Вы находитесь на странице: 1из 926

BIBLIOTHECA SCRIPTORVM GRAECORVM

ET ROMANORVM MEXICANA

COORDINACIÓN DE HUMANIDADES
PROGRAMA EDITORIAL

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOLÓGICAS


CENTRO DE ESTUDIOS CLÁSICOS
HOMERO

ODISEA
Prólogo, versión rítmica e índice de nombres propios de
PEDRO C. TAPIA ZÚÑIGA

Estudio introductorio de
ALBRECHT DIHLE

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO


2017
Homero, autor.
Odysseia / Oméroy = Odisea / Homero ; prólogo, versión rítmica e índice de nombres
propios de Pedro C. Tapia Zúñiga ; estudio preliminar de Albrecht Dihle. - Segunda
edición.
lxxxv, 418, 418, páginas. - (Bibliotheca scriptorum graecorum et
romanorum mexicana).
Reimpresión, 2017.

ISBN 978-607-02-5936-4

I. Tapia Zúñiga, Pedro C., 1947- , prologuista. II. Dihle, Albrecht, prologuista.
III. Homero. Odisea. IV. Homero. Odisea. Español. V. Título: Odisea. VI. Título.
VII. Serie.

PA4030.E8.A4 2017
LIBRUNAM 1773171

'Opípou ’OSúua-eia
Homero, Odisea. Versión de Pedro C. Tapia Zúñiga
Cuidaron la edición José Molina Ayala y Patricia Villaseñor Cuspinera

Primera edición: 2013


Segunda edición: 2014
Primera reimpresión: julio de 2017

DR © 2017, Universidad Nacional Autónoma de México


Ciudad Universitaria, Del. Coyoacán, 04510 Ciudad de México

COORDINACIÓN DE HUMANIDADES
PROGRAMA EDITORIAL

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOLÓGICAS


CENTRO DE ESTUDIOS CLÁSICOS

ISBN 978-607-02-5936-4

Esta edición y sus características son propiedad de la unam.

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin


b autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Impreso y hecho en México


INTRODUCCIÓN
«
PRÓLOGO

Rubén Bonifáz Ñuño me pidió una traducción de la Odisea para


la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana,
algo que jamás había pasado por mi cerebro, ni en sueños. Aquí
está cumplido ese encargo. Sobra repetir que se trata de una tra­
ducción de la Odisea, y no debe extrañar que se parezca a otras, de
cualquier otro idioma: se supone que todas las traducciones de la
Odisea tienen como base, más o menos, el mismo texto griego de
Homero. El lector atento notará las diferencias, y nadie tendrá ma­
yor problema en corroborar que el texto de esta traducción abreva,
razonablemente, en las fuentes de que dispuse y en los autores que
me acompañaron. Al elaborar este trabajo, eché mano de todo lo
que estuvo a mi alcance, y lo comenté con todos los que afortuna­
damente estuvieron a mi lado. Al respecto, aquí dejo explícita mi
gran deuda con la Homers Odyssee für den Schulgebrauch de Karl
Friedrich Améis y Cari Hentze (revisada por Paúl Cauer); con losAnhänge
del mismo Améis (revisados por Carl Hentze), y con la
Axsfuhrliche Grammatik der Griechischen Spmcbeáe Raphael Kühner
y Bemhard Gerth.
Sobre el objetivo de este trabajo, cabe señalar que quise lo mejoren
español, a partir del texto griego que me pareció el mejor. Por
lo “mejor en español” me refiero a un texto coherente, con ritmo y
fiel al texto griego. Debo confesar que no estoy muy satisfecho con
ninguno de mis resultados, y valga, para aclarar mi insatisfacción,
reconocer que frecuentemente, mal de mi grado, tuve que sacrificar
el ritmo en función del mensaje; y puesto que también aquí, en el
mensaje, como he visto que sucede en las traducciones que conozco,
INTRODUCCIÓN

también yo pude haberme distraído, dejo, en publicación aparte, el


Vocabulario yformas verbales de la ‘Odisea’.
El texto griego en que se basa esta traducción es el de Peter von
der Muehll, Homeri Odyssea (Stutgardiae et Lipsiae, in Aedibus
B. G. Teubneri, MCMXLV, editio stereotypa editionis tertiae,
MCMLXII, Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum
Teubneriana). Tomé en cuenta sus corrigenda, y sólo en algunos
casos me permití alguna desviación; se trata de cambios leves, jus­
tificados por el propio texto de Muehll. Por ejemplo, en todas las
formas de Klqíg, y en algunas de KXqitt), escribí diéresis y acento
circunflejo sobre la iota, como lo quiso el editor en el verso 442 del
libro 1; en parlamentos que están dentro de parlamento, introduje
comillas simples, como lo hizo el editor en el verso 276 del libro
6 y en algunos otros lugares; en el verso 285 del libro 2, introduje
una coma antes del relativo, como en el verso 480 del libro 4; de
la misma manera en el verso 129 del libro 3, introduje una coma
antes de la cláusula otccoc; óx’ ápiota yév-, como escribió Améis, y
como escribe Muehll en 9.420,13.365 y 23.117; corregí el acento
en áXlá páX* del verso 305 del libro 2, y en otros lugares; escribí
espíritu fuerte en el a>8e del verso 769 del libro 4, y en el Eicer’ del
verso 448 del libro 10, etcétera.
Por lo demás, siguiendo los objetivos escolares y las normas
editoriales de la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romano­
rum Mexicana, dejo como “notas” un Indice de nombres propios,
entendiendo como tales las palabras que en la edición de Peter von
der Muehll están escritas con mayúscula.
A los amigos, profesores y alumnos que me asistieron con su
consejo, me animaron con su entusiasmo y me ayudaron en la
lectura y corrección de pruebas, gracias. Gracias, especialmente, al
maestro Franz Martín Scherer, de la Universidad de Heidelberg,

VIII
INTRODUCCIÓN

quien siempre puso a mi alcance los materiales que necesitaba, y al


profesor Manfred Erren, de la Universidad de Friburgo, por todas
sus graves observaciones. Gracias, también, a César González y a
José Molina, por su constante y amistoso interés en el proceso de
este trabajo; a Bulmaro Reyes que, incluso antes de Rubén Bonifaz
Ñuño, me impulsó a realizar este trabajo, gracias; gracias a José Tapia
Zúniga por su inenarrable paciencia, y, luego, no al final, gracias
a Pati, mi compañera también en este trance: ella, junto con mis
gatos Foxi, Castor y Hermes, siempre me distraía... Finalmente,
gracias a mi entrañable amigo Hans Josef Vermeer que, en algún
lugar, por fin, puede leer completo este trabajo.
Ya para terminar, en nombre de los que leerán esta nueva traduc­
ción de la Odisea., también quiero agradecer al profesor Albrecht
Dihle el que haya aceptado mi invitación a escribir una introducción
a este trabajo. De Albrecht Dihle no tengo nada que decir a los espe­
cialistas en filología clásica; a quienes no están familiarizados con el
mundo de los filólogos, me gustaría decirles que Albrecht Dihle sabe
lo que dice, conoce muy bien la literatura griega, y otras muchas
cosas. Una vez más agradezco a Rubén Bonifaz Ñuño la confianza
que me tuvo al confiarme esta tarea; espero que los lectores disfruten
esta otra versión de la Odisea del interminable Homero.
Pedro C. Tapia Zúñiga

IX
HOMERO Y LA ODISEA

por ALBRECHT DIHLE

Las leyendas de dioses y de héroes son una forma temprana de


la memoria histórica. Para el grupo que transmite dichas leyendas
—sea familia, tribu o pueblo—, los acontecimientos y personajes
que se representan en ellas, tienen un significado ejemplar y Forta­
lecen su sentido de identidad. Aunque esas leyendas a menudo se
refieren a sucesos históricos indudables, están expuestas a cualquier
tipo de adorno y exageración, y a la contaminación con otras tradi­
ciones. Relatan un tiempo en el cual los hombres eran más grandes,
más hermosos y más competentes, y los dioses estaban en estrecha
relación con ellos. En tal forma, no es raro que los orígenes o las
etapas primitivas de ese grupo obtengan una dimensión incluso
cósmica, al colocarse en paralelo con la creación del mundo, o en
relación con ella.
La forma en que se transmiten tales noticias es la poesía como
canto, ya sea un ciclo de cantos, o una narración en verso. El verso
no sólo sirve para facilitar el trabajo de la memorización; su ritmo,
la
peculiar forma de expresión a que obliga dicho ritmo y, ocasio-
nalmente, una recitación con acompañamiento musical, ponen lossucesos
que se narran más allá del mundo cotidiano del oyente, y
resaltar su significado peculiar.
hacen
En su mayoría, dichos poemas surgieron en culturas de socieda-
des que no tenían escritura, en culturas estructuralmente primitivas.
Sin excepción, únicamente los tenemos en forma de apuntes que se
realizaron en un momento más tardío y bajo otras circunstancias.

XI
INTRODUCCIÓN

Una tradición oral de narraciones en verso, completas y frecuente­


mente extensas, no permite la fijación de un texto. En el transcurso
de múltiples repeticiones, la historia no tiene que sufrir cambios
radicales en cuanto a su contenido; sin embargo, en cuanto a su
forma, se remodela en cada repetición. Un círculo de oyentes que
conoce a grandes rasgos la historia, quisiera que se le repitiera,
pero narrada en una forma particularmente hermosa. El narrador
debe tener mucha habilidad para dar a una historia ya conocida
una forma improvisada, pero, por supuesto, apropiada y ligada a
la tradición. En primer lugar, en cuanto a los personajes y a la se­
cuencia de los acontecimientos, no sólo debe saberlos de memoria,
sino dominarlos tan soberanamente que, en función del efecto que
se busca, pueda realizar arreglos por su propia cuenta. Además,
debe disponer de expresiones fijas para todos los personajes y sus
características, para todos los objetos, localidades, acontecimientos
típicos, etcétera. Dichas expresiones deben someterse al género del
metro y, además, mediante sus constantes repeticiones, familiarizar
al oyente con el mundo de la leyenda, lejano, admirable y lleno
de significado. En tal forma, la historia siempre se puede contar
de nuevo, y aquí, sin duda, además de variantes formales, también
pueden infiltrarse variantes de contenido. No es sorprendente que
los cantantes o poetas, a los cuales se había encomendado esta
tradición, fueran de los primeros que formaron una clase profe­
sional. A menudo, eran precisamente los ciegos quienes, gracias a
su capacidad de memoria y de concentración, podían hacer frente
a tales exigencias.
Del pasado griego conocemos excepcionalmente muchas de esas
leyendas, por supuesto, sólo en la forma posterior, la escrita. Ello se
debe, en principio, a que la rica tradición mitológica, organizada
en complejos genealógica y regionalmente definidos, mantuvo muy

XII
INTRODUCCIÓN

ocupada a la literatura y a la investigación científica, aun en tiem­


pos en que su sentido religioso y social hacía mucho que se había
extinguido. Por otra parte, es una particularidad griega el hecho
de que su tradición mitológica está documentada en dos grandes
poemas épicos de alta calidad artística, que son sus testimonios más
antiguos. Su efecto sobre la literatura europea continúa sin dismi­
nuir hasta nuestros días. Las abundantes narraciones en verso de
los eslavos balcánicos o de los pueblos turcos del Asia central, que
nos resultaron accesibles por los registros de eruditos americanos
y europeos, arrojaron mucha luz sobre la poesía oral practicada
por los griegos en aquellos tiempos. Sin embargo, no resisten una
comparación con los poemas homéricos en lo que concierne al arte
de la composición, a la flexibilidad de la métrica, a la motivación de
la trama y a la convincente caracterización de los personajes.
La leyenda heroica griega recuerda una época histórica que se
remonta al apogeo de la llamada cultura micénica, entre el 1800 y
el 1200 a. C. Los primeros griegos que inmigraron a la península
de los Balcanes en las postrimerías del tercer milenio, cayeron bajo
la influencia de una gran cultura. Ésta tenía su centro en la isla de
Creta, y la llamamos “minoica” por el legendario rey Minos que,
se supone, gobernaba el mar desde Creta. Esto puede ser una re­
miniscencia acertada, pues la cultura minoica se distingue por sus
palacios enormes y abiertos, que delatan un estilo de vida refinado
y la ausencia de cualquier tipo de amenaza marítima. Los minoicos
desarrollaron una gran actividad comercial y colonial, estaban en
contacto con muchas regiones de la cuenca del mar Mediterráneo
y mantenían relaciones diplomáticas con Egipto. Los griegos
inmigrados adoptaron de allí, de los minoicos, muchos logros de
la cultura material; entre ellos, la escritura, que adaptaron a su
lengua, y cuyo desciframiento se logró hace algunas décadas. Por

XIII
INTRODUCCIÓN

cierto, dicha escritura no estaba al servicio de las letras, sino sólo


al de una administración muy burocrática, y en ella se registraban
muchas cosas sobre tablillas de barro: en esto, los pueblos micéni-
cos se parecían a los pueblos civilizados del antiguo Oriente. Las
residencias señoriales griegas en Micenas, Tirinto y Pilos (dentro
del Peloponeso), y en Atenas, en Tebas y en otros lugares, eran gi­
gantescos bastiones poderosamente fortificados, que dan testimonio
del carácter bélico de estas civilizaciones.
Hacia mediados del segundo milenio a. C., los griegos conti­
nentales se establecieron como soberanos en los palacios cretenses.
Como comerciantes y colonizadores, tomaron posesión de la he­
rencia de los minoicos, cuya cultura se había fusionado con la suya.
Las huellas de su actividad están documentadas arqueológicamente
alrededor del mar Mediterráneo y del mar Negro.
La cultura micénica llegó a su fin en el transcurso de una gran
migración de pueblos que, aproximadamente desde el 1200 a. C.,
estremeció a toda la región mediterránea oriental, y probable­
mente llevó hacia el Sur a nuevos inmigrantes de habla griega: los
sistemas micénicos de gobierno y de economía se derrumbaron,
y el uso de la escritura cayó en el olvido. En ese tiempo, algunos
grupos griegos desplazados de su patria poblaron el Asia Menor
occidental, donde habían existido asentamientos micénicos. En
los siglos siguientes, los llamados “siglos obscuros”, se presenta
otra imagen del mundo griego: un territorio determinado por la
agricultura, dividido en muchas comarcas y regiones de tribus,
sin mayores contactos con el mundo exterior, una situación pro­
vinciana de la cultura material y, como un efecto posteriormente
comprobable, una fragmentación de la lengua griega en muchos
dialectos. El comercio expansivo de los fenicios reemplazó al co­
mercio greco-micénico: en el siglo ix los fenicios fundaron Cartago.

XIV
INTRODUCCIÓN

El cambio llegó hasta el siglo viii, cuando para los griegos comenzó
un tiempo de expansión colonial y de actividad comercial que se
extendió hasta Sicilia y el sur de Francia, hasta Siria, en las costas
del Mar Negro y hasta Egipto. La nueva e intensa relación con las
altas culturas orientales aportó muchos bienes a los griegos: sin
duda, adquisiciones técnicas y conocimientos de medicina o de
astronomía, pero también ideas religiosas y motivos para las artes
plásticas. Y, sobre todo, se adoptó la escritura silábica de los feni­
cios, misma que los griegos adaptaron a su lengua como escritura
fonética. Ahora comenzaba el auge de la cultura griega.
Sin embargo, aquel tiempo “obscuro” y sin escritura anterior al
siglo viii, fue el tiempo en que el recuerdo del esplendoroso período
micénico tomó forma de leyenda, mediante la poesía oral. Había
suficientes puntos de referencia: los gigantescos muros de las gran­
des fortalezas pedían una explicación; había tradiciones familiares
y leyendas regionales vinculadas, sobre todo, con tumbas y cultos
(cerca de Atenas se descubrió un sepulcro micénico de cúpula, en
cuyo sitio se celebró un culto sin interrupción hasta muy entrada
la época clásica). La mayoría de los cultos a los dioses disponía de
alguna explicación narrativa que remitía al pasado, ya que muchos
lugares de culto fueron adoptados por los inmigrantes griegos.
Originalmente, debido a la ya mencionada fractura de la región, las
narraciones en que se interpretaban y transmitían estos recuerdos
debieron ser muy diferentes. Sin embargo, ya desde tiempos anti­
guos, también existían cultos, fiestas y oráculos de importancia su-
prarregional, donde se podía llegar al intercambio entre tradiciones
regionales, ya que con la aparición de los rapsodas ambulantes no
solo se escuchaban las leyendas del grupo a que uno pertenecía.
Un ejemplo de la unión de varias tradiciones en un complejo
de leyendas lo proporciona la historia de la guerra de Troya y del

XV
INTRODUCCIÓN

retorno a casa de los héroes, después de la destrucción de la ciudad:


un retorno rico en aventuras. Anterior y posterior a la leyenda hay una
larga historia: en la empresa participan contingentes de griegos alia­
dos; el rey de la argiva Micenas tiene el comando, e incluso los dioses
se dividen en dos partidos. Ayudándose de árboles genealógicos de
las familias griegas nobles, los historiadores griegos, que tenían la
narración homérica como una fuente histórica, calcularon que este
acontecimiento debió de suceder hacia finales del siglo xii a. C. Este
complejo conjunto de leyendas probablemente contiene, a su vez,
leyendas singulares y motivos de origen diverso. Por ello, surgió
una tradición que tenía significado para todos los griegos, y superó
en repercusiones a otros conjuntos de leyendas semejantes, como el
ciclo de aquéllas acerca de la ciudad de Tebas y su casa real.
La ciudad de Troya, o Ilion, existió. Estaba situada en Asia
Menor, en la desembocadura sur de los Dardanelos. En 1868, con­
fiando en el relato de Homero, Heinrich Schliemann la encontró
bajo la colina de Hissarlik, la cual cubría sus nueve o diez estratos
superpuestos. Los estratos se remontan hasta el tercer milenio y dan
testimonio de caída y reconstrucción. El estrato VIIb pertenece a
una construcción destruida en el siglo xii. Después de Schliemann,
el sitio fue investigado arqueológicamente en varias ocasiones, y
ello permitió hacerse una idea sobre la historia de su construcción
y sobre la relación del lugar con el mundo exterior. Finalmente, el
descubrimiento de tablillas de barro en los archivos de Hattusa (hoy
Bogazkoi), capital del reino de los hititas, demostró que, después
de mediados del segundo milenio, Troya / Ilion y otros territorios
de la Anatolia occidental eran dependientes de ese gran reino de
Asia Menor, el de los hititas. Los nombres de los personajes que
aparecen en los textos hititas coinciden con varios de los nombres
troyanos usados por Homero.

XVI
INTRODUCCIÓN

No puede responderse a la pregunta de si la destrucción de Troya


tuvo lugar, o no, en el contexto de una expedición de toda Grecia.
No sabemos quién destruyó la ciudad VIIb, ni por qué sucedió tal
cosa, ni cómo se llegó al profundo impacto que, evidentemente,
dicha destrucción dejó en el mundo de los griegos. Otras leyendas
advierten sobre la precaución que debe tenerse al deducir de ellas
acontecimientos históricos. Así, por ejemplo, la leyenda de los
Nibelungos presenta a Dietrich de Berna en la corte de Etzel, el
rey de los hunos. Detrás del primero se encuentra la figura histó­
rica de Teodorico, el rey ostrogodo; detrás del segundo, Atila, con
quien el reino de los hunos alcanzó su máxima extensión. Estos
personajes jamás pudieron haberse encontrado: el primero nació
en el año de la muerte del segundo, y ellos realizaron sus hechos en
regiones totalmente diferentes y bajo distintas circunstancias. Sin
embargo, ambos dejaron a la posteridad un impacto duradero. Por
eso, la fantasía de los narradores de leyendas los unió con el adorno
de un acontecimiento histórico: la caída del efímero reino de los
burgundios en Galia, el cual no estaba en contexto, ni geográfico
ni temporal, con ninguno de ellos. La imposibilidad de verificar
históricamente los relatos no afecta la riqueza poética de la poesía
homérica, y ésta, según se mostrará posteriormente, como fuente
histórica, puede servirnos en un sentido muy distinto.

Ilíada y la Odisea son epopeyas muy curiosas. No narran en


orden cronológico ni la historia de la guerra de Troya ni las aven­
turas de Odiseo en su regreso a casa, que duró diez años. Su simple
ordenamiento de episodios, más breves o más largos, tomados de
1a gran cadena de acontecimientos legendarios, quiza fue determi
nado, según se supone, por la recitación de la poesía oral. Las dos
grandes epopeyas, con sus más de 10,000 versos cada una, son algo

XVII
INTRODUCCIÓN

totalmente distinto, aun cuando representan los testimonios más


antiguos de la poesía griega. La Ilíada sólo cuenta unos 50 días del
décimo año del asedio, en los cuales el conflicto entre el jefe más
fuerte y el más poderoso de los contingentes griegos desencadena
muchos embrollos y catástrofes, antes de que se reconcilien. Sin em­
bargo, la elaboración de ese tema se realiza con muchas referencias
hacia atrás y hacia adelante, y con tantas alusiones a otros eventos
de la guerra, que, al final, surge una imagen íntegra de dicha guerra.
A ello hay que agregar la descripción artística e individualizada de
los héroes, sus caracteres y la relación entre ellos. Es obvio que el
poeta al que debe atribuirse esta composición, se sirvió con gran
libertad de la abundancia del material transmitido.
Algo semejante cabe decir de la Odisea, Su trama principal se
lleva a cabo en cuarenta días, en lugares distintos, cambiantes de
acuerdo con los acontecimientos. Sin embargo, mediante junturas
artísticas y narraciones dentro de la narración, el oyente se entera
también del destino de otros guerreros que regresan a casa, y el
héroe mismo narra gran parte de las aventuras un poco antes del
final de su errabundo viaje de diez años. Aquí, como se da en otros
pueblos, hay sucesos maravillosos que sirven de ornato a los relatos
de los navegantes que regresan a casa. Hay dos descripciones del
inframundo, y la primera incluso proporciona informaciones que
Odiseo recibe de boca de los muertos. El motivo central que une el
complicado enredo de las líneas de acción es el amor y la nostalgia
del héroe por su esposa y por su patria. En última instancia, ello
aclara por qué, a pesar de todas las adversidades, se logra el regreso
a casa y se restaura el orden legal en la isla de Ítaca.
Respecto a las alusiones a sucesos y a personajes de todo el ciclo
de la leyenda troyana, es notable que la Odisea, como poema supues-
reciente, nunca se refiere inequívocamente a la litada.
tamente
más

XVIII
INTRODUCCIÓN

Por supuesto, ambos poemas emplean la misma tradición épica, lo


que se muestra, entre otras cosas, en los atributos de los héroes. Así,
por ejemplo, también en la Ilíada se habla del “paciente, noble Odi-
seo”, lo cual presupone una tradición acerca de las fatigas y penas de
su regreso a casa (cf. II. VIII 97, IX 676, X 248, XXIII 729, 778).
Todo esto enseña que los dos poemas épicos deben su origen a un
libre acceso a todos los materiales de la tradición, y que, en dichos
poemas, algunos episodios selectos están ordenados artísticamente
alrededor de los motivos centrales que, posiblemente, el poeta ex­
trajo de la tradición. Hay muchos datos que hablan en pro de que
estos poemas surgieron durante el siglo viii a. C., cuando el mundo
griego se abrió al exterior; cuando, en varios lugares, un dominio de
familias nobles sustituyó a la realeza, y se abrió paso un nuevo interés
en el pasado grandioso, pero lejano. Después de la redacción de la
Ilíada y de la Odisea, surgieron otros poemas épicos que narraban
cronológicamente, y sin composición complicada, temas que aquellos
dos poemas no habían tratado. De dichos poemas, sólo conocemos
fragmentos, indicaciones acerca del contenido y algunos nombres de
los poetas, y sabemos que todos ellos eran más cortos que la Ilíada y
la Odisea. A más tardar, en el siglo vi se redactó un ciclo de poemas
épicos troyanos, cuyo texto escrito fijaba el contenido de la tradición
oral anterior. En diversos lugares del mundo griego también surgieron
ciclos semejantes para otros complejos de leyendas.
Unicamente la Ilíada y la Odisea se conservaron, por su papel
extraordinario, evidentemente indiscutible desde el principio.
Aparecieron bajo el nombre del poeta Homero que, en ocasiones,
se asoció a toda la épica antigua. Acerca de su persona solo infor­
ma la leyenda. Varias ciudades se preciaban de ser su patria, y se
lo imaginaban como un rapsoda ambulante y ciego. Los rapsodas
eran recitadores profesionales, ambulantes, que disponían de textos

XIX
INTRODUCCIÓN

escritos y desplazaron a los aedos, cantantes de la poesía oral, tam­


bién ambulantes. Éstos, improvisando, habían recitado sus poéticas
narraciones legendarias con acompañamiento de un instrumento
de cuerdas. De los poemas épicos antiguos, la poesía posterior, y
no sólo la épica, tomó una gran cantidad de elementos idiomáticos,
estilísticos y de contenido. Estos poemas conquistaron un lugar
permanente en competencias artísticas y, también, como lectura
en la enseñanza elemental.
Pronto empezaron también a ser comentados, y de distintas
formas. La admiración que se profesaba a estos antiquísimos textos
de poesía griega también creó la expectativa de extraerles múltiples
enseñanzas objetivas. A esta expectativa se le hizo justicia mediante
la interpretación alegórica de episodios particulares; por ejemplo,
explicando meteorológicamente un conflicto entre los dioses. De
esta manera, a lo largo de los siglos, Homero se convirtió en maestro
de los griegos en los ámbitos más diversos. Pero en estos poemas
épicos, también requerían explicación muchas expresiones extrañas
para la lengua coloquial, las descripciones de situaciones y costum­
bres ya muy antiguas, y muchas otras cosas. A ello hay que añadir
que, al principio, sólo había unos cuantos textos escritos, que tal
vez estaban en posesión de rapsodas particulares o de escuelas de
rapsodas, ya que también la poesía fijada por escrito se transmitió
por mucho tiempo a través de la recitación oral. Bajo estas circuns­
tancias, había divergencias en la transmisión del texto, y ellas exigían
una aclaración. A partir de estos comienzos de explicación, desde
aproximadamente el año 300 a. C., en los centros de investigación
helenísticos, sobre todo en el Museo de Alejandría, se desarrollaron
métodos de crítica textual, así como de interpretación lingüística,
estilística y temática de textos; métodos que siguen teniendo validez
en el trabajo filológico actual. Allí, además de los poemas épicos

XX
INTRODUCCIÓN

de Homero, se estudiaban las demás obras de la poesía griega.


Aunque se perdieron las ediciones y comentarios de aquel primer
apogeo de las ciencias, en textos medievales con anotaciones —los
llamados escolios—, en un complicado proceso de transmisión
se salvó mucho de su contenido, mismo que incluso actualmente
facilita nuestra comprensión del texto. También adoptamos de la
antigüedad la división de cada uno de estos poemas en 24 libros,
que originalmente eran rollos de papiro.
Ante el enredado decurso de las acciones, no es sorprendente
que de vez en cuando aparezcan incoherencias en ambos poemas
épicos. Se da el caso de que algún relato informa la muerte de al­
gún guerrero en un combate, y de que el mismo hombre participa
nuevamente en una batalla posterior. Pero también hay tropiezos
graves. Así, por ejemplo, en la lucha entre Áyax y Eneas, el dios
Posidón (que generalmente es un partidario confiable de los grie­
gos) se encuentra del lado de los troyanos, y, para colmo, todo el
pasaje está lleno de peculiaridades lingüísticas. Así, es de suponer
la posterior inclusión de una narración versificada que antaño era
independiente. Sin embargo, con excepción del libro X de la Ilíada,
que ya desde la antigüedad era visto como una inserción, nadie
extrajo de dichas incoherencias la deducción de que todo el texto
pudiese haber sido reelaborado o, incluso, compuesto por piezas
de diferente origen. Uno se tranquilizaba con la afirmación de que,
alguna vez, también Homero pudo haber dormitado.
Sólo desde finales del siglo xviii existe la “cuestión homérica" y
los numerosos intentos de darle una respuesta. A los rígidos unita-
ristas, que insisten en la unidad de la concepción poética y solo reco­
nocen intervenciones marginales, se oponen los decididos analistas.
Éstos, desde Friedrich August Wolf (Prolegomena, 1795), dividen
el texto pensando en varios autores y reelaboradores, y basan sus

XXI
INTRODUCCIÓN

conjeturas en noticias de una colección de textos homéricos hecha


en Atenas en el siglo vi a. C. Por su parte, los llamados neoanalistas
remiten las inconsistencias al hecho de que el poeta pudo haber
usado distintos materiales en pasajes concretos. Ello conduce a la
pregunta acerca de las fuentes de Homero. Estos temas de contro­
versia adquirieron una nueva cualidad cuando el estadounidense
Milman Parry demostró, mediante paralelos de cantos épicos de los
pueblos eslavos del sur, que la lengua y el estilo de ambos poemas
épicos poseen todas las características de la poesía oral. A pesar de
que los poemas homéricos describen una sociedad sin escritura,
en la antigüedad se había desvanecido el recuerdo de la etapa oral
de la poesía. De la documentación —que, entre tanto, se examinó y
se revisó frecuentemente— se sigue toda una cadena de problemas:
¿el texto que tenemos (largo, complicado y escrito, pero con dicción
oral) da testimonio de que un aedo dictó su recitación? ¿O una reci­
tación única, particularmente admirable, primero fue memorizada
palabra por palabra —de lo que, por ejemplo, hay casos paralelos
en India—, y posteriormente se puso por escrito? ¿Cabe pensar que
unas composiciones tan complicadas hayan podido ser concebidas
y transmitidas sin ayuda de la escritura? En fin, ¿era posible registrar
textos tan largos con los materiales y con la técnica de escritura del
siglo viii o vii a. C.? ¿O acaso al principio sólo había registros de
textos más cortos que posteriormente se juntaron? Hasta ahora, no
hay una respuesta a la cuestión homérica en toda su complejidad.
Sin embargo, el largo y animado debate de todas estas cuestiones
parciales ha inaugurado muchas perspectivas en la esencia de esta
poesía, y la ha abierto ampliamente a nuestro entendimiento.
Como ya se mencionó, esta poesía épica debe dibujar la imagen
de un pasado lejano y heroico, y en efecto, en ella hay reminiscen­
cias de la cultura micénica de la edad de bronce: las armas de los

XXII
INTRODUCCIÓN

héroes son de bronce, no de hierro, y las ciudades desde las cuales


marcharon a la guerra son sedes señoriales de aquellos tiempos
arqueológicamente comprobadas. Los aqueos, como se llaman
los griegos en Homero, son “los que llevan grebas hermosas”.
Efectivamente, durante el segundo milenio, en el Mediterráneo
y el Oriente, sólo los griegos estaban equipados con estas grebas.
También ciertos datos mal entendidos remiten a tradiciones que
se remontan hasta la época micénica; por ejemplo, los héroes de
Homero van a la batalla en el carro de guerra; sin embargo, luego,
pelean a pie. En el segundo milenio, en todo el Cercano Oriente y
también en Grecia, el carro de guerra era algo usual y, en concreto,
un arma temida, contra la cual el soldado de infantería no podía
oponer mayor resistencia; no sólo servía como medio de transporte
o para las carreras deportivas de carros, como en la llíada.
Sin embargo, la mayoría de las indicaciones del texto acerca de
la vida cotidiana se refiere a las condiciones de los siglos obscuros,
durante los cuales la tradición obtuvo su forma poética. Al res­
pecto, una particularidad de la narración épica proporciona tales
referencias: a Homero le gusta ilustrar sucesos impresionantes me­
diante símiles que, más que comparar cada uno de los elementos,
intentan provocar un estado de ánimo. Así, Odiseo, a quien sus
mortificaciones le impiden conciliar el sueño, es comparado con una
salchicha que se voltea de un lado a otro en una sartén, y, cuando
el valiente Áyax se retira en contra de su voluntad de una batalla
perdida, sirve de comparación el burro terco a quien los azotes de
los arrieros no logran ponerlo en movimiento. En tales símiles se
refleja el entorno del poeta, o el de su informante. Aquí h ay hierro,
pesca, caza y muchos otros detalles de la vida cotidiana. Desde
luego, las comparaciones son menos frecuentes precisamente en la
Odisea; ello se debe a que ésta tiene menor tono heroico, y a que

XXIII
INTRODUCCIÓN

la cotidianidad de una cultura material muy sencilla ya ocupa un


buen espacio dentro del relato. El mismo Odiseo, el rey de Ítaca,
construyó su cama, ya que, a excepción de cantores ambulantes y
médicos, aun no existían especialistas profesionales. Las mercancías
de lujo las llevan los fenicios que, de hecho, dominaban el comercio
a distancia después de la caída de la cultura micénica. El mundo
homérico no conoce la escritura, y los muertos son cremados, no
sepultados como en el período micénico. Por otra parte, en el mun­
do de Odiseo, la fama de los dioses y de los héroes es cantada por
el aedo acompañado con un instrumento de cuerdas, y no recitada
como posteriormente lo haría el rapsoda.
Pero no sólo en la descripción de objetos o situaciones hay re­
miniscencias ocasionales de la era de bronce; también el lenguaje
de la épica contiene palabras y formas igualmente antiguas: fósiles
lingüísticos. Por supuesto, en la antigüedad ya se habían dado
cuenta de que el lenguaje de la épica no concuerda con ninguno
de los dialectos hablados, sino que combina elementos de origen
diferente. Con la épica se inaugura la convención que prescribe
undialecto (artístico) específico para cada uno de los géneros de
la poesía griega. La mezcla de dialectos que hay en la lengua épicaencontr
primero, en el hecho de que el arte épico
seexpandió en distintas regiones del mundo griego y luego, de esta
manera, tomó elementos de los dialectos regionales. Así —según se
soponía—, el componente jónico, que es el preponderante, se mez-
cló con detalles eólicos probablemente más antiguos, y las escasas
formasqueson áticas se podían explicar mediante
evidentemente
una redacción o un registro realizado en Atenas. El desciframiento
delaescritura micénica modificó este concepto. Se ve que el bagaje
depalabrasy formasdichos de poemas es, en parte, más antiguo,
yprec dealsurgimientodelos dialectos, que se dio desde finales

XXIV
INTRODUCCIÓN

del tiempo arcaico hasta principios del clásico. Por ejemplo en


grieego existe el uso adverbial de casos petrificados de palabras
extinguidas; piénsese en rcaA.iv, “hacia atrás / de vuelta”. En la
lengua épica aparece la palabra naXúofo, que designa el ataque
sorpresivo a partir de una retirada fingida. Aquí, en la composi­
ción de la palabra, sigue presente el tema rcáÁi- del nominativo
de 7totÁi<^, vuelta . En el resto del vocabulario homérico v en el
griego posterior sólo hay compuestos con jtaA.iv, el acusativo
petrificado.
Tanto en el griego posterior como en Homero, la pa­
labra usual para designar al “soberano / rey”, en las tablillas de barro
de la época micénica aparece como título de altos funcionarios; sin
embargo, al lado de ésta, la lengua épica conoce el antiguo título
real, micénico, wanax, como calificativo de los soberanos, divinos
o humanos. Esta antigua palabra, como también se atestigua en
los documentos que están en escritura micénica, comienza con un
sonido “w”, igual que etos, “año”, y otras. El alfabeto Jónico, en el
cual se nos transmitieron los poemas homéricos, no disponía de
ningún signo para ese sonido, que en ios sistemas escriturales de otros
dialectos griegos se representa con la llamada digamma, panax, fetos.
Sin embargo, en la lengua homérica, esta consonante no escrita
influye en la pronunciación y en la medida del verso. Cualquier
sílaba con vocal breve seguida de dos consonantes se mide como
larga, y las palabras ctva^, éxo<; y otras semejantes, se tratan como si
comenzaran con una consonante que no se ve en la escritura, y que
puede alargar la vocal breve que le precede. Así pues, se tenía en
cuenta un sonido que ya no aparece en la escritura posterior, pero
que ciertamente se pronunciaba en la fase oral de la poesía, Fue el
filólogo inglés Richard Bentley quien, desde principios del siglo
xviii, descubrió la desaparecida y operante digamma.

XXV
INTRODUCCIÓN

El que la épica haya conservado elementos lingüísticos y fácticos


de tiempos muy remotos, se debe a las fórmulas de la poesía oral,
repetidas a lo largo de generaciones. El poeta, que está improvi­
sando, dispone de expresiones formulares para los personajes de su
narración, para objetos y situaciones y, también, para acciones que se
repiten íntegras, como el transcurso de una comida o de una lucha
entre dos. Aquí, las fórmulas breves se adaptan a determinada parte
del verso, y las largas pueden abarcar un verso completo, o grupos de
versos. De este modo, Aquiles se llama “el de los pies ligeros”, aun
cuando, de momento, esté sentado o acostado; Agamenón, al prin­
cipio del verso, es “Atrida Agamenón, señor de los hombres” (dos
veces en la Odisea, ocho veces en la Ilíada), y al final es “Agamenón,
el señor de los hombres” (una vez en la Odisea, treinta y seis veces
en la Ilíada). Ciertamente, las más recientes investigaciones han
mostrado que las fórmulas pudieron sufrir modificaciones, o ser el
resultado de una nueva invención, y, por lo tanto, le quedaba un
campo de acción a la creatividad lingüística del aedo; sin embargo,
en otros casos, un formal “le contestó encolerizado diciendo” puede
completarse simplemente con fórmulas diversas, pero métricamente
equivalentes, como “Zeus, el que junta las nubes” (ve(peÁ,r|y£péTa
Zeóc;), o “Agamenón soberano” (xpeícov ’Ayapépvcov).
La técnica de fórmulas aliviaba al cantante; con ella, no tenía
que memorizar textos largos, ya formulados, ni inventar siempre
nuevas expresiones para cada una de las narraciones de las mismas
historias extensas. Mediante la disposición de una gama de fórmulas
suficientemente amplia y el conocimiento del decurso transmitido
de la acción, la improvisación exigida podía realizarse con mayor fa-
eilidad. Pero, más alláde esto, las múltiples repeticiones le acercaban
al oyente aquel pasado, grande y lejano, y lo familiarizaban con el
paciente, divtno Odiseo, Hasta hoy en día, los niños a quienes se

XXVI
INTRODUCCIÓN

les vuelve a contar una historia agradable, atribuyen gran impor­


tancia al retorno de las mismas palabras, porque, como el público
de los antiguos aedos, los niños son oyentes y no lectores
Por cierto, el uso de fórmulas también llevó a malentendidos.
Así, por ejemplo, a la sangre se le pone frecuentemente el atributo
KeXaivecpég, “negra de nubes”, fórmula que caracteriza al cielo o a
Zeus, como dios del cielo (cf. Od. IX, 552, XIII, 25). Algún día,
en el transcurso de la transmisión, al invocar al dios supremo a la
vista de una herida, se aplicó una vez a la sangre, equivocadamente,
el atributo de Zeus; propiamente, la invocación decía “oh Zeus,
negro de nubes, fluye la sangre”, y no “oh Zeus, negra de nubes
fluye la sangre”. Sin embargo, a partir de entonces, en el lenguaje
de fórmulas, también la sangre pudo llevar el epíteto del cielo (cf.
Od. XI, 36, 153; II. IV, 140, V, 798, etcétera).
En las primeras puntuaciones que conocemos, uno puede ad­
vertir que el uso de fórmulas y, determinada por él, la subdivisión
de cada verso en particular eran perceptibles para cualquiera. En las
inscripciones en verso, a diferencia de las inscripciones en prosa, las
primeras puntuaciones no aparecen en cualquier final de palabra
ni en los finales de versos, sino en las cesuras, ahí donde siempre se
encuentra el inicio o el fin de una fórmula lingüística. No sabemos
cuándo se formó el hexámetro con sus diversas reglas de estruc­
tura y melodiosidad, pero en Homero ya se encuentra totalmente
desarrollado y armonizado con el lenguaje formulario. Este verso
adquiere su ritmo de la secuencia ordenada de silabas largas y bre-

XXVII
INTRODUCCIÓN

pueden sustituirse por una larga. El último pie se acorta en una


silaba para marcar el fin del verso. Ni siquiera excepcionalmente, las
cesuras regulares, ligadas al final de las palabras o de las fórmulas,
deben coincidir con los finales de los metros dactilicos, que son los
elementos del verso. Así se evita un tableteo monótono del verso.
La imitación de este verso en las lenguas modernas, en las que el
ritmo del verso sigue la secuencia ordenada de la acentuación de las
palabras, no puede reproducir el sonido del verso griego.

Para el observador moderno, más difícil que el contexto


histórico y las características formales de la épica griega antigua,
resulta su mundo ideológico. Hasta cierto grado, esto ya era así en
la antigüedad, pues Grecia experimentó un profundo cambio en
su vida cultural durante el siglo v a. C.
Los sucesos conservados por la tradición, y de los cuales informa
el cantante inspirado por los dioses, tienen lugar entre dioses y hom­
bres. Los dioses disponen todo lo que los hombres deben realizar
sin conocer los planes divinos. El proemio de uno de los poemas
épicos posteriores a la Ilíada nos informa acerca de las causas de la
guerra de Troya; se trata de unas causas que sólo ocasionalmente
se insinúan en la Ilíada, aunque, sin duda, se presuponen. Zeus
quiere preservar la tierra de una sobrepoblación. Eris, la diosa de
la discordia, arroja a la asamblea de los dioses una manzana con la
inscripción “para la más bella”; acto seguido, las diosas Hera, Atenea
y Afrodita entran en un concurso. Paris, el hijo del rey de Troya, debe
decidir: le otorga el premio a Afrodita quien, a cambio, le entrega a
la mujer más bella, mientras las diosas vencidas vierten en adelante
su ira sobre él y sobre su ciudad. Al raptar a Helena, la esposa de
Menelao, el rey de Esparta, Paris obtiene su recompensa violando el
derecho de hospitalidad. Este delito, causado por la diosa del amor,

XXVIII
INTRODUCCIÓN

conduce a la campaña vengadora de los griegos unidos; ésta cobra


un sinnúmero de víctimas y concluye en la destrucción de Troya
De este modo, se cumple la decisión de Zeus. Eso, que se cumple
la decisión de Zeus, el poeta lo asegura en el prólogo de la Ilíada,
considerando la sección que él narra del acontecer de la guerra,
una sección que él ha expuesto en torno al motivo de la cólera de
Aquiles, y de sus consecuencias para el ejército de los griegos.
La historia de las causas de la guerra instruye acerca de la na­
turaleza de los dioses homéricos, quienes persiguen intenciones
completamente distintas, tienen favoritos y enemigos en las tierras,
en las ciudades y entre los hombres; por ello, pelean con vehemencia
e intervienen en las guerras de los hombres; después de todo, se
someten de mala gana al plan de Zeus, padre y rey de los dioses,
a quien, no obstante, su esposa Hera engaña en una ocasión, con
ayuda de la diosa del amor. También Zeus debe ser muy respetuoso;
por ello, dirige una fase del retorno de Odiseo a casa, un retorno
que él había decidido, en el tiempo en que Posidón visita a los
etíopes para asistir a una ofrenda, a una hecatombe. En efecto, el
dios del mar persigue airadamente a Odiseo a causa de la ceguera
que éste le provocó a su hijo, el monstruoso cíclope. Así, los dioses
se asemejan a una sociedad de nobles que está bajo la ligera supre­
macía de un rey, y cuyos miembros a nada prestan tanta atención
como al mantenimiento de sus derechos políticos, privilegios e
incumbencias. La poesía épica, al sintetizar las leyendas regionales
en historias valiosas para todos los griegos, también dio a los cultos
regionales y locales de los respectivos dioses una especie de teología
común. En el siglo v a. C., el historiador Heródoto decía con razón
que Homero y Hesíodo —el autor del poema épico más antiguo
que aún se conserva sobre la creación y el orden del mundo y d e sus
dioses— habrían obsequiado a los griegos la idea de los dioses.

XXIX
INTRODUCCIÓN

Estos dioses no sólo exigen de los hombres que se les venere en


el culto, sino, también, que nunca den la impresión de que menos­
precian el poder de un dios. Por el contrario, los dioses raras veces se
interesan en el buen comportamiento de los hombres entre sí, a no
ser que se trate de reglas que gozan de protección sagrada como, por
ejemplo, el precepto de pureza ritual o el derecho de hospitalidad:
el infractor ofende a la divinidad, cuando, por ejemplo, insulta a
un sacerdote que está a su servicio, o profana un altar. Sin embar­
go, los dioses no son autoridades morales, lo que ya demuestra la
selección arbitraria de sus favoritos. No son omnipotentes, pero sí
mucho más fuertes y poderosos que los hombres, y desconocen la
enfermedad, la vejez y la muerte. Mas, ante todo y a diferencia de
los mortales, no están sujetos a las consecuencias de sus actos, es
decir, en sentido estricto no están sujetos al destino. Por ello, tras
una disputa enardecida entre ellos, que llega hasta la participación
en la batalla sangrienta de los hombres, pueden encontrarse en un
banquete colectivo, como si nada hubiese ocurrido. Frecuente­
mente, el hombre particular no puede comprender las exigencias
qué reclama cada miembro de este coro polifónico de dioses, ya que
cada uno de éstos se limita a lo que le incumbe en ciertas regiones o
atribuciones, como el nacimiento, la agricultura o la caza. En vista
del poder de los dioses, que frecuentemente es desconocido, hay
que tenercuidado, ya que, si se trata de su dignidad, no distinguen
entrefaltas premeditadas o impremeditadas.
Los dioses intervienen en el acontecer humano sobre todo cuan-
igro de que se desvíe el decurso preestablecido. Griegos
se pusieron de acuerdo en que la guerra se decidiera por
un duelo entre Paris, el raptor, y Menelao, el esposo de
JO protección de un armisticio. Paris
INTRODUCCIÓN

el palacio y le salva la vida, la guerra parece haber hallado su fin. Esto


lleva a Hera a entrar en acción: dado que Zeus le había concedido
la destrucción de la ciudad, ahora ella lo induce a enviar al campo
de batalla a Atenea, la otra enemiga de los troyanos, para que dirija
el reinicio de la guerra. Atenea persuade a Pándaro, un aliado de los
troyanos, a arrojar una flecha al victorioso Menelao. Éste es herido
muy levemente, pero el armisticio se rompe criminalmente. Por esta
razón, la guerra, siguiendo la decisión divina, debe continuar. Aquí,
como en otros lugares, la poesía atribuye a la intervención de un
dios la sorprendente acción de un ser humano, aunque al observador
el acto le parece premeditado y hace al infractor responsable de las
consecuencias. Un dios puede obligar al ser humano a hacer algo,
aunque éste no lo quiera conscientemente: Helena, desde los muros
de la fortaleza, ha sido espectadora del combate. Ahí se le presenta
Afrodita y la llama a su aposento, en donde puso a salvo a Paris, su
favorito. Helena está harta de su amante y de su dudosa posición,
y se niega a ir. Entonces, la diosa se enfurece terriblemente y, bajo
abierta amenaza, obliga a Helena a obedecer.
Bajo estas condiciones, los hombres deben tomar en considera­
ción su propia impotencia y caducidad. Son seres efímeros, como
lo expresó un poeta tardío. Esto no se refiere tanto a la brevedad
de su vida, como al hecho de que sólo pueden darse cuenta de su
transcurso día tras día, y no pueden hacer planes para un futuro
nías lejano. Esto también vale para los héroes y para las heroínas,
que, como Aquiles, tienen una diosa por madre o, como Helena,
un dios como padre. Para éstos, como para cualquier hombre, está
oculto el desenlace de los acontecimientos, pero no por ello deben
ser menos valientes y atentos respecto a los actos que se espera de
ellos. Lo que moralmente se valora, o es alabado o desaprobado
por los otros, es el comportamiento, no el resultado de la acción

XXXI
INTRODUCCIÓN

humana. Aquiles derriba a un joven troyano, y éste implora por


su vida. Entonces, su vencedor le recuerda que cualquiera puede
caer en la lucha, cuando le llega su destino. Esto fue válido para
Patroclo, el amigo de Aquiles, e incluso será válido para Aquiles
mismo, el más grande de los héroes griegos e hijo de diosa. Lo
único que importa es la actitud con que se enfrenta el destino. En
la incertidumbre respecto a las consecuencias y el resultado de sus
actos, el héroe puede realizar cada acción desde su libre albedrío.
Ésa es una ética dura, ajustada a una aristocracia militar que, a
la vez, concuerda con la idea que se tenía de los dioses. Dicha ética
define el ambiente de la Ilíada, pero se relativiza de manera muy
notable en la Odisea, sobre la que se hablará más adelante. Además,
los héroes de la Ilíada —en este poema épico no se menciona a
la gente común— se dan a conocer, sin excepción, mediante sus
hechos, mediante su discurso y su aspecto. No tienen ninguna vida
interior comparable con el daimonion socrático o con la conciencia
cristiana, en donde, en última instancia, prospectiva o retrospec­
tivamente cae el juicio acerca del actuar propio. El valor de una
persona es determinado por el juicio que emiten sus contempo­
ráneos, especialmente sus colegas, con respecto a lo que hacen y
dejan de hacer. La fama es la recompensa al cumplimiento de las
palabras y obras, y ella puede persistir más allá de la muerte. Por
ello, los héroes homéricos cuidan, tan celosamente como los dioses,
el reconocimiento de sus derechos y de su honor, lo que también se
confirma mediante los obsequios materiales, como es el caso de la
repartición del botín. De esto se trata en la lucha entre Agamenón
y Aquiles, que desencadena la trama de la Ilíada.
La muchas veces admirada concisión con que la poesía homérica
nos presenta el carácter de personajes totalmente distintos, segu­
ramente se relaciona con esta imagen del hombre. Tras el aspecto

XXXII
INTRODUCCIÓN

exterior, tras el actuar y el hablar no se oculta ningún interior


que haya que reconocer e interpretar con el fin de comprender al
personaje. Naturalmente, hay astucia, mentira y engaño también
bajo estas condiciones. Pero también estos aspectos carecen de
una dimensión profunda, y su descubrimiento no revela ningún
estado de cosas psicológico que enseñe algo más allá de un juicio
moral sencillo. En la representación de Homero, el carácter y la
acción de los seres humanos no proponen enigma alguno, y el
constantemente enigmático transcurso de los acontecimientos es
una organización de los dioses.
Puesto que al héroe homérico le falta la verdadera vida interior,
que no es reconocible inmediatamente a partir del ser y actuar
externos —le falta un alma como nosotros la entendemos—,
tampoco lo espera en el más allá ninguna existencia razonable.
Aquiles se lamenta ante Odiseo, en la visita de éste al inframundo,
y dice que querría la vida del más ínfimo entre los asalariados de
un hombre sin mayor fortuna, a cambio de su inane existencia
como mera sombra.

El ideal de guerrero de la Ilíada tiene rigurosos rasgos carac­


terísticos, y, para el héroe, nada es más doloroso que la pérdida
del honor, del reconocimiento por parte de sus contemporáneos.
De allí se desprende, por una parte, la dignidad y decencia en su
actuar y hablar, el dominio de sí mismo y las buenas maneras, y,
por otra, la inflexibilidad e inexorabilidad cuando se trata de la
revancha de una ofensa recibida, o de la venganza por la muerte de
un compañero. La Ilíada muestra el lado positivo y humano de este
ideal, y lo hace de una manera particularmente hermosa, durante
el encuentro entre Aquiles y Príamo. El viejo rey se ha atrevido a
ir al campamento del enemigo y a la tienda del hombre que, por

XXXIII
INTRODUCCIÓN

ira ante la muerte de su compañero, le mató al mejor de sus hijos.


El viejo rey quiere pedir el cadáver de su hijo. Aquiles recibe con
respeto y solicitud al venerable anciano, y cumple su ruego.
También la Odisea conoce el ideal heroico; sin duda, frecuente­
mente le quita su valor absoluto. Tanto social como geográficamente,
la Odisea bosqueja una imagen del mundo ampliada. En las narra­
ciones del viaje deTelémaco, el hijo de Odiseo, a las cortes de Pilos y
de Esparta, se nos presentan aristócratas que tienen entre sí un trato
exquisito. Especialmente Helena, que se ha unido de nuevo con
Menelao, sobresale como una gran dama y circunspecta anfitriona.
Odiseo tiene experiencias semejantes en la corte de los feacios, con
cuya descripción, fingida en su solitario mundo encantado, el poeta
configuró su concepto de una sociedad ideal. En el encuentro del
desamparado náufrago con la discreta y, a la vez, resuelta Nausícaa,
hija del rey de los feacios, la cual, junto con sus doncellas, primero se
ocupa del lavado de sus prendas y luego juega a la pelota, el poeta de
la Odisea bosquejó la fascinante y justamente admirada imagen de una
joven de buena familia. Que la diosa Atenea provoque cautelosamente
el encuentro y dirija el comportamiento de Nausícaa, corresponde a
la presentación épica de sucesos sorprendentes, y apenas si atenúa la
estampa de la personalidad de la hija del rey. Pero también se le hace
justicia a gente sencilla: el repatriado Odiseo encuentra alojamiento
con Ettméo, que es un porquero fiel y hospitalario; la vieja nodriza
es la primera que, en su casa, reconoce al repatriado, y del resto de
la servidumbre, se nos informa con precisión cómo se comporto
cada uno de los esclavos y de las doncellas durante la ausencia del
señor de la casa, y si, de acuerdo con su conducta, esperan alabanza
o castigo. Incluso se encuentra una mención conmovedora al viejo
que reconoce inmediatamente a su amo ante las puertas

XXXIV
INTRODUCCIÓN

Los viajes erráticos de Odiseo lo llevan por todo el mundo, prin­


cipalmente hacia las criaturas fabulosas que habitan en sus confines,
e incluso al inframundo, donde se encuentra con su madre y con
sus compañeros de armas en la guerra. Todo lo que hay de cíclopes,
hechiceras y monstruos marinos, pertenece completamente al
ámbito de lo maravilloso y de la fantasía. Sin embargo, en medio
de la mentirosa historia que le cuenta a su anfitrión, el porquero,
se reconocen sin dificultad las aventuras de alguno de los griegos
que, como soldados, comerciantes o marineros, probaron suerte
en la época colonizadora de los siglos viii y vii en Oriente y en
el mundo mediterráneo. En la descripción de la isla que se halla
enfrente de la morada del cíclope, se ha descubierto, sin duda con
razón, el interés que, en tiempos del poeta, se tenía en la fundación
de asentamientos coloniales.
Esta ampliación de horizontes condiciona también el cambio
en la relación entre hombres y dioses. Ciertamente, también en
la Ilíada, como ya se mencionó, los dioses sienten simpatía o an­
tipatía para con determinados seres humanos; sin embargo, una
relación de confianza, como la que se da en la Odisea entre Odiseo
y su protectora Atenea, no se encuentra en la Ilíada, a no ser que
la diosa sea la madre del héroe, como en el caso de Aquiles. Con
esto podría relacionarse el hecho de que, a menudo, la Odisea deja
atrás la idea de que los dioses dirigen completamente todos los
acontecimientos, y, en cambio, coloca en primer plano la respon­
sabilidad del ser humano con respecto a su situación personal. En
este sentido, Zeus, el padre de los dioses, justo al inicio del poema
se lamenta de que los hombres hacen responsables a los dioses
de las desgracias en que ellos se encuentran por su propia culpa.
La Odisea lleva a los oyentes a su mundo cotidiano más cerca de
lo que lo hace la litada, y a dicho mundo no sólo pertenecen los

XXXV
INTRODUCCIÓN

detalles ya mencionados de la cultura material, esos que hacen


aparecer a los reyes más bien como terratenientes, sino también
las ideas religiosas y morales. De que el ideal heroico no se olvi­
da, sino que en muchos aspectos se enriquece, y por lo mismo
también pierde su valor absoluto, hay en la Odisea un ejemplo
especialmente conmovedor.
Odiseo fue acogido hospitalariamente en la corte de los feacios,
no en última instancia gracias a la ayuda de Nausícaa, la hija del
rey, y, todavía como desconocido, en la competencia deportiva
mantiene su naturaleza heroica. Posteriormente, después de la
comida, el aedo, que está en el palacio, canta una de las hazañas
de Odiseo en la guerra de Troya, lo cual conduce luego a la devela­
ción de su identidad y a su ampliamente detallada narración de las
aventuras precedentes. Por supuesto, el canto que entona el aedo
de sus hazañas conmueve ante todo a Odiseo hasta las lágrimas, y
el poema describe este llanto con una de las pocas comparaciones
de este poema épico:

Eso, pues, cantaba el perínclito aedo; empero, Odiseo


se derretía; lágrimas, bajo sus ojos, sus mejillas mojaban.
Como llora una mujer que se lanza al esposo querido
que al frente de su ciudad y de sus hombres sucumbe,
queriendo apartar del pueblo y sus hijos el día despiadado:
ella, al mirar a aquél, que se muere y se agita expirando,
derramada sobre él, a gritos deplora; y atrás, los contrarios,
con sus picas golpeando su espalda y sus hombros,
se la llevan a la esclavitud, a tener trabajo y tristezas;
se marchitan, por el muy miserable pesar, sus mejillas:
así Odiseo, bajo sus cejas vertía sus míseras lágrimas.
(Od. VIII, 521-531)

XXXVI
INTRODUCCIÓN

Con crudo realismo, el poeta describe aquí el destino de las


mujeres esclavizadas de una ciudad conquistada. Según el relato
de la Ilíada, algo semejante tiene en mente Héctor que, obligado al
ideal de héroe, incluso con el presentimiento de la propia muerte
y de la ruina de la ciudad, no puede ni debe seguir los ruegos de
Andrómaca, su mujer, que le pide no regresar al combate. “No me
preocupa tanto” —le dice Héctor— “el dolor de los troyanos que
caerán en el polvo”,

cuanto el tuyo, cuando algún aqueo de quitones broncíneos,


tras arrancarte el día de la libertad, te lleve llorando.
Y tejerías, estando en Argos, al servicio de otra, la tela,
y acarrearías el agua desde la Meseida o desde la Hiperia,
muy mal de tu grado. Caerá sobre ti una pesada incumbencia.
Y alguien dirá alguna vez, mirando a quien lágrimas vierte:
‘Esta es la esposa de Héctor, quien combatiendo era el mejor
de los troyanos, que doman caballos, cuando a Ilión combatían’.
Así dirá alguien, alguna vez, y tendrás un nuevo dolor
por la falta de un hombre capaz de apartar el día de la esclavitud.
(//. VI, 454-463)

Después de diez años de sufrimientos, Odiseo, el héroe y destruc­


tor de ciudades, que juega un papel decisivo en la caída de Troya
y en la miseria de mujeres y niños sobrevivientes, es confrontado
con sus hazañas guerreras, las que le ganaron tanta fama entre sus
contemporáneos. Pero el poeta compara las lágrimas de Odiseo,
las derramadas en esta situación, con los lamentos de las víctimas
de esas hazañas suyas. Con todo el reconocimiento que merece la
tradición heroica, esto revela un grado de reflexión y de humanidad
digno de admirarse. Sin duda, el Odiseo de la Odisea aún pertenece

XXXVII
INTRODUCCIÓN

completamente a la serie de héroes que llevan a cabo sus asuntos


con valor y combatividad, como se describe en su combate final
contra los que pretenden la mano de su mujer. Pero las cualidades
heroicas no bastan para conseguir el regreso de Odiseo, exitoso,
aunque también lleno de trabajos y sufrimientos. Su astucia, su
adaptabilidad y su paciencia, pero también su reconocimiento de
la debilidad humana y del poder divino, son las cualidades que lo
protegen de la arrogancia que a otros, entre ellos a sus compañeros,
arrastra a la ruina. A esta astucia, necesaria para sobrevivir, tam­
bién pertenece la modestia, que contribuye a la comprensión de la
conducta y del sufrimiento de los otros. Cuando su fiel y anciana
nodriza comenzó a gritar de júbilo tras la muerte de los preten­
dientes, Odiseo le prohíbe esa expresión de triunfo, y lo hace con
infalible sensibilidad del comportamiento adecuado del ser humano
ante grandes acontecimientos: “contente, no ulules de júbilo: / no
es piadoso jactarse sobre hombres que están acabados”.
La Odisea es el poema de un regreso a casa; su héroe es movido
por la nostalgia de su esposa Penélope y de su patria. El inicio de
la epopeya nos lo muestra en la isla de la ninfa Calipso, después de
haber sido salvado del naufragio. La ninfa lo ama y está dispuesta
a hacerlo partícipe de su inmortalidad y de su eterna juventud, y
únicamente lo pondrá en libertad por expreso mandato del padre
de los dioses. Él, empero, mira incansablemente hacia el mar y
espera ver, sólo una vez más, que se levanta el humo de la casa de
su patria. Por eso, al final de la narración se coloca, primero, el
amoroso reencuentro con la esposa fiel y prudente que ha dominado
todas las dificultades, tanto durante la ausencia del marido como
en su regreso, vuelto un mendigo desamparado, y luego, además,
el orden reconstituido en Itaca, la isla patria, tras la sangrienta
venganza contra los arrogantes pretendientes.

XXXVIII
INTRODUCCIÓN

Se ha dicho, y con razón, que el manejo que hace la Ilíada de los


destinos de sus protagonistas Aquiles y Héctor, quienes saben acerca
del final que les está señalado, de algún modo anticipa la tragedia
ática. La estructura de la acción de la Odisea es muy complicada,
y allí se mezcla el mundo de la tradición heroica con el cuento y
con la vida cotidiana. Consecuentemente, también por eso se traza
el panorama de los caracteres humanos, que es más rico que en la
Ilíada, aunque ambos poemas han dado a sus personajes principales
una individualidad inconfundible.
En la antigüedad, no había ninguna duda de que cada una de
estas epopeyas fuera una obra de arte homogénea, inventada por
un poeta. Sin embargo, se discutía que se tratara de uno y el mismo
poeta. En los tiempos modernos fue preponderante la tendencia
a considerar la Odisea más reciente que la Ilíada, y ello, por su
estructuración más rica y, en algunos aspectos, más realista, y por
su peculiar combinación de diferentes elementos. Reflejaría, según
una opinión expresada reiteradas veces, el horizonte del mundo
griego ensanchado desde el tardío siglo vm a. C. Sin embargo, en
esta cuestión, difícilmente se puede tener seguridad.
Ambas epopeyas comparten el lenguaje formular y el estilo de
la tradición poética oral, y se refieren al mismo ciclo de sagas y
personajes. Sin embargo, una observación minuciosa muestra que,
de muchos lugares de ambas epopeyas, se pueden sacar referencias a
detalles de una tradición presente en el poeta y empleada igualmente
en obras tardías; pero las alusiones a la Ilíada en la Odisea que no se
deducen fácilmente de la saga original, son raras y frecuentemente
imprecisas. La Odisea no menciona en ninguna parte una figura
tan grandiosa y trágica como la del troyano Héctor, que algunos
consideran una creación del poeta de la Ilíada. En la segunda

XXXIX
INTRODUCCIÓN

escena del inframundo, la Odisea relata el entierro de Aquiles.


Hacia allá conduce el dios Hermes a los espectros sombríos de los
pretendientes muertos. La descripción del funeral pertenece a la
mirada retrospectiva de unos sucesos de la guerra que están fuera del
argumento de la Ilíada. Los huesos de Aquiles son enterrados junto
a los de su compañero Patroclo, cuya muerte a manos de Héctor
constituye el verdadero momento crucial del argumento de la Ilíada,
pero cuyo personaje no se puede asignar convincentemente a la saga
antigua. De este modo, Patroclo es, quizá como Héctor, un invento
del poeta de la Ilíada, dado que la Odisea sólo lo menciona una
vez y totalmente de paso. Entre la Ilíada y la Odisea hay, por tanto,
una relación muy peculiar, no fácilmente dilucidable, la cual hace
comprensible la vieja interpretación de un único autor de ambas
epopeyas. Incluso, como ya se dijo, disponen ambos poemas tan
libremente de toda la saga troyana —incluso independiente de la
parte que ha organizado su respectivo argumento—, que resulta
en ellos un cuadro de toda la cadena de sucesos.
Así pues, no habría que responder precipitadamente la pregunta
de la mutua relación en que se encuentran ambas epopeyas, ni la de
su datación. Estas dos obras de arte, de una complejidad y per­
fección tan grande, que realmente sólo se pueden imaginar como
resultado de un largo desarrollo, estuvieron y están ante los ojos de
la posteridad al principio de la literatura griega. Las etapas previas
de este arte épico tan grandioso sólo se pueden inferir a partir de
los más diversos indicios y paralelos, dado que ellas se encuentran
en una época en que no había escritura. En adelante, nombraremos
sin temor con el nombre de Homero el milagro de esas dos obras
maestras que, directa o indirectamente, inspiraron a lo largo de los
siglos la poesía de muchos pueblos.

XL
ODISEA

TEXTOS GRIEGO Y ESPAÑOL


l.OAYLLEIAXA

”Av8pa jioi evvetce, Moug<x, jcoXvtpokov, pxxXoc teoááoc


rcÁxx'YxO'n, etcei TpoíiK iepóv 7tToXi£0pov EftEpoE"
tcoZXcov 6’ áv0pG)K(Dv í8ev áaiea Kai vóov eyveo,
rcoXXa 8’ o y’ év tióvtw 7tá0ev aZyea ov Kara 0vpóv,
5 ápvó|i£vo<; nv te yvxnv Kai vootov exaípcov.
áXX’ ov8’ ©g ÉTápovg éppvaaxo, iép£vó<; KEp-
outcdv yáp otpETEppoiv áxaaOaXípaiv oXovto,
vt|tcioi, oí Kaxá povg 'Y^Epíovog ’Heátoio
t]o0iov • avxáp ó toígiv ácpEÍÁETO vóoiipov r|jj,ap.
io xov ápó0£v y£, 0£a, 0vyaTEp Aióg, eítce Kai np.iv.
ev0’ áXXoi ¡iev TcávTEc;, oaor (pvyov aiTtvv oX£0pov,
oíkoi Eoav, tioZejiÓv te KEípEvyÓTEg t|8e 0áXaaaav •
tóv 8’ oiov, vóotov KEXpTipévov tjSe yovaiKÓg,
vú|i(pr| tcótvt* EpvKE KaAvyá, Sia 0eÓmv,
15 év otceeoi yÁa<pvpoiai, XiXaiogEvrj rcóoiv EÍvai.
áXX’ ote St| EToq t¡A0e jiEpucXopévcov EViaVTCOV,
TCp OI EJCEKÁXÓaaVTO 0EOÍ OÍkÓvSe V££O0ai
eí; ’I0<xkt|v, ov8’ Ev0a TCEcpvypévo^ tjev áé0X©v
Kat |±£Ta olai cpíXoiav 0eoí 8’ éXéaipov ánavTEc;
20 voacpi IIoGEiSatóvog- o 8’ áaTCEpxE^ pEvéaiVEV
ávTi0£cp OSvarfi icápog fjv yaiav ÍK£o0ai.
aXX. o pev Ai0iojca^ |i£T£KÍa0£ tt]Xó0 ’ éóvra^,
Ai0io7iag, toi 8ix0a 8£8aíaTai, eox^toi ávSpcbv,
oi pev Svaopévov 'YrcEpíovog, oi 8’ ávióvTog,
25 avTióffiv Tavpwv te Kai ápvEióv EKaTÓppTK
EV0’ o ye xépjtexo 8awi itaprnievo?- oi 8e 8t| áUoi

1
Libro I

Del varón muy versátil cuéntame, Musa, el que mucho


vagó, después de saquear el sagrado castillo de Troya;
de muchos hombres vio las ciudades y supo su ingenio,
y él sufrió en su alma muchos dolores dentro del ponto,
aferrado a su vida y al retorno de sus compañeros. 5
Mas ni así salvó a sus compañeros, aunque eso deseaba,
pues perecieron a causa de sus propias locuras,
necios: las vacas del Sol Hiperión, ellos del todo
se comían, mas él les quitaba su día del retorno.
De eso, de algún punto, diosa, hija de Zeus, cuéntanos algo. 10
Allí, todos los otros que escaparon de la áspera muerte
estaban en casa, ya libres del mar y la guerra;
sólo a él, que a su mujer y el retorno deseaba,
lo detenía la augusta ninfa Calipso, diosa de diosas,
en sus cóncavas grutas, deseando que fuera su esposo. 15
Mas cuando ya vino el tiempo, al volver de los años,
en que los dioses habían decretado que a casa volviera,
hacia Itaca, ni entonces estaba libre de afanes,
y con sus amigos; todos los dioses lo compadecían,
excepto Posidón; él continuamente estuvo enojado 20
con el deiforme Odiseo, antes de que éste llegara a su tierra;
mas el había ido hacia los etíopes, que lejos se encuentran
los etiopes, los hombres remotos que en dos se dividen:
los que están donde sale, y los donde se pone Hiperión—,
para asistir a una hecatombe de carneros y toros. 25
Allí, él se deleitaba en el banquete, sentado; los otros

1
HOMERO

Zqvóg évl geyápoioiv ’OXugrciou a0pooi qaav.


toígi Sé gú0a>v íjpxe rcaxqp ávSpwv te 0e©v te-
gvqoaxo yáp Kaxá 0'ogóv águgovoc; Aiyia0oio,
30 xóv p ’ ’AyagegvovíSq^ xt|XekXuto^ ektocv Opeoxxi^
xob o y’ ércigvqo0el<; erce’ á0aváxoiai gexqúSa-
« & 7107101, olov StJ VI) 0EOD£ PpOXOl aiTlOCOVXai.
qgécúv yáp tpaai kÓk’ eggevav oí Se Kai aoxoi
oípfioiv áxaa0aXíqaiv l)7iép gópov áXye’ e/oDCiv,
35 á)<; Kai vbv Aíyio0o<; brcép gópov ’AxpéiSao

yrjp’ áXoxov gvqGxqv, xóv 8’ eKxave voGxqGavxa,


eíSáx; aircbv oXe0pov, ercel rapó oí eírcogev qgeig,
'Epgeíav rcegyavxec;, éÚaKorcov ’Apyeüpóvxqv,
pxiT ’ aúxóv Kxeíveiv gr|xe gváaG0ai ÓCKOITIV •
4o ek yáp ’Opéaxao xíoic; eGGexai ’AxpeíSao,
órcrcóx’ áv qpqaq te Kai qg igeípexai aíqg.
&Q E(pa0’ 'Epgeíag, áXX’ oó tppévag Aiyía0oio
rcei0’ áya0á (ppovéov • vbv 8’ á0póa rcávx’ árcéxeiae ».
xóv 8’ qgeípex ’ érceixa 0eá yXaoKcbrcv; ’A0qvq •
45 « ® rcáxep qgéxepe KpovíSq, brcaxe Kpeióvxcov,
Kai Xíqv Keivóg ye eoikóxi Keíxai óXéOpcp,
©<; árcóXoixo Kai áXAxx; oxig xoiabxá ye pé^oi.
áXXá goi ágq> ’ ’08oaqí 8aíq>povi Saíexai qxop,
8i)agóp<p, og 8q 8q0á (píXcov arco rcqgaxa rcáaxei
50 vqocp ev agcpipoxq, Ó0i x’ ógtpaXóg eoxi 0aÁáooqg,
vqao<; SevSpqeaaa, 0eá 8’ év Sógaxa vaíei,
AxXavxog Ooyaxqp oXoótppovo^, b^ te 0aXáooqc;
rcáaq^ pév0ea oiSev, éxei Sé te KÍovag auxot;
gaKpag, ai yaiáv xe Kai obpavóv ágqng exouoi.
55 xob 0üyáxqp SÍGxqvov óSupógevov KaxepÍKei,
ai£l 8é gaXaKoíoi Kai algo Aíoiai Xóyoiai

2
ODISEA I

dioses, del olímpico Zeus en la sala estaban reunidos


Comenzó a hablar entre ellos el padre de hombres y dioses,
porque en su ánimo él se acordó del célebre Egisto,
a quien mató el hijo de Agamenón, el muy célebre Orestes;
acordándose de él, dijo esta palabra entre los inmortales:
“¡Ay, ay! Cómo, cierto, a los dioses los hombres inculpan;
de nosotros, dicen, llega su mal; mas también ellos mismos,
por sus propias locuras, allende el destino tienen dolores;
así, también hoy Egisto allende el destino tomó del Atrida
a la legítima esposa y, cuando ése tornaba, él lo mató
sabiendo de su áspera muerte, pues le dijimos nosotros
antes, enviándole a Hermes, Argifontes de aguda mirada,
que no matara a aquél, ni pretendiera él a su esposa:
‘Habrá un castigo por el Atrida, de parte de Orestes, 40
cuando éste ya sea joven y sienta deseo de su tierra’.
Así le dijo Hermes, mas no movió las entrañas de Egisto,
aun pensando bien; y ahora ha pagado todas en una”.
Le respondió entonces la diosa ojiglauca Atenea:
Oh padre nuestro Crónida, supremo entre reyes, 45
desde luego, aquél, por digna muerte allá abajo se encuentra;
que así se arruinara también algún otro que tales hiciera.
Mas el corazón se me parte por el sagaz Odiseo,
infeliz que hace mucho, lejos de sus amigos sufre infortunios
en una isla rodeada de agua —y allí está del mar el ombligo—,
una isla arbolada, y en ella tiene su casa una diosa, 51
a hija de Adante, el peligrosamente hábil, quien los abismos
de todo el mar conoce, y cuida solo aquellas columnas
que, altas, mantienen distantes al cielo y la tierra.
La hija de éste retiene a ese infeliz gemebundo, 55
e incesantemente, con suaves y seductoras palabras,

2
HOMERO

OéXyei, órcox; ’I0áKT|<; érciXr|O£xai- aóxáp ’OSuggeix;,


iépEvoc, Kai Karcvóv árco0p©OKOVxa voflaai
fjg yaírig, Gavéeiv lp,£Íp£xai. oóSe vi) aoí rcep
6o évxpércExai (píÁov rvrop, ’0Xó|xrci£; oí) vó x’ ’OSdggedc;
’Apy£Í©v napa vtjdgí xaP^CeT0 i£pa pé^cov
Tpoíp ev eópEtri; xí vó oi xóoov ©8óoao, Zeu; »
xf|v 8’ árca^EiPó^EVog rcpoaéqyn VEípEXriyEpéxa ZeÓc;
« XEKVOV E|lÓV, TCOlÓV O£ ETCOg (pÓyEV EpKO<; Ó8ÓVXC0V.

65 rcGx; av £K£ix’ ’O8i)ofjo<; ¿y© 0eíoio Xa0oí|Lir|v,


O<; 7l£pl jl£V VÓOV £0X1 ppOXCÜV, 7C£pl 8’ ípá 0EOIGIV
á0aváxoioiv e8©ke, xoi oópavóv £i)pí)v £%ooaiv;
áXXa FIoo£i8á©v yaióoxog ocokeXe^ aíév
KÓKÁ©rco<; KExóÁxoxai, ov ó(p0aÁpoí) ¿XÓogev,
70 ávxí0£ov noX'ótp'npiov, ood Kpáxo<; éoxl péyioxov
rcaoiv KokXokegoi- 0ó©oa Sé ¡iiv xeke vúpxpri,
0ópKi)vo<; 0i)yáxnp, ákog áxpoyéxoio ixéSovxog,
ev arcÉEai yXaípopoioi ÍIoaEiSácovi jiiyEioa.
ek xoo 8r ’OSuofia nooEiSáoov evogíx0©v
75 oí) xi KaxaKXEivEt, rcÁá^Ei 8’ arcó rcaxpíSot; aÍRc;.
áÁÁ’ áy£0’ TjgEÍg oí'Se rc£pwppa^©|X£0a rcávx£<;
vóoxov, órcrog eABtigi- IIoo£i8á©v 8e ji£0rio£i
ov xóXov • oí) gév yáp xi Si)vr|O£xai ávxía rcávxcov
á0aváx©v aEKqxi 0£©v épiSaivéfiEV oíog ».
«o xóv 8’ TiREÍpEx’ ErcEtxa 0£a yZauKcórcig ’A0t|vti •
« © rcáxEp T||i£X£p£ KpovíSi}, íSrcaxE Kpetóvx©v,
El fl£V 8tJ VOV XOOXO (píÁOV fiaKÍXpEOOl 0EO1GI,

voGxrjaai ’OSixrqa rcoÁxxppova ov8e SÓ|iovSe,


EppEiav ¡iev ErcEtxa, SiaKxopov ’ApyEttpóvxiqv,
85 víjaov e<; ílyoytTjv óxpóvojiEv, ó<p pa xáxtaxa
vopupp éürcÁoKaft© Eirct] vr|p.£pxéa Pot)Áx|v,

3
ODISEA I

lo adula, a fin de que su Ítaca olvide; empero, Odiseo,


deseando mirar por lo menos el humo que se alza
de su tierra, morirse desea. ¿Ni en ti, pues, al menos,
olímpico, el corazón se conmueve? ¿No te era Odiseo
grato, haciéndote ofrendas junto a las naves argivas,
en la ancha Troya? ¿Por qué, pues, Zeus, tanto te airaste con él?”
Respondiéndole, dijo Zeus, el que junta las nubes:
“¡Hija mía, qué palabra huyó de ti, del redil de tus dientes!
¿Cómo, pues, podría yo olvidar al divino Odiseo
que a los mortales supera en ingenio, y sobradas ofrendas
dio a los inmortales dioses, que tienen el cielo anchuroso?
Mas Posidón, que recorre la tierra, duro y sin pausa
está airado por el cíclope, a quien cegó del ojo Odiseo,
a Polifemo el deiforme, cuya fuerza es la más poderosa
entre todos los cíclopes; a éste alumbró la ninfa Toosa,
hija de Forcis, el señor del mar que se agita incansable,
tras unirse con Posidón en sus cóncavas grutas.
Desde entonces, Posidón, que agita el suelo, de ningún modo
quiere matar a Odiseo, mas lo extravía de su tierra paterna. 75
Mas ea, todos nosotros, los que estamos aquí, examinemos
su retorno, como ha de volver; y Posidón depondrá
su colera: nunca podrá, a despecho y en contra de todos
los inmortales dioses, contender solitario”.
Le respondió entonces la diosa ojiglauca Atenea: 80
Oh padre nuestro Crónida, supremo entre reyes;
si realmente ahora a los dioses felices eso les place,
que el muy prudente Odiseo retorne a su casa,
entonces a Hermes, el mensajero Argifontes,
enviemos a la isla de Ogigia, a que muy velozmente 85
diga el decreto infalible a la ninfa de rizos hermosos:

3
HOMERO

vóotov ’OSooofioc; TaXaaí<ppovo<;, ©<; ke vérfcai.


aínáp éycóv ’l0aKT|v6e éX-EÓoopai, 09 pa 01 mov
paAAov eTroTp'úvG) Kaí oi pévog év (ppeai 0£ico,
90 eí<; áyopr¡v KaXéaavTa Kapri Kopócoviaq ’A/atoi)^
Kaai p-VTioTfipeooiv cctceitcepev, oí te oí aÍEi
píjÁ/ áSivá aqxx^o'oai Kaí EÍXÍTCoSac; eXikgc<; poog.
7ce|x\|ío) 6’ ég ErcápTriv te Kaí é<; ITúXov T)pa0ÓEVTa
vóotov TceoaópEvov jiaTpó^ (píXoo, rjv tcou aKoóop,
95 r|S’ 'iva piv kXeo<; éo0Xov év áv0pa>rcoiaiv £%flaiv ».
©g eítcoog’ x)7ió tcoggív éSíjoaTo KaXá TCéSiÁa,
ápPpóoia xpí>a£ia, tó piv tpépov npév é(p’ íypnv
T|S’ ek’ ájcEÍpova yaiav apa Tcvoipa’ ávépoio.
eíáeto Ó’ áÁKipov Eyxog, aKaxpévov ó^éixaZK©,
100 ppi0i> péya GTipapóv, T(p Sápvrioi OTÍ/ag ávSp©v
'npófflv, TOÍOÍV TE KOTEGGETai ÓppipOTCáTpT}.
pf| Se KaT’ OuÁópTCOio Kaprjvcov aí^aaa,
GTÍj S’ ’I0áKq<; évi Sripíp ércí TCpo0úpoia’ ’OS'ua'qoc;,
oí)Soi> etc’ aúÁEÍoo • TCaÁáprj S’ ’é%£ x^Ákeov &Y%o<;,
105 eíSopévTi £,eívw, Tatpícov fyyriTopi, Mévip.
EopE S’ apa pv'naTTipac; áyrivopai;- oi pév ETCEira
TCEGGOIGI TCpO7WXpOl0£ 0l)pá©V 0l)pOV ETEpTCOV,
■ppEvoi év pivoiGi pocav, oüc; EKTavov aí)Toí.
KTlpOKEg 5’ aí)T0lGl Kaí ÓTpTJpoí 0£p(XTCOVT£^
no oi pév áp’ oívov epiayov éví KpriTfipoi Kaí i)S©p,
oi S’ odte GTCÓyyoioi TCoÁmpívcoiai TpaTCE^ag
VÍ^OV Kaí TCpÓTl0£V, TOÍ Sé KpÉa TCOÁÁá SaTEOVTO.
rqv Se tcoáu TCpóyco; ’íSe TriXépaxo^ 0£O£iSri<; •
tjoto yáp év pvTjornpoi 91ÁOV TETiripévog Tfcop,
115 ocaopevog TCaTÉp’ éa0Áov évi (ppEoív, eí tco0ev eáOcúv
pvqoTqp©v t©v pév GKéSaaiv KaTa S©paTa 0eít|,

4
ODISEA I

el retorno de Odiseo de ánimo firme, cómo ha de volver.


Y yo ciertamente marchare a ítaca, a fin de incitar
todavía más a su hijo, y a ponerle coraje en el pecho,
para que, llamando a asamblea a los aqueos de largos cabellos, 90
calme a todos los pretendientes que siempre le matan ovejas
apiñadas y bueyes de patas tornátiles, curvas.
Voy a enviarlo a Esparta y a Pilos, la muy arenosa,
a averiguar de su padre el retorno, por si oye noticias,
y para que entre los hombres la noble fama lo tenga . 95

Dicho esto, bajo los pies ató sus hermosas sandalias


inmortales, de oro, que la llevaban o bien sobre el agua,
o bien por la tierra infinita, con los soplos del viento.
Tomó su robusta lanza, aguda con bronce cortante,
grave, grande, maciza, con que destruye filas de hombres 100

héroes con los que ella se irrita, la hija del padre potente.
Y ella, de las cumbres del monte Olimpo bajó presurosa,
se paró en el pueblo de ítaca, en el portal de Odiseo,
en el umbral del patio, y empuñaba su lanza broncínea,
asemejada a un extranjero, a Mentes, caudillo de tafios. 105

i, encontró a los pretendientes gallardos: ellos entonces,


S
frente a las puertas recreaban el alma con juegos de dados,
sentados en cueros de bueyes que ellos mismos mataran.
ara ellos, sus heraldos y siervos solícitos,
unos mezclaban el vino y el agua en las cráteras, 110

y otros, con esponjas de múltiples poros las mesas limpiaban


y as ponían enfrente, y otros repartían carne abundante.
on mucho el primero, la vio Telémaco, símil a un dios,
C
pues entre los pretendientes se hallaba afligido en su pecho,
viendo en su mente a su noble padre: si él, regresando
de doquier, causara en la casa la fuga de los pretendientes,

4
HOMERO

xi|XT|v 8’ aírcóg exoi Kai Kxnpaoiv olaiv avaaaoi.


xa (ppoverov ¡iv'naxqpai pe0f|pevo<; eígiS’ ’AOrjvriv,
pfj 8’ í0i)<; TcpoOópoio, vepEaarjBrj 8’ évi 0'opcp
120 ^exvov 8q0a 0úpflGiv étpeaxápev • £7yó0i Se axa<;
%Exp’ eXe SE^ixEpTyv Kai éSé^axo x<xXkeov £7X°í»
Kaí piv <p<ovriaa<; £7C£a jcxEpóevxa Trpoarj'üSa •
« xaipE, %£Íve, rcap’ áppi cpiXr|G£ai- aüxáp EKEixa
Seíkvod naaaá|i£vo<; puOrioEai oxxeo ge XPR »•
125 coc; £Í7c©v 'nyEiO’, f| 8’ egtcexo IlaXXctg ’A0r|vr|.
oí 8’ óxe 8t| p’ evxogGev eaav Sópou íynXoio,
£yxo<; |xev p’ £gxt|G£ (pépov rcpó<; KÍova paKpnv
Sox>poSÓKn<; EVXOG0EV Éü^óox), £v0a K£p aXXa
£7Xe ’OSDaofjog xaXaaítppovog 'íaxaxo KoXXá,
no ax)x*nv 8’ e<; 0póvov eíoev aycov, órcó Xíxa KExáaGag,
KaXov 8ai8áX£ov • orco 8e 0pfjvu<; rcoaiv tiev.
rcáp 8’ ax)xóg kXiojiÓv 0éxo koikíXov, ekxo0ev aXXcov
pvr|oxTipcov, pr] ^Eivog cíviT|0£ig ópDgaySaj
SeÍtcVÜ) án&HGEXEV, Wt£p(pláXoiOl p£X£X0©V,
135 Tl8’ iva piv TCEpi TCaxpÓt; áTCOXXOpEVOlO EpOlXO.

xépvxPa 8’ áp<pírcoAo<; rcpoxóa) ETCExe^e (pépouoa


KaXfl xP^GEÍTi, i)ji£p ápyvpéoio AePt|xo<;,
vú}/ao0ai- icapd Se ^eox^v exÓívdoge xpárcE^av.
oixov 8’ aiSoxri xaptq 7iapé0r|K£ <pépouaa,
i4o EiSaxa tcóXX’ £7ci0£Íaa, xapi^opévri TtapEÓvxcov •
8aixpo<; Se KpEicov rcívaKag Ttapé0qKEV áeípag
Ttavxoícov, Ttapd Sé a<pi xí0ei xp^aEia KÓKEXXa,
Kfjp'D^ 8’ a'ÜXOlGlV 0áp’ EKÍpXEXO OIVOXOE'ÜCOV.
£<; 8 tjXOov pvTiGXRp£<; áyr|vop£<;’ oi pév £7t£ixa
145 e^eírig E^ovxo Kaxá KAiapoó; xe 0póvou<; xe.

XOIGX Se KTJpX)K££ |l£V üScOp ETtl XEipa^ EXEÜOV,

5
ODISEA I

y él mismo tuviera su honor, y señoreara en sus bienes.


Eso pensando, sentado entre los pretendientes, miró
a Atenea; fue directo al vestíbulo, e indignóse en el alma
de que un extranjero tanto estuviera en la puerta. Acercándose,
cogió su mano derecha y tomó su lanza broncínea, 121
y, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas:
“Salve, extranjero; entre nosotros serás hospedado; después,
cuando hayas comido, diras lo que te urge .
Dicho esto, él iba adelante, y lo siguió Palas Atena. 125
Y cuando ellos ya estaban adentro del alto palacio,
él llevó y puso su lanza en contra de una alta columna
en el bien pulido depósito de astas, en donde inclusive
estaban las lanzas, muchas, de Odiseo de ánimo firme;
y llevó y sentó a ella misma en un trono de bello labrado, 130
tras tenderle una tela; abajo, para los pies había un escabel.
Junto, él se puso un jaspeado sillón, de los otros distante,
de los pretendientes: no fuera que el huésped, molesto del ruido,
se disgustara de la comida, estando entre gente soberbia,
y para que lo interrogara del padre, que ausente se hallaba. 135
Una sirvienta, llevando agua en una jarra preciosa,
de oro, la vertía sobre una fuente de plata en sus manos
para lavarlas, y extendió a su lado una mesa pulida.
La honorable despensera, llevando pan, al lado lo puso,
añadiendo mucha comida, dando con gusto de lo que había. 140
El trinchador alzó, y puso al lado platones de carnes
de toda clase, y poníales enfrente unos cálices de oro;
se acercaba a menudo el heraldo a servirles el vino.
Llegaron allí los pretendientes gallardos; ellos entonces
se sentaban en orden, en sillones y en tronos.
Los heraldos les vertieron el agua en las manos,

5
HOMERO

gítov Sé Spxpaí 7capevf|eov év Kavéoiai,


[Koupoi Sé KpTjTfjpa; érceGTéyavTo jcotoío.]
oí 8’ érc’ óveía0’ boipa rcpoKeípeva xeipa; íaXXov.
i5o amap éjteí rcóaio; Kai éSriTÓo; e^ epov evto
pvrioTTjpe;, toígiv jxév éví cppeaiv ctÁÁot |I£|XT|X£l,
p,0Á.7CTi t’ ópx'n^í rá w T’ avaOripaTa Salió;.
KÍipo^ 8’ év xepaiv KÍ0apiv rcepiKaÁXéa 0tík£
<X>ruxíq>, o; p’ neiSe rcapá pvrt<rríípaiv áváyiqi.
155 rj toi ó (popfií^tov ávepáXXeio KaXóv áeíSeiv,
amáp TriXépaxo; Ttpooétpri yXai)K©Kiv ’A0nvr|v,
ayxi <JX®V K£(paZriv, iva (iq rceu0oía0’ oí áAXov
« ^eive q>íX’, q Kaí poi vepeGqGeai otti kev eírcca;
toótoigiv jiév Tama peXei, KÍOapi; Kaí áoiSq,
i6o peí’, E7CEÍ áXXÓTpiov píoiov vqrcoivov eSouaiv,
ávépo;, oL 5q teod Xeük’ óaiéa rcóGeiai Ópppcp
Keípev’ £7i ’ qrceípou, q eív áXí Kupa kuXívSei.
eí Keívóv y’ ’lOÓKqvSe iSoíaio voGTqaavTa,
Tcávie; k’ ápqaaíaT’ éXa<ppÓT£poi rcóSa; eivai
i65 q oupveiÓTepoi xp^goió Te éG0qTÓ; te.
vov 5’ ó gév ©; árcóXíDÁe KaKÓv pópov, oüSe ti; qgiv
0aArc©pq, eí jeep ti; ercixOovícov áv0pórccov
(pfjoiv £Á,ei)aea0ai-toÍ) 8’ óSáeto vóoiipov qjiap.
áXX’ áye poi to8e eírcé Kaí áTpeKeco; KaiáXe^ov •
i?» ti; jco0£v eí; ávSpcov; rcó0i toi 7tóÁi; qSé TOKqe;;
oiwtoiq; t’ £ki vqó; átpÍKeo; rc©; Sé ae vamai
qyayov ei; ’I0aKqv; tíve; ejqievai eóxetócovto;
oó pév yáp tí ge jre^óv óíopai év0á8’ ÍKea0ai.
Kai ¡roí Tom ayopeoGov éTqrujxov, ocpp ’ éí) eíScb,
175 qé véov pe0£7cei;, q Kaí TiaTpwíó; éaai
^eívo;, £7iei tcoKAoi laav avepe; qiiéiepov Seo

6
ODISEA I

las sirvientas amontonaban al lado el pan en canastos


y los mancebos llenaron muy bien de bebida las cráteras.
Y echaban mano a las ricas viandas que estaban delante.
Luego, cuando el deseo de bebida y comida expulsaron 150

los pretendientes, otras cosas importaban en su ánimo:


el canto y la danza, pues éstos son de un banquete el ornato.
Un heraldo, una muy bella cítara puso en las manos
a Femio, que entre los pretendientes a fuerza cantaba;
él, tañendo la lira, comenzaba a cantar bellamente; 155

Telémaco, empero, a la ojiglauca Atena le dijo,


la cabeza acercando, para que no escucharan los otros:
“Caro huésped, ¿te me indignarás por lo que voy a decir?
Para ésos, esas cosas importan: cítara y canto, a lo fácil,
pues impunes comen los víveres de otro, de un hombre 160
cuyos blancos huesos ya en algún sitio por lluvia se pudren,
yaciendo en tierra firme, o el oleaje en el mar los revuelve.
Si ellos vieran a aquél, en ítaca entrando de vuelta,
todos desearían ser más veloces en cuanto a sus pies,
que ser más ricos en oro, y también en vestidos. 105

Mas hoy, así se ha muerto, en un duro destino, y nosotros


no tenemos ningún consuelo, aunque algún hombre terrestre
afirme que ha de venir. Se ha perdido su día del retorno.
Mas anda, dime esto, y cuéntalo con sus detalles:
¿quién eres tú, de qué gente? ¿Dónde, tu ciudad y tus padres? 170
¿En qué tipo de nave llegaste? ¿Cómo los nautas
te trajeron a ítaca? ¿Quiénes, pues, se preciaban de ser?
Porque no creo que por tierra hayas llegado hasta aquí.
Y, a fin de que yo bien lo sepa, dime esto verídicamente,
si por primera vez nos visitas, o ya eres un huésped 175
de mi padre, pues a nuestra casa venían muchos varones

6
HOMERO

aXXoi, £7iei Kai keívo<; £7iíaTpo<po<; rjv áv0p©7i©v ».


tóv 8’ ame rcpoaéeirce 0eá yÁavK©7ii<; ’A0t|vti •
« xoiyáp ¿y© toi xavxa páX’ áxpEKE©*; ayo p evo®.
i8o MévTrig ’AyxiáXoio 8aí<ppovo<; Evxopai eívai
vió<;, áxáp Tatpíoiai (piXripexpoiaiv áváaa®.
vvv 8’ ©8e £,i)v vtji KaxT|Xv0ov t)8 ’ ExápoiGi,
7iXé®v £7ií oívoTia tcÓvtov £7i ’ áAAo0póov(; áv0p®7iov<;,
ég Te|A£gt]v gexá %aXKÓv, ay® 8’ aí0©va aíSripov.
i85 vqvg 8é poití 8’ egttikev etc’ áypov vÓGtpi TióArjoc;,
£V Átylévi 'PEÍ0p®, í)7tÓ NTíícp VÁT|£VTl.
^eívoi 8’ áAAr|X®v Tcaxpóíoi evxÓ|ie0’ EÍvai
ápxñg, eí 7iép te yépovx’ Eipriai £7ieX0®v
AaEpTTyv T]p®a, tov ovketi <paai kóáivSe
i9o epx£G0’, áXX’ á7táv£v0£v £7i’ áypov 7tripaTa Tiáaxeiv
ypríi gvv ápq>i7tóXc¡¡), tí oi pp®aív te rcóaiv te
7tapTi0£i, etot’ áv piv xápaTo^ Kara yvia Ááppoiv
ép7iv^ovx’ ává yovvóv áXcpfig oívo7ié8oio.
vvv 8’ fjÁ0ov • 8t] yáp piv e<pavx’ £7ii8r|piov Eivai,
195 aov Tiaxép’ • áAAá vv tóv ye 0eoí pZáTixovai keXev0ov.
ov yáp ti© te0vt|K£V EKi x0ovi 8iog ’OSvggetx;,
aXX’ ETl 7101) £®Ó<; KaTEpVKETai EVpéi 71OVT®,
vtjg© £v ápqnpvTTi, x«X£7toi 8e piv ávSpeg e'xovoiv,
áypioi, OI 7101) KEIVOV Epl)KavÓ©G ’ áÉKOVTa.
200 avxáp vvv toi éy© pavxEvoopai, ©g evi 0vp©
á0ávaxoi PáAAovai Kai ©g T£Á,££G0ai oí®,
ovte ti pávxic; éfflv ovt’ oi©v©v oá<pa eí8©<;.
ov toi ETi 8rjpóv ye cpíXrj^ aTió TtaxpíSog aiq<;
EGGETai, ov8’ EÍ 7l£p TE Gl8rjp£a 8ÉO jTOCT’ EXflGl-
205 (ppaGGETai ©g K£ VETjrai, E71EÍ 7loA,V|4TlXOWÓ<; EGTIV.

aXX aye poi to8e eítie Kai áxp£K£©<; KaxáXe^ov,

7
ODISEA I

de otras partes, pues también él frecuentaba a los hombres”.


Le contestó a su vez la diosa ojiglauca Atenea:
“Pues bien, esas cosas, muy detalladamente voy a decirte.
Mentes me precio de ser, el hijo de Anquíalo iso
sagaz, y señoreo entre los tafios, que aman los remos.
Hoy, así, arribé con mi nave y con mis compañeros,
navegando en el ponto vinoso, hacia hombres de otro lenguaje,
rumbo a Témesa, en busca de cobre; llevo hierro brillante.
Mi nave está allí, lejos de la ciudad, en el campo, íss
en el puerto de Ritro, al pie del Neyo pleno de selvas.
Huéspedes uno del otro, paternos, nos preciamos de ser
desde antiguo... Cierto, aunque yendo al anciano preguntes,
al héroe Laertes, de quien dicen que ya nunca viene
a la ciudad, mas distante, él en el campo sufre infortunios, 190
con una anciana sirvienta, la cual su comida y bebida
le sirve, cada vez que el cansancio sujeta sus miembros,
tras serpear por la colina del huerto fértil en vides.
Vine ahora, pues me dijeron que él ya estaba en el pueblo,
tu padre; mas, por lo visto, los dioses lo apartan del viaje. 195
Pues aún no está muerto sobre la tierra el noble Odiseo,
mas, vivo aún, por ahí en el ancho ponto está retenido,
en una isla rodeada de mar, lo tienen hombres acerbos,
salvajes, los cuales tal vez lo retienen mal de su grado.
Y ahora, para ti yo voy a augurar, como en el ánimo 200
los inmortales lo ponen, y como creo que ha de cumplirse,
aunque ni soy adivino, ni muy entendido en las aves.
Al menos ya no mucho tiempo, lejos de su tierra paterna
estara, ni aunque férreas cadenas lo tengan;
ideara como ha de volver, porque es habilísimo. 205
Mas anda, dime esto, y cuéntalo con sus detalles:

7
HOMERO

eí 8t) amoio tógo<; rcaic; eíg ’OÓDofio^.


aiv©g gev K£(paXriv te koci ÓggaTa KaXá eoikocc;
KEÍvcp, etcei Gaga toíov égiGyóg£0’ áÁXr)Xoiai,
210 rcpív ye tov £<; Tpoírjv ávaPr|gevai, ev0a 7C£p cxÁXoi
’ApyEicov oí ápioToi Epav KoíZpo’ éví vtidgiv •
ek toi) 8’ obt’ ’OSoafia éy©v Í8ov om égE keívo<; ».
tt|v 8’ ao TriXégaxoc; TCEKVBgévo^ ávTÍov rpSSa-
« Toiyáp éy© toi, ^eíve, gáV (xtpekegx; áyopeúo©.
215 gr,Trjp gév te ge qyqai too éggevai, aoTap éy© y£
ot)k oi8’- oi> yáp rc© ti<; eóv yóvov aÚTÓg ávéyv®.
©<; Sr| éy© y’ óípEkov gáiaxpóc; vú teo Eggsvai oió<;
ávépo<;, ov kteÓteggiv eoíg’ etei yrjpai; etetjie.
vóv 8’ áttOTgÓTaTOc; yévETO 0vt|t©v áv0p©rc©v,
220 TOO g’ EK <paai y£V£G0ai, £7t£l GO g£ TOOT’ épEEÍVEig »

tov 8’ ocote 7rpoG££uc£ 0£oc yXaoK©7ci<; ’A0rivr| •


« OO g£V TOI y£VET|V yE 0EOI VtDVOgVOV óftíoo©

GfjKaV, EKEÍ GE y£ TOÍOV éyElVaTO ITriVEXÓrcEia.


áXV áyE goi to8e eítce koci aTp£K£©<; xcccá^e^ov •
225 tí^ 8aíg, tí<; Se ógiÁog oS’ etcáeto; titcte 8é ge %p£©;
EiXarcívTi T}£ yágoc;; etcei oók £pavo<; tíxSe y’ éaTiv,
©<; te goi i)|3pí£ovT£g wceptpiáXxog Sokeoogi
SaívucOai KaTa 8©ga. vEgEOOTioavcó kev ávT}p
aíoxEa nok'k’ ópó©v, o<; tk; TuvoTÓg y£ g£T£Á0oi».
23o ttjv 8 ’ aó TrjXégaxo<; Tcejcvogevog ócvtÍov rjóSa •
« £eív’, £7t£i áp 8q TaoTá g’ ávEÍpEai ti8e gETaXÁa^,
géÁAev gév tcote oÍKog 08’ áípvEió^ Kai ágóg©v
EggEVai, Ó<pp’ ETl K£ÍVO<; ávr|p EKlSriglOg Í¡£V •
vvv 8’ £T£p©<; ePóXovto 0eoi Kaicá ptitió©vte<;,
235 01 KEIVOV g£V aÍGTOV £7toÍT|aaV 7l£pi 7távT©V

av0p©7c©v, etcei oí) ke 0avóvTi 7t£p ©8’ áKaxoígnv,

8
ODISEA I

si realmente tú, tan grande, eres el hijo del propio Odiseo.


En la cabeza y los ojos hermosos asaz te pareces
a aquél; pues muy a menudo nos reunimos uno con otro,
antes de que él se embarcara hacia Troya, hacia donde también 210
otros argivos, los mejores, se fueron en cóncavas naves;
desde entonces, ni aquél a mí, ni yo he visto a Odiseo”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“Pues bien, extranjero, muy detalladamente voy a decirlo.
Mi madre dice que yo soy de aquél, mas yo ciertamente 215

no lo sé, pues nadie aún, por sí mismo, conoce su estirpe.


¡Ojalá yo hubiera sido el hijo de algún venturoso
varón, a quien la vejez con sus bienes hubiera encontrado!
Mas hoy, de quien fue el más infeliz de los hombres mortales,
de él dicen que yo nací —pues eso tú me preguntas”. 220

Le contestó a su vez la diosa ojiglauca Atenea:


“En verdad, los dioses no te pusieron linaje sin nombre,
para el futuro, pues Penélope te ha alumbrado cual eres.
Mas anda, dime esto, y cuéntalo con sus detalles:
¿Qué banquete fue éste, qué turba? ¿Por qué te vino la urgencia? 225
¿Un festín o una boda? Pues esto no es una fiesta a descote;
como insolentes, vehementemente a mí me parecen
banquetear en tu casa. Se indignaría un hombre, mirando
tamañas infamias, cualquiera, sensato, que a éstos llegara”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta: 230
Extranjero, puesto que hoy eso tú me preguntas e inquieres,
debió de ser esta casa en otros tiempos rica y sin tacha,
mientras todavía estaba aquel hombre en el pueblo.
Mas hoy, tramando males, de otro modo quisieron los dioses,
que hicieron de aquél al más invisible de todos los hombres; 235
pues yo no estaría así de afligido por él, por su muerte,

8
HOMERO

eí jiexá oía’ éxápoiai Sápri Tp©©v évi 8r|p©,


fjé (píXcov év xepaív, éneí rcóXegov ToÁúrceuae.
x© kev oi xúppov jjlev énoÍTjoav Ilavaxctioí,
240 tjSe ke Kai w rcaiSi fiéya KXéog TÍpax’ Ó7uoa©.

vov 8é piv <xkXei©<; ''Aprcmai ávripéyavxo •


oíxex ’ aüaxo<; airuaxo^, époi 8 ’ óSúva<; xe yóoo<; xe
KáXXiTCEv- oí>8e xi keívov óSDpópevog axeva%í£co
oiov, eró vó poi áXÁa 0eoí KOtKa ktiSe’ exed^ccv.
245 oaaoi yáp vr|aoiaiv é7riKpaxéo'üaiv ápiaxoi,

AouÁaxí© xe Eájirj xe Kai iAtjevti ZocKiSvOcp,


t|8’ oaaoi Kpavaryv ’lOaKryv Kaxa Koipavéouai,
xóaaoi pnxép’ épTyv pv©vxai, xp^xoDai Se oíkov.
fj 8’ oox’ ápvEixai axvyEpóv yápov oajxe xeáedxt|v
250 ftoiqaai Sóvaxav xoi 8e <p0ivó0odoiv e8ovxe<;

oíkov ejjlóv- xáxa 8tj pe Siappaíaovai Kai aóxóv ».


xóv 8’ EJiaXaaxnaaaa 7ipoarjó8a IlaAAág ’A0r|vri
« © iiÓ7toi, t) 8tj tcoXáov áTioixopEvon ’OS'üofjoí;
8eóp, o ke pvi]GXTipGiv ávaiSéai x£ipaS ¿<p£vn.
255 ei yáp vóv éA0©v 8ópou év 7ip©xpai Oóppoi

axavn, é%©v TcrjXqKa Kai áarcíSa Kai 8vo Soópe,


xoiog é©v oíov piv éy© xa 7ip©x’ évór|aa
oiKtp év TipexÉp© Tiívovxá xe XEprcópevóv xe,
e^ ’E<<n)pr|^ ávióvxa /cap’ ’'IAoo MEppEpíSao• —
260 ©X£xo yáp Kai keíge 0ofj<; etcí vr|ó<; ’OS'üggeÍx;

(páppaKov áv8po<j>óvov Si^npEvog, o<ppa oi eít|


íoíg xpíeaOai xatacnpeag* áAA’ ó pév oxS oi
8©kev, £7teí pa 0eoÍ)<; vejíegí^exo aíév éóvxag,
aXXa Tiaxrjp oi 8©kev épó<; • (piáeegke yáp aívcog • —
265 xoiog e©v pv'qaxTjpaiv ópiXijaeiev ’08dggeó^-
7iavxE<; k ©Kopopoi xe yEvoíaxo rcucpóyapoí xe.

9
ODISEA I

si entre sus compañeros hubiera muerto en el pueblo troyano,


o en los brazos de amigos, tras haber realizado la guerra.
Así, todos los aqueos le habrían erigido una tumba
y, después, a su hijo gran fama le habría conseguido. 240
Mas hoy, las Harpías lo arrebataron sin gloria;
invisible, ignorado se ha ido, y a mí, dolor y lamentos
me dejó; y, de ninguna manera, gimiendo, sólo deploro
a aquél, porque otras malas cuitas me crearon los dioses.
En efecto, cuantos príncipes tienen el mando en las islas, 245
en Duliquio y en Same, y en Zacinto llena de selvas,
y cuantos son soberanos en Itaca, la peñascosa,
tantos pretenden a mi madre, y consumen mi casa.
Y ella, ni rehúsa la horrible boda, ni puede
llevarla a cabo; pero ellos, comiendo, se acaban 2<>o
mi casa: pronto, incluso a mí mismo me van a hacer trizas ”.
Gravemente afectada, Palas Atena le dijo:
“¡Ay, ay! Realmente, mucho careces del ausente Odiseo,
que pondría sus manos sobre los pretendientes impúdicos.
Ojalá que, llegando ahora, él se plantara adelante 255
en la puerta de la sala, con yelmo y clípeo y dos picas,
siendo así cual era, cuando lo vi por primera ocasión
en nuestra casa, bebiendo y gozando,
al regresar de Éfira, de casa de lio, el hijo de Mérmero
pues también hacia allá fue Odiseo en su rápida nave 260
a buscar un veneno homicida, por que él lo tuviera,
para untar sus flechas provistas de bronce; mas no se lo dio,
pues quizá temía a los dioses siempre existentes,
inas se lo dio mi padre, pues amaba muchísimo al hombre—;
siendo así, Odiseo se encontrara con los pretendientes: 265
todos serían de corta vida y de nupcias amargas.

9
HOMERO

áXX’ ?i toi gév Tama Oetov év yoóvaoi KEvcai,


q kev voGTqGa<; árcoTEioETai, Kai obkí,
oiaiv eví pEyápoiav ge Se (ppá^EoOai avarya,
270 oTCKcag ke pvqaTqpa<; árcÓGEai ek pEyápoio.
eí S’ áye virv ^dvíei Kai ejióov Ejircá^Eo pnOcov •
ai) píov Eig áyopqv KaÁÉoac; qpa>ag ’Ayaioix;
p/u0ov KEtppaÓE Tiaoi, 0eoí 8’ etcí pápTopoi eotcov.
pvqaTqpag pev etcí a<p£T£pa GKiSvaaOai ava)x0i,
275 jiqTEpa 8’, eí oi Gopog Etpoppmai yajiEEaOai,
axg ítco ££ péyapov rcaipóg péya Sovapévoio-
oi Se yájxov tev^oogi Kai ápTovéooGiv EESva
jioÁÁa jiáA’, oaaa eoike (píXqg etc! rcaiSóg EKEoOai.
aoi8’ amw jtDKivcog í)7io0qGopai, ai ke 7tí0qav
28o vq’ ápaag épérqaiv eeíkogiv, q tic; ápíoxq,
Ep%£Q 7t£oaó|i£vo(; jiaxpóg Sqv oí/ojiévoio,
qv xíg toi Eucqai ppoxóv, q ooaav aKoÓGq^
ek Aió<;, q te jiáXiaxa (pepEi KXéog avOpeónoiai.
raptara pev eg IlóAov eZ0e Kai EipEO Néaropa Siov,
285 keíOev Se LraáprqvSE napa £,av0óv MeveÁaov •
og yáp SEÓrarog qX0£v ’Ayaicov %aA,Ko%iTG>vcDV.
eí pév kev raaTpóg píorov Kai vogtov aKoóapg,
q t’ áv TpDXÓjXEVÓí; JCEp ETl TÁaírig EViaOTÓV •
eí Se K£T£0vq{ioTo<; aKO'úoqc; jultiS’ et’ éóvrog,
aso vooTqaa^ Sq eraEira tpíXqv ég raarpíSa yaiav
Gqpá TE oi XEVai Kai £TlÍ KTEpEa KTEpEl^ai
rao&^a |i4X’, ooaa eoike, Kai ávépi pqTEpa Soovai.
aircáp éraqv Sq Taina TEXEürqaqg te Kai £p%q<;,
^pá^EoOai $q EraEira Kara tppéva Kai Kara Oojióv,
295 oraraax; ke pvqorqpag évi gEyápoiai teoígi
KTEtvq^ qé SóX^> q á|¿<pa8óv • oóSe tí ge xpq

10
ODISEA I

Mas eso, sin duda, de los dioses está en las rodillas:


si acaso él, retornando, tomará, o no, la venganza
en su palacio; y así, te exhorto a que tú consideres
cómo podrás expulsar del palacio a los pretendientes. 270
¡Anda! Óyeme ahora, y mis palabras atiende:
mañana, llamando a asamblea a los héroes aqueos,
expon tu propuesta a todos, y que sean testigos los dioses.
Ordena a los pretendientes dispersarse, cada uno a su casa,
y a tu madre, si su corazón la incita a casarse, 275

que vaya de vuelta al palacio de su padre muy poderoso;


ellos prepararán su boda y le aprestarán una dote
muy grande, cuanta conviene que vaya ante una hija querida.
A ti, te aconsejaré con prudencia, por si quieres oír:
equipando una nave, la mejor, con veinte remeros, 280
ve a averiguar acerca de tu padre ausente hace mucho,
por si algún mortal te dice algo, o por si oyes de Zeus
el rumor, ese que más transmite noticia a los hombres.
Primero vete hacia Pilos y al noble Néstor pregunta;
de allí, hacia Esparta, hacia Menelao de rubios cabellos: 285
él volvió el último de los aqueos de quitones broncíneos.
Si de tu padre acaso oyes la vida y la vuelta a su patria,
sin duda, aun atormentado, otro año podrías aguantarte;
nías si acaso oyes que está muerto y que él ya no existe,
entonces, retornando a la tierra patria querida, 290
le erigirás un túmulo, y lo honrarás con fúnebres honras
muy grandes, cuanto conviene, y darás tu madre a un varón.
Y luego, cuando hayas cumplido y hecho esas cosas,
entonces, considerarás en tu mente y en tu alma,
de qué manera, en tus salas a los pretendientes 295
mataras, si con dolo o de frente; en nada es preciso

10
HOMERO

VT]7Eiáa<; ó/eeiv, eró ooketi xt|Xíko<; eggí.


T) oi)K áíeig oiov KÁ,eog éXXape 8ío<; OpéoxT]^
rcávxag etc’ áv0p©7xoo<;, ekeí ektocve Ttaipoipovíja,
300 Aíyio0ov 8oÁópT|Tiv, ó oí rcaxépa kXdtóv ektcc;
Kaí at>, <píXo<;, páXa yáp a’ ópóco KaXóv te péyav te,
áÁKipxx; ego’, iva xíg ge Kaí óyiyóv©v éí) euct].
aínáp éy©v Ercí vr^a 0ot]v KaTeZeáaopai -qSri
tjS’ Exápoog, oí rcoó jie páX’ aG/aÁócDGi iaevovtec;-
305 goí 8’ aüx© jaeXet©, Kaí ég©v égná^Eo piSOcov ».

Tqv 8’ ao TnXépaxoc; tiekvdpevoc; ávxtov rií)8a-


« £,eiv’, r\ xoi |aev xaoxa (píXa (ppovécov áyopEÚEic;,
te jcaxnp © 7tai8í, Kaí oí) tcote Xqoopai aüx©v.
áXX’ áy€ váv énípEivov, £7i£iyó|A£vó<; 7t£p 08010,
310 ocppa Xo£GGáp.£VÓg te x£xap7ió|A£vó<; te tpíXov Kqp

8¿bpov Extov E7ií víía kít)<;, xaíp©v éví 0o|A®,


TI|1T|£V, (láXa KaÁzÓv, O TOl KEiprjÁlOV EGTai
é£, EfXEO, oía tpíXoi ^EÍVOl ^EÍVOIGI SlSoOGl ».
tóv 8’ f|p,£Íp£T’ EKEixa 0£a yXai)K©7u<; ’A0rivr| •
315 « }1T1 p.’ ETl VÍ)V KaTÉpDKE, XlXaiÓjAEVÓV 7l£p Ó80Í0 '

8©pov 8’ otti ke poi Soávai tpíXov T|Top ávóyp,


aoTig ávepxogÉvG) SópEvai oikovSe q>£p£G0ai,
Kaí ¡láÁa KaXov eX©v • goí 8 ’ á^iov Eoxai ájioipfic;»
T| pev áp’ ©g eítcoíjg ’ á7tépr| yZai)KC07iig ’A0r|vr|,
320 opvic; 8’ ©g ávóiiaia SiÉTCxaxo • x© 8 ’ éví 0op©

0f)K£ pévoc; Kaí 0ápGO<;, í)7i£p,vr|G£V xé e ftaxpóg


paXXov ex’ i} xo 7cápoi0ev. ó Se (ppEaív pai vorioac;
0ápPT}oev Kaxá 0i)póv* oíoaxo yáp 0eóv EÍvai.
aúxÍKa 8é pv^oxTipctc; £k©xexo ígó0eo<; <p©<;.
325 xoígi 8 ’ áoiSóg cxeiSe tcepikXoxÓc;, oí 8e gicotcti
¿íax’ áKO'üovxEg- ó 8’ ’Axaubv vóaxov oceiSe

11
ODISEA I

que portes modales pueriles, pues ya no eres tan niño.


¿No oyes cuál fama el noble Orestes obtuvo
entre todos los hombres, cuando mató al asesino del padre,
al doloso Egisto, el cual le mató a su ínclito padre? 300
También tú, amigo, pues muy hermoso y grande te veo,
sé fuerte, que alguien, incluso de los venideros, te elogie.
Mas yo ciertamente, ahora voy a bajar a mi rápida nave
y a mis compañeros: quizá, esperándome mucho se enfadan.
Cuida tú de ti mismo, y mis palabras atiende”. 305
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“Huésped, sin duda, con cariño esas cosas me dices,
como un padre a su hijo, y nunca he de olvidarlas.
¡Anda! Quédate ahora, aun con premura del viaje,
para que sólo después de bañarte, y gozoso en tu pecho, 310
con un don a tu nave te marches, alegre en el alma,
uno honorable, muy bello, que una joya será para ti
de mí: tales cosas, con amor da el que hospeda, a su huésped”.
Le respondió entonces la diosa ojiglauca Atenea:
Hoy ya no me detengas, cuando deseo seguir con mi viaje. 315
El don que acaso tu corazón te pida donarme,
lo daras cuando venga de vuelta, para que a casa lo lleve,
escogiéndolo incluso muy bello: tendrás uno digno de trueque”.
Ella, así habiendo dicho, se marchó, la ojiglauca Atenea,
volito hacia el foramen del techo, cual ave. En el ánimo 320
le puso coraje y valor, y le trajo al recuerdo a su padre,
incluso más que antes. Considerando él con su mente,
pasmóse en el alma, pues él sospechó que era un dios.
Y al punto se iba el divino varón hacia los pretendientes.
Entre éstos cantaba el perínclito aédo, y oyendo, en silencio 325
estaban sentados. Él, de los aqueos cantaba el funesto

11
HOMERO

Xoypóv, óv ek Tpoír|<; ércETEÍÁaTo IIaXXá<; ’A0rivri.


TOV 8’ í)K£p(OÍÓ0£V <pp£Gl GÍ)V0eTO 0EG7TIV ÓtOlST]V
KO'ÚpV) ’lKaplOlO, KEpítppCOV riT|V£XÓK£ia-
330 KÁijiaKGt 8’ 'uxjrriÁJiv koct£{3tig£To olo Sópoio,
ook oít|, apa Tfl y£ Kal áptpÍKoXoi 8o’ ekovto.
fj 8’ ote 8tj pvT|GTfjpa<; áípvKETo 8ía yovaiKcóv,
gtt) pa 7tapá GTa0póv xéyeoQ 7iÓKa koit|toio,
avia jcapEiáov a%op£vri Aircapá KpriÓEpva •
335 ápxpíftoXoc; 8’ apa ol keSvt] ekoctepGe rcapEOTT].
SaKpóoaoa 8’ £7C£ixa rcpocrri'úSa 0eíov áoiSóv •
« ChípiE, rcoÁAá yáp áÁAa ppoTcov ©E^Kiripia oiSac;
Epy’ ávSpwv te 0£©v te, Ta te káeíoogiv áoiSoí •
tcüv ev yé otpiv óíeiSe 7iapripEvo<;, ol Se gigottí
34o oivov uivÓvtcüv • TaÚTTig 8’ áftOfta'üE’ áoiSfjg
ÁA)YpTÍ<;, TI TE poi ai£V EVl GTT^EGGl (píXoV KÍ]p
TEÍpEl, E7CEÍ J±£ gáXlGTa Ka0ÍK£TO TC£V0Og ÓtXaOTOV.
toítjv yáp K£<paXr|v ko0eco g£gvT|g£VT| aÍEi
ávSpóg, too KÁéog EÓpo Ka0’ 'EÁXáSa Kal géoov ’'Apyo<; »
345 Tqv 8’ ao TriZépa/o^ 7t£7ivog£vo(; ávTÍov r,o8a •
« pf¡T£p £jif|, tí t’ apa (p0ov££i<; épíripov áoiSóv
TEpjtEiv O7t7rri oí vóo<; opvorai; oo vó t’ áoiSol
aÍTioi, áXXá KO0i Zeoc; aÍTtog, o<; te 8í8(qgiv
ávSpáaiv áZtprjGTfioiv otccck; e0eXtigiv EKaaTíp.
350 tootcq 8’ oo vepeok; Aavacov KaKÓv oítov áeíSeiv •
Tryv yáp áoiSriv paXXov ekikXeÍoog’ áv0pcorcoi,
B Tl(¡ áíÓVTEGGl VECOTÓCTTl áp(pi7léXr|Tai.
ooí 8’ EKiToXpáT© KpaSÍTj Kai 0opóg óckooeiv •
oo yáp ’OSoggeíx; oíoc; árcáZ-EOE vóoTipov ripap
355 évTpoíp, tcoZÁáh 8e Kai áXÁoi cpcÓTEc; óXovto.
aÁA’ Eig oíkov íooaa rá g’ aoTÍjc; Epya KÓpi^E,

12
ODISEA I

retorno que, desde Troya, les ordenó Palas Atena.


En el piso de arriba, ese canto inspirado puso en su mente
la hija de Icario, la muy prudente Penélope;
y ella bajó por la alta escalera de su habitación, 330

no sola, también dos sirvientas la acompañaban.


Y cuando a los pretendientes llegó la divina mujer,
se colocó junto al poste de la sala hecha sólidamente,
manteniendo enfrente de las mejillas su nítido velo;
a cada lado de ella se colocó una esmerada sirvienta. 335

Entonces, lagrimando, le dijo al aedo divino:


“Femio, sabes muchas cosas que a los mortales encantan,
gestas de hombres y dioses, y los aedos eso celebran;
una de ésas, sentado, canta para éstos, y que en silencio
sigan bebiendo su vino. Mas pon un final a ese canto 340

funesto que, siempre, al corazón querido en mi pecho


tortura, pues más que a nadie me vino el odioso pesar.
Porque, recordando, siempre deseo la grandiosa cabeza
del varón cuya fama es amplia en Hélade y Argos central”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta: 345
¿Y por qué, pues, madre mía, prohíbes al aedo querido
deleitar cual su ingenio se mueve? No son los aedos
culpables, mas Zeus quizás es el culpable: él da sus regalos
a los hombres, que son industriosos, como quiere, a cada uno.
Para éste no hay reproche en cantar de dáñaos la mísera suerte,
porque los hombres celebran muchísimo el canto
que a ellos, oyentes, circunda cual más novedoso.
Que tu corazón y tu ánimo ahora soporten oírlo:
Odiseo no fue el único que perdió su día del retorno
en Troya, perecieron también muchos otros varones. 355
Mas, yendo a tu estancia, cuida tus propias labores,

12
HOMERO

ÍGTOV T’ T|X,aK(XTT|V TE, KOÍl ájLKpUtÓÁOlGt KÉAeDE


Epyov £7ioíx£G0ai • pu0o<; § ’ ávSpEGGi peXriaei
uaoi, páXiGxa S’ ejioí- toy> yáp Kpáxog egt’ eví oí'kco ».
36o rj p£v 0appr|GaGa rcaÁiv oíkóvSe PePtjkei •
rcai8ó<; yáp p60ov jiEjrvnpévov ev0eto 0upco.
£<; 8 ’ 'üTtEpíp ’ ávapáca aív áp(pi7ióXoiGi yovai^i
kAxxíev etceit’ ’OSuGfja, (píXov ftóoiv, otppa oí bkvov
tj8Í)v £7ii pkEtpápoiGi páÁE yÁaoKCOTnc; ’A0tjvtj.
365 pvTjGTfjpEc; 8 ’ ópáórjoav ává péyapa gkiÓevtoc •
TcávxEc; 8’ tiptigocvto Tcapaí Xe/eeggi KXl0rjvai.
toígi Se TrjÁépaxog tcetcvdpevoc; t¡p/eto pó0a>v •
« piycpóc; Eprjc; |ivTjGTfjp£<;, í)7C£ppiov ííPpiv exovte^,
VÍ)V |1£V SaiVÓjlEVOl T£p7tCQ|l£0a, (XTiSe Poriwg
370 £OT(0, ETCEl TÓ y£ KOcXÓv aKOT)£|l£V EGTIV áoiSoí)

toioÍ)8 ’ oíog oS’ egtí, 0eoig ’ EvaÁíyKio^ ai)5rjv.


T1ÍD0EV 8’ áyoprjv8£ Ka0E^(op£G0a kióvtec;
rcávxEg, iv ’ ópiv p/60ov aTcrjA-Eyécoc; áTcoEiTWü,
E^iévai (XEyápcov • vXkac, 8 ’ ákeyóvETE Savcag
375 'upa KTTjpaT’ eSovtec; ápEipópEvoi koctoc oÍkodc;.

El 8* vpiv SoKEElTÓ8e Á-COlTEpOV KOCl áflElVOV


sppevai, ávSpóc; evóc; píóTov vífaoivov óÁ£G0ai,
KEÍpET ’ • éy© 8e 0eoi)<; ETtiPÓGopai aÍEV EÓvxac;,
ai' ke 7co0i Zeí^ 8(ogi naXívTiTa Epya y£V£G0ai •
380 VTJKOIVOÍ K£V ETCElTtt SÓjlCOV EVTOG0EV OÁOIG0£ ».

©<; £<pa0’, oí 8’ apa twxvtec; óSá£, ev %eíXegi (póvTEc;


TrjXépaxov 0aúpa£ov, o ©apaaAécoc; áyópEDE.
tóv 8’ ave’ ’Avxívoo<;7ipoGé(pri, Ei)7C£Í0eo<; BÍóg-
« TrjXépax’, í páXa 8tj ge SiSáaKODGiv 0eoí amo!
385 í>\j/ayóprjv t’ £g£vai Kaí 0apaaX£a><; áyopEÓEiv.
prj ge y’ év ápípiáZ® ’I0(xkti PaGiXfja Kpovícov

13
ODISEA!

el telar y la rueca, y a tus siervas ordena que vayan


a sus labores. La palabra, asunto será de los hombres,
todos, máxime mío, de quien es el poder en la casa”.
Aquélla, pasmada, se iba de vuelta a su estancia, 300
pues puso en su alma el juicioso discurso de su hijo.
Tras subir al piso de arriba con sus mujeres sirvientas,
luego lloraba a Odiseo, su esposo querido, hasta que sueño
dulce le puso en los párpados la ojiglauca Atenea.
En la umbrosa sala se alborotaron los pretendientes: 365
todos tenían el deseo de acostarse a su lado, en la cama.
Y entre ellos tomó la palabra el juicioso Telémaco:
“Pretendientes de mi madre, que tenéis soberbia insolencia;
hoy, banqueteando gocemos, y más griterío
no haya, porque esto es hermoso, oír a un aedo 370

tal como es éste, semejante en su voz a los dioses.


Empero mañana, yendo hacia el ágora, nos sentaremos
todos, para que mi propuesta os exprese intrépidamente:
que salgáis de la sala: aprestaos otros banquetes
comiendo los bienes vuestros, turnando en las casas. 375
Mas, si os parece que es más noble y más ventajoso
esto, seguir perdiendo impunes de un hombre los víveres,
pues devastadlos. Yo invocaré a los dioses siempre existentes,
esperando que Zeus conceda que haya una acción de revancha;
entonces, sin indemnización, moriríais en la sala”. 380
Así dijo, y todos ellos, mordiendo sus labios,
admiraban a Telémaco, porque él hablaba audazmente.
Le dijo entonces Antínoo, el hijo de Eupites:
Telémaco, sin duda, los dioses mismos te enseñan
a ser altilocuente y a hablar con audacia. 385
Mas que a ti, cual rey en ítaca puesta en el mar, el Cronión

13
HOMERO

7ioir|oeiev, ó toi yevep TiaTpdrióv egtiv ».


tov 8’ ao TqXejLiaxog rcercv'ügévog ávTÍov rjóSa-
« ’AvtÍvo’, eí rcép poi Kaí áyaGGEai otti kev eí'tccq,
390 Kaí kev xom’ éGéXoipi Aióg y£ SiSóvTog ápéoOai.
íi <pT|<; Tomo KCXKIOTOV EV ávGpÓKOlOl T£W%0ai;
oo pév yáp ti kockóv paaiXE'üépEv • auyá te oí Seo
áípVEióv 7i£Á£T<xi Kaí Tigr|£OT£po<; amóg.
áXX’ v| toi paoiXf¡£<; ’A/aicov eíoí Kaí áÁXoi
395 rcoXXoí ev ájiqnáAxp ’I0áKp, veoi t|8£ rcaXaioí,
tcüv kev Tig tó8’ Expaiv, E7i£i 0áv£ Siog ’OSdggetn;-
aOTÓtp EyÓV OTLKOIO áva^ EOOp’ TlgETEpOlO
Kaí Spcocov, oí)<; poi XijíaoaTo 8ío<; ’OSdggetx;».
tóv 8’ am’ Eopt)pa%o<;, IloXópoo rcáü;, ócvtÍov TióSa
400 « TTjXépax’, t¡ toi Tama 0ec6v ev yowaoi keitoi,
og Tig ev ágcpiáXcp ’I0Ókti PccgiXeÓgei ’Axoci®v •
KTTjpaTa 8’ amó<; éxoig Kaí Scópaai goígiv áváaaoi<;.
prj yáp o y’ eA0oi ávf|p, o<; tí<; a’ áÉKovTa pvnqn
KTT||xaT’ árcoppaÍGEi’, ’lOaKqg eti vai£Taot>ar|<;.
405 aXX’ £0eXg) GE, (pépiGTE, 7T£pí ^EIVOIO £p£G0ai,
ÓK71Ó0EV omog ávrjp • rcovrig 8’ eíS/etoci eívai
yaíric,; rcoo 8é vó oí yEVETj Kaí rcaTpíc; apompa;
rjé tiv’ áyyeÁtnv rcaTpó<; cpépEi épxopévoio,
x\ eov amoo XP£í% ££Á8Ó|xevo<; tó8’ íkóvei;
4io oíov ávaí^ag ácpap ovxeTai, oúS’ ótcejieive
yvájxevai- oo pev yáp ti KaKCp eí<; corca eqjkei ».
tóv 8’ ao Tri^épaxoc; rcErcvT>p£Vo<; ávTÍov rjuSa-
« Eóp'ópax’, B toi vÓGTog ánéikexo naipo^ ejioío •
om’ oov áyy£Á,ífl eti K£Í0opai, e’í ko0ev eX0oi,
415 om£ 0EOTCporcÍT}<; Eprcá^opai, rjv Tiva pifan p
ég péyapov KaXéaaaa 0eoupÓKov E^EpérjToti.

14
ODISEA I

no te erija, lo cual por linaje es tu herencia paterna”.


A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“Antínoo, aunque te me indignes por lo que voy a decir,
también eso querría conseguir, si Zeus lo otorgara. 390
¿Piensas que eso es malísimo entre los hombres?
Pues en nada es malo llegar a ser rey: la casa al instante
rica se vuelve, y más honorable, uno mismo.
Mas, cierto, existen también otros príncipes de los aqueos,
muchos, mozos y viejos, en ítaca puesta en el mar; 395
uno de ellos tendrá este honor, pues murió el noble Odiseo;
sin embargo, seré yo mismo el señor de mi casa,
y de los siervos que para mí predó el noble Odiseo”.
A su vez, le dijo en respuesta Eurímaco, el hijo de Pólibo:
“Telémaco, eso, sin duda, de los dioses está en las rodillas, 400
quién de los aqueos llegue a ser rey en ítaca puesta en el mar;
mas, que tú conserves tus bienes y en tu casa gobiernes.
Que no venga ese hombre que a mal de tu grado, con fuerza
te arrebate tus bienes, mientras ítaca exista.
Mas, excelentísimo, acerca del huésped deseo preguntarte, 405
de dónde es ese hombre. ¿De cuál tierra se precia
de ser? ¿Dónde, pues, está su linaje y su campo paterno?
¿Acaso trae, de la vuelta de tu padre alguna noticia,
o ha llegado aquí, deseando su propio negocio?
¡Como, alzándose, al punto se ha ido, y no se esperó
a que lo conocieran! Y en nada parecía malo en su rostro”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
Eurímaco, realmente se perdió de mi padre el retorno;
y pues ya ni creo la noticia, si de alguna parte nos llega,
ni hago caso de algún vaticinio que acaso mi madre 415
consulta, haciendo llamar a algún vate a su sala.

14
I
HOMERO

^eivog 8’ ovtoc epóq rcaTpáno<; ek Tátpoo eotí,


Mevtti<- 8’ ’AyxiáAoio 8aí<ppovo<; EÓxETai sívai
üló<;, azáp Taqnoioi (piZrjpETpoiaiv áváooei ».
<20 cog ípáxo TrjAépaxog, (ppeoi 6 ’ á0avaTT|v 0eóv éyvoo.
oí 8’ eí<; ópxnawv te Kaí ípepÓEaaav áoiSTyv
TpEvápeVOí TÉpKOVTO, JÁEVOV 8’ £711 EGTEEpOV ¿Á0EIV.
xoioi 8e TEprcogévoiai péXag érci EOTCEpog tiA0£ •
8Í] TOTE KOEKKEÍOVTE^ £|3av OÍkÓvSe EKOtOTO^.
425 Tr¡ Aépaxog 8 o0i oí 0áÁapo<; 7iEpiKaXXE0<; oroA,fi<;
'OVnlog SÉSpTJTO, TIEplOKETCTCÚ EVÍ X®P9»
£V0’ EpT] £Í<; £T)VT]V KOÁZá (ppEOl pEpgripí^CÚV.
t© 8’ áp’ áp’ aí0opéva<; 8áí8a<; <p£p£ keSvcx ióma
EúpókXei’, ?Ü7io<; ©óyarrip ÜEicrrivopíSao,
430 xtjv jiote AaépTrjg rcpíaTo kteccteooiv eoígi,

7tpo>0nPnv et’ eooaav, EEiKooápoia 8’ eScokev,


íaa Sé piv keSvÍ] áXóx<p tíev peyápoiGiv,
ETíVÍj 8’ oí) tcot’ epiKTO, xÓXov 8’ áX,££iv£ yovaiKÓí;-
í] oí áp’ ai0op£va<; Sa'íSat; (pép£ Kaí e páXiGTa
435 Sp©á©v tpiXzéeoKE Kaí expele tot0óv eÓvtoc.
gh^ev Se 0úpag 0aAápoi) kiSko koititoío,
E^ETO 8’ £V AÉKTpep, paAotKOV 8’ £kSt>V£ /V^VOÍ •
Kaí tóv pev ypaÍTig kvkiptiSeo^ epPa%£ xep^ív.
fj pev tóv KTÓ^aoa Kaí áaKriaaoa xvccova,
440

píj p’ ípsv ek GaÁápoio, 0í)pr|v 8’ etcepdgge Kopcóvp


ápYopEfl, éní Se kAt|ÍS ’ ¿TávoGGEv ípávTi.
ev0 ’ oye ttavv'üxiog, KEKaÁ-oppevoc; oíó<; ócÓtco,
PoóAede (ppeoív poiv ó8óv, rqv KÉíppaS’ ’A0iívr|.

15
ODISEA I

Este hombre es mi huésped paterno, oriundo de Tafos;


Mentes se precia de ser, el hijo de Anquíalo
sagaz, y señorea entre los taños, que aman los remos”.
Así habló Telémaco, mas conoció en su mente a la diosa «o
inmortal. Ellos, a la danza y deseable canto volviendo,
se recreaban, y esperaban que sobreviniera la tarde.
Y, mientras se recreaban, la obscura tarde les vino;
entonces, deseando acostarse, se fueron cada uno a su casa.
Telémaco, adonde en el patio para él una muy bella estancia «s
alta estaba construida, en un lugar por doquiera visible,
allí a su cama se fue, muchas cosas pensando en su mente.
Yendo con él, llevaba antorchas ardientes la cuidadosa
Euriclea, la hija del Pisenórida Ope,
a la cual en otros tiempos compró con sus bienes Laertes; 430
dio el precio de veinte bueyes, siendo ella aún pubescente,
y en el palacio la honraba igual que a su esposa esmerada,
mas nunca fue a su lecho: de su mujer evitaba la cólera.
Ella le llevaba antorchas ardientes, y, de las siervas,
ella lo amaba más, y lo había criado cuando era un pequeño. m
El abrió las puertas de su estancia hecha sólidamente,
se sentaba en su lecho y se quitaba su túnica suave;
y a esta, de la muy atenta anciana en las manos la puso.
Ella, la túnica habiendo plegado y compuesto en su traza,
colgándola en una clavija, junto a la cama horadada, 440
presto salió de la estancia; la puerta jaló con la argolla
de plata, y con la correa puso en su sitio el cerrojo.
El allí toda la noche, cubierto con lana de oveja,
pensaba en su mente el viaje que Atena le había señalado.

15
2. OAYZZEIAZ B

^Hpo^S’fipiYéveiaepávri poSoSáKToXo<; ’Háx;,


©pvox’ áp’ e£, eoví](piv ’OSooGfjog epíAoc; r>ióg,
eipaTa éaaápevog, rcepi Se ^íepog ó^i) 0éx’ ©peo,
rcoaai S’ -D71Ó ÁiTtapoíoiv eSfioaxo KaXá TtéSiXa,
5 pfi 8 ’ ípev eK 0aXápoio 0e© évaXíyKiog ávTqv.
aliga Se KrjpÓKeoai Áiyoep0óyyoiai KéXeoae
KrjpoGoerv áyopfivSe Kexpr| Kopórovxag ’A/otioí)(;.
oi pév éicripoaoov, toí 8’ riyeípovTo páA’ coica,
aoxáp érceí p ’ líyep0ev ópriyepéeg t ’ éyévovTo,
10 Pñ p’ ípev elg áyopr|v, TtaXápp 8 ’ £%£ xáÁKeov é'yxo^,

ook oíog, apa t© ye 8ó© KÓveg ápyol e7iovTo.


0eG7iea{iyv 8’ apa t© ye %ápiv Kaxéxeoev ’A0t|vti •
tóv 8’ apa 7cávxeg Xaoi e7iepxópevov 0r|eovTo.
é^exo 8 ’ év TCaxpóg 0eí)Kep, ei^av Sé yépovxe^.
i5 toíoi 8’ e7iei0’ íípa><; AíyÚTmog rjpx’ áyopeóeiv,
og Srj yripaí Koepóg éiyv Kal pupía f¡5r|.
Kal yáp too epíXoc; oióg áp’ ávxiBécp ’OSoafp
"IÁiov eig ewKoXov e(3r| KoíÁpa’ évi vrp)aív,
’'Avxupo<; aíxprpiK' S’ áypioc; é'Kxave KokX©ij/
20 év craíp yÁ-aepop©, 7iópaxov 8’ ÓTtXíaaaTo Sóp7iov.
xpei^ 8é oi áÁÁoi éaav, Kai ó pév pvriaTnpaiv ópíXei
Eópóvopoq, 8óo 8’ aíév éxov uaipeoia épya-
áXV 008’ ©g too Ár|0eT’ óSopópevo^ Kai áxeó©v.
too o ye SótKpo xécov áyopf|aaxo Kai pexéeute •
25 « KeKÁOTe 8f| vov peo, ’lOaKqoioi, otti Kev eíft©.
ooxe 7io0’ fjpexépT] áyopri yévex’ ooxe Oówkoc;

16
Libro II

Al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,


el querido hijo de Odiseo se levantó de su cama,
tras vestirse sus vestes; la aguda espada ciñóse en el hombro,
bajo sus nítidos pies ató las hermosas sandalias,
presto salió de la estancia, semejante a un dios en su aspecto. -
De inmediato ordeno a los heraldos de voz transparente
que convocaran al ágora a los aqueos de largos cabellos.
Unos convocaban, y los otros se reunían muy rápidamente.
Y cuando se reunieron y estuvieron allí congregados,
presto se fue a la asamblea, empuñaba su lanza broncínea, 10
no solo, lo acompañaban dos ágiles perros.
Atenea derramó sobre él una gracia divina,
y así, pues todo el pueblo admiraba a quien iba llegando.
Se sentó de su padre en la silla, le dieron lugar los ancianos.
Entonces, comenzó a hablar entre ellos el héroe Egiptio, 15
que por la vejez ya estaba encorvado y mil cosas sabía.
Pues también su hijo querido, con el deiforme Odiseo
se había ido en las cóncavas naves a Ilion de buenos corceles:
el lancero Ántifo, mas le dio muerte el rústico cíclope
en su cóncava gruta, y lo preparó cual última cena. 20
El tenía otros tres: uno se hallaba entre los pretendientes,
Eurínomo, y dos cuidaban siempre las obras paternas;
mas ni así se olvidaba de aquél, llorando y doliéndose.
Por él vertiendo lágrimas, tomó la palabra y les dijo:
Escuchadme ahora, itacenses, lo que voy a deciros. 25
Ni nuestra asamblea ha tenido lugar, ni sesiones de ancianos,

16
HOMERO

oí) ’OS'üggeíx; 8íog e(3r| KOÍXpo ’ évi vriooí.


vov 8e TÍg ó)5’ iiyeipe; tívo xpei© togov í'kei
TIe V£G)V ávópcbv 1] oí TtpOYEVEGTEpOÍ EIGIV,
30 T|£ TIV ’ ÓtYYE^ÍrjV GTpaTOO ekXdev épxopévoio,
fiv x’ IP™ oáípa £17101, OTE 7CpÓT£pÓg Y£ 71Ó0OITO;
ri e ti Sfipiov aXta> 7U(pai>GK£Tai t[8 ’ áyopEÚEi;
£00X0^ pOl SoKEl ElVOl, ÓVTIPEVOC;. E10E oí (Xl)T¿9
Zeíx; áya0óv teXegeiev, ó ti (ppEGÍv fioi pEvoiva ».
35 (páw, xaípe Se (pTjpp ’Oóoggtio^ (píXog víó^,
oi)8’ áp’ £Ti St^v t^gto, pevoívtigev 6’ áyopEVEiv,
GTT) 8é péop áyopfi • GKRTCTpOV 8é OI EppaXE xeipí
K'fip'U^ netGT)V<0p, 7l£7TVl)pév<X pr|S£a eí8ó<;.
KpCOTOV ETCEITOC yépOVTOt KOC0(XKTÓp£VOg KpOoéElTCEV •
4o «(o yépov, oi)x EKCtg oótoí; ávri p, Táxa § ’ eíaeai aí)TÓ;
o<; taxóv TiyEipa • pátaoTa Sé p’ gcA,yo<; íkóvei.
oí)te tiv ’ áYyeMnv GTpaTOÍ) ekXoov épxopévoio,
rv x ’ íípiv aoHpot e’íkco, ote 7ipÓT£pó<; ye 7n)0oípnv,
oíSte ti Sripiov aXXo 7ri<paooKopai oí>8 ’ aYopEÓco,
45 áXX’ épóv aÓTOó xpsioc;, o poi kockcx epkegev oíkíj),
Soiá- tó pev TtaTEp ’ eg0áóv á7Cft>Á£Ga, oí; 7cot’ év ópív
toígSeggiv paoítaoe, tkxtrp 8’ cóg rjuioc; tiev •
vov8’ aó KGtí TioÁA) peí$ov, o Sil Taxa oíkov a7tavTa
tmxYX’d SiappaÍGEi, (Síotov 8’ ano 7i<xp7cav óáeggei.
5o prjTEpi poi pv'qoT^peí; ETcéxpaov oók £0£Áoóor|,
tó)v ávSpcov (pitan x>Teg oí év0á8£ y’ eioív ápiowi,
OÍ TUXTpOg pev £§ OIKOV ájCEppÍYOOl VEEG0OCI
Impío!), a; k ’ oótoc; éeSvóaaiTO 0t)y<xt pa,
Soítj 8’ q> k’ éQétan mí oí Kexapiopévo<; eX0oi-
55 oí 8’ ei«; ípieT£poT) Tctotaópevoi npetTa 7LÓVTCÍ,
Upeúovw; Kaí oú; mi jcíovag avyat;,

17
ODISEA II

desde que el noble Odiseo se fue en las cóncavas naves.


•Hoy, quién así nos reunió? ¿A quién tanta urgencia le viene,
ya de los jóvenes, ya de los hombres ancianos?
¿Acaso oyó, de la vuelta de la tropa alguna noticia 3C
que él podría claramente decirnos, pues la supo el primero?
¿O explica y pone a debate alguna otra cosa del pueblo?
Me parece que eS honesto, bendito. Ojala que para el
cumpla Zeus algún bien, lo que él en su pecho desea”.
Así habló, y el querido hijo de Odiseo gozó con lo dicho; v
ya no se quedó mucho tiempo sentado, quiso arengarlos,
y se paró en medio del ágora; el cetro le puso en la mano
el heraldo Pisénor, el cual sabía juiciosos consejos.
Entonces, dirigiéndose primeramente al anciano, le dijo:
“Anciano, pronto lo conocerás, no está lejos ese hombre: 40
yo reuní al pueblo; a mí, más que a nadie, me llega el dolor.
Ni oí, de la vuelta de la tropa alguna noticia
que claramente pueda deciros, porque la supe el primero,
ni explico ni pongo a debate alguna otra cosa del pueblo,
sino mi asunto propio, que en mi casa cayó una desgracia 45
doble. Una: perdí a mi noble padre, quien entre vosotros
que estáis aquí, antaño reinaba, y como un padre era benigno;
y hoy, otra, y mucho mayor, que ya pronto a toda mi casa
destruirá del todo, y perderá totalmente mis víveres.
A mi madre le cayeron pretendientes —sin que ella quisiera—, 50
los queridos hijos de hombres que, aquí, son los mejores,
y ellos se horrorizan de ir a la casa de Icario, su padre,
quien, en persona, fijaría una dote por su hija,
y la daría a quien él quisiera, y le resultara agradable;
mas ellos, a nuestra casa viniendo todos los días, 55

matando bueyes y ovejas y cabras grasosas,

17
HOMERO

EiXarcivá^ooGiv rcívooGÍ te aí0orca oívov


payiSícog* xa 8e rcoÁÁa KaxavExai. oo yap £rc avrip,
oiog ’OSdggeíx; egkev, ápTjv arco oikod apvvai.
6o T|p£Í<; 8’ od vd ti xoioi apuvEpEV' R Kai ErcEixa
XEDyaXÉOl t’ £GÓp£G0a Kai OD SESaTjKOTEC; aXKTJV.
t’ áv ápüvaípriv, eí poi Sovapit; y£ rcapEiri •
od yáp et’ ávGXEiá Epya TETEÓxaxai, odS’ eti KaXax;
OIKOg Egóg SlÓtaúÁE- VEPEGGT10TITE Kai aOTOÍ,
65 ak'koMQ x’ aí§£G0T|T£ rc£piKTÍova<; áv0pcí)rcoD<;,

oí rcEpivaiExáoüGi- 0eg>v 5’ DrcoSEiGaxE pnviv,


gf| ti jiETaaTpÉycDGiv áyaaaápEvoi KaKa Epya.
XÍGGopai tijiev Zr|vó<; ’OÁoprcíoo tiSe 0épiGTO<;,
t’ ávópcov áyopóu; tirev Adei t^Se KaOí^ei-
70 axÉG0£, cpíXoi, Kai p’ oiov éaGaxE rcév0£Í Xuypcp
T£Íp£G0’, EÍ pij rcoo ti rcarnp épó<; £G0XÓ<; ’OSdggeíx;
SDGpEVECÚV KaK’ EpE^EV £DKVT|pi8a<; ’AxaiOTjq,
tcov p’ árcoTEivógEvoi KaKa pebete Sdgpeveovtec;,
TODTODg OTpí)VOVTEg. E|ioí Sé K£ KEpSlOV EIT|
75 Dpéag £G0Ép£vai KEiprjXiá te rcpópaGÍv te •
eí x’ ópEig y£ tpáyoiTE, xáx’ áv tcote Kai tígk; e’íti •
TÓcppa yáp áv Kaxá áaxD rcoTircTDGGoíp£0a pnOco
XpRpaT’ árcaiTÍ^ovT£<;, Ecog k’ arcó rcávxa So0£iri •
víjv Se poi árcp'rjKToog oSávag épPáXÁETE 0op¿p ».
80 ©<; <p<xto x<oóp£vo<;, rcoxi Se GKfjrcxpov páAs yaíp,
SaKpu ávarcpTiaag • oíkto<; 8’ eXe Xaóv árcavxa.
£V0 aXXoi psv rcavTEg aKqv EGav, odSe tk; etáti
Tri^Epa/ov pD0oiaw áp£Íyaa0ai xa^Ercoiaiv •
Avxivoo<; Se piv oíoq ápEipópEvo^ rcpoGEEircE •
85 « << TqXépax WaYopi], jiEvog cxgxete, rcoiov EEircEg
RP£a<; aiGxúvcov, £0éXoig Se ke pcbpov áváyai.

