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a) La Escuela francesa de la epistemología constructivista.

La primera de ellas, el constructivismo, es la defendida por Le Moigne mismo y otra serie de


investigadores como Armand Hatchuel, Romain Laufer, Albert David, Jacques Girin, Michel Berry,
Alain Charles Martinet, Michel Audet, Richard Dery, y otros, adscritos fundamentalmente a
instituciones de educación superior y centros de investigación en Francia y Quebec (Canadá).
Especial atención daremos al Centre de Recherche en Gestión (CRG) de la Ecole Polytechnique de
Paris, al Centre de Gestión Scientifique (CGS) de la Escuela de Minas de Paris y al Groupe HEC-
Paris, aunque otros centros e investigadores, tanto en Canadá como en Francia, pueden hacer
parte de la tendencia que describiremos.

El leif motiv de este grupo de teóricos es fundamentalmente la critica a la pretensión de la


administración de hacerse -exclusivamente- al estatuto científico positivista y, por el contrario,
quieren mostrar que las realidades administrativas constituyen constructos humanos muy
distantes del hecho real, objetivo e incontaminado como objeto de estudio que define a la
ciencia positiva desde Comte. Su programa se dirige, a grandes rasgos, a la adopción por parte de
la administración de lo que podríamos llamar, una epistemología del sujeto, es decir, el
conocimiento administrativo resultaría de la aprehensión de una realidad compleja en la que
el sujeto, al mismo tiempo que busca conocerla, la construye, la interpreta, la crea y se recrea a si
mismo en el proceso. Como diría Piaget, considerado el padre de todos los constructivismos, "La
inteligencia … organiza el mundo organizándose a si misma". Por tal razón, el objeto
administrativo no es aprehensible positivamente; no es posible observarlo objetivamente,
sin modificarlo o "subjetivizarlo".

Dado que fue Le Moigne quien motivo nuestro acercamiento a este grupo de investigadores, y
que además ya hemos adelantado algunas de sus posiciones, comenzaremos por él la
presentación de los puntos de vista individuales. De manera introductoria, Le Moigne muestra
el lento y azaroso camino seguido por los fundadores de lo que el llama "una epistemologia
critica" alternativa a los positivismos y realismos que se han apoderado del tinglado de "la"
ciencia.

Encuentra el germen de esta postura, mucho antes de que Comte fundara, o más bien,
institucionalizara el positivismo científico, en los sofistas y en Aristóteles. Le Moigne (1995)
reinterpreta, apoyado en Untersteiner, a Protagoras en su celebre frase, "Metron Anthropos"
("El hombre es la medida de todas las cosas"), afirmando que el hombre es dueño de la
fenomenalidad de su experiencia frente al mundo, es decir, de su vivencia frente a las cosas, no de
la apropiación de sus esencias. "Accedemos a la experiencia cognitiva controlable de los
fenómenos por los cuales describimos la realidad", diría Le Moigne, y en ese sentido el hombre se
convierte en modulador del mundo, en su medida. Y en cuento a Aristóteles, aunque es citado
profusamente junto con Platón y Pitágoras como ancestros indiscutidos de la ciencia positiva, Le
Moine rescata a instancias de Le Blond (1939), la riqueza del pensamiento del Estagirita que no
reduce al silogismo, y por consiguiente al "principio de la razón suficiente", la elaboración del
conocimiento. Veremos mas adelante la importancia de este principio en el debate
epistemológico que nos ocupa.

Otra vieja, aunque mas reciente, raíz del constructivismo, la encuentra Le Moigne en el
nominalismo medieval de Abelardo y Guillermo de Occam que concebían el acceso a la realidad
solo a través de las representaciones artificiales o los nombres que le habían sido asignados.
El orden a partir del cual intentamos comprender el mundo no esta en el mundo si no en nuestra
cabeza, aunque haya sido construido a partir del mundo mismo.

En la Europa renacentista, quiere también Le Moigne encontrar asideros filosóficos de la


postura constructivista. En Montaigne (1533-1592), partidario del escepticismo pyrrhoniano,
consideraba "insuficiente" para el conocimiento del mundo la axiomática deductiva. En
Giambattista Vico (1456-1519), critico de Descartes y propulsor de una Scienza Nouva en la que
propone la teoría del Verum Factum, ("Lo verdadero es lo que ha sido hecho y solo aquel que ha
hecho puede conocer el resultado de su operación") y el principio del ingenium, facultad humana
que construye el conocimiento al ligar, relacionar y asociar, al contrario del principio analítico de la
ciencia positiva que separa y desconecta. Igualmente Pascal (1623-1662), con su muy celebre
sentencia ("Siendo todas las cosas, causadas y causantes, ayudadas y ayudantes, mediadas e
inmediatas, y todas interconectadas por un lazo natural e invisible que liga las mas lejanas y
diferentes, yo veo imposible conocer las partes sin conocer el todo, no menos que conocer el todo
sin conocer las partes, legitima una dialéctica y una recursividad en las que se funda el
constructivismo. )

