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Dado que fue Le Moigne quien motivo nuestro acercamiento a este grupo de investigadores, y
que además ya hemos adelantado algunas de sus posiciones, comenzaremos por él la
presentación de los puntos de vista individuales. De manera introductoria, Le Moigne muestra
el lento y azaroso camino seguido por los fundadores de lo que el llama "una epistemologia
critica" alternativa a los positivismos y realismos que se han apoderado del tinglado de "la"
ciencia.
Encuentra el germen de esta postura, mucho antes de que Comte fundara, o más bien,
institucionalizara el positivismo científico, en los sofistas y en Aristóteles. Le Moigne (1995)
reinterpreta, apoyado en Untersteiner, a Protagoras en su celebre frase, "Metron Anthropos"
("El hombre es la medida de todas las cosas"), afirmando que el hombre es dueño de la
fenomenalidad de su experiencia frente al mundo, es decir, de su vivencia frente a las cosas, no de
la apropiación de sus esencias. "Accedemos a la experiencia cognitiva controlable de los
fenómenos por los cuales describimos la realidad", diría Le Moigne, y en ese sentido el hombre se
convierte en modulador del mundo, en su medida. Y en cuento a Aristóteles, aunque es citado
profusamente junto con Platón y Pitágoras como ancestros indiscutidos de la ciencia positiva, Le
Moine rescata a instancias de Le Blond (1939), la riqueza del pensamiento del Estagirita que no
reduce al silogismo, y por consiguiente al "principio de la razón suficiente", la elaboración del
conocimiento. Veremos mas adelante la importancia de este principio en el debate
epistemológico que nos ocupa.
Otra vieja, aunque mas reciente, raíz del constructivismo, la encuentra Le Moigne en el
nominalismo medieval de Abelardo y Guillermo de Occam que concebían el acceso a la realidad
solo a través de las representaciones artificiales o los nombres que le habían sido asignados.
El orden a partir del cual intentamos comprender el mundo no esta en el mundo si no en nuestra
cabeza, aunque haya sido construido a partir del mundo mismo.
Edgar Morin, en su monumental obra epistemológica (1977, 1980, 1986, 1991), insiste en la
necesidad de adoptar un nuevo paradigma científico (el paradigma de las ciencias de la
complejidad) que integre de nuevo la concepción disciplinar y parcelaria de la ciencia. Propone
acogerse a una paradigma integrador de cobije tanto las hoy llamadas ciencias duras como las
blandas. Su concepción constructivista radica en la rehabilitación del sujeto vivo (“vif du sujet”)
como productor-producido, constructor-construido, en el acto de conocimiento. Reivindica
pues, el carácter recursivo y auto-eco-organizador del conocimiento.
un dispositivo de defensa que evita todo contagio con otras maneras de entender dicha realidad
parcial y sus conexiones y solidaridades con otras realidades o con realidades mas englobantes.
Herbert Simon, estadounidense, premio Nobel de economía y el único entre los reconocidos como
fundadores de la corriente constructivista que se ha ocupado expresamente de teorizar en
administración, propone por su parte la creación de las ciencias de lo artificial (por contraste con
las ciencias naturales) en las que el conocimiento ha de ser construido y reconstruido sin cesar
pues no existe la verdad sobre el objeto como punto de llegada, sino un proyecto de
conocimiento íntimamente ligado a la dimensión teleologica o finalista del sujeto cognoscente, es
decir, al sentido y a la razón de ser de su búsqueda de conocimiento y su acción de
transformación con respecto al objeto. Propone además una metaciencia que el llamaría
ciencia de la concepción o del diseño (science of design) en la cual el proceso cognitivo del
hombre se vuelve objeto –o mas bien, proyecto– de si mismo.