18
ODISEA II

celebran festines y beben vino de aspecto esplendente


sin medida; esas cosas, muchas, se agotan: no hay un varón
como era Odiseo, para apartar de la casa la ruina.
Yo no soy tal como para apartarla; sin duda inclusive 6o
después, torpe seré, e ignorante en cuestión de pelea.
Sí, me defendería, si yo tuviera la fuerza,
pues suceden hechos ya no soportables, ya no bellamente
está en ruinas mi casa. Vosotros mismos también indignaos
y avergonzaos delante de otros hombres circunvecinos, 65
que habitan en torno, y temed, de los dioses la cólera,
no, por las malas acciones airados, en contra os las vuelvan.
Os suplico, por el olímpico Zeus, y por Temis,
la cual disuelve y dispone las asambleas de los hombres:
deteneos, amigos; dejad que solo, en mi pena funesta 70
me agote, a no ser que acaso mi noble padre Odiseo,
hostil, haya hecho males a los aqueos de grebas hermosas,
y por ellos haciéndome expiar, males me hacéis hostilmente,
incitando a ésos. Para mí sería más provechoso
que mis tesoros e incluso mis greyes comierais vosotros; 75
si las comierais vosotros, luego algún día habría recompensa,
pues por la ciudad, con la palabra, tanto instaríamos,
reclamando los bienes, hasta que todos me fueran devueltos.
Mas ahora infundís en mi alma intratables dolores”.
Así habló irritado, y arrojó contra el suelo su cetro, 80
esparciendo su llanto, y la piedad tomó a toda la gente.
Allí, todos los otros quietos estaban, y nadie atrevióse
a responderle a Telémaco en duras palabras;
nías Antínoo, sólo él, respondiendo, le dijo:
¡Telémaco, altilocuente, indomable en coraje! ¡Qué has dicho
avergonzándonos! Sin duda, deshonra querías atribuirnos. 86

18
HOMERO

ooi 8 ’ oo ti jxvncTfipeg ’A/aióov a’ítioí eíoiv,


áXÁa (píXq iiriW> U xoi.rcepl KÉpSea oíSev.
Sti yáp Tpíxov éoriv etoc;, záxa 8 ’ eíoi TéxapTov,
90 é^oo aTépjfei 0og.óv évi ott|0eooiv ’A/caov.
jcávxa^ fiev p’ eXtcei, Kai 'UJtíoxETOuccvSpi ekolot©,
áyyEÁía^ Jipoirioa • vóoc; Sé oi ocÁÁa pevoiva.
fj Se SóZov xóvS ’ aAAov évi tppeoi pEpprj pi^e •
GTTjaapév'ri péyav iotov évi peyápoiaiv oipaivE,
95 Xektóv Kai Jiepígezpov • atpap 8’ rjpiv peréeuce-
< Koupoi, époi pvTiGTTÍpeg, ércei Gave SiO(~ ’OSoooeÓc;,
pí|iv£T’ ércEiyójiEvoi tov épóv yápov, eíc; o ke (papo<;
EKTEÁéo©, J_LT| goipETapóvwc VripOCT’ oXrjTai,
Aaéprri ií p©x Taiprjiov, eig ote Kév piv
ioo jxoip’ óáot} Ka0éÁfloi TavT|X£yéo<; Oavázoio,
pr| zíg poi Kara Síypov ’ÁxaiiaSov v£p£or|op,
ai K£v áz£p ojiEÍpon keítoci jioAAá KTEaxíooa<; >.
©c; £<pa0’, rjpív 8’ oüt’ ejiekeíOeto 0opó(; áyqvwp.
ev0a Kai TipaTir) pév íxpaívEGKEV péyav Iotov,
105 vüktoi; S’ áXXóeoKEv, etitiv SaiSac; 7wxpa0£ÍTO.
ó^-zpÍETE^ pév eAj$e8óá© Kai EKE10EV ’Axaioé<;-
áU’ OTExérpaTOv ^Wev eto^ Kai ekt|XüGov ©pai,
Kai tóteStj tic; eeule yuvaiK©v, i] oá(pa fjórj,
Kai tt¡v y’ áXXéoooav éípEÓpopEv áyAaóv iotóv.
ÜO tog tó pév E^ETéÁEGGE Kai oók e0£Aodo i)7T ’ áváyKT|<;
ooi 8’ ©Se pvrjOTflpEc; wcoKpívovTai, iv’ EÍSpg
aÓTÓg oíp0ogxp, eíS©oi Sé TtávTEc; ’A/aioí •
jtfVcépa ot|v ájcóitEp^ov, av©%0i Sé piv yápéEO0ai
t© ote© te 7iarqp KéXeTai Kai ávSávEi a/ÓTÍj.
lis ¿i &’ ib ’ c^i^oEi ysiroAóv %póvov oiat; ’Axoti©v^
xa (ppovéooo ’ ává 0opóv, a oi ftEpi 8©kev ’A0tjvt| ,

19
ODISEA II

Mas los pretendientes aqueos en nada te son los culpables,


sino tu madre, que más que ninguna conoce de astucias.
Pues ya es el tercer año, y el cuarto se irá con presteza,
desde que ella en los pechos de los aqueos confunde las almas, w
Da esperanzas a todos, y a cada hombre le hace promesas
enviando mensajes, pero otras cosas anhela su mente.
Y ella, por otra parte, este dolo urdió en sus entrañas:
ella tejía, tras colocarse en su sala una urdimbre grandiosa,
sutil y muy amplia, y al punto habló entre nosotros: 95
‘Jóvenes, mis pretendientes, ya que murió el noble Odiseo,
aguardad, aun ansiando mi boda, hasta que yo finalice
—no sea que vanamente se pierdan los hilos— el manto
fúnebre para el héroe Laertes, para el tiempo en que a él
lo alcance la moira fatal de la muerte asaz pesarosa; 100
no sea que, en el pueblo, alguna aquea se indigne conmigo,
si él sin sudario reposa, aunque mucha riqueza adquiriera’.
Así dijo, y nuestro ánimo firme dejó persuadirse.
Entonces, también de día, su grande tela tejía,
mas deshilaba en las noches, tras ponerse al lado unas teas. 105
Asi, tres años, con dolo eludía y convencía a los aqueos;
mas, cuando vino el cuarto año y las estaciones sobrevinieron,
pues entonces, una mujer que bien lo sabía nos lo dijo,
y la sorprendimos deshilando la espléndida tela.
Asi finalizó ese trabajo, aun no queriendo, por fuerza. 110
Los pretendientes así te responden, por que lo sepas
tu mismo en tu corazón, y lo sepan todos estos aqueos:
envía de regreso a tu madre, y ordénale que ella se case
con quienquiera que ordene su padre, y a ella le agrade.
Mas si aún mucho tiempo fastidia a los hijos de los aqueos, 115
teniendo en su ánimo eso que Atena le dio en abundancia,

19
HOMERO

Epya x ’ ércíoxaoGai rcEpiKaÁÁéa Kai <pp£va<; éoGÁag


KEpSeá 0’, oí’ oí) rcó xiv’ áKoúofiEv oúSe rcaAaicóv,
xácov ai rcápo<; íjaav ÉürcÁoKagiSE^ ’A%aiai,
120 Tupió X* ’AÁ,KgT|VT| XE £Í)GX£(pavÓ<; TE MdKT)VT| •
xácov ou xi<; ógoia vorigaxa nr|V£Áorc£ir|
fl§T|- áxáp g£V XOOXO y’ EVaiGlgOV 01) K EVÓrjGE.---
xóíppa yáp oov píoxov xe xeov Kaí Kxrigax’ éSovxai,
Óíppa KE KEÍvri XOBXOV £%T| vóov, óv xivá oí vüv
125 ev oxr|0£GGi xiGeígi Geoí ’ géya gev kAeoc; aíxp
rcoiEix’, aúxáp aoí y£ rcoGíiv rcoAéoc; (3ióxoio.
fi|X£ig 8’ oí)x’ ércí Epya rcápog y’ íg£V oííxe 7x9 aÁXfl,
rcpív y’ aírrnv yngaoGai ’A/aicov q> k’ éOéXpoi».
xóv 8’ au TTiÁéga%o<; rcErcvogévoc; ávxíov xiiíSa-
130 « ’Avxívo’, oí) rcco<; egxi 8ógcov aEKODoav árcíooai
TÍ g’ exex’, g’ £0p£y£, rcaxrip 8’ égóg áAAoGi yaírig,
£(ÓEl O y’ T) XeGvT|KE* KttKOV 8é g£ TtÓXX’ ¿TCOXÍVEIV
’lKapüp, ai k’ aoxóg ekcov arcó gnxépa rcégyG).
ek yáp xoí) rcaxpóg KaKa rcEÍaogai, áXXa 8e Saígcov
135 Scogei, ércEi grjxTip oxDyEpág ápnoEx’ épiví)<;
oikod árcEpxogévri • vég£Gi<; 8é goi é£, ávGpcórccov
eooexav coq oí) xodxov éycó rcoxE gí)0ov évíyG).
í)g£X£po<; 8’ El gev 0i)gó<; VEgEOÍ^Exai aóxcov,
e^ixe goi gEyápcov, áXAag 8’ á^eyúvexe 8aíxa<;
140 í)gá KXTjgax’ eSovxec; ágEipógEvoi Kaxá oí'koix;.
El 8’ DglV Sokeei XÓSe WlXEpOV Kaí agElVOV
EggEvai, ávSpóg évog píoxov vrircoivov óAéoGai,
KeípEx’- eyó) 8e Geoíx; érciPcóaogai aíév éóvxac;,
ai ke rcoGi Zeix; Scpoi rcaAívxixa Epya yEvéoGai •
145 vrptoivoí kev ErcEixa Sógcov evxogGev óAoigGe ».
(páxo TriAégaxog, xco 8’ aÍExó) EDpóorca Zeix;

20
ODISEA II

destreza en labores muy bellas, mente avisada y astucias


tales, cuales aún no oímos ninguna, ni de las antiguas,
de esas que antaño vivieron, aqueas de rizos hermosos,
Tiro y Alcmena, y Micene, de hermosa corona: ™
ninguna de ellas, pensamientos iguales a los de Penélope
sabía; mas al menos aquí, no pensó lo más conveniente.
Pues comerán tanto tiempo tus bienes y víveres
cuanto aquélla se aferre a ese proyecto, al que ahora
en el pecho le ponen los dioses. Cierto, gran fama consigue 125
para ella, mas para ti, la merma de innúmeros víveres.
Nosotros, ni al trabajo iremos, ni a ninguna otra parte,
antes de que ella se case con quien le plazca de los aqueos”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“Antínoo, no es posible mal de su grado echarla de casa,
ella me alumbró y me nutrió, y mi padre, en otro lugar
vive o ha muerto, y es duro que yo una gran multa le pague
a Icario, si yo mismo, de grado, despido a mi madre.
Pues sufriré de su padre unos males, y un dios me dará
otros, porque mi madre imprecará a las furias terribles 135
al irse de la casa. Y en fin, yo tendré de los hombres
el reproche. Por tanto, yo nunca diré esa palabra.
Si de vosotros mismos el alma se irrita,
pues salid de mi sala, aprestaos otros banquetes
comiendo los bienes vuestros, turnando en las casas. mo
Mas, si os parece que es más noble y más ventajoso
esto, seguir perdiendo impunes de un hombre los víveres,
pues devastadlos. Yo invocaré a los dioses siempre existentes,
esperando que Zeus conceda que haya una acción de revancha;
entonces, sin indemnización, moriríais en la sala”. 145
Así habló Telémaco, y Zeus, de voz espaciosa, dos águilas

20
HOMERO

'bxjzóOev ek Kop'u<p'n<; opEog rcpoériKE rc£T£G0ai.


t© 6’ £©g fxév p’ eteetovto peTÓc rcvoipG’ ávégoio,
7tÁ.T|OÍG) áÁXr|XoiGl TITOUVOpeVCO TCTEpáyEGOlV •
150 áXX’ ote Si) péaariv áyopi]v rcoXiJípripov ÍKéo0r|v,
£V0’ Erci8lVT|0£VT£ TlVa^áa0T|V TCTEpá TTBKvá,
£<; 5’ l8£TT|V rcaVTG)V K£(paXá<;, OOGOVTO 8’ ÓÁ£0pOV •
Spuyapévcú 5’ óviS/eggi rcapEiác; ápxpí te §£ipá<;
§£^iá> Ti'i^av 8iá t’ orna Kai rcóXiv aÜT©v.
155 ©ápPriaav 8’ opvi0ag, érc£Í i8ov ó<p0aXp,oiaiv •
cóppr|vav 8’ ává 0npóv á rc£p teXeeoOcu eixeXXov.
TOIGI 8e Kai (lETEElTCE y£p©V T] pCO^ 'AXl0£pGTl<;
MaaTopíSrig • ó yáp oíoc; óprjXiKÍr|v ekekocgto
ópvi0a<; yvcóvai Kai évaíaipa p,D0TiGaG0ai •
i6o o ocpiv ¿i) (ppovécov áyopr|GaTO Kai iieteeitce*
« kekXüte 8ti váv |ieb, ’I0aKr|Gioi, otti kev Eircw
pvTioTflpoiv Se páXioTa rci<paDGKÓ|Li£vo(; tocSe £Íp®.
toígiv yáp péya 7ifjga KDÁívSeTav oá yáp ’05ooo£Í>g
Stjv árcáv£i)0£ (píAxov <ov egoetoi, áÁXá rcoo tíSíj
i65 eyyug £©v toígSeggi <póvov Kai Kripa (puTEiiEi,
rcávTEOOlV • KOÁEGIV Sé Kai aÁÁOlGlV KaKOV EGTai,
ot v£póp£G0’ ’I0áKT|v eoSeÍeÁov. áÁÁá rcoÁi) rcpiv
<ppa£(D}i£G0’ ¿óc, kev KaTarcaúaofiEv • oi 8e Kai auroi
rcanéaOrov • Kai yáp Gípiv áípap tóSe Ácóióv egtiv.
i7o oá yáp aTCEÍpriTog gavTEÚogai, áXX’ éi) EÍScog •
Kai yáp keívco (pripi TEÁEOTTiOfivai árcavra,
&C, 01 £p\)0£ÓpriV, ote ’lXiov Eioavépaivov
’ApyEioi, |i£Tá 8e o<piv £pr¡ rcoA-ápririg ’OSdggeix;.
<RV KaKa rcoXXá rca0óvT’, óXéoavT’ arco rcávTa<; ETaípoix;
175 ayvcoGTov rcávTEooiv eeikogtco eviauTW
o’iKaS’ £Á,£Úo£G0ai- Ta 8e 8tj váv rcávTa TEÁEvcai».

21
ODISEA II

le envió a que volaran de lo alto, de la cima del monte.


por algún tiempo volaban en medio de soplos del viento,
próximas una de la otra, extendidas, sus alas;
150
mas cuando llegaron al centro del agora llena de voces,
entonces, ambas girando, agitaron veloces sus alas,
y hacia las testas de todos miraron, y muerte veían.
Tras lacerarse entre sí, con las garras, sus mejillas y cuellos,
a la diestra irrumpieron, por la ciudad y las casas de aquéllos.
Se pasmaron ante las aves, cuando con sus ojos las vieron, 155

y ponderaron en su alma las cosas que habrían de cumplirse.


Y entre ellos también habló el viejo héroe Haliterses,
hijo de Mástor, pues, solo, a sus coetáneos él superaba
en conocer las aves e interpretar los signos fatales.
Él, entre ellos, pensando bien, tomó la palabra y les dijo: 160

“Escuchadme ahora, itacenses, lo que voy a deciros;


digo estas cosas, dirigiéndome más a los pretendientes,
pues sobre ellos se vuelca un gran infortunio: Odiseo
no estará mucho tiempo lejos de sus amigos, mas hoy,
estando cerca, homicidio y muerte a ésos les planta, 165

a todos; mas también de otros será la desgracia, de muchos


que habitamos Itaca que es muy visible. Empero, mucho antes,
consideremos cómo calmarlos; e incluso ellos mismos
cben calmarse, pues esto ya es mejor, incluso para ellos,
o hago este augurio como un inexperto, mas bien enterado; 170
en e ecto’ afirmo que también para aquél todo se cumple
como yo le decía, cuando hacia Ilion se embarcaban
los argivos, y con ellos marchaba el ingenioso Odiseo.
Afirmé que, muchos males sufriendo, perdiendo él a todos
los suyos, desconocido de todos, al año vigésimo 175
llegaría a su casa. Hoy, sin duda, todo eso se cumple”.

21
HOMERO

xóv 8’ aux’ E'úpúp,a%o<;, rioAóPoo 7tcxtl^, ávxxov rp)8a-


«(b yépov, ex 5’ aye 8tj pavxeóeo ooxox xéKeooxv
OXKaS’ XÜ)V, pf| 710*0 TI KaKOV TlÓO/tóOlV 071X00(0 •
180 xaoxa 8’ éy© oéo ttoááov ágeívcov gavxex>eo0ax.
opvx0eg Sé Te tloAAoi ítc’ aóyág T|£Áxoxo
(poxTÓoo’, ox>8é xe 7távxe<; evaxoxgox- aoxdp ’08x)ooeo<;
©Xexo xf¡X’, ©<; Kax oí) Kaxaq>0ío0ax oov éxeívco
©(peÁeg- oók áv xóooa 0eo7ipo7cé©v áyópeoe<;,
185 oo8é Ke TnXegaxov Ke%oÁ<D|xevov ©8 ’ ávxexrig,
o© oxkío 8©pov TtoxxSéypevog, ax Ke Tióppoxv.
áXX’ ck tox épé©, tó 8é Kax TexeAeojiévov éoxax •
ax Ke verórepov avSpa TtaZaxá xe 7ioXXá xe eíSrog
Tiapípágevog e7céeooxv eKoxpóvp^ %aÁ£7iaxvexv,
190 aóx© gév ox rcp©xov ávxxipéoxepov éoxax,
[TcpR^ax 8’ e|i7rr|g oo xx Sovrioexax exveKa x©v8e-]
oox 8é, yépov, 0©r|v ércxOriaopev, liv k’ évx 0og©
xxv©v áaxáXAjig- xaXeTtóv Sé tox éooexax áAyo<;.
TriXepáx© 8’ év 7taoxv éy©v Ó7io0r|oop,ax aoxó<;-
195 prjxépa fjv é<; Tiaxpóg áv©yéx© a7tovéeo0ax •
ox Séyágov xeó^oooi Kax ápxovéoooxv eeSva
7toXXa pdX’, oooa éoxKe <píAri<^ £tex 7tax8ó<; £7teo0ax.
ox) ydp 7cpxv 7tax)oeo0ax óíopax oxag ’Axaxcov
jivTiowog ápyaXerig, CTtex oo xxva SexSxpev ép,7rr|<;,
200 oox’ oov T*r|Xégaxov, páXa 7rep rcoA,opo0ov éóvxa,
ooxe 0eo7ipO7cír|g ég7ta^ó|xe0’, rjv oo, yepaxé,
go0éax ttKpáavxov, a7tex0áveax 8’ exx gaXXov.
XpTjpaxa 8’ aoxe Kaxwg peppóoexax, oóSé tcot’ loa
éooexax, ocppa Kev f) ye Sxaxpí(3r|axv ’Axaxoog
205 ov yápov • f|jxex<; 8’ ao 7coxx8éypevox *qpaxa 7iávxa
exveKa xflg dpexfjg épxSaxvopev, oóSé pex’ aÁÁag

22
ODISEA II

A su vez, le dijo en respuesta Eurímaco, el hijo de Pólibo:


“¡Oh anciano! Anda, yendo a tu casa, a tus hijos
hazles augurios, no sea que después ellos sufran un daño.
En eso, en augurar, yo soy, con mucho, más hábil que tú. iso
Ciertamente, muchas aves bajo los rayos del sol
van y vienen, y no son todas fatales; pero Odiseo
pereció lejos, como ojalá también tú con aquél
hubieras muerto: vaticinando, no habrías dicho tanto,
ni incitarías de ese modo al ya irritado Telémaco, «5
esperando un regalo para tu casa, si es que lo otorga.
Pero te haré saber, y esto sin duda habrá de cumplirse:
si, sabiendo cosas antiguas y muchas, a un hombre más joven
engatusando con unas palabras, lo incitas a airarse,
para él mismo, primero, será más molesto;
absolutamente nada podrá hacer debido a estos hombres,
y para ti, anciano, una multa impondremos, por que la llores
en tu alma al saldarla, y acerbo será tu dolor.
A Telémaco, yo mismo daré un consejo ante todos:
que él le pida a su madre volver a la casa paterna: 195
ellos prepararán su boda y le aprestarán una dote
muy grande, cuanta conviene que vaya ante una hija querida.
Porque pienso que, antes, los hijos de los aqueos no cesarán
en este arduo cortejo, pues absolutamente a nadie tememos,
ni siquiera a Telémaco, aunque él es de muchas palabras, 200
ni hacemos caso, anciano, del vaticinio, de ese que tú
vanamente profieres, y aún más odioso te vuelves.
Además, serán mal comidos sus bienes, nunca los mismos
serán, mientras ella a estos aqueos entretenga
con su boda. Nosotros, aguardando todos los días, 2°5
lucharemos por la prestancia de ésta, y no iremos tras otras

22
HOMERO

épxó|ie0’, íxg ErciEiKEg órcoiégEV éaxiv EKÓtaxa) ».


xóv 8’ ai) TnXégaxog rcErcvogévog ávxíov rióSa-
« Eópopax’ R§£ Kai áXXoi, oaoi gvT,Gxfip£<; áyaooí,
210 xama pév oóx ópeag exi Xlaaogai 008 ’ áyopEÓco •

iÍSt] yáp xa íaaai 0eoí Kai rcávx£<; ’Axaioí.


áÁX’ aye poi 8óxe vrja 0ot}v Kai eí'kog’ Exaípoog,
o'í ke poi Ev0a Kai EV0a 8iarcpr,ooa)oi keáeoGov.
Eipi yáp &; Xrcápxr,v xe Kai £<; ITóXov T,pa0Ó£vxa,
215 vóaxov rc£Ooóg£vo<; rcaxpóc; Sr|v oíxopévoio,

iyv xíg poi EÍrcpai ppoxcov, óaaav aKoóoa>


ek Aió<;, i] xe páXiaxa <pép£i KÁéog áv0pá)rcoiaiv.
ei pév kev rcaxpóg píoxov Kai vóaxov aKoóaco,
í| x’ áv xpoxópevóg rc£p exi xÁaír|v éviaoxóv •
220 ei Sé ke x£0vt,g)xo<; aKoóaa) pqS ’ ex ’ éóvxog,

voaxTiaag 8q ércerxa (píÁrjv £<; Tcaxpíóa yaiav


GT||iá xe oi xeíco Kai érci KxépEa KXEpE'í^a)
rcoÁAá pal’, oaaa eoike, Kai ávépi pr,x£pa Scóoco ».
xoi o y’ íog Eircóv Kax ’ áp ’ e^exo, xoiai 8 ’ ávéaxri
225 Mévxcop, óg p’ ’OSoafjog ápógovog t¡ev éxaípog,
Kai oi ia>v ev VT|oaiv ércéxpErcEv oíkov árcavxa,
rceí0eo0aí xe yépovxi Kai eprceSa rcávxa (poÁáooeiv •
o oqnv éo cppovémv áyopriaaxo Kai pexéeirce-
« kekXoxe 8t] vov peo, ’I0aKr,aioi, oxxi kev eircar
230 pr| xig exi rcpócppwv áyavóg Kai T¡rciog éaxco

GKT|rcxooxo<; paaiXeog, pr,8e (ppeaiv aiaipa eíScóg,


áXV ai£Í yaXercóg x’ eír, Kai aíaoXa pe£oi,
ó)<; oo xig pépvrjxai ’OSoaafiog Geíoio
Áacov, oiaiv ávaaae, rcaxrip 8’ cog i^rciog íjev.
235 áXX’ i) xoi pvr,axfipag áyqvopag oo xi peyaípa)
épSeiv épya píaia KaKoppaqúpai vóoio •

23
ODISEA II

e adecuadamente cada uno podría desposar”.


A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“Eurímacoy otros, cuantos sois pretendientes egregios,
por lo que toca a esas cosas, ya no os suplico ni os hablo, 21c
pues ya las saben los dioses y todos estos aqueos.
•Mas, eal Dadme una rápida nave y veinte remeros,
para que de ida y de vuelta conmigo realicen la ruta.
Porque voy a ir a Esparta y a Pilos, la muy arenosa,
a averiguar el retorno de mi padre ausente hace mucho, 21 -
por si algún mortal me dice algo, o por si oigo de Zeus
el rumor, ese que más transmite noticia a los hombres.
Si de mi padre acaso oigo la vida y la vuelta a su patria,
sin duda, aun atormentado, otro año podría yo aguantarme;
mas si acaso oigo que está muerto y que él ya no existe, 220
entonces, retornando a la tierra patria querida,
le erigiré un túmulo, y lo honraré con fúnebres honras
muy grandes, cuanto conviene, y daré mi madre a un varón”.
Ciertamente dicho ésto, se sentaba, y entre ellos alzóse
Mentor, que era un compañero del intachable Odiseo, 225
y al cual este, al irse en las naves, le confió toda su casa:
obedecer al anciano y cuidar firmemente de todo.
El, entre ellos, pensando bien, tomó la palabra y les dijo:
Escuchadme ahora, itacenses, lo que voy a deciros.
Que ya no haya nadie, entrañablemente suave y benigno, 230
como rey cetrohabiente, ni instruido en su mente en lo justo,
mas que haya siempre uno cruel, y cometa impiedades,
porque al divino Odiseo no lo recuerda ninguno
del pueblo en donde reinó, y como un padre era benigno.
Pero, cierto, en nada alego que los pretendientes gallardos 235
hagan actos violentos en su trama mental de maldades,

23
HOMERO

G<pá<; yáp 7cap0épevoi KeqxxXág KaTeSonai piaícog


oikov ’OSixjgtíoí;, tóv 6’ o'ükétí qxxal véea0ai.
vw 5’ áXXxp 8r|p® vepeaí^opai, oíov á7tavTe<;
240 T)a0’ ave®, áxáp oí) ti Ka0arcTÓpevoi ércéeaai

rcaúpoDc; p.v'narnpa^ kccteptSkete rcoAXoí £Óvte<; ».


tóv 8’ Evqvopí8n<; AeiÓKpiTog ávTÍov rjí)8a-
« MévTop aTapTripé, tppévag riAee, rcoiov eeircec;
rjpÉag ÓTpóvwv KaTaKanépev. ápyaÁéov Se
245 ávSpáai Kaí rcÁeóveaai paxéaaaa0ai rcepí Savcí.

eí rcep yáp k’ ’OSvaeiK; ’I0aKr|aio<; aÓTog e7ceX0®v


8aivi)pévoi)<; Kaxá 8®pa éóv pvriaTfipac; áyauoíx;
é^eXáaai peyápoio pevoivriaei’ éví 0op®,
oi$ kev oí KexápoiTo yüvrj, páXa nep xaTeooaa,
250 ¿ABóvt’, áAAá kcv aÓTon áeiKea rcÓTpov ekÍokoi,

ei rcXeóveoai páxovco- ai) 8’ oí) xaiá poipav eeiKeg.


áXX’ áye, Xaoi pév aKÍ8vaa0’ ercí epya eKaaTog,
toót® S’ ÓTpwéei MévT®p óSóv t^S’ 'AXi0épcrn<;,
oí xé oí ápxíte KaTpanoí eíaiv eTaípoi.
255 áXX’, oí®, k«í Sr|0á Ka0r|pevo(; áyyekiá®v

jceúaeTai eiv ’10áiqi, TeÁeei 8’ óSóv oí) tcotc Tamr|v ».


®<; áp’ éípóvrjaev, Á/uaev 8’ áyopr|v aí\j/T|pr|v.
oí pev áp’ éoKÍSvavTo eá rcpóg 8®pa0’ EKaaTog,
pvT,aTfip£<; 8’ ég ScojiaV íaav 0eíoi) ’OSdotio^.
260 TriXépaxog 8’ árcávei)0e ki®v éní 0iva 0aAáaar|<;,
Xeípa£ vnj/ápevo<; TcoXiflc; áAóg, enxeT’ ’A0r|vp •
« KÁí)0í peí), o x0iCog 0eóg T}ÁD0e<; ripÉTepov 8®
Kaí p’ év vrp KeXeDaou; én’ íiepoeiSea tcóvtov,
vogtov Tieoaópevov TtaTpóq Sr|v oíxopévoio,
265 épxeaOai- Ta 8é jtávTa SiaTpípooaiv ’Axaioí,

pv'naTTipe^ 8é páXiaTa, kolkcoc, i)7iepr|vopéovT£<;».

24
ODISEA II

pues exponiendo sus propias cabezas, violentos devoran


la casa de Odiseo, y afirman que él ya no volverá.
Más hoy, contra el resto del pueblo me irrito: cómo sentados
todos mudos estáis, y en nada, con la palabra irrumpiendo, 240
siendo muchos, detenéis a los pretendientes, ellos son pocos”.
Y Liócrito, el Evenórida, le dijo en respuesta:
“¡Méntor nocivo, tonto de mente; qué cosa dijiste
incitando a que el pueblo nos calme! Es algo difícil
pelear por comida contra hombres, y más numerosos. 245
Porque, aunque, viniendo en persona, el itacense Odiseo
a los pretendientes egregios que banquetean en su casa
anhelara en su ánimo echar de la sala hacia afuera,
no se alegraría su esposa por él —aunque mucho lo anhela—,
por su retorno, mas ahí él hallaría una muerte humillante, 250
si contra más numerosos peleara. No hablaste en lo justo.
¡Ea, pueblo! Dispersaos: cada quien a sus obras;
para éste, aprestarán el viaje Haliterses y Méntor,
los cuales, desde antiguo, son compañeros paternos.
Pero, yo opino: él, aun mucho tiempo sentado, noticias 255
en Itaca va a escuchar, y jamás va a cumplir ese viaje”.
Así dijo, y disolvió la asamblea, que fue presurosa.
Se dispersaban aquéllos, cada quien a su casa,
y los pretendientes se iban a la casa del divino Odiseo.
Telémaco, yéndose aparte, a la playa del mar, 200
tras lavarse las manos en el gris mar, imploraba a Atenea:
Escúchame, oh dios, que ayer a mi casa viniste
y me ordenaste que en barco, por el ponto brumoso,
a averiguar el retorno de mi padre ausente hace mucho,
marchara; ahora, los aqueos todo eso demoran, 265
máxime los pretendientes, que son malamente soberbios .

24
HOMERO

(QQ EípOCT’ £1L)%Ó|1£VO<;, O%£8Ó0£V Sé OI f(X0£V ’A0T|VT|,


MévTopi £ÍSo|±£vr| tnxev Sé|xa<; tiSe Kai aíSriv,
Kaí (xiv (pG)VT)oao’ £K£a KTEpÓEvxa TCpoGrpüSa-
270 « TqXéjiax’, oí)8’ oki0ev kocko^ eogeoi obS’ ávoripcov
£i 8t( toi gov rcaTpóg évéoTaKTai (xévoc; ,
oiog keívoc; etjv teXeooi Epyov te etcoí; te,
oí) TOI E7CE10’ áXÍTl ÓSÓg EGGET0C1 01)8’ ÓcTeXeGTOí;.
El 6’ oü keívoo y’ eggi yóvog Kai ITnv£AoTC£Ír|<;,
275 oi$ GE E7CEIT0C EoXfta TeXeOTTIGEIV á (XEVOIV&c;.

- rcaopoi yáp toi kcxíSec; ójxoíoi rcaTpl rcéXovTai,


oi kXeovec; KaKioog, rcaópoi Sé te TCaTpóg ápEÍoo^.
áXX’ EKEl 01)8’ OK10EV K(XKÓ<; EGGEttl 01)8’ aVOT|pO)V,
oó8é ge 7táy%o y£ pí^Tig ’08oaafio<; kpoXeXoikev,
28o éXrccopri toi etieitcc TeXeoTÍjoai tóSe Epya.
TCÚ VOV JXVTlGTTlpCOV ¡X£V EtX pOoXr(V TE VOOV TE
ÓKppaSéíOV, E7i£Í ol$ ti vori|xov£<; oó8e Síkocioi-
ooSe ti íoaoiv 0ávaTov Kai Krjpa péXaivav,
(dQ 8r| oqnv g%e8óv egtiv etc’ fjpocTi tcolvtok; óAéo0ai.
285 aoi 8’ óSóg oóketi Sripóv áíiEGOETai, rjv oi) jx£voiva<;-
Toiog yáp toi ETaipog éycó 7iaTpá>ió<; £Í(xi,
o<; toi vrja 0otjv gteXeíd Kai ág’ eyojxai aÓTÓ<;.
áXXa oi) fi£v rcpóg 8a>(xaT’ íóov pvrioTripoiv Ó(xíXei,
okXiggóv t’ ii'ia Kai áyyEGiv apoov árcavTa,
29o olvov ev ápcpupopEÓoi Kai áXtpixa, jxdeXóv ávSpcov,
Sépixaoiv ev kokivoígiv • éyco 8’ ává Srjpov éxaípooc;
aíijz’ £0£XovTfipa<; ooXXé%o|xai. eígí 8e vf(E<;
rcoXXal ev á|xcpiáX(p ’I0aKp, véai ti8e rcaXaiaí •
xácov jxev toi éycov Ercióyojxai r¡ tk; ápíorn,
295 fflKa 5’ E<porcXíaaavT£<; evtjgopev EÓpé'i kóvtco ».
co; 9<xt’ ’A0T]vaír|, KoópTi Aió<;' 008’ áp’ eti 8r)v

25
ODISEA II

Así dijo, implorando, y Atenea le llegó de repente,


asemejada a Mentor en voz y también en figura,
y, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas:
“Telémaco, ni después serás un cobarde, ni tonto: 270
si en ti ya está infundido el noble vigor de tu padre
__ ¿1 era bueno en cuestión de cumplir la palabra y las obras—,
entonces, tu viaje ni en vano sera ni imperfecto.
Mas, si no eres el hijo de aquél y Penélope,
entonces, no pienso que tú realices las cosas que anhelas. 275
Pues, ciertamente son pocos los hijos iguales al padre;
la mayoría son peores, y pocos, mejores que el padre.
Mas porque ni después serás un cobarde, ni tonto,
y absolutamente no te falta, de Odiseo el ingenio,
entonces hay esperanza de que realices estos trabajos. 280
Por eso, hoy deja el querer y el pensar de los pretendientes
temerarios, pues para nada son pensantes ni justos,
ni saben, en lo absoluto, de su muerte y negro destino:
que ya está cerca de ellos el que en un día todos perezcan.
Para ti, ya no estará muy lejos el viaje que anhelas; 285
pues, sin duda, a partir de tu padre, soy tal compañero,
que voy a equiparte una rauda nave, y a seguirte yo mismo.
¡Anda! Yendo a casa, con los pretendientes sigue tratando,
y prepara los víveres, y en vasos pon todas las cosas:
en ánforas, vino, y la harina, la médula de hombres, 290
en compactos pellejos. Y, por el pueblo, yo, compañeros
voluntarios voy a reunir de inmediato. Y naves existen
muchas, nuevas y viejas, en ítaca puesta en el mar;
de ellas, cierto, yo te voy a elegir la que sea la mejor,
y» alistándola aprisa, nos haremos al mar anchuroso”. 295
Así dijo Atenea, la hija de Zeus. Ya no mucho tiempo

25
HOMERO

TqXégaxog 7iap£gigv£v, ekeí 0eov ekávev av8qv.


Pf| 6’ tgsvai rcpóg 8©ga, cpíXov xExiqgévog í¡xop,
EvpE 5’ apa gvqaxqpag évi gEyápoiGiv eoígiv
300 aíyag áviEgévovg GiáXovg 0’ Evovxag év avXq.
’Avxívoog 8’ i0vg yeXáaag kíe TqXEgáxoio •
ev x ’ apa oi <pv XeiPl x’ £<pocx ’ ek x ’ óvóga^E •
« TqXégax’ vyayópq, gévog cxgxexe, pq xí xoi áZXo
EV GXTJ0EGGI KOCKOV gfiXÉX© EpyOV X£ EJCOg X£,
305 áAÁa gal’ EG01EJ1EV Kai KivégEV, ©g xó rcápog KEp.
xavxa Se xoi gáAa rcávxa xEÁEvxqaovaiv ’Axaioí,
vqa Kai é^aíxovg épéxag, 'iva 0aaoov 'ÍKqai
ég ITóXov qya0éqv g£x’ áyavov rcaxpóg ócKovqv ».
xóv 8’ a\) TqXégaxog ttetcvi)gévog ávxíov qíSSa-
310 « ’Avxívo’, OV rc©g EGXIV í)7T£p(pláÁOlGl g£0’ í)glV
SaíwG0aí x’ ótKEovxa Kai £v<ppaív£G0ai EKqÁov.
q GÚX álig, ©g xó rcápoi0£v ekeípexe rcoXXá Kai £G0Áá
Kxqgax’ égá, gvqaxqpEg, éy© 8’ exi vqKiog rja;
vñv 8’ oxe Sq géyag Eipí, Kai ak’kGN gv0ov aKov©v
315 7n)v0ávopai, Kai Sq goi áé^Exai ev8o0i 0vgóg,
TtEipqa©, ©g k’ ISpLfxr KaKag £7ti Kqpag íqX©,
f|£ ITÚAovS’ £Á0©V fj aVXOV XCpS’ évi Sr|JLL<p-
Eigi gév, ov8’ áXíq óSog EGGExai qv áyopEV©,
Egjcopog- ov yap vqóg £7iqPoXog ovS’ ép£xá©v
320 yívogai- ©g vú tcod vgp.iv EEÍGaxo KEpSiov Eivai ».
q pa, Kai ek xeipóg x£ipa orcáoax ’ ’Avxivóoio
pEia- gvqaxqpEg Se Sógov K<xxa Saixa rcévovxo.
oi 8’ ÉKEÁÓpEVOV Kai EKEpXOgEOV E71EEGGIV •
©8e 8e Xig EUIEGKE V£©V í)7l£pqVOp£ÓVX©V •
325 « q gala TqXégaxog <póvov qgiv gEpgqpí^Ei.
q xivag ek FIvXov á^Ei ágvvxopag qgaOÓEvxog,

26
ODISEA II

se quedó Telémaco allí, tras oír del dios la palabra.


Presto se fue hacia la casa, afligido en su pecho,
y pues encontró en su sala a los pretendientes, que cabras
desollaban, y chamuscaban puercos de engorda en el patio. 300
YAntínoo, riéndose, se fue directo a Telémaco;
le estrechó la mano, y esto decía y lo nombraba:
“¡Telémaco, altilocuente, indomable en coraje! En el pecho,
que alguna otra mala palabra y obra ya no te preocupen,
sino, más bien, come y bebe, justo como antes. 305
Esas cosas, asaz todas, te habrán de cumplir los aqueos
—nave y selectos remeros—, a fin de que llegues más pronto
a la muy sacra Pilos, por noticias del padre preclaro”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“Antínoo, entre vosotros, soberbios, es imposible 310
que banquetee uno tranquilo y plácidamente se alegre.
¿No es suficiente que antes, cual pretendientes, mis bienes
muchos y bellos, devastarais, mientras yo aún era un muchacho?
Mas hoy, cuando ya soy grande, y la palabra de otros entiendo,
al oírla, y ya me aumenta por dentro el coraje, 315
probaré la manera de enviaros los hados malignos,
ya sea yendo a Pilos, ya aquí mismo, en esta ciudad.
Mas, cierto, me iré —y no será en vano el viaje de que hablo—,
como un pasajero: ni de una nave ni de unos remeros
dispongo. Así, sin duda, os pareció ser lo más provechoso”. 320
Habló, y él se quitó de su mano la mano de Antínoo,
fácil. Los pretendientes, el banquete en la casa aprestaban;
se mofaban éstos, y se burlaban de él con palabras;
y de los soberbios jóvenes, uno así les decía:
Muy cierto, Telémaco contra nosotros la muerte cavila. 325
O traerá auxiliadores de Pilos, la muy arenosa,

26
HOMERO

B ó ye Kai ErcáprriGev, érceí vú 7iep lexai aív©<; •


Be Kai etc; ’EqyópBV éOéXei, rcíeipav apoopav,
eXGeiv, ó(pp’ évGev GopoípGópa tpáppaK’ éveÍKp,
330 év Se páXp KpBxfjpi Kai Bpéac; rcávxag óXéaap ».
aÁXo<; 8’ aí)x’ eíjceaKe vé©v órcepBvopeóvxwv •
« xí<; 8’ oi8’, eí Ke Kai aúxóg í©v KoíXrig érci vró<;
xrjXe (píA/flv árcóÁBxai áZcópevog ©<; 7cep ’OS'oaaeix;;
oiSx© Kev Kai paXXov ótpéXXeiev rcóvov áppiv •
335 KXBpaxa yáp Kev rcávxa SaoaípeGa, oiKÍa 8’ auxe
xo'uxoo pBxépi Soipev e%eiv tjS’ og xi<; órcoíoi».
©g (páv• ó 8’ ív|/ópo<pov GáXapov Kaxeprioexo rcaxpóq,
eúpúv, o0i vrjTÓg xpt>aó<; Kai xaÁKÓg eKeixo
écOrig x’ év xB^-otoiv áXig x’ eí)©8eg éXaiov.
34o év Sé rcíGot oívoio rcaXaioo b8okóxoio
éaxaaav, aKpBXov Geiov rcoxóv évxó<; é%ovxeg,
é^eÍT|<; rcoxi xoi%ov ápBpóxe<;, eí rcox’ ’OSDOoeix;
o’iKaSe voaxriaeie Kai áXyea rcoÁAa poynaac;.
KÁBÍaxai 8’ érceaav aaví8e<; txükivgk; ápapoíai,
345 SiKlíSeg • év 8é yuvB xapÍB vÚKxag xe Kai qpap
éax’, b rcávx’ éípóXaaae vóoo rcoXoiSpeíflaiv,
EópíncXei’, ’Qrcog OvyáxBp rieioBvopíSao.
xbv xóxe TB^épa/og rcpoaétpB GáXapóvSe KaXéaaac; •
« pax’, áye 8f| poi olvov év áptpupopeíaiv áípoaaov
35o bSúv, oxi<; pexá xóv Xapóxaxog, ov ai) <pi)Á,áaaei<;,
keívov oiopévB xóv Kappopov, eí rcoGev eXGoi
8ioyevB<; ’OSuaeix; Gávaxov Kai Kr¡pa<; áXó^ag.
S©SeKa 8’ épitÁBaov Kai Któpaoiv ápaov árcavxa<;.
év Sé poi áXípixa /eóov éi)ppa(péeaai Sopoiaiv •
355 eÍKoai 8’ éax© péxpa pDÁB<páxoi) áAxpíxoo óckxb<;.
at>XB 8’ oíb íaGv xa 8’ áGpóa rcávxa xexóxG©-

27
ODISEA II

o tal vez de Esparta, porque él está muy ganoso;


o inclusive hacia Éfira, la tierra fértil, éste desea
marchar, a fin de traer desde allí unos venenos letales,
y echarlos allí, en la crátera, y matarnos a todos”. 33c
Y además, de los soberbios jóvenes otro decía:
“Mas, ¿quién sabe si él mismo, yendo en una cóncava nave,
muera errabundo, lejos de sus amigos, igual que Odiseo?
En tal caso, incluso nos haría más grande el trabajo,
pues dividiríamos todos sus bienes, y daríamos su casa, 335
para tenerla, a su madre y a quien la despose .
Así decían. Mas él bajó de su padre a la alta bodega,
una amplia, donde apilados yacían el oro y el bronce,
y la ropa, en cofres, y, abundantemente, óleo fragante.
Allí, tinajas de añejo vino de suave bebida, 340
que tenían adentro bebida divina sin mezcla, se hallaban
contra la pared, dispuestas en fila, por si un día Odiseo
retornara a la casa, aun sufriendo muchos dolores.
Cerradas estaban sus puertas, firmemente ajustadas,
de dos hojas. Allí, la despensera, de noche y de día 345
estaba, ella todo cuidaba con mucha prudencia de mente,
Euriclea, la hija del Pisenórida Ope.
A la bodega llamándola entonces, le dijo Telémaco:
¡Amita, vamos! Sácame en ánforas vino
suave, el mas exquisito después del que guardas 350
pensando en aquel desdichado, si de alguna parte llegara
el divino Odiseo, tras evitar la muerte y las Parcas:
llena doce, y ajusta todas ellas con sus tapaderas.
Y allí, en sacos bien cosidos, de cebada viérteme harina:
de esta harina, veinte sean las medidas de grano molido. 355
Mas, tu sola lo sepas, y que todo se encuentre reunido,

27
HOMERO

EGTCÉpiog yáp eyóov alpf|Gogai, ótctcote kev 8q


grixrip £i<; í)TC£p<p’ ávapp koítod te géSíiTai-
Eijjii yáp é$ ErcápTT|v te Kaí e<; núÁov riga0o£VTa,
36o vogtov tceugojievo^ rcaTpcx; (píAoo, qv tcod áKoúoco ».
cog qxxTO, kcókdgev 8e q>íXr| Tpotpcx; EüpÚkXeux,
Kaí p’ ÓXxMp'üpOJXEVTJ ETCEa TCTEpOEVTa TCpoaTiúSa-
« tÍTCTE 8É TOl, tpíÁE TEKVOV, EVl (ppEGl TOOTO VOTlga
etcXeto; tctj 8’ eGeXen; íévai tcoXXt|v etcí yaiav
365 goávog eg)V áyajrnTÓ<;; ó 8’ ©Xeto ttiáó0i 7taTpT|<;
SioyEvqg ’OSdgeix; áÁXoyvÓTíp éví Síypcp.
Ot 8É TOl OUTÍk’ lOVTl K0CKa (ppÓGGOVTai okíggco,
ke SóX© <p0rfl<;, tóSe 8’ aÚToí rcávTa SáacovTai.
áXÁá fiév’ aí>0’ etcí goigi Ka0fig£vog • oúSe tí ge %pri
370 TtÓVTOV ETC ’ OCTpÓyETOV KOtKa TCaG%£lV OÜS’ áXáÁTlG0ai »

tt¡v 8’ aú TqÁ,égaxo(; tcetcvdjievo^ ávTÍov lyoSa-


« 0ápG£l, gal’, ETCEl OÍ) TOl áv£i) 0EOO ií Se yE (3obÁT1.
áÁX’ ógoaov gi| grjTpí (píXp tÓSe go0f|aaa0ai,
TCpív y’ ot’ áv evSekíxtti te SixoSEKcxTri te yévrjTai,
375 i) aí)TT]v TCo0£Gai Kaí ácpopgr|0£VTO<; (XKOOaai,
©g áv gq KÁaíoooa KaTa %póa kocXov iíxtctti ».
áp’ etpq, ypqbg 8e 0e©v géyav opKov aTCCOgvi).
avráp ETCEÍ p’ OgOGEV TE TeXeÍ)TT|G£V TE TÓV OpKOV,
amíx’ ETCElTtt OI OÍVOV EV ág(pl<pOp£Í)GlV átpOGGEV,
380 év Se oí áÁxptra xeoev EÜppatpEEaai Sopoiai •
T-qXEgaxog 8 ’ ég Síógax ’ í©v gvqGTq paiv ógíXei.
ev0’ avr’ áXÁ’ evótige 0eá yXauKcoTCig ’A0qvq •
TqZegáx© EÍKoia KaTa tctóáiv ©xeT0 rcávrri,
Kaí pa ÉKáoTü) (píori KapiOTagévq (paTO go0ov,
385 EGTCEpioi)^ 8’ etc! ví^a 0oqv áyép£G0ai ávcoyei.
T| 8 auTE Opovíoio Noqgova <paí8igov oióv

28
ODISEA II

pues esto yo mismo en la tarde, cuando, sin duda,


tomaré
mi madre suba al piso de arriba y se ocupe de ir a su cama.
Porque voy a ir a Esparta y a Pilos, la muy arenosa,
a averiguar de mi padre el retorno, por si oigo noticias”. M
Así habló. Rompió en llanto la querida nodriza Euriclea,
y pues, lamentándose, profirió estas palabras aladas:
«.por qué, hijo querido, este pensamiento a tu mente
vino? ¿Cómo quieres ir por la tierra tan vasta,
único siendo, y querido? Mas, de la patria lejos ha muerto 365
el divino Odiseo, en un pueblo que no conocemos;
y éstos, luego que marches, después trazarán tu desgracia,
por que mueras con dolo, y se dividan todo esto ellos mismos.
Mas quédate aquí, estando en lo tuyo; en nada es preciso
que en el ponto incansable sufras males, ni que andes errante”. 370
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“Ten ánimo, amita, pues no está sin un dios este proyecto.
Pero jura que, de estas cosas no le hablarás a mi madre
hasta cuando sea el undécimo día o el duodécimo,
o ella me extrañe y oiga que yo me he marchado, 375

para que no desgracie, llorando, su hermoso semblante”.


Dijo, y la anciana juraba, de los dioses el gran juramento.
Mas después de que ella juró y concluyó el juramento,
de inmediato le sacó en las ánforas vino,
y le vertió allí, en sacos muy bien cosidos, la harina, 380
elémaco, yéndose a casa, trataba con los pretendientes.
T
Entonces pensó en otra cosa la diosa ojiglauca Atenea:
recorrió la ciudad totalmente, semejante a Telémaco,
y acercándose a cada varón le decía sus palabras,
los exhortaba a reunirse en la tarde en la rápida nave. 385
a, después, a Noemón, el hijo preclaro de Fronio,
Ell

28
HOMERO

qxee vqa 0oqv • ó Se oí rcpóíppcov 'órcéSeicco.


Sóaexó x’ T^éXtog gkiocovxó xe rcaaai áymaí •
Kaí xóxe vqa 0oqv áZa5’ eípuae, rcávxa 8’ év aoxq
390 07CÁ’ éxí0ei, xa xe vfjeg eoaaeXpoi (popéoBai.
axqae 8’ etc’ éaxaxip Aipévoc;, rcepí 8’ eg0Xoi éxaipoi
á0póoi rvyepeOovxo- 0eá 8’ cóxpovev eKaaxov.
ev0’ a'Sx’ áXX’ évóqoe 0eá yÁocukcútck; ’A0qvr| •
3*n p’ ípevai Kpóg Síópax’ ’OSoGGqoq 0eíoio-
395 ev0a pvqGxqpeGGiv ercí yÁ'UK'óv íítxvov e/eoe,
rcÁá^e 8é ttívovxok;, /eipcbv 8’ eKPaÁÁe KimeÁXa.
oí 8’ eíSSeiv wpv'ovxo Kaxá rcxóXiv, 008’ áp’ éxi 8qv
eiax’, ekeí aqnaiv íírcvog éxcí pXetpápoiGiv etcitcxev.
aáxáp TqÁépaxov npoae(pr| yXccükcútck; ’A0qvq
400 eKTCpoKaXeaaapevri peYapcnv éi) vaiexaóvxcov,
Mévxopi eiSopévq qpev Sepac; qSe Kaí aóSriv •
« TqXepax’, t^Sti pév xoi éi)Kvripi8e<; éxaipoi
eíax’ £7cqpexpoi, xqv gt|v jroxiSeYfxevoi ópprjv •
áXX’ íopev, pq 8q0á Siaxpípcopev 08010 ».
405 cog apa (ptovriaaa’ qYqGaxo riaXXác; ’A0qvq
KapTtaAÁpcog • ó 8’ erceixa pex’ í'xvia paive 0eoío.
[aóxáp erceí p’ ércí vqa KaxqXo0ov q8e 0áXaaaav,]
eSpov EJteix’ ércí 0iví Kapq Kopócovxa^ éxaípoix;.
xoígi 8é Kaí pexeeicp’ íepq íg TqXepáxoio •
410 « Seme, cpíkoi, qia (pep©pe0a • rcávxa Y&P 'n&l
á0pó’ éví peYápqr pqxqp $’ ¿PH oí) xi rceTCDGxai,
008’ áXAai Spcpaí, pía 8’ oíq pó0ov áKODaev ».
©<; apa (pwvqoac; qYÚoaxo, xoí 8’ áp’ ercovxo.
oí 8’ apa rcávxa <pépovxe<; E'üaaeÁpG) ercí vqí
415 Kax0£Gav, ©<; ¿KeXeuaev ’O8oaaqo<; cpíAxx; oíóc;.
áv 8’ apa TqXépaxoc; vqó<; Paív’, qpxe 8’ ’A0qvq,

29
ODISEA II

le pedía una rauda nave, y él, gustoso, se la prometió.


El sol se puso, y se ensombrecían todas las sendas;
y entonces botó al mar la rauda nave, y ponía en ella todos
390
los aparejos que llevan las naves de buenas cubiertas.
La puso a flote en la orilla del puerto, y los nobles amigos
se juntaban en grupo, y a cada uno incitaba la diosa.
Entonces pensó en otra cosa la diosa ojiglauca Atenea.
Presto se fue hacia la casa del divino Odiseo;
395
allí, ella infundió dulce sueño a los pretendientes,
los extraviaba al beber, y de sus manos soltaba las copas.
Ellos se apresuraban por la ciudad, a dormir; ya no mucho
se quedaron sentados, pues les caía el sueño en los párpados.
ATelémaco, empero, la ojiglauca Atena le dijo,
tras llamarlo hacia sí, de la sala de hechura suntuosa, 400

asemejada a Mentor en voz y también en figura:


“Telémaco, ya tus compañeros de grebas hermosas
sentados están con sus remos, tu partida esperando.
¡Partamos! No demos mucho tiempo largas al viaje”.
Así habiendo hablado, Palas Atena al frente se puso 405

rápidamente y, después, él seguía de la diosa los pasos.


Mas cuando a la nave y al mar arribaron, entonces,
en la playa hallaron a los compañeros de largos cabellos.
Entre ellos también habló el sagrado vigor de Telémaco:
Venid, amigos, traigamos los víveres: ya todos ellos 410
reunidos están en la sala. No sabe nada mi madre,
ni tampoco las siervas: una sola escuchó este proyecto”.
Dicho esto, se puso al frente, y los demás lo seguían,
stos, pues, trayendo todo, en la nave de buenas cubiertas
lo pusieron, como el querido hijo de Odiseo ordenara. 415
Euego subía a la nave Telémaco, Atenea iba adelante

29
HOMERO

vrji 8’ évl jip'üjivfj Kax’ áp’ e^exo- áyxi 8’ áp’ amí^


e^£xo TriÁegaxog. xol 8é 7ipopvf|ai’ eXnaav,
áv 8e Kal aüxol pávxeg ¿ral kAt|ígi kccOí^ov.
«o xoíaiv 8’ ÍKpevov oijpov iei yXocdkcokk; ’A0rivri,
aKpafi ^étpupov, KeXáSovx’ £7tl oivokoc tcóvxov.
TxiXejxaxog 8’ exápoiaiv ETCOxpóvcov ekeXebgev
ÓtcAcov arcx£G0ax- xol 8’ óxpóvovxoc; ctKooaav.
laxóv 8’ EiÁáxivov koíA,t|<; evxogOe pEaóSprjc;
425 oxfjaav a£Ípavx£<;, Kaxá Se rcpoxóvoiaiv eStigocv,
eXkov 8’ iaxía ZeorÓc eüoxpetcxoioi poEoaiv.
EgrcpriaEV 8’ ávEgog péaov iaxíov, ápqn Se KÓpa
axEÍpfl TCOpípópeov pEyáÁ’ laxe vrióg íoÚot|<;-
[ti 8’ E0EEV Kaxá Kupa 8iaTCpf|oaooaa keáedGov.]
430 8r|aáp£voi 8’ apa ÓTCÁa 0ot]v ává vrja péXaivav

axf|aavxo KpT|xfipa<; ETCiaxEtpÉag o’ívoio,


Xeí|3ov 8’ á0aváxoiai 0£oía’ aÍEiyevExpaiv,
ek tcccvxcüv 8e páZiaxa Aióg YAm)Ka>7nSi Koópp.
Tcavv'oxfrl p’ R ye Kal rico tceípe keXeo0ov.

30
ODISEA II

y se sentó de la nave en la popa; próximo a ella


sentóse Telémaco. Los otros soltaron amarras
y, subiendo ellos mismos, se ponían junto a las chumaceras.
Y la ojiglauca Atenea les enviaba un viento propicio, «o
un vehemente céfiro, que resonaba en el ponto vinoso.
Y Telémaco, apremiando, ordenó a sus amigos
ocuparse de los aparejos; al que apremiaba escucharon.
Alzando el mástil de abeto, en la trabe transversa muescada
lo colocaron, y lo sujetaron con ambos estayes, 425
e izaban las blancas velas con cuerdas bovinas torcidas.
Infló el viento a la vela en el centro, y en torno, en la quilla
de la nave en curso, asaz resonaban las olas purpúreas;
y, entre las olas, ésta corría realizando su ruta.
Tras atar, pues, las escotas en la negra y rápida nave, 430

se colocaron cráteras repletas de vino


y libaban por los inmortales dioses, que son sempiternos,
y, más que por todos, por la ojiglauca hija de Zeus.
Toda la noche y la aurora trazaba la nave su ruta.

30
3. OAYEZEIAIT

’HéXioc; 8’ ávópoüae, Áircóv rcepiKocÁXéa Áípvriv,


oopavóv ég rcol'úxaXKOv, iv’ á0aváxoiai tpaeívoi
Kai 0vt¡xoíoi ppoxoiaiv ¿Ki £eí8copov ápoopav •
oi 8e IIóXov, NriXíiog éi)Kxí|i£vov 7txoAÍ£0pov,
5 í^ov • xoi 8’ ¿Til 0ivi OaXáoorig Í£pá pé^ov,
xaópoog TcapgéXavac;, £vooí%0ovi KoavoyaÍTp.
évvéa 8’ 'éSpax eoav, 71£vxtjkógioi 8’ év EKaaxp
Eiaxo, Kai rcpo'óxovxo £Káaxo0i évvéa xaúpooc;.
£00 ’ oi GnháyxyoL 7táoavxo, 0£¿p 8’ é7ii |xr|pí’ EKrjav,
io oi 8’ i0i)g Kaxáyovxo Í8 ’ iaxía vr|ó<; éíar|<;
oxeiXav a£ÍpavT£<;, xtjv 8’ cóppioav, éK 8’ £pav aoxoí-
éK 8’ apa TTjXépaxo^ v^cx; paiv rjpx£ §’ ’A0rivri.
XOV 7CpOT£pTJ 7LpOO££l7L£ 0£C)t yZ,CCUKa)7tig ’A0T|VT| ’
« TqXépax’, oo pév ge xp'H aí8oí><; 008’ ripaióv •
i5 ToovEKa yap Kai tcóvxov ércéTcXcoi;, ó(ppa 7ió0Tiai
Tcaxpóg, otcoo kü0e yaia Kai ov xiva Ttóxpov enéonzv.
áXX’ áy£ vov I0i)<; kíe Néoxopoc; Í7i7io8á|ioio •
£lSo|l£V T¡V TlVa pfjTIV évi GXT|0£GGI K£K£D0£.
[XÍGG£G0ax 8é piv aóxóv, ottok; vrifiEpxéa Eircri •]
20 xjí£o8o<; 8’ ook ép££i- jxáZa yáp TCETCvopévoc; éaxí».
tt|v8’ ao TqXépaxog TtETcvopévoc; ávxíov iyu8a •
« Mévxop, 7ca><; x’ áp’ uo, Ttéog x’ áp TcpoaTcxé^opai aúxov;
oo8é xí 7Eco px>0oiai 7C£7C£Ípripai txükivoigiv •
od8a>g 8’ aü véov áv8pa y£paíx£pov é^£p££G0ar ».
25 xóv 8’ aüX£ 7CpOG££l7C£ 0£Ot yXaüKtóTCig ’A0TIVT| •
« TnXépax’, áXXa pév aüxóg évi tppeai gtigi voxigek;,

31
Libro III

Y dejando el bellísimo océano, el Sol levantóse


hacia el cielo de bronce, para alumbrar a los inmortales
y a los hombres mortales en la tierra dadora de grano.
Ellos a Pilos, de Neleo el bien reforzado castillo,
llegaron; los pillos, del mar en la playa inmolaban ofrendas,
toros todos negros, al Peliazul, que agita los suelos.
Nueve sitios había, y en cada uno quinientos estaban
sentados, y en cada lugar nueve toros enfrente tenían.
Tras comer las visceras, cuando al dios quemaban los muslos,
bien arribaban aquéllos, y de la nave estable las velas 10
alzando, las plegaron; anclaron su nave y ellos salieron;
luego salía de la nave Telémaco; Atenea iba adelante.
A él le habló, primera, la diosa ojiglauca Atenea:
“Telémaco, no, ya no debes tener vergüenza, ni pizca:
por esto también navegaste en el ponto, a fin de indagar *5
de tu padre, dó lo ocultó la tierra y qué suerte ha encontrado.
¡Anda! Hoy ve directo hacia Néstor que doma caballos;
sepamos qué consejo él oculta en su pecho.
A él mismo ve a suplicarle, para que hable verídicamente:
no dirá una mentira, porque es muy juicioso”. 20
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
Méntor, ¿cómo, pues, voy? ¿Cómo, pues, lo saludo?
Aún no soy un experto en discursos prudentes,
y es penoso que un hombre joven a uno más viejo interrogue”.
Le contestó a su vez la diosa ojiglauca Atenea: 25
elemaco, unas cosas tú mismo idearás en tu mente,
T

31
HOMERO

áXXa Se Kai Saípcov i)7to0r|aexav oí) yáp oíco


oí) oe 0e<ov aeriyci yevéo0ai xe xpacpepev xe ».
apa qxovrjoao’ tiyqoaxo IIaÁ%á<; ’A0r|vr|
30 KapTCaÁÁpax;- ó S’ erceixa pex’ íxvia Paive 0eoio.
i^ov S’ e<; ITuÁícov ávSpwv áyopív xe Kai éSpag,
év0’ apa Neoxtop fjoxo aov oiáoiv, ápcpi S’ éxaipoi
Saix’ évxvvójievoi Kpéa x’ óStctcúv áXÁa x’ erceipov.
oi S’ ax; ovv ^eívoix; i'Sov, á0póoi í)Á0ov árcavxec;,
35 /epaív x’ fjOTüá^ovxo Kai éSpiáao0ai ótvcoyov.
rcpcoxot; NeoxopíSnc; neioíoxpaxoc; éyyi)0ev éXOcbv
ápxpoxepcüv eXe x£ipa Kat i'Spooev rcapá Saixi
Kcóeaiv év paÁaKoioiv, érci yapá0oio’ áXípoi,
rcáp xe KaatyvT|XG) OpaoopriSei Kai rcaxépi ó).
4o Sanee S’ apa orcÁáyxvcov poípag, év 8’ oivov é^eoe
Xpoaeúp Sercav SeiSiOKÓpevoc; Sé KpoorióSa
ílaXAáS’ ’AOqvarnv, KO'ópxiv Aióg aíyióxoio-
« eoxeo vvv, d> ^eive, IlooeiSácovi ávaKXi-
xov yáp Kai Saíxrig fyvxr,aaxe Sevpo poXóvxeg.
45 avxáp éirnv OKeíapg xe Kai eiS^eai, rj 0épAc; éoxí,
Soc, Kai xovxcp erceixa Sércag peXiriSeoc; oivov
arceiaai, eicei Kai xovxov oíogai á0aváxoioiv
enxeo0ai- rcávxeg Sé 0ecbv xaxéovo’ ÓcvOpcorcoi.
áXXá vecoxepóg éoxiv, ópxjXiKÍri 8’ époi avxcp •
5o xovveKa ooi rcpoxépcp Sóoco xpvoeiov áXeioov ».
cog eÍTwbv év xepoi xí0ei Sercag i|8éo<; oivov •
Xatpe S’ ’A0qvaír| rceTtvvpevcp ávSpi SiKaícp,
ovvekcx oí Kpoxépri Sanee xpvaeiov áXeioov •
avxÍKa 8’ evxexo TtoÁÁá riooeiSácovi ávaKxi-
55 « kXv0i, IlooeíSaov yavqoxe, pr|Sé peyripr^
Tipiv evxopévoioi xeXevxfjoai xáSe épya.

32
ODISEA ni

y otras también algún dios proveerá; en efecto, no creo,


no que tú hayas nacido y crecido a pesar de los dioses”.
Así habiendo hablado, Palas Atena al frente se puso
30
rápidamente y, después, él seguía de la diosa los pasos.
Llegaron a la reunión y a los sitios de los hombres de Pilos;
allí, con sus hijos sentábase Néstor, y amigos en torno
el banquete aprestando, espetaban unas carnes y otras asaban.
Cuando a los extranjeros miraron, todos se fueron en grupo,
35
los saludaban de mano y les pedían que tomaran asiento.
Primero Pisístrato, el hijo de Néstor, cerca llegando,
cogió la mano de entrambos y los hizo sentarse al banquete,
sobre suaves vellones, en la arena marina,
junto a su propio padre y a Trasimedes, su hermano.
Les dio luego porciones de visceras, y vino sirvióles 40

allí, en una copa de oro. Y él, saludando, le dijo


a Palas Atenea, la hija de Zeus, que la égida tiene:
“Ahora ruega, oh extranjero, al señor Posidón,
pues, llegando acá, también su banquete encontrasteis.
Y cuando, cual se debe, hayas libado y rogado, 45

dale también a éste la copa de vino dulce cual miel,


a fin de que libe, pues pienso que éste a los inmortales
sabe rogar: necesitan a los dioses todos los hombres.
Pero él es más joven, de igual edad que yo mismo;
por tal razón, te daré a ti primero la copa dorada”. 50

Dicho esto, la copa de dulce vino ponía en sus manos;


Atenea se alegro por este hombre juicioso y correcto,
porque a ella, primera, le había dado la copa dorada;
y de inmediato rogó intensamente al señor Posidón:
Escucha, Posidón que recorres la tierra, y no impidas 55

que nosotros, que hoy te rogamos, realicemos estos trabajos.

32
HOMERO

Néoropi pév Tiparciara Kai máoi KoSog Órca^e,


a'oxáp etcevc’ aÁZoiai SíSoo xotpíeaaav ócpoi(3r|v
oópjtaaiv rioAíoiaiv áyaK^eurig EKaTÓpprig.
so Sóg 6’ eti T'nXégaxov Kai épe KpT^ocvToc véeoOai,
oüvEKa Seop’ iKÓpeaOa 9ofj aov vt|Í peAaívri ».
©q ap’ ejceit’ ripaxo Kai aí)Tq rcávxa TeXeóia.
S©ke Se TriXepáxtp KaXov Senac; áp(piKÍ>rceA,Á,ov •
65 ©<; 5’ amrot; ripaio 'OSoaofiog <píXo<; móc;.
oi S’ etceí G)7ETT|a<xv Kpé’ orcépTepa Kai epóaavTo,
poípa<; Saaoápevoi Saívovi’ epiicuSea Saixa.
aírcáp ercei rcóoiog koci e8t|tÍ)o<; épov evto,
Toia’ apa pí>9©v rjpxe Teprivioí; uncóxa NéaT©p •
7o « vov Sf| kocAáióv egti jiETaXÁriGai Kai épéa0ai
^eívoog, oí xiveg eiaiv, ércei Tapirnaav ¿ScoSfig.
& ^eivoi, tíve<; ente; 7có0ev tcXeiO’ oypá KéXeo0a;
ti Kaxá 7cpfj^iv T) payiSíax; áXáXrjaGe
oiá te XrjiLaTfipEg -bnelp aÁa, toí t ’ áÁówvTai
75 yuxac; 7iap0épEvoi, KaKÓv áXAoSarcoiai «pepovieg; »
tov 5’ ai) TriXepaxog KETcvopévog ávTÍov r|i)óoc,
Oapariaac;- aí>Tq yáp évi tppeoi 0ápaog ’A0rivr|
OriX’t iva piv jiepi jtaxpcx; áTioixopevoio eporco,
[t|S ’ iva piv KÁéo<; éaOAóv év áv0p©7coiaiv éxfloiv ]
go « & NeoTop Nr^rfwíSri, péya KoSog ’A/aiwv,
etpeai ótckÓ0ev eípév • éy© Sé ke toi KaTaXé^©.
Tipeig ’I0aKn<; 'Ytcovtjioo eiAr|Aoo0pev •
Tipiar; 8’ ^8’ íSíri, oí) Sqpio^, r¡v áyopeí)©.
7KXTpó<; epoo kXeo<; £Í)pi) petépxopai, rjv rcoo áKoóa©,
Síoo ’QSwGÍiot; TaXaaiíppovo^, ov jiote <paai
<tüv aoi papvápevov Tp©©v rcóXiv e^aXocTcá^oci.
áXAoot; pev yáp rcáviat;, oaoi Tp©aiv 7toÁépi^ov,

33
ODISEA III

Ante todo, a Néstor y a sus hijos concédeles gloria,


y después, da un pago gracioso a los otros,
a todos los pilios, por esta hecatombe preclara.
Además, dale a Telémaco, y dame, volver tras cumplir 6o
eso por lo que aquí vinimos en la negra y rápida nave”.
Así suplicaba, y realizaba ella misma todas las cosas.
Le dio a Telémaco la bella copa de cuencos inversos;
y, en igual forma, el querido hijo de Odiseo suplicaba.
Luego, cuando asaron y desensartaron las carnes del lomo, 65
repartiendo porciones, un eximio banquete comían.
Y cuando el deseo de bebida y comida expulsaron,
comenzó a hablar entre ellos Néstor, jinete gerenio:
“Ahora, cierto, es más adecuado indagar y hacerles preguntas
a los extranjeros, quiénes son, pues de comida se hartaron. 70
¿Quiénes sois, extranjeros; de dónde bogáis por húmedas sendas?
¿De algún modo en negocios, o al garete sois vagabundos
sobre el mar, cual piratas, pues ellos andan vagando
exponiendo sus vidas, a otros hombres llevando desgracia?”
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta 75
cobrando valor, pues valor en el pecho la misma Atenea
le puso, para interrogarlo del padre, que ausente se hallaba,
yPara que entre hombres la noble fama pudiera tenerlo:
Oh Néstor Nelida, gran gloria de aqueos,
preguntas de dónde somos, yo te lo voy a contar. 80
Llegamos desde ítaca, que a los pies del Neyo se encuentra;
mas es un negocio privado, no es público, este de que hablo.
e mi padre busco una amplia noticia, por si es que la escucho,
D
noble Odiseo de animo firme, de quien dicen que un día
del
destruyó la ciudad de los troyanos luchando a tu lado. ss
ues de todos los otros que contra los troyanos guerreaban
P

33
HOMERO

TC£\)0Óp£0’, f|/l £K(XGTO<; OC7lÓÁ-£TO Á'üypfi) ÓXÉ0p(p •


Keívcn) 8’ ai) Kai oAeOpov árceoGéa ©f¡Ke Kpovícov.
oí) yáp Tig 8í>varai aácpa eírcépev ótctcó0 ’ oAcoXev,
90 eí 0’ o y’ érc’ rpieípou 8áprj ávSpáai S'oapevéeaaiv,
eí te Kai év TLEÁccyEi jiETtt KTjpaaiv ApcpvcpÍTT^.
xo'uvEKa vt>v xa aá yoí>va0’ ÍKavopai, ai' k’ é0éApo0a
keÍvob Xuypóv óXeOpov éviarceiv, eí non órccoTCag
ócpBaXpoiat xeoiaiv, n aAAou po0ov aKovaa^
95 7tXa^o|iévo'ü • rcepi yáp piv ói^upóv teke priTTip.
pq8é xí p’ aíSópevoc; peiAíaaeo pq8’ éAeaípcov,
áXV eí) poi KaiáXe^ov, orcax; TyvTriaa<; ÓTccoTtf}^.
Aíaaopai, eí tcote toí ti 7taTT|p épóg, éa0Áó<; ’OSbogeb^,
t] ércog T|é ti epyov úrcoarag é^eTé^eaae
ioo Sí^pco evi Tpcócov, o0i Kao/exe rcripaT ’ ’A/aioí •
tóv vuv poi pvrjaai, Kai poi vripepTé<; évío7te<; ».
8’ T|peípeT’ érceira Teprivioc; ÍKTtÓTa NéaTcop-
tóv
« & cpíÁ,’, éjcet p’ épvrjaag ói^óog, i]v év eKeívco
Srjpcp ávÉTArjpev pevo^ áaxeToi mee; ’A%aiá>v,
105 rjpév oaa £,i)v vrpxjiv érc’ fiepoeiSea tcovtov
TtÁa^ópevoi Kara Áxp8 orcp áp^eiev ’A/tXXeóg,
138 ’ oaa Kai rcepi ócotd péya Eípiápoio ávaKTOt;
papvápeB- évBa 8’ epeira KaT£KTa0ev oaaoi ápiOTOv
év0a pév Aía<; Keirai ócpriío^, ev0a 8 ’ ’A/iXÁeíx;,
no ev0a 8é nócTpoKÁoc,, Beócpiv priaxcop aTaÁavToi;,
év0a 8’ épó<; <píAo<; uióg, apa Kpaxepcx; Kai árappiK,
’AvtíXoxoS, K£pi P£v Beíeiv raxi><; B^e paxTiTr|<; •
aXXa xe rcóXX’ erci Toíg irá0opev kockcx- tí<; Kev eKeiva
rcávra ye puBqaaiTO KaTa0vrjT¿bv áv0pd)K(ov;
115 cóS’ eí 7ievTáeT£g ye Kai é^áeTec; rcapapípvcov
E^epéoic;, oaa Keí0i rcáüov KaKa 8101 ’Axaioí •

34
ODISEA III

sabemos en dónde cada uno murió con muerte funesta,


mas de aquél, incluso la muerte, ignota el Cronión ha dejado.
Pues nadie puede decir claramente en dónde murió,
ya éste haya sido vencido en la tierra por hombres hostiles, 90
ya en el mar, de la diosa Anfitrite en las olas.
Por eso, hasta tus rodillas hoy llego, por si es que tú quieres
contarme la muerte funesta de aquel, si acaso la viste
con tus propios ojos, o si de otro escuchaste el relato,
de otro errante. En verdad, muy miserable pariólo su madre. 95
Ni por respeto hacia mi ni por lastima, nada suavices,
sino cuéntame exactamente lo que encontraste a la vista.
Te suplico, si a ti alguna vez mi padre, el noble Odiseo,
tras prometerte alguna palabra u obra, les dio cumplimiento
en el pueblo troyano, donde infortunios sufríais los aqueos; 10<
hoy recuerda esas cosas, y habíame verídicamente”.
Le respondió entonces Néstor, jinete gerenio:
“Oh amigo, pues me recordaste todo el pesar que en aquel
pueblo sufrimos los hijos de los aqueos de indomable coraje:
ya cuanto sufrimos, con las naves sobre el ponto brumoso, 105
errando detrás de la presa, por donde Aquiles nos guiaba,
ya cuanta lid sostuvimos en torno a la grande ciudad
del rey Príamo; allí, entonces, perecieron los que eran mejores:
allí yace el bélico Áyax, y allí yace Aquiles;
allí yace Patroclo, un consejero igualable a los dioses; no
al í, mi hijo querido, que a la vez era fuerte e intrépido,
oco, notablemente veloz en correr, y guerrero.
Antíl
tros muchos males sufrimos sobre ésos. ¿Quién de los hombres
O
mortales podría hacer la historia de todos aquéllos?
Ni si cinco y seis años quedándote aquí preguntaras 115
cuántos males sufrieron allí los nobles aqueos;

34
HOMERO

rcpív kev ótviTj0£Íg <rqv jcaxpíSa yaiav ikoio.

eiváexe<; yáp oqnv kcckg párcxopev áp<pi£rcovx£<;


Kavxoíoiai SóXoiai, poyu; 8’ exeXeooe Kpovícov.
120 ev0’ oíS ríe; jiote prixiv ópoi©0qp£vai ávxriv
tÍOeX’, ekei pala rcoXXov evíkcc 8io<; ’OSdggeÍk;
Tiavioíoiai SóXoun, rcarqp teó<;, eí exeóv y£
keivod EKyovó^ £GOi- oépag p’ e%£i £Íoopó©vxa.
xoi yáp pí>9oí y£ eoikótec;, oí)Sé ke <parq<;
125 ávSpa vEÓXEpov ©Se eoikótoc po0rioao0ai.
ev0’ T| roí Eiog pev éy© Kal Siog ’OSoaaEÍx;
OBTE 7COT’ ElV áyOpf} 8Í%’ Epá^OpEV OBX’ EVl pODÁp,
áXX’ éva 0opóv exovte vó© koci ércuppovi poaÁp
<ppoc{¡óp£0’ ’ApyEÍoiaiv, otc©<; o%’ apuna yévoixo.
130 arnáp £3T£i Ilpiápoio rcóXrv SiEJiépaapEv aijiriv,
[PñlievS’ ev vrjeaai, 0eóg 8’ ekeSocooev ’A/aioá^,]
koci tote 8t| Zebg Áoypóv évi <pp£ai ptjSeto vógtov
’Apyeíoia’, eke'i 00 ti voripoveg oí)8é Síkocioi
návTeg eoav x© <upe©v jioáe£<; kockóv oíxov ércéarcov
135 pqvux; óZotíq yXocvK©TCiSo<; óppipo7iáTpr|<;,
T] x’ Epiv ’AxpEtSpai per’ áptpoxépoiaiv £0r|K£.
x© 8e KaZeaaapév© áyopriv ég Tcávrag ’Axaioíx;,
páxj/, áxáp oí) Kocxá KÓapov, ég riéXiov KaxaóávTa, —
oi 8’ tjáBov oív© PepapqÓTeg aie<; ’A/aicov, —
i« paOov poGeíaGqv, too eivekoc Xaóv áysipav.
ev©’ T| xoi MeveAococ; áv©yei Ttávrag ’Axocioix;
vóoxoo pipvf|OKEo0ai etc’ EÍipéa vibra 0aÁ,áaar|<;-
oí)8’ ’Ayapépvovi 7iáp7iav énvSave- poóÁEToyáp pa
Xaóv épDKaKÉEiv pé^ai 0’ iepá<; EKaxóppag,
145 ©<; róv ’A0qvaÍTi<; Seivov xóXov é^aKÉoairo,
v-qnioc;, oí)8e xó tíSti, o oí) TieíaeaOai epeXXev •

35
ODISEA III

antes, fastidiado, te irías a tu tierra paterna


Durante nueve años, sitiándolos, les tramábamos males
con varios dolos, y apenas les puso el fin el Cromón.
Allí nadie, nunca, igualarse abiertamente con él en ingenio ™
quería, pues superaba muy mucho el noble Odiseo
con varios dolos, tu padre, si acaso verídicamente
eres hijo de aquél; el asombro me tiene al mirarte.
Sin duda, tus palabras son semejantes, nadie diría
que un hombre tan joven hablara de un modo tan digno.
Allí, cierto, todo ese tiempo, yo y el noble Odiseo
nunca, ni en la asamblea disentíamos, ni en el consejo,
sino que con ingenio y sensato consejo, unánimemente,
a los argivos advertíamos cómo asaz lo mejor les saldría.
Mas, después que asolamos la ciudad escarpada de Príamo 130
y en las naves nos fuimos y un dios dispersó a los aqueos,
entonces, Zeus urdía en su mente un funesto retorno
para los argivos, pues en nada eran pensantes ni justos
todos; por eso, mísera suerte hallaron muchos de aquéllos,
por la ira fatal de la ojiglauca hija del padre potente; 135
ella puso discordia en medio de entrambos Atridas.
Estos dos, a los aqueos, a todos, llamando a asamblea
locamente, cuando el sol se pone, y no, más bien, cual se debe
de los aqueos los hijos llegaron pesados de vino—,
les decían el dicho por el que al pueblo habían congregado. 140
pues, Menelao exhortaba a los aqueos, a todos,
Allí,
a recordar el retorno por las anchas espaldas del mar;
y eso, en lo absoluto, a Agamenón no agradaba: éste quería
ener al pueblo y sacrificar hecatombes sagradas,
det
ea fin d la cólera horrenda de Atena;
aplacar i45
necio, no sabía eso, que ella no habría de ser persuadida:

35
HOMERO

ov yáp t’ aíya 0£©v xpérceiai vóo<; aíév eóvt©v.

g>q t© pév xaÁercoiaiv ápEiPopév© etceeggiv


éoxaoav oi §’ ávópo'uaav £Í)KvripiS£<; ’Axaioí
150 TIXU OearceaÍTi, Síxa Sé oqnoiv nvSave pouÁxi.
vÓKia pév áéaapev xa^ETta (ppeaiv óppaívoviEc;
áXXTjXoio’ • £7ri yáp Zetk; i]pw£ Ttripa KaKoio •
f|©0£v 8’ oi pév véac, eXkopev eí<; áXa Siav
KTnpaxá t’ £VTi0ép£o0a pa0'u£©vo'ü<; te yuvaÍKa<;.
155 fipío££<; 5’ apa Á,aoi épriwovTo pevovtec;
aS0i Ttap’ ’ATpE'íSp ’Ayapépvovi, Ttoipévi Xacov •
T|pÍG££<; 8’ ávaPávTEc; ¿XaívopEv • ai Sé páX’ cenca
etcXeov, ¿CTÓpEOEV Sé 0eó<; p£yaicT|T£a kóvtov.
ég TeveSov 8’ eá0óvte<; épé^apEV ipá 0eoígiv,
i6o oiKaSE iépEvov ZeÍc; 5’ oii 7t© p^Seto vógtov,
gxetÁioc;, og p’ épiv ©pge KaKrjv £7ti SeíStepov aimg.
oi pév á7E0OTp£\j/avT£<; Epav véac; ápqnEÁíooac;
ápcp’ 'OSuana avaicca Sauppova 7toiKiXopr|Tnv,
avugETt’ ’ATpEiSp ’Ayapépvoviripa <pépovT£<;-
165 OÜTap ¿y© GÜV VT|ÜG1V ÓcoAAeGIV, ai poi E71OVTO,
(pEüyov, etceí yívcoGKov, o Stj KaKa p^Seto 8aíp©v.
<p£uy£ Sé TüSeoc; üióg áprpog, ©po£ 8’ ETaípouc;.
ové Sé Sí) p£Ta v©i kíe £,av0ó<; MEvéXaog,
év Aéop© S’ ekixev SoXa/ov tcáóov óppaivovTac;,
no Ka0T)7t£p0E Xíoio v£oíp£0a 7tai7caXo£GGri<;,
VTJGOU E7tl 'F'DpÍTl<;, aí)TT|V £71 ’ áplGTEp’ k%QV'l£Cl,
i)7i£VEp0£ Xíoio Ttap’ TyvEpoEVTa Mípavxa.
fiTEopEv Sé 0eóv <pf¡vai TEpag- aÚTap o y’ iipiv
8ei£,£, Kai TyvwyEi TtéXayoc; péoov £Íg EíSpoiav
as xépvEtv, otppa Táxurta í)7téK KaKÓTT|Ta qyóyoipEV.
©pxo 8’ £7ti Aiyix; oüpoc; áripEvai- ai Sé páX’ ©Ka

36
"»1 ■

ODISEA III

de los eternos la mente no cambia de pronto.


ndiéndose ambos con duras palabras, estaban
Así, respo
de pie y los aqueos de grebas hermosas saltaron
con vocerío asombroso, de dos modos el plan les gustaba.
Pasamos la noche pensando en la mente crueldades
unos contra otros, pues Zeus preparaba un daño maligno,
mas al alba, unos hacia el mar divino arrastramos as naves,
y ahí pusimos los bienes y a las mujeres de cinto alforjado.
Cierto, la mitad del pueblo, quedándose, allí se detuvo
con el Atrida Agamenón, pastor de los pueblos;
la otra mitad, embarcando, remamos. Muy raudas las naves
bogaban, pues un dios allanó el ponto de fauces enormes.
Llegando a Ténedos, a los dioses hicimos ofrendas
deseando ir a casa, mas Zeus aún no decidía el retorno:
obstinado, él incitó mala discordia otra vez, la segunda.
Y unos, virando las naves de dos curvaturas, volvieron,
los de Odiseo, el señor sagaz de variadas astucias,
complaciendo otra vez a Agamenón, el hijo de Atreo;
mas yo, con las naves en flota que a mí me seguían, 1
huía, entendiendo que un dios ya decidía la desgracia.
y huía el bélico hijo de Tideo, e impulsó a sus amigos.
Mas tarde se vino el rubio Menelao, detrás de nosotros;
canzó en Lesbos, cuando en un largo trayecto pensábamos
nos
o por arriba de Quíos, llena de escollos, iríamos
acu la isla de Psiria, teniendo a la misma a la izquierda,
o por abajo de Quíos, del airoso Mimante a lo largo
y dios ,hacer ver 1111 po™ ynos ,o ~ó,
Partiéramn^r 6 P°r enjmedio’ con rumbo hacia Eubea
Se abó a soplad eSCaparnos del mal lo más Pronto posible. m
soplar un vento súbante, y, muy raudas, las naves

36
HOMERO

ixOnóevxa xékeo0a SiéSpapov, ég Sé repaiaxóv


évvnxiai xaxáyovxo • IloceiSáoovi Sé xaóp©v
7CÓXX’ ércí ppp ’ éOepev, KeXayog péya pexpriaavxec;.
i8o xéxpaxov T^pap éryv, ox’ év ’'Apyeí vfia<; eiaac;
ToSeiSe© éxapoi AiopriSeog ÍKKoSápoio
íaxaaav • aüxócp éy© ye IIbXovS’ exov, onSé tcox ’ eopn
onpog, érceí Stj rcp©xa 0eó<; 7ipoérjxev áfjvai.
©g íjABov, (pile xéxvov, aKenOfn;, ooSé xi oíSa
i85 xeív©v, oí x’ éaá©0ev ’Axai©v oí x’ árcóXovxo.
oaaa S’ évi peyápoiai xa0ripevo<; ripexépoiai
7cen0opai, i] 0épu; éaxí, Saxiaeai, oí)Sé ae xeoa©.
en pév MnppiSóvag <páa’ éX0épev éyxeaipcopom;,
ong áy’ ’AxiÁAxjog peya0npon cpaíSipoc; níó<;,
i9o eí) §e ^iXokxt|xt|v, lloiávxiov áykaóv níóv.
rcávxac, S’ ’lSopeveix; Kpxixriv eíariyay’ éxaípong,
oí qn>yov éx KoXépon, rcóvxo<; Sé oí oí) xiv ’ ájrqópa.
’AxpéíSriv Sé koci anxoi áxonexe vóacpiv éóvxe<;,
(be, x’ t|A0’ ©<; x’ Aíyia0o<; épriaaxo Xnypóv óXe0pov.
195 áAÁ’ q xoi xeivoc; pév é7tiapnyep©(; árcéxeiaev.
©g áyaBóv xaí rcaiSa xaxa<p0ipévoio Xi7téa0ai
ávSpóc,, eró xaí xeivo<; éxeíaaxo rcaxpocpovria,
AíyiaOov SoXópqxiv, o oí rcaxépa xXnxóv éxxa.
xaí an, cpíXog, páÁa yáp a’ ópó© xaXóv xe péyav xe,
200 áXxigo<; éaa’, iva xí<; ae xaí ó\jnyóv©v én eínp ».
xóv S’ an TriXépax0^ rceTCvnpévo<; ávxíov r|í)Sa-
« © Néaxop N^ÁiíiaSri, péya xnSo<; ’Axaicov,
xaí Xítiv xeivoc, pév éxeíaaxo, xaí oí ’Axaioí
oíaonai xXéog enpó xaí éaaopévoiaiv áoiSrjv.
205 ai yáp époi xoaarjvSe 0eoí Snvapiv rcepi0eíev,

37
ODISEA III

recorrieron su ruta llena de peces, y ellas, nocturnas,


a Geresto arribaban; a Posídón, muchos muslos de toros
le ofrecimos, porque cruzamos el mar imponente.
Era el cuarto día, cuando a las naves estables la gente 180
del Tidida Diomedes, que doma caballos, en Argos
detuvo, mas yo me tenía rumbo a Pilos; el viento jamás
se extinguió, una vez que un dios a soplar nos lo enviara.
Así, hijo querido, llegué sin noticias, y yo no sé nada
de aquéllos: qué aqueos se salvaron y quiénes murieron. 185
Mas cuantas cosas yo, sentado aquí en mi palacio,
he escuchado, sabrás, cual se debe; nada he de ocultarte.
Dicen que llegaron bien los mirmidones, famosos lanceros,
a quienes guiaba el hijo preclaro del magnánimo Aquiles;
y que bien llegó Filoctetes, el hijo ilustre de Peante. 190
Idomeneo introdujo en Creta a sus compañeros, a todos
los que de la guerra escaparon; no le quitó el mar a ninguno.
Del Atrida, incluso vosotros, lejos estando, escucháis
como llego y como Egisto le urdió una muerte funesta.
Mas, sin duda, horrendamente aquél ha pagado. 195
Qué bueno es que al menos quede un hijo de un hombre
que muere: aquél tomó venganza del asesino del padre,
del doloso Egisto, el cual le mató a su ínclito padre.
También tú, amigo, pues muy hermoso y grande te veo,
erte, que alguien, incluso de los venideros, te elogie”. 200
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
¡Oh Néstor Nelida, gran gloria de aqueos,
desde luego, aquél se vengó y difundirán los aqueos
su fama ampliamente, aun para los que vendrán, como
Ojalá a mí me ciñeran dioses tan gran fortaleza, 205
punir por su grave delito a los pretendientes
para

37
HOMERO

oi te poi 'bppí^ovxEg áTáo0aÁa prixavóovTai.


áXX’ OI) poi TOIOOTOV EKÉKÁ-Cooav 0£OÍ ÓXpOV,
TiocTpí t’ epoj Kai époí • vov Se xpn TETÁápev eprcr|<; ».
210 tóv S ’ RpeípeT ’ ETCEiTa TepRvioc; iratóra NéoTcop •
« ó (píX’, ércei St] Tama p’ ávépvr|Ga(; Kai eeirceg,
(paai pvpaTfipag cf¡<; priTépog eíveKa tcoXXoax;
év peyápoia’ áéKTjTi aé0ev KaKa prjxaváaG0ai.
eítce poi, re ekgjv í)KoSápvaaai, r ge ye Xaoi
215 éx0aípooG’ ává Sripov, érciorcópEvoi 0eoo óp<pp.
TÍg S’ oíS’ eí ke TtoTE G(pi (Bíac, árcoTEÍoETai £Á0(ov,
p o ye poovog éá>v r Kai oópjravTeg ’Axaioí;
eí yáp a’ cog é0éXoi (piÁéeiv yÁaoKcÓTrig ’A0rivri,
ex; tót’ ’OS'üggtíoí; tcepiktiSeto KoSaXípoio
220 Srjpcp évi TPg>g>v, o0i rcáoxopev áXye’ ’Axaioí - —
oí) yáp 7CG) Í5ov g>Se 0eoí)g ávatpavSá (piXeíviag,
©<; keÍvü) ávatpavSá Trapíoiaio riaXXág ’A0r|vr| • —
eí a’ omcog é0éXoi tpiXéeiv krSoitó te 0opcü,
tg> kev tk; keívgjv ye Kai ekáeA/Woito yápoio ».
225 tóv S’ aí> TriXépaxog 7Ee7tvopévo<; áviíov iyuSa •
« G) yepov, oí) kg) Tomo ercog TeXéea0ai oi© •
Xírv yáp péya eÍKeg- áyr| p’ exei- oí>k áv époí ye
éXjiopévtp Ta yévoiT’, oí>S’ eí 0eoi ©g é0éXoiev ».
tóv S’ ame Tcpoaeeirce 0eá yXai)K©7ti^ ’A0r|vr| •

230 « TqXépaxe, tcoíóv ae incoe; tpóyev epKoe; ÓSovtcov.


peía 0eó<; y’ é0eÁ©v Kai TRÁó0ev ávSpa oa©oai.
PooÁoípqv S’ áv éytó ye Kai áÁyea 7COÁÁá poynoae;
o’ÍKaSe t’ éXBépevai Kai vÓGTipov Rpap íSéo0ai,
rj éX0©v ájtoÁéa0ai étpeaTioe;, ©<; ’Ayapépvcov
235 ©Xe0 ’ ók ’ Aíyío0oio SóAxo Kai rc; áXóxoio.
<xXX’ toi 0ávaTOv pév ópoíiov oí>Sé 0eoí rcep

38
ODISEA III

que contra mí, insolentes, insensatas acciones maquinan.


S,n embargo, tal ventura no me tejieron los dioses,
ni a mí ni a mi padre: hoy debe uno en todo aguantarse .
Le respondió entonces Néstor, jinete gerenio:
“Amigo, pues me recordaste esas cosas, y de ellas hablaste,
dicen que muchos pretendientes, por tu madre, en la sala
a despecho tuyo, maquinan desmanes.
Dime, ¿acaso tú te sometes de grado, o tu gente
te odia en el pueblo siguiendo de un dios la palabra? 21
Mas, ¿quién sabe si un día Odiseo, llegando, punirá su violencia,
ya estando él solo, ya estando todos los otros aqueos?
Ojalá quisiera mostrarte su amor la ojiglauca Atenea,
así como otrora cuidado tenía del glorioso Odiseo
en el pueblo troyano, do los aqueos sufríamos dolores 221
—pues aún no he visto a los dioses amar sin reservas, así
como al lado de aquél sin reservas estaba Palas Atena—,
si así quisiera amarte y de corazón te cuidara,
entonces, se olvidaría de la boda cualquiera de aquéllos”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta: 225
¡Anciano, de ningún modo creo que esa palabra se cumpla:
dijiste algo muy grande, el pasmo me tiene! Aunque lo espero,
eso no podría ocurrirme, ni si así lo quisieran los dioses”.
Le contestó a su vez la diosa ojiglauca Atenea:
¡ maco, que palabra huyó de ti, del redil de tus dientes!
Telé 230
Fácil, si quiere, un dios salvaría aun desde lejos a un hombre.
o preferiría, aun sufriendo muchos dolores,
Y
llegar a mi casa y ver el día del retorno,
mas que, llegando, morir en mi hogar, cual murieraAgamenón, con dolo, a
Mas, sind
uda, a la muerte, a todos común, ni los dioses

38
HOMERO

Kal <píX(p ávSpl Sóvavxai áÁaÁxépEv, Ó7i7ióx£ kev 8ti


poip’ óXori xa0éXpai xavrjÁEyéo^ 0aváxoio ».
Tqv 8’ aó TnZépaxog rcercv'ujievog ávxíov ip$8a-
24o « Mévxop, jatjkexi xaóxa XeyópeOa xqSópEvoí jiep •
keÍvcú 8’ oóxéxi vóaxog éxrixufioq, áXká oi tíSt]
(ppáaaavx’ áOávaxoi Oávaxov Kal Kqpa péXaivav.
vóv 8’ é0éX© ercog áXXo pExaXXflaai Kal épéa0ai
Néaxop’, etceí rcepíot8e Síxag Tj8é (ppóviv áZXwv♦
245 xpl<; yáp 8t| pív (paaiv ává^aa0ai yéve’ ávSpcov,
©g xé poi á0ávaxog ivSáXXexai Eiaopáaa0ai.
& Néaxop NTiÁ.TVtáS'q, al) 8’ áZr|0e^ evíajceg-
7c©g £0av’ ’AxpEiSTig eópl) KpEÍcov ’Ayapépvcov;
tcoó MfivéXaoi; érjv; xíva 8’ aóx© pxiaax’ óX£0pov
25o Aiyia0og SoÁópqxi<;, etce! kxóve tcoááóv áp£Í©;
?i oóx "Apyeog í¡ev ’A/aiiKol), áXAá 7ip áXXp
rcXá^Ex’ etc’ áv0p©7ioD<;, ó Se 0apar|aa<; xaxéjc£(pve; »
xóv 8’ T|p£ÍpEx’ ETCEixa rEprivio^ iTCTcoxa Néaxop •
« xoiyáp éy© xoi, xéxvov, áZr¡0éa jcávx’ áyopeóao.
255 r| xoi pev xó8e xaóxóg oíeai, ©g kev exú/Ori,
£i £©ovx’ A’íyia0ov évi pEyápoiaiv exexpev
’AxpéíSr^ TpoÍTj0ev iov, ^av0óg M£véXao<;-
x© xé oi oó8é 0avóvxi x^^v erel yaiav exeuav,
áXV apa xóv ye xóveg xe xal oiovol xaxéSaipav
26o KEÍpevov év TteSítp éxá<; áaxeoc;, oó8é xé xí<; piv
xXaóaev ’AxaiiáSov • páXa yáp péya póaaxo épyov.
rjpeic; pév yáp keí0i rcoÁéac; xeXéovxeg áé0Xoi)<;
TÍP&0’ • ó 8’ £Í)xriXo<; pv>x© ’'Apyeo<; ÍTC7copóxoio
tcóXX’ ’Ayapepvovéxiv áXoxov 0éÁyeaxev eiceaaiv.
265 ti S ’ T| xoi xó Tiplv pev ávaívexo épyov áeixé<;,
8ia KÁmaipvóaxpri • (ppeai yáp xéxpR'c’ áyaOfiav

39
ODISEA III

pueden alejarla, ni de un hombre querido, cuando ya a este


lo alcanza la moira fatal de la muerte asaz pesarosa .
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“Méntor, ya no hablemos de eso, aun estando afligidos;
para aquél, ya no es verdadero el retorno, ya le pensaron
los inmortales dioses su muerte y su negro destino.
Hoy, sobre otra cuestión quiero indagar y hacerle preguntas
a Néstor, pues más que otros sabe de justicia y prudencia:
durante tres generaciones de hombres dicen que él ha reinado, 245
como un inmortal me parece en su aspecto.
Oh Néstor Nelida, cuéntame tú verídicamente:
¿Cómo murió el Atrida Agamenón, que era rey ampliamente?
¿Menelao, dónde estaba? ¿A aquél, qué muerte le urdió
el doloso Egisto, pues mató a uno que era muy superior? 250
¿No estaba en Argos aquea, sino en alguna otra parte vagaba
entre los hombres, y aquél, cobrando valor, le dio muerte?”
Le respondió entonces Néstor, jinete gerenio:
Pues bien, hijo, la verdad toda yo voy a decirte.
Sin duda, tú mismo imaginas esto que habría sucedido, 255
si en el palacio, a Egisto con vida hubiera encontrado
el Atrida, el rubio Menelao, al volver desde Troya;
así, ni muerto le habrían cumulado tierra que cúmulo fuera,
sino que perros y aves rapaces lo habrían destrozado,
yaciendo en el llano, lejos de la urbe, y por él ni una aquea 260
habría llorado: había urdido una acción asaz desmedida,
ues nosotros allende, realizando muchos trabajos,
P
estábamos, y él, quieto en el fondo de Argos, que nutre caballos,
mucho, con palabras, de Agamenón a la esposa adulaba.
Ciertamente ella al principio rehusaba la acción indecente, 265
la divinal Clitemnestra, pues ánimo noble tenía;

39
HOMERO

náp 8’ áp’ eqv Kai áoiSóg ávTjp, <p rcóXV érceTeXXev


’AxpéiSrig Tpoír|v8e kiúov ei'puaOai ockoitiv.
áXX’ oxe Sr| piv poipa 0eg>v ércé&nae Saprjvai,
270 §T] TOTE TÓV |X£V áoiSÓv áyCOV Eg vf¡OOV Epf||LlT|V
KáXÁutev oiovoiaiv eAxop Kai KÓppa yEvéaOai,
TTyv 8’ eOéáxov £0éXooaav ávriyayEv óvSe SópovSe.
rcoXXa Se pqpí’ ekt|£ 0ecúv lEpoia’ eki pcopoic;,
rcoÁÁá 8’ áyáXpaT’ ávfp|í£v, óípáapaTá te %pi)aóv te,
275 EKTEÁéoag péya Epyov, o oo tcote eXtceto 0opa>.
T|ji£Í<; pév yáp apa rcXéopEv T poíri0£v íóvte<;,
’Atpei8t|^ Kai éycó, <píÁa eíSóte<; áXXfiÁoiaiv •
áÁÁ’ OTELoÓvIOV IpÓV á(plKÓp£0’, áKpOV ’A0T|V£CDV,
EV0a KoPEpvriTnv MeveXóoi) Ooipog ’AkóXXcov
28o oía’ áyavoiai PeXegoiv ércoixópEvoc; KaTEKEípvE,
rcriSáXiov pETa xepoi Qeoóarig vrióc; exovto,
0pÓVTlV ’OvT|TOpí8T|V, % EKaiVDTO (poX’ áv0pa>7C(DV
vqa KoPEpvíiaai, ojióte ajcépxoiEV óceAAoíi.
ax; ó p£v Ev0a KaTéaxex’, £7t£iyóp£vó<; 7i£p óSoio,
285 ócpp’ Erapov 0<XJCTOl Kai £7üi KTEpEO KTEpIGElEV.
áXV ote 8f¡ Kai keívoc; iwv ejcí oívojca jióvtov
ev VTyuoi yÁatpupfjai Ma?i£iácov Ópo<; airco
i^£0£cov, tote 8q GToy£pr|v ó8óv £i)púoftoc Zeix;
E<ppáaaTO, Xiyécov 8’ ávépcov etc’ áÜTpéva xe^e
29o KÓpaxá te Tpo<pÓ£VTa KEXópia, laa ÓpEoaiv.
év0a SiaTpr|^a<; Tag pév KpriTp ¿jiéXaaaev,
riXi KóScdvec; évaiov ’lapSávou áptpi pé£0pa.
eoti 8é tu; Xiaaq aiiiEÍa te EÍg áXa 7i£Tpr|
EGXttTlfl rÓpTOVO<; EV T|£p0£l8£Í JtÓVTÍp ’
295 ev0a vótqc* péya KÓpa rcori GKaióv píov g)0eí,
£<; Oaiaxóv, pucpóc; Se Xí0o<; péya kvp’ árcoEpyEi.

40
ODISEA III

e incluso estaba con ella el aedo a quien mucho ordenaba


el Atrida marchando hacia Troya, cuidar a su esposa.
Mas
la moira de los dioses la obligó a someterse,
cuando
entonces él, llevando al aedo hacia una isla desierta, 270
lo abandonó por que fuera presa y botín de las aves,
y según su deseo, a la deseosa condujo a su casa.
En las sagradas aras de los dioses quemó muchos muslos,
y colgó muchas ofrendas, objetos textiles y de oro,
pues cumplió el atroz hecho que nunca esperaba en el alma. 275
Pues nosotros navegábamos juntos, viniendo de Troya,
el Atrida y yo, siendo amigables uno con otro;
mas, al llegar al sagrado Sunio, promontorio de Atenas,
entonces Febo Apolo, de Menelao al piloto
dio muerte, acercándose a él, con sus suaves saetas, 280
cuando éste tenía en la mano el timón de la nave en trayecto,
el Onetórida Frontis, que superaba a las razas de humanos
en pilotear una nave, cuando las tormentas se alzaban.
Asi, él allí se detuvo, aun con premura del viaje,
a enterrar al compañero y a honrarlo con fúnebres honras. 285
Mas cuando también aquél, sobre el ponto vinoso avanzando
en las cóncavas naves, de Malea al áspero monte
raudo llego, entonces Zeus, de voz espaciosa, un espantoso
viaje y vertió un torbellino de vientos silbantes
pensó,
y unas hinchadas olas ingentes, igual a montañas. 290
Allí, dividiendolas en dos, llevó unas naves a Creta,
donde vivían los cidones íunto a las corrientes del Járdano.
y una roca lisa, escarpada hacia el mar,
Ha
por la parte final de Gortina, en el ponto brumoso;
hacia Festo vÍ” ¡2?UÍ“d°’ noto emPuJ'a Sondes oleajes 295
’ y pequeña, la piedra rompe los grandes oleajes.

40
HOMERO

ai pév áp’ év0’ qA0ov, anonSq 5’ qXn^av óZe0pov


áv8pe<;, áxáp vqá<; ye rcoxi orciÁáSeooiv éa^av
KÓpax’- áxáp xág rcévxe véa<; KDavonpcoeípoDc;
300 Aíyónxcp énéAaooe (pépcov ávepóc; xe Kai i)5cop.
&<; ó pév év0a rcoAóv píoxov Kai xpDaóv áyeípcov
qXáxo %ov v'H'ügí Kax’ áAAo0póoo<; avOpconoDí;-
xótppa Sé xaóx’ Aíyio0o<; épqaaxo oí'ko0i Avypá,
Kxeívag ’AxpéíSqv, SéSpqxo Sé Xaóc; írc’ aíxcp.
305 énxáexeg S’ qvaoae rcoAoxpúooio MuKqvq<;,
xco Sé oi óySoáxcp kokov qXu0e Sioc; ’Opéoxqt;
áy árc’ ’A0qváov, Kaxá S’ eKxave rcaxpo<povqa,
[Aíyia0ov SoXópqxiv, o oi naxépa kXbxov eKxa.]
q xoi ó xóv Kxeívag Saívi) xáípov ’Apyeíoioi
310 pqxpóg xe oxoyepqc; Kai avá^KiSog Aíyío0oio •
aóxqpap Sé oi qX0e poqv áya0óg MevéXao^,
noÁÁá Kxqpax’ áycov, oaa oi véeg ax0og deipav.
Kai oó, <píXo<;, pq 8q0á Sópcov ano xqX’ áAáAqoo,
Kxqpaxa xenpoXmcbv áv8pa<; x’ év goígi Sópoioiv
315 oiíxto ónepípiáÁODg, pq xoi Kaxá návxa cpáycoai
Kxqpaxa Saoaápevoi, ai) Sé xqüoíqv óSóv eX0qg.
áXX’ ég pév MevéXaov éyó) KéXopai Kai ávcoya
éX0eiv • Keivog yáp véov áXXo0ev eíXqXoi)0ev,
eK xóv áv0p<brccov, o0ev oók éXnoixó ye 0opa>
32o éXBépev, ov xiva npéoxov árcooípqÁxoaiv áeXXai
ég néXayog péya xoiov, o0ev xé rcep oáS’ oícovoi
auxoexeí; oixveóaiv, énei péya xe Seivov xe.
áZA’ í0i vnv góv vqí xe aq Kai ooia ’ éxápoioiv •
ei 8’ é0éXei<; ne£ó<;, napa xoi 8í<ppo<; xe Kai innoi,
325 náp Sé xoi i)ie<; époí, oí xoi nopnqe<; éoovxai
éq AaKeSaípova Siav, o0i £,av0ó<; MevéXaoc;.

41
ODISEA III

Ellas llegaron allí, y con trabajo evitaron la muerte


los hombres; empero a unas naves en los escollos trizaron
Las olas. Y a las otras cinco naves de proa cerúlea,
las llevaron céleremente el viento y el agua hasta Egipto. 300
De ese modo, él, allí, muchos víveres y oro reuniendo,
con sus naves vagaba entre hombres de otro lenguaje;
en tanto, Egisto en casa urdió esas acciones funestas,
matando al Atrida, y bajo él, el pueblo quedo sometido.
Reinó siete años sobre la rica en oro, Micenas, 305
mas luego, al octavo, el noble Orestes llegó su desgracia
de vuelta de Atenas, y mató al asesino del padre,
al doloso Egisto, el cual le mató a su ínclito padre.
Sí, tras matarlo él, un banquete fúnebre dio a los argivos,
el de su terrible madre y de Egisto cobarde. 310
Ese mismo día llegó Menelao, de grito potente,
con muchos bienes, cuantos aguantaron en carga sus naves.
También tú, mi amigo, ya no vagues mucho lejos de casa,
dejando tus bienes y, en tu casa, a unos varones
tan soberbios: no sea que ellos devoren tus bienes 315
todos, dividiéndolos, y un viaje infructuoso realices.
No obstante, yo pido y ordeno que hacia Menelao
vayas, porque aquél hace poco llegó de otras tierras,
de pueblos desde los cuales no esperaría en el alma
volver, uno a quien las tormentas ya han descarriado 320
a un mar muy grande, desde el cual ni las aves
haci
suelen tornar el mismo año, porque es grande y terrible,
a, ve ahora, con tu nave y con tus compañeros;
And
mas, si quieres por tierra, allí tienes un carro y caballos,
y allí estan mis hijos, los cuales habrán de escoltarte
325
a la diLacedemón, donde está Menelao, el rubio.
vina

41
HOMERO

XíooeoGai Sé piv ainó<;, 'iva vrjpepTég evíarcT} •


vjíebSoc; 8* oók épéei- páÁa yáp rc£7rvop£vo<; éoTiv ».
(og £<pax’, T|£Áio<; 8’ áp’ e8o Kai érci Kvéípag tÍX0e.
330 TOICI Se Kai pETEEUtE 0£a yÁXXDKtóKK; ’A0T1VTI •
«cb yepov, ti toi zaina Kazá poipav Kax£?t£^a<; •
áXX’ áy£ xápveze pév yA/boaa<;, K£páaa0E 8é oivov,
ótppa IIoGEiSácovi Kai áAAoio’ á0avázoiai
crctEÍaavTEí; koítoio pESóp£0a- toío yáp ¿ópr|.
335 t^St} yáp (páog oíx£0’ orco ^ópov, ooSé eoike
Sq0á 0£¿bv év Saixi 0aaaaép£v, áXÁá vÉ£a0ai ».
ti pa Aióg 0uyáTqp, oi 8’ ekXoov aoST|aáaTi<; •
toíoi 8é KqpoKEg pév óSíop érci X£ipa<; EXEoav,
KOOpOl Sé Kp^Tlipa^ ETCEOTEIJ/aV'TO 710X010,
340 vóp.'naav 8’ apa rcaoiv ércap^ápEvoi ÓErcáEaoi-
yAx»aoa<; 8’ év rcopi páÁXov, áviazápEvoi 8’ ércéÁEipov.
aináp £jt£Í arcEiaáv te rcíov 0’ oaov tí0eXe 0opó<;,
8t| tót’ ’A0qvaÍTi Kai TTiXépaxog 0eoeiót|<;
ápxpo iéo0T|v koíXtjv érci vfja V££a0ai •
345 NéoTíúp ao KaTÉpoKE Ka0arczóp£vo<; ércÉEaai •
« Zeix; tó y’ áXe^rjaEiE Kai á0ávaToi 0eoí áXXoi,
áx; ópeig rcap’ épeio 0ot|v érci vfja kíoite
cá; te zeo i] rcapá rcáprcav áveípovog Tjé rcevixpoo,
G) oó ti x^aivai Kai póyea rcóXX’ évi oíkco,
35o oóz’ ainq> paXaKÓg oote ^eívoiaiv éveóSeiv.
aináp époi rcápa pév x^aivai Kai pqyea KaXá.
oo Gqv 8n tooS’ ávSpcx; ’08oaaf|o<; cpíAoc; oió<;
vt^Óí; etc’ ÍKpiótpiv KaTaÁé^ETai, óípp’ áv éycó ye
£©©, érceiza 8é rcaiSe^ évi peyápoiai Áírcoovzai
355 ^eívoix; ^eiví^eiv, o<; tí<; k’ épá 8©pa0’ iiaiTai».
tóv 8’ aoze rcpoaéeirce 0eá yXaoKawii^ ’A0t|vti •

42
ODISEA III

Tú mismo ve a suplicarle, para que hable verídicamente;


no dirá una mentira, porque es muy jugoso .
Así dijo. El sol se puso y la obscuridad sobrevino.
Entre ellos también habló la diosa ojiglauca Atenea:
“Oh anciano, realmente eso dijiste conforme a lo justo.
¡Ea! Cortad las lenguas y haced la mezcla del vino,
para que, por Posidón y los otros que son inmortales
libando, nos ocupemos, ya es hora de eso, de ir a la cama.
La luz ya se ha ido hacia abajo, a las sombras; no es pertinente 335
estar mucho tiempo en banquetes de dioses, mas irse .
Así dijo la hija de Zeus, y a la que habló obedecieron.
Los heraldos les vertieron el agua en las manos,
los mancebos llenaron muy bien de bebida las cráteras,
y repartieron a todos, iniciando el ritual con las copas; 340
al fuego echaban las lenguas y, parándose, ellos libaban.
Mas, tras libar y beber cuanto su alma deseaba,
cieno, entonces Atena y Telémaco, símil a un dios,
se movían ambos para irse a la cóncava nave,
mas Néstor los detenía, irrumpiendo con estas palabras: 345
Que al menos eso impidan Zeus y los otros dioses eternos,
que de mí, hacia la rápida nave os marchéis,
cual de alguien del todo sin ropa o cual de un miserable
que no tiene en casa, en lo absoluto, mantos y muchos colchones,
ni para él ni para huéspedes, a fin de dormir blandamente. 350
Mas, por supuesto, yo tengo mantos y bellos colchones.
No, sin duda, el hijo querido de este hombre Odiseo
no irá a dormir de su nave en las tablas, en tanto
yo viva y, luego, se queden mis hijos en este palacio,
para hospedar al huésped, cualquiera que venga a mi casa”. 355
contestó a su vez la diosa ojiglauca Atenea:
Le

42
HOMERO

« eí 8tj xaixá y’ «pr^aGa, yépov <píÁ,e • aoi 8é éoiKe


Tr|Xzéjiaxov rceíGeaGai, énei rcoÁi KáXXiov oíx©.
áXÁ,’ oíxog pev viv aoi áp’ eyexai, ótppa Kev eí8p
36o aoiaiv évi peyápoiaiv • éy© 8’ érci vf¡a péXaivav
eíp’, iva Gapaív© G’ éxápoog e’ÍK© xe eKaaxa.
oiog yáp pexá xoiai yepaíxepog eíxopai eivav
oi 8’ áXXoi tpikoxT|xi vecoxepoi ávSpeg ercovxai,
rcávxeg óprjXiKÍri peyaGí pon TriZepá/oio.
365 évGa Ke Xe^aípqv koíXr napa vr|i peXaívp,
viv ■ áxáp i©0ev pexá KaiK©vag peyaGípoog
eíp’, évGa XP£ióg poi cwpéXÁexai, oí xi véov ye
oí8’ óXíyov- oí Sé xoixov, ércei xeóv ÍKexo 8©pa,
Ttépipov oív 8í<ppq> xe Kai uiév Sóg 8é oi ucTcoog,
37o oí xoi éXa<ppóxaxoi Geíeiv Kai Kapxog ápiaxoi».
©g apa <p©vTjaaa’ áuépri yXa'UKamg ’A0r|VT|
(pívp eiSopévTj • Gáppog 8’ éXe 7iávxag ’Axaioí g.
Gaípa^ev 8’ ó yepaióg, orc©g Í8ev óípGaXpoiav
TqXepáxoo 8’ éXe xeipa, ercog x’ éípax’ eK x’ óvópa^ev •
375 « © <píXog, oí ae éoÁjta KaKÓv Kai ávaAxiv éaeaGai,
ei 8t| xoi vé© ©Se Geoi rcoprcfieg ércovxai.
oí pév yáp xig 88’ áXAog ’OÁíprcia 8©pax’ éxóvxwv,
áXAá Aiog Goyáxqp, áyeXeíri Tpixoyéveia,
í xoi Kai rcaxép’ éaGXov év ’Apyeíoiaiv éxípa.
sao áXXá, ávaaa’, ÍXqGi, 8í8©0i 8é poi KÁíog éaGXóv,
aíx© Kai TiaíSeaai Kai aiSoíp jcapaKoíxi •
aoi 8’ ai éy© pé^© fJoív íviv eípopéxrorcov,
á8píxT|v, iv oí k© ircó £oyóv íyayev ávr)p •
xr|v xoi éy© pé£,© xpvaóv Kepaaiv jiepixeíag ».
385 ©g é<pax’ eíxópevog, xoí 8’ eKXoe riaXXág ’A0T|vr|.
xoiaiv 8’ iyepóveoe fepíviog 'ucjióxa Néax©p,

43
ODISEA III

“Bien dijiste esas cosas, querido anciano; es Pertinente


que te
obedezca Telémaco: así es mucho mas adecuado.
Sin duda, éste ahora habrá de seguirte, a fin de que duerma
en tu palacio; mas yo me iré hacia el negro navío 360
a animar a mis compañeros y a hablarles de cada detalle.
Pues, único entre ellos, de ser el más viejo me precio;
los otros son más jóvenes, amistosamente nos siguen,
todos de igual edad que el animoso Telémaco.
365
Allí podría yo acostarme, en el cóncavo y negro navio,
hoy, mas al alba, hacia los animosos caucones
me iré, allí tienen conmigo una deuda, en nada reciente
ni pequeña. Tú a éste, dado que vino a tu casa,
con un carro y con tu hijo mándalo, y dale caballos,
los que sean, en correr, más veloces, y en fuerza, los óptimos”. 370
Así habiendo hablado, se marchó la ojiglauca Atenea
cual quebrantahuesos: el pasmo cogió a los aqueos, a todos.
Se admiraba el anciano, cuando eso miró con sus ojos;
la mano cogió de Telémaco, y esto decía y lo nombraba:
Amigo, no pienso que tú serás un mal hombre y cobarde, 375
si ya a ti, así de joven, los dioses te siguen de escoltas:
Cierto, este no es otro de los que tienen moradas olímpicas,
sino la predadora, la hija de Zeus, Tritogenia,
que también a tu noble padre entre argivos honraba.
Oh reina, séme propicia, y notable fama concédeme, 380
a mi, a mis hijos y a mi esposa honorable; yo, por mi parte,
te inmolaré una novilla de un año, de frente espaciosa,
no domada, que aún ningún hombre llevó bajo el yugo;
yo te la inmolaré poniendo oro alredor de sus cuernos”.
Así dijo, implorando, y lo escuchó Palas Atena. 385
Luego Néstor, jinete gerenio, los guiaba,

43
HOMERO

maai Kai yapppoioiv, eá rcpóc; Sópara KaXá.


aÁÁ’ ote 8ápa0’ íkovto áyaK?vüTcx tolo ávaKToc;,
£^EiT|g e^ovto kcítÓc KÁicpoíx; te Opóvouc; te-
390 toí<; 8’ ó YEpíov eABovcfiv ává KprjTfipa KÉpaaaev
O1VOD TIÓwiÓTOIO, TOV £V§£K<XTG) EViaDT©
óS'í^ev Tapir) Kai arcó KppSepvov eAnoe •
tot> ó yépcov Kpr)TTipa KepáaaaTo, rcoXAá 8’ ’A0pvp
euxet’ árcoarcévScov, Koópp Aió<; aiyióxoio.
395 arrcáp ercei arceioáv te rcíov 0 ’ oaov r¡0£^e Oupóc;,
oi |iev KaKKeíovTE^ e(3av oíkóvSe EKaaTog,
tóv 8’ aÓTOO Koípqae repriviog ircrcóra NéaTcop,
TpAÉpaxov, tpíAov oióv ’OSDaapog 0eíoio,
Tpr)Toia’ év AexéeaGiv, órc’ aíOoóar) épiSoórc©,
400 7cáp 8’ áp’ éijpp£Ávr|v neiaíaTpaTov, ópxapov ávSpcov,
óc, oi et’ f)'i0£og rcaíScov r)v év peyápoiaiv.
aÓTÓg 8’ aÓTE Ka0ei>8e pD/w Sópon i)\|rr|Áoio •
Típ 8’ áAoxog Séarcoiva Xéxog rcópaove Kai eóvrjv.
r|po<; 8’ ppvyéveia (pávr) po8oSaKTOÁo<; ’Hax;,
405 óSpvuT’ áp’ é£, eovTjtpi repr|vio<; ircrcóra Nearcop,
ek 8’ eA0<bv kot’ áp’ e£et’ érci ^egtoÍgi Aí0oiaiv,
oí oi eaav rcporcápoi0e 0opácov ó\|rr)Áácüv
Aeokoí, árcoGTÍXpovTeg áÁeúpcxTog • oia’ érci pev rcpiv
NpZeóc; í^eokev, 0eó<piv ppaTCúp áT<xXavTo<;-
4io áAA,’ ó pev t^St) KT|pi Sapeig ’'A'íSóo8e Pepr|K£i,
NeoTcop aó tot’ é<pí£e repr)vio<;, oópo<; ’A/aicov,
OKrjrcTpov £%cov. rcepi 8’ oTe<; áoAXée<; T)yepé0ovTO
ek 0aÁápcov £Á0óvt£<;, ’Exé<pp®v te Et parios te
llepaeóc; t’ ’'Apr)TÓ<; te Kai ávTÍ0eog 0paaopr)8r|(;.
415 toÍgi 8’ ércei0’ ekto<; rieioíoTpaToc; tíAo0ev ppco^,
rcáp 8’ ápa TrjXépaxov 0eoeíkeXov eiaav áyovTeg.

44
ODISEA III

a los hijos y yernos, con rumbo a su hermoso palacio.


Mas cuando del rey al insigne palacio arribaron,
en orden, en sillones y en tronos.
se sentaban
Cuando llegaron, el viejo mezclóles muy bien una crátera -
de vino de suave bebida; a éste, en el año undécimo abrió
para ellos la despensera, y le soltó su precinto.
De éste el viejo mezcló una crátera, y mucho a Atenea
rogaba libando, a la hija de Zeus, que la égida tiene.
Y, tras libar y beber cuanto su alma deseaba, 395
ellos, deseando acostarse, se fueron cada uno a su casa;
mas Néstor, jinete gerenio, hizo dormir allí mismo
aTelémaco, el querido hijo del divino Odiseo,
en una cama horadada, bajo el pórtico muy rumoroso,
con Pisístrato, hábil con lanza de fresno, príncipe de hombres, 400
el cual, de sus hijos, en el palacio aún estaba soltero.
Mas él mismo durmióse en el fondo de la alta morada;
para él, su señora esposa dispuso su cama y su lecho.
Al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,
Néstor, jinete gerenio, se levantó de su cama 404
y, saliendo, se sentó en unas piedras pulidas
que frente a sus altas puertas se hallaban,
blancas, relucientes de ungüento: en ellas, antaño
se sentaba Neleo, un consejero igualable a los dioses.
Mas él ya por la muerte domado, se había ido hacia el Hades;
y all
ho i se sentaba Néstor gerenio, baluarte de aqueos,
con
u cetro. Sus hijos en grupo juntábanse en torno,
s
d e sus estancias llegando: Equefrón, y Estrado en seguida,
rseo y Areto y, luego, Trasimedes deiforme;
Pe
despues, sexto, llegó a ellos el héroe Pisístrato, y junto
sentaron,
a él tras llevarlo, aTelémaco, igual a los dioses.

44
HOMERO

xoioi Se fii)0cúv íipxe repnvioc; ircrcóra Néaxcop •


« KapKaXífxox; poi, Texva (pila, KprfnvaT’ éélScop,
oq>p’ roí KpÓTioxa 0ea>v iláoaop’ ’A0rivnv,
«o n jxoi évapyqc; nl0£ 8eoy> é<; Sana OáXeiav.
áll’ ay’ ó pév neSíovS’ ¿tu povv ítco, ó(ppa TaxiaTa
é!0paiv, éláafl Sé Pocov é7cipooKÓlo<; ávrip-
etc; S’ E7ii Tq^epáxoD peycxOípo'o vf|a pélaivav
7rávra<; ióv erápooc; áyéTto, Iitcetco Sé Sú’ oíoix;-
425 ei<; 8’ ai) xpuaoxóov AaépKea Seupo K£léa0co
élBeiv, ó<ppa poóg xpu°ov Képaaiv rcepixeúp.
oi 8’ álloi pévex’ ornou áollée<;, eiraTe 8’ eíoa>
Sgíppaiv Kara Sópax’ áyaKlora Saira 7téveo0ai,
éSpac; te £>í)la t’ ápxpi Kaí áylaóv oíaépev uScop ».
43o (og e<pa0’, oi 8’ apa 7távTe<; é7roÍKvoov • nl0£ ¡iev áp poix;
¿k jceSíoo, f|10ov Sé 0of¡<; rapa vijóc; éíori<;
TqZepáxoD érapoi jieyalriTopog, T¡10e Sé xcíÁkeb;
ottI’ év x^paiv £X®V x^^Úta, 7E£Ípara te/vt^,
aKgová Te atpopáv t’ enrauiTÓv Te 7iopáypT|v,
435 oiaív Te xpuaóv eípyá^era • n10£ 8 ’ ’A0r)vri
ipwv ávTióaxra. yepcov 8’ «neniara Néaicop
Xpuaóv é8a>x’- ó 8’ erceira poó<; Képaaiv rcepíxeuev
áaKnaag, iv’ áyalpa 0eá KE/ápoixo íSooaa.
povv 8’ áy£TT|v Kepácov ZTpaTiog Kai Sio; ’Exécppcov.
44o xépvipa 8e a<p’ ’'Apr|To<; év áv0egóevTi lepr^i
nlt>0ev eK Oalápoio (pépeov, ETEpT] 8’ é/ev oí) la;
év Kavécp- keIekdv 8é peveJiTÓlepog 0paai)|ir|Sr|<;
ó£,i)v éxcov év xetpi rapíaxaTo, poov £7nKÓycov.
Ilepaeix; 8’ ápvíov eixe. yépcov 8’ ut7cr|A<xTa Néaxcop
445 xépvipá t’ ooXoxúrag te KaxnpxETO, Trolla 8’ ’A0rivTI
royei’ ájrapxópevo;, Ketpaln; Tpíxa<; év Ttopi pállcov.

45
ODISEA ni

Y comenzó a hablar entre ellos Néstor, jinete gerenio:


“Rápidamente, hijos queridos cumplid mi deseo
para que antes que a otras deidades propicie a Atenea
que, evidente, vino hacia mí, al suntuoso banquete del dios. 42Í

Ea vaya uno al llano por una novilla, a fin de que venga


muy rápido, y la conduzca el boyero guardián de los bueyes;
Otro más, del animoso Telémaco al negro navio
yendo, traiga a sus amigos, a todos, y deje a dos solamente;
otro, a su vez, que ordene venir aquí al orfebre Laerces,
para que a la novilla ponga oro alredor de sus cuernos.
Los otros, quedaos aquí mismo, en grupo, y decidles adentro
a las siervas del insigne palacio, que el banquete preparen,
que traigan asientos y leña, en torno, y límpidas aguas”.
Así dijo, y todos ellos se afanaban: vino del llano
la novilla; vinieron, desde la nave rauda y estable,
los amigos del magnánimo Telémaco; vino el herrero
con su equipo de herrero en las manos, los medios del arte:
el martillo y el yunque y bien hechas tenazas de fuego,
con los cuales el oro labraba. Y vino Atenea,
para asistir al rito. El anciano, el jinete Néstor, el oro
dio, y aquél lo ponía, de la novilla alredor de los cuernos,
con arte, por que la diosa mirando gozara la ofrenda.
tratio y el noble Equefrón, la novilla traían de los cuernos,
Es
Areto llevándoles agua en una vasija grabada con flores,
ego de su estancia; en la otra mano tenía la cebada
ll
en un cesto. Trasimedes, fuerte en la guerra, con hacha
PersTO “ haUaba’ P“a g°lpear la novUla-
Néstor^ C VT h ““S"- H anCÍano’ el ¡inere

«X “rta"d° Pdos aguayyalharina


1rodde,anla,do«sta, muchoa
fuego- yarrojándolos.

45
HOMERO

croxap etcei p’ eíS^ocvto Kai oúÁox'ÚTac; TipopáXovTo,


avriKa Neaxopog mó<;, BTC£p0Dpo<; OpaoupriSric;,
TlXaaev áyxi axá^- tceXekix; 5’ á7i£Koi|/£ TÉvovTa^
450 a'uxEvíoug, Xogev 8e Poó<; pévo^- ai 8’ óXóXu^av
QuyaTépEg te vdoí te Kai ai6oír¡ rcapaKorcic;
NéaTopog, EípuSíicn, Tcpéopa KXnpEvoio 0i)YaTpov.
oi p£v etcevc’ áv£ÁóvT£<; arcó %0ovó<; EÍpnoSEÍqí;
EGXov- ótTap aipá^EV IlEioíoTpaToc;, ópxapog ávSpov.
455 ttí<^ 6’ etceí ek pékav aipa pírj, Xítce 8’ óaTÉa 0upó<;,
ah|f ápa piv SiéxEBav, átpap 8’ ek prjpía Tapvov
7iávTa KaTa poipav, KaTa te Kvíap EKáXoyav,
SiTCTOxa 7totriGavT£<;, etc’ ai)T¿ov 8’ ópo0£T'qGav.
KaiE 8’ ETci axíCfla’ ó yépcov, etcí 8’ ai'0o7ca oivov
46o XeíPe• véoi Se uap’ ainóv exov 7i£pTiópoÁa xepaív.
amáp etceí KaTa |xf|p ’ ¿Karj Kai GTcÁáyxva TcáoavTo,
piGToXXóv t’ ápa TaXXa Kai ápxp’ óPeáoígiv etceipov,
otctov 8’ áKpoTcópoog ópEXoix; év /epoiv exovtec;.
TÓtppa Se TriXépaxov Xoogev KaÁJ] noA,i)KáoTT|,
465 NéaTopog ÓTcXoTaTri 0uyáTr|p NriÁrfiáSao.
arrcáp etceí áoogev te Kai expigev áítc ’ éÁaio,
áptpi 8é piv (papog KaÁóv páÁEV t)8e /nova,
ek p’ áoapív0oi) pr| Sépag á0aváToiaw ópoiog-
Tcáp 8’ o y£ Negtop’ ióv kot’ áp’ e^eto, Tcoipéva Áaov.
470 oi 8’ etceí OTCTrjoav Kpé’ í)TcépT£pa Kai ép'úoavTO,
Saívl)V0’ E^ÓpEVOl- ETCÍ 8’ ávépEt; £G0Áoí OpOVTO
oivov oívoxo£Í)VT£<; évi xputféoi<; SETcaEGOiv.
arrcáp etceí Tcóaiog Kai éSTiTÚog é£, £pov evto,
toígi 8e pú0ov tipxe rEpriviog ÍTCTcÓTa Negtcop •
475 «TiaíSEq époí, oye TriÁspá/co Ka^XÍTpi/ag ítctcoix;
£ei>^a0’ i><p ’ áppar’ áyovTE^, iva icpriGapaiv óSoio ».

46
ODISEA III

Y después de que oraron y esparcieron la harina,


al punto, el muy animoso Trasimedes, hijo de Néstor,
acercándose, lanzó el golpe, y el hacha corto los tendones
450
de la nuca, y soltó a la novilla el vigor. Y ulularon
las hijas y nueras e incluso la esposa honorable
de Néstor, Eurídice, la mayor de las hijas de Clímeno.
Ellos, luego, de la tierra de vías espaciosas la alzaron
y así la tuvieron: la degolló Pisístrato, príncipe de hombres.
Cuando su negra sangre salió y la vida dejó la osamenta, 455

rápido la destazaron, y al punto extraían los muslos


__todo con orden—; los cubrieron del todo con grasa,
haciendo dos capas, y carnes crudas pusieron sobre ellos.
Quemaba eso en leña el anciano y, sobre ello, vino esplendente
libaba; a su lado, mozos tenían en la mano pentóbelos. 460

Cuando se quemaron los muslos, y habían comido las visceras,


partían el resto en trozos, y espetaban en los asadores,
y asaban, en las manos teniendo asadores punzantes.
Entre tanto, la bella Policasta bañaba a Telémaco;
ella era la hija más joven de Néstor Nelida.
Y cuando lo bañó y lo ungió pingüemente con óleo
y en torno le echó un bello manto y también una túnica,
ió él de la bañera, semejante en figura a los inmortales,
sal
Y do, pues se sentó junto a Néstor, pastor de los pueblos,
yen
Cuando asaron y desensartaron las carnes del lomo,
sentándose, banqueteaban: atendían unos nobles varones
que en as copas de oro escanciaban el vino.
Luego, cuando el deseo de bebida y comida expulsaron,
comenzó a hablar entre ellos Néstor, jinete gerenio:
traed Hijos míos, caballos de hermosas crines para Telémaco 4
y uncidlos so el carro, a fin de que siga su viaje”.

46
HOMERO

©g E<pa0’, oí 8’ apa xoí páÁa gev káóov t)8’ etúGovto,


Kap7iaX,í|i©g 8’ é^ED^av íxp’ ápgaaiv ©KÉag vutoog.
év 8é yuvti xafitq gítov Kaí oívov eOtikev
48o o\|kx te, oía eSougi 8ioxp£(p££g paaiÁREg.
áv 8’ apa T^Xé^axog KEpiKaXXéa Prgexo Súppov •
rcáp 8’ apa NEaxopíSRg riEiaÍGxpaxog, ópxapog ávSpwv,
ég 8í(ppov x’ ávÉpaivE Kaí iyvía Zá^Exo xepaí,
jiáaxi^Ev 8’ éXáav, x© 8’ oy>k áÉKovxE tceteoOtiv
485 ég tceSíov, Áatcéttiv Se IIoXoo aíjií) TtxokíeOpov.
oí Se TtavxijiEpioi geíov ^"oyóv ápcpíg éxovxeg.
8x>oetó x’ T)éXiog gkió©vxó xe rcaaai áymaí •
ég 0T|pág 8’ 'íkovxo ÁtoK^Rog rcoxí 8©pa,
oíÉog ’OpxiXóxoio, xóv ’AA/pEióg teke rcaí&a.
490 ev0a 8é vÍ)kx’ aeoav, ó 8’ apa ^eivri’ia 8©kev.
ri|iogS’TipvY£VEia (pávxi poSoSaKxoXog ’H©g,
'útrcoog x’ é^EvyvwT’ ává 0’ apgaxa tcoikíá,’ epaivov,
[ek 8’ eXaaav Kpo0í>poio Kaí ai0oí)GTig épiSoímoo •]
páaxi^ev 8’ éXáav, x© 8’ oük áÉKovxE rc£xéo0r|v.
495 í^ov 8’ ég rceSíov KopRípópov, év0a 8’ éneixa
tjvov óSóv • xoiov yáp 'UTtéKtpepov ©KÉeg ucrcoi.
Sóoexó x’ f|éXiog gkió©vxó xe naaai áymaí.

47
ODISEA III

Así dijo, y ellos con gusto lo oyeron, y obedecieron,


yámente
r uncieron so el carro los raudos caballos.
Allí, la despensera, pan y vino les puso,
y manjares, cuales comen los reyes, alumnos de Zeus.
Telémaco, entonces, subió al hermosísimo carro;
al lado, el hiio de Néstor, Pisístrato, príncipe de hombres,
al carro subía y tomaba en sus manos las riendas,

y chascó para que arrancaran, y ellos de grado volaban


hada el llano, y dejaron el escarpado castillo de Pilos. &-
Ellos, todo el día agitaban el yugo que puesto tenían.
El sol se puso, y se ensombrecían todas las sendas,
y ellos a Feras llegaron, a casa de Diocles,
el hijo de Ortíloco a quien Alfeo había engendrado como hijo.
Allí pasaron la noche: él les dio los regalos del huésped. 490
Al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,
los caballos uncían, y subían a su carro jaspeado;
marcharon desde el atrio y el pórtico muy rumoroso.
Chasco para que arrancaran, y ellos de grado volaban.
aAllanura feraz en trigo llegaron, y entonces allí 495
l
su viaje acababan: se tendían tanto los raudos caballos.
SOLse puso, y se ensombrecían todas las sendas.
El

47
4. OAYZIEIAZ A
Oí 8 i£ov KoíXriv AaKeSaípova KrjTÓeooav
rcpog 8’apa SópaT’ &<ov MeveAáoi) KDSaXípoio.
TOV 8’ rópov SaivúvTa yápov rcoMoiaiv eTpaiv
Diéog rjSé Goyaipóc; ápópovog a> évi oí'kg).
5 ttjv pev ’A/iAXtioc; pr^nvopoc; viéí rcéprcev •
év Tpoíp yáp rcpcoTov ÍTcéaxew Kai Kaxéveuoe
Scoaepevai, toíoiv Sé 0eoi yápov é^eTeXeiov •
tt|v áp ’ o y ’ év0 ’ ircrcoiai Kai áppaoi rcéprce véec0ai
Mnppi5óva>v rcpOTÍ áoTD rcepiKÁDTÓv, oiaiv ávaaaev.
10 uiéi 8é Ercáprn0ev ’AAeKTopoc; i^yeTo KO'úp'qv,

o<; oi TriAA>Y£To<; yéveTO Kpaxepóg Meyarcév0r|<;


¿k 8oi)A,r|<;- 'EAévp 8é 0eoi yóvov oí)K£T’ etpaivov,
ercei 8t| tó rcpÓTOv éyeívarco rcaiS’ épaxeivriv,
'EpgióvTiv, rj eiSoc; é%e xpnaríg ’A<ppo8vtr|<;.
15 cog oí pev SaívovTo Ka0 ’ óyepeípég péya 8©pa
yevüovec; rj8é eTai MeveAáoo KoSaAípoio,
Teprcópevoi * pexá Sé a<piv épéArcew 0eío<; aoi8o<;
<poppí£cov • Soi© Sé KDpiaTT|rnpe koct aoTooc;
poArcfjt; é^ápxovTe<; éSíveoov KaTa peaaoog.
20 tÓ) 8’ aire’ év rcpo0ópoiai Sopcov aoT© Te Kai ircrcco,
Tnképaxó<; 0’ npcog Kai NéoTopo<; áyAaóc; oio^,
OTqaav • ó Sé rcpopoAxov iSeto Kpeicov ETecoveo^,
órpTjpó^ 0epárccov MeveAaoo KoSaXipoio,
pñ §’ ígev áyye^-éwv 8iá Sópaxa noipévi Áawv,
unánevos enea jt-cepóevxa itpo^Sa-
25
« £eíva» &T| xive xróSe, Sioxpecpe; 3) MevéÁae,

Zo
Libro IV

Y llegaron a la honda Lacedemón, rica en barrancos,


y pues marchaban a la casa del gran Menelao.
Lo hallaron dando a muchos amigos el banquete de bodas
de su hijo y de su hija intachable, en su casa.
A ella, la enviaba al hijo de Aquiles que rompe escuadrones, 5
porque en Troya, antes, con anuencia él había prometido
darla, y pues querían cumplirles la boda los dioses.
Hoy él, con caballos y carros la enviaba a que fuera
a la insigne ciudad de los mirmidones que aquél señoreaba.
A la hija de Aléctor, desde Esparta traía para su hijo, 10

el fuerte Megapentes, que para él tardíamente naciera


de una esclava: ya no mostraron prole los dioses a Helena,
una vez que ella dio a luz a su niña graciosa,
a Hermione, quien tenía el aspecto de la áurea Afrodita.
En la gran casa de alto techo, ellos así banqueteaban, 15

los vecinos y amigos del gran Menelao,


recreándose: entre ellos cantaba un aedo divino
tañendo la lira; dos saltarines, en medio
de ellos, iniciando el canto del coro, piruetas hacían.
Mas en el portal del palacio, ambos, los caballos y aquéllos, 20

el héroe Telémaco y el hijo preclaro de Néstor,


pararon. Yendo hacia afuera, los vio el noble Eteoneo,
el solícito siervo del gran Menelao,
y presto se fue por la casa a avisar al pastor de los pueblos
y, colocándose cerca, profirió estas palabras aladas: 25
"Aquí hay dos extranjeros, oh Menelao, alumno de Zeus,

48
Homero
p’8íw: 7eveíi 5é Aló? «-OV.
í&uT ’' O<P“lV ótía? irc^,
n «Uov negwgev iravégev, o? Ke <piXr,On ».
30
Tov eue? °X?n®«5’tpoaé<pn^xveó(;MevéAaol;-
« ov gev vn7Cio? í|a6a, BonGoíSn ’Execoveí
to npív • áxáp gév vx>v ye rcáí€ vrgua pácete,
n gev oT| vwí §eivr|'ía jtoÁXa (payóvxeg
aZZcov ávOptójctov 8eúp’ itógeO’, ai tí ko0i ZeÍ;
35 é^OTtíaco nep itaíari óií^o?. áUa Mj’uiww;
^eivrnv, ££ 8 auxoui; Tcpoxepío aye 0oivx|0fjvai».
to? <pá0 ó 8é geyápoio Siéaauxo, títíexo 8 ’ aXXoxw;
óxpxipoiiq GepáTtovxaí «Ha atío0ai éoi ax>x£>.
oí 8’ uitcoik; pév Xoaav í>tcó £0700 íSpóovxag-
40 Kaí xoix; pév KaxéSriaav é<p ’ íicneípoi Kairpai,
rcáp 8’ épaXov £eiág, ává Se Kpí XeoKÓv épei^av,
áppaxa 8’ eKÁrvav rcpó<; évÓKia Kapípavóovxa,
ocutoax; 8’ eiafiYov Geíov Sópov. oí Sé íSóvxec;
Gaopa^ov Kaxá Scopa Sioxpecpéog paoiXfjog-
45 cóg xe yáp fieXíoo aíyXri TtéXev rjé aeÁr|VT|<;
Scopa KaO’ óyepecpég MeveXáoo KüSaXípoio.
aúzap érceí xápKT|oav ópópevoi ócpGaXpoíoiv,
% p’ áaapívGoo^ pávxec; eS^eaia; Xoóoavxo.
xoix; 8’ érceí oí>v Spcpaí Xooaav Kaí /píoav eXaíco,
50 áptpí 8’ apa /Zaívac; ooXa^ páXov fj8é %rca>va<;,
pa Gpóvoog e^ovxo nap’ ’AxpéiSriv MeveXaov.
xépviPa 8’ ápcpírcoÁog rcpoxótp énexpue tpépooaa
KaXfl xpuaeíp, úrcép ápyopéoio XépTixoc;,
vtyaaOai - napa 8é §eaxx,v éxávoaoe xpáice^av.
55
aixov 8’ aiSoúi xagín napé&nKe <pépouaa,
eíSaxa xóU’ ÉrciOeiaa, xapi^ogévn jtapeóvxtúv.

49
ODISEA IV

dos varones, y ambos, del magno Zeus parecen linaje;


no obstante, dime tú si soltamos sus raudos caballos,
o los mandamos ir hacia otro que quiera hospedarlos”.
Muy indignado, le dijo Menelao de rubios cabellos:
“Realmente tú no eras un tonto, Eteoneo Boetoida,
antes; mas hoy al menos cual párvulo dices tonteras.
Tú y yo sin duda, a menudo comimos cual huéspedes dones
de otros hombres, viniendo hacia aquí, esperando que Zeus
nos quitara algún día la miseria. Suelta tú los caballos 35
de los extranjeros, y a éstos trae luego, que sean comensales”.
Así habló. Corrió aquél por la sala; ordenó que, reunidos,
lo acompañaran otros solícitos siervos.
A los caballos, que estaban sudados, soltaron del yugo
y los ataron allí, en los equinos pesebres;
les echaron delante escanda, y blanca cebada mezclaron;
reclinaron el carro contra un muro del todo luciente,
y hacia la casa divina a los huéspedes guiaron. Mirando,
se admiraban en casa del rey, que era alumno de Zeus,
pues cual de sol o de luna había un esplendor 45
en la casa de alto techo del gran Menelao.
Y cuando ellos se hartaron de ver con sus ojos,
pues se bañaron, yendo a las bien pulidas bañeras.
Después que las siervas los bañaron y ungieron con óleo
y les echaron en torno unos densos mantos y túnicas, 50
se sentaban en tronos, junto a Menelao, el hijo de Atreo.
Una sirvienta, llevando agua en una jarra preciosa,
dé oro, la vertía sobre una fuente de plata en sus manos
para lavarlas, y extendió a su lado una mesa pulida.
La honorable despensera, llevando pan, al lado lo puso, 55
añadiendo mucha comida, dando con gusto de lo que había;

49
HOMERO

[8ai-cp0? 5e Kpeiñv rivHKa? napéenKev áeípac


Jtavxoiwv, napa 8é aipi xíGei ypóoeia rímeMa.]
Tto Kai óeiKvupgvo<; Jtpooé<pr| ^avQó.; MevéXao?-
60
« aixou 0’ áitxeaOov Kai zaípexov • aixáp eneixa
oeijtvou Tiaaaapévw eip^oópeG’ oixivé; éoxov
avSpñv • oi) yáp aipñv ye yévo<; ¿nótate xoictiwv,
áX.X’ ávSpñv yévo; éaxé Sioxpeipémv paoikiíwv
<JKT|7tTOl)%C0V, £7l£l OI) K£ KOCKOI TOlOI)a8£ TEKOIEV ».
65
co£ (potTo, Kai atpiv vcoTot Poo^ jcapá Ttíova 0gK£v
ÓTiT ev xepaív eácov, xa pá oi yépa 7iáp0£aav ocí)Tcp.
oi S £7i ’ ov£ia0 ’ éxoiga KpoKEÍgEva x£ipot<; íaAXov.
aáxáp etceí tcogioc; Kai éSxixáog é£, épov evto,
5t} tote Tx|Aégaxo<; TCpoaEqxovEE Néaxopog díóv,
70 ay%i ox<»v KEtpaXriv, 'iva gr| K£D0oia0’ oi áXXov
« tppá^EO, NEOTOpíSr), TCp EgO KEXaplGgEVE 0Dg(p,
XOcÁkoi) te OT£po7tT|v Kaxá Sogaxa rixnevxa
XP'ÜGOI) x’ TjXEKTpOD TE Kai ápyüpOD r8’ £Á£<paVTO<;.
Zt|vó<; kod toitjSe y’ ’OXogKÍoi) ev8o0ev ai)Xrj, >
75 oaaa xá8’ áoTCExa TtoÁZá’ G£pa<; g’ ex£i eíoopocovxa ».
toÍ) 8’ áyopE'óovTog ^dveto ^av0o<; M£V£Áao<;,
Kai Gtp£a<; cpcovéiaa^ ETCEa KTEpoEvxa TCpoorvuSa •
« TEKva <píX’, t| toi Zrjvi PpoTov odk av Tl<^ Epi^Ol
á0ávaxoi yáp tod ye 8ógoi Kai Kxripax Eaoiv •
80
ávSpov 8’ ií kev TÍg goi épíaoExai, re Kai odkí,
KTTjgaaiv. íi yáp rcoXAá rca0©v Kai tcóáá £TCaÁx|0£Í<;
Tjyayógnv év vtidgí Kai óySoáxcp etei r¡X0ov,
Kímpov 0oivíkt]v te Kai Aíyi)KTioD<; £TCaAx|0eí<;,
AíOíorcác; 0’ ÍKÓgnv Kai IiSovíong Kai ’Epegpoix;
85
Kai AiPáriv, iva x’ ápv£<; ácpap KEpaoi teáeOodgi.
TpU yáp TIKTEl gf|Xa TEÁEOÍpÓpOV EVUXDTOV ’

50
I

ODISEA IV

el trinchador alzó, y puso al lado platones de carnes


de toda clase, y poníales enfrente unos cálices de oro;
y, saludando a los dos, el rubio Menelao les dijo:
“Tomad alimento y gozad, y después, óo

cuando hayáis comido, preguntaremos quién sois de los hombres;


porque la estirpe de vuestros padres no se halla perdida,
sino que sois, en estirpe, de reyes, alumnos de Zeus,
cetrohabientes, pues tales hijos no engendrarían los plebeyos”. 64
Dijo, y puso a su lado un lomo de buey pingüemente cocido,
con las manos cogiéndolo, pieza de honor que a él le pusieran.
Y echaban mano a las ricas viandas que estaban delante.
Luego, cuando el deseo de bebida y comida expulsaron,
entonces, le decía Telémaco al hijo de Néstor,
la cabeza acercando, para que no escucharan los otros: 70
“Advierte, hijo de Néstor, favorito de mi alma,
el fulgor del bronce en la sala sonora;
el del electro y del oro, y también del marfil y la plata.
Así ha de ser, por adentro, del olímpico Zeus el palacio:
qué inmensamente mucho hay aquí; al ver, el asombro me tiene”.
Al que hablaba oyó Menelao de rubios cabellos 76
y, alzando la voz, les dirigió estas palabras aladas:
Hijos míos, ni un mortal podría realmente medirse con Zeus,
porque su morada y riquezas son inmortales.
Puede tal vez algún hombre —o no— medirse conmigo 80
en riquezas. Cierto, tras mucho sufrir y mucho vagar,
las traje en mis naves, y apenas al ano octavo llegué,
tras vagar en Chipre y Fenicia y también entre egipcios;
llegué a los etíopes y a los sidonios y erembos,
y a Libia, donde los corderos rápido se hacen cornudos. 85
Pues las ovejas paren tres veces a lo largo del ano;

50
HOMERO

evOagév oíSte áva£ é^iSEo^ oíSte ti rcoigqv


wpoB Kai Kpeuov 0¿yXBKepoío YáXaKTo^
a aiei rcapéxooaiv ércrtETavóv yáXa 0T]a0ai.
eiog £yco Tiepi KEiva rcoAov Píotov ^ovayeípcov
nWTiv, TEÍÓg goi áóeXtpeóv aUo; ejcetpvE
XaOpp, ovcoíotí, 8óÁ,q> o'óXop.EV'rig áXó/oio.
có<; oíS toi xaípcov toigSe kteólteggiv áváooco- —
Kaí TtaTEpCOV TÓ8e péXÁET’ áKOOépEV, oí'tive; opiv
95 eiaív • — ETtEÍ gáAa rcoUá KÓc0ov Kaí árccoXEoa oikov
eo gáAa vaiETáovTa, KExavSÓTa rcoAAá Kaí éa0Xá.
©v óípeXov TpiT(XTT|v TCEp e'xíov év Scogaai goipav
vaíeiv, oí 6’ áv8p£<; aóoi éggevai, oí' tót’ oAovto
Tpotri év EopEÍp, ekól<; ’'Apy£o<; íratopÓToxo.
100 áXX’ égTCTjg, rcávTag gév óSopógEvog Kaí á/EÓcov,
KoXAaKig év gEyápoiGi Ka0r|g£vo<; TigETEpoiGiv
áXÁOTE gév te yócp tppéva TEprcogai, ócAXote 6’ a'UTE
icaúogai- aiynpóg 8é KÓpog KpuEpoio yóoio- —
tídv jwxvtíov ou toggov óSúpogai, áxvogEvóc; rc£p,
105 cóg évóg, o<; te goi utcvov á7t£X0<xíp£i Kaí eScoSrv,
gvoogévo), érceí oí) tu; ’A/aicov tógg’ égoyrpEv,
ogg’ ’OSdgeíx;égóyrjGEKaí Tipaw. tío 8’ áp’ e'peAAev
at)T<p KqSe’ £G£G0ai, égoí 8’ áxog aíév áXaoTov
keívod, orco*; Sfi Srjpóv aTioíxe^oti, ou8e ti í'SgEV,
lio £Óei O y’ TJ T£0VT|K£V. ÓSupOVTai VX) 7100 aÚTOV
AaépTrjg 0’ ó yépíov Kaí éxéíppov ITnveAórceia
Tn^égaxó; 0’, ov eAeute véov yEyaorc’ éví oíkg) ».
ax; <P<xto, T<p 8’ apa naTpcx; íxp’ í'gepov a>po£ yóoio •
8áKpo 8’ arcó pX£<páp<ov xagáSu; (3<xXe rcarpo; aKoooa;,
ii5 xXaívav rcopípupénv ávT’ ó<p0aXgouv avao/cov
ágqxnépTioiv xepaí. vóriae 6é giv MevéXao?,

51
ODISEA IV

allí, en lo absoluto, ni el pastor ni su amo son indigentes


de queso y de carnes, y de dulce leche tampoco,
mas siempre dan, para ser ordeñada, leche abundante.
Mientras yo, reuniendo muchos víveres, en aquellas regiones 90
vagaba, otro me asesinó entre tanto a mi hermano,
en secreto, de súbito, de su maldita esposa con dolo.
Así, sin duda, no señoreo contento entre estas riquezas;
también de vuestros padres esto debisteis de oír, quienesquiera
que sean, pues muy mucho he sufrido y perdí una morada 95
de hechura suntuosa, que contenía muchas cosas, y bellas.
¡Que de ésas, con una tercia parte en casa yo hubiera habitado,
y que estuvieran vivos los hombres que entonces murieron
en la ancha Troya, lejos de Argos, que nutre caballos!
Mas, con todo, aun por todos gimiendo y doliéndome 100

—sentado a menudo aquí en mi palacio


a veces recreo mi pecho con llanto, y a veces
me calmo, pues pronta es la hartura del gélido llanto—,
no gimo tanto a causa de todos, aun estando afligido,
como a causa de uno, y él me hace odiar la comida y el sueño 1
al recordarlo, pues de los aqueos nadie tanto sufrió
como Odiseo sufrió y tuvo a su cargo. Para él iban a ser
las cuitas, y para mí, el siempre odioso pesar
por él, pues hace mucho está ausente, para nada sabemos
si esta vivo o muerto. En tal forma, sin duda lo lloran 11
el anciano Laertes y la prudente Penélope
y Telémaco, a quien dejaba en su casa apenas nacido”.
Así dijo, y suscitó en él el deseo de llorar por su padre.
Al oír del padre, una lágrima al suelo soltó de sus parpados,
frente a sus ojos habiendo alzado su manto purpúreo 115
con ambas manos. Allí, lo advirtió Menelao

51
HOMERO

Evíe'5’ “eiTO Kató <ppéva Kotó e^óv-


ne rnv amov naxpó? éáaere gvnaOñ vea,
n Jtpcrt Apeono Eroaxá te 7tEipr|oaixo.
120
. X'°pt “PUaive Kaxá <ppéva roí roxá Ougóv,
-i a E , Vn 0a;iaP010 0t)O)8eo<; úVopó<poio
~ ApxéjiiSi Xpi)aT|XaKáT(p é'ÍKi)ia.
yp 8’ áp’ áp’ ’ASppoTp KZioípv emoKTov é0pKev,
’AAwiTtp Sé xáTtpxa tpépev paXctKoí) épíoio,
125 <E>dAg) 8’ ápyópeov raAapov tpépe, tóv oí éSeoieev
’AAKavSpp, noÁúpoio Sápap, óc; évai’ évi OpfSpc;
AiyoTiTipG , o0i TtXeioTa Sópoia’ év KTppaTa keítoci’
oc; MeveAacp Sanee Sé>’ ápyopéac; áaapívGooc;,
Soiot^ Sé TpínoSac;, Séica Sé xpoooío TaXavxa.
130 Xüipic; 5’ aí>0’ 'EXevp áZoxot; 7tópe KáX?.ipa Scopa-
Xpuafiv t ’ pAaKÓTpv TcxXapóv 0 ’ i)7tÓkdkáov órcaaaev
ápyópeov, XP110® 8’ éicl xeí^ea KeKpáavTo.
tóv pá oi ápcpÍTioXog <h>Áa> 7iape0pK£ epépooaa
vppaTog áaKpToío pePi)apévov • aÓTap érc’ aí)T¿p
135 pZaKarq TeTavooTo íoSvecpéc; eípog é/ODoa.
e^exo S’ év KÁiapco, 1)710 Sé Gppvog 7toaiv pev.
aüTÍiea 5’ p y’ é7iéeaai ttógiv épéetvev eKacrra-
« i'Spev Sp, MeveXae SioTpecpég, oí Tiveg oiSe
ávSpcov eí>X£'tóa>vTai ÍKavepev ppeTepov 8¿o;
140 vj/eóoopai p ácupov épéco; KéXeTai Sé pe 0i)pó<;.
oí) yáp tuco Tivá cpppi éoiKÓTa á>5e íSeaGai
oíít’ ávSp’ outc yuvaÍKa, aépa<; p’ éxei eiGopócooav,
á><; ÓS’ ’OSvaapoc; peyaXptopoc; mi éoiKe,
TpXepáx<p, 'tov éXei7ce véov yeyacm ’ évi o’íkco
145
Keivoc; ávéip, or’ épeio kdvcótiiSoc; eíveic’ ’Axaioi
pÁ0e0’ Í7CÓ Tpoípv, KÓXepov Gpaavv óppaívovTec;».