Le Moigne busca también en Kant (a pesar de las múltiples y diversas interpretaciones y


apropiaciones de parte y parte que se hayan hecho de su obra) particularmente en su tercera
critica (después de la de la razón pura y la de la razón practica, viene La Critica de la facultad de
juzgar), en la que Kant reivindica la dimensión teleologica del conocimiento, invocando "la
capacidad del espíritu humano cognoscente para elaborar los fines (telos) con respecto a los
cuales ejercerá la razón (la facultad de juzgar)" (Le Moigne, 1995b), elevando dicho
conocimiento por encima de la mera causa mecánica o eficiente.

Le Moigne le da particular importancia a un antiguo proyecto científico como antecedente


epistemologico del constructivismo y, muy particularmente, de las ciencias de la gestión: el del
filosofo francés Maurice Blondel en, ¡1893! Se trata de su propuesta de creación de una “ciencia
de la práctica o de la acción” en la que definía esta última como “El doble movimiento [...] que
integra la causa final con la causa eficiente”. ). Planteo Blondel pues muy tempranamente esa
recursividad y esa dialéctica del conocimiento pues “Del pensamiento a la practica y de la practica
al pensamiento, la ciencia debe conformar un circulo porque es parte de la vida. Por eso mismo
esta determinada [...] por esa doble relación entre conocimiento y acción” (citado por Le Moigne,
1997).
Pero ya en los finales del siglo XIX e inicios del XX, una pleyade de pensadores en diversos países
del mundo plantearon la necesidad expresa de la fundación de una nueva epistemología como
alternativa al reduccionismo y la rigidez del positivismo científico. Paul Valéry en el texto
"Introduction à la méthode de Leonard de Vinci" publicado en sus Cahiers (1984), decia por
ejemplo, "Hemos buscado siempre explicaciones cuando se trataba de representaciones que solo
podiamos tratar de inventar" y, como Vico, Valéry daba un valor fundacional del conocimiento al
hacer ("Entre el ser y el conocer, el hacer") y a la facultad del espíritu humano de religar y asociar
en lugar de aislar y disyuntar. Le Moigne invoca también el cometido de Dilthey en Alemania por
fundar las ciencias del espíritu (Neología) fundamentadas en una epistemología hermenéutica (o
"comprensión objetivable") constructora de sentido en lugar de propiciadora de explicaciones
causales. Figura central en la fundación de esa epistemología, la constituye para Le Moigne,
Gaston Bachelard a partir de la publicacion en 1934 de su texto, Nouvel esprit scientifique, es
especial en su declaración de principio en el ultimo capitulo en el que hacia un llamado a la
constitución de "una epistemología no cartesiana" basada en una "racionalismo aplicado" (o
"experimental" diría Le Moigne) que parta de lo concreto, la experiencia particular y la dialéctica.
Posteriormente, en 1938, en La formation de l'esprit scientifique, Bachelard insistirá en la
constatación de que "Los problemas no se proponen a si mismos" … "Nada es evidente per se.
Nada esta dado. Todo es construido", y suministra además la clave epistemologica fundamental
de la que se constituirá en adelante la definición misma de las ciencias apegadas a este nuevo
paradigma científico: "La meditación del objeto por el sujeto, toma siempre la forma de proyecto".

Otros grandes hombres de la ciencia y la filosofía tienen singular importancia en la elaboración de


los cimientos epistemológicos constructivitas: N. Wiener, creador entre otros en 1943 de la
cibernética, por desafiar el establecimiento positivista al reincorporar el concepto de finalidad o
teleología, proscrito por el causalismo eficientista dominante. El psicoterapeuta de la Escuela de
Palo Alto, California, G. Bateson, por su teoría del "doble vinculo" (señales contrarias y confusas en
un solo mensaje entre objeto y sujeto) y por sus criticas al "sinsentido" que llevan los modelos
científicos universalmente aceptados en un tipo de ciencia, al ser aplicados a las ciencias de la
comunicación y la organización. H. Von Foerster, formulador de la cibernética de segundo orden a
partir del concepto de "sistemas observantes" (no solo observados) que ratifican "el carácter
recursivo y auto- organizador del conocimiento" (Le Moigne, 1995b).

