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Los incas no fueron un pueblo, una tribu, sino un clan o una familia dominante,
surgida del pueblo quechua, o, según otra hipótesis, de origen aimará, en el
antiguo Perú, y que, desde el centro político del Cuzco, en el altiplano andino,
extendió su poderío por Norte y Sur, formando un gran imperio de más de
4.000 kilómetros de largo, al que llamaron Tahuantinsuyo.
Las tradiciones incaicas se atribuían la creación y difusión de la cultura del área
peruana. El origen de los incas está envuelto en la leyenda. En algunas de ellas
no oficiales consideraban como héroe civilizador a Huiracocha, procedente de
Tiahuanaco; la tradición incaica. a Manco Cápac, hijo del Sol, y a su
esposa Mama Ocllo, asimismo procedentes del lago Titicaca, que habrían
llegado al Cuzco —de cuya región les hacen oriundos otras leyendas— en una
fecha dudosa, que se sitúa en el siglo X (Acosta), el XI, el XII (Garcilaso) y el
XIII; pero no es seguro que no se trate de seres míticos.
En Cuzco establecieron la soberanía del clan inca, limitado a la ciudad y su zona,
desde donde se extendió, lentamente al principio, a las regiones próximas,
sometiendo a las poblaciones quechuas. Se sitúa el comienzo de la cultura inca
hacia 1250 (Max Uhle), concluyendo su primer periodo hacia 1438.
La alta cultura del imperio de los incas fue, sin duda, en lo político y lo religioso
la más adelantada de las culturas indígenas americanas.
En la costa, como en todas las construcciones de esta seca zona, las incaicas son
hechas de barro, a veces, con la misma técnica de ajustamiento para los adobes,
que por esto se pudieron denominar adobes de engaste
Son, asimismo, muy notables las obras de riego: canales, pantanos, acueductos,
y los andenes para el cultivo en escalones en las montañas. La navegación
estaba más atrasada, haciéndose por balsas, algunas muy grandes, en los lagos y
en el océano.
Vida Cultural
En cerámica logran una clásica armonía entre las formas y la decoración, jamás
lograda en las riquísimas y expresivas cerámicas de las otras culturas peruanas,
que oscilaban de los eminentemente pictórico y cromático (Nazca, Tiahuanaco),
a lo puramente escultórico (Mochica y Chimú).
Se discute aún si los pueblos indígenas peruanos, tanto preincaicos como incas,
tuvieron medios gráficos o plásticos de expresión; parece que hubo pictografías;
se habla de los quipus, que eran haces de cuerdas de distintos colores atados por
un extremo, y que, por el color y por el número y variedad de sus nudos,
sirvieron, sin duda, como instrumento de contabilidad y acaso como recurso
mnemotécnico para relatos breves; se habla también de las alubias punteadas
artificialmente pallares, utilizadas como escritura, y de los vasos, que, por la
variedad de sus formas y por su colocación en las huacas, pudieron haber sido
utilizadas como elementos expresivos, pero todo esto es menos verosímil; el
calendario, lunar fue inferior al maya y al .
Lo que es indudable es que tuvieron una lírica exquisita, tierna, delicada,
los yaravies, versos cortos semejantes a los haikai japoneses; unas fábulas
intencionadas y graciosas con animales y plantas indígenas; historias
narradas..., y se duda si el célebre drama, el Ollantay, es de fuente indígena o de
confección colonial.
Tanto esta cultura incaica como la azteca, que fueron las dos grandes
civilizaciones que encontraron vivas los conquistadores, no desaparecieron de
repente, sino que, aunque sufrieron un rudo golpe al chocar con la civilización
cristiana y europea de los españoles, pervivieron y se infiltraron dentro de esta
nueva cultura, imprimiendo un sello característico y originalísimo a algunas
manifestaciones culturales, como a las artes ornamentales y decorativas, a la
música, incluso a las fiestas populares y religiosas; por eso es de extraordinario
interés para los historiadores el estudio y la discriminación de esa conjunción de
culturas.
De todos los pueblos civilizados de la América indígena es, sin lugar a duda
alguna, el incaico el que tuvo más semejanza con el pueblo romano; porque
llegó a constituir un gran imperio, uno de los más grande imperios que ha
habido en el mundo protohistórico: porque, para sostenerlo, construyó una
serie de calzadas semejante a la tupida red romana, con sus puentes de cuerdas,
lo bastante fuertes para aguantar el paso de los ejércitos; por sus grandes obras
hidráulicas, como pantanos, canales y bancales, solo comparables a las grandes
obras de riego de Egipto, Mesopotamia y Roma, y por su arquitectura militar de
gran aparejo megalítico.
Entre los cronistas del Perú, como los de Nueva España, los hubo no solo
españoles sino indios y mestizos. Los principales fueron entre los primeros, Las
Casas, Cieza de León, Juan de Betanzos, los padres Acosta, Román y
Zamora, Blas Valera, Moreira y Cobo, Polo de Ondegardo, Fernando
Montesinos, Sarmiento de Gamboa, Castillo de Balboa, Hernando de
Santillán, etc., y entre los segundos, Garcilaso de la Vega, que dio quizá una
versión demasiado idealizada y admirativa del imperio de sus
antepasados; Santa Cruz de Pachacuti, Santa Clara y Guzmán Poma de
Ayala, y como historiadores modernos, Prescott, Markham, Riva Agüero,
Max Uhle y Porras Barrenechea cf. t. Walter Krickeberg, Etnología de
América, México, 1946; Philip A. Means, Ancient civilizations of de Andes, New
York, 1931; Julián Stewart, etcétera, Handbook of South American Indians, t.
II, Washington, 1946.
TUDELA DE LA ORDEN, José, Diccionario de Historia de España,
dirigido por Germán Bleiberg. 2ª edición. Ed. de la Revista de
Occidente, 1969, tomo F-M, págs. 454-459.