52
ODISEA IV

y entonces, él ponderó en su mente y en su alma,


sí dejaría que aquel mismo de su padre hiciera memoria,
o preguntaría primero y lo probaría en cada detalle.
Mientras él estas cosas movía en su mente y en su alma, J2
Helena desde su estancia aromática de alto techado
llegó, semejante a Ártemis de rueca dorada.
A un tiempo, Adrasta le puso un sillón bien trabajado
y Alcipe traíale un tapete de mórbida lana,
y Filo traía un cesto de plata, que habíale donado 125
Alcandía, esposa de Pólibo, el cual habitaba en la egipcia
Tebas, donde hay en las casas muchísimos bienes;
éste le dio a Menelao dos bañeras de plata,
dos trípodes, y diez áureos talentos.
Y aparte, su esposa otorgó a Helena regalos hermosos; 130
le dio una rueca de oro y un cesto redondo hacia abajo,
de plata: con oro habían sido acabados sus bordes.
Así, trayendo éste, la sierva Filo lo puso a su lado,
relleno de hilo ya devanado, y sobre éste
estaba extendida la rueca provista de lana violácea. 135
sentó en el sillón; abajo, para los pies había un escabel,
Se
Y luego pregunto de todo a su esposo con estas palabras:
"¿Sabemos ya, Menelao, alumno de Zeus, qué varones
se precian de ser estos que a nuestra casa han llegado?
¿Falsearé o hablaré con verdad? Mas el alma me ordena.
Pues yoque aún no he visto, tan parecido, a ninguno,
afirmo
ni varón ni mujer —al verlo, el asombro me tiene—,
como éste, al hijo del magnánimo Odiseo se parece,
a Telémaco, a quien aquel hombre dejaba en su casa
apenas nacido, cuando por mí, la impudente, llegasteis »*5
los aqueos a los muros de Troya, audaz una guerra pensando .

52
HOMERO

« O¿> ví>“Oí MEvéX«o?-


om» vyv kcu eyo voéco, yóvai, ai, éíam? • ?
Keivoi) yap xoioiSe róSe? xoraíSe xe Zeípe;
150
mi vBv“V ’ °Wl T’é<píítep9é 16
Kai vw ii xoi ey© gegvngévo; áu<p’ ’OSuaíg
gWeogxiy, oaa KEivo? ói^óaag égóynaev
agqf égoí, aóxap ó tcukvóv ím’ ótppóai SÓKpvov eiBe
xXaivav itoptpvpégv avx ’ óq>eaA.goñv ávaaZráv ».
155 xóv 8’ aó Neaxopí8x|i; neiaíaxpaxo? ávxíov ipíSa-
« ’Axpéí&n MevéXae 8ioxpe<pé;, opZage Xañv,
Keivoo gév xoi 88’ víói; éxrixupov, m<; áyopeóeK;-
«XXá aaóippwv éaxí, vegeaaaxai 8’ évi Oogñ
<5)8 ’ éXOwv xó Jtptoxov éjteaPoXíai; ávatpaíveiv
160 ávxa aéSev, xoí> vtoi Oeoó coq xepjtógeO’ aí)Sf|.

amáp épé rcpoeTiKe repriviog ircrcÓTa Neotídp


T(p apa rcoprcóv erceaGai • ¿eXSeto yáp ae íóéaGai,
o<ppa oi tí ti ércog wcoOrieai T|é ti epyov.
TtoAXá yáp áXye’ £%£i jcaTpóc; ftáü; oí%opévoio
165 év peyápoio’, tp pq áXÁoi áoooTyríipE^ écoaiv,
©<; vi)v TrjZepáx© ó pév oí/etou, ov8é oi aXXoi
eÍcf oi kev KaTa Ófjpov áAaAxoiev KaKOTqTa ».
tóv 8’ áKapeiPópevog rcpoaéqrn §av0ó<; MevéÁaoc;-
« © tcóttoi» R páXa Sr| <píXot> ávepoc; vio<; epóv Seo
170
ik£0\ o£ e'ívek’ épeío iroXeac; époyrioev áeBXoix;
Kaí piv é(pr¡v £Á0óvtoc ^tXriaépev e^o%a 7távT©v
’Apyeícov, ei v©iv vueip aAa vógtov e8©Ke
VTioai Oopai yevéoOai ’OXvp7tio<; evpvorca Zeug.
Kaí Ké oi ’,Apyei váaaa tcóáiv Kai SópaT’ érev^a,
175 é£ ’I0aOK¿W» auv KTTipaai Kai tekei <p
Kal Jtacnv Áaoiat, píav rcóXiv é£aXarca£as,

53
ODISEA IV

Respondiéndole, dijo Menelao de rubios cabellos:


“Yo también hoy advierto así, mujer, como has estimado,
pues de aquél, tales eran los pies, tales eran las manos,
el mirar de sus ojos, la cabeza y, encima, el cabello. 15c
Y hace poco, yo, de Odiseo haciendo memoria,
mencionaba cuánto aquél, penando, había soportado
por mí, y éste bajo sus cejas, copioso su llanto vertía,
frente a sus ojos habiendo alzado su manto purpúreo”.
A su vez, Pisístrato, hijo de Néstor, le dijo en respuesta: 155
“Atrida Menelao, alumno de Zeus, jefe de pueblos,
sin duda, éste es en verdad el hijo de aquél, como dices;
sin embargo, él es discreto, y en su alma siente vergüenza
de proferir —así, recién arribando— palabras groseras
frente a ti, cuya voz, cual la de un dios, ambos gozamos. i«>
Y a mí me ha enviado Néstor, jinete gerenio,
a acompañarlo de escolta, pues verte deseaba,
para que alguna palabra o alguna acción le aconsejes.
Porque, ausente su padre, tiene muchos dolores en casa
un hijo que no tenga a otros que le presten auxilio, 165
como ahora, aquél está ausente para Telémaco, y éste
no tiene a otros que alejarían su desgracia en el pueblo”.
Respondiéndole, dijo Menelao de rubios cabellos:
¡Ay, ay! Sin duda, ha venido a mi casa el hijo de un hombre
querido, di cual soportó por mi causa muchos trabajos: 170
y yo pensaba que, tras su vuelta, lo honraría sobre todos
los argivos, si nos daba que hubiera retorno por mar,
con las raudasnaves, el olimpio Zeus, de voz espaciosa.
Y enArgos, úna ciudad le habría dado y construido una casa
después de traerlo desde ítaca, con sus bienes y su hijo 175
y con todo su pueblo, una ciudad habiendo evacuado,

53
HOMERO

180

185

190

195

200

205

54
ODISEA IV

de las que se hallan en torno y son señoreadas por mí.


Y, estando aquí, nos habríamos reunido a menudo, y ya nada
nos habría separado a ambos, amando y gozando,
hasta cuando nos velara la nube sombría de la muerte. 18f
Mas estas cosas debió de envidiar la misma deidad
que a aquel infeliz solamente dejó sin retorno”.
Así dijo, y suscitó en todos ellos deseo del lamento.
Lloraba la argiva Helena, hija de Zeus;
lloraba Telémaco, y el hijo de Atreo, Menelao; u?
y, pues ni el hijo de Néstor tenía los ojos sin lágrimas,
porque en su ánimo él se acordó de Antíloco, el intachable,
a quien matara, de la luciente Eos el hijo preclaro.
Acordándose de él, decía estas palabras aladas:
“Atrida, que más que los otros mortales eres juicioso,
decía el anciano Néstor, cuando hacíamos memoria de ti
en su palacio, y mutuamente nos hacíamos preguntas.
También hoy, si es posible, hazme caso: yo ciertamente
no gozo gimiendo después de la cena, mas Eos también
vendrá, la que nace temprano. En nada me indigno 195
de llorar a un mortal que muere y encuentra su suerte.
Pues éste es el único honor para los miserables mortales:
cortarnos el pelo y soltar una lágrima de las mejillas.
Pues también está muerto mi hermano, en nada el más malo
de los argivos; tú debes saberlo, pues yo ciertamente 200
no estuve allá ni lo vi: dicen que era mejor que los otros
Antíloco, notablemente veloz en correr, y guerrero .
Respondiéndole, dijo Menelao de rubios cabellos.
“Oh amigo, pues dijiste tanto cuanto un hombre juicioso
podría decir y hacer, incluso uno que fuera mayor,
y eres de un gran padre, porque también habías con juicio

54
HOMERO
°”X8 éS“°S i. ,E Kpoví»

róxóv u¿v7 iWepés %«TO návxa


210
méac «S te, Ynp“OKé»lev év Heyápownv,
iea? ay Ttmnou? te mi eneaiv ¿V(XI ¿
nuei? Se KXavOgóv gev éáaogev, o5 npiv
Sopnoi) S e^vtts pv^oópeGa, Zepci 8’ é<p’ iSolp
ZenavTcüv • puOoi Se mi qñGév itep eoovTai
215 TriXepáxa) mi époi Siaeutépev áUíiXoiaiv »
&S «par ’Aa(paXío)v 8 ’ ap ’ «Smp fau Zelpa? eZevev,
OTpT|po^ 0£pcc7iG)v MeveZocoi) icuSaA/ípoio.
°í 6’ £71 ’ oveÍocG’ EToipa 7ipoK£{g£va Z£Ípa<; íaUov.
£V0 auT aXX’£vor|a’'EXévrj, Aió<; ¿Kyeyama-
220 ccÓtÍk’ ap’ £i<; oivov páXe (páppaKov, ev0ev ercivov,
VT|7C£V0é(; T’ aXOÁÓV T£, KOCKOV £7uXr|0OV áicávicov.
o<; tÓ KaxaPpó^£i£v, £7rr|v KpT|Tf|pi piyeíri,
on kev £<pTig£pió<; y£ páXoi KttTtt SíXKpn Kapeiwv,
onÓ’ £Í oi KaxaT£0vaíri pnrrip te tccwÍp te,
225 oi)6’ £Í oi 7ipO7cápoi0£v á8£Á,q>£Óv i] (píXov móv
/aÁxcp 6T|íó(p£v, ó 6’ ó<p0aXjioiaiv ópqho.
xoia Aióg 0'uyáTnp £%£ (pápgaKa pr|TiÓ£VTa,
£CT0Xá, T(X oi noXvóapva rcóp£v, 0a>vog rcapaKoiTu;,
Alywmn, Tfi KÁEtaTa <pép£i ££Í6wpo<; ap°\P«
<páppam, KoXXá pév éaOtó pepiypéva, rcoUa Se W«.
230
ÍTiTpog 8é £Ka<JTO<; éjiiaTápevo; icepi rcavTcov
ávGpñwov • íi yap natnovó? eiai YevéeXys-
aüiáp teí p’ événKe KÉXevaé te oivoxonaai,
pSOotarv áp«Popévt,
« ’ATpéíSn MeveXae 8iorpe<pe<; \
235 ávSprav éaQXñv míSeg, ««P «UoTE aÁ ‘

55
ODISEA IV

Fácilmente se nota la prole del hombre al cual el Cromon


le decreta ventura al nacer y al haberse casado
así ahora, le ha dado a Néstor, sin cesar, todos los días,
que él envejeciera apaciblemente allí en su palacio 210
y fueran sus hijos sensatos y eximios con lanzas.
Pues dejemos nosotros el llanto que se hizo al principio;
recordemos de nuevo la cena, y que el agua en las manos
nos viertan. Mañana inclusive tendremos palabras
Telémaco y yo, para expresarlas en mutuo coloquio”. 215
Dijo así, y Asfalión les vertió agua en las manos,
un solícito siervo del gran Menelao.
Y echaban mano a las ricas viandas que estaban delante.
Entonces pensó en otra cosa Helena, hija de Zeus.
Al punto echó un fármaco al vino de donde bebían,
contra el llanto, contra la ira, que hacía olvidar todos los males.
Quien lo deglutiera después de mezclado en la crátera,
no soltaría en el día entero una lágrima de sus mejillas,
ni si allí, muertos yacieran su padre y su madre,
ni si, en su presencia, a su hermano o a su hijo querido 2
con el bronce mataran, y él con sus ojos lo viera.
Así de eficaces fármacos la hija de Zeus poseía,
benos, se los dio la esposa de Ton, Polidamna de Egipto,
u
donde produce la tierra dadora de grano muchísimos
— muchos buenos, mezclados, muchos funestos—
fármacos 2;
y cada uno es un médico experto, por encima de todos
son del linaje de Peón,
taco y ordenar que sirvieran el vino,
ó con palabras y dijo:
alumno de Zeus, y vosotros, 23
res —pues el dios, ora a uno, ora al otro

55
homero
Zeu? áyaOóv xe kkkóv te 8180T -XV
n TOI víiv Saív-ucOe KaOrin ’ “^Yapaitavxa-

240

áZX°o" V<?s-?laXaOÍ<l>p0VÓ<;eíaiv&e’t01-
«U ojov xoS’ ep£^e Kal KapT£pó¡. 1
Snp<p evi Tpexav, oeixácxexEmigaT' ’A%aioí
«xittov giv nXriYñaiv áeiKeXípoi 8agáaaac,
245 aiteipa Kák’ ág<p’ Óigoiai paXwv, oikíií ¿oikóx;,
avSpmv 8uagevéa>v KatéSa nóZiv eápaáyuiav.’
aXAxp 6’ aÜTÓv q>©TÍ koctoíkp'Ótttcov tíkjke
ÁEKTTl, O^SeV TOIO£ £T|V £TCl VTJDO1V ’A^aiCOV •
T(p iKfiXog koct£§u Tp©©v 7toXiv, oi 6’ ápáKqaav
250 7távT£<; • éy© Sé giv oír| ávéyv©v toíov éóvxa,
Kaí jiiv áv£ipárc£üv • ó Sé KEpSoaijvT] áÁéeivev.
áXA/ ote 5r| (iiv éy© Aóeov Kai xpiov éXaícp,
ájupi Sé Eip-axa eooa Kai ©poaa KapTEpóv opKov,
jlít, jll£ Kpiv 'OSuarja jietcx Tp©£aa’ áva<pfjvai,
255 Ttpív ye tov ££ vfjág te 0oá<; KÁiaía<; t’ á<piK£O0ai,
Kai tote 5r| got ttávTa vóov KaTEÁE^ev A%ai©v.
KOÁÁo'üg Sé Tp©©v KT£Íva<; Tavar|K£Í %aÁK©
í¡A.0e gex’ ’Apyeíou?, kaxá 8e «ppóviv jíyaye; noUiív.
évG’ aXÁat Tpcpai Áíy’ ékókvov • aúxáp egóv kñp
vaip’, teei n&n goi tcpaSúi xéxpajtxo véeaGai
260
av oikóvS’, áxr,v 8e gexéaxevov,> ’AqjpoSxxq
8ñy’ oxe g’ ñyaye xeiae (píAnS Jtaxpilxx; ame.
X ,• 841“r

<# xev Seoógevov, oiíx’ fip <ppey«í orne y


xí,v 8’ ámgexpógevo^pooecpn ¡>Goí^McveXaoí
265
« val 5ñ xaóxá ye návxa, yovai, «axa go P

56
ODISEA IV

da lo bueno y lo malo, Zeus, ya que todo lo puede—,


hoy, sin duda, seguid banqueteando, en la sala sentados,
deleitaos con palabras: algo adecuado voy a contaros.
Tantos, yo no voy a narrar ni voy a nombrar, 24í
cuantos son los trabajos de Odiseo de ánimo firme,
mas qué grandioso fue esto que hizo y osó el fuerte varón
en el pueblo troyano, donde infortunios sufríais los aqueos.
Tras maltratarse a sí mismo con golpes indecorosos,
y echarse viles andrajos al hombro, igual a un esclavo 245
se infiltró en la ciudad de hombres hostiles, de calles extensas.
A sí mismo ocultándose, a otro hombre se hacía semejante
—a Dectes— él, quien en nada era así ante las naves aqueas.
Símil a ése, se infiltró en la ciudad de troyanos; y todos
callaron; yo sola lo reconocí, estando él en tal guisa, 250
y lo interrogaba, mas con su astucia él me esquivaba.
Mas cuando ya lo había yo bañado y ungido con óleo
y lo vestí con vestidos y juré un juramento potente
de que yo no hablaría de Odiseo a los troyanos,
antes de que el a las rápidas naves y tiendas llegara, 255
pues entonces me contó el plan completo de los aqueos.
Tras matar con el bronce de larga punta a muchos troyanos,
volvió a los argivos, y llevó información abundante.
Allí, las otras troyanas lloraban a gritos; mi pecho
gozaba, pues mi corazón ya estaba dispuesto a volver 260
a casa, y deploraba yo la locura, la que Afrodita
me dio, al llevarme hacia allá, lejos de mi tierra paterna,
a andonando a mi niña, el lecho nupcial y a mi esposo
que no carece de nada, ni en mente ni, menos, en forma”.
Respondiéndole, dijo Menelao de rubios cabellos: 265
"Sí, mujer, todo eso dijiste conforme a lo justo.

56
homero
riev noXécov éSdmv ft '
avSpcov fipcócov tcoM ' 117 T,£ v°ov Te
áXZ ’ oi) no toioÍítov JlKe^íVaiav •
270
olov ’OSxxxX¿7 7“V l8ov ó^«^o'^w,

otov Kai xó8 ’ enePp K„; ¿? ? eaKE «PWov ct|P.


xkW gvi £ea™ 'V * o n KapT£pó? ávílP
’Aoveímv T ' * ’ÍMeOa icavxei; apvaxoi
?-PKwv, Tpcoeaax «povov Kai ^pa «pépovxeg.
n , ^^^^Keiae-KeXeBGépevaiSéa’^eUe
275 Saigcov, og Tpcoeaaiv époMexo KÜSog ópé£av
Kai toi Arficpopog Oeoeíicetax; egket’ ioóap.
TpigSe 7tepíoxei^ag koíZov Xó/ov ájLitpaípócooa,
£K 6 ovojiaKÁriSiTV Aavacov ovópa^Eg ápíaToug,
’Apyeícov (pcovTyv ígkodg’ aXó/oioiv
tcccvtcov
280 amap £ya> Kai TvSEÍS'ng Kai Siog ’OSuaaeix;
Tqpevoi év géaaoiaiv aKoúoagEv, cog épóriaag.
vari ¡i£V áp.(poT£pa> peverivapev óppr|0£VT£<;
i] £^£Á0£p.£vai 1] ev5o0ev aíy ’ írcccKOvaai-
áXX’ ’0St>G£Í)g KaT£pl)K£ Kai £G%£0£V Í£JLlév(O 7C£p.
285 ev0’ áXXoi pev TtávxEg ócktiv é'oav meg ’A/aiwv,
’'Avtiká.o<; Se ge y’ oíog ócju,eíyaa0ai etceeggiv
ñOeZev • áXX’ ’OSvaeix; ¿ni páaxaKa xepai Jtíe£e
vwXegéax; Kpaxepfiai, aátoae Sé jtávxa?
xó«ppa S’ eX’, o<ppa ae vóa<piv <WlWE n«Uae A&nvn >
xóv 8’ aS TxiXépaxo? wejtvopévoí avxiov nuda
290
« ’Axpéí&n MevéXae 8ioxpe<pé<;, Sp/ape Aa<ov,
éiXyxov • oí. yáp oí xt xó y ’ ÍÍPKeae Xvypov oXeGpov,
”XS^X3pst":z.-.«i
i nórj

295
é^gípax’,’ApyemS EAevnoptpp

57
ODISEA IV

Ya el querer y el pensar he conocido de muchos


hombres héroes, y por la vasta tierra he caminado,
mas, con los ojos, yo aún no he visto algo así de grandioso,
como era el buen corazón de Odiseo de ánimo firme. m
Qué grandioso, también, esto que hizo y osó el fuerte varón
en el caballo pulido en que estábamos todos los príncipes
argivos, a los troyanos llevando homicidios y muertes.
Tú llegaste entonces allí; debió de haberte impulsado
algún dios que a los troyanos deseaba otorgarles la gloria; 275
y al ir, te siguió Deífobo, igual a los dioses.
Tres veces, palpando, rodeaste la hueca emboscada,
y a los príncipes de los dánaos por su nombre nombrabas,
imitando en voz a las esposas de todos aquellos argivos.
Y yo y el Tidida y también el noble Odiseo, 280
sentados en medio, escuchamos cómo gritaste.
Sin duda, nosotros dos, incitados, con ansia anhelamos
ir hacia afuera o, de adentro, atenderte al instante,
mas Odiseo nos detuvo y contuvo, aun estando deseosos.
Allí, todos los otros quietos estaban, los hijos 285
de los aqueos; solo Anticlo responderte con unas palabras
deseaba; mas sobre su boca Odiseo lo oprimía con las manos
fuertes, asiduamente, y él salvó a los aqueos, a todos;
y así 1° tema, hasta que te llevó lejos Palas Atena”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta: 290
Atrida Menelao, alumno de Zeus, jefe de pueblos,
¡más doloroso! Eso en nada apartóle la muerte funesta;
no, ni si un corazón de fierro por dentro tenía.
¡Ea! Mandadnos ahora a la cama, a fin de que ahora
también nos recreemos, bajo el dulce sueño acostados”. 295
Asi dijo, y la argiva Helena ordenó a sus sirvientas

57
HOMERO

yXaívac t ’ A' 6eiV’ °Top£aai T ’ MnepOe Temeos

300 í 5 x- ,ev0epev«i <™A«S KaWuepQev «jacOar

S La 8’ ’ " ^áp°l° §áOÍ *ep™


oegvra 8 eoTopeaav • eK 8é ^eívouc; ¿}.K
oi piev ap ev jipoSómp Sópoo amóOi KoiprioavTo,
íriAe^axoc; 0’ ripco<; Kai NéoTopo<; áyXaóc; móg•
Axpei$n<; Se kciOeuSe pnxcp Sópoi) í>\jzt|Xoio,
305 rcáp S EXevr Tavt)7t£7tA,o<; éXé^axo, Sia ywaiKcov.
niioc; 5’ TipiyévEia <pávr| poSoSaKwtax; ’Hax;,
óSpVDT’ ap’ e^ EÜvfjqn (3orv áyaGóg MeveXaoc;
sípaia EaaájLiEvoc;, 7i£pi Se ^ítpo; ó^i) 0éx’ óSpw,
rcoaai S’ i>rcó XircapoiGiv ¿SriaaTo KaÁá rcéSiÁa,
310 (3ri S’ íjiEV ek GaXápoio Geg) evaXíyKiog ócvttiv,
TqÁEpáxcp Se napi^EV, ercog t’ Etpax’ ek t’ óvópa^E-
« tíkte Sé ge xpeió) Sevp’ TÍyaye, TrjXépax’
£<; AaKESaígova Siav érc’ E'ópéa vana GaAáaar|<;;
Siqpiov R i'Siov; tóSe goi vrig£pT£<; evígtcec; ».
315 tov S’ ai) TrjXégaxoc; TCETcvopévoc; ávxíov rjíiSa-
« ’AtpeÍStj Meveáxxe SioTpEípéc;, op/ape Áacov,
rjZuGov e’í Tivá poi KÁr|T|Sóva 7caTpó<; evigkok;.
EG0Í£Taí poi oÍKog, óXcdXe Se Tiíova Epya,
Sdgpeveíov S’ ávSpcov tcáeíoc; Sopoc;, oi Té poi ai£i
320 gfjA’ áSivá Gcpá^o-oGi Kai £ÍÁÍ7ioSac; eAixac; poug,
prtTpóg éprjc; pvr|aW£<; Ó7iép(3iov üppiv ^yxeg.
TO'uvEKa vvv TÓt aá yovvaG’ iKavopai, ai k’ EÜEApaUa
KEÍVOO X-üypÓV oX£0pOV EVIGTCEIV, £17101) OTCCOTCac;
ótpGaÁpoiai teoígiv n aXÁov pvGov aKovaa;
325 JcXaCogEVOD • 7t£pÍ W> PlV ¿^PÓV
prjSé TÍ p’ aíSópevoc; peiÁíaaEo prjS’ E^Eaipcov,

58
ODISEA IV

colocar bajo el pórtico camas, y bellos colchones


purpúreos meterles, y extender por encima las colchas
y poner ahí unas densas mantas, para que se cubrieran.
Ellas salían de la sala, una tea en las manos teniendo, 30
y extendieron las camas; a los huéspedes guiaba un heraldo.
Ellos, pues, en la antesala de la sala, allí se acostaron,
el héroe Telémaco y el hijo preclaro de Néstor;
mas el Atrida durmióse en el fondo de la alta morada;
junto se acostó Helena de largo peplo, divina mujer. w
A1 mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,
Menelao, de grito potente, se levantó de su cama,
tras vestirse sus vestes; la aguda espada ciñóse en el hombro,
bajo sus nítidos pies ató las hermosas sandalias,
presto salió de la estancia, semejante a un dios en su aspecto; 310
de Telémaco al lado sentóse, y esto decía y lo nombraba:
¿Por qué la urgencia, héroe Telémaco, te trajo hasta aquí,
a la divina Lacedemón, por las anchas espaldas del mar?
¿Asunto del pueblo, o privado? Dime esto verídicamente”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta: 315
Atrida Menelao, alumno de Zeus, jefe de pueblos,
vine, por si algún rumor me pudieras contar de mi padre.
Mi casa es tragada; perdidos, mis pingües trabajos, y lleno
está mi hogar de hombres hostiles que siempre me matan ovejas
apiñadas y bueyes de patas tornátiles, curvas 320
os pretendientes de mi madre, que tienen soberbia insolencia.
Por eso, hasta tus rodillas hoy llego, por si es que tú quieres
contarme la muerte funesta de aquél, si acaso la viste
con tus propios ojos, o si de otro escuchaste el relato,
de otro errante. En verdad, muy miserable pariolo su madre. 325
Ni por respeto hacia mí ni por lástima, nada suavices,

58
Homero

""5 “*■
ñ eitocíé’ ’'7COTE T°l Tl ’COtTÍ,p égó<;’ éo0XÓ<í ’OSwaew

330
puw evi Tprnoiv, oOi Jiáaxexe jcnpax’ ’Axaioí-
T“V yot gvñaav, k«í poi vngspxé, évÍOTe- ».
JOV 8e pey oXenoa? rcpooétR ¡>9ó? MevéXaoc-
« co Jioron, n paAxx Sí) Kpaxepó<ppovo? áv8pó<; év wñ
T|OeX.oy ewnOfivai aváZiaS^ añxoi éóvtb;.
335 ó)? 8 oran’ év ^uZó/oj eZaipoi; Kpaxepoio Áéovxoc
veppoí^ Koigf|oaaa veriyevéag yaAa0r|voí<;
KVTipoxx; é^epepai Kai ayKea jcoirievxa
poQKogévTi, ó 8’ erceixa énv eÍGT|XA)0ev eívr|v,
áptpoxépoiGi Se xoígiv áeiKea 7ióxpov é(pf|Kev,
340 g>q’OSuae'óg kcívoigiv áeiKea 7ióxpov é<pr|Gei.
ai yáp, Zei> xe rcáxep Kai ’A0r|vaír| Kai ,/AnoXXov,
xoíog é©v, oló<; rcox’ éi)Kxipévp évi Aéapíp
é£, epiSoc; OiXopriXeíSp ércáAaiaev ávaaxá<;,
KaS S’ epaXe Kpaxepax;, Ke%ápovxo Sé rcávxe<; ’Axaioí,
345 xoíog é©v pvTjGxfjpGiv ópiXrjGeiev ’OSbggetSí;-
Tiávxeg k’ ©KÍpopoí xe yevoíaxo rciKpóyapoí xe.
xavxa S’, á p’ eíp©xa<; Kai XiGGeai, oúk áv éy© ye
áXXa 7tapé^ eircoipi rcapaKÁiSóv ot)8 á7iaxr|G© •
áXXá xa pév poi éeuie yépcov áAio<; vripepxric;,
350 xftjv ouSév xoi éy© KpiSi}/© eftoc; od8 ejriKeoG©.
Aíyúrcx© p’ éxi Seüpo 0eoi pepa©xa veeG0ai
éaxov, ÉJCEi oí atpiv epeira xeAjiéaaat; ÉKaxóppai;-
oí 8’ aiei PoóZovxo 9eoi pepvña9ai étpexpemv.
víioo? aterró xi? éaxi jtoXoKÁúaxo) évi róvxtp
Aiyójtxoo jtpojtápoifle, Oápov 8é é kikAíiokoooi^
355
xóaaov avene’, oaaov xeraxvnpepúl yXatpnpn vrp?

59
ODISEA IV

sino cuéntame exactamente lo que encontraste a la vista.


Te suplico, si a ti alguna vez mi padre, el noble Odiseo,
tras prometerte alguna palabra u obra, les dio cumplimiento
en el pueblo troyano, donde infortunios sufríais los aqueos; 330
hoy recuerda esas cosas, y habíame verídicamente”.
Muy indignado, le dijo Menelao de rubios cabellos:
“¡Ay, ay! Sin duda, en el lecho de un hombre de ánimo invicto
querían dormir los que son ellos mismos cobardes.
Como cuando, en la guarida de un león poderoso, una cierva 335
hace dormir a sus recién nacidos cervatos lactantes
y sale a explorar las montañas y valles herbosos
pastando, y, después, aquél penetró en su cubil
y a ellos, a ambos, les infligió una muerte humillante,
así Odiseo a aquéllos infligirá una muerte humillante. 340
Oh padre Zeus y Atenea y Apolo, ojalá,
siendo así, como cuando antaño en Lesbos, la bien cimentada,
se paró y luchó contra Filomelides, en una contienda,
y lo derribó fuertemente, y los aqueos todos gozaron,
ojala, siendo así, Odiseo se encontrara con los pretendientes: 345
todos serían de corta vida y de nupcias amargas.
Eso que tú me preguntas y ruegas, yo no lo diría
de otro modo, mintiendo evasivamente, ni he de engañarte;
y lo que me dijo el verídico anciano marino,
de eso, ninguna palabra te voy a ocultar ni a encubrir. 350
Aún ansiando volver hacia aquí, en Egipto los dioses
me retuvieron, pues no les sacrifiqué hecatombes perfectas:
los dioses siempre quieren que uno recuerde sus órdenes.
Pues bien, hay una isla en el ponto muy ondulante,
enfrente de Egipto, Faro la llaman, 355
tan distante, cuanto una cóncava nave a lo largo del día

59
homero

év °fipo<;!rKutveíTl™&ua0ev.
ev oe yuopgo;, o0£v f ánó víjac é(aac
360 IvIWé ?aU°TlV’ á^0<Jánevoi gékav 88<ap.
, g eeiKooiv ngax ’ gzov 0eoí 0 - §é , ,
Kvetovxe, <p«ívov0 ’ áXiaÉEg, oi pá xe vgñv
3togrtiie? yivovxai éjt’ ex.pea vana 0aXáOOTK.
Kai vd kev igajiávxa Kaxé<p0ixo Kai gÉve’ ávSpwv,
£i gi) xi<; g£ 0efi>v óXoipópaxo Kaí g’ ¿Xégae,
w¡ IlpmxÉoi; üpOígou 0Dyáxgp áXíoio yépovxor,
Ei8o0Éri • xfj yáp pa gáZiaxá ye 0ogóv opiva-
TÍ |l’ OI© EppOVTl GDVT|VT£TO VOGípiV £TCtíp©V •
ociei yap Ttepi vfíoov áXcógevoi í/0uáaaKov
yvapiToio’ áyKiGTpoiaiv, exeipe 8e yaaTépa Áipóg.
370 f| Sé fiei) ay%i oTaoa Ercog (paro (póvrioév te •
< vr|7cióg Eig, © ^eíve, Ávqv togov i^Se %aA,í<pp©v,
T]£ ek©v ji£0i£Íg Kal TépKEai áÁyea 7táo%©v;
©g 5r| StiG’ évl vt|g© épí>K£ai, oüSé ti tekjjxüp
EÓpépEvai Svvaoai, pivi)0£i Sé toi rjTop £Taíp©v >.
375 ©g £<paT avráp éy© piv ágEipópEvog rcpooEEutov •

< ek pév toi épé©, f¡ tic; gv nép éooi 0£a©v,


¿>g éy© ol) ti ek©v KocT£pí)Kopca, áÁXá vu géÁÁ©
á0avaTOT)g áXvcéoOai, oí oúpavóv eépnv £%ovaiv.
áXka gv nép goi eíné, 0eol Sé te 7távTa íoaoiv,
38o og tí; g’ á0avár©v keSÓccc Kal £Srp£ keáebOod,
VÓGTOV 0’, ©g éTtl KOVTOV EÁEWOgai íZ0BÓ£VTa >.
©g éípápriv, T] S’ aÍTÍK’ ápeípew Sía 0eá©v ,
< Toiyáp éy© toi, £eíve, páV aTP£Ké©g áyopeuo©.
K©Xevcaí Tig Séopo yép©v áXiog
M5 áOávaxo?, npanró; AÍYÓitxiog, 8? ye OaXacdlS
róaní (3év0ea oí8e, IloaeiSácovoc; wtoSgax;-

60
ODISEA IV

recorre, si atrás le sopla, silbante, un viento propicio.


Ahí hay puerto con buen fondeadero, de donde a las naves
estables botan al ponto, tras acopiar el agua sombría.
Me retenían los dioses allí veinte días, jamás se mostraban,
insuflando en el mar, vientos propicios soplantes, pues ellos
de las naves son escolta en las anchas espaldas del mar.
Se habrían perdido todos los víveres y el vigor de mis hombres,
si una deidad no se hubiera apiadado y dolido de mí:
la hija del fuerte Proteo, el anciano marino, 365
Idótea, pues muchísimo le conmoví el corazón;
me encontró cuando yo iba solo, lejos de mis compañeros,
pues ellos siempre, vagando por la isla, pescaban
con sus corvos anzuelos: el hambre vejaba su vientre.
Y ella, acercándose a mí, alzó la voz y dijo estas palabras: 370
‘Extranjero, ¿eres tonto así, en gran medida, y flojo de mente,
o te rindes de grado y disfrutas sufriendo tus penas?
Pues ya tanto estás detenido en la isla, y ninguna salida
puedes hallar, y el corazón de los tuyos se achica’.
Así habló, y yo, respondiendo, le dije: 375
Te haré saber, quienquiera que seas de las diosas,
que para nada estoy retenido de grado; mas, pues quizás
ofendí a los inmortales, que tienen el cielo anchuroso.
Mas también tú dime, pues todo lo saben los dioses,
cual de los inmortales me detiene, e impidió mi camino, 380
y dime el retorno, cómo iré por el ponto lleno de peces’.
Asi dije, y respondió de inmediato la diosa de diosas:
Pues bien, extranjero, muy detalladamente voy a decirlo.
Suele venir hacia aquí el verídico anciano marino,
inmortal, Proteo de Egipto, quien los abismos 385
de todo el mar conoce, súbdito de Posidón.

60
HOMERO

tóv y’ e’í wcLí S°lV na?P gwievai ^xéaSai


o? Kev toi eLaw r °OTaápevoí ^PéaOai,

VOGTOV 0 , m? TtOVTOV , oeai iz0róevTa


ai Se Ke toi eiitpoi, Sioipeipé^, «i K’ é0éXna0a
OTTI TOl ev geyapoiai k«kÓv t’ áyaOóv Te TéwKTOi
oixonevoio ae0ev 8oXiZt,v ÓSóv ápyaXénv te >
«paV, aÓTap éyá> giv áperpópevo? Ttpooéeutov
395 < aoTT) vvv cppá^eo a¡> ÁÓZov Qeíoio yépovTo.;,
ÍXT| KÓg ge 7cpoiS©v f|é 7ipoSaei<; áZéRTai •
apyakéog yáp t’ éaxí Geóg ppoTq) ávSpi SagRvai >.
a><; étpágRv, R 6’ oi'utík’ ágeíPeTo Sia 0eá©v•
[< Toiyáp éy© toi Taina gáV aTpeKéwg áyopena©.]
4oo Rgo<; 5’ RéXiog géaov oópavóv ágqnPepRKri,
TRgog áp’ é£, áXóg eíai yép©v áÁio<; vRgepTRg
jivoir vno (¡eqyópoio, geXaivp (ppiKi KaA,o<p0eí<;,
£K 8’ éX0©v KoigaTai ítco cntéeai yÁatpDpoiaiv •
ág<pi Sé giv <p©Kai vércoSec; KaÁRg áXocróSvRg
405 áOpóai eüSooaiv, tcoáirí; áÁóc; é^avaSüaai,
rciKpóv á7to7iveío'uaai áÁóg KoXvPevOéog óSgRv.
évGa a’ éy©v áyayoüaa ág’roí(paivogevRípiv
evváa© e^eír^* ai) 5’ éi) Kpivaa0ai eTaipovc;
Tpei<;, oi toi napa vrdoív éoaaéXgoiaiv ápicnot.
410 rcávTa Sé toi épé© óXo(p©ia toío yépovjo$.
<p©Kag gév toi np©rov ápiOgRaei Kai eneiaiv
aÚTÓtp ércíjv rcáaat; TtegJtáaoeTai r)Sé íSrixai,
Xé^eTai év péaanoi, vogeix; rcóeai W^v.
tov |xev étctiv Sh jcpñra mTewiiOévTa idnaHe,
4.5 «ai tót’ éjtei0’ üpiv peXéTío mpros « P«,
aó0i 5’ exetv pepa&ra, mi éaavpevov nep afcoijai.

61
ODISEA IV

Dicen que él es mi padre y que él me engendró.


Si de algún modo pudieras, estando al acecho, apresarlo,
él te dirá el camino y también las etapas del viaje,
y el retomo, cómo irás por el ponto lleno de peces. 3*
También, si tú quieres, oh alumno de Zeus, te dirá
lo malo y lo bueno que ha sucedido en tu casa,
desde que tú te marchaste por un largo camino, y difícil’.
Así habló, y yo, respondiendo, le dije:
‘Ahora, tú misma trama el acecho del anciano divino, 41)4
no sea que, viéndome antes o dándose cuenta, me evite:
un dios es difícil de ser sometido por hombres mortales’.
Así hablé, y respondió de inmediato la diosa de diosas:
‘Pues bien, esas cosas, muy detalladamente voy a decirte.
Cuando el sol, rondando, va por el centro del cielo, 400
entonces sale del mar el verídico anciano marino,
bajo el soplo del céfiro, envuelto en un borbollón atezado,
y después de salir, se acuesta en sus cóncavas grutas.
En tomo a él, las focas, prole de la hermosa hija del mar,
tras emerger del mar agrisado, se duermen en grupo, 405
exhalando del mar muy profundo un olor penetrante.
Yo misma, llevándote ahí al mostrarse la aurora,
te acostaré en la fila: elegirás bien a tres compañeros,
los mejores que tengas en las naves de buenas cubiertas.
Y del anciano, te diré todas las astucias dañinas. 410
Primero, cierto, irá hacia las focas y habrá de contarlas;
luego, tras contarlas de cinco en cinco y verlas a todas,
se acostará en medio de ellas, cual pastor entre greyes de ovejas.
Tan pronto como veáis que él se encuentra acostado,
justo entonces, que el poder y la fuerza os importen;
retendréis allí mismo al renuente, aunque intente evadirse.

61
Homero
k«vt« 8e ytvógevoc KEip^excu, oca’ éni wíav
STXTwovxai Kai "8tóp Kal 6e™8«¿P-
«o ¿ir -8 aoTewe^™vpaXXóVTeitlé^lv.
«U o^Kev 8ña’a^áveípnTOlé7téea^

toioi; etov, oiov ke KaTewi,0ÉVTa Í8i,ai,


Kai tote 8t, oxéaOai te pín? Xíioaí te yépovxa,
np©S, EipeoOai Sé, 0Eñv o; TÍ; oe xaXéitTEi,
VOOTOV 0 ó; ¿Tií JTÓVTOV ÉÁeóaeo-i ixO-uóevTa >.
425 (D<; £17101)0 1)710 710VT0V £SÍ)G£TO KDfiaívoVTOC •
amáp éyóv érci ví^ag, o0’ eoxaoav év yajiá0oiaiv,
TJtOC" TEOÁÁa Se JLLOl KpOíSlT| 7tOp(pi)p£ KlOVTl.
aircáp £7C£Í p’ £7ii vfja kocttiádGov iiSé 0cUaaaav,
SopKOV 0 O7lZlGOtp£O0’ £7111’ T]Xd0£V á|LiPpoatr| Vl)^,
43o §fj xóxe Koipr|0T|p£v £7ii pr|Y|Luvi 0aÁáaari<;.
ripoc; 8’ ripiyéveia (pávTj poSoSaKioZo^ ’Hax;,
Kai tote 8rj 7iapá 0iva 0aÁáaar|(; eípimópoio
lila, rcoÁAa 0£oi><; yoDvoópevoc;- aircáp éiaípoix;
Tp£i<; áyov, oiai páZiGia 7t£7ioí0£a nacrav £7i’ í0bv.
435 TÓíppa 8’ ap’ ti y’ i>7toSí>oa 0aXáaar|<; £Í)p£a koAjeov
xéanapa <pG)Kaa>v £K tcóvtou Séppax ’ eveiKe •
7iávxa 8’ eaav veóSapxa- — SoXov 8 etc £pi| Seto ftaipi.
£t>vá<; 8’ év i|íap,á0°iai SiayÁáyao ’áÁtfloiv
t|gto |i£voí>o’- r|g£Í<; Se páXa g/eSóv pA0opev aírríte

440 £%£ÍT|<; 8’ £UVTIG£, páÁ-£V 8’ £711 Sfippa EKOCGTÍp. ~


£V0a kev aivÓTaxo<; Xó%o<; £7tÁ£to • i£ipe Y«P aivox;

áXX’ aí)Tn éaácoae Kai écppáoaw pey oveiap-


ápSpOGÍnV Í)KÓ piva £K(XGTCp 0fjK£ ,
445
1,88 páXa uveíoocav, ÓXeoae 8e k^teo; oSgnv-

62
ODISEA IV

Lo ensayará, transformándose en todas las fieras reptiles


que hay en la tierra, incluso en agua y en fuego divino:
lo retendréis impávidamente, y más habréis de oprimirlo.
Mas, cuando ya te interrogue él mismo con unas palabras, 42
siendo así, como lo viste tú cuando estaba acostado,
pues entonces contendrás la fuerza y soltarás al anciano,
oh héroe, y le preguntarás cuál de los dioses te hostiga,
y el retorno, cómo irás por el ponto lleno de peces’.
Dicho esto, ella se hundió bajo el ponto ondulante; 42!
mas yo hacia las naves, a donde ellas yacían en la arena,
me iba; mucho, al andar, mi corazón se agitaba entre cuitas
Mas cuando a la nave y al mar arribé,
pues preparamos la cena, y vino la noche divina;
entonces nos acostamos en la costa quebrada del mar. 430
Al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,
pues entonces, a la playa del mar de espaciosos caminos
me iba, implorando mucho a los dioses. A tres compañeros
llevaba, en quienes yo más confiaba en cualquier decisión.
Entre tanto, habiéndose hundido en el amplio seno del mar, 435
ella había traído del ponto cuatro pellejos de focas,
todos recién quitados: contra su padre ideaba el engaño.
Unas hoyas habiendo excavado en la arena marina,
estaba sentada esperando. Muy cerca de ella llegamos.
Nos acosto en la fila, y echó a cada quien un pellejo. 440
Ahí, muy terrible habría sido el acecho: terrible vejaba
el muy pernicioso olor de las focas que el mar alimenta.
¿Quién podría acostarse al lado de alguna bestia marina?
Pero ayudó ella misma, y pensó en una cosa muy útil:
nos puso bajo la nariz a cada uno ambrosía, 445
muy suavemente, y extinguió el olor de la bestia.

62
homero

455 paXXopev • oúS ’ ó yépcov SoXít]<; £keXt|0£To texvtj;,


OtXX T| TOl TipCOTlOTOt XeíúV y£V£T’ TjÍ)y£V£lO(^,
OCDTOtp £7l£lT(X SpaKCOV KOCl TtapSaXlí^ T|8e péya<^ OÍ)^
[yiVETO 8 oypov l)8cop Kai 8£v8p£OV 'ü\j/l7l£TT|XoV.]
TlpEig 8’ áaT£pxp£co<; exopev tetXt|Óti 0opa>.

Kai TOTE Sí) p’ EKEEGOIV aV£lpÓp£VOg KpOOEElKE*


< tic; vó toi, ’ATpéo<; oié, 0ecúv aoptppáaaaTo PouXág,
ocppa p’ eXok; áéKOVTa Áo/rpápevoc;; teo ge %pri; >.
©<; £<paT’, aoTap éy© piv áp£i|3óp£vo<; kpogeeikov •
465 < oiaOa, yépov • tí p£ Tama KapaTpo7ié©v ép££Ív£i<;;
cog 8q 8tj0 ’ ¿vi vT|G(p épÓKopai, oó8e ti TEKpcop
EÓpépEvai Sóvapai, pivó0£i 8é poi ev8o0ev rjiop.
áXXa aó rcép poi eíke, 0eoí Se te rcavTa íoaaiv,
o<; Tig p’ á0av<xTG)v KESáa Kaí eStjge keXei)0oi),
470 VÓGTOV 0’, Ó)<; ETCÍ KOVTOV éXeÓGOpai í%0l)O£VTa >.

63
ODISEA IV

La mañana entera, con ánimo firme esperábamos;


y en grupo, del mar salieron las focas. Ellas entonces
se acostaban en fila, en la costa quebrada del mar.
Al medio día salió del mar el anciano, y las focas halló, 450
bien gordas, y pues iba hacia todas, y contaba su número.
Entre las bestias, nos contaba primero a nosotros, en su alma
ni sospechó que había engaño; después, también él se acostó.
Nos lanzamos nosotros gritando, y en torno las manos
le echamos: el anciano no se olvidó de su astucia dolosa, 455
mas, cierto, cambióse primero en un león de tupida melena,
y después, en dragón y en leopardo y en gran jabalí;
cambiábase en agua que fluye y en árbol de fronda elevada.
Impávidamente lo reteníamos con ánimo firme.
Mas cuando se cansó el anciano, sapiente de astucias dañinas, 460
pues entonces, interrogándome él con palabras, me dijo:
‘¿Cuál dios, hijo de Atreo, deliberó el proyecto contigo,
para que, mal de mi grado, acechando me asieras? ¿Qué te urge?’
Así habló, y yo, respondiendo, le dije:
Lo sabes, anciano. ¿Por qué, esquivándome, eso preguntas? 465
Que ya tanto estoy detenido en la isla, y ninguna salida
puedo hallar, y el corazón se me achica por dentro.
Mas también tú dime, pues todo lo saben los dioses,
cual de los inmortales me detiene, e impidió mi camino,
y retorno, cómo iré por el ponto lleno de peces’. 470
Asi hablé, y él al punto, respondiendo, me dijo:
Era tu gtán deber, a Zeus y a las otras deidades
hacer bellas ofrendas, al embarcarte, a fin que muy presto
a tu patria llegarás, navegando en el ponto vinoso.
Pues antes no es tu destino el que veas a los tuyos y llegues 475
á tU casa, que está bien construida, y a tu tierra paterna,

63
homero

&, &,a ’ ° ,8®°0Vaw o8óv feoí, iiv oí uevotv&s >


S <P t , avtap epox ye KaxeKXáoOp <paOv f,xop
,veKa/ awiS ávwyev en ’ ñepoexSéa nóvxov
Aiyiwv8 xevai, SoXi^v Ó8óv ápyaXénv xe.
“ „ k«i ®? p-o0oiotv ápeipópevo^ npooéemov •
85 \ ^£V 8il TeXé“> Vépov, Óí oí KeXeíetg.
aAÁ aye poi to8e eíke Kai ctTp£Kécú<; KctTÓcXe^ov,
f¡ koívte^ aív vtjdgiv a7rripov£<; t¡A0ov ’Axaioí,
od^ Negtcop Koci Eyco Autopev TpoÍT]0£v íóvtec;,
He ti<; coáet’ oZeGpíp ócSedkeí f]^ ¿711 vtjcx;
90 T)£ (píkcov EV xepoív, E7CEI 7CÓÁE|LIOV ToAÍTIEDGEV >.
có<; Eqxxjnyv, ó 8é p’ cwtík’ áp£i(3óp£vo<; kpogeeittev
< ’ATpE'íSrj, tí p£ Taina óiEÍpEoci; oíSé tí ge XP'H
íópEvai, ot)6e Socnvai épóv vóov • opSe ge (prjpi
St|V aKAorüTOV egegGoci, ekeí k’ eí) tkxvtcc 7rú0riai.
95 7C0ÁÁ0Í psv yáp tcov y£ SócpEV, ttoAAoí Se Aíkovto-
ápxoí §’ <rá> poftvoi ’Axoíiwv xocXkoxitíovcov
ev vóaTcp árcóAovTO • páxfl $e Te KOtl GB napfiG0a.

Ele; 6’ ETl 7101) fyüÓQ KaTEpVKETCÍl £t)p£l TTOVTÍp.


Aía<; p£V pETÓt vtjogí Sápn SoXix'nP^P'0101*
5oo r^ppaív piv uparca riooEiSáwv £7T£Áaoo£
néxpnotv peyakriai Kai é^eoátooe GaXaaon?-
Kaí vi Kev ewpwye ñipa, Kai éx0ógev°S rcep A&qvfl,
eí ux, ineptpíaXov éno<; eKpaXe Kai pey’ aaofti •
®ñ p’ áéKirti 0eñv <pwyéeiv péya Xaíxpa OaXaooní-
sw xoi 8e nooei6á<ov peyáV «X-uev «v8no«vws
aíxÍK' éneixa xpíaivav éXtov %epoi oxipapil

64
ODISEAIV

antes de que tú, del Egipto —río que desciende del cielo—
al agua vayas de nuevo y sacrifiques hecatombes sagradas
a los inmortales dioses, que tienen el cielo anchuroso:
entonces, los dioses te darán el camino que anhelas’. 4so
Así dijo, y el corazón querido se me hizo pedazos,
ya que él me ordenaba, por el ponto brumoso de nuevo
ir hacia Egipto, un largo camino, y difícil.
Mas, aun así, yo respondí con palabras y dije:
‘Anciano, pues eso haré, así como tú me lo ordenas.
Mas anda, dime esto, y cuéntalo con sus detalles:
si los aqueos, con sus naves, todos volvieron ilesos,
los que Néstor y yo dejamos, volviendo de Troya,
o alguno murió con amarga muerte en su nave,
o en los brazos de amigos, tras haber realizado la guerra’. 490
Así hablé, y él al punto, respondiendo, me dijo:
‘¿Atrida, por qué me preguntas eso? En nada es preciso
que conozcas y entiendas mi mente; y pienso que tú,
cuando sepas bien todo, no estarás sin llorar mucho tiempo.
De ellos, muchos fueron matados, y muchos sobrevivieron; 495
y sólo dos jefes de los aqueos de quitones broncíneos,
en el retorno murieron; en la lucha, también tú estuviste.
Uno, vivo aún, por ahí en el ancho ponto está retenido.
Áyax, entre sus naves de largos remos, fue sometido;
primero, Posidón lo llevó hacia las Giras, 500
los grandes peñascos, y él lo salvó de la mar;
y, aunque odiado de Atena, pues habría sorteado el destino,
si no hubiera soltado un dicho insolente, y quedara obcecado,
dijo que huyó del gran abismo del mar, a pesar de los dioses.
Y cuando él profería tamañas palabras, lo oyó Posidón,
acto seguido, con sus robustas manos asiendo el tridente,

64
HOMERO

510

\ £z ,z * vvujp.j
oo<; oe tcod eKcpoye Kqpa<; áSeZcpeóg t|8’ WZo^ev
ev VT|oai yZatp'üpíjav oácoae Se rcóxvia ''Hpp.
áW oxe Sti xáx’ epeZZe MaZeiácov ópo<; ai™
515 i^eoGai, tote Sr| piv ávapKa^aaa OiSeZZa
KÓvTov érc’ ixGnóevxa tpépev Papéa axeváxovxa,
áypoí) etc’ éaxaxifiv, o0i Sópaxa vaie Ooéaxri^
xó Kpív, áxáp xóx’ évaie OocoxiaSrn; AiyioGoc;.
áZZ’ oxe Sti Kai Kei0ev étpaívexo vógxo<; aKrjpcov,
520 ay Se 0eoi oiipov Gxpéyav, Kai oÍKaS’ Ykovxo,
tixoi ó pev xotipíov éKe(3r|aexo rcaxpíSog auy;,
Kai KÓvei árcxógevog rjv TtaxpíSa- KoZZá 8’ óctl’ amov
SaKpoa 0eppá xéovx’, ércei áaKaaíox; ’íSe yaiav.
xóv S’ áp’ arcó gkokit¡<; eíSe gkokó<;, ov pa KaOeiaev
525 Ai'yia0o<; SoZoprixig áytov, i)KÓ 8 ’ eaxeT0 pi^Gov
Xpuooo Sota xáZavxa- qyóZaooe 8’ o y’ eí<; eviaoxóv,
px| é Zá0oi Kapuov, gvriaaixo Se GotipiSo^ áZKÍi<;.
pf¡ 8’ ípev áyyeZécov Kpó<; Sópaxa Koipevi Zacov.
avxÍKa 8 ’ AÍyia0o^ SoZítjv eíppaaaaxo xexvriv
530 Kpivápevog Kaxá Sfjpov éeÍKoci (parcas apiaxoix;
elae Zóxov, éxépcoGi 8’ ávóyei Saíxa iceveaGai^
aóxáp o Pñ KaZécov ’Ayapépvova, Koipéva ZaóSv,
iKKoiGiv Kai oxeatpw, óceiKea peppTjpi^ov.
xov 8’ otík etSóx’ oZeGpov ávTjyaye Kai Kaxérceípve

535

65
ODISEA IV

golpeó el peñasco de las Giras, y lo partió totalmente.


Y un pedazo allí se quedó, mas el otro cayó sobre el ponto,
ese en que Áyax antes, sentado, había sido obcecado;
y se lo llevó por el ponto infinito, ondulante.
Así, él allá está muerto, después de beber agua salobre.
Tu hermano sorteó bien su destino, y él escapó
en sus cóncavas naves: lo salvó Hera, la augusta.
Mas cuando al áspero monte de Malea ya a punto se hallaba
de llegar, pues entonces, raptándolo una tormenta,
lo llevó sobre el ponto, lleno de peces, gimiendo hondamente
Mas cuando también de allí parecía seguro el retorno
y en bueno los dioses tornaron el viento, y a casa llegaron,
al extremo del campo, donde Tiestes su casa tenía
antes, mas donde hoy la tenía el hijo de Tiestes, Egisto,
realmente alegre tu hermano pisó su tierra paterna
y, tocando su patria, la besaba. De sus ojos, copiosas
lagrimas ardientes brotaban, pues vio gratamente su tierra.
Mas, desde su puesto de guardia lo vio el vigía que llevó
y puso el doloso Egisto, el cual prometió como sueldo
dos talentos de oro: vigiló un año entero, para que a ocultas
no le llegara tu hermano, y recordara su fuerza impetuosa.
Presto se fue hacia la casa a avisar al pastor de los pueblos.
Inmediatamente, Egisto pensó una artimaña dolosa:
eligiendo en el pueblo a los veinte mejores varones,
puso un acecho, y en otro lado pedía aprestar un banquete;
se
mas él a invitar a Agamenón, pastor de los pueblos,
fue
con caballos y carros, urdiendo ruindades.
Y condujo a aquel que ignoraba su ruina, y muerte le dio,
al dar la comida, como alguien mata un buey en su establo.
Del Atrida ningún compañero quedó de los que lo seguían,

65
HOMERO

W8e Tig AiYiaOou, ¿U’ eKxaSev év geyápotarv >


í e?“T ’,“Wap é^oí Ye KaxeKUoOn <pUov ípop,
vft-l0T,5’éy WuáOoioi KctOñuevos, o*8é vi, poi^p
540 t|WeA.en Qweiv Kai ópav <páo<; ñeXíoio.
ayxap ércei KÁaícov te KoZivSópEvó; te Kop£G0T]v,
§n TOTE PE 7tpoa££i7i£ yépcov áAio<; vrjpEpTru; •
< pr|K£Tl, AlpEOg Dl£, TCOÁ/UV %pOVOV CCOKeXe^ OBTCO
kXocíE7CEÍ oí)K ávoaív uva 8t|opev • áUá láxioia
545 JlEipot, OTICOS KEV 8t| OTJV 7tOtTpi§(X yaiav lKT|Otl.
n yáp piv ^(DÓv YE KixfioEai, ti kev ’Op£GTr|<;
KTEIVEV í)7lO(p0áp£VOg • Gl) 8é KEV Ta<poo ávTiPoZr|oai<; >.
©<; £(paT’, aínáp époi KpaSíri Kai 0opó<; áyqvcop
amig EVl GTT|0EGGI Kai áxVDpévep 7l£p iáv0r|,
550 Kaí piv <pa>vriaa<; £7i£a KTEpÓEvxa 7tpoar|í>Sa>v •
< Toí)Toog pév 8t] oíSa- ai) 8é TpÍTov ávSp’ óvópa^E,
o<; tic; ETi tpog KaTepiJKETai £Í)péi tcóvtg)
[t|e 0avcóv • E0EÁ.CO 8e Kai áxv'úpEvóc; tcep aKonaai >.]
(oq £<pápr|v, ó 8é p’ aí>TiK’ ápeipópEvoc; TcpoaEEircev •
555 < vióg AaepTEG), ’I0<xki] evi oiKia vaícov •
tov 8’ íSov év vfjGQ) 0aÁ£póv Kaxá SaKpu %EovTa,
ví>p<pr|g év pEyápoiai KaÁi)\|/oi)<;, r¡ piv ávayicrj
ígxei’ ó 8’ oí) SúvaTai iyv jcaTpi8a yaiav iK£G0ai*

oí) yáp oi Tiápa vt|£<; é7iripeTpoi Kai ETaipoi,


560 oí Kév piv 7T£p7toi£v £7i’ £Í)pea varea 0aÁaoor|^.
aoi 8’ oí) 0éa<paTÓv egti, SioTpecpéc; co MevEÁae^
"Apyei év Í7i7iopÓT(p 0avéeiv Kai 7ioTpov £7iio7t£Ív,
áUá a’ éc, ’HÁÍjgiov tceSíov Kai TieípaTa yaíns
á0ávaToi 7iépyoi)oiv, o0i £av0ó<; 'Pa8ápav0ü<;,

565
Tfi 7l£p pT|lGTn PlOTTl 7léX£l áv0p(í>7tOlOlV *
OÍ) vupeTÓc;, oíSt’ áp xetpóv rcoAix; orne tiot’ ópPpo;,

66
ODISEA IV

y de Egisto, ninguno, sino que en la sala fueron matados’.


Así dijo, y el corazón querido se me hizo pedazos;
lloraba yo, sentado en la arena, y entonces mi pecho
ya no quería vivir más, ni ver la lumbre del sol. 540
Luego, cuando me harté de llorar y de revolcarme,
cierto, entonces me dijo el verídico anciano marino:
‘Ya no, hijo de Atreo, llores así, mucho tiempo, abatido,
pues ningún resultado hallaremos; mas bien, lo más pronto
posible, busca hoy cómo has de llegar a tu tierra paterna. 545
En efecto, o a Egisto hallarás con vida, u Orestes
antes lo habrá matado, y tú encontrarías sus exequias’.
Así dijo, y en mí, el corazón y el ánimo firme
se alegraron de nuevo en el pecho, aunque estaba afligido,
y yo, alzando la voz, le dirigí estas palabras aladas: 550
‘Ahora ya sé de esos hombres, tú nombra al tercero,
quién es el que, vivo aún, en el ancho ponto está retenido,
o muerto. Yo quiero escucharlo, aun estando afligido’.
Así hablé, y él al punto, respondiendo, me dijo:
Es el hijo de Laertes, el que en ítaca tiene su casa. 555
Lo vi en una isla, vertiendo muchísimas lágrimas,
en el palacio de la ninfa Calipso, la cual por la fuerza
lo entretiene; él no puede llegar a su tierra paterna,
pues no tiene naves con remos, ni compañeros
que lo escoltaran por las anchas espaldas del mar. 560
Para ti, Menelao, alumno de Zeus, no está decretado
morir y encontrar tu suerte en Argos, que nutre caballos,
mas te enviarán al campo elisio y hasta el confín de la tierra
los inmortales, adonde el rubio Radamanto se encuentra,
en donde, para los hombres, la vida es muy fácil: 565
no hay nevadas, pues ni hay duro invierno, ni lluvia siquiera,

66
homero
áotaP°l° nVeí°VTO^

oívsk’eyeÜ'EX.^ aVOl'l?Zelv “v0P®’cotx;, —


¡' , , X S E^6VT|V Kai a<piv yagPpó<; Atoe éaai >
570
J' TT TOVTOV éSúaexo Kopaívovxa,
amap eycov em vf,a, ap’ ávxi0éoia’ éxápoiaiv
nía, TtoXXa 8e poi KpaSíq rcópipope kiÓvti.
ttrop eró p’ énl vf¡a Ka^XOogev f|8ó OáXaaaav
oopjtov 6’ ojtAiaápeaO’ foií x’ñXo0ev ápPpooíq ví£
575 Olí -coxe KoigT|0tipev éiri pnypivi 0a7ácrorie-
ñp°í 8’ ripvyéveia <pávr| poSoSáKxuÁoe ’Hráe,
vr¡a<; pev jiápnpoixov épúaaapev eí? aXa 8íav,
£V 6 IGTOD^ Tl0£Jl£G0a Kai ÍGTÍoc VT)l)GÍv ElGrj^ •
av Se Kai antoi pávtEg érci kAt|ígi Ka0i^ov,
580 £^f¡<; 5 ’ É^ópEvoi 7ioXiTjv áXa rúrcTov épEzgoii;.
áij/ § ’ £ig AiyÓKToio, SiuiEtéog 7iotapoio,
GTT¡Ga véa<; Kai Eps^a T£Ár|£GGa<; £KaTÓp|3a<;.
antáp £7i£i KaT£7iat>Ga 0£¿ov %óXov aÍEv eóvtcov,
%eu ’ ’Ayapépvovi TÚp|3ov, 'ív ’ aGpEGtov KÁéo<; eír|.
585 tanza T£Á£i)TriGa<; v£Ópr|v, eSoaav Sé poi onpov
áOávawi, toí p’ ©Ka <píÁr|v ég 7taTpíS’ ejtEpyav.
áAÁ’ áy£ vnv ércípEivov évi gEyápoioiv époíoiv,
6q>pa KEV EvSeK<XTT| te SncoS£KaTT| te y£vr|Tai •
Kai tote a’ eu Tcépyco, Scoaco Sé toi áyXaá Scopa,
590
tpEic; írcrcoog Kai Süppov én^oov • antáp ETteiza
Sáaa> KaXov aróaov, 'iva arcévSpaOa Oeotaiv
áOaváxoia’ épéOev pepvripévoe ñpaxa Jiávxa».
xóv 8’ ai> TpXépaxoe Jtenvupévoe ávxíov nvóa-
« ’AxpéíSri, pñ Sñ pe rcoXw xpóvov év0áS’ epwe.
Kai yáp k’ eic éviaoxóv éyó) Jtapá ooí y’ ávexotpnv
595
ÍÍU8V05, oóSé ké p’ o’íkoo eÁoi JcoOo; oi)8e xoktiiúv

67
ODISEA IV

mas siempre envía el Océano buen viento del céfiro


que sopla silbantemente, para refrescar a los hombres,
porque tienes a Helena y eres, para ellos, yerno de Zeus’.
Dicho esto, él se hundió bajo el ponto ondulante; 570
mas yo hacia las naves, con mis compañeros, pares a dioses,
me iba: mucho, al andar, mi corazón se agitaba entre cuitas.
Mas cuando a la nave y al mar arribamos,
pues preparamos la cena, y vino la noche divina;
entonces nos acostamos en la costa quebrada del mar. 5^5
Al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,
antes que nada, hacia el mar divino botamos las naves,
y allí, en cada estable nave poníamos el mástil y velas;
subiendo ellos mismos, se ponían junto a las chumaceras,
y, sentándose en fila, el canoso mar con los remos golpeaban, sso
Nuevamente, en el Egipto —río que desciende del cielo—
detuve las naves y sacrifiqué hecatombes perfectas.
Aplacada la ira de los dioses siempre existentes, un túmulo
erigí a Agamenón, por que inextinguible fuera su fama.
Terminando esas cosas, volví, y viento propicio me dieron 585
los inmortales, que presto a la patria querida me enviaron.
¡Mas, anda! Quédate ahora aquí en mi palacio,
hasta que sea el undécimo día o el duodécimo;
entonces te despediré bien, te daré espléndidos dones:
tres caballos y un carro bien pulido, y además te daré 590
una bella copa, para que libes por los inmortales
dioses, acordándote de mí todos los días”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“Atrida, ya no me detengas aquí mucho tiempo.
Pues ciertamente me quedaría contigo un año completo, 595
sentado, y no me tomaría el anhelo de mi casa y mis padres,

67
HOMERO

év nóK ’ a n 11 g°l áviáí>™ éxaipor


- X>p±- 8//eZPÓV0V

évE a 'ls ’^T °"K ^0Mai> áU“ °°l «<>™


evOaSe Xeiyco ayaZpa- ai yáp keSÍoio áváa 1
eupeoc;, cp evi pev A,cotó<; TioXíg, év Sé KÚrceipov
rcupoi xe £eiaí te Í5’ eüpixpuég kPÍ Xcdkov.
605 év 5 I0<xkti oíSt ’ áp Spópoi eüpéet; orne ti Xeipcóv •
aíyipoTog, Kai páÁAov éuppaToc, ítctco(3ótoio.
oí)yáp Tig vriacov bnnUaToc; oáS’ Eo^Eipcov,
ai 0 ’ áXi KEKXíaTai • ’lOáKrj Sé te Kai 7t£pi rcaaécov :
coi; cpáTO, ilieiSticjev Se porjv áyaOó; MevéXao;,
610 %£lpí T£ piv KaTEpE^EV £7tO<; T ’ EípaT ’ £K T ’ OVOpa^EV
« aipaTÓg eíc; áyaOoio, cpíXov tekoi;, oí’ áyopeÚEi
TOiyáp éycó toi Tama pETaarrioco- Súvapai yáp.
Scopcov S’, oaa’ év épcp oikg) KEipqÁia keítcxi,
Scóaco o KáXZiaTOv Kai TiprjéaTaTÓv éaxi.
6i5 Scóaco toi KprjTfipa TEwypévov • ápyopEo; Sé
egtiv áftac;, xpDacp S ’ etií %£iÁ,£a KEKpaavxai,
Epyov S’ 'HcpaÍGTOio- rcópEv Sé é OaiSipo^upco;,
EiSovícov paaiÁeús, 00’ eóg Sopo; áp<p£K(xÁ'ui|/£
KEiaé pe voGTTiaavTa- teiv S’ éOéAzo tóS ’ órcáaaai».
620 (oq oi pév Toiama Ttpó^ áÁÁriÁoo; áyópeyov,
SaiTnpóvEc; S’ £<; ScopaT’ íaav 0eioo paaiÁfio;.
oi 5’ íyyov pév pfjÁa, cpépov S’ Eonvopa oívov •
gÍtov Sé a<p’ áXoXoi KaUiKpnSepvoi érceprov.
oí pév rcepi Seíkvov évi pEyápoiai kevovto,
625 pv'naTTjpei; Sé rcápoiOev OSoaafjoi; peyapoio
SíaKOiaiv TépirovTO Kai aíyavépaiv ievte;,

68
ODISEAIV

porque oyendo, con tus pláticas y tus palabras disfruto


muchísimo, mas mis compañeros ya se me enfadan en Pilos,
la muy sacra, y tú quieres aquí detenerme más tiempo.
El don que acaso me des, que sea alguna joya; 600
a ítaca no llevaré unos caballos; mas bien, para ti
aquí voy a dejarlos, de ornato: reinas sobre una llanura
ancha, en la cual hay loto abundante, y hay juncia,
trigo y escanda y blanca cebada que crece ampliamente.
En ítaca ni hay anchas calzadas ni prados; de cabras 605
es criadora, y es más amable que una que cría los caballos.
Ninguna isla es rica en prados, ni apta para ir a caballo,
de las islas que están en el mar, e ítaca menos que todas”.
Así dijo, y sonrió Menelao, de grito potente;
lo acarició con la mano, y esto decía y lo nombraba: 610
“¡Eres de buena sangre, hijo querido, cómo te expresas!
Pues bien, esas cosas yo voy a cambiarte: lo puedo.
De cuantos dones están en mi casa cual joyas,
te daré el que es el más hermoso y el más honorable.
Te daré una cratera bien trabajada; de plata 615
es toda, y con oro han sido acabados sus bordes,
un trabajo de Hefesto; me la donó Fédimo, el héroe,
el rey de sidonios, cuando, viniendo yo de regreso,
allí me dio alojamiento su casa: esto quiero obsequiarte”.
De ese modo, éstos, entre sí, tales cosas hablaban, 620
y los comensales, del rey divino a la casa llegaban.
Ellos conducían ovejas, y llevaban enérgico vino;
y sus esposas, de velos hermosos, el pan les enviaban.
Así éstos, con la comida en la sala ocupados estaban,
mas, frente a la sala de Odiseo, los pretendientes, 625
disparando, se recreaban con discos y con venablos

68
homero
éÁ«Up.v í„™s.

ápxoi uvÜ K“l feoel5¿

630 tois 8 ’ móc OeXV5^-5 E°“V ^°z “plOTOl-


’Avxívonv uíl °W1V énÓ0eV éZ0“V
VTivooy guOounv ampógevog Kpooéewev •
ójtTtÓTf TnV ’11 P“ Tl }5g,eV ÉVÍ Wealv Kai ot)KÍ,
ojitote TnXegaxog ven’ gK núXou r,pa0óeVToc-
vna |«n <nXet’ Sy«v égé 8e Zpeó yívexar aí,¿
635 HAxó e? eypvxopov Sia^pevai, ev0a pov mrcoi
ocooeKa 0r|Xeiai, btto ó’ f|gíovoi xaÁaepyol
aójirjxec; • tcov kev xiv eXaaoá|Li£vo<; óa¡iaaaípr|v ».
£^pa0 , oí S ava 0djiov £0ajiPeov * ou yap ecpavxo
ég níÁov oíxeaGai Nr|Xf|iov, vXká tcod amou
640 áypcov gr|XoiGi 7iapepgevai rj£ auparay
xóv 5’ aire’ ’Avxivoog rcpoaécpri, EÜ7t£Í0£o<; uió^-
» t,t t M \ t «ot

« vxipepxeg poi eviarce- rcóx’ (pxexo Kai xíve<; ama)


Koupoi ercovx’; ’I0aKri<; e^aípexoi, íj coi amoo
0rjxé<; xe Sjicoeg xe; Sóvaixó ke Kai xó xeXeaaai.
645 Kai poi xoux ’ áyópeuaov exrixujiov, expp ’ éi) eí5a>,
t]ae pír¡ a£Kovxo<; á7xr¡ijpa vf¡a jieXaivav,
t¡£ ekcov oí ócÓKag, ércei TtpoaTCXÚ^axo púGcp ».
xóv 5’ vió<; <X>povíoio Noiípcov ávxíov n^a-
« atiTÓí ÉKÓV oí Sanca- tí kev pélete Kai aXÁo?,
650 óttjtÓt’ ávílp toioóto?, ex<BV peÁeSñpaTa0upt¡),

aÍTiÍp; xaXenóv kev ávñvaaOai Sóaiv m


Kovpoi S’, oí kow Sñpov ápuneoown Hí« nPe«í-
oí oí enovT’- év 8’ ápXí>v ¿Y® Paívovx evopaa
Mévxopa ríe 0eóv, xrn 8’ aw navxa

^óv wmoíov. tote 8’ épfñl W nvXovSe »•

69
ODISEA IV

en el patio bien hecho, justo donde antes, con insolencia.


Antínoo y Eurímaco, símil a un dios, estaban sentados:
jefes de los pretendientes; en destreza, asaz los mejores.
Y acercándose a ellos Noemón, el hijo de Fronio, (.30
interrogando con estas palabras a Antínoo, le dijo:
“Antínoo, ¿sabemos acaso —o no— en nuestras mentes,
cuándo Telémaco vendrá de Pilos, la muy arenosa?
Se ha ido, llevando mi nave; de ésta me llega la urgencia,
para ir a la espaciosa Elide, en donde yo tengo
doce yeguas y, bajo ellas lactantes, sus mulos de carga,
no domados: trayendo uno de éstos, quisiera domarlo”.
Así dijo, y se pasmaban en su alma: no imaginaban
que hubiera ido a Pilos, la de Neleo, mas que ahí, en algún sitio
de los campos se hallaba: o con sus greyes o con el porquero.
Le dijo entonces Antínoo, el hijo de Eupites:
"Dime verídicamente: ¿Cuándo se íue, y jóvenes, quiénes
lo seguían? ¿Los mejores de ítaca, u otros, sus propios
asalariados o siervos? Podría haber hecho esto inclusive.
Y, a fin de que yo bien lo sepa, dime esto verídicamente, 645
si a fuerza, a mal de tu grado, sustrajo tu negro navio,
o se lo diste de grado, después de que instó con palabras”.
A su vez, Noemón, el hijo de Fronio, le dijo en respuesta:
Se lo di yo mismo, de grado. ¿Qué haría cualquier otro,
cuando tal varón, pesadumbres teniendo en el alma, 65<)
lo pide? Habría sido difícil negar el regalo.
Jóvenes que en el pueblo son los mejores después de nosotros,
esos lo seguían: yo noté que embarcaba, cual jefe,
Mentor, o un dios que a él parecíase del todo.
Mas de algo me asombro: vi aquí a Mentor divino, 635
ayer al alba, Mas él se embarcó en aquel tiempo hacia Pilos".

69
homero

H'VT|a'rri pct<; 5 ’ «unS, c “Yqvcop.


660

2Z?' " V£? géY“ «^tvax


WOavT , oaae 8e oi Ttopi XagKETÓcovxi eÍkttiv •
<< w *07101 p geya epyov wtep«puxA«s éxeXéaGn
TWgaxqi 0805 T|Se- tpágev 8é oi oí xeXéeaOm
665 eí. xoaarov8’ áéicriTi véoc, Ttaí; orZexai aiño>?,
yña époaaágevo^ xpíva; t’ ává Sñgov ápíaxovg,
ap^ei Kai zpoxépco kcckov eggevat- áUá oi aíxró
Zeix; óXéaeie Pú|v, Ttpiv r¡Pr|? géxpov ÍKÉa0ai.
áAX’ áye goi Sóxe vrja 0ot)v Kai e’ÍKoa’ exaípou^,
670 o<ppa giv aímg íóvxa Xoxnaogai ^Sé qn)Xá¿;a>
év Kop0pa» ’I0<XKri<; xe Zápoió xe 7tautaÁ,oéaor|<;,
óg av éKiagnyeptóg vanxíÁXexai eiveiax rcaxpóc;».
(üq £<pa0 oí 8 ’ apa Tcávxeg ércfiveov rS ’ eKeXevov •
ax>xÍK’ £7ceix’ áv<5xávx£<; £pav Sójiov £i<; ’OSvarjog.
675
008’ apa nnv£XÓ7i£ia tcoáóv xpóvov íjev aTruaxog
jró0(ov, oog pvxi<5xrip£<; éví (ppficri PooaoSopevov.
KñpuS yáp oi eeiTte Mé8<ov, o? érceíOexo PovÁáí
aíXñs ¿«ó? éráv oi 8’ ev8o0i gñw otpaivov.
Pñ 8’ i'ucv áyyeXémv Siá Scógaxa IlnveXoTieiti •
tov 8e k«x’ 0Í80Í pávxaTtpoaníSa nnveXoTteia-
680
« tcñpX)^, xí*xe 8é ae 7tpóeaav gvnaxnpe? “Ta
íi eteégevar Sg^atv’^a Kévea6al;
eovíov 7canaaa0ai, crqncn o awu

685
toa» «al rin™ V”
oi 0ág’ áyeipógevoi pioxov xaxaKetp

70
ODISEA IV

Así habiendo hablado, a la casa se fue de su padre,


y se admiró en ellos, en ambos, el ánimo firme.
A un tiempo, a los pretendientes sentaron y el juego pararon.
Y entre ellos habló Antínoo, el hijo de Eupites, w.
dolido; sus entrañas tanto llenábanse de ira que negras
quedaron doquier, y sus ojos parecían fuego brillante:
“¡Ay! Vehementemente fue cumplido un ingente trabajo
por Telémaco: este viaje. Decíamos que no iba a cumplirlo.
Si a despecho de tantos, un joven, un niño, se marcha, 665
botando una nave y a los mejores del pueblo eligiendo,
comenzará a ser, y será nuestra ruina. ¡Ojalá le extinguiera
Zeus la fuerza, antes de llegar al tiempo de la juventud!
¡Ea! Dadme una rápida nave y veinte remeros,
para que a él, cuando él venga de vuelta, yo aceche y aguarde
en el estrecho entre Itaca y Samos, llena de escollos:
que horrenda resulte su navegación por causa del padre”.
Así dijo, y todos ellos asentían y eso apremiaban;
acto seguido, parándose, de Odiseo a la casa se fueron.
Penélope no mucho tiempo estuvo ignorante 675
del plan que los pretendientes urdían en el fondo del pecho,
pues se lo dijo el heraldo Medonte que oía los consejos,
estando afuera del patio: ellos adentro tejían su proyecto.
Presto se fue por la casa a avisar a Penélope,
y a él, que había cruzado el umbral, Je dijo Penélope: 680
“Heraldo, ¿por qué te enviaron los pretendientes egregios?
¿Acaso a decir a las siervas del divino Odiseo
que dejen sus labores, y el banquete para ellos preparen?
No pretendiendo ni reuniéndose en otra ocasión,
que por última vez y postrera, hoy aquí banquetearan: 685
vosotros que, a menudo reunidos, agotáis muchos recursos,

70
homero

690
¿X, X ' eS«lGlOV ODT£ TI eÍTt&v
Snnw n r ’ éaxi 8íKn eeííOV pa<nWlwv.
8’£Z0aiPW PpOTñv’ ke cptAoín.
Keiv°s 8 ov tote naprcav áxáoGaXov avSpa é¿
ecopyei
aAA, o pev vpexepog Gvpóc K<xi áeiKÉa É'nW
, • • --r'-'s ~>vval uttiKEa epya
695 (patvexai, oí Se xíg ecm xápig geTÓKiaO’ eíepyéoov ».
ynv S aw 7tpoaeei7ie MeSov, 7i£7iv'ügéva eiStíx; •
« £t yap 8t|, paaiAeia, TÓSe tiZeíotov kcxkóv eír|.
áXXá rcoÁí gei^óv Te Kai ápyaXeÓTepov aUo
gvqaTfjpeg tppá^ovTai, o gq TeXéaeie Kpovícov •
700 TqAégaxov gegáaai KaTaKTagev ó^éi xocXkco
o’ÍKaSe viaógevov -65’ ePrj geTa rcaTpcx; ockovíiv
é<; níÁov qya0éqv qS ’ éq AaKeSaígova Síav ».
©g (pazo, Tqg 8’ aÍToo Xíto yoívaTa Kai cpíXov rgop
8qv Sé giv ácpaaíq ercécov Zape, t© Sé oi oaae
SaKpvócpiv rcXfjaOev, 0aAepq Sé oi ea%£To cpcovq.
oye 8é Sq giv erceaaiv ágeipogévq Kpoaéeute •
« Kqpi)^, xíftT£ Sé goi rcáü; oi'xHTai; oíSé ti giv xpe©
vq©v ©KWtóp©v ercipaivégev, ai 0 akoQ ircrcoi
ávSpáai yívovxai, itepó©ai Sé tcovAdv é<p íyp'nv-
fi 'iva pnS’ ovop’ avxov év ávGpámoiai Aíirnxai; »
mv 8’ ñpeípEx’ ércerxa MéScov «CTVvpéva eiSco?-
« ovk oíS’, ñ tí? pw Geo? óSpopev^e
Gvpó? écfxoppñ&n íVev é? nvÁov, ocppa wGnxai
mxpó? ¿ov vóoxov ñ ov xiva wv e^auev ».
apa cpcavnca? á*&\ k«x« Stop «*><"£;•
xí,v5’¿o? ápcpexúGri GvpocpGopov, ovS ap ex exAn

71
ODISEA IV

propiedad del sagaz Telémaco. ¿Para nada escuchabais


de vuestros padres en otro tiempo, cuando erais muchachos,
cómo era Odiseo entre los que os engendraron,
el cual ni hacía ni decía algo inicuo a ninguno 69(
en el pueblo? Y de reyes divinos, ésa es la costumbre:
pueden odiar a alguno de los hombres, a otro pueden amarlo.
Aquél nunca, jamás le había hecho a un hombre algo insensato.
Mas ciertamente vuestro ánimo y viles acciones
son patentes: no hay gratitud alguna tras buenas acciones”. w
Le contestó a su vez Medonte, sapiente en sus juicios:
“Ojalá que éste fuera, reina, el mayor de los males.
Sin embargo, otro, mucho mayor y más fastidioso,
trazan los pretendientes. ¡Ojalá el Cronión no lo cumpla!
Con el cortante bronce anhelan matar a Telémaco, 00
cuando vuelva a su casa. Él fue por noticias del padre,
a la muy sacra Pilos, y a la divina Lacedemón”.
Habló, y sus rodillas y su corazón allí se soltaron;
y la atrapó mucho tiempo una afasia verbal, y sus ojos
se llenaron de lágrimas, y su voz al brotar se detuvo. 705
Sólo más tarde, respondiendo, con palabras ella le dijo:
“¡Heraldo! ¿Por qué se ha ido mi hijo? No le era preciso
embarcarse en las naves veloces, que caballos del mar
son de los hombres, y cruzan sobre aguas inmensas.
710
Le respondió entonces Medonte, sapiente en sus juicios:
“Yo no sé si algún dios lo impulsó, o si su ánimo mismo

Así habiendo hablado, se fue por la mansión de Odiseo.


A ella, la envolvió una tristeza letal para el alma, ni pudo

71
HOMERO

noUñv rara oikov ÉÓvtwv,


y aP7£K 01l80Í ^Wtitou OaXápoió
oucxp °^o<f>vpogevT| • nepl 8é Sprpai piví>pi£ov
7ta°“l’.°CT“l KOtTa 5<W éoav véai t,8e naXaiaí.
ttk ó aóivov yoótoaa pE-tryó8a nqveKóneia-
, « KÁ.Í.XE, «píÁai • rcepi yáp poi ’OXópTtiog cáiye’ eSmkev
£K icaaecov, ooaai poi ópoí) Tpátpov 13S’ éyévovxo,
fi rcpiv piv kooiv éo0Aóv áróXeaa GupoÁéovxa,’
725 TCavToíflo’ áperpoi KEKaopévov év Aavaoiaiv,
éaOXóv, toa) kXeoc; £Í)pi) Ka0’ 'EÁZáSa Kai péaov ’'Apyo<;.
vvv oró TtaíS’ áyaKUTÓv áv'npéyavTO 0v£AAai
ctKÁéa ek pEyápcov, oí>8’ óppn0£VTO<; aKovaa.
a%£TXiai, oi)8’ vpEic; 7tep évi (ppsai 0eg0e EKaoTri
730 ek Xexecov p’ áveyeipai, é7iiGTáp£vai aátpa 0vpw,
orcrcÓTE keívoc; éPn koíátiv ¿ki v^a péAaivav.
ei yáp éyó) KV0ópriv toí'Úttiv óSóv óppaívovxa,
x& KE páV TÍ KEV speive, Kai éoaópevó? nep ó8oio,
TÍ kÉ p£ T£0vr|T)iav évi psyápoiaiv éXeutev.
73? áUá tis óxpqpos AoXíov KaÁéoeie yépovta,
8pw’ épóv, ov poi 8&ke Tca-riip cti Sevpo Kiauail,
Kaí poi KTJ71OV
KOtl P-Ol ézet ’rcoXoSévSpeov,
KÍÍJtov SJQEl 6<ppa mXicxa
/LUAUUtvupcuv, vyyv.
AocépTfl záSe rcávToe rcapE^ópEvoc; KaiaXé^p,
sí Sri 7ioi) Tiva keívoc; évi <pp£oi prjTiv ixpr|va<;
é^eÁ0ó)v Áaoiaiv óSvpETai, oí pEpáaaiv
740 £
Óv Kai ’08voof¡o<; <p0£Íaai yóvov ócvtiOeoio ».
TT|V 8’ OCOTE KpOaé£lK€ <píAl| TpO<pÓ<; Evpí)KÁ£ia-
« vvptpa (píAip av pév áp p£ KOrtmcTave vr|A,éi %aÁK<p,
i} éa év pEyápcp- pvOov 8é toi ovk éKiKEVGú).
pSe’ éyó) tóSe rcávTa, KÓpov 8é oi, ogg ’ éKÉÁEOGE,
745
GÍTOV Kai pé0i) rSí- ép£v 8’ eáeto péyav opicov

72
ODISEA IV

sentarse en una silla de las muchas que había en la morada,


mas se sentó en el umbral de su estancia arduamente tallada,
lamentando míseramente; lloriqueaban en torno las siervas,
todas, mozas y viejas, las que en la casa se hallaban. 72
A ellas, incesantemente gimiendo Penélope dijo:
“Oídme, queridas: a mí, el olimpio me ha dado más penas
que a todas las que crecieron y nacieron junto conmigo,
a mí, que antes perdí —corazón de león— a mi noble marido,
entre los dáñaos insigne en virtudes de todas las clases, 72;
noble, cuya fama es amplia en Hélade y Argos central.
Y ahora, las tormentas arrebataron a mi hijo querido
del palacio, sin gloria, y ni oí que se hubiera marchado.
Crueles, ni siquiera vosotras, cada una, pusisteis en mente
despertarme del lecho, aunque bien lo sabíais en el alma, 730
cuando aquél se fue al cóncavo y negro navio.
Pues, si hubiera yo sabido que él proyectaba este viaje,
entonces, cierto, se habría quedado, aun ansiando su viaje,
o muerta me habría dejado aquí en el palacio.
735

740

"Niña querida, pues mátame tú, con el bronce inclemente,


o déjame en el palacio; no te voy a encubrir mi palabra.
o sabía todo esto, y le di cuanto él me ordenó,
Y
pan y suave vino; mas me tomó el gran juramento

72
homero

S a'S°l éíElV’ ’CP\V 8w8etó^v ye yevÉa6ai


. » ?V TO?eaai Kai “WwOévto? áKoüactx
s11 KXoilouaa Kax« Xpóa KaXóv ÍÓtok;.
750 “ , «Spnvauévn, KaOapá xpoi' sípaO’ éXowa,
etg wtep<p’ ávaPaaa avv ágcpmóXoiai yvvai^iv
£D%£ A0qvaiq, Kovpq Aio<^ aiyióxoio •
n yáp KEV giv etieitcc Kai EK 0aváxoio aacóaai.
PISe yépovxa kSkov K£KaK©gévov • ov yáp oí©
755 7Eay%n 0eoí<; gaKapEaoi yovqv ’ApKEiaiáSao
£X0ea0’, áAA’ exi kov tu; £7t£G<j£Tai, og kev exnai
8©gaxa 0 vipepeípea Kai a7to7tpo0i iciova^ áypov<^ ».
©<; (páxo, Tfig 6’ EvvqaE yóov, a%É0e 8’ oaae yóoio.
q 8’ vSpqvagévq, Ka0apá xpoi Eiga0’ Mea.
760 eic; V7i£p©’ ávÉpaive ai)v ágípucóXoiai yvvai^ív,
ev 8’ e0ex’ ovÁoxvxa<; Kavé©, aporco 8’ ’A0qvq •
« kAv0í g£V, aiyióxoio Aió<; xéKog, ’Axpvx©vr|,
EÍ teote toi TtoÁvgqxi^ évl gEyápoiaiv ’OSvogeix;
q Poóq q ovoq Kaxá rcíova gqpía xq£,
765 x©v vvv goi gvqaai Kai goi <píÁov nía aá©aov,
gvqaxqpag 8’ árcáÁaÁKE KaK©g vrcepqvopeovxaí;».
©<; eítcovg’ óXóáv^e, 0fiá 8é oi eká.d£V ápq<;.
gvqaxqpeg 5’ ógáSqaav ává gEyapa GKioevxa*
©Se Se xig eikegke vé©v v7t£pqvop£ovx©v •
770
« q gáXa Sq yágov ággi 7ioXvgyqaxq paaíÁeia
ápxvei, ovSé ti oíSev, o oi (povoc; vii xexvKxai ».
©g apa xig eikegke, xa 8’ ovk ioav ©<; éxéxvKxo.
toígiv 8 ’ ’Avxívoo<; áyopqaaxo xal gexéeiTte •
« Saigóvioi, gv0ov<; gév vrcep<piáÁov<; áXeaaüe
jtávxe? ópñs, pí roró tk ánayyeíXriai Kai eiato.
775
áXX’ aye atyn wtov ávaaxávTe? TeXetogev

73
ODISEA IV

de no decírtelo antes de que fuera el duodécimo día,


O de que tú lo extrañaras y oyeras que habíase marchado,
para que no desgraciaras, llorando, tu hermoso semblante.
Mas lavándote, poniendo en tu cuerpo limpios vestidos 75c
y subiendo al piso de arriba con tus mujeres sirvientas,
implora a Atenea, la hija de Zeus, que la égida tiene,
pues ella, luego, lo puede salvar de la muerte inclusive.
Ni tribules al viejo ya atribulado; en efecto, no creo
que por los dioses felices la estirpe del hijo de Arcisio
sea odiada del todo, mas alguien aún quedará, por que tenga
la casa de alto techo y, lejos, los fértiles campos”.
Así dijo, y durmiole el llanto y contuvo sus ojos del llanto.
Ella lavándose, poniendo en su cuerpo limpios vestidos,
subía al piso de arriba con sus mujeres sirvientas; 760
y allí puso harina, en un cesto, y así suplicaba a Atenea:
“Escúchame, Indómita, hija de Zeus, que la égida tiene:
si alguna vez en este palacio, el ingenioso Odiseo
quemó para ti pingües muslos de buey o de oveja,
hoy recuerda esas cosas y salva a mi hijo querido, 765
y aleja a los pretendientes, que son malamente soberbios".
Dicho esto, ululó, y la diosa escuchó su plegaria.
En la umbrosa sala se alborotaron los pretendientes;
y de los soberbios jóvenes, uno así les decía:
“Cierto, la reina muy pretendida nos prepara la boda, 770
y ni sabe que a su hijo le ha sido dispuesta la muerte .
Así decía alguno, mas no sabían cómo estaban las cosas.
Y entre ellos, Antínoo tomó la palabra y les dijo:
“Demonios, evitad insolentes palabras,
todos, sin excepción, no alguien las cuente también allá adentro.
¡Ea! Muy en silencio parándonos, ahora cumplamos

73
Homero
|w9ov, ó xa! rcaatv évi <ppeaiv Rpapev r¡piv ».

co<; eikcov GKpivax eeikooi cparcac; ápíoxotx;,


¡3ocv 8 levar etci vf)a Ooiyv Kai 0Íva OaÁotGGT^.
780 vfja |iev ouv 7iaji7ipcoTov ctXóc, Pev0oo8e Epuoaav,
év 8’ iaxóv te tí0evto Kai irruía viyi geZaívp,
T^pTÚvavio 8’ ép£T|iá TpOKoio’ év SEppaxívoiGi
[itávTa Kaxá poipav * ává 0 ’ imía íew TuÉTaoaav •]
T£U%£a 8é G<p’ TjVElKOCV U7U£p0u|AOl 0£pá7COVT£<;.
785 uyoü votíco trv y’ cópptoav, ek 8’ epav auxoí-
£v0a Se Sóprcov eXovto, pévov 8’ érci egkepov eáSeív.
f| 8’ UTUEpGiírp aí)0i KEpírppcov nnvEXójtEia
keit’ áp’ aovco^, a7tacrco^ e8rtuo^ti8e kotrto^,
opjxaívouo’, n oi 0ávawv rpúyoi uió<; ájróprov,
790 í| o y’ útcó pvrimfipciv óiuEprpiaXoiot 5ap£Ír|.
oooa 8e jiEpiifipi^e Xécov ávSpcov év ógíÁx»
SEÍaac;, onnoxe jlliv SóXiov TUEpi kókAov áycoai,
TÓaaa piv óppaívouaav é7ufiZu0£ vriSupog orcvoc;-
eú8e 8 ’ ávaKÁiv0£Íaa, AuOev 8é oi ayea 7uávTa.
795 ev0’ aux’ áAA’ evótige 0£a yZauKÓoTti^ ’AOrjvri •
eiSooÁov koít|G£, Sé|Lia<; 8’ 'híkto yovaiKÍ,
’I<p0ífiTi, KO'ópTj p,£yaÁr|Topo<; ’lKapíoio,
tt|v EügriXog orcoiE, <X>£ppa’ evi oÍKÍa vaícov.
rcépjuE 8é jxiv Tcpóg Sóp/ru’ ’OSoaafjog Oeíoio,
800 eío<; ITrYVEÁÓTiEiav óSupopévT|v yoocoaav
rcaúaEiE KÁauOpoio yóoió te SaKpoÓEvwc;.
; OáXapov 8 ’ £ÍaíjX0£ Trapa KÁrjíSo^ ipávxa,
Tfj 8 ’ áp ’ í)Tcép K£<paÁfi<; Kai piv 7tpóg püOov eeittev •
« evSeig, IIr|veXoTr£ia, rpíXov tetitjpevt, r|wp;
805 u pév a ’ ooSe écóm Oeoí p£Ía £coovte<;
Á,aíeiv ouS ’ áKaxriaOai, etteí p ’ eti vócmpóc; éaxi

74
ODISEA IV

el plan que, cierto, se ajustó a la mente de todos nosotros”.


Dicho esto, eligió a los veinte mejores varones,
y se fueron presto a la nave veloz y a la playa del mar.
Antes que nada, hacia lo hondo del mar botaron la nave,
y ahí, en la negra nave ponían el mástil y velas,
y aparejaron los remos en los estrobos de cuero
—todo con orden— y, blancas, desplegaron las velas;
y les llevaron las armas sus muy animosos sirvientes.
En aguas profundas anclaron su nave y ellos salieron;
ahí tomaron su cena, y esperaban que viniera la tarde.
Allá, en el piso de arriba, la muy prudente Penélope
yacía en ayunas, sin probar la comida ni la bebida,
ponderando si su hijo intachable huiría de la muerte,
o si sería matado por los pretendientes soberbios. "w
Cuanto vacila un león entre una caterva de gente,
temeroso, cuando en torno le tienden un cerco doloso,
así ponderando ella, la invadió un sueño indomable;
y dormía recostada; sus coyunturas todas se le soltaron.
Entonces pensó en otra cosa la diosa ojiglauca Atenea.
Hizo un fantasma, se asemejaba en figura a una dama,
a Iftima, la hija del magnánimo Icario:
la había desposado Eumelo, el que en Feras su casa tenía.
Y lo envió a la casa del divino Odiseo,
para que el a Penélope, que se quejaba y gemía, 800
hiciera cesar del gemido y lamento lloroso.
Penetro en la estancia por la correa del cerrojo,
se colocó sobre su cabeza y estas palabras le dijo:
"¿Duermes, Penélope, afligida en tu pecho?
No, sin duda; los dioses, que viven fácil, ni te permiten
llorar ni estar abatida, pues ya está destinado al retorno

74
Homero

810

K«t ne KeXeai mwaa0ai ól^o? r,8' ÓSováav


noUeov, at u epe0oo<n Kai& <ppéva k«i Kaxá O^óv •
T| Jtpiv gev reoaiv ea0Xov ¿máte™ 0upoXéovxa,
815 nav-coípa’ ápeiíjai KeKaagévov év Aavaoioiv,
éoOXÓv, xoí, kXÉo; eipi Ka0’ 'EUáSa Kai géaov "Apyo?.
vw ai rcaig áyamiTcx; ej3rt koíárc; ércl vró<;,
vt|7cio<^, oote 7iov(ov eí eiS©^ oot’ áyopácov.
toí Sr| ¿y© Kal paXÁov óSipopai r rcep ¿keivot».
820 too 8 ’ ápípiTpopéco Kal SeíSux pf| ti 7cá0paiv,
p o ye. T©v évl Sripcp, tv ’ oí%£Tat, r évl tcóvtq) •
SoapevÉEg yáp rcoÁXol etc’ aÍT<p prixavócovTat,
lépevoi KTEtvai, nplv TiaTpíSa yaiav ÍKéa0at».
rqv 8’ áKapEiPópEVOV KpoaéípT) e’tScoXov ápaopóv
825 « Oápaet, ¡xr^Sé ti 7táy%o psTa <pp£<rí 8eíSi0i Xítiv •
toitj yáp oi noprcói; áp’ ep%ETai, r¡v te Kai áXXoi
ávépe^ rjprjaavTo 7tap£aTap£vat, SvvaTai yap,
riaXXat; ’AGrivatrv ae 8’ óSt>popévTiv éÁeaípEf
tí viv pe rcpoérjKE teiv tóSe pt)0r|aaa0ai».
ttjv 8 ’ avre TipoaéeiTtE 7iepí<pp<»v ílnveXÓTceia •
830
« £Í pév Sti 0eó<; éaai, 0eoíó te ekáoes aí8r|v,
ei 8’ áye pot Kal keivov ói^opóv KaxaXe^ov,
n 710-0 £Ti ;©£1 Kal opa 9^ rje^oto,
í, téOvriKe Kal eív ’A'ÍSao Sógoifli ».
tnv 5 ’ áwagetpógevov npoaeipn eiStoXo g
835
« oí, gév wi Ketvóv ye 3«ivetí<0S ayopeoaco,

75
ODISEA IV

tu hijo: ante los dioses, de ningún modo es un criminal”.


Le respondió entonces la muy prudente Penélope,
dormitando en las puertas del sueño, asaz dulcemente:
“¿Por qué, hermana, llegaste hasta aquí? Jamás, de ordinario,
sueles venir, pues muy mucho lejos tienes tu casa; si i
y me ordenas que calme tristezas y penas
muchas, que a mí, en la mente y el alma me inquietan,
a mí, que antes perdí —corazón de león— a mi noble marido,
entre los dánaos insigne en virtudes de todas las clases, si5
noble, cuya fama es amplia en Hélade y Argos central.
Y ahora, mi hijo querido se fue en una cóncava nave,
un muchacho, que no sabe bien de trabajos ni de ágoras.
Por él yo gimo ahora, aún más que por causa de aquél.
Por él yo tiemblo toda, y tengo temor de que algo padezca
o en el pueblo de esos adonde ha ido, o quizás en el ponto,
porque maquinan contra él muchos hombres hostiles
deseando matarlo, antes que llegue a su tierra paterna”.
Respondiendo, el obscuro fantasma le dijo:
“Ten ánimo, y nada en tu mente temas muy en exceso, 825
pues va con él una guía muy grandiosa: incluso otros hombres
desearon que ella estuviese a su lado, porque es poderosa,
Palas Atena, y de ti, gemebunda, se apiada;
hoy, ella me ha enviado a decirte estas cosas”.
Le contestó a su vez la muy prudente Penélope: 830
“Si eres realmente un dios y la voz de un dios escuchaste,
anda, cuéntame incluso de aquel miserable,
si en algún lugar aún vive y mira la lumbre del sol,
o ya está muerto, y en la casa de Hades se encuentra”.
Respondiendo, el obscuro fantasma le dijo: 835
“De aquél, sin duda, exactamente no puedo decirte

75
HOMERO

^óei 07'TI TÉ0vriKe- kockóv 8’ ávenóXia (tá^eiv ».

(dc, eutov axaQpoio rcapá KÁxiíSa Xiáo0T|


£<; TCVoiag ávépxov • T| S’ e^tevod ávópooae
84o Kovpn ’lKapíoio- tpíXov Sé oi Tycop íávOri,
có<; oi évotpyé^ oveipov éttéaamo voKxót; ájioÁycp.
|XVT)axfipe<; S’ áva^áviec, énéKkeov oypá KéXeoOa,
Tr|Á£¡iá%q) cpóvov aírcov évi (ppeoiv ópjiaívovxec;.
eaxi Sé xi<; vf|oo<; péaor) áXi itexprieoaa,
845 jiEOOTiyi)^ ’lOáKric, xe Lápoió xe KcuTCaXoéo<y%,
’Aoxepíc;, oi) jieyáÁxi, Xtpeve^ S evt vaoXoxoi ccutt]
ápxpíS'üpoi- xp xóv ye pevov Xo%oo)vxe<; A%aioí.
ODISEA IV

si está vivo o muerto, y es malo decir futilezas”.


Dicho esto, se esfumó, de la jamba a través del cerrojo
hacia los soplos del viento. Se levantó ella del sueño,
la hija de Icario. Se alegró su pecho: cuán evidente 84o
visión la había invadido en la obscuridad de la noche.
Embarcados, los pretendientes bogaban sobre húmedas sendas,
de Telémaco la áspera muerte pensando en su mente.
Existe una isla en medio del mar, pedregosa,
en medio de Itaca y Samos, llena de escollos, «45
Astéride, no grande, mas en ella hay puertos anclables
por ambos lados: acechando allí, los aqueos lo esperaban.
5. OAYEZEIAIE
’Hcbg 8’ ¿k Xexécov rcap’ áyaooi) TiOcovoio
oSpvuO’, iv’ áSaváxoiai <póco<; <pépoi T)8é Ppotoígiv •
ol 8é 0eoí 0¿okÓv8e Koc0í£avov, év 8’ apa toígi
Zóx; íxjnppEpETng, oí te Kpáxog éGTi péyiaTov.
5 toígi 8’ ’A0T|vaÍTi Xéye KrjSEa rcóM’ ’08oafto<;
gVTiGag£VT| • péÁE yáp oi écov év Sópaai vóp<pT|<;-
« Zeb 7caT£p ti8’ áAZoi páKapEg 0£oi aíév éóvT£<;,
PP Tig £Ti Kpócppov áyavó^ Kai ífriog egtco
GKTiTCTouxog PaoiÁEÓg, jLnySe (ppEaiv aíaipa eíScíx;,
io áXV ai£i xaÁEJtóg t’ e’ít| Kai aíaiAa pé^oi,
¿bg oí Tig pépvriTai ’08oaaf¡o<; 0eíoio
Xacov, oiaiv ávaaaE, rcarqp 8’ cóg Tyciog flev.
áXX’ ó pév év vt|gg) KEÍTai KpaTEp’ áÁyEa Tiaa/cov,
vi pxprig év jieyápoiGi KaXoxjzoog, p piv áváyKp
15 ÍGxei• 6 8 ’ oí SívaTai ív rcaTpíSa yaiav hcéaOai •
oí) yáp oi rcápa vf¡e<; éíiripETpoi Kai éxaípoi,
oí KEV piV 7CEJ17EOIEV £71 ’ EÍpéa varea 0aÁáooT|£.
vov ai iiaiS’ áyaroiTÓv árcoKieivai pEpáaoiv
oÍKa8e viaópEvov • ó 8’ epT| peta rcaipóg áKoorjv
20 ££ ITúXov T|ya0£T|v t|8 ’ ég AaKESaípova 8íav ».
ttjv 8’ aKapeipópevog Ttpooéípri ve(peÁ,TjyepeTa Zeoc;
« tekvov épóv, rcoíóv ge £Jio<; (póyev épKO<; óSóvtwv.
oí) yap 8r| tootov pév époóXeoGa<; vóov aí>TT¡,
Óx;t| ToiKEivo'og ’OSuoEbg árcoTEÍGETai éÁ0cov;
25 Tqképaxov Sé crb 7cép\j/ov éTtiGTapévax;, Sívaoai yap,
ke páX’ áGKp0rig í^v 7iaTpí8a yaiav ÍKTiTai,

77
Libro V

Eos de su lecho, del lado del noble Titono se alzaba,


para llevar luz a los inmortales y a los mortales.
Los dioses, para una sesión se sentaban, y, entre ellos,
Zeus, el que truena en lo alto, cuya fuerza es la más poderosa.
Atenea, recordando, les narraba las muchas tristezas 5
de Odiseo: le afligía que él, de la ninfa en la casa estuviera:
“Padre Zeus, y demás felices dioses siempre existentes,
que ya no haya nadie, entrañablemente suave y benigno,
como rey cetrohabiente, ni instruido en su mente en lo justo,
mas que haya siempre uno cruel, y cometa impiedades, 10
porque al divino Odiseo no lo recuerda ninguno
del pueblo en donde reinó, y como un padre era benigno.
Mas éste, en una isla yace sufriendo fuertes dolores,
en el palacio de la ninfa Calipso, la cual por la fuerza
lo entretiene; él no puede llegar a su tierra paterna, 15
pues no tiene naves con remos, ni compañeros
que lo escoltaran por las anchas espaldas del mar.
Y ahora, además, anhelan matar a su hijo querido,
cuando vuelva a su casa; éste fue por noticias del padre
a la muy sacra Pilos, y a la divina Lacedemón”. 20
Respondiéndole, dijo Zeus, el que junta las nubes:
“¡Hija mía, qué palabra huyó de ti, del redil de tus dientes!
¿Acaso no planeaste tú misma ese proyecto
de que ciertamente, al volver, Odiseo se vengara de aquéllos?
A Telémaco escolta hábilmente tú misma, lo puedes, 25
para que, ileso del todo, a su tierra paterna regrese,

77
HOMERO

gVTiaTfipe; § ev vtji jcaXignexé? ámovétovxai».


n pa, mi 'Eppeíav, uíóv ipíXov, ávxíov niíSa-
« Eppeia- ai) yáp aSxe xá x’ áUa nep áneXóc éaai
50 éb^oKápo) etrceiv vnpepxéa pLJv ' '

voaxov ’OSuaar^ xaÁ«aí<ppovo?, ójg Ke vénxm,


ovxe Oecov itopjtfi oiíxe Gvxixñv avOpámcov •
“U’ ó y’ éjti aXeSíiK KoXi)8éapoi) Ttxigaxa itáaxcov
BPaXl EIKOGTG) Z^£piT|V Eplj3coAoV IK01X0,
35 OaifiKcov ég yaiav, oi áyxí0£oi yEyáaoiv-
OI K£V piv 7t£pi Krjpi 0eóv cog xiptjgoogi,
TCepyoDoiv 8’ év vqi qn^iv ég 7taxpí8a yaiav,
XaX-KÓv te xpuaóv te áAig £G0fixá te 8óvx£g,
rcóXÁ,’, oa’ av oó8é tcote Tporqg é^ripax’ ’OSDoaEÚg,
4o £Í K£p áicripcov t^0e, Xax®v ano ArpSog aiaav.
a>g yáp oi poip ’ éaxi cpíAoug t ’ íSeeiv Kai ÍK£G0ai
oíkov ég 'byópoípov Kai Eqv ég rcaxpíSa yaiav ».
cog écpax’, oi)8’ a7cí0r|O£ SiaKxopog ’ApyEÜpóvxrig.
at)TÍK’ £K£i0’ i)7tó rcoaaiv éSfioaxo KaXá 7cé8iA,a,
45 ápppóaia xpúaEia, xá piv (pépov ripév écp ’ i)ypT]v
f|8’ ek’ árceípova yaiav apa Tcvovfio’ ávépoio.
eiXexo 8e páp8ov, xp x’ ávSpcov oppaxa 0eXyei,
©v £0eX£i, xoí)g 8’ ai)X£ Kai i)7rvcoovTag Eyeípev
xt|V peía xEpoiv ex®v tcexexo Kpawg ’ApyEÜpovxrig.
5o üiEpÍTiv 8’ ércipág é£, aí0épog Eprceae tcóvxcd •
GEToax’ etceix’ £7ii Küpa Aapcp opvi0i soiiaog,
og xe Kaxá Seivoog kóAkoxx; áAóg áxpvyéxoio
ÍX06<; áypcoaacov KOKivá TcxEpá Sefeai áXpp •
x¿p ÍKEÁog tcoAeeggiv vxfovto KÚpaoiv'Eppng.
55 1 áXA’ OTE 8n XT|V vfjaov ácpÍKEXO TTlXo0’ EODGttV,
év0’ £K tcóvxod pág íoEiSéog nrcEipóvSe

78
ODISEA V

y los pretendientes, de vuelta, en su nave se marchen”.


Habló, y se dirigió a Hermes, su hijo querido:
“Hermes, puesto que eres tú el mensajero también otras veces,
dirás el decreto infalible a la ninfa de rizos hermosos: 30
el retorno de Odiseo de ánimo firme, cómo ha de volver
sin compañía de los dioses ni de los hombres mortales,
mas en una balsa de múltiples trabas, sufriendo infortunios,
él puede llegar el vigésimo día a la fértil Esqueria,
el país de los feacios, que son parentela de dioses; 35
ellos pueden honrarlo mucho, de corazón, como a una deidad,
y conducirlo en una nave a la tierra patria querida,
tras darle abundantemente bronce y oro y vestidos,
mucho, cuanto jamás habría sacado de Troya Odiseo,
aunque ileso, con su porción del botín, hubiera tornado. 40
Pues así está destinado que vea a sus amigos y llegue
a su casa de alto techo y a su tierra paterna”.
Así dijo, y no desobedeció el mensajero Argifontes.
Acto seguido, bajo los pies ató sus hermosas sandalias
inmortales, de oro, que lo llevaban o bien sobre el agua,
o bien por la tierra infinita, con los soplos del viento.
Tomó su vara: con ella, de los hombres los ojos fascina,
de quienes quiere, y los despierta de nuevo, si duermen;
con ésta en las manos, el fuerte Argifontes volaba.
Tras llegar a Pieria, se arrojó desde el cielo hacia el ponto;
luego, se agitó en las olas cual ave, como una gaviota
que, por el seno terrible del mar que se agita incansable
pescando, moja en las aguas marinas sus alas tupidas:
semejante a ella, fue llevado Hermes por múltiples olas.
Mas cuando ya llegó a la isla, que lejos se hallaba, 55
entonces, saliendo del ponto violáceo, a la tierra

78
HOMERO

IqtÓv éwixogévTi xpuaeíp kepkíS’ ixpaivEv.


*0X11 Se aueog áptpi TceqrÓKEi TnXe0ó©aa,
KXrjOpTi x aiyeipog te Kai edcoSti^ KUTcápiaao^.
65 év0a Sé t’ opvi0e<; TavDGÍKTepoi euvá^ovTo,
OKtorcég t* ípnrég te tocvúyXcooooí te Kopcóvai
eíváXiai, xpaív te 0aXáaoia epya pépriXEv.
tj S’ ameró TETávixjTo 7iepi GTceío'ug yXaqyü poio
fijiepig fjPócoaa, te0tiXei Se aTaqyuXflai.
70 Kpf|vai S’ é^eÍTig ftíaupeq péov óSaxi ^eoKcp,
TcX^aíai áXXTiXíov TETpappévai ótXX'oSig áXXrj.
ágcpi Sé ÁeipxovEQ paZaKoi íoo tiSe oeXívod

0rjT|aaiTo iS<bv Kai TEp<p0£rn (pPea^v Tlaiv-


75 év0a axág Otjeíto Swcktopck; ’ApyEÜpóvTng.
amáp ekei Sh i&xvxa eco OrynaaTo 0i)pcp,
oütík’ áp’ ei<; eí)pi) arceog tíXdOev. oóSe piv ávrriv
T|yvow|<yEv íSowa KaXui|ííü, Sía Oegícdv •
&b yáp t’ ócyvcDTe^ 0eoi á%Xt|Xoiai 7t£ÁovTai
so áOávaroi, aóS’ eí tk; ánojcpoOi Sópaxa vaíei.
ovS’ áp’ -QSiMxríia peyaA,T|Topa évSov’ etetpev,
áXX’ o y’ &e’ áKTñ; «Xaíe jca0r|gevoí, ev0a «apo? ne
SáKpuai Kai otovocxtíoi Kal afo/ecn Qupóv epe% ®v
[nóvtOV fot’ ¿TpÚYCTOV SepKÉOKEXO SáKpw. W«v.j
«5 ‘Epgeíáv 8’épéetveKaXmin», SíaOeáwv,
év Opóvcp ISpúaaaa ipaeivá) aiyaÁóevTi •

79
ODISEA V

se iba, hasta que llegó a la gran gruta en donde la ninfa


de hermosos rizos vivía; la encontró, pues adentro se hallaba.
Un gran luego ardía en el fogón, y el aroma a lo lejos
por la isla cundía: el del cedro, fácil de corte, y el del alerce
que se quemaban. Ella adentro, con voz hermosa cantando,
moviéndose ante el telar, con lanzadera de oro tejía.
Vigorosa, de la gruta a los lados estaba una selva:
aliso y álamo negro, y fragante ciprés.
Allí, pájaros de alas extensas dormían: 65
búhos y halcones y, de lenguas extensas, cornejas
marinas, a las cuales, labores del mar les importan.
Estaba extendida allí, alrededor de la cóncava gruta,
una viña lozana, y se hallaba feraz de racimos.
Cuatro fuentes, en fila, fluían con agua esplendente, 70
cercanas entre ellas, una hacia acá, otra hada allá dirigidas.
De un lado y de otro, mullidos prados de apios y violas
floreaban. Allí pues, llegando, inclusive algún inmortal
se admiraría al ver eso, y gozaría en sus entrañas.
Parándose ahí, se admiraba el mensajero Argifontes. 75
Mas, después de que él admirado en su alma vio todas las cosas,
pues a la amplia gruta se fue de inmediato. Al vedo de frente,
lo reconoció muy bien Calipso, la diosa de diosas,
porque muy bien se conocen unos a otros los dioses
inmortales, aun si alguno lejos tiene su casa. 80
Y pues no encontró adentro a Odiseo de ánimo magno;
éste, en la ribera lloraba sentado, allí donde siempre,
con lágrimas, gemidos y dolores rompiéndose el alma,
veía y veía sobre el ponto incansable, vertiendo sus lagrimas.
Y preguntaba a Hermes, Calipso, la diosa de diosas, 85
tras hacerlo sentar en espléndido trono luciente:

79
Homero

[aXX etico Kpoxép®, iva xoi rcáp ^eívia Oeíco ».]


cóq apa qxovnaaaa 0eá uapéO^Ke xpárce^av
ápppo<nq<; KÁTjaaaa, Kepaoae Se veKxap épuGpóv •
a'üxáp ó TEive Kai T)o0e SiaKxopoc; ’Apyeítpóvxng.
95 anxáp ercei Seírcvxiae Kai npape Óopóv éScoSp,
Kai TOTE Srt piv erceaaiv ápeipópevoc; Kpoaéei7rev •
« eipoxa<; p’ eXOóvxa 0eá 0eóv • avrap éyó xoi
vrvpepxeGx; xov po0ov £vi07iT|ao) • KeXeai yáp.
Zeix; epey’ T^vóyei Seop’ eXBepev ox>k é0eX,ovxa-
100 xíg §’ áv ekgjv xoaaóvSe SiaSpápoi áXpopóv iSScop
áo7i£Tov; ooSé xi<; áy%i ppoxov TtóXig, oí xe Oeoíaiv
ÍEpá xe pé^ooai Kai e£,aíxoi)g EKaxóppa<;.
áXXa páX’ oo 7i(og eaxi Aió<; vóov aiyió%oio
oiSxe Kape^eXSeiv áXAov 0eóv oi50’ áXuoaai.
105 qyqoí xoi ávSpa rcapeívai óí^opcoxaxov áXAxov,
xcbv ávSpcov, oí áoxx> nepi Ilpiapoio pa%ovxo
eíváexeg, SeKáxcp Se tcoXiv Tcepoavxe^ ePuoav
oÍKaS’* áxáp ev vóoxcp ’A0rivaniv áXtxovxo,
acpiv étópa’ ávepóv xe kockóv Kai wpaxa paKpá.
no pv0’ áXXoi uev Ttávxeq áttécpOiOev eaOXoi éxaipot,

80
ODISEA V

“¿Por qué has venido a mí, Hermes de vara dorada,


honorable y querido? Jamás, de ordinario, tú me frecuentas.
Di lo que piensas: el corazón me pide cumplirlo,
si es que puedo cumplirlo y si es algo cumplible. 90
Sígueme luego, para que te ofrezca los dones del huésped”.
Dicho esto, la diosa, de ambrosía una mesa colmando,
se la puso delante, y néctar rojo mezcló;
y aquél bebía y comía, el mensajero Argifontes.
Mas cuando comió y proveyó de alimentos a su ánimo, 95
entonces, respondiendo, él con palabras le dijo:
“Diosa, a mí, a un dios que ha venido, interrogas; y yo
te diré verazmente ese asunto, pues tú me lo pides.
Zeus me ordenó venir hada aquí, mal de mi grado.
¿Pues quién recorrería voluntario tanta agua salobre, 10°
inmensa? Ni hay cerca alguna ciudad de mortales que a dioses
les hagan ofrendas y hecatombes selectas.
Mas en nada es posible que otra deidad duda o impida
el pensamiento de Zeus, que la égida tiene.
Dice que, más miserable que todos, contigo hay un hombre 105
de los hombres que en tomo a la urbe de Príamo pelearon
nueve años, y al décimo, tras saquear la dudad, se voivieion
a casa; no obstante, en el retorno ofendieron a Arena,
la cual incitó en contra de ellos mal viento y olas enormes.
Allí, todos sus otros compañeros nobles murieron,
y a él, llevándolo, lo acercaron aquí el viento y las olas.
Ahora Zeus ha ordenado que tú lo despidas cuanto antes,
pues no es su suerte morir aquí, lejos de sus amigos,
mas aún es su destino que vea a sus amigos y llegue
a su casa de alto techo y a su tierra paterna .
Así dijo, y quedó yerta Calipso, la diosa de diosas,

80
HOMERO

Kai piv (pcovr|aaa’ énea rcxepóevxa rcpooTp>Sa-


« axéxAioí éaxe, 0eoí, ^rjXripovec; é^o/ov áXXcov,
oi xe 0eaia’ áyáaa0e rcap’ ávSpáaiv eúvá£eo0ai
120 ápípaSvqv, i)v xíg xe tpíAov noiRaex ’ áKoíxriv.
(oc, pev óx’ ’üpítov’ eAexo poSoSaKxoXoc; ’Hóg,
xó<ppa oi Tyyáao0e 0eoi peía ^©ovxe<;,
e<D<; piv év ’Opxoyíp %pi)oó0povo<; vApxeptg áyvR
oía’ áyavoíci (SeXeaoiv éKoi/opévTi Kaxenetpvev.
125 ©<; §’ ótcox’ ’laoícovi éiinXÓKapo^ AripqxTip,
(ü 0opqj eí^aaa, píyq (piXóxRxi Kai eí)vp
veuó évi xpircóXqr oóSé Srv xjev árcoaxoc;
Zeóg, óg piv Kaxérce<pve paXóv ápynxi Kepaov©.
cog 6’ ao vov poi áyaa0e, 0eoí, Ppoxóv ávSpa rcapeivai.
i3o xov pev éy<av éaámaa rcepi xpórcioq Pe(3acoxa
oiov, érceí oi vf|a 0ot]v ápyrjxi Kepaovqj
Zeog éAáaag éKeaaae péatp évi oívorci rcóvxtp.
év0’ áXZoi pev návxeg árcétp0i0ev éa0Áoi éxaípoi,
xóv 8’ apa Seop ’ ávepóg xe cpéptov Kai Kopa néAaaae.
135 xóv pev éyó) tpíAeóv xe Kai éxpetpov riSe étpaaKov
0Tjaeiv áOávaxov Kai áyripaov TÍpaxa rcávxa.
áXX’ énei oó tkqq eaxi Aió<; vóov aiyió%oio
oóxe nape£eÁ0eiv áXAov 0eóv oó0’ akitoaai,
éppéxco, eí piv Keivog énoxpóvei Kai ávóyei,
i4o kÓvtov érc’ áxpóyexov. nép\|/© Sé piv oó nr| éyco ye-
oi) yáp poi napa vr\&¿ énripexpoi Kai éxaipoi,
oi Kev piv népnoiev én’ eópéa varea 0aAáaari<;.
aóxáp oi npótppcov í>rco0r|Gopai oi)8’ éniKeóa©,
©q Ke páX’ áaKT|0T^ t\v naxpíSa yaiav iKqxai».
145 xqv S’ aoxe rcpoaéeme SiaKxopo<; ’Apyeüpóvxr|<; •
« ovx© vov ánónepne, Atoe; S’ énoní^eo pfjviv,

81
ODISEA V

y, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas:


“Sois obstinados, dioses, envidiosos, más que los otros,
pues os indignáis con las diosas que duermen con hombres
patentemente, si alguna hace a alguno su amado marido.
Así, cuando a Orion tomó Eos de dedos rosados, los dioses
que fácil vivís, tanto tiempo indignados con él estuvisteis,
hasta que en Ortigia, la de áureo trono, Artemis casta
le dio muerte, acercándose a él, con sus suaves saetas.
Así, cuando Deméter, de rizos hermosos, cediendo 125
a su deseo, se unió en el amor y en el lecho a Jasión,
en un campo arado tres veces: no mucho estuvo ignorante
Zeus, el cual lo mató disparando con fulgido rayo.
Así, os indignáis hoy, dioses, de que hay un mortal a mi lado.
Yo lo salvé, cuando él iba en la quilla a horcajadas,
solo, porque a su rápida nave, con fulgido rayo
golpeándola Zeus, la rajó en medio del ponto vinoso.
Allí, todos sus otros compañeros nobles murieron,
y a él, llevándolo, lo acercaron aquí el viento y las olas.
Yo lo hospedaba y lo alimentaba, y decía a menudo
que lo haría inmortal y libre de envejecer todos los días.
Mas, porque es imposible que otra deidad eluda o impida
el pensamiento de Zeus, que la égida tiene,
pues que se vaya, si aquél lo impulsa y ordena,
sobre el ponto incansable. Mas, a ningún lado voy a escoltarlo,
pues no tengo naves con remos, ni compañeros
que lo escoltaran por las anchas espaldas del mar.
Mas, benévola, le daré consejos, nada voy a encubrirle,
para que, ileso del todo, a su tierra paterna regrese”.
Le contestó a su vez el mensajero Argifontes:
“Así despídelo ahora, y respeta la ira de Zeus,

81
HOMERO

Pl Ktog xot pexo7iiG0e KoxeaaápEvcx; /aÁenrivp ».


&<; apa (pcov^aag ájiéPn Kpaxíg ’ApyEÜpóvxng ’
Ti 8 ek OS'oacrqa pEyaXTjxopa 7tóxvia vúuxpri
TÍí , £K£i 8t| Ztívcx; ekekXbev áyyeXiácüv.
xóv 8’ ap’ etc’ áKxfj<; EvpE Ka0rip£vov• oü8é tcox’ ógge
SaKpDÓqnv xépGOvxo, KaxEipExo Se yXuidx; ai©v
VOOXOV ÓS'OpOpEVQ), ETCEÍ OX)K£Xl T}v8aV£ VÚjJApTl.
áXX’ q xoi viJKxaq p£v iaÓEGKEv Kai ávayicp
5 £V GTCEEGl yXxX<pi)pOlGl TCap ’ Ol)K £0éX(0V E0eAoX)GTÍ •
iípaxa 8’ ap rcéxpTiai Kai rpóvEGGi Ka0í^cov
[SaKpDGi Kai GiovaxpGi Kai áZyeoi 0upóv epe/Ocov]
7COVXOV etc’ áxp'ÓyEXOV Sepkegketo SaKpua XElpCOV.
áyxoá 8’ iGxapEVTi KpoGEtpóvEE Sia 0£a©v •
6o « KappopE, pq poi ex’ EV0á8’ óS'ópEo, pn8é xoi cdcóv
(p0iv£xar i}Sr| yáp ge páZa TipótppaGG’ á7C07i£p\|Kü.
áÁÁ’ áy£ Saúpaxa paKpá xapá>v áppó^eo xa^K<P
EBpEiav gxeSítiv • áxáp ’iKpia Tcrj^ai etc’ aijxfit;
Í)\|/Ol), ©<; GE (pEpflGIV E7c’ TJEpOElSéa 7COVXOV.
165 amáp éy© aixov Kai i)8©p Kai oívov epnOpóv
EV0T|G© pEVOElKE’, á KEV XOl AipOV EpOKOl,
eipaxá x’ áptpiEG© • Tcépv© 8é xoi oopov ÓtcigOev,
ke páX’ áaicn0n<; gtiv TcaxpíSa yaiav 'íicnai,
ai' ke Óeoí y’ e0eX©gi, xoi oápavóv £Úpi)v e'xodgiv,
170 OI pe-D (pépXEpOÍ EIGl VOT|Gaí XE Kpfivaí XE ».
co<; <páxo, píyrjGEv Se TcoArnAac; 8ío<; ’OSoggeix;,
Kai piv (p©vT|Gag eicea TcxepÓEVxa TcpoGijoSa •
« áXAo xi 8h oó, 0eá, xóSe pri8£ai ooSe xi TcopTciyv,
q pe Kekeai axeSífl Tcepáav peya Áxxíxpa OaÁáoorií,
175 Seivóv x ’ ápyaAéov xe • xó 8 ’ ooS etci víjeí; Eiaai
©KÓTCopoi TcepóoGiv, ayaÁXopEvai Aio^ oupcp.

82
ODISEA V

no sea que después, irritado, se enoje contigo”.


Así habiendo hablado, se marchó el fuerte Argifontes;
y ella, la augusta ninfa, hacia Odiseo, el magnánimo,
se iba, después de escuchar los mensajes de Zeus. 150
Y pues lo halló en la ribera, sentado; nunca de lágrimas
se secaban sus ojos: fluyendo, la dulce vida se le iba
gimiendo por su retorno, pues ya no le agradaba la ninfa.
Mas ciertamente él dormía por las noches y a fuerza,
no queriendo, con quien lo quería, en las cóncavas grutas; 155
y durante los días, sobre peñascos y costas sentado,
con lágrimas, gemidos y dolores rompiéndose el alma,
veía y veía sobre el ponto incansable, vertiendo sus lágrimas.
Y colocándose cerca, le dijo la diosa de diosas:
“Desdichado, ya no me gimas aquí, y que no se consuma
tu vida: ahora te despediré muy benévolamente.
Mas anda, cortando con bronce largos troncos, conjunta
una ancha balsa, y fija sobre ella una cubierta
alta, a fin de que pueda llevarte en el ponto brumoso.
Y yo, pan y agua y vino rojo, allí te pondré,
gratos al ánimo, los cuales te alejen el hambre,
y te vestiré vestidos; atrás te enviaré viento propicio,
para que, ileso del todo, a tu tierra paterna regreses,
si lo quieren los dioses, que tienen el cielo anchuroso,
que son mejores que yo en el pensar y el cumplir”. 170
Así dijo, y quedó yerto el paciente, noble Odiseo,
y, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas:
“Cierto, diosa, con esto, otra cosa piensas, no mi transporte,
al ordenar que cruce en una balsa el gran abismo del mar,
terrible y difícil; ni siquiera las naves veloces 175
y estables lo cruzan, exultando con buenos vientos de Zeus.

82
HOMERO

oi)8’ áv éyó y’ áeKqxi g£0ev GxeSíqg E7tipaíqv,


eí pq poi xkaíqg ye, 0eá, péyav opKov opÓGGai
pq tí poi aoxfi) 7iqpa kockóv pooXeoGépev áXXo ».
iso ¿og epato, peíSqaev Sé KaX-oxj/cí), Sía 0eácov,
Xeipí xé piv Kaxepe^Ev ercog x’ écpax’ ek t’ óvópa^ev •
« q 8q áXixpóg y’ eggí Kai ook ánocpóXia eíSóg,
oíov Sq xóv po0ov éjrecppáG0qg áyopeooai.
ígxco vov tóSe yaiaKai oúpavóg eápóg O7rep0e
i85 Kai xó Kaxeipópevov Exoyóg oSop, og te peyiaxog
opKog SeivóxaTÓg xe tceXei paKapeGGi 0eoígi,
pq xí xoi aoxco irqpa KaKÓv pooXeoGépev áXÁo.
áÁÁá xá pév voe© Kai cppáaaopai, cxaa’ áv époí rcep
aóxq pqSoípqv, ote ge xpeu» xóaov ikoi-
190 Kai yáp époi vóog éaxiv évaíoipog, ooSe poi aóxq
0opog évi axq0£aai aiSqpeog, áXX’ éXeqpcov ».
cog apa cpcovqaaa’ qyqaaxo Sia 0eáa>v
KapTCaÁípcog - ó 8’ E7ieixa pex’ ixvia paive 0eoio.
i^ov Sé GTteiog yXacpopóv 0eóg qSé Kai ávqp •
195 Kai p’ ó pév év0a Ka0é^ex’ erci 0póvoo, év0ev ávéoxq
'Eppeíag, vápepq 5’ exí0ei Trapa rcáaav eSoSqv,
EG0eiv Kai Ttíveiv, ola ppoxoi ávSpeg eSooaiv •
aóxq 8’ ávxíov i£ev ’OSüGaqog 0eíoio,
xq Sé jcap’ ápppoaíqv Spcpai Kai vÉKxap £0qKav.
200 oi 8’ etc’ oveÍ(x0’ éxoipa 7cpoK£Ípeva x£ÍPaí íaXXov.
aóxáp éitei xápTxqaav ¿Sqxóog qSé 7ioxqxog,.
xoio’ apa póGcov qpxe KaXoyá), Sia 0eáeov •
« Sioyevég AaepxiáSq, TüoAopqxav ’OSoooeí),
oóxco Sq oíkóvSe cpíÁqv ég TtaxpíSa yaiav
205 aóxÍKa vóv éOéAEig levar, oo Sé xaípe Kioci eprcqg.
eí ye pév eiSeíqg oqoi cppeoív, oooa xoi aíaa

83
ODISEA V

Pero yo, a despecho tuyo, a una balsa no subiría,


si no te atrevieras, diosa, a jurarme el gran juramento
de que no planearás contra mí algún otro daño maligno”.
Así dijo, y sonrió Calipso, la diosa de diosas, iso
lo acarició con la mano, y esto decía y lo nombraba:
“Eres realmente un picaro y diestro en asuntos no tontos:
cómo ahora discurriste, para decir esa palabra.
Que boy sepan esto la tierra y el cielo anchuroso en la altura
y el agua del Éstige, que fluye hacia abajo (éste es el máximo 185
juramento, y el más terrible para los dioses felices),
que no planearé contra ti algún otro daño maligno.
Mas tengo en mente y voy a advertir lo que decidiría
para mí misma, si me viniera una urgencia tan grande.
Pues también en mí existe una mente correcta, y yo misma »9o
no tengo en el pecho un ánimo férreo, sino clemente”.
Así habiendo hablado, la diosa de diosas al frente se puso
rápidamente y, después, él seguía de la diosa los pasos.
A la cóncava gruta llegaron la diosa y el hombre,
y éste allí se sentó, en el trono de donde se alzara >95
Hermes, y comida de toda clase la ninfa servía,
para comer y beber, cual la que comen hombres mortales;
ella misma sentábase enfrente del divino Odiseo,
y ante ella, ambrosía y néctar pusieron las criadas.
Y echaban mano a las ricas viandas que estaban delante. 200
Mas cuando se hartaron de comida y bebida,
comenzó a hablar entre ellos Calipso, la diosa de diosas:
“Divino Laertíada, habilidoso Odiseo,
¿así pues, a casa, a la tierra patria querida, al instante
hoy quieres irte? A pesar de todo, que tengas buen viaje. 205
Si con tu mente al menos supieras que tienes cual suerte

83
HOMERO

kt|Se avazXxjGai, rcpiv rcaxpíSa yaiav iKeaOai,


év0á8e k’ ax>0i pévcov gx>v époi tó8e Sopa (puÁáGGoxg
a0avaxog t’ e’íxig, ip,eipóp,evó<; rcep Í8éa0ai
210 gt|v aXo%ov, tÍ)<; t’ aiév ééXSeai i)paxa rcávxa.
oí pév 0T|v Keívric; ye /epeícov eu/opat exvax,
ox) Sépaq ox>8é qyuxiv, ércei oi) rcoc; ox>8e eoxke
Ovi^xág á0av<XTT)Gi 8epa<; Kai exSog épí^exv ».
rqv 8’ árcap,expóp,£vo<; rcpoaéqjTi rcoXx>pT)Ti<; ’OSdggexx;
215 « rcóxva 0eá, pi) pox tóSe x«eo • ox8a Kai axnóg
rcávxa ¡iáX’, oiSveKot aeio rcepúppcov ririveÁórceia
eiSoc; áKiSvoxépri peyeOoq t’ eíaávxa íSéaOax-
pév yáp Ppoxó<; egti, ai) 8’ áOávaToc, Kai áynpoq.
ákXá Kai ex; eOeXo Kai ééXSopai lípaia rcávxa
220 o’ÍKaSe t ’ éXOépevai Kai vÓGTipov íqpap xSéaGai.
ex 8’ ax> ti<; paipai 0ecov évi oivorcx rcóvxíp,
TÁX|aopai év gttiOeggiv e%ü)v TaXarcEV0éa Onpóv •
t^Stiyáp pxxXa rcoXAá rcáOov Kai rcoÁXá póyqaa
KV)|iaax Kai rcoÁépcp • pexá Kai tóSe toxgx yevéaGto ».
225 g>q e<pax x|éXiog 8 ’ áp ’ eSu Kai érci Kvé(pa<; t¡A0£v •
eáBóvtec; 8’ apa tg> ye pux9 gtcexoxx; yXaípnpoío
xep7téa0riv (pikÓTX|Ti, rcap’ áXÁxiÁoiai pévovT£<;.
íjpog 8’ fipxyévEia (pávi) poSoSáKTVÁoc; ’Háx;,
ax>xíx’ ó pev x^aivav te xiTová te evvbt’ ’OSdggexx;,
23o ax>TT) 8’ ápyxxpEOv tpápoc; péya evvdto VDpqji),
Xektóv Kai xapíev, rcEpi Se ^cóvr|v PíxXet’ í^dí
KaVjv xp'oaEÍxiv, KEípaXfj 8’ é<px>rc£p0£ KaA,x>rcTpr|v.
Kai tót’ ’OSdggíYí pEyaÁxiTopi px|8eto 7cojLi7tr|v •
Scúke pév ol keXekdv péyav, áppEvov év rcaXappax,
235 x<xXkeov, áp(poT£po)0£v aKaxpévov • aDTap év ocdt¿ú
gtexXeióv 7t£piKaÁ,A,£<; éXaivov, ed évapnpóc;-

84
ODISEA V

sufrir grandes cuitas, antes de llegar a tu tierra paterna,


quedándote aquí, en este lugar, cuidarías conmigo esta casa
y serías inmortal, aun estando deseoso de ver
a tu esposa, a quien siempre deseas todos los días. 210
Sin duda, no inferior que aquélla me precio de ser,
ni en figura ni en traza, pues no, ni siquiera conviene
que en figura y aspecto, las mortales luchen con las inmortales”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
“Augusta diosa, ya no te me irrites por esto: inclusive 215
yo mismo sé muy bien que la muy prudente Penélope
es inferior a ti en aspecto y en talle, al verla de frente:
ella es mortal, y tú, inmortal y libre de la ancianidad.
Mas, aun así, quiero y deseo todos los días
llegar a mi casa y ver el día del retorno. 220
Si me golpea de nuevo algún dios en el ponto vinoso,
aguantaré, teniendo en el pecho un alma que aguanta dolores;
pues ya muy mucho he sufrido y mucho he soportado
en las olas y en guerra: sea esto también, tras aquello”.
Así dijo; el sol se puso y la obscuridad sobrevino. 225
Ellos dos, yéndose, de la cóncava gruta en el fondo,
el amor disfrutaron estando uno al lado de la otra.
Al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,
al punto vistiose Odiseo el manto y la túnica;
y ella misma, la ninfa, vistiose un peplo cándido, grande, 230
sutil y gracioso; se echó un cinturón en torno a su talle,
hermoso, de oro, y encima, un velo en la testa.
Entonces, del magnánimo Odiseo pensaba en el viaje:
le dio un hacha grande, ajustada a sus manos,
de bronce, aguda de un lado y del otro: en ésta se hallaba 235
un mango de árbol de olivo, muy bello, bien ajustado;

84
HOMERO
8®Ke 8 ’ eneua aKÉuapvov év,£Oov ■ W 8 ’ñSní
vr|ooo en’ éayaxinv Xfi, x- s npz, 0010
KÁ,T)0pTi T> atveioóc x’ éXP8” g“Kpa “«PÚicei,
240 rYWir¿7 \ ,eXaXT)X RV ODpavo^flKtl^
am TtaXai, xepiKnXa, xá oi TtXxnovev éXaippñc
«vtapan Sn 8ei^ o0t SévSpea p«KPá ^ku,
n uey epn npo? Sñpa KaX.oyó, 8ia Oeátov,
aúxáp ó xápvsxo óovpa- Ooo^ 5é oí ñw-co epyov.
eucooi 8’ EKPaXe návxa, TteXÉKKTioev 8’ apa /ató),
245 ^éaoe8’é7iiaxapévo)(;Kaí éitiaTáepriví'&ove.
xó<ppa 8’ eveike xépexpa KaM)\|/có, 8ía Oeáwv•
xÉxpqvev 8’ apa návxa Kai líppocsv áXAxiXoioi,
yóptpoiaiv 8’ apa xr|v ye Kai áppovíriaiv apaaaev.
oggov tí<; t’ eSacpoc; vtjoc; TopvcoGETai áviip
25o (popxíSog enpeírig, en eiSox; TEKToonváoov,
toggov etc’ eñpeiav g%eSítiv TCoiTiGax’ ’OSnaGEng.
ÍKpia Se GTT|Ga<;, ápapóv 0ag£Gi GTapíveaai,
rcotei- áxáp jiaKpfÍGiv etctiykevíSeggi TeÁema.
év 8’ Igtov tcoiei Kai ércÍKpiov ápjievov cañar
255 7ipó^ 5’ apa TrqSaZwv TCOiTjGaxo, o<pp i0nvoi.
(ppá^e Sé pw pínEGGi Siapjcepéí; oiGnívpGi,
Knpaxog eíXap £|i£V • rcoAXhv S’ ¿TCEXEnaxo nXr|v.
xóíppa Se <páp£’ eveike KaAnyco, Sia 0£acov,
ÍGxra 7toiTiGaG0ai ó 8 ’ En texvtigccto Kai xa.
260 év 8* ónépa? xe KáXoo? xe nó8a<; x ’ évéSnaev evemir,,
poxÁoíaiv 8’ apa xnv ye Kaxeípoaev et? «Xa Si .
xéxpaxov Í.MXXP eqv, Kai x® xExéXeaxoaxnavxa •
x® 8 ’ apa népnxq» népn ’ mo vüaoo 8ia Ka: «V -
EÍpaxá x ’ ápcpiéaaaa 0ow8ea Kai Xavoa
26, év Sé oi áoKÓv é0n« Otó peXavo? oiyoio
xov exepov, Kxepov 8' o8axo, P¿Y«v, ev Se k«i fl«

85
ODISEA V

le dio luego una azuela bien pulida, y tomaba camino


al extremo de la isla, donde estaban los árboles altos,
había aliso y álamo negro y abeto de altura celeste,
enjutos de antaño, resecos, que fácil para él flotarían. 2
Y tras mostrarle en dónde estaban los árboles altos,
ella se fue hacia su casa, Calipso, la diosa de diosas,
y él cortaba troncos; se efectuaba veloz su trabajo.
Derribó en total veinte, él los talló con el bronce,
los alisó hábilmente y los enderezó con un hilo. 24
Entre tanto, trajo taladros Calipso, la diosa de diosas;
todas las piezas él taladró y adaptolas unas con otras,
y a martillazos pegó con junturas y clavos su balsa.
Grande, cuanto comba el casco de una ancha nave de carga
un hombre muy diestro en construir los navios, 250
así de grande una ancha balsa se hizo Odiseo.
Y trabajaba poniendo, ajustando con hartos maderos,
una cubierta, y la terminaba con largos tablones.
Allí hacía el mástil y, a éste ajustada, la entena;
y además, se hizo un timón, para que él dirigiera la balsa. 255
Cercó a ésta de un lado a otro con trenzas de mimbre,
a que ante la ola fueran defensa: había echado mucho ramaje.
Entre tanto, trajo telas Calipso, la diosa de diosas,
para hacer las velas: él hizo éstas también diestramente.
Y ahí sujetó, en la balsa, las brazas, drizas y escotas, 260
y, pues al mar divino la echó mediante unas palancas.
Era el cuarto día, y para él todo estaba concluido;
mas luego, al quinto, desde la isla lo envió la divina Calipso,
tras vestirle fragantes vestidos y haberlo bañado.
Allí, un odre con vino negro le puso la diosa, 265
uno, y otro grande con agua; allí, también provisiones

85
HOMERO

wíwp, év 8é oi oW TÍ0ei gevoeiKÉa rcoUó-


oopov 8e TtpoétiKev árofipová te Xiapóv xe.
Yn0ó<TOyoí 8’ oiiptp 7téraa’ iaxía 8101; ’OSwaetx;.
270 CCUTOtp o 7lT|SaXl(p Í0ÍVETO T£XVT|évT(üS
Bgevog- oí Sé oi ÍTivog etíi pXetpápoioiv etutcte
riÁrfiáSag t’ eoopcovTi Kai óige Sí ovia Boóttjv
’'ApKTOV 0’, ív Kai dpa^av £7cÍKÁ,Tiaiv KaXéooaiv,
B t ’ aÍToí aTpéípexai Kai t ’ ’Qpícova Sokeíei,
275 OÍT) S’ appopós egti ÁOETpwv ’QKeavoio-
rqv yáp Sí piv avcoyE KaZoyó, Sía 0£acov,
7tOVTO7IOp£'ü£|X£Vai £71 ’ áplGTEpá XElpÓg £%OVTa.
£7ixá Se Kai SÉKa pév tcZeev ípaxa 7tovTO7topeé©v,
ÓKTÍOKaiSEKáxp 8’ £(pávT¡ Óp£a GKlOEVTa
280 yavng OaiÍKcov, o0i t ’ áy/ioTov 7iéXev aíico •
ETLOaTO 8’ WC, OTE pivóv EV ÍEpOElSél 7lOVT(p.
TÓV 8’ e£, AÍ01Ó71CÜV ávu»v KpEICOV £VOOÍ%0(OV
ttiXó0ev ek EoÁí pcov ópécov íSev ‘ eigocto yáp oi
TlOVTOV £7tl7CÁ,£ÍCOV. Ó 8’ E/CGOaiO KT|pÓ0l páAAov,
285 Kivíaas Sé Kapri rcpoxi ov poOíaaTo 0opóv •
« co tcójioi, í páXa Sí pETE^oí Xeoaav 0eoi aAAcos
ápcp’ ’OSoofp épEio pet’ Aí0iÓ7ceggiv ¿ovios1
Kai Sí <X>aiÍK(ov yaírig axeSóv, év0a oi atoa
EKípnyÉEiv péya rcEipap ó'i^íos, í piv íkóvei.
290 áXX’ eti pév piv (pupi a8r|v éÁáav KaKOTT|Tos ».
&Q EÍ7t(bv aívayev vEípéÁag, ¿Tapare Se 7covtov
Xepai Tpíaivav éXóv • iracas 5’ ópó0ovev áéXXas
7tavToícov ávépcov, aív Sé vecpeeGGi KaÁoye
yaiav ípoí Kai tcóvtov • ópcópei 5’ oí pavó0ev ví^.
295 aív S’ eopós te votos t ’ etcegov £écpopós te Socáis
Kai Popéns ai0pnyevéTTiS, M-éya Kopa koAavScov.

86
ODISEA V

en un saco, y allí puso muchos manjares gratos al ánimo.


Y le envió un viento propicio, cálido y suave.
Gozoso por el viento, el noble Odiseo extendió su velamen.
Y él, con el timón, dirigía con destreza, 270
sentado, y no le caía el sueño en los párpados,
viendo a las Pléyades y al Boyero que tarde se pone,
y a la Osa, que nombran también con el nombre de Carro,
que gira en un mismo lugar y mira a Orion cautelosa
y, única, no participa en los baños de Océano: 275
le había ordenado Calipso, la diosa de diosas,
que viajara en el ponto, teniéndola siempre a la izquierda.
Diecisiete días navegó viajando en el ponto,
mas al decimoctavo aparecieron los montes umbrosos
del país de los feacios —y allí, éste más cerca le estaba—, 280
se vieron como un escudo en el ponto brumoso.
Mas al volver de Etiopía el rey que agita los suelos, lo vio
de lejos, de los montes de los solimos: para él fue visible
bogando en el ponto. El rey, en su pecho más se irritó
y, a su corazón dirigiéndose, habló moviendo la testa: 235
“¡Ay, ay! Sin duda, de otra manera acordaron los dioses
sobre Odiseo, cuando entre los etíopes yo me encontraba;
y ya está cerca del país de los feacios do tiene cual suerte
sortear el gran nudo de las miserias que lo han alcanzado.
Mas pienso que aún voy a vejarlo bastante con males”. 290
Dicho esto, congregaba las nubes, y al ponto turbó,
con sus manos asiendo el tridente: excitó las tormentas,
todas, de todas las clases de vientos; cubrió con las nubes,
a un tiempo, la tierra y el ponto: la noche brotaba del cielo.
Juntos cayeron el euro, el noto, el céfiro de áspero soplo 295
y el bóreas nacido en el éter, una gran ola volcando.

86
HOMERO

Kai xóx OSuGarjog Auto yoúvaxa Kai tpíAov nxop,


óx^Boag 8’ apa eirce npcx; ov peyaArixopa 0upóv •
« © poi £y© SeiAog, ti vt> poi pxiKioxa yévrjxai;
300 8eí8co pxj 8t} rcávxa Geá vripepxéa euiev,
B p’ Eipax’ év ftóvxcü, npiv ftaxpíSa yaiav ÍKÉa0ai,
aXy£ avajiXrja£iv ■ xa Se 8tj vüv ftávxa XEAEixai.
oiotGiv VEtpÉEooi ftEpioxétpEi oupavóv Eupuv
Zeóg, éxápa^E 8e ftóvxov, éftiaftÉpxouai 8’ aEAAai
305 Tcavxoícov ávepcov • vuv poi acog aíftix; oÁ£0po<;.
xpic, paKap£<; Aavaoi Kai xExpáKu;, oi xóx’ óAovxo
Tpoíxi £V EOpEÍTi, xápiv ’AxpEÍSflOl tpépOVTEC;.
©<; 8t] éyó y’ ótpEAov 0av££iv Kai ftóxpov ekigkeív
íípaxi x© ote poi jiXeígxoi xa^Krip£a Soupa
310 Tpa>£<; éftéppugav ftEpi IItiAeÍcovi 0avóvxi.
x¿b k’ EÁaxov KXEpácDV, Kaí p£U kAeoc; fjyov ’Axaioí-
vuv 8é p£ AEuyaAéco 0aváx© EÍpapxo áAcbvai ».
ax; apa piv eitcÓvt’ eAogev péya Kupa Kax’ aKprjg,
SeIVÓV éftEGGUpEVOV, ftEpi Se GXEÓÍT1V ¿AeAi^E.
315 xtíAe 8’ áitó oxe8íti<; auxcx; ftéos, ftxiSáAiov Se
EK X£ipa>v TtpOET^KE * pEGOV 8é OÍ ÍGXÓV Ea^E
Seivti piGyopévwv ávép©v éAGouoa 0Ó£AAa •
xr|Aoü Se GTtEipov Kai éftÍKpiov epkege nóvxcp.
xóv 8’ áp’ í)ftóppuxa 0r|K£ tioAuv xpóvov, ouSe SuvaG0ri
320 anj/a páA’ ávax£0é£iv peyaAou úftó KÚpaxo<; óppíj^ •
Eipaxa yáp é pápuvE, xá oi ftópE Sia KaAui|/®-
oye SeSri p’ ávéSu, oxópaxot; 8’ e^etcxugev aApriv
KiKpTiv, i} oi ftoAAq arcó Kpaxcx; KeAápu^EV.
áAA’ oóS’ áx; axeSíní éfteAr|0exo, xEipopevog rcep,
325 áAAa pe0oppri0£Í<; évi KÚpaaiv éAAa^ex auxfjc;,
év péaofl 8é Ka0í£e xéAot; 0aváxou aAeeivcov.

87
ODISEA V

Entonces, las rodillas y el corazón de Odiseo se soltaron,


y él, a su magnánimo corazón le dijo indignado:
“¡Ay de mí, infeliz! ¿Qué va a sucederme a la postre?
Ahora temo que todo dijo la diosa verídicamente, 3
afirmó que en el ponto, antes de llegar a mi tierra paterna,
yo sufriría dolores. Hoy, sin duda, todo eso se cumple.
¡Con cuáles nubes al cielo anchuroso circunda
Zeus! Ha turbado el ponto, y se desatan tormentas de todas
las clases de vientos. Hoy es segura mi áspera muerte. ™
Tres, cuatro veces felices los dánaos que entonces murieron
en la ancha Troya, por complacer a los hijos de Atreo.
Ojalá, ojalá hubiera muerto yo, y encontrado mi suerte
el día en que muchísimos teucros sus picas provistas de bronce
me arrojaron, por el muerto Pelida. Así, mis exequias 310
habría yo obtenido, y los aqueos habrían difundido mi fama;
mas era mi destino que hoy fuera presa de mísera muerte”.
A él, que dijo así, lo golpeó la gran ola, de lo alto,
terriblemente impulsada, y volcó aturbonada a la balsa.
Lejos de la balsa, él mismo cayó, y el timón 315
dejo ir de las manos; rompió por en medio su mástil
una tormenta de vientos mezclados, terrible en su marcha,
y lejos, en el ponto cayeron la vela y la entena.
Sumergido mucho tiempo lo tuvo el oleaje, ni pudo
surgir con presteza, por el impulso de esa gran ola: 320
lo agravaban los vestidos que diole la diva Calipso.
Mas tarde, al fin emergió, y de su boca escupió la salmuera
amarga que, mucha, desde su testa fluía estrepitosa.
Mas ni así se olvidó de su balsa, aun estando agotado,
sino que, entre las olas lanzándose, él la atrapó, 325
y se sentaba en medio, esquivando el final de la muerte.

87
HOMERO

rqv8’lq>ópei péya Kopa Kaxá póov év0a Kai év0a.


ox’ órccopivóg Popéis (popépaiv aK(xv0a<;
ap, we8íov, rcDKivai Sé rcpó<; áXXr|Xpoiv éxovxai.
530 x^v áp rcéXayo<; ávepoi <pépov év0a Kai év0a •
aXXoxe pév xe vóxo; popép npopáXeoKe <pépeo0ai,
áXXoxe 8’ aíre’ e^pog ^etpópcp eí^aoKe 8i<í)Keiv.
tov Se iSev KaSpoo 0uyáxrip, KaXX,ía(popog ’Ivco,
Aei)Ko0er|, T| rcpiv pev ex|v Ppoxó^ ai)8r|eaoa,
335 vov 8’ áXo<; év rceÁáyeaai 0e¿bv é^éppope Tipí^.
r\ p’ ’OSixríV éXériaev áXcópevov, áÁye’ éxovxa-
[ai0oíp 8’ eÍKDia rcoxfi áveSúoexo Á,ípvxi<;,]
í£e 8’ érci axe8ír|<; Kai piv rcpóg po0ov eeirce-
« Kappope, xírcxe xoi ©Se Iloaei8<xcov évoaíx0cov
34o cbSóaax’ ércrcayÁ/oq, oxi xoi Karcá rcoÁAá (poxeóei;
oi) pév Sri ae Kaxacp0eíaei, páXa rcep peveaivov.
áXXá pal’ <o8’ ep^ai, SoKéeu; Sé poi oí>k árcivóaaeiv
ei'paxa xaox’ árcoSix; axeSirjv ávépoiai q>épea0ai
KaXXirc’, áxáp xeípeaai vécov ércipaíeo vóaxov
345 yaírig OaiT)KC0V, o0i xoi poip’ éaxiv áXó^ai.
xf¡ 8é, xó8e KpTjSepvov orco axépvoio xavóaaai
ápPpoxov • oi>8é xí xoi rca0éeiv 8éo<; 008 arcoXea0ai.
aóxáp ércTjv X£ip£ociv écpáyeai r|7i:eipoio,
áig árcoXvaápevoc; PaXéeiv eí<; oivorca rcovxov,
350 rcoÁXov árc’ Tyjteípov, aóxóg 8’ árcovoaqn xparceaOai».
cog apa <pcovr|oaaa 0eá KpriSepvov éScoKev,
aóxr) 8’ ay é<; rcóvxov éSóaexo Kupaivovxa
ai0t)íp eiKüia’ péXav 8é é kup’ eKaÁvi|/£V.
aóxáp ó peppnpi^e rcoAóxXac; Sío<; OSoaceD^,,
355 ¿>x0noa<; 8’ apa eirce rcpóg ov peyaXnxopa 0upóv
« o poi éyco, pn xíg poi ócpaív^aiv SóXov ai>xe

88
ODISEA V

La gran ola, acá y allá, con su flujo llevaba la balsa.