Pero, siguiendo aun a Le Moigne, el paradigma constructivista adquiere carta de ciudadanía en el


la filosofía de las ciencias a partir de la obra de tres grandes autores del siglo XX: Jean Piaget, Edgar
Morin y Herbert Simon. El primero es considerado en propiedad como el padre de la
epistemología constructivista, a pesar de los multiples antecedentes mencionados y no obstante
haberse referido a ella fundamentalmente en términos de "epistemología genética" (Piaget,
1970). El germen fundacional de la perspectiva piagetiena estaba presente en su obra La
construction du réel chez l’enfant (1937) en la que muestra como la inteligencia humana organiza
el mundo y dialécticamente se organiza a si misma, es decir, se construye en el proceso. En etapas
rigurosamente sucesivas, el niño desarrolla cada vez un aspecto de su inteligencia (sensibilidad,
motricidad, concreción, formalización, abstracción, etc.) “integrando” su entorno y a la vez
“acomodando” sus esquemas intelectuales precedentes a la nueva experiencia. Es una dialéctica
constructiva sujeto-objeto. Pero la que es considerada la obra de referencia por excelencia del
constructivismo es Logique et connaissance scientifique (1967), tal como el Cours de philosophie
positive de A. Comte (1830 y 1842), lo es para el positivismo. En ella, Piaget arrecia contra el
carácter restrictivo y conservador del positivismo y sus nuevas versiones (el neo-positivismo
empirista o el positivismo lógico) del Circulo de Viena y propone una nueva epistemología (la
genética) que fundamentalmente rescata el carácter dialéctico e interactivo del conocimiento y
negando tanto su predeterminación en las estructuras internas del sujeto cognoscente como en
las características preexistentes del objeto conocido.

Edgar Morin, en su monumental obra epistemológica (1977, 1980, 1986, 1991), insiste en la
necesidad de adoptar un nuevo paradigma científico (el paradigma de las ciencias de la
complejidad) que integre de nuevo la concepción disciplinar y parcelaria de la ciencia. Propone
acogerse a una paradigma integrador de cobije tanto las hoy llamadas ciencias duras como las
blandas. Su concepción constructivista radica en la rehabilitación del sujeto vivo (“vif du sujet”)
como productor-producido, constructor-construido, en el acto de conocimiento. Reivindica
pues, el carácter recursivo y auto-eco-organizador del conocimiento.

Defiende la imposibilidad de un conocimiento valido universalmente desde lo que el llama


“encierros disciplinares” o “sistemas de ideas” ocupados del conocimiento de una pequeña
porción de la realidad a partir de una axiomática reduccioncita y

un dispositivo de defensa que evita todo contagio con otras maneras de entender dicha realidad
parcial y sus conexiones y solidaridades con otras realidades o con realidades mas englobantes.

Herbert Simon, estadounidense, premio Nobel de economía y el único entre los reconocidos como
fundadores de la corriente constructivista que se ha ocupado expresamente de teorizar en
administración, propone por su parte la creación de las ciencias de lo artificial (por contraste con
las ciencias naturales) en las que el conocimiento ha de ser construido y reconstruido sin cesar
pues no existe la verdad sobre el objeto como punto de llegada, sino un proyecto de
conocimiento íntimamente ligado a la dimensión teleologica o finalista del sujeto cognoscente, es
decir, al sentido y a la razón de ser de su búsqueda de conocimiento y su acción de
transformación con respecto al objeto. Propone además una metaciencia que el llamaría
ciencia de la concepción o del diseño (science of design) en la cual el proceso cognitivo del
hombre se vuelve objeto –o mas bien, proyecto– de si mismo.

Su propuesta es finalmente unirse en torno a un proyecto de institucionalización de una


epistemología global que acepte dos tipos de ciencias en dialogo permanente: en primer termino
aquellas definidas por su objeto, por un principio gnoseológico antológico-determinista y por una
metodología centrada en la modelizacion analítica y la razón suficiente; y, en segundo termino,
por aquellas ciencias definidas por su proyecto, bajo un principio gnoseológico fenómeno-
teleológico y una metodología de modelizacion sistémica y de la acción inteligente.
Armand Hatchuel en “La superación de las metafísicas de la acción”, constituyó una convocatoria
para que algunos de los más reconocidos representantes de esta corriente crítica plantearan su
propuesta de refundamentacion epistemologica de la administración. Las propuestas de Hatchuel,
David, Laufer, Girin, y Martinet.

