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El norte de África también fue escenario de combates.

Desde Gibraltar
hasta Alejandría, la armada británica dominaba el Mediterráneo, pero
existía un punto de gran importancia estratégica que podía inclinar la
balanza del lado alemán: el canal de Suez. Controlado por los ingleses,
este paso permitía la comunicación entre las colonias africanas y asiáticas
del Imperio británico y la metrópoli; su pérdida pondría en graves aprietos
a Inglaterra. En septiembre de 1940, Mussolini había fracasado en su
intento de atacar Egipto desde la vecina Libia, entonces colonia italiana.
En febrero de 1941, Hitler envió en su apoyo el Afrika Korps del
general Erwin Rommel, cuya pericia táctica le valdría el sobrenombre de «el
zorro del desierto». En su avance hacia el este, Rommel obtuvo sucesivas
victorias, pero llegó desgastado a la ciudad egipcia de El Alamein (julio de
1942), donde, falto de tanques y combustible, acabaría siendo derrotado
por el VIII Ejército del general británico Bernard Montgomery. Cortado
definitivamente el acceso al canal de Suez, el frente africano perdió
relevancia para los alemanes.
La derrota del Eje (julio 1943-1945)

La universalización de la Segunda Guerra Mundial decantó el conflicto; con


la incorporación al bando aliado del poderío militar e industrial de la Unión
Soviética y Estados Unidos, las potencias del Eje perdieron todas sus
opciones. De hecho, ya en la etapa anterior se habían registrado combates
decisivos que señalaban la inversión en el equilibrio de fuerzas: desde las
batallas de Midway (junio de 1942) y Stalingrado (febrero de 1943),
japoneses y alemanes se veían obligados a retroceder ante la
contraofensiva de los americanos y los rusos. A estos avances se añadió,
en la fase final de la guerra, la apertura de dos nuevos frentes: el de Italia
(iniciado con el desembarco aliado en Sicilia) y el de Francia (tras el
desembarco de Normandía), cuyo resultado sería, tras padecer un acoso
en todas direcciones, la caída del Reich.

El desembarco aliado en Sicilia, iniciado el 10 de julio de 1943, tenía como


objetivo apoderarse de la isla y utilizarla como base para la invasión de
Italia. Aun antes de haber sido completada, la ofensiva sobre Sicilia tuvo
un impacto psicológico inesperado en la clase política: el 25 de julio, el
Gran Consejo Fascista destituyó a Mussolini, que fue encarcelado; el
monarca italiano Víctor Manuel III encargó la formación de un nuevo
gobierno al general Pietro Badoglio, que firmó un armisticio con los aliados
el 3 de septiembre, fecha en que las tropas aliadas desembarcaron sin
oposición en la península Itálica.

Los alemanes supieron reaccionar rápidamente: invadieron el norte de


Italia, liberaron a Mussolini en una arriesgada operación (12 de
septiembre de 1943) y lo pusieron al frente de un gobierno fascista, la
República de Salò, así llamada por el nombre de la ciudad italiana en que
tenía su sede. Pese al apoyo del gobierno y la población, los aliados no
pudieron avanzar por esa Italia partida en dos; el frente se estabilizó a
unos cien kilómetros al sur de Roma. Una importante ofensiva permitiría
tomar la capital en junio de 1944, pero desde entonces las prioridades
fueron liberar Francia y caer rápidamente sobre Berlín. Ya en 1945, ante
el ataque final de los aliados, Mussolini intentó huir a Suiza, pero fue
descubierto y fusilado por miembros de la resistencia.

El desembarco de Normandía (6 de junio de 1944)

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