Como cuando, en otoño, el bóreas se lleva los cardos
por el llano, y, tupidos, unos a otros van adheridos;
así, por el mar, acá y allá, la llevaban los vientos. 330
Ya la arrojaba el noto al bóreas, que se la llevara,
ya la entregaba el euro al céfiro, para que él la empujara.
Lo vio la hija de Cadmo, Ino de hermosos tobillos,
Leucótea, que antes era mortal, dotada del habla,
y hoy participa, en las ondas del mar, del honor de los dioses. 335
Ella tuvo piedad del errante Odiseo que dolores tenía,
y en vuelo, como un somorgujo, emergió del océano;
sobre la balsa sentábase y estas palabras le dijo:
“Desdichado, ¿por qué contra ti Posidón, que agita los suelos,
se airó tan terriblemente, que muchas desgracias te planta? 340
Con todo, no va a destruirte, aunque asaz, con ansia lo anhela.
Pero harás justamente así, no me pareces ser insensato:
tras quitarte esos vestidos, la balsa abandona a los vientos,
que se la lleven, y, nadando a dos brazos, intenta el arribo
al país de los feacios, donde está destinado que escapes. 345
Anda, extiende este velo debajo del pecho, es inmortal;
y no tengas miedo de sufrir algún daño, ni de morirte.
Mas, cuando con las manos toques la playa,
soltándote de él nuevamente, arrójalo al ponto vinoso,
muy lejos de la tierra, y tú mismo vuélvete aparte”. 350
Así habiendo hablado, la diosa el velo le dio,
y ella misma de nuevo se hundió en el ponto ondulante,
como un somorgujo, y la cubrió una ola sombría.
Mas estuvo indeciso el paciente, noble Odiseo,
y él, a su magnánimo corazón le dijo indignado: 355
“¡Ay de mí! No sea que otra vez me teja un engaño

88
HOMERO

awp eyqv 8n jioi gXe8ít|v 8iá Kopa tiv<x^,


ekeí oí pév Ti jcápa rcpovoíiaai áp£wov ».

65 eio<; ó xavG>’ ¿óppaive Kaxá (ppéva Kai Kaxá Gujlióv,


©pGE 8 £711 |X€ya KDpot FlOGElSaCQV EVOOÍX0(OV,
8eivóv x’ ápyaXéov te, Kaxripeípég, nXaoE 8’ awóv.
©g 8’ avEjioq pcov 0r|ga>va xivá^p
KapípaÁécov, xa pev áp te 8i£aKÉ8aa’ áXXnSig áXÁp,
37o cog xf|<; Soópaxa paxpá SiEGKéSaa’. awp ’OSuoaeix;
ótpxp’ Évi Soúpaxi (3aive, K£Áp0’ ex; untov éXaúvcov,
Eipaxa 8’ é^arcéSuvE, xá oí rcópE Sia KaXoyá.
aiíTÍKa Se KprjSEpvov ímó Gxépvoio xávoGGEV,
ax)TÓ<; 8e rcpTivrig áXí Ka7i7i£O£, X£ipe 7t£xáooa<;,
375 vriXépevai pepacóg. Í8e 8e Kpeícov evogíX0cov,
Kivr|aa<; 8e KápTj Ttpoxí ov pi)0r]Gaxo 0upóv •
« oíSxco vvv KaKa 7toXXa 7ta0cov aÁoco koctíx tcovtov,
el<; o kev áv0p©7toiai Sioxp£<pe£aGi piynpg.
ttXX’ 01)8’ ©C GE £OÁ,7ia ÓvÓGG£G0ai KttKOTT|TO£ ».

3„ copae 8’ ¿Jti Kparrcvóv Popénv, npó 8e icupat


eio? o <t>auÍKeaai (piXnpéxpoioi Riyem

89
ODISEA V

algún inmortal, y él me ordena salir de la balsa.


Mas, para nada, aún no le haré caso, pues yo con mis ojos
vi lejos la tierra donde, ella dijo, me era posible la fuga.
Mas haré justamente así, y me parece que es lo mejor: &o
mientras en sus junturas estén ajustados los troncos,
permaneceré aquí mismo y aguantaré, sufriendo dolores;
mas cuando las olas me hagan pedazos la balsa,
nadaré, pues, cierto, ninguna mejor precaución se presenta”.
Mientras él estas cosas movía en su mente y en su alma,
incitó Posidón, que agita los suelos, una gran ola
terrible y difícil, un techo colgante, la cual lo golpeó.
Como un viento de soplo impetuoso agita un montón
de hojarascas secas, y pues hacia acá y hacia allá las esparce,
así esparció la ola sus largos troncos. Empero, Odiseo 370
se montaba en un tronco, cual guiando un corcel de carreras,
y se quitaba los vestidos que diole la diva Calipso.
Bajo su pecho el velo extendió de inmediato,
y él mismo, prono, al mar se tiró, extendiendo las manos,
anhelando nadar. Lo vio el rey, el que agita los suelos, 375
y, a su corazón dirigiéndose, habló moviendo la testa:
“Hoy así, tras sufrir muchos males, sigue vagando en el ponto,
hasta que te juntes con los hombres alumnos de Zeus:
mas ni así, yo pienso, te quejarás de tus males”. 379
Así habiendo hablado, aguijó los caballos de crines hermosas,
y se fue hacia Egas, donde tiene su ilustre palacio.
Mas Atenea, la hija de Zeus, pensó en otra cosa;
en efecto, de los otros vientos cerró los caminos,
y ordenó a todos ellos cesar y acostarse;
mas incitó un vehemente bóreas y quebró adelante las olas, 385
para que se juntara con los feacios, que aman los remos,

89
HOMERO

SioyevT|<; ’OS'ügetn;, Oávaxov Kai Krjpac; áXó^a^.


év9a Sóco vÓKxa<; Sóo x’ ópocxa KÓpaxi Krjyco
rcXá^exo, rcoXXá Sé oi KpaSín rcpoxióaaET’ óXeOpov.
390 áÁÁ’ ote Sf| xpíxov T)pap éürcXÓKapoí; teKeo’ ’Hcíx;,
Kai tót’ ekevc’ ávepoc, pév ércanoaxo TjSéyaAóvn
etcXeto vtivepíti- ó 8’ apa ayeSov eígiSe yaiav

páXa TCpoiScov, peyáXoo orco KÓpaTog áp0£Í<;.


ex; 8’ ot’ av áarcáaio<; píoxoc; rcaíSEoai (pavón
395 rcaxpóí;, o<; év voóocp KEixai KpaTép’ aXyEa rcáoxcov,
Snpóv TT|KÓp£VO(;, awyepóc; Sé oi éypae Saípcov,
áarcáaiov 8’ apa tóv y£ 0eoí KaKÓTrywx; éXnaav,
&<; ’OSooíV áorcaoxóv ¿eioaxo yaia Kai okr|,
vóxe S* érceiyópEvoq rcooiv órcsípo'ü £TCipóv<xi~
400 áXX’ ote xóoaov árcfjv, oaaov te yéycove poóaag,
Kai Srj Soorcov aKovae rcoxi arciláSeaoi OaXáaang' —
póyOei yáp péya Kopa kotí ^epóv órceípoio
Seivóv épEvyópevov, eíXoxo Sé rcávO’ áÁog áxvTl *
oó yáp éoav Xipéveg vt^cov óxoí, oóS’ ércicoyaí,
405 áXX’ aKxai rcpopÁñxeg éoav arciÁáSeg te rcáyoi xe • —
Kai xóx’ ’OS'uaafi0^ ^óxo yoóvaxa Kai q>íAov fj'cop,
óx0rioa<; §’ ápa eirce rcpóq ov peyaXóxopa 0upóv •
« o poi, ércei 8ó yaiav áeXrcéa Scokev íSéaOai
Zeó<;, Kai Só xóSe Xaixpa 8iaxpri£a<; ércépnoa,
4io íhcpaoig oo rcfl <paíve0’ áXóg rcoXioio 0ópa£e •
ekxogGevpév yáp rcáyoi ó^éeg, ápq>i Sé Kopa
péppoxev póOiov, Áiggt] 8’ ávaSéSpope rcéxpri,
áyXipaOóg Sé GáXaaaa, Kai oi) rccoc; eaxi rcóSeaai
oxópevai ápqxoxépotai Kai éK<poyéeiv KaKÓxr|xa-
4i5 pó rcsag p’ EKPaívovxa páXp XíOaKi rcoxi rcéxpp
ícopa péy’ áprcá^av • peXér| Sé poi eooexai óppó-

90
ODISEA V

el divino Odiseo, tras evitar la muerte y las Parcas.


Allí, dos días y dos noches, por olas hinchadas
era arrastrado, y mucho, su corazón el morir barruntaba.
Mas, cuando cumplió el tercer día Eos de rizos hermosos, 390
justo entonces, el viento cesó, y calma marina
hubo, sin viento, y pues él miró cerca la tierra,
al mirar muy atento al frente, alzado por una gran ola.
Como cuando grata aparece a los hijos la vida
del padre, que yace enfermo sufriendo fuertes dolores, 395
consumiéndose ha mucho, pues lo fastidió un numen terrible,
mas gratamente a él, del mal lo libraron los dioses,
así, a Odiseo pareciole agradable la tierra y la Selva,
y nadaba ansioso de pisar con los pies en la playa.
Mas cuando él distaba tanto, cuanto se hace oír el que grita, 400
y ya escuchó el resonido en los escollos del mar
—pues el gran oleaje rugía contra la árida tierra,
terrible bullendo, y todo, en la espuma del mar se envolvía;
pues no había puertos, refugios de naves, ni había fondeaderos,
sino que había prominentes quebradas y escollos y riscos—, 405
entonces, las rodillas y el corazón de Odiseo se soltaron
y él, a su magnánimo corazón le dijo indignado:
“¡Ay! Cuando tierra imprevista me ha dado a mirar
Zeus, y ya he cruzado este abismo después de cortarlo,
por ningún lado se ve salida hacia afuera del mar agrisado; 4i0
pues desde afuera hay riscos agudos, y, en torno, el oleaje
brama impetuosamente, lisa se encumbra la roca,
el mar es profundo en la orilla, y con los pies no es posible,
con ambos, pararse, y escapar de la ruina.
No sea que, al ir saliendo, me golpee en una roca escabrosa 415
una gran ola, raptándome, y vano será mi conato.

90
HOMERO

k exiKpoxepcoKapavTi^opai^vKooéípeópco
movou; xe rcapaTcÁívyaq Xipévag xe ©aXáaarií,
óeióco pp p’ é^aáxic; ávaprcá^aaa 0úeÁXa
420 kovxov ek izO'üóevTa ípepp papéa oxeváxovxa,
pé tí poi Kaí KÍ^xog ekiooeúti péya Saípcov
e|> aXog, Qia te KokXá xpéípei kX'dxÓ; ’Apípixpíxrj ’
oiSa yap coc; poi oScoSoaxai kXdxoc; évvoaíyaio(;».
, eíog ó xai>0’ ¿oppaive Kaxá (ppéva Kaí Kaxá 0opóv,
425 xócppa Sé piv péya Kopa <pép£v xpnxeiav ek’ aKxriv.
EvOa k’ aKÓ pivoóg 8pú(p0r|, aóv 8’ óaxé’ ápáx0n,
El pT| EKÍ CppEGÍ 0T|K£ 0eá yXaOKÓKig ’A0T)VT| •
ápcpoxépTioi Se /epoív EKeoGÓpevog Xá¡3e néxpi);,
xfjg éyExo oxEváxcov, eío; péya Kopa Kapf¡X0e.
430 Kaí xó pév cog 'ónaXo^E, KaXippó0iov Sé piv aóxi;
kÁí^ev EKEOcrópevov, xtjXob Sé piv ép(3aZe novia),
ex; 5’ ote kooXókoSoc; OaAápp; é^eÁKopévoio
Kpcx; KoxoXTiSovóípiv KOKivaí Záíyyeg é/oviai,
ex; xoo Kpog néxppoi 0paaeiá(ov ano xeip®v
435 pivoí ánéSp,ü(p0£v • xóv Sé péya Kop’ eKaXoipev.
év0a ke St| Sóaxrjvo<; ónép popov coáex OSoaaeix;,
ci pn énKppoaóvpv Sanee yXaoKonig ’A0r|vr| •
KÓpaxog é^avaSóg, xá x’ épeóyexai TÍneipóvSe,
v*nxe Kapé^, eg yaiav ópeopevo;, eí kod ¿(peépoi
44o xfíóva<; xe napanÁriyac; Áipeva; xe 0aÁaacrr|;.
áÁX’ oxe Sh Koxapoío Kaxá axópa KaXXipóoio
i^e veojv, xpSií oí éeíaaxo x^P°^ ápiaxog,
Xeíoc; nexpáíw, Kaí éní aKénag fiv ávépoio
gvvc» Se Ttpopéovxa Kai curato ov Kaxá Oupóv •
445 « kXóOi, ocva^oxvjéaaí-itoXóXX.taxov Sea «avo
(peóycov £K kóvxoio IloaeiSacovo; evma;.

91
ODISEA V

Y si nado más, costeando, por si en algún lado me encuentro


riberas batidas lateralmente y puertos marinos,
temo que, nuevamente, raptándome alguna tormenta, 419
me lleve sobre el ponto, lleno de peces, gimiendo hondamente,
o también, que algún dios, desde el mar me lance una bestia
grande, cual las que mucho alimenta la noble Anfitrite:
sé cuánto está airado conmigo el noble que agita la tierra”.
Mientras él estas cosas movía en su mente y en su alma,
lo llevaba entonces una gran ola a la costa escabrosa.
Ahí, él se habría desgarrado la piel, y roto los huesos,
si Atena, diosa ojiglauca, no hubiera puesto algo en su mente:
impulsándose, él una roca cogió con las manos, con ambas,
y se aferraba a ella gimiendo, hasta que pasó la gran ola.
Y él, así la evadió, mas refluyendo ella de nuevo
lo golpeó con su impulso, y lo arrojó en el ponto, a lo lejos.
Como cuando, al ser extraído un pulpo de su antro,
en sus ventosas, piedrecillas copiosas se quedan pegadas,
justo así, en las rocas, la piel de sus manos audaces
quedó desgarrada, y a él lo cubrió la gran ola.
Allí, el infeliz Odiseo allende el destino habría perecido,
si no le hubiese dado prudencia la ojiglauca Atenea:
saliendo de la ola —éstas bullen yendo a la playa—, nadaba
costeando, viendo hacia tierra, por si en algún lado encontraba
riberas batidas lateralmente y puertos marinos. 440
Mas cuando él, a la boca de un río de bella corriente
nadando llegó, allí el lugar pareciole excelente,
libre de rocas, y allí había un reparo del viento;
y notó al que fluía, y en su ánimo él suplicó:
“Escucha, señor, quien seas, A ti, el muy invocado, yo llego 445
huyendo desde el ponto las amenazas de Posidon.

91
HOMERO
ai8<ñ£ x’ ¿axi K<xl áOaváTotax Oeoúnv,
' ' Tl^ ,lKWi áXcopevoc;, ©g Kai éy© vuv
4M Zy Te rva0, lKávo)
aU eXeatpe av^. tKeTn? 5é TOl EÍWai »
“V“ , ’ ? 5 “miKa “v Póov, eaZe Se K^a,
rcpoaüe Se oi Ttotqae yaXr|vnv, tóv S’ éaá©oev
égnoTapoó rcpoxoág. ó 8’ áp’ ápp© yoúvax’ émpiye
Xeipot<; Te GTiPapá^- áXi yáp SéSpriTo tpíXov idjp-
«5 ¿pSee Sé xpóa rcávTa, 0áXaaaa Se icfaie jcoM|
áv crcópa Te pivá<; 9’- ó 8’ áp’ á^veiJOTog Kai ávau8o<;
KeiT’ óXiyr|7ieXé©v, KapaTog Sé piv aívóg 'ÍKavev.
CÚÚC 0Te Sri p’ ápjivoTO Kai ég (ppéva 0opó<; áyép0ri,
Kai tótc Sti KpqSepvov arcó éo Zuce 0eoio.
46o Kai TÓ pév éc; rcoTapóv áZipoprievTa pe0r|Kev,
cx\|Z 8’ etpepev péya Kopa KaTa póov, aúpa S’ áp’ ’Iv©
Sé^aTO XePai <ptA,poiv • ó 8’ ek rcoTapoio Xiaa0eí<;
axoív<p Í7ieKXív0Ti, KÓae Sé £eí8©pov ápoopav.
óxBnaag 8’ ápa cute 7tpóg ov peyaXr|Topa 0opóv •
465 « © poi éy©, tí rcá0©; tí vó poi pr|KiaTa yéviiTai;
eí pév k’ év rcoTap© SooicpSea voKTa (poÁxxoo©,
pq p’ ápoSig aTÍpn xe KaKr| Kai 0íjAo<; eeparj
é^ óXiynrceXíric; Sapáafl K£Ka<pr|OTa 0opov
aíSpn 5’ éK rcoTapoo yoxpn ^véei KP°;
470 eí Sé Kev éc; kácitov ávapác; Kai SáoKiov W
Oápvoia’ év rcoKivoioi KaTaSpá0®, eí pe
piyog Kai mparoc;, yÁOKepóc; Sé poi orcvoc; erceAOoi,
SeíS© pn 0npe°°lv eX©P KCíl KÓppa yévropai».
©c ápa oí (ppovéovTi SoáaaaTO KépSiov eivav
475 86 p’ípevei<;íSXnv-xnv Sé axeSóv oSaTo^ eypev
év Tcepupaivopévcp. Soioóc; 8’ áp’ órcr^Oe 0apvoo<;

92
ODISEA V

También para los inmortales dioses es venerable


cualquier hombre que llega errabundo, cual hoy a tu flujo
y a tus rodillas llego, después de sufrir muchas cosas.
Tenme piedad, señor; de ti, me precio de ser suplicante”. 450
Dijo, y aquél calmó al punto su flujo y contuvo el oleaje,
y le hizo adelante una calma marina, y él lo salvó
en las bocas del río. Odiseo dobló entrambas rodillas
y sus manos robustas: el mar había domado su pecho.
Estaba hinchada toda su piel, y mucha agua marina 455
fluía de su boca y narices; él, sin aliento y sin voz,
yacía desmayado, pues lo invadía un terrible cansancio.
Mas cuando ya respiró y su alma juntose en el pecho,
pues entonces, de la diosa el velo él soltó de su cuerpo.
Y arrojó a éste hacia el río, que en el mar desemboca, 460
y una gran ola se lo llevaba en su flujo, e Ino al instante
lo recibió entre sus manos; mas él, del río alejándose,
se inclinó bajo el junco, besó la tierra dadora de grano,
y él, a su magnánimo corazón le dijo indignado:
“¡Ay de mí! ¿Qué va a pasarme, qué va a sucederme a la postre? 465
Si junto al río me paso en vigilia la noche inquietante,
temo que a un tiempo, la escarcha dañina y el fresco rocío
me rindan después del desmayo, a mí, alma jadeante;
y muy de mañana, desde el río sopla gélida el aura.
Mas si, subiendo al collado y a la selva sombría, 470
me duermo en los matorrales tupidos —si me dejaran
el frío y el cansancio, y si el dulce sueño me sobreviniera—,
temo llegar a ser presa y botín de las fieras”.
Pensando, pues pareciole que era mejor de esta manera:
presto se fue hacia la selva; hallola cercana del agua, 475
en un sitio en torno visible. Subió hacia dos matorrales

92
HOMERO

é^ópóBev Tceqyüóycag- ó pév qn)Xíri<;, ó 6’ éXaúqc;.

xo'og pev ap odt avepcov Siári pévoc; i)ypóv áévxov,


odie 7tot’ T|eXio<; <paé0©v aKxioiv épaXXev,
48o oín’ ó|ippo<; TCepáaoKe Siapnepég- ©<; apa kdkvoí
ákÁ,T|koiaiv eqrov ércapoiPaSíq- oug írc’ ’OSuaaeix;
Svoet’. á<pap 8’ eúvryv ércapriaaTo xepai (píXpaiv
enpeiav • <pí)XX©v yáp erjv xúau; T]Xi0a rcoAXri,
óaaov t’ T|é Sú© T|£ xpei<; ávSpaq epna0ai
<85 cópT] %eipeptfl, eí Kai páXa rcep xa^Euaívoi.
Tqv pév íS©v yri0T|ae KoXmXag Síog ’OS'üocexx;,
év 8’ apa péaap Xekto, x^aiv 8’ ércEXE'úaw qyúÁÁwv.
©g 8’ ote tk; SaXov anoSifj évÉKp'uye peXaívp
áypoí) ero’ saxátil, © ph rcápa yevroveg áXXoi,
490 orcéppa iTüpóc; a©£©v, iva pn rcoOev áXXo0ev aóoi,
©<; ’OSuaeíx; (púZXoiai KaXúyaTO. t© 8’ áp’ ’A0t|vti
Óppaai xe^ ’ iva ^1V navaeis Taxiaxa
áStcvov etc’
SvarcovEoc; Kapáxoio, <piXa pXetpap áptpiKaXúyag.

93
ODISEA V

nacidos del mismo lugar: uno, de acebuche; el otro, de olivo;


a través, ni soplaba el vigor de vientos que húmedos soplan
ni, jamás, con sus rayos, el luciente sol adentro golpeaba,
ni a través hasta el suelo pasaba la lluvia: así de tupidos, «o
enlazados entre ellos crecieron; hundiose bajo éstos
Odiseo. Al instante hacinó con sus manos un lecho
amplio, pues había un montón de hojarasca muy grande,
como para poder resguardar a dos o a tres hombres
en la estación de invierno, aunque fuera muy dura.
Al verlo, se alegró el paciente, noble Odiseo;
se acostó en medio, y se echó encima el montón de hojarasca.
Como cuando alguien oculta un tizón entre negra ceniza 488
al extremo del campo —alguien que, aparte, no tiene vecinos—,
guardando una semilla de fuego, a fin de que él no lo encienda
de otra parte, así, Odiseo se cubrió de hojarasca. Y Atena
le vertió sueño en los ojos, para que él, muy veloz lo librara
del penoso cansancio, envolviendo sus párpados.

93
6. OAYILEIAZ Z

ó (iév ev0a Ka0£t>S£ 7coXí)TXa<; Sioc; OSuggeuc;


aStcvíd Kai KajiáTíp ápmievoc;- aÍTap ’A0qvri
Pfj p’ égOairiKCüv ávSpwv Snjjtóv tetcÓXiv te-

o'i npiv |iév tlot’ Evaiov ev Eupu/ópcp 'YnEpEip,


5 OYXOU KdkXü)71(0V ávópCÜV ÍTCEpTlVOpEÓVTCOV,
oí aipEag givegkovto, píri<pi Sé (pépTEpoi Tjaav.
evOev ávaaTT|aa^ áy£ N«wrí0oog 0eoeiSti<;,
eigev Sé ExepÍTb éKa<- ávSpcov átapTiaTacov,
áptpi Sé teíxoí eÁxxooE tcóAei Kai éÓEÍpaio o’íkotx;
10 icaí v'qo'bg tlottige 0ecúv Kai éSáaGOtT ’ ápoúpag.
áXX’ ó pév t^Sti Kqpi Sa¡i£Íg "AíSóoSe pEpriKEi,
’AXkívooc; Sé tót’ T|pxe, 0£cbv arco priSea eíScó^.
too pév EpTi TEpóc, Scopa 0£ct yXa'üK©7ci<; ’A0qvr|,
vóotov ’OSooafp jiEyaXriTopi pr|Tiócoaa.
15 pí} 5’ íjiev ég 0áXapov KoXnSaíSaXov, cp evi Koúpr|
Koipai’ á0avaTT|Gi cpoTiv Kai eíSoc; ópoíri,
NaDGiKaa, 0vyáTrip p£yaÁíiTopo<; ’AXkivóoio,
rcáp Sé Sí)’ ápcpírcoÁ-oi, Xapvccov arco KaXXog Exoooai,
GTa0poÜV £KttT£p0£- 0í)pat S’ E7CEKEIVTO (paElVaí.
20 S’ áVEJAOO ©<; TLVOTT) ETLEOODTO SÉpVia KOÍ)pT|<;,
ottí S’ ap’ wtép KEcpaXfjc; Kai piv rapóg po0ov eeucev,
EiSopévp KO'óp'p vaDoiK^EiToio AópavTog,
lí OI ÓpTlXlKÍTl pév ériv, KExáplGTO Sé 0o peo.
ip piv ££iGa|xévT| Tcpoaécpp yXaoKC07cv; ’A0tjvt| •
25 „« Naooucaa, ti vo g’ cóSe p£0í|pova yEivaTo ppTpp;
EtpaTa pw toi KEtrai aieri&Éa ovyaAÓEVTa,

94
Libro VI

Así, éste allí dormía, el paciente, noble Odiseo,


rendido de sueño y cansancio; empero, Atenea
se fue al pueblo y a la ciudad de los hombres feacios,
los cuales en otro tiempo habitaban Hiperia espaciosa,
cerca de los cíclopes, unos hombres soberbios 5
que los expoliaban, y eran más poderosos en fuerza.
De ahí, tras moverlos, los guiaba Nausítoo, símil a un dios,
y los asentó en Esqueria, lejos de hombres, que son industriosos;
puso un muro en torno de la urbe, y construyó las moradas
y erigió a los dioses templos e hizo el reparto de tierras. 10
Mas él, ya por la muerte domado, se había ido hacia el Hades,
y hoy reinaba Alcínoo, sabio en consejos merced a los dioses.
A la casa de éste se fue la diosa ojiglauca Atenea,
tramando, del magnánimo Odiseo el retorno a la patria.
Presto se fue al bien labrado aposento, en el cual una joven 15
dormía, igual a las inmortales en traza y aspecto,
Nausícaa, hija del magnánimo Alcínoo, y con ella dormían
dos siervas, que tenían hermosura merced a las Gracias,
una en cada jamba; estaban cerradas las puertas lucientes.
Como soplo de viento, se lanzó de la joven al lecho, 20
se colocó sobre su cabeza y estas palabras le dijo,
asemejada a la hija de Dimante —preclaro en la náutica—,
que tenía la misma edad que ella, y le era querida en el alma;
asemejándose a ésta, la ojiglauca Atena le dijo:
“Nausícaa, ¿por qué, pues, te alumbro tan floja tu madre? 25
Descuidadas se encuentran tus vestes espléndidas,

94
HOMERO

<íoi e yoc|xog o/eSov eotiv, iva XPR KaXá gév ai)Tr|v


evvuaOai, xa Sé toíoi rcapaaxeiv, oi ke a’ áycovrav
CKyap toi todtcov tpaTic; ávOpórcoix; ávafiaívei
30 ea0Xrg XaípoDaiv Sé rcarnp Kai rcórvia grrrnp.
otXX iog£v TiXovEoooai ag’ T|ói (paivogÉvr|<pi •
Kai toi Eyco <yuvepi0o<; ag’ £\j/ogai, cxppa Taxiara
évTÚvEai, £7i£Í oi) toi eti St]v 7rap0évo<; éaaeai'
T}Sri yáp oe gvovTai ápumjec; Kara Sggov
35 TCGtvTcov 0aiT|Kcov, o0i toi yévog egtí Kai aírry
áXX’ áy’ etiótpdvov rcaTepa kXdtóv fi©0i rcpó
flgióvoix; Kai ága^av EcporcXíoai, kev áypai
^cooTpá te Kai tcetcáoix; Kai playea oiyaXÓEVTa.
Kai Sé ooi ó)8’ ai)Tp 710X1) KaXXiov 13 é tióSeggiv
40 £pxea0ai- tcoXXov yáp arco rcXovoí eiai 7ióÁr|og ».
Tj gév áp’ cog eíttouo’ aTtépri yXaoKÓmig ’A0t|vt|
ObXogKÓvS’, o0i cpaoi 0eg>v e8o<; áocpaÁég aíei
eggevai- oíSt’ ávégoioi TiváooErai oíSte kot’ ógppcp
SeiSetoi oi) te xi©v £7ii7iíXvaTai, áXXá gáX’ aí0pr|
45 7C£7tTarai ávvétpEXoc;, Xedkt] 5’ EjciSéSpogEv aiyXrj •
t© evi TEprcovrai gaKapE^ 0£Oi regara 7távra.
£V0’ aKEpTl yXaDKOKig, £7C£l Sl£7C£(ppaS£ KOÚpTg
amÍKa 8’ ’Hgx; t)Á0ev £i)0povog, tj giv EyEipe
NaDGiKaav E'ükekXov • ácpap 8’ a7i£0ai)pao’ óveipov
50 pí) 5 ’ igEvai Siá Sóga0 ív ’ áy/EÍXEie tokeboi,
uaTpi cpíXcp Kai giycpí • Kixnaara S’ evSov £ovtoc^.
fi gév etc’ éoxápTi t|gto oi)v ágcputóXoioi yuvai^ív,
T|XaKara OTpcocpcúo’ áXutópcpDpa- Tcp Sé 0úpa£e
épxogévcp £,T>gPXr|T0 gETCt káeitoix; paaiXfjac;
55 é<; poi)Xf|V, iva giv kÓXeov OaíriKEs; áyauoí.
ti Sé gáX’ ayxi OTaaa cpíÁov naiEpa jipocéeirce-

95
ODISEA VI

y está cerca tu boda, en que es preciso que prendas hermosas


te vistas tú misma, y otras regales a quienes te escolten.
Pues de esos detalles, entre los hombres se extiende la buena
noticia, y el padre y la madre honorable se alegran. *
Anda, a lavarlas vayamos al mostrarse la aurora;
te seguiré también yo, de ayudante, a fin que muy pronto
te arregles, pues ya no serás mucho tiempo doncella;
en efecto, ya te pretenden en este país los mejores
de todos los feacios, donde tú misma tienes tu estirpe. 35
¡Anda! Apremia a tu ínclito padre a que muy de mañana
te prepare unas muías y un carro que lleve
los cinturones y peplos y espléndidas colchas.
Para ti misma, en carro es mucho más adecuado que a pie
ir, pues los lavaderos de la ciudad muy lejos se encuentran”.
Ella, así habiendo dicho, se marchó, la ojiglauca Atenea
al Olimpo, donde dicen que está la mansión de los dioses
siempre segura; ni es sacudida por vientos, ni por la lluvia
es mojada, ni llega la nieve: un éter del todo sereno
se extiende sin nubes, y un claro esplendor se difunde; 45
en él disfrutan los dioses felices, todos los días.
Allí se fue la ojiglauca, tras hablar claramente a la joven.
Alpunto llegó Eos de bello trono, que a ella, a Nausícaa
de hermoso peplo, despertó: se admiró al instante del sueño,
y presto se fue por la casa, a fin de contarlo a sus padres, 50
a su padre querido y a su madre; encontrólos adentro.
Esta, con sus sirvientas, ante el fogón estaba sentada
torciendo hilos de tinte purpúreo; al otro, en la puerta
encontró, cuando él, hacia los reyes ilustres marchaba
al consejo, adonde lo habían llamado los nobles feacios. 55
Y ella, acercándose mucho, a su padre querido le dijo:

95
HOMERO

WnXnv euK^Xov, iva KXoxá eipax’ &ya)^

e? noxapov jtXwéouaa, tá goi fcpwwonéva Keixai;


■» Kai 8e aoi aóxq> &ike pexíi itpwxoiciv ÉÓvto.
pouXá; pouXeúeiv xaflapá xpoi eipax’ eZovxa.
itevxe 8é toi (píXoi oíe? éví geyápou; yeyáaoiv,
oí 8Ó ’ ótcoíovte?, xpeig 8’ TfíOeoi 0aXé0ovxe<;-
OI 8 ai£l £0eAoOOI VEOTCÁ/DTa ElJiaT ’ £^OVT£(^
65 £<; xopov £pxeo0ai • xa S ’ ép.fl cppEvi TiávTa pépr|X£v ».
cóg £(pax’- aíÓ£To yáp 0aA,£póv yápov é^ovopfjvai
TCCtTp'i tpíXcp ■ ó Se rcávTa vóei Kai ápEÍpEio pó0cp •
« OOTE TOI f|piÓVG)V (p0OV£CO, T£KO£, OOTE T£l) áXXoO.
EPXEO • aTap toi SpíúEg ¿(ponXíaaooaiv árcrivriv
70 onfqX'nv eokokXov, orcEpTEprp ápapoiav ».
coq eítiÓiv SpÓEooiv ekekXeto, toi 8’ ekíGovto.
oi p.£V ap’ EKTÓg ápa^av éoTpoxov ripiovEvqv
orcÁEOV fipióvoog 0’ orcayov ^EO^áv 0’ Ó7c’ árcrivri •
KoópTi 8’ ek 0aXápoio <p£p£v £G0fiTa <pa£ivT|v.
75 Kai TT|V |1£V KaT£0T|K£V EO^EOTG) ETC ’ a7CT|Vp '
fXTJTTJp 8’ EV KÍGTfl ET10EI JJEVOEIKe’ ¿SoSt^V
KavToiT|v, ev 8’ óya ti0ei, ev 8 oivov e%eo£V
áaKCÍ) ev aiyEicjr Koópri 8’ £7tepr|O£T a7rr|vr|<;.
Scokev Se XP'00^ ¿v fayieoOcp óypov éÁaiov,
so eioc; xuTÁxooaiTo aov áptpiTcóXoiai yovai^ív.
TI 8’ eáxxPev páoTiya Kai r|vía oiyaÁÓEVTa,
páaTi^EV 8 ’ éXáav • Kavaxn 5 ’ riv npióvoüv •
ai 8’ ápoTov TavóovTO, tpépov 8’ éoOfiTa Kai aorriv,
ook oitjv • apa Tp y£ Kai ápcpírcoXoi kíov áXXai.
85 ai 8’ ote Sr| TioTapoio póov TCEpiKaUé íkovto,
ev0’ n toi JiXovoi noav ércnETavoí, noli) 8’ iSSwp

96
ODISEA VI

“Querido papá, ¿no podrías prepararme un carruaje


alto, con buenas ruedas, para que lleve yo las suntuosas
vestes, que manchadas se encuentran, al río, a lavarlas?
También para tí es conveniente, al estar con los príncipes, 60
que celebres consejo teniendo en tu cuerpo limpios vestidos.
Y, en el palacio, viven contigo cinco hijos queridos,
los dos casados, y tres florecientes solteros; y siempre
ellos, con vestidos recién enjuagados desean
ir a la danza; le importa todo eso a mi mente”. 65
Así dijo, pues le apenaba mentar la boda florida
a su padre; mas él todo entendía, y respondió con palabras:
“No te niego las muías, hija, ni alguna otra cosa.
Vete; mas un carruaje prepararán para ti los sirvientes,
alto, con buenas ruedas, provisto de alguna cajuela”. 70
Diciendo así, llamó a los sirvientes, y obedecieron.
Ellos, pues, un carro mular y con buenas ruedas armaban
afuera, y muías llevaban, y las uncían al carruaje;
y la joven, de su aposento traía la espléndida ropa.
Y a ésta, la puso en el bien pulido carruaje; 75
su madre ponía en una cesta alimentos gratos al ánimo,
variados, y allí ponía manjares, y allí, vino vertió
en un odre caprino. Y subió al carruaje la joven.
Y su madre le dio un óleo suave en un frasco dorado,
para que se ungiera con las mujeres sirvientas. 80
Y aquélla tomó su látigo y las riendas brillantes,
chascó a que arrancaran; desde las muías un ruido salía,
e incesantes éstas corrían, la ropa llevaban, y a ella
no sola, con ella, además, también fueron sus siervas.
Y cuando ellas llegaron del río a la corriente bellísima 85
—allí, cierto, había lavaderos copiosos, y agua abundante,

96
HOMERO
g“¿í>V?^KnPÓpeev W íxorówvta Kaftñpca,
« ai Y JIM-iovodc; gév íneKnpoéXuaav ánT|vnq.
xai xag gév aeftav noxagóv napa Sivrtevxa
90 xpóyeiv áypGXjxiv geXitiSéa • xai 8 ’ án ’ anrivi^
eígaxa xepaiv éXovxo Kai éatpópeov géXav iSScop,
axeipov 8’ év pó0poiai 0oco<;, épi8a npo(péponaai.
auxap enei nÁ/6váv xe Ká0qpáv xe púna návxa,
Kéxaaav napa 0iv ’ ákóg, t|Xi pákiaxa ’
95 Xáiyyac; noxi xépaov ánonxíeaKe ÓáXaaaa.
ai 8é Xoeaaágevai Kai xpiaágevai Xín’ éXaícp
Seinvov enei0’ eiXovxo nap’ Óx0T}oiv noxagoío,
ei'gaxa 8’ rieXíoio gévov xepoTjgevai aúyfi.
ai)xáp énei aíxou xáp<p0ev Sgcpaí xe Kai aiixri,
ioo cKpaípp xai 8’ áp’ enai^ov, ano Kpr|Segva paXovaai,
xpai 8é NaDaiKaa XeuKcoXevog TÍpxexo goXTrng.
oix| 8’ "Apxegig etai Kax’ oiípea íoxéaipa,
1Í Kaxá Tn’ÓYe'TOV nepigriKexov tí ’EpógavGov,
xepnogévri Kanpoiai Kai coKeipa’ éXá<poiav
105 xrj 8é 0 ’ ága Nxigtpai, Kovpai Aió<; aíyióxoio,
áypovógoi naí^oDav yéyri0e Sé xe (ppéva Argco-
naaácov 8’ i)nép tí ye KapT| £%£i TiSe gexona,
peiá x* ápiyvóxri neXexai, KaXai Se xe naaai*
og ií y’ ágtpmóXoiai gexénpene nap0évog áSpr|<;.
no áU’ oxe 8f| áp’ égeUe náXiv okóvSe véea0ai
^ev^aa’ xigióvoix; nxó^aaa xe eígaxa kcíÁcí,
év0’ aox’ áU’ évÓTjae 0eá yXavKoni<; ’A0t|vti,
óx; ’OSnaeíx; éypoixo, i'8oi x’ eúconiSa Kovpriv,
TÍ oi <3>arr|KG)v ávSptov nóAiv TiYnaaixo.
n5 atpaipav éneix’ éppiye gex’ ágtpínoAoy paaiXeia-
ágqnnóXou gév ágapxe, pa0eíp 8’ égPaXe 8ivp.

97
ODISEA VI

bella, brotaba de lo hondo, para incluso limpiar lo más sucio—,


allí del carruaje, de abajo, al frente soltaron las muías.
Y a éstas, las ahuyentaron al lado del río vorticoso,
a pacer grama dulce cual miel, y ellas, del carruaje tomaron
en sus brazos las vestes, y las llevaban al agua sombría,
y las pisaban en hoyas, de prisa, una justa efectuando.
Mas después de lavarlas y de limpiarles todas las manchas,
las tendieron en fila en la playa del mar, donde más,
la mar hacia tierra firme escupía piedrecillas. 95
Ellas, tras bañarse y ungirse pingüemente con óleo,
entonces, en las riberas del río su comida tomaron,
y esperaban que al rayo del sol se secaran las vestes.
Mas cuando se saciaron de comida, ella y las siervas,
tras quitarse sus velos, jugaban con una pelota, 100
y Nausícaa, de cándidos brazos, dirigía entre ellas el juego.
Como Artemis, tiradora de flechas, va por los montes,
o por el muy alargado Taigeto, o por el Erimanto,
deleitándose entre jabalíes y entre ciervos veloces,
y con ésta, también las hijas de Zeus, que la égida tiene, 105
las Ninfas campestres, juegan, y Leto se alegra en su pecho;
por encima de todas, Ártemis tiene la testa y la frente,
y fácilmente se nota, y todas son bellas:
así, entre sus siervas, descollaba la intacta doncella.
Mas cuando ya estaba a punto de irse de vuelta a su casa, 110
ya habiendo uncido las muías y plegado los bellos vestidos,
entonces pensó en otra cosa la diosa ojiglauca Atenea,
en que Odiseo despertara y viera a la joven de ojos graciosos,
para que ésta, a la ciudad de los hombres feacios lo guiara.
Así pues, la reina arrojó la pelota hacia una sirvienta; 115
no le dio a la sirvienta, mas la echó a un remolino profundo.

97
HOMERO

ai 8 m pctKpov aüa«v• ó §• eypexo 5io? ’0Swae-


eijonevo.; ó wppaive xaxá q>péva k<xi Kaxa Gvpóv •
„ « w poi éyó>, xéwv ame Ppoxéóv é? yaíav «ávco;
>20 np oí 7’■bPpiaxaí xe Kai. aypiot oi)8é SÍKaioi,
fie (piXóqeivoi Kai a<piv vóoi; éaxx 0eou5f|<;;
T£ |X£ KODpaCOV (X(X(pT|X>'ü0£ 0TjÁ/ü<^ áí)TT|,
Nupxpácov, ai éxodo’ ópécov aiKEivá Káprjva
Kai 7nyya^ Koiapov Kai rcíoEa TroiriEVTa-
125 t| vi) kod áv0pGMUov Eipi oxe8óv aDSrjévTcov.
áÁV áy’ éy¿ov amóg KEiprioopai nSé i'Scopai ».
©<; £Í7iG)v 0ápvcov dkeSdoeto Sioc; ’OSdooed^,
EK TCDKIVT)^ 8’ DÁT^ TCTOp0OV kX(XO£ XElpl 7taXEÚ]
cpDÁXcov, áx; pDoarco rcepl xpoi priSea cparcóc;.
i3o pf¡ 8’ ij±£v có<; te Xétóv ópeaÍTpotpog, áAxi k£7coi0gx;,
oc; t’ eío’ DÓpevoc; Kai áripevoq, ev 8é oi Ógge
SaiETav aDTap ó Podoí peTépxeTai ii óieggiv
T)£ pex’ áypoTEpag eÁáqjoix;- KÉXeTai 8é e yaoTTip
pT|Xcov KEipROOVTa Kai ég tcdkivóv Sópov éABeiv •
135 cae, ’OSdoeíx; KODppoiv EOttÁoKápoiaiv ejieAAe
peí^EO0ai, yopvóq rcep éá>v • XP£1® Y«p iKave-
ojiepSaXeog 8’ ampci cpávri KEKaKcopevog áÁpr|,
Tpéooav 8’ aÁXu8i<; áÁAr| etc’ rfiova<; KpoDxoDGac;.
oíti 8’ ’AXkivóod ©oyárrip pév£- xíj yáp ’A0r|vr|
i4o 0ápoo<; ¿vi <pp£oi 0íik£ Kai ek 8éo<; eÍXeto ynícov.
<rrn 8’ ávxa oxopéviy ° $£ p,£ppnPl^ev ’OSdggedí;,
yoóvcov Áíoaovco Xapcov euáttiSa KODpnv,
amcoc; £7C£eggiv árcooTaSá pEiXixíoiai
áíggoit’, £i Seí^eie tcóáiv Kai Eipaxa 8orn.
145 (oc, apa oi (ppovéovTi SoaGoaxo K£p8iov eivai,
Xíaa£a0ai etceeogiv árcooTaSá peiAi/íoioi,

98
ODISEA VI

Luego, ellas gritaron fuerte, y él despertó, el noble Odiseo,


y, sentándose, ponderaba en su mente y en su alma:
“¡Ay de mí! ¿De qué mortales, ahora, a la tierra he llegado?
¿Serán insolentes y unos salvajes e injustos, j
u hospitalarios, y tienen mente que teme a los dioses?
Me circundó un griterío delicado, cual de unas muchachas,
de Ninfas, que de los montes habitan las cumbres excelsas
y las fuentes de los ríos y los prados herbosos;
sí, quizá estoy cerca de hombres dotados del habla. «
Vamos, yo mismo iré a comprobarlo y a ver en persona”.
Dicho esto, el noble Odiseo emergió desde los matorrales,
y de la selva tupida cortó con su mano fornida una rama
con hojas, que cubriera en su cuerpo sus partes pudendas.
Salió presto, cual león montaraz confiando en su fuerza, 130
uno que avanza azotado por lluvia y por viento, y sus ojos
en la cabeza le arden; y él va entre los bueyes u ovejas,
o entre ciervas agrestes; su vientre lo manda
a ir incluso a un firme recinto a atacar los rebaños;
así Odiseo, ante las muchachas de rizos hermosos debió 135
presentarse, aun estando desnudo: el apuro le urgía.
Y parecióles terrible, estando afeado con la salmuera,
y huyeron tremantes, acá y allá, por las costas salientes.
Se quedaba sola la hija de Alcínoo, pues a ella Atenea
le puso valor en el alma y quitó de sus miembros el miedo. wo
Se colocó frente a él, serena; y él, Odiseo, ponderaba
si, sus rodillas asiendo, rogaría a la joven, la de ojos
graciosos, o así, desde lejos, con dulces palabras
le rogaría, por si le mostraba la ciudad y vestidos le daba.
Pensando, pues parecióle que era mejor de esta manera: m
desde lejos rogarle con dulces palabras, temiendo

98
HOMERO

oi yow XapóvTi xoXóaaiTo (ppéva Koípr|.


amÍKa geiZí/iov Kai KEpSaXéov (pazo giOov •
i « yoDvoigaí oe, ávaooa • 0£Óg vi Tig í| Ppoxóc; éoai;
150 £i gev xi£ 0eog eooi, toi oipavóv eipiv exouoiv,
’ApxégiSí oe éyó ye, Aió<; Koipp gEyáXoio,
ei8óg te géyeBóc; te (pw(v t’ áyxioTa eiokgt

El 8e Tl<; EOOI ppOTOV, OI ETli %0OVl VaiETaODOl,


xpiq gaKapEg gév ooí ye 7taTT|p Kai rcÓTvia gr|™lp,
155 Tpi<; gáKap£<; 8e KaoíyvRTOi- gáXa rcoí oípioi 0ogó<;
aÍEv éiíppooivpoiv íaívETai éíveKa oeio,
Xedooóvtcov toiovSe 0áXog %opóv EiooixvEioav.
keívoc; 5’ ai TtEpi Krjpi gaKapTaToc; é^oxov áXÁxov,
o<; ke o’ eéSvoioi Ppíoa<; oikóv8’ áyáyrjTai.
i6o oi yáp tico toioítov í8ov Ppotóv ó(p0aÁgoioiv,
oÍt’ ávSp’ oíte yuvaiKa* oépag g’ éxei eíoopóeovTa.
ArXq) 8r ti ote toiov ’ArcóÁÁíovog rcapá pcogcp
(poíviKog véov épvog ávepxógevov évórioa-
ÍA0ov yáp Kai keíoe, rcoÁÁx; 8é goi eotieto Áaóc;,
165 Tqv ó8óv, fj 8r| géXXev égoi KaKá ktiSe’ éaea0ai-
¿o<; 8’ aiTGx; Kai keívo íScbv ¿Te0ri7iea 0i)gcp,
8t|v, etieÍ oi 7i(o toiov ávriÁ,u0ev ek Sopo yairjg,
©<; oé, yóvai, áyagaí te T£0ri7tá te, SeíSio 8 ’ aívax;
yoivcov á\paa0ai- x<xáeteóv Sé g£ 7iév0o<; ikocvei.

i7o yOi^óq eeikogtcú (piyov igaTi oivoTta kovtov •


TÓíppa 8é g’ aisi Küga (pópEi Kpamvai te 0o£ÁÁai
vt|ood a7c’ ’Qyvyírig • viv 8’ év0á8£ KaPPaÁE Saigcov,
o(ppa tí 7ioi) Kai ttiSe 7iá0co kgckov • ov yap óico
7iaÍO£O0’, áXV ETI TCoXXá 0£OÍ TEÁEOVGl 7C(XpOl0£V.
175 áXXá, ávaoo’, éXéaipe- oé yáp KctKá rcoÁÁá goynao^
é<; 7ipcí>TT|v iKÓgnv, tcúv 8’ áXXcov oi Tiva oiSa

99
ODISEA VI

que con él, si asía sus rodillas, en su alma la joven se airara.


Y de inmediato, dulce y astuto, dijo este discurso:
“Tus rodillas abrazo, reina, ¿acaso eres diosa, o mortal?
Si eres una deidad de las que tienen el cielo anchuroso, 1
a Ártemis, la hija del magno Zeus, yo ciertamente
te veo muy semejante en aspecto y en talle y en traza;
mas si eres una de las mortales que habitan la tierra,
tres veces dichosos tu padre y tu madre honorable,
tres veces dichosos tus hermanos: sus ánimos mucho, 15
por tu causa, siempre con gozo alegres se encuentran,
contemplando a tal pimpollo cuando entra en la danza.
Mas, en su alma asaz dichosísimo, más que los otros, aquel
que, por ser superior con sus dones, te lleve a su casa.
Pues, con los ojos, aún no he visto a un mortal así de agraciado, 160
ni varón ni mujer; al mirarte, el asombro me tiene.
Ya una vez en Délos, junto al altar de Apolo, yo así
miré brotando un nuevo retoño de una palmera;
porque fui también hacia allá, y me seguían muchos del pueblo,
en el viaje en el cual, míseras cuitas debían resultarme; i65
y en igual forma, al ver a aquél, quedaba yo absorto en el alma
mucho tiempo, pues antes nunca un palo así brotó de la tierra:
así te admiro, mujer, y absorto me quedo, y temo muchísimo
tocar tus rodillas; empero, me invade un pesar fastidioso.
Ayer escapé del ponto vinoso, al vigésimo día; 170
en tanto, me llevaron siempre el oleaje y vehementes tormentas
desde la isla de Ogigia; y ahora, algún dios aquí me ha tirado,
sin duda para que acá también sufra algún mal, pues no creo
que eso acabe, mas antes, aún muchos van a mandarme los dioses.
Pero tú, reina, tenme piedad, pues, tras sufrir muchos males, 175
llegué a ti, la primera, y de los otros a nadie conozco,

99
HOMERO

OÍKOV &
9 00’ Ó|±O<ppOvÉOVT£ VOÍÍnaaiV oikov E/TJTOV
otvT|p ywT| • 710XX.’ aXyea SoapEvéEaoi,
>85 xáppata 8’ eó|ievéTpai- páXio-ca 8é V ekXoov ai-roí »

éaGXoio’ TiSe KaKOÍaiv, 07icog éOéXpoiv, EKáaTar

O)V éuéoix’ ikettiv TaXarcEipiov ávTiáaavTa.


áaw Sé toi Seí^a», épéco Sé toi oovopa Xacov •
195 <X>aÍT|K£C, pév tAvSe rcóXiv Kai yaiav é/oDoiv,
eipi S’ éy© OoyÓTrip peyaXriTOpo<; ’Aákivóoio,
toí> 5’ ek OarqKWV é%ETai KapTog te (3vn te >>.
T) pa, Kai ápípiTióXoiaiv éürcÁoKápoiai keáedge
« GTñTé ROI ájupútoJloi- róce (pebete (póna ÍSowxai;
200 T| pf| 7cot) Tiva 8i)opevécov <páo0’ éppevai ávSpcov,
O-ÜK EO0’ ot>to<; ávnp SiEpóc; PpoTOí OOÓE yévriTai,
nr vpv OavnKtóv ávSp©v éc, yaíav iKT|Tai

100
ODISEA VI

de los hombres que tienen esta ciudad y su tierra.


Muéstrame la ciudad, dame un harapo que pueda vestirme,
si acaso tenías una funda de andrajos, viniendo hacia acá.
Y ojalá los dioses tanto te den cuanto en tu pecho deseas, Jí
un hombre y una casa, y concedan concordia
buena: cierto, como eso, no hay nada más grande y mejor,
como cuando cuidan la casa con mentes concordes
el hombre y la mujer: mucho dolor, para sus enemigos;
gozo, para sus amigos; y máxime, ellos mismos lo escuchan”. ws
Y Nausícaa, de cándidos brazos, le dijo en respuesta:
“Extranjero, pues no pareces un mal varón, ni un insensato,
y sólo el olímpico Zeus asigna fortuna a los hombres,
a los buenos y malos, como él quiere, a cada uno;
y a ti, sin duda, esto te dio, y tú debes en todo aguantarte.
Mas hoy, puesto que a nuestra ciudad y tierra has llegado,
pues ni estarás falto de ropa ni de ninguna otra cosa
propia de un suplicante muy sufrido, cuando él nos encuentra.
Te mostrare la ciudad, te diré el nombre de sus habitantes:
los feacios tienen esta ciudad y su tierra, 195
y yo soy la hija del magnánimo Alcínoo,
de quien depende el poder y la fuerza de los feacios”.
Así dijo, y ordenó a sus siervas de rizos hermosos:
¡Deteneos, mis siervas! ¿Adonde huís, al mirar a un varón?
¿Acaso pensáis que éste es algún hombre enemigo? 200
No existe ese hombre, un mortal marino, ni habrá de nacer,
que llegue al país de los hombres feacios
trayendo pugna, pues somos muy caros a los inmortales.
Habitamos distantes, en el ponto muy ondulante,
remotos; ningún otro mortal tiene que ver con nosotros. 205
No, aquí llega ahora algún infeliz errabundo,

100
homero

leívoí tf K°U,eeiv' ^“P Al°? rioiv ajtavxec


ÍUA x TWZ°} TE’ 5Ó<^ 8’ ^Y1 xe <píXr, xe '

’>» wl ’ ?M,WtoX*1’ Pp^Ív xe tóarv xe


■ ÍZ"6" ü"”' íri’K“s *»•**»
K«s V«“ ™ te Kai áU^ai KéXoaav,
ko8 8 ap OS-uaaea exoav énl okéTO?, ¿,? «Oevoe

NanaiKaa, 0yyaxpp geyaXrixopoq ’AXkivóoio-


nap 8’ apa oi tpapóc; xe /recova xe éípax’ e0pKav,
215 ScoKav 8é xpiiaép év Xr|KÓ0cp óypóv eXaiov,
pvwyov 8’ apa giv Áoüa0ai rcoxapoio popar
Sri pa xóx’ ágcpircóXoiai iiexpúSa Siog ’OSuaaexx;-
« agcpircoAoi, axrj0 ove© arcorcpo0ev, ócpp’ éy© aóxó^
aXpxiv ©poúv árcoXoóaogai, ápcpi 8’ éXaícp
220 Xpíaojiai- t¡ yáp Sppóv arcó /poóg éaxiv <xXoi<pr|.
ávxpv 8’ oók áv éy© ye Aoéaaopai- aiSéopai yáp
yopvoóaOai Koóppaiv éürcXoKápoiai pexeX0©v ».
©<; ecpaO’, ai 8’ árcávei)0ev i'aav, eircov 8’ apa Kovpp.
aóxáp ó eK rcoxapoi) /póa ví^exo Síoc; ’OSvaaeog
225 áZppv, p oi vcoxa Kai eúpéa<; áprce/ev óSpoot;-
ex KecpaÁpí; 8’ eapn/ev áXóg /vóov áxpoyéxoio.
aóxáp ércei 8p rcávxa Áoeaaaxo Kai Xirc aÁeiyey,
ápcpi 8é ei'paxa éaaa0’, á oi rcópe rcap0évog áSpífo
xóv gév ’A0r|vaír| 0fjKev, Aióg eKyeyama,
23o peí^ová x’ eiai8éeiv Kai rcáaaova, yáS Sé Kápnxo;
oiSAac; ípee KÓpa<;, i)aKiv0ív© áv0ei ópoia?.
©<- 8’ oxe xig /puaov rcepi/eóexai ápyópQ) avpp
íSpi<;, ov "Hcpaiaxog SéSaev Kai naMá<; ’Aüpvri
xé/vpv rcavxoípv, /apíevxa Sé épya xeXeíei,
235 ©g ápa xcp Kaxé/eoe %ápiv KecpaXp te Kai ©potí.
é^ex’ érceix’ árcávev0e ki©v erci 0iva 0aXa p?,

101
ODISEA VI

ahora hay que cuidarlo; de Zeus en efecto son todos


los extranjeros y pobres, y un don, aun pequeño, es amable.
Vamos, siervas, dad al extranjero comida y bebida,
bañadlo en el río, ahí donde hay un reparo del viento”. 2
Así habló, y se detuvieron y se gritaron entre ellas,
e hicieron sentar a Odiseo en el reparo, así cual mandara
Nausícaa, la hija del magnánimo Alcínoo;
al lado, pues le pusieron vestidos, el manto y la túnica,
y le dieron óleo suave en un frasco dorado, 21
y le pidieron que él se bañara, del río en la corriente.
Cierto, entonces, entre las siervas habló el noble Odiseo:
“Siervas, colocaos así, a lo lejos, para que limpie
yo solo la salmuera de mis hombros, y en tomo con óleo
me unja: cierto, hace mucho, lejos está de mi piel el aceite. 220
Frente a vosotras no puedo bañarme, pues siento vergüenza
de desnudarme estando entre muchachas de rizos hermosos”.
Así habló, y se iban aparte, y dijeron eso a la joven.
Mas el noble Odiseo, con agua del río se lavaba la piel,
la salmuera que su espalda y sus anchos hombros cubría; 225
de su testa abstergía la pelusa del mar que se agita incansable,
Mas, cuando el se bañó todo el cuerpo, y se ungió pingüemente
y se vistió los vestidos que diole la intacta doncella,
entonces Atenea, nacida de Zeus, lo volvió
más grande de aspecto, y más fornido, y desde su testa, 230
tupidos le hizo caer los cabellos, cual flor de jacinto.
Como cuando un hombre pone oro alredor de la plata,
uno perito, al cual Hefesto y Palas Atena enseñaron
el arte variado, y realiza trabajos llenos de gracia,
así derramó la diosa la gracia en su testa y sus hombros. 235
Se sentaba luego, yéndose aparte, a la playa del mar,

101
Homero
SLvl’Xápia\aTap<sv •eiltíTO -úpn

« VV - “^^iv éwAorágoun ueSóa •

, g<n, agcpíjcoXoi XeoKÓXevoi oropa


°? ™v™v «é^ Oe&v, oí "OXmov ¿ona“ xi eítcco.
OamKeaa; ÓS’ ávr,p ¿x^í^ ávT¿a¿’
"pooeev pev 7ap 8Í, pOl áetKÉXio^ SéaV Eívm,
vw 8e aeoiaiv eoiia-, toi oúpavóv eúpfcv eZownv.
ai yap epoi toiÓoSe rcóau; kekátijievo^ e’út
245 evOáSe vaiexácov, Kaí oi a8oi amóGi gígveiv.
aXÁa 8ot , apxpircoXoi, ^eivcp Ppwaív te kóoiv te ».
EtpaO , ai 8 apa ttj^ paXa jxev kA/dov t|S ’ £7cí0ovto,
icáp 8’ ap’ ’O&ooofp £0£aav ppcooív te rcóoiv te.
T| toi ó 7CÍve Kai ro0e ttoáótXocc; Sio<; ’OSdooeíx;
25o ápTCaÁécüg • Sripóv yáp eStiwoc; t^ev ánaoToc;.
aoTap NaoaiKáa XeokcoXevoc; áXV evótioev
eipax ’ apa KTÓ^aoa tí0ei KaXng ócTCTivn^,
8’ ocp’ npióvoix; KpaTEpóv'ü%a<;, áv 8’ e'Pti aÓTiq.
©Tpnvev 8’ ’OSoofta ejio<; t’ scpax’ ek t’ óvópo^ev•
255 « opoeo vov, co ¿eive, rcóÁivS ’ i'pev, ocppa oe 7cépv®
TtaTpó? époó Ttpóe sapa Saííppovo?, ev6a aé <Rpi
ttávTtov OaiRKíDV EÍSTiaépev, ooooi ápiaToi.

XeKTB o eiaiwpn ^¿cotcd.


265 eípóaTOti- rcáoiv yap e7\ noaiSníov
Ma Sé te ocp’ áyopn k«Xov Hooion

102
ODISEA VI

de belleza y de gracia, radiante: se admiraba la joven.


Cierto, entonces habló entre las siervas de rizos hermosos:
“Para que algo diga, siervas de candidos brazos, oídme.
No a despecho de todos los dioses que poseen el Olimpo, 2
este hombre habrá de tratar a los feacios, pares a dioses;
antes, ciertamente, me parecía ser despreciable,
mas hoy se parece a los dioses, que tienen el cielo anchuroso.
Ojalá que alguien así pudiera llamarse mi esposo,
habitando acá, y le pluguiera quedarse aquí mismo. 24
Vamos, siervas, dad al extranjero comida y bebida”.
Así dijo, y ellas con gusto la oyeron, y obedecieron,
y pues ante Odiseo pusieron comida y bebida.
En verdad, él bebía y comía, el paciente, noble Odiseo,
ávidamente, pues mucho había estado sin probar alimento. 250
Mas Nausícaa, de cándidos brazos, pensó en otra cosa.;
tras plegar los vestidos, los ponía sobre el bello carruaje,
y unció las muías de fuertes pezuñas, y ella subió.
Y exhortaba a Odiseo, y esto decía y lo nombraba;
"Alzate ya, extranjero, para ir a la ciudad, a que te lleve 255
de mi prudente padre a la casa, en donde, yo afirmo,
conocerás a cuantos, de todos los feacios, son los mejores.
Pero haras justamente así, no me pareces ser insensato»
mientras por los campos y trabajos de los hombres vayamos,
junto a las siervas, detrás de las muías y el carro 200
iras rápidamente; yo guiaré en el camino. Mas, cuando
a la ciudad subamos, en torno a ella hay una muralla
alta, y a cada lado de la ciudad hay un puerto precioso,
y la entrada es angosta; en la vía, las naves de dos curvaturas
se resguardan, pues todos, cada hombre, disponen de un sitio.
Y allí está su agora, en torno al bello templo de Posidón,

102
HOMERO

x&v áZeeívco íprj|iiv áSeoxéa, grj xig ÓKÍaa©

275 Kaí vi xig ©S’ eircpai KaKÓxepo<; ávxiPoXficac;■


< TÍg S’ oSe NanaiKaa ercexai xaÁó<; xe péyag xe
^eivog; rcoi Se piv en pe; rcooi^ vi oi eoaexai aixfi
r| xivá non rcXayx0évxa xopíaaaxo r<; arcó vró<;
ávSpcov XTjXeSarcwv, ércei oi xiveg éyyu0ev eiaív •
28o i] xíg oi ei^ajxévp rcoÁoáprixo<; 0eó<; r|Á0ev
oipavó0ev KaxaPág, é^ei Sé piv ipaxa rcávxa.
PéXxepov, ei Kaixi rcep ércoi/opévri rcóaiv eipev
áXXoéev • R yáp xoiaSe y’ áxipá^ei Kaxá Sñpov
OaíriKag, xoí pxv jxvcovxai rcoÁee^ xe xai eo0Áoi >.
285 ¿o<^ épéonaiv, époi Se k oveiSea xanxa yevoixo.
xai 5’ áXXp vejieaco, i xig xoiaixá ye pé^oi,
</ » ’ '____ - —."i «-zv/PrtX/- vr»í Iinmóc éÓVXCOV

103
ODISEA VI

equipada con piedras ingentes, muy bien empotradas.


Allí se ocupan de los aparejos de los negros navios,
de los cables y velas, y amoldan los remos.
Porque a los feacios no les importan el arco y la aljaba, 27
sino mástiles, remos de naves y naves estables,
con las cuales, exultando, cruzan el mar agrisado.
De ellos evito rumores mordaces, no alguno después
me escarnezca, porque hay en el pueblo asaz insolentes,
y algún villano, encontrándonos, puede decir de este modo: 27*
‘¿Quién, hermoso y grande, aquí sigue a Nausícaa,
qué extranjero? ¿Dónde lo halló? Pues va a ser su marido.
Sin duda trajo consigo, desde su nave, a algún extraviado
de los hombres de tierras lejanas: cerca no vive ninguno;
o a ella, tras implorar, algún dios muy deseado le vino, 2»
bajando del cielo, y habrá de tenerla todos los días.
Mejor, si precisamente ella, buscando, ha hallado un marido
de otra parte; pues, sin duda, a éstos desprecia en el pueblo,
a los feacios que, muchos y nobles, ya la pretenden.
Así hablarán y, para mí, esas cosas serían un oprobio. 285
Me indignaría inclusive con otra que tales cosas hiciera,
que, a despecho de su padre y su madre vivientes,
se junte con hombres, antes de ir a unas públicas bodas.
Extranjero, tú mi palabra oye presto, a fin que muy pronto,
de mi padre consigas escolta y retorno a tu patria. 290
Junto al camino hallaremos de Atena un espléndido bosque
de álamos; fluye en él una fuente, y en tomo hay un prado.
Allí está, de mi padre, el terreno y el huerto florido,
tan distantes de la ciudad cuanto se hace oír el que grita.
Allí esperarás un tiempo, sentado, hasta cuando nosotras 295
a la ciudad entremos, y de mi padre a la casa lleguemos.

103
HOMERO

auwp éjcnv líneas éXitp tcoti Sápax’ áipiZ6ai


Kai -táce $aiT|K©v ígev ¿s nóAiv ñó’ épéeaOai
8©naxa itaxpós époá peya^ñiopos ’AAkivóoio.
300 peía 8 ’ ápíyvmx ’ éaxí, Kaí áv 7táís nYn domo
vnnios- oó pév yáp ti éoiKÓxa xoíai tÉtoktoi
Smnaxa OairiKiov, oíos Sógoc ’AXkivóoio
Tjp(«S- aXX. ojcot av ae 8opoi KeicóOcoai Kai aoJiñ,
¿Ka pala peyápoio SteXOépev, otpp’ av iícnai
305 piycép’ épriv • n 8’ natal érc ’ éaxápp év ñopos aóyfi
3
ñXáKaTa oTpcotptoa’ áAutóptpopa, Oaópa iSéaOai,
KÍovtKeKAipévn- Spcpai Sé oí eíax’ ojtioOev.
evOa Se 7iaxpóq époio Opóvog rcoxiKeKXixai amp,
xcp o ye oívoKoxá^ei é<pr|pevo<; áOávaxoc; cóg.
3io xóv rcapapeiyápevoc; pnxpóc; rcepi yoúvaai xeípa<;
PáXXeiv Tipexépn^, iva vóaxipov ripap íSxiai
Xaípcov KapTiaXípcog, ei Kaí páÁa TqXóOev éaaí.
[eí KEv xoi keívti ye q>íÁa (ppovépa’ évi 6vp<ó,
efatcopfi xoi eneixa qnXoug x’ íSéetv Kaí ÍKÉaOai
315 oíkov évKxípevov Kaí gt)v éc; 7taxpíSa yaíav ».]
cog apa tpwv^aao’ i'paoev páaxiyi cpaeivfi
fipióvaog- ai 8’ anca áítcov jtoxapoio peeOpa.
ai 8’ eS pév xpróxwv, eu 8’ ¿KÁícaovTo 7to8eaaiv •
f| 8e páX’ Tivióxeuev, otcgx; áp’ ercoiaxo ne^oi
32o ápcpÍKoXoí x’ ’O8\xseú<; x&‘ voco 8’ euePaXXev ipaG0Ailv
8vaew x’ RéZioq, Kai xoi kXdxóv áXaog í'kovxo
ipov ’AGnvarns/w’ áp’ e^exo 8io<; ’OSvaae^.
aúxÍK’ ¡breve ’ npáxo Aióc; Koúpp peyáXoio•
« kA&Oí poi, aiyióxoto Aió<; xéko;, ’Axpoxóyn •
325 váv 8n Trép peo áKovaov, ércei rcápog oo rcox’ aranaes
paiopévo'o, oxe p’ eppaie kámxo<; evvoGiyaioc;.

104
ODISEA VI

Cuando juzgues que nosotras hemos llegado a la casa,


entonces irás a la ciudad de los feacios y preguntarás
por la casa de mi padre, el magnánimo Alcínoo.
Fácilmente se nota, te guiaría inclusive algún niño 3
pequeño; pues semejantes a ella no se hallan construidas
las casas de los feacios, como la casa de Alcínoo,
el héroe. Mas cuando te haya acogido la casa, y el patio,
muy rápidamente atraviesa la sala, a fin de que llegues
a mi madre, sentada ante el fogón, a la luz de la lumbre, 30
torciendo hilos de tinte purpúreo —un portento de verse—,
reclinada en una columna; tras ella se encuentran las siervas.
Y allí, de mi padre el trono está reclinado en la misma,
y sentado en ése, él bebe su vino como un inmortal.
A éste pasando de largo, tus manos pondrás abrazando 310
las rodillas de mi madre, para que veas el día del retorno
rápidamente y alegre, aunque seas de muy lejos.
Si aquélla es contigo benévola en su ánimo,
entonces hay esperanza de que veas a los tuyos y llegues
a tu casa, que está bien construida, y a tu tierra paterna”. 315
Asi habiendo hablado, aguijó con el látigo espléndido
a las muías, y éstas aprisa dejaron del río las corrientes.
Ellas corrían bien, y trotaban bien con las patas;
y ella conducía con destreza, para que a pie la siguieran
las siervas y Odiseo, y con ingenio aplicaba su látigo. 320
El sol se puso, y ellos llegaron al ínclito bosque
consagrado a Atenea, en donde sentóse el noble Odiseo.
Acto seguido, a la hija del magno Zeus suplicaba:
"Escúchame, Indómita, hija de Zeus, que la égida tiene;
al menos óyeme ahora, pues antes, golpeado, jamás 325
me oíste, cuando me golpeaba el noble que agita la tierra.

104
HOMERO

8oq y,’ éq ^aí^Kctq q>íXov éZOeiv f|8’ eXeeivóv ».


«><; Cípai’ £Í)xóyevo<;, xoí> 8’ EKÁue riaÁZáq ’A0t|vt|
avwp 8’ ov neo (paívei’ évavTvry aiSexo yáp pa
330 7caTpoKaoíyvr|Tov -6 8’ £7u£a<p£Á,a><; yevéaivev
ávTtOecp ’OS'oan’i 7iápo<; t]v yaiav ÍK£G0ai.

105
ODISEA VI

Dame que, digno de afecto y piedad, llegue yo a los feacios”.


Así dijo, implorando, y lo escuchó Palas Atena,
mas a él mismo aún no se mostraba de frente, pues respetaba
a su tío paterno, el cual con vehemencia estuvo enojado 330
con el deiforme Odiseo, antes de que éste llegara a su tierra.

105
7. 0AYZIE1AZ H

"Qg ó pév év0’ T|paxo KoXóxXag Sioc; ’OSoaaeí^,


Koí)pT|v Se npoxí áaro (pépev pévog fipióvoi'iv.
fl S’ ote S'n oí rcaxpcx; áyaKXvxá ScopaO’ iKave,
oxííoev ap’ év 7tpo0í) poten- KaotyvT|xot Sé ptv áp<pí<;
5 ícxavx’ á0aváxoto’ évaXíyKtot, oí' p’ Ítc’ áKTiv'qg
Tiptóvotx; eÁA)ov éo0rixá xe eocpepov eí'oco.
avrq S’ ég 0áXapov éóv tí fe* Saíe Sé oí rcnp
'ypTpic; ’A7teipaÍTj, OakapTptóXog EíptipéSotioa,
tt|v tcot’ ’ArceípTiOev véegTÍyayov ápcpiéXioaat,
10 ’AXkivog) S’ at)XT|v yépag é^eXov, oíSvexa náot
OaiTiKeoaiv ávaaae, 0eoí> 8’ w; Sfjpo^ aKooev •
íí xpéq>£ NauatKaav XeüKÓXevov év peyápoiaiv.
TÍ oí 7tí)p ávéKate Kaí eíaco Sóprcov eKÓapet.
Kaí xóx’ ’OSoaaEug <opxo tcóáxvS’ í'pev • áptpí 8’ ’AGrivri
15 TtoÁXryv T|épa xeue <píXa (ppovéooa ’ ’OS'üarp,
pf| tu; Oaií|K(ov peya0upíov ávxtpoXTiaag
Kepxopéot x’ ércéeaat Kaí é^epéotG’ oxtg eíri.
áXX’ oxeSq ap’ epeÁXe rcóÁtv SúaeaGat épavvriv,
évGa oí ávxepóXriae Geá yÁaoKGMug ’AGrjvri
20 TCap0£vuqí eiicüia veqvtSt, KaXrctv e/oócrri.
oxtí SeicpóaG’ auxor)• ó 8’ áveípexo Síog ’OSoaaetx;•
« o xéKo<;, ot)k áv pot Sópov ávépoc; T)yqaato
’AXkivóot), o<; xoíaSe pex’ ávGpforcoiaiv áváaaet;
Kaí yáp éy© ^eivo<; xaAarceípto<; évOáS’ ÍKav©
25 xTjXoGev e£, árcír^ yaÍTjg • x© oíS xtva oíSa
ávGp©7i©v, oí xr|v8e rcóXtv Kaí épya vépovxai ».

106
Libro VII

Allí, él así suplicaba, el paciente, noble Odiseo,


y a la ciudad a la joven llevaba el vigor de las mulas.
Y ella, cuando llegó de su padre al insigne palacio,
en el portal detuvo las muías; sus hermanos en torno
se ponían, semejantes a los inmortales, y del carruaje 5
a las muías soltaban, y la ropa hacia adentro llevaban.
Y ella, a su aposento se iba; el fuego para ella encendía
su camarera, una anciana apirea, Eurimedusa,
que de Apira antaño trajeron las naves de dos curvaturas,
y la eligieron para Alcínoo, cual honor, porque él entre todos
los feacios reinaba: como a un dios lo escuchaba su pueblo;
ella había criado en la casa a Nausícaa, de cándidos brazos;
ella le encendía el fuego, y disponía adentro la cena.
Entonces, Odiseo se alzó para ir a la ciudad, y Atenea
vertió en torno mucha niebla, benévola con Odiseo, 15
no fuera que algún feacio magnánimo, yendo a su encuentro,
se burlara de él con palabras, y preguntara quién era.
Mas cuando ya estaba a punto de entrar a la amable ciudad,
allí le salió al encuentro la diosa ojiglauca Atenea
semejante a una joven doncella que un cántaro tiene; 20
se paró frente a él, y éste, el noble Odiseo, preguntaba:
“Hija mía, ¿no podrías guiarme a la casa de un hombre,
a la de Alcínoo, el que entre estos hombres gobierna?
Pues yo, un extranjero muy sufrido, he llegado hasta aquí
de lejos, de tierra distante; así, no conozco a ninguno 25
de los hombres que esta ciudad y sus obras disfrutan .

106
HOMERO

TOV $ a^Te KPOoéeme Geá yZai)K¿07iic ’AGnvn

prióe tiv’ avOpcúTicúv upotróaaeo prf8’ épéeive.


oaj yap ^ervoog oí ye paV ávGpórcooc; ávéxovtai
oí8’ ayaTta^ópevoi (prkéooa’, og k’ áUoGev éXGrv
vr^al Goparv toí ye rcercoiGóte<; ÓKeípai
35 Xavcpa péy’ éiaiepÓGxnv, érceí a<pioi Sok’ évoaíxGov
tcov véeq ©Keíai ax; ei rctepóv í é vót|pa ».
ax; apa qxovíaaa’ íyqaato IlaXXág ’AGqvn
KaprcaXípax;- ó 8’ ercevca pex’ íxvia paive Geoio.
tóv 8’ apa OarqKeg vaoaiKÁotoi ook évánaav
4o épxópevov Kaxá áato 8iá atpéag- oí yáp ’AGtjvti
era éorcXÓKapo<;, Serví Geóg, í pá oí áxXov
Geaneaíriv Katéxeoe (prXa tppovéooa’ évi Gofio.
Gaípa^ev 8’ ’OSoaeix; Xipévag Kaí vnac, éíaag,
aotcbv G’ ípócov áyopág Kaí teixea jiaKpá,
45 íximXá, aKoXóíieaaiv ápnpóta, Gao pa íSéaOai.
áXX’ ote Sí paaiAflog áyaKÁotá 8ópaG’ ÍKovto,
toral 8é poGov í pxe Geá yXaoKOKig ’AGnvn •
« ooto<; 8í tor, £eive rcátep, 8ópo<;, ov pe keáeóeu;
rcetppaSépev. Síerg 8e Srotpe<péa<; PaaiÁnag
50 Sartrfv Sarvopévoog- ao 8’ éao Kie prjSé ti Gopo
tápPer- GapaaXéog yáp áví p év rcaarv ápeívov
epyorarv teXéGer, ei Kaí rcoGev áXXoGev é'XGor.
Séarcoivav pév jcpcota kixÍaeai év peyápoiaiv •
’Apítn 8’ ovop’ éatrv ércovopov, éK 8é toKrjov
55 tov aotcóv, oí' 7iep téKov ’AákÍvoov paaiÁrja.
NaoarGoov pév Jtpota IloaeiSácov évoaí/Gwv

107
ODISEA VII

Le contestó a su vez la diosa ojiglauca Atenea:


“Pues bien, padre extranjero, la casa que tú me suplicas
te mostraré, pues de mi egregio padre cerca se encuentra.
Mas ven muy en silencio, yo guiaré en el camino; 30
a ningún hombre dirijas la vista ni le hagas preguntas,
porque éstos no soportan mucho a los hombres extraños,
ni los acogen con gusto, si uno llega de alguna otra parte.
Éstos, confiando en sus rápidas naves veloces,
cruzan el gran abismo: eso les dio el que agita los suelos. 35
Sus naves son raudas como ala, o como un pensamiento”.
Así habiendo hablado, Palas Atena al frente se puso
rápidamente y, después, él seguía de la diosa los pasos.
Los feacios, preclaros en náutica, no lo advirtieron andando
por la ciudad, entre ellos: eso no permitía Atenea 40
de hermosos rizos, diosa terrible, que en él la tiniebla
asombrosa vertió, siendo benévola en su ánimo.
Admiraba Odiseo los puertos y las naves estables,
y las ágoras de esos héroes, y sus largas murallas,
altas, provistas arriba de estacas, portento de verse. 45
Mas cuando ya llegaron del rey al insigne palacio,
comenzó a hablar entre ellos la diosa ojiglauca Atenea:
Ahí tienes, padre extranjero, la casa que tú me suplicas
que te indique. Hallarás a los reyes, alumnos de Zeus,
comiendo un banquete; hacia adentro camina y en tu ánimo 50
nada temas, pues un hombre audaz, en cualquier ocasión
resulta mejor, aunque de alguna otra parte viniera.
Encontrarás en la sala, antes que a nadie, a la reina;
Arete es su nombre, nombrado con causa, y es de los mismos
padres que al rey Alcínoo engendraron. 55
A Nausítoo antes que a nadie, Posidón, que agita los suelos,

107
HOMERO

Yeivaxo Kai RepiPoux, yvvaiKñv e'tSo; ápíaxn,


2^“? UeyaXr,Topo? Ex,pWé8ovxo<;,
r ^P&OHOwn riyávteaaiv PaaíXeDev.
“¥°e «^«Xov, ÓSXexo 8’ amóc-
Tr} Oe riooeiSáíov épíyri Kai éyeívaTo jraiSa
Na-DGÍ8oov gEyáBo^iov, o<; év Oaíi^iv ávaooe-
NanaíGoo^ 8’ etekev 'Pq^vopá t’ ’AAkÍvoÓv te.
tóv jiev aKoupov éóvTa (3áV ápyDpÓTo^oc; ’AkóUcov
65 vopxpíov, év ¡JEyápcp píav oír|v rcaíSa lucóvTa,
’ApfiTTiv • ttjv 8’ ’AAkivoo<; rcoiRaaT’ ockovciv
Kaí jxiv etio’ óg oí) Tig ércí xBoví xíexai ócAXr,
oooai vftv ye yuvaiKEt; W ávSpáoiv oikov e/oboiv.
C0<; KEÍVT) TIEpl KRpl T£TÍ|XT|Taí TE Kai EGTIV

70 EK TE (píAíOV JtaíScüV EK T’ aÍTOÍ) ’AAkivooio


Kai Aa¿bv, oí ¡lív pa Oeóv co<; £Íaopóa>vT£<;
SeiSéxaTai jióOoioiv, ote gteíxro’ ává áaTu.
oí) pév yáp ti vood y£ Kai aúrq SeúeTai éaOXoí»,
oíoí t’ éí) (ppovERai, Kai ávSpáai vEÍKea Xúei.
75 £Í KEV TOI KEÍVR y£ (píAa (ppOVETlG ’ £Vl 0DpCú,
EÁjtCDpTl TOI ETIElTa <píÁOO<; t’ iSEElV Kai lK£G0ai
oikov £^ í)Xj/ópo(pov Kai ot|v ec, TiaTpiSa yaíav ».
íóg apa (pomioao’ áTiéPn yXaBKWKi^ ’A0t|vti
TCÓVTOV £71 ’ OCpÓYETOV, XÍ71E 8e Xxepfr|V épocTerV1íV’
so 'ÍK8XoS’é<;Mapa0tovaKaieí)pDáYUiav ’AOiívnv,
8x>ve 8’ ’EpExOñcsiixiKivóv Sópov. aúxáp ’OSyaaeu?
’AXkivóov upó; 8á>pax’ íe kXvhx- jcoXXa 8é oí kt¡p
cóppaiv’ ioxapévcp, rcpiv x<xXk£ov ox>86v Uceóte..
fóc xe yáp ñe^íov aíyXr| JtéÁev r|é oeÁiívil?
85 8Spa Ka0’ •bvepeq.éí peyaWixopo; *Xkxvoou>.
xáXKeoi pév yáp xoíxot é^éSax’ ev0a K«t ev0a,

108
ODISEA VII

y Peribea engendraron, la óptima de las mujeres


en aspecto, la hija más joven del magnánimo Eurimedonte
que, antaño, entre los muy animosos gigantes reinaba.
Mas él perdió a su pueblo insensato, y él mismo perdióse;
con ésa, pues, se unió Posidón y engendró en ella a un hijo,
a Nausítoo magnánimo, el cual señoreó entre feacios;
Nausítoo engendró a Rexénor y a Alcínoo.
Apolo, de arco de plata, golpeó a Rexénor, sin hijos,
recién casado, dejando en su casa tan solo una niña, «
Arete; a ésta, Alcínoo la hizo su esposa
y la honró como no es honrada en la tierra ninguna
de las mujeres que hoy, bajo sus maridos, cuidan su casa.
De ese modo, aquélla de corazón es honrada, y lo es
por sus hijos queridos y por Alcínoo en persona 70
y por los ciudadanos que, viéndola así, como a diosa,
cuando va por la ciudad, la saludan con buenas palabras.
Pues incluso ella misma en nada carece de mente avisada,
y a quienes favorece disuelve sus riñas, incluso a varones.
Si aquélla es contigo benévola en su ánimo, 75
entonces hay esperanza de que veas a los tuyos y llegues
a tu casa de alto techo, y a tu tierra paterna”.
Así habiendo hablado, se marchó la ojiglauca Atenea
sobre el ponto incansable, y dejó la plácida Esqueria;
llegó a Maratón y a Atenas, de calles extensas, «o
y entraba, de Erecteo en la sólida casa. Empero, Odiseo
se iba al ilustre palacio de Alcínoo, y parándose, mucho
su pecho ponderaba, antes de ir al umbral, que era de bronce.
En efecto, cual de sol o de luna había un esplendor
en la casa de alto techo del magnánimo Alcínoo. «5
Se extendían, cierto, broncíneos muros de un lado y del otro,

108
Homero
e<á oáSoí) rceoi Rp Ap» ' >
XPWexai 5e Oúpai m,Kiv8v 8ó¡ív é™Jgepyov.

»áXov se ra0g°l izaWtí> &Waav


pyopeov 8 e<p wtepOvpwv, ypvaén 8e Kopóvx,
XPwaeioi 8 EKaxepOe Kai ápyúpeoi KÓve; 4«v
ot><; H<paioTOi; exev^ev Í8oú,<n npajtíSecroi
daga <puÁaaaégevai geyaXñxopo; ’AXkivóoio
aOayatouí Svtok; Kal áyúpm; ñpaxa rávxa.
95 év 8é Opóvoi nepl xoí/ov éprtpéSax’ ev0a Kai év0a
gT>%ov,£^ ouSoio Siapjtepeg, ev0’ évi jxejxXoi
e<^
Xenxoi éuvvrixoi (lefiXT|axo, épya yovaiKwv.
evOa Se OavqKcov Tiyrjxopeí; éSpiócovxo
rcívovxeg Kai éSovxeg- én^exavov yáp exeoKov.
100 xpáaeioi S’ apa Koupoi éíSprixcov érci Pcopcov
eaxaoav aiOopévaq SaiSag pexá xepaiv éxovxeg,
(paívovxe<; vÚKxag Kaxá Sópaxa Saixopóveaai.
7ievxT|Kovxa Sé oí Spcpai Kaxá Scopa yovaÍKe<;
ai pév áXexpe'úoixn páXpa’ éjci pnXorca Kaprcóv,
105 aiai S’ iaxoix; 'btpócoat Kai riXáKaxa axpGMpóxnv
iípevat, ola xe tpáXXa paKeSvñg aiyeípoio •
Kaipooaaécov 8’ ó0ovécov aKoXeiPexai oypov eXaiov.
oaaov <X>atriKe<; rcepi rcávxcov i'8pie<; ávópcov
vfia 0OT|V évi 7cóvxíp éÁauvepev, ©<; Se yovaiKet;
lio ioxóv xe/víjoaai-jcepi yáp a<piai Scokev A0iívn ,
épya x’ éJtíaxaaOai nepvKaUéa Kai <pp£va? ea«Xa?.
éKX<xj0ev 8’ aí.Xñs péyas óp/axo? áy%i ^páoy
xexpáyuo? • rcepi 8’ épKOí éXÓXaxat ág^P^-
ev0a 8é SévSpea paxpá neipÓKaai xnXe0aovxa,
1.5 oyxvai Kai poxal Kai gnXéai áyXaÓKapnox
eruKÉai xe yXvKepal Kai éXaxai xr|Xe otoaai.

109
ODISEA VII

del umbral hacia el fondo, y, bordeando, una cornisa cerúlea;


áureas puertas cerraban adentro la sólida casa;
argénteas jambas én el umbral broncíneo se hallaban,
y encima era argénteo el dintel, y era de oro la argolla.
De oro y de plata, a cada lado, unos perros estaban,
a los cuales Hefesto forjó con ideas ingeniosas,
para que ellos cuidaran la casa del magnánimo Alcínoo,
y eran inmortales y no envejecían todos los días.
Allí, de un lado y del otro, en el muro hincábanse tronos ’
del umbral hacia el fondo, en hilera, y sutiles cubiertas
bien tejidas, sobre ellos se hallaban, labor de mujeres.
Allí, los caudillos de los feacios tomaban asiento
bebiendo y comiendo, pues todo tenían a lo largo del año.
Además, en pedestales bien hechos, jóvenes de oro ioo
se hallaban, ardientes antorchas teniendo en las manos,
alumbrando de noche en la sala a los comensales.
Y él tenía en la casa cincuenta mujeres sirvientas:
de ellas, unas, en los molinos muelen el grano amarillo;
otras tejen las telas, y tuercen los hilos de lana, 105
sentadas, como las hojas de un álamo enorme;
óleo suave gotea de los lienzos, que están bien tejidos.
Como son los feacios peritos, más que todos los hombres,
en guiar una rauda nave en el ponto, así las mujeres
artificiosas son en tejido: Atena les dio en abundancia no
la destreza en labores muy bellas, y mente avisada.
Afuera del patio, cabe las puertas, hay un huerto grandioso
de cuatro yugadas: por ambos lados va en torno una cerca.
Allí hay vigorosos árboles altos:
perales y granados y manzanos de espléndidos frutos, i»
y dulces higueras y vigorosos olivos.

109
HOMERO

WV o-b jiote Kap7tó<; ájióUwtai oí 8’ áuoXeÍjiei


Xewco? oo8e 0épeo<;, éitexr|aio<; • áXXa páX.’ aíe'i
^(fwpvq jtveíoooa xa pév tpóei, aUa Se néaaei.
120 OWT) YnpáaKei, pñXov 8’ ¿jii p^,
aóxáp éjtl oxatpoXp axatpoMi, oíkov 8’ ékí <rtKt¡>.
ev0a 8e oí tcoXokcxptco^ otXxpp éppí^coxai,
exepov pev 0 eiXokeSov Á-Eopco ¿vi /copeo
xepoexai tieZico, exEpac; S’ apa xe xpoyócooiv,
125 áXXaq Se xpaTcéooGi • rcápoiOe Sé x ’ ópcpaKét; eioiv
ávOoQ áqneiaai, éxEpai S’ ÍKOKEpKa^ooGiv.
ev0a Sé Koaprixal Ttpaaiai napa VEÍaxov op/ov
Tcavxoiai rcEcpóaoiv, £7xr|£xavóv yavócoaai.
év Sé Sóco Kpfjvai f| pév x’ ává kí^kov árcavxa
130 aKÍSvaxai, ti S’ éxépco0£v íor’ aiAr^ oáSóv Ír|ci
Tcpóc; Sópov 'btyTiÁóv, o0£v 'bSpEÓovxo noXixai.
xoi’ áp’ év ’AXktvóoio 0ecüv éoav áyXaá Scbpa.
év0a oxág 0t|eíxo KoXóxXag Siog ’OSoggexx;.
aúxáp £TC£i Sr| 7cávxa eco Orpioaxo 0up¿o,
135 KaprcaXípGx; Ú7i:ép oúSov e^tioexo ócopaxo^ eioco.
£op£ Sé <X>arriKü)v TyyriTOPaí Ó^é pé5ovxa<;
aitévSovxac; Sercásaaiv £ÚGK07icp Apyeicpovxp,
<p Tcopáx© OTlévSEOKOV, oxe pvriaaiaxo koixod.
aúxáp ó ¡Mi Siá Scbpa rcoXúxÁa<; Sio<; O5uaaeú<;
i4o tcoáXtyv T|ép’ e/cov, Úv oi KEpí/evev A0rivrb
ocpp ’ í'kex ’ ’Apnxnv XE Kai ’Aákívoov PaaiXfia.
áptpi 8’ ap’ ’ApniTií páÁe yoúvaoi %eípa<; ’OSvocev;,
Kai xóxe Sií p’ aóxoío jcáAiv /óxo eéo<paxoS cnip-
oi 8’ aveto éyévovxo Sópov xáxa <P&x« i5°^’ ,
,« Oaópa^ov 8’ópótovxei;-ó 8’éAXixávevev OSvaaeví-
« ’Apñxri, Oúyaxep 'Pn^Óvopoí avTitíeoio,

lio
ODISEA VII

El fruto de ellos jamás se termina ni falta,


ni en el invierno ni en el verano; hay todo el año; soplando
siempre el céfiro, unos produce y otros madura.
Pera tras pera y manzana tras manzana envejecen, 120
y un racimo de uvas tras otro racimo, e higo tras higo.
Allí, su fructuoso viñedo se encuentra plantado;
de éste, una parte, un sitio soleado en un lugar plano,
se seca en el sol, y pues a las otras uvas vendimian,
y a las otras pisan. Enfrente están las uvas agraces 125
echando su flor, y otras negrean despacito.
Allí, junto a la última hilera, bien ordenadas parcelas
hay, de todas las clases, fulgiendo a lo largo del año.
Allí hay dos fuentes, una por todo el jardín se derrama,
y opuesta, bajo el umbral del patio, la otra echa sus aguas
a la alta casa; de allí, los ciudadanos tomaban el agua.
Así eran los dones ilustres de dioses en casa de Alcínoo.
Parándose allí, se admiraba el paciente, noble Odiseo.
Mas, después de que él admirado en su alma vio todas las cosas,
rápido franqueó el umbral, hacia adentro de la morada. «5
Encontró a los caudillos y gobernantes feacios
libando con copas, por Argifontes de aguda mirada,
por quien al final libaban, acordándose ya del reposo.
Mas él se fue por la sala, el paciente, noble Odiseo,
con la mucha niebla que Atena le había circundado, 140
hasta que él llegó al rey Alcínoo y a Arete.
Odiseo puso las manos en torno a las rodillas de Arete,
y pues entonces, de él se esfumó la niebla divina.
Se quedaron ellos mudos al ver al varón en la casa;
y se asombraban mirándolo, y él, Odiseo, suplicaba: 145
“Arete, hija de Rexénor deiforme, a tu esposo

110
HOMERO

aóy te Jtóciv oá te yoóvaO’ «avio jtoUa iio^oa.;


touaSe te SaitDpóvag, tounv Seoi oX^ia Soiev,
^©EpEvai, Kai rcaiaiv eKixpévj/eiev eKaoiog
150 Ktf||iat’ évi peyápoici yépa? 0’, o ti 8ñpo<; éSiOKev.
amáp ep,oí Tcop7iT)v óxpvvexe rcarpíS’ ÍKÉaOai
Oaaaov, etcei 8t) 8r)0á (píAcov arco rcripara rcáaxo)».
(£>C¡ E17CC0V KCCT ap E^ET E7C ECT/ápT] ¿V K0VÍT|Ol
Tcáp KDpí- oí 8’ apa rcávxEg aKqv eyevovto aicorcp.
155 óiye 8e 8t) peteeuee YÉpcov i^pcog ’Exévriog,
og 8rj 0aiT|K(ov ávSpcov rcpoYevéaxEpog rjev
Kaí pí)0oiai KEKaaxo, rcaÁaiá te rcoZZá te EÍSóg-
o acpiv eí) cppovécov aYopriaaTo Kaí peteeijcev •
« ’AákÍvo’, oí) pév toi tó8e kcxáAiov oí)8é eoike
i6o ^eívov pév xapaí r)G0ai etc’ éaxápfl év Kovípaiv•
oÍSe 8e aóv poQov tcotiSeypevoi íaxavócoviai.
áXX’ ay£ Sti £,eivov pév érci 0póvou ápYüporiAoi)
eogov ávaaxriaag, ai) 8é ktipúkeooi KÉXeuaov
oívov érciKpfjaai, iva Kai Aii TEprciKepavvcü
i65 arceíaopev, og 0’ ÍKETpaiv ap’ aíSoíoiaiv órcr|S£Í •
Sóprcov 8é ^eívco Tapir) Sótco evSov eóvtcov ».
amap etceí tó y’ aKODa’ i£pov pEvog AXkivooio,
XEipog eXov ’08oaf)a Saícppova rcoiKiXopriTTiv
©paev árc’ éaxapóqnv Kai £rci Opovov £ia£ cpaEivov,
170 oióv ávaaTTiaag áYajtTjvopa AaoSápavra,
og oí uXnaíov %£, paliara Sé piv <piAé£GK£.
xépvipa 8’ ápcpírcoAog rcpoxócp ércé/evE cpépovaa
KaXp xP'ü<yeHl’ 'Srcép ápYVpéoio XépriTog,
ví\|/aa9av rcapá 8é ^eottiv etcxvvoge rparcE^av.
175 aixov 8 ’ aiSoír) Tapir) 7cap£0r|K£ q>£povaa,
eíSara rcóU’ é7ti0£Íaa, xapi^opévn rcapeóvrwv.

111
ODISEA vn

y a tus rodillas llego —después de sufrir muchas cosas—,


y a estos comensales: ojalá les den ventura los dioses,
mientras vivan, y herede cada uno a sus hijos en casa
sus riquezas, y los honores que el pueblo le ha dado. 1
Mas aprestadme una escolta para ir a mi patria, de prisa,
pues ya hace mucho que lejos de mis amigos sufro infortunios”.
Dicho esto, se sentó ante el fogón, en la ceniza,
junto al fuego; y pues todos, en silencio, quietos quedaron.
Sólo más tarde habló entre ellos el viejo héroe Equeneo, is
que era el de más edad de los hombres feacios,
e insigne en palabras, sapiente de cosas antiguas y muchas.
Él, entre ellos, pensando bien, tomó la palabra y les dijo:
“Alcínoo, esto, sin duda no es lo mejor, ni es conveniente
que en el suelo el huésped se siente, ante el fogón, en la ceniza;160
y éstos se contienen, esperando de ti una palabra.
¡Anda, pues! Al extranjero en un trono con clavos de plata
sienta, tras levantarlo; a los heraldos ordena mezclar
el vino, para que también por Zeus, que se goza en el rayo,
libemos: él sigue a los suplicantes, que son venerandos. i65
De lo que hay adentro, la despensera dé al huésped la cena”.
Y cuando esto escuchó el vigor sagrado de Alcínoo,
de la mano asiendo a Odiseo, el sagaz de variadas astucias,
lo alzo del fogón y lo hizo sentar en un trono luciente,
levantando a su hijo, al varonil Laodamante, 170
el cual se sentaba a su lado, y al cual sobre todos amaba.
Una sirvienta, llevando agua en una jarra preciosa,
de oro, la vertía sobre una fuente de plata en sus manos
para lavarlas, y extendió a su lado una mesa pulida.
La honorable despensera, llevando pan, al lado lo puso, 175
añadiendo mucha comida, dando con gusto de lo que había.

111
HOMERO

mrcáp ó tuve Kai í|a0e KoXóxXag Sio<; ’OSdgcexx;.


Kai xóxe Krip'OKa rcpooé<pn pévog ’AXkivóoio-
~ « Hovxóvoe, Kpr|xnpa Kepaooápevoc; pé0n veipov
80 ftooiv ava peyapov, iva Kai Aú xepKiKepa'óvco
OKeiaopev, o<; 0 iKEipoiv ap’ aíSoíoiaiv ónriSei ».
co^ (paxo, TIovtovoo^ Se peÁvppova oivov ¿Kipva,
vópnaev S’ apa rcaaiv ércap£ápevo<; Sercáeaaiv.
a-uxap ércei arceioáv xe rcíov 0’, oaov n0eXe 0opó<;,
i85 xoiaiv S’ ’AÁKÍvoog áyopnaaxo Kai pexéeirce-
« K£KÁA)xe, 0aiT|K<ov nynxopee; T|Se péSovxe^,
o<pp’ eircoi, xá pe 0opó<; évi axn0eaai KeXeóei.
vt»v pév Saiaápevoi KaxaKeíexe oÍKaS’ ióvxeg,
T)fi)0£v Sé yépovxag érci rcXéovag KaXéaavxe^
i9o ^eivov évi peyápou; ^eivíaaopev T|Sé 0eoiai
pé^opev lepa KaÁá, érceixa Sé Kai rcepi rcoprcne;
pvxiaópeO’, coc, %’ ó %eivo<; áveo0e tlovod Kai avine;
rcoprcp ixp’ npexépn rjv rcaxpíSa yaiav iKrjxai
Xaípcov KapKaXípcoc;, ei Kai páXa xnXó0ev éaxí,
195 pnSé xi peaariYÚc; ye KaKÓv Kai 7rrjpa rcáGpai
Kpív ye xóv yaíiK ércipnpevav ev0a 5’ erceixa
rceíaexai, aaaa oi aiaa Kaxá KÁcoOéc; xe Papeíai
yeivopévcp vnaavxo Xívco, oxe piv xeKe pqxrip.
ei Sé xic, áOaváxov ye Kax’ oópavou eíÁnAovOev,
200 aXXo xi Sn xóS’ érceixa 0eoi rcepipnxotvóiovxai.
aiel yáp xó rcápoe; ye 0eoí <paívovxai évapyeíg
npiv, eóB’ épStopev áyaKXeixág eKaxóppae;,
Saív'uvxaí xe rcap’ áppi KoBiípevoi ev0a rcep npeie;.
ei S’ apa xiq Kai povvoe; itbv ^upPAnxai óSixní,
205 ou xi KaxcxKpÚTCxouaiv, éjceí atpiaiv éyyóOev eípev,
jeep Kí)KÁ,tí)7i£<; xe Kai áypia qyuXa Tiyávxíov ».

112
ODISEA VII

Y aquél bebía y comía, el paciente, noble Odiseo.


Y entonces, el vigor de Alcínoo le dijo al heraldo:
“Pontónoo, mezcla una crátera, el vino reparte en la sala
a todos, para que también por Zeus, que se goza en el rayo,
libemos: él sigue a los suplicantes, que son venerandos”.
Así habló, y Pontónoo mezclaba letífico vino,
y repartióles a todos, iniciando el ritual con las copas.
Mas, tras libar y beber cuanto su alma deseaba,
entre ellos, Alcínoo tomó la palabra y les dijo:
“Escuchadme, caudillos y gobernantes feacios,
por que diga las cosas que el alma en el pecho me ordena.
Hoy, tras haber banqueteado, acostaos, yéndoos a casa,
y al alba, tras invitar a más numerosos ancianos,
entretengamos al extranjero en la sala, y a las deidades wo
hagamos hermosas ofrendas; después, en la escolta
pensemos, para que este extranjero, sin fatiga ni pena,
bajo nuestra escolta regrese a su tierra paterna,
rápidamente y alegre, aunque sea de muy lejos,
y entre tanto no sufra algún mal ni algún infortunio, 195
antes de que él ponga los pies en su tierra; entonces, allí
sufrirá lo que a él, al nacer, el hado y las graves
Hilanderas le urdieron con hilo, al parirlo su madre.
Si en él, uno de los inmortales ha venido del cielo,
entonces, cierto, con esto, otra cosa maquinan ios dioses. 200
Pues siempre, de ordinario, evidentes se muestran los dioses
ante nosotros, cuando inmolamos hecatombes preclaras,
y con nosotros comen sentados en donde nosotros.
Y si acaso uno, aun yendo solo, los encuentra, un caminante,
de ningún modo se ocultan, porque cerca de ellos estamos,
como los cíclopes y la agreste raza de los gigantes”.

112
HOMERO

tóv Ó’ árcapeipópevo<; 7cpooé(pTi noX-úpTyug ’OSuaoeú;


« AXkivo’, aÁXo tí toi peXex© (ppeoív • oí yáp éy© ye
a0avaxoiaiv éoiKa, toí oípavóv eípív eyoDaiv,
210 oo 8epa<; oú8é (pDTjv, áXXá 0vr¡xoioi ppoxoiaiv.
ooq Tivag ópeu; laxe páXiox’ óyéovxag ói£i)v
áv0p©rc©v, toíoív kev év áXyeoiv ío©aaí(iT]v •
Kaí 8’ éxi kev Kaí rcXeíov’ éy© KaKa pT)0r|aaípTiv,
oaaa ye 8t) ^úprcavxa 0e©v íóxrixi póyqaa.
215 áXX’ épé pév Soprcfiaai éáaaxe Kq8ópevóv rcep-
oí yáp ti awyepTj érci yaaxépi KÍvxepov áXXo
ércXexo, tí x’ éKéXeoaev eo pvrjaaa0ai áváyKp
Kai páXa xeipópevov Kai évi <ppeai rcév0o<; éyovxa,
©q Kai éy© rcév0o<; pév é%© cppeaív, í Sé páX’ aiei
220 eaOépevai KeXexai Kai rcivépev, éK 8é pe rcávxov
ÁJ)0áv£i, oaa’ ércaOov, Kai évircXriaGnvai ávwyei.
íperg 8’ óxpívea0e ap’ íói cpaivopévricpiv,
©<; k’ épé tóv Síaxrjvov é|xfig ércipíaexe rcáxpTjg,
Kaí rcep rcoXXá rcaOóvxa • íSóvxa pe Kai Xírcoi ai©v
225 Kxfiaiv épryv 8p©á<; xe Kai íyepe<pé<; péya 8©pa ».
©q ecpa0’, oi 8’ apa rcávxe<; ércfiveov tj8’ éKeXevov
rceprcépevai xóv ^eivov, ércei Kaxá poipav éeircev.
aíxáp ércei arceiaáv xe rcíov 0’, oaov TÍ0eXe 0opó<;,
oí pév KaKKeíovxec; épav oíkÓvSe eKaaxog,
23o aíxáp ó év peyápcp írceXeírcexo Siog ’OSvaaeí
rcáp Sé oi ’Apíxry xe Kai ’AXkÍvooc; 0eoei8'n<;
TÍa0qv • ápcpírcoXoi 8’ árceKÓapeov évxea 8aixó<;.
xoiaiv 8’ ’ApTpTi XevKÓXevog lípxexo pí0cov-
éyv© yáp (pápóg xe xixcová xe eípax’ iSoíaa
235 KaXá, xá p’ aíxq xeí^e aív ápcpircóXoiai yuvai^i •
Kaí piv qxovTtaaa’ ercea rcxepóevxa TipoorjúSa-

113
ODISEA VII

Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:


“Alcínoo, que otra cosa preocupe a tu mente: no me parezco
a los inmortales, que tienen el cielo anchuroso,
ni en figura ni en traza, sino a los hombres mortales.
De los hombres, a quienes conocéis y que máximamente
soportan miseria, a ellos podría yo igualarme en dolores;
pero también aún más que ellos podría yo narraros desgracias,
cuantas ya en conjunto he sufrido por voluntad de los dioses.
Mas permitid que yo cene, aun estando afligido;
pues alguna otra cosa más perra aparte del vientre terrible
no existe: él manda que uno se acuerde de él por la fuerza,
aunque uno esté muy vejado y con pena en el pecho;
así también yo tengo pena en el pecho, mas él sin cesar
pide que coma y beba, y hace que yo de todas las cosas 2-
que he sufrido me olvide, y ordena ser satisfecho.
Mas vosotros, apresuraos al mostrarse la aurora,
para que me hagáis llegar, a mí, el infeliz, a mi patria,
aunque ahí sufra mucho; que me deje la vida, tras ver
mis bienes y siervos, y mi gran casa de alta techumbre”. 225
Así dijo, y todos ellos asentían y apremiaban
escoltar al huésped, pues había hablado conforme a lo justo.
Y, tras libar y beber cuanto su alma deseaba,
ellos, deseando acostarse, se fueron cada uno a su casa,
mas él se quedaba en la sala, el noble Odiseo, 230
y junto a él, Arete y Alcínoo, símil a un dios,
se sentaban; las siervas, del banquete los trastos quitaban.
Y entre ellos tomó la palabra Arete, de cándidos brazos,
pues, viendo, reconoció los vestidos, el manto y la túnica,
hermosos, que ella había tejido con las mujeres sirvientas; 235
y, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas:

113
HOMERO

« ^eive, xó pév oe npcoxov éycov eipriaopai ocurrí *


xí<; rcóOev eiq ávSpcov; tú; toi xáSe ei'paT’ eScokev;
oú 8t| Efti jcóvtov áAxopevoc; év0á8’ IkegOoii; »
24o ttiv 8’ ájiap£ipóp£vo<; rcpooeqyri KoXúpriTu; ’OSuGGEÚg
« ápyaXéov, PaaíXeia, Sitivekégx; áyopEuaai,
kti&e’ erceí poi rcoXXa Sóaav 0eoi Oupavúov En­
romo Sé toi EpEG), o p’ áveípeai tj8e pexaXXag.
’Oyuyíri xu; vrjocx; ájtórcpo0£v eiv áXi KEvcav
245 év0a pév ’'Atáxxvto<; ©uyáxrip, SoXóeooa KaXuya),
vaÍEi éÜKÁÓKapog, Seivri 0eó<;' oú8é tu; auxfi
píoyETai OOTE 0£¿OV CUTE ©VT^TCOV áv0pCQJCCOV.
áXX’ epe tóv SÚGTTivov étpéoxiov fjyaye Sotípxov
oiov, érceí por vpa 0opv ápyfiTi KEpawcp
250 Zeix; éÁáaac; EKéaaae peocp évi oívorci rcóvTcp.
EV0’ OÁXoi pev JECtVTEg a7té<p0l0£V £G0XoÍ ETOíipOl,
auxáp eyó) xpórciv áyKág eáx»v veó<; ápípieXíaoric;
éwfipap (pepópnv • SeKaxp 8é pe vdktí peXaívTi
vTjoov és; ’ílyuyí'qv rcéÁaaav 0eoí, ev0a KaXuyó
255 vaíei éÜKÁÓKapog, Seivt) 0eóg • i] pe XafJooaa
évSuKEüx; étpíÁei te Kai éxpetpev TiSé étpaGKE
Otjgeiv áOávaxov Kai áynpaov npaxa rcávxa-
áXX’ épov ou 7ioT€ 0upóv évi arnOeaGiv erceiOev.
év0a pév ejctóete*; pévov eprceSov, eípaxa 8’ aiei
26o SáKpooi SeúeaKov, xá poi ápppoxa Sauce KaZuvgcír
áXX’ ote 8ú oySoóv poi enircXópevov eto<; tiXOe,
Kai xóxe 8n p’ éKÉXeoaev éjtoxpúvo'uoa véeaOai
Zrivóc; órc’ áyyeXín^, ñ Kai vóo<; ETpárcex’ aúxq<;.
rcéprce 8’ érci oyeSCn c; rcoÁoSéapoo, rcoXXa 8’ eSíoke,
265 aixov Kai pé0u úSú, Kai ápPpoxa eípaxa eaaev,
oupov 8e rcpoér)KEv árcqpová te Xiapóv te.

114
ODISEA vn

“Extranjero, primero esto preguntaré yo, por mi parte:


.Quién eres tú, de qué gente? ¿Quién te dio estos vestidos?
¿No dices que aquí has llegado errabundo en el ponto?”

Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo: 2


“Es difícil, reina, decirlo con todo detalle,
porque muchas cuitas me dieron los dioses celestes;
mas te voy a decir lo que tú me preguntas e inquieres.
Ogigia, una isla, lejos se encuentra en el mar;
allí, la hija de Atlante, la engañosa Calipso, 24
de hermosos rizos, habita, diosa terrible; ninguno
la frecuenta, ni de los dioses ni de los hombres mortales.
Sólo a mí, el infeliz, algún dios a su hogar me condujo,
sólo a mí, porque a mi rápida nave, con fulgido rayo
golpeándola Zeus, la rajó en medio del ponto vinoso. 250
Allí, todos mis otros compañeros nobles murieron,
mas yo, asiendo la quilla del barco de dos curvaturas,
nueve días fui llevado, y, en la negra noche, en el décimo
me acercaron los dioses a la isla de Ogigia, en donde Calipso,
de hermosos rizos, habita, diosa terrible; ella, tomándome, 255
me acogía atenta, y me alimentaba y decía a menudo
que me haría inmortal y libre de envejecer todos los días.
Mas ella jamás persuadió a mi alma en el pecho.
Continuamente allí estuve siete años, y siempre con lágrimas
mojaba los inmortales vestidos que diome Calipso. 260
Mas cuando ya, deslizándose, el año octavo me vino,
pues entonces ella, apremiando, me incitó a que partiera,
por mensaje de Zeus, o porque había cambiado su mente.
Me envió en una balsa de múltiples trabas, y dio en abundancia
pan y suave vino, y me vistió inmortales vestidos, 265
y me envió un viento propicio, cálido y suave.

114
HOMERO

ÓkJ? 7l SeK“ novxonopeóoiv


OKTWKaiSeKaxri 6 ’ ápávn opea aKióevxa
YauK ^exéprig, Yn&nGe Sé goi tpíXov fixop,
Swpopq, • Y¿ep péUov éxi ^véGEG0ai ói^n
rcoAATi, tt|v poi ércopae IIoG£iSá©v evogíx0©v,
poi éq>oppTjaa<; ávépou; KaxéSqGE keXed0o¿,
(opwev Sé 0áXaoaav á0éa<paTov, oíSé ti Knpa
eía etc! axeSírig áSivá gtevócxovtg (pépeo0ai.
275 x-qv pev éneiTa 0úeXÁa SiegkeSocg’ • aíxáp ey© ye
vrixópevog TÓSe Xavrpa Siéxpayov, otppa pe yaíq
í pexépp ércéXaaoe <pép©v ávepóc; te kocí íSScop.
év0a ke p’ eK|3aívovTa pirjaaTo KÍp’ érci x^P^on,
rc£TpTi<; rcpóg peyáXpai pakóv kcci aTEprcéi x©ptp,
28o áXX’ ávaxaGaápevog vflxov náXiv, eiog ércriABov
ég KOTapóv, Trj Stj poi EEÍaaTo x©P°í ápiGTog,
Xeíog KETpáov, Kai £7ti aKErcag qv ávépoio.
£K S’ E7IEGOV ©DpqyEpEWV, £7Cl S’ ápPpOGÍT|
íjM’. éy© S’ á7táv£D0£ Suteeteo^ icoTapoío
285 £Kpá<; év 0ápvoiGi KaTéSpa0ov, ápqn 8e tp'oAAa
qtpDGápqv • iSrcvov Sé 0£Ó<; kcict’ arceipovoc xe^ev-
£V0cc pév év cpúÁÁoiai, tpilov tetitipevo^ T]TOp,
euSov 7tavv'úxio<; Kai etc’ ti© Kai regov rjpap•
SÍGETÓ T’ TlEÁlOt;, KOCI p£ yAa>™<¡ U7EVO<; ávílKEV.
29o ápípiKÓXo'og S’ érci 0ivi TEfjg évórioa Guyaipog
jtaiCoóaa^, év 8’aórn er|v eiicoíafiepoi. „
t^v ÍKÉxeoa’- n 8’ o« xi voñpaxog ñgPpoxev ea0Áoo,

ók oók av eXnoio veóxepov ávxiáaavxa


éptéuev • aiei yáp xe vecóxepoi ácppaSéowiv.
295 r\ poi cñxov 8£>k£v aXi? x|8’ aiGorca oivov
Kai Aoúct ’ év itoxapñ Kaí poi xa8e eipax

115
ODISEA VII

Diecisiete días navegué viajando en el ponto,


mas al decimoctavo aparecieron los montes umbrosos
de vuestra tierra, y el corazón querido alegre se puso
en mí, el infeliz: sí, yo aún debía ser compañero del grande 25
pesar que me envió Posidón, el que agita los suelos,
el cual, incitando los vientos, cerró mi camino,
conmovió indeciblemente la mar, y en nada el oleaje
me permitía sostenerme, incesante gimiendo, en la balsa.
A ella, después, la destrozó una tormenta; mas yo, 27:
nadando, corté este abismo, hasta que a vuestra tierra
me llevaron céleremente el viento y el agua.
Ahí, si yo salía, una ola en la playa me habría violentado,
al tirarme a las grandes rocas y a un sitio molesto,
mas, retrocediendo, nadaba hacia atrás hasta que hube llegado 280
a un río, donde el lugar parecióme excelente,
libre de rocas, y allí había un reparo del viento.
Caí en la arena, cobrando el aliento, y la noche divina
vino. Yo, apartándome lejos del río que desciende del cielo,
me acosté entre los matorrales, y en torno follaje 285
me eché, y algún dios me infundió un sueño infinito.
Allí, entre el follaje, afligido en mi pecho,
toda la noche, hasta la aurora y el medio día, me dormí;
comenzó a ponerse el sol, y me abandonó el dulce sueño.
Y sobre la playa miré a las sirvientas de tu hija, 290
jugando, y ella entre éstas estaba, semejante a las diosas.
Le supliqué; y no careció, en lo absoluto, de buen pensamiento,
cual no esperarías que uno más joven que acaso te encuentra
actuara, pues siempre los jóvenes obran sin tiento.
Ella me dio pan, en abundancia, y vino esplendente, 295
y me hizo bañar en el río y me dio estos vestidos.

115
HOMERO

xamá toi áxvópEvóg rcep, áXq0EÍqv KaxéXe^a ».


tóv 8’ am’ ’AÁKivoog árcap£Íp£To q>©vqoév te-
« %eív’, q toi pév Tomó y’ évaíaipov ook évóqaE
300 rcaig épq, oovekó o’ oiS ti pet’ ápípiuóloiai ywai^iv
qy£v ég qpETEpoo • ai) 8’ apa rcp©Tqv iKETEoaag ».
tóv 8’ árcapEiPópEvog rcpoaéqyri KoXópqTig ’OSoaaEÓg
’ ’ ..z
« qp©g, pq poi todvek apopova veikee Koopqv •
q pév yáp p’ ekeXeoe aóv ápqnrcóÁoiaiv £7E£a0ai,
305 áXX,’ éy© oók eOeXov Ssiaag aiaxuvópEvóg te,
pq rc©g Kai aoi Qopóg éKiaKÓaaaiTO íSóvti •
Sóa^qÁoi yáp t’ Eipév érci xGoví qxuX’ áv0p©rc©v ».
tóv 8’ am’ ’AÁKivoog árcapEÍPETo (pcovqaev te-
« £,eiv’, oó poi Toiomov évi aTq0£aai (píXov Kqp
310 paxjnóÍQK, KExoXxooOai • ápEÍv© 8 ’ aíaipa rcávTa.
ai yáp, Zet> te rcáisp Kai ’AOqvaíq Kai "ArcoAAov,
Toiog é©v, oíóg éaai, xá te <ppové©v á t’ éy© rc£p,
TiaiSá t’ épqv Exépsv Kai épóg yapppóg KaÁ££G0ai,
aoOi pévíov • oikov Sé k’ éy© Kai KTT|paxa 8oíqv,
315 ei k’ éBéXov y£ pévov; • áÉKovTa Sé a ’ oi) Tig épó^Ei
Oaif|K©v • pq Tomo tpíÁ-ov Aii rcaTpi yévoiTO.
rcoprcqv 8’ ég tó8’ éy© TEKpaípopai, ó<pp’ éi) EÍSqg,
aópiov ég- rqpog Se ai) pév ÓESpqpévog órcvcp
Xé^eai, oí 8’ éXó©ai yaXqvqv, Ó<pp ’ áv ÍKqai
320 fttxTpíSa aqv Kai 8©pa, Kai e’í rcoó toi cpíÁov éoTiv,
EiicEp Kai páXarcoÁÁov EKaaTép© egt’ EóPoíqg-
Tqv yáp TqXoráT© <páa’ éppevai oí piv í'Sovto
Áa©vqpeTép©v, ótete £av0óv 'PaSápavOov
qyov ércovpópevov Titoóv, raiqiov oióv.
323 Kai pév oí év0’ qÁ0ov Kai aTEp Kapáwio TÉÁEoaav
qpaTi t© aÓT© Kai árcqvoaav oucaS’ órcíaa©.

116
ODISEA VII

Aun estando afligido, te he contado esto verídicamente”.


Le respondió a su vez Alcínoo, y le dijo:
“Extranjero, sin duda, aquí, no pensó lo más conveniente
mi hija, pues no te trajo con sus mujeres sirvientas *
hasta nosotros, aunque a ella, primera, tú suplicaste”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
“Héroe, no me reprendas más por eso a la joven sin tacha;
ella sí me exhortaba a seguirla con las sirvientas,
mas yo no quise, temiendo y sintiendo vergüenza, w
no fuera que en ti se enturbiara el alma, cuando eso miraras:
iracundas somos sobre la tierra las razas de humanos”.
Le respondió a su vez Alcínoo, y le dijo:
“Extranjero, no es así el corazón querido en mi pecho,
para irritarse sin causa: todo es mejor, si es mesurado. 310
Oh padre Zeus y Atenea y Apolo, ojalá,
siendo tal cual eres, y pensando lo mismo que yo,
tuvieras a mi hija y pudieras llamarte mi yerno,
quedándote aquí; una casa y bienes yo te daría,
si te quedaras de grado; no te detendrá a fuerza ninguno sis
de los feacios: ¡que al padre Zeus eso nunca le plazca!
Para esta fecha, por que bien lo sepas, señalo tu viaje,
para mañana; entonces tú yacerás por el sueño rendido,
y ellos remarán en la calma marina, a fin de que llegues
a tu patria y a casa, y si a otra parte te es agradable, 320
aunque ello esté incluso mucho más alejado que Eubea;
que ésta se encuentra lejísimos dicen quienes la vieron
de nuestros hombres, cuando llevaron al rubio
Radamanto: él quería visitar a Ticio, el hijo de Gea.
Sí, también fueron allá, y sin fatiga cumplieron el viaje 325
el mismo día, y regresaron de vuelta a la casa.

116
HOMERO

ri&ñoei<; Se k«1 a-oxog évl <ppeoív, üooov Spiaxat


VTieg epai Kai Koftpoi ávappíjixeiv aÁ,a 7crj8o ».
, ©<; tpáxo, yr^aey 8é KoXíxXag Siog ’OÓDaaeíx;,
330 eu%ópevog 8 ’ apa eircev érco; x ’ écpax ’ ek x ’ óvópa¿ •
«. Zéo Ttaxsp, ai0 , oaa eme, xekEi)xriaeiev anavxa
’AÁ,kivoo<;- xoí) pév kev érci ^eíScopov áponpav
áapeaxov kXgoc; eir|, éy© Sé ke rcaxpíS’ iKoípnv ».
©<; oí pév touxwx rcpó<; áX,XxiXon<; áyópenov,
335 KéxXexo 8’ ’ApTirq XenK©Xevo<; ápqnrcóXoiai
Sépvi’ Í)k’ ai0onap 0épevai Kai priyea KaXá
nopípnpe’ épPaXéeiv axopéaaix’ ¿(pnitepOe xánrixag,
%Xaíva<; x’ évOépevai onXa<; Ka0nrcep0ev eoaaOai.
al 8’ íaav £K peyápoio 8áo<; pexá xepaív éxonaai-
34o añxáp énei axópeaav ttokivov Xéx% éyKovéonaai,
©xpnvov 8’ ’OSnafia napicxápevai éuéeaaiv •
« opao xé©v, © ^eive- Ttercovnxai Sé xoi envr| ».
cog (páv ■ xcp 8 ’ áarcaaxóv éeíaaxo Koipr|0nvoa-
©<; ó pév év0a Ka0eñSe rcoA,óxXa<; 8iog ’OSnaaeng
345 xpnxoto’ év Xexéecaiv bit' ateoúap épióowtcp-
’AXkívooi; 8’ apa Xék-co pu%(p Sópon bynAoío,
itáp 8é YWi» 8éaitoiva Áé%o<; itópauve Kai eüvnv.

117
ODISEA VII

Vas a enterarte tú mismo, en el ánimo, cuán excelentes


son mis muchachos y naves, para alzar el mar con sus remos”.
Así dijo, y se alegró el paciente, noble Odiseo,
y pues, implorando, habló, y esto decía y lo nombraba: 330
“Padre Zeus, ojalá que Alcínoo cumpla todas las cosas
que dijo: sobre la tierra dadora de grano su fama
sería inextinguible, y yo podría llegar a mi patria”.
De ese modo, éstos, entre sí, tales cosas hablaban,
y ordenó a las sirvientas Arete, de cándidos brazos,
colocar bajo el pórtico camas, y bellos colchones
purpúreos meterles, y extender por encima las colchas
y poner ahí unas densas mantas, para que se cubriera.
Ellas salían de la sala, una tea en las manos teniendo;
mas, una vez que, hacendosas, tendieron ¡a sólida cama, 340
acercándose, a Odiseo exhortaban con estas palabras:
“Álzate, para acostarte, extranjero, está hecha tu cama”.
Así decían, y a él parecióle agradable ir a acostarse.
Así, éste allí dormía, el paciente, noble Odiseo,
en una cama horadada, bajo el pórtico muy rumoroso. 345
Mas Alcínoo acostóse en el fondo de la alta morada;
junto, su señora esposa dispuso su cama y su lecho.

117
8. OAYEZEIAZ 0

’Hpog 8’ Tipryéveia tpávri poSoSáxrüÁoc; ’Hgx;,


cSpv'üT’ ap’ eívfig lepóv pévog ’AAxivóoio,
av 8’ apa SioyevTi^ ¿pío rcToXircop0o<; ’OS'ügge'Úc;.
xoiaiv 8’ 'qyepóve'ü’ íepóv pévoq ’AÁxivóoio
5 <X>arriK(Ov áyopnvS’, aqnv rcapá vipai tÉtdkto.
£Á0óvte^ Se xa0i£ov érci ^egtoígx ÁÍ0OIGI
TCÁriaíov f| 8’ ává aam peTÓ/eTo riaAAág ’A0fivr|
EtSogevTi KTipDKi 8auppovo<; ’AAxivóoio,
vogtov ’OSdggti’í peyaXriTopi pr|TiócüGa,
io Kai pa exqgtcú tpori JtapiGTapevri (paro pü0ov •
« 8eÍ)t’ áy£, OaiTiKGJV fiyqTopEg t|8e péSoviec;,
Eig áyop'qv iévax, ó<ppa ^eívoxo 7tü0tig0£,
o<; véov ’AÁxxvóoxo Sauppovog xxeto Sopa
kÓvtov £Ki7tAayx0£Í<;, Sépa<; á0aváxoxGxv ópoxo<;».
i5 og eitcobo’ OTpnvE pévo<; xaí 0e>póv exáoToo.
KapicaXípog 8’ épKÁqvTO ppoTcov áyopaí te xax eSpai
áypopévov • tcoááox 8’ apa 0qr|GavTo í8óvte<;
-oióv AaépTao Saí<ppova. tcú 8’ áp’ ’A0qvr|
0eG7teGÍqv xaTe/EDe %ápxv KeípaÁfj te xax ©pox<;
20 xaí piv paxpÓTEpov xax rcáaaova 0qxev Í5éa0ax,
og kev 4>axqx£aax <píXog TcávTeaax yévoxTo
8exvó<; t’ aiSoióg te xai exteAegeiev áé0Áoxx;
TEoXXo'óg, Toiig Oaírixeg é7iexpriGavT’ ’OS'UGrjoc;.
arnáp etceí p’ iíyep0ev ópqyepéEg t’ éyévovTO,
25 toxgxv 8’ ’AXxívoo<; áyopriGaTO xai peieeme-
« xéxÁ.'UTE, Oaxqxcov T^yriTopeg lySe péSovT£<;,

118
Libro VIII

Al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,


se levantaba de su cama el vigor sagrado de Alcínoo,
y se levantó el divino Odiseo, destructor de ciudades.
Y el vigor sagrado de Alcínoo los guiaba
al ágora de los feacios, que junto a las naves se hallaba. 5
Cuando llegaron, se sentaban en piedras pulidas,
cercanos; y por la ciudad iba Palas Atena,
asemejada a un heraldo de Alcínoo, el prudente,
tramando, del magnánimo Odiseo el retorno a la patria,
y acercándose a cada varón le decía sus palabras: 10
“Ea, venid, caudillos y gobernantes feacios,
id al ágora, a fin que sepáis de aquel extranjero
que recién ha llegado a la casa de Alcínoo, el prudente,
vagabundo en el ponto, semejante en figura a los inmortales”.
Dicho esto, incitó la mente y el alma de cada uno de ellos. 15
Y rápido, el ágora y sus asientos llenáronse de hombres
que se reunían, y éstos, muchos, pues se admiraban mirando
al hijo sagaz de Laertes. A él, en efecto, Atenea
le derramó gracia divina en la testa y los hombros,
y lo hizo más alto y más fornido de verse, 20
para que a todos los feacios les fuera digno de afecto
y terrible y también venerable, y cumpliese los muchos
certámenes en que pondrían a prueba a Odiseo los feacios.
Y cuando se reunieron y estuvieron allí congregados,
entre ellos, Alcínoo tomó la palabra y les dijo: 25
“Escuchadme, caudillos y gobernantes feacios,

118
HOMERO

L°?P euuo, xá pe 0vpó(; ¿vi axT|0eaai KeXeóei.]


oS ,o\)Koi5’o<;xiqtáXtópevogiKex’ épóv 8¿ó,
ne rcp% T|okov T) éoTtepícov áv0púM(ov •
«> noprcnv 8’ óxpívei Kai Xíaaexai épneSov etvai.
f|pei<; 8 , <»<; xó rcápo<; nep, ércoxpuvópeScx nopjtqv •
ot)8e yáp ox>8é xig áXAo<;, oxi<; k’ épá SópaO' iKrpai
ev0á8’ ó8x>pópevo<; 8x|póv pévei eíveKa nop/ri^.
áXX’ áye víja péXatvav épóaaopev ex; áAa Óvav
Kp(oxo7cXoov, Kcrupít) Se 8x1(0 Kai Jtevxr|Kovxa
KpiváoOíúv Kaxá Srjpov, oaot rcápo<; etaiv áptaxot.
Srjaápevot 8’ eu návxet; érci KÁTpatv épexpá
ekPtix’ • aáxáp énetxa 0ot)v áXeyóvexe Saha
ripéxepóvS’ éXOóvxeg- éy<o 8’ éü náat napé^co.
4o Koópoiaiv pév xaox’ éntxéXXopav aáxáp oi áXXov
aKT|7cxox>x01 Paai^HEs épá npá; Scópaxa KaÁá
epxea0’, ovppa £eivov évi peyápotat cptÁécopev
pr|8é xtq ápveta0(o. Kakéaaa0e Sé 0eíov áoiSóv,
Arpxó8oKov • xcp yáp pa 0eó<; nepi Scúkev ¿oi8t)v
45 xépTtetv, orcnp Ovpói; éTtoxpóvpatv áeíSeiv ».
(áQ apa (pcovíjoac; Tyynaaxo, xoi 8 áp ercovxo
<jKTytxox)Xoi ’ KÍipx»^ 8é pextpxexo 0eiov áoiSóv.
Koópco Sé Kptv0évxe Soto Kai jtevxriKOvxa
Prtxnv, éKÉXeoa’, éni 0iv’ áXá; áxpoyéxoto.
5o aúxáp érceí p’ érci vfja KaxT|Xv0ov t}8e 0áXaaaav,
vfia pév oí ye péXatvav áXó; pév0oa8e époaaav,
év 8’ iaxóv xe xí0evxo Kai latía vn'i pe^xívTb
npxóvavxo 8’ épexpá xpoitoia’ év Seppaxívoiat
Ttávxa Kaxá poipav • napá 8’ iaxta XeuKa xavvaaav
55 óyoo 8’ év voxícp xnv y’ cóppiaav• avxap ETtetxa
páv p’ ’ípev ’AXkivóoio Sauppovoc é; peya acopa.

119
ODISEA VIII

por que diga las cosas que el alma en el pecho me ordena.


Esteextranjero -no sé quién es- ha llegado a mi casa
errabundo, o desde los hombres de Oriente o del Occidente;
él pide una escolta, y suplica que sea algo seguro. 30
Nosotros, justo como antes, una escolta ordenemos,
pues no, ningún otro que eventualmente viene a mi casa
se queda aquí mucho tiempo, quejoso por falta de escolta.
¡Ea! Botemos al mar divino un negro navio,
uno que bogue por vez primera, y se elijan del pueblo ÍS
a cincuenta y a dos muchachos que, en general, son los mejores.
Y cuando todos atéis bien los remos en las chumaceras,
salid de la nave, y luego aprestad un ligero banquete
viniendo a mi casa: yo a todos daré con largueza.
A los muchachos, esas cosas ordeno; y vosotros, 4
reyes, que cetro tenéis, a mi hermoso palacio
venid, para que al extranjero en la sala honoremos;
que no se rehúse ninguno. Llamad al aedo divino,
a Demódoco, pues el dios le dio en abundancia los cantos
para deleitar, comoquiera que su alma lo incite a cantar”. 45
Dicho esto, se puso al frente, y los demás lo seguían,
los cetrohabientes, y el heraldo iba por el aedo divino.
Los cincuenta y los dos muchachos selectos se fueron,
como él ordenó, a la playa del mar que se agita incansable.
Y cuando a la nave y al mar arribaron 50
dios, botaron la negra nave hacia lo hondo del mar,
y allí, en la negra nave ponían el mástil y velas,
y aparejaron los remos en los estrobos de cuero,
—-todo con orden— y, blancas, extendieron las velas.
En aguas profundas anclaron su nave, y después 55
se fueron presto a la magna casa de Alcínoo, el prudente.

119
HOMERO

0 Za x ’ AXkivOü? 8WKaí6eK« iép£WEv,


okt® 8 apYioSov-ra^ 8«g, §<,0 5 • axínoSa,; po6c •
xodc, 8epov áwí 0’ ctov, tetokovto te Saíx’ ÉpaTeiv^v.
icnpu^ 8 eYYuOev fiXOev aytav épíripov áoifióv,
TOV 7cepi Mova’ étpíXrioE, SÍ800 8’ áya0óv te kcxkóv te-
°90ocX|i©v pév ápEpoE, SíSoo 8’ nSEiav áoi8f|v.
35 T<p 8 apa riovTovoo^ 0t|ke 0povov ápyupÓTjXov
péoacp SaiTDpóvcov, 7ipó<; KÍova paKpóv épEÍoag-
KaS 8 ek TcaGaaXotpi KpEpaaEv tpoppiyya XíyEiotv
aÍToo t>7tép KEípaXng Kai ErcétppaSE %£poiv EÁéoOai
KTÍpT)^- 7táp 8’ ET10EI KOCVEOV KaÁ,TlV TE TpaKE^av,
70 rcáp 8é 8é7ta<; oívoio, jiieív ote 0i)póg ócvóyoi.
OI 8’ EJt’ ÓV£ia0’ ETOipa TCpOKEÍpEVa %£ipa£ íaAÁov.
aináp ejiei Jióaio<; Kai eStitoo^ e£, épov evto,
Mow’ áp’ áoiSóv ávT¡K£v aEiSépovai KXéoc ávSpcov,
oipr^ tóx’ apa KÁéog oápavóv ei)pi)v iVave,
75 veíko^ ’08uoano<; Kai IItiáeíSeco AxiXfiog,
cü£ jiote SripíaavTO 0£íov ev SaiTi 0ocÁeit|
EKJcáyXoia’ EKEEOOIV, áva£ 5’ ávSpcov ’Ayapépvcov
%aipe vóíp, Ó t’ ápiGToi ’A/aicov SnpwcovTO.
yáp oi xpEicov pi>0T|aaTO <X>oiPo<; 'AkoHwv
8o nvOov ev ñyaeér,, 80 ’ Wppn ^ívov oí»5óv
y pnaópevog. tote yáp pa kuXívSeto ni.ua»; apxn
Tptoaí te Kai Aavaoíai Aro? p£7«X.oo 8ia ptwAa^
w, ’ áp ’ áotSóg &iSe TtsptKXvros -™™p 081,00
Kopcpí peov péya «papos íU>v xepat <mPapn<n
„ ZU *»■>».. “ "Z
aíSeTO yáp <I>aÍT|Ka<; dk ocppDOióaKp

120
ODISEA VIH

Los pórticos, patios y recintos llenáronse de hombres


que se reunían, pues eran muchos, mozos y viejos.
Mató doce ovejas para ellos Alcínoo, ocho cerdos
de candidos dientes, y dos bueyes de patas tornátiles; e
los desollaban, se afanaban, y amable banquete aprestaron.
Se acercó el heraldo, llevando al aedo querido,
a quien más amó la Musa, y le daba lo bueno y lo malo:
lo privó de los ojos, pero un dulce canto le daba.
Pontónoo le puso un trono adornado con clavos de plata
en medio de los comensales, apoyándolo en una columna
alta, y colgó de una clavija la lira canora allí mismo,
sobre su testa, y el heraldo le dijo cómo tomarla
con las manos; ponía a su lado una hermosa mesa y un cesto
y una copa de vino, para beber cuando su alma ordenara. 7°
Y echaban mano a las ricas viandas que estaban delante.
Luego, cuando el deseo de bebida y comida expulsaron,
la Musa incitó al aedo a entonar de los hombres las gestas
del cantar cuya fama entonces al cielo anchuroso llegaba,
la contienda de Odiseo y de Aquiles Pelida, de cómo 75
antaño, en un suntuoso banquete de los dioses riñeron
con terribles palabras, y Agamenón, señor de los hombres,
mentalmente gozaba de que reñían los mejores aqueos.
Porque eso le había dicho Febo Apolo, dando un oráculo
la sagrada Pito, cuando el umbral de piedra franqueó,
en 80
por consultarlo. Entonces, se volcaba el principio del daño,
por designios del magno Zeus, sobre troyanos y dánaos.
Eso, pues, cantaba el perínclito aedo; empero, Odiseo,
con sus robustas manos asiendo el gran manto purpúreo,
lo echo de su testa hacia abajo, y su hermoso rostro cubrió: 85
se apenaba ante los feacios de verter lágrimas bajo sus cejas.

120
HOMERO

SÓKO?6 ÍEV ¿£Í5“V 0EÍOÍ á°l8^


KauL?°P^^°?, K£<PaWK &no W°S ^e

» aótáo '¿5 £m*kutcUot ajteíoaaKe Oeoíctiv •


wap ot av apzoixo Kai ótpúveiav áeíSeiv
fcaiWav oi apiatoi, énei tépnovt’ énéeaaiv,
“t K“™ KP“T“ wAuvágevog yoáaoKev.
evtí aUoi^gev navta? ¿Xáveave 8áKPi>a 2ieíp«,v,
AXKivoog Sé piv oío<; £7C£<ppáoaT ’ pS ’ evóroev
95 Bl-tevoc; «YX ocítoa), papí Sé OT£vá%ovTO(; áKooaEv.
aixjza Sé OairiKEaai tpiXripéTpoioi pETRÓSa-
« kekádte, OaiRKíov nyf|Top£(; y^Sé péSovT£<;-
t^Sti pév Savróc; K£Koprip£0a 0upóv éiarig
(póppiyyóg 0’, p Savrí ai)vriopó<; éaxi 0aX£Íp •
ioo vvv S’ £§éX0(op£v Kai áé0Xcov 7i£ipT|0cop£v
7cávTO>v, og x’ ó §£ivo<; £vía7rri oiai cpíXoioiv
oÍKaSE voGTTiaag, oaaov rcEpiyivóp£0’ áXXoov
7td^ te KaXaijioG'óvri te Kai áÁpaaiv f|Sé tcóSeggiv ».
(oq apa <p<DVTiaa<; fiyqaaTo, toi S’ áp’ etcovto.
105 KaS S’ ek rcaaaaXoípi KpEpaaEv tpoppiyya ÁiyEiav,
AripoSÓKOD 5’ eXe /eípa Kai é^ayEv ek peyápoio
KÍÍpl>£- T|PXe §£ W aÚTTIV ÓSÓV RV 7T£p OI &Uoi
OaiT|KOV oi ápiGTOl, áé0Xia 0aopav£ovT£<;.
Báv S’ ípev eíg áyopnv, apa 5’ egketo rcoi>Xj)<; opiXo<;,
no nuptov av S’íatavto véoi JtoÁÁoí tEKai eoOAoi.
¿opto gév ’AKpóveróg te Kai ’ÜKÓaÁo.; Kai EXatpeu?
Naineví Tenpvpve^TEKai ’AwaÁoí Kai Epetgev;
Hovieóí te ripcppek te, 0ó«.v Avapnoiveo)? te
’Apqna^ 9’> HoWov TeKtoviSao-
„5 av 6e Kai Eópóa^, PpotoAoiyv ico, Apm,
NavpoXÍSn?, Sí «pvxxoí «iv etSo? te Sega?

121
ODISEA VIII

Sí, cuando dejaba de cantar el aedo divino, Odiseo,


enjugando sus lágrimas, de la testa quitábase el manto
y asiendo una copa de cuencos inversos, libaba a los dioses;
mas, cuando empezaba de nuevo, y los príncipes de los feacios 90
pedían que siguiera cantando, pues con sus relatos gozaban,
de nuevo Odiseo, cubriendo del todo su testa, gemía.
Allí, se ocultó de todos los otros, vertiendo sus lágrimas,
pero Alcínoo, sólo él, lo advirtió y lo notó,
estando sentado junto a él, y oyó sus profundos gemidos. 95
Y entre los feacios, que aman los remos, habló de inmediato:
“Escuchadme, caudillos y gobernantes feacios;
ya hemos saciado el deseo del banquete igual para todos
y de la lira, que es compañera de un banquete suntuoso;
ahora vayamos afuera, y en los juegos probémonos, 100
en todos, para que a sus amigos cuente este extranjero,
al volver a casa, cuánto somos más hábiles que otros
en pugilato y lucha, y en salto y carrera”.
Dicho esto, se puso al frente, y los demás lo seguían.
Y colgó de una clavija la lira canora, 105
y asió de la mano a Demódoco y lo sacó de la sala
el heraldo, y lo guiaba en el mismo camino en el que otros
principes feacios iban, a fin de admirar los certámenes.
Presto se fueron al ágora, los siguió una gran multitud,
incontable; y se alzaban jóvenes, muchos y nobles. 110
Se levantaron Acróneo, Ocíalo y también Elatreo,
Nauteo, Primneo, Anquíalo y también Eretmeo,
Ponteo, Proreo, Toón y Anabesíneo
y Anfialo, el hijo de Polineo Tectónida;
también levantóse Euríalo, igual a Ares funesto a mortales, 115
Naubolides, que en aspecto y figura era el mejor

121
HOMERO

Tcávxcov OaiTiKtov pex’ ápúpova AaoSápavxa.


áv 8 eoxav xpeic; Kai8e<; ápúpovot; ’AAkivóoio,
AaoSápac; 8’ ''AAióq xe Kai ávxíGeot; KXbtóvro<;.
120 oi S’ xoi JipwTov pev érceipriaavTo kóSeoov
xoioi 8’ arcó vt>aar|<; xexaxo Spópog • oi 8’ apa kóvtec;
KapitaXipcDC, eketovto kovíovtec; keSÍoio.
t¿ov Se 0eeiv ox’ ápioxoc; ertv KA,dtóvt|o<; apúpcov •
oggov x’ EV V£l¿p Ol)pov keAei fipióvoi’iv,
125 XOGGOV í)K£KKpO0£CÚV AaOl); IKE0’, oi 8’ éAÍKOVXO.
oi Se KaXaipoG'óvrjí; áAeyeivfic; Keipr|Gavxo •
xp 8’ aw’ EüpnaAoc; aKEKaívDxo Kávxag ápíaxooc;.
áApaxi 8’ ’ApqúaAoc; tcóvtídv KpoípEpéaxaxoc; riev •
SÍgkg) 8’ aú kcxvtcüv koXv tpépxaxoc; r¡£v ’EAaxpeíx;,
i3o rci)^ §’ aü AaoSápac;, áya0ó<; rcaic; ’AAkivóoio.
amáp ekeí Síy kÓevtec; £T£p<p0r|aav tppév’ áé0Áoi<;,
xoío’ apa AaoSápac; pexétprt, Kaic; ’AAkivóoio-
« Sewe, tpíAoi, xóv ^eívov épópeGa, eí xiv ’ áe0Xov
oi8e te Kai SeSáriKE- iporiv ye pév on KaKÓc; éaxi,
135 pripo-úg te Kvripac; te Kai apipen %£Ípa<; ürcepGev
aú/eva te GTipapóv péya te g0evo<;- oi)8é ti
Seoexai, áA-Xá KaKoíai oDveppTtKxai koXeeggiv.
oi) yáp éyó yé tí (prjpt KaKÓxepov áÁAo 0aXaaar|<;
avSpa ye auy/eíiai, eí Kai páXa Kapxepói; eir| ».
i4o tov 8’ am’ EüpúaAoc; aKapeiPexo (pcovr|0£v TE'
« AaoSápav, páAa touto ekoc; Kaxá poipav eeikec;.
atnó; wv KpoKáXeaaai ícov Kai KEippaSe pi)0ov ».
amáp ekeí xó y’ cckoiíg’ áyaGoc; Kaic; Aákivooio,
arn p’ éc; péaaov icóv Kai ’OSoaaíia kpogeeike-
145 « Señp ’ áye Kai aó, £,eive Kaxep, rceipriaai aeGXcov,
eí xivá icón SeSáriKa<;* eoike 8é o’ í'Spev áéGXoix;.

122
ODISEA VIII

de todos los feacios, después de Laodamante intachable.


Y del intachable Alcínoo tres hijos se alzaron,
Laodamante y Halio y Clitoneo, semejante a los dioses.
Entonces ellos, cierto, se probaron primero en carreras;
su pista se extendía a partir la meta; y todos a un tiempo
rápidamente volaban, levantando el polvo en el llano.
De éstos, era asaz el mejor en correr Clitoneo, el intachable,
cuanto en un campo es el trecho del surco que aran dos muías,
así fue adelante y llegó a la plebe; atrás quedaron los otros.
Ellos, en la penosa lucha después se probaron,
y en ella, Euríalo vencía a todos los príncipes.
Y Anfíalo era el más destacado de todos, en salto,
y Elatreo era con mucho el más poderoso de todos, en disco,
y en pugilato, a su vez, Laodamante, el buen hijo de Alcínoo. 130
Mas cuando ya todos recrearon con juegos el ánimo,
entre ellos habló Laodamante, el hijo de Alcínoo:
“Venid, amigos, preguntemos al huésped si un juego
conoce y entiende; sin duda, no es malo en su cuerpo,
en sus muslos y piernas, y arriba, en sus brazos, en ambos, 135
en su robusto cuello, y en su gran fuerza; en nada carece
de juventud, mas está quebrantado por muchas desgracias.
Pues, por mi parte, yo afirmo que no hay algo peor que la mar
para ofuscar a un hombre, aunque éste fuese muy fuerte”.
Le respondió entonces Euríalo, y le dijo: p
"Laodamante, muy conforme a lo justo dijiste ese dicho.
Ahora, tu mismo ve a desafiarlo y expon tu propuesta”.
Y cuando esto escuchó el buen hijo de Alcínoo,
fue y colocose en el centro, y le dijo a Odiseo:
"Ven también tú, padre extranjero, haz la prueba en los juegos,
si acaso entiendes de alguno; conviene que sepas de juegos.

122
HOMERO

oi) pev yap peí^ov kXéoc; ávépo<;, ótppa kev poiv,


O TI 7COOOIV TE pe^fl Kai %EpGlV EÍjoiV.
áXV ays KEipnoai, okeSogov 8’ ornó KqÓEa 0Dpoí) •
150 aoi 8’ ó8ó<; oóketi 8r|póv ánéooETai, áUá toi f|Sr|
te KaTEÍpooTai Kai énapTÉe; eíoÍv éiaípoi».
tóv 8’ árcagEipópEvog rcpoaéqni JtoMpiyn<; ’OSugoeík;-
« AaoSápav, tí p£ Tama keXeóete kepto|ieovte<;;
KTjSEá poi Kai páAXov évi (ppEaiv tí rcep óceOZoi,
155 og npív pév páAa rcoXXá rcáOov Kai rcoXXá póynoa,
vov Se p£0’ ópETEpri áyopfi vóotoio xaií^cov
Tipai, Á,ioaó|i£vo<; PaoiÁífá te novia te Sfjpov ».
tóv 8’ aoi’ E'úp'úaAxx; ánapEipEio VEÍKEoé t’ ávTTjv•
« oí) yáp o’ oí)8é, ^eíve, Saqpovi tpcoTÍ eiokco
i6o áOAxov, oía te rcoÁXá peí ’ ávOpónoioi nEÁovxai,
áXXa tío, o<; 0’ apa vrp rcoXoKÁrpSi 0apí£©v,
ápxóc; vainácov, oí' te rcpriKTnp£<; éaoi,
(pÓpTOD TE pVTlpCOV KOI EKlCKOnOC; flOlV ÓSoÚCDV
KEpSéíov 0’ ápnaXéíov • 008’ áOÁTjTripi eoikccc;».
165 tóv 8’ áp’ onóSpa í8ó)v npooEtpn noÁopriTi^ OSuoosuc
« £,eív’, oí> koAóv E£i7t£^’ áTaoOáÁcp ávSpi éoiKag.
omot; oí) návTEGGi 0eoí xapiEvxa SiSoooiv
xViAIlTC «Y1YTW <"Y1YT ÍY.O COftRVÍXC oux a

170 áXXa 0£Óg ¿lopcphv erceai axecpei ,

TEpnópevoi Aeóoooooiv, ó 8’ áotpaÁEGx; ayopeoei,


aiSoí pEiÁixíp, peía 8é npenei áypopévoioiv,
ArwÁiKrvrw X’ Avá «rom 0P.OV CDC EÍOOOOCOOIV.

175 áXX’ oí) oí x«piq áptpí 7t£pi0T£<pETai ejceeooiv,


g><; koí ooí EiSog pév ápiKpenét;, oí>8é kev áXXox;

123
ODISEA VIII

Pues, cierto, de un hombre no hay gloria mayor, mientras vive,

que la que él con sus propios pies y sus manos se gana.

Vamos,pues
haz la no
ya
estaráprueba, tu viaje,
disipa
muy lejos masdehoy
las cuitas tu alma;
ciertamente
ha sido botada una nave, y sus hombres están preparados".
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
"Laodamante, ¿por qué, burlándoos, me pedís esas cosas?
Cuitas, mucho más que meros juegos, tengo en el pecho
yo, el que antes muy mucho he sufrido y mucho he soportado,
y hoy, en medio de vuestra asamblea, deseando el retorno,
sentado estoy suplicándole al rey y a todo su pueblo".
Le respondió entonces Euríalo, y agraviólo de frente.
“No, extranjero, pues no te veo semejante a un hombre perito
en los juegos, cuales hay muchos entre los hombres,
sino a uno que, yendo y viniendo en su barco de muchos
toletes, cual jefe de nautas que son mercaderes,
memorador de su carga es, e inspector de sus compras
y de sus lucros rapaces; mas a un atleta no te pareces”.
Viéndolo torvamente, le dijo el ingenioso Odiseo: 16
Huésped, no hablaste bien, te pareces a un hombre insensato.
Asi, no dan los dioses sus dones graciosos a todos
los hombres, ni buen cuerpo, ni ingenio, ni el arte del habla.
En efecto, existe algún hombre inferior en su aspecto,
con /l8C°lma d dÍ°S SU Pdabra> YIos otros
con °miran’ y él firmemente se expresa
v lo v pud°r’ y descuella entre los congregados,
ot T “m° a ? CUand° él -da en el pueblo.
mas en tornoY “ In?°rtales es semejante en su aspecto,
así también paUbras no se acumula la gracia; ,75
e„’tU es muX decoroso, y de otra manera

123
HOMERO

ao§e 0eo<; ted^eie, voov 6’ ánocpcoXióf; eggi.


óSpivát; poi 0opóv éví gtt^eggi tpíXoiaiv
eíjcóv oí koctgc KÓGpov • éyw 8’ oí vfp<; áéOXcov,
180 ¿g ai ye pu0eiai, áXX’ év upÓToiGiv oíco
eppevai, ócpp’ n(3p te jtercoíÓea xepoí t’ épfjGi.
viv 8’ éxopai KaKÓTT|Ti Kai áXyeav jcoXXá yáp etXt|v,
ávSpcov xe KToXépoix; áXeyeivá te kí paTa rceípcov.
áXXá Kai ©<;, kockóc tcoXXoc tcocOcov, KeipriGop’ áéOXcov •
i85 0-opo8aKqg yáp pi0o<;- ETCÓTpovac; 8é pe eitcóv ».
í pa, Kai aÍTco cpápei ávaí^ag Xápie Sígkov
peí ^ova Kai rcáx£TOV, OTipapcÓTepov oík óXíyov jeep
f| oiq> <X>aÍTiKE<; eSigkeov áÁÁí Xoiai.
tóv pa 7C£piaTpeya<; f|K£ GTipapig ano %eipóc, •
190 (SóppUGEV 8é Áí0o<;- Kaxá 8’ ETCTri^av tcotí yaíp
OaúiKEC, SoÁixr|p£Tpoi, vai)GiKÁ,i)Toi áv8pet;,
Záog í)7có pi7tfj<; • ó 8’ ircEpTCTaTo GrjpaTa rcávTcov,
pípcpa 0£cov arcó x£ipó<? £0BKe Sé TÉppax’ ’AOiyvri
áv8pi 8épa<; eiKoia, £7co<; t’ ecpaT’ ek t’ óvópa^e-
195 « Kai k’ áÁaóg toi, £,£Íve, 8iaKpívei£ tó afjpa
ótpcpacpóoov, erceí oí ti pepiypévov egtív ópíXcp,
áXXá tcoáí rcpcoTov. ai 8é Oápoei tóv8e y’ áeOAov •
oí ti<; 0aiÍK©v tóv y’ i^erai oí8’ ÍTcepíoei ».
coc; (paro, yrj0rjG£v 8é 7ioXÍTÁa<; 8ío<; ’OSdggeix;»
200 Xaípcov oivex’ eraipov évriea Xeígg’ ev áycóvi.
Kai TOTE KOl)<pOT£pOV peTECpCOVEE OaiT|K£GGl ’
« TOÍTOV VÍV á(pÍK£G0E, VEOV Táx& s ÍGTEpOV aXA-ov
ÍGEIV i TOGGOÍTOV ÓÍopai í £Tl páoGOV.
tcov 8’ áAÁcov oTiva KpaSíri Oopóg te KeXevei,
205 8eip’ áye 7ieipT|0nTO), etceí p’ e/oXcoGotTE Ávr|v,
í 7ti£, rjé rcáXp i Kai jtoaív, oí ti peyaipco,

124
ODISEA VIII

ni un dios podría hacerlo, mas eres un tonto de mente.


