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Historia de los incas

Los incas no fueron un pueblo, una tribu, sino un clan o una familia dominante,
surgida del pueblo quechua, o, según otra hipótesis, de origen aimará, en el
antiguo Perú, y que, desde el centro político del Cuzco, en el altiplano andino,
extendió su poderío por Norte y Sur, formando un gran imperio de más de
4.000 kilómetros de largo, al que llamaron Tahuantinsuyo.
Las tradiciones incaicas se atribuían la creación y difusión de la cultura del área
peruana. El origen de los incas está envuelto en la leyenda. En algunas de ellas
no oficiales consideraban como héroe civilizador a Huiracocha, procedente de
Tiahuanaco; la tradición incaica. a Manco Cápac, hijo del Sol, y a su
esposa Mama Ocllo, asimismo procedentes del lago Titicaca, que habrían
llegado al Cuzco —de cuya región les hacen oriundos otras leyendas— en una
fecha dudosa, que se sitúa en el siglo X (Acosta), el XI, el XII (Garcilaso) y el
XIII; pero no es seguro que no se trate de seres míticos.
En Cuzco establecieron la soberanía del clan inca, limitado a la ciudad y su zona,
desde donde se extendió, lentamente al principio, a las regiones próximas,
sometiendo a las poblaciones quechuas. Se sitúa el comienzo de la cultura inca
hacia 1250 (Max Uhle), concluyendo su primer periodo hacia 1438.

Cabeza inca de piedra con mascapaicha y llauto


Al fundador de la dinastía incaica, Manco Cápac, siguen después otros doce
reyes o incas, que forman el incario peruano.
Los cinco primeros incas procedían del barrio de Hurin Cuzco (Cuzco Bajo);
desde el Inca Roca (s. XIV) pasó la hegemonía a Hanan Cuzco (Cuzco Alto),
desposeyendo la dinastía a Manco Cápac.
El noveno inca, Pachacuti o Pachacutec Yupanqui, a mediados del siglo XV, y el
décimo, Topa o Túpac Inca Yupanqui, en la segunda mitad del s. XV, lograron
formar el imperio, el Tahuantinsuyo, desde el sur de las tierras actualmente
colombianas hasta el centro del territorio de Chile, teniendo como límite
oriental la montaña, que es ya la selva amazónica, y occidental, la costa, e
incluyeron la meseta bolivariana, con las tribus aimaraes. Huayna Cápac,
sucesor de Topa Yupanqui, extendió ligeramente el límite septentrional hasta el
punto indicado y, por el oriente, conquistó la garganta de Cajamarca; pero al
morir (1525-1527) cometió, contra toda tradición, el error político de dividir su
imperio entre sus dos hijos, Huáscar y Atahualpa, dejando a Huáscar el
reino de Cuzco, con la parte central y meridional del Tahuantinsuyo, y
a Atahualpa, nacido en Quito, país que había conquistado, la parte
septentrional con esta ciudad por capital, lo que originó en seguida la guerra
entre los dos hermanos.
En este tiempo llegó al Perú Francisco Pizarro con un puñado de españoles y,
explotando hábilmente estas rivalidades fraternales, logró con gran audacia y
valentía, conquistar el Perú (1532).

Antes de emprender los Incas conquistadores sus grandiosas empresas, sus


predecesores habían organizado ya este pueblo con una fuerte jerarquía social y
política, teniendo como base una sólida economía agrícola, la más perfecta de
toda la América prehispánica. Después, al organizar un disciplinado y bien
armado ejército, con una copiosa intendencia, de la formaban parte como
portadoras las mujeres y las llamas, con abundantes depósitos de
mantenimientos, armas y mantas, la conquista de los pueblos aislados e
inconexos se hizo sin grandes resistencias.
La sociedad incaica estaba dividida en varias clases sociales, muy diferenciadas,
con gran igualdad dentro de cada una.