Armand Hatchuel, profesor de la Escuela de Minas de Paris y director adjunto del Centre de
Gestión Scientifique, propone la creación de una “axiomática inédita de la acción colectiva” que
parta de la revisión del papel de la administracion y de la
empresa en la sociedad para sacarlas de lo que él llama los “metafísicas de la acción”3 y llevarla a
un proyecto científico organizado en torno a la acción colectiva como objeto de estudio en la que
son inseparables los saberes de los individuos de las relaciones sociales (principio de la no-
separabilidad) que los hombres tejen en el desarrollo de su trabajo y su producción.
(económicos, jurídicos, sociales, psicológicos, comerciales) hace necesaria una precisión mayor
en cuanto a lo que realmente interesa a la administración. Hatchuel propone partir de una
definición de la empresa como artefacto (o la artefactualidad de la empresa) por oposición al
concepto de naturalidad. Entiende por esto último la calidad de espontáneo en el devenir de las
sociedades de instituciones como la familia, la organización religiosa, la ciudad, etc., que aunque
“administradas” también, ello no las define ni las delimita como si es el caso de la empresa. Ese
carácter reflexivo le ha dado una enorme flexibilidad que hace que la empresa se reforme y se
revise sustancialmente con el paso de los tiempos. Pero no es la empresa en si el objeto sino la
acción reflexiva y transformadora de los sujetos inmersos en el proceso de hacer empresa lo que
debe focalizarse como el objeto de interés de la gestión; la acción colectiva empresarial
que, aunque no es la única forma de acción colectiva, si es una de las mas universales teniendo en
cuenta que la humanidad casi enteramente se ha enrutado en el capitalismo y el mercado
concurrente como forma de gestión de su subsistencia y progreso.
Pero la característica fundamental de esta forma de acción colectiva es que no puede someterse a
las ya citadas metafísicas de la acción, a pasar de que la visión tradicional de la administración
funda su desarrollo precisamente en ellas: las modas administrativas que parten de una idea
totalizadora como nueva e infalible forma de gerenciar la empresa descalificando todas las
formas anteriores. Hatchuel define las metafísicas de la acción como “toda teoría que resume la
acción colectiva, ya sea a un principio o a un sujeto totalizador”. Principios totalizadores como la
maximización de la utilidad, la estrategia, la maximización del valor agregado, la reingeniería,
etc., o sujetos totalizadores como el empresario, el líder, el accionista, el cliente, han
dominado la teorizacion y el ejercicio de la administración a lo largo de su historia4. Pero para
Hatchuel “reducir la acción a un principio o sujeto descalifica los demás saberes y los
demás sujetos”, y se hace necesario repensar la acción colectiva desde una dialéctica de las
técnicas de gestión y la organización social, pues toda técnica conlleva implícitamente un tipo
organización y las organizaciones generan necesariamente tipos específicos de técnicas de gestión.
Esto no es otra cosa que lo que Hatchuel denomina “el debate instrumento-estructura” que ha
estado presente por muchos años en la teoría administrativa pero visto en muchos casos de
manera determinista, es decir, definiendo cual es causa de cual, pero que desde la complejidad
del fenómeno de la acción colectiva deberá mirarse mas bien en términos interactivos y
recursivos.
Hatchuel plantea cuatro tesis fundantes de la que será su propuesta de una axiomática de la
acción colectiva:
- Cambiar el concepto de racionalidad de los actores, tan caro a los teóricos de la empresa
especialmente desde la economía, por el de proceso de nacionalización pues el primero implica la
preexistencia e inmutabilidad de los intereses de los actores organizacionales y, el segundo, “un
espacio de siempre renovado de revisiones y redefiniciones”, un espacio de negociación
permanente, de construcción colectiva. Solo con la adopción de un principio como éste (que él
llama ley de conversión de las racionalidades) podrá permitir que nuevos valores emancipadores
(en el sentido habermasiano) u humanistas entren a hacer parte de la acción colectiva
empresarial.
- Virar de una concepción dirigista de gestión de la conducta y del conflicto hacia una postura de
participación y de aprendizaje colectivo, entendiendo éste, no como una especie de “sujeto
colectivo” que aprehende “un” conocimiento prescrito, sino como una dinámica en la que
cada uno aprende del otro y construye con el otro la organización en construcción. No Hay pues
un “a priori dogmático” o ideal en cuanto a las formas de dirigir y organizar; se construye en la
interacción de los aprendizajes colectivos.