Me turbaste el ánimo en el pecho querido,
al no hablar cual se debe; no soy inexperto en los juegos,
como dices, mas creo que entre los primeros me hallaba «
mientras confiaba en mi juventud y en mis manos.
Mas hoy soy presa del mal y de penas, pues mucho he sufrido,
atravesando por guerras de hombres y oleajes penosos.
Y aun así, tras sufrir muchos males, probaré los certámenes:
fue mordaz tu palabra; al decirla, tú me has incitado”. 18'
Habló y, alzándose él con todo y su manto, un disco tomó,
muy grande y muy grueso, sin duda no menos pesado
que aquel con que, en disco, competían entre sí los feacios.
Y tras volverlo en torno, lo lanzó de su mano robusta;
la piedra zumbó, y se encogieron de miedo hacia el suelo
los feacios de largos remos, preclaros en náutica,
por la rapidez de la roca, y se voló las marcas de todos,
corriendo veloz de su mano; había puesto las metas Atena,
semejante en figura a un varón, y esto decía y lo nombraba:
“Esa marca, extranjero, incluso un ciego podría distinguir 195
palpando, pues para nada se mezcla con la multitud,
mas es la primera, con mucho. Ten ánimo en este certamen.
Ningún feacio llegará a ese disco, ni habrá de pasarlo”.
Así dijo, y se alegró el paciente, noble Odiseo,
contento, porque veía en el juego a un gentil compañero, 200
y entonces, entre los feacios habló muy tranquilo:
Ahora llegadle, jóvenes, a ése; pronto otro, el siguiente,
pienso lanzar, igual de distante o incluso más lejos.
De los otros, ese a quien su corazón y su ánimo impulsen,
venga acá, que se pruebe —pues mucho me habéis irritado— 205
en pugilato o lucha, o incluso en carrera, en nada me niego;

124
HOMERO

<I>aiT|K(üv nki\v y’ anxob AaoSápavxog.


tccxvtcdv
^eivog yáp poi 08’ éaxv xíg áv (piXéovxi páxovco;
atpprov 6t) keTvó<; ye Kal ooxi8avó<; rceXet ávíip,
2i° og xig ^eivoSÓK© épiSa Jipoípéprjxai áe0Á©v
$np*p év áXAoSarcar eo 8’ aoxob rcávxa KoXoóei.
tcúv 8’ áXXcov oiS 7tép xiv ’ ávaívopai 008’ á0epí£©,
vXk’ é0éX© tSpev Kal rceipr^xipevai ávi-qv.
rcávxa yáp ov kcxkcn; eípi, pez’ ávSpáoiv oaooi áeOXoi-
215 eo pév xó^ov otSa éo^oov áp<pa<páaa0av
7tp©xó<; k’ áv8pa páXoipi óíoxeóoag év ópíXco
áv8p©v 8oapev£©v, eí Kal páXa tcoááoI exaípoi
áyxi rcapaaxaiev Kal xo£,a^oíaxo (pwTÍbv.
olo£ 813 pe 0iXoKT,f|T'n<; árceKaívoxo xó^(p
220 8x|pq) evt Tpócov, oxe xo^a^oípeO’ ’Axaioí-
x©v 8’ áXAcov épé (piipi tioXÍ) rcpotpepeaxepov eivai,
oaaoi vov ppoxoí eiaiv ¿7x1 x0°vl oíxov eSovxeg.
ávSpáoi 8é Kpoxépoioiv epi^épev ook e0eXria©,
ob0’ 'HpaKÁfp oííx’ Eopóicp OíxaArrp,
225 o'í pa Kal á0aváxoiaiv épí^eoKov rcepí tó^cüv.
tco pa Kal aíy’ é0avev péya<; EíSpoxog 008’ éici yrjpag
ikex* evl peyápoioi- xoA©oápevo<; yap ’AkoXAxqv
ekxovev, obveKá piv TtpoKaXí^exo xo^á£ea0ai.
Soopl 8’ aKovxí^© ooov otdk ak'koc, xi<; ó’íaxcp.
23o oioioiv SeíSotKa kooív pri xi£ pe 7capeX0ri
OairiKwv • Zitjv yap áeiKeXícoc; éSapaa0Tiy
Kupaaiv év TtoXXoío’, éjiel oo KopiSrj Kaxa vfja
Tjev ¿TCT^exavó^- x© poi tpíAa yola XeXovxai».
©; e<pa0’, oí 8’ apa roxvxeg áichv eyévovxo oiomp •
235 ’AÁxívoog Se piv oío<; ápeipópevo<; reposeeme •
« £eív\ eró ook áxápiaxa pe0’ npív xabx’ áyopeoei;

125
ODISEA VIH

sí, de todos los feacios, a Laodamante solo exceptuando.


Porque éste me hospeda. ¿Quién lucharía contra el que lo acoge?
Un demente, cierto, y que no vale nada, es aquel hombre
que propone al que da hospedaje una justa en los juegos, 21<
en un pueblo extranjero; él sólo arruina todo lo suyo.
De los otros, sin duda a nadie rehúso, a nadie desprecio,
mas conocerlo quiero, y con el probarme de frente.
Para nada soy malo en los juegos que hay entre los hombres,
un arco bien pulido yo sé manejar diestramente: 215
asaeteando, heriría yo, el primero, a un hombre en la turba
de hombres hostiles, aunque a mi lado muy muchos amigos
cerca estuvieran, y dispararan con arco a esos hombres.
Filoctetes, sólo él, me vencía con el arco en el pueblo
troyano, cuando, con arco, los aqueos disparábamos. 220
Mas afirmo que soy con mucho el más destacado de todos
los mortales que hoy existen, comiendo su pan, en la tierra.
No querré competir con los hombres de tiempos pasados,
ni con Heracles ni con Eurito ecalio, que incluso
con los inmortales competían en tiro con arco. 225
Por eso, también murió presto el gran Éurito, y a la vejez
no llegó en su palacio; pues, montando en cólera, Apolo
lo mato, porque en disparar con arco lo había desafiado.
Con pica disparo lejos, cuanto nadie tira con flechas.
Solamente en carreras yo temo que alguno me venza, 230
de los feacios, pues fui maltratado muy sórdidamente
entre muchas olas, porque en la nave cuidados constantes
no había para mí; por eso están sueltos mis miembros”.
Así habló, y pues todos, en silencio, quietos quedaron.
Mas Alcínoo, sólo él, respondiendo, le dijo: 235
"Extranjero, pues entre nosotros no dices sin gracia

125
HOMERO

«M. eOeXek; ápexpv aqv «paivépev, q toi óitqSEÍ,


Z<oop.Evoi; oxi a ’ ooxot; ávqp Év áy&vi Jtapaaxái;
veikeoev, av oqv ápexqv ppoxó? oxj xi? ovoixo,
«o o? tií ÉTtíaxauo qai (ppeaiv apxia pá^Etv •
<xU’ &ye vSv ÉpeOev ^uvíei e-ko<í, o<ppa Kai «Utó
eÍKpg ripócov, ote kev aoia’ év peyápoiai
SaiVBT) 7iapá ofj t’ aXó/cp Kai ooioi tékeggiv,
npeieprig apeste pepvnM.évo<;, ola Kai npiv
245 Zeíg érci epya TÍ0rjoi SiapnEpéq é£ eti rcaipcóv.
ob yáp TBypá/oi Eipév ápópov£<; oí)8é rcaXaurcaí,
áXÁ,á tcogí Kpaurvax; 0éogEv Kai vrioaiv apicrcoi,
alei 5’ fipiv 8aí<; xe (píXrt KÍ0apí<; te %opoí te
EÍp-axá t’ é^ripoipá XoETpá te 0£ppá Kai sovaí.
25o áÁÁ’ áy£, OairiKwv pr|Táppov£<; oaaoi apiaxoi,
7raíaaT£, ©<; /’ ó £,Eivog evígtcti oiai (píXoiaiv,
o’iKaSE voaTTiaa^, oaaov 7t£piyivóp.£0’ aAAxov
vaoTiÁíi] Kai rcoaai Kai óp/naTm Kai aoiSp.
AtipoSókco Sé tk; au|/a kiov (póppiyya Áíyeiav
255 oiaÉTft), TÍ 710B KElTai EV T]|l£T£pOiai SÓpOKJlV ».
cog £<paT’ ’A^kvvooq 0eo£ÍkeA,o<;, copTo Sé khpb^
oiacov (póppiyya yZacpopTiv SopoB ek paaiA,íio<;.
aioDjivTÍTai Sé Kpvcoi évvéa 7iavT£<; avEOTav,
Sripioi, oí Kax’ áycova eb 7ipT|aa£aK0V EKaoxa,
26o A/EÍTjvav 8é%opóv, KaÁov S EopBvav aycova.
KñpB^ 8’ Eyyó0£v nÁ0£ cpépcov cpóppiyya ÁíyEiav
ÁTipoSÓKíp- ó 5’ ETCEiTa ki’ péaov• ápqu Sé KOBpoi
7ipa)0fipai iGTavTo, Sar|pov£<; óp%n0goio,
7i£7tÁ,T|yov Sé %opóv 0£Íov rcooív. aí)Táp OSnaaeíg
265 pappapByác; ©tjeíto koScúv, 0aópa^e Sé 0Bgcp.
aoxáp ó cpoppí^cov ávEpáXÁ-ETO KaÁov aEiSeiv

126
ODISEA VIII

eso sino que quieres mostrar tu valor, el que te sigue,


irritado porque este varón, en el juego, acercándose
te agravió, cuando ningún mortal tu valor vituperaría,
si él supiera en su mente decir lo adecuado.
Mas, anda, tú mi palabra oye ahora, a fin de que a otro
de los héroes también se la cuentes, cuando en tu palacio
banquetees con tu esposa y tus hijos,
nuestro valor recordando, qué hazañas también a nosotros,
ya desde nuestros padres, Zeus sin cesar nos otorga.
Pues no somos púgiles intachables, ni luchadores, empero
corremos veloces con los pies y, cual los mejores, con naves;
tenemos siempre agradables banquetes y cítara y danzas,
vestidos de recambio y baños calientes y camas.
Ea, cuantos sois los mejores danzantes de los feacios,
fugad, para que a sus amigos cuente este extranjero
al volver a casa, cuánto somos más hábiles que otros
en navegación y en carrera y en danza y en canto.
Que alguien, yendo pronto, la lira canora a Demódoco
traiga, la que en algún lugar en nuestra casa se encuentra”. 25
Asi dijo Alcínoo, igual a los dioses, y alzóse el heraldo
para traer, de la sala del rey, la cóncava lira.
Dirigentes selectos, nueve en total, se pararon,
hombres del pueblo, que cuidaban bien cada cosa en los juegos,
y un lugar de danza aplanaron y, bella, una arena extendieron. 260
Se acercó el heraldo llevando la lira canora
a Demodoco; éste, al centro se fue; en torno, muchachos
se plantaban, recién pubescentes, peritos en danza,
y b atian con sus pies una danza divina. Empero, Odiseo
veía el vibrante esplendor de sus pies, se admiraba en el alma. 265
Aquél, tañendo la lira, comenzaba a cantar bellamente

126
HOMERO

OCR)' Apeog (piXóxTjxog éSaxEtpávon x’ ’A<ppo8íxrig,


(ü^ xa rcpcox epiyqaav év 'Htpaíaxoio Sópoiai
ÁxxOpp • rcoXÁa Sé 8©ke, Aéxog 5’ 'fíox'ove Kai sw-qv
27o Hq>aioxoio avaKXog. cúpap Sé ol áyyEAog ráBev
'HAiog, o a<p’ evÓRae piya^opévoug (piAóxiixi.
'Hípaioxog S’ ©g ox>v ©npa^yéa px>0ov cxkouoe,
Pn p’ ’ípev ég xaXKemva, KaKa (ppeai ftoaaoSopeúwv •
év S’ e0ex’ aKpoOéxcp péyav ótKpova, KÓrcxe Sé SEapoíg
275 áppxiKxo'og áAmoug, óq>p’ epueSov ax>0i pévoiev.
aüxáp etceí Sq xeo^e SóAov K£xoX©pévog ”Apei,
pfj p’ i|i£v ég 0áAapov, o0i ol cpíAa Sépvia keíxo-
ápxpi 8’ áp’ éppioiv xée Séapaxa Kt>KÁ(p árcávxTi,
TCOÁÁá Sé Kai Ka0í)7tep0e p£Xa0pó<piv é^EKÉxwxo,
28o iyux’ ápáxvia Á,£TCxá • xá y’ olí ke xig oáSé íSoixo,
ox)Sé 0e©v paKapcDV • 7tepi yáp SoXóevxa xexukxo.
aáxáp etceí Sn icávxa SóAov TCEpi Sépvia xeíjev,
EÍaax’ i'pev ég Afjpvov, éÜKXÍgEvov TCxoXÍ£0pov,
q ol yaiá©v tcoAÍ) <piA,xáxr| éaxiv ánaaéwv.
285 oí) 8’ ákaóg okokitiv eixe XP^^viog ’ApTjg,
©g ÍSev "Hcpaiaxov kAdxoxexvtiv vóacpi Kióvxa-
PñS’ ípevai rcpóg 8©pa tcepikAdxot) 'Hq>aíoxoio,
ixavówv (piXóxrixog é'üoxeípávo'ü Ku0£p£uig.
•q Sé véov 7capá rcaxpóg épia0£véog Kpovuovog
290 épxopévn Kax ’ áp ’ e£e0 ’ • ó 8 ’ £ia© S©paxog peí
ev x’ apa oí <pí> XeiPl e^og T’ &PaT’ T’ óvópa^e-
« S£Í»po, <píXti, XéKxpovSe, xparceíopev eávnOévxe-
oá yáp £0’ ''Htpaiaxog pExaSripiog, áXAá tcoo tíStj
oi'x£xai ég Aíípvov pexá Zívxiag áypiotpávoog ».
295 ©gtpáxo, xp 8’áa7iaaxóv éeíaaxo KoipnOíivai.
x© 5’ ég Sépvia pávxe KaxéSpaOov - otpxpi Sé Seapoi

127
ODISEA VIII

sobre el amor de Ares y de Afrodita, de hermosa corona,


de cómo primero, en casa de Hefesto se unieron a ocultas;
Ares le dio muchos dones, e infamó la cama y el lecho
del soberano Hefesto. Al punto fríe a éste, cual mensajero,
el Sol, pues miró a los dos que se unían en amores.
Y Hefesto, cuando oyó la noticia que duele en el alma,
presto se fue a su fragua, urdiendo el mal en eí fondo del pecho;
y en el portayunques puso un gran yunque, y forjaba unos lazos,
irrompibles, insolubles: que ahí los dos firmemente quedaran. 27
Y cuando él preparó su dolo, irritado con Ares,
presto se fue al aposento, en donde se hallaba su cama,
y en torno a las patas vertía doquier las cadenas en círculo,
y pues muchas también desde arriba, del techo colgaban,
cual sutil telaraña; jamás vería éstas ninguno, 280
ni de los dioses felices: estaban hechas con máximo dolo.
Mas después de que él vertió todo el dolo en torno a la cama,
aparentó ir hacia Lemnos, el bien reforzado castillo,
la tierra que, para él, es mucho más querida que todas.
Y, no ciego, Ares de riendas de oro estaba al acecho, 285
cuando vio a Hefesto, el ínclito en arte, yéndose lejos;
presto se fue hacia la casa del perínclito Hefesto,
deseando el amor de Citerea de hermosa corona.
a, de la casa del padre, el Cronión muy poderoso,
Ell
volviendo, estaba sentada; él iba hacia adentro, a la casa, 290
y le estrechó la mano, y esto decía y la nombraba:
"Aquí, ven al lecho, querida, disfrutemos tendidos.
Ya no esta entre nosotros Hefesto, mas hoy
aseido
h hacia Lemnos, con los sintios de lengua salvaje”.
Así dijo, y a ella parecióle agradable ir a acostarse, 295
os,
Amb yéndose al lecho, se tumbaron, y en torno los lazos

127
HOMERO

Tezvnevxeg exbvto rcoÁíxppovoc; 'HipaíoToio,


o'uSe ti Kivfjaai jieXecov t)v oí)8’ ávaEipai.
Kai TOTE 8t| yiVCOOKOV, o t’ OÍ)K£Tl (pi)KTa 7téÁOVTO.
300 áyxípoAov Sé 09’ tjáBe 7i£piKÁUTÓ<; ápípiyorjEig,
awi<; 'ü7cocTp£\]/a<; rcpiv Artpvoo yaiav ÍKéoBav
’HéAiog yáp o i OKOTivnv e'xev eike te poBov.
[Pñ 8’ íjiEvai rcpcx; 8©pa, (píAov tetitipevoc; t^top •]
EOTTI 8’ EV rcpoBópoiai, /óAoc; 8é piv aypiog fipEi-
305 apep8aAéov 8 ’ épóriOE yéywvé te rcaai Beoíoi •
« Zeb 7tocT£p r)8 ’ aXXoi paKap£<; Beoí aíév eóvte<;,
SeoB’, iva £py’ áyéÁaoTa Kai oí>k ETiiEiKTa íStigBe,
©<; épé x®A,óv éóvTa Atoe; Buyárrip ’A<ppo8ÍTTi
aíév áripá^Ei, (piXéEi 8’ áí8T|Aov "Apria,
3io oovex’ ó pév KaÁóg te Kai ápTÍ7co<;, aíiiap éy© y£
rpiESavóg yEvópuv • áráp oí) tí poi aiTiog aAAo<;,
áAAá tokÍ)e 8ó©, t© pq yEÍvaoBai oípeAAov.
áAÁ’ Ói|/e<yB’, 'iva t© y£ KaOsóSeiov év <piA,ótt|ti,
eíc; épa Sépvia P<xvte<;- éy© 8’ ópó©v áKaxnpai.
315 oí) pév a<p£a<; et’ EoArca pívovBá y£ keiepev oót©,
Kai páÁa 7t£p ípiAeovte- Tax’ oí>k eBeAtigetov áp<p©
eíSSeiv • áAAá a(p©£ 8óAo<; Kai 8egpo<; épó^Ei,
EÍ<; o ke poi páÁa rcávTa 7iaTqp áno&ípGW éeSva,
oaaa oi éyyuáAi^a kov©7ci8o<; EivEKa Koupq<;,
320 oiSvEKa oi kocÁt| Boyairip, áiap oí)K éx^Bopot;».
©<5 EtpaB oi 8 ’ áyépovTo Beoi teoti /aÁKoPaTe^ 8©
qABe noo£i8á©v yairjoxoi;, rjAB ’ épioúvqg
'Ep|i£Ía<;, t|ABev 8é ava^ eKÓepyo^ AteoAA©v.
BqÁÚTEpai 8é Beai pévov aíSo’i oikoi EKaoTq.
325 éaxav 8’ év rcpoBúpoiai Beoí, S©Tqp£<; éa©v •
ocoPeoto^ 8’ áp’ év©pTO yéÁ©g paKapeaai Beoíoi

128
ODISEA VIII

se vertieron, los artificiosos, del hábil Hefesto,


y no, ni mover los miembros ni alzarlos les era posible.
Y pues entonces entendieron que ya no había escape.
Y cerca de ellos llegó el perínclito de ágiles brazos, *
volviendo hacia atrás, antes de llegar a la tierra de Lemnos,
pues el Sol estaba al acecho y le dijo el asunto.
Presto se fue hacia su casa, afligido en su pecho;
y se plantó en el portal; una cólera agreste lo asía,
y terriblemente grito, y llamaba a todos los dioses. 30
“Padre Zeus, y demás felices dioses siempre existentes,
venid aquí, a ver obras no dignas de risa, y no tolerables,
cómo a mí, que soy cojo, la hija de Zeus, Afrodita,
me deshonra siempre, y ama a Ares, el desvergonzado,
porque él es hermoso y de pies saludables, mas yo 31(
nací débil de pies; mas de ningún modo hay otro culpable,
sino mis padres, los dos, que no debían haberme engendrado.
Pero mirad en dónde ambos amándose duermen,
habiendo ido a mi lecho; mirando, yo estoy afligido.
Ciertamente ya no pienso que ellos, ni un poco, yazgan así, 3,5
aunque mucho se amen; pronto, no desearán, ni uno ni otro,
dormir; empero, a los dos retendrán mi lazo y mi dolo,
hasta que me devuelva su padre asaz toda la dote
que puse en su mano por esa impudente doncella,
porque su hija es hermosa, mas no sabe frenar sus impulsos”. 320
Dijo, y los dioses se aunaron en la casa que está sobre bronce;
Posidon, que recorre la tierra; llegó el presuroso
llegó
Hermes; llegó el señor que hiere de lejos, Apolo,
as tiernas diosas, por pudor se quedaron cada una en su casa,
L
Y el portal se pararon los dioses, dadores de bienes,
en 325
y una inextinguible risa se alzó entre los dioses felices

128
HOMERO

ZEXya^ eiaopo©oi 7coXó<ppovo<; Hípaíozoio.


©Se Sé tic; e’úceaKev iS©v é<; rcÁrjaíov áXXov •
« ook apera KaKa épya • Kixávei zoi ppaSog cúkw,
330 ©g Kai vw ”Hq>aiazoq érov Ppa8o; eiAev ’'Apna,
©KÚzazóv 7CEp éóvza 0e©v, oi "OAuprcov é/oooi,
X©XSq é©v, TÉxvpav zó Kal poixáypi’ ótpéUei».
©g ol pév zoiaoza rcpó<; áAXriXoog áyópeoov •
'Epppv Sé rcpoaéeutev áva£ Aió<; olóq ’ArcóXtaov
335 « 'Eppeía Aióg ole, SuxKzope, 8©zop eácov,
T| pá Kev ev Seapoia’ éOéAoig Kpazepoiai rcieaOelg
eoSeiv év XéKzpoiai napa XP'°°TÍ ’AíppoSízp; »
zóv S’ T| peíPez’ érceiza Siámopot; ’Apyeí(póvzr|<;-
« a’í yáp Tomo yévoizo, áva£ éKazrjpóX’ "ArcoAAov.
34o Seapol pév zpi<; zóaaoi árceípove<; áp<pl<; exoiev,
ópeu; 5’ eíaopóqyce 0eol rcaaaí Te 0éaivai,
amáp éy©v eoSotpi rcapá xp^^p ’A(ppo8ízp ».
©g é«paz’, év Sé yéX©<; ©pz’ á0avázoioi Oeoiaiv.
ooSé HoaeiSáfflva yéX©<; éxe, Xíaaezo S ’ ai el
345 "Hípaiazov KÁmoepyóv, 07c©g Xooeiev ’'Apr|a-
Kai piv cp©vriaa<; énea jrzepóevza rcpoarrüSa •
« Aooov • éy© Sé zot amóv wcíaxopai, (üc, gd keAe'oek;,
zeíaeiv aíatpazávza pez’ á0avázotai 0eoioi».
tóv S’ ame Tcpoaéeute jtepiKÁmóg áp<piyuT|ei<;-
350 « pf| pe, FloaeíSaov yatrioxe, tama keXeoe-
SeiXaí zoi SeiX©v ye Kai éyyóai éyyuaaaáai.
ti©5 áv éy© oe Seoipi pez’ á0avázoiai 0eoioiv,
eí Kev "Api^ oíxotzo xp£o<5Kal Seapóv áXo^a^;»
zóv 5’ ame jcpoaéeiKE IIoaei5á©v evoGi/Owv •
>55 « "Hcpaiaz’, eí uep yáp Kev ’'Apri<; xpeíog 'UTcaXó^oc^
oíxnzai «pe«y©v, amó; zoi éy© záSe zeía© ».

129
ODISEA VIII

al contemplar las artes del hábil Hefesto.


y alguien así decía, viendo hacia el otro, al vecino:
“No medran las malas acciones. El lento alcanza al veloz;
así también hoy Hefesto, siendo lento, a Ares cogió,
aunque es el más veloz de los dioses que poseen el Olimpo
cojo, lo hizo con artes. Así, aquél debe la multa de adúltero”.
De ese modo, éstos, entre sí, tales cosas hablaban;
y el hijo de Zeus, el señor Apolo, a Hermes le dijo:
“Hermes, mensajero, dador de bienes, hijo de Zeus, 33;
¿desearías, implicado entre lazos vehementes,
dormir en el lecho al lado de la áurea Afrodita?”
Le respondió entonces el mensajero Argifontes:
“Ojalá eso se diera, señor Apolo, el que flecha de lejos,
aunque me estrecharan tres veces tantos lazos, innumerables, 340
y me veáis vosotros, ios dioses, y todas las diosas;
mas ojalá yo durmiera al lado de la áurea Afrodita”.
Así dijo, y entre los inmortales dioses alzóse la risa.
Pero Posidón no reía con ellos, mas siempre rogaba
a Hefesto, el ínclito artífice, que a Ares soltara; 345
y, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas:
Suéltalo; yo te prometo que él mismo, cual tú lo requieres,
te pagara entre los dioses inmortales todo lo justo”.
Le contestó a su vez el perínclito de ágiles brazos:
No me ordenes eso, Posidón, que recorres la tierra: 350
por los miseros, míseramente se afianzan las fianzas.
¿Cómo, entre los inmortales dioses podría yo amarrarte,
si Ares se fuera, evadiendo la deuda y los lazos?”
Le contestó a su vez Posidón, el que agita los suelos:
Hefesto, pues aunque Ares la deuda evadiendo 355
en fuga se fuera, yo mismo estas cosas habré de pagarte”.

129
HOMERO

tov 6 ripeípET’ £7i£iTa kepikXdtÓí; ocpÁprporieig •


« odk egt od8e eoike teov etio<; ápvr|Gao0ai».
co<; eircrov Seojióv ócvíei pévoq 'HípaíoToio.
360 XC0 8 E7CEI EK SEGpOlO Á/Ú0EV, KpaTEpoí) 7C£p EÓVTOg,
aÍTÍK’ ávál^aVTE Ó PEV 0pflKT|v8£ p£pT|K£l,
n 8’ apa Kwtpov iKavE (piXoppEiSn^ ’A<ppo8ÍTT|,
£<; nátpov, EV0a te oí tepevoc; pcopó; te 0-ütiek;.
£V0a 8e piv XápiTEc; Xouaav Kai xpiaav éXaí®,
365 ápppÓTcp, oía 0£oi)<; ejievt|vo0£v aíév £ÓVTa<;,
áptpi 8e EÍpaTa Eooav EnripaTa, 0a^pa Í8éa0ai.
Tavr’ áp’ áoiSóg a£i8£ tcepikÁ-dtck;- aoTap ’OSvaaeix;
TÉpTiET’ éví tppEaiv paiv aKOTXDv t)8e ko'i áXAoi
OaírjKEg 8oÁ,i%ripETpoi, vaDoiKÍtanoi ávSpEq.
370 ’AÁkÍvooc; 8’ "AXiov Kai AaoSápavTa keáeuqe
poováí, óp%Tiaaa0ai, ekei aqnaiv oiS tic; Epi^ev.
oi 8’ £7i£i ot>v atpaipav KaXpv p£Ta XePo'lv eXovto,
nop<popériv, tt|v aipiv nóXopoc; TCOtnae Saúppcov,
rqv £T£po<; pírcTaaKE 7toTi vétpEa GKióevTa
375 i8vco0£i<; Ó7cíaco ’ 6 8 ’ arcó x0ovó<; vipoa ’ a£p0£i<;
prpSíax; peOeZeoke, rcápog rcoaiv ou8a<; ÍK£o0ai.
amáp £7i£Í 8i| atpaípri áv ’ í0i)v 7i£ipT|aavTO,
ÓpX£Ía0T~lV 8t) ETCElTa TCOTl X0OVI KO'üXvpOTEÍpp
Taptpé’ ápEiPopévar Koüpoi 8’ etceXtjkeov aAAoi
38o £GTaÓT£<; KaT’ áycova, jioAan; 5’ -útcó Koprco<; ópcop£i.
8i) tót’ áp’ ’AAkívoov 7tpoo£<pá)V££ 8ío<; 08vaoeu<;’
« ’AAkívoe kpeiov, icávTcov ápi8£ÍK£T£ Axxcov,
ripév áTiEÍArjoac; priTappovat; Eivai ápíoToix;,
tj8’ áp’ EToipatetdkto* aépac; p’ e%ei Eiaopócovxa ».
385 ©<; (paro, yri0ria£v 8’ ÍEpóv pévo<; ’AXkivóoio,
aiipa Se OaiTiKEoai (piXrjpéTpoiai pETTivSa-

130
ODISEA VIII

Le respondió entonces el perínclito de ágiles brazos:


“No es posible ni es conveniente rehusar tu palabra .
Dicho esto el vigor de Hefesto el lazo soltaba,
y cuando sueltos quedaron del lazo, el cual era muy fuerte,

tras saltar al punto los dos, él a Tracia marchaba,


y ella, Afrodita, la que ama la risa, se iba hacia Chipre,
a Pafos: allí un recinto tenía y un altar perfumado.
Allí, las Gracias la bañaron y ungieron con óleo
divino, cual el que cubre a los dioses siempre existentes, 365
y le vistieron amables vestidos, un portento de verse.
Eso, pues, cantaba el perínclito aedo; empero, Odiseo
se deleitaba en su pecho escuchando, igual que los otros,
los feacios de largos remos, preclaros en náutica.
Luego, Alcínoo ordenó que Halio y Laodamante danzaran 370
uno con otro, porque no competía ninguno con ellos.
Estos, pues, tras tomar una bella pelota en las manos,
una purpúrea que el sabio Pólibo había hecho para ellos,
hacia las nubes umbrosas la arrojaba uno curvándose
hacia atrás, y el otro, del suelo hacia arriba lanzándose 375
la recibía fácilmente, antes de llegar con sus pies a la tierra.
Y tras probarse en salto de altura con esa pelota,
entonces danzaron sobre la tierra que a muchos sustenta,
a menudo alternando; aplaudían los otros muchachos
que en la arena se hallaban, y un grande barullo se alzaba. 380
Entonces, le dijo a Alcínoo el noble Odiseo:
Rey Alcínoo, preclaro entre todos los hombres,
como te gloriaste de que ellos eran danzantes eximios,
asi era lo cierto; el asombro me tiene al mirarlos”.
Asi dijo, y se alegró el vigor sagrado de Alcínoo. 385
Y entre los feacios, que aman los remos, habló de inmediato:

130
HOMERO

« kekX'üte, ^airjK©v Tyyq-io pe<; fiSé pÉSoviec;-


ó %eivo<; páXa poi Sokeei rcenvogevot; eivai.
áÁÁ’ áye oi ócójxev ^eivéjiov, ©<; éftieiKeg.
390 8©8eKa yáp Ka/rá Sryxov áputpercéeg paaiXfje^
ápxoi KpaívoDGi, TpeiaKai§éKccTo<; 8’ éy© aincx; •
t©v oi £KaaT0<; <papo<; éwtÁ'ovEi; t|8e /recova
Kai xpoooio xáXavTov éveÍKaxe TiprievTOi;.
aiya Sé rcávTa <pep©pev áoXXéa, ócpp’ évi /epai
395 ^eivoc; £/©v éiei Sóprcov ip /aípwv ¿vi 0i)|i¿p.
EopóaXog Se é aveóv ápeaoáo0© éneeaoi
Kai 8©pcp, éjcei oó ti éítog Kaxá poipav eeutev ».
coq ecpaO’, oi 8’ apa itáviec; énpveov lyS ’ eKéXeoov,
8fi>pa 8’ áp’ oíoépevai Kpóeoav Kqp-üKa eKaoTog.
400 tóv 8’ aox’ EápóaXo^ árcageípeTo cprovTioév Te-
« ’AXkívoe Kpeiov, 7távT©v ápiSeÍKeTe Aacov,
Toiyáp éy© tóv ^eivov ápéooopai, ¿x; oó Ke^erer;.
8©o© oi tóS* áop uayxáÁKeov, © erci Kcónri
ápYüpén, KoXeóv 8é veonpíaToi) éXécpavTo<;
405 ájxcpi8e8ívT|Tai- jcoXéo<; 8é oi á^iov éoTat».
ax; eítecov év /epai tíOei ^ícpo<; ápyopÓT|Xov,
Kai piv cpwvTjoag (brea KTepóevTa jipoorjóSa-
« /aipe, itátep © ^eíve- ércog 8’ eí rcép ti pepaKTai
Seivóv, ácpap tó cpepoiev ávaprcá^aoai áeXXai.
4io Qoi SeOeoi áAo/óv t’ tSéeiv Kai jtaTpíS’ ÍKeo0ai
Soiev, éjtei 8ri 8ri0á cpíAxov ano TcrigaTa nác^eiQ ».
tóv 8’ ájrapeiPópevoc; Ttpoaecpri tcoXójitjtk; ’OSoaaev^
« xai <n>, cpíXos;, paXa /aipe, 0eoi 8e toi óXpia 8oiev •
prjSé tí toi £,í<peó<; ye 7to0ri peTÓKiaOe yévoiTo
415 toótoo, o 8rj poi Scokcu; ápeoaápevo<; énéeaaiv ».
rj pa, xai ápcp’ ©goiai 0óto £ícpo<; ápyopóriXov.

131
ODISEA VIII

“Escuchadme, caudillos y gobernantes feacios;


me parece que este extranjero es harto juicioso.
¡Ea! Démosle, como es adecuado, los regalos del huésped.
Pues bien, doce reyes muy ilustres en este país w
gobiernan cual jefes, y soy el treceno yo mismo:
cada uno, un manto bien lavado y también una túnica
y un talento de oro precioso traedle.
Pronto traigamos todo reunido, para que el extranjero,
teniendo eso en sus manos, venga a la cena alegre en el alma. 395
Que a él mismo, Euríalo aplaque con unas palabras
y con un don, pues en nada dijo un dicho conforme a lo justo”.
Así habló, y todos ellos asentían y eso apremiaban,
y pues cada uno envió a un heraldo a traer los regalos.
Le respondió entonces Euríalo, y le dijo: 400
“Rey Alcínoo, preclaro entre todos los hombres,
por supuesto, aplacare al extranjero, cual tú me lo ordenas.
Le daré esta espada, toda de bronce; en ella hay un puño
de plata, y una vaina de marfil recién aserrado
en torno se encuentra; para él será algo de mucho valor”.
Dicho esto, ponía en sus manos la espada con clavos de plata,
y, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas:
"Alégrate, padre extranjero. Si se ha dicho alguna palabra
ofensiva, que las tormentas, raptándola ya, se la lleven;
que os dioses te den mirar a tu esposa y llegar a tu patria, 410
pues ya hace mucho que lejos de tus amigos sufres desgracias”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
"Tambien tu, amigo, alégrate mucho; que te den ventura los dioses;
que espués, de ningún modo tengas deseo de tu espada,
de esta que ya me diste aplacándome con tus palabras”. 415
abló, y se puso en los hombros la espada con clavos de plata.
H

131
HOMERO

Svoexó x’^éXiog, Kal xtp K^oxá 8©pa rcapíjev.


Kal xá y’ ég ’AAkivóoio cpépov Kf|poKeg áyanoí •
8e§ápevoi 8’ apa rcaiSeg ápúpovog ’AXkivóoio
20 MUtpi rcap’ aiSoÍTi eOeoav TiepiKaUea 8©pa.
TOÍGiv 8’ nyepóveo’ lepóv pévog ’AZkivÓoio,
éXOóvxeg 8é Ka0i£ov év óyr|Xoiai 0póvoiai.
8ií pa xóx’ ’AprvcTiv rcpoaétpn pévog ’AXkivóoio-
« Senpo, yuvai, «pepe xnAov ápiTipercé’, r¡ xig ápíoxTi
év 8 ’ auxTi 0ég <papog é'ü7iXovég r|8é /iTwva.
áptpl 8é ol Txopl xaÁKÓv íxivaxe, 0éppexe 8’ uScop,
o<ppa Xoeaaápevóg xe íSóv x’ éo Keípeva rcávxa
85>pa, xá 01 <X>arqK£g ápópoveg év0á8’ eveiKav,
Saixí xe xépKTixai Kal áoiSfig opvov ockoiSgov.
430 Kai 01 éy© xóS ’ áAeiaov épóv 7iepiKocXXég ÓTiáaa©,
Xpóaeov, ó<pp’ épé0ev pepvripévog rjpaxa rcávxa
ojcevSp évl peyápcp Aií x’ áXAoioív xe Oeoioiv ».
©g etpax ’Aprixri Sé pexá Sp©fjoiv éeurev
áp<pl icopl axfjaai xpÍ7co8a peyav oxxi xá%ioxa.
435 al Sé Xoexpoxóov xpÍ7io8 ’ 'íaxaaav év 710 pi KriXecp,
év 8’ áp’ Ó8©p exeov, oteó 8é ¿guXa Saíov eXoóoai.
yáaxpxiv pév xpiTcoSog 7ivp ápípcTie, Oeppexo 8 lS8cop
xótppa 8’ áp’ ’ApTixr) é,eívcp rcepiKaXXea xnXov
é^éípepev 0aXápoio, xí0ei 8’ evl KaXXipa Sfijpct,
440 éo0f¡xa xp'ooóv xe, xá 01 <X>aiT|Keg eScoKav
év 8’ aóxn <pápog Otjkev KaXov xe /ixcóva ,
xaí piv (pcovTjoaa’ eitea Tixepóevxa 7ipoorpScr
« aóxóg vov íSe rc©pa, 0o©g 8’ értl Seapóv tnXov,
pé| xíg xoi Ka0’ óSóv ánlncmai, ójotóx’ áv ame
445 eóSnaOa yXvicbv órcvov éov év vrp peXaívp ».
amáp ércel xó y’ áKOvae TtoXóxXag 8íog ’OSoaaeog,

132
ODISEA VIH

El sol se puso, y para él allí estaban los dones suntuosos.


Y a éstos llevaban a casa de Alcínoo los nobles heraldos;
y, tras recibir los hijos del incachable Alcínoo los dones
bellísimos, los colocaron ante su madre honorable. 42
Y el vigor sagrado de Alcmoo los guiaba,
y cuando llegaron, en altos tronos tomaban asiento.
Y entonces, el vigor de Alcínoo habló, dirigiéndose a Arete:
“Anda, mujer, trae un cofre muy decoroso, el mejor,
y allí, tú pon un manto bien lavado y también una túnica;
calentad en el fuego un caldero de bronce, el agua entibiad,
para que, tras bañarse y mirar bien dispuestos los dones
todos, que aquí le trajeron los intachables feacios,
se deleite en el banquete y en escuchar el himno del canto.
Le obsequiaré también yo esta bellísima copa, la mía, oo
de oro, para que él, recordándome todos los días,
en su palacio libe por Zeus y las otras deidades”.
Así dijo, y Arete ordenó entre sus siervas
poner lo antes posible, en torno al fuego, un trípode grande.
Ponían en el fuego esplendente un trípode de agua de baño,
ahí vertían agua y, cogiendo leña, la encendían por abajo.
El fuego rodeaba del trípode el vientre, entibiábase el agua;
entre tanto, Arete, para el extranjero un bellísimo cofre
de la bodega sacaba, y en él ponía los dones hermosos,
eloro y vestidos, que los feacios le habían regalado; 440
puso allí, ella misma, un manto y una túnica hermosa,
y alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas:
"Ahora, tú mismo mira la tapa, y rápido échale un nudo,
no sea que alguien algo te robe en el viaje, cuando después
duermas un dulce sueño, estando en el negro navio”. «5
Y cuando esto escuchó el paciente, noble Odiseo,

132
HOMERO

ccx)tÍk’ E7iTjpTD£ n©pa, 0oco<; 8’ ¿Ki Seopóv i^Xe


noiKiÁov, ov noté piv 8é8ae <ppeai nórvia KípKr).
aÚTÓSiov 8’ apa piv Tapir) AoóaaaGai ávóyei
450 p’ áaápiv0ov páv0’ • ó 8’ áp’ áanaaí©<; Í8e 0op(p
Oeppá Áoérp’, énei au ti Kopi^ópevó^ ye Oápi^ev,
ekeí 8i) Zín£ 8©pa KaAoyooc; riÜKÓpoio •
TÓ<ppa 8é oi KopiSr) ye 0E© ©g épneSoc; r^ev.
tóv 8’ ekeí oóv Sptpai Xooaav Kai xpioav éXaía),
455 áp<pl 8é piv xAaivav KaZ^v páXov r)8e xiT©va,
£K p’ áaapívOoo pá<; ávSpat; pera oivonoTÍ]pag
ryíe • Nauauaxa 8e 0e©v ano KaXXog exooaa
gtt) pa napa OTa0póv Teyeoc; nÓKa novqToio,
Gaópa^ev8’ ’Oóoarja év ótpOaApoiaiv óp©oa
ti® Kai piv qxDVT)oao ’ énea nrepóevTa npoorióSa •
« xátpe, §£Ív ’, iva Kai ñor’ é©v év narpíSi yaíp
pvrjari épei’, oti poi npcóiT) £©áypi’ ó(péÁ,Xei<; ».
tt)v 8’ ánapeiPópevo<; npoaeqyr) noXópr)Ti<; ’OSocoeóg
« NaoaxKáa, Soyarep peyaXriTopog ’AXkivóoio,
455 oín© vov Zeóg OeiT), ép{y8oono(; nóoic; "Hpr)c;,
oiKaSé t’ éXSepevai Kai vóaTipov rjpap i8éa0ai-
T© K€V TOI Kai K£101 0£© ©g £X)X£TO(ppT|V
aíei lípara návTa- aó yáp p’ épuoaao, Koópr) ».
T| pa, Kai ég 0póvov i£e nap ’ ’AXkívoov PaaiXf|a.
470 oi 8’ t)8t) poípac; t’ évepov KepówvTÓ te oívov.
KÍipo§ 8’ éyyó0£v T)X0ev áy©v épvrjpov áotSóv,
At]pó8okov, Aaoíai Teripévov • eiae 8’ áp’ aórov
péaocp 8avn>póv©v, npóg Kiova paKpóv épeíaag.
Si) tote KnpoKa npoaé<pr| noXópnrv; ’08oaaet><;,
475 vároo ánonporap©v, éni 8é nXeiov éXéXemTo,
ápytó8ovxo<; óó<;, GaXepT) 8’ r¡v áp<pi<; áXoicpr) •

133
ODISEA VIII

al punto ajustaba la tapa, y echóle rápido un nudo


arduo que, con ingenio, otrora enseñóle Circe, la augusta.
Y, en seguida, la despensera le pedía que él se bañara
yendo hacia la bañera; y él, en el ánimo, vio gratamente
el baño caliente, pues de ningún modo cuidóse a menudo,
después de dejar la casa de Calipso de lindo cabello;
hasta entonces, cual dios, había tenido continuos cuidados.
Después que las siervas lo bañaron y ungieron con óleo,
y en torno le echaron un bello manto y también una túnica, 455
saliendo de la bañera, hacia los hombres que vino bebían
se iba. Y Nausícaa, que tenía hermosura merced a los dioses,
se colocó junto al poste de la sala hecha sólidamente,
y se llenaba de asombro al mirar a Odiseo ante sus ojos,
y, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas: «o
“Salud, huésped, para que un día, estando en tu tierra paterna,
me recuerdes: a mí, primera, de tu vida el precio me debes”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
“Nausícaa, hija del magnánimo Alcínoo,
Zeus hoy así dispusiera, el altitonante esposo de Hera, «5
que yo llegara a mi casa y viera el día del retorno;
entonces, también allí, yo te honraría como a diosa
siempre, todos los días, pues tú me salvaste, doncella”.
Habló, y se sentaba al lado del rey Alcínoo, en un trono.
Aquéllos ya repartían las porciones y el vino mezclaban. 470
Se acercó el heraldo, llevando al aedo querido,
a Demódoco, honrado por el pueblo, y lo hizo sentar
en medio de los comensales, apoyándolo en una columna
alta. Entonces, le dijo al heraldo el ingenioso Odiseo
cortando un trozo del lomo, del que una gran parte quedaba,
de cerdo de cándidos dientes, y en torno había grasa abundante:

133
HOMERO

« KÍAP'D^, Tfj 8tj, Tomo rcópe KpÉa<;, otppa (páypai,


Anpo5ÓK(p, Kaí piv npoGKTÓ^opai, áxvóp£vó<; Kep-
Tiaox yap avOpójroiaiv érci%0ovtoiaiv áoiSoí,
<80 Tipfic, sppopoí eígi Kaí aí8oo<;, oovek’ apa acpéag
otpa^ Mooo eSiSa^e, (piÁ,T]O£ Sé tpoXov áoiScov ».
cog ap’ Iqrq, Kñpo£ Sé <pépcov ev xepatv e^kev
nP9 AtipoSókí»- ó 8’ eSe^to, xaipe 8é 0opw.
oí S’ eti’ óveía0’ éxoipa rcpoKEÍgEva xeipag í'aMtov.
<85 arnáp ejieí rcóoiog Kaí éSiyroog e£, épov evto,
8ti tote AtipóSqkov rcpOGEtpri 7tota3pT¡Tig ’OSoggeóc;-
« AtjpóSok’, E^oxa 8tj ge ppoTcbv aíví^op’ árcávTíov
1) ge ye Mooo ’ é8í8a^£, Aióg náü;, oé y ’ ’AtcóXXcov ♦
XÍT|v yáp Kaxá KÓagov ’Axaiwv oitov ¿eíSek;,
490 ogg’ ep^av t’ £7ta0óv te Kaí, ogg’ Egóyriaav ’Axaioí,
cóg te teoo g aoTÓc; rcapEfflv fj áXXoo aKoóaag.
áXX’ áy£ 8q p£Tápg0i Kaí, itl7ioo KÓapov aEiaov
SoopaTÉoo, tov ’E7C£tóg eteoítigev gov ’A0r|vfl,
ov 710T’ ec; aKpÓ7toÁ/iv 8ÓÁ.OV rjyay£ 8íog ’08ooaeo<;
495 áv8pcov ¿lucXnaa^, oí ’lXiov E^aXájca^av.

ai' kev 8ti Tama KaTa goipav KaTaÁE^p^,


amiKa Kaí, na&w go0f|Gogai áv0pco7ioiaiv,
(oc, apa toi 7tpó(ppcov 0eÓ£ W7tao£ 0£G7iiv aoi8riv ».
&C, <pá0’, ó 8’ ópunOek fipxew, (paíve 8’ áoiSñv,
500 ev0£V EÁxÓV, &C, OI JXEV £OGG£Xg©V E7EI VTJWV
PávTEt; á7t£7tÁ£iov, 7io p ev kXigitigi paXovT£<;,
’ApyEioi, Tol 8’ tíSn áyaKÁOTÓv ájxtp ’ ’OSoafja
EÍaT’ EVÍ TpÓCOV OtyOpTÍ KEKaÁOggEVOl Í7t7Cíp-
aÓToi yáp jxiv Tp¿0£<; ©; aKpÓ7ioÁiv épooavTo.
sos co^ó |i£v egttíkei, toi 8’ aKpvca 710XX ayopfioov ,
ÍÍJAEVGT áp<p’ aoTÓv • Tpíxa otpiocv lívSave pooAr),

134
ODISEA VIII

“¡Heraldo, ea! A fin de que coma, dale este trozo de carne


a Demódoco; también lo saludo, aun estando afligido:
los aedos, entre todos los hombres que están en la tierra,
son partícipes de honra y respeto, porque a ellos la Musa 48í
les ensena cantares, y ama a la estirpe de los aedos”.
Así habló, y el heraldo, llevando carne, la puso en las manos
del héroe Demódoco, que la tomó y se alegraba en el alma.
Y echaban mano a las ricas viandas que estaban delante.
Luego, cuando el deseo de bebida y comida expulsaron,
entonces le dijo a Demódoco el ingenioso Odiseo:
“Demódoco, por encima de todos los hombres te alabo;
o la Musa, hija de Zeus, te enseñó, o Apolo, pues cantas
la suerte de los aqueos con suma prestancia,
cuanto los aqueos sufrieron e hicieron, y cuanto bregaron,
cual si allí tú hubieras estado, o de otro presente lo oyeras.
¡Anda! Pasa a otro tema, y canta el arreo del caballo
de madera, el que Epeo fabricó con la ayuda de Atena,
el que otrora cual dolo el noble Odiseo llevó hasta la acrópolis,
tras haberlo llenado de hombres que a Ilion destruyeron. «5
Si realmente esas cosas me cuentas conforme a lo justo,
de inmediato incluso a todos los hombres diré
que, benévolo, un dios te obsequió el cantar inspirado”.
Dijo. Aquél, por un dios incitado, inició, y mostraba su canto,
comenzando de ahí, de cómo a las naves de buenas cubiertas 500
entrando, unos zarpaban, tras echarles fuego a sus tiendas,
los argivos; y otros ya estaban en torno ai insigne Odiseo
en el ágora de los troyanos, ocultos en dicho caballo,
pues los troyanos mismos lo habían arrastrado a su acrópolis.
Así, él estaba en pie, y ellos decían muchas cosas confusas 505
sentados en torno a él. De tres modos el plan les gustaba:

134
HOMERO

rje Siaxpí^ai koiZov 8ópu vriXéí x<*Xk©,


TI Kaxa 7iexpá©v pakéeiv épóoavxa^ etc’ cxKprit;,
r¡ éáav péy’ áyaXpa 0£©v ÓeZiecripiov eivai,
510 xfj nep Sí) Kaí ETCeixa xeXe'oxriaeaéai epeXXev •
aíoa yáp árcoXéaGai, etctiv tcoAa; ápqnKaXúyp
Soupáxeov peyav ítctcov, 00’ Eiaxo tcóvxec; ápiaxoi
’Apyeioi Tpcóeaai <póvov Kaí KÍjpa <p£povxE<;.
T^eiSev 8’ ©g áaro SiénpaOov meg ’Axaicov
515 ItctcÓ0ev éKxvpevoi, koíXov Xó%ov ektcpoXitcóvxec;.
áXXov 8’ áXAíj óceióe tcóXiv Kepat^épev aircrjv,
aüxáp ’OS'oaafia rcpoxí 8©paxa ATfúpópoio
pVrigEvai, T}vr’ ’'Apr|a, cruv ávxi0É(p MeveXúco.
KEÍ01ÓT] aivóxaxov tcoXe^ov <páxo xoXpriaavxa
520 viKÍ}aai Kaí ETCEixa Sxá peyáOupov ’A0rivTiv.
xam’ áp’ áoi8ó<; cxeiSe TCEpiKÁAixóg- aúxáp ’Oftuaaeix;
xriKEXo, SaKpt) 8’ eSedev í>tcó p%£(pápoiai ftapeiá;.
©g Sé yuvri KÁaíflai <ptXov tcócfiv ápcpureaovaa,
ot; xe eík 7tpóa0£V TCÓZiog Aa©v xe KÉapatv,
525 áaxeí Kaí xEKEEaaiv ájxóv©v vt]Xee<; ripap •
jiev xóv 0vrjaKovxa Kaí áanaípovxa i8ot>aa
á|i<p’ am© xTipévTj Xíya k©kúev oí Se x oTCia0E
8oúpeaai pexátppevov t|8e Kai ©pou<;
kótcxovxex;
eípepov eíaaváyovai, tcovov x’ kyé\x.ev Kaí óí^úv
530 Tq<; 8’ eXeeivoxáxíp ax€l tp0iv'ó0o'üai napEiav
©<; ’Q&ügsík; éXeeivóv vtc’ ótppúai SaKpvov eiftev.
Ev0’ aÁXoxx; pev jtávxat; £Ááv0ave SaKpva Aei{3©v,
’AÁxívocx; Sé piv oio<; erceíppáaax’ ti§’ ¿vcnqoev
ííjievoq áyx’ amor», {3apv Sé ax£váxovxo<; cckovoev.
535 aúpa Sé <S»auÍKeaai (ptÁTjpéxpotai peTr^Sa •
« kekXuxe, <J>airiKC£>v 'nyqxope<; tÍSe pe8ovte<;,

135
ODISEA VIII

o cortar en dos el hueco madero con bronce inclemente,


o, después de arrastrarlo hacia lo alto, tirarlo en las rocas,
o dejarlo cual gran ofrenda, que propiciara a los dioses,
justo cual, ciertamente, después debería de concluirse; 510
pues morir era la suerte, cuando la ciudad alojara
al gran caballo de madera en que estaban todos los príncipes
argivos, a los troyanos llevando homicidios y muertes.
Cantaba cómo los hijos de los aqueos la ciudad asolaron
desde el caballo fluyendo, la hueca emboscada dejando. 515
Cantaba cómo, uno acá y otro allá, la ciudad escarpada
devastaban, pero que Odiseo, como Ares, marchaba
con Menelao semejante a un dios, a la casa de Deífobo.
Después decía que allí, osando un terrible combate,
vendó también entonces por causa de Atena magnánima. 520
Eso, pues, cantaba el perínclito aedo; empero, Odiseo
se derretía; lágrimas, bajo sus ojos, sus mejillas mojaban.
Como llora una mujer que se lanza al esposo querido
que al frente de su ciudad y de sus hombres sucumbe,
queriendo apartar del pueblo y sus hijos el día despiadado: 525
ella, al mirar a aquél, que se muere y se agita expirando,
derramada sobre él, a gritos deplora; y atrás, los contrarios,
con sus picas golpeando su espalda y sus hombros,
llevan a la esclavitud, a tener trabajo y tristezas;
se la
se marchitan, por el muy miserable pesar, sus mejillas: 530
así Odiseo, bajo sus cejas vertía sus míseras lágrimas.
Allí, se ocultó de todos los otros, vertiendo sus lágrimas,
pero Alcínoo, sólo él, lo advirtió y lo notó,
estando sentado junto a él, y oyó sus profundos gemidos.
Y entre los feacios, que aman los remos, habló de inmediato: 535
'‘Escuchadme, caudillos y gobernantes feacios;

135
HOMERO

At||ió8oko<; 8’ t)St| o/eGétco (pópjiiyya Aíyeiav •


oí yáp K©g Ttávxeaai xapi^ófievoc; xá8’ áeíSei.
oí Soprceopív xe Kai ©pope 0eio<; áoi8ó<;,
54o ¿K xoí 8 ’ oí tc© rcaíaax ’ ói^upoio yóoio
ó ^eivoq- páXa rcoí piv áxo<; (ppévag áptpipépriKev.
áXX’ áy’ ó pev ax£0éx©, ‘ív ’ ópxoq xep7t©pe0a Tiávxec;,
^eivoSÓKoi Kai ^eivog, eró tcoáí kóXÁaov oíx©-
eiveKa yáp ^eívoio xá8’ aiSoíoio xéxoKxai,
545 7iop.7xn Kai <píXa 8©pa, xá oi SíSopev q>iXéovx£<;.
ávxi KacryvfixoD £,eivóq 0’ íkexth; xe xéxoKxai
ávepi, og x’ óÁÁyov 7iep ercixi/aífl Kpa7tí8eaai.
x© viv p^Se ai Kei0e voípaai KepSaXéoiaiv,
oxxi ké a’ eipwjxai- q>áa0ai 8é ae KáÁXióv éaxiv.
550 eík’ óvop’, oxxi ae keí0i KáXeov píxrjp xe naxíp xe,
áÁÁoi 0’ oí Kaxá dcxo Kai oí Ttepivaiexáooaiv.
oi pev yáp xx<; uáptav ávcovopó^ éax’ áv0p©7i©v,
oí KaKÓg oi8e pév ea0Xó<;, e7nyv xá rcpcoxa yevrixai,
áXX’ ¿7ti rcáai xí0evxai, éneí Ke xÉK©ai, xoKrje^.
555 £Í7té 8e poi yaiáv xe xeqv 8fjpóv xe tcÓáav xe,
otppa ae xp 7tépy©ai xixoaKÓpevai <ppeai vieg.
oi yáp <¡>aiÍK£aai Kü|3epvTixfip£<; eaaiv,
oi8e xi TCTiSáki’ éaxí, xá x’ áXXai vfjeg éxooaiv •
áXX’ aixai íaaai voípaxa Kai <ppéva<; ávSpcov,
56o Kai 7távx©v íaaai 7ióÁiag Kai icíovag áypoig
áv0p©rc©v Kai Xaixpa xáxia0’ áAo<; eKTcepóoaiv
íepi Kai vecpéXp KeKaXoppévai- oiSe rcoxe aípiv
oixe xi 7cruiav0TÍvai érci 8éo<; oíx’ á7ioÁéa0ai.
ákXá xó8’ ©g rcoxe rcaxpót; éy©v eÍKÓvxog aKOoaa
565 Nauai0óou, oc; etpaaKe IIoaei8á©v ’ áyáaaa0ai
ípiv, oívEKa rcopjtoi árcípovéc; eípev á7cávx©v •

136
ODISEA VIII

que detenga Demódoco ahora su lira canora,


pues de ningún modo agradando a todos él canta estas cosas.
Desde que cenamos, y comenzó el aedo divino,
desde entonces aún no ha calmado su miserable lamento
este extranjero; sin duda, un pesar ha rodeado su pecho.
Que aquél la detenga, a fin que, sin excepción, todos gocemos,
los hospedantes y el huésped: así es mucho más adecuado,
pues por el venerable huésped se han preparado estas cosas,
escolta y amables dones que amablemente le damos. 54
Un extranjero y un suplicante valen igual que un hermano
para el hombre que al menos un poco tantea con la mente.
Por eso, hoy tampoco tú, en pensamientos astutos ocultes
lo que yo te pregunte; que tú hables es más adecuado.
Di el nombre, con que allá te nombraban tu madre y tu padre 550
y otros, los que están en la ciudad y los que habitan en torno.
Porque, cierto, ningún hombre existe del todo sin nombre,
ni un plebeyo ni, menos, un noble, una vez que ha nacido,
mas los padres lo imponen a todos, cuando ellos lo alumbran.
Dime tu tierra y tu pueblo y también tu ciudad, 555
para que alia, con su mente apuntando, te lleven las naves.
En efecto, los feacios no tienen pilotos,
ni, para nada, timones, los que otras naves poseen,
mas ellas, el pensamiento y la mente de sus hombres conocen,
y conocen las ciudades y los fértiles campos de todos 56o
los hombres, y el abismo del mar cruzan muy rápidamente,
aun cubiertas con niebla y con nubes, y nunca ellas tienen
miedo, ni de ser dañadas, ni de morirse.
Mas esto, antaño, yo mismo escuché que mi padre decía,
ausítoo, quien decía que se iba a indignar Posidón
N 565
con nosotros, porque somos escolta segura de todos;

136
HOMERO

yn rcoxe C>aiT|KO)v avSpcóv rcepiKaXXéa vfja


ek 7co|xjití<^ aviouaav év TiepoeiSei rcóvxíp
paiaépevai, péya 8’ ripiv ópoc; rcóXei áji<piKaÁ,í)\|/eiv.
57o cog áyópex) ’ ó yepcov • xa 8é kev 0eó<; rj xeXéaeiev,
n k’ áxéXeax’ eíri, ©<; oí qúXov ercXexo 0u|i(p.
áXV oye jiot xó8e circe Kaí áxpEKÉcog KaxáXe^ov,
orcrcp árc£7tXáY%0r|<; xe Kaí a<; xivag í'keo x©pa<;
áv0pa>rca>v, aí)xoó<; xe rcóXiá<; x’ éi) vaiexaoúaat;,
575 í|pev oooi xa^£7C°í Te Kaí aypioi oí>8é SÍKaioi,
oí' xe <piXó^eivoi Kaí atpiv vóog éaxí 0eod8ti<;.
circe 8’ ó xi KÁaíeig Kaí óSúpeai ev8o0i 0x*jLifí)
’Apyeícov Aavaov ti8’ ’IÁíoo oixov óckoíxov.
xóv 8e 0eoí pév xei)£,av, érceKXróaavxo 8’ oXe0pov
58o áv0p(órcoia’, iva pai Kaí eoaopévoiaiv áoi8i|.
T| xí<; xoi Kaí rcr|ó<; árcéq>0ixo ’Rió0i rcpó,
ea0Xo<; éáv, yap^poQ tj rcev0epo^; oí xe jiaÁxoxa
KTiSiaxoi xeXé0ooai pe0’ aipá xe Kaí yévog aóxwv.
x\ xíc, rcoo Kaí exatpo<; ávrip Kexapiagéva eíScog,
585 éa0Xóg; érceí oí) pév xi Kaaryvrixoio xepeíwv
yívexai, oc, kev exaípo<; ecov rcercvujievct ei8fl ».

137
ODISEA VIII

decía que un día, de los feacios una bellísima nave,


ando de cierta escolta en el ponto brumoso,
regres
destruiría, y nos cubriría un gran monte a los lados de la urbe.
Así hablaba el anciano, y eso puede cumplir la deidad,
o puede quedar sin cumplirse, según le plugo en el ánimo.
Mas anda, dime esto, y cuéntalo con sus detalles:
cómo anduviste errabundo y a cuáles países has ido
de hombres, dime de éstos y de sus muy populosas ciudades,
ya los que son acerbos y unos salvajes e injustos, 57;
y los hospitalarios, que tienen mente que teme a los dioses.
Di por qué lloras y gimes adentro de tu alma,
al escuchar la suerte de Ilion y de los dánaos argivos.
Eso, sin duda, los dioses lo hicieron, tejieron la ruina
de los hombres, a fin que sea canto, aún para los que vendrán. 58o
¿O se te murió inclusive un pariente ante Ilion, uno que era
bueno, algún yerno o tu suegro? Éstos con preferencia
son los mas caros, después de la sangre y la propia familia.
¿O quizas, incluso algún compañero afectuoso contigo,
y bueno? Pues, cierto, en nada es inferior a un hermano 585
aquel que es compañero y sabe juiciosos consejos ”.

137
9. OAYXXEIAII
Tov 8’ árcap,eif5óp,evo<; rcpoaéqyn rcoMpiyug ’08uaae<><
« ’Akívoe Kpeíov, 7c<xvtg)v ápiSeÍKETe Xacov,
íi toi p¿v tó8e KaXóv ctKooépev éoxiv aoiSoí»
toiooS’, oiog 08’ éaxí, 0eoia’ évaXíyKiog aí8r|v.
5 ?yé T^O<= XapiéoTepov eivai
i} ot’ éixppoaóvn pev e/n Kaxa Sí^pov árcavTa,
Sairopoveg 8’ ává Sópax’ aKooá^ovTai áoiSoü
Bjievoi é^eíng, rcapá 8é rcÁ,T|0©ai Tpárce^ai
oitoo Kai Kpeíov, pé0o 8’ ek Kpr|Tf|po^ óctpiSaocüv
io oivo/óog tpopépai Kai ¿Y/eíp Sercáeaav
toídtÓ ti poi KáXXiGxov evi (ppeaiv eiSexai eivai.
aoi 8’ épa KTiSsa Gopóg EftETpáftETo GTovóevTa
eipeoG’, oq>p’ eti páÁAov óSopópevog aT£vaxí£©•
TÍ rcpCOTÓV TOl EKElTa, TI 8’ í)GTaTlOV KOCTocXé^co;
15 KTjSe’ e7üeí poi rcoÁXá Sóaav 0eoi Oupcxvícoveg.
vftv 8’ ovopa Tcprnov pi)0r|aopai, óíppa Kai npeig
e’iSet’, ¿y© 8’ áv £7tevca (poyrov í)7io vf|Áee<; ripap
íjpív £,eivog eco Kai áirÓKpoGi ScogaTa vaícov.
eíp’ ’OSdoeíx; AaepTiáSrig, og rcáai SoXoiaiv
20 áv0pü)7ioiai peÁ©, Kaí peí) kXeoc; oópavov íkei.
vaiexá© 8’ ’I0ttKT¡v eóSeíeXov • ev 8’ ópo<; at>Trj,
NripiTov eivooüpoXXov, ápiKpeKég • ápcpi Sé vtigoi
TcoXXai vaiETíxooai páAa G%e8ov áXXiiXpai,
AonÁí/ióv te Eápri te Kai í)Á,f|£Ooa ZaKi)v0o<;.
25 ainri 8e xGotpaXTi jiavi)7tepTáTTi £tv aXi keítoci
Tcpóc, ^ócpov, ai Se t* ocvedGe rcpoc; ti© t t,eXiov te,

138
Libro IX

Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:


“Rey Alcínoo, preclaro entre todos los hombres,
realmente, esto es hermoso, oír a un aedo
tal como es éste, semejante en su voz a los dioses.
Pues, por mi parte, yo afirmo que no hay un final más gracioso 5
que el que hay cuando a todo el pueblo inunda el contento,
y los comensales oyen atentos en casa al aedo
sentados en orden, y a su lado rebosan las mesas
de pan y de carnes, y, de la crátera el vino sacando,
el escanciador lo lleva a menudo y lo vierte en las copas: 10
esto, en mi mente, parece que es algo bellísimo.
Pero tu alma sintióse inclinada a inquirir mis gimientes
cuitas, y así, todavía más gemiré, lamentando.
¿Qué, pues, he de contarte al principio, qué cosa al final?
Porque muchas cuitas me dieron los dioses celestes. 15
Diré hoy, al principio, mi nombre, a fin que vosotros
también lo sepáis, y yo luego, escapando del día despiadado,
sea hospedante vuestro, aunque lejos tengo mi casa.
Soy Odiseo, hijo de Laertes; por todo tipo de dolos
me celebran los hombres, y llega hasta el cielo mi fama. 20
Habito en Itaca que es muy visible; en ella hay un monte,
el muy notorio Nérito, que ondea su follaje; islas en tomo,
muchas, existen, que están muy cercanas entre ellas:
Duliquio y Same y Zacinto llena de selvas.
Ella misma, poco elevada, remotísima se halla en el mar 25
hacia el Poniente; las otras, lejos, hacia el sol y la aurora;

138
HOMERO

T-PWÍ’, áAZ’ áya0Tj KoopoTpó(po<;- oü ti éyco ye


íte Yatqg Súvapai yX-OKeprnepov aUo Í8éa0ai.
pev p ocutoO epDKe KotÁA)\jKQ, 8ía 0eácov,
30 [ev GKeeai yXatp'üpoioi, Á/iÁaiopévT| kógiv eivav]
(óg 8’ a-UTog Kípicri KaTepTiruev év peyápoiaiv
AíaÍTj SoXóeaoa, XiXaiopévrj kógiv eivai •
aXX’ épóv oí) 7iot8 0opóv éví GTT|0eaaiv eKei0ev.
(Óq ooSév yk-UKiov r¡<; KaTpí8o<; ooSé tokiícúv
35 yívexai, eí Kep Kaí Tig <XKÓKpo0i KÍova oikov
yaíp év ccXÁoSaKfi vaíei áKávei)0e tokticov.
ei 8’ áye toi Kaí vógtov épóv KoX'üKriSé’ évíoKoo,
ov poi Zeíx; é<péf|Kev ano TpoíriGev íóvti.
’lXióGev pe (pépcov ávepog KikÓvcggi KeXaaaev,
4o ’lapápcp • év0a 8’ éy© kóáiv éupaGov, ©Xeoa 8 ’ amoíx;.
éK KÓXiog 8’ á^óyoog Kaí KTTipaxa KoXXá XapóvTeg
SaoaápeG’, ©g prj tí<; poi ccTep(3ópevo<; kíoi íorig.
ev0’ ri toi pév éycb Siepco ko8í tpeoyépev ripéag
rivóyea, toi 8é péya vtikioi oók éKÍGovxo.
45 év0a Sé koXXov pév pé0o KÍvexo, KoXXa 8e pf|Xa
éa<pa£ov Kapá 0íva Kaí eíXÍKoSa^ eÁiKa<; pox><;.
TÓtppa 8’ ap’ oí%ópevoi Kíkovec; Kikoveggi yeycovew,
oí G(piv yeiToveg f|aav, apa KÁeove<; Kai apeioix;,
rpteipov vaíovTe<;, éKiGTapevoi pev a<p ikk©v
50 ávSpáoi pápvaaGai Kaí o0i XP'H ke^ov éóvxa.
t|X0ov éK€i0’, oaa <pí>Ua Kaí áv0ea yíveTai ©PTb
Tjépiov tote Sti pa Kaicfi Aióc; aiaa nape,oir\
rjpív aívopópoiaiv, iv’ áXyea KoXXá Ka0oipev.^
OTiioápevoi 8’ épáXovT0 páxnv napa vrdgí Gofloi,
55 páXXov 8’ áUrjXoix; xatóipeaiv éyxeíp™-
otppa pév n«>€ nv KCtl «e^eto í£P°v í RaP’

139
ODISEA IX

es abrupta, mas buena nutricia de jóvenes. Yo, en lo absoluto,


no puedo ver otra cosa más dulce que el propio terruño.
Ciertamente allá me detuvo Calipso, la diosa de diosas,
en sus cóncavas grutas, deseando que fuera su esposo; 30
y en igual forma, me retuvo Circe allá en su palacio,
la engañosa de Eea, deseando que fuera su esposo;
mas ella jamás persuadió a mi alma en el pecho.
Así, nada más dulce que la propia patria y los padres
hay, aunque uno, lejos, incluso una casa opulenta 35
en tierra extranjera habite, de sus padres distante.
¡Vamos! Te contaré también mi muy cuitoso retorno,
ese que Zeus me envió al volver desde Troya.
De Ilión, llevándome el viento, acercóme a los cícones,
a Ismaro; allí, yo saqueé la ciudad y di muerte a los hombres. 40
De la ciudad, a las esposas y muchas riquezas tomando,
dividimos: que nadie, de igual porción se me fuera privado.
Allí, cierto, que con marino pie nosotros huyéramos
yo ordenaba, mas ellos, muy necios, no obedecieron.
Allí se bebía mucho vino, y muchas ovejas mataban 45
en la playa, y bueyes de patas tornátiles, curvas.
En tanto, unos cícones yendo, a otros cícones ellos llamaban,
a unos que eran vecinos y, a la vez, más numerosos y fuertes;
habitaban en tierra firme, expertos batiendo a los hombres
desde sus carros, e incluso a pie, donde era preciso. 50
Llegaron luego, como nacen hojas y flores en primavera,
de mañana; entonces el mal hado de Zeus acercóse
a nosotros, infelices, por que sufriéramos muchos dolores.
Tras iniciarla cabe las raudas naves, la lucha luchaban,
se disparaban unos a otros con lanzas provistas de bronce. 55
Mientras estaba la aurora, y el día sagrado crecía,

139
HOMERO

^R>pa 5’ ¿Xe^óuevoi gévonev rcXéovágrcep éóvxac-


ó Wioc; pexevígexo PooádxóvSe,
koci tote Sn KÍkovec; KÁívav SapáoavxE^ ’Axaioác
e^ó ajp’eKáo^viiógéijKvfiixiSegéTaipoi
oáovO’- oi 8’ áXXoi (púyoiiev 0ávaxóv xe pópov xe.
ev0ev Sé Tcpoxépco TiÁÉopEv áKaxnpEvoi xjxop,
áapevoi ek 0aváxoio, (píXoog óXéaavxEc; éxaípoix;.
oüS’ apa poi Tcpoxépco v^Eg kíov ápípiéXiGaai,
65 rcpív xiva xcbv SeiAcúv éxáprov xpig EKaaxov áoaai,
OI Oavov EV TCeSlG) KlKOVCÚV í)TC0 8t)CO0£VX£(^.
vtvdgí S’ érctopa’ ávEpov Popénv VEípEÁxiYepéxa Zeíg
ÁaíAarci 0£orc£oíri, gov Sé veípéeooi k(xAa)\|/£
Yaiav ópox> Kaí rcóvxov • ópcopei 8’ oúpavó0£v vá^.
70 ai pév etceix’ étpépovx’ érciKápoiai, íaxía Sé oqnv
xpiZ0á xe Kai X£xpaZ0á Siéaxtaev ’íc, ávépoio.
Kai xá pév ég vfjag Ká0epev, Seíoavxeg oAe0pov,
aáxág 8’ éaaopévcog rcpoepeooapEv TÍrceipóvSe.
ev0a Sito vÚKxag Sáo x’ npaxa GDvv£Zég aíd
75 KEÍJ1E0’, ópoi) Kapáxcp xe Kai á^YEGi 0upóv éSovxeg.
áXÁ,’ oxe 8r| xpíxov iqpap eorcAÓKapog xeXea’ Hgx;,
iaxoog axrjaápevoi ává 0’ íaxía áedk’ ep'uoavxeg
TÍpeOa- xág 5’ ávepog xe Kü|3£pvTÍxai x i0wov.
Kaí vx> kev áoKT|0rj^ ikojxt|v eg rcaxpiSa YOCÍaV,
80
áXÁá pe Kopa póog xe TcepvyvápTcxovxa MáXeiav
Kai popérfé árceíoae, TcapércXaY^ev Sé Ku^npcov.
£v0ev 8’ évvÍYpap <p£pópnv óXooía ávepoiai
rcóvxov etc’ íx0üóevxa- áxáp SeKáxp ércepripev
YaÍTjg AcúxoípáYcov, oí x’ ávOivov eiSap eSovaiv.
85 £V0a 5 ’ ETC ’ titceípoi) Pnpev Kai áqn)aoápe0 ’ vSwp,

awa Sé Seítcvov éXovxo 0otk Tcapá vipaiv éxatpoi.

140
ODISEA IX

60

Mas no marcharon más mis naves de dos curvaturas,


antes de que llamáramos tres veces a cada infeliz compañero
de los que, matados por los cícones, en el llano murieron.
Zeus, que junta las nubes, contra las naves el viento incito
el bóreas, con turbulencia asombrosa, y cubrió con las nubes,
a un tiempo, la tierra y el ponto. La noche brotaba del cielo.
Luego, ladeadas eran llevadas las naves, y su velamen 70
rasgó en tres y cuatro jirones la fuerza del viento.
Y hacia las naves bajamos las velas, temiendo la muerte,
y a las naves, presto, a golpe de remo llevamos a tierra.
Allí, continuamente siempre, dos días y dos noches
estuvimos, royendo el alma a la vez con dolor y fatiga. 75
Mas, cuando cumplió el tercer día Eos de rizos hermosos,
colocando los mástiles y las blancas velas izando,
nos sentamos: dirigían los pilotos y el viento a las naves.
Y asi, ileso habría yo llegado a mi tierra paterna,
mas circunnavegando el cabo Malea, las olas y el flujo 80
„ el bóreas
y kz... me apartaron, me alejaron de la isla Citera.
'
Desde allí, nueve días fui llevado por vientos fatales
sobre el ponto lleno de peces; pisamos, al décimo día,
; lotófagos, que comen comida de flores,
s a tierra firme y agua acopiamos, y luego 85
junto a las raudas naves los míos su comida tomaron.

140
HOMERO

anxáp érceí aíxoió x’ ercaoaápe0’ riSé KoxfiTog,


xóx’ eycov exápoog rcpotnv keiSOeoOoi íóvxag,
oi xiveg ávépeg eiev eral x0oví aixov eSovxeg,
90 áv8pe 6*0(0 Kpívag, xpíxaxov Kf|p*ux’ áp’ órcáaaag.
oí 6’ aiy’ oíxópevoi píyev ávSpáai Acoxoípáyoiaiv •
0*66’ apa Aíoxoqxxyoi prjSovO’ éxápoiaiv óÁeGpov
Tjpexépoia’, áÁXá oqn Óóaav Ázoxoio rcáaaa0ai.
xídv 6’ og xig Acdxoío (páyoi peAiriSéa Kaprcóv,
95 oi)K£x’ áTcay/eiAai rcáXiv 'qOeAev oi)8e véeaOai,
áXX’ aoxoo PoóAovxo pex’ ávSpáai Acoxoípáyotai
Xxoxóv épETixópevoi pevépev vóaxoo xe Aa0eo0ai.
xoog pev éyá>v eral ví^ag áyov KÁaíovxag áváyKri,
vtyügí 8’ ¿vi yAaípoprjaiv orco £oyá 8*naa epóoaag-
ioo aoxáp xoog álXoog KeZópnv epvqpag exaípoog

ajtepxopévo'üg vtjgjv éjiipaivépev cúkewccúv,


pn jwóg xig Áxoxoio tpaycov vóaxoio Áá0rixai.
oí 8’ ang’ eíoPaivov Kaí ekí kXt$ox kocOí^ov,
e^fig 8’ e^ópevoi koáit]v áAa xvrcxov épexpoíg.
105 ev0ev Se upoxépco jcAeopev aKaxnpevoi r|Top.
KdkXcmwdv 8’ ég yaiav ímepípiátaov áOepíoxcov
ÍKÓpe0’, oí pa 0eoiai 7iE7ioi0óxeg á0aváxoiaiv
oíSxe qnjxeóooaiv xcpoív (poxóv oíSt’ ápócoaiv,
áXÁa xá y’ áanapxa Kaí áviipoxa rcávxa (póovxai,
no KBpoí Kaí Kpi0aí t|8 ’ ápteXoi, ai xe (pepoDaiv
olvov épiaxáípnÁov, Kaí oqnv Aióg opPpog áe^ei.
xoiaiv 8’ oín’ áyopaí PovArjípópoi o*üxe 0epiaxeg,
áÁX’ oi y’ í)\|rnA¿ov ópécov vaíooai KápTjva
ev otcÉeoi YÁaqmpoÍGi, 0epiaxe*óei 8é EKaaxog
lis rcaíSov n8’ áXóxcov, ov8’ áZÁriAxov áAéyooai.
vfjoog eiceixa Xáxeia rcapEK Áipévog xexávoaxai,

141
ODISEA IX

Mas cuando nosotros gustamos comida y bebida,


yo mismo entonces envié compañeros, que fueran a ver
qué hombres, que comen pan, había en esa tierra:
elegí a dos hombres, y mandé a la vez a un tercero de heraldo. 90
Ellos, partiendo al punto, se juntaron con los lotófagos.
Mas los lotófagos no meditaban la muerte de nuestros
compañeros, pero les dieron loto para que comieran.
De éstos, quien el fruto, dulce cual miel, del loto comía,
ya no quería dar noticias atrás, ni volver, 95
mas preferían allí mismo, con los hombres lotófagos
permanecer, comiendo loto, y olvidar el retorno.
Yo, aunque llorosos, a éstos llevaba a las naves, a fuerza,
y los até bajo la cubierta, en las cóncavas naves, a rastras;
y yo ordenaba a mis otros compañeros queridos 100
que se embarcaran de prisa en las naves veloces,
a fin de que nadie, comiendo loto, olvidara el retorno.
Se embarcaban al punto y se ponían junto a las chumaceras
y, sentándose en fila, el canoso mar con los remos golpeaban.
Desde allí navegábamos más, afligidos del ánimo. 105
De los soberbios cíclopes, raza sin ley, a la tierra
llegamos; éstos, en los inmortales dioses confiando,
ni aran, ni con sus manos plantan las plantas,
mas esas cosas, todas se dan no sembradas ni aradas
—trigo y cebada, y vides, las cuales producen no
vino de magnas uvas—, y la lluvia de Zeus las aumenta.
Ellos no tienen ágoras para el consejo, ni leyes,
mas de los altos montes las cumbres éstos habitan
en cóncavas grutas, y cada uno prescribe sus leyes
para hijos y esposas, y no se ocupan el uno del otro. 115
Pues bien, una isla plana se extiende enfrente del puerto,

141
HOMERO

yauK KyidUncov orne aXeSóv oíx’ árcoxiiXoí,


t) íeoo ev 8 aiyec; arceipeaiai yeyáaaiv
aypyxv oí pév yáp rcáxo<; áv0pcorccov árcepÍKei,
120 v?Se eiaoixveíai Kuvrjyéxai, o'í xe k<x8’ ÍXrv
a,, K<*axouaiv Kopocpág ópécov écpércovxet;.
om’ apa rcoípvpoiv KaxaíaxeTai oíx’ ápóxoiaiv,
aW i] y’ áarcapxoq Kai ávípoxoc; Íípaxa rcávxa ’
áv8p©v xnpeíei, pócrcei 8é xe prtKaSa<; aiyaq.
125 oí yáp K'üKXcMteoGi vée<; rcápa piAxorcápr|oi,
oí8’ ávSpeg vr|wv évi xeKxoveg, o'í Ke Kapoiev
vfjag éíaaéÁpoix;, a'í Kev xeXéoiev eKaaxa
áoxe’ érc’ áv0pcí>rccov iKveípevai, oiá xe rcoXÁá
ávSpec; érc’ áAXnÁoug vtidoiv rcepóoxn 0áXaooav •
i3o o'í ke ocpiv Kai vfjoov éÍKxipévTiv ¿Kápovxo.
oí pév yáp xi KaKT| ye, cpépoi 8é Kev copia rcávxa-
év pév yáp Xeiproveg áXóg rcoXioío rcap ’ ox0a<;
í8pr|Áoi paXaKoí- páXa k’ ácpGixoi áprceXoi eíev-
év 8’ ápoou; Xeíri • páXa kcv pa0í Xrpov aieí
135 eíg G)pa<; ápócoev, érceí, páXa rcíap írc’ oí8a^.
év 8é Xipryv eíoppog, iv’ oí xpeó rceíopaxó^ éoxiv,
oíx’eívá^PaXéeivoíxercpopvrioi avai|/ai,
áXV érciKékaavxa<; peívai xpóvov, zic, o Ke vavxécov
0vpóc, ércoxpívri Kai ércircvevocooiv afjxai.
140 aíxáp érci Kpaxó<; Xipévo<; peei ayXaov vScop,-
KpT|vr| írcó orceíov^* rcepi 8’ aiyeipoi rcecpvaaiv.
év0a KaxercXéopev, Kaí xig 0£Ó<; íyepoveve
vÍKxa 8i’ ópcpvaÍTiv, oíSé rcpoícpaíyex’ Í5éo0ai-
<xf, p yáp Jtepi viivot paOeV ny, oúSe aeVjvn
145 oüpavó0£v jtpowpccive, kcct£i%eeo Se ve<p££tf<J
gv0’ ofi XI? XT|V vñaov ÉaÉSpaKEV ó<p0aÁpoiaiv,

142
ODISEA IX

cerca
ni ni lejos de ese país de los ciclopes,
llena de selvas. Viven en ella muchísimas cabras
agrestes, pues no las ahuyenta el pasar de los hombres,
y no entran a esa isla los cazadores, los que en la selva, 120
recorriendo las crestas de las montañas, sufren fatigas.
Ni está ocupada por greyes, ni por campos arados,
sino que ella, no sembrada y no arada, está todos los días
privada de hombres, mas alimenta las cabras balantes.
No tienen los cíclopes naves de rojas mejillas, 125
ni hay allí constructores de naves, los cuales harían
naves de buenas cubiertas, que todo llevaran a cabo
yendo a las urbes de otros humanos, así como mucho
cruzan los hombres, unos hacia otros, el mar con sus naves:
ellos les habrían hecho de la isla un lugar habitable. ’3o
Pues para nada es mala, produciría todo a su tiempo:
allí, junto a las playas del mar agrisado, hay praderas
húmedas, muelles; muy inagotables las vides serían;
allí es llana la tierra arable: muy alta cosecha a su tiempo
juntarían siempre, pues abajo muy pingüe es el suelo. 135
Allí hay puerto con buen fondeadero en que no urgen los cables,
ni hay que echar las potalas ni atar las amarras, mas cabe,
tras haber atracado, esperar un tiempo, hasta que el ánimo
de los nautas apremie y sople buen viento.
yfinal del puerto, un agua límpida fluye, una fuente, 140
desde el fondo de una gruta, y en torno hay álamos negros.
Hacia allí navegábamos, y nos guiaba alguna deidad
por la tenebrosa noche, ya que no había luz para ver:
densa era en torno a las naves la niebla, ya que la Luna
no irradiaba su luz desde el cielo, estaba cubierta de nubes. 145
Allí, nadie esa isla advirtió con sus ojos,

142
HOMERO

ox>x ow KÓpaxa paKpá KüXivSópEva rcpoxi %épaov


eioiSopev, Tipiv vflag éonoeXpoog érciKéXoai.
KeXaaarioi Sé vrjuai Ka0eíXopev iaxía jiávxa,
150 £K Sé Kai aúxoi pfjpev éwi puypivi 0aXáaarig •
evOa §’ árcoppí^avxeg épeívapEv ’Hco Siav.
íjlAog 5’ xipiyéveia <pávi] poSoSaKxoXog ’Hág,
vt^gov 0aopá^ovxeg é8iveópea0a Kai’ ainriv.
cbpaav Sé Nóptpai, Koftpai Aióg aíyió/oio,
155 aiyag ópeampoog, iva SeiTcvíjaeiav exaipoi.
aoxÍKa KaprcóÁa xó£a Kai aiyavéag SoÁixaóÁoog
eiXópe0’ ek vt|G)v, Siá Sé xpí%a Koapri0£vx£g
PáXXopEV’ aitya Sé Scoke 0eóg pEvoeiKÉa Gqpriv.
vfjeg pév poi etcovxo SocóSeKa, ég Sé EKaaxriv
i6o évvéa Xáyxavov avyEg- époi Sé Sek’ eí*eXov ouo.
cog tote pév rcpórcav íjpap ég tieáiov KaxaSóvxa
¡ípeGa Saiv’ópevoi Kpéa x’ áarcexa Kai pé0o fiSí.
oi) yáp é£é^p0ixo oivogépoOpóg,
áXX’ évÉT|v • rcoXXov yáp év áp<pi<pop£x>Giv eKaaxoi
i65 f^ípóoapev KikÓvwv ÍEpóv KXoZíeOpov éZóvxeg.
Kx>kXg>tcíov S’ ég yaiav éXeúaaopev éyyég éóvxov,
Kascvov x’ aáxcfrv xe <p0oyynv ot©v xe Kai aiy©v.
rjpog S’ rjéXiog KaxéSi) Kai ézci Kvécpag rjX0e,
Si) xóxe KQipT|0T|pev etc! priypivi OaXáaorig.
i?© rjpog S’rjpiyévEia cpávTi poSoSaKxnXog ’Hcog,
Kai xóx’ éy®v áyoprjv 0épevog p£xá rcaaiv eeitcov •
< áXXoi pév vw pípvex’, époi EpírjpEgéxaípoi-
aáxápéy® m>v vxfix’ épfl Kaiépoia’ Exápotaiv
éX0á>v xfflvS’ ávSpóov «eipóaopai, oí xivég eioiv,
175 -q p’ oly? 'bppiaxaí xe koí áypioi obSé Súcaioi,
^expiXó^Eivoi Kaí acpiv vóog éaxi 0Eoi)Srjg >.

143
ODISEA IX

pues ni siquiera las olas enormes rodando hacia tierra


vimos, antes de que atracaran las naves de buenas cubiertas.
A las naves, que atracaron, les amainamos todas las velas,
y también nosotros salimos, del mar a la costa quebrada;
allí, durmiendo, a la divina Eos esperamos.
Al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,
admirando la isla, anduvimos rondando por ella.
Las Ninfas, hijas de Zeus, que la égida tiene, impulsaron
a las cabras monteses, y así, comerían mis amigos. 155
Al punto, los curvos arcos y venablos de cubos extensos
sacamos de las naves, y ordenados en tres pelotones
disparábamos, y presto un dios nos dio una caza agradable.
Me seguían doce naves, y a cada una de ellas tocaban
en suerte nueve cabras: para mí solo, diez eligieron. 160
Así entonces, estábamos todo el día, hasta la puesta del sol,
sentados, comiendo con suave vino y carne abundante,
pues de las naves el vino rojo aún no se había terminado,
sino que había, pues todos en ánforas mucho sacamos,
cuando de los cícones el sagrado castillo tomamos. 165
Veíamos la tierra de los cíclopes, que cerca se hallaban,
el humo, y las voces de ellos y de sus ovejas y cabras.
Mas, cuando el sol se ocultó y la obscuridad sobrevino,
entonces nos acostamos en la costa quebrada del mar.
Al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados, 170
entonces yo organicé una asamblea y hablé en medio de todos:
'Ahora, mis compañeros queridos, los otros, quedaos;
mientras, yo, con mi nave y con mis compañeros
yendo, probaré a estos hombres, de qué tipo son,
si son insolentes y unos salvajes e injustos,
u hospitalarios, y tienen mente que teme a los dioses.

143
HOMERO

, <og Eircoy ava vqog Epqv, éKÉZenaa 8’ ETaípour


amo-ug t áyPaíveiv ává te Ttp'opvriaia Áftaai.
oi 8 aiy’ eíapaivov Kai etcí KXrfiai KaOi^ov,
180 £^qg 8 e^ojievoi jtoAatjv aXa tótütov épETpoig
aXX’ OTE Sil TÓv /wpov á(piKOp£0’ éyybg EÓVTa,
ev0a 8’ £71 ’ éaxtmp OTtéog eí8o¡iev áyZi 0aXáooq;,
Wn^óy 8á(pvqai KaTTipEcpég • £V0a Se rcoXXá
óiég te Kai aiyEg, íaoEOKov • KEpi 8’ aúXq
i85 íyqXq SéSpqTO KaTcopu/eeaoi Xí0oiai
pxxKpqaív te 7EÍT-uoaiv í8e Spnaiv íyiKÓpoiaiv.
£V0a 8’ ávqp évíaoE 7iEXópiog, og pa Ta pqXa
orog TtoipaívEGKEV á7iÓ7cpo0£v • Oi)8e |1ET’ áXXovg
ticúXeít’, áXX’ á7cáv£D0Ev érov á0£píoTia q8q.
i9o Kai yáp 0ao|±’ etetdkto TCeXcopiov, oi)8e ecokei
ávSpí y£ aiTotpáyíp, áXXá pico óXtievti
ovnXov ópéíov, o te (paívETai oiov árc’ áXXwv.
8q tote Toi)g áXXoog KEXópqv épíqpag ETaípovg
amoo Ttáp vrfí te jxeveiv Kai vfja £p/ua0ai-
195 aoTap éyó) Kpívag ETápcov SooKaíSEK’ ápíaTovg
pqv • aTap aiy£ov áoKÓv £%ov péXocvog oivoio
qSéog, ov poi Sóoke Mápcov, Eoáv0£og oiog,
ipEÓg ’ArcóXXcovog, og "Iopapov áp<pip£pr|K£i,
oovekó, |iw obv 7iai8i 7t£pia%óp-£0’ tjSe yvvaiKi
200 á^ópevov óSkei yáp év aXoE’i SevSprevti
OoÍPob ’AjtóXXwvog. ó Sé poi rcópev áyXaá Sopa-
Xpoaoíi) pév |±oi Scok’ EiJEpyEog ETiTa TaXavxa,
StóKE 8é poi KpqTqpa 7tavápyopov, amap encima
oivov év áp<pupop£T>ai SoóSEKa Ttáoiv acpvoaag,
205 qS'óv ótKTipáaiov, 0£tov tcotov • oi)8e Tig ocutóv
reíSr Spcócov oúS ’ ápcputóXcov evi oiKtp,

144
ODISEA IX

Dicho esto, subí a la nave y ordené a mis amigos


que se embarcaran ellos mismos, y amarras soltaran.
Se embarcaban al punto y se ponían junto a las chumaceras
y, sentándose en fila, el canoso mar con los remos golpeaban. 180
Mas cuando llegamos a ese lugar, que estaba cercano,
allí, al extremo, cerca del mar, una gruta miramos
alta, abovedada con lauros, y allí, numerosos rebaños,
ovejas y cabras, solían dormir; en torno una cerca
alta estaba construida con piedras muy bien empotradas 185
y con altos pinos y encinas frondosas en lo alto.
Allí dormía un hombre monstruoso, el cual sus rebaños
apacentaba solo, lejos; y no frecuentaba
a los otros, mas viviendo distante, ignoraba las leyes.
También, cierto, era un prodigio monstruoso, y no parecía 190
hombre que come cereal, sino cumbre selvosa
de altos montes, y ella sola se ve, de las otras lejana.
Entonces yo ordenaba a mis otros compañeros queridos
junto a la nave quedarse, allí mismo, y cuidar de la nave.
Mas yo, eligiendo a los doce mejores de mis compañeros, 195
me fui, Y tenía conmigo un odre caprino con vino del negro,
suave, el cual me había dado el hijo de Evantes, Marón
—sacerdote de Apolo, que a ísmaro había protegido—,
porque a él, junto con su hijo y su esposa, lo favorecimos
reverentes, pues él habitaba en un bosque arbolado 200
de Febo Apolo. Y él me otorgó unos espléndidos dones:
me dio siete talentos de oro muy bien trabajado,
y me dio una crátera toda de plata; además,
tras haberlo sacado, en total, en doce ánforas, vino
suave, sin mezcla, bebida divina; en la casa, ninguno 205
lo conocía, ni de los siervos ni de las sirvientas,

144
HOMERO

' X«roto; aXo/ó? -CE <píXr| -cagúi te ’ oín.


t°v ó ore «woiev geX«i8éa oívov ÉpoOpóv,
®v 8eit“í énTtXiíaat; ÍÍSa-cog ává eíkooi péxpa
210 xeí> , óSpTj 8’ fjóeia arcó Kprjrfipot; óSáSei,
Oeorceoíri • tot’ av oiS toi árcoaxéa0ai cpíXov riev.
xob cpepov éjircVtaa; áoKÓv péyav, év 8é Kai fia
KCopÚKcp- aÓTÍxa yáp poi óíaaxo Gx>|xóg áyrivop
av8p’ ercele-óaeoOai peyáÁ,T|v ércieipévov áXKqv,
215 aypiov, orne 8ÍKa<; eí> eíSÓTa orne 0épi<ycag.
KaprcaXípcoc; 8’ ei<; ávTpov á<piKÓpe0’, oó8é piv év8ov
£Í$popev, áM’ évopene vopóv larra rcíova prjXa.
eXBóvTeg 8’ eí<; ávTpov éOrjeópeoOa exaora-
Tapaoi pév wpcov (3pí0ov, oteívovto Sé otjkoí
220 ápvov fjS ’ épícpcov • SiaKEKpipévax Sé exaoTai
ep/axo, xcopig pév rcpóyovoi, /copie; Se péxaooai,
/copie; 8’ ax)0’ époai- vaiov 8’ óptp áyyea rcávxa,
yauÁoí xe oxacpíSeg Te, xexoypéva, toío’ évápeXyev.
ev0’ épé pév rcpcoTiG0’ eTapoi Xíooovt’ ércéeooi
225 xupcov aivDpévoix; iévai rcaXiv, aoxap erceixa
KaprcaXípcoq ercí vrja 0OTJV epupout; te koci apva<;
otjkcdv é¿,eÁáoavTa<; ércircXeiv áÁpopóv üScop
áU’ éyó> ox> rciOóprjv, —n t’ av rcoXó KepSiov ifcv, —
Ócpp ’ ai)TÓv te ÍSoipi, Kai el poi ^eivia Soiti .,
23o 008’ áp’ épeW eTÓpoioiepaveu; épaxeivóc; eaeaOai.
ev0a Sé rc$p Krjavxee; eGúoapev rjSé Kai aóxoi
wp©v aívópevoi cpáyopev, pevopev te piv
l^pevoi, elog ércnÁ0£ vépcov. epépe 8’ ofrnpov a/Go;
Á$ÁT|<; á^aXérj;, iva oi rcoxiSóprciov eírj.
255 evTOO0ev 5’ ávTpow paUv ópvpaySov eGnxev•
ripei<; Sé SeíoavTeg árceooópeG’ eq pv/ov avxpou.

145
ODISEA IX

sino sólo él y su esposa y, única, la despensera.


Cuando querían beber éste —rojo vino dulce cual miel—,
tras llenar una copa, la vertía sobre veinte medidas
de agua, y cundía de la crátera suave fragancia, 21c
divina: entonces, habría sido odioso abstenerse de un trago.
Llenando de ése, un gran odre llevaba, y también provisiones
en un saco, pues sospecho de inmediato mi animo firme,
que iba a venirnos un hombre dotado de gran fortaleza,
salvaje, no bien instruido ni en buenas costumbres ni en leyes. 215
Pronto llegamos al antro, mas no lo encontramos
adentro: él pastaba en el pasto a sus pingües rebaños.
Entrando en el antro, admirados veíamos todas las cosas:
había zarzos cargados de quesos, y apriscos repletos
de corderos y de cabritos; encerrados todos estaban 220
separadamente: aparte, más viejos; aparte, medianos,
y aparte, los crios. Rebosaban de suero todos los vasos,
los cubos y baldes bien hechos en que él ordeñaba.
Con palabras, los compañeros allí me rogaban, primero,
que nosotros, tomando unos quesos, volviéramos; luego, 225
que pronto, a la rauda nave, cabritos arreando y corderos
de los apriscos, sobre el agua salobre bogáramos.
Mas yo no hice caso —sí, con mucho habría sido mejor—,
para que lo viera, y ojalá me diera los dones del huésped.
Al mostrarse, no iba a verse amable con mis compañeros. 230
Allí, prendiendo fuego, un holocausto hicimos, y mismos
nosotros, tomando quesos, comimos y adentro esperábamos
sentados, hasta que él llegó con su grey. Carga enorme traía
de leña seca, para que disponible estuviera en la cena.
Al lanzarla adentro del antro produjo un estrépito; 235
nosotros, temiendo, nos retiramos al fondo del antro.

145
HOMERO

aáxáp ó y’ eíg supo arcéoc; i^XacE rcíova pfjXa,


rcávxa, jiáX,’ óoo’ TÍpeXye, xa 8’ ápoEva Xeítce Oúprupiv,
ápvEioág xe xpáyotx; xe, pa0Evn<; evxo0ev anZfjc;.
24o aoxáp erceix’ £rc£0T)K£ 0op£Óv peyav i)\|/óa’ áeípa<;,
óppijiov • obk av xóv ye Soco Kai e’íkog’ ápa^ai
eaOZai xExpaKüKXoi árc’ ooSeoc; ó/Xícoeiav •
XÓOOT|V T|kípaxov 7C£XpT|V £7l£0T|K£ 0X)pT)OlV.
e^ópevoc, 8’ lípeÁyev oí; Kai priKaSac; aiyac;,
245 iwxvxa Kaxá poipav, Kai Ók’ Epppoov tjkev £K(XOXp.
aoxiKa 8’ TÍpioo pev 0p£\|ía<; Xeokoío yáXaKxo<;
icXekxoíg’ év xaXápoioiv ápxiaápEvoc; Kaxé0riK£v,
T^piao 8’ aox’ egxtigev év áyyEGiv, otppa oí e’íti
711VEIV aivopév® Kaí OI 7IOXlSÓp7tlOV £IT|.
250 aoxáp £TC£i 8q ctceoce 7iovT|Gáp£vo<; xa a epya,
Kai xóxe rcvp áv£Kai£ Kai eíoiSev, £ip£xo 8’ i]p£a<;-
< a> ^eívoi, xíve<; egxe; tlÓ0ev tcáeíO’ oypá K£Áeu0a;
i} xi Kaxá rcpí^iv x\ pa\|n§íw<; áXáÁ.T|o0e
oiá xe ÁJ]iaxT)p£<; iijieip áXa, xoí x’ áXócovxai
255 \|fo%á<; Kap0é|xevoi, KaKÓv áÁÁoSarcoiai (pépovxeg; >
cag £<¡pa0’, r¡piv 8’ ame KaxeKÁ<áo0r| (píXov T|xop,
Seioávxcov <p0óyyov xe papov aóxóv xe KéXcopov.
áXXá Kai ©<; piv ekeggiv ápeipópevog TtpooéeiTiov •
< ^peigxoi Tpoírj0ev á7co7iÁay%0£vxe<; ’A%aioi
26o 7tavxoíoio’ ávepoiaiv vjiep péya Aaixjxa 0aXáoari<;,
oÍkoSe ié|ievoi, aXXrjv ó8óv áXXa KéÁ£o0a
^X0o|iev • ooxtó too Zeix; t}0£Á£ pxtxíaaa0ai.
Áaoi 8’ ’AxpéíSeio ’Ayapépvovo<; £Ú%óp£0’ eivai,
too 8t| vov ye peyiaxov wroopáviov KÁéog éaxí-
265 xóacrqv yáp Siércepae rcóÁiv Kai áwXeoe Zotoog
TtoXXoóc;. íijxeít; 8’ aoxe Ki%avópevoi xa aá yoova

146
ODISEA IX

Mas él, hacia la amplia gruta condujo sus pingües rebaños,


todos los que ordeñaba, y afuera dejaba los machos,
carneros y cabros, adentro de la cerca profunda.
Luego, elevando a lo alto un gran peñasco, lo puso de puerta,
era enorme; a éste, ni veintidós carros notables,
de cuatro ruedas, lo habrían removido del suelo:
tan enriscada roca puso en la puerta.
Sentándose, él ordeñaba ovejas y cabras balantes
—todo con orden—, y abajo a cada una le puso su crío. 245
De inmediato él, la mitad de la blanca leche cuajando,
la juntó y la puso en cestos trenzados; y la otra mitad
la puso en los vasos, por que él la tuviera a fin de bebería,
cuando quisiera tomarla, y disponible estuviera en la cena.
Y después de que él con esmero efectuó sus labores, 250
entonces fuego encendía, y nos miró, y preguntaba:
‘¿Quiénes sois, extranjeros; de dónde bogáis por húmedas sendas?
¿De algún modo en negocios, o al garete sois vagabundos
sobre el mar, cual piratas, pues ellos andan vagando,
exponiendo sus vidas, a otros hombres llevando desgracia?’ 255
Asi dijo, y el corazón querido se nos hizo pedazos,
pues temimos su voz profunda y al monstruo en persona.
Mas, aun asi, respondiendo, yo con palabras le dije:
Nosotros, debes saber, aqueos, desde Troya, desviados
por todas las clases de vientos sobre el gran abismo del mar, 260
deseando ir a casa, por distinto camino y viajes distintos
hemos venido: sin duda, Zeus así quiso tramarlo.
Y nos preciamos de ser hombres de Agamenón el Atrida,
cuya fama, cierto, abajo del cielo actualmente es grandísima:
tan gran ciudad destruyó, y arruinó a numerosos 265
hombres. Mas nosotros, llegando aquí, a tus rodillas

146
HOMERO

íkÓjieO’, eí ti rcópoig ^eivqíov qé Kai áXX©g


Sotqg 8©xívqv, i) xe ^eív©v 0épig éoxív.
áXÁ,’ aiSeio, (pépioxe, 0eoíx;- iKéxai Sé toí eipev.
27o Zeiig 8' éjiixipqx©p iKexá©v xe ^eiv©v xe,
^eívio<;, og ^eívoiaiv ap’ aiSoíoiaiv órcqSei >.
&Q étpápqv, ó Sé p’ aoxÍK’ ápeí^exo vqXé’i 0opqr
< vqiiióg eíg, © ^eiv’, i] xqXó0ev eiXqXooOa^,
og pe Geoíg KéXeai q SeiSípev q áXéaa0ai.
275 oí) yáp Kí)KÁxo7ieg Aióg aíyióxoi) áXéyoDoiv
oí)8é 0e©v paKapwv, ércei q rcoXi) (pépxepoí eipev •
oi)8 ’ av éy© Aio<; é%0o<; áXeoápevo<; rceqnSoípqv
orne aeo oiS0’ exáp©v, eí pq 0upóg pe KeXeóoi.
áXXá poi ex<pO7rq ea%eg í©v eoepyéa vqa,
28o q kod en’ éaxaxiqgq Kai a%e8óv, o<ppa Saeí© >.
©g qxxxo K£ipá^©v, épé 8’ oí) Xá0ev eíSóxa KoXXá,
áXXá piv ayoppov 7rpooé<pqv SoXíoia’ ércéeaai-
< véa pév poi Kaxéa^e rioaei8á©v evoaí%0©v,
Kpóg 7iéxpqoi (3aX©v i)pq<; erci rceípaai yaíq<;,
285 aKpq KpoaneXáoat; • avepoc; 8’ ek rcóvxoo éveiKev •
aoxap éy© avv xoioSe 'brcéKtp'Dyov aírcw 8Xe0pov >.
©c; ¿«pctpqv, ó Sé p’ oí)8év ápeí¡3exo vqXei 0opcp,
áXX’ o y’ ávaí^ou; exápoia’ éici xeípag íaXXe,
aov Sé 8í>© pápxgat; ©<; xe GKÓXaKa^ rcoxi yaiq
29o kÓtet’* ek 8’ éyKÉípaXot; xapá8i^ pee, 8eoe 8e yaiav.
xoix; Sé Siá peXeíoxi xap©v órcXíaaaxo Sopuov •
qo0ie 8’ ©g xe Xé©v ópeaíxpo<po<;, oí)5’ árcéXeucev,
éyKaxá xe aápKa<; xe Kai óaxéa poeXóevxa.
qpei<; Sé xXaíovxeg ávea%é0opev Aii yeipag,
295 ox^Xia épy’ ópó©vxe<;’ ápqxavíq 8’ e%e 0opóv.
aóxáp ércei KókXov peyáXqv épjtXqaaxo vqSov

147
ODISEA IX

vinimos, por si hospedaje otorgabas, o de otra manera


nos dabas un don, y eso es un derecho de los extranjeros.
Excelentísimo, honra a los dioses: somos tus suplicantes.
Zeus, de los suplicantes y extranjeros es el patrono 2;
hospital: él sigue a los extranjeros, que son venerandos’.
Así dije, y él, con cruel corazón, me repuso al instante:
‘Eres zopenco, oh extranjero, o has venido de lejos,
pues me pides que tema, o que evite a los dioses.
Los cíclopes no se preocupan de Zeus, que la égida tiene, 27
ni de los dioses felices, pues somos más fuertes, con mucho;
y yo tampoco, por evitar el odio de Zeus me apiadaría,
ni de ti ni de tus amigos, si el ánimo no me ordenara.
Mas dime dónde, al venir, detuviste tu nave bien hecha,
si quizá en un paraje alejado, o cerca, a fin que lo sepa’.
Así habló, tentando, y a mí, muy experto, no me engañó,
sino que con dolosas palabras le dije de nuevo:
‘Mi nave, la destrozó Posidón, el que agita los suelos,
lanzándola contra las rocas, de vuestro país en los lindes,
acercándola ai promontorio: desde el ponto el viento la trajo. 285
Pero yo, con estos, he escapado de la áspera muerte’.
Asi dije, y él, con cruel corazón, nada repuso,
sino que él, tras saltar, a mis amigos echaba las manos,
y atrapando a dos, como a unos cachorros, contra la tierra
los golpeaba, sus sesos fluían al suelo, mojaban la tierra. 290
estazándolos miembro por miembro, los preparó como cena;
D
y tragaba—cual león criado en los montes, nada dejaba—
los intestinos y carnes y huesos provistos de médula.
osotros, llorando, hacia Zeus alzamos las manos,
N
viendo crueles acciones: el desconcierto tomaba a nuestra alma.
ciclope empero, después de llenar su enorme barriga
El 296

147
HOMERO

tovM-ev eym fJoutewa Kaxá peyaM|xopa %póv


aoaov irnv, ^upo? ó$> épnaaápevo.; napa pqpoá
owapevai npá? aiíjOo;, oOv <ppéve? í^ap eZoWt’
Xexp empaaoápevo?- exepog Sé pe %pá; gpuKev.
ayxoá yáp xe Kai áppe<; áraaÁópee’ ainw oXeOpov •
oí yáp kev SovápeaGa Gupácov óynXácov
305 xepalv árccoaaoGai XíGov óppigov, ov kpogéGtikev.
og tote |iév OTeváxovTEc; épEivapev ’H© Siocv.
í¡po<; 8’ ípiyéveta (pávri poSoSaKX'üÁoc; ’Hróg,
Kaí tote txó p ávéKaiE Kaí T¡p£Áy£ k/Vütóc gíXa,
rcávxa Kaxá poipav, Kaí ítc’ epPpdov t^kev EKáaxri.
310 aóxáp etceÍ Si] gtceóge TCOV'naáp.Evo^ xá a £pya,
gov 8’ o y£ 8r¡ aíxs Sito ixápyag okZÍggocto Seítcvov.
SEurvÍGag 8’ ávxpoD £%ri?cao£ rcíova pr|Xa,
pr|i8í©<; á(p£X©v GopEÓv péyav • aíxáp bjieixoc

315 tcoáXtíSe poíCcp rcpóg ópoc; xpércE rcíova pjXa


KÍkÁ©v aóxáp ¿y© Áutójiriv kcckoc puoaoSopEixov,
EÍ rcax; xEiaaípiv, Sotri Sé poi AGrjvri.
tÍ8e 8e poi Kaxá Gopóv áptoxn <paív£xo PoiAí)
KÍKXorcog yáp ekeixo péya pórcaÁov rcapá cnw>
32o xAxopov éXaívEov • xó pév £Kxap£v, ótppa W0lTl
m\<™Gév. xó uév áwte€ éíaKog£v £ÍooPo©vxe<;

148
ODISEA IX

comiendo carne humana y, además, leche pura bebiendo,


se acostó en el antro, tendiéndose a lo ancho de sus rebaños.
Y en mi magnánimo corazón, yo concebí la osadía
de ir cerca, sacar la aguda espada adyacente a mi muslo 31
y herirlo en el pecho, donde el diafragma al hígado tiene,
tras palpar con la mano; no obstante, otra inquietud me detuvo:
también nosotros allí habríamos muerto con áspera muerte;
en efecto, de las altas puertas no habríamos podido
expulsar con las manos la enorme piedra que puso adelante. 3c
Así entonces, gimiendo, a la divina Eos esperamos.
Al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,
entonces fuego encendía, y ordeñaba sus nobles rebaños
—todo con orden—, y abajo a cada una le puso su crío.
Y después de que él con esmero efectuó sus labores, 3ii
atrapando a dos nuevamente, los preparó como almuerzo.
Tras almorzar, sacó del antro a sus pingües rebaños,
fácilmente quitando el gran peñasco de puerta, y después
lo puso de nuevo, cual si uno pusiera la tapa a su aljaba.
Y con muchos silbos volvía hacia el monte sus pingües rebaños
el cíclope, y yo me quedé trazando su mal en secreto,
si pudiera vengarme, y Atena me diera la gloria.
Y ésta a mi, en el alma, me parecía la mejor decisión:
del aprisco del ciclope a un lado se hallaba un gran palo
verde, de árbol de olivo; lo había cortado a fin de portarlo 320
seco. Nosotros, comparando, al ver, lo estimábamos grande
como el mástil de un negro navio de veinte remeros,
de carga, ancho, pues él cruza los grandes abismos:
tan grande era en largura, tan grande en grosor, a la vista.
cercándome yo, le corté un trozo, cuanto es una braza,
A 325
lo puse ante mis compañeros, les ordené desbastarlo:

148
HOMERO

ol 8’ ópaXóv 7ioíqoav • éy© 8’ eGócoaa rcapaaxág


aicpov, á<pap Se Xap©v ércopaKXEov év nopí ktjXe©.
Kai xó pév eu KaxéOrjKa KaxaKpóyag órcó KÓrcp©,
330 q pa Kaxá GJiEÍoog kexoxo peyáX’ qXiOa rcoÁXq '
aóxáp xoóg áXÁoog KXqp© 7i£7iaXÉG0ai ávcoyov,
og xig xoXpqGEiev époí góv go%Xóv áeípag
xpixjrai év óq>0aXpcp, oxe xóv yXoKÓg órcvog iKávoi.
oí 8’ EÁaxov, xoóg áv Ke Kaí q0£Áov aóxóg EÁéaGai,
335 xéoaapeg, aóxáp éy© rcéprcxog pexá xoígiv éÁéypqv.
£G7iépiog 8’ qÁ0ev KaÁÁíxpixa pqÁa vopeówv •
aóxÍKa 8’ eig EÓpó arcéog qÁaae rcíova pqÁa,
rcávxa páÁ’, oó8é xi áeítce pa0EÍqg évxoGev aóÁqg,
q xi ó'ÍGápevog, q Kaí Geóg ©g éKEÁeoGEv.
34o aóxáp ETtevc’ £7t£0qKe 0v>peóv péyav óyóa’ áeípag-
e^ópevog 8’ qpeÁyev óíg Kaí pqKaSag aiyag,
rcávxa Kaxá poipav, Kaí órc’ epPpuov tjkev EKáaxp.
aóxáp éjceí 8q arceÓGe rcovqGapevog xá á epya,
góv 8’ ó ye Sq aóxe 8ó© pápyag ÓTtÁíaaaxo Sópitov.
345 Kaí xóx’ éy© KÓKÁ©7ta TtpoaqóStov áyxi rcapaaxág,
KiGGÓpiov pexá xepoív éx©v péÁavog oívoio •
< KókX©y, xq, rcíe oivov, érceí (páyeg ávSpópea Kpéa
ó(pp’ eiSqg, oíóv xi rcoxóv xóSe vqóg éK£K£Ó0ei
qpexépq- aoí 8’ aó ÁoiPqv <pépov, eí p’ éÁeqoag
35o oiKaSe 7tépipeiag • gó Sé paíveai oókex ’ áveKX©g.
GxéxXie, rc©g kev xíg ge Kaí ÓGxepov áÁÁog íkoixo
áv0p©7i©v tcoáe©v; érceí oó Kaxá poipav epe^ag >•
©g écpápqv, o 8é Sekxo Kaí ektciev • qaaxo 8’ aív©g
qSó tcotov Ttívwv Kaí p’ qxee SEÓxepov aóxig •
355 < 8óg poi éxi itpó<pp©v Kaí poi xeóv oóvopa eitce
aóxÍKa vóv, iva xoí 8© ^eíviov, <p ke gó xaiPTK-

149
ODISEA IX

lo alisaron. Y yo, acercándome, agucele una punta,


y, asiéndolo al punto, lo caldeé en el fuego esplendente.
Y con cuidado lo puse, ocultándolo bajo el estiércol,
que en la gruta se hallaba tirado doquier, asaz abundante;
y ordenaba yo que ios otros por suerte eligieran
al que osaría, tras alzar esa estaca, junto conmigo
ludirla en el ojo, cuando el dulce sueño le entrara.
Y salieron sorteados, los que yo hubiera querido elegir,
cuatro, y, con ellos, yo me conté como quinto. 335
Por la tarde volvió, sus rebaños de hermosa lana reuniendo;
al punto, hacia la amplia gruta condujo los pingües rebaños,
todos, y nada dejaba adentro de la cerca profunda,
o sospechando algo o también porque un dios lo impulso.
Luego, elevando a lo alto el gran peñasco, lo puso de puerta; 340
y sentándose, él ordeñaba ovejas y cabras balantes
—todo con orden—, y abajo a cada una le puso su crío.
Y después de que él con esmero efectuó sus labores,
atrapando a dos nuevamente, los preparó como cena.
Y entonces yo, colocándome cerca, al cíclope dije, 345
teniendo en las manos un cuenco con vino del negro:
¡Cíclope, ea! Bebe vino, después de comer carne humana,
por que sepas que increíble bebida allí ocultaba la nave
nuestra. En libación para ti lo traía, por ver si, apiadado
de mi, me enviabas a casa; mas rabias en forma insufrible. 350
¡Cruel! ¿Como vendría en adelante hacia ti algún ser humano
de los muchos que existen? Pues no obraste conforme a lo justo’.
Asi dije, y el aceptó y bebió; y disfrutó sumamente
bebiendo la suave bebida, y pedía otra vez, la segunda:
Dame otra vez, benévolo, y dime tu nombre al instante
hoy, para darte el regalo de huésped, con que has de alegrarte.

149
HOMERO

Kai yáp Kuká,©7ceggi <pépei ^eíScopog ápoopa


oívov épiGTOKpokov, Kai o<piv Aióc; ópppoc; áé^Ei-
áXXa tóS’ ápppoaÍT^ Kai vEKTapóc; éaTiv aKopp©^ >.
36o coq etpax’ • avcáp oi amu; éy© Tiópov ai'Oorca oivov •
Tpi<; pév eScoKa cpépcov, Tpig 8’ ektciev <x(ppa8ípoiv.
aÓTap ércei KÓKÁXDrca 7tepi <ppéva<; ÍÍÁ-D0EV oívoc;,
Kai tote 8ti piv ekeggi 7ipocrnó8(ov pEiXixíoiai •
< KókXc&v, elparáju; p’ ovopa kXdtóv; aoiáp éy© toi
365 é^epéo- oí) 8é poi Sóg ^eiviov, (he, KEp 'ütceottic;.
Ootk; époí y’ ovopa- Ootiv Se p£ kikXtigkoogi
prvrnp ASé rcarrip tiS’ áÁAoi rcávTEc; éxaipoi >.
©<; éípápqv, ó 8é p’ aÓTÍK’ ápEÍpETO vtiXeí 0o p© •
< Ootiv éy© uópaTov éSopai pExá oio’ ETapoioi,
370 tooc; 8’ áXXooc; 7ipóo0£v • tó 8e toi ^eivrfiov éaTai >.
Kai ávaKÁiv0£Í<; kegev otctioc;, awáp £7ieitoc
keít’ árcoSoxpóoag rcaxov aóxéva, koc8 Se piv orcvoc;
pp£i 7tavSapáT©p- (pápoyog 8’ é^éoooTO oívoc;
Y©poí t’ ávSpópEov ó 8’ EpEÚyETo oívo|3ap£Í©v.
375 Kai tót’ éy© tov pox^>v Ó7ió gkoSoó iíÁaaa 7ioÁÁTj<;,
Eiog 0£ppaívoiTO • etteggi Se rcávTac; ETaípooc;
0ápaovov, prj TÍg poi wioSSEÍoag ávaSórj.
áXX’ ote Srj tglx’ ó poxÁog éXaivog év rcopi péÁÁEV
ávao0ai, xAwpóc; rcep é©v, SiEtpaívETo 8’ aív©<;,
38o Kai tót’ éy©v aoaov <pépov éK nopóc;, ápq>i 8’ éraípoi
ÍGTavT’- aÓTap 0ápoo<; év£7tv£oo£v péya 8aíp©v.
oi pév poxAAv éÁóvTEg éÁaivov, ó£,óv én cxKp©,
ó<p0aXp(p évépEiGav- éy© 8’ é<pÓ7i£p0£v ép£ia0£i<;
Síveov, ©<; ore tu; Tpwca 8ópo vrpov ávrip
385 xpoTiáv©, oi Sé t’ évepOev ókoooeíoogiv ipávTi
á\|íáp£voi £K<XT£p0£, tó Sé Tpéxei éppEvéc; aÍEÍ •

150
ODISEA IX

También a los cíclopes les trae la tierra dadora de grano


vino de magnas uvas, y lo aumenta la lluvia de Zeus;
mas esto, de ambrosía y de néctar es un efluvio .
Así dijo, y yo le serví otra vez el vino esplendente: x
tres veces llevé y le di, tres veces bebió en su imprudencia.
Y cuando al cíclope el vino abrazó, y a su mente,
pues entonces, me dirigí a él con dulces palabras:
‘Cíclope, ¿me preguntas mi ínclito nombre? Yo, por mi parte,
lo diré: tú dame el regalo de huésped cual has prometido. *
Mi nombre es Nadie: Nadie me llaman
mi madre y mi padre y otros, todos mis compañeros’.
Así dije, y él, con cruel corazón, me repuso al instante:
‘A Nadie, entre sus compañeros, me voy a comer al final;
primero a estos otros: ése será tu regalo de huésped’. 37C
Habló, y recostado cayó boca arriba, y después
yacía doblando hacia un lado su cuello fornido, y el sueño
lo asía, el que doma todo. De su garganta, vino salía
y trozos humanos: él eructaba, pesado de vino.
Entonces, yo empujé bajo un grande rescoldo la estaca, 375
que se calentara, y a todos mis compañeros, hablando,
los animaba, que nadie, temiendo, hacia atrás se me echara.
Mas, cuando la estaca de olivo en el fuego ya a punto se hallaba
de arder, aunque estaba verde, y terrible brillaba,
entonces, desde el fuego la traje más cerca, y mis compañeros 380
se plantaban en torno: un dios inspiró un enorme valor.
os, cogiendo la estaca de olivo aguzada en la punta,
Ell
en el ojo la hincaron, y yo desde arriba, apoyado sobre ella,
la giraba, como cuando alguien el palo de un barco barrena
con barreno: otros a éste agitan abajo con una correa 385
asidos de un lado y de otro, y él penetra siempre constante;

150
HOMERO

©<; xoí) ev ó<p0aXp¿p rcDpiqKea poxXóv eZóvxec


oiyeopev, xóv 6’ aípa rcepíppee Geppóv éóvxa.
rcayxa Sé oí pÁétpap’ áptpi Kai ótppóag eóaev áóxpq
39o YAqvqg ^aiopévqg- acpapayeóvxo Sé oi rcupi pí^ai.
G>(; 8’ ox’ ávqp xaÁKeóg rcéXeKov péyav qé OKércapvov
eiv íSSaxi yoxpto párcxq peyáXa iáxovxa
(pappáaaov • xó yáp aóxe aiSqpoo ye Kpáxog éaxív •
&Q xoí) aí£’ ó<p0aÁpóg éÁxüvécp rcepi poxXw.
395 apepSakéov Sé péy’ wpco^ev, rcepi 5’ laxe rcéxpq,
qpeig Sé Seíaavxeg árceaoópeG’. aóxáp ó po/Xóv
é^épva’ óipGaZpoio rcecpoppévov áípaxi rcoHá.
xóv pév érceix’ éppivev arcó éo xepaiv áÁóoov,
aóxáp ó KÓKÁxorcag peyáV qrcoev, oí pá piv ápq>ig
4oo (dkeov év arcqeaai Si’ aKpiag qvepoéaaag.
oí Sé poqg áíovxeg étpoíxtov áXXoGev áÁÁog,
iaxápevoi S’ eípovxo rcepi arcéog, oxxi é KqSov
< xírcxe xóaov, noÁócpqp’, ápqpévog <bS ’ éfióqaag
--------------------------— — ’ 7 I ■

VDKXa Si’ ápppoaíqv Kai áórcvoog áppe xíGqaGa;


405 q pq xíg aeo prjÁa (3pox(óv áéKovxog éÁaóvei;
q pq xíg a’ aóxóv Kxeívei SóXxp qé pír|<pi; >
xoóg S’ aóx’ é£ ávxpoi) rcpoaétpq Kpaxepóg IIoAó<pqpog
< & tpíÁoi, Ovxíg pe Kxeívei SóÁcp oóSé (3rr|<piv >.
oi 8’ árcapeipópevoi ércea rcxepoevx ayopeoov •
4io < eí pév Sq pq xíg ae Piá£exai oiov éóvxa,
voóaóv y’ oó rcwg éaxí Áióg peyáÁoo áXéaaGai,
áÁÁá aó y’ eóxeo rcaxpi íloaeiSacovi avaKXi >•
&C, ap' «pav áitióvtes, épov 8’ éyékaoae <pí%ov icñp,
ó)g óvop’ é^arcáxqaev epóv Kai pqxig apoptov.
415 KókX©v Sé axeváxtóv xe Kai wSívcov óSóvpai,
xepai vqXatpócov, árcó pév ÁíGov eíXe Gupácov,

151
ODISEA IX

así, cogiendo la estaca avivada en el fuego, en el ojo


la girábamos: sangre fluía en su entorno, estando caliente.
El vapor chamuscó todo, sus cejas y, en torno, sus párpados,
al arder el globo del ojo, y su raíz crepitaba en el fuego. 5*>
Como cuando el herrero una azuela, o una gran hacha,
si él quiere templarla, en el agua fría la sumerge, y entonces
ésta chirria mucho —ello, después, es la fuerza del fierro—,
así su ojo silbaba alredor de la estaca del árbol de olivo.
Terrible, atrozmente se lamentó: alredor chirriaba la roca, 395
y nosotros, temiendo, nos retiramos. Mas éste, la estaca
extrajo de su ojo, empapada de sangre abundante;
luego, lejos de sí la arrojó con las manos rabiando,
y él, mucho gritaba a los cíclopes que en su contorno
habitaban en grutas, a lo largo de cumbres airosas. 400
Ellos, oyendo el clamor, se reunían de acá y de acullá,
y plantados en torno a la gruta, preguntaban qué lo acuitaba:
‘Polífemo, ¿por qué tan herido, de esa manera gritaste
durante la noche divina, y nos tienes insomnes?
¿Acaso un mortal, a mal de tu grado, sustrae tus rebaños? 40S
¿Acaso alguien quiere matarte a ti con dolo o violencia?’
A su vez, desde su antro, el fuerte Polifemo les dijo:
‘Amigos, Nadie quiere matarme, con dolo, no con violencia’.
Ellos, respondiendo, le decían palabras aladas:
Si pues, estando solo, nadie te ejerce violencia, 4,0
la enfermedad del gran Zeus no es posible evitarla,
mas tú mismo implora a tu padre, el señor Posidón’.
Así decían, partiendo, y mi corazón querido se rió
de que mi nombre y astucia intachable el engaño lograran.
El cíclope, gimiendo y transido por fuertes dolores, 415
con las manos tanteando, quitó de la puerta la piedra,

151
HOMERO

aoxóg 8’ eivi 0oppai Ka0é^exo xeipe rcexáooag,


ei xivá rcoo pex’ oeaoi Xápoi oxeíxovxa Oópa^e-
orneo yáp zoo p’ rjZrcex ’ évi eppeoi vx|rciov eivai.
«o aoxap éy© poóXeoov, orc©g ox’ ápiaxa yévoixo,
ex xiv’ éxaípoiaiv 0aváxoo Aóaiv t)8 ’ époi aóx©
eopoípqv • rcávxag Sé SóXoog Kai pnxiv oepaivov,
©q xe rcepi voxn<? H^ya yáp KaKÓv eyyóOev xjev.
nSe Sé poi Kaxá 0opóv ápíaxn epaívexo pooXií •
425 ápaeveg oueg rjoav éoxpeepéeg SaoópaXXoi,
KaÁoí xe peyáÁoi xe, íoSveepég eipog exovxeg-
xoog áKé©v oovéepyov éoaxpetpéeaai Áóyoioi,
xpo’ érci Kókácúy eoSe rcéÁ©p, á0epíoxia eí5©g,
oóvxpeig aivópevog- ó pév év péaco ávSpa cpépeoKe,
«o too §’ éxép© eKaxep0ev íxqv ocoovxeg éxaípoog.
xpeíg Sé éxaoxov <p©x’ oieg epépov • aóxáp éy© ye, —
ápveiog yáp erjv pnÁ©v ox’ ápioxog árcávx©v, —
xoó xaxá vcbxa Xapcov, Áaaír|v orco yaoxép’ éÁoa0eig
Keípqv • aóxáp xepoiv ácbxoo Oearceaíoio
435 v©Áepé©g axpecp0eig éxópqv xexÁqóxi 0op©.
©g xóxe pév axeváxovxeg épeívapev ’H© Siav.
qpog S’qpiyéveia cpavri poSoSaKxoÁog ’H©g,
Kai xóx’ érceixa vopóvS’ é^éaaoxo ápaeva pqÁog
GrjXeiai Sé pépqKov ávqpeÁKXoi rcepi aqKOÓg •
44o oó0axa yáp acpapayeóvxo. áva^ 8’ óSovqai Kaicpai
xeipópevog rcávx©v oi©v ércepaíexo vcbxa
óp0©v eaxaóx©v • xó Sé vqrciog oók évoqaev,
©g oi órc’ eiporcÓK©v óí©v axépvoiai SeSevxo.
oaxaxog ápveióg pqÁ©v eaxeixe 0opa£e,
445 Áá/v© axeivópevog Kai époi rcoKiva tppoveovxi.
xov 8’ ércipaaaápevog rcpoaécpq Kpaxepóg rioÁocpqpog

152
ODISEA IX

y se sentaba él mismo en la puerta extendiendo los brazos,


por si pillara a alguno queriendo ir afuera con las ovejas:
él esperaba en su mente que fuera yo así de zopenco.
Mas yo cavilaba cómo asaz lo mejor nos saldría, «o
si encontraría, para mí y para mis compañeros, escape
de la muerte; y urdía todo tipo de dolos y astucias,
como al pelear por la vida: un gran mal estaba cercano.
Y ésta a mí, en el alma, me parecía la mejor decisión:
había unos cameros bien nutridos, densamente lanudos, 425
hermosos y grandes, provistos de lana violácea;
a éstos yo ataba en silencio —con juncos bien retorcidos,
sobre los cuales dormía el cíclope, el monstruo ignaro de leyes—,
tomándolos de tres en tres: el de enmedio a un hombre llevaba,
y los otros iban de un lado y de otro, salvando a los míos. 430
Así, tres ovejas llevaban a cada varón; pero yo,
puesto que había un carnero, asaz el mejor de todo el rebaño,
tras sujetar su lomo, deslizado hacia el vientre lanudo
me encontraba, y de su eximio vellón con las manos
trenzado, me mantenía asiduamente, con ánimo firme. 435
Asi entonces, gimiendo, a la divina Eos esperamos.
Al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,
justo entonces, del rebaño los machos salían hacia el pasto,
y en los apriscos, sin ser ordeñadas, las hembras balaban,
pues rebosaban sus ubres. El amo, aun con malos dolores 440
vejado, de todas las ovejas palpaba los lomos,
mientras estaban erectas; de esto, zopenco, no se dio cuenta
de que bajo el pecho de ovejas lanudas estaban atados.
Al final del rebaño, hacia la puerta avanzaba el carnero,
Con su lana cargado, y conmigo, urdidor de artimañas. 445
Y el fuerte Polifemo, palpando a éste, le dijo:

152
HOMERO

< Kpie rcercov, tí poi ©Se Siá anéoc, egooo priXrov


ISoiaTog; oí) ti rcápot; ye XeÁEipgévog Ep%£ai oi©v,
aXXá JioZí) TtpcúTog végeai TEpEv ’ áv0£a rcorqc;
450 paKpá fhpáq, KpcÓTog Se poág rcoTapov átpiKavEig,
TtpÓTog Se GTaOgóvSE XiXaÍEai áKovéeoOai
eanépiog- vov ocote rcavóaTaTO<;. ij aó y’ ávaKTog
ó(p8aXpóv KO0£Eig; tov áviip kccko^ e^aXácooE
aí)v Xoypoio’ ETÓpoiGi, SagaoGtxgEvoc; (ppévag oivw,
455 OoTig, OV OÍ) TC© (prjgl 7l£(poyg£VOV EggEV 6A,£0pOV.

El Sti SgoqjpovEoic; 7coTi<p©vriei<; te yévoio


EÍTCEtV, OTCTCT1 KElVOg EgOV g£VO^ TlAzXGKÍX^El’
t© ke ol éyK£<paXó<; y£ Siá anéoc, áXXt)Si<; áXXr)
0£ivogÉvoo paíoiTO Tipóg oíSSeí, KaS Se t’ epóv Krjp
46o AxoqyriGeiE Kcnaov, tó goi oÓTiSavóg rcópEV OuTig >.
(ÓQ £17C©V TOV KplOV «710 £0 TtEgftE 0Ópa^£.
eX0óvte£ 8’ TjPaióv arcó gkeíoix; te koci aóXfj<;
jtpcoTog í)7t’ ápvEioo Xoógnv, otceXugoc 8’ ETaípoix;.
KapTtaXígcog Se Ta gf|Xa TavaórcoSa, rcíova Sripw,
465 TtoXXa K£plTpO7C£OVT€g éXaóvogEv, otpp ’ éiti vfja
IkÓJ1£0’' ácitáoiOl §£ tpíXoio’ ETÍXpOlGl tpaVT|g£V,
oí tpóyojxev 0ávaTov • toíx; Se gtevíxxovto yowvTec;.
áXX’ éy© oí)K eí©v, ává S’ ótppóoi veóov EKaoTto,
kÁocÍeiv • áXX’ EKÉXEOGa 0o©g KaXXiTpi%a gf|Xa
47o 7ióXX’ év VT|Í paXóvTa<; etukXeív aXpupov oScop.
ol 5’ aiy ’ EÍoPaivov Kai érci kXtjígi Ka0í£ov,
E^ÍK S’ E^ópEVOi KoXtiiv áXa tóktov épETpoi;.
áXX’ OTE tóggov áftTjv, oggov TE yéy©v£ Porica;,
Kal tót ’ éy© KÓKÁawia 7ipoar|óS©v KEpTogioioi •
475 < KókX©v» °ók ocp’ égeXÁE^ avaÁKiSog avSpot; £Taipov<;
eSpevai év GTCffi yXatpop© KpaTEpótpi Pl1Wl-

153
ODISEA IX

‘¡Mi carnero! ¿Por qué, de la gruta así te moviste, al final


del rebaño? En general, nunca vas rezagado tras las ovejas,
mas, con mucho el primero, tierna flor de la hierba disfrutas,
a largos trancos yendo; el primero, llegas del río a la corriente;
el primero, deseas vivamente volver al establo
por la tarde; empero, hoy eres el último. ¿Acaso de tu amo
extrañas el ojo? A éste cegó del todo un hombre cobarde
con sus compañeros viles, domando mi mente con vino,
Nadie, el cual, te aseguro, no está libre aún de la muerte. «5
Ah, si pensaras como yo, y estuvieras dotado del habla,
para decir por dónde aquél de mi furia se esconde;
entonces, golpeado, sus sesos acá y acullá por la gruta
pedazos se harían contra el suelo, y mi corazón
reposaría de los males que Nadie me ha hecho, el nadilla’. 460
Dicho esto, dejaba ir desde él hacia afuera al carnero.
Tras alejarnos algo de la gruta y su cerca, de abajo
me soltaba yo del carnero, y de abajo solté a mis amigos.
Pronto, a las ovejas de paso tendido, pingües en grasa,
conducíamos, mucho volteando la testa, hasta que al barco 465
llegamos; y gratos para los caros amigos aparecimos,
quienes huimos la muerte; por los otros lloraban gimiendo.
Mas no permitía —a cada uno, señas hacía con las cejas—
que siguieran llorando; ordené que presto, echando a la nave
las muchas reses de hermosa lana, en el agua salobre bogaran. 470
Se embarcaban de prisa y se ponían junto a las chumaceras
y, sentándose en fila, el canoso mar con los remos golpeaban.
Mas cuando yo distaba tanto, cuanto se hace oír el que grita,
entonces yo, con palabras de ultraje, al cíclope dije:
‘Cíclope, no de un hombre cobarde a los compañeros 475
debiste de comer con gran violencia en tu cóncava gruta.

153
HOMERO

Kai Xit^v ae y’ ejxeXXe KixnaeaOai kcckóc epya,


g%£tXi’,ercei ^eívoix; oú% Óc^eo acp évi ovkco
éa0ep,evav xa> ae Zeix; xeíaaxo Kai 0eoi aAAoi >.
<80 ~ ®gé(pá}iriv,ó 6’eKeua/oXóaaTo KT1PÓ01 p&AXov-
fixe 5’ árcoppT^aq Kopixpnv ópeo<; peyáXoio,
KctS S’ efkxÁe 7tpO7cápoi0e veó^ Koavoirpcópoio
[xdx0ov, ¿Seóriaev 8’ oirfiov aicpov ucéaOai.]
eKÁúa&n Sé 0áXaaaa Kaxepxopévrig írcó rcéxpri<;-
<85 xryv S’ ay ^TieipóvSe rcaXippó0iov (pepe KÍ>pa,
rcX'rig'upiq ¿k tcovxoio, 0épcoae Sé /épaov ÍKea0ai.
amáp éycó xeípeaai AaPcov KepiprjKea kovxov
óaa Jtapéá,- éxápoiai S’ ércoxpvvai; EKeÁe'üoa
[égPaXéeiv k<»7lt|g’, iv’ i)7iéK KaKÓxr|xa (pvyoigev,]
«o Kpaxí Kaxaveóoov • oí Sé icpoKeaóvxeg épeaaov.
áAÁ’ oxe Sr| 8l<; xóaaov áXa Kpi^aaovxei; a7cfipev,
Kai xóxe Stj KÓKÁeorca rcpoarvóScov • ápxpí S ’ éxaipoi
geiXixíoia’ ercéeaaiv éprixoov áXXo0ev akXoQ-
< axéxZie, xúrx’ eOéAeii; épe0i£épev áyptov ávSpa;
495 og Kai vw kovxovSe paÁxov péXog ríyaye vfja
auxic; ég rfaeipov, Kai Stj <pápev amó0’ óXéa0ai.
ei Sé yOey^ajxevoo xeo i] aóSriaavxoi; aKouae,
aóv Kev ápa^’ ripécov K£<paÁa<; Kai vrjia Soopa
pappápíp oKpióevxi $aÁcov • xóaaov yáp irjaiv >.
500 coi; (páoav, áÁX’ oó keí0ov éjróv (xeyaXrjxopa 0opov,
áZÁá piv áyoppov %poae(pT|v kekoxt|Óxi Oopqr
< KÓKÁcoy, ai kev xí<; ae KaxaOvrjxcov ávOpówv
óípOaÁ^ioo ei'prjxai áeiKeAÁrjv áAaoxóv,
(páa0ai ’0Svaar|a 7txoXircóp0iov é^aXaoaai,
505 uiov Aaepxe®, ’lOáicrj evi oíkí’ exovxa >.
coc; ¿(pájirjv, ó Sé p’ rjpeíPexo go0<p-

154
ODISEA IX

Desde luego, debían de alcanzarte tus malas acciones;


cruel pues no temías comer en tu propia morada
a tus huéspedes: Zeus y los otros dioses te han castigado .
Así dije, y él, luego se airó mucho más en su pecho; 4Í
y desgajó y lanzó de una grande montaña la cresta,
y golpeó adelante de la nave de proa cerúlea,
sólo un poco, no logró llegar del timón a la punta;
solevantóse la mar, al caer de la roca; y llevaba,
refluyendo, de nuevo hacia tierra a la nave el oleaje, w
cual pleamar desde el ponto, y la forzó a llegar a la playa.
Mas yo, tomando en las manos una larguísima pértiga,
la empujé afuera, al lado, y apremiando ordené a mis amigos
arrojarse a los remos, a fin de escapar de la ruina,
con la testa insinuando: ellos, curvándose al frente, remaban. 490
Mas cuando, surcando el mar, distábamos doble distancia,
entonces, yo intentaba hablar al cíclope; en torno los míos,
de un lado y de otro, querían disuadirme con dulces palabras:
¡Obstinado! ¿Por qué deseas irritar a un hombre salvaje?
Recien, disparando un disparo hacia el mar, llevó nuestra nave 495
de nuevo a la playa, y ya pensamos que allí moriríamos.
Si él escuchase a alguno emitiendo sonidos o hablando,
rompería las cabezas nuestras y los palos del barco,
tirando con una piedra filosa: tan fuerte dispara’.
Asi decían, mas a mi corazón magnánimo no persuadían, 500
sino que con el corazón airado le dije de nuevo:
Ciclope, si acaso alguno de los hombres mortales
te pregunta por la indecorosa ceguera de tu ojo,
ras que te ha cegado Odiseo, el destructor de ciudades,
di
el hijo de Laertes, el que en ítaca tiene su casa’. 505
Así dije, y él, lamentándose, respondió con palabras:

154
HOMERO

< <0 rcórcoi, i) gáka 8ti g£ rcaXaupaxa 0£oq>a0’ iKavEi.


egke tic, év0᧣ gávxi<; ávT)p TpSg te géyag te,
TnXego<; EopugíSr^, og gavxoG'óv'p EKEKaoxo
510 Kai gavxEoógEvoí; KaxEyqpa KdkZókeooiv •
og goi £(pT| x᧣ rcávxa x£X£ox'riG£G0ai órcíoo©,
%£lpa>V E^ 'OSugÍIOc; ágapTT|G£G0ai ÓTC(07xf¡<;.
áÁZ’ ai£Í xiva (pcúxoc géyav Kai KaXóv éSéygriv
£v0áS’ £Á,£i)G£G0ai, gEyáXriv ércieigévov áXieqv
515 vov Sé g’ é©v óXíyog te Kai oxmSavóg Kai okikd^
ó(p0akgoi> áXátóGEv, etceí g’ éSagáGGaxo oívcp.
áXX’ áy£ Seí>p\ ’OSogeo, iva xoi rcáp ^EÍvia 0eí©,
TiogK'qv x’ óxpóv© SógEvai ká,dxov évvoGÍyaiov •
xou yáp éy© rcáü; Eigí, rcaxr|p S’ égóg EoxExai Eivai.
520 ai)xó<; 8’, ai k’ é0éÁ,pa’, ixioExai, oü8é tía; áXXog
oíSte 0£©v gaKapcov oiSte 0vxix©v áv0p©rc©v >.
©<; £<pax’, aüxáp éy© giv ág£ipóg£vo<; rcpoaéeircov
< ai yáp 8ti tyoxÍK te Kai ai©vóg ge 8ovaígr|v
eoviv noiTiGag rcégyai Sógov ’'Ai8o<; eíg©,
525 óx; oi)K ótpOaXgóv y’ íijGETai 008’ evogíx0©v >.
©^ é<págnv, ó 8’ erceixa IIoGei8á©vi ávaKXi
euxeto, x£ip’ ópéy©v £Íg oopavóv áaxEpÓEVxa-
< ká,o0i, üoGEÍSaov yair|oxe Kuavoxatxa-
ei exeóv y£ aóc, Eigi, rcaxrip 8’ égóc; Eoxecti £ívai,
530 §o<; gn ’OSixjGfia rcxoXircóp0iov oÍKaS’ ÍKéa0ai,
[olov Aaépxew, ’I0áKfl evi oíkí’ éxovxa.]
áÁX’ eí oí goip’ egxi (píXoix; x ’ íSeeiv Kai ÍKéa0ai
oikov éÜKxígevov Kai éqv ég rcaxpíSa yaíav,
óye KaKfflg éABoi, óAéaag arco rcávxa^ éxaípooc;,
535 vrjóc; érc’ áAÁoxpíriq, eíSpoi 8’ év rcrjgaxa oÍkco >.
©g é<pax’ ei>xóg£vo<;, too 8’ ekXoe KoavoxaíxiK-

155
ODISEA IX

‘¡Ay! Sin duda me ha llegado el antiguo presagio divino.


Aquí, siendo hombre bueno y grande, había un adivino,
Télemo Eurímida, que era insigne en la adivinación,
y, haciendo augurios, envejeció entre los cíclopes; v
él me dijo que, un día, todo esto tendría que cumplirse,
que a manos de Odiseo, de la vista sería yo privado.
Mas siempre esperé que algún grande y hermoso varón
aquí iba a venirme, uno dotado de gran fortaleza;
mas hoy, uno que es un enano y nadilla e imbécil 5i:
me ha cegado del ojo, después de domarme con vino.
Ven aquí, Odiseo, a que te ofrezca los dones del huésped,
y pida al noble que agita la tierra darte una escolta,
porque yo soy su hijo, y se precia de que él es mi padre.
El mismo, si quiere, habrá de curarme; otro, ninguno, 520
ni de los dioses felices ni de los hombres mortales’.
Así habló, y yo, respondiendo, le dije:
'Ojalá que, tras haberte privado de aliento y de vida,
a la casa de Hades yo hubiera podido mandarte,
como a tu ojo no habrá de curar ni el que agita los suelos’. 525
Así dije, y él, luego, al señor Posidón
imploraba, ambas manos tendiendo hacia el cielo estrellado:
Escucha, peliazul Posidón que recorres la tierra:
si en verdad soy tuyo, y te precias de que eres mi padre,
da que Odiseo, destructor de ciudades, no llegue a su casa, 530
el hijo de Laertes, el que en ítaca tiene su casa.
Mas si está destinado que vea a sus amigos y llegue
a su casa, que está bien construida, y a su tierra paterna,
que vuelva tarde, mal: perdiendo a todos sus compañeros,
en nave extranjera, y encuentre ahí, en su casa, infortunios’. 535
Así dijo, implorando, y el Peliazul lo escuchaba.

155
HOMERO

awap ó y’ e^oánig rcoXi) pEÍ^ova Xáav áeípa;


n*’ £7ci8ivTiaa<;, énépeiae 8é ív ’ áTréXeGpov •
xaS’8’ epaXev p£xÓ7tia0£ vsóg Küavorcpcppoio
54o xox0óv, eSevriaev 8’ oirfiov aKpov ucécOai.
ekXÚoOti Sé BáXaaoa KaTepxo¡xév'q<; írco TCExpr^-
W Sé Tipóaco <f>épe xopa, BéptoaE Sé xépaov hdaBai.
~ áXX’ ore Sr) xtiv vflaov á<piKÓp£0’, évBa rcep aM,ai
vrie<; éoooeXjxoi pévov áBpóai, áptpi S’ éxaipoi
545 £Íax ’ óSo pópsvoi, ripéa$ KoxiSéypEvoi aÍEi,
vfja pév evB’ ¿XBóvxEg ¿KÉXaapEv év yapáBoiaiv,
[ek Sé Kai aóxoi pqpEV etei pnypivi BaÁáaartg.]
pr^Xa Sé K'ÚKÁamog yXa(popfj<; ek vrjó<; éXóvx£<;
Saaaáp£0’, ex; pq xí<; poi áxEpPópEVog kíoi íaqg.
55o ápvEióv 8’ époi oíco £'ÜKvri|xiS£<; éxaipoi
pqXcov Saiopévcov Sóaav £^o%a- xóv 8’ érc! Bivi
Zqvi KEÁxxivEtpei KpovíSp, o^ naaiv áváaaEi,
pé^ag prjpí ’ £Kaiov • ó 8’ orne épitá^Exo ipcov,
áXX’ o ye pEppnpi^ev, ojegx; árcoXoxaxo rcáaat
555 vqg<; éoaaEXpoi Kai époi épíqpEg éxaipoi.
ca^ xóxe pév upórcav qpap eq rjEÁiov KaxaSovxa
r|peBa Saivópevoi Kpéa x’ áoKExa Kai péBo t¡So ♦
qpog S’ qéXioc; KaxeSn Kai etcí Kvétpag fjXBe,
Si) xóxe KOipnOrpiEV £7ii pqypivi 0aXaaar|<;.
56o qpo^ 8’ ripiyéveia (pávq po8oSáKxoXo<; Hox;,
8q xóx’ éycov éxápoiaiv Eicoxpóva^ EKeXeoaa
aóxoó^ x’ ápPaíveiv ova, xe Kpopvqaia Xvaat
ol 8’ aixp eíopaivov Kai érci KXqíai Ka0í£ov,
é^rv; 8’ é^ópevoi rcoXiriv aXa xvtcxov Epexpoíi;.
565 evBevSé Kpoxépw rcXéopev aKaxnpevoi qxop,
acpevoi ek Baváxoio, cpíXoix; óXéaavxes éxaípoo^.

156
ODISEA IX

Mas aquél, una piedra mucho más grande alzando de nuevo,


la lanzó, tras girarla, y le impuso una inmensa potencia,
y golpeó por atrás de la nave de proa cerúlea,
sólo un poco, no logró llegar del timón a la punta; 541
solevantóse la mar, al caer de la roca: a la nave
la ola llevó hacia adelante, la forzó a llegar a la playa.
Mas cuando ya llegamos a la isla en donde las otras
naves de buenas cubiertas Juntas estaban, y los compañeros
en torno yacían sentados, gimiendo, esperándonos siempre, 545
entonces, llegando allí, en las arenas la nave atracamos,
y también nosotros salimos, del mar a la costa quebrada.
Las ovejas del cíclope, de la cóncava nave sacando,
dividimos: que nadie, de igual porción se me fuera privado.
El carnero, a mí solo, mis compañeros de grebas hermosas, 550
divididas las reses, me dieron de más. A éste, en la playa
a Zeus Crónida, negro de nubes, que reina entre todos,
lo inmole y quemé sus muslos; mas él no atendía mis ofrendas,
sino que el cavilaba cómo habrían de perderse las naves
iertas, y mis compañeros queridos.
entonces, estábamos todo el día, hasta la puesta del sol,
comiendo con suave vino y carne abundante.
sol se ocultó y la obscuridad sobrevino,
nos acostamos en la costa quebrada del mar.
Mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,
Al
entonces yo mismo, apremiando, ordené a mis amigos
que se embarcaran ellos mismos, y amarras soltaran.
an de prisa y se ponían junto a las chumaceras
en fila, el canoso mar con los remos golpeaban
allí navegábamos más, afligidos del ánimo, 565
a muerte, perdiendo a queridos amigos.

156
10. OAYZZEIAL K

AíoXítjv 8’ ég vfjoov ÓKpiKÓpE©’* ev0o 8’ evotiev


AloXog 'lKKoxá8n<;, <p£Xo<; á0avaTOiai 0eoígi,
rcXoorfi évl VT|a<p- rcaaav 8é te piv rcépi teí/ck;
X<xXkeov áppTiKxov, Áiacrn 8’ ávaSéSpopE rcÉTprj.
5 too Kal SóSeko jcaíSeg évl pEyápoic; yeyáotaiv,
pév 0oyaT£p£g, e£ 8’ mÉ£g T]pa)ovT£<;.
év0’ o ye 0oyaT£pag rcópEV oláaiv Eivai aKovng.
ol 8’ alfil rcapa rcarpl (píXtp Kal prirépi keSvt)
Saívwcai- rcapa 8é atpiv óv filara popía keítoi,
io KviGqEv 8é te 8©pa rcEpiGTEvaxí^ETai aoXfl,
Tapara' vóicrag 8’ oüte rcap’ aíSolpa’ áXóxoiaiv
EoSoOG* £V TE Ta7lT|Ol Kal EV TpTJTOÍGl ZÉ^EOOl.
Kal pév tcüv ÍKÓji£O0a rcóXiv Kal Sópara KaXá.
pf^va Se rcávTa cpíXfii p£ Kal é^EpéfiiVEV EKaaTa,
15 "iXiov ’Apyeúov te véa<; Kal vógtov ’A/aicov •
Kal pév éy© t© rcávra Kara poipav KaréXfi^a.
áXX’ ote 8h Kal éy©v ó8óv pTEov rjS ’ ekeáedov
KEpjtépEV, Ol)8É TI KElVOg ávTJVaTO, TEO%£ 8fi 7COpKT|V
S©K£ 8e p’ EKSEÍpag áOKOV pOÓ<; évVECOpOlO,
20 £v0a Se P'üktócov ávép©v KaTéSr|a£ ke^eoOo •
keivov yáp Tapíriv ávépcov rcolriafi Kpovícov,
ti pév
rcaoépEvaiTiS’ ópvópfiv, ov k’ éOéXpai.
vrp 8’ évl 7X090 pf) koteSei péppt0i (paEivp
ápyopÉri, iva pri ti rcaparcvEÚOEi’ óXíyov rc£p •
25 aoráp épol rcvoií|v C,£<púpoi) rcpoérjKEv áfjvai,
o<ppa cpépoi vfjáí; te Kal aoroóc; • 008’ ap’ epeXXev

157
Libro X

Llegamos a la isla Eolia; en ella habitaba


el Hipótada Eolo, por los inmortales dioses querido,
en una isla flotante. Alrededor de toda ella hay un muro
de bronce, irrompible, y lisa se encumbra la roca.
De él, también viven doce hijos allí en el palacio: 5
seis hijas y seis hijos, de edad floreciente.
A los hijos les dio las hijas, para que fueran esposas.
Ellos siempre, con su padre querido y su madre esmerada
banquetean, y viandas innúmeras yacen ante ellos;
la casa, olorosa de asados, suena alredor en el patio 10
de día; y de noche, al lado de sus honorables esposas
duermen entre cobertores y en camas que están horadadas.
Si, a su ciudad llegamos también, y a su hermoso palacio.
Me hospedó todo un mes, y preguntaba cada detalle,
de Ilion, de las naves argivas, del retorno de los aqueos; 15
y yo le conté todas las cosas conforme a lo justo.
Mas cuando yo mismo pedía mi partida, y rogaba
que me despidiera, él en nada negóse y escolta me puso.
Me dio un odre de un buey de nueve años que había desollado,
y adentro, de los bramantes vientos cerró los caminos, 20
pues el Cronion lo había hecho guardián de los vientos,
a fin de calmar y excitar al que, dado el caso, quisiera.
Lo ato bien en mi cóncava nave, con hilos espléndidos,
de plata, a fin de que nada, ni un poco, exhalara escapando,
y envió a soplar para mí un aliento del céfiro, 25
para que llevara las naves y a mis compañeros. Mas eso

157
HOMERO

ekteáeeiv • aíncov yáp árc©Áóp£0’ ácppaSípaiv.


