queda es la muerte como la posibilidad ante la vida y la desaparición
como la imposibilidad de morir, y con eso tampoco de vivir.
Podemos decir que la desaparición de personas es una tensión constante contra sí misma. Su
concreción como desaparición completa o absoluta implica también su completa
nulificación. Se trata, entonces de la imposibilidad de una concreción tética que depende de
la negación mantenida de las posibilidades, y con ello del tiempo del desaparecido; pues se
sostiene en contra del sentido. Es así como cierra el futuro y borra el pasado en una instancia
paradojal de la vida y muerte simultánea.
Es por eso que parece no haber salida posible ni superación de la desaparición. El duelo se
vuelve absurdo porque no hay un tiempo otro, sino solamente suspendido. Es por eso que la
búsqueda, las marchas y las acciones de los familiares se afirman siempre desde la vida,
desde el “vivos los queremos”. Es solo desde esa afirmación tajante y fundamental que se
puede hacer frente a la existencia negada.
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Camilo Vicente Ovalle, 2018. Estado y represión en México: una historia de la desaparición forzada, 1950-
1980. México: UNAM, desarrolla esta discusión en su tesis doctoral. El problema estriba en el acercamiento a
los archivos como rastro burocrático necesario por el aparato desaparecedor de gobierno mexicano en la
década de los 70. Afirma que los eufemismos para ocultar la desaparición se fueron transformando junto con
la práctica represiva en sí misma. Considera en este contexto términos como “paquete”, “detenido”,
“detenido-desaparecido”.
Parafraseando palabras de Paul Ricoeur podríamos pensar que se trata de una “ayuda fraternal
a los desaparecidos convertidos otra vez en [existentes] entre nosotros. Por eso la transmisión
de su experiencia es el camino obligado a la terapia del morir ordinario” (Ricoeur, 2014: 54).
El objetivo sería, recuperar la posibilidad de morir como cualquier otro; esa posibilidad
originaria que se trastocó al hacerse parcialmente presente.
Bibliografía: