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1. ¿Cuáles son los principales intereses ético-políticos en la investigación social?

Es evidente que intervención social y producción de conocimiento están interconectadas gracias a


las temáticas y enfoques que subyacen a ambos ámbitos, lo cual obliga a un posicionamiento
respecto de diversos aspectos en donde están implicados determinados valores e ideales de
futuro. La intervención social, como actividad práctica, muchas veces requiere integrar analítica y
operativamente la información obtenida desde una multiplicidad de enfoques; perspectiva
opuesta, en algunos casos, a los supuestos metodológicos de algunas teorías. Igualmente, debido
a la complejidad y multisectorialidad de los temas sociales y a la dificultad de su abordaje integral
desde una especialidad científica o profesional, la intervención práctica requiere adoptar la
multidisciplinar edad, entendida como esfuerzo analítico e interventivo conjunto. La conciencia de
la pluralidad y diversidad psicológica y social puede generar problemas de coherencia en los
puntos de vista y en los intereses de las áreas de estudio seleccionadas lo cual demanda en la
práctica atender problemas de síntesis e integración.

Por otra parte, el asunto del poder es un aspecto para tener en cuenta en cualquier acción social,
al mismo nivel que otros aspectos racionales que se contemplan como los de evaluación,
planificación, resolución de problemas, etc.; por tanto, este tema requiere de su incorporación en
la investigación y análisis teórico como un factor clave de la realidad social. Pero esto no siempre
sucede desde algunos enfoques que acuden a conceptos mucho más difusos; por el contrario, las
posiciones que se autodefinen como de indagación crítica apuntan a reconocer los efectos de la
investigación en el sistema macro, con lo cual contribuyen a mantener en la vida social el enfoque
de la realidad de la dominación, la distribución del poder y las desigualdades sociales.

La ética reflexiva es un modo de pensamiento acerca de las decisiones que se toman respecto de
la investigación, de la producción de saber y de la intervención sobre la población. Es una
dimensión de la filosofía que aporta una mirada para pensar la complejidad del campo
epistemológico de las ciencias sociales, hoy en plena transformación. La complejidad del proceso
de producción de conocimiento científico actual ya no permite separar un conocimiento puro de
sus aplicaciones, hecho que lleva a utilizar como denominación más precisa la noción de
tecnociencia. Entiendo que abrir una dimensión ética en la investigación social es, por un lado,
delinear nuevos problemas epistemológicos que necesitan de un abordaje transdisciplinar. A la
vez, y por otro lado, la dimensión ética muestra la necesidad de pensar en decisiones colectivas
que incluyen distintos sectores institucionales y poblacionales comprometidos con la aparición del
problema que se trate. Estas dos hipótesis atraviesan la totalidad de este escrito en el que se
presentan algunos interrogantes y algunas indicaciones para posibles respuestas. Este trabajo
constituye una síntesis de investigaciones previas de mayor alcance.

El camino de la ética reflexiva en la investigación social


La innovación tecnocientífica que crece en forma autónoma independientemente de que se la
piense, plantea un nuevo estado de incorporación del lenguaje, de la escritura y de las prácticas
que parece distanciarse del humanismo. Ese modelo no estaría explicando algunos vínculos y
prácticas comunicativas actuales como el uso de TICs, de redes sociales y de virtualización de la
información. Las principales transformaciones políticas y culturales, tal vez, se estén produciendo
sólo marginalmente a través de la lectoescritura, de la educación para la ciudadanía y de la
formación moral para el trabajo en el modelo productivo. La visión humanista resultaría hoy
incompleta porque debería rechazar o restringir nuevas prácticas colectivas que aparecen
mediadas por la tecnología con las que se está produciendo conocimiento. En ellas aparecen
también nuevos actores involucrados que el humanismo sigue interpelando sólo bajo la forma de
“intervenidos” por una política o por una decisión estatal.

Sin embargo, que la figura moderna de lo humano esté interrogada no invalida las advertencias
humanistas sobre el sentido eugenésico que anima los proyectos de mejoramiento tecnocientífico
de la especie. La encrucijada entre una nueva eugenesia para el mejoramiento de la especie o el
retorno al humanismo moral da cuenta de la oscuridad de nuestro presente, oscuro como es todo
presente para sus contemporáneos.

Entiendo que incorporar la dimensión ética a esta encrucijada en la que se encuentra la


investigación no es sólo proveer de nuevos recursos o insumos a la economía o a las ciencias
sociales para mejorar la toma de decisiones. Tampoco es un plus en la cadena del significante que
pueda reducirse a incluir las palabras responsabilidad, humanismo o valores en una mensaje
publicitario dentro de los cuales la dimensión reflexiva de la ética es una interesada omisión. Creo
que la ética es, ante todo, la dimensión reflexiva que abre el espacio para una discusión
transdisciplinaria que recién está comenzando y que es una responsabilidad de todos los que
trabajamos en la investigación social abordarlo como un proceso en construcción. Porque dada la
complejidad de estas novedades, debemos asumir el compromiso de darle estado público para
comenzar a incluir a toda la comunidad en un proceso de toma de decisiones sobre cuestiones
cuyos efectos tienen una magnitud que los vuelven impredecibles.

El quehacer científico contemporáneo está condicionado por las ideologías del cientificismo y del
economicismo. Como consecuencia de ese influjo la actividad científica sufre importantes
deficiencias éticas. Los poderes públicos tienen el deber de velar por el mantenimiento de unos
niveles éticos elevados en la actividad científica. Para ello es importante formar tanto a los
científicos como a los ciudadanos en sus respectivas responsabilidades.

