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VASLAV NIJINSKY

DIARIO

Traducción de Alberto Clavería.


Introducción de María Osorio Pitarch.
Prefacio de Romota Nijinsky.
Parsifal Ediciones,
Primera Edición, Noviembre 1993.
Barcelona, España.

INTRODUCCIÓN

Cuando Vaslav Nijinsky escribe su diario, tiene treinta años y vive en St. Moritz con su mujer y
su hija. Apenas diez años antes, en 1909, el público parisino había descubierto con asombro el
talento de este bailarín que junto con Karsavina, Kshessinskaya y de la mano del empresario
Diaghilev, presentaban en occidente a los ballets rusos. Sus interpretaciones en Sherezade, Las
sílfides, El pájaro de fuego, Petruchka o El espectro de la rosa, conmocionaron a Europa y
América, porque mas allá de la perfección técnica eran la expresión de una sensibilidad artística y
una capacidad de innovación nunca vistas. En plena guerra europea, retirado ya de su profesión y
aislado del mundillo artístico, Nijinsky sufre una extrema agonía mental que le empuja a alejarse
cada vez más de la realidad.
Vaslav Nijinsky nació en el lugar y el momento adecuados. Rusia a finales del siglo 19 era un
lugar ideal para un bailarín y coreógrafo de talento. A raíz de la separación de sus padres -
bailarines de origen polaco -, Vaslav y sus hermanos, Stanislav y Bronislava, se instalaron con su
madre en San Petersburgo, en una modesta casa alquilada, donde subsistieron tomando huéspedes.
Vaslav solo vislumbraba una posible salida a esta existencia penosa: entrar en la prestigiosa
Escuela Imperial de Ballet y prepararse para hacer carrera en el teatro Maryinsky. En 1898 fue
admitido como alumno y desde un principio demostró su potencial de gran bailarín. Alexandre
Benois le describe en su adolescencia como «un joven bajo y mas bien fuerte, con una cara vulgar
y carente de color. Parecía más un aprendiz de un pequeño comercio que un héroe de cuento de
hadas». Aficionado a la literatura - Ibsen, Chejov y Tolstoi - y la pintura - el Ermitage -, solía
pasear por las noches a lo largo de los canales de San Petersburgo. Tras su actuación de
graduación, en la primavera de 1907, Matilda Kchessinskaya, primera bailarina del Marynsky y
amiga íntima de algún Romanov, fue a los vestuarios a felicitarle y a solicitarle como su pareja.
Esto le abrió muchas puertas y le liberó de la disciplina espartana de la escuela. Además de Altear
con dos bailarinas del Marynsky, Nijinsky mantuvo por aquellas fechas una relación más o menos
estrecha con un conocido homosexual, el príncipe Paul Dmitrievitch Lvov.

Europa a sus pies.

Pero Nijinsky conoce entonces a Sergei Pavlovitch Diaghilev. Este aristócrata ya había dejado
huella en San Petersburgo como catalizador, organizador y patrono artístico. Tenía una poderosa
revista dedicada a apoyar las tendencias artísticas recientes, y había organizado una exposición de
retratos rusos en el Petit Palais así como una serie de cinco conciertos - de compositores como
Glinka, Scriabin, Mussorgsky o Rimsy Korsakoff - en la Ópera de París. El éxito de esta última
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aventura parisina tuvo gran resonancia en San Petersburgo y Diaghilev, apasionado de la música,
la pintura y la poesía, se dejó seducir también por la danza. Poseía también el misterioso don de
descubrir jóvenes talentos, a ello sumaba sus dotes como relaciones públicas.
Rodeado de sus colaboradores: el diseñador Benois, el coreógrafo Fokine, el pintor Leon Bakst y
el compositor Igor Stravinsky, prepara la primera temporada de los ballets rusos en Europa.
Cuando se presentan en el Chátelet de París, en mayo de 1909, Nijinsky no era más que uno de los
artistas con talento de Maryinsky. En el programa figuraban El pabellón de Armida, El festín y El
príncipe Igor y la relación entre el público y el ballet fue un caso de adoración instantánea. La
mayor revelación fue la vitalidad y el virtuosismo de los solistas masculinos de la compañía. Lo
cual no dejaba de resultar insólito, teniendo en cuenta que desde el romanticismo había sido la
mujer, la musa, la diva, la bailarina, el objeto de adoración. Y si alguien se convirtió en centro de
admiración por la finura y belleza de sus movimientos, fue Nijinsky. El crítico Henri Gautier-
Villars, marido de Colette, fascinado por esta «maravilla de las maravillas», escribió: «Ayer,
cuando Nijinsky saltó tan despacio y elegantemente trazando una trayectoria de cuatro metros y
medio y aterrizó sin hacer ruido con los brazos levantados, un incrédulo ¡ah! surgió entre las
damas». El estruendo de los aplausos y los gritos de «encoré!, encoré!» y «bis!, bis!» se repitieron
noche tras noche, y al finalizar la temporada Nijinsky cayó enfermo con una fiebre tifoidea.
Diaghilev, que había alquilado un piso amueblado, se hizo cargo de los cuidados del enfermo
hasta su recuperación. Este compañero maduro - era 16 años mayor que Nijinsky -, llenaba una
necesidad emocional clara, la del padre que no tuvo, que no solo le aportaría seguridad, sino
también orientación artística. La relación floreció en una asociación creativa de consecuencias
impredecibles.
Tras el éxito de la segunda temporada parisina, Diaghilev tomó una decisión: fundar una
compañía privada de ballet. Hasta entonces su compañía se había compuesto de un grupo de
bailarines de San Petersburgo y Moscú en sus vacaciones estivales. Pero había un obstáculo
importante a su proyecto. Los graduados de la Escuela Imperial debían bailar en el Marynsky
durante un mínimo de cinco años para completar su ciclo de estudios. Sin embargo, en enero de
1911 Nijinsky recupera su libertad a raíz de un pequeño incidente. Su negativa a modificar el traje
que Benois había diseñado para su interpretación en Giselle - un maillot de seda blanco muy
ceñido - es la causa de la ruptura con el teatro Marynsky de San Petersburgo.
Los ballets rusos de Diaghilev hicieron su debut en Montecarlo al iniciarse la primavera. Nijinsky
interpretaría en El espectro de la rosa la efímera encarnación de los sueños de una joven. El
bailarín realizaba su salto final a través de una ventana abierta, «un salto tan impactante, tan
contrario a todas las leyes de gravedad y del equilibrio, siguiendo una trayectoria tan alta y
curvada, que no creo que vuelva a oler una rosa sin que aparezca ante mí este inefable fantasma» -
escribió Jean Cocteau -. Probablemente nada asombrase tanto a los contemporáneos de Nijinsky
como su capacidad para elevarse en el aire creando la ilusión de estar suspendido sin movimiento
en el punto más elevado de su trayectoria. Aunque su capacidad para introducirse en el alma del
personaje resultase aún más sorprendente en Petrouchka, en su papel de títere triste y desgarbado.
Ningún primer bailarín se había atrevido antes a interpretar el papel de un antihéroe. La compañía
de Diaghilev comenzó a realizar giras por Europa, actuando en Londres durante las celebraciones
con motivo de la coronación de Jorge V. Sin embargo, a pesar del éxito de crítica y público, el
ballet no era una actividad lucrativa, y Diaghilev tuvo que arreglárselas para sortear déficits y
atraer a posibles mecenas. Organizó muchas recepciones en las que Nijinsky se mostraba sencillo,
despistado y muy reservado.

Una admiradora «peligrosa».


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El cinco de marzo de 1912 se presentan en la ópera de Budapest. Entre la audiencia se encontraba


Romola de Pulsky, una niña mimada de 21 años, que fascinada por el espectáculo, decide
convertirse en bailarina, unirse a los ballets rusos y conocer personalmente a Nijinsky. En poco
tiempo conseguiría todo esto y algo más... Diaghilev y Nijinsky, ajenos a Romola, preparan un
ballet que giraba en torno a La siesta de un fauno de Debussy. Fokine, exhausto, había caído en
desgracia y la coreografía sería encomendada a Nijinsky. Este último en un intento de romper con
el pasado se inspiró en el supuesto movimiento de un bajorrelieve arcaico griego e hizo que los
bailarines se moviesen con las rodillas dobladas y los pies planos con el talón en el suelo. En el
estreno hubo tantos abucheos como gritos de aprobación. El hecho de que Nijinsky terminase su
interpretación con un acto de masturbación simulada no ayudó a calmar los ánimos de quienes
habían encontrado la danza demasiado estática y angular. Rodin defendió ardientemente la
interpretación de Nijinsky: «su belleza es la de los frescos y la escultura antiguos: es el modelo
ideal, el que uno desea dibujar y esculpir». Fokine echó leña al fuego acusando a Nijinsky de
transformar su buen arte en una pervertida degeneración y utilizando las palabras más crudas para
definir su relación con Diaghilev. Pero el ballet siguió adelante con la preparación de la
coreografía de La consagración de la primavera de Stravinsky. Nijinsky quiso crear un nuevo tipo
de danza tan cataclísmica y demoledora como la música en sí. Los gritos, silbidos e insultos que
brotaron entre el público no parecieron contrariar a Diaghilev, que según Stravinsky comentó:
«¡justo lo que quería!». Nadie podría haber entendido con más rapidez el valor de la publicidad.
Sin embargo Nijinsky estaba cansado... Siempre viajando de una ciudad a otra, actuando en
nuevos teatros, con nuevas orquestas y nuevos públicos. Una y otra vez le pedían las mismas
piruetas, sin comprender la «idea viva» que le había inspirado en sus nuevas creaciones. Tras un
breve descanso la compañía se embarcaría con destino a Sudamérica para iniciar una nueva gira.
En el último momento Diaghilev decidió quedarse en Europa enviando en su lugar al barón de
Gunzburg. Romola viajó con los ballets rusos, tras convencer a Diaghilev y al maestro Cecchetti
para que la aceptasen como estudiante de danza. Durante las tres semanas que duró el viaje
Nijinsky aparentaba ignorar a Romola. Una noche, muy cerca ya de Bahía Blanca, coloca dos
sillas en cubierta, toma a Romola de la mano, y en un francés terrible le pregunta: «Mademoiselle,
voulez-vous, vous et moi?». Cuatro días después se casan en la Iglesia de San Miguel de Buenos
Aires. El maestro Cechetti cuenta como Diaghilev recibe la noticia en el Savoy de Londres y tras
palidecer como un papel, se desmaya. No menor sería la sorpresa de Nijinsky cuando un par de
días después recibe el siguiente telegrama: «El ballet ruso no necesita más vuestros servicios.
Innecesario volver. Serguei de Diaghilev».
A Nijinsky le llovieron propuestas y finalmente aceptó organizar una temporada de ballet en un
teatro de variedades londinense. Los contratiempos desembocaron en una cancelación del contrato
y los Nijinsky se trasladaron a Budapest para esperar el nacimiento de su hija Kyra. La guerra
afectó seriamente a la fortuna de Diaghilev, que firmó un contrato para llevar a la compañía a
América. Lo irónico de la situación es que este contrato estaba condicionado a la participación de
Nijinsky. El cuatro de abril de 1916 Diaghilev les esperaba en el muelle de Nueva York con un
ramo de flores. Tras recorrer Estados Unidos viajaban a España donde les recibe Alfonso 13. «El
rey, con su corte, presenciaba casi todas nuestras representaciones y no nos regateaba su
admiración - recuerda Romola -. Incluso asistía a los ensayos en compañía de la duquesa X, y ésta
nos dijo que, cuando de noche estaba solo, intentaba imitar los saltos de Vaslav». En septiembre
de 1917 finalizó la gira sudamericana, y Nijinsky bailó por última vez con los ballets rusos en
Buenos Aires.
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Entre tinieblas.

En Sudamérica presentaba ya los primeros síntomas de una incipiente inestabilidad mental. Un


año después, en St. Moritz y a la espera del final de la guerra, estos síntomas eran inconfundibles.
Completamente aislado del ballet, sin ninguna rutina de trabajo que ordenase su vida e incapaz de
comunicarse en la lengua natal de Romola - hablaban en una curiosa jerga franco-rusa -, Nijinsky
comenzó a hundirse en un estado de profunda depresión. Se siente espiado y es consciente de que
sus tempestuosos enfados producen miedo a sus adoradas Romola y Kyra. Le torturan los
recuerdos del pasado que no abandonan su mente e intenta darles salida en su diario que guarda
celosamente. El dolor empieza a reflejarse en su cara que pierde la expresividad del pasado. El
célebre psiquiatra ruso Eugen Bleuler le diagnosticó una esquizofrenia incurable, confirmada
posteriormente por Freud y Jung. Nijinsky tenía entonces treinta y un años y pasaría otros tantos
entrando y saliendo de psiquiátricos, unas veces mejor y otras peor, pero sin llegar a recuperar su
equilibrio. «... Y el mundo le abandonó cuando más necesitaba él su ayuda» - recuerda Romola en
Los últimos años de Nijinsky -. Ella, atraída en principio por Nijinsky debido a una fantasía
infantil, supo dar lo mejor de sí misma cuando la enfermedad se hizo evidente. Escribió artículos,
dio conferencias y preparó dos libros sobre su marido para poder pagar médicos, enfermeros y
fármacos. Tras un fuerte tratamiento a base de insulina en la clínica suiza de Kreuzlingen,
Nijinsky sale de su mutismo y su mejoría le permite acudir a lugares públicos. Romola le lleva a
ciudades y teatros que tuvieron importancia en su pasado intentando despertar en él antiguas
sensaciones. Diaghilev se acercó en cierta ocasión a verle y le dijo: «Pero hombre, Vatza, eres un
holgazán, ven, te necesito, debes bailar con los ballets rusos, para mí». Nijinsky sacudió la cabeza
contestando: «No puedo porque estoy loco». Y Diaghilev se echó a llorar. Nijinsky murió en
Inglaterra durante la primavera de 1950 como consecuencia de una insuficiencia renal. Sus diarios
encontrados de forma casual y publicados en vida, son el testimonio de su tragedia personal;
espejo de sus pasiones, sus obsesiones y sus miedos.
María Osorio Pitarch.

PREFACIO.

Este Diario es el mensaje de Nijinsky a la humanidad. Su deseo expreso de que fuera publicado
durante su vida fue cumplido en 1936, cuando se publicó por primera vez.
Se trata de un extraño documento humano; son muy pocos los grandes artistas del mundo que nos
han expuesto por escrito y con toda franqueza sus ideas sobre la religión, el arte, el amor y la vida
como lo hace mi marido en estas «confesiones». El hecho de que escribiera su Diario en una
época en que estaba experimentando agonías mentales extremadas y en que todavía estaba
capacitado para comunicar lúcidamente sus sentimientos le da una calidad profundamente
emotiva y hace de él algo verdaderamente único.
El Diario fue escrito durante 1918-1919 en Saint-Moritz, adonde nos habíamos retirado a esperar
el final de la guerra.
Aislado del mundo y de todas las posibilidades de ejercer su arte, mi marido intentó llegar a las
masas por otros medios artísticos. Se mantuvo ocupado con el dibujo y con la música, creó
coreografías y, finalmente, escribió este Diario.
a. Al editar este Diario me he atenido al texto original y he utilizado, en toda la medida de lo
posible, las mismas expresiones del propio Nijinsky. B. Algunos de los incidentes narrados por mi
marido en sus «confesiones» ya han sido descritos en mi primer libro, c) En la presente forma
estas confesiones muestran su interpretación de dichos incidentes.
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* El texto original de Nijinsky fue redactado en una mezcla impublicable de ruso y polaco.
Basándose en este material su mujer, Romola, estableció el texto inglés, que es el seguido por
nosotros. (N. del T.)

Vaslav escribía febrilmente durante horas y horas, de día y de noche. Yo intentaba frenarle, pues
temía que cayera exhausto. Me di cuenta de que lentamente, despiadadamente, estaba apartándose
de su arte, de su vida y de mí llevado por un poder extraño e invisible. Luché desesperadamente,
aterrorizada, contra esa fuerza fantasmal. No puedo explicar qué fue lo que sucedió, pues yo
solamente noté el cambio. Mi marido era amable, generoso, tan adorable como siempre; mas, a
pesar de todo, era una persona diferente. Yo intenté entenderle, pero él eludía mis preguntas.
Entonces quise leer el Diario a fin de encontrar la solución, pero no me lo permitió. Durante
meses guardó bajo llave su Diario; luego me prometió que me lo daría. Cuando la lamentable
calamidad ya había caído sobre nosotros y nos dimos cuenta de que Nijinsky estaba enfermo, el
Diario, como cualquier otra cosa, fue profundamente olvidado y empezó la gran lucha por salvarle
de la locura.
El Diario fue incidentalmente redescubierto en junio de 1934; por aquel entonces había sido
publicado mi primer libro sobre Nijinsky. Se organizó una exposición y me pidieron que prestara
mi propia colección. Cuando buscaba algunas ropas recordé que en 1919 había dejado
almacenados algunos baúles. En ellos aparecieron, entre otros objetos, cuatro cuadernos de
ejercicios escolares. Pensando que pertenecerían a nuestra hija, fueron separados. Meses más
tarde los miré y me di cuenta de que estaban escritos con la letra de mi marido. Su contenido fue
traducido del ruso y así se revelaron las memorias de Nijinsky.
Excepción hecha de Noverre, ningún bailarín se había expresado tan libremente. Nijinsky era
conocido en el mundo como gran bailarín – el dios de la danza -, pero era algo más: era
humanitario. Era un buscador de la verdad cuyo único objetivo era ayudar, compartir, amar.
Dedicó toda su vida, su alma, su genio, al servicio de la humanidad con el designio de ennoblecer
y edificar a su audiencia, de llevar el arte, la belleza y la música al mundo. Su meta no era
entretener o alcanzar el éxito y la gloria para sí, sino transmitir un mensaje divino a través de su
propio medio: la danza. Con su naturaleza incorporal y sensitiva no pudo escapar al destino de
todos los grandes humanitarios: ser sacrificado.
Estoy convencida de que si Nijinsky hubiera encontrado más comprensión, más amabilidad entre
quienes le rodeaban, incluyéndome a mí, se hubiera ahorrado la terrible angustia mental que le
obligó a abandonar el mundo de las realidades por otro mundo propio.
En su primera juventud aprendió a conocer las dificultades de la vida. Fue testigo de la
infelicidad y la pobreza de su madre; durante los ocho años que pasó en la Escuela Imperial
soportó pacientemente los celos mezquinos de sus compañeros de clase, y posteriormente la
presión a que, como joven bailarín, estaba expuesto. Sus compañeros artistas, los miembros del
Ballet Ruso, en ocasiones eran enemigos, y él no encontró comprensión entre aquellos a quienes
ayudó a obtener la fama y el éxito por medio de su talento extraordinario, sus creaciones de
visionario y sus esfuerzos incesantes. Intentaron despojarle de sus méritos, pero ¿cómo iban a
comprender a Nijinsky, su corazón puro, su humildad, su fe de niño en el Arte, la Belleza y Dios?
Estos puntos estaban más allá de su capacidad de comprensión.
En toda esta historia sólo otro genio de la historia de la danza ha sido tan atacado como Nijinsky:
Noverre, que también fue perseguido, acusado de no haber compuesto sus propios ballets
inmortales y profundamente malinterpretado por sus colegas. Nijinsky y Noverre, los dos grandes
reformadores del arte de la danza... Nijinsky era consciente de las enemistades que suscitaba, a
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pesar de lo cual no quiso abandonar su creencia en la bondad humana. El golpe llegó cuando su fe
en la amistad se hizo añicos y él se sumergió en la tranquilidad y en el olvido hasta que la gran
masacre, la primera guerra mundial, y su incapacidad para ayudar a la humanidad, rompieron su
corazón. Entonces «se retiró en sí mismo tan alejado que dejó de entender a la gente».
En los años siguientes al violento ataque de la enfermedad de mi marido nuestro destino quiso
que experimentásemos mucha crueldad e infelicidad. Así, en ocasiones vivimos como gitanos
errantes, especialmente durante los años de la segunda guerra mundial, sin saber de un día para
otro si tendríamos un tejado sobre nuestras cabezas cuando cayera la noche.
Cuando mi marido se puso enfermo por primera vez, yo me negué a confinarlo en un asilo, por
más que los siquiatras me recomendaron que lo hiciera. Por el contrario, decidí instalarlo en
nuestra casa de Saint-Moritz, donde yo podía ocuparme de él y él podría ser más feliz gozando de
su libertad y de su vida familiar. Pero posteriormente me di cuenta de que los médicos tenían
razón y Nijinsky fue llevado a un sanatorio, adonde yo le acompañé. Intenté ofrecerle la mayor
ayuda posible y, tras consultar a los especialistas más destacados, entre ellos Freud y Jung,
estuvimos varios meses en Viena, donde cuidaban de Nijinsky en una clínica. De allí pasamos a
París, con la esperanza de que su antiguo entorno artístico estimulara un avance por el terreno de
la conciencia. Pero nada parecía surtir efecto. Por el contrario, su estado parecía ir empeorando y
se alejaba cada vez más de la realidad, por lo que en un momento dado volvimos nuevamente a
Suiza... Durante este período dispuse de abundante tiempo para meditar y me di cuenta de que
tenía una deuda con la historia del arte y con el propio Nijinsky: hacer que el mundo supiera que
era algo más que un gran bailarín. Poco después de nuestro matrimonio mi marido me había
pedido que anotase sus ideas artísticas, con las que esperaba poder ayudar a los alumnos de danza.
Y así empecé a escribir lo que más tarde sería la biografía de Nijinsky.
Cuando hube escrito la biografía de mi marido quise recuperar su arte para futuros siglos,
reconstruir todo lo que había en él. Intenté, modestamente, fijar cada acontecimiento, cada hecho,
y trazar una pintura verdadera de Nijinsky, de su vida, de su arte, así como la de todos los que
estuvieron en contacto con él. El mundo apreció la franqueza y la veracidad de mis libros y les dio
una recepción entusiasta, por lo que he quedado profundamente agradecida.
En una reciente visita a Rusia tuve oportunidad de conocer y hablar con muchas personas, artistas,
estudiantes y demás. En todos los sitios a donde fui me encontré con que mi marido era recordado
con gran admiración y respeto por parte tanto de los artistas como de los profanos. Su nombre es
reverenciado por los estudiantes de danza jóvenes, a quienes sirve de inspiración. Sus paisanos
saben ahora que Nijinsky no era un desertor como otros muchos que denunciaron y abandonaron
Rusia llevados por sus intereses personales. Sólo debido a las circunstancias de la guerra y de su
enfermedad tuvo que renunciar Nijinsky a volver a su país natal, como había planeado. En Rusia
era donde había pensado establecer su academia de danza.
Ahora, más de una década después de su muerte, vuelvo a presentar este Diario con la esperanza
de que sea de interés para muchos y de que ayude como libro de texto a los estudiantes de
psiquiatría a arrojar alguna luz sobre el hermoso misterio del espíritu y el corazón de Nijinsky.
Son muchos los que pueden hablar de Nijinsky como artista y como bailarín; pero sólo tres
personas tienen o han tenido el derecho y la autoridad para hablar de su vida privada. Se trata de
Diaghilev, de mi marido, ambos por desgracia fallecidos, y de mí misma. En mi libro sobre mi
marido yo ya he dicho cuanto tema que decir. Ahora hago entrega de las palabras del propio
Nijinsky.
Romola Nijinsky San Francisco Abril de 1963.

PRIMERA PARTE.
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VIDA.

La gente dirá que Nijinsky finge estar loco a causa de sus malas acciones. Las malas acciones son
algo terrible y las detesto, no quiero cometerlas. Si de hecho he cometido errores, es porque no
comprendía a Dios. Todas las personas tienen «sentimiento», pero para ellas la naturaleza de ese
sentimiento es algo oculto. Y para explicarla quiero escribir este libro. Muchos observarán que en
él no expongo sino opiniones personales; lo que pasa es que estoy convencido de que mi punto de
vista es acertado, pues me ha sido transmitido por Dios. Dios está en mí. He cometido errores,
pero los he reparado con mi propia vida y sufriendo a causa de ellos más que nadie en este mundo.
Invité a algunos amigos a acompañarme a Maloja, que está a unos kilómetros de Saint-Moritz.
Con buen tiempo es un paseo en coche encantador. Amo la naturaleza, y en especial la que puede
contemplarse en Rusia. Amo el país en el que fui criado, pero a mi mujer Rusia le da miedo. A mí
apenas me importa el lugar en que se desarrolla mi vida. Yo vivo donde Dios quiere. Y si me lo
ordena, acepto pasar mi existencia viajando. He dibujado un retrato de Cristo sin bigote ni barba y
con el pelo largo. Me parezco a Él; pero su mirada es de una fijeza serena, mientras que mis ojos
escudriñan en todas las direcciones. Yo soy un hombre de movimiento, no de inmovilidad. Mis
costumbres son diferentes de las de Cristo. A él le gustaba la inmovilidad, mientras que a mí me
gustan el movimiento y la danza.

Por «sentimiento» entiende Nijinsky el instinto, el apremio del inconsciente.

Ayer estuve con mi pequeña Kyra. Está pasando una desagradable bronquitis. No sé por qué le
aplican un inhalador con un medicamento. Estoy en contra de todas las drogas. No me gusta que
las personas las tomen. Las medicinas tienen algo de artificial. La gente piensa que son necesarias
y conozco a personas que recurren a ellas habitualmente. Las medicinas son útiles sólo como
ayuda, pero sólo la naturaleza puede devolver la salud o conseguir su restablecimiento. Tampoco
a Tolstoi le gustaban las medicinas. A mí me parecen bien cuando son necesarias. Pero mantengo
que son inútiles. Y así lo digo porque así es; si no me creéis, tanto peor. Yo creo a Dios, y por ello
tomo nota de todo lo que me dice.
Dice mi mujer que en la reunión de la pasada noche me comporté enteramente como si fuera un
espiritista. Le digo que yo no me comporto como lo hacen los médiums en las sesiones espiritistas.
Las personas en trance espiritista parecen borrachos, y yo no estaba borracho, sabía lo que estaba
haciendo. No soy un borracho, pero sé qué es una borrachera porque las he tenido bebiendo vino.
No me gusta que las personas beban ni me gusta que se dediquen a las sesiones de espiritismo. Es
malo para la salud.
Quiero hablar de Nietzsche y de Darwin porque ambos eran hombres de pensamiento. Darwin
creía que el hombre desciende del mono. Y creyó haber descubierto una nueva teoría. Por la
mañana le he preguntado a mi mujer por Darwin y por Nietzsche; siento compasión por este
último. Me gusta. Él me hubiera entendido. La teoría de la naturaleza de Darwin es falsa. Él no
sentía la naturaleza. La naturaleza es la vida y la vida es la naturaleza. Yo, que la amo, sé qué
significa esto. Y lo comprendo porque la siento, y la naturaleza me siente a mí. La naturaleza es
Dios, y yo soy la naturaleza. Soy un hombre viviente. La naturaleza es algo encantador. Sé que
estudiarla me ayudará. Pero este estudio lo hago yo solamente a través de los sentimientos. Por la
grandeza de mis sentimientos comprendo qué es la naturaleza. Los monos forman parte de la
naturaleza, y también los hombres, pero un mono no tiene la naturaleza del hombre. Yo tengo el
sentido del movimiento y me muevo con sencillez, mientras que los movimientos de un mono son
complicados. El mono es estúpido. También yo soy estúpido, pero tengo juicio. Soy un ser dotado
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de juicio, mientras que un mono es un ser que no tiene juicio. El hombre procede de Dios; y Dios
no es un mono. El hombre es Dios. El hombre tiene brazos, y también los tiene el mono. Por otra
parte no ignoro que, orgánicamente, el hombre se parece al mono, pero espiritualmente no. Los
monos, descendientes del mono, fueron creados por Dios. Y Dios procede de Dios. Yo soy un
hombre de origen divino, no simiesco. Yo soy Dios si siento a Dios. Sé que muchos me admirarán,
lo que me hará feliz, pues significará que he alcanzado mi objetivo.

Kyra, hija de Nijinsky, estaba instalada en una casa vecina debido al estado de los nervios de
Nijinsky.
N. se refiere a las sesiones espiritistas que describe Romola Nijinsky en Nijinsky, capítulo XIX.