(que se entiende absoluto, propio del dirigente o experto, incuestionable y transferible, es decir, a
la manera positivista) y las relaciones sociales que están prefiguradas por estructuras que son
concebidas a priori, jerárquicas y autocráticas.
Romain Laufer, profesor de la Ecole des Hautes Etudes Comerciales (HEC) de Paris, es propulsor
de una postura epistemologica apoyada en la apertura disciplinar de la administracion y en su
legitimidad ante la ciencia, las ciencias sociales en particular y, en general, frente a la
sociedad. Su propuesta está dirigida a la formulación de lo que él llama “conceptos federadores”,
es decir, un núcleo conceptual que le dé legitimidad y validez científica a la administración y que
reorganice la práctica y la producción de conocimiento dentro de la disciplina.
Esta postura en el nivel jurídico se correlaciona en lo epistemológico con una visión positivista
enraizada en una nueva cosmovisión, pues la estabilidad del sistema ya no puede ser asegurada
por la ley natural y se hace necesario que la mano humana establezca límites y acuerdos a priori
para mantener un equilibrio de legitimidad. Augusto Comte, habiendo institucionalizado de
tiempo atrás un acuerdo a priori sobre lo que podría ser reconocido como ciencia positiva, es
quien viene a suministrar el basamento epistemológico al nuevo sistema de legitimidad.
Con Fayol, estos principios adquieren una mayor dimensión pues Taylor los concibió para el
taller de producción mientras que Fayol, en la misma vena comtiana, invento a división
funcional de la empresa (producción, finanzas, comercio y administración) y concibió un
“proceso administrativo” (planificación, organización, dirección y control) como modelo de acción
gerencial en la empresa en general. Se dice de él que fue el inventor del gerente o director
general, figura que hoy parecería obvia pero que en la época de Fayol constituía una verdadera
innovación pues cambiaba la “lógica patrimonial” vigente para construir una legitimidad de
un rol social que se convertiría en preponderante años después.
Esta nueva concepción administrativa hace honor pues a la visión positivista de la ciencia como
fundante de su primer marco conceptual federador, puesto que constituye el primer intento de
darse un estudio científico (de allí su nombre de Scientific Management) y a la vez el primer
intento sistemático para establecer un acuerdo a priori sobre la forma de gerenciar una empresa
partiendo de un objetivo universal (la eficacia productiva y financiera) y los medios, también
universales y científicamente establecidos, para lograrlo. Como dice Laufer, “La legitimidad del
gerente (manager) se funda en la aplicación de los principios de la epistemología positivista al
saber gerencial”.
Pasando medio siglo XX, en un tercer momento de la historia del sistema de legitimidad racional-
legal, este arreglo positivista comienza a entrar en crisis. El punto de quiebre lo constituye sin
duda la insostenibilidad del modelo del Estado Providencia y el ascenso de las posturas
neoliberales. La distinción clásica entre público y privado empieza a ser cuestionada y revisada.
Cada vez mas lo publico es ejecutado por los particulares y cada vez mas le son
asignadas responsabilidades sociales a la empresa privada. La tendencia globalizadora liderada
también por la gran empresa multinacional resultante del evidente fracaso de la legislación
antitrust, amenaza cada vez más la soberanía de los estados. El límite pues entre público y
privado, ya no puede ser definido a priori, sino que lo definen, a posteriori y en cada caso, los
actores implicados en una reforma o proyecto socioeconómico.