évvf|pap pév óp©; rcÁÉopev vúktok; te Kai ripap,
TÍ] Sekíxtt} 5’ iiSri áv£<paív£To naipic; ápoupa,
30 Kai Srj KDpKoXéovTag EÁEÍaoopEv éyyug éóvxa^.
EV0’ épé pév yÁDKix; prcvo<; £7i£ÁZap£ KEKprjtírca •
aiEi yáp rcóSa vtjó^ év©p©v, oí Sé t© áXÁxp
S©/’ Eiápcov, 'iva Gaaaov ÍKoíp£0a rcaTpíSa yaiav •
oi S’ ETapoi énEEaai ftpóg áXÁíXoog áyópEoov
35 Kai p’ stpaaav xpoaóv te Kai ápyopov o’ÍKaS’ áyeoOai,
S©pa 7tap’ AióXoo pEyaXrjTopoc; 'IrotoTaSao.
©Se Se tv; eikeokev iS©v &; TtXrjaíov áXXov •
< © jtórcoi, ©£ o§£ rcáai <píZo<; Kai TÍpióg eotiv
<xv0p©rcoia’, ote©v ke tcóáiv Kai yaiav iKrjTai.
4o TioAAá pév ek T poÍTjc; áyETai KeipíXia KaÁá
XifíSog- ÍpEig S’ oSte ophv SSóv ¿KTeÁéoavTeg
oiKaSfi viaóp£0a Keveág aív xeipag e/ovTeg.
Kai vív oi Ta y£ S©ke %api^óp£vo<; (piXÓTTjTi
AÍoXo<;, áXX’ áyE Oaaaov iS©p£0a, otti TaS’ eotív,
45 oaaog tic; %pi>ao<; te Kai ápyupog áaK© eveotiv >.
©<; Etpaaav, PoiAí Se Kaxri viKrjoev £Taíp©v •
áoKÓv psv Xíaav, ávepoi S’ ek tcÓcvtec; opovaav,
toix; S ’ aixg ’ áp7iá^aaa (pépEV kovtov Se OéeAAa

KÁaíovTa^ yaÍT|<; ano 7iaTpíSo<;. aÍTápéy© ye


50 eypópevo^ Kaiá Oopóv apipova pEppipila,
T|£ ft£$©V EK vqo<; a7tO<p0ípT]V EVÍ 71OVT©,
í| áK€©V T^aÍRV Kai ETl ^©oiai PETEÍTIV,
áAA/ etXw Kai epeiva, KaXoyáp£vo<; S ’ évi vrp
keíptjv» ai S’ wépovTo KaKfl ávépoto OoéXXp
55 aSri^ £7t’ AioÁXtiv vtjoov, oTeváyovTO S’ éTaípoo
evOa S’ érc’ rpceípoo Pfjpev Kai átpoaaapeO i)5©p,

158
ODISEA X

no iba a cumplirse: por propia imprudencia en desgracia caímos.


Nueve días navegamos igual, de noche y de día;
al décimo, ya se miraban los campos paternos;
también ya veíamos que estaban cerca los guardas del fuego. 3i
Allí me invadió un dulce sueño, pues estaba cansado:
siempre, las escotas del barco había yo movido; a ninguno
se las dejé, por que pronto a la tierra paterna llegáramos.
Mas mis compañeros, con palabras hablaban entre ellos,
y decían que oro y plata a mi casa llevaba 31
cual regalos de parte de Eolo, el magnánimo Hipótada.
Y alguien así decía, viendo hacia el otro, al vecino:
'¡Ay, ay! ¡Cómo es éste, querido y honrado por todos
los hombres a cuyas ciudades y tierras arriba!
Trae para sí, desde Troya, muchos y hermosos tesoros 40
del botín, mas nosotros, que hicimos el mismo camino,
volvemos a casa teniendo las manos vacías.
Y ahora, generosamente, por amistad, esto le ha dado
Eolo. ¡Ea! Veamos rápidamente qué son estas cosas,
cuanto oro y plata hay, sin duda, adentro del odre’. 45
Asi decían, y venció el mal consejo de mis compañeros.
Desataron el odre, y los vientos, todos, salieron saltando;
la tormenta, presto raptando a los míos, los llevaba llorando
hacia el ponto, lejos de la tierra paterna. Mas yo,
despertando, ponderé adentro de mi ánimo egregio 50
si, de la nave tirándome, debía perecer en el ponto
o debía aguantar tranquilo, y estar todavía entre los vivos.
Mas aguanté y me quedé, y cubriéndome, ahí sobre el barco
yacía; y la mala tormenta de viento llevaba las naves
de nuevo a la isla Eolia, y mis compañeros gemían. 55
Allí, subimos a tierra firme y agua acopiamos, y luego

158
HOMERO

«upa Se Seircvov éAovxo rcapa vriooiv éxaipoi.


aoxap ercei aixoió x ’ ércaaaápe0 ’ rjSé rcoxr¡xog,
Si) xóx’ éy© KrjpDKa x’ órcaaaápevog Kai éxaipov,
60 Pfjv eíg AíóAoo KÁuxá 8©paxa • xóv 8 ’ ¿KÍ/avov
Saivúpevov rcapa p x’ áXóx© Kai oioi xeKeaaiv.
éZOóvxeg 8’ ég 8©pa rcapa axaOpoiaiv érc’ oúSoíj
é^ópeO’- oíS ’ ává ©opóv éOáppeov ek x’ épéovxo •
< rc©g A0eg, ’OSoaeo; xíg xoi KaKÓg éxpae 8aíp©v;
65 fi pév a’ evSuKÉwg árcercéprcopev, o<ppaí'koio
rcaxpíSa ar^v Kai 8©pa, Kai eí rcoú xoi (píXov éaxív >.
©g cpáaav, aóxáp éy© pexecpóveov áxvópevog Krjp-
< áaaáv p’ exapoí xe kokoí rcpóg xoiaí xe iSrcvog
axéxXiog. áXX,’ áKeaaaOe, (píZoi- Sóvapig yáp év ópiv
7o ©g écpápryv paXaKoiai Ka0arcxópevog ércéeaaiv •
oí 8’ ave© éyévovxo- rcaxTjp 8’ xipeípexo pt)0qr
< épp’ ék vTjaoB 0aaaov, éZéy/iaxe £©óvx©v •
oí) yáp poi Oépig éaxi Kopi^épev oí)8’ árcorcéprceiv
ávSpa xóv, og Ke Oeoiaiv árcéxORTai paKápeaaiv.
75 [epp\ ércei áOaváxoiaiv árcexOópevog xóS’ ÍKaveig >.]
©g eírc©v árcérceprce 8óp©v |3apéa axeváxovxa.
évOev 8é rcpoxép© rcXéopev áKaxn^ev01 ÍT°P ’
xetpexo 8 ’ áv8p©v 0opóg órc’ eípeaírig áÁeyeivrjc;
rjpexépri paxírj, ércei oÓKexi cpaívexo rcoprcrj.
so é^npap pév óp©g rcAéopev vÓKxag xe Kai Rpap ’
épSopáxR 8’ ÍKÓpeaOa Aápoi) airci) rcxoXieOpov,
TT|Xérci)Ax)v Aataxpoyovíriv, o0i rcoipéva rcoipryv
T¡rcí)ei eíaeká©v, ó 8é x’ é^eÁá©v orcaKooei.
ev0a k’ ábrcvog ávvjp Soiobg e^gnpaxo pia0oog,,
85 xov pév pot)KOÁ,é©v, xóv 8’ apyixpa pfjXa vopeowv
éyybg yáp voKxóg xe Kai íípaxog eiai KeXev0oi.

159
ODISEA X

junto a las tandas naves los míos su comida tomaron.


Mas cuando nosotros gustamos comida y bebida,
entonces, llevando conmigo a un heraldo y a un compañero,
me fui al ilustre palacio de Eolo; a éste encontré “
banqueteando junto a su esposa y sus hijos.
Tras llegar a la casa, junto las jambas, en el umbral
nos sentamos; se pasmaban en su alma y me preguntaban:
‘¿Cómo viniste, Odiseo? ¿Qué mal numen te ha fastidiado?
En verdad, diligentes te enviamos, a fin que llegaras 6-
a tu patria y a casa, y si a otra parte te era agradable.
Así decían, mas yo hablé entre ellos, dolido en el pecho:
‘Me dañaron mis viles amigos, y a más de ellos, el sueño
maligno. Mas remediadlo, amigos: está a vuestro alcance’.
Así dije, irrumpiendo con suaves palabras; 70
se quedaron mudos. Respondió el padre con estas palabras:
‘Vete de la isla, pronto, de los vivos el más reprochable:
a mí no me es lícito dar acogida ni enviar de regreso
al hombre aquel que es odiado por los dioses felices.
Vete, pues llegas aquí, por los dioses odiado’. 75
Diciendo así, despidió de su casa a quien hondo gemía.
Desde allí navegábamos más, afligidos del ánimo;
por el arduo remar se agotaba el vigor de mis hombres,
por nuestra estupidez: ya no aparecía la escolta del viento.
Durante seis días navegamos igual, de noche y de día; so
el séptimo, al escarpado castillo de Lamo llegamos,
a la lestrigonia Telepilo, donde un pastor a otro pastor,
arreando, le grita al llegar, y el otro, al salir, le responde.
Allí, algún hombre insomne, dos salarios habría conseguido,
uno cuidando bueyes, y otro, pastando blancos rebaños, 85
porque están cercanas las rutas del día y de la noche.

159
HOMERO

evO ércei é<; Aipeva kIdxov pÁ0op£v, óv rcépi nexpp


pliPaxoc; xexdxpke Óiajircepég áp(poxépa)0Ev,
aKxai Sé Kpoplpxet; évavxíai állplpoiv
90 év axópaxi Jipo-ü/oDoiv, ápaip §’ eíaoSó; éaxiv,
év0’ oí y’ eíaco 7cávx£<; é/ov véag ápquElíoaag.
ai pév áp’ evxog0ev Xipévoq koíIoio SeSevxo
rclpoíav oí pév yáp rcox’ óe^exo KÍpá y’ év aóxfij,
oíxe péy’ oíx’ ólíyov, leuicp S’ pv ápcpl yalpvp?
95 aíxáp éyóv oiog oxé0ov é^w vpa pélaivav,
aíxoí érc’ éoxaxip, rcéxppg ek róapaxa Spaac;.
éaxpv Sé aKorcipv é<; rcaircalÓEaaav áveXGróv •
év0a pév oíxe Poa>v oíx’ ávSpfijv tpaívExo Epya,
Kaicvóv S’ oiov ópcopEv arcó %0ovó<; áíaaovxa.
100 §p xóx’ éyóov éxápoix; rcpoípv rc£Ú0£G0ai ióvxag,
oi' xive<; ávépEg eiev ércl %0ovi aixov éSovxeg,
ávSpE Súa> Kpívag, xpíxaxov Kpp'üx’ áp’ órcáaaag.
oi S’ íaav ÉKpávxEg X-EÍpv óSóv, p rc£p ápa^ai
áaxvS’ áíp’ íxpplcov ópecov KaxayívEov ílpv.
105 koí pp Sé ^úpPApvxo rcpó áaxEo^ íSpEBoíap,
0x>yaxép’ üpOípp Aaiaxpuyóvoc; ’Avxicpáxao.
p pév áp’ ég Kppvpv Kax£ppo£xo KallipeeOpov
’ApxaKÍpv • EV0EV yáp óScop rcpoxi áaxx> (p£p£OK0V •
oi Sé rcapiaxápevoi rcpoa£<pa>v£ov ek x’ épEovxo,
no og xig xcovS’ EÍp paailEÓc; Kai oiaiv avaaaoi.
p Sé pal’ aíxiKa rcaxpó<; ércéíppaÓEV DvpEpecpeg Ó®.
oi S’ ércei EÍaplOov kloxá Scopaxa, xpv Se yovaiKa,
Eopov oapv x’ Óp£o<; Kopxxppv, Kaxá S’ eoxuyov aíxpv
p S’ anj/’ é% áyopp<; éKálei kAdxóv ’Avxupaxpa,
H5 ov rcóaiv, o<; Sp xoiaiv éppoaxo Ivypov oleOpov.
aíxíx’ eva pápipag éxápcov órclíaaaxo Seírcvov-

160
ODISEA X

Ahí, cuando llegamos al ínclito puerto —en su entorno una roca


enriscada se extiende continuamente de un lado y del otro,
mientras dos prominentes quebradas, opuestas entre ellas,
se hallan ante su boca, y por ello la entrada es estrecha—, *
todos detenían adentro las naves de dos curvaturas.
Ellas yacían atadas en el interior del puerto ensenado,
cercanas, porque en éste nunca se hinchaban las olas
ni pequeñas ni grandes, mas en torno había diafana calma.
Pero yo, solo, detuve afuera mi negro navio, 9-
justo allí, en el extremo, atando desde una roca los cables.
Y me paré, tras subir a un abrupto lugar elevado:
allí no se miraban trabajos de bueyes ni de hombres,
mas sólo veíamos humo alzándose desde la tierra.
Yo mismo entonces envié compañeros, que fueran a ver 100
qué hombres, que comen pan, había en esa tierra:
elegí a dos hombres, y mandé a la vez a un tercero de heraldo.
Partiendo, iban por un camino llano, por el que los carros
a la ciudad, de los altos montes transportaban la leña.
Ante la ciudad, a una joven que iba por agua encontraron, 105
a la hija robusta de Antífates, el lestrigón.
Ella, pues, había bajado a la fuente de bella corriente,
aArtacia: desde allí, a la ciudad transportaban el agua.
Ellos, acercándose, le hablaron y le preguntaron
quién era su rey, y entre quiénes mandaba;
ella muy presto indicó de su padre la casa de alta techumbre.
Ellos, cuando entraron al ilustre palacio, a su esposa
encontraron, cual cresta de un monte; aterráronse ante ésta.
Ella, al instante hacía llamar del ágora al ínclito Antífates,
su esposo, el cual les urdió una muerte funesta. 115
Al punto cogiendo a un compañero, lo preparó cual comida;

160
HOMERO

tcú Se Sd ’ ái^avTe (poyp ércl vfjag ÍKeo0r|v.


aoxáp ó Teo%e (3ot]v 8ia áoTeog- ol 8’ áíovTeg
cpoíxíov vp0ipoi AaioTpoyóveg áXAo0ev áZ^og,
120 popíoi, ot)K ávSpeoaiv éoiKÓTeg, áXXá ríyaoiv.
oí p’ ano 7ieTpá(ov áv8pa%0éai xeppaSíoiai
PáÁZov • áípap Sé KaKÓg KÓvapog Kara vflag ópópei
ávSptbv t’ óAAopévov vricbv 0’ apa áyvopevácov •
iX0og 8’ a>g rceípovTeg áraprcéa Saira (pepovra.
125 o<pp ’ ol raóg oXekov Aipévog 7raAopev0éog évrág,
ráíppa 8’ éyá) ^í(pog ó§b épooaápevog napa pnpoí>
tcú ara neíopaT’ eraya veóg KuavoTCpcppoio •
aí\pa 8’ époia’ CTapoiaiv éraTpóvag éKéXeooa
ép^aXéeiv KÓrcpo iv ’ ÓTceK KaKÓxrira (póyoipev •
i3o ol 8’ apa návTeg áveppnj/av, SeíaavTeg oAe0pov.
áoTcaaítog 8’ ravrav £7ir|p£(peag (poye Ttexpag
vipig épri • aorap al áÁAai áoAAéeg aÓTÓ0’ oXovto.
év0ev 8é rcpoTepa) rcAéopev ¿Kaxnpevoi faop»
áopevoi ¿k 0aváraio, (píAoog óXéaavTeg eraípoog.
135 Aíavqv 8’ ég vfjoov á(piKÓpe0’- ev0a 8’ évaie
KípKq éonXÓKapog, Seivfi 0eóg aóSrieaoa,
aoTOKaaiyv'n'rri óAoóíppovog Aífjrao’
ápcpco 8’ ¿KyeyaTriv (paeoipPpórao ’HeXíoio
piytpóg t’ £k néparig, tt|v ’ílKeavog TeKe rcaiSa.
i4o év0a 8’ en ’ aKTÍjg vip Karqyayópea0a oicoinj
vaóÁoyov ég Aipeva, Kai Tig 0eóg fiyepóveoev.
ev0a tót’ eKpávTeg 8óo Tapara Kal 8óo vÓKrag
Keípe0’, ópoo KapáTW Te Kal áAyeoi 0opóv eSovieg.
áAA’ ot£ 8fi tpítov ^|xcxp éorcÁÓKapog TeXeo’ ’Hcog,
145 Kal tót’ éyóv épóv éyxog eÁxov Kal cpáayavov ó^o
KaprcaAípcog rcapa v^óg ávfpov ég rcepuorcóv,

161
ODISEA X

los otros dos, presurosos, en fuga a las naves llegaron.


Mas él daba el grito de guerra por la urbe; aquéllos, oyendo,
se reunían de acá y de acullá, los lestrigones robustos,
incontables, no semejantes a hombres, sino a los gigantes.
Desde las rocas, con piedras del peso que es carga de un hombre
tiraban: entre las naves se alzaba un estrépito horrendo
de mis hombres muriendo, y también de las naves trizadas;
y tras ensartarlos cual peces, los llevaban, molesta comida.
Mientras los aniquilaban adentro del puerto profundo, 125
yo, en tanto, sacando la aguda espada adyacente a mi muslo,
corté con ella los cables de la nave de proa cerúlea.
Y de inmediato, apremiando, ordené a mis amigos
arrojarse a los remos, a fin de escapar de la ruina.
Y ellos, todos a una remaron, temiendo la muerte. 130
Gratamente, rumbo al ponto, huyó de esas rocas colgantes
mi nave; las otras, empero, en flota, allí se arruinaron.
Desde allí navegábamos más, afligidos del ánimo,
gozosos de huir de la muerte, perdiendo a queridos amigos.
Y llegamos a la isla Eea: en ella habitaba 135
Circe de hermosos rizos, diosa terrible, dotada del habla,
autentica hermana del peligrosamente hábil, de Eetes;
ambos eran hijos del Sol, que da luz a los hombres,
y de Perse, la madre, que el Océano engendrara cual hija.
Allí a la ribera, con la nave, en silencio arribamos 140
a un puerto anclable, y nos guiaba alguna deidad.
Allí entonces, saliendo a tierra, dos días y dos noches
estuvimos, royendo el alma a la vez con dolor y fatiga.
Mas, cuando cumplió el tercer día Eos de rizos hermosos,
entonces yo, tomando mi aguda espada y mi lanza, 145
pronto, desde la nave subía a un lugar de vista espaciosa,

161
HOMERO
5/
El
„ JCCO^ epya íSoipi Ppoxwv évoróiv xe ituGoíariv.
eayqv Se okokit,v é? JtauraXóeaaav áveXGóv,
Kai poi éeíaaxo Kajxvó? aró z0ovó<; eüpvoSevnc
'5° KipKTit; év peyápoiai Siá Spopá wvKvá Kai vÁ^v
lieppnpiSa 8’ éjteixa Kaxá ippéva Kai Kaxá Oopóv
eÁBeiv qSé rci)0éo0ai, ércei íSov aí0orca Karcvóv.
©Se Sé poi (ppovéovxi SoáacaxoKépSiov eívai,
upare’ éX0óvx’ érci ví^a 0opv Kai 0iva GaZáaa^
155 Seírcvov éxaípotaiv Sópevai rcpoépev te rco0éo0ai.
áXX’ ote Sq ctxeSov qa ki©v veó<; ápcpieZiaaqg,
Kai tote xú; pe 0e©v óXoípópaxo poovov éóvxa,
og pá poi íyÍKeparv é'Áaipov péyav eig óSóv aúxqv
tjkev. ó pév rcoxapóvSe Kaxqiev ek vopoí» óZr^
160 rciópevcx; • Sq yáp piv e%ev pévog qeXíoio.
xóv 8’ éy© EKpaívovxa Kaxá Kvqaxiv péaa varea
rcXq^a- xó S’ ávTiKpi) Sopo %áÁKeov é^ercépqoe,
KaS 8’ erceo’ év Kovíqoi paK©v, arcó 8’ ércxaxo 0upó<;.
t© 8’ éy© épPaiv©v Sopo %<xákeov é£, ©xeiÁq<;
165 eípooápqv • xó pév aó0i KaxaKÁiva<; erci yaiq
eíaa’- aóxáp éy© orcaaápqv p©rcág xe Xóyoog xe,
rceiapa 8’ óoov x’ ópyoiav éooxpe<pé<; áp<poxép©0ev
rcXe^ápevo^ oovéSqoa rcóSag Seivoio rceXópoo,
Pqv Sé KaxaXXo^áSia <pép©v érci vficc péAatvav,
i7o eyyei épeiSópevcx;, ércei oo rc©g qev érc ©pov
yeipi «pépeiv éxépq • páXa yáp péya 0qpíov í|ev.
KaS’ 8’ épaXov rcporcápoi0e veó^, ávéyeipa S exaipoix;
LLEiÁvzíoia’ ércéeooi rcapaoxaSóv ávSpa eKaoxov •
< & tpíXot, oó yáp rc© mxaSoaópeS áxvopevoi rcep,
175 ek ’A'iSaoSópaosrcpiv pópoipovqpap erceAtfq
áXX’ áyex’, óq>p’ év vqi0oq Pp©akxe rcoai<;xe,

162
ODISEA X

por si mirara trabajos de humanos u oyera sus voces.


Y me paré, tras subir a un abrupto lugar elevado,
y me apareció el humo desde la tierra de vías espaciosas,
en las salas de Circe, entre encinares tupidos y selvas. 150
Entonces, yo ponderé en mi mente y en mi alma
el ir e indagar, pues había visto el humo sombrío.
Pensando, me pareció que era mejor de esta manera:
que, yendo antes a la nave veloz y a la playa del mar,
diera comida a mis compañeros y a indagar los enviara.
Mas cuando, al ir, me acercaba a la nave de dos curvaturas,
entonces, algún dios se dolió de mí, que solo me hallaba,
y él, un gran ciervo de altos cuernos al mismo camino
me envió; éste bajaba hacia el río desde el pasto del bosque,
a beber, porque ya lo agobiaba la fuerza del sol.
Cuando él salía, por el espinazo en medio del lomo,
lo golpeé: lo atravesó de lado a lado mi pica broncínea;
cayó en el polvo, balando, y su vida hacia afuera voló.
Poniendo sobre él mi pie, de la herida mi pica broncínea
saqué. Luego, deponiendo allí a ésta, en el suelo 165
la dejé, y yo arranqué varejones y juncos; con ellos
torciendo un cable, cual de una braza, de un lado y del otro
—quedó bien trenzado—, amarré los pies de ese monstruo terrible
y, llevándolo en la cerviz, me fui para el negro navio
apoyado en mi lanza, pues no era posible llevarlo 170
en el hombro, con la otra mano: era muy grande la fiera.
Lo tiré ante la nave, y yo reanimé a mis amigos,
a cada hombre, estando a su lado, con dulces palabras:
Amigos, aun estando afligidos, aún no bajaremos
a la casa de Hades, antes de que llegue el día destinado. 175
en rauda nave
¡Ea!laMientras haycomida y bebida,

J62
HOMERO

pvT]GÓpe0a Ppópqg pr]8é TpoxcópeOa Arpeo >.


cog éepápryv, oi 8’ coica époia’ énéeaai tcíOovto•
ek 8é KaAovápevoi napa 0iv ’ áAog azpoyÉToio
i8o 0T|T|aavT’ éÁaepov • páAa yáp péya Qppíov f]ev.
aveáp ércei Tápjrqaav ópeópevoi óep0aApoiai,
Xeípag viyápevoi teÓ/ovi’ épiKüSéa Sairca.
cog tote pév rcpórcav ?ipap ég r]éAiov KaTaSóvTa
rípeOa Saivópevoi Kpéa t’ exonera Kai pé0i> r|8í) •
i85 T|pog 8’ T]éAiog KarcéSo Kai érci Kvéepag t]A0£,
St| tote KoipTiOrjpev érci priypivr 0aAáaar]g.
f]pog 8’ T|piyév£ia epcxvri poSoSaKTüAog ’Hcog,
Kai tót’ éycov áyopryv Oépevog pera rcaaiv eeircov •
[< kekAdte peo pó0©v, KaKa rcep rcáaxovTeg ETaípoi-]
i9o © cpíAoi, oó yáp í8p£v orcr] ^óepog oi)8’ orcp rjcóg,
oó8’ otct] rjéAiog cpaEaípppoTog eíg’ írcó yaiav,
ov>8’ orcr] áwEtTav áAAá eppa^©p£0a 0áaaov,
eí Tigér’ éaTai priTig- éy© 8’ oí)K oíopai Eivai.
eiSov yáp okotcit]v ég rcaircaAóeaaav áv£Á0©v

195 vf)aov, ttjv rcépi rcóvTog árcEÍpiTog éaT£epáv©Tai.


avrq 8é x0apaAf] KEÍTai* Karcvóv 8’ évi penar]
éSpaKov óepOaApoiai 8iá 8pi)pá rcuicvá Kai oAr]v >.
cog éqxxprjv, toígiv 8é KaT£KÁáa0r] epíÁov Tfrop
pvT]aapévoia’ épycov AaraTpuyóvog ’AvTicpárao
200 KÓKÁtíwróg te pír]g peyaÁrjTopog ávSpocpáyoio.
KÁaiov 8é Aiyéeog, 0aXepóv KaTa SexKpi) xéovTeg-
áAA’ oí) yáp Tig rcpíi^ig éyívero pupopévoiaiv.
aÓTap éy© 8íxa rcávTag éÜKvrjpióag ETaípoug
rjpíOpeov, ápxóv 8é pee’ ápepoTEpoiaiv orcaaaa-
205 xcov pév éy©v rjpxov, t©v 8’ EupúAo/og 0eoei8tií.
KArjpoug 8’ év küvét] x<xAkt]peí rcáAAopEV anca-

163
ODISEA X

en comida pensemos, y por el hambre no nos gastemos .


Así dije, y ellos al punto obedecieron mis órdenes;
y tras develarse, en la playa del mar que se agita incansable
admiraban el ciervo, pues era muy grande la fiera. 1S
Y cuando ellos se hartaron de ver con sus ojos,
tras lavarse las manos, un eximio banquete aprestaron.
Así entonces, estábamos todo el día, hasta la puesta del sol,
sentados, comiendo con suave vino y carne abundante.
Mas, cuando el sol se ocultó y la obscuridad sobrevino, 18
entonces nos acostamos en la costa quebrada del mar.
Al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,
entonces yo organicé una asamblea y hablé en medio de todos:
‘Oíd mis palabras, compañeros, aun sufriendo desgracias.
Amigos, no sabemos dónde es Poniente ni dónde es aurora, 19(
ni dónde el sol, que da luz a los hombres, se oculta en la tierra,
ni dónde sale. ¡Ea! Consideremos rápidamente
si todavía habrá algún consejo; yo no pienso que exista.
Pues, tras subir a un abrupto lugar elevado, miré
la isla; en torno a ella, cual corona está el ponto infinito. 195
Ella misma se encuentra poco elevada; humo en su centro
vi con mis ojos, entre encinares tupidos y selvas’.
Así dije, y el corazón querido se les hizo pedazos,
recordando los hechos de Antífates, el lestrigón,
y la violencia del antropófago, magnánimo cíclope. 200
Lloraban a gritos, vertiendo muchísimas lágrimas;
mas, lamentando, no había para ellos ninguna ganancia.
Y yo, a todos mis compañeros de grebas hermosas
enumeré bipartiendo, y asigné entre ambos grupos a un jefe;
de unos, yo era jefe; de otros, Euríloco, símil a un dios. 205
En un yelmo provisto de bronce aprisa movíamos las suertes,

163
HOMERO

ek6 £0ope KXrjpog peyaXrjxopog EopnZóxoio.


pB 6 íevai, apa xro ye Suco Kai eíkog’ éxaípoi
KXaiovxeg- Kaxá 5’ áppe Xítcov yoócovxag Ó7iia0ev.
210 eopov 8 ’ év priGGTiGi xexoypéva Scópaxa KípKqg
^egxoígiv XáeGGi, rcepiGKÉTrxtó évi xrópcp.
áptpi 8é piv Xúkoi T¡Gav ópeGxepoi r|8é Xéovxeg,
xoog aúrq K<xxé0eÁ£ev, ércei KaKa tpáppaK’ eScoKev.
OÚ8’ oí y’ á>ppri0r|aav érc’ ávSpáaiv, áXV apa xoí ye
215 o”ópf¡Giv paKpfloi 7tepiaaaívovxeg ávéaxav.

®g 8’ ox’ áv ápxpí ávaKxa KÚveg SaírqGev íóvxa


oaívcoo’ • aiei yáp xe <pépei peikíypaxa ©opon •
cog xoi)g áp<pi XÓkoi KpaxepcüVDxeg fi8e Xéovxeg
aaivov • xoi 8’ eSSeiaav, ércei í8ov aivá ftéXcopa.
220 éoxav 8’ év rcpo0x)poiai 0eag KaÁÁircXoKapoio,
KípKqg 8’ évSov aKouov áei8ox>GTig órci KaVj,
ígxov ércoixopévrig péyav ápppoxov, ola 0eá<ov
Xercxá xe Kai xaPÍ£VTCt Kai áyXaá epya rcéXovxai.
xoígi 8é pó0G)v rjpx£ rioXíxiig, opxapog ávSptov,
225 og poi KqSiGxog éxápcov r|V KeSvóxaxógxe-

< © cpíÁoi, évSov yáp xig EKOixopévri péyav ígxov


KaÁov áoiSiáei, SárceSov 8’ árcav ápcpipepuKev,
fj 0eóg ríe yuvri • áXXá <p0£yy(ope0a 0aaaov >.
¿og áp’ é<pá)VT|G£v, xoí 8’ écp0eyyovxo KaXeovxeg.
230 f| 8’ aity’ é^£Á,0oí>Ga 0úpag w’í^e cpaeivág

Kai KaXei- oí 8’ apa rcávxeg aiSpeipoiv ercovxo-


EopóÁoxog 8’ írcépeivev • oíaaxo yáp SóXov eivai.
eioev 8’ eiaayayoáaa Kaxá KÁiGpoog xe 0povot>g xe,
év Sé ocpiv xopóv xe Kai áX<pixa Kai péAi xrópóv
235 oivcp npapveícp éKÓKa- ávépiaye 8é aireo

(páppaKa Á/óyp’, iva rcáyxxi Xa0oiaxo rcaxpiSog amg.

164
ODISEA X

y saltó hacia afuera la suerte del magnánimo Euríloco.


Presto se fue, y con él veintidós compañeros
llorando, y nos dejaron atrás, a nosotros gimiendo.
En el valle hallaron la casa de Circe, bien trabajada 210
con piedras pulidas, en un lugar por doquiera visible.
Alrededor de aquélla había montaraces lobos y leones,
que ella había hechizado tras darles sus fármacos malos.
Ellos, sobre mis hombres no se lanzaron, mas ellos
con sus largas colas haciéndoles fiestas en torno, se alzaron. 215
Como los perros, alredor de su amo al venir de un banquete,
hacen fiestas, pues siempre trae algo que a su ánimo agrada,
así, a su alredor, los lobos y leones de garras potentes
hacían fiestas. Temieron, al ver esos monstruos terribles.
Se pararon en el portal de la diosa de rizos hermosos, 220
y oían a Circe que, adentro, con voz hermosa cantaba,
moviéndose ante una gran tela, divina, cual de las diosas
son las labores: sutiles, graciosas y espléndidas.
Comenzó a hablar entre ellos Polites, príncipe de hombres,
que me era el más caro y atento de los compañeros: 225
Amigos, recorriendo una tela grande, alguien adentro
canta hermosamente —alredor todo el piso resuena—,
una diosa o una mujer. ¡Ea, gritémosle pronto!’
Así dijo, y ellos gritaban, llamándola.
Ella al punto, saliendo, les abrió las puertas lucientes 230
y los invitaba. Todos a una, ignorantes, iban tras ella;
pero Euríloco atrás se quedó, sospechando que era un engaño.
os introdujo y los hizo sentar en sillones y en tronos,
y queso, harina de cebada y miel amarilla con vino
pramnio mezclóles, mas diluyó en la comida funestos 235
farmacos, a fin que del todo olvidaran su tierra paterna.

164
HOMERO

aíláp ETCEl S©KEV TE Kai EK7UOV, aWK’ ETCElTa


pápScp 7i£7iX,T|Ybia KOtTa aocpEoiGiv EEpyvi).
oi Sé go©v pév £%ov KEtpaÁa^ (pcovTjv te xpí/ag te
240 Kai Sépag, oroxáp voíx; tjv eptceSoc; ©<; tó rcápoc; TCEp.
©<; oi pév KÁ,aíovx£g eépxorco • toígi Sé Kípicri
uáp ócküXov páXavóv x’ epaXev Kaprcóv te Kpav£Íri<;
éSpEvai, oía güe^ xapaiE'üváÓEg aíév eSodgiv.
E'ópóXoxog 5’ ay íiX0e Oorv ekí ví^a péXaivav,
245 áyyEXÍTyv Exápcov Epéíov Kai áSEDKÉa Jióxpov.
ooSe ti £K<páo0ai Sóvaxo Ercog, iépEvóc; 7i£p,
Ki}p áxei peyáÁ© p£poÁ,T]p£vo<;- ev Se oí ogge
SaKpoó<piv TiípTiÁavTO, yóov 8’ anexo 0opó<;.
áXX’ ore Sí) piv JiávxEc; áya^ópe0’ é^epéovxeg,
250 Kai TOTE T©V áXX©V Exápcov KaT£?l£^£V ÓÁ-E0pOV '

< popev, ©<; ekeXedeí;, ává Spopá, tpaíSip’ ’OSdggeÍ)


eíSpopev ev prjGGTiGi TETDypéva 5©paxa KaXá
[^EGTOIGIV XttEGGl, JlEplGKEKTQ) EVl X^P^J
£v0a Sé tic; peyav ígtov EKOixopévri Xíy’ áeióev
255 f¡ 0£og rjé yuvíj • toí 8’ écpOéyyovTo KaX£Í>vT£g.
T| 8’ aíy’ é^EÁSooGa 0ópag ©í^e (paEivág
Kai kolIei- oí 8’ apa TtávxEg aiSpevriaiv etcovto •
aoxap éy©v wtEpeiva, óiaápevoc; SóXov EÍvai.
oí 8’ áp’ áíox©0T|oav áoXXéeg, ot>8é xig aÓTcnv
26o é^expávn- S^póv Sé Ka0Tjpevo(; EGKorcía^ov >.
©<; e<pax’, aoxáp éy© Tiepi pév ^ítpog ápyopór|Áov
©poiiv PaXópqv, péya xgXkeov, áptpi Sé xó^a-
xóv 8’ áy T^v©yea awqv óSov Tjyr|aao0ai.
aóxáp o y’ áp<poxép||Gi XaP©v eXXíggeto yoóv©v
265 [kgi p’ óAotpopópevo^ ETiEa jiTepóevxa rcpoorióSa •]
< pn p’ áye keíg’ áeKovxa, SioTp£(p£<;, áXXá Áírc ’ ai
aOTOD

165
ODISEA X

Y cuando les dio y bebieron, ella, acto seguido,


con su vara golpeando e instando, los encerraba en pocilgas.
Ellos tenían las cabezas, la voz y las cerdas de puercos,
y el cuerpo, mas su mente estaba firme, justo como antes. 240
Así, llorando habían sido encerrados, y Circe
les echó delante hayuco y bellotas y frutos del corno,
de comer: siempre eso comen los puercos, que duermen en tierra.
Mas Euríloco fue de vuelta a la negra y rápida nave,
a decir la noticia de sus compañeros, su amargo destino. 245
No podía proferir ni una palabra, aunque eso deseaba,
golpeado en su pecho por un gran pesar, y sus ojos
se llenaban de lágrimas; su alma pensaba en lamentos.
Mas cuando ya, sorprendidos, todos le hacíamos preguntas,
entonces, él nos contó de los otros amigos la ruina: 250
‘Fuimos, como ordenaste, por los encinares, ilustre Odiseo.
En el valle hallamos un hermoso palacio bien trabajado
con piedras pulidas, en un lugar por doquiera visible.
Allí, recorriendo una tela grande, con voz clara cantaba
una diosa o una mujer, y ellos gritaban, llamándola. 255
Ella al punto, saliendo, les abrió las puertas lucientes
y los invitaba. Todos a una, ignorantes, iban tras ella;
mas yo atrás me quedé, sospechando que era un engaño.
Se perdieron a un tiempo, en grupo, ninguno de aquéllos
apareció: mucho tiempo, sentado, yo estaba al acecho’. 200
Así dijo, y yo, la espada con clavos de plata, broncínea
y grande, me eché al hombro, y en torno, el arco y las flechas;
le ordené que, de vuelta, por el mismo camino me guiara;
mas con ambas manos asió mis rodillas, y él suplicaba
y, lamentándose, me dirigía estas palabras aladas: 205
'Ahí no me lleves a fuerza, alumno de Zeus, déjame aquí:

165
HOMERO

oiSa yáp ©g oin’ amÓQ éXeóaeai oine tiv ’ áXXov


á^eig a©v étáp©v. áXZá ¿gov toíaSeai 0áaaov
(peóywpev • eti yáp Kev á^ó^aipev kockóv r^pap >.
270 éípat’, aótáp éy© piv ápeiPópevog Kpoaéeuiov
< EópSXox’, 'H T°l P&v ai) pév’ amoí t©8’ évi x©pq>
ea9©v Kai nív©v KoíXp napa vrii peZaívi} •
aotáp éy©v elpi- xpatepri Sé poi ETcXet’ ávayicq >.
©g eut©v rcapá vr|6g á7rrpov t|Sé 0aXáaarig.
275 áXX’ ote Sq áp’ épeAÁov i©v iepág ává Priaaag
Kípicqg i^ea0ai KoÁotpappáKoo ég péya S©pa,
év0a poi 'Eppeíag xP^^óppajiig ávtepóÁriaEv
épxopév© jcpog 8©pa, ver|víp ávSpi éoiK©g,
7tp©TOV 'ÜTCT|VTlTri, TOO KCp XOtpl£GTáTT| T]pTJ •
28o ev t ’ apa poi (po X£1pi &KQQ t ’ éípat ’ ek t ’ óvópa^e •
< ftfj Stj aot’, © Sóatrive, Si’ aKpiag épxeoti oiog,
X©poo áiSpig é©v; étapoi Sé toi oiS’ évi Kípxrig
epxatai ©g te aóeg KOKivoog Keo0p©vag éxovteg.
T) toog Áoaópevog Seop’ epxeai; oSSé aé <pr|pi
285 aotov vooTrjaeiv, pevéeig Sé aó y’ év0a rcep áXXoi.
áXX’ áye Srj ae kcíkcov eKÁóaopai iySe aa©a© •
tí], tóSe (páppaKov éa9Xov éx©v ég 5©pata KípKqg
épxeo, o kev toi Kpatóg áXáXiqioiv KaKov rjpap.
jcávta Sé toi épé© óÁo<p©ia Srjvea KípKTjg.
29o xeó^ei toi kok£©, Paléei S ’ év (páppaKa ave© •
áÁX’ ooS ’ ©g OéA^ai ae Sovíjaetai • oo yáp éáaei
(páppaKov éa0Aóv, o toi S©a©, épé© Sé eKaata.
Socóte Kev KípKq a’ éXáap uepipÓKei pápSíp,
Sti tote ai) ^í<pog ó£i) époaaápevog rcapá pripoo
295 Kípiqi éjiocíígai, ©g te Ktápevai peveaív©v.
n Sé a’ ÓTcoSSeíaaaa KeXTjaetai eovriQfivai-

166
ODISEA X

yo sé bien que ni tú volverás, y que tú a ningún otro


de tus compañeros traerás. Más bien, pronto con éstos
huyamos: podríamos aún evitar el día malhadado’.
Así habló, y yo, respondiendo, le dije: 270
‘Euríloco, pues tú quédate aquí, en este lugar,
comiendo y bebiendo, en el cóncavo y negro navio;
no obstante, yo iré: para mí se ha vuelto un deber imperioso’.
Dicho esto, de la nave y del mar me alejaba.
Mas cuando, yendo hacia el valle sagrado, a punto me hallaba 275
de llegar a la gran casa de Circe, experta en los fármacos,
entonces me salió al encuentro Hermes, de vara dorada,
—mando yo iba a la casa—, semejante a un varón, a un mancebo
recién barbado, de quien es la juventud graciosísima.
Me estrechó, pues, la mano, y esto decía y me nombraba: 280
‘¿Pues adonde, ya de nuevo vas solo, infeliz, por las cumbres
ignorando el lugar? Tus amigos, allí, en la casa de Circe
están encerrados cual puercos, viviendo en pocilgas tupidas.
¿Vienes aquí a librarlos? Ni siquiera tú mismo, yo pienso,
tornarás, mas tú, donde yacen los otros, vas a quedarte. 285
¡Mas, anda! Yo te voy a salvar y a librar de los males.
¡Anda! Con este buen fármaco, a casa de Circe
vete: él podría alejar de tu testa el día malhadado.
Voy a decirte todos los planes dañinos de Circe.
Te hara una mezcla, y echará en la comida sus fármacos, 290
tnas ni asi va a poder hechizarte: no va a permitirlo
¿ fármaco bueno que yo voy a darte, y diré los detalles.
Cuando Circe te golpee con su larguísima vara,
entonces tu, sacando la aguda espada adyacente a tu muslo,
acomete a Circe, cual si con ansia anhelaras matarla. 295
Ella, temiendo, te va a pedir acostarte con ella;

166
HOMERO

ev0a <tü pqKÉT’ etceit’ a7iavqvaa0ai 0eoí> EBvrjv,


otppa ké toi Mot] 0’ ETapoog aÚTÓv te Kopíoaq •
áXXa K£Xea0aí piv paKap©v péyav ópKov ópóacai
300 pq tí toi aí)T© rcqpa KaKÓv PooXEnaépEv áMo,
prj o’ á7ioyopv©0évTa KaKÓv Kai ávqvopa 0qq >.
&<; apa <p©vqaag rcópE tpáppaKov ’ApyEÜpóvTqg
ek yaíqg épúaag Kai poi tpúaiv amoü eSei^e.
pí£q pév péXav eoke, yáXaKTi Se eíkeXov áv0og-
305 pcoAa) Se piv KaXéooai 0eoí, xatarcóv Sé t’ ópúaaEiv
ávSpáai y£ 0vqToiav 0eoí Sé te rcávTa SóvavTai.
'Eppeíag pév ekeit’ ájiépq rcpóg paKpóv ’'OXopjiov
vqaov áv’ óXqEaoav, éy© S’ ég StópaTa KípKqg
q’ia- TCoXZa Sé poi KpaSíq 7tóptpi)p£ kiovti.
310 éaTqv S’ Eivi 0ópqai 0£ág KaXXutXoKapoio •
év0a GTag épóqaa, 0£a Sé peo ekA/uev aóSqg.
q 8’ aup’ £^£X0oí)aa 0ópag óSí^e tpaEivág
Kai KaÁEi- aínáp éy©v ETiópqv aKa%qp£vog qTop.
eige Sé p’ EÍaayayooaa ekí 0póvoo ápyopoqXoo,
315 [KaXoB SaiSaAéoi) • ojió Se 0pqvog rcoaiv q£v •]
teíixe Sé poi kdke© xp^aé© Sérca, otppa rcíoipi,
év Sé te tpáppaKov qKE, KaKa tppovéooa’ évi Oupcp.
awáp ekeí SíÓKév te Kai ekkiov oúSe p’ eGeA^e,
pápStp TtErcXqyma EKog t ’ EtpaT ’ ek t ’ óvópa^EV •
320 < spxeo vov aotpeóvSE, pet’ áAXcov Ae^o ETaipcov >.
©g tpáV, éy© S’ áop ó^í) épooaápEVog Ttapa pqpoo
Kípiqi ETcqi^a ©g te KcápEvai p£V£aív©v.
q Sé péya íáxoooa OTiéSpapE Kai Aápe yoovov
Kai p’ óAotpopopévq enea mepóev'ca upoaqéiSa-
325 < TÍg kó0ev EÍg ávSp©v; kó0i toi KoAig qS£ TOKÍieg,
0aopá p’ e%ei, ©g oo ti ki©v tóSe tpappaK eOeAxQrí-

167
ODISEA X

allí, entonces, tú de la diosa el lecho ya no rehusarás,


para que a tus amigos libere y te hospede a ti mismo.
Mas pedirás que jure, de los Felices el gran juramento,
de que no planeará contra ti algún otro daño maligno, 300
no sea que, cuando te desnudes, te haga vil e impotente’.
Así habiendo hablado, me dio Argifontes el fármaco,
tras arrancarlo del suelo, y me mostró su natura.
En la raíz era negro, y su flor, semejante a la leche;
moly lo llaman los dioses, y hallarlo cavando es difícil 305
para los hombres mortales, mas todo lo pueden los dioses.
Hermes, luego, se marchó hacia el Olimpo elevado
por la isla llena de selvas, y yo, a la casa de Circe
me iba: mucho, al andar, mi corazón se agitaba entre cuitas.
Me paré en el atrio de la diosa de rizos hermosos; 310
parado allí, grité; la diosa escuchó mis palabras.
Ella al punto, saliendo, me abrió las puertas lucientes
y me invitaba, y yo iba tras ella afligido del ánimo.
Me introdujo y me hizo sentar en un trono con clavos de plata,
de bello labrado; abajo, para los pies había un escabel. 315
En una copa de oro me hizo una mezcla, a fin que bebiera,
y echó adentro un fármaco, siendo malévola en su ánimo.
Y cuando me dio y lo bebí, mas no me hechizó, con su vara
golpeando e instando, esto decía y me nombraba:
Hoy, ve a la pocilga; échate con los otros, tus compañeros’. 320
Así dijo, y yo, sacando la aguda espada adyacente a mi muslo,
acometí a Circe, cual si con ansia anhelara matarla.
Ella, gritando fuerte, corrió agachada y asió mis rodillas,
y, lamentándose, me dirigió estas palabras aladas:
'¿Quién eres tú, de qué gente? ¿Dónde, tu ciudad y tus padres? 325
Me pasmo: en nada, bebiendo estos fármacos, fuiste hechizado.

167
HOMERO

ot)8e yáp oi)8é tic; áXXog ávnp xáÓe tpáppaK’ ávéxAn,


Óg KE 7lír| Kai Jtp©XOV áp£U|í£Xai £PK°£ oÓovtcov •
aoi 8é tic; év oxt|0£gow aKriX'nxog voog egxiv.
330 aé y ’ ’OSoGGEÓg EGGl JCoXÓXpOJTOg, ov XE poi ai£l
tpáoKev eXeóaeoOai xpvGÓppajcig ’ApyEÜpóvxrig,
ek Tpoírjg ávióvxa 0op aóv vrií pEÁaívp.
áXX’ áy£ Sti koÁe© pév áop 0éo, v©i 8’ £7T£ixa
eóvrjg npexépTjg £7u(3ri opev, otppa piyévxE
335 e'ovp Kai tpiXóxTixi 7C£Jtoí0op£v áÁXriÁoioiv >.

(oq etpax’, aóxáp éy© piv ápeipópevog jrpooéeircov


< © Kípicn, Jt©g yáp p£ KéXfl ooi njriov Eivai,
TÍ poi oug pév £0nKag évi pEyápoiGiv éxaípoug,
aóxóv 8’ év0á8’ exoooa SoAotppovéoDoa keXeúek;
34o ég 0álapóv x’ iévai Kai ang ejiipnpevai E-üvfjg,
otppa p£ yupv©0évxa kokov Kai ávnvopa 0t,T1í •
ooS’ áv éy©y’ é0éXoipi xefig éKipnpevai eóvfig,
eí pn poi xAaíng ye, 0eá, peyav opKov opóooai,
pn xí poi aóxtp rcripa KaKÓv PooÁeooépev áXXo >.
345 ¿og étpápnv, n 8 ’ aóxiK ’ áicópvoev, ©g EKéXeoov.
ai)xáp eró p’ ópoaév xe xeAeóxrjGév xe xóv opKov,
Kai xóx’ éy© Kípicrjg ércépnv JTEpiKaX-Xéog eúvfig.
áptpírooXoi 8’ apa xeiog évi peyápoiai rcévovxo
xéooapeg, ai oi 8©pa Kaxa Spnaxeipai éaai.
350 yívovxai 8’ apa xaí y ’ ek xe KpTjvé©v ajeó x ’ áAoé©v
ek 0’ iep©v rcoxapcüv, oi x’ eig áXaSe rcpopéoooi.
xá©v n pév epaXXeOpóvoia’ évi pnyea KaXá
jeoptpopea Ka0ímep0’, í)jcévep0e 8é Xi0’ wiéPaÁAev •
n 8 exepn TiporcapoiOe 0póv©v éxíxaive xpajié^ag
355 ápyüpéag, ejií 8é otpi xí0ei xpóoeia Ktxveia •
n 8e xpixrj Kpr|xf|pi peXitppova oivov EKÍpva

168
ODISEA X

Pues no, ningún otro varón ha soportado estos fármacos,


una vez que los bebe, y ellos pasan el redil de sus dientes.
Hay en tu pecho una mente a prueba de encantos.
Tú eres, sin duda, Odiseo el versátil, de quien Argifontes
de vara de oro, siempre afirmaba que aquí llegaría,
regresando de Troya en su negra y rápida nave.
¡Anda! Pon tu espada en su vaina, y luego nosotros
dos, a nuestro lecho subamos, a fin de que, unidos
en el lecho y en el amor, confiemos el uno en el otro’.
Así habló, y yo, respondiendo, le dije:
‘¡Oh Circe! ¿Cómo me pides que yo sea afectuoso contigo
quien, en la sala, puercos hiciste a mis compañeros
y, aquí reteniéndome a mí, urdiendo dolos me pides
que vaya a tu tálamo y suba a tu lecho,
para que, cuando yo me desnude, me hagas vil e impotente?
Pero yo, sin duda, no desearía subir a tu lecho,
si no te atrevieras, diosa, a jurarme el gran juramento
de que no planearás contra mí algún otro daño maligno’.
Así dije, y ella al punto juraba cual yo lo pedía.
Mas después de que ella juró y concluyó el juramento,
entonces yo me subí de Circe al bellísimo lecho.
Entre tanto, en la sala, se afanaban algunas sirvientas,
cuatro, a las cuales tenía como criadas en casa.
Estas, pues, son hijas de fuentes y bosques
y de sagrados ríos, que fluyen al mar.
De ellas, una ponía en los tronos hermosos cojines
purpúreos, encima, y abajo ponía una tela de lino;
otra extendía ante los tronos las mesas
argénteas, y colocaba encima unos áureos canastos;
otra, tercera, suave y letífico vino mezclaba

168
HOMERO

T|S,i)v év ápyupéo), vépe Se /púaeia KÚrceXXa-


f| Se xexápxxi i)S©p écpópei Kai rct>p áveKaie
tioáAov 1)710 xpiKoSi peyáÁ,©- íaívexo S’ á8©p.
36o aoxáp eTtei 8f] £éoaev i)5©p évi rvotei %aÁK(p,
ég p’ áaápiv0ov éaaoa Xó’ éK xpírcoSog peyáXoio,
0Dpnpeg Kepáaaaa, Kaxá Kpaxóg xe Kai ©p©v,
otppa (xoi éK Kápaxov 0Dpocp0ópov eiXexo yoí©v.
aoxáp ércei Xovaév xe Kai é/piaev Xítc ’ éÁaícp,
365 ápcpi Sé pe xXaivav KaÁRv páXev áSe /recova,
eiae Sé p’ eiaayayooaa éici 0póvon ápyopor|Xoo,
KaXoo SaiSaXéoo • oteó Sé 0pfjvi)g rcoaiv T|ev •
[/épvipa 8’ ápcpÍTcoÁog 7ipoxócp éice/ene cpépouaa
KaXfj ypoaeÍTi, i)7cép ápyüpéoio Xéprixog,
370 vú}/aa0ai- Trapa Sé ^eaxr|v éxávoaae xpájre^av.

aixov S’ aiSoíri xapíri 7iapé0RKe cpépouaa,


eíSaxa 71ÓXX’ ém0eiaa, /api^opévri 7iapeóvx©v •]
éa0épevai S’ éKeXeoev • épcp 8’ oá/ RvSave 0npcp,
áXX’ típrv áXÁocppovécov, KaKa S’ oaaexo 0npóg.
375 KípKn 8’ ©g évóxiaev ép’ iípevov oóS ’ éjri aíxcp
Xeipag iáXXovxa, axD/epóv Sé pe 7tév0og é/ovxa,
áy/i7iapiaxapévxi énea Ttxepóevxa 7rpoax|óSa •
< xícp0 ’ ovx©g, ’OSuaeá, Kax’ áp’ e^eai íaog ávai)8(p,
0opóv éS©v, ppóprig 8’ oó/ árexeai oóSé 7toxxjxog;
38o t| xivá 7COU SóXov áXXov Óieai; oáSé xí ae /PR
SeiSípev • rSti yáp xoi á7r©poaa Kapxepóv opKov >.
cog ecpax’, aáxáp éy© piv ápeipópevog Tcpoaéeircov •
< © KípKTj, xíg yáp Kev ávx|p, og évaíaipog eíxi,
7tpiv xXatq 7iáaaaa0ai éSrixáog iqSé 7ioxf|xog,
385 71 piv Xóaaa0’ éxápoog Kai év ó<p0aXpoíaiv Í5éa0ai;
áXV ei Sp rcpócppaaaa Tiieív cpayépev xe KeXeóeig,

169
ODISEA X

en una crátera argéntea, y distribuía los cálices de oro,


y otra, la cuarta, traía el agua y el Riego encendía,
uno fuerte, bajo un gran trípode: calentábase el agua.
Y cuando hubo hervido el agua en el fúlgido bronce, 360
me sentó en la bañera, y me bañaba con agua del magno
trípode, mezclándola a mi gusto, desde la testa y los hombros,
hasta quitar de mis miembros el cansancio letal en el alma.
Y cuando me bañó y me ungió pingüemente con óleo,
y en torno me echó un bello manto y también una túnica, 365
me introdujo y me hizo sentar en un trono con clavos de plata,I
de bello labrado; abajo, para los pies había un escabel.
Una sirvienta, llevando agua en una jarra preciosa,
de oro, la vertía sobre una fuente de plata en mis manos
para lavarlas, y extendió a mi lado una mesa pulida. 370
La honorable despensera, llevando pan, al lado lo puso,
añadiendo mucha comida, dando con gusto de lo que había.
Me pedía que comiera, pero a mi alma, eso no le placía;
yo estaba sentado, absorto, mi alma presentía la desgracia.
Circe, al notar que yo estaba sentado y que a la comida 375
no echaba las manos, mas tenía un terrible pesar,
colocándose cerca, profirió estas palabras aladas;
'¿Por qué así, igual a un mudo, estás sentado, Odiseo,
royéndote el alma, y la comida y bebida no tocas?
¿Acaso sospechas algún otro dolo? En nada es preciso 380
que tú temas, pues ya te juré un juramento potente’.
Así habló, Y yo, respondiendo, le dije:
'¡Oh Circe! ¿Qué hombre, uno que fuera correcto,
antes se atrevería a gustar la comida y bebida,
antes de rescatar a los suyos, y ante sus ojos mirarlos?
385
Sí, pues, benévolamente me pides que beba y que coma,

169
HOMERO

A.WJ0V, íív’ ó<peaÁ|ioiGiv i8(0 ¿pínpa? éxaípoix; >.


( ' cog écpápnv, Kípicrj Sé Swk peyápoio pePnKei
pápSov exoiia év xeipí, 0úpag S’ ávéco^e aucpeioí),
390 £K 8’ éXaoev aiáXoiaiv éoiKÓxag évveópoiaiv.
oí pév érceix’ éaxnaav évavxíoi, n Sé Si’ aíxéov
épxopévTj rcpoaáXeicpev exáoTcp cpáppaKov áXXo.
8’ ek pév peÁécov xpíxeg éppeov, a; rcpiv écpuoe
tcóv
(páppaKov oáXópevov, xó acpiv rcópe tcóxvux KípKn ’
395 ávSpeg S’ á\p éyévovxo veáxepoi n rcápog íjaav
Kai rcoAi) KaÁXíoveg Kai peí^oveg eíaopáaaOai.
eyvcoaav Sé pe keívoi, é'cpov x’ év /epaiv eKaaxog-
rcaaiv S’ ipepóeig iméSo yóog, ápcpi Sé Scopa
apepSaXéov KováPi^e- 0eá 5’ éXéaipe Kai awr).
400 f| Sé peí) áyxi arana TipoonúSa Sia 0eácov •
< Sioyevég AaepxiáSn, KoÁDpnxav’ ’OSDaaen,
epxeo vuv érci vfja 0otjv Kai 0iva 0aXáaang.
ví^a pév áp rcápjxpcoxov épíóaaaxe 'nrceipóvSe,
Kxripaxa 8’ év aKTjeaai TteXáaaaxe orcAa xe rcávxa-
405 aóxóg 8’ áv iévai Kai áyeiv épínpocg éxaipoug >.
¿0<^ écpax’, aóxáp époí y’ é7C€7reí0exo 0i)pog áynvcop,
pfjv 8’ iévai érci vfia 0ot|v Kai 0iva 0aXaaang-
eopov eTceix’ érci vrfi 0op épínpag éxaipoog
oÍKTp’ óAocpupopévoug, 0aXepóv Kaxá SaKpu xéovxag
410 ¿og 8’ oxe áypai)Xoi 7cópieg rcepi Poí>g ayeAaiag,
éX0oóaag ég KÓrcpov, érchv poxávng Kopéoovxai,
iraaai apa GKaípouaiv évavxíav oí)8’ éxi on*oi
íaXODG’, áXX’ áSivóv poKÓpevai áp<pi0éoi)ai
pnxépag- cog épé keívoi, ércei Í8ov ócp0aXpoíai,
4i5 SaKpoóevxeg exovxo • Soicnae 8 apa acpiai 0opog
¿og épev, ¿og eí naxpíS’ ÍKoíaxo Kai rcóXiv ccuxnv

170
ODISEA X

suéltalos, que con los ojos vea a mis compañeros queridos’.


Así dije, y Circe se iba hacia afuera a través de la sala
con su vara en la mano; las puertas abrió a la pocilga,
y los sacó, cual puercos de engorda que son de nueve años.
Ellos, luego, se pusieron enfrente, y ella entre aquéllos
pasando, a cada uno otro fármaco untaba.
De sus miembros fluían las cerdas que antes les hizo crecer
el maldito fármaco que la augusta Circe les diera:
volvieron de nuevo a ser hombres, más jóvenes que antes 39:
y mucho más hermosos y más robustos de aspecto.
Aquéllos me conocieron, y cada uno estrechaba mi mano.
A todos les vino un ansiado lamento, y en torno la casa
resonaba terrible; y misma la diosa se compadecía.
Y ella, acercándose a mí, hablaba, la diosa de diosas: 40C
‘Divino Laertíada, habilidoso Odiseo,
vete ahora a la nave veloz y a la playa del mar.
Antes que nada, sacad hacia tierra firme la nave,
y en grutas poned vuestos bienes y toda la jarcia;
luego, volverás tú mismo y traerás a tus caros amigos’. 405
Así dijo, y mi ánimo firme dejó persuadirse,
y me fui presto a la nave veloz y a la playa del mar.
Luego encontré en la rápida nave a mis caros amigos,
miseramente llorando, vertiendo muchísimas lágrimas.
Cual las terneras en su establo campestre, en torno a las vacas 410
gregales volviendo al establo después de hartarse de hierba,
todas a una retozan yendo al encuentro, y ya ni el aprisco
las detiene, mas mugiendo incesantemente corren en torno
de sus madres, así aquéllos, cuando con sus ojos me vieron,
se me agolparon llorando; y pues su ánimo se imaginó 415
que era así, cual si a su patria arribaran, y a la propia ciudad

170
HOMERO

xprixÉÚK I0áKT|;, iva x’ expatpov tj8 eyevovxo •


Kai p’ óXotp'üpópevoi énea uxepoevxa tcpogt|d8cov •
< aoi pév voaxrioavTi, Sioxpetpé;, ©; éyápppev,
420 ©; eí x’ eí; ’I0áKqv átpiKoipe0a rcaxpíSa yaiav •
áXÁ’ áye, x©v áÁÁcov éxáp©v KaxáXe^ov óXeOpov >.
©; ecpav, aüxáp éy© rcpooétpriv paXaKoio’ ércéeooi
< vfla pév áp rcáprcpcüTOV épúaaopev TÍ7ieipóv5e,
KTTipa-ux 8’ év ojufjeaoi jceXáoGopev orcXa xe 7iávxa •
425 amo! 8’ ÓTpúveaOe époi apa rcávxe; e7iea0ai,
otppa í8t)0’ éxápoo; iepoio’ év 8©paai Rípoj;
rcívovxa; Kai éSovxa;- éjiriexavóv yáp é/ouGiv >.
©; étpápTjv, oi 8’ ©Ka époio’ ércéeooi 7ií0ovxo •
EopóZoyo; 8é poi oio; épÚKaKe rcávxa; éxaípoi);
430 [koí otpea; tp©v*qGa; enea rcxepóevxa TCpoorpSa •]
< á SeiÁoi, kÓg’ ípev; tí kok©v ipeípexe xoox©v;
KípKTj; é; péyapov Karap'qpevai, i] Kev árcavxa;
f| oo; i|é Xókod; KOiTioexai T]é Áéovxa;,
oí Kev oi péya 8©pa tpoÁáoooipev Kai ávayicp,
435 ©g uep K'ükX©\|í ép^’, ©xe oi péaaauÁov Íkovto
T^péxepoi éxapoi, oi)v 8 ’ o 0paoi); eírcex ’ ’OSDoaeo; •
xoóxoo yáp Kai Keivoi áxao0aÁÍT|Giv ©Áovxo >.
©; etpax’, aoxáp éy© ye pexá tppeoi peppiqpi^a,
G7taooáp£vo;xavÓT|Ke; áop Tiaxéo; rcapá prjpoo,
44o x© ai árcorpí^a; KetpaÁíiv oi)8áo8e rceÁáoaai,
Kai irqtpTtep éóvxi páÁa ©xe8óv » áXÁá p’ éxaípoi
peiXixíoio’ ércéeooiv éprixoov áXXo0ev áXA©;-
< Sioyeve;, xooxov pév éáaopev, eí ai) KeÁeóei;,
amoo rcáp vip xe peveiv Kai ví)a ép©o0ai •
445 ■qpiv 8’pyepóveo’iepárcpó; S©paxa Ripia); >.
©; tpapevoi Ttapa vi)o; avifíov x|8é 0aXáooTi;.

171
ODISEA X

de la abrupta ítaca, donde habían crecido, y nacido,


y, llorando, me dirigieron estas palabras aladas:
‘Por ti que retornas, alumno de Zeus, así nos gozamos,
como si a ítaca hubiéramos vuelto, a la tierra paterna. 420
¡Anda! Cuéntanos tú, de los otros amigos la ruina.
Así decían, mas yo, con suaves palabras les dije:
‘Antes que nada, pues, a tierra firme saquemos la nave,
y nuestros bienes y toda la jarcia pongamos en grutas;
vosotros mismos, todos a una, apresuraos a seguirme, «5
por que a los nuestros veáis en la casa sagrada de Circe,
bebiendo y comiendo, pues tienen todo a lo largo del año’.
Así dije, y ellos al punto obedecieron mis órdenes;
mas Euríloco, él solo, detuvo a todos mis compañeros
y, alzando la voz, les dirigió estas palabras aladas: 430
‘¡Ah, infelices! ¿Adonde vamos, por qué deseáis esos males?
Bajar a la sala de Circe que a todos nosotros
va a convertirnos en puercos o en lobos o en leones,
para que su gran casa cuidemos, y a fuerza;
justo asi hizo el cíclope, cuando a su establo llegaron 435
nuestros compañeros, y el audaz Odiseo iba con ellos.
Por las locuras de este hombre, también perecieron aquéllos’.
Asi dijo, y yo en mi mente moví el pensamiento
de extraer mi espada de largo filo del muslo fornido,
cortar su cabeza con ésta, y tirarla en el suelo, 440
aunque era un pariente muy próximo; mas mis amigos,
de un lado y de otro, me disuadían con dulces palabras:
Hijo de Zeus, dejaremos a éste, si así nos ordenas,
que aquí mismo junto a la nave se quede y cuide la nave:
a nosotros condúcenos a la casa sagrada de Circe’. 443
Dicho esto, a tierra firme subían desde el mar y la nave.

171
HOMERO

ovóe pév EúpóAoxog KoíZp rcapá vri'i ÁéXeulto,


áXX’ ercex’- eSSeioev yáp épnv eKrcayZov évircrjv.
xócppa Se xoi)g aÁXo'uq éxápoix; év Scopaai Ripia]
450 evSukegx; Xouaév xe Kai éxpiaev Xírc ’ éAaíco,
ápcpi 5’ apa xtaxíva<; oóAag páXev t]Se xvta>va<;-
Saivopévoog S’ et> rcávxa<; écpeópopev év peyápoiaiv.
oí 5’ ércei oXXtíXoin; eíSov cppáaaavxó x’ éaávxa,
KXaíov óSopópevoi, rcepi Sé axevaxí^exo S¿opa.
455 í] Sé peí) ayxi axaaa rcpoarp>8a Sía 0eáa>v •
[< Sioyevég AaepxiáSn, rcoAopnxocv ’ ’OSdooeÍ),]
prjKEXi vov GaXepóv yóov opvoxe- oiSa Kai amó,
Ó pév oa’ év rcóvxco rcá0ex’ áAyea ix0i)óevxi,
f]S’ oo’ ávápaioi ávSpeg é8i]Á,rioavx’ érci xépaon.
46o áXX’ áyex’ éa0íexe ppcopr|v Kai rcívexe oívov,
ei<; o Kev aóxix; 0opóv évi axrj0eaai AaPnxe,
oíov oxe rcpcoxiaxov éAeírcexe rcaxpíSa yaiav
xprixEiiK ’I0<xkti<;- vov S’ áaKeXéeg Kai á0i)poi,
aiév ótÁxig xake7CT]g pepvripévoi- oüSe rco0’ ó piv
465 0Dpóg év eóíppoaóvT], ércei ti páAa rcoAAá rcércaa0e >.
gíq e<pa0’, T]pív 8’ aóx’ ércerceí0exo 0opóg áynvcop.
ev0a pév "npaxa rcávxa xeAeacpópov eí<; éviauxov
T]pe0a Saivópevoi Kpea x’ áarcexa Kai pé0o T]Só •
áXX’ oxe St| p’ éviai)xó<; érjv, rcepi 8’ éxparcov <bpai,
470 [pnvcov <p0ivóvxcov, rcepi S’ T]paxa paKpá xeAeaOn J
Kai xóxe p’ éKKaXéaavxeg écpav épínpeg éxaípoi-
< Saipóvi’, t]St] vvv pipvpoKeo rcaxpíSog aírig,
eí xoi 0éa<paxóv éaxi aaco0ñvai Kai ÍKea0ai
oikov éÜKXÍpevov Kai gt]v éq rcaxpíSa yaiav >.
475 [íog écpav, aóxáp époí y’ ércerceí0exo 0opó<; áynvcop
¿og xóxe pév rcpórcav ^pap ég TjéXiov KaxaSovxa

172
ODISEA X

Sí, ni Euríloco se quedaba junto a la cóncava nave,


mas nos seguía, pues temió mi terrible amenaza.
Entre tanto, en su casa, Circe a mis otros amigos
bañó atentamente, y los ungió pingüemente con óleo, «c
y les echó en torno unos densos mantos, y túnicas.
A todos, banqueteando bien, en la sala encontramos.
Cuando unos a otros se vieron y de frente se reconocieron,
lloraban, gimiendo, y en torno sonaba la casa.
Y ella, acercándose a mí, hablaba, la diosa de diosas: «5
‘Divino Laertíada, habilidoso Odiseo,
hoy ya no alcéis el lamento copioso: incluso yo misma
sé cuántos dolores sufristeis en el ponto lleno de peces,
y cuánto os dañaron en tierra los hombres adversos.
Ea, seguid comiendo alimento y vino bebiendo, 460
hasta que nuevamente obtengáis en los pechos tal ánimo
cual lo teníais al principio, al dejar vuestra tierra paterna
de la abrupta ítaca. Hoy estáis abatidos y desanimados,
recordando siempre el molesto extravío; ni siquiera tenéis
el ánimo en gozo, pues cierto, muy mucho habéis padecido’. 465
Asi dijo, y nuestro ánimo firme dejó persuadirse.
Allí, todos ios días, hasta el cabo del año, estuvimos
sentados, comiendo con suave vino y carne abundante.
Mas cuando ya era un año y las estaciones dieron la vuelta,
terminando los meses, y los días largos cumplieron su giro, 470
entonces, llamándome aparte, decían mis caros amigos:
¡Demonio! Ahora acuérdate ya de la tierra paterna,
si para ti está decretado salvarte y llegar
a tu casa, que está bien construida, y a tu tierra paterna’.
Así decían, y mi ánimo firme dejó persuadirse. 475
Asi entonces, estábamos todo el día, hasta la puesta del sol,

172
HOMERO

rjpeOa 8aivópevoi Kpéa x’ áarcexa Kai pé0o n8ó •


TlH-cx; 8 T^eXiog KaxéSi) Kai érci Kvétpac; í^Oev,
oi pév Koipnaavxo Kaxa péyapa oKióevxa.]
480 aí)xáp éy© KípKqg ércipác; rcepiKaA,Aéo<; ewrjg
YoÚvcúv éAXixáve'oaa, 0eá Sé peí) eK^nev ai)8n<;,
[Kai piv <p©vr|aa<; ércea rcxepóevxa rcpoariúScov •]
< © Kípicn, xéAeaóv poi i)7tóaxeoiv, nv rcep i)rcéaxn<;,
oÍKaSe rcepyépevav 0upó<; 8é poi éaaoxai f¡5r|
485 r|S’ áAA©v éxáp©v, oi' peo cpOtvóOooai tpíAov Krjp
áp<p’ ép’ óS'opópevoi, oxe tiod aí> ye vóatpi yévrjai >.
©g écpápnv, n 8’ aoxÍK’ ápeípexo 8ia 0eá©v •
< Sioyevég AaepxiáSn, jioX'oprixav ’ ’OSoooei),
pqKéxi vov áéKovxeg ¿peí) évi pípvexe oík©.
490 áXX’ áXAnv xpn rcpSxov 68óv xeAéoai Kai ÍKéo0ai
eig ’AÍSao Sópoog Kai eTtaivng üepGetpoveíng
ijroxB XP1iCT°Flévo<ü<3 Gh]paíoo Teipeaíao,
pávxiog áXaoí), xoo xe tppéveg éprceSoí eíav
x© Kai xe0vn©xi vóov rcópe Üepaetpóveia
495 oí© K£7XVÍXT0ai’ xoi 8é GKiai aiOGODOlV >.
&Q etpax’, aoxap époi ye KaxeKÁáa0n tpíAov í¡xop*
KÁaíov 8’ év Á£X££aai Ka0r|pevog, oó8é vó poi Kf|p
q0eA’ éxi £©eiv Kai ópav (páog rjeXíoio.
aóxáp ércei KÁaí©v xe KoAivSópevóg xe Kopea0nv,
500 xai xóxe 8n piv e7teaaiv ápeipópevog Tipoaeeutov •
< © KípKTj, xíg yáp xaí>XT|v 68óv riyepoveonei;
eig ’'Ai8og 8’ oó 7i© xig átpÍKexo vn'i peAaívp >.
©g étpápnv, n 8’ aóxúc’ ápeípexo 8ia 0eá©v •
[< 8ioyevég AaepxiáSn, rcoAopnxav’ ’OSoaaeó,]
505 pn xí xoi nyepóvo<; ye 7io0n rcapá vn'i peAéa0© •
iaxóv 8é axnaag ava 0’ laxia ÁeoKa Tiexaaaag

173
ODISEA X

sentados, comiendo con suave vino y carne abundante.


Mas, cuando el sol se ocultó y la obscuridad sobrevino,
en la umbrosa sala los míos se acostaron.
Mas yo, subiendo de Circe al bellísimo lecho, 48(
supliqué ante sus rodillas; la diosa escuchó mis palabras,
y yo, alzando la voz, le dirigí estas palabras aladas:
‘Cúmpleme, Circe, la promesa que tú prometiste
de enviarme a casa, pues ya mi ánimo ansioso se encuentra,
y el de los otros, mis amigos, que el corazón me consumen
lamentándose a mi alrededor cuando lejos te encuentras’.
Así dije, y respondió de inmediato la diosa de diosas:
‘Divino Laertíada, habilidoso Odiseo,
ahora, no queriendo, ya no os quedéis en mi casa.
Mas primero es preciso cumplir otro viaje y llegar
a la casa de Hades y de la horrenda Perséfone,
a consultar el alma del tebano Tiresias,
el ciego adivino del cual está firme la mente;
a él, aun muerto, Perséfone dio inteligencia, de modo
que sólo él fuera juicioso; los otros vagan cual sombras’. 495
Asi dijo, y el corazón querido se me hizo pedazos;
lloraba yo, sentado en la cama, y entonces mi pecho
ya no quena vivir más, ni ver la lumbre del sol.
Luego, cuando me harté de llorar y de revolcarme,
entonces, respondiendo, yo con palabras le dije: 500
¡Oh Circe! ¿Quién me guiará por ese camino?
En negra nave, a la casa de Hades aún nadie ha llegado’.
Asi dije, y respondió de inmediato la diosa de diosas:
Divino Laertíada, habilidoso Odiseo,
que no te preocupe el deseo de algún guía de la nave; 505
colocando el mástil y, blancas, desplegando las velas,

173
HOMERO

T}o0ai- rqv Sé ke toi 7ivoiq Popéao (pépqoiv.


áÁA’ ojiot’ áv St| vrji Si’ ’ÜKeavoio jiEprjGTig,
év0’ ockttj te Záxeia Kai ócÁGEa ÜEpGEípovEÍric;
510 paKpaí t’ aíyEipoi Kai ixéai ©XEoÍKaprcoi,
vfja |xev aüTOü KéAaai eji’ ’QKEavco pa0ü8ívi],
aüTÓg 8’ £Í<; ’AÍSeco íévai Sójxov EüpcoEVTa.
év0a [lev £ig ’Axépovxa riüpi(pA£y£0cov te peonar
KcoKDTÓg 0’, o<; 8q ZTnyóc; bSoctck; egtiv ájioppcó^,
515 KETpTj te £,nv£aí<; te Snco JioTajióov épiSonjiaiv •
Ev0a 8’ £7i£i0’, npax;, xpi|i<p0£i<; rcéAac;, ¿óg ge keXeüco,
Pó0pov ópn^ai ogov te jinyonaiov év0a Kai év0a,
ájiíp’ aína) Se X°Rv xeíoQoci Jiaoiv veküeggi,

raparía jxe^rKpTjTcp, jiETEJiEvca Se r|8er oívq),


520 to TpÍTOv an0’ oSaTi- ejií 8’ áÁxpiTa Áeükoc 7iaXnv£iv.
jioÁZa Sé yoüvono0ai veküíov ájxEvrivá Kapqva,
£Á0<»v Eig ’I0(xkt|v OTEipav ponv, r¡ Tig ápíoTri,
pé^eiv ev jxeyáporar JinpTiv t’ épjiÁTioépev éaOXcov,
TElpEOÍTl 5 ’ ájláv£ü0£V OÍV lEpEÜGEpEV OUp
525 jiap-pélav’, og pTjXoioi p,£Ta7ipéjiei npETEpoiaiv.
amap £7ir|v enxpai Xíap KÁüTa £0v£a veKpwv,
ev0’ oiv ápveióv pé^eiv 0rjXnv te jxéXaivav
ei<; "Epefoc; aTpéyag, anTÓg 5’ árcovÓGípi Tpa7t£O0ai
iép-Evog Jiorajxoio poácov • ev0a Sé 7toXXai
530 xj/nxai éXenoovTai veKncov KaTaT£0vr|ioTcov.
St) TOT’ E71E10’ ETCXpOlGlV EJioTpnvai Kai ávco^ai
jxfjtax, Ta Sq KaTaKEiT’ éatpayjxéva vqXer xaAxcp,
SeípavTag KaTaicqai, EJien%aa0ai Sé 0eoígiv,
í<p0ípup t’ ’AÍSt) Kai ¿Jiaivfl Hepaeípoverq •
535 ainóg Sé £íq>o<; ó£,n epnaoájiEvog napa jxqpon
qo0ai, (iriSé éav veküíov ápEvqvá Káprjva

174
ODISEA X

sólo siéntate: el soplo del bóreas habrá de llevarla.


Mas cuando, con la nave, hayas cruzado allende el Océano,
donde hay una ribera plana y está de Perséfone el bosque,
negros álamos altos y sauces que pierden sus frutos,
allí atraca tu nave, junto al Océano de vórtices hondos,
pero tú mismo marcha hacia la mohosa casa de Hades.
Allí, hacia el río Aqueronte fluye el Piriflegetonte,
y el Cocito, que es un brazo del agua del Estige;
hay una roca y confluencia de los dos ríos muy rumorosos.
Allí entonces, héroe, tras llegar cerca, cual yo te lo ordeno,
cava un hoyo como de un codo de un lado y del otro,
y en torno a él haz una libación a todos los muertos,
primero, con mezcla de miel; con suave vino, en seguida;
y una tercera con agua, y esparce encima blancas harinas.
Con fervor promete a las testas sin brío de los muertos,
que, al volver a Itaca, una vaca estéril, que sea la mejor,
inmolarás en casa, y llenarás la pira de ricas ofrendas;
que sacrificarás aparte, a Tiresias, a él solo, un carnero
todo negro, el que en vuestros rebaños más se descuella.
Cuando con votos hayas orado a las ínclitas razas de muertos,
entonces sacrifica una oveja negra y, también, un carnero,
agachándolos hacia el Érebo, y tú mismo vuélvete aparte
deseando del río las corrientes. Y allí, numerosas,
habrán de llegar almas de muertos difuntos.
Justo entonces, a tus compañeros apremia y ordena
que a las reses, que yacen degolladas con bronce inclemente,
desollando las quemen y, luego, a los dioses supliquen,
al poderoso Hades e, igual, a la horrenda Perséfone.
Y tú, sacando la aguda espada adyacente a tu muslo,
siéntate, y no dejes que las testas sin brío de los muertos

174
HOMERO

aigaxog daoov ígev 7ipív Teipeaíao rcoOéaOai.


evOa toi avrÍKa pávTig eXeúaeTai, ópxape Xacov,
óg Kév toi eucpoiv óSóv Kaí jiéxpa keXeíOob
540 VOOTOV 0’, Óx; £7tí ftÓVTOV E^EÍgECU ixOuÓEVTa >.
£<paxa-UTÍKa Sé xpuaóOpovog t^dOev ’Hcoq.
ápxpi Sé p£ xXaiváv te xvcwvá te Ei'paTa egoev •
a\)Tr| S’ ápyótpEov <papo<; péya evvdto vúpqyq,
Xejctov Kaí xapíev, rcEpí Se £©vrtv PóXet’ i£m
545 KaXnv xpuoEÍriv, KEtpaXp 8’ etceOtike KaÁúrcTpriv.
aoTap éyó) Siá ScópaT’ ióv ©xpovov ETaípong
pEiXixíoio’ EKEEaai rcapaaTaSóv avSpa ekcíotov •
< PTJKETI VDV EÍSSoVTEg áíOTElTE yXoKDV B7CVOV,
áXX’ íopiEV • Sq yáp poi ércéíppaSe rcórvia KípKrj >.
550 og ¿(pápiv, toígiv 8’ E7CEKEÍ0ETO Onjióg áyqvíop.
ooSé jiév ooS’ EV0EV K£p árcripovac; r\yov ETaípoix;.
’EÁ7rr|v(Dp Sé ti<; egke vecútoctoc;, o-üte ti Xírjv
áXKipog év rcoÁéjicp odte cppeaív paiv ápr|p©<;,
og jxoi dvEU0’ Erápcov ÍEpoía’ év Sópaai KípKrjg,
555 \|fí>x£O£ ígeípcov, KaTEÁé^aTO oívopapeícov •
Kiv'up.évíov 8’ £Tíxp©v opaSov Kai Sodkov ockouoccc;
é^arcívr|<; ávópooGE Kaí ekáóOeto (ppeaiv paiv
dxgoppov Koraprivai übv é<; KÁípaKa paKprjv,
áXAd KaTavTiKpi) TÉyEog rcéaev • ek Se oí ccoxtiv
56o áoTpayóAzov éáyn, ijn>xn 5’ ’^AíSoaSe kocttíZOev.
épxopévoiai Se toígiv éyw peTCt pí)0ov eeucov •
< tpáo0£ ví> kod oikovSe <píÁT|v £<; KaxpiSa yaíav
Epxea0’* áAXnv 8’ npiv oSov tekjitipocto Kipktj
eh; ’AÍSao Sópoug Kaí eTtaivfig nepaecpoveíní
565 iiroxnxpriooy^ovsOnltaíovTeipeGÍa0 >.
©c; Eípápr|V, toígiv Sé KaTEKXáaOn qnXov niop,

175
ODISEA X

se acerquen a la sangre, antes de haber preguntado a Tiresias.


Allí, jefe de pueblos, presto a tí llegará el adivino,
él te dirá el camino y también las etapas del viaje,
y el retorno, cómo irás por el ponto lleno de peces’. 54
Así dijo, y al punto llegó Eos de trono dorado.
Me vistió vestidos, el manto y la túnica,
y ella misma, la ninfa, vistióse un peplo cándido, grande,
sutil y gracioso; se echó un cinturón en tomo a su talle,
hermoso, de oro, y un velo se puso en la testa. 54:
Mas yo, yendo a través de la casa, incité a mis amigos,
a cada hombre, estando a su lado, con dulces palabras:
‘Ahora ya no alentéis un dulce sueño, durmiendo,
mas partamos: ya la augusta Circe me dio indicaciones’.
Así dije, y su ánimo firme dejó persuadirse. 550
Mas no, ni de allí conduje ilesos a mis compañeros.
Había un Elpénor, el más joven, ni sobremanera
valiente en la guerra, ni ajustado en su mente;
él, lejos de los compañeros, en la casa sagrada de Circe,
deseando frescura, se acostó pesado de vino. 555
Al oír el tumulto y ruido de los compañeros moviéndose,
saltó de prisa y se olvidó del todo en su mente
de bajar de regreso yendo hacia la alta escalera,
mas cayo recto hacia abajo del techo, y su cuello
se rompió de las vértebras: su alma hacia el Hades bajó. 56o
Mas yo, a los que iban andando, dije estas palabras:
'Quiza, pues, pensáis que a casa, a la tierra patria querida
marcháis, pero Circe nos ha señalado otro camino,
a la casa de Hades y de la horrenda Perséfone,
a consultar el alma del tebano Tiresias’. 565
Así dije, y el corazón querido se les hizo pedazos;

175
HOMERO

e^ófievoi Se koct’ ax>0i yócov tíáXovtó te %aÍTa<;-


áXX’ oí) yáp Tig TCpf¡^i<; éyíveTO jxupopévoiaiv.
áÁX’ ote ÓT} p’ £7ti vrja 0or]v xai 0Tva OaXáacrqg
570 popev á%vT)|i£voi, 0aXepóv koctoc 5aKpi) xeovtec;,
TÓcppa §’ áp’ oixopévri KípKR rcapá vt(i (reXaívp
ápVEXÓV KaTEÓTIOEV OTV 0f)X,'DV TE [lÉXotlVOCV,
p£ia TiapE^EÁBovaa • tí; áv 0eóv ovk eOéXovTa
óípOaÁjiQKnv ’íSoit’ r ev0’ fj EvOa kiÓvtoc;

176
ODISEA X

y, sentados allí, gemían y sus cabellos mesaban;


mas, lamentando, no había para ellos ninguna, ganancia.
Mas cuando ya a la rauda nave, y del mar a la playa
íbamos tristes, vertiendo muchísimas lágrimas, 570
entonces Circe, yendo, al lado del negro navio
ató una oveja negra y, también, un carnero,
fácilmente pasando de largo: ¿quién vería con sus ojos
a un dios que no quiere ser visto al ir hacia acá o hacia allá?

176
11. OAYEZEIAIA

év Se xa píiXa Xapóviec; épnoapev, áv Se Kai amoi


5 paívopev á/víjievoi, GaÁepóv Kaiá SócKpu /éovie;.
Tjiitv 5’ av KaxójriaOe veó<; Koavorcpíppoio
tKpevov oupov xex TtXxiaxaixov, éaOXóv eiaxpov,
Kípicq éwiÁÓKapo<;, Sexvi) 0eóg aüSrjeaaa.
f|pei<; S’ ÓTiÁa exania KovTioápevox Kaiá vf|a
io i}p£0a- Tqv 5’ ávepóg le KX)PepvTiTri<; i’ x0i)ve.
Se ftavniiepÍTig iéia0’ xaixa 7tovio7iopoi)OTi<;.
S-uaeió i’ T|éXio<; okxóovio le rcaaax ayuxaí •
í| S’ ég 7teípa0’ iKave paO'üppóon ’ÜKeavoxo.
ev0a Se Kxpjiepícúv ávSpcov Sfipóg le rcóXxg le,
15 Tjepi Kai veipéÁp KeKaÁDgpévox • ot)8e rcoi ’ avioix;
’HéÁxog (paeBov KaiaSepKeiax aKixveaaxv,
oi$0’ ÓtiÓi’ av aieí/poi irpóg otipavóv áaiepoevia,
ovO’ oí’ av ay érci yaxav árc’ ox)pavó0ev jipoipajcniax
áXV e7ci vi)^ óáoti léiaiai SeiÁ-oiai ppoioiai.
20 vf|a pev ev0’ ¿Á0óvieg ¿KeXaapev, ¿k Se la pf|Áa
exXó|ie0’- aiiioi S’ ame rcapá póov ’ílKeavoxo
Hojiev, o<pp’ ég %a>pov átpiKÓpeO’, ov tppaae Ripicrj.
ev0’ ieprpa }±ev IlepipTiSric; Ei)px>Xo%óg le
ea/ov • ¿y© S’ áop ó£,i) épDaaápevog napa jxnpoí)

177
Libro XI

Y cuando a la nave y al mar arribamos,


antes que nada, hacia el mar divino botamos la nave,
y allí, en la negra nave poníamos el mástil y velas;
tomando las reses, las subimos a bordo, y mismos nosotros
nos embarcábamos tristes, vertiendo muchísimas lágrimas.
Y para nosotros, por atrás de la nave de proa cerúlea
enviaba viento propicio que hincha las velas, buen compañero,
Circe de hermosos rizos, diosa terrible, dotada del habla.
Nosotros, tras ocuparnos de toda la jarcia en la nave,
nos sentamos, y el viento y el piloto la dirigían. 10
De la que iba en el mar, todo el día estaban tensas las velas.
El sol se puso, y se ensombrecían todas las sendas;
ella llegó hasta el confín del Océano de flujo profundo.
Allí está el pueblo y la ciudad de los hombres cimerios,
cubiertos con niebla y con nubes: a ellos jamás 15
los contempla el luciente Sol con sus rayos,
ni cada vez que marcha hacia el cielo estrellado
ni cuando él nuevamente vuelve del cielo a la tierra,
mas se extiende la noche funesta en los pobres mortales.
Llegando allí, atracamos la nave y sacamos las reses; 20
y nosotros mismos, del Océano junto a la corriente
íbamos, hasta llegar al lugar que Circe nos dijo.
Allí, Euríloco y Perimedes sostuvieron las víctimas,
y yo, sacando la aguda espada adyacente a mi muslo,
cavé un hoyo como de un codo de un lado y del otro, 25
y en torno a él hice una libación a todos los muertos,

177
HOMERO

KpfflTa |XeklKpT|T(p, pEXEJtElXa SÉ T)8éi OlVG),


tó xpíxov ai)0’ iSSaxv érci 8’ áÁxpixa XenKa tcóÁuvov.
rcoÁXa 8e yonvo'óp'nv veKncov ápevrivá Káprjva,
30 eXBcov eig ’I0áKT|v axeipav ponv, tic; ápíaxri,
pe^eiv Év peyápoiai rcupriv x’ Ep7tA,T}aépev éaOAcav,
TeipEOÍfl 8’ á7cáv£l>0£V OÍV iepEDGEpEV OIÜ)
rcappeAav’, og prjXoiai pexaKpe7iei ripexépoiai.
xoi)c, 8’ ércei enxcoÁ/rjai Aixpaí te, e0vea veKpcov,
35 ÉAAioápriv, xa 8e pfjXxx Xa(3cdv áKeSeipoxópriaa
éc; pó0pov, pee 8’ aipa KeAaivecpég- ai 8’ áyépovxo
xjfüXai nrcé^ ’EpéPeiK; vekixov Kaxaxe0vr|(í)x(ov •
vnpcpai x’ ffiOeoí te rcoX'ÓTÁxixoí te yépovxeg
7iap0eviKaí x’ áxaXai veojievOéa 0npóv exonaai,
4o TioÁÁoi 8’ oñxápevoi xa^KTjpecnv éyxeípaiv,
ávSpe<; ápxiicpaxoi, Peppoxcopéva xenye’ eyovxec;'
oí rcoXÁoi 7cepi pó0pov éepoÍTeov áXAoGev áZAog
0£O7ieaÍTi iaxfl • épe 8e x^póv Séog fipeí.
8t) xóx’ E7EE10’ exápoiaiv ércoxpnvag ÉKéXenaa
45 pqAa, xa 8q KaxeKEix ’ éocpaypeva viq/éí ya/ÍKcp,
Seípavxac; KaxaKqai, ÉTten^aaOai Se Geoiaiv,
ícpOípcp x’ ’A'iSp Kai ÉTcarvfi Hepaecpoveíri •
anxóg 8e £,úpoq ó%b épnaaápevo<; 7iapá pupón
liprjv oi)8’ eicov vexúcov ápevrivá KápTjva
50 a'ípaxog áaaov ípev rcpiv Teipeaíao 7cn0éa0ai.
Kpóxrj Se yuxh ’EA,7rr|vopo<; T}Á0£V exaípon •
oí) yáp Ti© Éxé0a7txo i)7io xGovóc; enpnoSenK'
acopa yáp év Ripian peyápco KaxeXeíiiopev ripee;
aKÁauxov Kai áOaTixov, éicei rcovog áXXot; ejceiye.
55 tov pev éyco SáKpnaa íScov éXériaá xe Onpcp
Kaí piv cpcovíiGag enea Tixepóevxa TipoarinScov •

178
ODISEA XI

primero, con mezcla de miel; con suave vino, en seguida;


y una tercera con agua, y esparcía encima blancas harinas.
Con fervor prometí a las testas sin brío de los muertos,
que, al volver a ítaca, una vaca estéril, la que fuera mejor,
inmolaría en casa, y llenaría la pira de ricas ofrendas;
que sacrificaría aparte, a Tiresias, a él solo, un carnero
todo negro, el que en nuestros rebaños más descollara.
Cuando a las razas de muertos, con votos y súplicas
oré, tras tomar a las reses, las degollé agachándolas
hacia el hoyo, y fluía sangre negra de nubes; y se juntaron
desde abajo, del Erebo, las almas de muertos difuntos:
recién casadas, solteros y ancianos apesadumbrados;
tiernas doncellas de corazón recién afligido;
muchos heridos por lanzas provistas de bronce,
hombres muertos en guerra, con armas manchadas de sangre;
ellos, muchos, se reunían de acá y de acullá en torno del hoyo
con griterío asombroso, y un pálido miedo me asía.
Justo entonces, apremiando ordené a mis amigos,
que a las reses, que yacían degolladas con bronce inclemente, 45
desollando las quemaran, y suplicaran luego a los dioses,
al poderoso Hades e, igual, a la horrenda Perséfone.
Y yo, sacando la aguda espada adyacente a mi muslo,
me senté, y no dejaba que las testas sin brío de los muertos
se acercaran a la sangre antes que yo preguntara a Tiresias. 50
De mi compañero Elpénor el alma vino primero:
aun no estaba enterrado bajo la tierra de vías espaciosas,
pues nosotros dejamos su cuerpo en la sala de Circe,
insepulto y sin llanto, porque otro trabajo apremiaba.
Yo, al verlo, lloré, y tuve piedad en el ánimo 55
y, alzando la voz, le dirigí estas palabras aladas:

178
HOMERO

„ írcó íócpov Tjepóevxa;


e<p9r|g tce^cx; íóv q ¿y© oiv vqi geAaívq >.
cog é<p<xHTiv, ó Sé g’ oigó^ag qgeípexo gíOcp-
60 [< Sioyeve; AaepxiáSq, JtoAognxav’ ’OSuaoeí,]
áaé ge 8aígovo<; aiaa Kaicq Kai áOéGtpaxoq olvo<;-
KípKri<; $’ év geyápíp KaxaAéYgevoc; oík évóqaa
ayoppov KaxaPnvai lov KÁígaKa gaKpqv,
áXka KaxavxiKpí léyeog rcéaov • ek Sé goi aíxhv
65 áaxpaY<xA©v éáyri, v|ruxn 8’ "AíSoaSe KaxqXOe.
vív Sé ae xcbv orciOev YO'ová^ogai, oí rcapeóvxwv,
rcpóg x’ áXóx<™ Kai Kaxpóg, o a’ éxpetpe xuxOóv éóvxa
T'qXegáxo'u 0’, ov goívov évl gEYapoioiv eAeirceg-
oiSa Y«p ©g évOévSe ki©v Sógoo é^ ’A'íSao
70 vfjaov ég Aiarrjv axqoev; eíepYea vfja-
ev0a a’ eiteixa, áva^, KéXogai gvriaaaBai égeio.
grj g’ aKXaoxov aBarcxov ícóv O7ii0ev KaxaXeÍ7teiv
voacpiaBeíg, gq xoí xi 0e©v gqviga Yévcogai,
áAAá ge KaKKrjai aóv xeíxeGlv’ «<*<*<* goí éaxi,
75 aqgá xé goi x£íai TCoXrfig ércl Oivl 0aXáaGq<;,
ávSpó<; SüGXqVOlO, Kai ÓGGOgévOlGl 7XU0£G0ai’
xaíxá xé goi xeAéaai Tiq^aí x’ érci xogP© épexgov,
x¿p Kai Cpabc, epeaaov é©v gex’ égoía exapoioiv >.
1 ©; étpax’, aíxáp zyá giv ágeipógevoc; Tipoaéeucov
so < xaíxá xoi, ó Sóoxqve, xeXe'ü'rqG© xe Kai £P^© >.
vari gev ©<; ércéeaaiv ágeipogév© axiiYepoíaiv
qge0\ éY© gev ávevOev é<p’ afya™ (páoyavov íox©v,
eí8©Xov 8’ exép©0ev exoápoo rcóU’ áyópeoev.
^A0e 8’ érci yoxh KaxaxeOvqmqí,
85 AoxoAÓkoo Gvyáxqp geYaWopog ’AvxÍKÁeia,
xrv C©hv KaxéXemov í©v eic, HAtov lpr|v.

179
ODISEA XI

‘¡Elpénor! ¿Cómo viniste hacia abajo, a las sombras obscuras?


A pie llegaste antes que yo, viajando en mi negro navio’.
Así dije, y él, lamentándose, respondió con palabras:
‘Divino Laertíada, habilidoso Odiseo, <
me dañó el mal hado de un dios y el muchísimo vino.
No pensé, estando acostado en las salas de Circe,
en bajar de regreso yendo hacia la alta escalera,
mas caí recto hacia abajo del techo, y mi cuello
se rompió de las vértebras: mi alma hacia el Hades bajó. 6
Hoy te suplico, por los que atrás se quedaron, ausentes,
por tu esposa y tu padre, que te crió cuando eras pequeño,
por Telémaco, a quien dejaste, único, allá en el palacio
—sí, sé bien que de aquí, de la casa de Hades marchando,
en la isla Eea detendrás tu bien hecho navio—, 7Í
allí entonces, señor, te pido que tú me recuerdes.
Al partir, no me dejes atrás, sin llanto, insepulto,
alejándote: no sea yo para ti causa de la ira divina.
Mas quémame junto con todas las armas que tengo,
y en la playa del mar agrisado erígeme un túmulo, 75
el de hombre infeliz, por que se enteren aun los que vendrán.
Eso cúmpleme, y fija mi remo en el túmulo,
pues con el en vida remaba con mis compañeros’.
Así habló, y yo, respondiendo, le dije:
'Oh infeliz, te cumpliré y haré tales cosas’. 80
Ambos asi, intercambiando horribles palabras,
estábamos: de un lado yo, sobre la sangre teniendo la espada;
del otro, el espectro de mi amigo decía muchas cosas.
Vino entonces el alma de mi madre difunta,
Anticlea, del magnánimo Autólico la hija, 85
que yo había dejado viva al partir hacia Ilión la sagrada.

179
HOMERO

rqv pév éy© SaKpDaa iS©v éXei^aá te 0up©-


áXX* oí8’ ©<; eí©v rcpoTepriv, kbkivov jeep áxeí©v,
aípaTog áaaov ípev rcpiv Teipeaíao JtuOeaOai.
90 í|Á0e 8 ’ érci \}füXB ©rjpaíoo Teipeaíao,
Xpíaeov aKT]KTpov ex©v, épe 8’ éyv© Kai 7ipoaéeuie-
[< Sioyevég AaepTiá8r|, 7ioZopTixav’ ’OSiiaaeí,]
Tirar’ aír’, ó SoaTTjve, Aira©v (páoc; íeXíoio
'nX'üOe^, ótppa Í8p vÉKoac; Kai árepraea ycbpov;
95 áÁA’ ánoyá^eo Pó0pov>, áraiaxe Sé (páayavov ó^í,
áíparoc; otppa raí© Kaí toi viipeprea eíra© >.
©c; (pár’, éy© 8’ ávayaaaápevog ^ítpog ápyopóriXov
kodAe© épcaréraTi^’. ó 8’ éraei raíev aipa KeAaivóv,
Kai tote 8q p’ éraeeaai rapoorjíSa pávru; ápí p©v •
ioo < vóaxov 8í£qai peXiTjSéa, (paíSip’ ’OSoaaeí •
tóv 8é toi ápyakeov 0íaei 0eó<; • oí yáp oí©

Xíjaeiv évvoaíyaiov, o toi kótov év0£To 0op©


X©ópevog oti oi oióv (píÁov é^aÁá©aa<;.
áXK’ £Ti pév ke Kai ©g, KaKa ra£p raáaxovrsc;, íkoio0£,
105 ai k’ £0eá,tv; aov 0opóv ép'üKaKeeiv Kai éraíp©v,
OTChÓtE KE 7Cp©TOV raEÁáoflc; £Í Epyéa vf|a
OpivaKip vTja(p, rapo(poy©v ioEiSéa raóvrov,
pooKopévai; 8’ eípiyce póac; Kai í(pia pqXa
’Heááod, oc; raávr’ é(popa Kai raávr’ éraaKoÓEi.
no rae; £i pév k’ áoivéag éáag vóaroo te péSrjai,
Kaí kev et’ eic; ’I0áKqv, KaKa ra£p raáa/ovTEc;, íKOl°0e
El 8e KE GÍVTiai, TOTE TOI TEKpaípOp’ ÓX£0pOV
vt(Í te Kai Erápoio’. aíróc; 8’ e’í raép kev áXí^<;,
óipé KaKtóq vEiai, óÁéoac; árao raávrac; éraípove;,
n5 vT|óq etc’ áÁÁOTprqg- SriEig 8’ év raripara oÍkcü,
ávSpac, ÍTCEptpiáXovq, oí toi píorov KaréSovoi

180
ODISEA XI

Yo, al verla, lloré, y tuve piedad en el ánimo,


mas ni así, aun doliéndome mucho, dejé que, primera,
se acercara a la sangre antes que yo preguntara a Tiresias.
Vino entonces el alma del tebano Tiresias 90
con un cetro de oro; me reconoció y dijo estas palabras:
‘Divino Laertíada, habilidoso Odiseo,
¿por qué, pues, oh infeliz, dejando la lumbre del sol,
viniste, y así, vas a ver a los muertos y un sitio molesto?
Mas retírate del hoyo, y aleja tu espada cortante, 95
para que yo beba sangre y te hable verídicamente’.
Dijo así, y yo, cediendo, la espada con clavos de plata
introduje en su vaina. Después de que negra sangre bebió,
entonces, el intachable adivino me habló con palabras:
‘Buscas tu retorno dulce cual miel, ilustre Odiseo, 100
mas un dios te lo va a hacer difícil: no creo que te escapes
del que agita la tierra, pues ira en tu contra en su ánimo puso
irritado, porque cegaste del todo a su hijo querido.
Mas, aun así, aún podríais llegar, sufriendo desgracias,
si es que quieres frenar tu deseo y el de tus compañeros, 105
tan pronto como acerques tu nave bien hecha
a la isla Trinacia, habiendo escapado del ponto violáceo,
y encontréis paciendo las vacas y pingües rebaños
del Sol, que todo lo observa y todo lo escucha.
Si a estas dejas indemnes y del retorno te ocupas,
aun podríais llegar a ítaca, aun sufriendo desgracias;
mas, si las dañas, entonces yo te predigo la ruina
de la nave y de tus compañeros; y tú mismo, aun huyendo,
tarde y mal llegarás, perdiendo a todos tus compañeros,
en nave extranjera, y hallarás ahí, en tu casa, infortunios: 115
soberbios varones, los cuales devoran tus víveres,

180
HOMERO

pvópEvoi ávxi0ér|v áXoxov Kai é8va SiSóvxEg.


aXX i} toi keivcov ye píag árcoxEÍGEai eXOóv •
aÍTáp ¿tctiv pvrgtí pa<; évi pEyápoiai teoígi
120 kteívt^ T|e SóX© 1] áptpaSóv ó^éi /atacco,
epXeaOai 8t] érceixa, Xap©v EÍfjpE; épExpóv,
eig ó ke xoíg áípiKriai, oi oík iaaai 0áAaoaav
ávép£g oí8é 0’ áta-aai pEpiypévov EiSap eSodgiv •
oí 8’ apa toi iaaai véac; (poiviKorcapíoix;,
125 oí 8’ EÍRpE’ EpETpá, Xa TE TCTEpá VTfüGl rcéXoVTai.
afjjia Se toi épé© páX’ ápuppa8é<;, oí Sé ge A^gei-
órcrcóxE kev 8r toi £,uppÁí |xevo<; áAAoq óSíxTig
qyqp á0r|priAoiyóv éxeiv ává (paiSíp© ©peo,
Kai tote 8t| yaíp rcr^ag EÍfipec; épExpóv,
130 ’ép^ag lepa KaXá IloG£i8á©vi ávaKTi,
ápVElÓV Tttípóv TE GO©V x’ ETClPÍTOpa KOCTCpOV,
o’iKaS’ árcoaxEixeiv 'épSEiv 0’ lEpág £Kccxóppa<;
á0aV(XTOlGl 0EOIGI, TOI oí pavóv £Í pív EXOOGl,
rcaai pák’ E^EÍrig. 0ávaxog Sé toi é£, áAog aíx©
135 ápXrixpóc; pccXa xoiog éÁ,£Óa£xai, og Ké ge rcétpvp
yí pa orco Áircap© ápripévov • áp<pi 8e Aaoi
okpioi eoaovxai. xa 8é toi vripepxéa eíp© >•
©<; etpax’, aíxáp éy© piv áp£iPópevo<; rcpoaéeircov
< Teipegír, xa pév áp rcoo ércéKÁ©oav 0eoi aÍToí.
i4o áXX’ áye poi xó8e eirce Kai áxpeKé©g KaxáAe^ov •
priTpóq ttiv8’ ípó© xjroxív Kaxaxe0vTioír|<; •
í 8’ aKéooa’ fjGTai axeSóv oupocxog oí8’ éóv oióv
etXr éaávxa iSeiv oí Se rcporipo0r|GaG0ai-
eircé, áva^, rc©<; xév pe ávayvoíri xóv éóvxa; >
145 ©q étpápqv, ó Sé p’ aíxÍK’ ápeipópevog rcpoaeeirce
< prpSióv xoi ércog épé© Kai évi «ppeai 0Í°® ’

181
ODISEA XI

cortejando a tu esposa deiforme y ofreciendo regalos.


Mas, cierto, al llegar, punirás la violencia de aquéllos;
y una vez que en tus salas a los pretendientes
les des muerte con dolo o de frente con bronce cortante, 120
márchate entonces, tomando un remo de fácil manejo,
hasta que llegues a aquéllos, a los hombres que el mar
no conocen, ni comen comida mezclada con sal,
ni conocen naves, que tienen purpúreas mejillas,
ni remos de fácil manejo, que son de las naves las alas. 125
Te diré una señal muy manifiesta, no habrá de escaparte:
cuando otro viajero, saliendo a tu encuentro,
te diga que tienes un bieldo en tus nítidos hombros,
entonces, tras fijar en tierra tu remo de fácil manejo
y hacer hermosas ofrendas al señor Posidón 130
carnero y un toro y un cerdo que cubre las puercas—
un
Vuelve a tu casa, e inmola hecatombes sagradas
a los inmortales dioses, que tienen el cielo anchuroso,
a todos, muy en orden. Para ti, la muerte, fuera del mar,
asaz muy tranquila vendrá; ella habrá de golpearte 135
por apacible vejez agobiado, y, en torno, tu pueblo
dichoso estará. Te digo esto verídicamente’.
Asi habló, y yo, respondiendo, le dije:
"Tiresias, pues tal vez mismos los dioses eso tejieron,
Mas anda, dime esto, y cuéntalo con sus detalles. 140
Aquí veo el alma de mi madre difunta,
que, silenciosa, está sentada junto a la sangre, y a su hijo
no se atrevió a mirar cara a cara ni a hablarle.
Dime, señor, ¿cómo reconocería que yo soy aquél?’
Así hablé, y él al punto, respondiendo, me dijo: 145
Una palabra fácil voy a decir y a poner en tu mente.

181
HOMERO

ov xiva pév kev éag vekÚcov KaxaxeOvnÓTcov


aigaxoc; áaaov ípev, ó Sé toi vnpepxé^ éví\|/ev
© Sé k éraicpOovép^, ó Sé toi raáXiv eiaiv óraíaaco >
o cog cpapévi} xran pév épn Sópov "AiSog ciato
Teipeaíao ávaKxog, éraei Kaxá Géacpax’ éXe^ev •
avxap eytov avxov pevov epraeSov, ócpp’ ¿7ci piycriP
BÁA)0e Kai raíev aipa KeXaivecpéc;- avxiKa 8’ éyvco
Kai g’ óÁxxpvpogévTi énea raxepóevxa rapoar|ó8a-
55 < xéxvov épóv, ratog n^Bec; vraó £ócpov nepóevxa
^coóg éóv; /aÁeTióv Sé xáSe ^cooiaiv ópaaOai.
péaacp yáp peyákoi raoxapoi Kai Seivá péeOpa,
’QKeavó^ pév raparía, xóv ov racog éaxi raepnaai
rae^óv éóvx’, nv pn xig éxn evepyéa ví^a.
160 f| vvv Sn TpoírtOev áZópevog évOáS’ ÍKavei<;
vt[Í te Kai éxápoiai raoXvv xpóvov; ovSé raco nX0e<;
eig ’lOaKqv ovS’ eiSeg évi peyápoiai yuvaiKa; >
co<; écpax’, avxáp éyco piv ápeipópevog rapoaéeiraov
< píyiep éprp Xpeió pe Kaxnyayev eig ’AíSao
i65 xyvxíi XP^oópevov ©nPai°v Teipeaíao-
oó yáp raco ayeSov t]XBov ’AxaiiSo^ ovSe raco apfj^
yrjg éraépnv, aXX5 aiev excov aXaXxipai oi^w,
é^ ov xá rapcóxiaO’ éraópnv ’Ayapepvovi Sup
’TXiov eí<; evracoXov, iva Tpcoeaai paxoipnv-
no áXX’ áye poi xóSe eiraé Kai áxpeKecog KaxaXe^ov
xíg vv ae Kqp éSápaaae xavnXeyéog Gaváxoio;
SoXixn vovaoc;, n ’'Apxepi<; ioxéaipa
oía’ áyavoiai péXeaaiv éraoixopévn Kaxéraecpvev;
eiraé Sé poi raaxpóc; xe Kai viéo;, ov KaxéXeiraov,
175 f| éxi raáp Keívoiaiv épóv yépac;, né xií nSp
ávSpcov áXXog éyei, épé S’ ovKéxi (poccri véeaOai.

182
ODISEA XI

A cualquier de los muertos difuntos a quien le permitas


acercarse a la sangre, él te hablará verídicamente;
a quien se lo impidas, él se irá nuevamente de vuelta.
Dicho esto, se fue hacia la casa de Hades el alma
del señor Tiresias, tras exponer los presagios divinos.
Mas yo, firme, allí me quedé hasta que mi madre llegó
y bebió sangre negra de nubes; me conoció de inmediato
y, lamentándose, me dirigió estas palabras aladas:
‘¡Hijo mío! ¿Cómo viniste hacia abajo, a la obscura tiniebla, 155
vivo? Pues es difícil para los vivos ver estos lugares.
Hay grandes ríos de por medio y terribles corrientes,
ante todo el Océano, al cual no es posible que cruce
alguien a pie, si no tiene una nave bien hecha.
¿Hasta ahora llegas aquí, desde Troya, errabundo 160
mucho tiempo en la nave y con tus compañeros? ¿No has ido
a Itaca, ni en el palacio has visto a tu esposa?’
Así habló, y yo, respondiendo, le dije:
‘Madre mía, la urgencia, a la casa de Hades me hizo bajar,
a consultar el alma del tebano Tiresias. 165
Porque aún no he ido cerca de Acaya, ni nuestra
tierra he pisado, mas siempre ando errante teniendo miserias,
desde cuando, al principio, seguí a Agamenón, el divino,
a Ilión de buenos corceles, para combatir a los teucros.
Mas anda, dime esto, y cuéntalo con sus detalles: 170
¿Que hado de muerte asaz pesarosa te ha sometido?
¿Una larga enfermedad? ¿O Ártemis, tiradora de flechas,
te dio muerte, acercándose a ti, con sus suaves saetas?
Dime, de mi padre y del hijo, que yo abandoné,
si mi honor aún se encuentra entre ellos, o ahora algún otro 175
de los hombres lo tiene, y afirman que yo ya no volvere.

182
HOMERO

eíjcé Sé poi pvqaxqc; alóyoo pouXriv xe vóov xe,


qépévei rcapá rcaiSí Kaí eprceSa rcávxa (pn?iáaaei,
Ti qSq piv eyqpev ’A%aia>v og xu; ápiaxoc; >.
180 cog etpapqv, q S aoxiK apei^exo KÓxvia pqxqp*
< Kaí Xíqv Keívq ye pévei xexXqóxi 0opw
aoíaiv éví peyápoiaiv • ó'i^opaí Sé oí aíeí
<p0ívooaiv vÓKxeg xe Kaí qpaxa SaKpu xeoóaq.
oóv S’ oí) k© xig é%ei KaXóv yépac;, áUá exq5lo<;
i85 TqXépaxoc; xepévea vépexai Kaí Saíxa; éíaac;
Saívoxai, ác; ércéoiKe SiKaarcóXov ávSp’ áXeyóveiv■
rcávxec; yáp Ka^éonai. rcaxqp Sé aó<; aóxó0i pípvei
áypá) oóSé rcóAivSe Kaxépxexav oóSé oí eóvaí
Sépvia Kaí xtaxívai Kaí pqyea aiyaXóevxa,
190 áAA’ o ye xeípa pév eóSei o0i Spcoec; éví onap,
év kóvt áyxi nopóc;, KaKa Sé xpoí eípaxa eíxai-
aóxáp é7tqv eX0qai 0épo<; xe0aXoíá x’ órcrópq,
rcávxq oí Kaxá yoiivov áÁxoq<; oívorcéSoio
(póXXcov K£KXipéva>v x^ocp^Xaí PepXqaxai eóvaí.
195 ev0’ o ye Keíx’ áxécov, péya Sé tppeaí rcév0o<; áe^ei
aov vóaxov 7io0écov • xaAercóv S’ ém yqpac; ÍKavei.
oóxco yáp Kaí éyov óÁópqv Kai Koxpov eneoTiov •
oíSx’ épé y’ év peyápoiaiv éiiaKOJioc; loxeaipa
oía’ áyavoíai péXeaaiv ércoixopevq Kaxenetpvev,
200 orne xic; oóv poi voóao^ e7iqÁD0ev, q xe paAiaxa
xqKeSóvi axoyepq peXécov é^eiXexo 0opov •
áXXá pe aóc; xe rcóÓoc; aá xe pqSea, (paíSip ’ ’OSuaaeó,
aq x’ áyavo<ppoaóvq peXiqSéa 0opóv árcqúpa >.
cóg étpax’, aóxáp éyco y’ é0eXov tppeaí peppqpí^ocg
205 pqxpóc; épqc; \jn)XT|v eXeeiv Kaxaxe0vq'uiq,<;.
xpíg pév é(pooppq0qv, éXéeiv xé pe 0opó<; ávóyei,

183
ODISEA XI

Dime, de mi legítima esposa el querer y el pensar,


si permanece con su hijo y firmemente cuida de todo,
o ya la ha desposado quien sea el mejor de los aqueos’.
Así dije, y mi honorable madre respondió de inmediato: i
‘Desde luego, aquélla permanece con ánimo firme
en tu palacio, y para ella, siempre infelices
se consumen los días y las noches, vertiendo sus lágrimas.
Tu hermoso honor aún nadie lo tiene: tranquilo,
tus terrenos posee Telémaco, y en adecuados banquetes
banquetea, los que conviene que atienda el que imparte justicia,
pues todos lo llaman. Tu padre allí mismo se encuentra,
en el campo, y a la ciudad no baja, ni tiene de lecho
cama y mantas y espléndidas colchas, mas en el invierno
duerme ahí, donde en la casa se duermen los siervos, 190
en la ceniza, junto al fuego, y malos vestidos se viste;
y, cuando llega el verano y, fructuoso, el otoño,
doquiera, por la colina del huerto fértil en vides,
se extienden, humildes, sus lechos de hojas caídas.
Ahí yace afligido, y él aviva más la pena en su pecho, 195
tu retorno deseando; la difícil vejez le ha llegado.
Pues así me morí también yo, y encontré mi destino:
ni en la casa, la tiradora de flechas de aguda mirada
me dio muerte, acercándose a mí, con sus suaves saetas,
ni enfermedad alguna me vino, la cual, sobre todo 200
por horrible consunción de los miembros, la vida nos quita,
mas, ilustre Odiseo, mi anhelo de ti y tus cuidados
y tu urbanidad, me arrancaron la vida dulce cual miel’.
Así dijo, y yo, en mi pecho estando indeciso, quería
abrazar el alma de mi madre difunta. 205
Tres veces me impulsé, el ánimo me ordenaba abrazarla;

183
HOMERO

tplí Sé poi éK xetpñv OKifi eÍKEXov k<xí óveípa,


otoct • epoí 8’ «xo? ó^í) YevéoKETo KnpóOi paÚov,
K«i piv (pcovTiaa^ ratea Jtxepóevxa Jtpooii'úScuv •
210 „ tpñxepépéi.xívón’oópípvetgeXéeivpepañxa
o<ppa sal eiv ’AÍSao (píAag Ttepi Zeipe PaXóvxe
aptpoTEpco Kp-oepoío TETaprccopEaÓa yóoio;
T) xi (ioi EiScoXov tóS’ áyavn riepaetpóveia
anp'üv’, otpp’ eti paXXov óSopópEvog OTEvaxíC©; >
215 é<pá(inv, n 8’ aÍTÍK’ ápEÍjiETO TCOTVia llTITnp-
< ÓS (101, TEKVOV £(1ÓV, TCEpl TCtXVTtDV KtXppOpE (pCOTWV,
OÁS TÍ ge IlEpaEípóvEia Aióg OvyáTTip árcatpíaKEi,
áXX’ aÍTR 8Íkt( egti ppoxcov, ote tí; ke Oávpaiv.
oí yáp eti aápKot<; te kcíÍ oaxÉa ive<; exouaiv,
220 áXX,á xa (iev te KDpóg KpaTEpóv pévo<; aí0opévoio
8apva, ekeí ke 7cpa>Ta XÍ7CT1 Xeík’ óaxéa 0i)póg,
S’ Tita’ ÓV£lpO<; (X7EO7ET(X(1£VT| 7tE7TÓTT|Tai.
áÁXá (pócoaSE Taxiaxa XiAxxíeo • Tama Se 7iávTa
íaO\ iva Kaí petókig0e tet( £Í7tpa0a yuvaiKÍ >.
225 vari pev cog ekeeggiv áp£iPóp£0 ai 8e yovaÍKEg
nZi)0ov, óycpwEV yáp áyavq IlEpaEtpóvEia,
oaaai ápianícov áXoxoi Eaav ti8e 0úyaTp£<;.
ai 8’ áptp’ aípa KEXaivóv cíoXXeec; T(y£p£0ovTo,
amáp éy© PoíA-edov, otigx; EpEoipt £KaoTT|v.
230 <í8e 8e (1OI Kaxá 0vpóv apúren tpaívETO Podáti • ~
arcaaaáp£vo<; TavÍT(K£<; áop rcaxéo<; napa pr|p°í
oÍK eicqv kiveiv apa naca; aipa keAxxivov.
ai Se Kpopv'qoTivai ercríioav, í8e ¿Kaorn
ov yóvov é^ayópEDEv • éy© 8’ épEEivov anaaai;.
235 £V0’ í TOl Kp©TT(V Tl)p© l8oV EDftaTEpEiaV,
T| tptxTO LaXp©vñog apipovog EKyovog eívai,

184
ODISEA XI

tres veces, de mis brazos, semejante a sombra o a sueño,


voló. Mi pesar se hacía más agudo en el pecho,
y yo, alzando la voz, le dirigí estas palabras aladas:
‘Madre mía, ¿por qué no me aguardas, si anhelo abrazarte, 210
para que incluso en el Hades trenzando los brazos queridos,
de nuestro gélido llanto los dos disfrutemos?
¿Acaso esto, como un fantasma, la noble Perséfone
me envió, y así, voy a gemir todavía más, lamentando?’
Así dije, y mi honorable madre respondió de inmediato: 215
‘¡Ay, hijo mío, el más desdichado de todos los hombres!
De ningún modo te burla Perséfone, la hija de Zeus,
sino que ésa es la norma del hombre, cuando uno se muere:
los nervios ya no sostienen las carnes y huesos,
sino que a éstos, del fuego ardiente el grande vigor 220
los destruye, una vez que la vida deja la blanca osamenta,
y el alma, cual sueño, volando hacia afuera, volita.
Mas tú, desea llegar rápidamente a la luz, y todo esto
advierte, por que lo cuentes después también a tu esposa’.
Ambos, palabras así intercambiábamos, y las mujeres 225
llegaron, pues las enviaba la noble Perséfone,
todas las que eran las hijas y esposas de príncipes.
Ellas, en torno a la negra sangre se juntaban en grupo,
mas yo cavilaba cómo a cada una podría interrogar.
Y ésta a mí, en el alma, me parecía la mejor decisión: 230
extrayendo mi espada de largo filo del muslo fornido,
no dejaba que todas a una la negra sangre bebieran.
Ellas, una tras otra avanzaban, y cada una de ellas
declaraba su estirpe: a todas yo preguntaba.
Allí, primero vi a Tiro nacida de un padre preclaro;
ella decía que era la hija de Salmoneo, el intachable,

184
HOMERO

<pfj 5é KpnOño? YUVT, ERgevai AioXÍSoo •


i] Tioxajxoí) ipáaaax’ ’Evircf¡o<; Geíoio,
o<; tcoXÍ raXXiaxoc; Koxajiav éirí yaiav i^ai,
246 P ?7t’ ^v™T\oc, tccqáegkexo rala pee8pa.
W 8’ apa eíaápevo^ yaifio%og évvoaíyaiog
év rcpoxoite Koxajioi napeXé^axo Sivievxo^
rcopíp'ópeov 8’ apa KÍpa rcepuná&n oipeí íaov,
KDpxco0év, Kpivj/ev 8é 0eóv 0vnxrtv te yuvaiKa.
245 [Xioe 7tap0evir|v £óvnv, rara 8’ ítcvov exe-uev.]
aíxáp E7ieí p’ éxéXeaoe 0eó<; (piXoTqaia épya,
ev x’ apa ol (pi xeipí enog x’ etpax’ era’ óvópa^e-
< xaípe, yvvai, (piXóxrtxv rcepircXopévoT) 8’ éviavtoi
xé^eai áyXaá XEKva, etcei otjk árco<páÁ,ioi eivaí
25o áOaváxcov • ai Se xoit; Kopeeiv áxixaXXépevaí xe.
viv 8’ epxei) xcpóc, 8c5pa raí íaxeo }itj8 ’ óvogivpg-
aixáp éyco xoí etpt nooeióáwv évoaíx0ov >.
coc; £utá>v imó Tióvxov éSiaexo Kojxaívovxa.
fj 8’ iKOKüaapEvri neXÍTjv xeke raí Nidria,
255 x<x> KpaxEpá) Oepárcovxe Aióc, peyáXoio yevéaGriv
ápxpoxÉpar IleXíric; pév év e'ópoxópq) ’laoXiap
vaiE iroÁippTivo<;, ó 8’ áp’ év IIdág> TjpaOóevxi.
xoi<; 8’ exépo'uc; Kprt0rVi xékev PaaíXeia yuvanráv,
Aíaová x’ nSé <J>éprix’ ’ApuGáová 0’ Í7C7rio%áppr|v.
26o xr)v Sé pex’ ’Avxiójcriv í8ov, ’Aggwcoío 0uyaxpa,
TÍ Si raí Atoe; eixex’ év áyKoívpaiv íáuaai,
raí p’ exekev 5úo rcaíS’, ’Apcpíová xe ZrjOov xe,
oí rcpcoxoi ©iPn? eSo<; eKxiaav £7rxa7róXoio
Kipycoaáv x\ érceí oi pév arcó pyarcóv y’ éÓóvavxo
265 vaiépev £'üpóx°Pov ®ipTiv, Kpaxep© rcep éóvxe.
rqv 8é pex’ ’AXkptivtiv í8ov, ’Apcpixpúcovoc aKoixiv,

185
ODISEAXI

y decía ser la mujer de Creteo, el Eólida.


Ella se había enamorado de un río, del divino Enipeo,
que, de los ríos con mucho el más bello, echa agua en la tierra,
y pues de Enipeo frecuentaba mucho las bellas corrientes.
Asemejándose a éste, el que recorre y agita la tierra
en las bocas del no vorticoso acostóse con ella;
una ola purpúrea igual a un monte en torno se puso,
curvada, la cual encubrió al dios y a la joven mortal.
Le desató el cinturón virginal, y sueño infundióle. ;
Y cuando el dios consumó su trabajo amoroso,
le estrechó la mano, y esto decía y la nombraba:
‘Alégrate de este amor, oh mujer; a la vuelta de un año
parirás hijos preclaros; estériles no son fes lechos
de los inmortales: cuídalos tú, y tiernamente aliméntalos. 25
Ahora vete a tu casa y contente, no digas mi nombre,
mas, debes saberlo, soy Posidón, el que agita fes suelos’.
Dicho esto, él se hundió bajo el ponto ondulante.
Ella, quedando preñada, a Pelias dio a luz, y a Neleo,
que llegaron a ser del gran Zeus poderosos ministros 255
ambos: Pelias en Jolcos, de amplios espacios,
vivía, rico en ovejas, y el otro en Pilos, la muy arenosa.
Mas la reina de las mujeres dio a luz a otros para Creteo,
a Eson y a Feres, y a Amitaón que combate en el carro.
Después de ésta vi a Antíope, la hija de Asopo, 260
que se preciaba de haber dormido en los brazos de Zeus,
y pues dio a luz a dos hijos, a Zeto y Anfión
que, primeros, fundaron, de siete puertas la sede de Tebas,
y la torrearon, pues no podían vivir sin las torres
en Tebas, de amplios espacios, aun siendo muy fuertes.
Después de ésta vi a Alcmena, mujer de Anfitrión,

185
HOMERO

n p’ 'Hpaid^a 0paaupepvova 0DpoXéovxa


yeivai év áyKoívpoi Aióg peyáXoio piyeioa-
Kai Meyáprtv, Kpeíovxog Í7i£p0x)poio 0x>yaxpa,
70 xt|v e/£v ’Apqnxpícovog uióg pévog aiév áxeip^.
piycépa x’ OiSutóSao í8ov, kccXtiv ’ETCiKáaxriv,
péya epyov épe^ev aíSpevpci vóoio
yqpapévTi <p mi- ó 8’ ov rcaxép’ é^evapí^ag
YRpev • átpap 8’ avániiaxa 0eoí 0éaav áv0pá)7coioiv.
275 áXX’ ó pev év ©Tipp rcoÁoripáxG) áXyea 7iáoxcov
KaSpeícov Rvaoae 0ecov óXoág Siá PoiAag-
f| 8’ epr| eíg ’AÍSao 7n)Xápxao Kpaxepoio,
ávapévT} ppóxov aÍ7ti)v átp’ peXáQpoo
cb áxeí cxopevri • x¿b 8’ áÁyea KaXXin’ ókÍocjcd
28o TCoÁXa páV, oaaa te pi]xpóg épivóeg ekieXeodoi.
Kai XXcbpiv eíSov TiepiKaXXéa, Tqv tcoxe Nr|X£bg
yfipev eóv Siá KaXXog, érceí 7iópe pupía eSva,
Ó7iXoxáxr|v Koóp'qv ’Aptpíovog ’laaíSao,
og tcox’ év ’Opxopev© Mivvqícp ítpi ávaaaev •
285 q Sé IIóÁou paxnXeue, xekev 8é oí áyXaá tekvoc,
Néaxopá te Xpopíov xe riepiKÁópevóv x’ áyepo/ov.
xoioi 8’ én’ itp0ípqv Ílqpíb xéice, 0aópa ppoxoiai,
xt|v rcávxeg pvcbovxo 7iepiKxíxai • oóSe xi NqXebg
xq> éSíSou, og pq éXiKag póag eópBpexíÓTtoog
290 £K OuXáKqg éXáaeie píqg ’ltpiicXqeíqg
ápyaXéag. xág 8’ oíog vnéGXZio pávxig ápópcov
é^eXáav • xaX,£7iq 8e 0eoí> Kaxa poipa 7t£Sqa£
Seapoí x’ ápyaÁéoi Kai PookoXoi aypoicoxai.
áXX’ oxe 8q pqvég xe Kai qpépai é^exeXeovxo
295 aip TCEpixeXXopevov exeog Kai ejtqXuOov copal,
Kai xóxe 8q piv eXuae píq ’ItpiK%qeíq

186
ODISEA XI

la cual a Heracles, corazón de león, de audaz resistencia,


concibió en los brazos del magno Zeus tras unirse con éste;
y vi a Mégara, la hija de Creonte, el muy animoso:
la desposó el Anfitriónida, el siempre indomable en coraje.
Vi a la madre de Edipo, a la hermosa Epicasta,
que cometió una acción atroz por una ignorancia de mente,
al casarse con su hijo: éste, matando a su padre, con ella
se casó; entre los hombres, eso al punto vulgaron los dioses.
Y él, en la muy anhelada Tebas, sufriendo dolores 27
reinaba sobre los cadmeos por designio fatal de los dioses;
mas ella se fue hacia el fuerte Hades, guardián de las puertas,
tras anudarse del alto techo un lazo que tenso se puso,
poseída por su angustia; pero atrás le dejó unos dolores,
muy muchos, cuantos pueden cumplir las furias maternas. 2so
Y vi a la hermosísima Cloris que antaño Neleo
desposo por su belleza, tras dar incontables regalos;
era la hija mas joven del Jásida Anfión
que otrora en Orcómeno minia reinó con firmeza.
Ella fue reina en Pilos, y le dio unos hijos preclaros: 285
Néstor y Cromio y Periclímeno, el muy impetuoso;
a emás parió a la robusta Pero, prodigio entre humanos,
a quien pretendían los vecinos, todos; Neleo, en lo absoluto,
no la daba, sino a quien al fuerte Ificlo le sustrajera
desde Fílaca, las paticurvas vacas, de frente espaciosa, 290
ciles vacas. Solo el adivino intachable hizo promesa
difí
de sustraerlas, mas la dura moira de un dios lo impidió:
Unos difíciles lazos y los boyeros del campo.
Mas, cuando ya se cumplían los meses y días,
volverse el año de nuevo, y las estaciones vinieron,
al 295
pues entonces, el fuerte Ificlo lo soltó, cuando ése le dijo

186
HOMERO

0éacpaia návx’ sinovia- Aió<; 6’ éxekeíexo poo^rj.


Kai Ax|Sr|v eiSov, rqv TovSapéou napaKomv,
h p’ onó TovSapéíp Kpaxepcxppove yeívaxo naiSe,
300 Káoxopá 0’ innóSapov Kai rci)^ áyaOóv noAnSewea,
xoog apqxo Kaié/ei (pooí^oog aia-
oí Kai vépOev yrjg xipqv npó<; Zr|vó<; éxovxeg
áAkoxe pev ^©ooo ’ éxepnpepoi, áAXoxe S’ auxe
xeGvaaiv • xipnv Se Zelóy/aoiv iaa Oeoiai.
305 tt|v Se peí’ ’lcpipeSeiav, ’AXoofio^ napaKoixiv,
eiaiSov, T| 8t] qxxaKe IloaeiSáovi piyqvai,
Kai p’ éxeKev Sóo naiSe, pivovOaSí© Sé yevéa0r|v,
~Qxóv x’ ávxíOeov TTjXeKXeiTÓv i’ ’EtpiáXxTjv,
oo<; Srj priKÍaxoix; 0pe\|/e ^eíScopog ápoopa
310 Kai rcoÁ/b KaXXíaxoog peía ye kXdxóv ’Qpícova •
évvéopoi yáp xoí ye Kai évvearcri%ee<; r^aav
eopog, áxáp pfjKÓg ye yevéa0T|v évveópymoi.
o’í pa Kai áOaváxoiaiv áneiAxixriv év ’OAóprcq)
(poZóniSa axriaeiv noXoaÍKog noXépoio.
315 ”0aaav én’ OüÁópncp pépaaav Oépev, aóxáp én’ ’'0aap
nAAiov eivoaííp'üXXov, iv’ oópavóg áp(3axó<; eíri.
Kai vó kev é^exéXeaaav, eí fipiyg péxpov íkovxo •
áXX’ óXeaev Aió<; oióg, ov fit>Kopo<; téke Ar|xó,
ápípoxepco, npív atpcoiv 'bnó Kpoxátpoiaiv íodáoik;
320 áv0qaai noKaaai xe yévvg ebocvOéi Xá%vp.
OaíSpiyv xe npÓKpiv xe íSov KaXrjv x’ ’ApiaSvTjv,
Kobprjv Mívgmx; óXoótppovog, rv noxe ©riaeix;
eK KprixTi^ ég yoovov ’AOrjváwv iepácov
rjye pév, obS’ ánóvnxo- nápog Sé piv ’'Apxepi<; eKxa
325 Aíp év ápcpipbrfl Aiovbaoo papiopípai.
Maipáv xe KXvpévnv xe íSov axvyepnv x’ ’EpicpvAnv,

187
ODISEAXI

todo el presagio divino: de Zeus se cumplían los designios.


Y vi también a la esposa de Tíndaro, a Leda,
la que dio a luz, por Tíndaro, a dos hijos de ánimo invicto,
a Castor, que doma caballos, y a Pólux, buen pugilista; 300
a estos dos, aunque vivos, cubre la tierra, dadora de vida,
pues ellos, de Zeus teniendo un honor bajo tierra inclusive,
o bien, alternando los días, están vivos, o bien
están muertos: han obtenido un honor igual que los dioses.
Después de ésta, a la esposa de Aloeo, a Ifimedea 305
miré, la cual afirmaba haberse unido con Posidón,
y pues dio a luz dos hijos, mas ambos vivieron un tiempo
breve: el deiforme Oto y el celebérrimo Efialtes,
que son los más altos que crió la tierra dadora de grano,
y los más bellos, con mucho, después del ínclito Orion; 310
pues ellos, de nueve años, también ya eran de nueve
codos de ancho, y nueve brazas lograron de altura;
y aun contra los inmortales, en el Olimpo, amenazaron
con iniciar el fragor de una guerra impetuosa.
Ansiaban poner el Osa sobre el Olimpo, y sobre el Osa 315
el Pelio, que ondea su follaje: que el cielo fuera escalable.
Lo habrían hecho, si al tiempo de la juventud hubieran llegado;
mas el hijo de Zeus, el que parió Leto de lindo cabello,
los mató, a los dos, antes que el vello floreara debajo
de sus sienes, y cubriera el mentón con florida pelusa. 320
Vi a Fedra, a Procris y a Ariadne, la hermosa hija de Minos,
el peligrosamente hábil; a ella, una vez llevaba Teseo
desde Creta hacia la colina de Atenas sagrada,
mas no disfrutó de ella, pues la mató Ártemis, antes,
en Día, rodeada de mar, por declaración de Dioniso. 325
A Mera y a Clímene vi, y ala cruel Erifila

187
HOMERO

n xpuoov qnXou ávSpóg éSé^axo TipnevTa.


moa; 8’ obk áv éyó) pB0riaopai ob8 ’ ovo^vco
oaoag n pcócov áÁóxoog ÍSov ñSé 0óyaTpag •
330 K?LV YC*P Kev Ka'r <p0ít’ ápPpoTog. áAAá Kai ™
OpTl
euóeiv, fj érci vfja 0ot}v eA0Óvt’ ETaípoBg
Sé 0eoíg’ ópív te jjeAtjoei ».
me, £<pa0’, oí 8’ apa rcávTEg aKqv éyévovTo Gi©rcrj,
kt| Ar|0p© 8 ’ EQXOVTO Kara péyapa OKiÓEVTa.

335 TOÍaiV 8 ApT|TT| XeT)KG)XeVO<; TÍPXETO |IT)0(DV •


« <X>air|K£g, rc©g Bppiv avrjp o8e (paívexai Eivai
eióóg te pey£0óg te í8e (ppévag ev8ov éioag;
^eivog 8’ avr’ épóg egtiv, EKaGTog 8’ éppopE Tipí}g.
t© jxrj £7C£iyóp,£voi árcorcéprc£T£ jLXT|Sé Ta 8©pa
340 OBT© XpTl'i^OVTl KoAoBETE* KoAAá yáp BRIV
KTií|iaT’ évi peyápoiGi 0ewv íóttjti KÉovTai ».
TOTGl 8e Kai RETEEIKE yÉpWV Tip©g ’ExÉVTIOí;,
[og 5t] OavriKCDV ávSpcbv rcpoyEvéaTEpog rjev •]
« © qríAoi, ob páv Tjpiv arcó GKorcoB ob8’ arcó Só^ric;
345 p,D0£iTai PaaiAEia rc£pí<pp©v • áAAá rcí0£O0e.
’AAkivoob 8’ ek tobS’ Exexai Epyov te ércog te ».
tóv 8’ am’ ’AAKivoog árcap£Íp£T0 q>©vr|O£v te-
« tobto pév obt© Sf| EOTai ércog, aí kev éy© ye
£©óg OairiKEaai <piAr|p£Tpoioiv áváoo©-
350 ^eívog 8é tAt|t©, páAa rc£p vógtoio x«tí£©v,
£|X7rqg obv ércipeivai ég aBpiov, EÍg ó ke rcaaav
8©tívtiv teAeg©. rcoprcTj 8’ávSpEGGt reAtigei
rcaat, páAiGTa 8’ époí • tob yáp Kpáwg egt’ évi Siíp© >>.
tóv 5’ árcagEipójLiEvog rcpooéípn rcoAíprp^ ’Oóbgoeb;
355 « ’AAkIVOE KpEIOV, TlávTOV áplÓElKETE A(X©V,
eí pe Kai eig éviaBTÓv ávóyoiT’ aBTÓ0i pípvEiv

188
ODISEA XI

que aceptó, a cambio del caro marido, oro precioso.


Tantas, yo no voy a narrar ni voy a nombrar
cuantas esposas e hijas vi, de héroes varones,
pues se acabaría antes la noche divina. Ya es hora
de que duerma, en la rauda nave, yendo hacia los compañeros,
o aquí mismo. Mi viaje, asunto será de los dioses, y vuestro”.
Así habló, y pues todos, en silencio, quietos quedaron,
ellos fueron presa, en la sala umbrosa, de un plácido encanto.
Y entre ellos tomó la palabra Arete, de cándidos brazos: 33
“Feacios, ¿cómo os parece que es este varón
de aspecto, estatura y, por dentro, de mente juiciosa?
Y es mi huésped, mas de este honor participa cada uno.
Por tanto, no lo despidáis con premura, ni dones
escatiméis al que es tan indigente; pues muchas riquezas 34<
en vuestras casas se encuentran por el favor de los dioses”.
Entre ellos también habló el viejo héroe Equeneo,
queera el de más edad de los hombres feacios:
“Amigos, cierto, no lejos de nuestra opinión o propósito,
la muy prudente reina se expresa. Así, obedecedla. 345
Mas, aquí, la palabra y la obra dependen de Alcínoo”.
Le respondió entonces Alcínoo, y le dijo:
Esa palabra, sin duda, así habrá de cumplirse, si yo
estoy vivo y reino entre los feacios, que aman los remos;
que, aun mucho deseando el retorno, el huésped aguante, 350
con todo, esperar hasta mañana, hasta que todos los dones
yo tenga completos. Su viaje, asunto será de los hombres,
de todos, máxime mío, de quien es el poder en el pueblo”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
Rey Alcínoo, preclaro entre todos los hombres, 355
si me pidierais que incluso un año aquí me quedara,

188
HOMERO

rcopif|v t ’ óxpívovce Kai áyXaá 8®pa SiSoite,


Kaí KE TO pOl)Xoí¡lTlV, Kai KEV TCoAÍ) KEpSlOV EU]
TCXeioxepT) oov %£ipi (píkrjv ég TtaxpíS’ ÍKeo0ai,
560 Kai k aiSoioTEpog Kai (píÁTEpog ávSpáaiv eit|v
rcáaiv, 0001 p’ ’lOaKnvóe iSoíaxo voGTTjGavTa ».
xóv 8’ ain’ ’AAKÍvoog árcapeípeTo (pcóvriaáv te-

« Ó) ’OSoGEO, TO p£V OI) TÍ o’ ElGKOpEV ElGOpÓCDVTEg


Tptepo7rná t’ ejiev Kai ekíkáokov, oiá te 7ioXXoi)g
365 póoKEi yaia péXaiva 7ioÁDG7t£péag áv0pcí)7toog
VeóSeó t’ ápwvovTag, o0ev ke Tig oo8é í'Soito-
GOÍ 8’ £711 PEV P0p(pT] E71EC0V, £V1 8e (ppEVEg £G0X,aí,
pí>0ov 8’ ©g ot’ áoiSóg é7tiGTapév©g KaxéXE^ag,
TtavTcov ’ApyEÍcov geo t’ amou KrjSEa Áoypá.
370 áXA’ áy£ poi tÓ8e £Í7iE Kai áxpEKÉcog KaTaXe^ov,
El Tivag ávTi0écov éxáprov ÍÓEg, oí' toi áp’ anT©
’lAlOV EÍg áp’ ETtOVTO Kai aí)TOÍ) 7COTpOV E7CEG7COV.
vi)^ 8’ t^Se páXa paKpri, áOéocpaTog, oí>8é tcco cópri
eíSSeiv ev pEyápq), oi> 8é poi XéyE 0£GkeXoc épya.
375 Kaí kev ég T|© Siav ávaoxoípriv, ote poi ai)
Tkaíng év peyápcp xa aá KqÓEa pu0r|aao0ai ».
tóv 8’ á7tap£ipóp£vog 7tpoGÉcpr| noXópriTig ’08dgg£Ó<

« ’AÁxÍVOE KpElOV, TtávTCOV áplSeÍKETE ÁOCCOV,


cópT| pev tcoXeíov pú0a>v, cópri Se Kai utevoo •
380 eí 8’ et’ áKouépevaí ye ÁiÁaíeai, ook áv erceiTa
toÓtcov goi <p0ovéotpi Kai oÍKTpÓTep’ aXX ayopeveiv,
ktiSe’ épcov ETapoov, oí Si) peTÓ7iia0ev óXovto,
o’í Tpcócov pév i)7ie^é<poyov oTovóeooav ai)TT|v,
év vÓgtco 8’ anoÁovTO KaKTig iottjti yovaiKog.
385 amap ércei yoxág pév aJieaKÉSaa ’ áXXo8ig áXXp
áyvn nepGE(póveia yuvaiKcov 0r|Xi)Tepá<ov,

189
ODISEAXI

y me aprestarais escolta y me dierais espléndidos dones,


yo también eso preferiría, y con mucho sería lo mejor,
con las manos más llenas llegar a la patria querida.
También, más honorable y querido sería yo por todos 36o
los hombres que me vieran, en Itaca entrando de vuelta”.
Le respondió entonces Alcínoo, y le dijo:
“Odiseo, eso, de ningún modo al mirarte estimamos,
que seas un embustero y mañoso, como hay abundantes
hombres muy esparcidos que la negra tierra alimenta, 365
y urden mentiras de cosas que uno mirar no podría;
mas en ti hay belleza en palabras y hay mente avisada,
y como un aedo, hábilmente contaste el relato,
de todos los argivos y de ti mismo las cuitas funestas.
Mas anda, dime esto, y cuéntalo con sus detalles: 370
si viste algunos compañeros deiformes, que entonces
fueron contigo hacia Ilion y encontraron allí su destino.
Esta noche es muy larga, indecible; aún no es el tiempo
de dormir en la sala: sigue contándome cosas pasmosas.
Hasta la aurora divina incluso yo aguantaría, mientras tú 375
en la sala pudieras narrarme tus cuitas”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
Rey Alcínoo, preclaro entre todos los hombres,
de muchos relatos hay tiempo, y tiempo también para el sueño;
Mas si aun deseas escuchar, pues entonces 3so
no rehusaría decirte otras cosas más míseras que ésas:
las cuitas de mis compañeros que luego murieron,
los que el luctuoso grito de guerra de los troyanos sortearon,
y en el retorno murieron, por deseo de una mala mujer.
Después que hacia acá y hacia allá dispersara a las almas 335
de las tiernas mujeres la casta Perséfone,

189
HOMERO

T]X0e 8’ £tci ’AYapépvovo<; ’Axpetóoco


áxv'op,évT|- 7iepl 5’ áXXai áYrvyÉpaO’, oggoi áp’ amcp
o’íkco év AtyíaOoio 0ávov Kai rcÓTpov ércéarcov.
390 eyv© 8’ aují’ éji£ keívoc;, etceí íSev ó<p0aXpoíai-
KÁ,ai£ 8’ ó y£ Xryéax;, 0aÁ£póv Kaxá SaKpoov EÍpoov,
rciTvác; EÍc; ép£ %£ipa^ ópé^aaOai pEVEaívcov •
áXk’ oí) y^P 01 eprceSog oí)8’ ETI KÍKDc;,
oitj 7i£p rcápog egkev evi YvapjiToioi peXeggi.
395 TÓV |1£V EY® StXKp'ÜOa Í8©V éXér|aá TE 0D|1(Ü
Kaí piv (provTiaac; £7t£a TtTEpÓEVTa Kpo<yr|T)5cov •
< ’AtpeÍSb koSigte, áva£, ávSpcov ’AYapEpvov,
Tig vn ge Kqp éSápaaaE TavTiÁEYÉoc; 0av<xToio;
T|£ GE y’ év VT|£GGl IIOGElSácOV éSápaOGEV
400 opaag ápYaXÉcov ávépcov ápEyapTov aÜTpriv;
tje g’ ávápGioi ávSpEc; ESriAriaavT ’ etcí xépGoo
pooc; KEpiTapvópEVov tj8’ oíov rccoEa KaXá
T|£ TCEpl KTÓXlOg paXEOÚpEVOV TjSe YBVaiKÓÓv; >
©<; écpápnv, ó 8é p’ outík’ ápEipópEVoc; kpogeeuie
405 < SioYEVEg Aa£pTiá8r|, jcoÁBpfix^v’ ’OSuggeu,
OUT’ épÉ y’ év VTJEGGl riOG£l8á©V ¿SápaGGEV
[ópaac; ápYaXécov ávépcov ápÉYoepTov ámpriv,]
oute p’ ávápaioi áv8p£<; éSriÁ'noavT’ érci xépcroo,
áAAá pot AiYiG0og teú^oc; 0ávaTÓv te pópov te
410 £KTa auv oukopévri áAóx<p oíkovSe KaÁéoaac;,
SEticvÍGoac;, cóc; tíc; te kotektove pouv eki (paTvp.
©<; 0ávov oíktígtcp 0avaT<p • 7C£pi 8 ’ aAXot ETaípoi
vcDÁEpécoc; kteívovto gúec; coc, ápYtoSovTEc;,
oí pá t’ év ácpvEtou ávSpóc; pÉY« Snvapévoio
415 íi yápco tí épávcp n EÍÁaiúvp T£0aX,uíp.
t}8t| pev koX-Écúv cpóvcp ávSpcov ávTEpóA^Ga^,

190
ODISEA XI

vino entonces el alma del hijo de Arreo, Agamenón,


triste; en torno, otras se habían congregado: cuantos con él
murieron y encontraron su suerte en la casa de Egisto.
Me reconoció él, al instante, cuando me vio con sus ojos;
él lloraba a gritos, derramando muchísimas lágrimas,
tendiendo hacia mí sus manos, deseando alcanzarme;
mas ya no tenía fuerza firme, y tampoco vigor
como el que antes había en sus miembros flexibles.
Yo, al verlo, lloré, y tuve piedad en el ánimo
y, alzando la voz, le dirigí estas palabras aladas:
‘¡Gloriosísimo Atrida, Agamenón, señor de los hombres!
¿Qué hado de muerte asaz pesarosa te ha sometido?
¿Acaso, pues, te sometió Posidón en tus naves,
excitando un soplo indeseable de vientos molestos?
¿Acaso te dañaron en tierra unos hombres adversos,
al robarles sus bueyes y sus hermosas greyes de ovejas,
o al combatir por una ciudad y sus tiernas mujeres?’
hablé, y él al punto, respondiendo, me dijo:
Así
Divino Laertíada, habilidoso Odiseo, 4o5
ni me sometió Posidón en mis naves,
excitando un soplo indeseable de vientos molestos,
ni me dañaron en tierra unos hombres adversos,
sino que Egisto, disponiendo la muerte y el hado,
me asesino, con mi esposa maldita, invitando a su casa, 410
dar la comida, como alguien mata un buey en su establo,
al
Morí asi, en misérrima muerte, y alredor, también mis amigos
eran matados sin tregua cual puercos de cándidos dientes,
en la casa de un rico señor, y muy poderoso,
para una boda o fiesta a descote o copiosos festines. 415
Ya has estado presente en la muerte de muchos varones,

190
HOMERO

M«wa£, KTeivoHévov raí év'i Kpaxepfi úapívri •


aAÁa ke Keiva páXiaxa iScóv ótaxpópao 0op¿ü,
<og á^wpi K^pa xparcé^ag te nAnOoóoag
420 K£Íp.E0 évi peyápcp, SárceSov 6’ arcav aípaxi 0oev

oiKxpoxáxnv 8’ TÍKOBoa OKa npiápoio Ouyaxpót;


KaaoávSpnc;, Tqv kteive KAwaipviíoTpn SoUp^Tig
ápxp’ époí • aüxáp éy© koxí yaíp XEipa; ásípcov
páxiov áTCO0vfiGKCúv 7i£pi (paoyávcp- r) Se Kuvcwug
425 voatpíaax’ oóSe poi ExXrj, ióvxi tcep ei<; ’AíSao,
XEpai Kax’ ó(p0a^poi)<; eXeeiv oúv te oxóp’ epeioai.
(be, oók aívóxEpov Kai KDVTEpov áXXo yuvaiKÓ^,
K xi<; Sn xoiauxa p£xá <pp£oiv épya páÁ,Tycav]
oíov Sti Kai keívr épfioaxo Epyov a£iK£<;,
430 KODpiSío) TEÚ^aoa tcóoei (póvov. ri toi Etprjv y£
ácTCaciOí; rcaíSfiaaiv ÍSe SpcÓEooiv époíaiv
o’ÍKaS’ éXEÓoEoOai • fj S’ £^oxa A/oypá íSvia
oí te Kax’ aiox°S £Xe^E K0C1 éaoopévriaiv ótiígoco
0TiÁ,DT£ppai yuvai^í, Kai i] k’ EÓEpyog ergiv >.
435 ©<; £<paT’, awáp éycí) piv áp£ipóp£vog 7ipoo££i7Eov •
< ¿o TióftOi, T| púla St) yóvov ’AxpEot^ Eopoorca Zeuc;
EKrcáyXax; nx^HP8 yuvaiKEÍac; Siá pooÁac;
ápxns* 'EXÉvTig pév áKCoXóp£0’ £Ív£Ka tcoAáoÍ,
aoi Sé KXDTaipvTiaTpn SóXov npxne xn^óO’ éóvxi >.
44o ©<; £<pápnv, ó 8é p’ avrÍK’ ápEiPópEVog 7tpoo£euce-
< x© vvv pn tcoxe Kai ai) yvvaiKi nep fyiioQ £Ívai ~
pT|S’ ol pvÓov arcavxa rcupavoKEpEV, ov k’ ev eíSftg,
áXXá xó pév <páo0ai, xó Se Kai KEKpvppévov EÍvai.
áU’ ov ooí 7’, ’OSvgev, (póvog egoexoi ek y£ yvvaiKC
445 XÚ1V YÓtp 7llVVTT| XE Kai EV <pp£OÍ P^SeO OiSe
KOÚpXI ’lKaplOlO, K£pí(pp®v nnVEXÓTIEia.