Quiero bailar para ganar dinero. Quiero regalarle a mi mujer una casa entera en la que no falte
nada. Ella quiere tener un niño que sea mi reencarnación, pues teme que yo muera pronto. Cree
que estoy loco, idea que se le ha ocurrido por pensar demasiado. Yo pienso poco, y gracias a ello
comprendo todas las cosas que siento. Experimento mis sentimientos a través de la carne, no a
través del intelecto. Y yo soy la carne. Soy el sentir. Yo soy Dios en carne y en el sentir. Soy
hombre, no Dios. Y soy sencillo, no necesito pensar. Y he de hacerme sentir y comprender sólo
por medio del sentimiento. Al pensar en mí los científicos se rompen la cabeza, pero sus
pensamientos no darán conmigo ningún resultado. Son unos estúpidos. Mi modo de hablar es
sencillo, está desprovisto de malicia.
El mundo fue hecho por Dios, y también el hombre lo fue. Al hombre le resulta imposible
comprender a Dios, mientras que Dios comprende a Dios. El hombre es parte de Dios, de ahí que
en ocasiones comprenda a Dios. Yo soy ambas cosas: Dios y hombre. Soy bueno, nada hay en mí
de bestia. Soy carne, y es porque procedo de la carne. La carne fue creada por Dios. Soy Dios.
Soy Dios. Soy Dios. Soy Dios...
Estoy contento porque soy amor. Amo a Dios, y por eso me sonrío a mí mismo. La gente piensa
que me voy a volver loco y que voy a perder el juicio. Nietzsche perdió el juicio porque pensaba
demasiado. Yo no pienso, por lo que no puedo volverme loco. Tengo el cráneo duro y fuerte. En
el ballet Scheherazade, en el que representaba a un negro mortalmente herido, tenía que
sostenerme sobre la cabeza. Representé bien al personaje, lo retraté, de ahí que el público me
comprendiera. Ahora expresaré sentimientos y el público me comprenderá. Conozco al público, lo
he estudiado a fondo. Al público le maravillan las sorpresas, pero de arte sabe muy poco; de ahí
que sea tan fácil divertirle. Yo sé cómo sorprender al público, de modo que tengo el éxito
asegurado.
Quiero tener millones suficientes para hacer que tiemble la bolsa. Me gustaría llevar el mercado
de valores a la ruina. Yo soy la vida, y la vida es amarse los unos a los otros. La bolsa es la muerte.
Roba a los pobres, que llevan a ella hasta sus últimas monedas con la esperanza de hacer realidad
sus ambiciones. Los pobres me gustan, y por eso me gustaría jugar a la bolsa a fin de arruinar a
los agentes de bolsa. Los agentes juegan con cantidades enormes. Quiero ganar dinero en la bolsa,
por eso quiero ir a Zurich.
Mi mujer quiere llevarme a Zurich para que me vea un especialista de los nervios a fin de que
examine mi sistema nervioso. Le he prometido 100.000 francos si tiene razón cuando dice que
estoy mal de los nervios. Se los daré si el médico dictamina que estoy enfermo de los nervios.
Pero si no está en lo cierto, no se los daré. Ahora no dispongo de esa suma, pero a pesar de todo se
la he prometido. Jugaré a la bolsa, mas para ello tengo que pasar varias semanas en Zurich. Iré allí
dentro de unos pocos días. No tengo dinero, pero espero que mi mujer me dé cierta cantidad. Iré
con ella. Va a llevarme con su propio dinero. Yo tengo un poco en el banco, unos 300 francos. Me
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jugaré esta cantidad. Me jugaré hasta el último céntimo a fin de ganar algo más. Dios me ayudará
a ganar, no tengo miedo. Él quiere que yo haga que la bolsa quiebre. Conseguiré dinero por este
procedimiento, y no bailando. Consultaré los periódicos y compraré algunos valores. No sé
alemán, pero entenderé lo que precise.
Esta mañana, antes de comer, he ido al establecimiento de Hanselmann. Me he tomado un vaso
de oporto y he perdido la conciencia porque Dios así lo ha querido. No quiero comportarme
estúpidamente porque considero que eso es la muerte.
No puedo obligar a mi mujer a volverse vegetariana. Ella come carne porque le gusta. En la
comida he roto repentinamente una nuez con la fuerza de un gigante. Soy muy fuerte, tengo un
puño terriblemente fuerte. Ella se ha asustado y ha dicho que lo he hecho a propósito. Tenía razón,
porque ciertamente la he roto a propósito. Ahora me siento mejor. He fingido que estaba enfermo
a causa del vino tomado antes de comer. ¡Un vaso pequeño con una pasta! A continuación me he
sentido mareado. He salido a la calle con A. y he caminado unos cuantos pasos. Me sentía flojo y
mis rodillas empezaban a ceder. Casi me he caído; A. estaba muy complacida conmigo. A ella le
gustan los borrachos. Conozco sus costumbres. Quiere a su marido. Dios ha querido que yo
comprenda a A. Ayer vino para dar un paseo conmigo porque quería que le comprara unos
zapatos. Hoy le he dado un par de zapatos, pues ella no tenía. Yo ya tengo zapatos y no necesito
más. Los que le he dado eran míos, pues le iban bien. Mis pies son ligeramente más grandes que
los de ella. Cuando le hablo, ella no me entiende.
Cada vez que surge la oportunidad le digo a mi mujer: «Comer carne es malo». Mi mujer me
comprende pero no quiere comer solamente vegetales; cree que no es sino un capricho mío.
Cuando le he dicho que no coma salchichas por la noche, conociendo sus efectos, yo deseaba su
bien. Pero ella me ha replicado: «Lo que para ti es bueno, para mí no lo es». No me comprende
cuando le digo que uno siempre debe hacer lo que siente que es lo adecuado. Ella piensa
demasiado, y de ahí que no tenga suficiente sentimiento. No me da miedo que ella me deje, pero
de ser así, no volveré a casarme. La quiero mucho, y por ello solicitaré su perdón si Dios lo quiere
así. Dios no quiere que yo haga tal cosa, pues no quiere que ella coma carne. Yo le doy a mi
mujer todo el dinero, y en ocasiones le digo que si no comiéramos carne ahorraríamos más. Ella
escucha lo que le digo pero no hace lo que le pido. Me quiere, y por eso está preocupada por mi
salud. Le he dicho que si no es capaz de hacer las cosas como yo las hago, podemos divorciarnos
y que yo le encontraré un buen marido, y rico. Le he dicho que no puedo seguir viviendo de esta
manera, por más que tenga mucha paciencia. Entonces, por disposición divina me he puesto
nervioso y he roto la nuez de un puñetazo. Entonces mi mujer se ha asustado y se ha puesto muy
nerviosa, y a continuación me he puesto a escribir.
Romola es el nombre de pila de mi mujer. Es un nombre italiano. Se lo puso su padre, un hombre
de gran inteligencia enamorado de la Italia renacentista. A mí los siglos pasados no me gustan
porque yo estoy vivo. La pluma con la que estoy escribiendo es un regalo de Navidad de mi mujer.
Esa festividad anual llamada Navidad existe en todo el mundo allí donde hay cristianos.
Hoy me he puesto la pequeña cruz que me regaló Emma, que es la madre de mi mujer. Nos
quiere mucho a Kyra y a mí, y está convencida de que nacernos regalos es el mejor modo de
demostrarnos su afecto. Cree que el amor se materializa en los regalos. A mí me parece que un
regalo no es la expresión del amor, sino que más bien responde a una costumbre. Se debe hacer
regalos a los pobres, no a quienes tienen abundantes posesiones. Kyra tiene todo lo que precisa, de
ahí que no necesite regalos. Yo le doy a Kyra lo que necesita porque lo gano por medio de la
danza. Emma no conoce el valor del dinero. Sabe que yo la comprendo, y por eso me quiere. Yo
preferiría que ella hiciera regalos a las personas que los necesitan. Emilia es una mujer buena,
quiere a los pobres y es mucho lo que les da. Pero yo no creo que darles mucho sea suficiente. Se
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debe ayudar a los pobres permanentemente. Habría que buscar a los pobres para darles
directamente, y no por medio de instituciones caritativas. Yo bailo gratuitamente para esas
instituciones sólo porque esto hace posible que exprese mi personalidad. Quiero ser una
personalidad con el único fin de cumplir mi tarea. Mi tarea es la tarea de Dios, y por ello haré
cualquier cosa para cumplirla. Escribo porque Dios me ordena hacerlo. No pretendo ganar dinero
al escribir este libro. No quiero hacerme rico, pero Dios quiere que sea rico porque sabe cuáles
son mis objetivos. Yo no amo el dinero: amo a las personas. Las personas me comprenderán
cuando les haya proporcionado los medios de subsistencia. Los pobres no pueden ganar dinero.
Los ricos deben ayudarles. De nada servirá que dé todas mis ganancias a las instituciones de
asistencia a los pobres. Esas instituciones se enriquecen a sí mismas y ni siquiera piensan en
organizar la asistencia. Un hombre pobre no acude a esas instituciones de caridad porque le
avergüenza ser incomprendido. A los pobres les gustan los regalos hechos con sencillez. Yo doy
con toda sencillez, sin hacer alharacas. Y cuando hago un regalo no hablo de Jesucristo. Cuando
los pobres quieren manifestar su agradecimiento, huyo de ellos. Detesto la gratitud. Yo no hago
donaciones en busca de agradecimiento. Doy por amor de Dios. Yo soy el regalo de Dios. Soy
Dios en forma de regalo. Yo amo a Dios, y Dios quiere que yo haga regalos porque sé cómo
hacerlo. No iré, como Jesucristo, de casa en casa; me encontraré con la gente y me invitarán a
acudir a sus casas. Conoceré a sus familias y les ayudaré en la medida de sus necesidades. El
dinero es un modo de ayudar, pero en sí mismo no es una ayuda. Yo no doy dinero porque un
hombre pobre no siempre sabe servirse de él. A. es pobre. No tiene vestidos. Entonces intento
todo tipo de trucos astutos para ayudarla.
Ella le dice a mi mujer cosas estúpidas en español, y el español yo lo entiendo. Es una lengua
sencilla y por ello, para un hombre con sentimientos es de fácil comprensión. Comprenderlo no
significa entender todas las palabras. Yo entiendo algo de todos los idiomas. Conozco unas pocas
palabras, pero mi sentido de la lengua está agudamente desarrollado. Me gusta desarrollar este
sentido porque debo entender todo lo que se dice.
Fingiré estar muriéndome o enfermo para poder entrar en las casas de los pobres. Huelo a los
pobres como un perro olfatea la caza. Tengo muy buen olfato. Encontraré a los pobres sin
indicaciones. Me guiaré por el olfato. No me equivocaré. No daré dinero a los pobres, les daré
vida. La vida no es pobreza. La pobreza no es vida. Yo quiero la vida. Quiero al amor.
He notado que mi esposa me teme debido a sus movimientos calculados cuando le he pedido que
me traiga un poco de tinta. Se ha sentido fría, y yo también. El frío me da miedo, pues el frío es la
muerte. Escribiré rápidamente, pues no me han dado mucho tiempo. Me gustaría mucho que me
ayudara Kostrovsky, porque él me comprende. (Kostrovsky, amigo de Nijinsky, era tolstoiano e
intentó tenazmente influirle. Era epiléptico y murió loco.) Yo hablaría y él escribiría, y de este
modo podríamos hacer algo más. Soy Dios hecho hombre. Siento como Cristo sentía. Soy como
Buda. Soy el Dios budista y todo tipo de dioses. Los conozco a todos y cada uno de ellos. Con
todos me he encontrado. Finjo estar loco a propósito, con particulares intenciones. Sé que si todos
creen que soy un loco inofensivo, no me temerán. No me gustan las personas que creen que soy
un lunático peligroso. Soy un loco que ama a la humanidad. Mi locura es mi amor a la humanidad.
Le he dicho a mi mujer que he inventado una pluma-fuente que puede hacernos ganar mucho
dinero; pero ella no me cree porque piensa que no sé lo que me hago. Para explicarle mi invento
le he mostrado la pluma y un lápiz. Se la enviaré a Steinhardt, mi abogado y amigo, y le pediré
que la patente. Steinhardt es un hombre inteligente, por lo que comprenderá la importancia de mi
invento. Tengo intención de vender la patente. Si están de acuerdo, la venderé. De lo contrario, la
destruiré.
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No soy rico ni quiero riquezas. Lo que quiero es amor; por lo tanto, dejaré de lado todo el dinero
sórdido y sucio. Daré vida a los pobres. No morirán de hambre. Tampoco yo pasaré hambre,
porque sé qué hacer para evitarlo.
No soy un niño prodigio de esos que se exhiben; soy un hombre sensible. Han pasado millones de
años desde la creación del hombre. Los hombres creen que Dios está allí donde más avanzados
están los inventos técnicos. Antes de que existieran mecanismos Dios ya estaba. El acero es una
cosa necesaria, pero también es terrible. Un avión es una cosa terrible. Yo volé en un avión y lloré.
No sé por qué pero siento que los aviones destruyen a los pájaros. A la vista de un avión, todos los
pájaros se precipitan hacia abajo. Un avión es algo útil, pero no debe ser exagerado. Es algo que
procede de Dios y por eso me gusta, pero no debe ser usado con objetivos de guerra. Un avión ha
de expresar la buena voluntad. Me gustan los aviones y por eso volaré en ellos donde no haya
pájaros. Los pájaros me gustan. No quiero asustarlos. Un aviador muy conocido que estaba en
Suiza se precipitó sobre un águila. El águila es salvaje y no es como los demás pájaros, pero no se
las debe de matar porque Dios les ha dado la vida.
En Petersburgo fui a dos escuelas, donde me enseñaron bastante. Yo no necesito una educación
universitaria, por lo que no me resultaba necesario un gran volumen de conocimientos.
Las universidades no me gustan porque pierden el tiempo con la política. Y la política es la
muerte. La política es un invento de los gobiernos. Los hombres han errado su camino y no se
pueden entender los unos a los otros, por lo que se han dividido en partidos. Me había olvidado de
lo del avión que había chocado con un águila. El águila es un pájaro de Dios y no se debe matar a
zares, emperadores y reyes. Me gustan los zares y los aristócratas, pero sus actos no siempre son
buenos actos. Les daré buen ejemplo para que no se destruyan. Les ayudaré de todos los modos
posibles porque amo a Dios, pero ruego a todos que me ayuden en esto, porque yo solo no puedo
hacer todo lo que Dios quiere. Quiero que todos me ayuden, y todos deben de concurrir para
ayudarme. Yo soy Dios y toda mi destreza reside en Dios. No vivo en las calles, vivo en los
hombres. Quiero estudiar los sentimientos de los nombres. Me gustan los sentimientos sencillos
que todos tienen. A la gente con malos sentimientos no la quiero.
La guerra no se ha detenido por el pensamiento de los hombres. Yo sé cómo se puede parar la
guerra. Wilson quiere parar la guerra, pero los hombres no le comprenden. Él desea en política la
tolerancia, y en consecuencia no le gusta la guerra. De hecho, no quiere la guerra.
Lloyd George es un hombre sencillo, si bien está dotado de un gran cerebro. Pero su cerebro
destruye los sentimientos, y en consecuencia no está dotado de sagacidad para la política. Lloyd
George es un hombre difícil. Diaghilev es un hombre terrible. Los hombres terribles no me gustan,
pero tampoco deseo hacerles daño. No quiero que sean matados. Son águilas. Impiden vivir a los
pájaros pequeños, y por ello hay que estar en guardia frente a ellos. A mí me gustan porque Dios
les ha dado la vida, y Él tiene derecho sobre su existencia. Yo no soy su juez, sino que lo es Dios,
pero les diré la verdad. Y al decir la verdad destruyo la maldad que ellos han hecho. Sé que a
Lloyd George no le gustan las personas que se entrometen en su camino. Ni a Diaghilev.
Diaghilev es más pequeño que Lloyd George, pero también es un águila. Un águila no debe
entrometerse con los pájaros más pequeños, y por ello debe de dársele lo suficiente para comer a
fin de que no les ataque. Diaghilev es un hombre malo a quien gustan los muchachos. A los
hombres como él hay que detenerles por cualquier medio, hay que evitar que sigan con sus actos.
Con todo, no debe encarcelárseles. No tienen por qué sufrir. «Cristo no es el Anticristo», como
decía Merejkovski. Dostoievski escribió sobre un bastón que tenía dos extremos. Y Tolstoi habló
de un árbol que tenía raíces y ramas. Una rama no es una raíz y una raíz no es una rama. Las
raíces me gustan porque son útiles. Cristo es Dios y el Anticristo no es Dios. El Anticristo no me
gusta porque no es Dios. El Anticristo ya no existe; es como las cosas de los museos y de la
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historia. La historia y los museos no me gustan porque son como cementerios. Dostoievski era un
gran escritor que describía su vida bajo las vestiduras de distintas personalidades.
La gente va a la iglesia en busca de Dios. Él está en las iglesias y doquiera que lo busquemos, por
ello yo también iré a la iglesia. La iglesia no me gusta porque en ella no se debe hablar de Dios,
sino del aprendizaje. Y el aprendizaje no es Dios. Dios es sabiduría y el aprendizaje es el
Anticristo. Hablo con fuerza intencionadamente, a fin de que se me comprenda mejor, no a fin de
herir a las personas. Las personas se ofenden porque en vez de sentir, piensan. Sé que todo el
mundo está contaminado de podredumbre y que la podredumbre se halla por doquier, incluso en
los árboles. El árbol de Tolstoi es la vida, y por ello debemos leerle. Conozco su Ana Karenina,
pero la he olvidado un poco. También he leído Guerra y paz. Tolstoi es un gran hombre y un gran
escritor. En los últimos años, cuando pensaba que estaba más cerca de Dios, estaba avergonzado
de su escritura. Me gustan los periodistas que gustan a la gente, son comprensibles, incluso los
que se ven obligados a escribir cosas carentes de sentido a cambio de dinero. Merejkovski escribe
magníficamente. P. H. escribe con mucha agudeza. Sé algo sobre la polémica entre P. H. [Phil] y
una revista que se llamaba Nuevos Tiempos. Phil no comprendía a Merejkovski. Merejkovski
buscaba a Dios pero no lo encontró.
Me gustaría que mis escritos fueran fotografiados en vez de ser impresos, pues la imprenta se
carga la escritura a mano. La escritura manual es algo encantador; es algo vivo y lleno de carácter.
Quiero que mi escritura manual sea fotografiada porque deseo que la gente la entienda como
procedente de Dios. Puedo escribir bellamente, pero no quiero ser perfecto. No soy un aristócrata.
Procedo del pueblo. Quiero a mis criados y quiero a mi mujer. A mi mujer la entiendo. A ella le
gustan los buenos modales. Yo no soy de modales finos porque no quiero serlo. Mi amor es
sencillo.
Sé que si un hombre capacitado para analizar la escritura leyera esto, diría que «el autor es un
hombre que se sale de lo corriente» debido a que la escritura es saltarina. Sé que la escritura
desigual significa bondad de corazón. Puedo distinguir a las buenas personas por su escritura.
Diaghilev es un hombre malo, pero yo sé cómo ponerme a cubierto de sus porquerías. El piensa
que mi mujer es todo cerebro, y en consecuencia la teme. A mí no me teme porque yo suelo
comportarme nerviosamente. A él no le gustan las personas muy tensas, y sin embargo él es
nervioso, pues siempre está estimulándose y excitándose, tanto él como sus amigos.
Z., su amigo, es un hombre muy bueno pero es un pelma. Desea llegar a ser rico y aprender todas
las cosas que sabe Diaghilev. Z. no sabe nada. Diaghilev cree ser el Dios del Arte. Quiero retarle
de un modo que todo el mundo pueda ver. Quiero mostrar que todo el arte de Diaghilev es un
profundo absurdo. Quiero ayudar a la gente a entender a Diaghilev. Yo trabajé con él, sin
descanso, durante cinco años. Conozco todas sus astucias, todas sus costumbres. Yo he vivido con
Diaghilev. Le conozco mejor de lo que él mismo se conoce, conozco sus puntos flacos y sus
puntos fuertes. No le tengo miedo. Es un hombre rico, pues sus padres le dejaron una fortuna. A
los españoles les gusta hacer correr la sangre de los toros, de modo que les gusta dar la muerte.
Son una gente terrible que da muerte a los toros. Ni siquiera la Iglesia ni el Papa pueden poner fin
a esa carnicería. Los españoles consideran que un toro es una bestia. El torero, antes de dar muerte
al toro, llora. Conozco a muchos toreros a quienes los toros les han rajado la barriga. Yo odiaba
esa carnicería pero no me comprendían. Diaghilev dijo, con Z., que una corrida de toros es un arte
magnífico. Ya sé que ambos dirán que estoy loco y que en consecuencia no pueden sentirse
ofendidos por mí, pues Diaghilev siempre se sirve de esta triquiñuela; piensa que nadie le
comprende. Yo le comprendo, y por eso le reto a una corrida de toros. Yo soy el toro, un toro
herido. Yo soy Dios en el toro. Soy Apis. Soy un egipcio. Soy un indio. Soy un piel roja. Soy un
negro. Soy un chino. Soy un japonés. Soy de fuera, un extranjero. Soy un ave marina. Soy un
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pájaro de tierra adentro. Soy el árbol de Tolstoi. Soy las raíces de Tolstoi; Tolstoi es mío. Yo soy
suyo. Tolstoi vivió al mismo tiempo que yo. Le quiero pero no le entiendo; Tolstoi es grande y a
mí lo grande me da miedo. Los periódicos no comprenden a Tolstoi; tras su muerte, en una revista,
lo construyeron como un gigante, pero lo hicieron solamente con la intención de empequeñecer al
Zar. El Zar es un hombre como todos nosotros, y precisamente por ello no deseo su muerte. Lo
siento por el Zar.
Zola me gusta, aunque he leído muy poco de él. Conozco una historia corta que es la que me hizo
entenderle. Quiero leer una buena cantidad de obras suyas. La muerte de Zola me entristeció
mucho, porque se asfixió. Los hombres le mataron porque temían la verdad. Entonces yo seré
matado; mas no le temo a la muerte. No deseo la muerte de quien me mate, y por ello ruego a la
gente, después de que me hayan matado, que no le linchen ni le maten, pues la culpa no era suya.
La muerte atrae x al que mata; los que inician una guerra son asesinos porque matan a millones de
personas inocentes. Yo soy un hombre entre un millón. No estoy solo porque siento a más de un
millón de otras personas.
Mi familia piensa que no entiendo lo que están hablando en húngaro. Yo escribo y al mismo
tiempo escucho su conversación. El hecho de escribir no me impide pensar en alguna otra cosa.
Durante la guerra estuve viviendo en casa de mi suegra. En una ocasión quise entrar a un
restaurante, pero una fuerza interior me lo impedía. Repentinamente me paré ante un pequeño
restaurante frecuentado por trabajadores. Quería entrar, pero preferí no hacerlo porque no era un
trabajador. Me gustan los trabajadores. Sienten más que los ricos. Son exactamente igual que los
ricos, la única diferencia es que tienen poco dinero. Hoy he visto a algunos trabajadores, de ahí
que me haya apetecido hablar de ellos. Beben vino barato.
Cuando vivía con Diaghilev me gustaban las cocottes de París. El me tomaba por idiota, pero yo
solía ir con ellas. Corría por París buscando cocottes baratas, pero temía que la gente se enterase
de esta actividad mía. Sé que esas mujeres no padecen enfermedades, pues están bajo una especial
vigilancia de la policía. Sabía que todo eso que yo hacía era vergonzoso, y que si me pillaban
estaría perdido. En aquellos tiempos hice muchas tonterías. Todos los jóvenes hacen cosas
vergonzosas. En cuanto a mí, iba por las calles de París en busca de cocones. Buscaba durante
mucho rato porque quería que la chica fuera sana y guapa; a veces me estaba todo el día y no
encontraba a nadie por mi falta de experiencia. En un mismo día me gustaban varias cocottes. Me
paseaba por los bulevares y con frecuencia encontraba cocottes que no me entendían. Yo solía
hacer uso de todo tipo de trucos para llamar su atención, pero era muy poca la que me prestaban
porque iba vestido con la mayor sencillez. Iba vestido discretamente a fin de que nadie me
reconociera. Un día iba siguiendo a una cocotte cuando me di cuenta de que un hombre joven me
estaba mirando. Iba en un coche de caballos con su esposa y sus dos hijos. Me reconoció y yo me
sentí tan terriblemente humillado que me sonrojé. Pero continué mi caza. Si mi mujer lee esto se
pondrá mala, porque ella confía en mí. Le mentí cuando le dije que ella era la primera mujer que
había conocido. Antes de mi mujer conocí a muchas otras. Pero ella era, por su aspecto, sencilla y
encantadora.
En una ocasión hice el amor con una mujer que me lo enseñó todo. Yo estaba sorprendido y le
dije que era una pena hacer así las cosas. Ella me contestó que de no hacerlo, se moriría de
hambre; mas yo le dije que no quería hacer nada y le pagué. Ella me rogó que me quedara, pero
yo no estaba de acuerdo porque sentía la humillación de ella. Me fui y la dejé a solas. Yo solía
buscar habitación en hoteles pequeños. París está lleno de ellos. Conozco muchos hoteles de este
tipo, que viven de alquilar habitaciones por una o dos horas para practicar el amor libre. Y utilizo
la expresión «amor libre» para referirme a las excitaciones que a los hombres les gusta hacer a la
mujeres. Yo, como detesto sentirme excitado, no me alimento de carne. Hoy, que he comido carne,
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me he sentido excitado por una mujer que hacía la calle. Era una mujer que no me gustaba, pero
mi deseo me lanzaba tras ella. Yo quería hacer el amor con ella, pero Dios me lo ha impedido. La
lujuria me da miedo porque conozco su significado. Es la muerte de la vida. Los hombres
sometidos a ese acicate son como bestias. Y como yo no soy una bestia, me he vuelto a casa. Por
el camino Dios me ha detenido porque no quería que yo me fuera. De repente me he fijado en que
la misma chica iba ahora con un hombre. Ella intentaba impedirle entrar en un restaurante.
Entonces el hombre le ha pedido en italiano que entrara en el restaurante con una amiga de ella.
Me he quedado allí muy confuso durante largo rato; mis sentimientos me tenían paralizado.
Después de que entraran en el restaurante, ha salido un hombre mayor, ha cerrado la puerta y me
ha saludado. Yo le he devuelto el saludo, pues he adoptado la costumbre de saludar a todo el
mundo incluso sin conocerlos. Yo suponía que todos eran iguales. A veces declaro que todos
somos iguales, pero no siempre se me entiende. Amo a mi mujer más que a nadie en el mundo. Y
hoy se lo he dicho. En su espíritu mi mujer sigue llorando, pero su pena no me atemoriza. Por más
que la quiera no puedo abandonar mi tarea de escribir, pues es demasiado importante para mí. Mi
mujer teme que yo esté escribiendo cosas imperdonables. Yo me río de sus lloros porque ahora ya
conozco su significado. Quiero hacerle una caricia, pero mi mano sigue escribiendo. Mi mujer
mira lo que tapo con la mano, intenta ver lo que escribo. Le diré que si quiere saber lo que escribo
antes que cualquier otro, que aprenda ruso; pero en realidad no quiero que aprenda ruso porque no
deseo que sepa qué es lo que estoy escribiendo. No quiero que ninguna persona pueda leer esto
antes que los demás. Pronto publicaré este libro. Mi mujer llora porque teme que yo no me
detenga. Sólo dejaré de escribir si tal es la voluntad de Dios. Quiero a mi mujer porque ella ha
sentido lo que estoy escribiendo y tiene miedo por mí; también teme que si me matan, ella y la
niña se verán solas en el mundo.
La madre de Romuska es una mujer difícil. Pasa la velada discutiendo con su marido de diversos
asuntos. Le gusta pensar por la noche. Conozco sus hábitos porque hemos vivido en la misma
casa. Quiero que piense que estoy loco a fin de disfrutar de la oportunidad de observarla. La
quiero, pero conozco su manera de actuar. Tiene buen corazón pero en ocasiones riñe con su
marido. Cuando vivíamos con ellos, mi mujer solía sentirse desgraciada con su madre. Yo
también sufrí a causa de los padecimientos de mi mujer. Sé que algunas personas dirán que esto
no es verdad porque mi suegra besa a mi mujer, a mí y a la pequeña. Puede fingirlo perfectamente,
para eso es una actriz. Yo, que no finjo, escribo la verdad. Un día molesté a Louise, la doncella,
pero a continuación me sentí tan apenado que en ningún sitio encontraba la paz.
Fue mi mujer quien arregló las cosas. Le dijo a Louise que yo estaba nervioso y que no tenía
intención de ofenderla, y entonces la doncella vino hacia mí, muy avergonzada, rogándome que lo
olvidara. Le di la mano y le dije que la quería. Ella comprendió y desde entonces nos llevamos
bien.
Quiero a mi mujer y no le deseo ningún daño, y por eso me pondré a ganar dinero, para hacerla
feliz. No quiero que sufra y me gustaría ganar lo suficiente para que ella pudiera vivir si me
mataran. A mí la muerte no me da miedo, pero a mi mujer sí. Cree que la muerte es una cosa
terrible. La angustia mental, eso sí que es terrible, pero quiero que la gente entienda que la muerte
del cuerpo no lo es.
No puedo seguir confiando en mi mujer, pues tengo la impresión de que quiere entregar este
diario al médico para que lo examine. Yo he dicho que nadie tiene derecho a tocar mis libros. No
quiero que la gente los vea, por eso los escondo; y además esta parte pienso llevarla conmigo.
Puesto que a la gente no le gusta la verdad, esconderé mis notas. La gente me da miedo, pues
pienso que quieren hacerme daño. Pero incluso si me hacen daño quiero seguir amándoles, pues
son criaturas de Dios. Quiero a mi mujer y ella me quiere, pero ella cree en los médicos. Yo
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conozco a los médicos, los comprendo. Ellos quieren examinar mi cerebro, pero yo quiero
examinar los suyos. Pero en realidad no pueden examinar mi cerebro porque no lo ven. He escrito
algunas poesías a fin de que los médicos puedan observar cómo funciona mi cerebro. He escrito
de modo razonable, pero ellos me han formulado preguntas carentes de sentido. Mis respuestas
eran rápidas y exactas. No han querido aceptar uno de los poemas porque no creían que fuera
importante desde el punto de vista psicológico. Todas estas cosas las hacen intencionadamente
creyendo que no sé lo que hago, pero yo tengo un conocimiento exacto de todo lo que hago y por
eso no tengo miedo. He fingido intencionadamente que estoy loco a fin de que me manden a un
asilo. Sé que A. habló por teléfono con el médico sobre mí, pero no le tengo miedo. Conozco el
amor de mi esposa. Ella no me abandonará. Le doy miedo pero nunca me dejará. Estoy
aterrorizado ante la perspectiva de ser encerrado y perder mi trabajo.
No deseo la muerte de los sentidos; quiero que la gente comprenda. No puedo llorar y verter
lágrimas sobre lo que he escrito, pero en mi interior lloro. Estoy triste. Amo a todos. Escribo
rápidamente pero con claridad. Sé que por lo general a la gente le gusta lo que escribo.
Quiero que Wilson tenga éxito con sus planes porque sé que están cerca de la verdad. Siento la
muerte próxima de Wilson. También temo por Clemenceau porque Clemenceau es un hombre
bueno. Su policía es estúpida, de ahí que su vida esté pendiente de un hilo. La gente nota sus
errores. Él no es consciente de ello, y por eso su vida está en peligro. Me gusta Clemenceau
porque es un niño. Yo conozco a los niños y sé que hacen, sin querer, cosas tremendas. Lloyd
George no sabe que será desenmascarado, y por eso va con la cabeza muy alta. Yo quiero que baje
la cabeza. Él me gusta, pero debo escribir la verdad. Sé que si él lee estas notas me comprenderá.
Sé que Clemenceau es honrado; es la policía de Francia. Es un hombre que trabaja de firme, pero
cuando envió a Francia a la muerte se equivocaba. Es un hombre que aspira a la bondad, un niño
con un cerebro tremendo. Hay algunos políticos que son hipócritas como Diaghilev, que no desea
el amor universal, sino ser amado él solo. Yo deseo el amor universal.
Quiero bailar en Francia en beneficio de los pobres. Yo soy de ascendencia polaca, pero en mi
corazón soy ruso porque en Rusia fui criado. Amo a Rusia. Paderewski se ha hecho político, pero
es pianista. Me gustan los pianistas que tocan con sentimiento. La música con sentimiento es
divina. No me gusta la mera técnica sin sentimiento. Sé que la gente no estará de acuerdo y dirá
que Paderewski es un músico con sentimiento. La política no me gusta y detesto a los políticos
que pretenden ampliar a un país más allá de sus fronteras. La política que me gusta es la que tiene
por objetivo apartar al país de la guerra.
Diré toda la verdad y otros continuarán lo que yo he empezado. Soy como Zola pero quiero
hablar, no escribir novelas. La novela impide que se comprendan los sentimientos. En un libro yo
busco la verdad, no el argumento. Los disfraces no me gustan. Son algo hipócrita. Los criminales
no deberían ser encerrados en cárceles ni matados. No son terribles y yo no les temo. Durante la
guerra mundial cada hombre era un criminal. Los gobiernos han protegido a los criminales porque
eran éstos quienes ejecutaban los crímenes de los gobiernos. Dios no protege a los gobiernos que
hacen la guerra. Él no desea la guerra, son ellos los que arrojan tales horrores sobre la humanidad.
Yo mismo soy un criminal, pues he matado al espíritu. No quiero pensamientos; lo que quiero es
sabiduría. Yo soy Dios. Soy amor. Quiero escribir una carta al médico. La escribiré en este
cuaderno de notas y no en papel de cartas:

«Mi querido amigo, le he ofendido; pero no era esa mi intención, pues le quiero. Le deseo lo
mejor, y por eso he fingido estar loco. Yo quería que usted se diera cuenta de lo que yo pensaba y
sentía, pero ha fallado usted, pues ha pensado que yo estaba loco. He fingido ser un hombre muy
nervioso a fin de que a usted le pareciera que no estaba nervioso. Soy un hombre que disfraza sus
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sentimientos. No quiero que mi mujer reciba ningún daño, pues la amo. Y le amo a usted. Soy un
policía de Cristo. Soy Cristo. Detesto el ridículo. Yo no soy divertido. Quiero a todos, y nada hay
de ridículo en querer a todos. A usted le conozco. Usted tiene sentimientos. A usted no le gustan
las cosas que no son tranquilas porque tiene los nervios débiles. Yo, por el contrario, tengo los
nervios fuertes. Y no es que haya iniciado una campaña para el exterminio de las personas
nerviosas. La propaganda no me gusta. Usted es alemán. Nació en Suiza, pero su educación es
alemana. Yo quiero a los alemanes. Usted debe de curar sin que le den dinero a cambio porque es
usted rico. Yo le comprendo. Quiere usted dar de todo a su mujer para que sea feliz, pero olvida
que hay mucha gente que sufre. Dice usted que ama a Alemania. También yo. Usted es rico, y sin
embargo no da dinero a los alemanes pobres. Están muriéndose de hambre. Ya sé que dirá usted
que Suiza no puede ayudar a los alemanes porque tiene poco para sí misma. Me doy cuenta
perfectamente de la posición de Suiza. Está entre dos fuegos. Y ambos fuegos son terribles.
Detesto el fuego que destruye la vida, sólo me gusta el que da calor. Para gobernar o dirigir no
hacen falta organizaciones. El amor destruirá la necesidad de gobierno. Me gusta el liderazgo de
Wilson. No quiero que mi mujer muera. La amo. He actuado mal con el fin de que usted me
ayudara. Sé que mi mujer está nerviosa debido a mi comportamiento; y también sé que estoy
obligado a irme. Mis cosas ya están empaquetadas. El desastre es una cosa terrible. Pediré perdón
a mi mujer si usted me dice que lo haga. Quiero que cure usted a mi mujer, pero yo no puedo ser
curado. No quiero ser curado. A nada temo, excepto a la muerte de la sabiduría. Quiero la muerte
del espíritu. Mi mujer no enloquecerá si mato su espíritu. El espíritu es estupidez, mientras que la
sabiduría es Dios. Lo que usted piensa es debido a que en mí todo lo he construido sobre los
sentimientos, pues he perdido mi espíritu. Un hombre que todo lo basa en los sentimientos no es
horrible; yo no quiero malos sentimientos, por lo que iré a besar a mi mujer y a decirle lo que
Dios me indica. No le tengo miedo a usted. Usted será mi más querido amigo y me comprenderá.
También yo quiero ayudarle.»

Me quedaré a solas y lloraré en mi soledad. Lloro mucho, pero no cesaré de escribir. Temo que el
doctor X, mi amigo, venga y vea mis lágrimas, y como no quiero sobresaltarle, me las enjugaré.
Lloro de un modo que no puede molestar a nadie. A. cree que estoy fingiendo, pero no es así.
Cuando A. se haya ido iré con mi mujer. No quiero una escena, me gusta la paz. Ahora no lloraré
porque alguien podría sentir lástima por mí. No quiero que la gente se apiade de mí, sino que me
quiera. No iré a ver cómo se va A. porque Dios no quiere que deje de escribir. La he besado
mientras escribía las anteriores palabras. Ella ha visto mis lágrimas pero no ha visto mi debilidad.
He fingido estar débil porque tal era el deseo de Dios. Soy sensible al amor de mi gente, que no
quiere dejar a solas a mi mujer. Soy pobre. No tengo nada y no quiero nada. Aunque no estoy
llorando, tengo lágrimas en el corazón. No quiero que mi mujer reciba ningún daño, la quiero más
que a nadie y sé que si nos separásemos, yo me moriría. Lloro... No puedo retener las lágrimas,
que caen sobre mi mano izquierda y sobre mi corbata de seda, pero es que ni puedo ni quiero
retenerlas. Me siento condenado. No quiero encontrarme mal. No sé qué necesito y me disgusta
inquietar a los míos. Si se inquietan, me moriré. Quiero a Louise y a Marie. Marie me prepara la
comida y Louise me la sirve. Quiero dormir, pero mi mujer no se da cuenta. Ella tiene sueños; yo
no, y por eso no me iré a la cama. No puedo dormir debido a los polvos. Me dan todo tipo de
polvos, pero no puedo dormir. Aunque me inyectaran morfina no me dormiría. Me conozco; mi
mujer se toma una pastilla para dormir y luego tiene la cabeza pesada. El doctor quiere ayudarle a
dormir. Tendrá un largo sueño pero no morirá. Vivirá. Su muerte ya ha llegado porque no tiene
«sentimientos» de fe. A pesar de los polvos no puede dormirse. He estado largo rato con ella. Me
siento, me estoy sentado mucho tiempo y luego finjo caer dormido. Lo finjo porque siento que así
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he de hacerlo. En cuanto tengo un sentimiento, lo llevo a cabo. Nunca lucho contra los
sentimientos. Una orden de Dios me dice cómo actuar. No soy un faquir ni un mago. Soy Dios en
un cuerpo. Todos tienen este sentimiento, pero nadie hace uso de él. Yo hago uso de él y conozco
los resultados. La gente cree que este sentimiento es un trance espiritual, pero no estoy en trance.
Soy amor. Estoy en un trance, el trance del amor. Quiero decir tantas cosas que me faltan las
palabras. Quiero escribir y no puedo. Puedo escribir en trance, y este trace se llama sabiduría.
Todos los hombres son seres razonables. Yo no quiero seres no razonables, por eso quiero que
todos estén en trance de sentimientos. Estoy en trance de Dios. Dios quiere que me acueste. La
gente dirá que todo esto que escribo es estúpido, pero en realidad tiene un significado profundo.

Louise era la doncella y Marie la cocinera de la casa de Nijinsky.

