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Gabriela Olmos
Cuando Perseo se encontraba suspendido sobre las arenas de Libia con la cabeza de
Medusa en la mano, nos cuenta Ovidio, “unas gotas de sangre cayeron de la cabeza de
especies”. (1) Más adelante, después de sobrevolar los cielos con su trofeo serpentino,
se detuvo sobre las cumbres de Hesperia, en el reino del Atlante, y, como éste se
resistió a recibirlo, le mostró la cabeza y “tan grande como era Atlas, se convirtió en
son collados y lo que antes fue cabeza es ahora la más alta cumbre de la montaña; sus
creció inmensamente”.
innecesario, pues la fama de Medusa es inmensa como sus poderes, que trascienden
Pero qué más dan las criaturas engendradas como fases de esta
transformación. “Un devenir —nos dicen Gilles Deleuze y Félix Guattari en Mil
figura del anomal, “un fenómeno, pero un fenómeno de borde”, un ser “que ya no
potencia de otro orden, que actúa eventualmente como amenaza, pero también como
cabecilla, outsider”. Pues éste es precisamente el lugar de la Medusa, que fue mujer,
pero que dejó de serlo cuando Poseidón la raptó, la violó y la dotó de su cabellera de
naturaleza equívoca de Medusa no le viene por filiación, sino por alianza, como el
Decir que una criatura mitológica está presa de un devenir no es nada nuevo,
pues es bien sabido que allá en el principio de los tiempos el mundo era tan inestable
es algo que sucedió in illo tempore y que hoy podemos leer con la sonrisa que
con una armadura alzada sobre un caballo de madera. (3) La pintura evoca, pues, un
relata: “Aquí y allá, en los campos y caminos, había visto figuras de hombres y de
animales que habían sido convertidos en piedra a la vista de Medusa. Mas no miraba la
forma de la horrible figura de Medusa, sino reflejada en el bronce del escudo que
que quien la porte habrá de devenir en el héroe, hijo de Zeus y de Danae. Pero hay
motor de la transformación. Narra Ovidio que, mientras buscaba a Medusa, Perseo dio
con “un lugar protegido por una sólida muralla de rocas. A su entrada habitaban dos
hermanas, hijas de Forcis, quienes no tenían más que un ojo, del que ellas se valían
para pasarlo de una a otra. Con hábil astucia y mientras una se lo pasaba a la otra, yo
paradójico, pero Perseo tenía que conseguir el ojo que era capaz de mirarlo para
de los humanos.
Existe una referencia más en el mito que nos obliga a reflexionar sobre las
mitológica (4) se narra un episodio que Ovidio pasó por alto: que Perseo, para
enfrentarse a las Gorgonas, se atavió con objetos mágicos, entre ellos un casco que lo
volvía invisible, regalo del dios Zeus. Así, Perseo, el invisible, obliga al monstruo a que
nos invitan a repensar nuestra forma de vincularnos con el óleo del Caravaggio. ¿Al
verlo expuesto en el museo, qué vemos: una pintura o el escudo del héroe? ¿Éste se
imperceptible? ¿Si el escudo es un espejo que refleja a la Gorgona, dónde está ella: en
devenir, pero éste va más allá del devenir que supone la narrativa del mito
del abismo, y nos obliga a repensar nuestra relación con el arte. ¿Quién mira a quién
sonríe victorioso conforme devenimos en piedra? ¿Dónde está el sujeto activo y dónde
el objeto contemplado en este peligroso vínculo? La Medusa del Caravaggio, vista
desde esta perspectiva, nos hace reparar en la inestabilidad de nuestra posición como
observadores, nos enseña que las fronteras del sujeto son más frágiles de lo que
queremos creer y nos obliga a saber que, en cualquier vínculo con la obra de arte,
(1) Ovidio, Las metamorfosis (intr. Francisco Montes de Oca), México: Porrúa, 1977.
(2) Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil mesetas, Valencia: Pre-textos, 2006.
(3) Annamaria Petrioli Tofani (ed.), Pintura italiana, Los Uffizi, Florencia, Colonia:
Taschen, 2001.
(4) Apolodoro, Biblioteca mitológica (José Calderón Felices, ed.), Madrid: Akal, 1987.