Armand Hatchuel, profesor de la Escuela de Minas de Paris y director adjunto del Centre de
Gestión Scientifique, propone la creación de una “axiomática inédita de la acción colectiva” que
parta de la revisión del papel de la administracion y de la

empresa en la sociedad para sacarlas de lo que él llama los “metafísicas de la acción”3 y llevarla a
un proyecto científico organizado en torno a la acción colectiva como objeto de estudio en la que
son inseparables los saberes de los individuos de las relaciones sociales (principio de la no-
separabilidad) que los hombres tejen en el desarrollo de su trabajo y su producción.

La administración ha pasado de ser en sus inicios un “proyecto educativo” a ser actualmente un


“proyecto científico” en el que la característica fundamental es el estar constituida por una
“colección de instrumentos” que separadamente han recurrido a métodos científicos pero juntos
no constituyen una ciencia. Esto la ha hecho blanco de las críticas epistemológicas que le abren
poco a poco nuevas vías de desarrollo disciplinar. Es este periodo final el que ha permitido un
fuerte debate desde diversas perspectivas académicas (sociológicas, antropológicas, psicológicas,
filosóficas.) que cuestionan los fundamentos de la disciplina y profundizan en la búsqueda de
enfoques alternativos tanto en la generación de teorías como de metodologías que recurren mas
ahora a las técnicas de investigación cualitativa. Hatchuel valora pues, este estado de cosas
como positivo dado que a la “crisis de identidad” por la que pasa la administración puede
llevarnos a formas inéditas tanto para la empresa como para la administración misma.

Surgidas como dijimos, de un proyecto educativo y no de un proyecto teórico o científico, las


ciencias de la gestión, para Hatchuel, nacieron sin objeto central ni núcleo conceptual (es decir
sin coeur, o core para utilizar respectivamente la acepcion francesa e inglesa) y deben buscar
definir uno alrededor del cual puedan construir un proyecto de conocimiento. La empresa, en los
principios pedagógicos de la administracion, se dio como el objeto de referencia, pero ésta no
puede constituirse en objeto pues la diversidad de los fenómenos que encierra

(económicos, jurídicos, sociales, psicológicos, comerciales) hace necesaria una precisión mayor
en cuanto a lo que realmente interesa a la administración. Hatchuel propone partir de una
definición de la empresa como artefacto (o la artefactualidad de la empresa) por oposición al
concepto de naturalidad. Entiende por esto último la calidad de espontáneo en el devenir de las
sociedades de instituciones como la familia, la organización religiosa, la ciudad, etc., que aunque
“administradas” también, ello no las define ni las delimita como si es el caso de la empresa. Ese
carácter reflexivo le ha dado una enorme flexibilidad que hace que la empresa se reforme y se
revise sustancialmente con el paso de los tiempos. Pero no es la empresa en si el objeto sino la
acción reflexiva y transformadora de los sujetos inmersos en el proceso de hacer empresa lo que
debe focalizarse como el objeto de interés de la gestión; la acción colectiva empresarial
que, aunque no es la única forma de acción colectiva, si es una de las mas universales teniendo en
cuenta que la humanidad casi enteramente se ha enrutado en el capitalismo y el mercado
concurrente como forma de gestión de su subsistencia y progreso.

Pero la característica fundamental de esta forma de acción colectiva es que no puede someterse a
las ya citadas metafísicas de la acción, a pasar de que la visión tradicional de la administración
funda su desarrollo precisamente en ellas: las modas administrativas que parten de una idea
totalizadora como nueva e infalible forma de gerenciar la empresa descalificando todas las
formas anteriores. Hatchuel define las metafísicas de la acción como “toda teoría que resume la
acción colectiva, ya sea a un principio o a un sujeto totalizador”. Principios totalizadores como la
maximización de la utilidad, la estrategia, la maximización del valor agregado, la reingeniería,
etc., o sujetos totalizadores como el empresario, el líder, el accionista, el cliente, han
dominado la teorizacion y el ejercicio de la administración a lo largo de su historia4. Pero para
Hatchuel “reducir la acción a un principio o sujeto descalifica los demás saberes y los
demás sujetos”, y se hace necesario repensar la acción colectiva desde una dialéctica de las
técnicas de gestión y la organización social, pues toda técnica conlleva implícitamente un tipo
organización y las organizaciones generan necesariamente tipos específicos de técnicas de gestión.
Esto no es otra cosa que lo que Hatchuel denomina “el debate instrumento-estructura” que ha
estado presente por muchos años en la teoría administrativa pero visto en muchos casos de
manera determinista, es decir, definiendo cual es causa de cual, pero que desde la complejidad
del fenómeno de la acción colectiva deberá mirarse mas bien en términos interactivos y
recursivos.