Una vez, en el monte, llegué a un camino que llevaba a una cumbre. Ascendí hasta lo alto y me
detuve. Quería pronunciar un discurso en la montaña; sentí el deseo de hacerlo, pero no lo hice
porque pensé que dirían que estaba loco. No lo estaba. Tenía un gran deseo de hablar. No sentí
sufrimiento, sino un gran amor por el pueblo. Quise gritar en lo alto de la montaña y que se me
oyera en Saint-Moritz. No lo hice porque pensé que tenía que continuar mi camino. Seguí y llegué
adonde había un árbol. El árbol me dijo que allí no se podía hablar porque allí los seres humanos
no comprenden los sentimientos. Seguí. Me daba pena apartarme del árbol porque aquel árbol me
entendía. Caminé. Subí hasta la altura de 2000 metros, y allí me quedé durante un largo rato. Oí
una voz y grité en francés: «Parole!» Yo quería hablar, pero mi voz era tan fuerte que sólo pude
gritar: « ¡Quiero a todo el mundo! ¡Quiero la felicidad! ¡Quiero a todo el mudo! ¡Amo a todos!»
Quiero amar a todos y ser comprendido, y por ello quiero hablar todos los idiomas, pero no puedo,
por eso escribo, y mis escritos serán traducidos.
Salgo para dar un paseo y pienso en Cristo. Yo soy cristiano, católico, ruso. Mi hija no habla el
ruso porque la guerra nos ha impedido viajar a Rusia. Mi pequeña canta en ruso porque yo le he
enseñado canciones rusas. Me gustan las canciones y el idioma ruso. Conozco a muchos rusos que
no lo son en el fondo de su corazón, pues siempre se sirven de otros idiomas. Amo a Rusia. Amo
a Francia. Amo a Inglaterra. Amo a América. Amo a Suiza. Amo a España. Amo a Italia. Amo a
Japón. Amo a Australia. Amo a China. Amo a África. Amo al Transvaal. Quiero amar a todos, por
eso soy como Dios. No soy ruso ni polaco. Soy un hombre. No soy extranjero ni cosmopolita.
Amo el suelo ruso. Quiero construir un dique en Rusia. Comprendo que Gogol amara a Rusia.
También yo lo hago. Rusia siente más que cualquier otro país. Es la madre de todos los países y a
todos los ama. Rusia no tiene problemas de política. Sé que en Rusia mucha gente me entenderá.
Rusia es mi madre. Y yo quiero a mi madre. Mi madre vive en Rusia. Es polaca pero come pan
ruso y schzi, Sopa de col agria. Quiero amor para mi Rusia, aunque conozco sus defectos. Ha
destruido el plan de la guerra. La guerra hubiera terminado antes si Rusia no hubiera dejado entrar
a los máxima-listas. El pueblo ruso son como niños. Hay que amarlos y gobernarlos.
Que alguien me escuche y no habrá más guerras. Los partidos no me gustan, pero la democracia
es el mejor de ellos porque todos tienen los mismos derechos. En verdad no me gustan nada los
derechos, pues en la realidad nadie tiene ningún derecho. Las leyes del hombre no las quiero; son
inventadas. Napoleón creó leyes y las suyas eran mejores que otras; pero ello no significa que las
suyas fueran las leyes de Dios. La gente dirá que no se puede vivir sin leyes porque los hombres
se matarían unos a otros. Ya sé que los hombres todavía no han llegado a amarse los unos a los
otros, pero llegarán a hacerlo. He tenido que recurrir a los tribunales de justicia muchas veces.
Tuve un proceso contra Diaghilev y lo gané porque yo tenía la razón. Sé que Diaghilev esperaba
ganar. Tuve la impresión de que se había hecho justicia cuando gané el proceso contra Diaghilev.
18

Yo no quería de Diaghilev dinero que no hubiera ganado yo mismo. Él no quería pagarme, yo


había trabajado para él a costa de mi vida. Hay un médico inglés que podría testificar al respecto;
y mi mujer también. Según la ley ella no estaba autorizada a testificar, pero yo me presentaría ante
el tribunal de un modo tal que haría que ella tuviera autorización para hacerlo. Sé que Dios me
ayudará.
Me gusta hablar en verso porque soy el propio ritmo. Salgo para dar un paseo pero no me
encuentro con amigos.
Mi mujer solloza porque piensa que estoy escribiendo sobre política. Por eso quiere verlo, pero
yo no le dejo, tapo mis escritos con la mano.
Una tarde salí a dar un paseo por la colina y me detuve en el monte... «El monte Sinaí». Hacía
frío. Caminé rápidamente. Sentí que me tenía que arrodillar, por lo que lo hice rápidamente, y
entonces sentí que tenía que poner la mano en la nieve. Tras hacerlo, repentinamente sentí un
dolor que me hizo llorar, y retiré la mano. Miré a una estrella que no me dio las buenas noches.
Me negó sus parpadeos. Me sentía helado y quise correr, pero no pude hacerlo porque me hundía
en la nieve hasta las rodillas. Me puse a llorar pero nadie oyó mi lamento. Nadie acudió a
rescatarme. Aunque los paseos me gustaban, lo cierto es que sentí terror. No sabía qué hacer y no
pude encontrar razones para mi impotencia. Tras varios minutos me di la vuelta y vi una casa.
Estaba cerrada y con las contraventanas echadas. Un poco más allá había otra casa cuyo tejado
estaba cubierto de hielo. Me sentí atemorizado y grité tan alto como pude: « ¡Muerte!» No sé por
qué pero sentí que tenía que gritar « ¡Muerte!» Después de lo cual me sentí más caliente y el calor
de mi cuerpo me ayudó a erguirme. Me levanté y caminé hacia la casa, donde había un farol
encendido. La casa era grande. No me daba miedo entrar, pero pensé que no era necesario hacerlo
y seguí mi camino. Las personas, cuando se cansan, necesitan ayuda, y yo quería ayuda porque
me encontraba muy cansado. No podía seguir caminando, pero repentinamente sentí en mí una
fuerza terrible y corrí, pero no por mucho tiempo. Corrí hasta que sentí frío. La helada me daba en
la cara y me sentía atemorizado. El viento soplaba desde el sur y yo sabía que el viento sur traería
más nieve. Caminé por la nieve, que crujía bajo mis pasos. La nieve me gustaba y escuché su
crujido. Me gustaba oír mis pasos; estaban llenos de vida. Mirando al cielo vi las estrellas que me
parpadeaban y me hacían sentirme alegre. Era feliz y ya no sentía frío. Me puse a caminar
rápidamente porque había visto un bosquecillo de árboles sin hojas. Al mirar a las estrellas sentí
frío viendo una que no parpadeaba. Empecé a avanzar por un camino oscuro; iba rápidamente,
pero me detuvo un árbol que me salvó. Estaba en el borde de un precipicio. Le di las gracias al
árbol y lo rodeé con mis brazos. Él recibió mi calor y yo recibí el suyo. No sé cuál de los dos
necesitaba más el calor. Seguí caminando hasta detenerme de modo repentino: había un precipicio,
esta vez sin árbol. Comprendí que Dios me había detenido porque me ama, y por ello dije: «Si es
tu voluntad, caeré por el precipicio. Si no es tu voluntad, me salvaré.» Entones sentí que algo me
impulsaba hacia adelante, pero no caí. Dios me ama; yo sabía que todo lo que es bueno es Dios, y
por ello estaba seguro de que Dios no deseaba mi muerte. Caminé rápidamente colina abajo y
pasé ante un hotel. Cristo también iba de paseo. Yo paseaba en compañía de Dios. Al pasar ante el
hotel sentí lágrimas y comprendí que en sitios como aquél la vida reviste el aspecto de la muerte.
Dios se aflige mientras la humanidad se divierte. La culpa no es de la humanidad.
Mi mujer, que piensa mucho, apenas tiene sentimientos; cuando empieza a llorar, a mí se me
llena la garganta de lágrimas y rompo a llorar con ella, tapándome la cara con las manos. No es
que sienta vergüenza, pero sí tristeza y pena por mi mujer. Como deseo lo mejor para ella, me
quedo sin saber qué hacer. La vida entera de mi mujer y de toda la humanidad está muerta. Me
sorprendió pensar lo bien que podríamos estar si mi mujer me hiciera caso. Mi mujer lleva una
buena vida; Stravinski también lleva una buena vida. Igor Stravinski no sabe qué es la vida; a mí
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no me quiere. Igor piensa que yo estoy en contra de sus objetivos. Él busca la riqueza y la gloria.
Yo no quiero esas cosas. Stravinski es buen compositor, pero no piensa en la vida. Sus
composiciones no tienen un propósito. No me gustan las obras de arte que no tienen un objetivo
moral. En ocasiones se lo he explicado a él y le he expuesto mi idea al respecto, pero él ha
pensado que yo era un muchacho estúpido y, en consecuencia, habla solamente con Diaghilev,
que está de acuerdo con sus ideas. Yo nada puedo decir, porque se supone que soy un jovencito.
El padre de Stravinski era ruso de ascendencia polaca. Stravinski está dotado de un espíritu
penetrante. No es mi amigo, aunque en el fondo de su corazón me quiere porque me siente, pero
me considera su enemigo porque me entrometo en su camino. A Diaghilev le gusta Massine y no
yo, y eso supone un embarazo para Stravinski. Stravinski quiere a sus niños de un modo extraño,
y les muestra su amor haciéndoles pintar; y pintan bien. Es como un emperador, mientras que sus
hijos y su mujer son los soldados. Stravinski me recuerda al zar Pablo, pero no será estrangulado
porque es mucho más listo que el zar. Diaghilev ha deseado estrangularle muchas veces, pero
Stravinski es muy astuto. Diaghilev no podría existir sin Stravinski, y Stravinski no puede vivir
sin Diaghilev. Ambos se comprenden mutuamente. Stravinski lucha con Diaghilev con gran
destreza. Conozco las mañas de ambos. En una ocasión - tras mi liberación en Hungría - fui a
Morgues a ver a Stravinski y le pedí, absolutamente seguro de que mi deseo no se vería rechazado,
que él y su mujer se ocuparan de mi hija mientras nosotros estábamos en América. Sabiendo que
él tema muchos niños, pensé que mi Kyra estaría segura con él. No quería llevarme a mi pequeña
conmigo, sino que prefería dejarla en manos de alguna madre amorosa. Le pregunté a Stravinski
si podía quedarse con mi Kyra. Su mujer casi lloró de alegría, pero Stravinski dijo que lo
lamentaba mucho pero que no podía quedarse con la niña, que le asustaba la responsabilidad. Le
di las gracias y no hablé del asunto con nadie. Mirando a su mujer tristemente, sentí que me daría
la misma respuesta. Ella no dijo nada, pero por mis lágrimas silenciosas me entendió. Siendo una
mujer, sabía lo que significa llevar a un niño por trenes y barcos, de un sitio a otro, y se quedó
preocupada por mí. Ella no estaba de acuerdo con su marido, pero al hablar él tan rápida y
decididamente, le dio a entender a ella que no deseaba que se ocupara de mi hija. Le dije que
pagaría todos los gastos de Kyra, pero tampoco esto quiso él aceptarlo. Cuando estuvimos a solas
me aconsejó enviar a Kyra con una niñera a un hotel, pero yo le repliqué que no podría dejar a mi
hija en manos de una extraña, y menos aún sin saber siquiera si esa mujer la querría. No me
gustan las personas que envían a sus hijos con extraños. Los niños siempre han de estar con sus
madres.
Me llevé a mi Kyra a América. Stravinski me vio en la estación cuando me iba y le di la mano
con mucha frialdad. Por entonces él no me gustaba, y por eso quise demostrárselo; pero él ni lo
sintió, puesto que me besó. Tuve una impresión de repugnancia.
Estuvimos año y medio en América. Pensando que el viaje con la criatura sería malo para ella, la
dejé en Nueva York. Ni Stravinski me escribió ni le escribí yo a él. Durante casi año y medio no
oí nada de él. Stravinski es un hombre seco.
Mi mujer acaba de recibir un telegrama. No sé qué estará pensando, pero sé que me quiere. Mi
Romuska me quiere, pero no quiere entenderme. Mis sentimientos son buenos. Lo que yo digo es
sincero. Dios me ayuda. Amo a Dios. Él me ama. Sé que todos han olvidado qué es Dios. Todos
piensan que es una mentira. Los científicos dicen que no hay Dios, pero yo digo que hay un Dios.
Yo lo siento. No lo pienso. Sé que las madres me entenderán mejor que los demás porque ellas
sienten la cercanía de la muerte al dar a luz a un niño. Una madre sabe que si Dios no está con ella,
ningún médico del mundo podrá librarla de la muerte. Hay quien piensa que las personas pueden
vivir sin Dios. Sé que dirán que no hay Dios, que todo es materia en movimiento. Las personas
que están enfermas sienten más la cercanía de Dios, pues piensan que pronto morirán. Las
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personas enfermas trabajan por Dios sin saberlo. Yo también trabajo por Dios cuando estoy sano.
Mi mujer cree que estoy sano y que ya no necesitaré más médicos. Cree en mí porque ve cosas
que un hombre cualquiera no puede inventarse. Yo he inventado una nueva pluma-fuente.
Daré estas notas a mi mujer en vez de dárselas a la humanidad. Seré mucho mejor comprendido
si adopto la actitud de un hombre como los demás. No me queda mucha vida por delante y por eso
quiero llevar a cabo mis tareas rápidamente; mis tareas, que son las tareas de Dios. Yo no finjo;
soy la verdad. Si digo la verdad, toda la verdad, los hombres me matarán. Me asusta un hombre.
Me asusta la humanidad, pero me apiado de ella; quiero ayudarles, quiero recorrer todos los
caminos que Dios me muestra. Dios no quiere sufrimientos para mi mujer y para la humanidad.
Yo quiero a mi mujer tanto como quiero a la humanidad, y le deseo la misma felicidad. La gente
dice que no se debe amar a una sola persona cuando el mundo entero está sufriendo. Pero una
persona no tiene por qué sufrir por la felicidad de la humanidad. Cristo sufrió y nadie le entendió
a Él. Tolstoi y otros escritores escribieron, aparte de sus novelas, cosas sobre Dios. Ellos
entendieron en parte sus enseñanzas, pero teman miedo a la vida. Mi mujer me tiene miedo a mí,
y por ello me transfiere sus temores. Yo, habiendo experimentado el terror de la muerte junto a un
precipicio, no tengo miedo. Nadie quería matarme y un árbol me salvó.
Cuando yo era un niño, mi padre, que quería enseñarme a nadar, me lanzó al agua; yo caí y me
hundí hasta el fondo. No podía nadar y sentí que no podía respirar. Retuve el poco aire que tenía,
cerré la boca y pensé que, si Dios lo quería, sería salvado. No sé cómo, caminé bajo el agua y
repentinamente, vi la luz. Comprendiendo que estaba caminando hacia aguas menos profundas,
aceleré mis pasos hasta llegar a una pared vertical. No veía el cielo por encima de mí, solamente
agua. Repentinamente sentí un tirón físico y un salto, vi una cuerda a la que me aferré y estaba
salvado. Todo lo que he contado me sucedió a mí. Podéis preguntárselo a mi madre: si no ha
olvidado el incidente, os dirá que sucedió en San Petersburgo, en el río Neva, en el
establecimiento de baños para hombres. Vi a mi padre zambulléndose en el agua, pero yo tenía
miedo. Me desagradaban las zambullidas. Era un niño de seis o siete años, pero no he olvidado lo
sucedido. Esto debió de crear toda una impresión en mi personita, y además los niños no se
olvidan de lo que les ha sucedido. Mi médico me dijo que fuera amable con Kyra porque el niño
no olvida cómo le han tratado su padre y su madre. Me contó que en una ocasión su padre se
encolerizó con él y que hasta el día de hoy no había podido olvidar su cólera. La gesticulación del
médico me hacía sentir la ira de su padre con tanta viveza que estuve a punto de llorar. Estaba tan
apenado que no sabía de quién apiadarme más, si del hijo o del padre. Ambos tenían un papel
lamentable. El hijo había perdido el amor a su padre y el padre había perdido el amor de Dios. Mi
mujer está hablando por teléfono. Cree que me he ido a dar un paseo y está manteniendo con el
médico una charla de corazón a corazón. Mi mujer me quiere, no dice nada feo sobre mí. Le está
diciendo que soy testarudo y que es difícil convencerme, pero que paso a paso se me puede
cambiar cualquier cosa. Ella me desea lo mejor, y por ello fingiré haber cambiado. Mostraré mis
cambios en la práctica. Quiero una buena cantidad de dinero, de modo que iré a Zurich a fin de
sacar dinero para trabajar. Todos creen que jugar a la bolsa viene a ser como trabajar, de modo
que jugaré con mis últimas reservas; no hay mucho que perder, unos centenares de francos. Dios
me ayudará, pero temo dañar a las personas pobres. No quiero robar a la gente menuda porque
sean pobres. También ellos buscan la felicidad. No quiero robar ni a los pobres ni a los ricos.
Ganaré porque estoy con Dios. He mostrado mi amor a mi mujer no cogiéndole las notas de su
mano, cuando ella quería devolvérmelas. Me ha dicho que las esconda. Yo, con toda la intención
le he dicho que debería esconderlas ella, pues podían robármelas, de modo que ha sido ella quien
las ha escondido. Ella cree que esos manuscritos podrían suponer dinero. Tiene muy poco dinero.
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Todos creían que ella tenía millones, pero lleva perlas de imitación. Al enterarme de que la gente
confía en los ricos, le he dado un anillo para que todos crean que es rica.
Dios desea la felicidad para mi mujer y para la humanidad. Por ello debo encontrar dinero. No
quiero felicidad de esa especie para mí mismo, sino que a través de ella daré amor a los demás.
Siento un ojo escrutador a mi espalda} Siento que hay gente que quiere hacerme daño, pero no
lucharé y mi enemigo será desarmado. Hay hombres que quieren golpear a un hombre hasta la
muerte, incluso aunque él no les responda. Dios los detendrá. Diaghilev y otros como él lo
intentarán, pero yo estoy cada vez más convencido de que sus esfuerzos no obtendrán resultados.
No me matarán. Pueden herirme, pero no me matarán. No tengo miedo ni sufro porque Dios
estará conmigo. Sé cómo sufrir. Lombroso hizo un estudio sobre los cangrejos. No he leído a
Lombroso, pero sé algo sobre él por lo que mi mujer me ha contado. Yo soy un loco con sentido
común y con los nervios bien educados.
Me gustan las personas sonrientes, pero no cuando la sonrisa es forzada, como la de Diaghilev. Él
se piensa que la gente no se da cuenta. No comprende a las personas pero quiere que le obedezcan.
Conozco a una pareja de franceses, en París, en que la mujer es una hipócrita. Su marido es
consciente de ello, pero la quiere. Tienen un hijo. Un día estaba con ellos tomando el té. El
marido es un hombre agradable; en su sonrisa hay sentimiento. La sonrisa de su mujer es
provocadora. A ella no le sonrío, a su marido sí. Ella me escribe cartas intentando explicarme que
me ama. Lo que veo en esas cartas es lo taimada que es esa mujer.
Yo comprendía al hombre a quien Diaghilev amó antes que a mí. Diaghilev amaba a ese hombre
físicamente, de ahí que en contrapartida buscara ser amado. Diaghilev desarrolló en sí mismo la
pasión por las obras de arte. En Massine desarrolló el amor a la gloria. En cuanto a mí, yo no
sentía pasión ni por las obras de arte ni por la gloria. Diaghilev se dio cuenta de esto y me dejó
solo. Una vez solo, yo corrí tras de las chicas. Me gustaban. Mientras Diaghilev pensaba que yo
estaría pesaroso, yo no lo estaba. Practicaba mis danzas y componía ballets yo solo. A Diaghilev
esto no le gustaba. No quería que yo hiciera las cosas a solas, pero yo no podía estar de acuerdo
con él. En ocasiones nos peleábamos. Yo solía cerrar mi puerta con llave - nuestras habitaciones
estaban comunicadas - y no dejaba entrar a nadie. Le tenía miedo. Sabía que toda mi vida estaba
en sus manos. No salía de mi habitación. También Diaghilev estaba solo. Él estaba molesto
porque todo el mundo estaba enterado de nuestra pelea. Odiaba oír a la gente preguntando: « ¿Qué
pasa con Nijinski?» A Diaghilev le gustaba hacer creer que yo era su pupilo en todos los aspectos.
Yo no quería estar de acuerdo con Diaghilev, y por eso de vez en cuando me peleaba con él en
público. Él acudió en busca de ayuda a Stravinski, que estaba en un hotel londinense. Stravinski
se puso de parte de Diaghilev porque pensaba que éste me dejaría. Me enfadé con Stravinski
porque me pareció que defendía la causa equivocada. Fingí que me daba por vencido. Entonces
Stravinski pensó que yo era una persona asquerosa. Yo era joven, tenía veintiún años, y en
ocasiones cometía errores, pero siempre estaba deseoso de corregirlos. Al sentir que no gustaba a
nadie, adopté un tono desagradable. Diaghilev no me gustaba pero vivía con él; detesté a
Diaghilev desde el primer día de nuestro trato porque conocía su poder. Yo era pobre y 65 rublos
no eran suficientes para mantenernos a mi madre y a mí mismo apartados del hambre. Alquilamos
un piso de dos habitaciones por 35 o 37 rublos mensuales.
Kyra, a quien he reñido hoy por no ser sensata, no quiere venir a verme. Se ha dado cuenta,
cuando la he mirado, de que estaba enfadado. Mi mujer dice que he acusado a Kyra
equivocadamente, y dice, en defensa de su niña, que le he contestado con brusquedad. Las he
dejado a ambas solas en la habitación, pero me parece que he cometido un error. Por otra parte no
quiero que Kyra me tenga miedo. Más tarde, cuando ha venido a mi habitación, la he llamado y le
he dicho que si quería podía quedarse conmigo, pero ella se ha ido y eso sí que ha mortificado a
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mi corazón. No quiero hacerle daño. Ella ha pensado que no le quería y por eso se ha ido. He
apreciado un movimiento de la niña hacia mí, pero la he rechazado porque he creído que sería
mejor que se fuera. Quería llamarla para que volviera y he ido a buscarla, pero la he encontrado
con una niñera de la Cruz Roja. Al cabo de unos minutos he dicho que Kyra me había dejado
como si no me quisiera. La niñera casi se echa a llorar, pero su instinto la ha llevado a decirle a
Kyra que dijera que me quería. Yo me he sentido desgraciado. No quiero que Kyra sufra. Quería
mostrarle que la quiero y se me ha ocurrido decirle que me iba a ir lejos de ella porque ella no me
quiere. Esto le ha impresionado. Su madre estaba asustada porque pensaba que yo quería hacer
daño a la niña. Le he dicho que tenía derecho a educar a la niña a mi manera. Ella se ha sentido
ofendida al pensar que yo había dicho eso intencionadamente a fin de desacreditarla, cosa que yo
no quería hacer. He bajado del piso y me he puesto a escribir lo que había querido decir.
Durante la cena le he dado a entender a mi mujer que sabía qué decisiones había tomado con el
médico. Me ha mentido porque le he dado miedo. La confitura estaba atiborrada de medicinas, así
que la he dejado y he pedido algo de fruta. Sé que hay medicinas en la confitura porque mi mujer
toma muy poca y sólo para animarme. Intencionadamente me he servido mucha, pero luego la he
dejado señalándola como para dar a entender a alguien que era una porquería. La criada, que ha
entrado por casualidad, me ha preguntado, sin darse cuenta de que había dejado la confitura: «
¿Está buena?» « ¡Maravillosa!» he contestado. Entonces, al ver la confitura servida y apartada, ha
comprendido lo que he querido decir. No pienso probar comida que tenga medicamentos.
A mí la música me gustaba mucho. Un príncipe ruso a quien conocí me presentó a cierto conde
polaco cuyo nombre omitiré para no indisponerlo con su familia. Este conde me compró un piano;
pero a quien yo amaba era al príncipe, no al conde. Ivor, a su vez, me presentó a Diaghilev, quien
me invitó a visitarle en el Hotel Europa, donde estaba instalado. Me desagradó por su tono de voz
pretencioso, pero lo vi como el instrumento de mi destino. Había encontrado mi oportunidad. De
inmediato le dejé que hiciera el amor conmigo. Yo temblaba como una hoja y me esforcé por
disimular el odio que me inspiraba, sabiendo que si no me comportaba así, mi madre y yo nos
moriríamos de hambre. Desde el primer momento comprendí a Diaghilev y de inmediato fingí que
era de su cuerda. Era preciso vivir, y para ello qué más daba imponerse éste o aquél sacrificio. Mi
danza suponía un trabajo muy duro y yo siempre estaba cansado, pero evitaba aparentarlo a fin de
que Diaghilev no se aburriera en mi compañía. Yo sabía perfectamente qué tipo de deseo
experimentaba él: la gustaban los muchachos, por lo que él y yo nunca llegaríamos a entendernos.
No pretendo mostrar a Diaghilev como un sinvergüenza ni decir que merece la cárcel, e incluso
me horrorizaría que se pretendiera imponerle sufrimientos humillantes. No porno amarle yo dejo
de ser un ser humano, y el amor que tengo a todos los hombres me prohíbe dañar a ninguno de
ellos. Sin duda quienes lean estas líneas quedarán sorprendidos, pero aun sabiendo el efecto que
van a producir, quiero publicarlas en vida. Considero importante dejar que estas líneas tengan
algo de vivo y el tono de la verdad; del mismo modo, no soy partidario de que la historia de mi
vida sea publicada sólo después de mi muerte. No me da miedo la muerte; lo único que me da
miedo es que me dé un ataque. Mi deseo es que no se haga ningún daño a Diaghilev; ruego que se
le deje en paz y tranquilidad, le quiero como quiero a todos. Y puesto que no soy Dios, no me
reservo el derecho de juzgar. Sólo a Él le incumbe hacerlo. La ley de los hombres que castiga los
errores no podría ser aplicada a Diaghilev. Es a mí a quien ha dañado, y sólo a mí, y yo no solicito
que se le aplique castigo alguno. Cada uno debe reconocer sus propios errores; y yo aquí, ante
todos, me inflijo mi propio castigo contando mi vida. No se piense que me he propuesto
desvelarla reservándome hipócritamente pensamientos escondidos. Y si se pretendiera, en función
de este escrito, atacar a aquéllos de quienes aquí trato, no dejaría de aplicarme a su defensa. No
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escribo para levantar a las personas unas contra otras ni creo tener derecho a erigirme en juez.
Más yo soy un hombre de Dios, y son sus palabras las que salen de mi boca.
De estar seguro de que nadie se reiría de mí, explicaría qué es Dios. Los temas de que trato son
los que afectan al universo entero. Mi intención es combatir la guerra y traer la paz que debe
reinar en la tierra junto con la felicidad. La tierra todavía está caliente, pero se va enfriando y se
va desintegrando. Ya no le queda mucho tiempo. Y Dios exige que el amor esté presente en todo
momento. Por lo general hay demasiada despreocupación en lo que a las estrellas se refiere, y por
ello no se llega a una comprensión justa del universo. A mí las estrellas me dan mucho que pensar,
y sin embargo la astronomía no me gusta, pues se limita a explicar la geografía de los astros sin
enseñar nada sobre Dios. Y así como detesto las fronteras, no tengo ninguna inclinación por la
geografía. Para mí la Tierra representa un Estado único. La Tierra es la cabeza de Dios y Dios es
el fuego en la cabeza. Mientras haya fuego en mi cabeza, estaré vivo. Mi pulso es semejante a los
temblores de la Tierra; y sé que si éstos desaparecieran, la Tierra se enfriaría, y con ella la vida en
todas sus formas.
Soy un alimento espiritual. A la iglesia se va para rezar. Del vino que en ella se bebe se dice que
es la sangre de Cristo. Una sangre que no causa embriaguez, sino más bien sobriedad. Los
católicos lo toman no como bebida, sino de modo simbólico, y cuando han comido la blanca
hostia, creen haberse alimentado con la sangre y la carne de Nuestro Señor. Yo no soy la sangre ni
el cuerpo de Nuestro Señor, sino el espíritu en la carne y la carne en el espíritu. Sin la carne y el
espíritu no puede haber Dios, pues éste participa de las dos especies. Es espíritu y sangre. Yo soy
el Señor. Yo soy el Hombre. Yo soy el Cristo que decía ser espíritu en la carne. Pero sus
enseñanzas fueron deformadas y los nombres quisieron impedirle vivir. Y lo mataron. Y los
miserables a quienes se había pagado para que lo asesinaran no podían vivir sin él y fueron a
entregarse para ser ahorcados. Las dificultades de la existencia hacen malvados a los hombres.
He consagrado mi vida por entero al teatro, no a las películas. Las películas las dejo para quienes
disfrutan haciéndolas. No puedo dedicar mi tiempo al cine, y eso que me gusta mucho. Si se me
probara que el cine puede contribuir a una mejor comprensión entre los hombres, sin dudarlo le
sacrificaría mi vida entera. Yo conozco el cine. Quise trabajar en películas hasta que entendí su
funcionamiento. El cine tiene por objetivo ganar dinero, el cual se utiliza para alimentar la
industria cinematográfica. Comprendí que el cine sólo da beneficios a unos pocos hombres, y el
teatro a muchos. El trabajo teatral es muy pesado para mí, pero prefiero las privaciones a trabajar
en películas. Diaghilev me dijo muchas veces que habría que inventar algo en la línea del cine
para la danza, porque tiene una gran fuerza. Bakst, pintor ruso muy conocido, que es judío, decía
que las películas eran buenas desde el punto de vista del dinero. Yo no digo nada porque me
parece que Bakst y Diaghilev dijeron que yo no era más que un muchachito, de modo que prefiero
guardarme mis pensamientos. Diaghilev siempre estaba buscado la lógica en los pensamientos.
Ya sé que los pensamientos sin lógica no tienen valor, pero la lógica no puede existir sin
sentimiento. Diaghilev tenía ambas cosas, lógica y sentimiento, pero sus sentimientos eran malos
sentimientos. La cabeza de Diaghilev es más grande que la de los demás, pero en ella hay malos
sentimientos. Lombroso dice que pueden conocerse los sentimientos de los demás por la forma de
su cabeza. Yo digo que los sentimientos pueden conocerse por los actos de los hombres. No soy
un científico pero conozco bien a los hombres. Y conozco las triquiñuelas de los empresarios;
Diaghilev es un empresario, tiene su troupe. Y ha aprendido a engañar a otros empresarios. No le
gusta que digan de él que es un empresario, pues se supone que todos los empresarios son
ladrones. Diaghilev quiere ser llamado «patronizador del arte», y como tal quiere pasar a la
historia. Diaghilev engaña a las personas y se cree que nadie le ve tal como es. Se oscurece el
cabello para parecer más joven, cuando en realidad su cabello es blanco. Se compra tintes oscuros
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y se los aplica en el cabello. He visto ese tinte en la ropa de cama de Diaghilev, en sus almohadas.
A mí me desagrada la ropa de cama sucia, y eso me asqueó. Diaghilev tiene dos dientes delanteros
postizos, y cuando se pasa por ellos la lengua es que está nervioso. Cuando se saca los dientes
postizos, Diaghilev parece una vieja enfadada. Tiene en la frente una mecha blanca, y le gusta que
se note. Últimamente esta mecha es amarillenta porque se ha comprado un tinte de mala calidad.
En Rusia tenía mejor aspecto. Me di cuenta de esto al cabo de mucho tiempo, pues no suelo
fijarme en el cabello de los demás. Bastante preocupación tengo con mi pelo, cuyo peinado
siempre estoy cambiando. La gente me dice: «¿Qué te has hecho en el cabello? Siempre estás
cambiando de peinado». Yo contesto que me gusta cambiar porque no me gusta parecer siempre
igual. Diaghilev, a quien siempre le gusta que hablen de él, solía llevar monóculo. Le pregunté
por qué lo llevaba, pues me había fijado en que veía perfectamente sin él. Diaghilev repuso que no
veía bien con uno de los ojos. Supuse que me había mentido y me sentí profundamente herido.
Diaghilev me había engañado. Ya no seguí creyendo todo lo que me decía y fingí que seguía
siendo su pupilo. Él sintió este distanciamiento mío y se disgustó, pero sabiendo que él mismo
había cambiado de actitud hacia mí, siguió teniéndome a su lado. Yo empecé a odiarle
abiertamente y un día, por las calles de París, le empujé para mostrarle que no le tenía miedo.
Cuando quise separarme de él, Diaghilev me golpeó con su bastón. Se dio cuenta de que quería
dejarle y salió corriendo tras de mí. Entonces dejé de correr. Tenía miedo de que la gente se diera
cuenta. Vi que nos miraban. Sentí dolor en una pierna y empujé a Diaghilev; no lo hice con fuerza
porque era consciente de que no sentía ira contra Diaghilev, sino compasión. Yo estaba llorando.
Él me insultaba. Rechinaba los dientes, y me sentí tan apenado como si un montón de gatos me
desgarraran el alma. Ya no podía seguir controlándome y empecé a caminar lentamente.
Diaghilev también lo hizo. Ambos caminamos lentamente. No recuerdo adonde fuimos.
Tras esto seguimos viviendo juntos durante mucho, mucho tiempo. Yo vivía tristemente y sufría
a solas. Lloraba a solas. Quería a mi madre y le escribía cartas cada día, cartas en las que lloraba.
Le hablaba de mi vida futura. No sabía qué hacer. He olvidado qué escribía exactamente, pero
conservo la impresión de haber sufrido amargamente por entonces. Mi madre lo notaba, porque
contestaba a mis cartas. A lo que no podía contestar era a mis problemas y a mis objetivos, porque
esos eran mis problemas. Ella esperaba mis decisiones. Yo tenía miedo a la vida porque era muy
joven. Hace ahora unos cinco años que me he casado. Vivía con Diaghilev desde hacía también
cinco años. Cuando conocí a Diaghilev yo tenía diecinueve años. Le admiraba sinceramente, y
cuando me dijo que el amor a las mujeres es una cosa terrible, le creí. De no haberle creído no
hubiera podido hacer cosas que he hecho.
Massine no conoce la vida, sus padres estaban lejos y no estaban al día en ningún aspecto. A
nosotros nos faltaba el pan. Mi madre no sabía qué darnos para comer. De modo que mi madre
fue al circo Ginezelli. Para ganar algo de dinero. Mi madre, que era una bailarina bien conocida en
Rusia, se avergonzaba de ese trabajo. Yo, siendo un niño, entendía la situación y lloraba para mis
adentros. También mi madre lloraba. Un día, no pudiendo soportarlo más, recurrí a un compañero
de clase. Fui a ver a su padre y le dije que mi madre estaba sufriendo por falta de dinero. Su padre,
que era pianista, me aconsejó que acudiera al intendente del Teatro Imperial. Acudí allí. Sólo tenía
catorce o quince años. El intendente se llamaba Dmitri Ivanovich Krupenski. El director era
Telikovski. El emperador era Nicolás Segundo. A mí me gustaban los teatros. Fui a las oficinas.
Cuando entré en el despacho donde se hallaba sentado Krupenski, estaba atemorizado; vi unos
rostros sonrientes. Krupenski tenía barba negra. Yo le tenía miedo. Su barba me daba miedo.
Temblaba como una hoja. No pude decir palabra y me quedé en silencio. Krupenski y los demás
se echaron a reír. Yo temblaba todavía más; temblaba y todos se reían. Krupenski me preguntó
qué quería. Le dije que necesitaba 500 rublos para pagar las deudas de mi madre. Dije esta cifra al
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azar, sin pensar en lo que estaba diciendo. Me levanté. Vi aquellas caras serias. Y me fui. Corrí de
prisa, jadeando, perseguido por Krupenski y por su negra barba. Corrí. Grité silenciosamente: «
¡No quiero volver a hacerlo! ¡No quiero volver a hacerlo!» Lloraba para mis adentro, pero las
lágrimas no salían. Sabía que si iba a mi madre ella me entendería, de modo que corrí junto a ella
y se lo conté todo. No sé mentir. Cuando empiezo a mentir suelo ponerme a temblar como una
hoja. Era una hoja de Dios. Yo quería a Dios, pero no me gusta rezar. No sabía qué hacer. Viví, la
vida iba pasando. No entiendo de negocios y además no me gustan, pero Dios me ayudó. Tomé
algunos alumnos de danza. Yo era feliz enseñando. A menudo lloraba a solas y estaba contento de
tener mi habitación separada. Supongo que estaba creciendo, pues tenía una habitación para mí
solo. Teniendo una habitación independiente podía llorar cuanto quisiera.
Leí El idiota de Dostoievski a los dieciocho años y comprendí su significado. Quería llegar a ser
escritor y estudié torpemente las obras de Dostoievski y de Gogol. Copié a Pushkin pensando que
si lo copiaba aprendería a escribir poemas y relatos como Pushkin. Copié mucho, pero más tarde
me di cuenta de que era una actividad absurda y la dejé. Vivía con sencillez. Ahora teníamos pan
suficiente. A mi madre le gustaba entretener a la gente. Ella invitaba a mucha gente cuando le
parecía que tendríamos comida suficiente. Le gustaba tener conocidos y por eso invitaba. A mí
también me gustaba el entretenimiento y escuchaba todo lo que decían los mayores. Comprendía a
los mayores y me sentía atraído por ellos. Sólo más tarde comprendí mi error, porque los
problemas de los mayores eran diferentes de los míos. A mí me gustaban los mayores porque los
jóvenes me apartaban de su lado, no me comprendían. Conocí a un muchacho que bebía vodka.
Yo no bebía. Íbamos a la escuela juntos. La vida común en la escuela nos unía, pero no nos
mantenía juntos porque yo no seguía sus costumbres. No sé quién le habría enseñado a beber tanto.
Tenía la cara pálida y cubierta de granos. Los profesores no comprendían a los niños; solían
cenarse en su estudio, donde leían o recibían a sus amigos. Yo comprendía a los profesores que se
encontraban aburridos en compañía de los niños y comprendía a los niños que no se entendían con
los profesores. La educación es una labor difícil. Yo no daré a mi Kyra una educación de ese tipo,
sabiendo qué especie de educación es. Los extraños se aburren con ellos. La gente debe educar
por sí misma a sus hijos en vez de enviarlos con extraños. La vida de los niños depende de su
educación. Los profesores casados no pueden educar a los niños; si están casados, suspiran por
sus esposas e hijos. Un profesor que conocí tenía sus favoritos. Se llamaba Iván. Yo le quería,
pero notaba que él no me quería a mí y le tenía miedo, pensando que quería hacerme daño. En una
ocasión me llamó a su piso diciendo que quería enseñarme francés. Yo acudí con la esperanza de
aprender, pero cuando llegué, me hizo sentarme en una silla y me dio un libro. Me aburrí. No
entendía por qué me había llamado solamente para darme un libro en el que leer.
Leí en voz alta, pero recuerdo que me aburrí. Iván me dio de comer. Pagaba por la cama y la
mesa a la gente con que vivía; hablaban ruso. La mujer era joven y delgada. Estaba mal de los
nervios y no paraba de moverse. Con ella vivía un hombre joven. He olvidado su aspecto pero
recuerdo bien su cara. Ella tenía un perro sumamente flaco que correteaba bajo la mesa y lamía
los platos. Ella adoraba al perro. A mí no me gustaba, estaba enfermo. Tenía el cuerpo maltrecho.
Era muy flaco, con las patas largas y flacas y las orejas menudas. También sus ojos eran pequeños.
En una palabra, un perro mal proporcionado. Sentía piedad por el perro, que me causaba tristeza.
Iván se reía del perro por lo flaco que estaba. Yo tenía la impresión de no ser querido allí, porque
hablaban susurrando sobre algo y luego se quedaban en silencio. Yo sentía que allí había algo
secreto; quería irme pero no sabía cómo. Iván me sonreía. Como me sentía disgustado me fui,
dejando todo lo que me habían puesto en el plato. Me fui, y en mi espíritu había un sentimiento de
asco respecto de Iván y los demás. Sentía náuseas y no seguí con las lecciones de francés;
intentaba evitar a Iván. Pero recibía malas notas por mi trabajo. Saqué un uno. Según nuestro
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sistema, las notas iban del uno al doce. Estaba tan disgustado que no aprendía francés. El profesor
de francés, que se dio cuenta de esto, estaba enfadado. En lo sucesivo no estudié francés, y cuando
me preguntaban en clase, otros alumnos me soplaban. Así, el profesor me puso mejores notas.
Tenía que demostrar que su pupilo aprendía bien, y en lo sucesivo me puso buenas notas. Yo
comprendí sus triquiñuelas y por mi parte empecé a cambiar las notas. Convertí el uno en un
nueve. Me gustaba cambiar las notas. El francés no se dio cuenta de nada y a mí nadie me dijo
nada. Abandoné el estudio del francés.
No me gustaba aprender las Escrituras, que me resultaban muy aburridas. Pero sí me gustaban las
lecciones de la Escritura, pues disfrutaba oyendo los chistes del batiushka, el «Padrecito». El
batiushka no era padre mío, sino de otros, pues hablaba de «sus hijos». Nos enseñaba una moneda
y decía que por medio de esa moneda enseñaba a sus hijos a entenderle. Yo sabía que mi madre
no tenía dinero, y al pensar en ella me entristecía. El «Padrecito» no era un realidad un pequeño
padre, pues para ello hubiera tenido que ser un hombre templado y capaz de contener sus iras.
Todos los niños sabían esto, y aprovechaban para hacer muchas trastadas. Conozco bien las
trastadas de los críos. En ocasiones yo solía hacerlas y como consecuencia los chicos me
apreciaban. Una vez les mostré que era el mejor manejando un tirachinas que me había fabricado
yo mismo; le di al .médico de la escuela en un ojo - su coche era un droshky - cuando íbamos
todos al teatro a bordo de coches de caballos. Los coches me gustaban porque desde ellos se
puede apedrear a los viandantes. Yo había apuntado bien. No estaba seguro de haber sido yo
quien le dio al médico, pero me avergonzaba negarlo cuando todos los chicos me señalaban a mí.
Me daba miedo que echaran de la escuela a todos los chicos. Fui acusado del delito y el inspector
escolar me amonestó. Yo tenía miedo de los resultados de la ira del inspector. Porntchevski era un
hombre de temperamento vivo, pero no echaría a un chico a la calle, sabiendo como sabía que se
trataba de un hijo de padres pobres. Porntchevski convocó a mi madre y le dijo que no me
expulsaría, pero que no me dejaría salir de aquello sin castigo, por lo que señaló a mi madre que
tendría que tenerme en casa durante dos semanas. Me sentí tan profundamente mortificado que
casi me desmayé. Estaba atemorizado por mi madre, pues sabía lo difícil que le resultaba ganar
dinero. Tanto mi madre como yo lloramos. Nuestro llanto afectó al profesor, que era un hombre
muy bueno aunque un borracho; todos los niños se reían con él porque era divertido. Los niños le
adoraban porque nunca había hecho daño a nadie. Muchos lloraron al enterarse de que había
bebido hasta la muerte. Cuando fue enterrado, ningún chico acudió al funeral. También a mí me
daba miedo ir.
Mi madre me dio una buena paliza con ramas que había recogido el dvornik, en ruso, «portero»,
«conserje». A mí no me daba miedo la paliza, lo que me daba miedo era mi madre. Aunque me
sacudió fuerte no me dolió, porque no sentí la ira de mi madre. Me pegó porque pensaba que era
lo mejor que podía hacer. Yo sentía amor por mi madre y le prometí que no volvería a hacerlo.
Ella me comprendió y me creyó. Habiendo sentido todo eso, decidí aprender bien. Empecé a sacar
buenas notas y todos se rieron de mí, diciendo que la paliza de mi madre había surtido buenos
efectos. Los profesores sonrieron y los chicos se rieron. También yo me reí y no me sentí
ofendido. Quería a mi madre y me gustó que todo el mundo se diera cuenta. Les conté cómo me
había sacudido. Los chicos se asustaron y dejaron de reírse. En lo sucesivo estudié bien y di buen
ejemplo; sólo me resultaban difíciles todavía las lecciones de francés y de las Escrituras. Yo
conocía bien las Escrituras rusas porque iba a la iglesia todos los festivos. Me gustaba ir a la
iglesia, me gustaban los iconos plateados, que brillaban al sol. Se vendían velas y alguna vez las
compré con Issaev, mi amigo. Él me gustaba. Yo sufría cada vez que cedía a mis ganas de abusar
de mí mismo. Me entraban ganas cada vez que me acostaba. Iván, mi profesor, sabía que yo
practicaba el abuso de mí mismo, pero no dijo nada. En la escuela nadie más conocía esta
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costumbre, y por eso continué con ella hasta que me di cuenta de que mi danza empeoraba.
Entonces me asusté al pensar que mi madre pronto podría estar sin dinero y que yo sería incapaz
de ayudarle. Empecé a luchar contra esta fea costumbre; me obligué a mí mismo diciéndome: «
¡No debes hacerlo!» Estudiaba a fondo. Me libré de los abusos de mí mismo. Tenía quince años.
Quería a mi madre y el amor por ella me obligó a mejorar. Estudié a fondo. Todos se dieron
cuentas de mis progresos. Obtuve unas notas de doce.
Mi madre estaba contenta y en alguna ocasión me dijo que la paliza me había mejorado. Yo le
dije que así había sido, pero en mi interior pensaba otra cosa. Mi amor a mi madre era ilimitado.
Decidí bailar todavía mejor. Adelgacé y empecé a bailar como Dios. Todo el mundo se puso a
hablar de ello. Aunque todavía seguía yendo a la escuela, bailaba ya como el bailarín principal de
un teatro. Yo sabía lo que suponía ser el bailarín principal. No podía comprender por qué me
habían sido dadas tales habilidades para el baile, pero me gustaba mostrarme. Estaba orgulloso
pero no me gustaban las alabanzas, no me vanagloriaba.
A los pupilos de la clase dramática yo les gustaba. Estaba con ellos con frecuencia. Conocí a una
pupila que me escogió como su favorito. Se llamaba Nijinka, en ruso significa «tierna». Me regaló
un álbum forrado de terciopelo que contenía recortes de periódico. En esos recortes leí que me
llamaban Wunderkind. La crítica estaba firmada por Svetlov. Me disgustaba que escribieran sobre
mí, aunque noté que era una alabanza. Dije a mi amiga de la escuela que me disgustaba todo lo
que habían escrito sobre mí, pero ella me dijo que yo no lo entendía y me invitó a su casa,
diciéndome que quería que conociera a su padre y a su madre. Me enamoré de ella pero no se lo
dije. La amaba espiritualmente y por eso siempre le sonreía. Yo siempre estaba sonriendo. Me
gustaba sonreír a todos, pues me di cuenta de que todos me querían. Amaba a todos.
Cuando fui a casa de mi nueva amiga, comimos y luego tuvimos una sesión espiritista. Pusieron
las manos sobre la mesa y ésta se movió. Todo el mundo estaba asombrado de ésto. Al padre de
ella, un general, aquel absurdo le desagradó y se fue. También yo pensé que era un absurdo y me
fui a casa. Al llegar a casa estaba cansado y no pude averiguar por qué razón me habían invitado.
Me disgustaban las invitaciones y en lo sucesivo por lo general las rechacé.
Me pidieron que diera algunas lecciones de baile de ballet, pues ya me había hecho famoso en
Rusia. Tenía dieciséis años. Di lecciones y gané algún dinero. Mi madre se emocionó y sintió un
gran amor por mí. También yo sentía un gran amor por mi madre y decidí ayudarle con mis
ganancias. Terminé en la escuela y obtuve el título. No sabía cómo vestirme; estaba acostumbrado
a los uniformes. No me gustaban las ropas de civil y no sabía llevarlas. Pensaba que los zapatos
con suelas muy gordas eran el calzado de mejor aspecto y en consecuencia me compré un par con
unas suelas sumamente gruesas. Al obtener el título me sentí libre, pero esta libertad me
atemorizaba. Como premio recibí de mi profesor de las Escrituras una Biblia con una dedicatoria.
No entendía esa Biblia, que estaba escrita en latín y polaco. Hablaba y leía el polaco muy mal. Si
me hubieran regalado una Biblia en ruso habría tenido más facilidad para entenderla. Empecé a
releerla y me di por vencido. No me gustaba leer aquella Biblia porque me resultaba
incomprensible. El libro era precioso y la impresión muy bella. Pero era incapaz de comprender el
significado de la Biblia. Leí a Dostoievski. Esto me resultaba más fácil, de modo que lo devoré
rápidamente. Y aquello fue verdaderamente «devorar», porque cuando leí El idiota, me pareció
que el «idiota» no era un idiota, sino un hombre bueno. No podía comprender El idiota porque era
demasiado joven. No conocía la vida. Ahora comprendo al «idiota» de Dostoievski porque yo
mismo he sido tomado por idiota. Sé que las personas nerviosas pueden volverse locas con
facilidad, y por ello sentía temor por la locura. Yo no estoy loco y el «idiota» de Dostoievski no es
un idiota. Me siento nervioso y esto produce confusiones. Dios me ha mostrado qué son los
nervios. No me gusta el nerviosismo porque conozco sus resultados. Quiero escribir con
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tranquilidad y no nerviosamente, pero no tengo por qué escribir despacio, pues con mi escritura
no necesito mostrar belleza, de modo que escribiré rápidamente. No quiero escribir para agradar.
Escribo este libro para pensar, no para escribir. Mi mano se cansa porque no estoy acostumbrado
a escribir mucho, pero sé que pronto estaré acostumbrado. Siento dolor en la mano y entonces
escribo mal, me disperso. Todos sabrán que mi escritura es la de un hombre nervioso, porque las
letras están dispersas. Mis pensamientos no son nerviosos; fluyen con tranquilidad, no de modo
tormentoso.
Pensar en Wilson es algo que me inquieta. Le deseo éxito. Espero que mi libro le ayude y por ello
quiero publicarlo pronto. A fin de que sea publicado rápidamente quiero ir a París. Mas para ir a
París he de hacer preparativos. Sé que allí hay mucha gente malintencionada y por ello deseo
protegerme. Quiero escribir una carta en polaco a Reszké y debo acostumbrarme a este idioma. Le
diré toda la verdad y él me ayudará. Quiero escribir en polaco, pero no en este libro... Escribiré
una carta en polaco a Reszké.