El clan o la familia incaico se diferenciaba a su vez, en tres clases de


parentescos, según la pureza de la sangre real: la constituida por el Inca,
o Sapa-inca, primogénito de su antecesor, considerado hijo del Sol, casado con
su hermana mayor, Coya, como única mujer legítima, y sus ascendientes,
hermanos y descendientes de pura sangre incaica; la constituida por unas
concubinas del Inca también de sangre real, pero ya mezclada, las palla, y, por
fin, otras concubinas de sangre extraña, mama-kunas, y los hijos de unas y
otras. Esta descendencia incaica de segunda y tercera clase nutría con sus
miembros la aristocracia, única clase que era instruida por los amautas o
maestros, y de ellos salía el alto clero y el alto mando militar y político, que, por
tener las orejas perforadas y llevar en ellas grandes pendientes, que las
alargaban, les llamaron los españoles orejones.
La aristocracia comprendía no solo los ayllus o clanes de sangre incaica, sino
también algunos otros quechuas, a quienes se dio tal privilegio para que
ayudaran al Inca en sus empresas y a dominar los pueblos conquistados.
Después venía otra clase intermedia entre la aristocracia y el pueblo, nobleza
inferior, que eran los caciques locales o curacas y los funcionarios de calidad;
luego, el pueblo o hanturuma, agricultor o artesano, y, por último, la más baja
escala social, los esclavos, por conquista, pues lo peruanos no sacrificaban a los
prisioneros, sino que los esclavizaban o los trasplantaban a tierras fáciles de
vigilar mitimaes.
Los yanaconas eran una especie de siervos oficiales, pero no esclavos, que
durante la época colonial formaron a modo de un proletariado flotante dedicado
a oficios o al servicio y exentos de tributo.
La unidad social familiar era el ayllu o gran familia, constituida por los
descendientes de un mismo antepasado común, real o supuesto, y que formaba
una unidad económica, militar y religiosa; era un clan endógamo y patrilineal,
pero no hay prueba de que fuera totémico, como se ha supuesto generalmente, y
ocupaba corrientemente una aldea, que dirigía el ayllucamayoc; se dividía en
decurias de diez familias, bajo el camayoc.
Cada ayllu cultivaba colectivamente tierras de distintas pertenencias del Sol, del
Inca y de la comunidad agraria, en diversas formas de explotación colectiva, con
trabajos en común, conjuntamente en las dos primeras y con trabajos
individuales o familiares en los lotes, cuyo aprovechamiento, no su propiedad,
se había adjudicado, por vida o por sorteo, a la familia, siendo de esta la
propiedad de sus frutos. Los productos de la tierra del Sol y del Inca servían
para sostener el culto, la familia real, la aristocracia, la alta burocracia y también
para constituir reservas, por si había malas cosechas o se hacían guerras.
También estaban sometidos los miembros del ayllu a la mita o prestación de
trabajo para obras públicas u otras ocupaciones ordenadas por el Inca,
obligación que continuó y aumentó en la época colonial, con destino
principalmente a la minería. La familia era monógama, pero la aristocracia y los
Incas practicaban la poligamia.
En general, variaba poco esta distribución y explotación de la propiedad
territorial de las de otros pueblos primitivos americanos y del Viejo Mundo. No
tuvo, pues, este imperio una original organización de tipo socialista, como
pudiera parecer por el título de la famosa y excelente obra de Budin, El imperio
socialista de los incas, aunque sí tuvo un fuerte carácter colectivista y de
despotismo estatal, atenuado por el paternalismo; los indios eran propietarios
de casas y de bienes muebles, pero toda su vida estaba sometida a la
intervención del Inca, quien proveía para evitar la miseria y los efectos de las
calamidades y para que sus súbditos tuvieran cubiertas suficientemente sus
necesidades; pero les imponía el culto solar, la lengua quechua, la edad de
casamiento, disponía el vestido y prohibía los viajes y los cambios de residencia.
La Política

La alta cultura del imperio de los incas fue, sin duda, en lo político y lo religioso
la más adelantada de las culturas indígenas americanas.