Hace parte también de su propuesta la recuperación de la dimensión histórica de la teorizacion en


administración, perdida tras la dinámica de las modas de gestión que cada una a su turno, hace
“borrón y cuenta nueva”. Los instrumentos y las técnicas de gestión adquieren sentido en un
continuum y en un contexto históricos y constituyen a su vez, basamentos a nuevas
formas de gestión. En consecuencia, se hace necesario pensar la empresa y la administración
mas como una genealogía de las doctrinas administrativas y de las formas de nacionalización que
como una la practica sincrónica de una racionalidad totalizante.

Hatchuel plantea cuatro tesis fundantes de la que será su propuesta de una axiomática de la
acción colectiva:

- Cambiar el concepto de racionalidad de los actores, tan caro a los teóricos de la empresa
especialmente desde la economía, por el de proceso de nacionalización pues el primero implica la
preexistencia e inmutabilidad de los intereses de los actores organizacionales y, el segundo, “un
espacio de siempre renovado de revisiones y redefiniciones”, un espacio de negociación
permanente, de construcción colectiva. Solo con la adopción de un principio como éste (que él
llama ley de conversión de las racionalidades) podrá permitir que nuevos valores emancipadores
(en el sentido habermasiano) u humanistas entren a hacer parte de la acción colectiva
empresarial.

- Virar de una concepción dirigista de gestión de la conducta y del conflicto hacia una postura de
participación y de aprendizaje colectivo, entendiendo éste, no como una especie de “sujeto
colectivo” que aprehende “un” conocimiento prescrito, sino como una dinámica en la que
cada uno aprende del otro y construye con el otro la organización en construcción. No Hay pues
un “a priori dogmático” o ideal en cuanto a las formas de dirigir y organizar; se construye en la
interacción de los aprendizajes colectivos.

- Hacer evolucionar el concepto de “contingencia estructural” de un postura en la que se concibe


la estructura de las organizaciones como un acomodamiento “ideal” de las dependencias y
divisiones internas de la organización a las exigencias del entorno, hacia una visión de “genealogía
de los colectivos” en la que la estructura es un resultado en permanente revisión y transformación
por efecto de los aprendizajes colectivos citados en el aparte anterior. Es la resultante de un
proceso de construcción colectiva y no de una imposición.

- Relativizar el concepto de “eficacia”, tradicionalmente inmutable desde Weber (adaptación


de los fines a los medios) y someterlo a los procesos de racionalización permanente de la acción
colectiva. Todos los términos de esa definición son redefinibles en el proceso de construcción
colectiva. (adaptar, ¿bajo qué parámetros o criterios? ¿Cuales medios?, ¿los disponibles?, ¿los
conocidos?, ¿otros? ¿Cuales fines?, quien los determina?, ¿el propietario?, ¿el dirigente?,
¿participan los dirigidos?)

Estas cuatro tesis de Hatchuel pretenden poner en el terreno de la complejidad y la recursividad


lo que tradicionalmente es comprendido de una manera lineal, rígida y determinista: el
conocimiento (o los saberes) en la acción administrativa

(que se entiende absoluto, propio del dirigente o experto, incuestionable y transferible, es decir, a
la manera positivista) y las relaciones sociales que están prefiguradas por estructuras que son
concebidas a priori, jerárquicas y autocráticas.

En conclusión, Hatchuel propone una nueva epistemología de la administracion basada en la


desmitificación de las metafísicas de la acción (ya sea como principio o como sujeto totalizador),
es decir, de las fórmulas ideales y ajenas a los contextos relacionales y cognitivos de los
hombres en la empresa, y rescata el carácter recursivo de la acción humana. Esta, entendida
colectivamente y situada en la organización, constituye, o más bien, debería constituirse en el
objeto de estudio de la administracion y tendría como fundamento epistemologico por excelencia
la inseparabilidad de los saberes de los hombres y sus relaciones. Esta dialéctica reivindica el
carácter constructivo y recursivo de la administracion, sumido en la teoría y en la practica en
una perspectiva determinista (linealidad causa-efecto), dirigista (el dirigente es quien sabe y
ordena), reduccionista (centrada en el interés del accionista) e instrumentalista (somete la
estructura social a las exigencias de la técnica de gestión). Crea a la vez el espacio para la
emancipación del hombre en la empresa pues rescata al sujeto (todos los sujetos) como
constructores de un proyecto común.

Romain Laufer, profesor de la Ecole des Hautes Etudes Comerciales (HEC) de Paris, es propulsor
de una postura epistemologica apoyada en la apertura disciplinar de la administracion y en su
legitimidad ante la ciencia, las ciencias sociales en particular y, en general, frente a la
sociedad. Su propuesta está dirigida a la formulación de lo que él llama “conceptos federadores”,
es decir, un núcleo conceptual que le dé legitimidad y validez científica a la administración y que
reorganice la práctica y la producción de conocimiento dentro de la disciplina.