CARTA A JEAN DE RESZKÉ.


Original en polaco.

Lo siento mucho pero soy incapaz de escribir con toda corrección en polaco, pero como tengo en
mucha estima a los polacos, me serviré de su idioma para escribirle a usted.
Sé que usted conoce mi condición de polaco. No deseo nada de usted, sólo quiero preguntarle si
será tan amable como para ayudarme a obtener algunos documentos, solicita un pasaporte polaco.
En la actualidad obtener documentos es muy difícil, y por eso le escribo, para hacerle esta
solicitud. Le pido que averigüe de las autoridades francesas si pueden obtener para mí los citados
documentos.
Mi mujer me ama y por eso desea estar conmigo. Tengo una hija, Kyra. Le puse este nombre por
mi amor a Grecia, Kyra es un antiguo nombre bizantino. Siempre he tenido gran interés por el arte
griego: me recuerda mi El mediodía de un fauno.
Sé que usted me aprecia, y por ello me acerco a usted con mi solicitud. Aunque sólo me haya
visto muy ocasionalmente en mi vida privada, sé que alimenta usted sentimientos amistosos hacia
mí.
La razón de que no hable polaco con total corrección es que en la Escuela Imperial no estaba
permitido el uso de este idioma. Lo poco que sé lo aprendí de un bailarín polaco; se llamaba
Bonislavski y era de Varsovia. Bonislavski me gustaba porque, gracias a sus enseñanzas, tuve
ocasión de trabar conocimiento con las obras de Mickiewicz. Yo también he escrito, aunque no
tan bien como Mickiewicz. Conozco bien la literatura polaca a través de traducciones rusas. La
rusa la conozco mucho mejor. Mi madre y mi padre dejaron Polonia en su juventud. Yo nací en
Kiev pero fui bautizado en Varsovia, en la iglesia de la Santa Cruz. Nací en 1889. Mi madre me
hizo bautizar de nuevo en Kiev, de modo que mi nombre está registrado dos veces en los registros
de nacimientos. Como mi madre no quería que sirviese en las tropas del ejército ruso, me hizo
registrar en el registro de nacimientos de Varsovia, esperando que así pudiera hacer allí el servicio
militar.
Mi madre, polaca de todo corazón, me crió con su propia leche... Fui educado en Rusia como un
muchacho ruso. Aunque soy polaco como mi padre, Rusia me gusta. Las revoluciones me
desagradan. Considero que la victoria obtenida por tales medios es un horror; considero que es
una victoria de animales sin Dios. Lo lamento por el pueblo, pues lo amo. Siendo yo mismo un ser
humano, me apiado de la humanidad. Cuando oigo que en el curso de la revolución se ha matado
a personas, lloro. No soy anarquista ni pertenezco a ningún partido. Mi punto de vista político
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consiste en ser bueno con todo el mundo. Me gusta Paderewski pero no comparto sus puntos de
vista políticos. Me gustan las ideas de Wilson porque tengo la impresión de que él tiene la misma
intención para con toda la humanidad. No quiero esa modalidad de la política en que las personas
pelean y se matan mutuamente. Me desagradan los partidos políticos que llevan al asesinato
masivo. Amo a todos por igual. Amo a mis padres y sé que usted es consciente de que me es grato.
Su mujer también me ha expresado en varias ocasiones los sentimientos amistosos de usted, y
desde que nos conocimos en ningún momento le he olvidado...
Cuando supe que había perdido a su hermano, lloré. Lo sentí mucho por usted, aunque no nos
conociéramos personalmente. Pero lo sentí por él, y además sabía que se hallaban muy unidos.
Me resulta sumamente difícil escribir con fluidez en polaco, pues nunca he estudiado este idioma.
He consagrado todo mi tiempo a la danza y por eso bailo bien. Me gustaría bailar en París, por
eso le pido que me obtenga un permiso para ir a Francia. No he estado en contacto con nadie
desde que vivo en Suiza. Me he dedicado solamente a bailar y a la creación de un «teatro de la
danza».
Tengo una gran afición al canto pero no puedo dedicarme a cantar. Sé que usted canta
admirablemente. Aunque sé que ya no está en plena posesión de su voz, todavía me encantaría
oírle cantar. Yo soy un artista de «la canción a través de la danza».
Todavía no he perdido mi «voz», pues aún soy muy joven. Usted ha cantado muchísimo a lo
largo de su vida. La marquesa de Ripon me ha hablado con mucha frecuencia de usted y sé con
cuánto éxito cantó en Inglaterra. Es usted un artista muy famoso; todo el mundo le admiraba y
conocía usted a todo el mundo. Por ello estoy seguro de que estará capacitado para ayudarme.
También yo tengo grandes admiradores en París, pero no sé dónde están. Me gustaría encontrarlos;
por ello, tenga la amabilidad de decir a todos sus amigos que bailaré en su casa.
Durante la guerra he dedicado muchísimo tiempo a bailar y he hecho grandes progresos. Quiero
mostrar al público con qué éxito he estudiado, pero no quiero volver a trabajar con Diaghilev,
pues me ha causado gran cantidad de disgustos. Sé que a usted no le gusta él y que me ayudará.
Diaghilev cree y dice que yo estoy «muerto para el arte», pero no es cierto que esté «muerto para
el arte». Estoy vivo, y más vivo que nunca.
Tengo en gran estima a los artistas franceses y me gustaría bailar para ellos. Sé que muchísimos
artistas franceses han sido muertos durante la guerra; y que han muerto muchos padres dejando
sin pan a sus hijos y a sus viudas. Sé también que el gobierno no alcanza a ayudar a todos ellos;
por eso me gustaría bailar para los artistas franceses pobres. También quiero bailar para los
polacos y otros artistas cuando vaya a los demás países.
Los polacos aman a Francia porque Francia les dio su alma; eso es lo que dicen los polacos:
murieron por Francia en los campos de batalla. La guerra ha unido a las dos naciones. Francia
conoce los hechos heroicos de los polacos. Aunque no conozco muy bien Polonia, a los polacos
los siento. En los últimos diez años no he escrito a Polonia. No tengo allí a nadie a quien escribir.
Mi padre murió en Cracovia hace diez años. Siempre solía escribirle en polaco. Mi padre dejó a
mi madre con nosotros, niños, en San Petersburgo, donde quería que nos educáramos.
El gobierno ruso nos dio una educación. Diaghilev me llevó a París. Amo París. París es el
corazón de Francia. Me gustaría tener un sitio en el corazón de Francia... Espero que usted medie
y obtenga para mí los documentos necesarios y la ayuda para obtener documentación polaca. Los
demás los lograré yo mismo. Gracias por su amabilidad. Hasta pronto. Su afectuoso:
Vaslav Nijinsky.

Es un polaco. Le hago muchos cumplidos, aunque no me gusten los cumplidos por ser una cosa
innecesaria. No soy hombre de cumplidos, sino un hombre que dice la verdad. La verdad es una
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cosa diferente. Escribo también una carta a Diaghilev y a sus amigos en la que enseño los dientes.
Mis dientes no muerden.

CARTA A SERGEI PAVLOVICH DIAGHILEV.

Al hombre:
No puedo escribir su nombre porque no tengo nombre para usted. No le escribo con precipitación.
No quiero que piense usted que soy un hombre nervioso, pues no lo soy. Soy capaz de escribirle
tranquilamente. Y me gusta hacerlo, aunque no me voy a expresar a mí mismo por medio de
hermosas sentencias. Nunca he aprendido a actuar así. Y lo que quiero es expresar un
pensamiento.
No le tengo miedo y sé bien que en lo más hondo de su ser usted no me odia. Le quiero como se
quiere a un ser humano, pero no quiero trabajar con usted. Mas hay una cosa que quiero que sepa
usted, y es que estoy trabajando muchísimo. No estoy muerto. Todavía estoy vivo. Dios vive en
mí y yo vivo en Él. Todo mi tiempo está ocupado por la danza y mi labor progresa. En cuanto
tengo algo de tiempo, escribo, pero no hermosas sentencias, de las que tanto le gustan a usted.
Está usted organizando troupes; yo no; no me interesa formar compañías; me interesan los seres
humanos.
Está usted muerto porque sus metas están muertas.
No le llamo amigo mío, pues sé que es usted mi más amargo enemigo; mas a pesar de todo no
tengo sentimientos enfermizos hacia usted. La enemistad llama a la muerte y yo estoy ansioso de
vida... Usted es maligno. Yo experimento una profunda simpatía y comprensión por la humanidad.
Como Dostoievski, que era un hombre amable.
Dice que estoy loco; yo creo que el loco es usted. No quiero humillarme a mí mismo ante usted, y
a usted eso es lo que le gusta que hagan las personas. No busco su sonrisa, que es la muerte... Ya
no sonrío, no soy portador de la destrucción. No escribo con la intención de ponerle contento,
escribo para hacerle llorar.
Soy una persona con sentimientos y con cerebro. Usted tiene cerebro pero no sentimientos. Sus
sentimientos son perniciosos. Quiere usted aniquilarme y yo quiero salvarle. Yo le quiero, pero
usted no me quiere a mí. Yo le deseo todas las cosas buenas, usted me desea todas las cosas malas.
Conozco todas sus triquiñuelas. En el pasado, cuando yo estaba con usted, con frecuencia fingía
estar nervioso, pero no era un tramposillo. Estaba pensando profundamente. Tenía a Dios cerca de
mí, pero usted es una bestia que no comprende el amor.
No piense, no escuche. No soy suyo y usted no es mío. Ahora le quiero, siempre le he querido.
Soy suyo y soy de mí mismo. Ha olvidado qué es Dios, y en el pasado también yo lo olvidé. Pero
lo he vuelto a encontrar. Usted es el que quiere la muerte y la destrucción, aunque tiene miedo a la
muerte. Yo no la temo. La muerte es un acontecimiento necesario. Todos moriremos, de ahí que
yo siempre esté preparado. Amo al amor, pero no soy carne y hueso, soy el espíritu, el alma. Soy
amor... Usted no quiere comprender cómo vivo yo conmigo mismo en verdadera amistad. Le
deseo todas las cosas buenas.
Quiero explicarle muchas cosas pero nunca quiero volver a trabajar con usted, pues usted tiene
objetivos profundamente distintos de los míos. Es usted un hipócrita y yo no quiero convertirme
en lo mismo. Sólo puedo admitir la hipocresía cuando un hombre quiere conseguir algo bueno y
noble por este medio.
Es usted un hombre malo, no es un zar, un dirigente. No es usted mi emperador. Es una persona
diabólica. Usted desea herirme, pero yo no quiero eso de usted. Soy una persona tierna y quiero
escribirle una canción de cuna... una nana...
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Duerme pacíficamente, duerme, duerme pacíficamente.


De hombre a hombre,
Vaslav Nijinsky.

No quiero comer carne porque he visto corderos y cerdos muertos. He visto, he sentido su dolor.
Sienten la muerte que se acerca, me he ido para no ver su muerte. No he podido soportarlo. He
llorado como un niño. He corrido colina arriba hasta perder el aliento. He sentido la muerte del
cordero. He escogido una colina donde no había gente. Temía ser ridiculizado. Los hombres no se
conocen los unos a los otros. Yo comprendo a los hombres y deseo que no se hagan daño. Quiero
salvarles de la maldad. Ellos no quieren ser salvados y yo no quiero ser un contratiempo. Ser un
contratiempo no les salvará a ellos. También yo quiero ser salvado. Mi estrella me dice: « ¡Ven
aquí, ven aquí!» Sé qué significan sus parpadeos porque sé qué es la vida. La vida es la vida, y no
es la muerte. No puedo escribir porque estoy cansado, cansado porque he dormido, dormido y
dormido. Y ahora quiero escribir. Iré a dormir cuando Dios me lo mande. Voy a escuchar. Voy a
Dios. Dios, Dios, Dios. He escrito a todos los que están en Francia en francés, menos a Reszké. Él
tiene muchos contactos. Por ello le pediré que me envíe documentos de identidad polacos. Y
entiendo por tales mi certificado de nacimiento y mi certificado de bautismo. Fui bautizado en dos
ciudades. Nací en Kiev, de donde soy. Actualmente mi madre no puede decir nada de esto. Yo se
lo ruego por su amor. Quiero su amor.
Quiero describir mis paseos. Me gustaba dar paseos solitarios. Me gusta estar solo. Todos estamos
solos. Somos un ritmo. Nosotros somos... nosotros somos tú y ellos. Quiero decir, decir, decir,
que lo que quiero es dormir. Quiero escribir y dormir. Escribo, escribo, escribo. Quiero decirte
que uno no debe. Quiero decirte que uno no puede. Quiero escribir, escribir. Del mismo modo he
escrito en francés y espero ser comprendido. Quiero hablar a la gente sobre el amor a los demás.
Ya sé que se reirán cuando reciban esas cartas, pero los poemas les dejarán sorprendidos. Ya sé
que todos creen que estoy muerto porque no he permitido que nadie oiga nada sobre mí. Quiero
ser olvidado ahora a fin de producir una fuerte impresión más tarde. Mi primera aparición tendrá
lugar en París, en el Chátelet. Me gusta ese teatro porque es amplio y sencillo. No quiero mucho
dinero para mí, lo que quiero es ofrecer una actuación en beneficio de los actores franceses pobres
que han sufrido en la guerra. Quiero darles a entender algo sobre el amor a los demás y quiero
hablarles. Quiero que vengan a mí. Sé que ellos vendrán hacia mí tras esta «actuación caritativa».
Quiero hablar a todos los artistas porque deseo ayudarles. Quiero decirles cuánto les quiero y que
siempre les ayudaré. De vez en cuando iré a verles para ver si se aman los unos a los otros.
Fingiré ser un payaso porque así me entenderán mejor. Me gustan los payasos de Shakespeare;
tienen mucho humor y sin embargo expresan odio, no son de Dios. Yo soy un payaso de Dios, por
eso me gustan los chistes. Quiero decir que un payaso está muy bien cuando expresa amor. Un
payaso sin amor no es de Dios. Siento frío en los pies y comprendo que pronto deberé ir a la cama.
En el piso de arriba están caminando y siento que van a venir a buscarme, pero no quiero irme a
dormir porque he dormido muchísimo durante el día, pero ellos quieren que duerma.
A mi querida, a mi amada Romushka.
Te he enfadado a propósito porque te quiero y deseo tu felicidad. Tienes miedo de mí porque he
cambiado. Y lo he hecho porque Dios así lo ha querido, y también yo lo he querido. Has llamado
a los médicos. Has confiado en extraños y no en mí. Crees que ellos están de acuerdo en lo que a
mí se refiere. Pero en realidad temen que se note que no saben nada. Nada. Porque todo lo que
han aprendido sobre el alma y el cerebro no vale nada. Yo no he temido arrojar de mí todas las
enseñanzas y mostrar a todos que no sé nada. No puedo seguir bailando como antes porque todas
las danzas han muerto. Y por muerte entiendo no sólo el estado de las cosas cuando muere el
32

cuerpo. El cuerpo muere pero el alma vive. El alma es una paloma que vive en Dios. Yo soy en
Dios. Tú eres una mujer como todas las demás. Yo soy un hombre como todos los demás, pero
trabajo más que los demás. Y sé más que los demás. Más adelante me entenderás, porque todos
dirán que Nijinsky es como Dios. Y tú lo creerás.
A menudo deseo hablar contigo, pero tú no quieres. Piensas que estoy enfermo porque los
médicos te han dicho que lo estaba. Creen que estoy enfermo. Estoy escribiéndote en mi libro
porque quiero que lo leas en ruso. Yo he aprendido a hablar francés. ¿No quieres tú hablar el ruso?
Yo lloro de alegría cuando te oigo hablar en ruso. ¿No te gustaría que yo aprendiese el húngaro?
Me gusta el idioma húngaro porque tú eres húngara. Quiero vivir en Rusia. Tú no sabes lo que
quieres. Yo sé lo que quiero. Quiero construir una casa en el campo. A ti no te gustaría vivir en
ella. No te deseo ningún mal, te quiero. Tú no quieres mostrar que me quieres. ¡Quiéreme!
¡Quiéreme! Quiero decirte que me quieres. Reconoce el amor...
Me han llamado a comer a las doce y media. Yo quería comer. Pero cuando he visto carne, no he
comido. Mi mujer quería comer eso. He dejado la sopa, que estaba hecha de carne, y mi mujer se
ha enfadado. Ella cree que la comida me disgusta. Me disgusta la carne porque sé cómo se mata a
los animales y cómo lloran. Deseaba mostrarle que el matrimonio no existe si las personas son de
diferente opinión. Me he sacado el anillo de casado y lo he puesto sobre la mesa; a continuación
lo he recogido y he vuelto a ponérmelo. Mi mujer estaba terriblemente nerviosa. He vuelto a
sacarme el anillo porque me he dado cuenta de que ella deseaba la carne. Quiero a los animales y
por eso no puedo comer su carne, pues sé que si lo hago, otro animal será muerto. Sólo como
cuando tengo hambre. Mi mujer está preocupada por mí y piensa que debo comer. Me gustan el
pan y la mantequilla, el queso y los huevos. Como muy poco para mi constitución y me siento
mejor cuando no he comido carne. Sé que los médicos dirán que todo esto es absurdo, que la
carne es necesaria. Pero no lo es: despierta sentimientos lascivos. Estos sentimientos han
desaparecido desde que no como carne. Sé que los niños que comen carne con frecuencia
practican el abuso de sí mismos. Esto desarrolla la estupidez. El hombre pierde todo juicio y todo
sentimiento. También yo solía perder el juicio cuando practicaba el abuso de mí mismo y
temblaba como si tuviera fiebre, y tenía dolores de cabeza. Estaba enfermo. Sé que Gogol solía
hacer lo mismo, que la masturbación era la causa de su decadencia. Gogol era un hombre sensible.
Sé cómo se sentía; sus sentimientos se fueron embotando día a día. Sentía cómo se aproximaba la
muerte y destruyó sus últimas obras. Yo no destruiré mi obra.
Kyra todavía es pequeña. A veces le digo que al dormir no debe descansar sobre el estómago. Yo
cuando duermo sí lo hago, pero mi estómago es pequeño y por eso puede soportarlo. Las personas
que tienen estómago grande no deben dormir boca abajo. Los hombres deben dormir de lado y las
mujeres de espaldas. Todo esto lo aprendí cuando me di cuenta de que tenía una gran fatiga. Me
levantaba perezoso y sin ganas de vivir. Desde que me abstengo de carne me siento mejor. Mis
pensamientos son más claros y corro en vez de caminar. Sólo camino para descansar. Corro
mucho porque siento que en mí hay una fuerza: mis músculos, mi cabello, son más obedientes.
Danzo con mayor ligereza y tengo un apetito mucho mayor. Como rápidamente. Para mí la
comida no es importante, pues no me preocupo por ella y como lo que me presentan, exceptuando
las conservas. Soy vegetariano. Mi mujer se da cuenta de que no se debe comer carne pero teme
privarse de ella. Cree que los médicos saben más que yo sobre eso. A los médicos y especialistas
les gusta comer mucho y creen que la comida da fuerza, mientras que yo creo que la fuerza no
procede de la comida, sino del espíritu. Las personas creen que no es posible alimentarse del
espíritu. Pero sí se puede; el espíritu reemplaza a la comida. Yo como tanto como el espíritu me
indica.
33

Cuando mi mujer no me ha entendido, me he ido de casa. Ella me tiene miedo y yo le tengo


miedo a ella. No he querido que ella coma. Y ha pensado que la quería hacer morir de hambre. Yo
lo que quiero es ayudarla, y por ello no quiero que coma carne. Me he ido de casa. He corrido y
corrido colina abajo desde donde está la casa. He corrido y corrido. No he tropezado. Una fuerza
nunca vista me impulsaba hacia adelante. Al pie de la colina estaba el pueblo de Saint-Moritz.
Luego he tomado una carretera que lleva al lago. Caminaba rápidamente. Caminando a través de
la población he visto al médico. Yo iba caminando rápidamente y con la cabeza gacha, como si
estuviera en pecado. Cuando he llegado a la altura del lago he empezado a buscar un lugar para
ocultarme. Tenía un franco y diez céntimos en el bolsillo y recordaba que todavía tenía unos
cientos de francos en el banco. Me he dado cuenta de que podía pagar una habitación y he
decidido no volver a casa y buscar alojamiento. He entrado a una pastelería para preguntar a la
dueña del negocio, que lo es también de la casa, si podía proporcionarme una habitación allí. Con
la esperanza de negarle al corazón le he dicho que no había comido, pero primero le he
preguntado si ella lo había hecho. Me ha dicho que ya había terminado de comer. Entonces le he
dicho que estaba hambriento. A esto ella no ha dicho nada, probablemente pensando que no
comería. En ocasiones anteriores ya había estado en esa tienda comprando pasteles; ella pensaba
que yo era rico y por eso siempre era muy amable conmigo. Yo solía besar a su niño y darle
golpecitos en la cabeza; a ella le gustaba. Le dije que estaba preocupado por ella, por lo que había
sufrido a causa de la guerra. Ella se quejó de los malos tiempos, yo la compadecí y le encargué
muchos pasteles, pensando en ayudarla. Hoy le he preguntado si podía proporcionarme una
habitación. Ella me ha contestado que tenía toda la casa ocupada. Al cabo de un rato me ha
prometido que dentro de una semana tendría un piso libre. Le he explicado que yo no quería un
piso. Ella ha contestado que lo sentía por mí, pero que no podía ofrecerme una habitación.
Pensaba que yo tenía intención de llevar a una mujer. Le he dicho abiertamente que quería una
habitación para trabajar en ella y que mi mujer no me entendía. Ella ha escuchado mi queja y
luego ha salido. Su marido, que estaba presente durante la conversación, sabe que yo soy un
hombre serio y que no necesito mujeres; él me ha comprendido, pero no podía hacer nada. Le he
dicho que en el matrimonio a veces es difícil entenderse mutuamente. Me ha contestado
contándome que en una ocasión su mujer había colocado un plato mal y que él le había
aconsejado ponerlo de otra manera, pero que ella no había querido escucharle. Yo he
comprendido la queja del marido. Le he dado la mano por primera vez y me he ido. Estaba triste
porque me daba cuenta de que tendría que dormir en la calle. Entonces he echado a andar. He
pasado ante una hilera de tiendas. Estaban cerradas, así como todo Bad Saint-Moritz. Nadie vivía
allí. Me he sentado junto a un muro, al pie de una ventana, para ver si podría dormir allí. Al cabo
de un rato he sentido más calor, y luego frío. He visto a una mujer que salía de una casa; temblaba
de frío, como yo. Hacía un frío mordiente; estamos en invierno a dos mil metros de altura. He
seguido caminando; de repente he visto una puerta abierta y he entrado. No había nadie y he
caminado a través de las habitaciones. Al ver una puerta medio abierta me he dado cuenta, de
repente, de que había un olor desagradable. Venía del interior. He mirado adentro y he visto un
lavabo sucio. Casi me echo a llorar al pensar en la idea de dormir en ese sitio sucio. He caminado
por las calles, que estaban vacías. He seguido caminando hasta que de repente me he dado cuenta
de que tenía que ir hacia la izquierda. Antes había estado caminando por una calle equivocada. He
visto a lo lejos una pequeña casa pintada de blanco, he caminado hacia ella y he entrado. La
propietaria no era una mujer de aspecto vulgar. Iba vestida con ropas de ciudad. Le he preguntado
si podía proporcionarme una habitación; ella ha dicho que sí pero que la habitación no estaba
caliente. Le he dicho que eso no tenía importancia. Entonces ella me ha conducido al segundo
piso. La escalera era empinada, los escalones estaban rotos y se trataba de una escalera exterior.
34