No hay en principio una nueva concepción científica de fondo sino que se busca por diversos
medios y artificios a sostener la validez del modelo positivista. Se desemboca en lo que Laufer
denomina el pragmatismo radical pues, cuando las condiciones de verificabilidad lo permiten, se
recurre a ese paradigma, especialmente en su versión renovada del neopositivismo lógico
encarnada por Popper; en los casos en los que no es sostenible el apriorismo metodológico, se
recurre a lo que Laufer llama los “cuasipositivismos”, es decir, una demostración a posteriori de la
validez de los planteamientos recurriendo generalmente al análisis de sistemas (modelizacion de
la realidad) y a la casuística (qué se ha hecho en casos similares anteriores) dentro de la misma
tradición científica. No se trata pues, de la emergencia de un paradigma científico alternativo, sino
de una crisis mayor del epísteme positivista. Sin embargo y en paralelo al desbarajuste gradual de
esa visión científica, han venido surgiendo y presionando cada vez con mayor insistencia las
llamadas “epistemologías constructivistas” que reconocen de plano la imposibilidad del
conocimiento universal basado en el a priori metodológico positivista y en la sustracción del
sujeto a todo proceso cognitivo.
Esto ocurre en la administración pero constituye una crisis generalizada pues se da en los tres
niveles del análisis (cosmológico, jurídico y fraseológico), y su manifestación de fondo es que
hay una dislocación mayor entre el origen y el lugar de aplicación del poder legítimo (o más bien
deslegitimado). El Estado, al verse contestado desde diferentes ángulos (ciencias sociales, prensa,
movimientos antiliberales, ONG’s, etc.) por las múltiples manifestaciones de la crisis
(burocratismo, ineficiencia, despilfarro, sujeción al mundo de la empresa, corrupción,
inhumanidad.) recurre un intento de legitimación defensivo, es decir,respondiendo caso por caso
a las denuncias, lo que hace que su legitimación sea mas que todo procedimental (procedural); ya
no se legitima en el origen como en la primara época del sistema, ni por la finalidad como en la
segunda, sino por los métodos o los medios, legitimando de paso esa lógica reactiva que
caracteriza esta nueva etapa.
En esta crisis de legitimidad, para la administración ya no hay entonces un one best way
garantizado por la investigación cuantitativa y ahora la teoría –y la practica- explota en miles
de pequeñas parcelas y efímeras recetas en torno a las cuales los actores organizacionales
hacen acuerdos y planes siempre provisionales y frágiles bajo el criterio de “satisfactorio”. A
decir de Herbert Simón,
“Es la aceptabilidad de una solución por quienes deciden lo que determina su valor a priori,
mientras que su valor a posteriori, depende de los resultados específicos de la acción”.
6. DATO. Laufer hace referencia al « Paradigma perdido » de E. Morin, en el que éste evoca la
naturalidad antropológica del hombre perdida tras el reduccionismo positivista.
Laufer no expone propiamente como podría ser una nueva constelación federada entorno a la
retórica pero propone y deja abierto el campo de las discusiones y redefiniciones, los conceptos
de gobernabilidad, valor, recursos, competencias, todos ellos dirigidos a construir una nueva
confianza entre los actores.
Las ciencias sociales han oscilado entre dos posiciones respecto al estudio de los fenómenos
humanos, según Jean Francois de Chanlat.
La otra posición ha sido la división praxeológica, en donde las ciencias sociales han oscilado entre
dos actitudes en relación a la acción social concreta en donde busca mantener una distancia
fundamentalmente crítica o desarrollar una tecnología social directamente utilizable: En la
primera, en la que entre los defensores se pueden encontrar a Max Weber, la primera finalidad de
las ciencias sociales no es la de ponerse al servicio de algunos poderes o instituciones establecidos,
sino volver inteligible la realidad humana, social e histórica. Para ello deben teorizar y sintetizar
de manera crítica los objetos estudiados.
En la segunda, sus representantes no ven de igual forma el papel de las ciencias sociales.
Acá las ciencias sociales deben ser prácticas y útiles. Elton Mayo a mediados del siglo XX buscó
desarrollar técnicas de administración social con el
fin de dar respuestas a las exigencias institucionales. En sus investigaciones los problemas de
medida y métodos son a menudo más importantes que las consideraciones de orden teórico. La
ingeniería social cuyo fin es la prevención y el control de la conducta humana.