En la relectura que Laufer hace de la historia de la administración y de su inserción en la


sociedad, encuentra que en la época anterior al nacimiento de esta disciplina, es decir, antes de
1900, el “sistema de legitimidad”5 de la sociedad

moderna (o racional-legal en la terminología de Weber) estaba fundamentado por el criterio de


poder publico, es decir, en su origen (lo que viene de allí es legitimo). Esto se corresponde con una
visión cosmologica clásica en la que predomina una epistemología “trascendental” (en el sentido
kantiano) que presupone como natural en todo hombre la razón para acceder a las leyes del
universo, a imagen de Newton cuya ciencia era la única reconocida como tal entonces. Esto
se expresa en la economía política en la visión de Adam Smith, también predominante
entonces, en la que se expresan como leyes naturales las “leyes” del mercado que presuponen un
homo economicus regido por un deseo natural de maximización de la utilidad, en un mercado
donde existe plena información sobre precios y cantidades y en un contexto de competencia
perfecta (no hay monopolios ni oligopolios).

En el nivel administrativo, en este contexto clásico, la empresa se reduce a la racionalidad del


empresario. La empresa es una caja negra que obedece en bloque a las leyes del mercado. No
existe el gerente o dirigente separado del propietario que gobierna un aparato decisional con base
en datos externos obviamente, pero también internos. No tiene la empresa tampoco, por su
tamaño atomistico, la posibilidad de incidir en el libre desempeño del mercado
(competencia perfecta).
Puede verse entonces, que todo esta dispuesto en esta configuración para ser legitimado en torno
a la existencia y sumisión a las leyes de la naturaleza que se manifiestan en los tres niveles del
sistema: el cosmológico (el orden natural en el universo), el jurídico (el poder legitimado en su
origen) y el administrativo (no existe o se confunde con el empresario quien se rige lógicamente
por las leyes “naturales” del mercado). Hay claridad en cuanto a las “conceptos federadores”, así
no exista propiamente la administracion.
5 La noción de « sistema de legitimidad » es crucial para Laufer y hace referencia a la coherencia entre el origen del
poder legítimo y su lugar de aplicación. Las crisis de legitimidad sobrevienen cuando esa coherencia se fractura. Existen
tres niveles de manifestación de un sistema de legitimidad: el cosmologico o de la dicotomia naturaleza-cultura
(revelado por el paradigma científico prevaleciente), el jurídico o de la dicotomía publico-privado y el administrativo o
de la acción propiamente de los actores. Lo administrativo en toda época esta sometido a la concepción científica
(generalmente plasmada en la economía política) y a la ley.

En un segundo periodo histórico (desde la aparición de la administración hacia 1900 hasta


mediados del siglo XX) y a causa de lo que Laufer llama “el desfallecimiento de los mercados”
(concebidos según el modelo de economía política como reflejo de la ley natural), el sistema de
legitimidad descrito entra en crisis y una nueva configuración se precisa en aras de un nuevo
equilibrio entre el origen y el lugar de aplicación del poder legitimo. El Estado es requerido con un
papel más incidente en lo económico y para que subsane los efectos sociales del desbarajuste del
sistema. Se vuelve entonces hacia el ciudadano con el criterio de satisfacción de sus necesidades
fundamentales: los servicios públicos, la salud, las vías y transportes, la instrucción pública, etc.
Con ello, la legitimidad, antes fundada en el origen del poder publico, se localiza ahora en la
finalidad de la acción del Estado.

Esta postura en el nivel jurídico se correlaciona en lo epistemológico con una visión positivista
enraizada en una nueva cosmovisión, pues la estabilidad del sistema ya no puede ser asegurada
por la ley natural y se hace necesario que la mano humana establezca límites y acuerdos a priori
para mantener un equilibrio de legitimidad. Augusto Comte, habiendo institucionalizado de
tiempo atrás un acuerdo a priori sobre lo que podría ser reconocido como ciencia positiva, es
quien viene a suministrar el basamento epistemológico al nuevo sistema de legitimidad.