Los escalones no crujían, pero la nieve que había sobre ellos, sí. He entrado en la habitación
número cinco y he visto su pobreza, sintiéndome aliviado. Le he preguntado cuánto costaba. Ella
me ha replicado que un franco diario. La casa era blanca y limpia. Se notaba que allí la gente era
pobre pero limpia. Quería irme pero no podía, deseaba escribir en aquella habitación que me
gustaba. He mirado a mi alrededor y he visto una cama sólida, sin almohada, y varias butacas.
Junto a la cama había un lavabo de madera antigua sin palangana ni jarra. Quería instalarme allí;
pero Dios me ha dicho que me fuera. He dado las gracias y he salido prometiéndole volver por la
tarde. Nos hemos despedido. La mujer me ha producido buena impresión. He caminado por la
misma carretera por la que había hecho el viaje de ida. Sentía una tristeza profundamente
enraizada. Desde aquella casita se veía mi casa, y he llorado. Era profundamente infeliz y tenía
ganas de sollozar, pero mi pena era demasiado profunda. Las lágrimas no salían. Estaba
entristecido para mucho tiempo. He caminado a través de un bosque y, siguiendo mi camino, he
entrado al jardín de otra casa. He visto algunos niños. Han pensado que quería jugar con ellos y se
han puesto a tirarme bolas de nieve. Yo he empezado a tirarles bolas de nieve más pequeñas,
diciéndoles: «Eso no está bien». No podía hablar en alemán con los niños pero les entendía; a
continuación les he puesto en un trineo y he empezado a darles un paseo. Se reían. Yo era feliz.
Me he acercado a la casa con ellos y he visto a una mujer. Les ha dado a los niños pastas
azucaradas. A mí me apetecía, pues no había comido nada. Ella se ha percatado y me ha dado una
pasta. Yo he querido darle diez céntimos a cambio, pero ella no ha querido aceptar. Poniéndole la
moneda en la mano, le he dicho que era para los pobres niños. Me ha contado su pena: había
perdido un niño hacía tres meses, y ha señalado el cementerio. Le he dicho que comprendía su
pena; también le he dicho que no se preocupase, pues Dios habrá acogido a su niño, pues había
sido voluntad de Dios. Ella se ha quedado en silencio; se daba cuenta de que era verdad. Le he
dicho que Dios nos lo da y Dios nos lo quita y que no hay que afligirse. Entonces ella ha ido
tranquilizándose y ha empezado a sonreír. He querido seguir mi camino, pero ella ha dado otra
pasta a cada uno de los niños y me he quedado allí. También a mí me ha dado otra pasta. Ella no
comía. Me comprendía. Le he dado las gracias y me he ido. Los niños me querían aunque había
jugado con ellos menos de un cuarto de hora. He seguido por la carretera del bosque. Allí he oído
cantar a los pájaros y, de vez en cuando, voces de hombres que esquiaban. Aunque no tenía esquís,
no me he caído. A pesar de ello he seguido caminando y caminando. No me caía porque seguía
huellas de pasos. Ha llegado un momento en que no podía seguir caminando debido al frío que
sentía en los pies. Estaba ligeramente vestido. He caminado rápidamente colina arriba hasta que
de repente me he detenido sin saber qué hacer. Me he puesto a esperar las órdenes de Dios; he
esperado y esperado. Tenía frío. Tenía calor. Sabía que antes de helarse hasta la muerte las
personas sienten frío, pero a mí no me daba miedo morir o helarme. Entonces he sentido un
impulso y he seguido adelante, subiendo, caminando sin parar hasta que de repente me he
detenido y me he dado cuenta de que no podía seguir adelante; allí parado he notado frío y he
notado que la muerte había llegado. No sentía miedo y he pensado que me echaría en el suelo;
más tarde me recogerían de allí y me llevarían a mi mujer. Mi alma ha llorado y me he sentido
amargamente triste. No sabía qué hacer, adonde ir. Sabía que aunque continuara caminando hacia
adelante no encontraría un abrigo hasta veinticinco verstas más adelante, (Vesta medida rusa de
longitud, tiene 1066 metros). Temía helarme y estaba cansado. Me he dado la vuelta y he echado
a andar hacia atrás hasta que he visto gente. De repente me he sentido feliz. Nadie se ha fijado en
mí. He seguido caminando, admirado de cómo esquiaban. Yo iba por un sendero en mal estado y
lleno de agujeros. Evitaba mirar al costado de la carretera, donde había un precipicio por cuyo
fondo corría el Inn. Las fuentes del Inn están por donde yo había caminado. Estaba cansado y he
seguido caminando y caminado. He visto un tronco de árbol que estaba al borde de la carretera
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que lleva a una hostería. He intentado sentarme en el tronco pero casi me caigo en la corriente,
que corría rápida porque la montaña era empinada. He seguido caminando y caminando.
Experimentaba un enorme cansancio, pero repentinamente he sentido una fuerza en mi interior y
he querido correr las veinticinco verstas sin darme cuenta de la distancia que representaban.
Esperaba cubrir la distancia rápidamente corriendo, pero me he sentido cansado. He caminado y
caminado y he querido correr por la carretera por la que iba, pero al sentir el frío he decidido
caminar. He llegado al pueblo de Campfer. Allí he oído a unos niños cantando. Pero el canto no
les salía del corazón. Eran canciones que les habían enseñado, de modo que he seguido. Lo sentía
por los niños, pues sé lo que es una escuela. He caminado y caminado hasta llegar a una carretera
que llevaba, por un lado, a mi casa; y por el otro, a mi nueva habitación. He sentido que debía ir
caminando a mi nueva habitación a fin de cambiar toda mi vida, y he decidido ir allá, pero una
fuerza desconocida me ha obligado a darme cuenta de que tenía que ir a mi casa. La carretera era
larga y cuesta arriba. He caminado y caminado y de repente me he sentido cansado y me he
sentado a orillas de la carretera. Me he sentado y he descansado. He visto pasar trineos y
paseantes pero no me he movido. He pensado que tendría que sentarme ahí sentado eternamente,
pero de repente he sentido fuerzas suficientes para levantarme. Me he levantado y he caminado.
Pasaban carros con madera y he seguido caminando junto a ellos. He visto a un caballo que corría
cuesta arriba y yo también he corrido. Hacía todo esto sin pensar, sólo sintiendo. He corrido y he
jadeado, luego ya no he podido seguir corriendo y he caminado. Me daba cuenta de que los
hombres presionan a los caballos y a las personas hasta que caen exhaustos. He decidido, como el
caballo, que podrían azotarme con un látigo cuanto quisieran, pero que nosotros haríamos lo que
sintiéramos como más adecuado, porque queremos vivir. El caballo iba al paso y yo he hecho lo
mismo. En el pescante iba sentado un hombre gordo con su mujer; ella estaba de mal humor.
Como el cochero. Ambos estaban malhumorados. Yo no lo estaba porque no pensaba; yo sentía.
He caminado y caminado; al llegar al pueblo de Saint-Moritz me he detenido junto a la oficina de
telégrafos. Yo no leo los partes de guerra. De repente alguien me ha agarrado con fuerza por el
hombro. Me he vuelto y he visto al médico. Quería que fuera con él a su casa, pero me he negado
en redondo, diciéndole que ese día no quería habar con nadie, que quería estar solo. El me ha
dicho que sería mejor que fuera con ellos, pues mi mujer estaba también en su casa. Le he dicho
que detesto hacer las paces. Me gustan las personas que se comprenden unas a otras y no se
limitan a reñir. Me gusta ese médico. He sentido que él estaba amargamente triste. También yo
era infeliz, pero he decidido ir a casa, a mi casa, y he caminado rápidamente hacia ella. He
caminado colina arriba y antes de llegar a la casa he visto las puertas abiertas. Louise, la criada,
estaba abriéndome las puertas. He entrado, me he sentado al piano y he empezado a tocar; he
tocado una marcha fúnebre. Mi alma lloraba. La criada la ha oído entera y ha dicho: «Es
hermosa».
He terminado de tocar y he ido a comer. Me ha servido todo tipo de cosas. He comido pan y
mantequilla con queso, y para postre dos pasteles con mermelada. En realidad no estaba
hambriento. Me he puesto a escribir todo esto. Luego me han llamado para cenar, pero yo me he
negado en redondo, pues no quería comer solo, y he dicho que no era un niño a quien se pueda
coaccionar. Louise estaba coaccionándome al decir: « ¡Espaguetis calientes!» A lo que yo no he
contestado.
El timbre sonaba y sonaba. No sé quién llamaba, pues no me gusta hablar por teléfono. Debe de
ser la madre de mi mujer, ha llegado y está llamando para interesarse por mi salud. La criada, con
lágrimas en la voz, responde algo. Todos piensan que estoy enfermo. Estoy escribiendo, llorando
y pensando en mi mujer, que ha salido pensando que soy un bárbaro de origen ruso. Oyó estas
palabras en Hungría, cuando Rusia estaba en guerra con Hungría. Yo estaba internado allá. Viví
36

allí y allí compuse la Teoría de la danza. Bailé muy poco porque estaba triste, triste porque creía
que mi mujer no me quería. Nos habíamos hecho novios en Río de Janeiro y nos casamos
improvisadamente en América del Sur. La conocí en el vapor Avon. Ya he descrito algo de mi
vida de casado. He de decir que me casé sin pensar en el futuro. Gastamos el dinero que yo había
ahorrado con grandes dificultades. Le regalaba rosas que costaban a cinco francos la unidad. Le
regalaba cada día entre veinte y treinta rosas de esas.
Me gustaba regalárselas porque sentía las flores y porque entendía que mi amor es blanco, no
rojo. La rosas rojas me dan miedo. No soy un cobarde. Me casé. Sentía un amor eterno, no un
amor sensual. La amaba apasionadamente y le regalé cuanto pude. Ella me amaba. Me parecía que
ella era feliz. Tres o cinco días después de nuestro matrimonio me sentí disgustado por primera
vez. Le pregunté a mi mujer si quería que le enseñase a bailar, porque para mí la danza es la cosa
más elevada del mundo. Yo quería enseñarle. Nunca había enseñado a nadie mi arte, lo quería
para mí, pero ahora quería enseñarle a ella el verdadero arte de la danza; pero a ella le daba miedo.
¿Ya no confiaba en mí? Lloré y lloré amargamente y entonces sentí la muerte. Comprendí que
había cometido un error, pero ya era demasiado tarde para remediarlo. ¿Me había puesto a mí
mismo en brazos de una persona que no me quería? Comprendí la extensión del error. Mi mujer
me quería por encima de todo, pero no me sentía. Quise dejarla, pero comprendí que eso hubiera
sido pueril, y me quedé con ella. Ella me quería. ¿Me quería por mi arte o por la belleza de mi
cuerpo?
Ella era lista y me enseñó las cosas necesarias de la vida. Yo tenía un pleito con el Palace Theatre
de Londres y lo había perdido. Todavía ahora tengo un proceso pendiente contra ese teatro. Ya he
tratado de este asunto. Enfermé por una sobrecarga de trabajo y tuve un ataque de fiebre que me
puso a las puertas de la muerte. Entonces mi mujer lloró. Ella me quería y sufría cuando veía que
trabajaba en exceso. Pensaba que la causa era el dinero. Pero yo no quiero el dinero, sólo quiero
una vida sencilla. Amaba el teatro y quería trabajar. Trabajaba duramente, pero más tarde mi
espíritu decayó cuando me di cuenta de que no se me apreciaba, y me encerré en mí mismo. Me
encerré tanto que dejé de entender a la gente. Lloraba y lloraba.
No sé por qué llora mi mujer. Creo que ahora se ha dado cuenta del error y teme que la deje. No
sabía que ella estaba con mi hija en casa. Pensaba que habían salido. Me he detenido cuando la he
oído llorar. Estoy profundamente lastimado y lo siento por ella. Lloro y lloro. Y ella llora y llora.
Está con amigos y por eso no iré con ella. Espero que Dios la ayude y que ella comprenda.

CARTA A LADY X.

Querida señora:
Me ha hecho muy feliz recibir su carta y he comprendido perfectamente su intención de darme a
entender que las representaciones del Ballet Ruso ya no son tan buenas como antes. También me
he percatado de su intención de hacerme saber que Massine habla bien de mí. De buen grado
creeré que se exprese con buena voluntad, pero creo al mismo tiempo que está fingiendo. Y
pienso tal cosa porque sé que Massine siente un gran afecto por Diaghilev, que a mí me disgusta.
Diaghilev me odia: en Barcelona intentó que me encarcelaran. Allí yo bailé - como siempre- con
«amor». Massine, debido a su preferencia por el arte dramático, baila sin amor. Es un muchacho
excelente por quien siento una sincera simpatía, pero no creo que él tenga sentimientos amistosos
hacia mí, pues cree que yo he lastimado a Diaghilev. Diaghilev le ha dicho a Massine que la
antipatía que siente hacia mí se debe a mis reclamaciones referentes a los salarios que tenía que
haber recibido en su compañía.
37

A Diaghilev no le gusta pagar, como descubrirá Massine con el tiempo. Yo deseaba ser retribuido
regularmente, pues tengo una madre que se moriría de hambre si yo no me ocupara de ella.
Tampoco Massine desdeña el dinero. No me preocupa que Massine haya ocupado el puesto que
yo tenía en el corazón de usted. Le tengo aprecio y la última vez que nos vimos le besé como se
besa a un hermano; por desgracia, él no me devolvió el beso, lo que me entristeció...
No quiero volver a trabajar con Diaghilev y espero no tener relación alguna con él en el futuro,
dado que nuestras ideas difieren por completo. Espero que Massine, a quien aprecio, no tenga
miedo de Diaghilev y que éste le permita reunirse conmigo.
Hubo un tiempo en que Diaghilev también me atemorizaba a mí, pero aquello ya se acabó. Ahora
trabajo encarnizadamente y hago grandes progresos. Pero éstos son muy distintos de los que
realizamos Diaghilev y yo. Yo soy diferente de Diaghilev, porque yo tengo corazón, y en eso no
me parezco a él. Alimento la ambición de cultivar mi espíritu con el esfuerzo del corazón y del
alma reunidos. Ya no soy el Nijinsky del Ballet Ruso, ahora soy Nijinsky de Dios. Amo a Dios y
Dios me ama a mí.
Me gustaría que viera cómo bailo ahora: solo, sin la compañía. Por eso me gustaría que viniera a
verme a París, adonde tengo intención de ir dentro de poco.
En la esperanza de verla pronto, le saludo amistosamente.
Vaslav Nijinsky.

A LA MARQUESA DE RIPON, 1919

Querida señora:
Le ruego haga llegar la carta adjunta a Dmitri Romanovitch Kostrowsky. Es un artista que padece
epilepsia, si bien su inteligencia es notable.
Le escribo debido al gran afecto que le tengo. Yo no tengo secretos y dejo mi carta abierta. ¿Será
tan amable de dar curso a esta carta en su nombre, a fin de que no vaya a parar a la papelera?
Muéstresela, si es necesario, a las autoridades inglesas. Le ruego también que autorice a
Kostrowsky a escribirme por mediación de usted.
Tengo que solicitarle otro gran favor: que proteja a Kostrowsky, que es muy pobre y está muy
enfermo; está con su mujer. Sus hijos están en Rusia y supongo que su mujer, que se ha quedado
con él, sufre por no poder verlos. No quisiera que Kostrowsky marchara a Rusia; es preferible que
vaya sola su mujer. Comprendo el temor que les inspiran los bolcheviques. También a causa de
este temor mi madre se fue a Kiev durante la Revolución. Estoy seguro de que las autoridades
comprenderán por qué solicito autorización para que la señora Kostrowsky pueda ir a Rusia.
Se lo agradezco de antemano. Amistosamente,
Vaslav Nijinsky.

AL PRESIDENTE DEL CONSEJO DE LAS FUERZAS ALIADAS EN RUSIA, PARÍS.

Excelencia:
Le ruego que otorgue la autorización que permita que la carta adjunta llegue a mi madre. Quiero
a mi madre y deseo que sepa que estoy vivo. Sé que es usted un hombre extremadamente ocupado,
pero también sé que es usted bueno.
Si usted me hubiera visto bailar, lo entendería.
Le ruego que me otorgue el favor de enviar esta carta a mi madre. Sé que es una cosa que
depende de usted, si bien tiene que someterla a otras autoridades.
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Si insisto, se debe a que ella ha perdido un hijo y está enferma. El amor que me tiene es causa de
que mi ausencia le haga sufrir; con setenta años de edad, no tiene absolutamente nada que ver con
la política. No ignora que yo soy famoso, que tengo amigos en todas partes y que son influyentes.
De modo que si no recibe noticias creerá que he muerto.
Hace más de año y medio que no he podido comunicarme con ella. Ella debe suponer que
recientemente he bailado en Inglaterra y probablemente viva en el temor de que me haya sucedido
alguna desgracia con motivo de la Revolución, sobre todo si allí se me cree en las filas de los
revolucionarios. Pero yo no pertenezco a ningún partido, a ningún clan político, y mi madre, que
lo sabe perfectamente, también conoce mi amor a la humanidad. Sabe que detesto la violencia y
que, incluso de niño, me repugnaba pelearme con mis compañeros. Fue ella quien me educó, lo
sabe todo de mí. Detesto los combates; amo a todos los hombres por igual y no deseo la muerte de
nadie.
Amo a mi mujer, que es de origen húngaro. Durante la guerra he viajado con ella por Francia,
que las autoridades nos han t permitido cruzar varias veces. Quiero a Francia tanto como a
Inglaterra, a Polonia, a Italia y a Rusia. Quiero al mundo entero.
Se lo agradezco de antemano,
Vaslav Nijinsky.

CARTA A ELEONORA NIJINSKY, MADRE DE NIJINSKY, 1919.

La carta empieza en ruso pero termina en polaco. La madre de Nijinsky vivía en Rusia.

Mi querida madre:
Te quiero como siempre te he querido y estoy bien de salud. No tengo noticias para ti. Te he
escrito pero no he recibido contestación y las cartas me han sido devueltas.
Soy feliz. Pero soy infeliz porque no puedo verte. Te quiero y te pido que vengas conmigo."
Tengo una casita que he alquilado amueblada; esta casa está a tu disposición. Te quiero
muchísimo; tú me criaste. Tengo una hija y quiero que vengas a criarla también. Sé cuánto tienes
de Dios en ti misma y por eso deseo que tú hagas entrega a mi hija de la divinidad. Mi hija es una
niña maravillosa. Escucha a los que la quieren, por eso te obedecerá. Dios quiere que tú estés con
ella y yo quiero que estés conmigo. Ven inmediatamente. Te enviaré dinero para el viaje. No
quiero mezclarme en política. No soy político, soy un ser humano, creación de Dios. Amo a todo
el mundo y no apruebo ningún tipo de asesinato. Soy joven y fuerte y trabajo muchísimo. No
tengo mucho dinero, pero sí el suficiente para atenderte durante toda tu vida.
Quiero ver a Bronia y también a Sacha, Bronia es hermana de Nijinsky; Sacha, su cuñado. Ahora
están contigo. Sé que te cuidan. Me doy cuenta de que son tiempos muy duros para ganarse la
vida y de que estarán cansados de la lucha. Deseo ayudarles. No quiero el dinero para mí.
Mi mujer también te quiere y tiene muchas ganas de que vengas. También yo. Escríbeme, por
favor, a través de las autoridades británicas. Por el mismo medio envío yo esta carta. Si te
presentas a ellas, no dejarás de gustarles. Pero vete sola, sin Sacha. Pueden desaprobar a los
revolucionarios. No sé cómo será ahora Sacha, pues hace mucho tiempo que no le he visto.
Kerensky me gustaba, pero yo desaprobaba a los maximalistas. Ahora no sé cómo será, pues
últimamente no se pronuncia. Yo expreso mis opiniones. Me disgustan los partidos políticos. No
pertenezco a ningún partido. Sé demasiado bien que Dios ama a todas las personas y que no desea
la muerte de nadie.
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Mucha gente ha comprendido mal a Tolstoi. No era un anarquista. He leído sus libros muchas
veces. Y veo que amaba a todos. Amaba a Dios, y no a un partido. Lo mismo hago yo. Mi partido
es el partido de Dios; él está conmigo y yo estoy con él.
Te doy un beso, querida madre, y te pido que beses a todos los que me quieren.
Tu hijo,
Wacio,

SEGUNDA PARTE.
MUERTE.

27 de febrero de 1919.

SOBRE LA MUERTE.