La ciencia públicamente financiada debería estar informada, al menos, por los siguientes criterios:

a.- Atención prioritaria a las ciencias básicas. Las ciencias aplicadas y las tecnologías acaban
agotándose si no reciben continuamente nuevos conocimientos procedentes de las ciencias
básicas. Son ellas las que aseguran el progreso largo plazo, aunque precisamente porque sus
efectos no comparecen sino al cabo de los años, la ciencia privada no suele invertir en ellas. Las
convocatorias públicas de ayudas a la investigación en la actualidad inciden excesivamente en la
importancia de la utilidad social de los resultados que se vayan a alcanzar y pierde de vista que
para seguir obteniendo en el futuro desarrollos socialmente útiles es necesario dedicarse
actividades científicas que no entrañen utilidad inmediata alguna. Aunque pueda parecer un
principio de índole estrictamente científica, entiendo que se trata de un principio ético derivado
del deber general de esforzarse por entender mejor el mundo y estar así en condiciones de crear
unas mejores condiciones de vida para toda la humanidad presente y futura.

b.- Priorizar las demandas sociales con criterios de justicia. Las políticas científicas deben estar
informadas por criterios de justicia. Y a la hora de determinar qué sea lo más justo los científicos
no tienen por qué tener una posición evaluadora preeminente. Su voz deberá ser escuchada, sin
duda, pero no necesariamente secundada pues no poseen una cualidad particular para acertar con
las elecciones más justas. La agenda científica la determina la ciudadanía y, para que sus
elecciones sean justas y acertadas, deberán formarse, como enseguida veremos. En esas
elecciones hay un margen amplio para la discrecionalidad. Pero deberían tenerse siempre en
cuenta dos principios: atención preferente a los colectivos más necesitados y atención a los
intereses universales en un mundo global e interdependiente. Ninguno de estos principios resulta
fácil de aplicar porque, por lo general, son los que ocupan posiciones privilegiadas quienes tienen
mayor capacidad de decisión y suelen tener poco interés en favorecer a los más débiles y, en
general, a otros países que estén más necesitados que el suyo. Para que esta propuesta sea algo
más que un brindis al sol es urgente reemplazar la lógica de la competencia entre individuos y
Estados por la lógica de la cooperación. No es sólo cuestión de persuadir acerca de la hermandad
que existe entre todos los seres humanos, sino también de la necesidad de pensar en términos
globales porque, en estos momentos, los problemas que afectan a los más desfavorecidos son, en
buena medida, problemas que afectarán antes o después a la supervivencia de todos.

c.- Igualar la formación científica y ética de los científicos. Nadie duda de que las personas que se
dedican a la ciencia han de ser competentes en sus respectivas áreas y, para garantizar que así sea,
los poderes públicos suelen exigir el cumplimiento de unos requisitos: titulación académica,
formación específica, experiencia acreditada, etc. Tan importante es exigir competencia científica
como competencia ética. Y para ello es necesario que las personas que se dedican a la ciencia
adquieran la adecuada formación. Algunos aspectos que deberían estar presentes, en todo caso,
en cualquier plan de formación ética serían los siguientes:

– Conocimiento de las reglas de las buenas prácticas científicas;

– Responsabilidad en el manejo escrupuloso de los recursos materiales y económicos que, por ser
públicos, deben emplearse con máximo aprovechamiento;

– Conciencia del compromiso social de la actividad científica -que no puede ser vista como una
actividad neutral, y que en ningún caso lo será- que conduzca a incorporar criterios de justicia
tanto en los ámbitos de su competencia como en la elaboración de las políticas científicas.

– Asunción de la necesaria integración entre las ciencias y los saberes humanísticos, de modo que
se supere la fractura entre la cultura científica y la humanística que, con planteamientos distintos,
ha sido denunciada a lo largo del siglo XX por autores tan diversos como Ortega y Gasset , C. P.
Snow, V.R. Potter o E. O. Wilson . De este modo, se evita el cientificismo, que no es más que una
interpretación fundamentalista de la ciencia, logrando al mismo tiempo que la ciencia contribuya a
la forja en las personas de una concepción adecuada del mundo.

Para lograr ese nivel de formación no es suficiente con que los que vayan a ser científicos cursen
algunas lecciones de ética durante sus años universitarios. Se trata de imbuir todo el quehacer
científico de ese ethos, que tiene que llegar a ser seña de identidad de los propios científicos. La
ética no se puede enseñar: pero se aprende practicándola en comunidades que la han hecho suya.
Para lograrlo es muy conveniente que las sociedades científicas, las empresas dedicadas a este
quehacer, las instituciones académicas y, en general, las administraciones públicas promuevan la
creación de foros en los que se pueda debatir sobre la dimensión ética de la ciencia. La ética no es
imprescindible para la ciencia y la técnica sólo para evitar que se obre mal, sino para saber elegir
entre las infinitas posibilidades científico-técnicas que se le ofrecen al ser humano cuáles son las
más idóneas para que pueda desarrollar su vida.

Evidentemente la ciencia financiada con recursos privados no estará necesariamente sometida a


los exigentes criterios mencionados. Pero compartirá con aquella las exigencias básicas de toda
investigación científica: respetar los derechos de las personas -particularmente de los individuos
que participen en experimentos- de modo que los intereses de la ciencia o la sociedad nunca
prevalezcan sobre los de la persona ; y realizar un trabajo técnicamente competente y ajustado a
las buenas prácticas científicas.

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