Con Fayol, estos principios adquieren una mayor dimensión pues Taylor los concibió para el
taller de producción mientras que Fayol, en la misma vena comtiana, invento a división
funcional de la empresa (producción, finanzas, comercio y administración) y concibió un
“proceso administrativo” (planificación, organización, dirección y control) como modelo de acción
gerencial en la empresa en general. Se dice de él que fue el inventor del gerente o director
general, figura que hoy parecería obvia pero que en la época de Fayol constituía una verdadera
innovación pues cambiaba la “lógica patrimonial” vigente para construir una legitimidad de
un rol social que se convertiría en preponderante años después.
Esta nueva concepción administrativa hace honor pues a la visión positivista de la ciencia como
fundante de su primer marco conceptual federador, puesto que constituye el primer intento de
darse un estudio científico (de allí su nombre de Scientific Management) y a la vez el primer
intento sistemático para establecer un acuerdo a priori sobre la forma de gerenciar una empresa
partiendo de un objetivo universal (la eficacia productiva y financiera) y los medios, también
universales y científicamente establecidos, para lograrlo. Como dice Laufer, “La legitimidad del
gerente (manager) se funda en la aplicación de los principios de la epistemología positivista al
saber gerencial”.

Pasando medio siglo XX, en un tercer momento de la historia del sistema de legitimidad racional-
legal, este arreglo positivista comienza a entrar en crisis. El punto de quiebre lo constituye sin
duda la insostenibilidad del modelo del Estado Providencia y el ascenso de las posturas
neoliberales. La distinción clásica entre público y privado empieza a ser cuestionada y revisada.
Cada vez mas lo publico es ejecutado por los particulares y cada vez mas le son
asignadas responsabilidades sociales a la empresa privada. La tendencia globalizadora liderada
también por la gran empresa multinacional resultante del evidente fracaso de la legislación
antitrust, amenaza cada vez más la soberanía de los estados. El límite pues entre público y
privado, ya no puede ser definido a priori, sino que lo definen, a posteriori y en cada caso, los
actores implicados en una reforma o proyecto socioeconómico.

No hay en principio una nueva concepción científica de fondo sino que se busca por diversos
medios y artificios a sostener la validez del modelo positivista. Se desemboca en lo que Laufer
denomina el pragmatismo radical pues, cuando las condiciones de verificabilidad lo permiten, se
recurre a ese paradigma, especialmente en su versión renovada del neopositivismo lógico
encarnada por Popper; en los casos en los que no es sostenible el apriorismo metodológico, se
recurre a lo que Laufer llama los “cuasipositivismos”, es decir, una demostración a posteriori de la
validez de los planteamientos recurriendo generalmente al análisis de sistemas (modelizacion de
la realidad) y a la casuística (qué se ha hecho en casos similares anteriores) dentro de la misma
tradición científica. No se trata pues, de la emergencia de un paradigma científico alternativo, sino
de una crisis mayor del epísteme positivista. Sin embargo y en paralelo al desbarajuste gradual de
esa visión científica, han venido surgiendo y presionando cada vez con mayor insistencia las
llamadas “epistemologías constructivistas” que reconocen de plano la imposibilidad del
conocimiento universal basado en el a priori metodológico positivista y en la sustracción del
sujeto a todo proceso cognitivo.

En el mundo de la administración y de la empresa algo similar ha venido ocurriendo. La


incertidumbre, la complejidad, la imprevisibilidad de los entornos económicos hace necesaria una
“administración de lo imposible”, como la llama Laufer, es decir, necesaria pero imposible, en el
sentido de que la administración es el único recurso de la empresa para producir
frenéticamente propuestas (modas, prescripciones, modelos, técnicas) que no obstante, no
alcanzan ninguna de ellas a constituirse, ni en la solución practica prometida, ni en la salida
epistemológica para la disciplina. El método de casos se convierte en esta época postayloriana la
herramienta fundamental de la pedagogía administrativa, generalmente como soporte a nuevas
modas o prescripciones, y todavía dentro de la visión positivista (o “cuasi”, diría Laufer) pues, no
obstante su deficiente cientificidad –positivistamente hablando- de su concepción, conserva
intacta su pretensión de universalidad y aplicabilidad independiente de los contextos y las
trayectorias especificas de las empresas y las sociedades a las que pertenecen.

Esto ocurre en la administración pero constituye una crisis generalizada pues se da en los tres
niveles del análisis (cosmológico, jurídico y fraseológico), y su manifestación de fondo es que
hay una dislocación mayor entre el origen y el lugar de aplicación del poder legítimo (o más bien
deslegitimado). El Estado, al verse contestado desde diferentes ángulos (ciencias sociales, prensa,
movimientos antiliberales, ONG’s, etc.) por las múltiples manifestaciones de la crisis
(burocratismo, ineficiencia, despilfarro, sujeción al mundo de la empresa, corrupción,
inhumanidad.) recurre un intento de legitimación defensivo, es decir,respondiendo caso por caso
a las denuncias, lo que hace que su legitimación sea mas que todo procedimental (procedural); ya
no se legitima en el origen como en la primara época del sistema, ni por la finalidad como en la
segunda, sino por los métodos o los medios, legitimando de paso esa lógica reactiva que
caracteriza esta nueva etapa.