La muerte llega inesperadamente; con todo, yo esperaba su llegada. Me había dicho a mí mismo
que no quería vivir. No había vivido mucho tiempo. Me habían dicho que estaba loco. Yo pensaba
que estaba vivo, pero esto poca paz me daba. Sí, yo estaba vivo y estaba contento, pero la gente
decía de mí que era maligno. Decidí entonces escribir sobre la muerte. Lloro y estoy muy afligido
porque todo lo que hay a mi alrededor está vacío. Louise, la doncella, llorará mañana, pues se
sentirá triste cuando vea toda esta destrucción y devastación. He tirado todas las pinturas y
dibujos en que he estado trabajando durante seis meses. Ahora mi mujer buscará estas pinturas y
no las encontrará. He cambiado de sitio los muebles poniéndolos en sus antiguos sitios; también
he devuelto a su lugar la antigua pantalla de lámpara. No estoy dispuesto a dejar que la gente se
ría de mí y he decidido no hacer nada. Dios me dice que no haga nada, que me limite a escribir y a
anotar mis impresiones. Escribiré. Quiero comprender a la madre de mi mujer y a su marido. Los
conozco bien, pero quiero asegurarme.
Escribo sobre las cosas que he vivido y no me invento nada. Estoy sentado ante mi mesa vacía.
En el cajón están todas mis pinturas. Ya están secas y no pienso seguir pintando. Son muchas las
que he producido, y he hecho buenos progresos. Quiero pintar, sí, pero no aquí, pues me siento
muerto. Quiero ir a París, pero me temo que sea demasiado tarde. Ahora quiero escribir sobre la
muerte. A la primera parte de este libro la llamaré «Vida», y a esta otra parte «Muerte». Quiero
hacer que la gente entienda la vida y la muerte y espero tener éxito. Sé que si publico estos libros
la gente dirá que soy un mal escritor, pero yo no tengo intención de ser escritor. Quiero ser un
pensador. El espíritu es vida, no muerte. Escribo sobre filosofía pero no soy un filósofo. La
filosofía no me gusta porque es un capricho de personas corrompidas. No soy Schopenhauer; soy
Nijinsky. Soy el que muere cuando no es amado. Me apiado de mí mismo como me apiado de
Dios. Dios me ama y quiere darme vida en la muerte. No quiero dormir. Escribo por la noche. Mi
mujer tampoco está dormida; está pensando. Me siento muerto.
Yo comprendo a las personas. Quieren disfrutar de la vida, amar los placeres de la vida. Pero
todos los placeres son horribles. Yo no quiero placeres. Mi mujer se quedará atemorizada cuando
se dé cuenta de que todo lo que escribo es la verdad. Sé que se entristecerá porque pensará que ya
no la quiero. Es posible que ya no quiera seguir viviendo conmigo, porque no confiará en mí. Yo
la quiero y sin ella, sufriré. Pero mis sufrimientos son necesarios y cargaré con ellos. No puedo
ocultar las cosas que sé. He de mostrar el sentido de la vida y de la muerte. Quiero describir la
muerte. Me gusta; sé lo que es. La muerte es horrible. He sentido la muerte muchas veces.
A los quince años de edad yo estaba echado en una cama de hospital. Saltando, me había caído.
Me llevaron a un hospital. Allí vi la muerte con mis propios ojos. Vi a un paciente con la boca
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llena de espuma. Estaba así porque se había bebido todo un frasco de un medicamento; la
medicina curaba, pero si uno se bebía todo el frasco, se moría, dejaba este mundo. Fuera de este
mundo no hay luz, por eso me dan miedo la muerte y lo que hay más allá de la misma. Yo quiero
la luz, la luz de las estrellas que parpadean. Una estrella parpadeante, eso es vida; y una estrella
fija es la muerte. Me he fijado en que hay muchos seres humanos que no parpadean. La muerte es
una vida extinguida. La vida de las personas que han perdido la razón es una vida extinguida.
También he estado loco. Había perdido la razón, pero comprendí la verdad cuando me dejaron en
Saint-Moritz; he experimentado profundos sentimientos sobre las cosas. Ya sé que es difícil sentir
cuando uno está solo. Pero solamente a solas se pueden comprender los sentimientos.
Ya sé que es culpa mía que mi mujer se vea obligada a calcular los gastos. Le he dicho que no lo
haga, pues todas las contabilidades han sido hechas ya. Quiero salir a beber algo y a comer, y
después, ponerme a escribir mis impresiones. Escribiré sobre todo lo que he visto y he oído.
Me he bebido toda la botella de agua mineral. Quiero vivir como vivía antes. Y así lo haré
cuando termine este libro. Quiero escribir sobre la muerte, y en este sentido necesito que haya en
mi mente impresiones frescas. Al menos así debe de ser cuando un hombre escribe sobre sus
experiencias. Escribiré sobre todas las experiencias que he ido viviendo.
Me doy cuenta de que todos se atemorizarán ante mí y de que me meterán en un asilo para
lunáticos, pero no me importa. Nada me da miedo y quiero morirme. Estaré preparado para
cualquier cosa. Dios quiere poner a prueba la vida y yo seré su instrumento.
Es más de la una de la mañana y aún estoy despierto. La gente trabaja durante el día, pero yo
trabajo de noche; mañana tendré los ojos enrojecidos. Mi suegra estará asustada y pensará que
estoy loco. Espero que me envíen a un asilo. En una ocasión creé un ballet basado en música de
Richard Strauss. Lo compuse en Nueva York, y lo hice rápidamente. Sólo me habían dado tres
semanas para hacerlo, ante lo cual yo protesté diciendo que era imposible crear un ballet en
solamente tres semanas y que creía que no estaba a mi alcance ultimarlo en un plazo tan breve. El
director de la Metropolitan Opera, Otto Kahn, me comunicó que le resultaba imposible alargar el
plazo, y lo hizo por medio del señor Coppicos, que era quien se encargaba de negociar conmigo
los asuntos referentes al teatro. Finalmente acepté tales condiciones, pues de haberlas rechazado
hubiera puesto en un brete mi supervivencia. De modo que, no pudiendo escoger, me plegué a las
necesidades y me puse a trabajar como un forzado, durmiendo apenas y sometiéndome a todas las
fatigas. Mi mujer, testigo de tantos esfuerzos, se hizo cargo de la situación apurada; en verdad, de
no haber contado con la ayuda de un masajista, cuyos servicios había contratado, no hubiera
podido seguir adelante. Llegó un momento en que estaba al límite de mis posibilidades, y además
era consciente de ello. Encargué los trajes que necesitaba sobre la marcha, en América, y tuve que
explicar detalladamente qué era lo que deseaba. También a un americano, Robert Edmond Jones,
encargué los decorados. Este artista, a pesar de sus esfuerzos por conocer a fondo mis intenciones,
no acertaba exactamente con los aspectos teatrales de mis solicitudes, por lo que no dejaba de
atormentarse. Yo le planteé claramente lo que quería lograr y le recomendé que buscara libros
referentes a la época de que se trataba. Él hizo sus dibujos siguiendo mis indicaciones y los
bosquejos que realizó para el vestuario, de colores muy vivos, resultaron excelentes. A mí la vida,
como el colorido, me gusta con gran riqueza de tonalidades. Cuando yo le explicaba cómo tenía
que entenderme para captar la idea con exactitud, me escuchaba atentamente y me mostraba su
agradecimiento, mas no por ello dejaba de mostrarse inquieto en cuanto a los resultados. Me
recordaba a una mujer agobiada para quien todas las dificultades se convierten en montañas
insuperables. ¿De qué tiene miedo? solía decirle yo. No hay que estar atemorizado. Pero él no
lograba desembarazarse de sus escrúpulos, por lo que no llegaba a compartir la confianza que yo
tenía en un éxito del que no tenía ninguna duda. Evidentemente no creía en mí, le faltaba
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confianza. A todo esto yo trabajaba como un buey, pero el buey iba sobrecargado y un día se cayó
y se estropeó un pie.
Me llevaron al doctor Abbé, que era un buen médico. Me puso un tratamiento muy sencillo: me
mandó quedarme echado y descansar. Así pues, me quedé en cama, acompañado por una
enfermera que no me dejaba ni por un momento. Al no estar acostumbrado a dormir bajo la
vigilancia de una enfermera, no lograba conciliar el sueño. Si en vez de mirarme fijamente ella se
hubiera dormido, también yo hubiera podido, a mi vez, conciliar el sueño. Pero no hacía más que
repetirme: «Intente dormirse, vamos, tiene que descansar». Con lo cual no conseguía nada. Así
pasaron dos semanas. El estreno de mi ballet basado en Till todavía no había tenido lugar. El
público empezaba a impacientarse, creyendo que el retraso se debía a algún capricho del artista;
pero yo no me preocupaba de estas opiniones. Entonces los directores decidieron retrasar una
semana el estreno del ballet, y, para no perder dinero, iniciaron la temporada sin mí. De todos
modos en cuanto estuve en condiciones de volver a bailar el público acudió y, con él, el éxito.
El público americano me quería y confiaba en mí, y pronto se dio cuenta de que mi pie me hacía
sufrir. Mi danza se resentía de ello, a pesar de lo cual los espectadores se mostraron satisfechos;
así pues, el ballet Till, a pesar de haberse montado demasiado deprisa, tuvo un gran éxito. Había
sido «sacado del horno» demasiado pronto, lo que contribuía a darle un aspecto un poco crudo.
Pero al público americano le gustó esta «crudeza». Seguía teniendo buen sabor, pues lo cierto es
que yo lo había cocinado bien. A mí no me gustaba, pero con todo hablaba bien de él. Y más me
valía hacerlo ASÍ, pues si no hubiera actuado como lo hice, nadie hubiera acudido a verlo y
hubiera representado, para la dirección, un fracaso financiero. Y como a mí no me gustan nada los
fracasos, no dejaba de repetir que «estaba bien». A Otto Kahn le dije que estaba muy satisfecho de
los resultados, y cuando él se dio cuenta de que los espectadores lo recibían bien, él mismo no
escatimó los elogios. Hice de este ballet una pieza cómica, ajustándolo a mis sentimientos
referentes a la guerra. La gente estaba cansada de la guerra y era preciso reanimarla. Y yo animé
al público presentando a Till en su sencilla belleza y a los alemanes tal y como son en la realidad.
La prensa me fue favorable debido en parte a que la mayoría de los críticos eran de origen alemán.
Antes del estreno reuní a los periodistas a fin de explicarles el argumento de la obra y la historia
de Tul; ellos se mostraron sumamente agradecidos de que les facilitara así la redacción de sus
artículos. El resultado fue que las críticas fueron excelentes, e incluso hubo algunas destacadas
por su inteligencia y finura. Me pusieron por las nubes de tal manera que, siendo yo un simple
muchacho y detestando que me halagaran, aquello llegó a desagradarme. Pero lo cierto es que los
críticos habían comprendido mi ballet. De todos modos, el fallo que uno de ellos creyó
conveniente señalar en modo alguno se me había escapado a mí. Se trataba de la música, de un
pasaje en cuya interpretación, a su juicio, había yo fallado. Al revés de lo que el crítico pensaba,
yo había captado perfectamente el sentido de la música, pero debido a mi pie, que seguía
doliéndome, temía cansarme en exceso. Y como la interpretación de ese pasaje resultaba
especialmente difícil, yo no había querido comprometerme a fondo con él. Los críticos, que
siempre creen ser más inteligentes que los artistas, con frecuencia abusan de sus prerrogativas y la
toman con la interpretación que los artistas hacen de la música; se complacen en hacer temblar
ante sus críticas a esos pobres diablos a quienes agobian y meten miedo hasta herirles y hacerle
sufrir. Y entonces sus almas se resienten y padecen.
Conozco a un artista y crítico llamado Alexandre Benois. Es un hombre inteligente que disfruta
de amplios conocimientos en el campo de la pintura. He leído su obra crítica titulada Cartas sobre
el arte. Alexandre Golovin, pintor decorador del Teatro Imperial de San Petersburgo, era objeto de
sus constantes ataques. Sus críticas se publicaban en el periódico Retch. Esta publicación estaba
dirigida por Nabokov, que era un hombre inteligente. Había pedido a Filosovov su colaboración.
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En sus escritos atacaba siempre a otra publicación, Novoye Vremia. Retch, revista vacua y sin
espíritu, intentaba quitarle suscripto res a Novoye Vremia.
Desde muy joven yo he leído y comprendido todo lo que se publicaba, por lo que estaba al día de
lo que son el periodismo y los periodistas. Esta revista publicaba artículos sobre temas tan vistos y
tan conocidos que se podían pasar por alto sin leerlos. Ocupaba páginas enteras con texto de
relleno. Cuando yo era un adolescente apenas me preocupaba de la crítica, si bien me inclinaba
ante las que firmaba un tal Valerian Svetlov. Éste escribía sobre ballet; una bailarina con la que
vivía le había enseñado gran número de términos técnicos relacionados con su profesión, y él los
utilizaba introduciéndolos en sus frases más brillantes. Otros críticos trataban el mismo tema, pero
ninguno de ellos mostraba tantos alcances ni tanta sutileza como Svetlov. Éste, siempre dispuesto
a la réplica, se tomaba grandes molestias para elaborar sus artículos, que estaban bien escritos.
Pero saber escribir bien y estar capacitado para juzgar el arte coreográfico son cosas distintas. Yo,
que era bailarín, podía entender esto último. ¿Sería capaz de definir cosas relacionadas con la
danza sin haber bailado nunca en ninguno de los ballets de que hablaba? Le habían puesto el mote
de «Lorito», y lo cierto es que no le caía mal. Nikolai Legat no tenía buena opinión de él y le
había dibujado, en caricaturas, como un loro, Nikolai Legat era uno de los maestros de Nijinsky
en la Escuela Imperial. En cuanto a mí, le llamo lorito no porque tenga parecido físico con este
animal, sino porque en sus escritos no hacía más que repetirse, del mismo modo que esos críticos
que no dejan de repetir cosas que son archisabidas. Svetlov llevaba ropa de seda, se perfumaba y
se ponía cremas faciales. Tenía dinero y hacía a sus amigas regalos caros. Pero no las cortejaba
como lo hubiera hecho un hombre joven. Tenía cerca de sesenta años, se maquillaba y gustaba a
las mujeres. Sus críticas, penetrantes, eran muy oportunas. Era temido y las bailarinas le
respetaban porque le tenían miedo. Para él la vida era fácil, siempre estaba contento y en su rostro
siempre había una expresión apacible (parecida a las que he visto en las máscaras de cera).
Supongo que no sonreía para intentar evitar la formación de arrugas. Había reunido un buen
montón de recortes de prensa sobre ballet y, limitándose a cambiar un poco el estilo, se dedicaba a
rehacer siempre los mismos artículos viejos que nunca aportaban nada nuevo. Por capricho me
tomó como blanco de sus críticas. Él ignoraba que sus críticas me hacían sentirme enfermo. Yo le
temía y le detestaba. Tenía muchos lectores, yo lo sabía muy bien, y me resultaba muy
desagradable pensar que por su culpa me iba a ver obligado a bailar en el corps de ballet, formado
por un montón de ignorantes desde el punto de vista artístico. Se trataba de bailarines sumamente
aplicados pero que, por faltarles apoyos o influencias, se veían relegados a este grupo, el corps de
ballet, que sin embargo, y gracias a la presencia de algunos artistas aplicados, era de buena
calidad. Yo les gustaba, lo que para mí era un buen augurio, pues ya en esa época experimentaba
la necesidad de que me mostraran amor y amistad. Pero deseaba ser amado no sólo por el corps de
ballet, sino también por los primeros y segundos bailarines, por el maestro de ballet, por las
bailarinas. Yo buscaba el amor y lo creí inhallable, inexistente. Todo me parecía envilecido, todos
aspiraban solamente a los halagos y a las alabanzas, y yo despreciaba ambas cosas.
Yo solía ir al despacho del intendente de los teatros, Krupensky, para pedirle que me permitieran
bailar, cosa que, durante los ocho meses que duraba la temporada de baile de San Petersburgo, no
me sucedía más que unas cuatro veces, por más que el público me apreciara mucho. Yo sabía
perfectamente que esto era el resultado de las intrigas emprendidas por los demás bailarines. De
este modo perdía el buen humor y, sometido a angustias mortales, empecé a comportarme de
modo huidizo. Vivía encerrado en mi casa, en una habitación alta y pequeña donde me gustaba
dejar errar la mirada por el techo y las paredes. Como no podía encontrar remedio a mi desánimo,
pensaba en la muerte.
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Creo que conservar las obras de los pintores muertos es nefasto, porque daña a los pintores
jóvenes. Un artista joven y nuevo es comparado siempre con los viejos maestros. Había un pintor
a quien se negaba el acceso a la Academia de Pintura simplemente porque sus telas no se parecían
a las que se ven en los museos. Se llamaba Anisfeld, era judío, casado y padre de familia. Reñía
con su mujer y recuerdo haberle oído quejarse de ello ante Diaghilev. Quería a su mujer y yo
notaba que el descontento le salía del alma. Era un buen hombre y yo le encargué los decorados
de varios ballets. Actualmente está en América, donde también pinta retratos, y, a juzgar por lo
que escribe la prensa, con éxito. Bakst apreciaba a Anisfeld porque sus decorados eran de buena
calidad y porque en París, así como en otras ciudades en las que actuamos, había gustado mucho.
Nuestra compañía se llamaba el Ballet Ruso. A mí este Ballet Ruso me gustaba, estaba entregado
a él en cuerpo y alma, trabajaba como un buey y llevaba una vida muy sacrificada. Yo tenía
conocimiento de las dificultades con que se debatía Diaghilev, sus problemas de dinero. Él me
echaba en cara que no estuviera dispuesto a entregarle la totalidad de mis salarios para que los
dedicara a los ballets. Todos mis ahorros. Un día me pidió cuarenta mil francos y yo se los di
porque sabía que los necesitaba. Pero tenía miedo de que no me los devolviera. Mientras tanto me
di cuenta de que él sabía cómo obtener dinero, y tomé la decisión de no entregarle más si volvía a
pedírmelo, cosa que sucedió una vez en París, en el teatro Chátelet, en el escenario. Al momento
le respondí que no tenía intención de seguir entregándole mis salarios, pues los necesitaba para
ayudar a mi madre, ya que no me gustaba que pasara apuros. En el pasado ella había sufrido
mucho, y yo estaba decidido a que en lo sucesivo tuviera la vida solucionada. Me había dado
cuenta de que ella estaba preocupada por mí, y en varias ocasiones me percaté de que le hubiera
gustado hablarme de ello. Yo lo notaba pero la evitaba. También mi hermana quiso hablarme,
pero también a ella la evité. Yo sabía que si dejaba a Diaghilev me exponía a morirme de hambre,
porque no estaba preparado para la lucha por la vida. La vida me daba miedo. El miedo que antes
pasaba ahora ya no me afecta. Actualmente mi vida transcurre a la espera de las órdenes de Dios.
Cuando subí eran ya las cinco. Fui a mi camerino para cambiarme. Al subir la escalera me
pregunté dónde estaría mi mujer. ¿Estaría en mi habitación o en otra? Sentí que mi cuerpo se
echaba a temblar, como en el momento en que escribo esto el frío me hace temblar, por lo que lo
hago con tanta dificultad que voy a verme obligado a corregir lo escrito para que sea legible. Ya
antes de entrar en la alcoba estaba tembloroso. Al entrar vi la cama, donde no estaban sus
almohadas; las mantas estaban dobladas. Tras decidir no echarme a dormir, bajé de nuevo.
Necesitaba terminar de apuntar mis impresiones. Con el cuerpo invadido por el frío, apenas fui
capaz de escribir. Pedí ayuda a Dios, pues la mano me dolía tanto que experimentaba verdaderas
dificultades para trazar bien las letras. Y yo deseo escribir bien.
Mi mujer no está durmiendo y también yo estoy despierto. Ella piensa, mientras que yo estoy
entregado a mis sentimientos. Me preocupo demasiado por ella. ¿Qué le diré mañana? Mañana lo
que haré será no hablar con nadie y dormir. Quiero escribir pero no puedo. Reflexiono. Tengo
tanto frío que no puedo escribir. Los dedos empiezan a agarrotárseme. Quiero decirle a ella que no
me quiere. Estoy muy triste. Tengo el corazón cargado. Ya sé que uno acaba acostumbrándose a
la tristeza, y que sin duda tal cosa llegará a sucederme, pero me da miedo contraer ese hábito que
lleva en sí la muerte. Pediré perdón a mi mujer pero ella no lo comprenderá y persistirá en creer
que yo estaba equivocado. Su espíritu se enfriará. Estoy helado; mis dedos, rígidos, apenas
pueden escribir. Estoy tan abrumado de pena por mí mismo y por ella que lloro. Tengo frío, ya no
siento nada. Me estoy muriendo.
Quiero dormir, pero no es esa la voluntad de Dios. Me compadezco de mí mismo y de quienes se
hallan en situación semejante a la mía. Voy a coger fama de hombre malo, yo, a quien todo el
mundo se empeña en herir y que no hace daño a nadie.
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Hoy me he levantado a las tres. Pero me he despertado antes, he oído hablar y me he preguntado
de quién podía tratarse. A continuación he reconocido las voces: eran las de la madre de mi mujer
y su marido, que acababan de llegar. He esperado un rato para saber qué me indicaba Dios que
hiciera. Me molestaba permanecer inactivo, pero durante esa hora he tenido ocasión de aprender
más de lo que una persona podría aprender durante toda una vida. Mis pensamientos se dirigían
hacia Dios y, sintiendo que me quería, no he dudado en someterme a su voluntad. Estaba triste,
temía la muerte, me quejaba a mi mujer y sus lágrimas eran un sufrimiento que Dios me imponía
a fin de que se me hiciera claro el sentido de la muerte. Así lo he entendido y he esperado sus
órdenes. ¿Me levantaría o seguiría acostado? Mi alma sufría, pero Dios no me heriría; mis
lágrimas estaban a punto de surgir. Mi mujer ha sollozado y luego se ha reído. La voz de su madre
era amenazadora, mi corazón no podía más. He visto, en la pared, el papel pintado; me vuelvo
hacia la lámpara, veo el vidrio; luego miro ante mí y no veo más que el vacío. Triste, mortecino,
abúlico. ¿Cómo consolaría a mi mujer, si Dios no me invita a hacerlo? ¿Nada? ¡Alto! Ahí está la
muerte. Oigo lo que dicen de mí, adivino sus pensamientos. Iré a tranquilizarles, pero la pena me
agobia y tengo el alma arrasada; me quedaré en la cama. Mi sensibilidad es tan grande que cuando
no me entienden me dominan los temblores. Y este fuego interior que no me deja. Vivo con Dios.
He ido hacia los hombres para ayudarle y con la esperanza de darles el Paraíso en la tierra. Pero
por ahora esta tierra no es sino un infierno. Ahí donde hay riñas, ahí está el infierno. Ayer entablé
una con mi mujer, pero en realidad sólo lo hice con la intención de mejorar su naturaleza, sin
enfadarme ni molestarla más que con la intención de despertar su amor. Pegaré fuego a la tierra y
haré que surjan llamas del corazón de la humanidad. Pues no se trata de apagarlas; son los sabios
quienes se encargan de su extinción, así como de las que surgen del amor mutuo. Que los hombres
muestren un poco de piedad y la vida podrá extenderse.
La gente cree que los niños son necesarios a fin de que haya soldados. Matan a los niños y cubren
la tierra con sus cenizas. Yo soy ruso y por eso sé lo que es la tierra. Aunque no puedo labrar, sé
que la tierra es cálida y que sin su calidez no habría pan. El hombre ha nacido fuerte, pero se
debilita a sí mismo porque no tiene cuidado de su vida. Yo quiero amar. El amor es vida y la risa
es muerte. Muchas personas dirán: « ¿Qué hace Nijinsky, hablando siempre de Dios? Se ha vuelto
loco; es un bailarín y nada más.» Oigo todas esas burlas y no me hacen enfadar. Yo lloro y lloro.
Mucha gente dirá que Nijinsky no hace más que llorar. Yo, no. Yo estoy vivo, y por eso sufro,
pero rara vez pueden verse lágrimas en mi rostro. Es mi alma la que llora.
Sin energía no hay vida. La vida es difícil porque los hombres no conocen su importancia. La vida
es corta. No escribo para divertirme, sino para hacer que los hombres entiendan la vida y la
muerte. Amo la vida. Amo la muerte. La muerte puede parecer encantadora cuando es la voluntad
de Dios, y horrible cuando no hay presencia de Dios. El padre de mi mujer se mató de un tiro.
Estudió muchísimo y se volvió neurótico porque tenía el cerebro sumamente ocupado. Yo no he
estudiado mucho; sólo lo he hecho cuando Dios ha deseado que estudiara. Dios no quiere que los
hombres se exijan demasiado de sí mismos. Quiere que los hombres sean felices...
Los hombres derrochan mucho. Creen que cuanto más tiene uno, más feliz es, pero cuanto menos
posesiones tiene uno, más tranquilo y feliz se siente. No puedo escribir... Mi mujer se sintió
atraída hacia mí por mis sentimientos. ¡Cuánto la amo! Ella lee las cosas que he escrito y me
comprende. Le dije que no me molestara cuando estoy escribiendo, y ella salió de la habitación
sin sentirse contrariada por ello. Hoy me parece que está especialmente sensitiva, y estoy contento
porque espero que haga progresos. La madre de mi mujer ya no está preocupada porque ha visto
que quiero a mi mujer.
No me gusta el egoísmo, quiero vivir con sencillez y que todo el mundo sea feliz. Yo sería el más
feliz de los hombres si viera que todo el mundo tiene su parte de felicidad. Y seré el hombre más
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feliz del mundo cuando pueda actuar y bailar sin dinero de por medio, sin que nadie tenga que
pagar por verme. Las personas inteligentes y listas me dan miedo, siento temor cuando hay cerca
de mí alguien inteligente. A su alrededor hay una atmósfera de frialdad. Yo no escribo para
argumentar o razonar, sino para explicar. Deseo ayudar a la humanidad, y no lo digo por hablar
bien de mi libro, pues yo no sé escribir. La gente comprenderá mis pensamientos si este libro es
bien editado. Yo no deseo ganancias, pero mi mujer necesita dinero porque teme a la vida. No es
mi caso, pero no tengo derecho a dejar a mi mujer sin medios.
Emma, la madre de mi mujer, y Osear, su marido, son buenas personas. Yo les quiero, pero,
como cualquier otro, tienen sus defectos. Describiré sus defectos de modo que ellos puedan leerlo
y así lleguen a ser mejores. Quiero que me vean trabajando. Me gustan las personas que trabajan.
Emma y Osear están cansados tras su largo viaje. Ellos pensaban que yo estaba loco, pero han
visto que no es así. Osear se ha dado cuenta de que entiendo de política, y a partir de entonces se
ha interesado por mí. A él le gustan la política, lo asuntos financieros y los negocios, mientras que
a mí esas cosas me disgustan. Él me gusta, pero encuentro que piensa demasiado.
No creo que la timidez y el miedo sean defectos. Las personas temerosas por lo general son
buenas personas. Hay personas que fingen no tener miedo. Muchos dicen que el miedo es
debilidad. La gente dirá que yo no sé lo que es el miedo porque no he combatido en la guerra;
pero he combatido por la vida; no en las trincheras, sino en casa. Combatí con la madre de mi
mujer cuando estuve internado en Hungría. La gente dice que allí yo viví muy bien porque vivía
en la casa de la madre de mi mujer. Viví bien; no pasé hambre, pero mi alma sufría. La soledad
me gusta. Trabajé en algunos ballets porque no tenía nada que hacer. Me sentía triste. Sabía que
allí no gustaba a nadie. Emma, la madre de mi mujer, fingía quererme. Yo intenté explicarle mis
sentimientos. Ella no me comprendía, pensaba que yo era malo. No es cierto, yo era un mártir.
Lloré pensando que mi mujer no me comprendía. Tampoco Osear me comprendía. Él pensaba en
el dinero porque les resultaba difícil mantenernos. Mi suegra tenía que alimentarme sin cobrar por
ello debido a que yo era un familiar. Normalmente los familiares no se gustan entre sí, por lo que
yo me hice el ofendido. Ella no me comprendió. Pensaba que yo era un hombre pobre y temía que
le costara dinero. Conozco el significado y el valor del dinero, pero prefiero pensar que no es
importante.
Yo conocí el valor del dinero siendo niño. Mi madre solía darme cincuenta copecs a la semana
para golosinas. Alquilaba habitaciones, y así lográbamos sacar algo para nuestra alimentación. Yo
comía mucho y siempre estaba hambriento, y no comprendía por qué había de privarme en este
sentido. Cuando sólo tenía doce años de edad comía como un adulto. Cuando estuve en casa de mi
suegra tema buen apetito. A causa de la guerra la comida era muy cara. Emma, la madre de mi
mujer, es una mujer nerviosa. Yo le gustaba debido a mi éxito ante el público. Y le gustaban mis
bailes. Por entones yo no quise bailar porque estaba triste, estaba internado. Me di cuenta de que
una persona puede vivir en cualquier sitio. Yo trabajaba en un sistema de notación para la danza y
bajo la mesa los gatos se reunían y escandalizaban. A mí los gatos no me gustan a causa de su olor,
que es odioso. No me daba cuenta de que en realidad no eran los gatos los que organizaban el
escándalo, sino las personas. Entonces me ocupé de los gatos; al mismo tiempo sólo me
preocupaba de verdad de mi sistema de notación coreográfica. Quería olvidarme de mí mismo y
empezar a transcribir mi ballet Fauno siguiendo este sistema. Era un trabajo largo; me costó dos
meses, cuando el ballet en sí mismo tiene una duración de sólo diez minutos. De nuevo me sentí
triste y mísero. Lloré porque me sentí muy deprimido. Sin darme cuenta, fui sintiéndome triste y
sombrío en cuanto a la vida. Leí a Tolstoi. La lectura era un descanso, pero yo no comprendía el
sentido de la vida. Vivía al día y seguía haciendo mis habituales ejercicios de danza cotidianos.
Empecé a desarrollar mis músculos. Mis músculos se fortalecieron, pero mi danza no era buena.
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Sentía que mi danza iba a morir y empecé a sentirme nervioso y ansioso, como la madre de mi
mujer. Ambos estábamos nerviosos y ansiosos. Ella no me gustaba y peleábamos por cualquier
nadería. Detesto las mezquindades, pero me peleaba porque no tenía otra cosa que hacer. Y seguía
viviendo al día. Mi mujer estaba preocupada. Me di cuenta de que las personas no me
comprenderían si me dedicaba a desaprobar su comportamiento, por lo que decidí simular que
esas personas me comprendían.
En ocasiones temo entrar a una cafetería o a una casa porque pienso que a Dios no le gustaría.
Una vez pasé ante un café en el que Dios hubiera deseado que yo entrara, pero sentí una lasitud en
el cuerpo y experimenté el sentimiento de la muerte en mi espíritu. Aunque yo quería entrar, Dios
me detuvo. No faltará quien diga: « ¿De qué está hablando Nijinsky? Insiste en afirmar que Dios
le desea y le ordena que haga esto y lo otro, y por sí mismo no hace nada de nada». Yo no soy un
hombre común. Amo a Dios y Dios me ama a mí. Deseo que todos sean como yo. No soy
espiritista ni soy un médium. Soy un hombre de Dios. La perfección me da miedo porque temo
que la gente no me entienda. Mi vida es un sacrificio porque no vivo como los demás. Estoy todo
el día trabajando. Me gusta el trabajo y deseo que todo el mundo trabaje como yo lo hago.
Mi vida en Budapest durante la guerra estuvo llena de tristeza. Viví durante largo tiempo en casa
de mi suegra sin saber qué hacer. Aquello era fastidioso, me aburría. Cuando me enteré de que
pronto iba a ser liberado me sentí fuerte y valeroso y decidí huir de casa de mi suegra. Me fui con
mi mujer y mi hija a un hotel, pues había recibido algún dinero. No estaba enfadado con mi
suegra; de hecho, la quería, pues me daba cuenta de lo pesado que resultaba para ella mantenernos.
Ella se percató de su error y acudió rápidamente al hotel para pedirnos que volviéramos. Nosotros
no estábamos de acuerdo con esto último y, sabiendo que pronto podríamos irnos, nos despedimos
de mi suegra y le agradecimos su hospitalidad. Osear, como siempre, expresó sus opiniones con
un tono de voz tan estentóreo que yo me sentí ofendido y estuve a punto de pelearme con él, pero
mi mujer me detuvo y su madre frenó a Osear. Nos peleamos por asuntos políticos. Osear decía
que Rusia estaba equivocada y yo afirmaba que no, que Rusia estaba en lo cierto. Yo provoqué a
Osear. Mucha gente no cree lo que digo, pero a mí esto no me preocupa porque sé que otras
muchas personas sabrán apreciar la verdad en mis palabras. Dejé de hablarme con Osear y nos
separamos sin despedirnos. Les había pillado desprevenidos. Ellos, al darse cuenta, cambiaron de
actitud. Les di a entender mis actitudes y lo hice con éxito, ya que soy un buen actor. Fingí porque
les quería bien. Aun queriéndoles, tenía que interpretar hasta el final la comedia del hombre
airado. También mi ira era fingida, porque yo les quería. La madre de Romola es una mujer difícil.
Tiene sus propias costumbres y maneras de actuar.
Mi suegra se enfadó con su marido porque se despertaron en ella los celos. Yo lo lamenté por
Osear, porque me daba cuenta de que miraba a la criada solamente por curiosidad, y por eso le
defendí. Al principio a mí también me pareció que coqueteaba con las criadas, pero luego me di
cuenta de que tal cosa sólo sucedía en la imaginación de Emma. Osear la quería y siempre la
defendió. Me di cuenta de que su arma estaba padeciendo y sentí lástima por él, si bien no le dije
nada, pues pensé que no me entendería. Ahora le comprendo y espero que me quiera. Le regalé
varios dibujos míos porque había notado que le gustaban.
Hay personas que han intentado imitarme, pero la imitación no es vida, sino muerte. Mucha gente
dice que Rafael y Andrea del Sarto solían copiar, y que Andrea de Sarto copió la Gioconda, de
modo que no puede saberse quién la pintó, si éste o Leonardo da Vinci. Yo creo que Rafael copió
cuadros porque lo necesitaba para poner a prueba su técnica. A mí la técnica me gusta, pero la
imitación, no. No me gustan las copias, y en consecuencia no me gusta ser copiado. Mis dibujos
son sencillos y fáciles de copiar. No me gusta firmarlos porque sé que nadie será capaz de hacer lo
mismo que he hecho yo. Sé que habrá muchos que intentarán copiarme, pero yo haré todo lo que
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esté en mi mano para hacer imposible cosa semejante. Los copistas me hacen pensar en los monos,
porque los monos imitan a los seres humanos. Un mono imita, pero no comprende; es un animal
estúpido.
Esta mañana les he mostrado de qué son capaces mis nervios y todos se han asustado. De repente
me he puesto a cantar como Chaliapin, con voz grave. Chaliapin me gusta; es sensible y, cuando
canta y actúa, lo siente. La gente se entromete y estropea su desarrollo artístico al pedirle que
cante y actúe en piezas que no le gustan. Es un gran artista y está capacitado para actuar en
cualquier papel.
Voy a modelar mi comportamiento según el de otras personas porque quiero que la gente se
preocupe por mí. Y no es que sea un egoísta, sino un hombre lleno de amor y deseoso de hacer
todo lo posible por los demás. Quiero que se ocupen sólo de mí. Espero que los demás quieran a
mi mujer y a mi hijo, pero, más allá de esto, deseo que todos tengan su parte de amor. Quiero
actuar en papeles que despierten el interés del público, porque sé que a las personas les agrada que
les den gusto. Pero más allá del gusto que las personas experimenten, me gustaría hacer
comprender a todos qué es el amor; me gustaría lograr de los hombres que no se dejen llevar a una
muerte espiritual, que teman esta muerte que viene de Dios, que se espabilen para evitar la muerte
del espíritu. Soy una paloma. La gente, cuando mira los iconos y ve la paloma que figura en ellos,
piensa, pero no comprenden a la iglesia y acuden a la misma por costumbre, por temor de Dios.
Mas Dios no está en los iconos, sino en el alma del hombre. Muchos dirán: «Nijinsky se ha vuelto
loco, es un bailarín, un histrión.» Pero la gente me querrá cuando vea la vida que llevo en esta
casa. Todo el mundo teme molestarme, pues creen que están capacitados para hacerlo; pero a mí
no se me molesta ni se me importuna. Yo soy un hombre lleno de amor. Amo al mujik, al zar, a
todos. Sin distinciones. No pertenezco a ningún partido. Soy el amor de Dios. Conozco los
defectos de mi mujer y por ello quiero ayudarla a superarse a sí misma. Muchos dirán: «Nijinski
tiraniza e insulta a su mujer y a todo el mundo.» Esas personas me dan pena porque están en el
error y lloro como llora Cristo. Mas yo no soy Cristo; soy Nijinsky, un hombre sencillo. Tengo
malas costumbres, pero intento librarme de ellas. Que la gente hable de mis pecados: lo que
quiero de ellos es que se ocupen de mí, mientras que yo me preocupo de los demás. Quiero que
me cuiden con amor, no con mala intención; no quiero indulgencia.
Dios, tal como yo lo entiendo, me ayudará. Soy un hombre y tengo pecados, y sé que todos tienen
pecados. Dios quiere ayudar a todos; a Dios yo puedo sentirlo. Si la gente está dispuesta a sentir
mis pensamientos, Dios les ayudará. Yo veo a través de las personas. No hace falta que me hablen
de sí mismas: yo puedo entenderlas sin palabras. Dirán: « ¿Cómo vas a poder conocerme cuando
ni siquiera me has visto?» Pues sí, puedo, puedo sentir y pensar. Mi espíritu está tan desarrollado
que comprendo a las personas sin necesidad de hablar con ellas. Veo sus comportamientos y lo
comprendo todo. Soy un mujik, un obrero, el trabajador de una fábrica, un criado, un propietario,
un aristócrata, el zar. Dios. Soy Dios. Soy Dios. Lo soy todo, la vida, el infinito. Y lo seré siempre
y en todas partes. Puedo ser matado, pero viviré porque lo soy todo. Quiero vida infinita, no
muerte. También yo tengo pecados. No soy un comediante, un actor. Ven y mírame y verás que
soy un hombre con pecados; pero cuando la gente empiece a ayudarme, dejaré de tener pecados.
Quiero ver a la gente, y para ellos mis puertas siempre están abiertas; mis armarios y mis maletas
nunca están cerrados. Cuando encuentres mi puerta cerrada, llama a la misma y si estoy en casa, te
abriré. Quiero a mi mujer y deseo que sea feliz, pero ella todavía no me comprende a mí o a mis
necesidades, por eso dice a los criados que llamen a mi puerta. Mi mujer se sentirá nerviosa si la
gente empieza a rondar por mi casa, por lo que pido a todos que se queden en sus casas y me
esperen. Yo acudiré a quienes me llamen. Estaré ahí sin estar ahí. Soy el espíritu de todos y cada
uno de los hombres. Acudiré si Dios me llama, pero no lo haré si la gente dice: «Ven a mí».
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Escucharé a los hombres, pero no acudiré a ellos porque no quiero desencadenar una revuelta. No
me gusta la muerte y quiero la muerte. Quiero que los hombres me sientan. Amo a Dios. Amo la
vida, amo a todos y hago todo lo que puedo por los demás. No me gusta la mendicidad continua ni
me gustan las sociedades de beneficencia para la ayuda del pobre. Todo el mundo es pobre. Yo
socorreré espiritualmente. El amor que yo quiero es espiritual, no físico. Sólo me gusta el cuerpo
físico porque es necesario para el espíritu.
No quiero obligar a nadie a leer mi libro, pero me gustaría que lo leyeran y que fueran al teatro y
que me vieran bailar, porque entonces se sentirán inspirados. Quiero que los teatros sean gratuitos,
aunque sé que hoy día todo cuesta dinero y que sin él nada puede hacerse, y por eso trabajaré de
firme para que la gente puede acudir y verme bailar gratuitamente. También trabajaré de firme
para ganar dinero porque tengo que mostrar a la gente que no soy pobre, sino rico. Actualmente la
gente piensa que un hombre que no tiene dinero es estúpido y perezoso, y por eso ganaré dinero a
pesar de mis sentimientos, y sólo entonces enseñaré a la gente quién soy yo en realidad. Quiero
publicar estos dos libros para que la gente pueda comprender mi comportamiento y todos mis
hechos. Quiero trabajar a solas porque así puedo ganar dinero más rápidamente, trabajando yo
solo; también quiero jugar a la bolsa. Haré cuanto sea preciso para hacerme rico porque conozco
el valor del dinero. Iré a Zurich con Osear y allí jugaré, comprando acciones que me parezcan
buenas. Osear se asustará creyendo que puedo perder. Me rogará que no lo haga. Rockefeller es
un nombre bueno; da dinero a la gente, pero no comprende el valor del dinero, pues se lo da a la
ciencia. Yo daré mi dinero al amor, a ese divino sentimiento de Dios que hay en el hombre.
Compraré teatros y bailaré gratuitamente para la gente. Los que quieran pagar tendrán que esperar
su turno para obtener plazas, y los que no puedan pagar decidirán amistosamente quiénes irán a
las primeras filas. Quiero que la gente se ponga de acuerdo en esto de modo amistoso. Si se hacen
las cosas de modo injusto, haré que el culpable abandone el teatro y llamaré a los perjudicados
para que acudan a mí. Yo puedo averiguar a la primera, por el rostro de la persona, si ha sido
perjudicada, porque soy fisonomista. Mostraré a todo el mundo que sé y que entiendo. ¡Venid a
mí y lo veréis! Hay personas que hacen uso de la ambición en beneficio sólo del rico. Yo hago
uso de la ambición en beneficio de todas las clases. No soy un liberal; no pertenezco a ningún
partido. Pertenezco a Dios y hago todo lo que él me manda hacer. Es él quien me manda actuar.
Muchos dirán: « ¿Que Dios te ordena hacer todo lo que estás haciendo? Nos decepcionas. Eres un
hombre primitivo sin ninguna cultura.» Conozco todas esas afirmaciones. Soy un hombre con la
cultura de Dios, no con la del hombre. Yo no quiero la muerte. Quiero que los hombres vivan. No
considero que los actos de egoísmo y de locura sean cultura. Amo a las clases trabajadoras, a los
ricos y a los pobres, a todos; el amor debe ser para todos por igual. No quiero criados que trabajen
sólo por dinero. Mis criados me quieren. Al principio me peleaba con ellos. Muchos dicen que los
criados son estúpidos y que si no se les amenaza no entienden. También he tratado yo así a los
criados, pero actualmente he comprendido que al tratarlos así no estoy en lo cierto. Los criados no
han de sufrir. Los criados no son desagradecidos, son seres humanos igual que nosotros lo somos,
sólo que menos inteligentes. Cuando no son queridos los criados lo notan, y como consecuencia
se resienten. Hay quien dice que los criados no tienen derecho a enfadarse porque para eso se les
paga. Pero una doncella es pagada con dinero que le pertenece a ella, pues se lo gana con su
trabajo. La gente olvida que el dinero no es más importante que el trabajo. Actualmente todo el
mundo se da cuenta de que el trabajo es más precioso que el dinero porque no hay trabajadores
suficientes. Yo soy un trabajador. Todo el mundo debería trabajar, pero no todos los trabajos son
iguales. Hacen falta buenos trabajos. También yo trabajo escribiendo este libro. No escribo para
mi propio placer; no puede haber placer cuando un hombre dedica todo su tiempo a escribir. Es
preciso haber escrito mucho para ser capaz de comprender qué quiere decir escribir. Es una
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ocupación difícil; uno se cansa de estar sentado, con calambres en las piernas y el brazo rígido.
Irrita los ojos y hace que se respire mal; el aire de la habitación se enrarece. Un hombre que lleve
una vida así muere antes. Las personas que escriben de noche se dañan la vista y tienen que llevar
gafas; los hipócritas usan monóculo. Me he dado cuenta de que si escribo mucho rato los ojos se
me enrojecen. Las personas que escriben mucho son mártires. Me gustan los mártires por amor de
Dios. Muchos dicen que si se escribe es por dinero, porque sin dinero no se puede vivir. Y yo veo
con lágrimas en los ojos que esas personas son como Cristo crucificado. Cuando oigo semejantes
cosas lloro, pues las conozco en otra modalidad: bailar por dinero. Estuve cerca de la muerte, de
exhausto que estaba. Era como un caballo, obligado a latigazos a tirar de una carga pesada. Los
carreteros azotan a sus caballos hasta la muerte porque no comprenden que la fuerza de los
animales tiene un límite. En una ocasión vi cómo un cochero llevaba a latigazos a su caballo
colina abajo. El caballo se cayó; mi alma lloraba. Quise sollozar en voz alta pero pensé que la
gente me tomaría por una señorita, y entonces lloré interiormente. El caballo estaba caído de
costado y relinchaba de dolor. El veterinario mató al caballo, sin piedad ninguna, de un tiro de
revólver.
Conocí a un deportista francés, el señor R. Le dije que su perro era muy bonito; y él, con tristeza
en la voz, me dijo que tendría que matar al perro de un tiro porque le parecía mejor morir que
pasar hambre. Me di cuenta de que no tenía dinero y quise ayudarle. Yo sabía que se trataba de un
hombre ambicioso, que quería ganar la copa de plata en las carreras de skeleton. La carrera de
skeleton es un deporte en que un hombre se pone boca abajo sobre un trineo de acero y se sirve de
todas sus fuerzas para hacerle ir tan rápido como pueda. La velocidad que alcanzan es muy
peligrosa y son muchos los deportistas que se matan. En ocasiones algunos están afectados por la
bebida y el tabaco, y en tales casos sus nervios son frágiles. Bajan por la pista a gran velocidad,
sus reflejos les traicionan y se matan. Le dije esto al señor R. y él asintió, pues en una ocasión se
había caído en el curso de una carrera y estuvo a punto de morir. Le dije que me parecía que ese
día estaba nervioso y le pregunté si tenía alguna preocupación. Vi lágrimas en sus ojos pero hice
como que no lo había visto, pues temía que empezase a llorar. Me dijo que iba a verse obligado a
matar a su perro. Parecía deprimido y yo me puse a llorar interiormente. Él notó que yo quería a
su perro; tras levantarse, nos dejó a mi mujer y a mí.
Estábamos comiendo con el médico que había sido invitado por mi mujer. Él me miraba
intentando saber si yo estaba mentalmente alterado o no. Él estaba seguro de que «había algo
definitivamente desarreglado» en mí. Yo sabía que en él sí que había algo desarreglado; era un
hombre nervioso. Fumaba mucho. Había adquirido este hábito siendo estudiante. Estoy
convencido de que muchas personas fuman solamente porque quieren parecer importantes. Hay
personas que cuando fuman adquieren un aspecto muy dignificado y orgulloso. En una ocasión fui
a visitar al alcalde de Saint-Moritz, el señor G. Yo no quería más que charlar y ampliar un poco
mi mundo. Osear se puso a hablar con el alcalde. Éste adoptó un aire dignificado y lo mismo hizo
Osear, y empezaron a fumar. Yo estaba mirando con un catalejo las montañas, porque me habían
dicho que se podían ver ciervos. Ellos se rieron, pero noté que no estaban interesados en mí;
estaban interesados en Osear; de modo que les dejé y volví a mirar con el catalejos. Ajusté la lente
y, mirando, por fin vi un ciervo; no estaba asustado de que yo le estuviera mirando; le veía bien.
Era un ciervo viejo y gordo. Les dije que el ciervo me había vuelto la espalda. Quería que ellos
notaran mi presencia, pero no tenían tiempo para mí. Le dije a Osear que temamos que irnos, pues
la cena ya estaría esperándonos en casa. El señor G. y su mujer se rieron, pero no tenían tiempo
para mí, estaban pensando, no sintiendo. Me sentí herido; se pensaban que yo estaba loco; cuando
el anfitrión me preguntó por mi salud, repliqué que yo me encontraba como siempre,
perfectamente bien, y él sonrió. Ante esto me sentí herido e, interiormente, lloré.
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Al no tener nada mejor que hacer, mi suegra, mi mujer y Osear pasaron al salón. Mi mujer me
pidió que les enseñara mis dibujos, pero yo fingí que no deseaba hacerlo. Les enseñé los dibujos
que ya habían visto. Mi mujer me pidió que les enseñara también los otros dibujos. Cogí un
montón en los que había estado trabajando incesantemente desde hacía dos o tres meses y los
arrojé al suelo. Mi suegra, mi mujer y Osear se pensaron que mis dibujos no me gustaban. Les dije
que no interesaban a nadie, y a continuación empecé a retirar los que estaban puestos en la pared.
Ellos dijeron que lo lamentaban mucho y empezaron a mirarlos. Entonces les expliqué el sentido
de esos dibujos.
Los parisienses son personas sensibles, quizá ellos me comprendieran. Dijeron haber
comprendido mis dibujos. Yo no les contesté. Lo que les había enseñado no provocó reacción
ninguna de su sensibilidad. Sólo eran capaces de agitar pensamientos en sus cabezas, no
sentimientos. Al separarme de ellos me quedé disgustado. Si al sentirme incomprendido me quedo
tan desolado es porque en mí hay un alma. Y eso es lo que me pasaba entonces; retiré los dibujos
puestos en la pared de mi habitación para esconderlos bajo la tapa del piano. Tengo la convicción
de que tampoco mi manuscrito será apreciado por nadie, si bien me temo que el médico intentará
hacerse con él para que se lo traduzcan. Estoy tan seguro de que el médico no captaría su sentido
y llegaría a la conclusión de que soy un alienado que me he negado a enseñárselos. También
desconfío de mi mujer y he conseguido encontrar un escondrijo para mis cuadernos y mis
proyectos escenográficos, pues preveo que la intención que les mueve también sea
desnaturalizada. Conviene no permitir que durante la estancia de mi suegra aquí surja ningún
motivo de discordia; y no quiero correr el riesgo de que se lleve a mi mujer. No tengo dinero y
temo que me metan en un manicomio. No me tienen al corriente de nada, pero yo veo
perfectamente adonde quieren llegar, cosa que me disgusta; no me encoleriza, me disgusta. Óscar
y Emma me dan miedo; para mí, ambos están muertos.
Me he dado cuenta de que Osear me comprende, de modo que en lo sucesivo quiero ayudarle.
El precio del papel seguirá subiendo, de modo que en Zurich compraré una buena partida, pues
tengo intención de trabajar de firme. Son malos conmigo, se niegan a darme lo que necesito.
Tengo que ocuparme de mí mismo y cuidarme de mis necesidades. Dios me da pruebas de su
solicitud enviándome problemas a resolver. Frecuentemente le oigo decirme que no saldré con
bien, pero yo estoy seguro de ganar la partida, pues los problemas que Dios nos plantea pueden
ser resueltos.
Mañana iré a Zurich con Osear, mi mujer y mi suegra. Las personas malas no me gustan. Si he
citado los nombres de Diaghielev y otros es porque estos nombres ayudan a mantener la atención.
Acabo de cometer intencionadamente una falta de ortografía al escribir el apellido de Diaghilev
para que él mismo piense que se me ha olvidado su ortografía.
Iba a seguir escribiendo en la misma línea, pero Dios me impide seguir en aquélla en que ya
figura el apellido de Diaghilev. Me doy cuenta de otro error: he escrito tanto Dios como Diaghilev
con mayúsculas. Así pues, escribiré dios con letras minúsculas para evitar cualquier semejanza.
Quiero salir porque estoy cansado de estar sentado. Salir, pero solo, sin que nadie me vea. Creen
que estoy todavía trabajando. Una vez en la calle -tras salir por la puerta de atrás- caminaré, y
después subiré muy alto y miraré hacia abajo para apreciar la altura alcanzada...
La puerta trasera, la calle, el frío. Paso sin hacer ruido mientras los demás están sentados en el
comedor. Los hombres, cuando no tienen nada que hacer, se meten en los asuntos ajenos; a mí
nunca me ha ocurrido semejante cosa. Si he dejado la casa es porque tenía la impresión de que
nadie en ella me quería. Me he encontrado con el médico, que parece contrariado. Antes de
estrecharle la mano ha exclamado: « ¡Todo el mundo está enfermo!» (Lo que me había empujado
a salir era el frío, el vacío que sentía en mi alma.) Osear sale a mi encuentro y me pide que vuelva
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a tomar el té. Tiene la impresión de que he ofendido al médico y quiere que hagamos las paces.
Pero yo no deseo reconciliarme y le he impedido intervenir.
Le expongo a Osear el objeto de mi gran estudio y le explico que el trabajo no me cansa. Parece
comprenderlo y aprobarlo. Osear se muestra de acuerdo con lo que le cuento. Me esfuerzo por
demostrarle cómo cuando la inspiración viene de Dios, escribir no cansa...
Estaba tomando el té tranquilamente con el médico, Osear, mi suegra y mi mujer cuando,
intentando intervenir en la conversación, he decidido ponerles contentos. Lo he hecho
intencionadamente, sabiendo a la perfección lo que hacía y las cosas que decía, cosas al alcance
de la comprensión de cualquiera; he divertido y he hecho reírse a todos. Pero me he dado cuenta
de que el médico parecía creer que yo he querido reírme de él. Inmediatamente he cambiado de
conversación y me he puesto a hablar de Rusia y de los bolcheviques. Quería decir algo, pero
Dios ha querido que sea mi mujer quien lo haya hecho. Pero ella no ha podido decirlo porque no
lo siente a Él. La he ayudado a recordar. Yo no deseaba hablar mucho, pero Dios ha querido que
todos se interesaran por lo que estaba diciendo. Y tras hacerlo he salido, porque he pensado que
allí ya no era deseado. El doctor se ha levantado para salir pero yo me he quedado sentado. Yo no
quería que se fuera, lo que quería era hacerle ver que allí nadie necesitaba sus servicios médicos...
Se ha acercado para decirme adiós y le he dado la mano. Me ha pedido que no escriba demasiado.
Yo le he dicho que no se preocupe por mí. Me ha preguntado si pensaba acudir a un especialista
en Zurich. Le he respondido que no lo sabía, pero que si mi mujer lo deseaba, iría a verlo. Me ha
asegurado que sería muy bueno que acudiera a ver al profesor tal, que es alguien muy importante.
Le he dicho que iría y le vería si eso servía para calmar a mi mujer. El doctor me ha entendido. Le
he estrechado la mano.
Está empezando a dolerme la cabeza porque he comido mucho. Y he comido mucho porque no
quiero que mi suegra piense de mí que soy mezquino. Aunque ella tiene la impresión de que no lo
soy. Osear, que me quiere, está preocupado por mi salud. Ha estado diciendo que es malo para mí
trabajar tanto. Ahora sé por qué las personas se cansan. Me siento malo, me duele la cabeza. Esta
noche cenaré poco y así sabré que por la mañana me encontraré mejor...
Saldré para Zurich a las siete de la mañana, de modo que me acostaré pronto para que el
especialista pueda verme en buena forma. Le hablaré de los nervios porque es un tema que me
interesa. En Zurich no pienso dedicarme a escribir, pues estoy muy interesado por esa ciudad. Iré
a un burdel porque quiero comprender a las cocottes. Quiero conocer la psicología de una cocotte.
Iré a varios si Dios así me lo ordena. Ya sé que a Dios estas cosas no le gustan, pero sé que quiere
probarme. Siento una gran energía espiritual y, en consecuencia, no cometeré ningún error. Daré
dinero a las cocottes, pero no haré nada con ellas. Siento excitación sexual y, al mismo tiempo,
miedo. La sangre se me sube a la cabeza y tengo la impresión de que si sigo pensando tendré un
ataque. Algo sé sobre ataques de apoplejía. Mi amigo Sergei Botkin me curó de las fiebres
tifoideas en París, el año de mi debut. Yo bebía agua de un cántaro porque era pobre y no podía
comprar agua mineral; bebí muy de prisa y sin sospechar el peligro. Fui a bailar y, al volver a casa
por la noche, sentí una gran debilidad en todo el cuerpo. Diaghilev llamó al doctor Botkin, a quien
conocía bien. Sergei Botkin era uno de los médicos del zar. Me sentía febril pero no tenía miedo,
pues no era consciente de lo que estaba pasándome. Sergei Botkin me vio, me auscultó y se dio
cuenta de lo que sucedía. Al percatarme de que el médico y Diaghilev se miraban mutuamente me
sentí aterrorizado. Se entendieron sin palabras, y lo mismo hice yo. Botkin me miró el pecho y vio
un sarpullido. Yo me asusté muchísimo, pues el doctor se puso muy nervioso y le dijo a Diaghilev
que pasara a la otra habitación. El hotel donde sucedió todo esto luego fue demolido. Era un hotel
modesto, pero con el poco dinero que tenía no podía permitirme vivir en un sitio mejor. En aquel
hotel, estando yo echado en la cama enfermo y con mucha fiebre, Diaghilev me ofreció irme a
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vivir con él. Yo asentí. Diaghilev se había dado cuenta de mi valor y, en consecuencia, temía que
le dejara; por aquel entonces yo tenía ganas de escaparme. Tenía veinte años. Estaba atemorizado
ante la vida. Entonces yo no sabía que formaba parte de Dios. Lloré y lloré, no sabía qué hacer. La
vida me daba miedo, también a mi madre la vida le daba miedo, y yo había heredado de ella este
miedo. Pero me repugnaba decir que sí. Diaghilev estaba sentado en mi cama y me metía prisa
para que yo consintiera. Él me daba miedo, mucho miedo, y asentí. Luego me quedé sollozando.
Acababa de comprender la muerte. Con la fiebre que tenía no podía escaparme. Estaba solo. Me
comí una naranja. Estaba sediento y le pedí a Diaghilev que me diera una naranja; él trajo varias.
Caí dormido con la naranja en la mano; cuando me desperté, se había caído y estaba en el suelo.
Dormí durante mucho tiempo sin comprender lo que estaba pasándome. Había perdido la
conciencia. Quien me daba miedo era Diaghilev, no la muerte. Me enteré de que tenía la fiebre
tifoidea, el tifus.
Yo ya lo había pasado en mi infancia; recordaba que la gente la reconoce por las manchas que
salen en el cuerpo.
Mi mujer acaba de entrar y me ha besado. Me siento contento, pero Dios no quiere que muestre
mi alegría a mi mujer, porque Él desea que ella cambie...
Botkin ya murió. Vi su cuerpo desde lejos; yacía en un catafalco. Comprendí la muerte - Dios me
aterrorizó - y salí sin besar su cuerpo. Todo el mundo lo besó, pero yo no podía soportar
semejante ceremonia. Los parientes lloraban y los amigos hacían como que estaban tristes.
Miraban el piso y los cuadros intentando calcular su precio. Tras su muerte, todas sus pertenencias
fueron vendidas, porque a la mujer de Sergei Botkin no le gustaba el gusto refinado de su marido.
Sergei Botkin compró cuadros porque la gente le decía que tenía que comprar piezas de los viejos
maestros. Su piso estaba lleno de ellas. A la gente no le interesan los cuadros modernos, pues
piensan que no son verdaderamente artísticos. Compran cuadros antiguos para demostrar su amor
al arte. Yo ya me había dado cuenta de que a la gente le gusta el arte, pero que temen decirse a sí
mismos: «No entiendo de arte». La gente es cobarde porque los críticos les dan miedo.
Atemorizan a la gente para hacer que les pidan su opinión. Los críticos creen que el público es
estúpido. Creen que tienen que explicar los cuadros al público y están convencidos de que sin
ellos no habría arte. El público no entendería las obras de arte que no hayan sido vistas por los
críticos. Yo sé qué significa la crítica: la muerte.
En una ocasión estaba yo hablando con un hombre en un vapor, navegando entre Nueva York y
Boston. Era una conversación muy encendida; él me había provocado. Era un espía político ruso y
se pensaba que yo era un anarquista. No sé qué le habría llevado a pensar semejante cosa. Tenía
una cara desagradable y no me gustaba nada. Al sentir esto, decidí andarme con cuidado con él.
Inició la conversación intentando provocarme para que expusiera mi opinión sobre asuntos de
política interior. Yo me percaté de la jugada y decidí reducirlo a la nada explicándole la cuestión
por la que él había preguntado. Me expresé con fuerza intentando impresionarle. Él se pensó que
yo me había irritado y, a su vez, fingió estar también irritado; pero cuando me hablaba su rostro
no tenía vida; fingía estar nervioso. Me di cuenta de que yo era mejor actor que él y empecé a
hablarle sobre la crítica y los críticos. Él escuchaba, cansado de llevarme la contraria; entonces me
interrumpió e intentó cambiar de conversación, pero yo no le seguí. Él estaba disgustado y se
enfadó. Cuando me di cuenta de que mi conversación le disgustaba, le dejé sin terminar lo que
estaba diciendo sobre los críticos. Más tarde supe que había preguntado a mi mujer si yo era
nihilista. Yo no sé lo que es nihilista ni nihilismo. Fui educado en la Escuela Imperial de Danza,
donde no se enseña el significado de tales palabras. Era pupilo de la Escuela Imperial y no oí ni
una palabra de política hasta que me casé. Entonces fue cuando tuve que aprender al respecto,
pues tenía miedo de la vida y tenía que vivir. La crítica es innecesaria. Algunas personas
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consideran que es necesaria porque sin ella no estarían capacitados para juzgar qué es bueno y qué
es malo. Los críticos escriben porque necesitan dinero; hoy día no se puede vivir sin él. Los
críticos trabajan mucho, pero en realidad ello no implica amor al arte. Se limitan a escribir sobre
arte. Mientras que un artista consagra toda su vida al arte, los críticos son capaces de despedazar a
un artista si su trabajo no les gusta. La gente dice que los críticos no tienen prejuicios, pero que
son egoístas. Lo cierto es que escriben su propia opinión, no lo que el público siente. El aplauso
no constituye una opinión; es la expresión del amor que el público siente por el artista. A mí me
gusta el aplauso y conozco su valor. Los críticos no comprenden el aplauso. Les gusta criticar
porque quieren mostrar que son más listos que el público. En París el público no presta atención a
los críticos. Y en consecuencia quedan anulados, pues no pueden influir sobre el público.
Calmette era un crítico muy conocido, que además escribía sobre política. Escribió una crítica
infame de El mediodía de un fauno diciendo que era indecente. Cuando yo compuse este ballet no
tema pensamientos perversos. Disfruté durante su creación. Creé, yo solo, el ballet entero.
También di la idea para la escenografía, pero León Bakst no comprendió lo que yo quería. La
creación de este ballet me llevó mucho tiempo, pero trabajé a fondo, sintiendo la presencia de
Dios. Como este ballet me gustaba, hice que al público también le gustara. Rodin escribió una
buena crítica del Fauno, pero estaba influenciado: escribió su crítica a solicitud de Diaghilev.
Rodin es un hombre rico; no necesita dinero. Estaba influenciado y se le pidió que escribiera;
nunca antes había escrito crítica. Estaba preocupado y nervioso porque no le gustaba escribir.
Rodin quiso dibujarme, pues deseaba hacer una estatua de mármol de mí. Miró mi cuerpo
desnudo y lo encontró perfecto, y a continuación destruyó los bosquejos. Me dio la impresión de
que yo le gustaba, y me fui. El mismo día Calmette escribió su crítica. Oyendo la conversación de
Diaghilev con León Bakst comprendí que el público se había reído de Calmette. Calmette perdió
la confianza que el público había depositado en él como crítico teatral...
Svetlov, un crítico de una publicación de San Petersburgo, escribía bajo la influencia de Calmette.
Diaghilev había buscado su colaboración y le había pedido que fuera su ayudante para la
dirección del Ballet Ruso, pero Svetlov pensaba que el Ballet Ruso era un chasco, por lo que se
apresuró a informar de ello al público ruso, temiendo que otras publicaciones se le adelantaran.
Svetlov solía leer Le Fígaro y debía de haber recibido este periódico antes de dejar San
Petersburgo. No tenía la costumbre de leer el periódico francés Le Matin, por lo que no se enteró
de la crítica de Rodin. Estoy seguro de que, de haber conocido la crítica de Rodin, no hubiera
escrito como Calmette, sino que hubiera seguido a Rodin. Me enteré de que Svetlov estaba muy
nervioso a su llegada a París. Se daba cuenta de que había metido la pata y me evitaba. Yo no le
tenía miedo porque para mí era un personaje sucio. Y este tipo de individuos no me da miedo,
sino que lucho contra ellos. Naturalmente yo estaba en su contra y no pensaba inclinarme ante él.
Fingía que mis ballets no le gustaban, pero no volvió a escribir sobre mí. Escribió la Historia del
ballet sin conocerla. En este libro ni siquiera mencionó mi existencia. Me ignoró. A mí esto me
entristecía porque yo me había esforzado mucho por el Ballet Ruso. Diaghilev estaba furioso,
aunque no se le notaba. Svetlov escribió este libro intencionadamente para mostrar a Diaghilev
que no seguía la doctrina crítica de Calmette. Svetlov vio que todo el mundo se reía de él y para
justificarse escribió ese libro.
A mí me gustaba Karsavina. Me excitaba un poco porque estaba hermosamente constituida, pero
con ella no se podía flirtear, lo que me exasperaba. En París la cortejé. Mi cortejo fue suficiente
para que se diera cuenta de que me atraía. Se daba cuenta, en efecto, pero no respondía porque
estaba casada. Me di cuenta de que había cometido un error y le besé la mano. Comprendió que
yo no esperaba nada de ella y se sintió feliz. Conozco bien a Karsavina porque he trabajado con
ella durante cinco años. Yo era joven y cometí muchas estupideces. Solía reñir con Karsavina y
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no quería su olvido porque me sentía herido. Me percaté de que Diaghilev, cuando se dio cuenta
de que ella me atraía, influyó en ella para ponerla en mi contra. Karsavina se sirvió de una nadería
para iniciar una riña, lo que a mí me irritó mucho y lloré amargamente, porque Karsavina me
gustaba también como mujer. A ella le pareció que yo la había ofendido y también lloró.
Yo me sentía débil y no pude seguir la composición del ballet Jeux. Era un ballet sobre el flirteo,
y no tuvo éxito porque yo no estaba inspirado. Empecé bien, pero la gente empezó a meterme
prisa y no pude terminarlo adecuadamente. El argumento de este ballet es sobre tres hombres
jóvenes que se solicitan de amor mutuamente. Yo empecé a comprender la vida cuando tenía
veintidós años. También este ballet lo compuse yo solo. Debussy, el conocidísimo compositor,
quería que el argumento fuera puesto sobre el papel. Yo pedí a Diaghilev que me ayudara a
hacerlo, y él y Bakst lo escribieron. A Diaghilev mi idea se la conté de viva voz.
A Diaghilev le gusta decir que él creó el Ballet Ruso porque le gusta que lo alaben. No me refiero
a que Diaghilev diga que compuso los argumentos del Fauno y Jeux, porque cuando yo los creé
estaba bajo la influencia de «mi vida» con Diaghilev. El Fauno soy yo y Jeux es un reflejo de la
vida con que soñaba Diaghilev. Él quería tener como amantes un par de muchachos. Me habló de
ello con frecuencia, pero yo rehusé. Diaghilev quería hacer el amor a la vez con dos muchachos, y
que los muchachos le hicieran el amor a él. En el ballet, dos chicas representan a los dos
muchachos y el hombre joven es Diaghilev. Yo cambié los personajes, pues el amor entre tres
hombres no podía ser representado en el escenario. Deseaba que la gente se sintiera tan disgustada
como yo por la idea del amor perverso, pero no pude terminar el ballet. Tampoco a Debussy le
gustaba el tema, pero como le pagaban 10.000 francos oro por el ballet, tenía que terminarlo...
Sé que mañana tengo que ir a Zurich, de modo que me acostaré.
No me he acostado; tengo dolor de cabeza e indigestión. No me gusta tener este dolor y me
gustaría quitármelo. Pido a Dios que me ayude y Él me dice que no me acueste. Dormiré en el
tren, pues cuidarán de mí Osear y mi suegra, aunque sólo hace un día que han llegado. No quiero
hablar con ellos. Así se lo he dicho a mi mujer, pero de modo que su madre pudiera oírlo; he de
terminar mi trabajo, ya que en Zurich no podré seguir escribiendo. Mi mujer, que me entiende, no
ha replicado, pero no sé qué habrá pensado su madre, pues no he podido verle la cara. La he
podido observar hoy al desayunar. Le he dado a ella una mandarina que habían puesto para mí.
Ella quería otra, la segunda, por lo que le he dado la mía y he dicho que no me importaría
comerme, a cambio, una naranja. Ella la ha cogido sin decir nada. Entonces le he mostrado que
eso no me había gustado. Óscar ha empezado a defenderla; yo he recuperado mi mandarina y les
he dado la mitad a Óscar y la otra mitad a mi mujer. Mi mujer la ha rechazado, pensando que yo
la quería para mí. Más tarde la he vuelto a poner en el plato de mi suegra, pero ella no se la ha
comido ni ha dicho nada. Así que ha sentido mis reproches, aunque no ha dado signos de ello.
Ella me recuerda a Diaghilev. Es muy buena actriz y sabe muy bien cómo fingir. Comprendo su
modo de actuar.
Mi suegra es una gran artista. Esto lo sé, del mismo modo que sé que yo mismo soy un actor,
pero también la conozco a ella como mujer. Ya en Budapest, cuando yo estaba internado, vi que
ella sabía cómo actuar en la vida.
No quiero que me digan que he de ir a la cama, y sólo me iré cuando Dios me lo mande. Le he
dicho a mi mujer que iría pronto, pero pienso seguir escribiendo durante mucho rato. Me disgusta
que me molesten cuando estoy trabajando. Sé qué es bueno para mí y lo que pido es ayuda, no que
me molesten...
No me gusta pelearme con los criados. Lo que me gusta es participar. A la madre de mi mujer no
le gustan los criados porque le hacen ver que tienen voluntad, y ella no los entiende. Yo quiero a
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los criados y hago lo que a ellos les gusta, pero no quiero engañarles. No soy el tipo de persona
que engaña a los demás.
Quiero escribir sobre la vida de la madre de mi mujer. La gente dirá que soy un actor del mismo
modo que ella es una actriz; la única diferencia es que ella es una mujer, una actriz dramática, y
yo soy un hombre y un bailarín. La gente no confía en los bailarines, de modo que quiero explicar
qué es un bailarín... A mi suegra la quiero como ser humano, pero ella no me gusta por su modo
de comportarse en la vida. No es muy sensible.
Los nervios me hacen daño en la cabeza. Siento que se me ha subido la sangre a la cabeza. Siento
que la muerte está cerca. No quiero morir y pido a Dios que me ayude. Me gustaría escribir
bellamente porque soy capaz de sentir la belleza. Mi suegra era una mujer hermosa, pero derrochó
su hermosura porque siempre estaba enfadada; siempre padecía de ataques de bilis. Cuando estaba
en Budapest solía decirle que había tenido esos ataques porque siempre estaba peleándose y
riñendo a la gente. Ella no me creía; nunca cree a nadie. A ella le gustan las gentes sencillas, los
pobres, y da la mano a los conductores. Pero lo hace de una manera inhábil, de modo que los
conductores se sonrojan y se sienten incomodados porque creen que se ríe de ellos. Es una buena
mujer porque llora cuando ve a personas que han sido ofendidas. La gente dice que es caritativa
cuando encuentra trabajo para una persona desempleada.
En una ocasión mi mujer empezó a llorar por algo que mi suegra había hecho debido a que se
sintió muy ofendida. También yo me sentí ofendido y me fui. Desde ese día no he vuelto a confiar
en mi suegra. Ella pudo apreciar mi firmeza, pues a partir de entonces actué sin prestarle atención.
Me reñí con ella porque me agravió. Cada día le doy a entender mi oposición. Ella dobló su furia
y yo tripliqué la mía, y así estuvimos riñendo durante dieciocho meses; esto sucedió en los
terribles meses en que estuve internado. Como a mí no me gusta reñir con las personas, quiero
desarmarlas escribiendo sobre su vida. Sé que muchas personas se indignarán por lo que digo aquí
y allá en mis escritos y que me despedazarán, pero ruego a Dios que desarme a los críticos. Si
Dios me manda hacerlo, replicaré a los críticos. Sé que la gente me entenderá y quiero agradecer a
Dios su amor,
Sé que Él me ama y que quiere ayudarme en todo. Yo soy pobre, soy un menesteroso. No tengo
un techo sobre mi cabeza ni comida; no tengo nada. Mi suegra tiene una casa de tres pisos con
columnas de mármol. Esta casa le gusta, pero a mí no me gusta porque está edificada de un modo
extraño, aunque en ella hay muchos y hermosos cuadros antiguos y tapices de los gobelinos. Nada
que sea viejo me gusta porque las cosas viejas huelen a muerte. Me gustan las personas mayores,
pero no me gusta el espíritu de ser viejo. Mi espíritu es joven. Tolstoi tenía un corazón joven, y
también lo tenían Beethoven y Wagner. Yo amo a todo el mundo. Escribo sobre Tolstoi porque él
es parte de Dios. Como Wagner y Beethoven.
Voy a partir para Zurich. No me apetece hacer nada antes de la salida. Todos están nerviosos. Las
criadas se han vuelto estúpidas porque no sienten a Dios. Yo, como lo siento, no me he vuelto
estúpido. No tengo ganas de bromear, sino de decir la verdad. Osear está telefoneando a Zurich.
Teme que la gente no comprenda su apellido. Se apellida Pardany, y lo pronuncia con un acento
en cada sílaba. A mí no me importa que la gente conozca mi apellido o no, ni temo que la gente
deje de quererme si se enteran de que soy pobre.
Cuando era un colegial solía quedarme encerrado haciendo como que estaba enfermo, y me
quedaba leyendo. Me echaba en la cama y leía tranquilamente. Ahora deseo escribir sobre la
salida para Zurich. Todos están nerviosos porque yo no estoy preocupado. Creo que es un viaje
absurdo, pero iré porque así lo quiere Dios. Pero si Él no lo deseara, me quedaría. Empiezo a
entender a Dios, y como sé que él creó el movimiento, le pido que me ayude.
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Quiero escribir sobre el viaje. Resulta que a todo el mundo se le había olvidado a qué hora salía
el tren. Osear, mi suegra y mi mujer habían confiado en Louise, quien había olvidado la hora de la
salida que le había dicho el hombre de la estación. Lo había olvidado porque estaba nerviosa. Mi
mujer y mi suegra estaban furiosas con ella. Les he explicado riéndome que la culpa no era de
Louise, pero he visto que mi suegra estaba mirándome. He dicho que a veces hay cambios en el
horario a causa de la guerra. Mi suegra ha pensado que intentaba defender a Louise, por lo que he
cambiado de conversación, ya que no quería iniciar una pelea. Mi suegra y mi mujer están de mal
humor. Osear está nervioso. Yo estoy sentado tranquilamente mirando a mi alrededor. Dios quiere
que yo esté pacífico. Veo todas las cosas erróneas. Me he dado cuenta de que cuando las personas
intentar ocultar sus emociones, palidecen. Mi suegra y mi mujer estaban pálidas y temblaban un
poco. Yo, no. Debe de ser muy difícil ocultar las emociones.
Mi mujer ha venido a decirme que le comunique a Kyra que ya no volveré nunca más. Los ojos
de mi mujer estaban llenos de lágrimas y me ha dicho, temblando, que no me dejaría. He llorado.
Dios no quiere que nos separemos. Así se lo he dicho a ella.
Si mi mujer no teme por mí, no me quedaré en Zurich; pero si está temerosa, prefiero quedarme
en un asilo, pues yo nada temo. Su alma estaba llorosa. He sentido el dolor de mi corazón y he
vuelto a decir que si ella no teme por mí, volveré de nuevo a casa. Ha empezado a llorar y a
besarme, diciendo que ella y Kyra nunca me dejarían pasara lo que me pasase. Yo he dicho: «Muy
bien». Ella me ha comprendido y se ha ido.
Quiero que mi manuscrito sea fotografiado porque tengo la impresión de que está vivo. Quiero
transmitir vida a la gente por medio de mi manuscrito fotografiado. Yo sé ver lo que es un hombre
por su rostro, y sé que un hombre no tiene por qué estar angustiado si no tiene nada de que
avergonzarse. Viviré en grandes hoteles porque quiero que todo el mundo me vea. Si mi mujer me
dejara hacer, yo preferiría estar en un hotel sencillo. Mi mujer dice que no puede vivir en un hotel
sucio; de modo que me veré obligado a recurrir a la astucia para no ir a parar a un gran hotel. Yo
prefiero vivir en un piso. Quiero conquistar a todo el mundo. Nada me da miedo, con excepción
de la muerte espiritual. No perderé la razón, pero lloraré y lloraré sin parar. Mostraré mis defectos
y mi perfección para que la gente no me tema. Soy un hombre amoroso y las personas amorosas
son personas sencillas.
Ningún artista puede engañar a Dios. Sé qué es Dios y qué es un artista, y en consecuencia no
tengo miedo de nada. Clemenceau sufrirá, pero espero que pueda ver las cosas con claridad a
través de todo su estado mayor de diplomáticos y que sea capaz de proteger a Francia. Amo a
Francia, la quiero bien. Soy capaz de ver a través de toda la camarilla que ha empezado la guerra.
Clemenceau es un hombre rico y no padece necesidad de nada, por lo que me doy cuenta de que
no ha sido «comprado». Hay políticos que compran a las personas no sólo con dinero, sino con
promesas. Clemenceau pensó que sería bueno para Francia tener Alsacia y Lorena; es una
cuestión que sólo cabe arreglar pacíficamente. Clemenceau ha confiado en Wilson y ha admitido
su plan. En Francia, como en Alsacia, muchas familias están llorando; tienen la sensación de que
es injusto para ellos no pertenecer al territorio francés. A los franceses no les gustan los alemanes;
sé cómo se puede concebir desagrado por los alemanes y sé quién ha enseñado a Francia a decir
boche. Yo no quiero la guerra, sino que deseo que todos vivan en paz. ¡No hay que pelearse!
También los niños alemanes lloran por sus padres. Yo quiero a los alemanes aunque no soy
alemán. Soy un hombre. No pertenezco a ningún partido. Comprendo el amor a la humanidad.
Quiero que las personas se amen mutuamente. No deseo cosas horribles. Quiero el paraíso en la
tierra. Soy Dios encarnado en un hombre. Si hacen lo que yo digo, todos serán como Dios. Soy un
hombre con defectos y quiero que la gente corrija esos defectos. No me gustan las personas que
no corrigen sus defectos. Soy un hombre que intenta mejorarse a sí mismo. No me preocupan los
57