En lo político logra organizar el único auténtico imperio de la América


prehispánica, pues los llamados imperios mayas y el imperio no fueron sino
federaciones de ciudades que dominaron o conquistaron pequeños territorios.
Ni el imperio denominado Gran Chimú, de la costa norte peruana, anterior al
incaico, pasó de una extensión provincial, mientras que
el Tahuantinsuyo comprendió la parte sur de Colombia, los actuales territorios
de Ecuador, Perú y Bolivia (sin sus llanuras amazónicas, que fueron conquistas
españolas), el nordeste argentino y la mitad norte de Chile.
Se dividía en cuatro grandes
regiones: Collasuyu (Sur), Antisuyu (Este), Contisuyu (Oeste)
y Chinchasuyu (Norte), divididas en provincias huaman, estas en dos o tres
demarcaciones, y seguía una jerarquía decimal de curacas, caciques o altos
funcionarios hereditarios, que regían grupos de 10.000, 1.000 ó 100 familias,
agregándose los ayllus necesarios para formar tales cifras; suponía ello una
estadística, llevada cuidadosamente por los quipus, de los hombres y medios de
cada territorio.
No obstante, el hondo respeto, la etiqueta y la fastuosidad que rodeaban al Inca,
su poder no era tan omnímodo como se ha creído, pues halló algunas veces la
oposición de los orejones, y le asesoraba un consejo supremo de los cuatro
grandes cápac o gobernadores de las grandes divisiones del imperio, y también
ejercía gran influencia el gran sacerdote huillac umu; probablemente la
organización tendría un origen análogo a la de los s. y el Inca habría comenzado
por ser el jefe guerrero, cuya autoridad se hizo después suprema y absoluta.
El poder estaba concentrado en una familia intensamente endógama, como
entre los faraones de Egipto; por esto, al desaparecer Huáscar y Atahualpa,
se derrumbó el imperio, y a pesar de toda su fuerte organización militar y
política y de su complicada administración.
Los últimos incas llevaron a cabo numerosas guerras, que extendieron
considerablemente el imperio; los hombres de los ayllus debían prestar su
servicio militar. Radicaba la ventaja de los ejércitos en las grandes masas y en su
organización, con almacenes de víveres y armas, siempre provistos y repartidos
oportunamente, y en la red de caminos, pero carecían de orden en las batallas,
en contraste con la rígida disciplina reinante.
Llevaban los combatientes armadura acolchada de algodón, que prefirieron los
españoles a las suyas metálicas; hondas, boleadoras, porras
estrelladas, macanas, hachas y lanzas, pero no el arco, aunque lo conocían. Los
prisioneros eran bien tratados, salvo algunos que se ejecutaban o cuyos cráneos
o piel servían de trofeos. Estaban bien desarrolladas las fortificaciones. Por la
persuasión o la intimidación, exponiendo la sagrada y civilizadora labor de los
incas y las ventajas de su régimen, consiguieron estos bastantes sumisiones.
De los países conquistados se levantaban censos, por medio de quipus y de
mapas-maquetas; su población era sacada de lugares estratégicos y repartida
en aylus pequeños o trasladada a otra región mitimaes, repoblándose el país
con gentes fieles. Sus caciques ingresaban en el cuerpo de curacas y sus hijos
eran enviados a Cuzco para ser educados en la lealtad al Inca y en la civilización
incaica.
La Religión
Su religión tenía un fundamento sabeísta, pues adoraban al Sol Inti, la
Luna Quilla y las estrellas, cuyos movimientos seguían desde sus intihuatanas u
observatorios, lugares de observación y de adoración; pero este sabeísmo tendía
al monoteísmo, ya que su principal dios era Huiracocha o Viracocha, el dios
creador y héroe civilizador, aunque en la práctica el dios más venerado era el
Sol.
Es famoso el Canto a Viracocha, conservado traducido por tradición, solo
comparable, por su genial intuición divina entre las oraciones gentiles, al canto
del Sol del faraón Akhenatón. Mama Quilla era la Luna; Illapa, el dios del
trueno, y adoraban también a la Tierra Pachamama, al mar Mamacocha,
ambas divinidades femeninas, y a las estrellas. Las huacas eran los templos, las
sepulturas y todos los lugares u objetos misteriosos, considerados sagrados, en
lo que se advierte un resto de animismo.

Los Incas no practicaron sacrificios humanos más que en ocasiones


excepcionales: con motivo de la entronización de un nuevo Inca, en caso de
reveses militares o con motivo de la muerte de los Incas o de los grandes
señores, en que hacían acompañar sus cadáveres a la tumba por algunos
servidores que eran sepultados con ellos. Entre los dioses tan solo se da un caso
de antropomorfismo, el del dios creador y civilizador encarnado por
Huiracocha.