191
ODISEAXI

matados en pugna de uno con otro, o en duro combate


mas viendo aquello, máxime habrías lamentado en el alma,
cómo, en torno a la crátera y mesas que están rebosantes,
en la sala yacíamos, y todo el piso espumaba con sangre. 420
Lo más lastimero que oí fue la voz de la hija de Príamo,
Casandra, a la cual mató Clitemnestra dolosa,
sobre mí, mientras yo levantaba las manos, y en tierra
las soltaba, muriendo a cuchillo; esa impudente
se alejó, y no pudo siquiera, aunque me iba hacia el Hades, 425
bajar con sus manos mis párpados, cerrarme la boca.
Pues nada hay más terrible y más cínico que una mujer
que acaso se ponga en la mente tales acciones,
cual la acción indecente que aquélla también meditó,
al prepararle la muerte al legítimo esposo. Pensé 430
que yo, por mis hijos y siervos muy bien recibido
llegaría a mi casa. Mas ella, experta en prestantes vilezas,
vertió infamia en sí y en las que después habrán de existir,
las tiernas mujeres, incluso si alguna es honesta’.
Así habló, y yo, respondiendo, le dije: 435
¡Ay! Sin duda, Zeus, de voz espaciosa, a la estirpe de Atreo
odió terriblemente por decisiones de unas mujeres
desde antiguo: muchos morimos por causa de Helena,
y a ti, estando lejos, Clitemnestra una trampa te urdía’.
hablé, y él al punto, respondiendo, me dijo:
Así
Pr eso hoy también tú, ni con tu esposa seas afectuoso
o
ni le declares cada proyecto que tú bien conozcas;
sino que unos sean dichos, y otros se queden ocultos,
as para ti, Odiseo, la muerte no ha de venir de tu esposa,
M
pues es muy sensata y sabe en su mente buen pensamiento
la hija de Icario, la muy prudente Penélope.

191
HOMERO

T) pev piv vbpqyqv ye vér|v KaTeXeírcopev Rpeig


épxópevoi rcókepóvSe- rcáig Sé oi rjv érci pa^cp
vípuog, og rcoo vbv ye pex’ ávSpcov í^ei ápiÓpcp,
«o oXPiog- T| yáp tov ye rcarqp cpíÁog oyeTai éX0cóv,
Kai Keívoc rcaTépa rcpoorcTÓ^eTai, ri 0épig éoTiv.
f| S’ é(iT) obSé rcep oiog evircXrio0fivai aKoiTig
ócp0aXpoioiv éaoe- rcápog Sé pe rcécpve Kai aireóv.
[aÁXo Sé Toi épé®, oi) S’ évi cppeoi páÁXeo apar
455 Kp-opS^v, pr|S’ ávacpavSá, cpíArvv ég rcaTpíSa yaiav
vi} a Kaxioxépevai, ércei oÓKéTi rcioiá yovai^ív.]
áXX’ áye poi TÓSe circe Kai aTpeKécog KaiáXe^ov,
eí rcoo eti ^óovTog aKobeie rcaiSóg époio
b rcoo év ’Opxopevco i} év nóAcp T|pa0óevTi
46o b rcoo rcáp MeveXácp évi ErcápTT] ebpeíp •
ob yáp rc© Té0vriKev érci x^ovi Siog ’OpéaTTig >.
©g éípax’, aírcáp éy© piv ápeipópevog rcpooéeircov
< ’ATpéiSu, tí pe rama Sieípeai; obSé ti oíSa,
^©ei o y’ Ó Té0vT|K£’ kcckov S’ ávepcoAia pá^eiv >.
465 v©i pev cog ércéeooiv ápeipopév© OToyepoioiv
éoTapev áxybpevoi, 0aXepóv Kaxá SaKpo x£OVT££‘
T|X0e S’ érci yoxh nr|XTiiáSe© ’AxiXfjog
Kai naTpoKXnog Kai ápópovog ’Avtiáóxoio
AíavTÓg 0’, og ápioTog éqv eíSóg Te Sépag Te
470 tcov áÁÁcov Aavacov pez’ á pópov a üriXeicova.
eyveo Sé V”°XÓ P£ rcoSÓKeog AiaKÍSao
Kaí p’ óXoípopopévTi ércea rcxepóevTa rcpoorióSa-
< Sioyevég AaepxiáSri, rcoAopriXav ’ ’OSoaaeó,
oxéT^ie, tíkt’ eti peí^ov évi (ppeoi prjoeai epyov;
475 TCÓSg exXng "AiSóoSe KaxeXOépev, év0a xe veKpoi
áíppaSéeg vaíooai, Ppowv eíScoXa sapóvxcov; >

192
ODISEA XI

Por cierto, la dejamos nosotros cual joven esposa,


al marchar a la guerra; a un niño en su pecho tenía,
un infante, que quizás hoy se sienta en el número de hombres:
•Dichoso! En verdad, su padre querido al volver lo verá,
y él, cual se debe, se habrá de abrazar a su padre.
Mas mi esposa ni siquiera dejo que yo me saciara
de mi hijo, con los ojos: antes me dio muerte, a mí mismo.
Te diré otra cosa, y tú has de grabarla en tu mente.
A escondidas, no sin reservas, a la tierra patria querida 4
lleva tu nave; porque lo fiel ya no está en las mujeres.
Mas anda, dime esto, y cuéntalo con sus detalles:
si sabéis de mi hijo, si en algún lado aún vivo se encuentra,
acaso en Orcómeno, o en Pilos, la muy arenosa,
o acaso en la extensa Esparta, con Menelao; 46
pues el noble Orestes aún no está muerto sobre la tierra’.
Así habló, y yo, respondiendo, le dije:
Atrida, ¿por qué me preguntas eso? No sé, en lo absoluto,
si el esta vivo o muerto, y es malo decir futilezas’.
Ambos así, intercambiando horribles palabras, 465
estábamos tristes, vertiendo muchísimas lágrimas.
Vino entonces el alma de Aquiles Pelida
y la de Patroclo y la de Antíloco, que era intachable,
y la de Ayax, que en aspecto y figura era el mejor
entre los otros dánaos, después del Pelida intachable. 470
Me reconoció el alma del Eácida, el raudo de pies,
y pues, lamentándose, profirió estas palabras aladas:
Divino Laertíada, habilidoso Odiseo,
obstinado, ¿por qué un trabajo aún mayor urdirás en tu mente?
¿Cómo osaste bajar hacia el Hades, en donde insensibles 475
habitan los muertos, fantasmas de humanos extintos?’

192
HOMERO

etpax , aóxáp ¿yó piv ápeipópevog rcpoaéeircov •


< © AxiXeó, ÜTiÁTiog oié, péya tpépxax’ ’A/aicov,
r}Á0ov Teipeaiao raxá xpéog, eí xiva Poo/Vqv
48o eírcoi, orc©g ’I0áKqv ég rcaircaXóeaaav iraipriv •
oí) yáp rc© axeSóv rjABov ’AxaiíSog oó8é rc© ápng
yqg ércép^v, áW aiév ex© rara. aeio 8’, ’AxiUeó,
on xig áviip rcporcápoiOe parápxepog ov:’ áp’ órcíaa©
Kptv pev yáp ae £©óv éxíopev laa Oeoiaiv
485 ’Apyeioi, vóv anxe péya Kpaxeeig veKÓeaaiv
év0á8’ é©v • x© pr¡ ti 0av©v áraxí^en, ’AxiÁXeó >.
éípápqv, ó 8é p’ aoTÍK’ ápeipópevog rcpoaéeirce-
< pn 8tj poi Oávaxóv ye rcapaóSa, <paí8ip’ ’08naaeó.
pouXoípnv k’ ércáponpog é©v 0Tixenépev áAA®,
490 áv8pi rcap’ áxÁóp©, © pq píoxog rcoXóg eír|,
Ó rcaaiv veicóeaai raxa<p0ipévoiaiv áváaaeiv.
áXX’ áye poi toó rcaiSóg áyanoó póOov évíorceg,
Ó ercex’ ég rcóXepov rcpópog eppevai ríe ral oókí.
circe 8é poi n^Xíjog ápópovog eí ti rcércnaaai,
495 fj éx’ ¿X£i xiprjv rcoXéaiv pexá MnppiSóveaaiv,
T| piv áxipá^onaiv áv ’ 'EXXáSa xe O0ír|v xe,
oóverá piv raxá yrjpag e%ei X£ipáí Te K0^a<5Te-
ei yáp éy©v ércap©yóg órc’ aóyág rp^1010’
xoíog é©v oióg rcox’ évi Tpoíp eópeip
500 7té(pvov Xaóv ápiaxov, ápóv©v ’Apyeioiaiv,
ei xoióaS’ eÁOoipi pívnvOá rcep eg rcaxepog 8®,
x© kc xe© axó^aipi pévog raí yeipag aarcxong,
oí kcívov pió©vxai éépyonaív x’ arco xipóg >.
©g éq>ax’, aóxáp éy© piv apeiPopevog rcpoaeeircov
505 < ó xoi pev ITnÁxiog ápópovog oó xi rcércnapai,
aóxáp xoi rcaiSóg ye NeorcxoXépoio (píXoio

193
ODISEA XI

Así habló, y yo, respondiendo, le dije:


Aquiles Pelida, asaz el más poderoso de los aqueos!
¡Oh
Por necesidad de Tiresias yo vine, a ver si un consejo
me decía, de cómo llegar a Iraca, llena de escollos. 481
Poique aún no he ido cerca de Acaya, ni nuestra
tierra he pisado, mas siempre tengo males. ¡Aquiles,
ningún hombre, ni antes, más dichoso que tú, ni después!
Pues antes, cuando vivías, igual que a los dioses te honramos
los argivos, y hoy, ampliamente imperas entre los muertos,
estando acá; por eso, de haber muerto no te aflijas, Aquiles’.
Así hablé, y él al punto, respondiendo, me dijo:
‘¡Vamos, no quieras dorarme la muerte, ilustre Odiseo!
Preferiría, estando en la tierra, trabajar a sueldo para otro,
para un hombre sin suerte, que no tuviera muchos recursos, 490
más que reinar entre todos los muertos, que han perecido.
¡Anda! Dime alguna noticia de mi hijo preclaro,
si marchó, o no, hacia la guerra, para ser el primero.
Dime, si tienes alguna noticia, del intachable Peleo,
si entre los muchos mirmidones aún tiene su honor 495
o si a lo largo de la Hélade y Ftía lo deshonran,
porque la vejez entorpece sus pies y sus manos.
¡Ojala, bajo los rayos del sol fuera yo auxiliador,
siendo así, como cuando antaño, en Troya anchurosa,
mate a sus mejores guerreros, en defensa de argivos! 500
Si así volviese, aun por poco tiempo, a mi casa paterna,
entonces horrendas haría mi fuerza y mis manos invictas,
para alguno de esos que lo violentan y de su honra lo privan’.
Así habló, y yo, respondiendo, le dije:
Cierto, del intachable Peleo no tengo ninguna noticia, 505
mas acerca de tu hijo querido Neoptólemo,

193
HOMERO

rcaaav aXT|0eíxjv po0T}aogai, có<; pe keXeóek;-


avio<; yap piv éycó koíÁji<; && vrió<; eÍgt|<;
Tiyayov EK^Kopoo per’ éoKvripiSag ’Axaioóg.
?| xoi ox ’ ápqn tcóáiv T poüiv (ppa^oípeÓa PooXág,
ocíe! KpóSxoq efSa^e Kai oox fipápxave pó0a>v •
Néaxcop 8’ ávxí0eo<; Kai éyóo viKaoKopev oico.
aoxáp ox’ év rceSícp Tpócov papvaíp£0’ ’Axaioí,
oo kox’ évi rcXriOm pévev ávSpcov 008’ év ópíXxp,
515 áÁXa rcoÁo rcpo0éeGKe, xó ov pévo<; oí)8evi eíkcov *
tcoáXoÍx; 8’ ávSpag ercecpvev év aívp órpoxrjTi.
rcávxag 8’ ook av éycó po0riaopai oí)8’ ovoprivco,
oaaov Xaóv érc£<pvev ápovcov ’Apyeíoiaiv,
áXX’ oiov xóv TriXecpíSrjv KaxEVRpaxo xaÁKcp,
520 i^pco’ EopÓ7ioXov • rcoXXoi 8’ áp<p’ aoxóv éxaipoi
Kt|xeioi Kxeívovxo yovaítov eiveica 8óp©v.
keivov8t) KáXXiaxov i'Sov p£xá Mépvova 8iov.
aoxáp ox’ eíc;'Í7X71OV Kaxepaívopev, ov Káp’ ’Erceiá;,
’Apyeícov oi ápiaxoi, époi 8’ érci rcávx’ éxéxaXxo,
525 [r|pév ávaKXivai ttokivÓv Xóxov -qS ’ émOeívai,]
ev0’ áÁAoi Aavacóv óyqxopeq qSe péSovxeg
ScxKpoá x’ cópópyvovxo, xpépov 0’ 1)710 yoia ÉKaaxoo
keivov 8’ oo rcoxe rcáprcav éycóv Í8ov ócpOaXpoíaiv
oox’ cóxpóaavxa xpóa KaZAipov ooxe rcapeccóv
530 SciKp'u’ ópop^ápevov • o Sé ye páXa rcóAA’ íkexeoev
IKKÓ0EV é^épevai, £,úpeo<; 8’ énepaíexo kótctiv
Kai Sopo xotXKOpapéq, KaKa Se Tpcóeaai pevoíva.
áXX’ oxe 8ti Ilpiápoio rcóXiv Siercépaapev aircóv,
poipav Kai yépaq éa0Xóv e/cov érci vr^óg epaivev
535 áoKTi0r|g, oox’ áp pepXopévog ó^ei xaA,K©
oox’ aoxoox£SÍTiv ooxaapévoc;, oiá xe rcoXXá

194
ODISEA XI

voy a decirte la entera verdad, como tú me lo pides.


A él, en la cóncava nave estable, yo mismo
lo conduje de Esciro hacia los aqueos de grebas hermosas.
Cierto, cuando ante la ciudad de Troya teníamos consejo, 5
siempre hablaba primero y no equivocaba el discurso;
solamente el deiforme Néstor y yo lo superábamos.
Y cada vez que luchamos los aqueos en el llano de Troya,
no se quedaba en la masa de hombres, jamás, ni en la turba,
mas muy adelante corría sin ceder, en su furia, a ninguno.
A muchos hombres mató en el terrible combate.
Tantos, yo no voy a narrar ni voy a nombrar
cuantos guerreros mató en defensa de argivos,
mas, qué grandioso era el Teléfida Eurípilo, el héroe,
a quien mató con el bronce, y en torno a él muchos amigos 520
ceteos eran matados, por causa de dones femíneos.
Lo vi, cierto, era el más bello después del divino Memnón.
Y cuando hacia el caballo que hizo Epeo nosotros bajábamos,
los mejores argivos —todo me había sido encargado,
ora abrir la compacta emboscada, ora cerrarla—, 525
entonces, otros caudillos y gobernantes dánaos sus lágrimas
se enjugaban, y abajo de cada uno temblaban los miembros,
mas a aquel nunca, jamás yo lo vi con mis ojos
ni palidecer en su hermoso semblante, ni de las mejillas
enjugar sus lágrimas; mas él muy mucho me suplicaba 530
dejarlo salir del caballo, y de su espada el puño palpaba
y su pica pesada de bronce, y deseaba el mal de los teucros.
Mas cuando ya asolamos la ciudad escarpada de Príamo,
subió a su nave con su botín y su noble regalo,
ileso: ni golpeado de lejos por el bronce cortante, 535
ni herido en lid cuerpo a cuerpo, como a menudo

194
HOMERO

yivexai év rcoXégcp- £7cigl^ Se Te gatvexai 'Apri<; >.


óx; étpágrjv, \|n>xn Se 7ioS©Keog AlaidSao
<poka gaKpá pipaaa koct ’ áa<po8eXóv Áeigova,
54o yriOoavv'n, o oi móv eqyqv ápiSeÍKexov elvai.
at 8’ áXXai v^xal vekúcov Kaxaxe0vT|cóx©v
éaxaaav áxvúgevai, el'povxo Sé KriSe’ eKaaxri.
orí) 8’ Alavxog xjtüxb TeXag©viá8ao
vóatpiv átpeaxTiKei, KexoX©gévri eivexa víkti;,
545 xfiv giv éy© víicqaa SiKa^ógevog napa vtyügi
xe-óxeaiv dquxp’ ’AxiXtio^- eOrjKe Sé rcóxvia gT)xr|p,
rcaiSeg Sé Tpó©v StKaaav Kal riaÁZág ’A0t|vti.
©g Si] jxti otpeXov vik&v xoi©8’ érc ’ áe0Xqr
toÍtjv yap KetpaXriv ev£k’ aóxcov yaia Kaiea/ev,
55o Aíav0’, rcepl gév eiSog, uepl S’ épya tetdkto
xwv áZAxov Aavacov gex’ ágúgova ITnXéí©va.
xóv gév éy©v ércéeaai 7tpoar|x>8©v geiÁixíoioiv ■
< Aíav, itaí TeXagcovog ágúgovog, oük áp’ égeAAec;
oüSé 0av©v Xr|aea0ai égol xóXod eíveKa xenxé©v
555 oóXogév©v; xa Sé 7rqga 0eol 0éaav ’Apyeíoiav
xoioc; yáp atpiv rcópyog aK©Xeo- aeio 8’ ’A/aioi
iaov ’AxiXXriog KetpaAp ITnÁriiáSao
áxvógeOa <p0igévoio Siagrcepég * oóSe xig áXXo<;
aixio<;, áXAa Zeix; Aavacov axpaxov aixgrlTOC®v
56o ¿KjcáyXfifx; TÍx0r)p£, xeiv 5’ ércl goipav e0tik£V.
áXA,’ áye Seupo, áva£>, iv ’ eiroi; Kal gi>0ov aKoúapg
rigexepov • Ságaaov Sé gevo<; Kal áyrjvopa 0ogóv >.
(qq étpágrjv, ó Sé g’ ouSev ageiPexo, píj Se gex aXXac;
yi)Xa<; eig "EpePo<; vekíxdv Kaxaxe0vn©x©v.
565 ev0a X’ og©; rcpoaétpn KexoX©gévo<;, tí kev éy© xóv •
áXXá goi tí0eXe 0ugó; évl axr|0eaai qnXoioi

195
ODISEA XI

sucede en la guerra: Ares rabia sin dar distinciones’.


Así hablé, y el alma del Eácida, el raudo de pies,
se iba yendo a largos trancos, por el prado de asfódelos,
gozosa de que le dije que su hijo era muy distinguido. 540

Las otras almas de muertos difuntos, tristes estaban,


y cada una de ellas me preguntaba sus preocupaciones.
Sola, el alma de Áyax, el Telamoníada,
lejos, aparte se hallaba, aún airada por esa victoria
en que, junto a las naves, lo vencí alegando mi causa 545
en las armas de Aquiles: su augusta madre las puso de premio
y juzgaron jóvenes de los troyanos, y Palas Atena.
¡Ojalá, ojalá yo en tal certamen no hubiera vencido!
Pues, por esas armas, la tierra cubrió una grandiosa cabeza:
Áyax, que descollaba en aspecto, descollaba en acciones 550

entre los otros dánaos, después del Pelida intachable.


Yo mismo, pues, me dirigí a él con dulces palabras:
‘¡Áyax, hijo del egregio Telamón! ¿Ni muriendo debiste
pues, olvidar tu rencor contra mí por las armas malditas?
Los dioses, para los argivos las pusieron cual daño, 555

pues moriste tu, su grandioso baluarte. Por ti los aqueos,


igual que por la cabeza de Aquiles Pelida
muerto, siempre sufrimos. No existe algún otro culpable,
mas Zeus al ejército de los dánaos armados con lanzas
odio terriblemente, y te impuso la muerte. 560
Ven aquí, señor, por que tú mi plática y mi palabra
escuches; somete tu ira y tu ánimo firme’.
Asi hable, y él nada repuso; se fue con las otras
almas de muertos difuntos, al Érebo. Entonces, incluso
irritado él, podría haberme hablado, o yo a él, igualmente; 565
sin embargo, mi corazón en el pecho querido deseaba

195
HOMERO

xov áÁÁcov \|/x>xócg íSeeiv KotTotTeOvricÓTíjov.


ev0’ Tj toi Mívcooc i'Sov, Aió<; áyÁaóv uióv,
Xpúaeov GKf¡7iTpov E/ovia 0£piGT£iSovTa véKoaaiv,
570 f|pevov • ol Sé piv ápcpi SÍKag EipovTo ocvocKTa,
t¡pevoi éoTaÓTec; xe, koct’ eópurcnAé<; ’'A'i8o<; Seo.
xóv Sé per’ ’Qpícova rceÁópiov eiaevórioa
0fípa<; ójioí) eíXeSvTa koct’ áa<poSeXóv ÁEipcova,
TOT)<; OCTOTOC; KaTETlECpVEV év OlOttoXoiGlV OpEGGl,

575 xepoiv éxcov pórcaXov rcayxáXKEov, aíév áayég.


Kai Tituóv eíSov, raír|<; épiKüSéoc; díóv,
KEÍpevov év SarcéStp. 6 8’ érc’ évvéa keíto rcéA£0pa,
yí>rc£ Sé piv £Káx£p0£ KapTipévco rpcap EKEipov,
Sépxpov ego) St>vovT£<;' ó 8’ oúk ccTCOcpi)V£To xepní.
58o AtjtÓ) yáp eXkhge, Aióg KuSpryv rcapaKoiTiv,
nu0a>8’ £pxopévr|v Siá KaÁXixópou navorcfioc;.
Kai pnv TávxaXov eígeíSov xoc^érc’ ócÁye’ e/ovtcc,
EGxaóx’ év Aípvp • TJ Sé rcpooéTtXa^E ysveícp.
gteoto Sé Siij/ácov, 7iié£iv 8’ oúk EÍxev éXéoOai-
585 óogockiyáp koij/ei’ ó yépcov rciéEiv pEvsaívcov,
Toaaáx’ iíScop óc7ioZéaK£T’ áva|3poxév, apcpi Se rcoaai
yaia péXaiva cpávEOKE, KaTa^pvaoKE Se 8aipo>v.
SévSpEa 8 ’ i)\|/i7iéTr|?ua Kaxá Kpfi0£v %ee Kaprcov,
oyxvai Kai. poiai Kai pnÁéai áyXaoKaprcoi
590 aoKéai te ykuKEpai Kai éXaíai ttj Á£0oo)Gai •
tcov otcot’ i0uo£i’ o yépcov Efti xeP°l paaaoOai,

xá<; 8’ ávepog pÍTCTaaKe tcotí véq>£a oKioEvxa.


Kai pi]v Eíaucpov eígeíSov Kpaxép’ áZy£’ e/ovtoc,
Xaav Paaxá^ovTa KEXcópiov ápcpoTéppoiv.
595 T| TOI O pév GKqpiKTÓpEVOg /EpOlV T£ ftOGlV TE
Xaav avo) gSOeoke kotí Xócpov • ocXX’ ote peXXoi

196
ODISEA XI

ver a las almas de otros difuntos.


Allí, cierto, vi a Minos, el hijo preclaro de Zeus,
con un cetro de oro, impartiendo justicia a los muertos,
sentado: ellos, en torno a él, sus causas al rey exponían, 570
sentados y a pie, en la casa de anchas puertas del Hades.
Después de él, observé a Orion, el ingente,
lás fieras juntando allí mismo, en el prado de asfódelos,
esas que en los solitarios montes él mismo matara,
empuñando su clava, toda de bronce, siempre irrompible. 575
También vi a Ticio, el hijo de Gea sumamente gloriosa,
yaciendo en el suelo. Él yacía sobre nueve yugadas,
y, estando a cada lado, dos buitres desgarrábanle su hígado
entrando al pellejo, y con las manos no podía defenderse.
Él había ultrajado a Leto, de Zeus una ilustre mujer, 580
cuando ella iba a Pito, por Panopeo de coros hermosos.
Ciertamente miré a Tántalo, teniendo acerbos dolores,
de pie, adentro de un lago, y contra el mentón éste golpeaba.
Gesticulaba sediento, y no podía alcanzarla a fin de bebería;
cuantas veces el viejo, anhelando beber, se agachaba, 585
siempre el agua, resorbida, desaparecía, y junto a sus pies
se veía la negra tierra. Algún dios la secaba del todo.
Arboles de alta fronda, hacia abajo colgaban su fruto,
perales y granados y manzanos de espléndidos frutos,
y dulces higueras y vigorosos olivos. 590
Cuando el viejo iba hacia ellos a fin de coger con sus manos,
hacia las nubes umbrosas a éstos el viento arrojaba.
Ciertamente miré a Sísifo, teniendo fuertes dolores,
queriendo con ambas manos alzar una piedra monstruosa.
Cierto, apoyándose él en los pies y en las manos, 595
a lo alto, hacia una colina empujaba la piedra, y, cuando iba

196
HOMERO

¿XKpov 'D7cep(3aX,éeiv, xóx’ áKOGxpéyaoKE Kpaxaíu;-


amic; ETCEixa tceSovSe küAívSexo Xaag ávai8n<;.
awp ó y’ ay óSaaoKE xixaivópEvoi;, Kaxá 8’ iSpcag
600 eppeev ek peZécov, kovít] 8’ ek Kpaxóc; ópópEi.
xóv 8e péx’ eiGEvÓTiaa pvqv 'HpaKÁ,rj£Ír|v,
e’íSoXov • aóxó<; 8e peí’ áOaváxoioi Oeoíoi
xépjrExai évBaZípg Kai e%ei KaÁÁíoqyopov "HPqv,
[rcai8a Aióc; pEyáXoio Kai "Hprn; xpdgokeSíXod.]
605 áp<pi Sé piv KAayyn veküídv nv oicovcbv cóg,
Ttávxoa’ áxB^opévtov-8 8’ épEpvfj vbkxí eoikóx;,
yopvóv xó^ov £X(»v Kai érci VE'üpñqnv óioxóv,
Seivov rcarcxaívcúv, aÍ£Í paAéovxi eoiKÓg.
apEpSaXéog 8e oí áptpi TtEpi gxtjOeggiv áopxrjp
6io xpúoEog riv xEÁapróv, iva OegkeÁoc Epya xexdkxo,
ápKXOi x* áypóxEpoí xe oÓe<; xaporcoí xe ÁeovxEt;,
óapivaí xe páxai xe tpóvoi x’ ávSpoKxaaíai xe.
pf| XExv'naáp.Evoi; pr¡8’ áAAo xi x£xvr|oaixo,
og keívov xEÁapova er eykíxxOexo xéxvp.
6i5 eyvffl 8’ aiy ’ epe keívoc;, ekeí í8ev ó<p6a%poíoi,
Kai p’ óXxxpopópEvog EJtEa rcxEpoEvxa rcpooiióSa •
< Sioyevec; AaEpxiáSq, 7roXopr|xav ’OSoggeó,
a 8eíX’, r\ xivá Kai oí KttKÓv pópov qyriAᣣi<;,
ov KEp éyrov óxeeokov ím’ aíyág tieXíoio.
62o Zrtvóc; pev icaú; na Kpovíovog, aíxáp ói£bv
Eixov á7t£ip£GÍnv • páAa yáp rcoÁi) yeípovi tpcoxi
8e8pnpnv, ó Se poi xa^eKoíg ekexeAXex’ áéOXooc;.
Kai Ttoxé p’ évOáS’ EJiEpyE Kvv’ á^ovx’ • oí yáp ex’ áAZov
tppá^Exo xoóSé yé poi KpaxEpóxEpov Eivai áe0Xov.
625 xóv pev éywv áveveiKa Kainyayov é£ ’AiSao-
’Eppeía^ 8e p’ etceptcev iSe yXaoKOKig ’A0qvr| >.

197
ODISEA XI

él a franquear la cima, Gravedad lo echaba de vuelta;


otra vez, entonces, al llano rodaba la piedra indecente.
Y él, extendido, de nuevo empujaba: el sudor hacia abajo
le corría de sus miembros, y de su testa el polvo se alzaba.
Después de él, observé la potencia de Heracles,
su fantasma; pues él mismo, entre los dioses eternos
disfruta en las fiestas, y tiene a Hebe de hermosos tobillos,
la hija del magno Zeus y de Hera, la de áureas sandalias.
Había en su entorno un chirrido de muertos cual de aves
que vuelan doquier, aterradas: mas él, como noche brumosa,
teniendo su arco desnudo y en éste, en la cuerda, una flecha,
ojeaba horrendamente, cual quien va a disparar al instante.
Era terrible el tirante que él tenía alrededor de su pecho,
untalabarte de oro en que hallábanse cosas pasmosas, 61<
osos, puercos agrestes y leones con ojos flameantes,
pugnas y batallas y asesinatos e incluso homicidios.
¡Que eso no hubiera grabado, y ninguna otra cosa grabara
el que plasmó con su propio grabado aquel talabarte!
Me reconoció él, al instante, cuando me vio con sus ojos, 615
y, lamentándose, me dirigió estas palabras aladas:
Divino Laertíada, habilidoso Odiseo,
ah, infeliz, sin duda, también arrastras un duro destino
igual a aquel que yo, bajo los rayos del sol soportaba.
Yo era un hijo de Zeus el Cronión; empero, tenía 620
un pesar infinito: del todo, a un varón muy inferior
estaba sujeto, y trabajos difíciles él me ordenaba.
Una vez me mandó incluso hacia acá, a traer el perro. Pensaba
él, que más duro que éste, para mí ya no había otro trabajo.
Mas yo ciertamente lo subí y lo saqué desde el Hades; 625
me guiaban Hermes y la ojiglauca Atenea’.

197
HOMERO

coc, eitkdv o |±£v auxi^ 8o|iov ’'Ai8o<; eígco,


auxap eycov ai)xoí> pévov e^tceSov, eíxi<; ex’ eA0oi
ávSpcov ripaxov, oi 8f¡ xó rcpóaGev óAovxo.
63o Kai vú k’ exi Kpoxépo'üg i'Sov ávépa^, ou<; e0eá,óv rcep
©riaéa ÜEipíOoóv xe, 0ecov EpiKoSéa xÉKva •
áXXá 7ipiv £7ci e0ve’ áyeípExo pupía veKpcov
TIXP 0EGTCEGÍT1 * E|X£ 8e %Á(ÜpÓV 8Éo<; flpEl,
pf| poi TopYEÍTiv K£(paXf|v Seivoio KeAcbpoi)
635 e^ ’'A‘i8oc; 7t£p\|íEi£v áyauri IlEpGEípóvEia.
amÍK’ E7i£ix’ £7ii ví^a kicov ekeAedov exaípODc;
amoót; x’ appaívEiv ává xe TtpDpvqGta Avaai-
oi 8’ aív ’ £ia(Jaivov Kai etc! K^rfiai Ka0i£ov.
xxyv 8e Kax’ ’ÜKEavóv 7ioxapóv cpépe Kupa póoio,
640 Kpcbxa pév EipEGÍT), |i£X£7t£ixa 8e KaM-igog otipoc;.

198
ODISEA XI

Dicho esto, a la casa de Hades se fue de regreso,


mas yo, firme, allí me quedé por si alguno venía
de los hombres héroes, los que antes murieron.
Y aún habría visto hombres del tiempo pasado a quienes quería «o
ver, a Teseo y a Pirítoo, ilustrísimos hijos de dioses,
mas antes se juntaron innumerables razas de muertos
con vocerío asombroso, y un pálido miedo me asía,
de que a la gorgónea cabeza, a ese monstruo terrible,
desde el Hades me enviara la noble Perséfone. 635
Acto seguido, yendo a la nave, ordené a mis amigos
que se embarcaran ellos mismos, y amarras soltaran;
se embarcaban de prisa y se ponían junto a las chumaceras.
La ola de la corriente, en el río Océano llevaba la nave,
primero, a golpe de remo, y después, los vientos hermosos.

198
12. OAYEZEIAZ M

Aóxap etcei rcoxapoio Aítiev póov ’Qkeccvoío


VTytx;, arcó S’iketo KÓpa OaXótaa^c; Euporcópoio
vf)oóv x’ Aíavqv, 081 x’ ’Hooc; TjpiyEVEÍric;
olida Kai x°P°í sün Kai ávxoAai ’HeXíoio,
5 ví}a pév £V0’ éXOóviEg EKéXaapEv év yapá8oiaiv,
ek Se Kai aóxoi prjpev érci prjypivi GaXáoarj^ •
év8a S’ árco^pí^avieg épeívapev ’Hco Siav.
?ipog S’ T|piyév£ia <pávr| poSoSaKxoXog ’Hó^,
Sn xóx’ éyóv éxápoog rcpoir|v £<; Sápaxa KípKT}<;
10 oioépevai VEKpóv ’EArcrjvopa TeGvrjcoTa.
«pixpolx; 8’ aiya xapóvxE<;, 08’ aKpoxáxri rcpóex’ aKxrj,
8árcxopev áxvópEvoi, 6aXepóv Kaxá SaKpo xéovxeg.
aoxáp ércei vEKpóg x’ £K(xt| Kai xEÓxea VEKpOO,
xóppov xfcáavxeg Kai érci gxt|At|v épóoavxe^
15 rcxi^apev áKpoxáxco xópfkp Eonpeg épexpóv.
fipeic; pév xa EKaaxa Sieírcopev • oó8’ apa KípKryv
é% ’AÍSeg) éABóvxeg ¿ZrjSopev, áXXá páÁ’ arca
T}X0’ évxovapévT| • apa 5’ ápcpírcoAoi tpépov aóxp
oixov Kai Kpéa rcoXXa Kai aí0orca oívov épo0póv.
20 1) 8’ év péoacp oxáoa pexrpSa Sía 0eácov •
< axéxAioi, oi £á>ovxe<; Ó7rrjA0exe 8a>p’ ’AÍSao,
8io8avée<;, oxe x’ aÁXoi arca^ 0vf|aKooa’ áv0porcoi.
áKX’ áyex’ éa8íexe ppápnv Kai rcívexe oívov
ao8i rcavTipepiov apa §’ rjói tpaivopévritpi
25 tcAeógeo© ’ • aoxáp éya> Seí^co óSóv T}Se eKaaxa
GTipavéco, iva pó xi KaKOppatpíp áAeyeivfi

199
Libro XII

Y, una vez que del río Océano dejó la comente


la nave, y llegó a las olas del mar de espaciosos caminos
y a la isla Eea —y allí están, de Eos que nace temprano,
la casa y espacios de danza, y los ortos del Sol—,
entonces, llegando allí, en las arenas la nave atracamos,
y también nosotros salimos, del mar a la costa quebrada.
Allí, durmiendo, a la divina Eos esperamos.
Al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,
entonces yo mismo envié compañeros a casa de Circe,
a traer el cadáver, a Elpénor difunto.
Presto cortando troncos, donde más alta la costa salía,
tristes le hacíamos exequias, vertiendo muchísimas lágrimas.
Y cuando se quemaron el muerto y las armas del muerto,
erigiendo un túmulo y hacia arriba arrastrando una estela,
fijamos su remo de fácil manejo en la cima del túmulo.
Cuidábamos de estas cosas, de cada detalle, y a Circe,
pues no la eludimos viniendo del Hades, mas muy presurosa,
trasarreglarse, llegó, y con ella, las siervas llevaban
pan y carne abundante, y vino rojo de aspecto esplendente.
Y ella, poniéndose en medio, habló, la diosa de diosas:
‘Temerarios, quienes a la casa de Hades vivos bajasteis;
bimortales, cuando otros hombres mueren una única vez.
Ea, seguid comiendo alimento y vino bebiendo
aquí mismo, todo el día; mas, al mostrarse la aurora
navegaréis. Yo os mostraré el camino, y cada detalle
señalaré, para que no, por una molesta trama de males,

199
HOMERO

"H áXo<; i] ércl yng áXyfjGEXE irriga rca0óvx£(; >.


©<~ £<pa0’, rigiv 5’ aw’ érc£TC£Í0£To 0Dgó(; áy^vcop.
&<; tote gév rcpórcav rjgap é<; f|éXiov KaxaSóvxa
30 iíg£0a Saivógevoi Kpéa x’ aorcExa Kal gé0n f|8ó •
ítgog 8’ T|éXiog KaxéSi) Kal ércl Kvé<pa<; ÍjABev,
oí gév Koigrjaavxo rcapá rcpugvóaia vrióg,
TI 8’ égé XeiPO^ éAouaa (píZcov árcovóaqnv éxaípcov
EIGE TE Kal TLpOOÉZeKTO Kal E^EpEElVEV EKaOTa •
35 aüxáp éyw xfj rcávxa Kaxá goipav KaxéÁE^a.
Kal TOTE 8t| g’ ETCEEGOl TtpOGTpSa rcóxvia KípKT| •
< xavra gév ooxco rcávxa rcErcEÍpavxai, ai) 8’ aKouoov
xoi éycov épéco, gvTjGEi 8é ge Kal 0eó<^ aóxóg.
EEipfivag gév rcpcoxov ácpí^Eai, ai' pá xe rcávxa<;
4o áv0prarcoo<; 0éXyoi)Giv, oxí; acp£a<; EiGaípÍKqxai.
og tic, ai8p£ÍT| rceZáari Kal cp0óyyov cckoiSoti
ZEipT|v©v, x(p 8 ’ oo xi yovxj Kal vqrcia xéicva
o’ÍKaSe voGXT|Gavxi rcapíaxaxai oúSé yávDvxai,
áXXá xe ZEipfjvEg Áiyupfi 0éXyoi)Giv áoiSfj,
45 íígEvai év ÁEigcovi-rcoX-ix; 8’ág(p’ÓGXEÓípiv 0l<;
ávSpcov rco0ogévcov, rcEpl Se pivol givó0ooGiv.
áXXa rcapé^ éXaav, ércl 8’ ovax’ áXeíyai éxaípcov
Kqpóv 8Ei}frioa<; gEÁirjSéa, gf| xig áKOÚari
xcbv áXXcov • áxáp aóxóg ócKooégEv ai k’ é0£X-pG0a,
5o SriGávxcov a’ év vrg 0ofi xéipctc, xe rcóSag xe
óp0óv év iGTorcE&Tg ók 8’ aóxoí) rcEÍpax’ ávr|<p0<o,
ocppa ke xeprcógEvoc; orc’ áKoóapc; ZEiprivoiiv.
El Se KE XÍGGTjai éxápoi)^ Á/DOaí XE KEÁEÚTig,
ol 8e a’ Exi rcÁEÓVEGGi xóx’ év Seagoíai SiSévxcov.
55 aóxáp ércqv Stj xág y£ rcapé£, éÁáacoaiv éxaípoi,
év0a xoi oókex’ ércEixa 8itivekeco<; áyopEÓoco,

200
ODISEA XII

tengáisen el mar o en la tierra, sufriendo infortunios’.


dolor
Así dijo, y nuestro ánimo firme dejo persuadirse.
Así entonces, estábamos todo el día, hasta la puesta del sol,
sentados, comiendo con suave vino y carne abundante. 30

Mas, cuando el sol se ocultó y la obscuridad sobrevino,


junto a las amarras del barco los míos se acostaron;
mas ella me cogió de la mano, lejos de mis compañeros
me sentó, se acostó a mi lado, y preguntaba cada detalle,
y yo le conté todas las cosas conforme a lo justo. 35
Y entonces me habló la augusta Circe con estas palabras:
‘Así ha terminado todo eso, y escúchame tú
lo que te diré, y te lo recordará algún dios en persona.
Llegarás, primero, a las Sirenas, las cuales a todos
los hombres encantan, a cualquiera que a ellas acuda. 40

Cualquiera que, en su ignorancia, se acerque y oiga la voz


de las Sirenas, él jamás retorna a su casa, de modo
que su esposa esté a su lado, y sus hijos pequeños se alegren,
mas las Sirenas, con su altisonante canto lo encantan,
en un prado sentadas; y un gran montón de huesos en torno 45
hay, de hombres podridos, y en torno las pieles se encogen.
Mas sigue de largo; tapa las orejas de tus compañeros,
amasando cera dulce cual miel, no sea que alguien las oiga
de los otros; empero, si tú mismo quieres oírlas,
que en la rauda nave te aten los pies y las manos, 50

recto, en la base del mástil, y desde él se amarren los cabos,


para que, deleitándote, oigas la voz de entrambas Sirenas.
a tus compañeros acaso suplicas y ordenas soltarte,
Si
que ellos entonces te lacen con lazos aún más numerosos.
Mas cuando tus compañeros las hayan pasado de largo, 55
pues, exactamente, ya no puedo decirte

200
HOMERO

O7i7coT&pp 8rj toi ó8óg eaaexai, áXXá Kai atrcóg


{h>pxp po'üÁeveiv • ¿peco 8é toi ápcpoT£pa>0Ev.
ev0ev pev yap TCETpai eirqpecpée^, rcpoTi 8’ avcát;
60 KÍjpa prya poxOei KoavÓTCiSo^ ’ApcpiTpÍTTjc; •
nXayKTág 8ti toi tó; ye 0eoí paKapEg KaXéoixji.
TÍ) pév t ’ OT)8é TioTTjTa TtapépxeTai oíSé rcéXeiai
TpT|pG)V£g, Tai t’ ápppoaÍT|v Ati TCaxpi cpépoDaiv,
áÁZa xe Kai tcov aiév ácpaipeiTai Á,ig tcetpti •
65 áZX’ áXZr|v évíriai rcarnp évapi0piov eivai.
xp 8’ oaS ná> ti<; VT]i)<; cpúyev ávSpcov, Tig iKqTai,
áXXá 0’ opoi> KÍvaKaq te vecov Kai acopara cpcorov
KÓpa0’ áXog cpopéoDai nopóg t’ óáooío 0'óeXZai.
orí] 8t] KEÍvp y£ rcapércXü) rcovTorcópoc; vriuc;
70 ’Apy® tc&oi peAouca, nap ’ Auycao Ttkéo'oaa •
Kai vó ke rr|v ev0’ <0Ka páÁev pEyáAag tcotí TCETpac;,
áAA’ "Hpn TCap£TCEpv|/£v, etceí cpíAog íjev Tqacov.
oi Se Soco okÓtceAoi ó pév oépavóv eúpov íkcxvei
Ó^EÍT] KOpOCpT], VECpéXn 8é piv ápcpipéPnKE
75 Kuavéri • tó pév oi) tcot ’ épcoEi, ooSe tcot ’ aí'0pT]
KEÍVOO EXEl KOptKpTIV OVT ’ EV 0£p£l ODT EV OTCCOpTJ ’
ooSé kev ápPairi ppoxóg ávnp oúS’ ETCipaíri,
oi)S’ eí oi x£ipé^ Ye éEÍKoai Kai tcóSec; eíev •
TCETpTl yap Aí<; éüTl, TCEpl^EOTT] EÚCOÍa.
so péaacp 8’ év okotcéAco egtí anéoQ TiEpoEiSég,
TCpó<; ^óq>ov EÍg "EpePoc; TETpappévov, f| tcep av npEÍ^
vf|a TCapá yAacpupr|v í0bvet£, cpaíSip’ ’OSoaoEv.
ot>8e kev ek vrjó<; yÁacpDpn<; aí^rpoc; ávrip
tó^co óÜTTEÓaa^ koíAov gtceo<; EÍaacpÍKOiTo.
85 ev0a 8’ évi EkóXXt] vaiEi Seivov ÁEAaKoía.
tí]<; r| toi cpcovTj pév ogtj oKVÁaKog veoyiÁÁfig

201
ODISEA XII

por cuál de ambos lados será tu camino; tú mismo


decidirás en tu ánimo; yo te hablaré del uno y del otro.
De un lado hay unas rocas colgantes, y contra las mismas
ruge el gran oleaje de Anfitrite, la de ojos cerúleos;
cierto, a esas rocas, los dioses felices las llaman Golpeantes.
Por allí, ni siquiera pasan aves, ni siquiera palomas
tremantes, las cuales al padre Zeus ambrosía le transportan,
mas la lisa roca siempre arrebata también una de éstas;
mas el Padre envía otra que sea quien complete su número.
Por allí, aún no ha escapado una nave de hombres, si llega,
mas de las naves las tablas y de hombres los cuerpos se llevan
a un tiempo las olas del mar y las tormentas de fuego funesto.
Sola una nave que cruza los mares bogó por allí,
Argo, celebrada por todos, cuando desde Eetes bogaba;
y presto aún a ésta habrían golpeado contra las rocas enormes,
mas Hera, pues le era grato Jasón, la condujo a lo largo.
Y allí hay dos escollos, uno llega al cielo anchuroso
con su aguda cresta, a la cual una nube rodea
obscura; ésta nunca se aparta, y el éter sereno jamás
ocupa su cresta, ni en el verano ni en el otoño.
No podría escalarla un hombre mortal, ni pisar en su cima,
ni siquiera si veinte pies y manos tuviera,
porque la roca es lisa, como si hubiera sido pulida.
En medio de este escollo está una brumosa caverna
vuelta a las sombras, hacia el Érebo, adonde vosotros
podéis dirigir a lo largo la cóncava nave, ilustre Odiseo.
Ni un robusto varón, desde una cóncava nave asaeteando
con su arco, llegaría al fondo de esa profunda caverna.
Allí adentro, ladrando horriblemente, habita la Escila.
De ésta, cierto, la voz sólo es cual la de un cachorro recién

201
HOMERO

yiverai, aiirq 8’ avie rcéAxop KaKÓv • oÍ)Se ke tí<; |iiv


YH^rjaeiev iSrav, oi)8’ eí 0eó<; ávTiáoEiE.
TÍK T| TOl 7EO§£<; ElOl 8l)á)SEKa 7cávT£<; á©poi,
90 £^ §é TE oi §£lpai 7lEpi|lT|K€£(^, EV 8e EKáoTfl
ofiep8aXeri KEtpaÁri, ev Se tpígtoi%oi óSóvTsg,
7TDKVOI Kai 0a|i£££, tcXeíoi peÁavoc; 0aváraio.
(1£OOT| |1EV TE KaTOC OTCEÍoug KOÍXoiO SéSdkev,
£^(0 8’ E^ÍO/El KEípaÁag SeiVOIO P£p£0pOl) •
95 aÍTOB 8’ ix0i)áa, okókeXov KEpijiaigawoaa,
SeZtpivág te Kova<; te Kai eí tco0i pei^ov eXpoi
KrjTog, á gopía Pógkei áyáoTovo<; ’ApxpiTpÍTTi.
TTJ 8’ OlS 7CCÚ JIOTE Vawai aKTlplOl £l)%£TÓG)Vrai
7rap(pvy££iv <ybv vtjí- cpépEi 8é te Kpaxi EKáaTcp
100 (pare’ é^apjiá^aoa VEÓg Koavojipápoio.
TOV 8’ ETEpOV GKÓ7CEÁOV /©apaXtóTEpOV OXJ/El, ’OSoGGEl)
TCÁTIOÍOV áXÁTlXcDV • Kaí KEV SlOÍOTEIDOEia^.
tg) 8’ év EpivEÓc; egti péya<;, (púAAoiai te0tiA,<6<;-
tü) 8’ 8710 8ia XápopSig ávappnpSEi jiéXav o8©p.
105 Tpig |i£v yáp t’ ávírjGiv én’ rípaii, xpi<; 8’ avapopSEi,
Seivov • |x*n gó y£ keí0i tí>%oi<;, ote popSriGEiEv •
oi) yáp kev púaaira a’ ojcek KaKov oi>8’ evogí%0©v.
áXXá páXa LkÍjXAik gkoileXco jiEKÁTipEVOt; cúkcc
vfja jiapE^ éXáav, ejcei rj rcoAi) tpépTEpóv egtiv
no e£, ETápoix; év vTji Ko0np,£vai apa jtávra<; >.
ax; EtpaT’, aírrap éy© piv áTo^óp£VO<; jtpoaéEucov •
< eí 8’ áy£ Sr| poi tooto, 0£á, vripEpTEc; evígkei;,
eí rcax; Tqv oXot^v psv wcEKJcpoíp'úyoipi XápopSiv,
ttjv 8e k’ á|XDvaí(iTiv, ote poi gívoitó y’ Eraípoix; >.
115 ©g étpápriv, í) 8 ’ airrÍK ’ ápeíPeto 8ía 0eá©v •
< a%ézk\£, Kai 8t] ao toi 7ioÁépri'ia Epya pépn^e

202
ODISEA XII

nacido, mas ella misma es un monstruo maligno: ninguno


se alegraría al mirarla, ni si fuera un dios quien la hallara.
De ésta, cierto, las patas son doce, todas deformes,
y seis, sus muy largos pescuezos, y en cada uno de ellos
hay una terrible cabeza, y allí, en tres hileras, sus dientes
son densamente frecuentes, de negra muerte repletos.
Hasta la mitad está hundida en la profonda caverna,
y sus cabezas extiende hacia afuera del báratro horrendo;
y allí, alrededor el escollo atisbando, ella pesca 5
delfines y perros de mar, y si acaso encuentra una bestia
mayor, de las miles que nutre Anfitrite la muy rumorosa.
Por allí, jamás se jactan los nautas de haber escapado
con su nave y sin daño: se lleva con cada cabeza
a un varón, tras arrebatarlo del barco de proa cerúlea. I0(
El otro escollo, el cual es más bajo, verás, Odiseo;
la distancia es corta entre ellos, la franquearías con una saeta;
sobre él, hay una gran higuera silvestre, copiosa en follaje,
mas bajo él absorbe el agua sombría la divina Caribdis:
la echa hacia afuera tres veces al día, y tres veces la absorbe 105
horriblemente. Ojalá no te encuentres allí cuando absorbe,
pues no podría salvarte del mal ni el que agita los suelos.
Así, acercándote mucho al escollo de Escila, de prisa
sigue guiando a lo largo tu nave: sin duda es mucho mejor
llorar en la nave a seis compañeros que a todos a un tiempo’. 110
Así dijo, y yo, aterrado, le dije:
Anda, oh diosa, dime verídicamente,
si de algún modo podría yo escapar de Caribdis funesta,
y rechazar a la otra, cuando quiera dañar a los míos’.
Así hablé, y respondió de inmediato la diosa de diosas: 115
Obstinado, y ya de nuevo te importan las bélicas obras

202
HOMERO

Kai rcovo<;, ooSé Geoígiv tmeí^eai á0aváxoiGiv;


fi Sé toi oo 0vrtt|, áXX’ áGávaxov kokóv egti,
Seivov t’ ápyaXéov xe Kai áypiov ooSé paxpxóv •
120 ooSé tk; eot ’ áXicp • <poyé£iv kóptigtov árc ’ aoTf¡<;.
Tyv yáp Sp0ovpa0a KOpoGGÓpEvog napa rcéxpp,
SeíSco p.ri o’ é^aoTic; é(poppp0£ÍGa Kixpai
TÓaapaiv KEcpaXpGi, tógooc; S’ ek (proiac éXpxai.
áXXá páXa acpoSpax; éXáav, pcoGTpEiv Se Kpáxaüv,
125 ppxépa Tpg LKÓXXpg, p piv teke rcppa ppoxoiaiv •
p piv ekeit’ árcorcaóoEi é^ oaxEpov ópppGpvai.
OpivaKÍpv 5’ £<; vpaov ácpí^Eai- év0a Se rcoXXai
Pógkovt’ ’HeXíoio pÓ£<; Kai ícpia ppka.
ércxá pocóv áyéXai, xóaa S’ oícov rccósa KaÁá,
i3o 7i£VTTjKovTa S’ EKaaxa. yóvog S’ oo yívExai aoxcov,
OoSe JIOTE <p0lVO0OOGl. 0£ai S’ £7tl7lOip£V££ EÍgÍ,
vópcpai éorcÁÓKapoi, <X>aé0ooaá te AaprcExíp te,
ág tekev ’HeZÍco 'YrcEpíovi Sia Néaipa.
xág pév apa 0pév|/aoa tekoogó te rcóxvia ppxpp
135 OpivaKÍpv ég vpaov árccpKiGE xpÁóGi vaÍEiv,
ppXa (poÁaaaépEvai rcaxpcóia Kai EÁiKag poog.
xág eí pév k’ áoivéag éáag vógtoo te péSpai,
p x’ áv ex’ EÍg ’I0áKpv, KaKa rcsp rcáoxovxEg, íkoigGe
El Sé KE GÍVRai, TOTE TOI TEKpaípop’ OÁ,£0pOV
140 [vp'i te Kai éxápoio’. aoxóg 5’ eí rc£p kev aÁo^pg,
ó\pé KaKCog véiai, óÁéaag arco rcávxag éxaipoog >.]
(b<; Etpax’, aoTÍKa Sé xpoaóGpovog pXo0£V ’Hcóg.
p pév ekeit’ ává vpaov árcéoxixe Sia 0£ácov♦
aoxáp éycóv érci vpa kkóv wxpovov éxaipoog
145 aoxoóg x’ áppaívEiv ává te rcpopvpaia Xoaai.
oi S’ aiy ’ eÍGpaivov Kai érci KXpíai Ka0í^ov,

203
ODISEA XII

y la lucha ¿No habrás de ceder ni a los dioses eternos?


duda, nosin
Pues ella es mortal, sino un mal inmortal,
terrible y salvaje y difícil, y no es expugnable;
no hay ninguna defensa, huir de ella es lo mejor. 120

Si es que tú te demoras armándote junto a la roca,


temo que ella de nuevo se lance y te encuentre
con sus tantas cabezas, y extraiga a otros tantos varones.
Mas sigue con toda vehemencia, y clama en auxilio a Crateis,
la madre de Escila, que la parió como daño de humanos; 125

ésta, luego habrá de impedir que aquélla acometa de nuevo.


Llegarás a la isla Trinada; allí, numerosas,
pacen las vacas del Sol y sus pingües rebaños:
siete vacadas, y otras tantas hermosas greyes de ovejas,
de cincuenta cabezas cada una. De ellas, no hay descendencia, 130
y ellas no mueren jamás. Sus pastoras son unas deidades,
unas ninfas de rizos hermosas, Faetusa y Lampetia,
que la divina Neera alumbró para el Sol Hiperión.
A éstas, su augusta madre, después de parirlas y criarlas,
las traslado hacia la isla Trinacia, a que lejos vivieran, 135

para cuidar rebaños paternos y vacas paticurvadas.


Si a estas dejas indemnes y del retorno te ocupas,
aun podríais llegar a ítaca, aun sufriendo desgracias;
mas, si las dañas, entonces yo te predigo la ruina
de a nave y de tus compañeros; y tú mismo, aun huyendo, 1
tarde y mal llegarás, perdiendo a todos tus compañeros’.
Así dijo, y al punto llegó Eos de trono dorado,
uego, al interior de la isla se fue, la diosa de diosas;
L
mas yo, por mi parte, yendo a la nave, incité a mis amigos
a que se embarcaran ellos mismos, y amarras soltaran. 14
Se embarcaban de prisa y se ponían junto a las chumaceras

203
HOMERO

§’ é^ópevoi tcoáativ ala xírcrav épeipoig.]


T||xiv S’ ai KaTÓKioOe veóg Kuavorcpópoio
ÍKjxevov oí pov leí 7tZr|oícmov, éo0Xóv éxaipov,
150 Kípicri éÍ7tÁ,ÓKapo<;, Seivri 8eó<; aíSriEooa.
aixiKa 5’ órcXa EKaoxa rcov'qaápEvoi Kara vrja
T}|i£0a- rryv 8’ áv£pó<; te Kuptepvíycr^ t’ í9dve.
Sr| tot’ éyóv ETapoioi pettiíScov áxvípEvog Krjp •
< eo (píXoi, oí yáp xpn eva íSpEvai oí Sé Sí ’ oíout;
155 0£G(pa0’, a poi KípKrj pu0fiaara, Sia 0£arov •
áÁÁ’ £p£G) pév éycóv, iva eíSótec; pe Gávcopev
p kev á^Eoápevoi 0ávaxov Kai Kppa epíyoipev.
ZEippveov pév Kparcov ávcoyei 0eoKeoiáeov
<p0óyyov ÓíZeí aa0ai Kai Áeipcov ’ áv0£pÓ£vra.
i6o oiov ep’ pvóyEi ok’ exKooepev • áXXá pe Seo peo
Spoax’ év ápyaXécp, óepp ’ epkeSov aíxó0i pípvco,
óp9óv év ioTOKÉSp, ek 5’ aÍT0Í keí paz’ ávpep0co.
Ei Sé ke Xíaacopai í péa<; Xioaí te keXeí co,
ípEig Se kXeoveggi tot’ év SEopoíai kie^eiv >.
165 p xoi éyó) ra EKaora Xéycov erapoiai rcupauoKOV •
xóeppa Sé KapKaXípeog e^íketo vpic; éiepyp<;
vpoov Eeippvoüv • ejieiye yáp oí po<; aicppenv.
aíxiK’ ekeit’ ávepo<; pév énaíoaxo pSé yaXpvp
ekXeto vpvepíp, Koíppoe Sé KÍpara Saípcov.
170 ávoTavTeg S’ érapoi veó<; ioxía pppíoavxo,
Kai xa pév év vpi yÁaepopp 0éoav, oi 8’ érc’ épexpá

é^ópevoi XeÍKaivov íScop ^eoipa’ éXáxpoiv.


aíxáp éy<o Kppoio péyav xpo/óv ó^éi %aÁKqj
TDT0á Siaxpí^ag %epai OTiPappai kíe^ov •
175 ai\|fot 8’ iaívExo Kppóg, ércel keXeto peyáXp ig
’HeXíod t* aiyp 'YnepiovíSao ávcxKTog-

204
ODISEA XII

y, sentándose en fila, el canoso mar con los remos golpeaban.


Y para nosotros, por atrás de la nave de proa cerúlea
enviaba viento propicio que hincha las velas, buen compañero,
Circe de hermosos rizos, diosa terrible, dotada del habla.
Al punto, tras ocuparnos de toda la jarcia en la nave,
nos sentamos, y el viento y el piloto la dirigían.
Entonces, entre mis compañeros hablé, dolido en el pecho:
‘Amigos, no conviene que uno o dos solamente conozcan
los presagios que Circe me dijo, la diosa de diosas; i
mas yo hablaré, para que, sabiéndolos, ora muramos,
ora, huyendo, podamos sortear nuestra muerte y destino.
Sugiere, primero, que de las Sirenas de canto divino
la voz y floridas praderas rehuyamos. También sugería
que sólo yo oyera su voz; mas, con un lazo difícil 16
habréis de lazarme, para que allí firmemente me quede,
recto, en la base del mástil, y desde él se amarren los cabos.
Y si a vosotros acaso suplico y ordeno soltarme,
implicadme entonces con lazos aún más numerosos’.
Cierto, hablando explicaba cada detalle a mis compañeros; 165
entre tanto, rápidamente la nave bien hecha llegó
a la isla de ambas Sirenas: un buen viento suave impulsaba.
De inmediato, el viento cesó, y calma marina
hubo, sin viento, pues hizo dormir algún numen las olas.
Parándose mis compañeros, de la nave las velas rollaron 170
y en la cóncava nave las colocaron, y ellos, sentándose
al remo, con los abetos pulidos blanqueaban el agua.
Mas yo, con agudo bronce, una grande marqueta de cera.
cortando en trocitos, la oprimía con mis manos robustas;
se caldeaba pronto la cera, pues la apremiaba la grande 175
fuerza y el rayo del Sol, el señor Hiperiónida;

204
HOMERO

E^eiqg 8 exapoioiv érc ’ oí axa rcaaiv áXeu|ía.


oi 8 ev vr|i p’ e8qaav ópoí %€ipá<; xe rcó8a<; xe
ópOóv év loxorcéSp, £K §’ aíxoí rceípax’ ávfjKxov •
i»» a'üxoi 8’ e^ópevoi rcoÁ,ir|v áXa xírcxov épexpoí;.
áXV oxe xóaaov ájcflpEv, óaov xe yéycove por|Ga(;,
PW §uükovx£<;, xá<; 8’ oí Xá0ev coKÍaZo; vríc;
éyyí0ev ópv'üjiév’ri, Xiyopív 8’ évxovov áoi8riv
< 8eíp’ áy’ ióv, rcoXíaiv’ ’OSuaeí, péya KÍSog ’Ayociwv,
i85 vf)a Kaxáax'qoov, iva vwíxépriv órc’ aKoíopc;.
oí yáp rcó xi<; xp8e rcapriXaae vt)i peXaívp,
Kpív y’ ípecúv peXíynpov arcó axopáxcov órc’ aKoíaai,
áÁX’ o ye x£p\|Kxji£vo<; veixai Kaí rcXeíova eíScóg.
iSpev yáp xoi rcáv0’, óo’ évi Tpoíp eípeíp
190 ’Apyeíoi Tpwec; xe 0efi>v ióxrjxi póyrjaav,
ÍSpev 8’ oaaa yévxixai ércí %0ovi rcooÁA)poxeípii >.
ak; tpáaav íeiaai órca KáXXipov • aíxáp épóv Kfjp
'q0eX,’ aKOoépevai, Áíaaí x’ éKéXeoov éxaípoog
ótppíai veoaxá^cov • oí 8é rcporceaóvxeg épeaaov.
195 aíxÍKa 8’ ávoxávxe<; HepipriSrií; EípúÁoxóg xe
rcXeíooí p’ év Seopoíoi 8éov paXXóv xe rcíe^ov.
aíxáp ércei 8n xá<; ye rcapíXaaav ouS’ ex erceixa
<p0óyyov Eeiprjvtov rjKoíopev oí8é x’ aoi8r,v,
a!y’ arcó KTipóv eXovxo époi épíripeg éxaípoi,
200 ov a<piv érc’ (bolv áÁeiY , ¿pé x óeopcóv áveXvaav.
áXX’ Óxe 8í xryv vfjaov éXeírcopev, aoxiK erceixa
Karcvóv Kaí péya kí pa í8ov Kai 8oírcov aKooaa.
xrov 8 ’ apa Seiaávxov ek %eipov ercxax epexpa, ,
póppncav 8’ apa rcávxa Kaxá póov • eaxexo 8’ aíxoo
205 vT]íq, ércei oÍKex’ épexpa rcporiKea x£P°lv erceiyov.
aíxáp éyó) 8iá vr^ i©v ©xpovov éxaípoix;

205
ODISEA XII

y a uno tras otro, a todos los míos les tapé las orejas.
Y en la nave a un tiempo me ataron los pies y las manos,
recto, en la base del mástil, y desde él amarraban los cabos;
y ellos, sentándose, el canoso mar con los remos golpeaban.
Mas cuando distábamos tanto, cuanto se hace oír el que grita,
yendo veloces, a ellas no les pasó inadvertida la rápida
nave, moviéndose cerca, y altisonante entonaban su canto:
‘Ven acá en tu viaje, laudado Odiseo, gran gloria de aqueos,
detén tu nave, a fin de que puedas oír nuestras voces. i«5
Pues nadie aún, pasó aquí de largo en su negro navio,
antes de oír de las bocas nuestras la voz melodiosa,
sino que él, tras recrearse, se va, y sabiendo más cosas.
Pues cierto, sabemos todo aquello que en Troya anchurosa,
por voluntad de los dioses sufrieron troyanos y argivos, 190
y sabemos cuanto sucede en la tierra que a muchos sustenta’.
Así decían, su hermosa voz emitiendo, y mi corazón
deseaba oír, y a mis compañeros pedía me soltaran,
moviendo las cejas, mas ellos, curvándose al frente, remaban.
Y de inmediato, Perimedes y Euríloco alzándose, 195
me lazaban con lazos más numerosos, y más me implicaban.
Mas cuando ya las pasaron de largo, y entonces ya nada,
ni la voz ni el canto de las Sirenas oíamos,
mis compañeros queridos quitáronse al punto la cera
que empasté en sus orejas, y de los lazos a mí me soltaron. 200
Mas, cuando ya dejábamos la isla, acto seguido
vi humo y una gran ola, y oí un resonido.
De las manos de los míos, temiendo, volaron los remos
y todos zumbaron en la corriente; y allí se detuvo
la nave, pues ellos ya no maniobraban los remos agudos.
Mas yo, yendo a través de la nave, incité a mis amigos,

205
HOMERO

tolo’ ércEEooi 7tapaaTa8óv ávSpa EKaoTov


, < co q>íXoi oí yáp km ti kockwv áSaiq povég EÍgev •
oy pév Sf| tó8e gei^ov m k«kóv, n ote KíkXwv
210 e’íXei évi gkt)í y^aípopco KpaTEpíqn Pígípiv •
áHá Kai ev0ev épp ápETÍj PonZp te vóm te
EKípóyogEv, Kai koo twv5e pvT¡a£a0ai oíro.
vív 8 ay£0 , cd<^ av Eyco eik©, Ji£i0cog£0a 7távT£<¡.
í gEig pév Kampoiv áXóq pnypiva pa0Eiav
215 TÍkTETE kX-TI'ÍSeOGIV éq^gEVOl, aí KE 71001 ZeÍg
Stop tóv8e y’ oX.£0pov ÍTtEKípDyÉEiv Kai áXí^av
ooi Sé, KDpEpvfi0’, &5’ £7iiT£XZogai • áAÁ’ évi 0Dpfi>
PáÁXEi), £7i£i vrióc; yXaipnpf^ oiTfia vcopac;-
toÍtoo pév Kanvoí Kai KÍpaio^ ektó<; EEpyE
220 vi a, ai) 8é gkotceXod ércipaÍEo, pí ge XáOpai
keíg’ E^opgTiGaaa Kai ég KaKÓv ápg£ páXpo0a >.
(be, £<págT|V, 01 8’ G)Ka Egoio’ E7CEEGGI 7C10OVTO.
EkíXXtiv 8’ oíket’ épi)0£Óppv, áftpT|KTov ávír|v,
pí ticín; poi SEÍoavTEc; ánoXÁí £,£iav ETaipoi
225 EÍpEGvri^, evtoc; 8e TtoKa^oiEv a<péa<; aÍToí^.
Kai tote Sí KípKTi<; pév é(pr|poGÍvr|g áA,£y£ivfi<;
Xav0avópr|v, etxeí oi) tí p’ áváyei 0G)pr|oo£O0ai'
aÍTap éyó) KaTaSix; KÁuTa TEÍxea Kai 8ío Soípe
paKp’ év xEpoiv £Á,ó)v Eig ÍKpia vrjó<; épaivov
230
Kpópric;- ev0£v yáp piv éSéypriv Kpóra <paveia0ai
LkÍÁAt|v 7C£Tpaír|V, i] poi (pépe tcÍP ETápoiotv.
oí 8é TCTi á0pñoai Svvápnv • EKapov 8é poi ógge
TtávTT) rcaTtTaívovTi Ttpóc; ri£po£i8£a rcéTpnv.
f|p£Í<; pév gteivcokóv áv£7iXéopev yoóa>vT£<;-
EV0EV yáp ZkíXXte £Tépco0i 8é Sia XápopSu;
235
Seivov ávEppípSriae 0aXáaon<; áXpnpóv íScop.

206
ODISEA XII

á cada hombre, estando a su lado, con dulces palabras:


‘Amigos, no somos, en lo absoluto, ignaros de males;
éste no es un mal más grande que aquél, cuando el cíclope
nos encerraba con gran violencia en su cóncava gruta; 211
mas también de allí, por mi valor, consejo y proyecto escapamos,
también de estas cosas creo que algún día haremos memoria.
¡Ea! Ahora, obedezcamos todos, cual voy a decirlo.
Vosotros, el profundo oleaje del mar con los remos,
junto a las chumaceras sentados, golpead, esperando 21;
que Zeus nos conceda escapar y evadir esta muerte;
y a ti, piloto, de esta manera te ordeno: en el ánimo
grábalo, ya que el timón de la cóncava nave gobiernas:
de ese humo y de ese oleaje mantén alejada la nave,
e intenta alcanzar el escollo; que no de improviso 220
al otro lado ella se vaya, y tú hacia la ruina nos lances’.
Así hablé, y ellos al punto obedecieron mis órdenes.
Pero de Escila ya no hice mención, de esa pena intratable,
no fuera que mis compañeros, temiendo, dejaran
de remar; y quisieran cubrirse a ellos mismos adentro. 225
pues entonces, el grave mandato de Circe
olvidé: me prohibió absolutamente que me acorazara;
mas yo, vistiendo mis ínclitas armas, y dos largas picas
tomando en las manos, a la cubierta me fui de la nave,
a la de la proa, pues esperé que de allí veríase primero 230
ella, la petrícola Escila, que el daño traía a mis amigos.
Por ningún lado podía yo mirarla, se cansaron mis ojos
recorriendo doquier con la vista la roca brumosa.
Por el estrecho nosotros gimiendo bogábamos,
pues de un lado estaba Escila, y del otro la diva Caribdis 235
comenzó horriblemente a absorber el agua salobre del mar.

206
HOMERO

A toi ot’ é^EpéoEiE, Xéprig &<; év rcopí 7roXXw


Trota’ ávagopg'ópEGKE KDKwpévri • bv/óge 8’ a%vri
OtKpoiai GKOftÉXoiGlV £Tr’ CtgípOTEpOlOlV E711KTEV.
24o áXX’ ot’ ávappó^EiE OaXaGarig áXgopóv üScop,
naa’ evtog0e qxxvEGKE kbkcopevti, ápqn 8e Tcéipri
Seivóv PePp'üxei, í)jr£V£p0£ 8é yaia <páv£OK£
Wjup Kuavérj • toix; 8e xtaopóv Séog f¡p£i.
Tip,£i<; jx£v 7ip0^ TT}V í'SogEv SEioavTEc; óXeOpov •
245 xóíppa 8é goi EkoXXti yXatpopfic; ek vi^óg éxaípong
£^ EÁ.E0’, OI X^paív TE pÍTJÍpí TE (pEpTOtTOl TJGOtV.
GKEyágEvog 8’ é<; ví^a 0oiyv apa Kai jie0’ ETaípoix;
iy St| tcúv évÓTjoa 7EÓSa<; Kai xeípa<; BK£p0Ev
i)yÓG’ aEipogévíov • égé 8e cp0éyyovTO KaXeuvTeg
250 E^OVOgaKÁTlSTlV, TOTE y’ OGTaTOV, áxvígEVOl KT)p.
©<; 8’ ot’ E7TI 7tpoPÓÁQ) CtÁlElX; 7E£pigT|K£Í pápScp
ÍX0ÚGI toí<; óXíyoiai 8óXov KaTa EÍSaTa páXXcov
é<; kóvtov rcpoíriai Poóg Kepag áypavXoio,
ótGTraípovTa 8’ ejieitoc Zapcov sppive 0i)pa^e,
255 g>q oí y’ aGTiaípovTEc; áeípovTO rcpoTi 7céTpa<;.
aOTOÍ) 8’ ElVl éóp'OGl KttTT|G0l£ K£KÁ,T|yOVTtt£,
XEipag égoí ópéyovTag év aívíi SrfíoTTiTi.
OIKTIGTOV 8t) KEÍVO égoTo’ ÍSoV Ó(p0aXgOÍGl
TtávTíDv, ogg’ égóynaa rcópoug ccXóg é^£p££Ívcov.
26o ai)Tctp értEi Jt£Tpa<; cpoyogev Seivóv te XapvpSiv
ZKDÁXnV t’, aÓTlK’ ETCElTtt 0EOB £C, ágÚgOVa VT^GOV
iKÓg£0’’ £v0a 8’ eaav KaÁaí Póe<; EÚpugéTfíwtoi,
noÁÁa 8e ícpia pnÁ’ 'Y7C£píovo<; ’Heáioio.
St) tót’ éyóv £Ti tcÓvtco éov év vip gEÁaivp
265 gi)KT|0goí) t’ lÍKOOGa Poov aBÁi^ogEvácov
oícbv te PXtixAv • Kaí goi ’énoc, eixttege 0bpeo

207
ODISEA XII

Cada que vomitaba, cual caldero que está en un gran fuego,


toda turbada bullía con murmullos, y a lo alto la espuma,
sobre los agudos escollos caía, sobre uno y sobre otro.
Pero cada que ella resorbía el agua salobre del mar, 24
toda turbada veíase adentro y, en torno, la roca
bramaba horriblemente, y se veía abajo la tierra
obscura merced a la arena. Los asía un pálido miedo.
Nosotros hacia ella miramos, temiendo la muerte;
entre tanto Escila, de la cóncava nave a seis compañeros 2*
me tomó, que eran los más poderosos en manos y en fuerza.
Hacia la rauda nave viendo y, en medio, a mis compañeros,
ya noté los pies y, encima, las manos de aquellos
alzados a lo alto, y ellos gritaban, llamándome
con mi nombre, entonces por última vez, en su pecho dolidos. 250
Como cuando un pescador con larga caña, en un promontorio,
tras tirar, cual carnada, comida a los peces pequeños,
lanza al ponto el cuerno de un buey de un establo campestre,
y luego pescando, al que va agitándose, arroja hacia afuera,
asi, hacia las rocas eran alzados los míos, agitándose. 255
Y alh, en sus puertas, devoraba a aquellos, que entre hondos
lamentos tendían hacia mí sus manos, en pugna terrible.
Fue aquello, que vi con mis ojos, lo más miserando
de todo lo que sufrí examinando del mar los caminos.
Después que sorteamos las rocas, a la horrenda Caribdis 260
y a Escila, de inmediato, a la isla intachable del dios
llegamos; estaban allí, de frente espaciosa, las vacas
hermosas, y muchas pingües ovejas del Sol Hiperión.
Entonces yo, aún estando en el ponto en el negro navio,
escuché el mugir de las vacas, entrando al establo, 265
y el balido ovejuno, y cayóme en el alma el discurso

207
HOMERO

pávxioc; áXaot>, ©qfkxíoi) Teipeaíao,


KípKqq x’ Aiaíqq, q poi páXa rcóÁÁ’ ércexeXXe
vqoov áXróaoGai xepyipppóxoq ’HeXíoio.
270 8q xóx’ eycóv éxápoiai pexqqScov áxvúpevoc, kqp•
< KÉkÁOXE |X£D pÓ0G)V, KaKa TC£p 7táa%OVT£<; EXaípOl,
Ótpp’ iSpiv euwo pavxqia Teipeaíao
KípKqg x’ Aíaíqc;, q poi páXa rcóAX’ ércéxeXXe
vqaov áÁ,eóaa0ai xepyip|3póxou ’HeXíoio •
275 ev0a yáp aivóxaxov kockov éppevai áppiv etpaoKev.
áXXá Kotp£^ xqv vqaov éXaovexe vqa péÁaivav >.
og etpápqv, xoiaiv Se KaxeKÁáa0q (píXov qxop.
amÍKa 5’ E'up'óXoxog axoyepco p’ qpeípexo pó0qr
< axéxXió<; eí<;, ’OSoaeí), rcepí xoi pévoc;, oúSé xi yuta
28o Ktxpveu;- q pá vu aoí ye aiSqpea rcávxa xéxoKxai,
og p’ éxápong Kapáxo áSqKÓxag q8e Kai íStcvo
oi)K éáag yaíqg ércifJqpevai, év0a kev ame
vqao év áptpipúxq Xapóv xexi)KOÍpe0a Sópuov,
áXX’ amco<; Siá vÚKxa 0oqv áXáXqa0ai ávoyac;,
285 vqaoi) ÓOTO3iÁayx0evxa<;, év qepoeiSéi kÓvtw.
ek vdktov 8’ ávepoi x<xX,ETCoí, 8qA-qpaxa vqov,
yívovxav icq kev xig i)rceK<px)yoi ai7ci)v oÁe0pov,
qv tiüx; é^arcíviv; eX,0r| ávepoio 0x>eXXa,
q vóxoo q £eqn)poio 8üaaéo<;, oi xe páXiaxa
290 vqa SuxppaíoDGi, 0eov áeKqxi ávaKxov;
áÁÁ’ q xoi vvv pév 7C£i0ope0a vbkxí peXaívq
SópTtov 0’ ouXiaópeaOa 0oq rcapá vqi pevovxe<;-
q©0ev 8’ ávaj$ávxe<; évqaopev eúpeí tcÓvtw >.
oq écpax’ EópúÁox0^, 8’ qveov áÁÁoi éxaípoi.
295 Kai xóxe 8q yívaxsKov, o 8q KaKa pqSexo Sai pov,
Kai piv tpovqaax; £7iea rcxepóevxa KpoaqóSov •

208
ODISEA XII

del ciego adivino, el tebano Tiresias,


y el de Circe de Eea, que muy mucho me había hecho el encargo
de evitar la isla del Sol, el que a los mortales alegra.
Entonces, entre mis compañeros hablé, dolido en el pecho: 27c
‘Oíd mis palabras, compañeros, aun sufriendo desgracias,
a fin de que os diga los augurios del tebano Tiresias
y de Circe de Eea, que muy mucho me hizo el encargo
de evitar la isla del Sol, el que a los mortales alegra,
porque decía que allí estaba nuestra más terrible desgracia. 275
Así, seguid guiando la negra nave a lo largo de la isla.
Así hablé, y el corazón querido se les hizo pedazos.
Al punto, Euríloco me respondió con horribles palabras:
‘Eres duro, Odiseo; tienes mucho coraje, en nada te cansas
de los miembros; sin duda, en ti todo está hecho de fierro,
en ti, que a los tuyos, de cansancio hartos y faltos de sueño,
no quieres dejar que pisen la tierra, en donde, de nuevo
haríamos, en la isla rodeada de mar, una cena exquisita,
mas pides, sin más, que en la rápida noche andemos errantes,
alejados de la isla, en el ponto brumoso. 285

Pernicies de naves, desde las noches, difíciles vientos


surgen: ¿hacia dónde podría uno escapar de la áspera muerte,
si acaso de pronto se viene alguna tormenta de vientos
del noto o del céfiro de áspero soplo, que máximamente
destruyen una nave, sin que quieran los dioses regentes? 290
Pero, sin duda, ahora, a la negra noche cedamos
y aprestemos la cena, junto a la rauda nave quedándonos;
al alba, embarcándonos, nos haremos al mar anchuroso’.
Así dijo Euríloco, y asentían los otros amigos.
Justo entonces entendí que ya un dios decidía la desgracia, 295
y yo, alzando la voz, le dirigí estas palabras aladas:

208
HOMERO

< EópóZox > í páXa Siy pe Puñete pouvov


Eovxa.
áXX’ dye vov poi rcávxe<; ópóoaaTE KapTEpóv
opKov•

300 eíSpopev, prj koó ti<; áxaaGaKípax KaKÍjaiv


ri poí>v T]é ti pfjXov a7COKTavp • áXXá ektiáoi
¿g0íete ppóprjv, rqv áOaváxTj rcópe KípKq >.
, cog ¿(pápnv, oi 8’ aÓTÍK’ aKÓpvoov, ©<; ¿KéXeoov
adxdp EKE1 P’ Ópoaáv TE TEX£t)TT|aáv TE TOV OpKOV.
305 arqaapev ev Aijievi yXaíp'op© EÓEpyéa vija
cxtx’ üSaTo<; yXoKEpoío Kai £^aK£pT]oav ETaipoi
vr,óg, EJiEiTa 8e Sópjcov EKioTapEvox; tetókovto.
aúrap ekeí rcóaiog Kai é8r|TÓo<; ¿^ épov evto,
pvr|aáp£voi 811 £7t£iTa <píA,oo<; ExXaiov ¿Taípoog,
310 obg £<pay£ ZkóXXti yZacp'üpí]^ ek vrió<; eXoitoa-
, KÁaióvTEaai Se toígiv éjtf|Át)0£ VT^Sopo^ orcvo<;.
Tipog 8e xpíya vdktó<; Eqv, pera 8’ aaxpa PePtjkei,
G>po£V eki ^ar|v ávEpov v£<p£Á,T|y£p£Ta Z£i)g
XaíXaTCl ©EOTCEGIT], GVV 8¿ VEípEEGGl KttXl)\JJ£
315 yaíav ópoo Kai kóvtov • ópropEi 8’ oópavó0£v vó^.
rjpog 8’ ripryévEia <pávT| poSoSaKwÁot; ’Háx;,
vfia pév ©ppíoapEv, koíAov arcéoc; £ÍaEp'úaavTe<;’
Ev0a 8’ Eoav Nopcpécov KaÁoi xopoi rjSé Oocokoi-
Kai tot’ éycov áyopriv 0ép£vo<; p£xá rcaaiv ¿Eircov •
320 < coqnXoi, év yáp vrfi 0oíj ppcoaíg te rcóaig te
ecftiv, tcov 8e porov árc£x<óp£0a, pfi ti rcá0cop£v •
Seivoo yáp 0£oo ai'SE pÓEg Kai upia pfjXa,
’HeXíou, o<; rcávT’ ¿(popa Kai rcávT’ ércaKOÓEi >.
cog ¿(pápnv, toígiv 8’ ekek£Í0£to Oopóg áyf|V(op.
325 priva Se rcávT ’ aÁXriKTog án vóto<;, oúSe Tig áAZo<;

209
ODISEA XII

‘Euríloco, sin duda me obligáis, pues solo me encuentro.


¡Mas, ea! Ahora juradme todos un juramento potente:
Si alguna vacada, o algún gran rebaño de ovejas
encontramos, que por maligna locura ninguno m
mate una vaca o una oveja; no, mas tranquilos, seguid
comiendo el alimento que la inmortal Circe nos dio’.
Así hablé, y ellos al punto juraban cual yo lo pedía.
Y cuando juraron y concluyeron aquel juramento,
detuvimos la nave bien hecha en el cóncavo puerto, w
cerca, del agua dulce, y mis compañeros bajaron
de la nave, y luego hábilmente aprestaron la cena.
Y cuando el deseo de bebida y comida expulsaron,
entonces, recordando, a los compañeros queridos lloraban,
a los que Escila comió, tras sacar de la cóncava nave; 3io
mas a ellos, que lloraban, les sobrevino un sueño indomable.
Cuando era el tercio final de la noche y bajaban los astros,
Zeus, que junta las nubes, incitó un viento de soplo impetuoso
con turbulencia asombrosa, y cubrió con las nubes,
a un tiempo, la tierra y el ponto. La noche brotaba del cielo. 315
Al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,
anclamos la nave, llevándola hacia una cóncava gruta;
allí, de las Ninfas, los bellos asientos y espacios de danza;
entonces yo organicé una asamblea y hablé en medio de todos:
Amigos, hay en la rauda nave comida y bebida; 320
abstengámonos de esas vacas, no sea que algo suframos:
de un dios terrible aquí están las vacas y pingües ovejas,
del Sol, que todo lo observa y todo lo escucha’.
Asi hablé, y su ánimo firme dejó persuadirse.
Todo un mes, el noto soplaba incesante, otro ninguno 325
de los vientos surgía, sino sólo el euro y el noto.

209
HOMERO

oi 8’ eiog gev gítov e/ov Kai oivov epu0póv,


xóíppa pofi>v árcéxovTo XiXaióp.£voi Piotoio •
áXX’ óxe 8r| vt|Ó^ é^é(p0iTo TÍ'ia rcávTa,
330 Kai St) áypr|v ¿(pérceaKOv áXriTeóovTEg áváyKp,
Ópvi0ág te, (píXag ó ti X£ip% ikoito,
yvap,rcT0ÍG’ áyKÍGTpoiGiv • eteipe Se yaaTEpa Xipóc;-
Sti tot’ eycóv ává víjaov árcéaTixov, Ócppa 0eoígiv
EÜ^aípriv, eí TÍg p.oi óSóv cprivEiE ve£o0ai.
335 áXX’ ote Sr] Siá vtigoo icov líXu^a ETaípoog,
Xeipag vn|/áp£vog, 00’ érci GK£rca<; rjv ávépoio,
T|pG)|lT|V TtávTEGGl 0£OÍg’, 01 ’'OXl)|17lOV EXODGIV •
oi S’ apa poi yX'OK'bv orcvov érci pXecpápoiaiv é/eijav.
EopóXoxog 8’ ETapoiai KaKqc; é^npxETO pooXrig-
34o < kekX'üte p£D |Tü0(dv, KaKa 7i£p rcaGxovT£<; ETaipoi •
TcávTEc; jxev Gwyepoi 0ávawi SeiXoígi ppoToiai,
Xip.fi) 8’ OIKTIGTOV 0aV£ElV Kai KÓTgOV E711G7CEÍV.
áXX’ áy£T’, ’HeXíoio poéov éXáaavTEc; ápíoTag
pé^opev á0avaTOiai, toí oúpavóv EÚpóv exoogiv.
345 ei Sé kev eí<; ’I0ctKriv ácpiKoíp.£0a, rcaTpíSa yaiav,
aupá kev ’HeXÍíp 'YrcEpíovi rcíova vrióv
Teú^op.£v, év Sé ke 0Eip,Ev áyáXpara rcoXXá Kai éo0Xá.
eí Se xoAxoGap-Evóg ti |3ofi>v óp0OKpaipácov
vfi’ e0eXt| óXéaai, érci 8’ EarccovTai 0eoí áXXoi,
350 poóXop’ árca^ rcpóg Kopa xavcóv arcó 0opóv óXéooai
i] 8ri0á GTpeóyea0ai é©v év vf|G(p épripp >•
©g ecpar’ E-ópóXoxog, érci 5’ pveov áXXoi ETaipoi.
aÓTÍKa 8’ ’HeXíoio pofi>v éXáaavT£<; ápíaxag
eyyó0£v • — oi) yáp tt¡Xe veóg Koavorcpcppoio
355 poGK£GKOv0’ eXikec; KaXai póeg eópopércorcoi • —
Ta<; Se rc£piGTT|oavTo Kai eóxetócúvto 0eoígi,

210
ODISEA XII

Mientras ellos tenían vino rojo y comida,


se abstenían de las vacas, deseando su vida;
mas cuando de la nave se habían consumido todos los víveres,
y ya, vagando, iban, por el apuro, en busca de caza, ™
de peces y de aves, y de cuanto llegara a sus manos
—pescaban con corvos anzuelos: el hambre vejaba su vientre—,
entonces, al interior de la isla me fui a orar a los dioses:
ojalá me mostrara alguno el camino para irnos.
Mas cuando, yendo por la isla, eludí a mis amigos,
tras lavarme las manos ahí donde había un reparo del viento,
suplicaba yo a todos los dioses que poseen el Olimpo;
ellos, pues, en mis párpados un dulce sueño vertieron.
Mas Euríloco inició un mal consejo entre mis compañeros:
‘Oíd mis palabras, compañeros, aun sufriendo desgracias:
todas las muertes son horribles para los pobres mortales,
mas morir y encontrar la suerte por hambre es lo más miserando.
¡Ea! Trayendo las vacas del Sol, las mejores, hagamos
sacrificios a los inmortales, que tienen el cielo anchuroso.
Si, dado el caso, llegáramos a Ítaca, tierra paterna, 345
de inmediato, un templo opulento al Sol Hiperión
construiremos, y en él pondríamos muchas y ricas ofrendas.
Si, de algún modoirritado por sus vacas de cuernos erectos,
desea destruir la nave, y eso aprueban las otras deidades,
quiero perder la vida de golpe, abriendo la boca en las olas, 350

más que acabarme lentamente estando en una isla desierta’.


Asi dijo Euríloco, y asentían los otros amigos.
De inmediato, las vacas del Sol, las mejores, trayendo
de cerca pues no lejos de la nave de proa cerúlea
pacían las paticurvas vacas bellas, de frente espaciosa—, 355
las pusieron para sí, rodeándolas, y a los dioses oraban,

210
HOMERO

(pDÁÁa Speyájievoi xépEva 8poó<; uigiKÓpoio •


odyap exov Kpi Aedkóv éóaaéXpoo ¿kí vt|Ó<;.
aóxáp érceí p’ EÓ^avxo Kai é'atpa^av Kai eSeipav,
36° pnpoix; x’ é^éxapov Kaxá xe Kvíap EKáXoi|íav,
Sírcxuxa rcoi'naavxeg, érc’ aúxrov §’ copo0éxr|Gav.
005 ’ eixov pé0o Á-Eugai ek ’ ai0opévoia’ lEpoíaiv,
áXX’ i)8axi gjcev8ovxe<; éjicÓKxcDv EyKaxa icávxa.
aoxáp £7CEi Kaxá pfjp’ ¿Karj Kai orcXáyxva rcáoavxo,
365 píaxoAAóv x’ apa xaXXa Kai ápcp’ óPeZoígiv £7iEipov.
Kai xóxe poi pÁEtpápcov é^éaaoxo vr)8npo<; ÓTivog-
pfjv 8’ iévai £7ii vrja 0ot]v Kai 0iva 0aAáaang.
áXX’ oxe Sq axeSóv na kiov VEÓg ápq)i£Aíaar|<;,
Kai xóxe p£ KVKrqg áp(piíÁD0ev nSix; áiixpri •
370 oipó^ag 8e 0EOÍGI pex’ á0aváxoiai yEyóvEOV •
< Zeu TtaxEp n8’ áXXoi páKap£<; 0eoí aíév éóvxEg,
íj p£ páA’ Eig áxr|v KoipnaaxE vr|Xéi ótivg),
oi 8’ Exapoi péya Epyov epnxíaavxo pévovxEg >.
G)K£a 8’ ’HeZúo 'YnEpíovi áyyEÁog rj^e
375 Aap7i£xín xavÓTiEJiXog, ó oi póag EKxapEV np£Í^.
aóxÍKa 8’ ó0aváxoiai p£xr|ó8a xwópEvog Krjp •
< ZeÍ) jcáxEp r|5 ’ áXXoi paKap£<; 0eoí aíév éóvxEg,
xEÍaai 8q éxápODc; AaepxiáSeco ’08ooño<;,
oi' jxEi) Poo<; EKXEivav oTiépPiov, paiv éyó y£
380 xoíípeoKov pév íó)v eí<; oópavóv áaxEpÓEvxa,
tjS’ otcÓx’ ái|/ £7ti yaiav oot’ oópavóOev 7ipoxpa7ioipr|v.
si 8e poi oí) xeíaonai poóv ETtiéiKé’ ápoiPnv,
Sóaopai Eig ’AiSao Kai év veküeggi (paEivo >.
xóv 8 ’ <x7iap£iPópevo<; 7ipooé<pn VEtpEAnyepExa Zeix;
sss i ’HéXi’, n xoi pév ai) pex’ á0aváxoiai <p<x£iv£
Kai 0vnxoiai ppoxoiaiv érci ^EÍSopov ápoopav •

211
ODISEA XII

tras cortarse hojas tiernas de una encina altamente frondosa:


ya no tenían blanca cebada en la nave de buenas cubiertas.
Y después de orar y degollar y desollar a las vacas,
cortaron los muslos y los cubrieron del todo con grasa
haciendo dos capas, y carnes crudas pusieron sobre ellos.
No tenían vino para verter sobre las ardientes ofrendas,
mas asaban todos los intestinos, libando con agua.
Cuando se quemaron los muslos, y habían comido las visceras,
partían el resto en trozos, y espetaban en los asadores.
Y entonces, el sueño indomable salía de mis párpados;
y me fui presto a la rauda nave, y del mar a la playa.
Mas cuando, al ir, me acercaba a la nave de dos curvaturas,
entonces me circundó el suave olor de la grasa;
y yo, lamentando, entre los inmortales dioses clamaba:
‘Padre Zeus, y demás felices dioses siempre existentes,
cierto, para mi daño me dormisteis con sueño inclemente,
y los míos, al quedarse, una acción desmedida tramaron.
Fue hacia el Sol Hiperión presurosa Lampetia de largo
peplo, cual mensajera de que le habíamos matado sus vacas.
Al punto él, entre los inmortales habló, irritado en su pecho:
Padre Zeus —y demás felices dioses siempre existentes—,
castiga a los compañeros de Odiseo Laertíada,
los cuales soberbiamente mataron mis vacas en quienes
yo me alegraba, ora yendo hacia el cielo estrellado,
o bien cuando nuevamente volvía desde el cielo a la tierra.
Si por las vacas no me pagan compensación adecuada,
voy a hundirme en el Hades y alumbraré entre los muertos’.
Respondiéndole, dijo Zeus, el que junta las nubes:
Oh Sol, tú sigue alumbrando entre los inmortales
y entre los hombres mortales, en la tierra dadora de grano;

211
HOMERO

xéov Sé k’ éyd) xáxa vfia 0otjv ápyriTi Kepaov©


wx0á paXóv Keácaipi peoco éví oívorci rcóvxcp >.
Tama 8’ éycov iiKoooa KaZuyoíx; fiÜKÓjxoio •
390 f] §’ £(pr| 'Eppeíao SiaKiópou amf| aKoóaai.
aóxáp eró p’ ércí ví^a KaTfiXuOov f|8é 0áÁaaaav,
veíkeov áXXo0ev áXXov érciaxaSóv, oí)8é ti jitíxoí;
eópejievai 8nvápeG0a- póeg S’ árcoT£0vaaav tíStj.
toígiv 8’ amíx’ erceixa 0eoí xepaa rcpoocpaivov •
395 elprcov |±ev pivoí, Kpéa 8’ ájicp ’ ópeXoía’ ép.e|rDKei,
órcxaXea te Kaí ©|iá- pocov 8’ cog yívexo cpcovfi.
é^pap |iév erceixa é|ioí épvqpeg exaípoi
Saívovx’ ’HeXíoio pocbv éXócovxeg ápíaxac;-
áAX’ ote Si) ép8o¡Liov íipap ércí Zeóg 0qK£ Kpovícov,
400 Kaí xóx’ erceu’ ávepoc; ¡rév ércaóoaxo ÁaíÁarci Oócov,
f||iEÍ<; 8’ aiy ’ ávapávT£<; évf|Kap,ev eópéí rcóvxcp,
ígtov GTTiGájievoi ává 0’ ÍGTia Xeúk’ épfjaavTEc;.
áXV ote Sf) xf¡v vfjaov éXeírcojiev oúSé xig áAAri
cpaívexo yaiácov, áÁX’ oúpavóg f|8e 0áXaaaa,
405 §r| tote Kuavériv vecpéXriv egttige Kpovícov
vRÓg orcep ykacpDpfig, ííxX'oge 8é rcóvxoc; órc’ amr^.
f| 8’ e0ei oó páXa rcoAÁóv ércí xpóvov • aü|/a yáp tJABe
KEK^riywg ^ecpopog jieyáÁfl oóv AaíAarci 0ócov.
ígtoó 8e rcpoxóvoix; éppxi^’ ávépoio 0óeX,Áa
4io ápcpoxépoDg, ígtcn; 8’ órcíoco rcéaev, orcXa te rcávxa
ei<; ávxXov Kaxéxi)v0’- ó 8’ apa rcpopvíi éví vt|Í
rcXó^E KüPepvf|T£fi) K£(paXf|v, oóv 8’ óaxé’ ápa^e
rcávx’ ápoSic; KecpaÁíV;' ó 8’ áp’ ápveoxfipi éoiKÓx;
Karcrcea’ árc’ ÍKpiócpiv, Áírce 8’ oaxéa 0o|ió<; áyf|vcop.
415 Zeug 8’ á|io8i<; ppóvxr|ae Kaí éppaXe VTfí KEpaovóv •
tj 8’ éXeXíx0xi rcaaa Aióg rcXriyeíaa Kepauvcp,

212
ODISEA XII

yo pronto, de ellos la rápida nave, con fúlgido rayo


golpeando, la haré pedazos en medio del ponto vinoso’.
Estas cosas yo mismo oí de Calipso de lindo cabello,
y ella decía que, de Hermes, el mensajero, habíalas oído.
Mas, cuando a la nave y al mar arribé, acercándome a ellos,
reprochaba a uno de acá y a otro de allá, y ni una salida
podíamos hallar: ya estaban muertas las vacas.
Inmediatamente después, mostraban portentos los dioses:
serpeaban los cueros, en los asadores las carnes mugían,
asadas y crudas: como de vacas era el sonido.
Después, durante seis días, mis compañeros queridos
banqueteaban, trayendo las vacas del Sol, las mejores.
Mas cuando Zeus el Cronión impuso su séptimo día,
justo entonces, el viento cesó de rabiar turbulento,
y embarcándonos luego, nos hicimos al mar anchuroso,
tras colocar el mástil, e izar el blanco velamen.
Mas cuando ya dejábamos la isla, y otra ninguna
de las tierras era visible, mas solos el cielo y el mar,
entonces, obscura, encumbró el Cronión una nube 405
sohre la cóncava nave; el mar por ella quedó tenebroso.
No corrió por muy mucho tiempo la nave: vino de pronto
un céfiro aullante, rabiando con gran turbulencia.
Y una tormenta de viento trozó los estayes del mástil,
ambos; el mástil cayó hacia atrás, y todas las jarcias 410
a la sentina fluyeron, y aquél, de la nave en la popa
golpeó del piloto la testa y rompióle los huesos
de la testa, todos a un tiempo, y él, como buzo,
cayó del tablado, y su ánimo firme dejó la osamenta.
Zeus, a un tiempo, tronó y un rayo arrojó en nuestra nave; 415
ésta, por el rayo de Zeus golpeada, volcóse del todo,

212
HOMERO

ev Se 0eeioo TcXfjxo • rcéoov 8’ ek vqóg éxaipoi.


oi Se Kopóvpaiv ’ÍKeXoi 7cepi vrja péXaivav
Kop,aoiv éjitpopéovxo, 0eóg S’ a7ioaívoxo vóoxov.
420 aoxáp éyó Siá vrjóc; é<poíx©v, otpp’ arcó xoí%oo<;
Xooe káóS©v xpórciog- xryv Sé vj/iXtív (pepe Kojia.
¿k Sé oi iaxóv ápa^e rcoxi xpórciv • aináp ¿tt ’ aox©
érciTovog pépXr|xo, poóg pivoio xexeo%©<; •
tcdp’ áptp© aovéepyov ójllotj xpóiciv ó Sé Kai iaxóv,
425 é£ó|ievo<; S’ erci xoic; (pepópjyv óXooia’ ávéjioiaiv.
évO’ri xoi £étpopo<; pév £7iaóoaxo XaíXarci 0ó©v,
riX0e 5’ erai vóxog ©Ka, tpépwv ép© ákyea Oopco,
otpp’ éxi rqv óáotiv ávapexprjaaipi XápopSiv.
rcavvú%io<; tpepópr|v, apa S’ Tye/Víco ávióvxi
430 tÍX0ov e7ii ZkóáXth; oKÓKeXov Seivov xe XápopSiv.
pév áveppópSxiae 0aXáaaTj<; ákpopóv o8©p-
aoxáp éy© 7ioxi paKpóv épiveóv óyóa’ áep0eí<;,
x© 7cpoatpó<; é%ópr|V ©<; voKxepí<; • oóSé 7ip eí%ov
oóxe axrjpí^ai 7coaiv ép7teSov oóx’ érciprivav
435 pí^ai yáp éxág eí%ov, a7CT|©poi 8’ éaav ó£oi
paKpoí xe peyáXoi xe, KaxeoKÍaov Sé XápopSiv.
v©Xepé©g S’ éxóprjv, Ócpp ’ e^epéaeiev órcíaa©
iaxóv Kai xpÓ7iiv aóxig- eeÁSopevcp Sé poi íqABov,
óip - ^pog 8’ £7cl Sóp7i:ov ávrjp áyopf|0ev ávéaxri
440 Kpívcov veÍKea rcoÁAá SiKa£opév©v aí£r|©v,
xfjpog St] xá ye Soopa XapópSiog £^etpaáv0r|.
r|Ka 8’ éy© Ka0wcep0e TtóSac; Kai %eíp£ tpépeaOai,
péaa© S’ evSoÓKT^oa 7tapé^ TcepipnKea Soopa,
é^ópevot; S’ etcí xoíai Siripeaa /epaiv éppai.
445 XKÓXXr|v 5’ ooKéx’ éaae rcaxrip ávSp©v xe 0e©v xe
eiaiSéeiv • oó yáp Kev Ó7iéKtpoyov aírcóv óXeOpov.

213
ODISEA XII

se llenó de humo sulfúreo, y cayeron los míos de la nave.


Ellos, en torno a la negra nave, como unas cornejas,
en las olas eran llevados, y un dios sustraía su retorno.
Mas yo iba y venía por la nave, hasta que un torbellino,
los flancos soltó de la quilla; a ésta, nuda, llevaba el oleaje.
Y aventó al mástil hacia la quilla; mas encima del mismo
se hallaba un estay posterior, hecho de cuero de buey;
con él amarré juntamente a los dos, la quilla y el mástil,
y, sentándome en ellos, era llevado por vientos fatales. 425
Allí, cierto, el céfiro cesó de rabiar turbulento,
y otra vez, veloz, vino el noto trayendo dolor a mi pecho,
pues aún tendría que cruzar nuevamente a Caribdis funesta.
Toda la noche yo era llevado, y con el sol que surgía
llegué al escollo de Escila, y a la horrenda Caribdis. 430
Esta comenzó a absorber el agua salobre del mar,
mas yo, hacia arriba lanzándome, a la alta higuera silvestre,
me tenía adherido a ésta, cual murciélago; yo no podía
ni con los pies firmemente apoyarme, ni tampoco subir:
sus raíces lejos yacían, y muy altas estaban sus ramas 435
largas y enormes, y ensombrecían a Caribdis.
Me mantenía asiduamente, hasta que vomitara hacia afuera
de nuevo la quilla y el mástil; mientras lo anhelaba, llegaron,
pero tarde: cuando un hombre, para la cena se alza del ágora,
el que juzga muchas riñas de hombres que alegan sus causas, 440
a esas horas, los maderos se vieron salir de Caribdis.
Solté de arriba los pies y las manos, para que cayeran,
y di un batacazo en medio, junto a los muy largos maderos,
y, sentándome en ellos, remé por el mar con mis manos.
A Escila, ya no permitió el padre de hombres y dioses 445
mirarme, pues no habría yo escapado de la áspera muerte.

213
HOMERO

evQev ó’ évvf|pap (pepópriv, Seráxfl dé pe voKxr


vf^oov ég ’ÜyoyrT|v nékaaav 0eor, év0a KaXo\j/ó)
varer ewtkÓKapoí;, Serví] 0eó<; ar)8f|eoaa,
450 r\ p’ écprXer x’ éicóper xe. xí xor xáSe pnOoXoyeoco;
í]Si] yáp xoi X0r£ó<; épr)0eópT]v évr o’ikg)
oor xe Kar r<p0rpr] áÁóyqr é%0póv Sé por éaxrv
amrg apr^Á-coc; erpi]péva poOoXoyeúerv ».

214
ODISEA XII

Desde allí, nueve días fui llevado, y en la noche, en el décimo


me acercaron los dioses a la isla de Ogigia, en donde Calipso,
de hermosos rizos, vive, diosa terrible, dotada del habla;
ella me hospedó y me cuidó. ¿Por qué he de contarte estas cosas?
Pues ya ayer te las he contado en tu sala,
a ti y a tu esposa robusta, y resúltame odioso
contar otra vuelta lo dicho muy lúcidamente”.

214
13. OAYIIEIAZ N

''Q<; &pa9’, oí 8’ apa rávTE<; áicnv éyévovTo ai©^,


KpÁri0|i(p 8 ’ eaxovxo Kara péyapa OKióevra.
xov 8 am Aákivoo^ anapEiPETo (pávTioév te ■
« © ’OSoOEÍ), £7E£Í VKET) E|lÓv 7COTÍ X^KOpaTEc; 8©,
5 íyEpEípég, t© a’ oo ti rcáXiv rcXayxOévray’ oí©
ay árcovooTTiGEiv, eí Kaí páAa rcoUá KEKovGag.
íp,£©v 8’ ávSpi EKaaTcp éípiépEvog tóSe Eip©,
oaaoi éví pEyápoiai yEpoóoiov aíOorca olvov
ai£i kivet’ ejioioiv, aKová^EoGE 8’ áoiSou •
io EÍpara pev 8t] ^eív© eü^egtti evi xnM>
KEiTai Kaí xp^ao^ rcoÁA)8aí8aXog áÁZa te rávra
8©p’, oaa C>aiT|K©v poDÁ-rupópoi évOáS’ EVEiKav-
áXX’ áy£ oí 8©jiev TpírcoSa péyav t|8e XépriTa
ávSpaKá^, ripEh; 8’ ame áyeipópevoi Kara Sfjpov
15 T£taóp£0’* ápyaXéov yáp eva rcpoiKcx; xapíaaoOai»
(qq E<paT* ’AákÍvoo^, Toiaiv 8’ EKiTivSave jra0o<;.
oí pev KaKKEÍovTEg Epav oíkov8e EKaarag •
T)|io<; 8’ TipiyévEia <pávri po8o8áKwA,o<; ’H©<;,
ví^á8’ E7CEGOEDOVTO, (pépOV 8’ EVqVOpa X«A,KÓV.
20 Kaí ra pév £O KaT£0nx’ íepov pévog ’AXkivÓoio,
mió; i©v Siá vqó<;, “otco £oyá, prj tiv £raip©v ~
pXaTCTOt ¿Xa'üvóvTtóv, ótcóte GKEpxoíaT epETpoic;
oí 8’ £Í<; ’AÁxivóoio kíov Kaí 8aíx’ áXeyovov.
Toxai Se Pow íépEva’ ÍEpóv pévo<; ’AXkivóoio
25 ZtivÍ KEÁarvEípÉi KpovíSp, o<; rcaaiv áváaaEi.
jiTÍpa Se KqavTEq Saív-uvT’ EpucoSéa 8aira

215
Libro XIII

Así habló, y pues todos, en silencio, quietos quedaron,


ellos fueron presa, en la sala umbrosa, de un plácido encanto.
Le respondió a su vez Alcínoo, y le dijo:
“Odiseo, porque viniste a mi casa que está sobre bronce,
de alto techo, por eso no creo que, de algún modo extraviado
de nuevo, otra vez regreses aquí, aunque muy mucho padezcas.
Y recomendando, esto digo a cada varón de vosotros,
los que en mi sala, de los ancianos el vino esplendente
bebéis siempre, y atentamente oís al aedo:
para el huésped, ya en un cofre pulido se encuentran 10
las vestes y el oro bien labrado y todos los otros
dones que aquí le trajeron los príncipes de los feacios.
¡Mas, ea! Démosle un trípode grande y alguna vasija
cada quien, y nosotros después, colectando en el pueblo,
nos resarciremos: es difícil que uno solo agrade con dones”. 15
Así dijo Alcínoo, y su propuesta les plugo.
Ellos, deseando acostarse, se fueron cada uno a su casa.
Y al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,
hacia la nave corrían y el enérgico bronce llevaban.
Y el vigor sagrado de Alcínoo, yendo él a través de la nave, 20
con cuidado puso eso, so la cubierta, que no entorpecieran
a algún compañero bogando, cuando él con los remos urgiera.
Luego, a casa de Alcínoo se fueron, y un banquete aprestaban.
Para ellos, un buey mató el vigor sagrado de Alcínoo
a Zeus Crónida, negro de nubes, que reina entre todos. 25
Quemando los muslos para él, un eximio banquete comían

215
HOMERO

X£p7ropevoi • pexá Sé Gtpiv epeXrcexo Oeiog áoi8ó<;,


AtjpoSokoc;, Xaoíai xexipevo<;. aüxáp ’OSucaeíx;
rcoXXá Kpó^ t|£Áaov K£<paÁJiv xpérce 7rap(pavó©vxa,
30 Svvai ETceiyópevog • St] yáp peveaive véeaOai.
og 8’ ox’ ávfip SópKoio XiXaíexai, <p -re rcavftpap
VEIÓV áv ’ EÁKTITOV (3Ó£ OlVOTTE K^KlÓv ápoxpov •
áoTCaaícog 8’ apa x¿p KaxeSu (páog -qeXíoio
SópTcov £7roíx£G0ai, pÁápexai Sé xe yoúvax’ lóvxv
35 ©<; ’OS-üGq ’ áa7raaxóv e'8u (páog xieXíoio.
ai 8é <¡>airiK£aGi tpiXnpéxpoiGi pexTp58a,
’AZkivó© Sé páXiaxa 7ci(pai)GKÓpevo<; <páxo pí>0ov •
« ’AAxívoe Kpeíov, 7rávx©v ápiSeÍKexe Áacov,
7rép7rexé pe G7reíaavxe<; árcripova, xaípexe 8’ aúxoí.
4o t^8t| yáp xexéXeaxai á poi cpíXoq TÍ0eXe 0opóg,
7cop7iT) Kai (píÁa Sropa, xa poi 0eoi Oupavícoveg
óXpia KOiTjGeiav • ápúpova 8’ oíkoi aKoixiv
voGXT|Ga<; eiípoipi oóv ápxepéeaai «píXoiaiv.
ópeig 8’ ax)0i pévovxeg eüíppaívoixe yuvaiKag
45 KODpiSíag Kai xéicva- 0eoi 8’ ápexiyv órcáaeiav
rcavxoÍTyv, Kai px| xi KaKÓv pexaSripiov eíri ».
©g eq>a0’, oí 8’ apa 7távxe<; £7tfiveov T]S’ eKeXeoov
7rep7répevai xóv ^eivov, £7tei Kaxá poípav eeute.
Kai xóxe KTip-üKa 7tpoaé<pTi pévog ’Aákivóoio-
50 «Ilovxóvoe, Kprjx-npa Kepaaaápevog pé0u veípov
7caGiv ává péyapov, o<pp ’ eü^ápevoi Aii reaxpi
xóv ^eívov 7tépK©pev et}v e<; rcaxpíSa yaíav ».
©<; <páxo, Ilovxóvooc; Sé peÁuppova oívov eKipva,
vópnaev 8’ apa rcaaiv e7tiGxa8óv • oí 8é 0eoiaiv
55 earceioav paKapeaoi, xoí oópavóv eópóv éxovaiv,
aáxóOev éS, é8pé©v. ává 8’ i'axaxo 8íog OSvaaet)^,

216
ODISEA XIII

recreándose: entre ellos cantaba el aedo divino,


Demódoco, honrado por el pueblo. Empero, Odiseo
hacia el muy luciente sol a menudo volvía su cabeza,
ansioso de que él se pusiera, pues ahora partir anhelaba.
Como cuando desea su cena el hombre con quien, en el campo,
todo el día arrastran sus bueyes canelos el sólido arado;
para él gratamente se oculta la lumbre del sol,
pues ha de ir a la cena, y al andar, le flaquean sus rodillas,
así, gratamente, a Odiseo se le puso la lumbre del sol.
Y entre los feacios, que aman los remos, habló de inmediato
y, dirigiéndose más a Alcínoo, dijo estas palabras:
“Rey Alcínoo, preclaro entre todos los hombres,
después de libar, escoltadme ileso, y vosotros, salud.
Pues ya se han cumplido las cosas que mi alma deseaba, 41
escolta y amables dones; que quieran los dioses celestes
hacerlos mi dicha, y que sin tacha en casa a mi esposa,
con mis seres queridos, incólumes, halle a mi vuelta.
Que vosotros, quedándoos aquí, continuéis alegrando
a esposas legítimas e hijos; que os den los dioses ventura 45
de toda clase, y que no haya ni un mal en el pueblo”.
Así dijo, y todos ellos asentían y apremiaban
escoltar al huésped, pues había hablado conforme a lo justo.
Y entonces, el vigor de Alcínoo le dijo al heraldo:
Pontónoo, mezcla una crátera, el vino reparte en la sala 50
a todos, a fin de que, al padre Zeus habiendo implorado,
a su tierra paterna escoltemos al huésped”.
Así habló, y Pontónoo mezclaba letífico vino,
y lo repartió a todos, acercándose, y ellos libaron
luego, desde sus sillas, por los felices dioses que tienen 55
el cielo anchuroso. Y se alzaba el noble Odiseo,

216
HOMERO

’ApT|Tp 5’ ev xeP<5i x(0ei Sérca<; áp<piKÓ7ieXÁov


Kai piv (povf|aag enea 7ixepóevxa TrpocrcpSa •
« %aípi poi, © paaíXeia, Siapnepég, eíg ó ke yf|pac;
so eXOri Kai Oávaxog, xa x ’ en ’ áv0p©noiai rcéXovxai.
amáp éy© véopav ai) Se xépneo xcp8’ évi o’ík©
Ttaiaí xe Kai Xaoiai Kai ’Aákivoco paaiXfp ».
©g eítcúov i)7tep oüSóv ¿Priaexo 8io<; ’OSi)aaei><;.
x© 8’ apa KripDKa rcpoiei pévog ’AXkivooio
65 fy/eiaBai éni vfja 0ot]v Kai Giva 0aXáaaii<;.
’Apiyxri 5’ apa oi Sp<pá<; ap’ erceprce yuvaiKag,
xryv pev (papog exoDaav éürcÁuveg T|Sé xvc©va,
xqv 8’ éxépT)v xn^av TtUKiv^v ap’ orcaaae Kopí^eiv •
r 8’ aXXri aixóv x’ etpepev Kai oivov épi)0póv.
70 a'oxáp érceí p’ éni vrja KaxxiXi)0ov ri8e OáXaaaav,
ai\|íct xá y’ év vt|Í yAaípiipij rcoprcfjeg áyaaoi
Se^ápevoi KaxéOevxo, nóaiv Kai ppaxnv árcaaav •
KaS 8’ dp’ ’OSDaarp axópeaav pfiyóg xe Xívov xe
vTjóg ere * iKpiótpiv yZaípaprjc;, iva vriypexov eaSoi,
75 npapvíig • áv 8é Kai aoxót; ¿Priaexo Kai KaxéXeKxo
aiyrj • xoi Sé KaOi^ov éni KÁrpaiv eKaaxoi
KÓapcp, neíapa 8’ éXvaav ano xprixoio XiOoio.
eo0’ oí ávaKÁivOévxeg áveppínxoov áXa nr|8©,
Kai x¿p vTjSapoc; nnvoc; éni pXetpápoioiv enmxe,
so vrvYpeToc; ííSiaxoc;, Oaváxcp áyxiaxa éoiKog.
f| 8’, ©g x’ év ne8í<pxexpáopói ápaevec; ’ínnoi,
návxec; ap’ óppriOévxe^ánó nXrjyrjaiv ípáa0^rií
óyóa’ áeipópevoi píptpa nprjaaooai KeXeaOov,
©<; apa xí]<; npúpvri pev áeípexo, xópa 8 ’ omaOev
85 Kopípúpeoy péya Ove noXaípÁoíapoio 0aÁáaar|g.
i| Se páX’ áa<paM©^ Oéev épneSov • oo8é kev ípn£

217
ODISEA XIII

y ponía en manos de Arete una copa de cuencos inversos


y, alzando la voz, le dirigía estas palabras aladas:
“Salud, oh reina, por siempre, hasta cuando te vengan
la vejez y la muerte: y ellas llegan a todos los hombres. 00
Yo me voy, mas tú continúa disfrutando en esta morada,
con tus hijos y con el pueblo y con el rey, con Alcínoo”.
Dicho esto, franqueó el umbral el noble Odiseo.
Y a un tiempo, el vigor de Alcínoo a un heraldo le enviaba,
para guiarlo a la nave veloz y a la playa del mar. 65
Y Arete, a un tiempo mandaba a unas mujeres sirvientas:
a una, con un manto bien lavado y también una túnica;
a otra, a un tiempo la dio, a que portara su sólido cofre,
y otra, comida y vino rojo llevaba.
Y cuando a la nave y al mar arribaron, 70
al punto, los nobles guías en la cóncava nave las cosas
pusieron, tras recibirlas: toda la bebida y comida.
Y una colcha a Odiseo le extendieron, y un lino, en las tablas
de la cóncava nave —por que profundamente durmiera—,
en la popa. Luego, él mismo subió y se acostó 75
en silencio; y ellos, todos, en los bancos tomaban asiento,
en orden, y de la piedra horadada soltaron los cables.
Guando éstos, recostándose, alzaban el mar con sus remos,
a él le caía un sueño indomable en los párpados,
profundo, dulcísimo, muy semejante a la muerte. 80
La nave, cual los caballos de una cuadriga en el llano,
todos a una, incitados a causa del golpe del látigo,
alzándose a lo alto, veloces terminan su ruta,
así, de su popa se alzaba, y mucho rabiaban atrás
las olas purpúreas del mar altamente estruendoso. 85
Ella muy segura corría sin cesar; ni un halcón que volita

217
HOMERO
t í f

KipK0<; opapTqaeiev, ¿XatppÓTaTcx; tcetetivídv •


B pípcpa 0éooaa OaXáaaTjc; KÚpaT’ ETapvEv,
avSpa (pEponaa 0eoíg’ ÉvaXíyKia p^Se’ exovtoc,
90 o<; 7ipiv pev páXa rcoAAá tcóG’ áXyEa ov koctcc Onpóv,
ávSpCOV TE TtToXÉpO'üg áÁEYElvá TE KÚgaTOC 7t£tp(úV •
6t| tote y’ aTpépag et>8e, XEÁaopévo<; oog’ ekekóvGei.
eut’ áoTTip 'brcEpéoxE (paávTaToq, o<; te páXioTa
EpXexai áyyéAAíov <páo<; ’Hob<; ripiY£V£Írj<;,
95 Tfjpog SÍ] VT|GCp KpOGE7líX,VaTO KOVTOKOpOg VT|ÍX;.
<X>ópKWog Se tí; egti Xipiqv, áÁíoio yépovTO<;,
év Sripcp ’I0(xkti<;- Sí o Se KpojJZfiTeg év aÍTco
aKTat árcopp¿DY££, Xtpévo<; kóti 7L£7irr|mai,
ai t’ ávépíov gketeÓcogi Sdoocticov péya KÍpa
loo EKTO0EV • EVTOG0EV SÉ T’ ¿XV £1) SeGJIOÍO pEVOUGl
vfjEg EOGGEXpOl, OT’ ¿XV oppon ¡AETpOV IKCÚVTai.
amáp ETEi KpaTÓc; Xtpévoc; TavvtpnXÁot; éXaíri,
áyxó0t S’ aÍTÍg ávTpov énípaTov TjEpoEiSéc;,
ipov Noptpácov, ai NrpáSEc; KaXéovTat.
105 év SÉ Kp'nxripég te Kaí ápxpi<pop'ñ£<; é'aai
Áaivoi- Év0a S’ £7C£tTa Tt0aip<»aao'üai péÁtaaai.
év 8’ ígtoí Xí0£oi KEpipnKEEg, Év0a te Níptpat
tpápE’ {xpaívoDoiv áXiicópíp'opa, 0abpa íSéo0ai-
év 8’ bSaV aEváovTa. Sí© Sé te oí 0úpai eígiv,
no ai pév rcpó<; Popéao KaTaipaTai áv0pá>rcotatv,
ai S’ ai TCpóc; vótod eígí 0£<ÓT£pai- oíSé ti keívti
ávSpEg EGÉpxovTai, áXX’ á0avctTcov ó8o<; egtiv.
ev0’ o'í y’ EÍGÉXaGav, rcpiv eí5óte<;. ti pév ercevca
TplElpCO E7CEKEÁGEV OGOV T’ ÉtcÍ TIPIO!) 7táGT|<;,
115 Gnep%oiiévr\ ■ toíov yáp ekeíyeto X£p°’ épEtacov.
oi 8’ ek vt^cx; pávTEg éü^íyon tíkeipóvSe

218
ODISEA XIII

en círculo, el más ágil de las aves, a la par volaría;


así, corriendo veloz, cortaba las olas marinas,
llevando a un hombre con pensamientos pares a dioses,
a uno que antes sufrió en su alma muy muchos dolores, *
atravesando por guerras de hombres y oleajes penosos;
cierto, ahora tranquilo dormía, olvidado de cuanto sufriera.
Cuando surgió el muy brillante lucero, el que máximamente
viene anunciando la luz de Eos que nace temprano,
se acercaba entonces a la isla la nave que cruza los mares.
Existe un puerto de Forcis, el anciano marino,
en el pueblo de ítaca, y en el mismo hay dos prominentes
quebradas abruptas, desde el puerto inclinadas, las cuales
detienen el gran oleaje de los vientos de áspero soplo,
por fuera, y adentro se quedan sin cable las naves
de buenas cubiertas, al llegar al sitio de su aparcadero.
Y al final del puerto hay un olivo de hojas extensas,
y, cerca de éste, un antro amable y umbroso,
consagrado a las Ninfas que tienen el nombre de náyades.
Adentro hay cráteras y ánforas
dé piedra, y allí, pues elaboran su miel las abejas.
En él hay muy largos telares de piedra, y las Ninfas allí
tejen telas de tinte purpúreo: un portento de verse;
en él hay aguas que fluyen por siempre. Tiene dos puertas,
una desde el bóreas, por donde pueden bajar los humanos,
y otra desde el noto, sólo de dioses; por allí, en lo absoluto,
no entran los hombres, mas es el camino de los inmortales.
Ellos llegaron allí, pues ya conocían. Entonces, la nave
se adentró impetuosa a la playa, casi una mitad de toda ella:
a tal grado era impulsada por las manos de los remeros. 115
Estos, de la nave bien ensamblada al salir hacia tierra,

218
HOMERO
npónov ’O&uoona Trloqwpn; sk vtió; áeipav
a-UTO ovv xe A,ív<¡> Kai priyei aiyaXóevxi,
KaS 8’ ap’ Hii vapáGra gQeaav SeSpigévov wvco
«o eKSéKxripax’aeipav.aoi^aÍTiKeíáYawí
GMwxaav oiKaS’ íóvti 8iá p£yá0npov ’A0T|vriv.
xa! xa pev onv napa 7Ei)0p£v’ éXaí-qg áOpóa 0f)Kav
£KTO<; oSoí), |1TJ 7CCO Tl<; ÓSvcácúV ÓcV0pCO7LCOV,
rcpiv ’OSuaíV éypéa0ai, eieeABóv StiMoarco-
125 avroi 8’ au oikóvSe rcáXiv kíov. 0Ú8’ evoaíx0<ov
Ár|0eT’ ájceiXácov, Tac; ávTi0é(p ’OSuofii
JEpéorov ejrnrceiÁJiae, Aióg 8’ e^eípeto ponZriv •
« Zeu raxTEp, ooket’ éycó ye jiet’ á0aváToiai 0eoígi
TiprjEig eoopai, ote pe ppoToi oiS ti tíodgi,
«o <¡>aiT|K£<;, toi 3i£p te Epí^c; e^ ElOl y£V£0A,T|<;.
Kai yáp ví)v ’OSoafi ’ écpáppv KaKa rcoAÁá 7ca0óvxa
o’ÍKa8’ £Á,£Í)a£O0ai- —vógtov Sé oi oí) teot’ aKriópcov
rcáyxi), eteeÍ ai) npcorov 'brcéox80 Kai KaxévEoaag • —
OÍ 8’ EÍSSoVT’ EV VT|'Í 0OT) E7EÍ teóvtov áyovTEg
135 K(XT0£Gav eív ’I0(xkt], eSooav Sé oi áyAaá 8á>pa,
XPcAkov te xpoaóv te áXi<; éa0fÍTá 0’ íxpavTriv,
jeóAA’, og’ áv oí)8é teote Tpoíin; é§r|paT’ ’OSdggeix;,
eí TEEp árcripajv tiABe, Aax©v ánó Ár|'i8og aíaav ».
tóv 8’ áiEapEipópEVo^ rcpoaécpTi vetpeApyepéTa Zed<;

i4o « a> teójeoi, éwoaíyai’ ei)p'üG0EVE(;, oiov cernee,.


oí) tí a’ aTipá^auai 0eoí • xaXenóv Se kev eít|
TEpeapÓTarov Kai ápioTov aTipiflaiv íaAAeiv.
ávSpcov 8’ sí 7E£p tí; ge píp Kai KapTEÍ eíkíov
oí) ti tÍei, Goi 8’ egtí Kai é£,o7EiGd) tigk; ai£i.
145 ep^ov owos éeéXen; Kai xoi <pí^v »•
xav 8’ Tipeíftex ’ eneixa noaetSáiov evoaí%0o>v •

219
ODISEA XIII

sacaron primeramente a Odiseo de la cóncava nave,


con todo y su tela de lino y su espléndida colcha,
y abajo, en la arena, allí lo pusieron, rendido de sueño;
y sacaron las riquezas que a él los nobles feacios 120
le dieron al irse a casa, por causa de Atena magnánima.
Y a éstas, reunidas, las pusieron al pie del olivo,
fuera del camino, que no de algún modo algún caminante,
pasando, las dañara, antes de que Odiseo despertara;
y ellos, de vuelta se fueron a casa. El que agita los suelos 125
no olvidaba amenazas con que él al deiforme Odiseo
antes había amenazado, y de Zeus el designio exploraba:
“Padre Zeus, yo ya no seré honrado entre los inmortales
dioses, dado que en nada me honoran los hombres,
los feacios, aunque ellos, sin duda, son mi linaje. 130
Pues también hoy opiné que Odiseo, tras sufrir muchos males,
volviera a su casa —jamás le sustraje el retorno
del todo, una vez que lo prometiste tú y asentiste—,
mas éstos, llevándolo dormido en la rauda nave, en el ponto,
lo dejaron en ítaca, y le dieron espléndidos dones, 135
abundantemente: bronce y oro y vestidos bordados,
mucho, cuanto jamás habría sacado de Troya Odiseo,
aunque ileso, con su porción del botín, hubiera tornado”.
Respondiéndole, dijo Zeus, el que junta las nubes:
¡Ah, Agitador de la tierra, de amplio poder, qué cosa dijiste! 140
De ningún modo te deshonran los dioses: difícil sería,
al más viejo y más noble afectar con deshonras.
De los hombres si alguno, cediendo a su fuerza y poder,
en nada te honra, tienes siempre el castigo, incluso después.
Haz como quieres, y así cual te plugo en el ánimo”. 145
Le respondió entonces Posidón, el que agita los suelos:

219
HOMERO

«aiAj/áx ey©vep^ai|ii, KeXaive<pé<;, ósqáyope'ÚEK;-


aUa oóv aier (togóv wtí^ogai ñS’ áXeeívco.
vw av $aiT|Ka>v ¿Oétao itepiKaXXéa vñ«
150 eK rcoprcfjg ávioüaav év f|Epo€iSéi rcóvx©
paiaai, iv ’ nSrj ax&VTai, árcoXXri^©ai Sé rcoprcf^
áv0p©rc©v, péya Sé a<piv ópog rcóÁEi ápipiKaXúycu».
wv S’ árcap£ipóp£vo<; rcpoaéqni ve<peÁi}yepéTa Zeó<;-
« © rcércov, m; pév épcp 0dp© Sokeí eivai ápiaxa-
155 orcrcÓTE kev St] rcávTEc; éXanvopévriv rcpoíSwvxai
Xaoi arcó rcióXiog, 0Eivai XíGov éyyóOi yatq<;
vrp Gofi ’ÍkeZov, 'iva Gaupá^coaiv árcavxEc;
avGp©rcoi, péya Sé acpiv ópoc; rcóÁ-Ei ápcpiKaXúyai».
avráp ércEi tó y’ oko'üo'e IIoaEiSáwv évoaíxGwv,
i6o (3ff p ’ íp£v ég ZxepiTiv, oGi <X>aíriK£<; yEyáaoiv.
ev0’ £p£v ’ • tj Sé pala g/eSov tíAaiGe rcovTorcópog vtp<;
pípcpa SuoKopévTi. TÍyg Sé gxeSov rjXG ’ évooíxGwv,
óq piv Xaav eGtike Kai éppí^woev £V£p0£
XEipi KaTarcpT|V£Í éÁáoac;- ó Sé vóaqn Pe|3t|kei.
i65 oi Sé rcpóc; áAXriXo'ix; ércsa rcxspÓEVT ’ áyópenov
<t>aíriK£<; SoÁixripeTpoi, vananoVinoi avSpeg.
©Se Sé tu; EÍrcEGKev íS©v ég rcXriaíov aXÁov •
« © pot, tú; Sri vfja Got^v ércéSria’ évi rcóvx©
oÍKOtS’ éXaovopévriv; Kai Sr| rcpoixpaíveTO rcaaa ».
170 ©g apa tu; EÍrcEaKE, xa 8’ oók íaav ©; éxéxvKTO.
xoiaiv 8’ ’AXkívoo<; áyopr|oaTO Kai pexéEircev •
« © rcórcoi, r\ páXa Sq pe rcaÁaícpaxa Géaq>aG’ ikcxvei
rcaxpóg épon, o<; eqiaaKE IIoa£iSá©v ’ áyáaaaGai
fjpív, oiSveKa rcoprcoi árcqpovég eípev árcávxov.
175 <pfj rcoxE <X>ocit|kü)v ávSpwv rcepiKaXXéa vfja
ek rcoprcfi<; áviovaav év riepoeiSé'i rcóvxcp

220
ODISEAXIII

“De inmediato habría hecho cual dices, Negro de nubes,


mas yo siempre respeto tu ira, y la evito.
Mas hoy quiero, de los feacios esa bellísima nave
que regresa de una escolta, en el ponto brumoso destruir,
para que ellos ya se contengan y abstengan de escoltas
de hombres, y que un gran monte a los lados de la urbe los cubra”.
Respondiéndole, dijo Zeus, el que junta las nubes:
“Amigo, a mi ánimo, así le parece que es lo mejor:
cuando ya desde la urbe todo el pueblo al frente la mire
bogando, cercana a la tierra, conviértela en piedra
semejante a una rápida nave, por que todos los hombres
se admiren, y un gran monte a los lados de la urbe los cubra”.
Y cuando esto escuchó Posidón, el que agita los suelos,
presto se fue hacia Esqueria, donde viven los hombres feacios.
Allí esperaba; y cerca llegó la nave que cruza los mares,
velozmente impulsada. Y fue cerca de ella el que agita los suelos,
quien la trocó en una piedra y la hincó en lo profundo,
golpeando con su mano vuelta hacia abajo, y él se alejó.
Ellos, unos a otros se decían palabras aladas, 165
los feacios de largos remos, preclaros en náutica.
Y alguien asi decía, viendo hacia el otro, al vecino:
¡Ay! ¿Quién, pues, detuvo la rápida nave en el ponto
bogando hacia casa? Y ya era del todo visible”.
Asi decía alguno, mas no sabían cómo estaban las cosas. 170
Y entre ellos, Alcínoo tomó la palabra y les dijo:
¡Ay! Sin duda me ha llegado el antiguo presagio divino
de mi padre, quien decía que se iba a indignar Posidón
con nosotros, porque somos escolta segura de todos;
decía que un día, de los feacios una bellísima nave, 175
regresando de cierta escolta en el ponto brumoso,

220
HOMERO

paioégevai, pEya 6’ rjpiv opog rcóXei ápípiKaXáxjzEiv.


áyopeo’ ó yép©v • xá 8e Srj vov rcávxa xeXeixai.
áXX, áye0’, ©g av éy© e’út©, 7t£i0©p£0a Ttávxeg-
180 pev 7ia\)ea0e ppox©v, ote kev xig iKr|xai
rijiETEpov Ttpoxí áaxi) • IIooEiSáwvi 8e xaúpoog
8©8£Ka KEKpipEVOOg ÍEpEÚaopev, ai k’ éXeiíop
PlS ’ npiv 7t£pípx|K£g opog tcóXei ápcpiKaÁúyp ».
©<; £<pa0’, oí 8’ £'88£iaav, éxoipáaoavxo 8e xaópong.
185 ©g ol j±£V p’ EOXOVXO IIoa£iSá©vi ávaKxi
8x11101) Oaif|K©v ryyfixopEg tiSe péSovxEg,
éaxaóxEg KEpi p©póv. ó 8’ éypExo Síog ’OSoaae'ug
eíS8©v ev yaíp 7taxp©íp, onSé piv éyv©,
t^Sti Sryv ánEtóv • KEpl yáp 0£Óg r)épa xeoe
i9o IlaÁXág ’A0x|vaÍTi, Koópr| Aióg, o<ppa jiiv aoxóv
áyv©oxov xeó^eiev EKaaxá xe po0r|aaixo,
px¡ piv rcpív áXoxog yvovq áaxoí xe <píAoi xe,
Ttpív rcaaav pvr|axfipag i)7E£ppaaÍT|v árcoxeíoai.
xobvek’ áp’ áXXoEiSéa (paivéoKEXo rcávxa ávaKxi,
195 áxparcixoí xe 8tr|V£K££g ZipevEg xe rcávoppoi
jtéxpai x’ x|A,ípaxoi Kai SévSpea xx|Áe0áovxa.
axfj 8’ áp’ ávaí^ag Kai p’ eígiSe TtaxpíSa yaíav,
©P©^£V X’ áp’ EftElXa Kaí © 7t£7lÁX|y£XO px|p©
Xepol Kaxarcpxivéao’, óXotpnpópevog 8’ ercog rjóSa-
200 « © poi éy®, xe©v aoxe ppox©v ég yaíav ÍKav©;
-q p’ oí' y’ 'üppiaxaí xe Kaí áypioi oo8e SÍKaioi,
t¡e (pikó^eivoi Kaí a<piv vóog éoxí 0eoo8rig;
rcxj Sr| xpfipaxa rcoAXa «pepeo xá8e; Jtfi 8é Kaí aúxóg
rcÁáy^opai; aí0’ ótpeZov peívai rcapá OaixiKeaaiv
205 amor» • éy© Sé kev áXXov imeppevéwv paoiAxi©v
é^iKÓprjv, og kev p’ é<píXei Kaí etiepke veeaOat.

221
ODISEA XIII

destruiría, y nos cubriría un gran monte a los lados de la urbe.


Así hablaba el anciano, y hoy, sin duda, todo eso se cumple.
¡Mas, ea! Obedezcamos todos, cual voy a decirlo:
ya no sigáis con escoltas de hombres, cuando uno se llegue 180
a nuestra ciudad, y a Posidón unos toros,
doce selectos, inmolemos, por ver si se apiada
y no nos cubre un larguísimo monte a los lados de la urbe”.
Así dijo; ellos temieron y prepararon los toros.
Así ellos, al señor Posidón suplicaban, 185
los caudillos y gobernantes del pueblo de los feacios,
estando alrededor del altar. Y él despertó, el noble Odiseo,
descansando en tierra paterna y, ya mucho tiempo distante,
no la reconoció: alrededor vertió niebla la diosa
Palas Atena, hija de Zeus, para hacer al mismo Odiseo 190
irreconocible, y hablarle de todas las cosas;
que no lo conociera su esposa, ni paisanos ni amigos,
antes de que los pretendientes, su delito pagaran del todo.
Por eso, pues, al rey parecíale todo de aspecto distinto:
los caminos continuos y los puertos de múltiple anclaje, 195
y las enriscadas rocas y los árboles muy vigorosos.
Se paro, dando un brinco, y miró hacia su tierra paterna
y, entonces, se lamentó y golpeaba sus muslos con ambas
manos vueltas hacia abajo, y doliéndose habló estas palabras:
¡Ay de mí! ¿De qué mortales, ahora, a la tierra he llegado? 200
¿Serán insolentes y unos salvajes e injustos,
u hospitalarios, y tienen mente que teme a los dioses?
¿Adonde llevaré esta enorme riqueza? ¿Adonde yo mismo
me iré? Ojala que allí mismo ella se hubiera quedado
con los feacios, y yo hacia algún otro rey poderoso 205
hubiera ido, el cual me habría acogido y enviado de vuelta.

221
HOMERO

V om ap 7cq 0éo0ai £7cíoTapai, od8e pev amoí


KaAAeu|íw, pqtcÓc; poi eXcop áUoioi yévqTai.
co 7iO7ioi, odk apa 7távTa voqpov£<; odSe SÍKaioi
210 T]aav <X>air|Ka)v qyqTop£<; fjSe peSovte<;,
oi p eíg áAAqv yaiav a7iqyayov • q te p’ EtpavTo
á^eiv eig ’I0aKqv edSeÍeAov, odS’ éTÉXeooav.
Zeíg a<pea<; TEÍoarco Íkett|gio<;, og te Kai dUoi);
avOpórcoui; ¿(popa Kai TEÍvoTai, o<; tic; ápápxq.
215 áXX’ áy£ 8q xa xpqpax’ ápi0pqo(o Kai íScopai,
pq xí poi Oí/tóviai KOÍAqc; £7ii vqóg áyovTEg ».
G)Q £Í7C©v TpírcoSac; 7t£piKaAA,£a<; q8é Aépqxag
qpí0p£i Kai xpoaóv ocpaviá te EipaTa KaAá.
t©v pév áp’ oí) ti 7có0£i- ó 8’ óSúpETo 7caTpí8a yaiav
220 Ep7CB^cov 7iapa 0iva TcoÁDcpÁoíopoio 0aAáaaq<;,
7CÓXX’ óXoípopópEVog. oxe8Ó0ev 8é oi qA0£v ’A0qvq,
ávSpi 8épa<; EÍKuia veo, £7ciP<»T0pi pqAoov,
7Eava7táÁxp, oioí te ávaKTCov 7caí8£<; éaoi,
8Í7m)xov ápq>’ ropoiaiv éxodo’ EOEpyéa Aá)7cqv •
225 7toaai 8’ í)7có Aircapoíoi 7ceSiá,’ £%£, xePai & aKovxa.
ttjv 8’ ’OSooeíx; yq0qo£v Í8ó)v Kai évavTÍot; qA0£
Kaí piv (pwvqoag £7t£a 7CT£pÓ£VTa 7cpooqí)8a-
« a> <píÁ’, E7TEÍ oe 7iparca Kixávco tcí>8’ eví
Xaipé te Kai pq poí ti KaK<p vó<p ávTipoAqoan;,
230
áXXa aáco pév Tama, aá® 8’ épé- ooi yáp ey® ye
EÍixopai ®í te 0e® Kaí oed (píAa youva0 ÍKavw.
Kaí poi todt’ áyópEDOOv ETqwpov, o<pp’ ei) eíSot
TÍg yq, TÍg 8qpog, xíveg áv£p£<; éyyEyáaoiv;
q 7cod Tig vqocov edSeíeAxx;, qe tk; aKTq
235
KEÍ0’ áXi KEKÁipévq épip®XaKo<; q7t£Ípoio; »
tóv 8 ’ aDTE 7cpo<7££i7C£ 0£a yAai)K®7ii<; A0qvq •

222
ODISEAXIII

Mas hoy, ni sé dónde ponerla, y aquí, ciertamente


no voy a dejarla, no me sea de otros hombres la presa.
¡Ay, ay! Por lo visto, no eran del todo pensantes ni justos
los caudillos y gobernantes de los feacios 210
que me sacaron hacia otra tierra. Y sí, dijeron que a ítaca,
que es muy visible, me llevarían, mas no lo cumplieron.
Ojalá los castigue Zeus, el de los suplicantes, quien a otros
hombres igualmente observa y castiga, si alguno delinque.
Mas, ea, contaré y miraré estas riquezas, 215
no ellos se hayan ido, llevándose algo en la cóncava nave”.
Dicho esto, los bellísimos trípodes y las vasijas
contaba, y el oro y las bellas vestes bordadas. Y de esto,
nada echaba de menos; él gemía por su tierra paterna
arrastrando los pies por la playa del mar asaz estruendoso, 220
lamentándose mucho. Y Atenea le llegó de repente,
semejante en figura a un joven varón, a un pastor ovejero,
muy delicado, como son de los reyes los hijos,
teniendo en los hombros un doble palio de buena factura;
bajo los nítidos pies tenía sandalias, y lanza, en las manos. 225
Al verla, Odiseo se alegró y fue hacia ella, a su encuentro,
y, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas:
Amigo, ya que antes que a nadie te encuentro en este lugar,
salud, y ojalá que no vengas a mí con mal pensamiento,
mas conserva esas cosas, y consérvame; yo por lo menos 230
te ruego como a una deidad, y a tus rodillas llego rogando.
Y, a fin de que yo bien lo sepa, dime esto verídicamente:
qué tierra es ésta, qué pueblo, qué hombres habitan aquí.
¿Acaso alguna isla que es muy visible? ¿O yace extendida
hacia el mar una playa de tierra firme de fértiles glebas?” 235
Le contestó a su vez la diosa ojiglauca Atenea:

222
HOMERO

« VTpuog eig, cb ^eiv’, fj xrjXoOev eíÁriZoo0ag,


ei Srj xrjv8e xe yaiav áveípeai. oí)8é xi Xír|v
oiSxco vcovopóg éoxiv • íaaai Sé piv páXa rcoXXoí,
240 rjpév ogoi vaíooai rcpóg rja> x ’ TjéXióv xe,
tjS’ oggoi pexójiia0e rcoxi ^ócpov rjepóevxa.
T| xoi pev xpxixeia Kai oí)/ Í7nxriAaxóg éaxiv
ooSe Xítjv ÁAwipri, áxáp oí)5’ eopeia xéxoKxai.
év pev yáp oi aixog á0éacpaxog, év Sé xe oivog
245 yívexai- aíei 8’ opPpog exei xe0aXoiá x’ éépori.
aíyípoxog 5’ áya0n Kai poípoxog- éaxi pev iSXri
Tcavxoíri, év 8’ ápSpoi éjrqexavoi rcapéaai.
xcb xoi, £eiv ’, ’I0áKT|g ye Kai ég T poíxiv Óvop’ 'ÍKei,
xr|v jeep xt|AoÍ) epaaiv ’AxaííSog éppevai aixig ».
25o cbg (páxo, yn0riGev Sé JtoXoxÁag Siog ’OSoaae'üg
Xaípcov f| yaíp Jiaxpcoíp, cóg oi eeute
IlaXXag ’A0iyvaÍT|, Koúpxi Aióg aíyióxoio-
Kaí piv (píovTiaag e7cea jcxepóevxa jepoorióSa- —
oi)5’ o y’ áÁ,T|0éa ente, rcáÁiv 8’ o ye Áá^exo pi)0ov,
255 aíév évi axTj0eaai vóov 7coXi)KepSéa veopebv • —
«Jtw0avópriv ’I0áKqg ye Kai év Kpr|xp eópeíp,
ÓJiép kÓvxod • vov 8 ’ eíÁ,r|X,oo0a Kai aoxog
xt}XoÍ)
Xpxjpaai cruv xoíaSeaai* Áuccov 8’ exi 7iaioi xooaoxa
epeóyeo, éicei cpíXov nía KaxéKxavov ’lSopevnog,
26o ’OpaíÁoxov jcóSag g>kúv, og év Kprjxri eópeíp
ávépag áAxpxiGxág vÍKa xaxéeaai rcóSeaoiv,
oiSveKa pe axepéaai xíyg ÁrfíSog TÍ0eXe jtáarig
TpariáSog, xng e'íveK’ éyó) rcá0ov áXyea 0opcp,
ávSpcov xe jexoXépoog áXeyeivá xe KÓpaxa rceípcov,
265 oovck’ áp ’ oóx q> naxpi xapi^ópevog ©epárceuov
8-np<p évi Tpcbcov, áU’ áXXxov npX°v éxaípcov.

223
ODISEA XIII

“Eres tonto, oh extranjero, o has venido de lejos,


si en verdad por esta tierra preguntas. De ninguna manera
es a tal grado carente de nombre: la conocen muy muchos,
ora cuantos habitan allá, hacia el sol y la aurora, 240
ora cuantos se encuentran atrás, hacia las sombras obscuras.
Realmente es abrupta, y no es apta para ir a caballo,
y no es muy miserable, pero tampoco es extensa.
Pues en ella se da muchísimo trigo, y en ella también
hay vino: siempre la lluvia y, fecundo, el rocío se mantienen. 245
Es buena criadora de cabras y bueyes; hay una selva
variada, y aguajes copiosos existen en ella.
Por eso, extranjero, de ítaca el nombre incluso ha llegado
a Troya que, afirman, de la tierra aquea lejos se encuentra”.
Así habló, y se alegró el paciente, noble Odiseo, 250
contento en su tierra paterna, según le había dicho
Palas Atenea, la hija de Zeus, que la égida tiene.
Y él, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas
—mas él no dijo verdades, y él replegaba el discurso,
siempre moviendo en su pecho algún plan muy astuto: 255
“Oía yo de Itaca, incluso en la extensa Creta,
lejos, allende el ponto; y ahora, yo mismo he llegado
con estas riquezas; y otras tantas aun dejando a mis hijos,
ando huyendo, pues maté al hijo querido de Idomeneo,
a Orsiloco, el veloz de pies, que en Creta, la extensa, 260
vencía con sus raudos pies a los hombres, que son industriosos,
porque éste, de todo aquel botín quería despojarme,
del troyano —por el cual yo sufrí dolores en mi alma,
atravesando por guerras de hombres y oleajes penosos—,
porque yo no había sido un servidor que agradara a su padre
en el pueblo de Troya, mas había comandado a otros amigos.