errores del pasado. Quiero a los animales, ¡pero no a los feroces! No se debe matar a los animales,
pues Dios les ha dado la vida. Se dice comúnmente que el hombre ha nacido de la semilla de su
padre y del vientre de su madre, pero yo digo que la semilla no viene del primer hombre, sino de
Dios. Hay quien afirma que el hombre procede del mono, pero también el mono ha sido creado a
partir de la semilla de Dios. Habrá quien diga que la especie de los monos ha evolucionado a
partir de alguna otra cosa; mi respuesta a ellos es que esa «alguna otra cosa» es Dios. Yo soy el
infinito. Soy espíritu, y el espíritu es infinito. Yo nunca moriré, pero la inteligencia del hombre
muere con su cuerpo, de modo que es limitada. La gente dice que la inteligencia lo ha creado todo:
los aviones, los zepelines. Aviones y zepelines han sido creados por la inteligencia porque ella les
ha dado la vida. En un avión hay movimiento, en un zepelín también. El avión fue inventado por
un francés. Los franceses sienten a Dios, pero aún no lo entienden, lo cual es causa de errores.
También el zepelín ha sido creado por la inteligencia, porque fue inventado en virtud del mismo
principio que el avión; la idea del avión ha sido copiada de la del pájaro, pero un pájaro es un ser
vivo, mientras que los aviones están hechos de aluminio. Los científicos admiran el zepelín, pues
comprenden su valor. Un zepelín puede llevar gran número de personas, lo cual es de gran valor
en tiempos de guerra. Los alemanes tienen muchos zepelines. Creen que con ellos lograrán
grandes cosas, pero lo cierto es que terminarán con una verdadera masa de muertos.
La madre de mi mujer ha entrado en mi habitación disculpándose. Yo quería que entendiera que
era totalmente innecesario pedirme excusas y que la gente puede entrar a verme sin anunciarse. A
mí no me molestan el ruido ni las voces, pues a pesar de ellos puedo trabajar. Por un momento
ella ha pensado, y lo ha dicho, que yo estaba acostumbrado a ello, lo cual era una buena cosa.
Pero ha dicho: «Eso está muy bien» pensando en alguna otra cosa; debe de haber algún
malentendido entre nosotros...
Mi mujer ha venido y me ha besado; he creído que era Dios y he comprendido que en el amor
está Dios. He oído la voz de mi pequeña Kyra. Ella me quiere; ha roto a llorar cuando le he dicho
que iba a irme para siempre. Me ha entendido y se ha echado a llorar.
Quiero enseñar a Louise este libro en alemán para que pueda leer lo que he escrito sobre ella. Es
de Zurich y se llama Louise Hamberg. Algún día alguien le enseñará las partes de este libro en
que he escrito sobre ella. Louise me gusta y yo le gusto a ella; nunca he flirteado con ella, por lo
que aún le gusto más. Ella nunca me habla de esto, pero yo la comprendo. Siento que me quiere...
Estoy escribiendo con letra pequeña porque el papel es caro; es cosa de las tiendas. Se
aprovechan de la guerra y temen que se termine pronto. Los comerciantes dicen que la guerra les
ha obligado a subir los precios. He estado en una tienda. He entrado en ella porque Dios me ha
ordenado que lo hiciera. No tenía dinero. He pedido algunos libros de ejercicios escolares. En la
tienda había una mujer que, supongo, debía de tener intereses económicos en el negocio, porque
me ha dicho un precio mientras que la otra vendedora me decía otro distinto. La primera mujer me
ha dicho un precio muy elevado, y la segunda otro mucho menor. He seguido a la primera mujer y
la otra se ha puesto nerviosa.
Conozco este tipo de tiendas; en ellas solía comprar las pinturas y el papel para mis decorados.
No me preocupaba el gasto. Las pinturas y el papel eran muy caros. Viendo lo caro que me salía
estuve a punto de renunciar a mi trabajo, pero Dios me dijo que me ayudaría. Creí en Él y seguí
comprando gran cantidad de papel y pinturas. La pintura puede secarse, pero yo sé cómo diluirla.
Las tiendas cargan un montón en todo lo que venden y maldicen la guerra por lo elevado de los
precios. Yo conocía todas estas triquiñuelas de las tiendas porque he vivido en Engandine durante
mucho tiempo, alrededor de un año. Dios estaba conmigo; trabajaba todos los días. Me dormía y
pensaba en Dios. La gente dice que un hombre no puede dormir y pensar al mismo tiempo. Tienen
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razón: yo no pienso cuando estoy durmiendo, sino que siento. Hay que comprender que cuando
escribo no pienso: siento.
Muchos comerciantes decepcionan a la gente. No escribiré con letra grande por mucho tiempo;
escribiré con letra pequeña y ahorraré papel. Los comerciantes creen que las personas que tienen
dinero son estúpidas. Mas no es la gente quien es estúpida, sino las tiendas, porque venden con la
intención de ganar dinero y no con la de servir a las personas. Me gusta la humanidad y no
engañar a la gente.
Yo sé cómo empezó la guerra; empezó con el comercio: es una cosa horrible. Supone la muerte
de la humanidad. Si la gente no cambia su modo de vivir, el comercio lo destruirá todo. El
comercio es una cosa vacía. Las personas que se dedican al comercio se toman a sí mismas por
Dios; mas Dios no les ama. Dios ama a las personas que trabajan. Yo quiero que todo el mundo
ame y viva. Me gustan las cosas que necesito pero no quiero cosas que no necesito. Cuando una
cosa me gusta, voy tras ella. Compré tres libros de ejercicios escolares y pagué un alto precio por
ellos; una de las mujeres me engañó. No me gustan las tiendas. Me gustaría que fueran destruidas
todas las fábricas porque expolian la tierra. Yo amo la tierra y quiero protegerla.
No quiero pogromos. Quiero que la humanidad se percate de que debemos desprendernos de
todas las cosas malas, pues nuestra vida no es larga. La Tierra está asfixiándose. Todos detestan
los terremotos y ruegan a Dios que les libre de semejantes calamidades. Yo quiero terremotos,
porque sé que es entonces cuando la Tierra puede respirar. Pero la gente no sabe qué son los
terremotos y maldicen a Dios. La gente dirá que estoy equivocado porque no he estudiado y no sé
nada sobre la Tierra, pero lo que sí sé es que siento la tierra. Y no porque piense en ella. La Tierra
está viva. Anteriormente fue un sol, y las estrellas que brillan en el cielo son pequeños soles,
mientras que la Luna y otros planetas, como Marte, no lo son. En Marte no hay habitantes. La
gente concebirá temor de mí porque hablo de cosas que nunca he visto; lo que pasa es que yo
puedo ver sin servirme de los ojos. Siento las cosas. Los ciegos me entenderán si les digo que los
ojos ya no se necesitan. En algunos planetas la gente vive en paz y con amor. Todos los
astrónomos me pondrán en su punto de mira y dirán que Nijinsky es un estúpido ignorante y que
no sabe ni una palabra de astronomía. Los astrónomos han inventado telescopios para estudiar la
atmósfera. La gente dirá que estoy loco porque hablo de cosas de las que no entiendo. Pero sí que
entiendo. Yo soy el espíritu que hay en un hombre cuyo cuerpo es Nijinsky. Tengo ojos, pero sé
que si me sacaran los ojos sería capaz de vivir sin ellos.
Conozco a un general francés ciego que todos los días se da un paseo con su mujer. Él siente la
vida. Cree ser desgraciado y, para ocultarlo, sonríe a todo el mundo. Me fijé en él porque tiene un
modo de caminar peculiar y por su manera de llevar la cabeza alta. Me di cuenta de que era
desgraciado y me apiadé de él. Me caía bien y pensé decirle que a mí no me daba miedo quedarme
ciego, pero noté que él no estaba dispuesto a comprenderme y decidí dejarlo para otra ocasión.
Sé que Marte no está habitado, que es un cuerpo helado. Hace millones de años, Marte era como
la Tierra. La Tierra también será como Marte, pero de aquí a algunos siglos. La Tierra está
asfixiándose, por eso pido a todo el mundo que abandonen las fábricas y me escuchen. Pues sé
que es necesario para la salvación de la Tierra.
Mi enfermero es un estúpido; bebe, y se imagina que eso le hace bien, pero en realidad está
matándose a sí mismo. Yo soy el Salvador, Nijinsky, y no Cristo. Amo a Cristo porque Él era
como yo. Amo a Tolstoi porque él era como yo. Quiero salvar a la Tierra, a toda ella, de la asfixia.
Todos los científicos deben abandonar sus libros y acudir a mí, y yo les ayudaré a todos, porque
sé muchas cosas. Soy un hombre en Dios. No temo a la muerte. Y ruego a la gente que no me
tema a mí. Soy un hombre con defectos, como las demás personas. Quiero mejorarme a mí mismo.
Y no debo ser matado porque amo a todos por igual.
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Iré a Zurich y veré la ciudad, que es una ciudad comercial, y Dios estará conmigo.
No soy inteligencia, sino que soy espíritu. Tolstoi habla del espíritu, así como Schopenhauer. Y
yo también escribo sobre el espíritu. Mi filosofía es verdadera, no es producto de la inventiva.
Nietzsche se volvió loco porque se dio cuenta al final de su vida de que todo lo que había escrito
era absurdo. La gente le aterrorizó y se volvió loco. Yo no me aterrorizaré si la gente se mira a sí
misma a través de mí. Yo comprendo a las multitudes. Puedo dirigirlas, aunque no sea un
dirigente. Me gusta la vida familiar; amo a los niños y me gusta jugar con ellos. Los comprendo.
Yo mismo soy un niño, y al mismo tiempo soy padre. Soy un hombre casado. Amo a mi mujer y
quiero ayudarla en su vida. Sé por qué los hombres corren tras las chicas. Y sé qué es una chica.
El hombre y la mujer son uno; prefiero a las personas casadas porque entienden la vida. Las
personas casadas incurren en errores, pero viven. Soy marido y mujer en uno. Amo a mi mujer.
Amo a mi cónyuge. No me gusta que marido y mujer se corrompan. Soy un cuerpo físico, pero no
un amor físico. Soy amor a la humanidad. Quiero que los gobiernos me permitan vivir donde a mí
me guste. Mi mujer es una buena mujer y mi hija también, y no deben ser dañados.
Escribiré mucho porque quiero explicar a la gente el significado de la muerte y de la vida. No
puedo escribir deprisa porque mis músculos se van fatigando. No puedo seguir. Soy un mártir;
siento dolor. Me gusta escribir; quiero ayudar a la gente, pero no puedo escribir porque estoy
cansado. Quiero terminar, pero Dios no me deja. Escribiré hasta que Dios me interrumpa.

TERCERA PARTE.
SENTIMIENTOS.