Dioses antiguos, creadores relacionados con los mitos cosmogónicos eran,


además de Huiracocha, Pachacamac, cuya importancia exageró Garcilaso, y que
tenía un célebre templo en la costa; Cun y Thunupa, antiguo dios civilizador
aimará. Los sacerdotes se dividían en huillac o amautas, depositarios del saber
del clan inca, presididos por el gran sacerdote, y en grupos inferiores, que vivían
e expensas de las contribuciones de las tierras pertenecientes al Sol.
Había también adivinos, augures, hechiceros y monjes. Institución original y
única era la de las Vírgenes de Sol (aclla, o esposas del Sol, que vivían
encerradas en conventos bajo una priora, procedentes de las varias clases
sociales, consagradas a la castidad, a mantener el fuego sagrado, a hacer
la chicha sagrada y tejer las ropas del Inca y su familia; de ellas elegía el Inca sus
concubinas o las casaba con los nobles.
Además de los sacrificios, de animales generalmente, había ritos purificatorios,
como la confesión. Se creía en la vida futura, reflejo de la terrena y con
desigualdades sociales, y se momificaban los cadáveres, que eran también
objeto de culto, en especial los de los Incas. Los templos estaban dedicados a las
divinidades solares; el más célebre era el de Coricancha de Cuzco, donde un
disco de oro representaba a Inti. Había muchas fiestas, con solemnes
ceremonias.
La Arquitectura
La arquitectura incaica, como otras del antiguo Perú —Tiahuanaco— es
megalítica, ya que emplea, con su gigantesco aparejo de engaste, grandes
piedras, que llegan a pesar cuarenta y cincuenta toneladas y que, sin conocer la
rueda ni la polea, arrastraban desde las lejanas canteras y tallaban sus caras y
cortaban en esquinas irregulares su perfil, sin conocer el hierro, para ajustar a
sus ángulos, en ciclópeo y perfectamente concertado aparejo de engaste, las
otras piedras del contorno, como se ve en los palacios y fortalezas de
Cuzco, Sacsahuaman, Machu Pichu, y Ollantay-Tambo, Yucay, Pilco-
Cayma, Huiracochapampa, Paramonga; pero, en cambio, los sillares de Pisac
son perfectos prismas cuadrangulares, como los del mejor aparejo romano.

En la costa, como en todas las construcciones de esta seca zona, las incaicas son
hechas de barro, a veces, con la misma técnica de ajustamiento para los adobes,
que por esto se pudieron denominar adobes de engaste

Esta arquitectura desconoció la columna y la pilastra, usadas por varias culturas


precortesianas, y el falso arco y la falsa bóveda, que emplearon los mayas_
Tampoco hicieron uso de la ornamentación arquitectónica; así es que sus
edificios, sus murallas, sus calzadas y sus construcciones hidráulicas, fueron los
incas más constructores que arquitectos. La arquitectura peruana por su
grandiosidad y perfección de la talla de la piedra, supera a la del resto de
América, o maya.

De las obras de ingeniería asombraron a los conquistadores las calzadas


comparables a las romanas, de las cuales las principales partían de Cuzco, hasta
el norte de Quito, el alto Perú, el centro de Chile, la región de Tucumán y
Mendoza, en la Argentina, con una red de intercomunicación; cruzaban los
desniveles con terraplenes y muros de contención, subían las pendientes agudas
por escaleras, ya que solo las recorrían hombres y llamas; atravesaban los ríos
por grandes puentes colgantes de cuerdas; las vías estaban pavimentadas en
parte y había de trecho en trecho tambos o posadas, donde se depositaban
víveres y se relevaban los corredores o chasquis, correos que con enorme
rapidez llevaban las órdenes oficiales, pues apenas las frecuentaban los
individuos del pueblo, por la restricción de los viajes y ser el comercio oficial en
su mayoría.

Son, asimismo, muy notables las obras de riego: canales, pantanos, acueductos,
y los andenes para el cultivo en escalones en las montañas. La navegación
estaba más atrasada, haciéndose por balsas, algunas muy grandes, en los lagos y
en el océano.

Vida Cultural

En cerámica logran una clásica armonía entre las formas y la decoración, jamás
lograda en las riquísimas y expresivas cerámicas de las otras culturas peruanas,
que oscilaban de los eminentemente pictórico y cromático (Nazca, Tiahuanaco),
a lo puramente escultórico (Mochica y Chimú).