En esta crisis de legitimidad, para la administración ya no hay entonces un one best way
garantizado por la investigación cuantitativa y ahora la teoría –y la practica- explota en miles
de pequeñas parcelas y efímeras recetas en torno a las cuales los actores organizacionales
hacen acuerdos y planes siempre provisionales y frágiles bajo el criterio de “satisfactorio”. A
decir de Herbert Simón,

“Es la aceptabilidad de una solución por quienes deciden lo que determina su valor a priori,
mientras que su valor a posteriori, depende de los resultados específicos de la acción”.

En conclusión, ha llegado para Laufer el momento propicio para la renovación epistemologica


pues en ese vacio -tanto generalizado como para la administración- de conceptos
federadores que faciliten un nuevo “aggiornamento” del sistema de legitimidad, se hace
manifiesta la incoherencia y la improvisación de las acciones de los diversos actores sociales. Pero
el nuevo esquema no ha de surgir de una elucubración sobre el paradigma ideal, sino de la lectura
de las tendencias mismas en el interior de la crisis del sistema de legitimidad vigente: en la
constatación de que es el dialogo, la negociación, la permanente revisión y reestructuración de
los acuerdos, que debe fundarse la nueva perspectiva paradigmática. Es por ello que “el
paradigma reencontrado”6 debe ser la nueva retórica o la teoría de la argumentación, pues
suministra a los actores sociales un medio estructurado de comunicación y persuasión que los
califica para la defensa de las posiciones de cada quien y para la comprensión de las del otro.
Facilita también el tránsito del caos del derrumbe de la legitimidad científica positivista al caos
organizado de un mundo que no volverá a ser jamás el universo mecánico y lineal idealmente
organizado, sino un mundo complejo, de infinitas interacciones y retroacciones, de incertidumbres
y recursividades, que exigen a cada momento el pleno ejercicio de los actores como sujetos de su
conocimiento y de su acción.

6. DATO. Laufer hace referencia al « Paradigma perdido » de E. Morin, en el que éste evoca la
naturalidad antropológica del hombre perdida tras el reduccionismo positivista.

Laufer no expone propiamente como podría ser una nueva constelación federada entorno a la
retórica pero propone y deja abierto el campo de las discusiones y redefiniciones, los conceptos
de gobernabilidad, valor, recursos, competencias, todos ellos dirigidos a construir una nueva
confianza entre los actores.

Las ciencias sociales han oscilado entre dos posiciones respecto al estudio de los fenómenos
humanos, según Jean Francois de Chanlat.

La primera de ellas ha sido una división de naturaleza teórica, metodológica y epistemológica


dentro de los que se pueden identificar fundamentalmente dos actitudes: una naturalista,
objetivista, causalista y cientificista que lideraron Stuart Mill y Auguste Compte y que a comienzos
del siglo XIX buscaron una física social teórica, metodológica y epistemológica. Desde las
disciplinas económicas hasta la sociología, las ciencias políticas, la demografía y la antropología
asumieron esta postura. Esta posición abordan las ciencias sociales desde el exterior. La otra
posición humanista, subjetivista finalista y comprensiva liderada por Dilthey, Rickert, Simmel,
Cassirer, Hayek y otros alemanes a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX consideraron
necesario fundar las ciencias sociales sobre una teoría del conocimiento y abandonar su
subordinación a las ciencias naturales. Esta última resulta una visión opuesta a los principios
filosóficos del positivismo.

La otra posición ha sido la división praxeológica, en donde las ciencias sociales han oscilado entre
dos actitudes en relación a la acción social concreta en donde busca mantener una distancia
fundamentalmente crítica o desarrollar una tecnología social directamente utilizable: En la
primera, en la que entre los defensores se pueden encontrar a Max Weber, la primera finalidad de
las ciencias sociales no es la de ponerse al servicio de algunos poderes o instituciones establecidos,
sino volver inteligible la realidad humana, social e histórica. Para ello deben teorizar y sintetizar
de manera crítica los objetos estudiados.

En la segunda, sus representantes no ven de igual forma el papel de las ciencias sociales.
Acá las ciencias sociales deben ser prácticas y útiles. Elton Mayo a mediados del siglo XX buscó
desarrollar técnicas de administración social con el
fin de dar respuestas a las exigencias institucionales. En sus investigaciones los problemas de
medida y métodos son a menudo más importantes que las consideraciones de orden teórico. La
ingeniería social cuyo fin es la prevención y el control de la conducta humana.

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