La niñera estaba sirviendo la comida a mi mujer, a Kyra y a la enfermera de la Cruz Roja. Cristo
llevaba una gran cruz, la enfermera lleva una pequeña en su brazalete. Kyra quería un pastel. Le
dije a la enfermera que se le sirviera el pastel cuando hubiera terminado lo que tenía en el plato. A
la pequeña no le importaba porque sabe que la quiero, pero la enfermera no pensaba lo mismo,
creía que estaba corrigiéndola, que la quería castigar. Después de comer la niña se fue a la cama;
ellas piensan que es una criatura débil, pero es muy fuerte. No puedo escribir, mi mujer me
molesta. Está todo el rato pensando en mi ropa. No me preocupo por ella. Teme que yo no esté
preparado.
No quiero bailar después de comer, por eso no empezaré todavía. Quiero bailar cuando me sienta
en forma, no cuando la gente espera que lo haga; pero me disgusta hacer esperar a los demás, de
modo que me vestiré. Como no quiero reñir, haré todo lo que dicen que haga. Ahora iré a mi
vestidor; tengo un montón de ropa cara; me pondré mis mejores prendas para que todos piensen
que soy rico. No tendré a la gente esperando, así que vamos allá.
He estado arriba un buen rato y he echado una pequeña siesta; al despertar me he vestido y luego
he ido a la costurera. Ésta ha hecho muy bien su trabajo. Ella me comprende. Le gusto porque le
hago regalos. He querido ayudarla, pero no le gustan los médicos. Le he dicho que vaya a un
médico, pero no ha querido. Le he dado a entender que no se preocupe por los gastos. Le regalé a
su marido unos pantalones y aceptó el regalo agradecida. Ella, que me comprende, no se sintió
ofendida. Me gusta Negri, pues tal es su apellido. Es una buena mujer. Vive con tales estrecheces
que cuando entré en su casa apagué la luz eléctrica, que no hacía falta. Ella no se ofendió. Le dije
que había hecho su trabajo muy bien y que le pagaría su dinero y además le haría un regalo. No
tiene ropas de abrigo, por lo que le regalaré un jersei bien abrigado y una capa para salir. Aunque
los regalos no me gustan, me gusta regalar a las personas pobres cosas que necesitan. Pasa hambre
y frío, pero no teme al trabajo; por eso tiene algunos ahorros. Su niño tiene seis años y su niña
unos dos años de edad. También quiero darle un regalo para los niños; van muy pobremente
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vestidos. Le regalaré mis jerseis y alguna otra cosa para los niños. Quiero a los niños y ellos me
quieren a mí. Ella sabe que los niños me gustan. Y sabe que no finjo. Sabe que soy un artista y me
entiende. Ella me gusta y yo le gusto a ella. Su marido es violinista en el Palace Hotel, donde la
gente se divierte con todo tipo de estupideces. Él es pobre, toca de noche. Pasa frío porque no
tiene ropas de abrigo. Está orgulloso de tocar el violín y quiere estudiar, pero no sabe cómo
hacerlo porque no dispone de tiempo. Quiero ayudarle pero temo que no sepa entenderme.
Quiero vivir mucho tiempo y mi mujer me ama mucho. Hoy tiene miedo por mí porque me he
comportado muy nerviosamente. He actuado así a propósito porque el público me entiende mejor
cuando estoy vibrante. No comprenden a los artistas que son plácidos. El artista tiene que ser
nervioso. He ofendido a la pianista Gelbar. Yo le tengo en mucha estima, pero me encontraba
nervioso. Dios ha querido que el público se hallara en un estado de excitación. El público había
acudido para divertirse y creo que he bailado para su diversión. Mis danzas han causado miedo.
Estaban asustados de mí pensando que iba a matarlos. Y no ha sido así. Yo quería a todos, pero
nadie me quería a mí y me he puesto nervioso y excitado; y la audiencia se ha dado cuenta de mi
estado de ánimo. No les he gustado, querían irse. Entonces he intentado hacer una danza alegre y
placentera y han empezado a divertirse. Al principio les ha parecido que yo era un actor triste,
pero les he mostrado que también podía hacer cosas alegres. La audiencia ha empezado a reírse
cuando lo he hecho. En mi danza me reía. La audiencia se reía; han comprendido mi danza y se
han sentido como si también fueran bailarines.
He danzado de mala manera; he caído cuando no tenía que haberlo hecho. A la audiencia no le ha
importado porque mi baile era hermoso. Ellos mismos han sentido mi estado de ánimo y se han
divertido. Yo quería seguir bailando pero Dios me ha dicho: «Basta». Y me he detenido. La
audiencia ha empezado a irse. Los aristócratas y los ricos me han rogado que bailara una pieza
más. He dicho que estaba cansado. No me han comprendido y han insistido. He dicho a una de las
damas de la aristocracia allí presente que sus movimientos eran excitantes. Ella ha pensado que
quería ofenderla. Entonces le he explicado que quería decir que tenía cierto sentido de los
movimientos; entonces me ha agradecido el cumplido. Le he dado la mano y se ha dado cuenta de
que he sido correcto. Me ha gustado, pero tengo la impresión de que ha acudido con la intención
de conocerme. Me ha parecido que a ella lo que le gustan son los hombres jóvenes. Y como a mí
no me gusta ese tipo de vida, le he pedido que me dejara. Ella se ha percatado de mis sentimientos
y no ha continuado la conversación. Yo quería hablar con ella, pero ella no sentía lo mismo. Le he
enseñado mi pie sangrando; a ella la sangre le desagrada. He querido darle a entender que la
sangre significa guerra y que a mí la guerra no me gusta, y para hacerle pensar en los enigmas de
la vida le he mostrado cómo bailaría una cocotte. Ella no ha seguido porque se daba cuenta de que
yo estaba actuando. Las demás personas pensaban que yo iba a caer al suelo y que iba a ponerme
a hacer el amor. No queriendo introducir el embarazo en la alegre reunión, me he ido cuando lo he
creído conveniente. Durante toda la velada he sentido la presencia de Dios. Él me amaba. Yo le
amaba. «Estábamos casados.» Cuando nos llevaban al Suvretta, en el coche de caballos, le he
dicho a mi mujer que ese día era el de mis «bodas con Dios». A la ida me ha entendido bien, pero
en la reunión ella ha perdido «ese sentimiento». La he querido y por eso le he dado algo para
beber diciéndole que me encontraba bien y que me sentía feliz. Entonces ella lo ha sentido de otra
manera. Ha pensado que no la quería porque estaba nervioso.
El teléfono está sonando, pero no pienso contestar porque no me gusta hablar por teléfono. Mi
mujer quiere contestar. He salido de la habitación y he visto a mi mujer en pijama; le gusta dormir
con pijama. Ella me quiere y por eso me ha dicho que era hora de irse a la cama. Me he levantado
y he ido a la cama, pero me he llevado conmigo mi cuaderno para escribir todo lo que he vivido a
lo largo del día.
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Hoy he vivido muchísimas cosas. Hoy, todo ha sido horrible. Estoy asustado de la gente; ni me
sienten ni me comprenden, quieren que viva como ellos viven. Quieren que baile cosas divertidas.
A mí no me gusta la diversión, me gusta la vida. Mi mujer está echada junto a mí mientras escribo.
No duerme; sus ojos están abiertos. La acaricio suavemente. Es sensible e intuitiva. Me resulta
muy incómodo escribir y escribo mal. Mi mujer suspira; me siente a su lado; yo la comprendo y
no replico a su suspiro. Algún día le diré que debemos casarnos en espíritu porque yo quiero un
amor espiritual. Se lo diré mas adelante, ahora está asustada, le doy miedo.
No puedo escribir; no dejo de pensar en un hombre que estaba en la reunión esta noche.
Mi mujer me molesta, lo adivina todo. Me río nerviosamente. Mi mujer está escuchando el timbre
del teléfono, pero está pensando en mí y en mis escritos. Me pregunta qué estaba escribiendo tan
rápidamente y cierro mi cuaderno porque quiere leerlo. Adivina que estoy escribiendo sobre ella,
pero no lo comprende y me teme. Hoy quiero escribir mucho porque tengo mucho que decir, pero
quiero que mi mujer se duerma. Sé que le hago una profunda impresión. Ella adivina mis
sentimientos. Sabe que estoy capacitado para actuar, pues me dice que actúo tan bien como la
Duse y Sarah Bernhardt. Le he planteado un gran problema para que lo resuelva. Ella no puede
comprender el significado de la muerte. Del mismo modo que no quiere morir, no es capaz de
pensar en la muerte. Está bostezando y piensa que también yo debería de dormirme. También
teme que yo escriba cosas sucias sobre la gente. Mi mujer está bostezando y tosiendo para atraer
mi atención.
Quiero que los artistas me comprendan y por eso compartiré su vida. Si Dios quiere, iré con ellos
a un cabaret. Allí pierden todos sus sentimientos. Necesitan dinero y yo les daré un poco. Me
olvidarán, pero su sentimiento y su intuición habrán despertado. Quiero que sientan, para ello
bailaré en París durante varios meses a beneficio de los artistas pobres. Si quieren organizar las
actuaciones ellos mismos, pueden hacerlo.
Si quieren que sea yo quien las organice, lo haré. Pero habrán de pagarse los gastos de mi mujer
en París. Pediré a Astruc que reúna a los actores y artistas pobres porque quiero hablarles. Les diré:
«Escuchad, yo soy un artista, como vosotros. Somos artistas y por eso hemos de amarnos
mutuamente. ¡Escuchad! Quiero hablaros de modo amistoso. ¿Queréis que lo haga?» Les haré una
pregunta sobre la vida. Si me contestan... estaré salvado; si no me sienten ni me entienden... seré
un hombre pobre y miserable y sufriré. No quiero bailar en Saint-Moritz porque aquí la gente no
me quiere. Piensan que estoy enfermo. Lo lamento. Estoy bien pero no administro bien mis
fuerzas. Bailaré más que nunca. Quiero enseñar danza y trabajaré un poco todos los días. También
escribiré y no iré a ninguna fiesta. Ya he tenido más que suficientes molestias de esas. No me
gusta estar divertido porque sé que la diversión es la muerte, la muerte del espíritu. Tengo miedo
de la muerte y por eso amo la vida.
Quiero pedir a la gente que venga y me vea, pero mi mujer está asustada. Quiero invitar a un
viejo judío amigo del barón Gunsbourg. El barón Gunsbourg es un nombre bueno.
Todos dirán que Nijinsky se ha vuelto loco. A mí no me importa, ya me he comportado en mi
casa como un loco. Todo el mundo lo pensará, pero a mí no me meterán en un asilo porque bailo
muy bien y doy dinero a todos los que me lo piden. A la gente le gusta un hombre extravagante y
peculiar y me dejarán solo llamándome «payaso loco». Me gustan los locos, sé cómo hablarles.
Mi hermano estaba en un asilo para lunáticos.
Yo estaba orgulloso de él y él me comprendía. Sus amigos de allí también me estimaban.
Entonces yo tenía dieciocho años. Conozco la vida de los lunáticos y comprendo la psicología de
un hombre loco. Mi hermano murió en un asilo.
Mi madre está viviendo las últimas horas de su vida. Temo no volver a verla más. ¡Pido a Dios
que le dé muchos años más de vida! Mi madre y mi hermana escaparon de Moscú huyendo de los
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maximalistas. Estaban cansadas de la guerra civil y huyeron junto con Kotchetovski, mi cuñado, y
su hija Ira, dejando tras de sí todas sus pertenencias. Son buenas personas. Estoy orgulloso de mi
hermana Bronia. Kotchetovski es un hombre bueno. Tiene la vida difícil porque ha de
preocuparse por el dinero. Le gusta pintar y escribir. Escribe bien.
La campana está sonando. Es A. que vuelve de una fiesta. Ella no me quiere; le encanta divertirse.
A. quiere que la lleve con mi compañía de bailarines; pero no puedo hacerlo, pues carece de
sensibilidad para ese trabajo. Lo único que quiere es reunirse con mi compañía en la medida en
que le conviene. Ella no piensa en mí; no se preocupa por lo que hago. Se divierte mientras yo
trabajo e ignora mi afecto. Le he regalado un anillo y ropa y fingí estar enamorado de ella, pero
ella no me entiende. Mi enfermero es un borracho. Bebe sin parar y ha enfermado. Hace ya mucho
tiempo le avisé de que pasaría esto. Se ha puesto enfermo y no puede trabajar; ha dejado que el
horno se apague, con lo que estamos helándonos. Ha sido mientras preparábamos mis ropas con
Negri.
Mi mujer no se agita cuando baila. Es una mujer sana; su problema es que piensa demasiado.
Temo por ella, sus pensamientos harán que le resulte difícil entenderme. Estoy asustado, pues ella
no puede seguir mis metas. Siente muchísimo, pero ignora el significado de tal cosa. Me da miedo
explicárselo porque sé que se asustará. Tengo que hacerle mejorar por medios diferentes. Ella me
obedece. Yo la obedezco. Ella entenderá cuando otras personas le digan que todo lo que hago está
bien.
Estoy ante un precipicio al que puedo caerme, pero no estoy asustado. Dios no quiere que me
caiga. Él me ayuda.
Una vez salí a dar un paseo y me pareció ver algo de sangre en la nieve. Seguí el rastro de sangre
y sentí que había sido muerto alguien que todavía estaba vivo. Fui en otra dirección y eran
visibles más manchas de sangre. Tenía miedo pero seguí las huellas; había un precipicio. Me di
cuenta de que las huellas no eran de sangre sino de estiércol. Caminando por la nieve me di cuenta
de que había marcas de esquís que aparentemente se detenían junto a las huellas de sangre. Pensé
que alguien había enterrado a un hombre en la nieve tras haberle golpeado y asesinado. Me asusté
y corrí hacia atrás. Más tarde volví de nuevo y sentí que Dios quería que viera, estuviese asustado
de Él o no. Dije con energía: «No, no estoy asustado de Dios: Él es vida y no muerte». Entonces
Dios me hizo caminar hasta el precipicio diciéndome que Él había sido herido y debía ser salvado.
Yo estaba asustado. Pensé que el demonio me estaba tentando, como tentó a Cristo. Me decía:
«Salta y entonces te creeré». Yo estaba asustado y me estuve allí, en pie, un rato; entonces sentí
que estaba siendo empujado hacia el precipicio. Me acerqué al borde y me deslicé, pero unas
ramas que antes no había notado interrumpieron mi caída. Me quedé estupefacto y pensé que se
trataba de un milagro. Dios había querido probarme. Yo le entendía. Intenté empujar las ramas
pero Él no me lo permitió. Estuve allí mucho tiempo agarrado a las ramas y entonces que quedé
aterrorizado. Dios me dijo que si soltaba las ramas me caería. Finalmente me separé de los
arbustos, pero no me caí. Dios me dijo: «Vete a casa y dile a tu mujer que estás loco». Me di
cuenta de que Dios quería ayudarme, volví a casa y le di esta noticia a mi mujer.
En el camino de vuelta volví a ver rastros de sangre, pero ya no creí en su existencia. Dios me
había mostrado aquello a fin de que le sintiera a Él. Sentí su presencia y volví. Me dijo que me
echara en la nieve. Así lo hice. Me hizo yacer en la nieve durante mucho, mucho rato. Mis manos
empezaron a enfriarse, a helarse. Quité la mano de la nieve y dije que ese no podía ser el deseo de
Dios, pues la mano me dolía. Dios había sido complacido, pero después de que diera unos pocos
pasos me ordenó volver y echarme junto al árbol. Fui junto al árbol y me deslicé. Dios volvió a
mandarme que me echara en la nieve. Estuve allí echado un buen rato. Ya no sentía el frío;
entonces Dios me dijo que me levantara. Me levanté. Me dijo que me fuera a casa. Volví a casa.
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Dios me dijo: « ¡Alto!» Me detuve. Volví a ver los rastros de sangre. Me dijo que volviera y lo
hice. Dijo: «Alto». Me detuve.
Todos pensarán que todo esto es mi imaginación, pero he de decir que todo lo que escribo es la
pura verdad. Lo he vivido. Todo lo que describo me ha sucedido a mí. Alguien llama. Todo el
mundo en la casa está durmiendo. Fuera de la casa alguien llama: «Oiga», y sigue llamando,
«Oiga». Como no quiero despertar a mi mujer, no me muevo. Mi mujer duerme muy bien. Espero
que los criados oigan y abran la puerta. El cuaderno acaba de deslizarse; es muy incómodo.
Alguien sube por las escaleras. No tengo miedo. Creo que es A. que vuelve de su fiesta, pero no
estoy seguro. Dios lo sabe, yo no lo sé. Sigo siendo solamente un hombre, no Dios. Si Dios quiere
lo averiguaré. Dios me ha dado a entender que se trataba de A. Y es que A. duerme en la
habitación contigua, la alcoba de Kyra está cerca de la suya. Kyra duerme profundamente, por ello
no puede haber sido ella quien ha hecho todo ese ruido. La puerta ha rechinado. Siento que era A.
Sé cómo se mueve, siempre nerviosamente. Vuelve a casa a la una y cuarto de la noche. Miro mi
reloj, que siempre está en hora.
Tras haber visto los rastros volví atrás corriendo rápidamente. Me siento seguro de que se ha
matado a alguien. Me doy cuenta también de que alguien debe de haber intentado borrar el rastro
de sangre tapándolo con nieve de modo que parezca estiércol. Lo miré muy de cerca y vi que
estaba sucio. Tras eso volví atrás. La distancia que había corrido era de sólo unos diez metros,
quizá un poco más. Yo corro muy bien. Cuando corro me siento como un chiquillo. Corro a casa
contento de que mis pruebas hayan terminado pero Dios me hace ver a un hombre que camina
hacia mí. Dios me indica que vuelva atrás diciéndome que «ese era el hombre que había sido
muerto». Corro hacia atrás. Me detengo y me escondo tras una pequeña prominencia, me agacho
de modo que el hombre no pueda verme, finjo que me he caído en la nieve y que no puedo
levantarme. Permanezco así echado durante largo rato. Luego me levanto y vuelvo sobre mis
pasos. Veo al hombre removiendo la nieve con un bastón. Entonces empieza a romper algunas
ramas de un árbol. Me doy cuenta de que está buscando algo. Yo iba caminando por la carretera
en que se halla el hombre en pie. Él me ve pero no dice nada; me hubiera gustado decirle:
«Buenos días, anciano», pero está demasiado ocupado. No está claro qué es lo que hace. Al cabo
de algún tiempo Dios me dice que mire hacia atrás. Lo hago y veo al hombre hurgando de nuevo
en la nieve con un bastón, y pienso que el bastón va a romperse. Siento que ese hombre es el
asesino. Sabía que me equivocaba y a pesar de ello todavía siento que él era el asesino. Me doy
cuenta de mi error. Quiero irme pero de repente veo un banco; junto a él había un montículo de
nieve; y en él estaba clavado un trozo de leña. Una rama de pino. Partida por la mitad. En el
montón de nieve había un gran agujero. Miro por él pensando que ese hombre lo habrá abierto
con una intención particular. Había allí un pequeño túmulo con una cruz encima; bajo la cruz
había sido escrito algo. Me doy cuenta de que el hombre ha preparado esa tumba, que es la de su
mujer. Yo estaba asustado y empecé a correr con el sentimiento de que mi mujer había caído
enferma. La muerte me asusta y no la quiero. Vuelvo y arranco el trozo de leña. Entonces pienso
que el hombre...
Pido al pueblo suizo que cuide de mí. Quiero publicar este libro en Suiza porque es aquí donde
vivo. Suiza me gusta. Quiero publicar este libro muy barato. Quiero ganar algo de dinero porque
soy pobre. No tengo dinero y no me gustan los créditos ni estar endeudado. Quiero jugar a la
bolsa. Con el espíritu obtendré más que con la inteligencia. Produciré un ballet en que retrataré el
espíritu, la inteligencia y la vida de los hombres; pero para esta labor necesito ayuda. Había
pensado en el señor Vanderbilt, pero he cambiado de idea. Vanderbilt deja dinero a los artistas. A
mí no me gusta deber dinero a nadie y por ello yo mismo reuniré la cantidad necesaria para
producir este nuevo ballet. Diaghilev me debe dinero. Él piensa que ya me ha devuelto todo lo que
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me debe, pero ha perdido el proceso de Buenos Aires. He ganado el proceso y según la sentencia
me debe 50.000 francos más. Diaghilev todavía me debe una gran cantidad. No soy avaricioso
pero quiero ese dinero que yo gané y que Diaghilev todavía me debe. El dinero me gusta
solamente porque con él puedo ayudar.
La vida no es sexo; el sexo no es Dios. Dios es un hombre que fecunda a una sola mujer, un
hombre que da hijos a una mujer. Tengo veintinueve años. Amo a mi mujer espiritualmente, no
para que me dé hijos. Tendré hijos si Dios lo quiere. Kyra es una niña inteligente. No quiero que
sea lista. La prevendré contra el desarrollo de su inteligencia. Me gustan las personas sencillas
pero no la estupidez, porque no veo sentimiento en ello. La inteligencia detiene el desarrollo de
las personas. Yo siento a Dios y Dios me siente a mí.
Deseo corregir mis defectos, pero ignoro si seré capaz de hacerlo. Los ojos del médico estaban
llenos de lágrimas cuando me dijo que no necesitaba promesas, que sabía que yo haría cualquier
cosa para que mi mujer dejara de estar nerviosa y preocupada. Le expliqué que era yo quien
deseaba que viniera la madre de mi mujer, que no quería que mi mujer estuviera asustada; por eso
quise que mi suegra viviera con nosotros. Las autoridades aliadas no me dan miedo. No me
importa que nos quiten todo nuestro dinero. Pero no quiero que este dinero se lo quiten a mi
familia. No quiero que mi mujer quede arruinada. Le he dado a ella todo lo que tenía, que era muy
poco, para que pueda vivir. A mí la vida no me da miedo, por eso no necesito dinero. Si yo muero
mi mujer llorará. Espero que no tarde mucho en olvidarme. Mi mujer no siempre me comprende,
o, más bien, me siente. La mujer de Tolstoi carecía de la facultad de sentir. La mujer de Tolstoi no
podía olvidar que él había repartido todo su dinero. Yo quiero dar dinero a mi mujer. Quiero a mi
mujer y a Kyra más que a ninguna otra cosa; tengo la mano cansada.
No me gusta el Hamlet de Shakespeare porque razona. Yo soy un filósofo que no razona; un
filósofo que siente. No me gusta escribir cosas imaginarias. Shakespeare me gusta porque amaba
el teatro. Shakespeare entendía el teatro. También yo he entendido el «teatro vivo». Yo no soy
artificial. Soy vida. El teatro no es vida. Conozco los hábitos teatrales. El teatro se convierte en
una costumbre. La vida no. No me gusta el teatro con un escenario cuadrado. Me gusta el
escenario redondo. Construiré un teatro que tenga forma circular, como un ojo. Me gusta mirar el
espejo de cerca y ver solamente mi ojo en la frente. A veces dibujo un ojo. Me desagradan las
polémicas, por eso la gente podrá decir lo que quiera de mi libro; yo callaré. He llegado a la
conclusión de que es mejor callar que hablar. Diaghilev, que es inteligente, me decía que callara.
Vassilli, su criado, solía decir: «Diaghilev no tiene un céntimo, pero su inteligencia vale una
fortuna». Yo digo: «Yo no tengo un céntimo ni tengo inteligencia, pero tengo un espíritu». Llamo
espíritu a ese núcleo que genera el sentimiento. Yo soy intuitivo. Antes era estúpido porque
pensaba que la felicidad depende del dinero; ahora ya no pienso lo mismo. Mucha gente piensa en
el dinero; yo necesito cierta cantidad para realizar mis planes; todos tenemos planes y objetivos y
necesitamos dinero para realizarlos, pero nuestros problemas son diferentes. Yo soy un problema
de Dios, no del Anticristo. No soy el Anticristo. Soy Cristo. Ayudaré a la humanidad.
El médico me aconseja que vaya a Ginebra a descansar. Cree que estoy cansado porque
actualmente mi mujer está muy nerviosa, con mucha tensión. Yo no lo estoy, por eso me quedaré
en casa. Mi mujer puede irse sola. Tiene poco dinero. Yo no tengo un céntimo. No bromeo
cuando digo que no tengo dinero. Me gustaría tener dinero y ganaré algo para dárselo a mi mujer
y a los pobres. Muchos dirán que Nijinsky pretende ser Cristo. No lo pretendo; amo sus acciones.
No me da miedo ser atacado. Digo todo lo que tengo que decir.
Suelo salir a la calle. He disgustado a mi mujer. No soy de naturaleza erótica y por eso no volveré
a disgustar a mi mujer. Guardaré mi semilla para tener otro hijo; espero tener un hijo algún día.
Quiero a mi mujer y no deseo que le ocurra nada malo. Ella es intuitiva. Cree que hago todas las
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cosas intencionadamente, con el objetivo de asustarla. Todo lo que hago lo hago con la intención
de hacerle bien y de hacerla feliz. Ella come carne; lo cual es causa de su nerviosismo; pero no
importa que se coma carne; lo importante es llevar una buena vida. Mi mujer sabe que es bueno
llevar una vida regular, pero no se da cuenta en qué consiste este modo de vida. «Escuchar a Dios
y obedecerle, ese es un modo de vida bueno y regular.» La gente no comprende a Dios y se
pregunta a sí misma quién es ese Dios a quien hay que obedecer. Yo conozco a Dios y sé cuáles
son sus deseos. Amo a Dios.
No sé sobre qué escribir, porque de repente he pensado en los médicos y en mi mujer, que están
hablando en la habitación de al lado. Sé que no les gustan mis actos, pero yo seguiré actuando del
mismo modo mientras Dios así lo desee. No temo complicación ninguna. Pediré a todo el mundo
que me ayude y no temeré que me digan, por ejemplo: «Su mujer se vuelve loca porque usted la
ha atormentado; por ello será usted encarcelado para el resto de su vida». No tengo miedo a la
cárcel y allí encontraré vida, pero moriré si me meten allí de por vida. No quiero que mi mujer
esté enferma, la quiero demasiado para hacerle daño. Quiero esconderme de la gente; estoy
acostumbrado a vivir solo.
A Maupassant le aterrorizaba vivir solo. Al conde de Monte Cristo le gustaba la soledad porque
necesitaba tiempo para preparar su venganza. Maupassant temía la soledad. Yo temo la soledad
pero no lloraré; Dios me ama y por eso no estoy solo. Si Dios me deja, moriré. Y como no lo
deseo, viviré como los demás a fin de ser entendido por los demás. Dios es humanidad; no le
gustan aquellos que se interfieren en sus planes. Yo no lo hago; por el contrario, ayudo a Dios. Yo
soy el arma de Dios, un hombre de Dios. Me gustan las personas de Dios. No soy un mendigo. Si
un hombre rico me da dinero, lo aceptaré. Un hombre rico es algo que me gusta. El hombre rico
tiene un montón de dinero y yo no tengo nada. Cuando alguien se da cuenta de que no tengo
dinero, se atemoriza y me da la espalda. Por eso mi deseo de ser rico crece de hora en hora.
Alquilaré un caballo para que me lleve a casa, y lo haré sin pagar. Mi mujer lo pagará. Y si no lo
paga, ya encontraré la manera de pagarlo yo mismo. Deseo que mi mujer me quiera, y haré todo
esto para desarrollar su carácter. Su inteligencia está bien desarrollada, pero no sus sentimientos.
Quiero destruir su inteligencia; entonces sólo podrá desarrollarse en otras direcciones. La gente
cree que sin inteligencia una persona está loca o alienada. Una persona loca es una persona que no
puede razonar. Un lunático es el que no se da cuenta de lo que hace. Yo soy consciente de mis
buenas y de mis malas acciones. Soy un hombre dotado de razón. En la obra de Tolstoi se
explican muchas cosas sobre la razón. He leído su obra y por eso conozco su sentido. No tengo
miedo a las personas inteligentes. Soy fuerte porque siento todo lo que se dice sobre mí. Sé que
ellos inventan todo tipo de cosas para calmarme. Los médicos son buenos. Mi mujer también es
buena, pero piensan demasiado. Temo su inteligencia. Las personas se vuelven locas porque
piensan demasiado; temo por ellos, piensan demasiado. No quiero que se vuelvan locos: haré
cualquier cosa para que estén sanos.
He ofendido a mi mujer sin darme cuenta; entonces le he pedido que lo olvide; mis faltas son
continuamente sacadas a la luz en los momentos adecuados. Temo por mi mujer; ella no me
comprende. Me cree loco o malvado. No soy malvado, la quiero. Yo escribo sobre la vida, no
sobre la muerte. No soy el Nijinsky que ellos piensan. Soy Dios en el hombre. Mi mujer es buena.
Le he contado en secreto todos mis planes y ella se lo ha contado todo a los médicos, creyendo
que esto me ayudaría. Mi mujer no comprende mi objetivo; esto no se lo explico, no quiero que lo
sepa. Yo sentiré y ella comprenderá. Ella sentirá y yo comprenderé. No quiero pensar, pensar es la
muerte. Yo sé qué estoy haciendo. «No quiero que estés enfermo. Te quiero. Quiero vivir y por
eso estaré contigo. Te hablo. No quiero una conversación inteligente.» Los médicos hablan con
inteligencia y lo mismo hace mi mujer. Les temo. Quiero que comprendan mis sentimientos. «Sé
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que esto te hace daño. Tu mujer está sufriendo por tu causa.» No quiero que venga la muerte y por
eso me sirvo de todo tipo de triquiñuelas. No revelaré mi objetivo. «Déjales pensar que eres un
egoísta. Déjales meterte en la cárcel. Yo te libraré porque me perteneces. No me gusta la
inteligente Romola. Quiero que ella te deje. Quiero que seas mío. No quiero que la ames como
ama un hombre. Quiero que la ames con un amor de sensibilidad. Sé cómo simplificar y suavizar
todo lo que ha ocurrido. Quiero que los médicos comprendan tus sentimientos. Pero he de avisarte
porque los médicos creen que tu mujer es una persona nerviosa. Tu cruz ha hecho tanto daño que
tú no logras desembarazarte de todo esto. Conozco tus faltas porque yo las he cometido.» Al
ponerme una cruz yo tenía una intención. «Ella te comprende. El médico ha venido a fin de
averiguar cuáles son tus intenciones y no entiende nada de nada. Él piensa, y por eso le resulta
difícil entender. A él le da la impresión de que Romola tiene razón y de que también tú tienes
razón. Yo sé cómo entender.» Yo pienso mejor que los médicos. «Temo por ti, porque estás
atemorizado. Conozco tus costumbres. Tu amor por mí es infinito; tú obedeces mis órdenes. Haré
cualquier cosa para lograr que me entiendas, quiero a tu mujer y te quiero a ti. A ella la quiero
bien. Soy Dios en ti. Seré tuyo cuando tú me comprendas. Sé qué estás pensando: que él está aquí
y que te está mirando. Quiero que él te mire.» No quiero darme la vuelta porque siento que él me
está mirando. «Quiero mostrarle tus escritos. Él pensará que estás enfermo de tanto escribir.
Comprendo tus sentimientos. Te comprendo perfectamente. Te hago escribir intencionadamente
para que también él comprenda tus sentimientos. Quiero que escribas todo lo que te estoy
diciendo. La gente te entenderá porque eres sensible. También tu mujer te entenderá. Sé más que
tú y por eso te pido que no te des la vuelta. Conozco tus planes. Quiero llevar a cabo tus planes,
pero tendrás que sufrir. El mundo solamente te sentirá y te entenderá cuando vea tus
sufrimientos.»

(Nijinsky paseaba por Saint-Moritz llevando una cruz sobre la corbata, lo cual causaba sensación,
como se explica en su biografía.)

Quiero escribir sobre la conversación que he tenido en el comedor con mi mujer y con el médico.
He fingido que era egoísta porque quería afectarles. Él se ofenderá si lo descubre, pero no me
importa. Yo no reparto el amor. He escrito que quería a mi mujer más que a nadie; quería mostrar
lo que siento por mi mujer. También quiero mucho a A. Conozco sus triquiñuelas. Ella
comprende mis sentimientos y por eso se va a ir dentro de unos días. No deseo su presencia.
Quiero que mi suegra se quede porque quiero estudiarla y ayudarla. No estudio el carácter de las
personas para escribir sobre ellas. Quiero escribir a fin de explicar a las personas sus hábitos, que
les llevan a la muerte. Este libro lo titularé Sentimientos. Me gustan los sentimientos y voy a
escribir un importante libro sobre ellos. En él habrá una descripción de mis sentimientos. No
quiero publicar este libro tras mi muerte. Quiero publicarlo ahora. «Tengo miedo de ti porque
estás asustado de ti mismo. Quiero decir la verdad. No quiero hacer daño a las personas. Quizá
seas metido en la cárcel por escribir este libro. Yo estaré contigo porque me quieres. No puedo
estar callado. Debo hablar. Sé que no serás metido en la cárcel; legalmente no has cometido
ningún delito. Si la gente quiere juzgarte, responderás que todo lo que dices es palabra de Dios.
Entonces te meterán en un asilo y comprenderás a los locos. Quiero que seas metido en la cárcel o
en un asilo. Dostoievski fue a la cárcel, de modo que también tú puedes dejarte encerrar en algún
sitio. Conozco a personas cuyo amor no ha muerto y que no consentirán que te metan en cualquier
sitio. Serás tan libre como un pájaro cuando se publiquen miles de ejemplares de este libro.
Quiero firmarlo con el nombre de Nijinsky, pero mi nombre es Dios. Quiero a Nijinsky, pero no
al Narciso, sino al Dios.» Yo le quiero a Él porque me dio la vida. No quiero andarme con
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cumplidos. Le amo. Él me quiere porque conoce mis costumbres. «Nijinsky tiene faltas, pero
Nijinsky debe ser escuchado porque dice las palabras de Dios.» Nijinsky soy yo. «No quiero que
Nijinsky reciba daños y por eso le protegeré. Sólo temo por él porque él teme por sí mismo.
Conozco su fuerza. Es un hombre bueno. Yo soy un buen Dios. No me gusta Nijinsky cuando es
malo.» A mí no me gusta Dios cuando es malo. Yo soy Dios, Nijinsky es Dios. «Es un hombre
bueno, no es malo. La gente no le comprende, y pensando no le comprenderá. Si la gente me
escucha durante varias semanas los resultados serán grandes. Espero que mis esperanzas sean
comprendidas.» Todo lo que escribo es necesario para la humanidad. Romola me tiene miedo, le
parece que soy un predicador. Romola no quiere que su marido sea un predicador, quiere un
marido joven y apuesto. Yo soy apuesto y joven. Ella no entiende mi belleza porque no tengo
rasgos regulares. Los rasgos regulares no son propios de Dios. Dios tiene sensibilidad en el rostro,
un jorobado puede ser como Dios. A mí me gustan los jorobados y demás personas deformes. Yo
mismo soy un deforme con sentimientos y sensibilidad y podría bailar como un jorobado. Soy un
artista que ama todas las formas y toda la belleza. La belleza no es relativa. La belleza es Dios, en
la belleza y en los sentimientos está Él. La belleza también está en los sentimientos. Yo amo la
belleza. La siento y la comprendo. Las personas que piensan escriben cosas absurdas sobre la
belleza. La belleza no admite discusión. Ni puede criticarse. Yo siento la belleza. Amo la belleza.
No quiero la maldad; quiero el amor. La gente piensa que soy un nombre maligno. Mas no lo soy.
Yo amo a todos. He escrito la verdad. He dicho la verdad. No me gusta la falta de veracidad y
quiero la bondad, no la maldad. Yo soy amor. La gente me ha tomado por un espantapájaros
porque me he puesto una crucecita que me gustaba. La llevaba para mostrar que soy católico. La
gente creía que estaba loco. No lo estaba. Llevaba la cruz para que la gente me viera. A la gente le
gustan los hombres tranquilos. Yo no lo soy. Amo la vida. La quiero. No me gusta la muerte.
Quiero amar a la humanidad. Quiero que la gente crea en mí. He dicho la verdad sobre A., sobre
Diaghilev y sobre mí mismo. No quiero guerra y asesinatos. Quiero que la gente me comprenda.
Le he dicho a mi mujer que destruiré a los hombres que toquen mis cuadernos, pero si tengo que
hacerlo, lloraré. No soy un asesino. Sé que desagrado a todos. Piensan que estoy enfermo. No lo
estoy. Soy un hombre dotado de inteligencia.
La doncella ha venido y se ha quedado a mi lado pensado que me encontraba mal. No es así.
Estoy sano. Temo por mí mismo porque conozco los deseos de Dios. Dios quiere que mi mujer
me deje. Yo no deseo esto, la quiero y rezaré para que se quede conmigo. Están hablando por
teléfono sobre algo. Creo que quieren enviarme a la cárcel. Lloro porque amo la vida, pero la
cárcel no me da miedo. Allí, viviré. Se lo he explicado todo a mi mujer. Ella ya no tiene miedo,
pero todavía tiene sentimientos turbios. Le he hablado con dureza porque quería ver sus lágrimas;
pero no las causadas por la pena. Por eso iré y la besaré. Quiero besarla para mostrarle mi amor.
La quiero, la amo, deseo su amor. A. ha sentido que también la amo a ella, y se queda con
nosotros. No se irá. Ha llamado por teléfono para devolver su billete. No estoy seguro de esto
pero lo siento.
Mi hijita está llorando: «¡Ah, ah, ah, ah!» No comprendo su significado pero siento qué es lo que
quiere decir. Quiere decir que todo es alegría - « ¡Ah, ah!» -, que no es horror.

EPÍLOGO.

Quiero llorar pero Dios me ordena que escriba. No quiere que me detenga. Mi mujer llora y llora.
Yo también. Temo que el médico venga y me diga que mi mujer llora mientras yo escribo. Pero
no iré con ella porque no merezco reproches. Mi hija lo ve y lo oye todo, espero que ella me
comprenda. Amo a Kyra. Mi pequeña Kyra siente mi amor por ella pero también ella piensa que
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estoy enfermo, debido a que así se lo han dicho. Ella me pregunta si duermo bien; yo le respondo
que siempre duermo bien. No sé qué escribir pero Dios desea que lo haga. Pronto iré a París y
produciré una gran impresión; todo el mundo hablará de ello. No quiero que la gente crea que soy
un gran escritor o que soy un gran artista, ni siquiera que soy un gran hombre. Soy un hombre
sencillo que ha sufrido mucho. Creo que he sufrido más que Cristo. Amo la vida y quiero vivir,
llorar, pero no puedo... Siento un dolor tan grande en mi alma, un dolor que me atemoriza. Mi
alma está enferma. Mi alma, no mi espíritu. Los médicos no entienden mi enfermedad. Sé qué
necesito para ponerme bien. Mi enfermedad es demasiado grande para ser curada deprisa. Soy un
incurable. Mi alma está enferma, soy un pobre, un miserable. Todos los que lean estas líneas
sufrirán; comprenderán mis sentimientos. Sé qué es lo que necesito. Soy fuerte, no soy débil. Mi
cuerpo no está enfermo; es mi alma la que está enferma. Sufro, sufro. Todos sentirán y entenderán
que soy un hombre, no una bestia. Amo a todos, tengo defectos, soy un hombre, no soy Dios.
Quiero ser Dios y por eso intento corregirme. Quiero bailar, dibujar, tocar el piano, escribir versos,
quiero amar a todos. Ese es el objeto de mi vida. Sé que el socialismo me entendería mejor, pero
no soy socialista. Soy parte de Dios, mi partido es el partido de Dios. Amo a todos. Yo no quiero
la guerra ni las fronteras. El mundo existe. Mi casa está en todas partes. Vivo en todas partes. No
quiero tener ninguna propiedad. No quiero ser rico. Quiero amar. Soy amor, no crueldad. No soy
un animal sanguinario. Soy un hombre. Soy un hombre. Dios está en mí. Yo soy en Dios. Le amo,
le busco. Quiero que mis manuscritos sean publicados a fin de que todos puedan leerlos. Espero
corregirme. No sé cómo, pero siento que Dios ayudará a todos aquellos que le busquen. Yo le
busco, pues puedo sentir a Dios. Dios me busca y por eso nos encontraremos el uno al otro.

DIOS Y NIJINSKY, Saint-Moritz Dorf, Villa Guardamunt, 27 de febrero de 1919.


Editado por ROMOLA NIJINSKY, Semana Santa de 1936, Sanatorio Bellevue,
Kreuzlingen.

FIN:

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