En los tejidos, los incas no añaden ninguna conquista técnica a la


adelantadísima de las viejas culturas preincaicas (Paracas, Chimú, etc.);
únicamente su típica ornamentación, de gran sentido decorativo; usaban el
algodón, pita y lana de llama, alpaca y vicuña.
En metalurgia, además del cobre perfeccionan y difunden el descubrimiento del
estaño, y, por tanto del bronce, debido a la cultura de Tiahuanaco, y conocido
también de la cultura Chimú, Trabajaron también, además del oro y del cobre,
la plata, como los chimús. Parece probable que la metalurgia americana del
cobre tuvo su origen en la meseta del Perú y Bolivia, de donde irradió a los otros
países, incluso a México.

Se discute aún si los pueblos indígenas peruanos, tanto preincaicos como incas,
tuvieron medios gráficos o plásticos de expresión; parece que hubo pictografías;
se habla de los quipus, que eran haces de cuerdas de distintos colores atados por
un extremo, y que, por el color y por el número y variedad de sus nudos,
sirvieron, sin duda, como instrumento de contabilidad y acaso como recurso
mnemotécnico para relatos breves; se habla también de las alubias punteadas
artificialmente pallares, utilizadas como escritura, y de los vasos, que, por la
variedad de sus formas y por su colocación en las huacas, pudieron haber sido
utilizadas como elementos expresivos, pero todo esto es menos verosímil; el
calendario, lunar fue inferior al maya y al .
Lo que es indudable es que tuvieron una lírica exquisita, tierna, delicada,
los yaravies, versos cortos semejantes a los haikai japoneses; unas fábulas
intencionadas y graciosas con animales y plantas indígenas; historias
narradas..., y se duda si el célebre drama, el Ollantay, es de fuente indígena o de
confección colonial.

Tanto esta cultura incaica como la azteca, que fueron las dos grandes
civilizaciones que encontraron vivas los conquistadores, no desaparecieron de
repente, sino que, aunque sufrieron un rudo golpe al chocar con la civilización
cristiana y europea de los españoles, pervivieron y se infiltraron dentro de esta
nueva cultura, imprimiendo un sello característico y originalísimo a algunas
manifestaciones culturales, como a las artes ornamentales y decorativas, a la
música, incluso a las fiestas populares y religiosas; por eso es de extraordinario
interés para los historiadores el estudio y la discriminación de esa conjunción de
culturas.

De todos los pueblos civilizados de la América indígena es, sin lugar a duda
alguna, el incaico el que tuvo más semejanza con el pueblo romano; porque
llegó a constituir un gran imperio, uno de los más grande imperios que ha
habido en el mundo protohistórico: porque, para sostenerlo, construyó una
serie de calzadas semejante a la tupida red romana, con sus puentes de cuerdas,
lo bastante fuertes para aguantar el paso de los ejércitos; por sus grandes obras
hidráulicas, como pantanos, canales y bancales, solo comparables a las grandes
obras de riego de Egipto, Mesopotamia y Roma, y por su arquitectura militar de
gran aparejo megalítico.

Entre los cronistas del Perú, como los de Nueva España, los hubo no solo
españoles sino indios y mestizos. Los principales fueron entre los primeros, Las
Casas, Cieza de León, Juan de Betanzos, los padres Acosta, Román y
Zamora, Blas Valera, Moreira y Cobo, Polo de Ondegardo, Fernando
Montesinos, Sarmiento de Gamboa, Castillo de Balboa, Hernando de
Santillán, etc., y entre los segundos, Garcilaso de la Vega, que dio quizá una
versión demasiado idealizada y admirativa del imperio de sus
antepasados; Santa Cruz de Pachacuti, Santa Clara y Guzmán Poma de
Ayala, y como historiadores modernos, Prescott, Markham, Riva Agüero,
Max Uhle y Porras Barrenechea cf. t. Walter Krickeberg, Etnología de
América, México, 1946; Philip A. Means, Ancient civilizations of de Andes, New
York, 1931; Julián Stewart, etcétera, Handbook of South American Indians, t.
II, Washington, 1946.
TUDELA DE LA ORDEN, José, Diccionario de Historia de España,
dirigido por Germán Bleiberg. 2ª edición. Ed. de la Revista de
Occidente, 1969, tomo F-M, págs. 454-459.

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