223
HOMERO

xov p£v eyó) Kaxióvxa páXov /aÁidipei 8onpí


áypóOev, e^yóq 66010 A,o%qcápevo<; o6v Éxaípco-
6e páXa 8vo<p£pf| kóxex’ oúpavóv, o66é xig ií¡iea<;
270 áv0p©7iG)v evórioe, Xá0ov óe e 0upóv árcoópac;.
amáp etiei 6ri xóv ye KaxEKxavov ó^éí /aÁK¿p,
arniK’ éywv etcí vf^a kig>v OoíviKac; áyaDo^c,
EÁXiaápqv xaí otpiv pevoeiKea XrpSa Sanca •
xoíx; p’ eKÉXe'uaa núXovóe Kaxaaxriaai xaí Eípéaaai
275 f\ ei<; ’'HXi6a 8íav, o0i xpaxéoDoiv ’EtceioÍ.
áXX’ 6 xoí a<pea<; xeí0£v árccocaxo í<; ávépoio
7CÓXX’ aExa^opévoix;, 066’ i^eXov E^aTcaxriaai.
xeí0ev 6e 7iÁxxY%0£vx£(; íxávopEv £V0á8£ vnxxó^.
orcouSp 6’ e<; Xipéva KpoEpéooapEv, o66é xic, r¡piv
28o 5óp7tou pvfjoxig £T|v páXa rcep xaxéooaiv eXéaOat,
áXV <xwd$ árcopávxec; EX£ÍpE0a vrjó<; arcavxEc;.
ev0’ epe pev yAdxiíc; urcvoc; ¿TCEÁAapE x£Kpria>xa,
oi 8e xpripax’ épá YÁa<popri<; ek vrióg eáóvxec;
xáx0£oav, £V0a KEp aúxóg ércí yapáOoiaiv EKEÍpnv.
285 oí 6’ £<; EiSovrqv ex» vaiopévrvv áva¡3ávx£<;
qS/ovx’- a6xáp ¿y© Xircópr|v áKa%Tip£Vog rjxop ».
(üq (páxo, pEÍÓriaEV 8e 0eoc ’A0qvri,
XEipí xe piv KaxépE^E- 8épa<; 6’ tÍ’íkxo Yuvaixí
xaÁp xe peYctÁxi xe Kaí áyfaza epy<x í8uíp •
290 Kaí piv ípcovTiaaa’ Ercea rcxEpÓEVxa KpoarióSa •
« KEpSaXéog k’ eit) Kaí £7ÚKÁo7to<;, ó<; ge rcapéÁBoi
év návxEaoi 80Á0101, Kaí eí 0eó<; ávxiáa£i£.
axéxÁiE, TroiKiXopfvta, SóÁcov aax’, obk ap’ epeXÁes,
oi)8’ év <3^ rcep éóv Yaírp Ax^eiv ánaxácov
295 pí)0(OV XE kXo7Ú(DV, 01 XO1 7I£5Ó0£V tpíXoi EIGIV.
áXX’ aye. pqKÉxi xaí>xa ÁEYÓpeOa, eí8óte<; áp<pa>

224
ODISEA XIII

Cuando él bajaba del campo, con pica provista de bronce


lo herí, del camino al lado acechando con un compañero;
una noche muy lóbrega al cielo cubría, y de los hombres
ninguno nos vio, mas yo le arranqué ocultamente la vida.
Y después de que yo lo maté con el bronce punzante,
de inmediato, cierto, yendo a una nave, a los nobles fenicios
supliqué, y les di botín agradable a sus ánimos.
Les pedí me subieran a bordo y llevaran a Pilos
o a la divina Élide, donde los epeos tienen el mando. 2
Mas, sin duda, los apartó de allí la fuerza del viento,
muy mal de su grado, porque no querían engañarme.
Y de allí extraviados, llegamos aquí por la noche.
Con trabajo, hacia el puerto remamos; entre nosotros ninguno
se acordó de la cena, aun urgidos asaz de tomarla, 28
mas así, tras salir de la nave, nos acostábamos todos.
Allí me invadió un dulce sueño, pues estaba cansado,
y ellos, las riquezas mías de la cóncava nave sacando,
las pusieron allí, donde yo me encontraba, en la arena.
Y embarcándose ellos, hacia Sidonia la bien habitada 285
se iban, mas yo me quedé afligido del ánimo”.
Así dijo, y sonrió la diosa ojiglauca Atenea,
lo acarició con la mano: se asemejaba en figura a una dama
hermosa y grande y experta en labores espléndidas;
y ella, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas: 290
Astuto sería, y mañoso, aquel que pudiera vencerte
en todo tipo de dolos, aunque fuera un dios quien te hallara.
Obstinado, de ingenio variado, insaciable de dolos,
no quisiste, ni estando en tu tierra, dejarte de fraudes
y de cuentos arteros que sonte de plano queridos. 295
¡Anda! Ya no hablemos de eso, pues ambos sabemos

224
HOMERO

KepSs’, eró ai) pév éaai ppoTÓov ó%’ ápiaTog á7távToov


PooXp Kai póGoiaiv, éyeo 6’ év rcaai 0eoiai
pf|Ti te xXéopai Kai KepSeaiv • otiSe aú y’ éyvoog
300 HaXAáS’ ’AQqvavqv, KO'ópriv Aióg, r¡ te toi aíei
év 7Mxvteggi tcóvoigi TtapíaTapai iq Sé (poXáooa>,
Kai Sé ae OanÍKEaai tpíXov TtávTeooiv éOrjKa.
vov ai) Ssop’ ÍKÓpr|v, iva toi gov píyciv íxprivcú
XpripaTa te Kpúy©, ooa toi ^aírjKeg áyanoi
305 oorcaaav oucaS’ íóvti éjifj ponXrj te vócp te,
Etica) 8’ oaaa toi aiaa Sópoio’ evi 7ioit|toígi
kt|8e’ ávaoxéo0av ai) 8é TETXápevai Kai áváyKp,
pT¡8é tcú ¿KípáoOai pife’ ávSpóov pr¡TE yovaiKov,
TtávToov, obvek’ áp’ TiABeg áXoopevog, áXXá oioorcfi
310 jcáaxeiv ályea TtoXXá, pía<; ÓTioSéypevog ávSpóov ».
Tqv 8’ áTrapeipópevog rcpoGeqyn TcoXúpriTu; ’OSoooeix;
« ápyaXéov oe, 0eá, yvóovai PpoTcp ávTiáaavTi
Kai pák’ ETuaTapévqr ae yáp ai)Tnv TcavTi eigkei^.
toíoto 8’ éy©v ei) oi8’, oti poi rcápog r|7rvri Tjo0a,
315 eio<; évi Tpotri TtoXepí^opev oieg ’Axaióov •
aÚTap eró npiágoio tióáiv SiEJcepaapev aÍTrqv,
Pfjpev 8’ év vtjeggi, 0eóg 8’ éKeSaoaev ’Axaioix;,
oo a’ et’ ETieiTa iSov, KO'óprj Aióg, oi)8’ évór|ooc
vrjóg éprjg éKiPáoav, oitcog tí poi áAyoc; áXáÁ,Koi<;.
320 áXX’ aíei tppealv fjoiv éxoov SeSaiypévov rjTop
TjXóp'qv, eióg pe 0eoi kockÓttitoi; éZoaav •
Tipív y’ ore <I>aTnKoov ávSpóov év 7tíovi Sr|p<p
0ápaovág t’ éjceeoai Kai é<; rcóXiv ífyayec; aven,
vov 8é ge 7cpó<; Tiarpóq yoová^opai • — oi) yáp oio
325 tjkeiv eíc, ’lOáicrjv eóSeíeáov, áXXá tiv ’ áXXriv
yaiav ávaaipéipopai- ae Se KEpTopéooaav oteo

225
ODISEA XIII

astucias: de todos los hombres, tú eres con mucho el mejor


en consejo y palabras, y yo, entre todos los dioses
soy famosa en ingenio y astucias: ni tu conociste
a Palas Atenea, la hija de Zeus, a mí, la que siempre
en tus trabajos, en todos, estoy a tu lado y te cuido,
y te hice digno de afecto a todos los hombres feacios.
Hoy vine aquí, a fin de tejer algún plan, junto contigo,
y a ocultar las riquezas que a ti los muy nobles feacios
por mi consejo y proyecto te dieron al irte a tu casa,
y a decirte que en tu hogar que está bien construido es tu suerte
soportar grandes cuitas: aguantarás, aunque ello te cueste;
no le dirás a nadie, ni de los hombres ni de las mujeres
—a ninguno—, que tú, errabundo, has llegado, mas en silencio
sufrirás muchos dolores, de los hombres la injuria aguantando”. 310
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
“Conocerte, diosa, es difícil para un mortal que te encuentra,
aunque sea muy sabio, pues tú te haces igual a cualquiera.
Y yo sé bien eso, que antes eras benigna conmigo,
mientras los hijos de los aqueos hacíamos en Troya la guerra;
mas después que asolamos la ciudad escarpada de Príamo
y en las naves nos fuimos y un dios dispersó a los aqueos,
ya no te vi desde entonces, hija de Zeus, ni pude saber
que, para alejar de mí algún dolor, subías a mi nave.
Mas siempre, un corazón partido teniendo en mi pecho,
vagaba, hasta que del mal me libraron los dioses;
no te vi, hasta cuando en el fértil país de los hombres feacios
me animaste con palabras, y a la ciudad tú misma me guiaste.
Hoy te suplico, por tu padre —en efecto, no pienso
que he llegado a ítaca que es muy visible; mas ando errabundo 325
en alguna otra tierra, y creo que, burlándote, dices

225
HOMERO

xam’ áyopeoépevai, iv ’ épá<; <ppéva<; ifaepO7ieÓTi<; • —


eme poi eí éxeóv ye <píÁx|v ég 7iaxpí8’ íkcxv© ».
xov 8’ ripeípex’ erceixa 0eá yXaoK©7ii<; ’A0t|vti •
330 « aieí xoi xoiooxov éví axr¡0eaai vÓT|pa •
t© ae Kai oo Sóvapai rcpoAmeív Sóaxrivov éóvxa,
\ 5 Z
oovck ejnyCTit; eaai Kai ay%ivoo<; Kai e%etpp©v.
áoTtaaícog yáp k’ áXAot; ávíip áAaAxipevoc; éA0©v
'íex’ évi peyápoia’ í8éeiv 7iai8á<; x’ áXo/óv xe-
335 aoi 8’ oí) 7i© (píZov éaxi Sarijievai ooSé 7co0éa0ai,
y’ exi afj<; áZó/oo Tteipriaeai, i] xé xoi aox©<;
ti piv
i^axai évi peyápoiaiv, ói^opai Se oi aiei
q>0ívooaiv voktcí; xe Kai iípaxa SÚKpn xeoóafl.
aoxáp éy© xó pév oí) 7iox’ a7iíaxeov, áÁA’ évi 0o p©
34o yíSe’, o voaxr|aei<; óAéaag cmo Tiávxag éxaípoog-
áAAá xoi ook é0éÁ,Tiaa IloaeiSárovi pá%ea0ai
TtaxpoKaaiyvrix©, o<; xoi koxov ev0exo 0op©,
X©ópevog oxi oi oióv qúAov é^aAá©aag.
áAA’ áye xoi 8eí£© ’I0aKr|<; é8og, Ótppa 7te7toí0r|<;.
345 OópKOVog pév 08’ éaxi Aipriv, áXíoio yépovxo^,
ií8e 8’ éTxi Kpaxóc; Xipévog xavótpoAAog éAavri •
[áy%ó0i 8’ aoxfjc; ávxpov é7tr|paxov r|epoeiSé<;,
ipóv Noptpá©v, ai Nr|iá8e<; KaÁéovxai-]
xooxo Sé xoi arcéog eopí) Kaxrjpeípé^, év0a ai) rcoAXág
350 epSecKEg Nóptppai xeÁx|£oaa<; eKaxóppac; •
xooxo 8é Nr|pixóv éaxiv opo<; Kaxaeipévov oArj ».
©<; ei7cooaa 0eá OKe8aa’ r)épa, eíaaxo 8é %0©v •
yr|0riaév x’ áp’ e7teixa 7toÁoxÁa<; 8io<; ’OSoaaeix;
%aíp©v f| yaífl, KÓae 8é £eí8©pov ápoopav.
355 aóxÍKa 8é Nópqyfla’ ripriaaxo %eipag ávaa%©v •
« Nóptpai NrpáSet;, Koopai Aióc;, oí) 7tox’ éy© ye

226
ODISEA XIII

esas cosas, a fin de engañar a mi mente—,


dime si en verdad a mi patria querida he llegado”.
Le respondió entonces la diosa ojiglauca Atenea:
“Siempre es así el pensamiento en tu pecho; 330
por eso incluso no puedo dejarte estando en desgracia,
porque eres afable, ingenioso y prudente.
Sin duda, otro varón errabundo, llegando, con gusto
se habría apresurado a ver a sus hijos y esposa en su casa;
mas a ti, aun no te resulta agradable saber ni indagar, 335
antes de poner a prueba a tu esposa, la cual, simplemente,
en tu palacio se encuentra, y para ella, siempre infelices
se consumen los días y las noches, vertiendo sus lágrimas.
Y yo, eso jamás lo dudé, mas en mi alma sabía
que habrías de volver, a tus compañeros, a todos, perdiendo; 340
mas —debes saber— con Posidón yo no quise pelear,
con mi tío paterno, quien ira en tu contra en su ánimo puso
irritado, porque cegaste del todo a su hijo querido.
¡Anda! Te mostraré la tierra de Itaca, a fin de que creas.
Aquí está el puerto de Forcis, el anciano marino, 345
y aquí, al final del puerto, el olivo de hojas extensas,
y, cerca de éste, el antro amable y umbroso,
consagrado a las Ninfas que tienen el nombre de náyades;
alia, abovedada, la amplia gruta en la cual, numerosas
hecatombes perfectas inmolabas para las Ninfas; 350
y alia esta el Nerito, el monte vestido con selva”.
Al hablar, disipo la diosa la niebla, y el suelo mostróse;
y se alegro entonces el paciente, noble Odiseo,
contento en su patria, y besó la tierra dadora de grano.
Suplico de inmediato a las Ninfas, alzando las manos: 355
Ninfas náyades, hijas de Zeus, yo pensaba que nunca

226
HOMERO

ÓxjíeoO’ -opp’ é(pá¡iT|v • vnv 8’ e'óxroXpo’ áyavpai


Xaípex’- áxáp Kai 8©pa Si8©aopev, ©<; xó rcápcx; 7tep,
ai kev éa 7tpó<pp©v pe Aióg G'üyáxTip áyEÁctri
36o aúxóv xe £©eiv xaí poi <píXov oióv áé^p ».
xóv 8’ aáxe rcpoaéeirce 0eá yXa'OKGMK; ’AQtivti •
« 0ápaei, prj xoi xaoxa pexá (ppeai apai peXóvx©v •
áXXá xpiípaxa pév (iuxco avxpou 0ec7iecíoio
0eíopev auxÍKa vov, iva jeep xáSe xoi aóa pipvTi •
365 aúxoi 8é (ppa^©pe0’, OK©g ox’ apiaxa yevTixai».
cúq eÍTCouaa 0eá Sirve arceog 'qepoeiSéc;,
paiogev'q Ke^pcóvag ává árceos• aúxáp ’OS'uooeix;
áaaov rcávx’ étpópei, xp^aov Kai áxetpéa xocXkov
eipaxá x’ eürcoirixa, xá oi <X>aiqK£<; é8©Kav.
370 Kai xá pev ei) Kaxé0T|K£, Xí0ov 8’ eké0t|ke 0oppoi
IlaXAág ’A0T)vair), KoópTj Aidg aiyióxoio.
x© 8é Ka0e^opév© iepíi<; rcapá 7U)0pév’ éÁaírig
<ppa^éa0rjv pvrjaxfjpatv imepípiáXoiaiv oÁe0pov.
xoiai 8é pú0©v T|pxe 0eá yÁanKOKic; ’A0t|vt| •
375 « Sioyeve^ AaepxiáSrj, 7coXi)prjXav ’ ’OSoaoei),
<ppotreo ojtox; pvrjaTTjpaiv ávaiSéai x£ipaS écpr|aei<;,
oi Srj xoi xpíexeg péyapov Kaxa Koipavéooai,
pvópevoi ávxi0éqv áXoxov Kai é8va SiSóvxeg-
tj 8e aóv aiei vóaxov óSopopévr, Kaxá 0opóv
38o jtávxac, pév p’ eXrcei Kai imíaxexai ávSpi EKáax©,
áyyeAíag rcpoieíaa, vóoc, Se oi áÁXa pevoiva ».
xtjv 8’ árcapeipópevoc; rcpoaétpri 7coXúpr|xi<; ’OSDaaeix;
« © rtÓTcoi, fj páÁa 8r) ’Ayapépvovog ’AxpeiSao
<p0eiaea0ai KttKÓv oíxov évi peyápoiaiv épeÁAov,
385 el prj poi ai) eKaaxa, 0eá, Kaxá poipav éeuret;.
áXX’ áye pfjxiv óíprjvov, orc©<; árcoxeíaogai anxoúg-

TX1
ODISEA XIII

os vería. Mas ahora, con placidos votos,


salud; y también os daremos dones, justo como antes,
si benévola, la predadora hija de Zeus me permite
que yo siga vivo, y si hace adulto a mi hijo querido”. w
Le contestó a su vez la diosa ojiglauca Atenea:
“Ten ánimo, que esas cosas no sean de cuidado en tu mente;
anda, las riquezas, en el fondo del antro asombroso
hoy al instante pongamos, donde éstas a salvo te queden,
y nosotros pensemos cómo asaz lo mejor nos resulte”. 36;
Dicho esto, la diosa se hundía en la umbrosa caverna,
buscando los huecos en la caverna. Mas Odiseo
le llevaba más cerca todo: el oro, el bronce indomable
y las vestes bien hechas que los feacios le habían regalado;
y con cuidado puso eso, e impuso una piedra en la puerta
Palas Atenea, la hija de Zeus, que la égida tiene.
Sentados los dos junto al tronco del olivo sagrado,
consideraban la muerte de los pretendientes soberbios.
Y comenzó a hablar entre ellos la diosa ojiglauca Atenea:
Divino Laertíada, habilidoso Odiseo, considera 375
como pondrás tus manos en los pretendientes impúdicos,
los cuales ya tres años señorean en tu casa,
cortejando a tu esposa deiforme y ofreciendo regalos;
mas ella, por tu retorno siempre gimiendo en el alma,
da esperanzas a todos, y a cada hombre le hace promesas 38o
enviando mensajes, pero otras cosas anhela su mente”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
¡Ay! Sin duda estaba yo a punto de perecer en la sala
con la mísera suerte de Agamenón, el hijo de Atreo,
si no me hubieras dicho, diosa, todo conforme a lo justo.
Anda, teje el plan de cómo yo habré de punirlos;

227
HOMERO

rcáp Sé poi ocott) gtt¡0i pévog KoAnGapaeg évEiaa,


otov ote Tpotqg A-óogEV Xurapá KprjSEpva.
ai ke poi pEpaoia KapaaTaírig, yXai)K©Ki,
590 KOI KE TplT|KOOÍoiGlV éy©V avSpEGGl gaxoígT|V
aóv goí, rcÓTva 0eíx, ote poi rcpóíppaaa’ EKapTiyoig ».
TÓV 5’ TlgEÍpET’ EKElTtt 0£(X yXaoKCÓKig ’A0TJVT| •
« Kai Xítjv toi éy© yE Kapéaaopai, ooSé p£ ArioEig,
okkóte kev St] Tama K£v©p£0a- Kaí tiv’ oí©
395 aipaTÍ t’ éyKEípáÁcp te KaXa^épEV ócgketov ooSag
[áv8p©v gVTlGTT|p©V, OlTOl PÍOTOV KaTÉSoBGlV.]
áXX’ áyE a’ áyv©GTOv teóí,© tkxvteggi ppoToiav
Kapv© pév xpóa KaXóv évi yvapKTOiGi pé^Eooi,
£,av9ág S’ ek Keipa^g óÁéa© Tpí/ag, ápxpi Sé Xaiipog
400 EGO©, O KEV GTVy£T|aiV ÍS©V CXV0p©KOg EXOVTa,
kvb£©g© Sé toi ogge jcápog KEpiKaXXé’ eovte,
©g av ¿EiKéXiog k&gi pvr|GTfipGi (pavrvng
ofi t’ áÁóx<p Kai KaiSí, tóv ev pEyápoiaiv eXeiKeg.
aÓTÓg Sé KpwTioTa Gopárarv EÍoaipiKeoGai,
405 og toi í)©v éKÍoopog, óp©g Sé toi ífaia oíSe,
KaiSá te gov (piXÉEi Kai éxétppova ITr|V£AÓK£iav.
SíjEig tóv y£ gbeggi KapripEvov • al Sé vépovTai
rcáp KópaKog rcéTpri etcí te Kp^vp ’Ap£0oóor|,
Ea0ooaai pálavov pEvoEiKÉa Kaí péXav vS©p
410 KÍvoooai, Ta 0’ veggi TpéípEi T£0aÁvíav áXoKprjv.
Ev0a pévEiv Kai rcávTa Kapripevog é^epéeG0ai,
ó<pp’ av éy©v £Á0© L7tápTT|v ég KaXXiyvvaiKa
TqXépaxov KaÁéovoa, teov cpíÁov oióv, ’OSvggev *
og toi ég Evpvxopov AaKsSaípova rcáp MevéXaov
415 ©XeT0 KEVOÓpEVOg PETÓ GOV KXÉog, EÍ KOI) £T ’ ElTig ».
ttjv S’ aKapEiPópevog Kpoaétp'n KOÁvpnTig ’OSvaaevg*

228
ODISEA XIII

tú misma tente a mi lado infundiéndome ánimo intrépido,


como cuando los nítidos velos de Troya soltábamos.
Si así de celosa, ojiglauca, a mi lado estuvieras,
contra trescientos varones incluso entraría yo en combate,
contigo, augusta diosa, si me auxiliaras benévolamente”.
Le respondió entonces la diosa ojiglauca Atenea:
“Desde luego, estaré allí contigo, y no huirás de mi vista,
cuando esos trabajos hagamos, y creo que al inmenso
suelo habrá de manchar con su sangre y sus sesos alguno
de los pretendientes, los cuales devoran tus víveres.
¡Anda! Desconocido te haré para todos los hombres;
resecaré la hermosa piel en tus miembros flexibles;
destruiré de tu testa el rubio cabello, y voy a vestirte
un andrajo, que se horrorice un hombre viendo al que lo usa;
estropearé tus ojos que han sido siempre bellísimos:
que despreciable parezcas a los pretendientes, a todos,
y a tu esposa y a tu hijo, al que dejaste allá en el palacio.
Y tú mismo, antes que nada, acude al porquero,
que es guardián de tus cerdos, e igualmente afectuoso contigo,
y quiere bien a tu hijo y a la prudente Penélope.
Lo encontrarás sentado junto a las puercas, que pacen
junto a la roca de Córax, por la fuente Aretusa,
tragando bellotas gratas a su ánimo, y agua sombría
bebiendo, y ello acrece la grasa copiosa a las cerdas. 410
Quédate allí y, sentado junto a él, pregúntale todas las cosas,
mientras yo voy a Esparta de hermosas mujeres,
a llamar a Telémaco, tu hijo querido, Odiseo;
él, hacia la espaciosa Lacedemón, hacia Menelao
fue a averiguar noticias de ti, si aún en algún lado vivías”. 414
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo

228
HOMERO

« tijste x’ áp’ oíS oi éei7ie<;, évi (ppeai Tiávxa iSoia;


B iva KOI) Kai keivo^ áXópevoc; áXyea 7cáaxp
teóvxov etc ’ áxpóyexov, píoxov Se oi áAAoi eStoai; »
420 xóv 8’ ripeípex’ ¿bceixa 0eá yÁaoKÓKig ’AOtjvti •
« |xq 8f| xoi Keivóg ye Aít|v évOopiog eotco.
aoxTi piv rcóprceoov, 'iva kAeoí; éa0Aóv aporco
keíg ’ él0óv • áxáp oiS xiv ’ éxei 7cóvov, áAÁá ektiXoc,
f|axai év ’AxpeiSao Sópoig, napa 8’ aorcexa Keixai.
425 pév piv Aoxócoai véoi aov vryi peXaívp,
Kxeivai, Tcpiv rcaxpíSa yaiav ÍKÉa0ai-
íejxevoi
áXAá xá y’ oók óíc¡> • zcpiv Kai xiva yaia Ka0é^ei
ávSpóv pvTiaxf|pcov, oi xoi fSíoxov KaxéSooaiv ».
(oq apa piv (papévrj pápSq> éTcepáaaax’ ’A0tivti.
430 KapxpE pév oi xpóa KaXóv évi yvapTcxoiai péAeaai,
£,av0áq 8’ ek K£<paXTi<; oAeae xpíxa<;, ág<pi Se Séppa
Tiávxeaaiv peAéeaai TcaXaioo 0t¡ke yépovxog,
Kvú^coaev 8é oi oaae 7cápo<; 7cepiKaXXé’ éóvxe-
ájicpi Se piv paKog áÁAo KaKÓv páAev oSe xixóva,
435 pcoyaléa pOTcóovxa, kockcú pepopoypéva KaTCvqr
áptpi 8é piv péya Séppa xaxeÍTjg eaa’ éAátpoio,
yiXóv • SÓKe Se oi aKÍiTCXpov Kai áeiKea Trqpriv,
7ioKvá pcoyaAeriv év Sé axpóxpog r¡ev áopxrip.
xó y’ (oq pookeóaavxe Siexpayev • fi pév ércerca
440 ég AaKeSaípova Siav épr| pexá 7caiS’ ’OSoariog.

229
ODISEA XIII

“¿Por qué, pues, no le dijiste, si todo en tu mente lo sabes?


¿Quizá para que él también sufra dolores, yendo errabundo
sobre el ponto incansable, y otros le coman sus víveres?”
Le respondió entonces la diosa ojiglauca Atenea: «o
“Hoy, que aquél no te sea en gran medida razón de congojas.
Yo misma lo he conducido, por que noble fama alcanzara,
yendo allá. Y no tiene ninguna fatiga, sino que tranquilo
del Atrida en casa se encuentra, y está la abundancia a su lado.
Ciertamente, en su negro navio, unos mozos lo acechan
deseando matarlo, antes que llegue a su tierra paterna.
Mas eso, no lo creo; antes cubrirá la tierra a unos cuantos
de los pretendientes, los cuales devoran tus víveres”.
Diciendo así, lo tocó con su vara Atenea.
Le resecó la hermosa piel en sus miembros flexibles; 430
destruyó de su testa los rubios cabellos; le puso alredor
de todos sus miembros la piel de un anciano vetusto;
estropeó sus ojos, que eran otrora bellísimos;
le echó en torno otro harapo, malo y, también, otra túnica,
trapos rotos, sucios, manchados por humo dañino; 435
en torno vistióle una enorme piel de una cierva veloz,
sin pelambre; le dio un bastón y una alforja humillante,
rota del todo, y en ella, una cuerda era el tirante.
Asi habiendo planeado ambos, se apartaron; ella, en seguida
se fue hacia el hijo de Odiseo, a la divina Lacedemón.

229
14. OAYZZEIAZ

Aóxáp ó ek Axpévog Kpoaéprj xprixeiav áxapKÓv


%a>pov áv’ í)Xr|£vxa Si’ aKpia<;, f| oi ’AGrjvrj
rcetppaSe Síov ótpoppóv, o oi Pióxoio páXiaxa
ktiSexo oÍKqcov, oí><; Kxr|oaxo 8ío<; ’OSuaaeix;.
5 xóv S’ áp’ évi KpoSópcp eup’ iipevov, év0a oi ai) V|
ói|fnAt) SéSprixo, 7cepiaK£KX(p évi x©p(p,
KaXr| xe p£yáÁ,r| xe, rc£pí8popo<; • i}v pa oopcoxTig
aóxóg SfiipaO’ oeggiv áftoixopévoio ávaKxo<;,
vóatpiv SEüftoívTjg Kai Aaépxao yépovxog,
10 poxoiciv Xúeogi Kai é0píyKtüC£v áxépSo).
axaupoix; 8’ ekxo<; éXaoGE SiaprcEpég év0a Kai év0a
TXDKVoóg Kai 0apéa<;, xó péXav Spnóg á|LKpiK£áaoa<;.
evxogOev 8’ ai)Afjg aotpEoix; SooKaíSEKa koíei
7tÁx|aíov áXXrjXov, £Írvá<; auaív • év Sé EKáaxco
i5 7i£vxf|Kovxa aóeg xaPai£i)vá8£g épxotxócovxo,
0r|X£iai xoKaSfit;- xoi 8’ ápoevEc, éKxóc; íauov,
rcoAAóv 7iaupóx£pov xoix; yáp pivó0eqkov éSovxeg
ávxí0£oi gvTiaxfip£<;, énxi rcpo'íaÁÁE aopcóxrig
aid ^axpEtpétov aiáXtov xóv ápiaxov árcávxcov ♦
20 oi Sé XpiT|KÓGloí XE Kai E^TlKOVXa TcéXovxo.
rcáp 8é kóve<; 0fipeaaiv éoiKÓx£<; aíév íanov
xéaaapEg, ong E0p£\pe GDpóxrií, ópxotgoc; ávSptov.
aóxóg 8’ ágtpi ftóSeaaiv éoia’ ápápiaKE TtéSiAa,
xápvtov Sépga pÓEiov éüxpoé<; • oi 8é Sr| áXXoi
25 <pxovx’ áAXoSv; áÁÁog áp’ áypopévoiai aóeaaiv,
oi xp£Í<;- xóv Sé xéxapxov á7tO7tpoér|K£ tcÓáivSe

230
Libro XIV

Mas él, desde el puerto, subió por un escabroso camino,


rumbo a un lugar selvoso, entre cumbres, adonde Atenea
le indicó que estaba el noble porquero que, más que otros siervos
que adquiriera el noble Odiseo, le cuidaba sus bienes.
Lo encontró sentado en el pórtico, donde su cerca 5
alta, en un lugar por doquiera visible, estaba construida,
hermosa y grande, corriendo alredor; a ésta, mismo el porquero
les construyó a los cerdos del amo que ausente se hallaba,
la construyó lejos de la reina y del anciano Laertes,
con piedras ingentes, y la encornisó con espinos. 10
Afuera hincó en hilera, de un lado y del otro, unas estacas
densamente frecuentes, descortezando lo negro a la encina.
Adentro de la cerca, él hizo doce pocilgas, cercanas
unas de otras, cubil de las puercas; en cada una de ellas
se encerraban cincuenta puercas, que se echan en tierra, 15
hembras de cria; mas ellos, los machos, afuera dormían,
mucho mas pocos, pues, comiéndolos, a éstos menguaban
os pretendientes deiformes: siempre enviaba el porquero
al mejor de todos los puercos bien gordos, cebones;
estos eran trescientos sesenta. 20
Al lado unos perros, semejantes a fieras, siempre dormían,
cuatro, a los cuales crió el porquero, príncipe de hombres.
te ajustaba en torno a sus pies unas sandalias,
cortando un cuero boyuno de buen color; de los otros,
tres se habían ido, acá y acullá, con los puercos en piara, 25
y al cuarto, a la ciudad lo había despachado, a llevarles

230
HOMERO

a6v áyepEv pvT|GTf¡pGiv imepqnáXoiotv áváyKp,


o<pp iepe'úoavTEc; Kpeiov KopeaaíaTo 0opóv.
e^aniVTig ó’ ’OSuoria iSov kúve<; íXaKÓpcopoi.
30 oi pev kekXtÍyovtec; ercéSpapov • aoiáp ’OSoggeíx;
E^ETO TCEpSoGWfl, GKq7CTpOV Sé OI EKTCEGE XEipÓ^.
£v0a KEV O) íiáp GTa0jicp áeiKéXiov 7cóc0£v akyoQ •
áXXa goPÓ)tt|(; ©Ka kogi KpauLvoíoi pETaorcrov
eggdt’ ává 7cpó0opov, CKmog Sé oi ekkege XEipóc;.
35 toix; pev ópoKÁr¡oag geoev KÚvag cxXábSk; áXXov
TTUKVflGlV Ál0áS£GGlV, Ó Sé TCpOGEEIKEV OCVCCKTa'
« ó yépov, f¡ óÁíyoo ge kúve<; SiESr|ÁT|GavTo
E^a7cívrjg, raí kev poi eXe^eítiv kítce/edccc;.
Kai Sé poi áXXa 0eo1 Sóaav áÁyEá te GTova/át; te-
40 ávTi0£OT) yáp ávaKToq óSopópEvot; Kai óc/encov
ripai, áXXoiGiv Se aúag GiáÁoog aTiTaÁÁ©
eSpevai- aáxáp KEivog éeÁSópEvóg rcoo é8©8fi<;
jtÁa^ET’ En ’ áXXo0pó©v ávSpcóv Sfjpóv te kóáiv te,
ei jcoo eti £©ei Kai opa <páog tjeáíoio.
45 ctk'k’ etteo, kXigít|v8’ Íojj-EV, yépov, otppa Kai amóg,
GÍTOT) Kai OIVOIO KOp£GGap.£VO(; KaTá 0opóv,
etTcpc;, ótctcóOev eggí Kai ÓTC7cÓGa ktjSe’ ávéTAx|<;».
©<; eítc©v kXigítivS’ fiyrjGaTO Sioc; ixpoppóg,
eigev 5’ eíoayaycóv, p©7ca<; 8’ i)7cé%£ü£ Saaeiag,
50 EGTÓpeGEV 8’ etcí Séppa iovOáSoc, áypioo aiyo<;,
aoToá éveóvaiov, péya Kai Saaó. %aípe 5’ ’OSoggetx;,
otti piv ©g ótceSekto, etco<; t ’ EtpaT ’ ek t ovopa^e •
« ZeÓ<^ toi 8oit|, ^eíve, Kai áOávaToi Oeoi aXÁoi,
otti páÁiGT ’ ¿OéXeig, orí pe Kpótppcov ótceÓe^o ».
55
tóv S ’ áTcapeipópevo<; 7cpoaé<pr|<;, Eopaie oopana •
« £eív’, oí) poi Oépig £Gt’, oóS’ ei koíkicov ge0ev eáBoi,

231
ODISEA XIV

un puerco a los pretendientes soberbios, a fuerza,


para que, matándolo ellos, su deseo de carne saciaran.
De pronto, a Odiseo, los muy ladradores perros miraron.
Ellos, estrepitosos corrieron en contra; empero, Odiseo,
con astucia sentóse, y cayó el bastón de su mano.
Allí, ante su establo, habría sufrido un dolor indecente,
mas el porquero, aprisa, con rápidos pies persiguiéndolos,
se apresuró por el atrio, y el cuero cayó de su mano.
Gritando fuerte, ahuyentó a los perros, acá y acullá,
con piedras frecuentes, y éste, a su amo le dijo:
“Anciano, en verdad por poco los perros te despedazaban
de pronto, y luego me habrías vertido la afrenta.
Ya otros dolores y gemidos me han dado los dioses:
por mi amo, semejante a un dios, llorando y doliéndome
estoy, y alimento gustoso estos puercos cebones para otros,
para que coman; y aquél, tal vez deseando alimento,
vaga en el pueblo y en la ciudad de hombres de otro lenguaje,
si en algún lugar aún vive y mira la lumbre del sol.
Mas sígueme, a la choza vayamos, anciano, a fin de que tú
también, de comida y de vino saciado en el ánimo, digas
de dónde procedes, y todas las cuitas que has soportado”.
Dicho esto, lo condujo a la choza el noble porquero,
lo introdujo y lo hizo sentar (esparció varejones tupidos;
encima extendió, de un cabro salvaje y greñudo el pellejo,
grande y con pelo, su ropa de cama). Alegróse Odiseo
de que aquél así lo acogía, y esto decía y lo nombraba:
“Zeus te diera, extranjero, y los otros dioses eternos,
lo que más deseas, pues tú me acogiste benévolamente”.
Y respondiendo, porquerizo Eumeo, tú le dijiste:
“Extranjero, no es lícito, aun llegando uno más malo que tú,

231
HOMERO

^eivov áxipqaai- rcpóg yáp Aióg eíaiv arcavxeg


^eivoí xe rcx©xoí xe. Sóaig 6’ 0Á/Í7T1 xe tpíkq xe
yívexai qpexepq • q yáp ópócov SÍKq éaxív,
60 aiei SeiSióx©v, ox’ érciKpaxéwaiv ávaKxeg
oi véoi. q yáp xoo ye 0eoi Kaxá vóaxov éSqaav,
og Kev ep’ évSi)KÉ©g écpíXei Kai Kxqaiv Órcaaaev,
ola xe © oÍKqi áva§ eó0opog éS©Kev,
oíkÓv xe KÁqpóv xe rcoÁopvqaxqv xe yovaiKa,
65 og oi rcoXXa Kapqai, 0eóg 6’ érci épyov áé^q,
©g Kai époi xóSe épyov áé^exai, © ércipípv©.
x© Ke pe rcóXÁ’ ©vqaev áva^, eí aí)xó0’ éyqpa-
áXX’ ÓXe0’. ©g ©<peA,X’ 'EXévqg arcó (poXov óXéa0ai
rcpóxvo, ércei rcoXA©v ávSp©v orco yoóvax’ éXoae-
70 Kai yáp Keivog éPq ’Ayapépvovog eíveKa xipqg
’lXiov eig eí)rc©Xov, iva Tpóeaai pá/oixo ».
©g eírc©v ^©axqpi 0o©g aovéepye /recova,
pq Ó’ ípev ég cnxpeoóg, ó0i é0vea épxaxo %oíp©v.
év0ev éX©v So’ éveiKe Kai ápcpoxépoog iépeoaev,
75 eoaé xe píaxoAÁév xe Kai ápq>’ ópeXoíaiv érceipev.
órcxqaag S’ apa rcávxa cpépwv rcapé0qK’ ’OSoaq’i
0épp’ aoxoia’ ópeXoiaiv, ó S’ áXcpixa XeoKa rcáZovev.
év §’ apa Kiaaopícp KÍpvq peXiqSéa oivov,
aóxóg S’ ávxíov i£ev, ércoxpóv©v Sé rcpoaqoSa-
«o « ea0ie vov, © ^eive, xa xe Spóeaai rcápeaxi,
%otpe’- áxáp aiáÁoogye aóag pvqaxqpeg éSooaiv,
oók ÓrciSa íppovéovxeg évi (ppeaiv oí)S’ éXeqxóv.
oí) pév a%éxXia épya 0eoi páKapeg (piXéooaiv,
áXXá SÍKqv xíooai Kai aíaipa épy’ áv0p©rc©v.
85 Kai pév Soapevéeg Kai ávápaioi, oí x’ érci yaíqg
áXXoxpíqg p©aiv Kaí acpiv Zeóg AqiSa 5©q,

232
ODISEA XIV

que al extranjero desprecie; de Zeus en efecto son todos


los extranjeros y pobres. Un don, pequeño y amable,
es el nuestro, porque ésa es la condición de los siervos,
temerosos siempre, cuando tienen el mando los amos
nuevos. Sin duda, impidieron los dioses la vuelta de aquel
que me habría amado solícitamente y me habría dado bienes
-casa y parcela y alguna mujer muy pretendida—, 64
cuantas cosas un generoso señor otorga a su siervo, 63
si harto se afana por él, y un dios le hace fecundo el trabajo, 65
como a mí me fecunda este trabajo en el cual permanezco.
Así, el amo harto me habría ayudado, si hubiera aquí envejecido;
mas él murió. Ojalá hubiera muerto la estirpe de Helena,
de rodillas, porque soltó las rodillas de muchos varones;
pues también él, por el desquite de Agamenón se marchó 70
a Ilion de buenos corceles, para combatir a los teucros”.
Dicho esto, de prisa amarró con el cinto su túnica,
presto fue a las pocilgas, do se encerraban los puercos lechones.
De allí tomando a dos, los trajo, y mató a la pareja,
los chamuscó, y partía en trozos y espetaba en los asadores. 75
Tras asar todo, lo trajo y, de Odiseo al lado lo puso,
caliente, en los asadores mismos, y blanca harina esparcía.
De madera en un cuenco mezclaba vino dulce cual miel,
y él mismo sentábase enfrente, y le dijo, invitando:
Come ahora, extranjero, pues esto compete a los siervos
lechonada: los pretendientes se comen los puercos cebones,
no pensando en su mente en piedad ni en castigo divino.
Sin duda, los felices dioses no aman las obras groseras,
sino que honran la justicia y las obras correctas del hombre.
Cierto, aun hombres hostiles y adversos, que a tierra
extranjera van y Zeus les concede la presa,

232
HOMERO

JtXpoájievoi Sé xe víia<; é^av okóvSe véeoGai —


’T ney toio’ orcrSo; Kpaxepóv Séog év <ppeol kí„tei.
oioe Se toi loaoi, 0eov Sé tiv ’ ekZdov aoSrtv
90 KeívoD Xvypóv ÓXeOpov, o t’ ook é0éXoooi SiKaí©c

gvaaGai oi)Sé véea0ai érci otpéTep’, áUá EKqXoi


KTTinaTa SapSánTooaiv ínéppiov, ooS’ éni tpeiSó.
oaoai yap ví>kte<; te Kai npépai ek Aió<; eíaiv,
op no0’ év ipe'óo'ua’ íepr)iov oi>Sé $<>’ oía-
95 oívov Sé (p0ivi30ovaiv ínéppiov e^a<pi>ovT£<;.

yáp oi ^cdti y’ íjv áarceTo<;- oi) tivi tóooti


ávSpcav Tipóíov, oot’ rirceípoio peXaívRg
oíSt’ aÚTRg ’I0áKT|<;- onSé ^oveeÍKoai <p<ot©v
eot’ á(pevo<; toooobtov • éy© Sé kó toi KaTaXé^©.
100 S©Sek’ év fj7ceíp(p áyéÁav TÓoa rc©ea oi©v,

TÓooa oo©v oi)Póoia, too’ ainóÁia rcXaTé’ aiyrov


póaKonai £eivoi te Kai amoí) pcÓTOpeg ávSpeg •
ev0áSe t’ aircóAia rcXaTé’ aíycov evSeKa rcávTa
éa/aTip Póokovt’, éni S’ ávépeg éo0Xoi opovxai.
105 t©v aíeí ocpiv EKaaTog erc’ ^gaTi pfjkov áyiveí,

^aTpe(pé©v aíycov og ti<; (paívriTai ápioTog.


aínáp éy© oix; TaoSe cpvXáoo© te puopai te
Kai ocpi oucov tov ápioTov éi) Kpíva<; anonegn© ».
q>á0 ’ • ó 5 ’ £vSi)Ké©<; Kpéa t ’ n o0ie nívé te oivov
110 ápnaÁé©<; aKé©v, KaKa Sé pvr)OTf)poi cpórenev.
avráp énei SeíftV'qoe Kai T|pape 0opov eS©5f|,
Kai oi nX^oágevog S©ke OKÓcpog, q> nep énivev,
oívoo évínXeiov ó 5’ éSé^aTO, xaipe Sé 0iW,
Kai |iiv «jxovTiaag énea nTEpóevTa npoonóSa ~
115
« © «pile, TÍg yáp oe npíaTO KTeaTeooiv éoioiv,
©Se yak’ ówpveióc; Kai Kaprepóg, ©<; áyopeóei<;;

233
ODISEA XIV

tras llenar sus naves, se van de regreso a su casa:


cierto, aun a ellos, en su alma cae gran miedo de castigo divino;
mas sin duda éstos saben, y alguna voz de un dios escucharon,
la muerte funesta de aquél, pues no quieren en regla 5
cortejar, ni volver a lo suyo, mas ellos, tranquilos,
las riquezas desgarran soberbiamente, y no hay parsimonia.
Porque en todas las noches y días, que vienen de Zeus,
nunca una víctima matan ni dos solamente;
y consumiéndolo, soberbiamente se acaban el vino. 9
En verdad, él tenía bienes inmensos; tantos, ninguno
de los hombres héroes, ni en el continente sombrío
ni en ítaca misma; de varones, ni veinte reunidos
tienen tantas riquezas, yo te las voy a contar:
doce hatos, en el continente; otras tantas greyes de ovejas, í0<
otras tantas piaras de puercos y otras tantas dispersas cabradas
de cabras, apacientan allá los pastores, suyos y extraños;
y aquí, en total, once dispersas cabradas de cabras
pastan de la isla al extremo, unos buenos varones las cuidan.
Siempre, cada uno de éstos les lleva una res cotidiana, »°5
la que, de las bien gordas cabras, mejor le parece.
Yo, ciertamente, estas puercas vigilo y protejo,
y, eligiendo bien, les hago llegar el mejor de los puercos”.
Así dijo, y aquél, presto, comía carne y vino bebía
ávido, en silencio; a los pretendientes plantaba sus males. 110
Mas cuando comió y proveyó de alimentos a su ánimo,
tras llenarle Eumeo el jarro en que siempre bebía, se lo dio
bien lleno de vino: él lo tomó y se alegraba en el alma,
y, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas:
"Oh amigo, ¿quién, pues, te compró con sus bienes, os
siendo así, muy rico y potente, cual tú lo describes?

233
Homero
‘P'ñ? 8’ awóv <p0ía0ai ,

120 eí Ké LLiv rv "1° Y£ °l^e Kai áGówaxoi 0eoi aÁXoi

« & yéoov S ma °bPÓT1K’ 6pW “vSpñv •


áYvéxt J KeiVOV “V11P áXaXlÍHEV0<; ÉX0ÓV
“7,™ 71610 WVaiKá TE Kai cpí^ov Apióv,
«AA aMxog, Ko^Síig Ke/pnpévoi, ávSpeg áXmai
125 <Wéa pXaaOr

og oe k , aZpiEocov ’lOáicng <k Sflpov i^xai,


éXOwv ég Seotcoivccv ép^v árcomíXia pá^ev
i) 8’ ei) Se^apévTi qn^Ei Kai EKaaxa peTaUa,
koci oí oSopopEvp pXetpapcov arco 8aKpoa tcítctei,
i3o rj Gépig éoTi yovaiKÓg, £7rqv icóaig áXAo0’ óÁr|Tai.
anjíá ke Kai aó, yepaié, ercog rcapaTEiecrivaio,
El xíg toi /Xaiváv te /recova te eípaia 8oír|.
too 8’ t^Sti péÁZooai KOVEg Ta/eeg t’ oüovoi
ptvóv áic ’ ÓGTEÓcpiv épóaai, v^XH Se XéAoutev •
135 1] TOV y’ £V TlÓVTCp cpá/OV l/0O£g, OGT£a 8 aOTOO
keitoci £7t’ riTCEÍpoo yapáécp eiÁopéva 7coXXp.
ó gev ev0’ ánóXtoXe, tpíXoiai 5é kt|8e’ rótíaa®
náaiv, égoi 8e gáXia-ta, Tereúxaxav oí, yap et’aUov
TÍ7CIOV coSe ávaKTa Ki/naopai, ÓTtnóa’erceMta),
,40 oí>8 ’ eí KEV Jta-cpó? Kai grgépo? aón? ÍKfflgai
oíkov, O0i Jtpñxov yevóggv Kai g’ «pe<pov aotoi.
oóSe vi) tSv mi xóaaov ÓSÓpogat, ugevo; nep
ó©0aXgoiaiv íSéaSai ¿®v év jtaxpiSi yai? •
°«A -OSvaañoí nóOog aívAWU oíxogevoio

” ”«C “.P-. X p' ri5ro

234
ODISEA XIV

Afirmas que él pereció por el desquite de Agamenón.


Dime eso, por si acaso conozco a quien es tal varón.
Pues cierto, esto lo saben Zeus y los otros dioses eternos,
que yo daría noticias, habiéndolo visto: mucho he vagado”. 12c
Le respondió entonces el porquero, príncipe de hombres:
“Oh anciano, ningún hombre, llegando errabundo con una
noticia de aquel, convencería a su esposa y a su hijo querido,
pero es de otro modo: los vagabundos, porque requieren
ayuda, mienten, mas no quieren decir la verdad. 125
Pues quien, vagando, hasta el pueblo de Itaca viene,
hasta mi dueña llegando le cuenta patrañas;
ella, tras recibirlo bien, lo hospeda y pregunta de todo,
y, al tiempo que gime, lágrimas caen de sus ojos,
lo normal en una mujer, si en otra parte muere su esposo. 130
Tú mismo, anciano, al punto podrías inventarte un relato,
si alguien te diera vestidos, el manto y la túnica.
Mas de aquél, aves veloces y perros ya debieron haberle
desgarrado la piel de sus huesos, y su alma se ha ido;
o los peces lo han devorado en el ponto, y sus huesos 05
se encuentran en una playa, envueltos en muchas arenas.
Asi, el alia esta muerto, y a sus amigos tristezas después
han quedado, a todos, a mí sobre todo: ya a ningún otro
amo hallare así de afectuoso, adondequiera que llegue,
ni siquiera si voy otra vez de mi padre y mi madre 140
a la casa en donde antes nací, y ellos mismos me criaban.
Pues por ellos ya no gimo tanto, aunque mucho deseo
con mis ojos mirarlos, estando en mi tierra paterna;
mas bien, del ausente Odiseo el anhelo me toma.
Cierto, oh extranjero, yo a él, aun ausente, nombrarlo 143
me apena; mucho me amaba y en su alma de mí se ocupaba;

234
HOMERO

(XÁÁrGt JXIV q0EtOV KOtZsCO KOtl VÓO’tpiV EOVTOÍ ».


TÓV S ’ ame rcpoaéetrce TcoXmXag Sio<; ’OSbogeÚ; •
« <b <píX’, ércei Sq náprcav ávaíveai obS’ eti ipqa0a
150 keivov éXe'ooeaOai, 0Bpó<; 8é toi aiev arcioToq-
áW ¿yó obk ocotcúc; po0qaopai, áXXá gbv ópKtp,
á>g vevcai ’OSbgeb^- EBayyéXiov Sé poi egtq
0CÚT1K , £7I£l KEV KEIVO<; 1C0V T(X CX SfOpCxO’ IKT|T(XI*
[éaaai pe xXaíváv te xurová te, EipaTa kocÁóc •]
155 rcpiv Sé ke, Kai pala KEp KEXpqpévog, oiS ti SExoípqv.
£X0pó<; yáp poi keívo<; opeo; ’AiSao rcBXqai
yívexai, o<; itevíq eíkgjv árcaTqÁia |3á^£i.
igtcú vbv Zebc; ftp&ta 0£©v £,evíq te t pártela
iaTÍq t’ ’OSuoqo<; apópovot;, qv ácpiKcxvar
160 q pév toi TaSe iwxvTa te^eíetoii ¿o; áyopEB©.
tobS’ aí)Tou ÁBKíxpavToc; ¿Á-etSoetoci év0á8’ ’OSbooebí;,
too pév <p0ívovTog pqvóg, tob 5’ laTapévoio,
oiLKaSe voarqaag, Kai Teíasrai, o; tic; ekeívob
év0á5’ aTipá^ei aXoxov Kai cpaíSipov uíóv ».
i65 tóv S’ ájcapeipópevo<; 7Cpoaé<pq<;, EtípaiE obPcotcx ♦
« cb yépov, obt’ ap’ eywv EBayyéXiov tóSe teíocd
obt’ ’OSbgebc; eti oikov eXebgetcxi’ cxáácx ekt|A,o<;
tcvv£, Kai áÁXa rcapéí; p£pv<ope0a, pqSé pe tobtcov
pípvqaK’' q yap 0Bpo<; évi GTq0£OGtv époíaiv
170 áxvBTai, ótckÓte tu; pvqaq keSvoío cxvcxktoc;.
áXX’ q toi opKOV pév éáaopev, aÓTap ’OSbggeb;
Oj0gi, okcüc; ptv éycóy’ é0éX© Kai HqvEXoTtEia
AaépTqc; 0 ’ © yépcov Kai Tq^épa/o; 0£oeiSq<;.
vbv a$ naiSóc, aÁaaTov óSBpopai, ov tek OSbggeb;,
175 TqX-EpáxoB. tov ércei 0pévGV 0eot epvei taov,
pw écpqv £GO£o0ai év avSpaaiv ob ti %epeia

235
ODISEA XIV

en vez de eso, lo llamo 'querido’, aunque lejos se encuentre”


Le contestó a su vez el paciente, noble Odiseo:
“Oh amigo, pues ya niegas del todo, y afirmas que aquél
ya no vendrá, y siempre tienes un ánimo incrédulo; 150
pero no diré así, simplemente, mas con un juramento,
que Odiseo volverá. Y por la buena noticia tenga yo premio
en seguida, cuando aquél, regresando, llegue a su casa,
el vestirme con manto y con túnica, hermosos vestidos;
antes, aunque muy indigente estoy, nada yo aceptaría. 155
Pues para mí, odioso, igual que las puertas del Hades,
es aquél que, a su pobreza cediendo, cuenta patrañas.
Hoy, de los dioses, Zeus lo sepa primero, y la mesa hospital
y el hogar del intachable Odiseo, al cual he llegado:
ciertamente todo esto se te ha de cumplir como digo. 160
Durante este mismo año, aquí va a venir Odiseo,
cuando termine esta luna, y la nueva comience,
regresando a su casa, y él ha de vengarse, si alguno
aquí le deshonra a su esposa y a su hijo preclaro”.
Y respondiendo, porquerizo Eumeo, tú le dijiste: 165
“Oh anciano, pues ni yo he de pagarte esta buena noticia,
ni Odiseo algún día va a venir a su casa. Sigue tranquilo
bebiendo y, cambiando el tema, otras cosas mentemos, y de ésas
no me sigas haciendo memoria: cierto, mi alma en el pecho
se entristece, cuando alguien, de mi amo atento hace memoria.170
Mas, sin duda, el juramento dejemos; empero, Odiseo
ojalá venga, como eso yo quiero, y Penélope
y Telémaco, símil a un dios, y el anciano Laertes.
Pero hoy, con odio lloro por el hijo que tuvo Odiseo,
Telémaco. Cuando los dioses lo criaron igual a un retoño,
y pensé que él estaría entre los hombres, en nada inferior

235
HOMERO

itaxpoq eoio qnÁoio, Sepag Kai eíóo^ áyr|TÓv,


xov Sé xig áOaváxcov pXáijze <ppéva<; évSov éíoa^
T|e Tiq ávOpÓTKov • ó 8’ épr) pexá rcaTpó<; óckoütiv
180 eq IIdAov T^yaOeriv • tov Sé pvrjGTnpe<; áyaooi
o’ÍKaS’ ióvxa Zoyooiv, orc©<; arcó tpoAov óXr|Tai
vcovopov é^ ’I0áKri<; ’ApKeioíoo ávTi0éoio.
aXX’ ti toi Keivov pév éáoopev, rj kev áAóp
í| K£ (póyp Kai kev OI i)7t£pG%r| %Eipa Kpovícov.
185 áAA’ áy£ poi oó, yEpaié, xa o’ atnou ki^Se’ evÍotceí;
Kai poi toot’ áyópEooov ETfiwpov, ócpp ’ éíi eíScq-
tu; kÓGev EÍc; ávSpcov; tcó0i toi tcoAk; tjSe tok^ec;;
ÓtctcoÍt^ t’ etci vt)Ó<; átpÍKEo; iccot; Sé oe vamai
Tjyayov Eig ’I0áKT|v; tíve^ éppEvai eoxetócovto;
i9o oí) pév yáp tí oe tte^ov oíopai év0á8’ ÍKÉo0ai».
tov 5’ árcapeipópEVog rcpooéípTi rcoA,T>pr|Ti<; ’OSdooetk;
« Toiyáp éyó toi Tama páA’ aTpEKEco^ áyopeóoco.
e’íri pév vt>v vó’iv érci %póvov ripév eSwSt)
T|Se J1E0T) yXoKEpÓV KÁAOÍTig EVTOO0EV EOOOl
195 SaívDO0ai aKsovT’, áÁÁoi 5’ érci epyov ekoiev •
prfiSÍGx; kev EJiEiTa Kai £Íg éviamóv ájcavia
o*ü ti SiaKpri^aipi Zeycov épá kt|S£a 0opo6,
oooa ye Sq §óprcavTa 0eóv íótt|ti póyrjoa.
ek pév KpT|Táü)v yévo<; EiS/opai EopEiácov,
200 ávépog ácpveioio Ttáü;- koáXoí Sé Kai áAAoi
oíeg évi peyápcp r|pév Tpácpov pS’ éyévovTO
yvT|Oioi é^ ocXó/oi)- épé 5’ óvtitti teke prjTT,p
rcaXÁaKÍ^, áXXá pe ioov í0aiyevéeooiv ¿Tipa
KáoTtop 'YXaKÍSrn;, too éyó) yévo^ eiS%opai eivav
205 o<; tot’ évi KpT|Teaai 0eó<; coc; tíeto Siípco
óÁ-pcp te KÁ,omco Te Kai oiáoi KoSaXípoioiv.

236
ODISEA XIV

a su padre querido, admirable en figura y aspecto,


a él, algún inmortal dañóle por dentro su mente juiciosa,
o algún hombre, y él se fue por noticias del padre
a la muy sacra Pilos; a él, los pretendientes egregios w
acechan, mientras vuelve a su casa, para que se esfume
de ítaca, sin nombre, la estirpe de Arcisio, el deiforme.
Mas, sin duda, dejemos a aquél: o será capturado
o escapará, y el Cronión extenderá su mano sobre él.
Mas anda, anciano, tus propias cuitas tú cuéntame ahora, w
y, a fin de que yo bien lo sepa, dime esto verídicamente:
¿quién eres tú, de qué gente? ¿Dónde, tu ciudad y tus padres?
¿En qué tipo de nave llegaste? ¿Cómo los nautas
te trajeron a Itaca? ¿Quiénes, pues, se preciaban de ser?
Porque no creo que por tierra hayas llegado hasta aquí”.
Y respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
“Pues bien, esas cosas, muy detalladamente voy a decirte.
Ojalá hoy, por algún tiempo, tuviéramos ambos comida
y dulce vino, de la tienda dentro estando nosotros,
para banquetear tranquilos, y que el trabajo otros cuidaran;
fácilmente entonces, incluso en un año completo
de ningún modo acabaría, narrando mis cuitas del alma,
cuantas ya en conjunto he sufrido por voluntad de los dioses.
En estirpe, de la extensa Creta me precio de ser,
hijo de un hombre rico; también muchos otros 200
hijos crecieron, y nacieron en su palacio, legítimos
de su esposa; a mi me parió una madre comprada,
su concubina, mas igual que a sus hijos genuinos me honraba
el Hilácida Cástor, de cuya estirpe me precio de ser;
él entonces, entre cretenses, cual dios era honrado en el pueblo,
por su ventura, riqueza y, también, por sus hijos gloriosos.

236
HOMERO

X°l l°V "1pe<; gp<xv e«váxoio «péponaai


si; AtSao Sopon; ■ toi gfe ¡^v ¿Sáaavto
JtatSe; njcépOnnoi Kaí &tí KÁripoo; ¿páAovto,
210 awap époí patay. jtañpa Sóaav Kaí oíkí’ eveigav.
nyaYÓpqv SeyuvaÍKa noXnK^ñpmv ávOpójwov
eiveK Eprjg apexrjí;. ejce! oük ówüo<p<»Xio<; pa
oüSe (p'üYOKTÓXegog • vvv 6’ pSp rcávxa XéXomev •
áXX’ eprcr^ KaXáppv yé a’ Óiopai Eiaopócovxa
215 yivóaKEiv • p yáp pe Súp eZei pXi0a jioUp.
B pév 8p 0ápüo<; poi ’'Appg x’ eSogocv Kai ’A0pvp
Kai pp^pvopípv • ónóxe Kpívoipi Zó^ovóe
áv8pa<; ápiaxpaq, KaKa SuapEvéeaGi <¡>dt£i>g)v,
ov TioxE poi 0ávaxov rcpoTióaoETo 0upó<; áypvcop,
220 áXXá TtoXÁ) 7ipcí)TioTog £7iáZpevog ey/ei eXegkov
áv8pa>v S'oapEvéwv o xé poi eí^eie rcóSeaai.
xoiog ea ev TcoXépqr épyov Sé poi oü tpíkov egkev
01)8’ OlKÍÉKpeXíp, p TE TpéípEl áyXaá TEKVa,
áXXá poi aiei vpeg £7cpp£xpoi <píÁai poav
225 Kai TtÓÁEpOl Kai ÓCKOVTEg EÍD^EGTOl Kai Ó'ÍOXOÍ,
Xuypá, xá x’ aAAoiaív ye KaxappiypXá rcéÁovxai.
ax>xáp époi xa (píÁ,’ eoke, xá tcou 0eó<; év <ppeai OpKev •
áXXoc; yáp x’ áXZoiaiv ávpp érciTéprcexai epyoig.
Tipiv pév yáp Tpoíp<; ejti|3ppevai viag A%aia>v
230 eívaKig ávSpáaiv pp^a Kai á»KV7iópoiai véecaiv
ctvSpa; é; áUoSainró;, Kaí poi pátax wyxave itoUá
trnv é^aipeópT|V pevoeiKéa, JtoXtaa 8’ óníaato
Ááyxavov * aliga Sé oÍKog ótpéXXexo, Kai pa ejreixa
§eivó<; x’ aíSoiós xe pexá Kppxeaai xewyppv.
235
áXX’ ote 8p xpv ye axvyeppv óSóv eápvoTia Zeix;
áppáoaO’, ñ uoUñv áv8pñv ónó roúvat’ etaxse,

237
ODISEA XIV

Mas, sin duda a destiempo, se lo llevaron las diosas fatales


a la casa de Hades; y repartieron sus bienes aquéllos,
sus muy animosos hijos, y suertes echaron por ellos,
mas me dieron muy poco, y me asignaron una vivienda. 210
Me casé con una mujer de la gente de muchos recursos,
por mi propia valía. Porque yo no era un tonto,
ni huía de la guerra, mas ahora ya todo se ha ido;
mas, con todo, yo pienso que tú, al menos la paja mirando,
te harás una idea; cierto, muy mucha miseria me abruma. 215
Sin duda, Ares y Atena me dieron valor, y fortaleza
que rompe escuadrones; cuando para una emboscada elegía
a los mejores hombres, plantándoles males a los enemigos,
jamás barruntaba la muerte mi ánimo firme,
mas, arrojándome muy el primero, con lanza mataba, 220
de enemigos, al que me fuera inferior con respecto a los pies.
Tal era yo, en la guerra, mas el trabajo no me agradaba,
ni el quehacer doméstico, que nutre a los hijos preclaros,
sino que siempre me agradaban las naves con remos,
y las guerras, y dardos que están bien pulidos, y flechas, 225
cosas funestas, las cuales para otros son escalofriantes.
Pero eso me agradaba, lo que puso algún dios en mi pecho;
pues un hombre goza con unos, y otro, con otros trabajos.
Antes de que los hijos de los aqueos invadiéramos Troya,
nueve veces había comandado a varones y naves veloces 230
contra gente extranjera, y muy mucho botín me quedaba.
De éste, me elegía agradables cosas, después muchas otras
obtenía en suerte; presto mi casa aumentaba y, por supuesto,
luego, entre cretenses yo era terrible y también venerable.
Mas cuando Zeus, de voz espaciosa, el viaje espantoso 235
pensó, el que soltó las rodillas de muchos varones,

237
HOMERO

Stj tot’ ep’ Tyvoyyov Kai áyaKÁUTÓv ’l8opevf|a


vrieaa ’ f|yr|GaG0av ég ’IAvov • oóSe ti pqxog
T|£v ávt|vao0av, /aZeicTi 8’ e%e 8r|pov) (pfipvg.
540 ev0a pév evváereg rcoÁ,epí^opev meg ’A/aiwv,
Ttp 8ek<xt<p 8é rcóXvv npiápou rcepoavTeg e|3t| pev
ovKaSe auv vtieggv, 0eóg 8’ EKeSaooev ’A/avcróg.
arnáp epoi SevÁcp Kaxá pr)8eTo p-riTvera Zeóg-
priva yáp ovov epewa TEraprcópevog tekeegoi
«5 KaupiSífl t’ áXóxíp Kai KTTjpaaiv • av:áp ércevra
AvyürcTÓvSe pe 0opóg ávróyev vavmXXea0ai,
v^ag év5 OTEvXavra, oóv ávTv0eovo’ Exápoiaiv.
évvea vf¡ag avevÁa, 0oog 8’ éoayevpero Xaóg.
é^fjpap pév ercevra époi épvripeg éravpov
25o Saív-uvT’- arnáp eyrov leprpa rcoAAá rcapevxov
0eovovv te pévevv aórovaí te Savia rcévea0av.
£p8opárp 8’ ávapávTeg arcó Kprirng eópevrig
ércXéopev popép ávepco aKpaév xaXcp
piqiSícog, <bg eí te Kara póov • oúSe tic; oóv pov
255 v^cov rcnpáv0ri, áXA’ áaKriOéeg Kai ávovxrov
Rpe0a, rág 8’ ávepóg te KOpepvfiTav t’ v0ovov.
rceprcravov 8’ Avyürcrov éüppevTriv vKÓpea0a,
armera 8’ év AíyórcTco rcorapeo véac, ápcpveXvaaag.
ev0’ íj tov pév éyó) KeXópnv épvripag eraípoog
2«) aórov) rcáp vienen pévevv Kai vpag épvxr0av,
órcrfypag Sé Kara GKorcvág ©rpv)va véea0av
ov 8’ iSppev ev^avreg, ércvarcópevov pévei acpfi),
aúpa páÁ,’ AvyurcTÍcov ávSpcov rcepvKaÁÁéag áypoóg
rcóp0eov, éK Sé yuvavKag ayov Kai vr|rcva TÉKva,
265 aóroóc, T ’ EKTEVVOV' láya. 8’ ¿g rcÓXw VKET ’ áí)TT).
ov Sé Poíig aíovTEg ap’ nóv <pavvopévT|(pvv

238
ODISEA XIV

entonces, a mí y al insigne Idomeneo nos mandaron


conducir hacia Ilion los navios; no había ni una manera
de rehusarnos: molesta, la opinión del pueblo obligaba.
Allá, los hijos de los aqueos nueve años guerreamos; 240
al décimo, tras saquear la ciudad de Príamo, volvimos
a casa, en las naves, y un dios dispersó a los aqueos.
Para el pobre de mí, el próvido Zeus decidía las desgracias:
permanecí solamente un mes disfrutando a mis hijos,
a mi legítima esposa, y mis riquezas; y luego 245
mi ánimo ordenaba que yo navegara hacia Egipto,
equipando bien mis naves, con compañeros, pares a dioses.
Equipé nueve naves, y la tripulación, veloz se reunía.
Después, durante seis días, mis compañeros queridos
banqueteaban: les daba yo muchas víctimas, para inmolarlas 250
a los dioses, y aprestarse a sí mismos banquetes.
Y embarcándonos desde la extensa Creta el séptimo día,
navegábamos con viento bóreas vehemente y hermoso,
fácil, cual si fuéramos río abajo: de mis naves ninguna
fue dañada, sino que ilesos y sanos yacíamos 255
sentados: dirigían los pilotos y el viento a las naves.
Al quinto día, al Egipto de buena corriente llegamos
y en el río Egipto detuve las naves de dos curvaturas.
Entonces, cierto, yo ordenaba a mis compañeros queridos
junto a las naves quedarse, allí mismo, y cuidar de las naves, 260
y envié exploradores que fueran a hacer unas rondas;
mas éstos, a su insolencia cediendo, siguiendo su impulso,
muy prestos, los bellísimos campos de los hombres egipcios
asolaban, raptaban mujeres e hijos pequeños,
y a los hombres mataban; pronto a la urbe llegó el griterío. 265
Los de la urbe, oyendo el clamor, al mostrarse la aurora

238
HOMERO

í|Á0ov • rcXqto 8é rcav rcsSíov rce£©v te Kai 'írcrccov


%aX,Koó -re ateporcqg. év Se Zeóg teprciKepawog
(pó^av époia’ étápoiai KaKqv páXev, ooSé tig étZq
270 peivai évavtípiov • rcepi yáp KaKa rcávto0ev eatq.
év0’ qpé©v rcoXXoóg pév árcémavov ó^éi /ccXk¿o,
toóg 8’ ávayov £©oóg, G(píaiv épyá^eaOai ávayicq.
aótáp époi Zeóg awo^ évi tppeaiv ©Se vóqpa
rcoíqo’* — ©g ócpeXov 0avéeiv Kai rcótpov érciarcéív
275 avww év Aiyórctqr étr yáp vó pe rcqp’ órcéSeKto • —
avriK’ arcó Kpatóg Koveqv eÓtdktov eOrjKa
Kai aáKog ©poüv, Sopo 8’ eKpaXov eKtoae /eipóg-
aótáp éy© paaiXqog évavtíov qAo0ov trcrc©v
Kai KÓoayoóva0’ éX©v • ó 8’ epóoato Kaí p’ éXéqaev,
28o ég 8í<ppov 8é p’ éaag ayev otKaSe SaKpo %éovta.
q pév poi pala rcoXAoi ércrfiaoov peXíqoiv,
iépevoi Kteivai- Sq yap Ke/oÁcoato Xíqv •
áXX’ arcó Ketvog epoKE, Axóg 8’ ©rcí^eto pqviv
^eivíoo, og te paliara vepeaaátai KaKa épya.
285 ev0a pév erctáeteg pévov aótóOi, rcollá 8 ’ áyeipa
Xpqpat’ áv’ Aryorctíoog ávSpag- SíSoaav yáp árcavteg
áXA’ oxe 8q óySoóv poi ércirclópevov étog ql0e,
Sq tote Ooivág qXOev ávqp árcatrjlia eí8©g,
tp©Ktqg, og Sq rcollá kók’ áv0p©rcoog éeópyei •
29o Óg p’ áye rcaprcerci0©v qoi (ppeoív, ó<pp’ iKÓpeoOa
<&oivÍKqv, o0i too ye Sópoi Kai Ktqpat ’ ekeito.
ev0a rcap ’ peiva teleacpópov eíg éviaotóv.
áll’ÓTE Sq pqvég te Kai qpépai é^eteleovto
ay rcepiteilopévoo eteog Kai ércqlo0ov ©pai,
a» ég Atfi&qv p’ érci vqóg ecpécroato rcovtorcópoio,
VeóSeaPooleóaag, 'iva oi <ri>v cpóptov áyoipi,

239
ODISEA XIV

llegaron, y la llanura toda llenóse de peones y carros,


y del fulgor del bronce. Allí Zeus, que se goza en el rayo,
una mala fuga infundió en mis amigos, y nadie atrevióse
a quedarse de frente: doquier circundaron los males. 270
Allí, de nosotros, a muchos mataron con bronce cortante,
y llevaban a otros, vivos, a trabajar para ellos, a fuerza.
Mas a mí, el mismo Zeus, un pensamiento en la mente
me puso así —¡ojalá hubiera muerto yo, y hallado mi suerte
allí mismo en Egipto, pues más desgracias aún me esperaban!—:
al punto quité de mi testa mi yelmo bien trabajado, 276
y de mi hombro, el escudo, y solté de mi mano mi pica;
y yo fui al encuentro del carro del rey, y las rodillas
de éste, asiendo, besé, y él me protegió y me tuvo piedad,
y, tras sentarme en su carro, me llevaba llorando a su casa. 280
Ciertamente acometían muy muchos con astas de fresno
deseando matarme —pues ya muy airados se hallaban—;
mas aquél los ahuyentaba, y temía la ira de Zeus
hospital, quien máximamente se indigna por malas acciones.
Entonces, allí estuve siete años, y muchas riquezas 285
reuní entre los hombres egipcios, pues todos me daban.
Mas cuando ya, deslizándose, el año octavo me vino,
llegó entonces un hombre fenicio instruido en patrañas,
un truhán, que ya muchos males había hecho a los hombres;
persuadiendo él con su astucia, me sacó, hasta que llegamos 290
a Fenicia, en donde se hallaban su casa y sus posesiones.
Entonces permanecí con él hasta el cabo del año.
Mas cuando ya se cumplían los meses y días,
al volverse el año de nuevo, y las estaciones vinieron,
me embarcó hacia Libia en su nave que cruza los mares, 295
cavilando mentiras, a que con él yo una carga llevara;

239
HOMERO
Kei6x Sé g’ jcepáoeie k«í aanexov ¿vov 5.o,-o
xq> éni vnóS, ótógevó, jeep, avá^.
no e0eev Pop£fl ávégo áKpaéí KaZó
300 /ZOT ■ Z£Íí »é <Wiax gñSex’ oMpov.
““ ote 5g KpgTTjv gev éÁeíjiogev, oóSé ti? aMn
9arveTo yaiáojv, áXk’ oopavíx; V,8fe OáXaoaa,
Sitóte Kuavériv VEtpéXriv egttioe Kpovícov
vrióg wi£p yAxxqrupfig, RX^ae Se kóvtoc; írc’ aírrí^.
305 Z£Í)g S’ ápi)Si<; ppóvTTiae Kai eppaZe vní KEpaDvóv •
n 6’ eXeXíxGti rcáaa Aióg 7tXr|y£Íc>a Kepaw¿p,
£V Se 0EEÍOD 7lXf|TO ’ TCEOOV S’ £K vr|óc; a7cavT£<;.
OI Se Kopóvpoiv í'keÁoi K£pi vrja péXaivav
KÚpaaiv £|±(p0p£0VT0,0£Ó<; S’ árcoaívmo vóotov.
310 arnáp Ejioí Zeíx; avró;, exovtí 7i£p áZyEa Oojió,
igtov ápaipaKETov vtjó^ Kuavorcpíppoio
£V /EÍpEOOlV E0TJKEV, 07C(0^ ETl 7rf||Lia (pÓyOlgl.
TG) pa 7t£pl7tÁ,£X0£Í<; (p£pÓf±T|V ÓA,OOÍo’ ávÉpOlOlV.
évvfjpap (p£póp,T|v, Sekótp Se p,£ vdkti peÁaívp
315 yaífl 0£G7ipcoTCov 7céXao£v jLtéya KÍ>pa kdXívSov.
Ev0a |±e 0£G7ipcoTcov paoiX-Eix; EKojiíoaaTo OeíScov
'qpox; árcpiáTnv • too yáp (píZoc; inóc; ekeABcov
aí'0pco Kai KajidtTG) SeSpTipévov nyev ég oikov,
XEipóg ávaoTTjoat;, o<pp’ íketo SópaTa 7iaTpó<;-
320 ápxpi Se pe %Á.aíváv te yiTCOvá te EÍpaTa eooev.
ev0’ ’OSoofio^ éyó rcuOopriv • KEivog yáp étpaoKE
^eivíoai t^Se (piXrjaai íóvt ’ é<; 7caTpíSa yaíav,
Kai poi KTripaT’ eSei^ev, oaa ^uvayeípaT’ ’OSuggeik;
%aÁKÓV TE XpUOÓV TE 7CoXÍ)Kpr|TÓV TE GlSr|pOV.
325 Kaí VT> KEV £(; 5£KáTT|V y£V£T|V ETEpÓV y’ ETl PÓGKOI •
waaa oí év pEyápoi^ keijitiXkx keíto avaKTO^.

240
ODISEA XIV

lo cierto, a que allá me vendiera e inmenso precio tomara.


Aunque lo sospechaba yo, lo seguía en la nave, a la fuerza.
Ésta corría con viento bóreas vehemente, hermoso, a la altura
de Creta, a medio mar; y Zeus decidía la ruina para ellos. 300
Mas cuando ya dejábamos Creta, y otra ninguna
de las tierras era visible, mas solos el cielo y el mar,
entonces, obscura, encumbró el Cronión una nube
sobre la cóncava nave; el mar por ella quedó tenebroso.
Zeus, a un tiempo, tronó y un rayo arrojó en nuestra nave; 305
ésta, por el rayo de Zeus golpeada, volcóse del todo,
se llenó de humo sulfúreo, y de la nave todos cayeron.
Ellos, en torno a la negra nave, como unas cornejas,
en las olas eran llevados, y un dios sustraía su retorno.
Mas el mismo Zeus a mí, aun teniendo dolores en mi alma, 310
de la nave de proa cerúlea un mástil ingente
en las manos me puso, para que aún la desgracia evitara.
Abrazado a él, fui llevado por vientos fatales.
Nueve días fui llevado, y en la negra noche, en el décimo,
una gran ola rodante me acercó a la tierra tesprota. 315
Allí, me acogió el héroe Fidón, el rey de Tesprotia,
gratuitamente, porque acercándose su hijo querido,
me llevaba, por la escarcha y fatiga rendido, a su casa,
tras alzarme del brazo, hasta que llegó de su padre al palacio;
y me vistió vestidos, el manto y la túnica. 320
Allí yo oí de Odiseo; en efecto, aquél afirmaba
que lo había hospedado y honrado cuando iba a su tierra paterna,
y me mostró las riquezas que había reunido Odiseo,
bronce y oro y fierro, arduamente forjado.
Aun a otro alimentaría, y hasta su décima generación: 325
en tal cantidad, en las salas del rey los tesoros se hallaban.

240
HOMERO

tóv S’ é<; AoSwvnv <páTO prigevai, ó<ppa Geoío


ex ópuo? WikÓuoio Aió? (30-u^v éwxKoúaai,
OftTCGK, VOOTTJOei’ ’I0aKri<; Kiova Sfjgov,
0 8t|v anecov, i} ápcpaSóv t¡e KpixpT|Sóv.
&goae Se rcpóq ép’ abxóv, <xrcoa7tevS(üv évi oíkg),
v^a Kaxeipbo0ai Kai é7tapxéa<; éppEv éxaípoD^,
oí 8x| piv népvoDai cpíA^v é<; rcaxpíSa yaiav.
áXA,’ épé Ttpiv árcércepye- xbxnoE yáp épxopévii vtiík;

>35 ávSpcbv 0£G7tpCÜX(ÜV é$ AoiAÍ/lOV KoXÍ)7LDpOV.


ev0’ o yé g’ rivóyei rcepyai (3aoiÁrp ’AKcxaxcp
évSoKéax;- xoiaiv Sé KaKT| (ppeaiv nvSave (3odVi
ápcp’ époí, O(pp’ éxi rcá'YX'ü Svqc; éiti Trqpa yEvoípriv.
áXX,’ oxe yaírig rcoXXóv árcETtAxo 7tovxo7tópo<; vr|í><;,
34o abxÍKa SobAiov npap époi TtEpiprixavócovxo.
EK gév g£ xXxxíváv XE /ITCOvá XE Eipax’ EÓDGaV,
ápcpi Se g£ paKoq áAAo KaKÓv páAov T)Sé /recova,
pcoyaAéa, xá Kai abxó<; ev ócpOaApoíaiv opriai.
EGKEpioi 8’ ’lOáKqg euSeieAoi) £py’ ácpÍKovxo.
345 ev0’ épé pév KaxéSnaav ébaoéÁpcp évi vrfí
otcAco ébaxpEcpéi gxepecoí;, abxoi 8’ árcopávxEc;
EoanpEVOg 7capá 0íva 0aAáaar|<; Sópuov éÁovxo.
abxáp époi ÓEopov pév ávéyvagyav 0eoí abxoi
prpSícog- KEcpaXp Sé Kaxá paKog ág<piKaAúya<;,
350 ^eaxóv écpóÁxaiov Kaxa|3á<; £7e£Áaoaa OaAáoop
ox^og, EKEixa 8é/£poi SiTjpeaa ápcpoxepriai
vn%ópev°<;, páAa 8’ anca 0bpri0’ £a áp<pi<; ekeivcov.
ev0’ ávapác;, o0i xe Spío<; í¡v rcoXoavOéog bAng,
KEÍpnv TC£7ixncó<;. oi Sé peyáAa axevá%ovxe<;
355 cpoíxcov • áAA’ ob yáp ocpiv écpaívexo KepSiov eivai
paíeaOai rcpoxépco, xoi pév rcáAiv aw; épaivov

241
ODISEA XIV

Mas decía que él había ido a Dodona, a escuchar el designio


de Zeus, desde la encina del dios, altamente frondosa:
cómo podría retornar a su fértil pueblo itacense,
—ya mucho tiempo distante—, si de frente o a ocultas. 330
Y él juró ante mí mismo, libando en su casa,
que una nave había sido botada, y listos estaban los hombres
que lo conducirían ya, a la tierra patria querida.
Mas me despidió antes, pues salió casualmente una nave
de hombres tesprotos con rumbo a Duliquio, fértil en trigo. 335
Él ordenó que hacia allá, al rey Acasto, me condujeran
prestos; mas les plugo en mente, sobre mí, un consejo maligno,
por que ya del todo cayera en la desgracia de la miseria.
Cuando alejóse mucho de tierra la nave que cruza los mares,
inmediatamente, el día de mi esclavitud maquinaban. 340
Me quitaron mis vestidos, el manto y la túnica,
me echaron en torno otro harapo, malo y, también, otra túnica,
unos trapos rotos, que ante tus ojos tú mismo contemplas.
Por la tarde, a los campos de ftaca, que es muy visible, llegaron.
Entonces, me lazaron en la nave de buenas cubiertas, 345
fuertemente, con un cable bien torcido, y desembarcando
ellos mismos, presto, en la playa del mar tomaron su cena.
Pero los dioses mismos a mí me soltaron el lazo,
fácil, y, mi harapo envolviendo bien alredor a mi testa,
por el pulido timón descendiendo, al mar acerqué 350
mi pecho; en .seguida, con ambas manos remé por el mar
nadando, y muy rápido estaba yo afuera, alejado de aquéllos.
Tras subir ahí —y allí había una selva de fronda florida—,
yacía yo tirado. Y ellos, intensamente gimiendo,
iban y venían; mas, pues no les parecía ser muy provechoso 355
buscar más, ellos de nuevo, de vuelta marchaban

241
homero

pJiSíX pT*5’ &<PW«v 0eoi «íxoi


SnT ’ ?W0^ éróX“TO“v «yovxeq
- Xvr^ ■gxi váp ví p°i aí°“ »•

«& TaPeiP°PeVOÍ "P00^, Eígate OT0<oxa


“ „e ^eiV(OV’* P°l HáXa0ogóv opivaq
X“^X“ eKaoTa ^éymv, oca Si, rcá0eq gS’ oo’ áXíiGnc
, , x« y’ oí Kaxá KÓagov, óíogai, oí8é ge rceíaevq
eutcov ag<p ’ ’OSüoñí. xí oe xpg xoiov éóvxa
365 gayi8ícoq yeí 8eo0ai; éym 8 ’ éí 0Í8a xai ai xóq
vóoxov égoío ávaKxoq, o x ’ g/Oexo naoi Oeoioi
rcayxo gctX , oxxi giv ou xi perca Tptoeooi Sápaooav
r,e (píXrnv év xepoív, ércei rcóZegov xoXírceoae.
[tío kév oí xíp0ov gév ércoígoav riavaxatoí,
37o f|SéKeKal4)Kai6lgé'yaKXéoí;'npaT’Ó7tíaa(D.]
ví>v 8é giv áKÁeiax; "Aprcoiai ávrip£\jzavTo.
awáp ey<» rcap ’ veaaiv árcóxporcog • oúSe rcóXivSe
ep%O|iai, ei }iT| rcoó ti rcEpícppcov rTqvEXórcEia
eáBejiev ÓTpiSvpaiv, ot’ áyyEXíri rcoGév eÁ0p.
375 áAX’ ol |X£V xa Exaaxa rcapr|fi£voi é^Epéovoiv,
T|p,£v oí a%vwxai Sr|v oí%op,£voio ávaKxoq,
r|S’ oí xaípoooiv píoxov vrircoivov e8ovx£g-
áWl’ égoi oí ipíÁov éoxi gexaAAgoat Kai épéoOat,
é£, oí St| g’ AixtoÁoq ávilp é^grcatpe gí0<¡>,
aso oq p’ av8pa Kxeívaq rcoXXgv érct yaíav aXgOeiq
TÍÁx>© ’ égov jtpbq oxaOgóv • éyw 8é giv áptpayárca^ov.
(pg 8é gtv év Kpgxeootrcap’ ’lSogevgtiSécOai
vñaq áKeiógevov, rcáq oi ^uvéa^av áeÁÁar
Kai <páx ’ éXeíaeo0at g éq Oépoq ií éq órcápgv,
385 rcoUa xpggax ’ áyovxa, oív ávxiOéoio ’ éxápotot.
koí oí, yépov rcoXwtevOéq, érceí aé goi «t Saigmv,

242
ODISEA XIV

a la cóncava nave; y los dioses mismos a mí me ocultaron


fácilmente, y guiándome, me acercaron hasta el establo
de un hombre sensato: quizás aún es mi destino el vivir”.
Y respondiendo, porquerizo Eumeo, tú le dijiste: 3«
“Ah, infeliz extranjero, sin duda, el alma me conmoviste
al narrar con detalle lo que ya has sufrido y vagado.
Mas eso, tu hablar de Odiseo, pienso, no fue cual se debe;
no me convencerás. ¿Por qué debes tú, como te encuentras,
mentir vanamente? Del retorno de mi amo, inclusive 365
yo mismo bien sé que él era odiado por todos los dioses,
del todo, porque ellos, entre los troyanos no lo mataron,
ni en los brazos de amigos, tras haber realizado la guerra.
Así, todos los aqueos le habrían erigido una tumba
y, después, a su hijo gran fama le habría conseguido. 370
Mas hoy, las Harpías lo arrebataron sin gloria.
Y yo, con los cerdos vivo alejado; ni a la ciudad
voy, a no ser que acaso la muy prudente Penélope
me pida ir, cuando llega de cualquier parte alguna noticia.
Y, junto al nuncio sentados, ellos preguntan todas las cosas, 375
los que están tristes por su amo, ausente hace mucho,
y los que gozan impunes comiendo sus víveres;
mas a mí no me es grato indagar y hacer mis preguntas,
ya desde cuando me embaucó con un cuento un etolo
que, matando a un hombre, y por la vasta tierra vagando, 380
llegó hasta mi establo, y yo lo acogía con cuidado.
Decía haberlo visto entre los cretenses, con Idomeneo,
reparando las naves que las tormentas le habían destrozado;
y decía que él habría de venir en verano u otoño,
trayendo muchas riquezas, con sus amigos, pares a dioses. 385
También tú, deplorable anciano, al guiarte algún dios hasta mí,

242
HOMERO

irr^ce tí poi hísúSeogi %apí£eo pr|X£ ti 0eZye •


oi) yap tovvek’ éy© a’ aíSéaaopai oí)8é cpiZpa©,
áZZa Aía ^éviov SEÍaag amóv t’ éZeaípcov ».
'90 tóv 8’ a7iap£ipópevog Kpooécpri rcoZvpr|Tig ’OSvooeijg
« n páZa TÍg toi Ovpóg évi ottjQeooiv árciaxog,
oióv a’ ov8’ ópóaag 7t£p ércriyayov ov8é ge keí0©.

<xÁÁ’ ayE vvv prjxpTiv rcoiT|aóp£0’- avxáp Ó7cio0ev


pápxvpoi ápcpoxépoiai 0eoí, toi ’'OZvp7rov e/ovoiv.
395 el pév kev voott|oti áva^ x£Óg ég tó8e 8©pa,
Eaaag pe xkaiváv te /recova te Eipaxa 7eép\|/ai
AovZí/ióv8’ iévai, Ó0i poi cpíZov ettZeto Ovpcp-
Ei 8é ke pi eZ0paiv áva^ XEÓg ©g áyopEv©,
8p©ag EKiaaEÓag paZÉEiv peyáZpg Kaxá uexpug,
400 Ócppa Kaí áZZog rcx©/óg áZevEiai T|K£po7iev£iv ».
tov 8’ ájiapEiPópevog rcpoaEcpcóvEE 8iog vcpoppóg •
« ^EÍV OVX© yáp KEV pOl EÜkXeÍITI T ’ ápETTl TE
eíti ek’ áv0p©rcovg, apa x’ avxÍKa Kaí p£T£7E£ixa,
og o’ éfteí ég kZigítjv áyayov Kaí ^EÍvia 8©Ka,
405 avxig 8é KTEÍvaipi cpíZov x’ ano 0vpóv éZoípnv •
Kpócpp©v kev 8q Eiceixa Aía Kpoví©va Zrcoípriv.
vvv 8’ ©pn Sóprcoio* xá/iaxá poi évóov éxaípoi
eÍev, ív’ év kZioítj Zapóv X£XVKOip£0a Sóprcov ».
©g oí pév xoiavxa itpóg áZZriZovg áyópevov,
4io áy/ípoZov 8é aveg te Kai ávépeg r)Z0ov vcpoppoi.
xág pév apa ép^av Kaxá v0ea KOipn0rjvai,
KZayyrj 8’ áaixexog copio aveov avZi^opevácov.
avxáp ó oía’ éxápotoiv ekekZeto 8iog vcpoppóg-
« á^E0’ vcov xóv ápiaxov, iva ^eíveo íepevoco
415 TqZeSaTCCp • rcpóg 8 ’ avxoi óvr|aóp£0 oí ft£p ót£vv
8pv e/opev jiáa/ovxeg vcov evek’ ápyioSóvxcov •

243
ODISEA XIV

no de algún modo busques ser grato con farsas, ni fascinarme:


no habré de honrarte ni habré de hospedarte por ello,
sino porque temo a Zeus hospital, y me apiado de ti”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo: 39
“En verdad, en el pecho, muy incrédulo un ánimo tienes:
cómo, ni siquiera jurando te he ganado, ni te convenzo.
Mas anda, ahora hagamos un pacto, y después
sean testigos para ambos los dioses que poseen el Olimpo.
Si aquí, a la casa, tu amo retorna, 395
tras vestirme vestidos, el manto y la túnica, envíame
a que vaya a Duliquio, adonde me plugo en el ánimo;
y si tu amo no viene cual yo te lo digo,
incitando a tus siervos, de una enorme roca despéñame,
por que también algún otro mendigo evite engañarte”. 400
Y respondiéndole, decía el noble porquero:
“Extranjero, en tal caso, sin duda, buena fama y virtud
tendría entre los hombres, hoy mismo e incluso después,
si yo, quien te llevó a su tienda y te dio dones del huésped,
te matara después, y te quitara la vida querida; 405
con buen corazón entonces oraría ante Zeus el Cronión.
Mas ya es hora de la cena; ojalá muy pronto estén en la casa
los míos, por que en la tienda una cena exquisita aprestemos .
De ese modo, éstos, entre sí, tales cosas hablaban,
y llegaron cerca las puercas y los hombres porqueros. 410
Las encerraron a dormir en sus habituales cubiles,
y un gruñido inmenso se alzó de las puercas entrando al establo.
Mas el noble porquero ordenó a sus amigos:
“Traed el mejor cerdo, a que lo inmole para el extranjero
de tierras lejanas; y aprovecharemos nosotros que ha mucho
nos fatigamos, sufriendo, por los cerdos de cándidos dientes;

243
Homero
MéTTV K(Wtov vfaotvov e8onoiv »
•i 8’¿XTV11aaVéaae '

420 TÓV
A gmn°aV é*’ éO^ -0^
“P> a0av,awv •<ppeo'1 W tózpn< áyaOfjoiv •
o Y «napxo^KecpaXñ^píxasév^p't'péUev
apyioSovxo^ kcci erceñxexo itaai Oeoíot
voaxfioai OSuaria jcoXíxppova ov8e 8ógov8e.
KÓye 8’ ávaaXógevo<; aZí^ 8pnó<;, Tjv XÍke keíwv •
tov 8’ eXiice yuxí|. xoí 8’ eatpo^áv te Kaí enaav,
aiya Sé giv 8iéxenav• ó 8’ <ógo0exeíxo anflráTri^,
Ttávxcov ápxójievog jxeÁécov, éc, rcíova Srilióv.
Kal xa pev ev 7ropl (3áXXe, rcaAx)va<; aÁ/prcon aKxp,
pxa-rüXXóv x’ apa xáXÁa Kal áptp’ ópeXoíaiv erceipov
GMtTqaáv xe 7iepuppa§£(0<; épóaavxó xe 7iávxa,
PáZÁov 5’ eiv eXeoiaiv áoXXéa. áv Se crupÓTrig
toxaxo Saixpeúaarv • rcepl yap (ppealv aíaipa pSr|.
Kal xá jiév ercxaxa rcávxa Siepgoipaxo Sa'í^cov •
xt|v |iev íav Níp(pTiai Kal 'Epprj, MaiáSoc; mi,
0f|K£V £7t£i)¿;á}i£voí;, xág 5’ aXkac, veipev £Káax<o-
vóxoiaiv 5’ ’OS'oana SinveKeeaai yepaipev
ápyió5ovxo<; íóg, KÓSaive Sé Oupóv avaKXo<;.
Kaí giv «pwvTÍow;rcpoaé<pr| jtoMgnxis OSvggzuc-
, « at0 ’ onxax;, Engate, (píXo? Atí rca-rpi yevoto
me élíoL oxxt ge xoíov éóvx ’ áyaOoíat yepaipet? »•
tov 8’ cntageipógevog JtpoaéipiK- Engate an^on
« eaOte, Satgóvte ¡jeívrcv, x«í xépneoxotaSe
oía itápeaxt • 0eóí 8e xó gev 8waet, xo 8 eaaet,
5 K6v 2> 0ng<p éOéXfl ’ Sóvaxat yap >•
í pa, k«í ápygaxa 0ñae 0eoto’ atetyevexxg»,

244
ODISEA XIV

mas otros, nuestro trabajo, impunes se comen”.


Así habiendo hablado, rajó leña con bronce inclemente;
y aquéllos trajeron, de cinco años un cerdo muy gordo.
A éste, luego, junto al fogón lo pusieron, y el porquerizo 420
no olvidaba a los inmortales, pues ánimo noble tenía;
mas, cortando unos pelos de la testa del cerdo de cándidos
dientes, los echaba en el fuego, y a todos los dioses oraba
que el muy prudente Odiseo retornara a su casa. Y golpeó,
tras erguirse, con un leño de encina que no había rajado;
la vida dejó al cerdo. Y lo degollaron y lo chamuscaron,
y presto lo destazaron; y carnes crudas ponía el porquero
en pingüe gordura, empezando con todos los miembros.
Y las echaba al fuego, con harina de cebada rociándolas,
y partían el resto en trozos, y espetaban en los asadores, 450
y asaron cautelosamente, y todo lo desensartaron
y lo ponían, en montón, en las mesas. Y el porquerizo
se paró a distribuir: mucho en su mente sabía de mesura.
Y, cortando la carne, repartía toda en siete porciones:
una porción a las Ninfas y a Hermes, el hijo de Maya, 435
colocó, habiendo orado, y él asignó a cada uno las otras;
honraba a Odiseo con las piezas continuas del lomo
del cerdo de cándidos dientes, y al alma del rey alegraba.
Y alzando la voz, le dijo el ingenioso Odiseo:
Eumeo, ojalá que al padre Zeus le resultes tan caro 440
como a mí, pues me honras con buenas piezas, así cual estoy”.
Y respondiendo, porquerizo Eumeo, tú le dijiste:
Come, demonio extranjero, y disfruta con esto que aquí
hay; el dios dará alguna cosa, y otra, él habrá de negarnos,
lo que en su ánimo quiera, pues todo lo puede”. 445
Habló, y a los sempiternos dioses quemó las primicias;

244
HOMERO

arceiaaq 6 aiOorca oívov ’OSoooqi KxoXuiópOcp


ev xsipeaaiv £0t|kev• ó 8’ e^exo q rcapá goípq.
aiTov 8é aqnv eveijxe MeaaóXiog, óv pa aopóxqg
450 ainog Kxqaaxo oiog áftoixopévoio ávaKxog,
vóoqnv SeoKoívTig Kai Aaépxao yépovxog •
rcáp 6’ apa piv Ta<pícov Tipiaxo kxeóxegoiv éoioiv.
ox 8’ £7c’ óv£Ía0’ Exoijxa 7cpoK£Íg£va xeípa<; iaZAov.
abxáp ekeí rcóaiog Kai e8t|xóo<; e£ £pov evxo,
455 oixov |i£v aqnv ókpeíAe M£oabAio<;, oi 8’ ércl koíxov,
CITO!) Kai KpElCÜV K£KOpT||lévOl, EOOEOOVXO.
vb§ 8’ áp’ £7ttjA,0£ KaKTj GKOTopTivicx;- oe 8’ apa Zeoc;
7távv'uxo<;, aínáp áq ^éqrupog p,éya<; ai£v EípoSpoc;.
Toíg 8’ ’OSogeix; ^lexeeitte, oo|3g>x£<d KEipqxí^cov,
46o eí 7tG)g ol ekSíx; x^-aivav uópoi q xiv ’ Éxaípcov
áXXoV EJlOXpOVElEV, ETCEÍ £0 KqSEXO ÁíqV'

« kekXo0i vbv, EbpaiE Kai áAAoi 7távx£<; Exaipoi,


£o£,á|±£vó<; ti etto<; Epéco- oívo<; yáp ávóyei,
qÁ,£Ó<;, o<; t’ £íp£T|K£ TCoÁbcppová 7i£p |iáA’ áeiaai
465 Kai 0’ áicaAov yEÁáoai Kai t ’ ópxnaaoOai ávqKE,
Kai ti ETcog KpoérjKEv, o K£p t’ áppqxov ápeivov.
ÓtAA’ ETCEÍ OOV TÓ TCpCÜTOV aVEKpayOV, OOK £7llK£'üGC0.
£Í0’ coc, qfkóoipi píq te jioi epieSog síq,
cog o0’ orco Tpoíqv Aóyov qyopev apTovavx£<;.
470 qy£ÍG0qv 8’ ’OSooeóg te Kai ’Axp£'i8q<; MevéXao^,
Toiai 8’ apa xpíxo^qpxov éyóv • abxoi yáp ávcoyov.
áXX’ ote 8q p’ ÍKÓpeo0a rcori tixoÁav amo te teí%o<;,
q|xei<; p>ev nepi áow Kaxá pcoTrq’ia rcoKva,
áv SóvaKac, Kai éAog, ojio xeóyeoi uEKxqwxeg^
475 Kei|i£0a, vb£ 8’ áp’ £7tqA0£ Kaxq popéao kegóvto<;,
irqyoAi^- abxáp O7iep0e yicov yevex’ qoxs rca%vq,

245
ODISEA XIV

tras libar, a Odiseo, destructor de ciudades, vino esplendente


en las manos le puso. Este, ante su porción estaba sentado.
El pan repartióles Mesaulio, al cual el porquero
mismo, solo, cuando el amo ausente se hallaba, adquirió 450
lejos de la reina y del anciano Laertes;
lo compró con sus propios bienes, de unos hombres de Tafos.
Y echaban mano a las ricas viandas que estaban delante.
Luego, cuando el deseo de bebida y comida expulsaron,
Mesaulio les retiró el pan, y a sus camas aquéllos 455
se apresuraban, saciados de pan y de carnes.
Vino la noche, mala y sin luna, pues toda la noche
llovía Zeus, y soplaba un céfiro fuerte, acuífero siempre.
Y entre ellos habló Odiseo, probando al porquero,
si, quitándose el manto, se lo daría, o eso él pediría 4óo

a otro de sus compañeros, pues mucho de él se ocupaba:


Escucha ahora, Eumeo, y todos vosotros, sus compañeros,
deseoso diré unas palabras: el vino me ordena,
el tonto, que incluso al asaz muy prudente impulsa a cantar
y a reír sin empacho, y también lo levanta a danzar, 465
y también suelta una palabra que, omisa, mejor estaría.
Mas, pues ya empecé a parlar, nada voy a encubriros.
Ojalá fuera joven así, y firmes tuviera mis fuerzas,
como cuando aparejamos y llevamos a Troya el acecho.
Odiseo y Menelao, el hijo de Atreo, iban al frente, 470
y con éstos yo comandaba, el tercero: ellos eso ordenaban.
Mas cuando ya llegamos a la ciudad y al muro escarpado,
nosotros, en torno al poblado, entre espesos abrojos,
en el cañaveral y el pantano, encogidos bajo las armas
yacíamos, y vino la noche, mala y glacial, pues el bóreas 475
caía, y desde lo alto la nieve bajó cual escarcha,

245
HOMERO

Kai aaKEEooi TiEpiTpétpETo KpBGTaXXo<;.


evtJ aXXoi návxeg xXaíva^ exov ti8e xixwvag,
ei)6ov 8’ ei$KnXoi, gókegiv eíXupévoi ©poBg-
48o aáxáp éy© xAxxivav pév i©v exápoioiv eXeitcov
a<ppa8e©g, etiei obk £<pápr|v piyoaéjxev Epirric;,
áXK’ ETCÓprjv o(xko<; oíov excov Kai £©pa (paeivóv.
áXV ote xpíxa vbktoc; eiyv, pexá 8’ áaxpa PePtikei,
Kai tot’ éy©v ’OSpaqa rcpoarii>8©v £yyu<; éóvxa
485 áyK©vi vá^ag • ó 8 ’ áp ’ éppa7i£©g BrcáKOBGE •
< Sioyeveg AaepxwcSri, 7ioÁBpnxotv ’ ’OSbggeb,
ov toi eti £©oioi pETEaaopai, áXXá g£ xeipa
Sápvaxai- ob yáp ex© x^-áivav • 7capá p’ iptaípE 8aíp©v
oioxvccov’ íp£vav vbv 8’ obketi qjDKxá TtéXovTai >.
490 ©g £(pápT|V, Ó 8’ EJtElTa VOOV GX£0£ TÓv8’ EVI 0Bp®,
oiog KEÍvog erjv Pobáebepev tjSe páxea0av
(p0£y^áp£vog 8’ óXíyp órcí p£ Tcpóg pB0ov eeike-
< oíya vbv, pr| xig geb ’Axai©v áXÁoc; ¿KoiSap >.
T], Kai £7i ’ áyK©vo<; KEtpaXnv gx£0ev eítie te pB0ov •
495 < kXÍ>T£, (píXoi- 0£ÍÓ<; poi EVB71V10V ^X0£V OVElpOg.
X(t|v yáp vr¡©v EKág iíX0op£v • áXXá tic; eiti
eítteív ’AxpEÍSp ’Ayapépvovi, 7ioip£vi Áacov,
Ei TiXéovag rcapá vaBípiv etcotpbveie v££G0ai >.
©<; Etpax’, ©pxo 8’ £7C£iTa 0óa<;, ’AvSpaípovog nió<;,
500 Kap7iaXíp©g, a7ió 8é x^aivav páÁE (poiviKÓeaaav,
Pfi 8e 0££iv É7CÍ vfiag- éy© 8’ évi EipaTi keívob
KEÍpryv áa7caaí©g, <pa£ Se xp'oo»ó0povo<; ’H©<;.
&c, vbv npóoipi pin TE poi £P71e8o<; £ÍT| •
SoÍTJ KEV Tl<; %haxvav évi GTOC0poÍGl GB(pOpP©V,
505 áp<pÓT£pov, (piXÓTnTi Kai aiSói (pcoróg éno<; •
VBV 8e p’ áTipá^OBGi KttKá xpoi Eipax’ EXOVTa ».

246
ODISEA XIV

gélida, y en los escudos, doquier coagulábase el hielo.


Allí, tenían todos los otros sus mantos y túnicas,
y quietos dormían, con los escudos cubiertos, sus hombros;
mas yo, al partir, a mis compañeros mi manto dejaba 48o
por tonto, pues, con todo, no pensé que tendría mucho frío,
sino que me fui sólo con mi escudo y mi espléndida cota.
Mas cuando era el tercio final de la noche y bajaban los astros,
entonces yo, a Odiseo, que cerca se hallaba, le dije
tras golpear con el codo, y él me atendió de inmediato: 485
‘Divino Laertíada, habilidoso Odiseo, te diré:
entre los vivos ya no voy a estar, sino que me mata
la tempestad, pues no tengo manto; algún dios me sedujo
a venirme tan sólo con túnica: ahora, ya no hay escape’.
Así dije, y él, luego tuvo este proyecto en el ánimo 490
—él era bueno en cuestión de planear y librar un combate—;
y hablando en voz baja, estas palabras me dijo:
‘Calla ahora, no sea que de los aqueos, algún otro te escuche’.
Habló, y apoyó su cabeza en su codo y dijo estas palabras:
Oíd, amigos: al dormir, de los dioses un sueño me vino. 495
Nos alejamos asaz de las naves; ojalá alguien marchara
a decirle al Atrida Agamenón, pastor de los pueblos,
por si puede ordenar que vengan más, de allá, de las naves’.
Así dijo, y luego Toante, hijo de Andremón, levantóse
rápidamente, y él se quitó su manto purpúreo, 500
y presto corrió hacia las naves; y yo en la ropa de aquél
yacía muy a gusto, y brilló Eos de trono dorado.
Ojalá hoy fuera joven así, y firmes tuviera mis fuerzas;
de los porqueros alguno, en el establo, daríame su manto,
por ambas razones: afecto y respeto a un hombre esforzado; 505
mas hoy me desprecian, pues tengo en mi cuerpo malos vestidos .

246
HOMERO

w 8’ árcapeipópevoc; 7rpoae<pn<;, Evpaie avp©ta-


« © yépov, aivo<; pév toi ápvp©v, ov KatéXe^a<;,
ov8é tí ft© rcapá poípav e7to<; vr|KepSe<; éeuceg-
5to t© ow’ eaOntog 8evr|aeai oíSte tev ócÁXod,
©v eteeoix’ Íkettjv taÁarceípiov ávtiáoavta,
wv • atáp t|©0ev ye tá aá paKea 8vo7caZí^ei<;.
ov yap rcoXXaí xXaívai ercripoipoí xe yvcoveg
ev0á8e evvva0ai, pía 8’ oíti (pcotí eKaot©.
515 (avtáp éjrnv eXGpaiv ’OSvoofiog (píXog víó<;,
Keivó<; ae xXaiváv te xit©vá te eipata eaaei,
rcepyei 8’, okíct) ae KpaSírj 0vpó<; te KeXevei».]
©£ euwbv ávópovae, tí0ei 8’ apa oi Kvpcx; eyyix;
evvTjv, év 8’ oi©v te Kaí aíycov 8éppat’ epaÁXev.
520 ev0’ ’OSvaeix; KatéXeKt’. ércí 8é x^aivav páXev ow
kvkvtjv Kaí geyáXtiv, i] oí KapaKeoKet ’ ápoipág
evvva0ai, ote tic; xeiU©v eKjcayXoc; opoito.
©5 o pev ev0’ ’OSvaev^ Koipnaato, toí 8é rcap’ avtóv
ávSpes; KOipf|oavto veqvíai. ovSé avP©tp
525 íívSavev avtóOi Koíto<;, v©v ano Koipn0Rvai’
áÁÁ’ o y’ ap’ 飩 i©v ÓTtXí^eto • xaíp£ $’ ’OSvaaevc;,
otti pá oí piótov 7iepiKT|8eto vóatpiv éóvto<;.
wpStov pev %úpo<; ó^v 7iepí atipapoíg paXet <bpoi<;,
ájjupí 8e xAxxívav ééaaat áÁe^ávepov páAa jrvKvriv,
m 8é váicqv eXet ’ atyóg évtpe<peo<; peyáXoio,
eBMoS’ aicovta, kvv©v áAxtnpa Kaí áv8p©v.
píj8’ ípevai keí©v, oBi Jiep aveg ápyióSovteg
, 1bwy&awp$ ev8ov, Popé© vrc’ i©yrv

247
ODISEA XIV

Y respondiendo, porquerizo Eumeo, tú le dijiste:


“Oh anciano, es intachable el relato que has referido,
y aún no has dicho impropia ni inútilmente ninguna palabra;
por eso, ni estarás falto de ropa ni de ninguna otra cosa 51
propia de un suplicante muy sufrido, cuando él nos encuentra,
hoy; mas al alba, habrás de agitar y batir tus harapos.
Pues no hay muchos mantos, ni túnicas para recambio
aquí, a fin de vestirse, mas sólo una tiene cada varón.
Pero cuando venga, de Odiseo el hijo querido, 51;
él habrá de vestirte vestidos, el manto y la túnica,
y te enviará adonde tu corazón y tu ánimo impulsan”.
Dicho esto, se levantó, y le ponía cerca del fuego
una cama y, sobre ésta, echaba cueros de ovejas y cabras.
Allí, Odiseo se acostó. Y Eumeo, un manto encima le puso, 520
tupido y grande que, de recambio, allí junto tenía,
para cubrirse, si alguna terrible tormenta se alzaba.
Así, Odiseo allí se acostó, y a su lado los jóvenes
se acostaron. Mas al porquero no le gustaba ir a la cama
allí mismo, el acostarse lejos él de los cerdos, 525
sino que se disponía a ir hacia afuera: Odiseo se alegraba
de que, hallándose lejos, aquél le cuidaba sus bienes.
Primero, se echó la aguda espada a sus hombros robustos,
luego, vistióse un manto muy tupido, reparo del viento,
y cogió el cuero de un cabro grande, asaz bien nutrido,
cogió un agudo dardo, protección contra hombres y per
y cogio perros
Presto se fue a acostar, do los puercos de cándidos dientes
dormían, bajo una cóncava roca, resguardo ante el bóreas.

247
15. OAYZZEIAZ O

'H 8’ ei<; EopBxopov AccKeSaígova riaXÁá^ ’A0f|vr|


’OSbcgtíoi; p£ya0BgoB tpaíSipov bíóv
vógtob i)rcopvT|aoBaa Kai ÓTpDvéoBca véeoGai.
e'bpe 8e TrjAépaxov Kai Néorapoc; áyÁaóv biov
5 ebSovt’ év rcpoSógíp MeveAÓob KBSaXípoio,
T) toi N£OTopí8r|v paXaK© SeSptipevov Brcvtp-
TqAépaxov 8’ obx i)rcvo<; exe yÁbkb<;, áAA’ évi 0b pw
VBKxa 8i’ ápPpoaÍTyv p£Á,£8T||iara rcaTpó<; éyEipEv.
áyxoi) 8’ iaxapévTi rcpoaéípri yXaBKcorci^ ’A0tjvti •
io « TnAfijiax’, obketi KaXá Sópcov arco ttíá’ áAáAriaai,
KTTi|±aT<x te rcpokircóv ávSpat; t’ ev aoiai Sópoiaiv
obt© BrcEpqnáÁOBc;- piq toi Kara rcávra <páy©ai
KTTipara SaaaágEvoi, ai) 8e TT(oaír|v óSóv EÁOrig.
áXA,’ ótpbve Taxiara poT)v áya0óv MevéÁaov
15 rcEprcépEV, o<pp’ eti oíkoi ápópova pr|TÉpa T£Tpri<;.
T]8r| yáp pa rcaTiqp te KaaíyvriToí te keZovtoci
EBpopáxcp yngaa0av ó yáp rcEpipáXÁEi árcavra<;
gvT|aTTipa<; Sópoiai Kai e^ghpeAAev EESva-
p.T| VB TI GEB (XEKíyil SÓpXQV EK KTT|pa (pépT|Tai.
2o oíaOa yáp olo<; 0o{ió<; évi GTnOeaai yBvaiKÓ<; •
keívob PoóÁETat oikov óípéAÁeiv, o<; kev órcBÍri,
rcaíScov 8é rcpoTÉpcov Kai KoopiSíoio cpíAoio
obketi pépvT|Tai te0vt|Óto^ obSe pETaXXa.
áXXá gb y’ éÁ0©v aoTÓg érciTpé\|/£ia<; EKaara,
25 Spcpácov ií tí<; toi ápíoTri cpaívErai eivai,
£l<; O KE TOI (pT|V(OOl 0£oi KBÓpTyv rcapáKomv.

248
Libro XV

Mas ella, Palas Atena, a la espaciosa Lacedemón


se había ido, a recordarle el retorno al hijo preclaro
del magnánimo Odiseo, y a incitarlo a partir.
Encontró aTelémaco y al hijo preclaro de Néstor
durmiendo en la antesala del gran Menelao: 5
al Nestórida, por el plácido sueño realmente rendido,
mas aTelémaco el dulce sueño no poseía; en el alma,
la inquietud por su padre teníalo en vela en la noche divina.
Y colocándose cerca, la ojiglauca Atena le dijo:
“Telémaco, ya no está bien que vagues mucho lejos de casa, 10
dejando tus bienes y, en tu casa, a unos varones
tan soberbios: no sea que ellos devoren tus bienes
todos, dividiéndolos, y un viaje infructuoso realices.
¡Ea! A Menelao, de grito potente, muy rápido apremia
a enviarte, que a tu intachable madre aún encuentres en casa. 15
Porque ahora, su padre y hermanos le piden casarse
con Eurímaco, el cual, en efecto, supera en regalos
a los pretendientes, a todos, y él aumentaba su dote;
no sea que a despecho tuyo, de la casa se lleve tus bienes.
Pues sabes cómo es el ánimo en el pecho de una mujer; 20
desea aumentar la casa de aquél, de quien la despose,
mas de sus hijos primeros, ella, y del caro marido
difunto, ya no hace memoria, ni de ellos pregunta.
Mas tu mismo, yendo, podrías confiar todas las cosas
a alguna de las siervas que te parezca ser la mejor, 25
hasta que a una ilustre mujer te muestren los dioses.

248
HOMERO

«AAo Sé toí ti ercog épé<o, ai) Se aóvOeo 0t>jig).


pv'qaT^pcov a’ érciTqSég ápiaTÍjeg Áo/ócoaiv
ev rcop0|iü> ’lOaKTig te Xápoió Te TtauiaAoeaarig
30 iépevoi KTeivai, rcplv rcaTpíSa yaíav iKéaOai.
áAAa tú y’ ook áíor nplv Kaí wa yaia KaGé^ei
ávSp&v pvT|aTT|pcov, oí toi ^íotov KaTéSooaiv.
áXAa EKÓcg v^acov ájcé/eiv eoepyéa ví)a,
vvktí S’ op©g itAeíeiv • uépvei T01 cwpov oiuaOev
35 áOaváT<ov og TÍg ae qjoAáaaei Te poeTaí Te.
amáp éTTrjv 7ipá)TT|v ócktt|v ’I0áKng átpíieriai,
vña pév éq rcóAiv ÓTpovai Kal Ttáviag eTaípoug,
amóg Sé TtpcánaTa aupórriv eíaatpiKeaOai,
og toi ómv éuíoopog, ópcog Sé toi ífaia oíSev.
4o evOa Sé v'Úkt’ áéaai’ tov S’ ÓTpovai rcóAiv e’íaco
áyyeXÍT|v épéovTa Tcepícppovi nriveAoneíp,
oí)V£Kfí oi o&c, éaai Kal ek ITúAov eíAriAooOag ».
T| pév áp* cog eücova’ aTcépri rcpóg paKpóv "OAuprcov,
aÓTap o NeaTopíSriv é^ fjSéog íSkvod éyeipe
45 Aá^ TcoSl Kivriaag, Kaí piv 7ipóg po0ov éeurev •
« éypeo, NeaTOpíSrj rietaíaTpaTe- pa>vo%ag ucrcoog
^eo^ov 09 ’ áppai’ áycov, ó<ppa Tcprjaacopev óSoío ».
tov S’ aS NeaTopíSqg ÜEiaíaTpaTog ávTÍov rví)Sa •
« Tt|Aépax’, oi) ucog éaw, étceiyopévoog uep óSoío,
5o vwcta Siá Svotpep'qv ¿Aáav * Ta%a S ’ eaaeTai nóg.
alia pév eíg o keSa>pa <pépcov EJriSuppia 0np
iípa>g ’ATpeíSiy^ SoopiKAeiTÓg MevéAaog,
mi poOoia’ áyavoim mpaoSriaag áiEorcépYfl.
too yáp te ^eivog pipvfiaKETai T^gaTa jiÓvtcc
55 ávSpóg ^eivoSókoo, og kev <ptAÓTT|Ta icapáaxp ».
©g «paz’, aoxÍKa Sé xpoaóüpovog ijAuOev ’Hóg.

249
ODISEAXV

Te diré otra palabra, y tú has de ponerla en el alma:


con empeño te acechan los óptimos de los pretendientes,
en el estrecho entre Ítaca y Samos, llena de escollos,
deseando matarte, antes que llegues a tierras paternas. 30
Mas eso, no lo creo; antes, cubrirá la tierra a unos cuantos
de los pretendientes, los cuales devoran tus víveres.
Pero tú, mantón lejos de esas islas tu nave bien hecha,
e igual navega de noche: atrás te enviará viento propicio
alguno de los inmortales que te cuida y protege. 35
Mas cuando a la primera playa de Itaca hayas llegado,
envía la nave a la ciudad, y a tus compañeros, a todos;
mas tú mismo, antes que nada, acude al porquero,
que es guardián de tus cerdos, e igualmente afectuoso contigo.
Allí, tú pasa la noche, y al porquero envía a la ciudad 40
a decir la noticia a la muy prudente Penélope,
de que te tiene salvo y has vuelto de Pilos”.
Ella, así habiendo dicho, marchó hacia el Olimpo elevado,
y él despertó de su dulce sueño al hijo de Néstor,
moviéndolo con el talón y el pie, y estas palabras le dijo: 45
“Despierta, Pisístrato, hijo de Néstor; los caballos solípedos
trae y unce so el carro, a fin que sigamos el viaje”.
A su vez, Pisístrato, hijo de Néstor, le dijo en respuesta:
Telémaco, nos es imposible, aun con premura del viaje,
conducir en la lóbrega noche: la aurora pronto vendrá. 50
Espera hasta que traiga y ponga en el carro los dones
el héroe Atrida, Menelao, renombrado lancero,
y a que, alentándonos, nos despida con suaves palabras.
Porque todos los días un huésped se acuerda
del hombre que, hospitalario, le ha regalado amistad”. 55
Así dijo, y al punto llegó Eos de trono dorado.

249
HOMERO

«TOM-oAov Sé otp’ í,X6e Poñv áyaeó; MeveXao?,


avaxag 'EÁévtis Wa kcóUikóhOIO.
xov ó cog oóv évÓTiaev ’OSoaariog <píXo<; x»lóg,
6o OTepxópevóg pa /nova rcepi xpoí oiyaÁÓEVTa
ftovev Kai péya <pápo<; érci GTipapoi; páW ópoig
BP<0<;, Pn Sé 0ópa^£, 7iapioTáp£vo<; Sé rcpocnyóSa
[TriXepaxog, (piXoc^ dio^ ’OSoaoí]o^ 0eíoio •]
« ATpeiSri M£V£Á,a£ SioTp£<pé<;, Ópxape Xaov,
65 tíSti vbv p’ árcórcEprce (píXrjv ég 7iaxpíSa yaiav •
TÍSri yáp poi 0npó<; ééXSETai oiKaS’ iKéa0ai».
TÓV S’ Tip£Íp£T’ ETteixa por^v áya0ó<; MEvéZaog-
« TriÁépax’, oi) tí a’ éy<í> y£ rcoÁov xpóvov év0áS’ ¿pó^ro
iépevov vÓotoio- VEpEoacopai Sé Kai áXÁcp
70 ávSpi ^eivoSóko, o<; k’ é^o/a pév qnXépaiv,
E^oxot S’ ExOaípflaiv • ápEÍvco 8’ a’íaipa rcávTa.
íaóv toi KaKÓv éa0’, og t’ oí)K £0éÁovTa vé£a0ai
^eívov eKOTpóvp Kai ó<; éaa'úpEVOv KaTEpÓKTj.
[XPB ^eivov KapEÓvTa (piA,EÍv, £0éXovTa Sé rcéprcEiv.]
75 áAAá pév £i£ o KE Sopa (pépov £7tiSí(ppia 0eico
KaXá, ai) 8’ o<p0aÁpoiaiv iSpg, euro Sé yovai^i
Seíkvov évi pEyápou; tetdkeív áXu; évSov eóvtov.
ápcpÓTEpov, KüSóg te Kai áyXairi Kai ovEiap,
Sei7rvriG0CVTa<; íp£v jto^átiv etc’ árcEÍpova yaiav.
so eí §’ £0éÁ£i<; Tpaq>0nvai áv ’ 'EXAáSa Kai peaov Apyog,
o<ppa toi aÓTÓg ércopai, dko^ed^co Sé toi uwtoDg,
aGTEa 8’ áv0páwt<0v iyyriaopai- ooSé Tig iípeac;
ai)TO<; áTrrcépyei, Sóaei Sé te év y£ <pépea0ai,
f|é Tiva TputóSov E'óxáÁKOv Ré áePrtov
85 f|é 8Ó ’ ripióvoog Ré %pDG£iov áXEioov ».
TÓV 8’ aó TqXépaxoq KETivopévoc; ávTÍov rpSa-

250
ODISEA XV

Y cerca de ellos llegó Menelao, de grito potente,


tras pararse del lecho, del lado de Helena de hermoso cabello.
Y cuando el hijo querido de Odiseo a éste miró,
de prisa, en torno a su cuerpo, la espléndida túnica 6o
se vestía, y el gran manto se echó en sus hombros robustos
el héroe, y se fue hacia afuera y, estando a su lado, le dijo
Telémaco, el querido hijo del divino Odiseo:
“Atrida Menelao, alumno de Zeus, jefe de pueblos,
ya ahora envíame de vuelta a la tierra patria querida, 65
ya ciertamente mi alma desea marchar a la casa”.
Le respondió entonces Menelao, de grito potente:
“De ningún modo te detendré aquí mucho tiempo, Telémaco,
si deseas el retorno: me indigno inclusive con otro
hombre hospitalario que quiera en exceso, 70
y odie en exceso, pues todo es mejor, si es mesurado.
Es igualmente malo el que apremia a su huésped,
si no quiere partir, y el que lo detiene, si ansia la partida.
Hay que amar al huésped, si está en casa, y enviarlo, si quiere.
Espera hasta que yo traiga y ponga en el carro los dones
bellos, y con tus ojos los veas, y a las mujeres yo diga
que en la sala hagan comida de lo que adentro es abundante.
Es ambas cosas, honor y gloria, así como alivio,
el ir por la vasta tierra infinita, habiendo comido.
Si por la Hélade quieres volverte, y por Argos central, 80
a fin que yo mismo te siga, te unciré los caballos
y te guiaré a las ciudades de los hombres: ninguno
nos enviará simplemente, mas algo darán, que llevemos:
un trípode hecho con bronce excelente, o alguna vasija,
o un par de muías, o acaso una copa dorada”. 85
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:

250
HOMERO

« ATpeiftq MevéXae SioTpEtpé^, ópxapE Xoc¿ov,


poóXopai tíSt| V£io0ai é<p’ fipÉTEp’- oí yáp órciaGev
crupov icov KaTeXemov £7ii KTEttTEaaiv époiai-
90 PH 7cax£p’ ávxí0£ov §i£rj|j,£vo<; ainóg óXcopai,
B tí poi ek peyápcov KEipr^iov eg0Xóv óÁx|Tai».
aúxáp £7cei xó y’ áKouaE poriv áya0ó; MfivéZaoc;,
(X'ÓtÍk’ áp’ p áXóxcpSp,qypox keXedge
Seítcvov évi jiEyápoig tetdkeív áXig evSov eóvtcov.
95 áyxípokov Sé oi pÁ0£ Bot|0oiSti<; ’Etecoveix;,
(XVGTÓk; é£ EDVT]C¡, EKEl OD 7í0ÁD VaÍEV árc’ aOTOD •
tÓv KDp Kf|ai ávcoyE popv áya0óg Mevékao^
Ó7LTTlOaí TE KpECDV ‘ Ó 5 ’ áp ’ ODK a7C10r|G£V OCKOTJGOt^.
amóg S’ ég 0áXapov kcxtePtjgeto KqcÓEVTa,
too apa to> y’ 'EXevti kie Kai M£yarcév0r|<;.
odk oiog,
aÁA ote otj p iKav , oüi oi KEippAia keito,
’ATpeíSrig pév etceitcx S£na<; Aápsv ápcpiKDKEAAov,
oíov Se KppTfjpa cpépEiv M£yaK£v0£’ ávcoyEv
ápyópEov • ‘EAévp Se rcapíaTaTo cpcopiapoiaiv,
ios év0’ EGav oí kekXoi 7tap7coÍKiXoi, od<; Kocpev aÓTiq.
tcúv ev’ aEipapév'n 'EAévri cpépE, Sía yovaiKcov,
og k<xáXigto<; erjv rcoiKÍApaaiv T|Sé péyioTo<;,
áoTqp S’ g>q áitéXapnEV ■ ekeito Se v£ÍaT0<; áAAcov.
páv S’ iévai icpOTEpG) Siá SoópctToc;, £io<; í'kovto
no TnAépaxov • tov Se ttpooécpTi £,ocv0ó<; Meveáoco<; •
« TrjÁépax» t¡ toi vógtov, okgx; <pp£Gi opoi pEvoivag
(he, toi Zed<; teAegeiev, épíySoD7io<; JioGig "Hpri<;.
Scópcov S’, ogg’ ev epcp o’ÍKcp KEipnAia KEtTai,
ScÓGCO Ó KaXXlGTOV Kaí TipTJEGTaTOV EGTl.
115 Swaco toi KppTppa TEToypévov • apyDpEog Se
egtiv áua;, xpw*9 X£Í^ea KEKpáavTai,

251
ODISEA XV

“Atrida Menelao, alumno de Zeus, jefe de pueblos,


ahora quiero ir a mi casa; en efecto, al partir, no he dejado
allá atrás a ningún cuidador de mis bienes;
no sea que buscando a mi padre deiforme, yo mismo perezca 90
o de mi sala una joya preciosa se pierda”.
Y cuando esto escuchó Menelao, de grito potente,
pues de inmediato ordenó a su mujer y a sus siervas
hacer comida en la sala, de lo que adentro era abundante.
Y cerca de él llegó Eteoneo Boetoida, 95
tras pararse del lecho, pues no vivía muy lejos de aquél;
Menelao, de grito potente, ordenóle que el fuego prendiera
y asara carne: éste no se rehusó, habiendo escuchado.
Luego, Menelao mismo bajó a su fragante bodega,
no solo: junto con él se fue Helena y también Megapentes. 100
Mas cuando ya llegó adonde estaban sus joyas,
el Atrida luego tomó una copa de cuencos inversos,
y a su hijo ordenó, a Megapentes, traer una crátera
de plata. Y Helena se colocaba ante los cofres en donde,
variopintos, tenía peplos que ella misma había elaborado. 105
Uno de éstos alzó y se llevaba Helena, divina mujer,
el que era más grande y más hermoso en sus policromías:
refulgía como un astro; yacía abajo de todos los otros.
Y se fueron luego a través la casa hasta que ellos llegaron
a Telémaco; y Menelao, de rubios cabellos, le dijo: 110
Telémaco, ojalá el retorno, como en tu pecho deseas,
así te lo cumpla Zeus, el altitonante esposo de Hera.
De cuantos dones están en mi casa cual joyas,
te daré el que es el más hermoso y el más honorable.
Te daré una crátera bien trabajada; de plata 115
es toda, y con oro han sido acabados sus bordes,

251
HOMERO

keige ge yoaxr,aavxa- xeív 5’ é0éX® xó8’ ónáoaai».


«, cog eirccov ev %epai xí0ei 8érca<; ágquKxmeXXov
iTp<o<; AxpeiSrn;- ó 5’ apa Kpr|xipa tpaeivóv
üf|K aoxoo nponápoiSe (pépcov Kpaxepóc; MeyarcévOiK
apyupeoy • 'EXévn 8é rcapíaxaxo KaUiTcápnog
rcejOoy éxoua’ év xepaív, ércoq x’ etpax’ ek x’ óvóga^e-
125 « Séópóv toi Kaí éyco, xéicvov cpíXe, xovxo SíStogi,
gvñg’ 'EXévr|<; xeipwv, noÁuripáxou é$ yápou op^v,
gtí álóxtp tpopéeiv • xeío<; 8é cpíXp rcapá pr|xpí
KeíaSai éví geyáptp. ai Sé poi xaípov átpÍKoio
oikov éÜKXÍpevov Kaí aiv ég naxpíSa yaíav ».
«o ®g eínooa’ év xeP°í xí0ei, ó 8’ éSé^axo yaípcov.
Kaí xá pév éq rceípivSa xí0ei rieiaíaxpaxoc; xypcog
Se^ágevog, Kaí návxa eco 0T|T|aaxo Sopar
xoíx; 8’ T¡ye rcpó<; Sopa Kapr| ¿;av0óg MevéZaog.
é^éaSrjv 8 ’ áp ’ éneixa Kaxá KÁ,iapoó<; xe Spóvoog xe.
135 xépvtPa 8’ áptpínoXog rcpoxótp ené/soe tpépooaa
KaXp xP'oo^TI’ in£p ápyopéoio Áépxixo<;,
vúpaa0av napa 8é ^eaxiv éxávoaae xpane^av.
aíxov 8 ’ aiSoÍTj xapíri napé0r|Ke tpépooaa,
[eíSa-ca JtóU’ é7ti0eioa, zapi^ogevii Ttapeóvttov •]
i4o náp 8é Bor|0ot8r|<; Kpéa Saíexo Kaí vepe poípag
oivoxóei 8’ oíóc; MeveXaoo KoSaÁipoio. „
oí 8’ én’ óveíaS’ éxoípa npoKeípeva %eípa<; íáAAov.
aoxáp érceí nóaiog Kaí é8riwo<; é£ épov évxo,
8n xóxe Trapazo*; Kaí Néaxopog áyXaóg oiog
145 wcnoog x ’ é^eóyvovx ’ ává 0 ’ áppaxa noiKÍX ’ ePaivov,
ek 8’ éPlaaav npoSópoio Kaí aíSoóariS épi8oónoo.

252
ODISEAXV

un trabajo de Hefesto; me la donó Fédimo, el héroe,


el rey de sidonios, cuando, viniendo yo de regreso,
allí me dio alojamiento su casa: esto quiero obsequiarte”. 119
Dicho esto, ponía en sus manos la copa de cuencos inversos
el héroe Atrida; y pues la luciente crátera de plata
llevó Megapentes, el fuerte, y él se la puso adelante;
y Helena, de hermosas mejillas, colocábase enfrente
con el peplo en las manos, y esto decía y lo nombraba: 124
“Un don también yo, hijo querido, aquí te doy, un recuerdo
de las manos de Helena, para el día de la boda anhelada,
para tu novia, a fin de que lo use; con tu madre, entre tanto,
puede yacer en la sala. Ojalá alegremente me llegues
a tu casa, que está bien construida, y a tu tierra paterna”.
Dicho esto, lo ponía en sus manos: él lo tomó alegremente. 130
Y el héroe Pisístrato ponía en la cesta del carro los dones
tras recibirlos, y a todos ellos vio admirado en el alma;
y Meneiao, de rubia cabeza, los guiaba a la sala.
Luego, pues se sentaban los dos en sillones y en tronos.
Una sirvienta, llevando agua en una jarra preciosa, 135
de oro, la vertía sobre una fuente de plata en sus manos
para lavarlas, y extendió a su lado una mesa pulida.
La honorable despensera, llevando pan, al lado lo puso,
añadiendo mucha comida, dando con gusto de lo que había.
Al lado, el Boetoida la carne partía y asignaba porciones, 140
y el hijo del gran Menelao el vino servía.
Y echaban mano a las ricas viandas que estaban delante.
Luego, cuando el deseo de bebida y comida expulsaron,
entonces Telémaco y el hijo preclaro de Néstor
los caballos uncían y subían a su carro jaspeado, 145
y marcharon desde el atrio y el pórtico muy rumoroso.

252
HOMERO

tod; Sé pex’ ’ATpéíSq^ ekie ^av0óg MsvÉZao;,


Oívov excov év Xeipí peXúppova Se^tepnqn,
ev Séna'i xpoaécp, otppa ZeíyavTe kioíttjv.
150 o'vq S úckcov rcpoTtápoiOe, 8eSioKÓpevo<; Sé rcpotrqúSa
, & Koípco, Kai NéoTopi noipévi Xa©v
eiTieiv • r| yap époi ye 7taTT|p ©<; ipuo<; t^ev,
eiog évi Tpoíp rcokejií^opev me<; ’A/aicov ».
tov 5’ aó Tr¡Xé|xaxo<; TCErcv'upévoc; ávxíov RÓSa-
155 « Kai Axqv keív© ye, StOTpetpé^, ©g áyopeóei^,
7iávTa TaS’ éXGóvxeq KaxaXé^opEv. ai yáp éy©v ©g
vooTqoa^ ’WáKrjvSe ki/cov ’OSnafi ’ évi o’ÍKcp
e’úcoip’, ©g napa oeio td/wv tpiÁÓTT]To<; á7tácn]<;
epxopat, aóxáp áy© Keipr|Xia rcoÁAá Kai éaOXá ».
i6o ©<; apa oi eircóvTi éflércTaTo Se^ióc; ópvi<;,
aiETÓg ápynv xnva tpép©v óvóxeoai rcéÁxopov,
Tipepov é^ avA-Rc;- oi $’ íó^ovte^ etcovto
ávépegTiÓéyuvaiKeg- ó Sé atpiaiv éyyó0£v éX0©v
Se^iót; qi^e 7ipóa0’ uwc©v. oi Sé (Soviet
i65 yqOTjaav, Kai icaaiv évi cppeai 0opó<; iáv0r|.
Toioi Sé NeoiopíSrig neiaíaTpaxoc; típ/eto gú0©v •
«ippá^EO Sí|, MevéXae Sioipecpég, óp/ape Xa©v,
r v©iv tóS’ éq>T|V£ 0£Ó<; TÉpag óe ooi avio ».
©<; (páxo, pEppTjpi^E 8’ ápRÍcpiXog MevéAaog,
izo orco*; oi Kaxá poipav i)7ioKpívaiTO vof|aa<;.
xóv 8’ 'EÁév'q TavÓKeicXoi; i)jco<p0apévri (pato pí»0ov •
« kXvt£ peo * aÓTap éy© pavTEUoopai, ©<; evi 0vp©
áOávawi páAXowu Kai ©<; T£Á.££o0ai oí©.
oSe xñv ’ nprca^’ áTiTaMopévnv évi o’ÍKcp
175 éA0©v é£, Ópeoc;, o0i oi yeven te tóko<; te,
©<; ’OSvoeíx; KaKa jtoAÁa 7ta0©v Kai tcóXX’ £7taXr|0£i<;

253
ODISEA XV

Tras ellos se fue el Atrida, Menelao de rubios cabellos,


teniendo en la mano derecha letífico vino
en una copa de oro, para que antes de irse libaran;
se colocó ante los caballos, y él, saludando, les dijo: 150
“Salve, oh jóvenes, y a Néstor, pastor de los pueblos,
saludadme: cierto, conmigo, igual que un padre, era benigno
mientras los hijos de los aqueos hacíamos en Troya la guerra”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“¡Desde luego, alumno de Zeus! A aquél, así como dices, 155
al llegar contaremos todo esto. Ojalá, de la misma manera,
yo, regresando a Itaca, encontrando en su casa a Odiseo,
le dijera que yo de ti, tras hallar todo tipo de afecto,
llego, y que llevo joyas, muchas y bellas”.
De quien así dijo, encima, un ave voló a la derecha, 160
un águila con un cándido ganso en sus garras, enorme,
doméstico, de algún corral; la seguían ellos, gritando,
los hombres y las mujeres; ella, acercándose a éstos,
irrumpió a la derecha, ante los caballos. Ellos mirando
gozaron, y en todos se alegró el alma en el pecho. 165
Y entre ellos tomó la palabra Pisístrato, hijo de Néstor:
“Considera, Menelao, alumno de Zeus, jefe de pueblos,
si un dios esto mostró cual presagio para ti, o para nosotros”.
Así habló, y Menelao, amado de Ares, se puso a pensar
cómo podría responderle, pensando conforme a lo justo. 170
Mas antes que él, Helena de largo peplo, dijo esta palabra:
“Escuchadme, y yo voy a augurar como en el ánimo
los inmortales lo ponen, y como creo que ha de cumplirse.
Como esta águila al ganso, que crece en la casa, rapto
viniendo del monte, donde tiene su raza y sus crios, 175
así Odiseo, tras mucho sufrir y mucho vagar,

253
HOMERO

oÍKaSe vooxTiaei mí XEÍGExai- qé mí f¡8r|


oikoi, áxáp pvqaxqpai koíkov TiávxEoai tpmeúei».
Tpv 5’ oro TqAépaxo<; rcErcvopévog ávxíov qftSa-
iso « obtco váv Zeax; ép{y§01)7l0g tcÓgk; "Hpq<;-
xfi) KEV XOt KOCl KE101 0ECÚ (DC; £X)%£XO(ppT|V ».

í > mí £<p ’ ijtrcoüv páaxtv (BoAe • xoí 8e páA’ cúkcí


qt^av keSíovSe 8tá rcxóÁux; p£pa©x£<;.
oí 8e Ttavqpéptot geíov £t>yóv ócjLupi^ e'xovxei;.
i85 SÚgexó x ’ qéAtoc; okiÓcdvxó xe rcaaat ayo tai •
ég Oqpág 8’ i'kovxo AtoKÁqot; rcoxí 8©pa,
méoc; ’OpxiAóxoio, xóv ’AAtpEtóg xeke 7taiSa.
£V0a 8e vijkx’ aEoav, ó Se xoig rcáp ^Etvta 0fjK£v.
qpog 8’ qpiyÉVEia <pávq poSo8áKXt)Ao<; ’Hóg,
i9o iktcoix; x’ E^E'úyvwx’ ává 0’ áppaxa tioikíA’ Epaivov,
ek 8’ £Á,aoav 7ipo0ópoio Kaí ai0oóaq<; epiSowtot) •
páaxt^EV 8’ EÁáav, x© 8’ obk áémvxE 7t£X£a0qv.
aíya 8’ £7cei0’ i'kovxo ITóAou ocíno uxoAíeOpov •
Kaí xóxe TqAépaxog 7cpoo£<pcí)V££ Néaxopoc; oíóv •
195 « NEaxoptSq, tigíq kev pot ÓTCoaxópsvog X£Á£G£ia<;
po0ov épóv; ^eívot Se Siaprc£p£<; £Úxóp£0’ eivoci
ek 7iaxép©v tptAóxqxog, áxáp Kaí ópqAiKeg eígev •
qSE 8’ óSóg Kaí paAAov ópotppoavvqatv evqaet.
pq p£ rcape^ áy£ vqa, Sioxp£<p£<;, aÁAa A-ut aoxoo,
200 pq p’ o yep©v áémvxa Kaxaoxíl <p evl °lKCP
íép£vo<; cpiÁéeiv • épé Se XP£® 0áaaov tK£O0ai».
(bg <páxo, Neaxopí8q<; 8’ ap £(p oopíppw^^^0 Q^P^P?
otctc©£oí Kaxá poípav Í7ioaxóp£vo<; xeAeoeiev.
©8e 8e oí (ppovéovxi Soáaaaxo KEpSiov Etvar
205 axpév’ iJntotx; ércí vqa 0oqv Kaí 0iva 0aAáaaq<;,
vqí 8’ éví 7cpx>pvq é^aívoxo KÓAÁipa 8©pa,

254
ODISEA XV

retornará a su casa, y se vengará, o incluso ya se halla


en casa, y a los pretendientes, a todos, les planta desgracias”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“Así hoy Zeus dispusiera, el altitonante esposo de Hera; ,
entonces, también allí, yo te honraría como a diosa”.
Habló, y aplicó a los caballos el látigo; y muy presurosos
ellos, hacia el llano, por la ciudad, irrumpieron ansiosos.
Ellos, todo el día agitaban el yugo que puesto tenían.
El sol se puso, y se ensombrecían todas las sendas; ,
ellos a Feras llegaron, a casa de Diocles,
el hijo de Ortíloco a quien Alfeo había engendrado como hijo.
Allí pasaron la noche, y ofrecióles los dones del huésped.
Al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,
los caballos uncían y subían a su carro jaspeado, ,«
y marcharon desde el atrio y el pórtico muy rumoroso.
Chascó para que arrancaran, y ellos de grado volaban.
Pronto, después, llegaron al escarpado castillo de Pilos;
y entonces le decía Telémaco al hijo de Néstor:
“Nestórida, ¿cómo podrías, prometiendo, cumplirme ,9
mi deseo? Huéspedes, desde siempre, nos preciamos de ser,
por amistad de los padres, y aun somos iguales de edad,
y este viaje aún más a la concordia habrá de inclinarnos.
Déjame aquí, alumno de Zeus, no más allá del barco me lleves,
no sea que, mal de mi grado, me detenga en su casa el anciano,
deseando hospedarme; me urge irme muy rápidamente”. 2oi
Así hablaba, y deliberó con su alma el hijo de Néstor
cómo podría, prometiendo, cumplirle conforme a lo justo.
Pensando, le pareció que era mejor de esta manera:
giró los caballos a la nave veloz y a la playa del mar, 205
y desempacaba en la nave, en la popa, los bellos regalos,

254
HOMERO

éo6ñxa xpuaóv xe, xá oí MevéZaoc cSmke-


Kaí piv Eftoxpvvcov enea rcxepÓEvxa rcpoanúSa*
« orcouSfi vfiv ávápaiVE k&eoe te rávxa<; Exaípoog,
° ti piv epe oiKaS iK£a0ai ánayyEÍXaí te yépovxi.
ep yáp éyw xóSe oí8a Kara <ppéva Kaí Kara 0opóv •
O1O(^ KElVOD 0OpO£ 'UftEpfJlO^, OI) GE p£0T|O£l,
áXZ’ amó; KaXécov 5eí>p’ EÍGExai, oí8é e qnipi
áy iévai keveóv • pala yáp KExoXóoExai epicrig »•
15 cóg apa <pcovf|aa<; eZaoev KaÁXíxpixa<; uncoog
ay IToXícov eí<^ aaw, 0oa><; 8’ apa ScópaÓ’ ÍKavE.
T'nXépaxoc; 8’ éxápoiGiv ércoxpóvcov ekeXedgev
« éyKoopEVCE xá teÍ/e’, éxaipoi, vrp pEXaívp,
aóxoí x’ áppaívtopEv, iva 7tpf|GG(op£v óSoío ».
120 cog ecpa0’, oí 8’ apa xoo páXa pév káóov t|8’ ekí0ovxo,
aiya 8’ áp’ EÍGpaivov Kaí etcí kZti'ígi Ka0i£ov.
r| xoi ó pév xá 7iov£Íxo Kaí eo%exo, 0oe 8’ ’A0rivp
vtjÍ rcápa ftpopvT} • gxeSó0ev Se oí tíAx>0ev ávr|p
xiqXESaKÓg, (peóycov ’'Apyeog ávSpa KaxaKxác;,
225 pávxv;- áxáp yEVETyv y£ MeAaxptco8o<; ekyovoí; rev,
og Tcpív pév tcox’ EvaiE nóÁxp evi, prjxépi pxjXcov,
áyveióc, ITuTáoiai péy’ e^oxoc Sropaxa vaicov •
8-h xóxe y’ áÁAiov Síipov ácpÍKEXo, 7iaxpí8a cpEÓycov
N^XÉa xe peyá0'opov, áyaoóxaxov ^coovxcov,
23o o<; oí xPRPWTa TCOÁÁá xeZeacpópov Eig Eviaoxov
eixe píp- ó Se xeiog éví peyápoig OdXóckoio
Seopco ev ápyaAéco SeSexo, KpaxEp ’ aXyea Kao/cov
¿ívEKtt NriXfio<; Koópriq áxr|<; xe papEÍrig,
xqv oí £7tí <pp£oí 0f¡K£ 0eá SaonÁrixic; ’Epivix;.
235 áXX’ o pév EKtpoyE KÍ}pa Kaí ííXaaE poo<; épipÓKooq
TIóXov ek <X>uÁaxkti<; Kaí éxEiaaxo Epyov a£iK%

255
ODISEA XV

el oro y vestidos, que Menelao le había regalado,


y, apremiando, le dirigió estas palabras aladas:
“Aprisa, ahora embárcate, y ordena eso a todos los tuyos,
antes de que yo llegue a casa y dé la noticia al anciano. 210
Porque yo sé bien esto, en mi mente y en mi alma:
el ánimo suyo es así, vehemente, no habrá de dejarte,
mas vendrá hasta aquí en persona a invitarte, y yo pienso
que no volverá frustrado. Va a irritarse mucho, sea como sea”.
Así habiendo hablado, guió los caballos de crines hermosas 215
de nuevo a la ciudad de los pilios; presto llegó hasta su casa.
Y Telémaco, apremiando, ordenó a sus amigos:
“Compañeros, poned en orden la jarcia en el negro navio,
y embarquémonos, a fin que acabemos el viaje”.
Así dijo, y ellos con gusto lo oyeron, y obedecieron; 220
se embarcaban al punto y se ponían junto a las chumaceras.
Se ocupaba de esto, oraba y hacía sacrificios a Atena
junto a la nave, a la popa. Y un hombre llegó de repente,
de tierras lejanas, tras matar a un hombre, huyendo desde Argos,
un adivino; mas, de linaje, él descendía de Melampo, 225
el que en otro tiempo habitaba en Pilos, madre de reses,
un rico que tenía entre los pilios una casa muy excelente;
luego se fue a un pueblo extranjero, de su patria escapando
y del magnánimo Neleo, el más admirable de los vivientes,
el cual, a lo largo de un año completo, muchas riquezas 230
le tomara a fuerza. Mientras, Melampo, en casa dé Fílaco
yacía lazado con lazo difícil, sufriendo fuertes dolores,
por causa de la hija de Neleo y de la grave locura
que le puso en la mente Erinia, la diosa intratable.
Mas él sorteó su destino y sustrajo las vacas mugientes 235
desde Fílaca a Pilos, e hizo pagar su acción indecente

255
HOMERO

avxi0eov Nr|Xf|a, Kaoiyvfix© Se yxivaÍKoc


xiyayexo 7cpo<; 8©pa0’- o 8’ áÁ,A,©v ÍKexo Sripov,
Apyoc; ec, 17171o(3otov • xo0i yáp vi) oí a’íaipov 13ev
24o vaiépevai tcoXXoígiv áváaoovx’ ’Apyeíoioiv.
ev0a S eyqpe yuvaiKa Kaí 'bvirepecpe^ 0éxo 8©pa,
yeívaxo S’ ’Avxupáxrtv Kai Mávxiov, me Kpaxai©.
’AvxiípáxTE; xÍKxev ’OÍKÁxia peyá0x>pov,
aüxáp ’OÍKÁeír|<; Xaoaoóov ’Apcpiápriov,
245 ov 7iepi KTjpi <píA,ei Zexx; x ’ aíyío%o<; Kai ’AtcóAácúv
Tcavxotqv <piXóxT|x’- ox>8’ iketo yópao^ ovSóv,
áÁÁ,’ óXex’ év Oxippoi yx>vaicov eíveKa 8©p©v.
xox> meig éyévovx’ ’AÁxpáwv ’ApcpíXoxóc; xe.
Mávxio<; ax> xeKexo IloXxxpeíSeá xe KXeixóv xe-
250 áAÁ,’ ti xoi KXeixov %pnaó0povo<; líprcaaev ’Hax;
KáAAeot; e'íveKa oío, ív ’ á0aváxoiai pexeín •
ax)xáp i)7tép0x>pov IIoÁixpeíSea pávxiv ’AtcóAAwv
0fjKe ppoxéóv o%’ ápiaxov, é^eí 0ávev ’Apcpiápriog•
og p’ 'Y^epTiaírivS’ árceváaaaxo 7iaxpi xoA©0eí<;,
255 év0’ o ye vaiexácov pavxeóexo Tiaai ppoxoiai.
xox) pév áp’ x>ió<; énfiAOe, OeoKZúpevoc; S’ óvop’ nev,
og xóxe TriZepáxox) rcéAag íaxaxo • xóv 8’ eKÍ%ave
anévSovx’ eoxópevóv xe 0oíj rcapá vrp peAaívp,
Kaí piv (pwvTiaag énea rcxepóevxa 7ipoar|x>8a •
26o « © <píX’, érceí ae 0x>ovxa Kixáv© x©8 ’ éví x«W>
Áíaaop’ órcép 0i)é©v Kaí Saípovog, aúxáp érceixa
arjg x’ aúxox) KetpaXfig Kaí éxaípwv, oi xoi ércovxai,
eírcé poi eípopévq) vripepxéa pr|S’ érciKex>ar|<;-
xí<; rcó0ev eig ávSpcóv; rcó0i xoi rcóÁu; r|8é xoKqe<;; »
265 xóv 8 ’ ax> Tq Aépaxo<; rcercvupévog ávxíov iyo8a •
« xoiyáp éy© xoi, ^eíve, páA’ áxpeKé©<; áyopeóa©.

256
ODISEA XV

al deiforme Neleo, y llevó a la mujer a su hermano,


a la casa de éste. Mas él se fue a un pueblo extranjero,
a Argos, que nutre caballos, pues tal vez era su sino
habitar allí, señoreando entre muchos argivos. 240
Ahí desposó a una mujer y, de alto techo, se hizo una casa,
y engendró a Antífates y a Mancio, dos hijos robustos.
Antífates engendró al magnánimo Oicleo;
y Oicleo, a Anfiarao, que impulsa las huestes, al cual
de corazón amaron Zeus, que la égida tiene, y Apolo, 245
con toda clase de afecto; pero de la vejez al umbral
no llegó, mas murió en Tebas, por causa de dones femíneos;
Alcmeón y Anfíloco fueron sus hijos.
A su vez, Mancio engendró a Polifides y a Clito,
mas, ciertamente, a Clito lo raptó Eos de trono dorado, 250
por su hermosura, por que estuviera entre los inmortales;
y a Polifides, el muy animoso, Apolo hizo adivino
con mucho el mejor de los hombres, tras morir Anfiarao;
y él, airado con su padre, emigró hacia Hiperesia,
y, habitando allí, hacía vaticinios a todos los hombres. 255
De éste, pues, llegó el hijo, cuyo nombre era Teoclímeno,
el que ahora estaba junto a Telémaco; a éste encontró
libando y orando, junto al rápido y negro navio,
y, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas:
Amigo, ya que, sacrificando, te encuentro en este lugar, 260
te ruego, por tus sacrificios y por la deidad y, en seguida,
por tu cabeza y la de tus amigos, los cuales te siguen,
dime a mí, que pregunto, la verdad, y no me la encubras:
¿quién eres tú, de qué gente? ¿Dónde, tu ciudad y tus padres?”
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta: 265
Pues bien, extranjero, muy detalladamente voy a decirlo.

256
HOMERO

lOaKT|c; yévo^ eigí, naxrip Sé goí éaxiv 'OSucaeíg,


eí tcot’ érjv • vw S’ 'qS'n <xrcé<p0iTo Xuyp© óXéOpo.
TovvEKa vov éxápoog xe Xap©v Kai vfja géXaivav
270 tiXOov 7ceoaógevo<; TCaxpóg 8r|v oí/ogévoio ».
xóv S’ aóxe TCpoaéeuce 0eoKXógevo<; 0eoei8r|(;-
« oox© xoi Kai éy©v ¿k Jtaxpí8o<;, ávSpa KaxaKxát;
égqyuXov • tcoXXoí Sé Kaoíyvrixoí xe éxai xe
’'Apyo<; áv’ batópoxov, géya Sé Kpaxéovaiv ’A/aicov •
275 x©v OTCaXenágevoc; 0ávaxov Kai Kqpa géXaivav
<peóy©, érceí vó goi alca Kax’ áv0p©TCovg áXáXr|o0ai.
áXXá pe vtjcx; é<peaaai, érceí ae (poycov iKÉxeDoa,
gq ge kgcxqkxeívgxh * SuoKegevai yáp oí© ».
xóv 8’ ax> TqXégaxoí; Jie7cvogévo<; ávxíov rioSa-
280 « oí) gév 8t| a’ éOéXovxáy’ árcróc© vt|Óc; eíarig,
áXX’ ércev- aóxáp Kei0i <piXr|oeai, oiá k’ é%©gev ».
©g apa <p©vTjaa<; oi éSé^axo %óXk£ov ey/og •
Kai xó y’ érc’ ÍKpióqnv xávoaev veóg ág<pieXía<yr|<;,
áv Sé Kai ai)xó<; vqóg épíiaexo tcovxotcópoio.
285 év npógvTi 8’ áp’ erceixa Ka0é£exo, rcáp Sé oí aí)x¿p
elae ©eoKXúgevov • xoi Sé TCpogvriai’ eA/uaav.
TqXégaxo<; ó’ éxápoxatv ércoxpóvwv éKÉXeoaev
otcXwv áftxeaOar xoi 8’ éacrugév©<; ércíOovxo.
iaxóv 8’ eiXáxivov koíXtis évxoaOe geaóSgrig
29o axfjaav áeípavxeq, Kaxá Sé TCpoxóvoiaiv eSrioav,
éXKOv 8’ iaxía XevKa éoaxpéitxoiai Poeíxn.
xoiaiv 8’ ÍKgevov oopov íei yXaoKCÓTCic; ’AQriv'n,
Xáppov enaiyí^ovxa St’ ai0épo<;, ó<ppa xá/iaxa
vrpji; ávóaeie Géooaa GaXáaang áXgopóv íSSoop.
295 [páv Sé napa Kpouvoóg Kai XaXKÍSa KaXXipéeGpov.]
Sóaexó x’ TiéÁiot; <jkió©vxó xe jraaai áyoiaí •

257
ODISEA XV

Soy itacense, de estirpe, y mi padre es Odiseo,


si antaño existió; hoy ya ha perecido con muerte funesta.
Por eso ahora, con mis compañeros y un negro navio,
vine a averiguar acerca de mi padre ausente hace mucho”.
Le contestó a su vez Teoclímeno, símil a un dios:
“Justo así, también yo, de la patria huyo, habiendo matado
a un paisano; de él, hay muchos hermanos y amigos en Argos,
que nutre caballos, y a los aqueos ampliamente gobiernan;
evadiendo la muerte y el negro destino a manos de aquéllos,
huyo: porque es mi suerte ser vagabundo entre los hombres.
Mas ponme en tu nave, pues huyendo te he suplicado;
que no me maten, porque creo que ellos me acosan”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“No, ya que eso quieres, no te echaré del estable navio; 2¡»
sígueme, y allá serás hospedado con cuanto tengamos”.
Así habiendo hablado, le tomó su lanza broncínea;
a ésta tendió en la cubierta de la nave de dos curvaturas,
y también él mismo subió a la nave que cruza los mares.
Se sentaba en seguida en la popa, y él, a su lado 285
hizo sentar a Teoclímeno; amarras soltaron los otros.
Y Telémaco, apremiando, mandó a sus amigos
ocuparse de los aparejos, y prontos obedecieron.
Alzando el mástil de abeto, en la trabe transversa muescada
lo colocaron, y lo sujetaron con ambos estayes, 290
e izaban las blancas velas con cuerdas bovinas torcidas.
Y la ojiglauca Atenea les enviaba un viento propicio
que a través del cielo irruía impetuoso, a fin que muy pronto,
corriendo, la nave cruzara el agua salobre del mar.
Pasaron al lado de Crunos y Calcis, de bellas corrientes. 295
El sol se puso, y se ensombrecían todas las sendas.

257
HOMERO

tj Se Oeác; ércépaÁÁev éKEiyopévTi Aió<; oupco,


TiSe nap’ "HXiSa Siav, o0i KpaxéonGiv ’Erceioí.
év0ev S’ aú vriaoioiv érciTipoériKe 0ofjaiv,
300 óppaívwv, i] kev 0ávaxov (púyoi ú kev áÁoíri.
xcó 8’ aúx’ év kXigÍt) ’OSugeíx; Kai Sio<; ixpoppó<;
Soprcevrnv • rcapá Sé a (piv éSóprceov ávépec; áXXoi.
aúxáp ekeI tcógioc; Kai éSrixúog é£ épov evxo,
xoi<; 8’ ’OSdgeix; pexeeike, GopcóxEco TreipriTÍ^wv,
305 i) piv ex’ évSuKécüc; qnXéoi peívaí xe keXeÚoi
aúxoú évl Gxa0pa> ú óxpúveie tcóXivSe-
« kekZo0i vúv, EúpaiE, Kai aXXoi Ttávxec; éxaipoi •
Ú¿o0ev rcpoxl cxgxd Xikaíopai árcovéeG0ai
jixcoxeÚGíov, iva pq ge Kaxaxpú%co Kai éxaípoix;.
310 áXXá por eú 0’ i)7ió0eo Kai áp’ rfyepóv ’ éa0Áóv Ó7iaaoov
o<; ké pe keíg’ áyáyq • Kaxá Sé rcxóÁiv aúxó<; áváyKr)
TCÁáy^opai, ai kev tu; KoxúXqv Kai 7túpvov ópé^q.
Kaí k’ éÁ0©v rcpóg Srópax’ ’OSdggtíoc; 0eíoio
áyyfiXíqv e’útoipi rcepuppovi ITriveXorceífl,
315 Kaí ke pvT}GXT|pEGGiv imEpípiccXoiai piyEÍqv,
ei poi Seircvov Soiev óveíaxa popí’ é/ovxec;.
aí\|HX KEV £Ú Spóoipi p£xá GípíaiV, OXXl 0EÁOIEV.
éK yáp xoi épéfl), ai) Sé gúv0eo Kaí p£D aKovGov •
'EppEÍao ekt|xi SiaKxópoi), o<; pá xe Tiávxcüv
320 áv0p(í)7i(ov EpyoiGi xápiv Kai kú8o<; órcá^Ei,
SpriGxoGÚvT) oúk áv poi épÍGGEiE ppoxó<; áXÁog,
7rop x’ £i) vqqaai 5iá xe ^úXa Savá KEáaoai,
SaixpEÚoaí xe Kai ójixqaai Kai oívo%ofjGai,
oiá xe xoi<; áya0oiGi rcapaSprócooi xépT|£g ».
325 xóv Sé péy’ óx0qaa<; rcpoa£<pq<;, EúpaiE anParca •
« o poi, £,eíve, xíq xoi éví <pp£GÍ xoirco vóqpa

258
ODISEA XV

Por buen viento de Zeus impulsada, ella pasaba por Feas,


y junto a Élide divina, donde los epeos tienen el mando.
De ahí, de nuevo, él dirigió su nave a las islas veloces,
ponderando si huiría de la muerte o sería capturado. 300
A su vez, en la tienda, Odiseo y el noble porquero
cenaban, y junto con ellos cenaban los otros varones.
Luego, cuando el deseo de bebida y comida expulsaron,
entre ellos habló Odiseo, probando al porquero
si, solícito, aún habría de hospedarlo y pedirle quedarse 305
allí en el establo, o hacia la ciudad habría de apremiarlo:
“Escucha ahora, Eumeo, y todos vosotros, sus compañeros.
Al alba, hacia la ciudad deseo vivamente marcharme
a mendigar, para que no te agobie, ni a tus compañeros.
Mas, aconséjame bien y, a la vez, dame un guía avisado 310
que me guíe hacia allá; vagaré en el pueblo por necesidad,
solo, por si alguien me ofrece un pan y un vasito de vino.
Y, yendo a la casa del divino Odiseo,
diría la noticia a la muy prudente Penélope,
y podría juntarme con los pretendientes soberbios, 315
por si me dieran comida, teniendo ellos viandas innúmeras.
Pronto podría hacer bien entre aquéllos, lo que ellos quisieran.
Porque te haré saber, y tú advierte y escúchame:
por merced de Hermes, el mensajero, el cual a las obras
de todos los hombres concede la gracia y la gloria, 320
otro mortal no podría en diligencia medirse conmigo,
en apilar bien el fuego y rajar leña seca,
en distribuir y en asar y en verter el vino, y en todo
cuanto los inferiores realizan sirviendo a los nobles”.
Y muy indignado, porquerizo Eumeo, tú le dijiste: 325
¡Ay! ¿Por qué, extranjero, este pensamiento a tu mente

258
HOMERO

£K?iexo; r| aó ye Kayxi) XiXaíeai aí)xó0’ óXéa0ai,


ei 6tj pvriaxripcov éÓéXeu; KaxaSovai opiAov,
xcbv íSppu; xe pÍT| xe aiSripeov oúpavóv ikei.
330 OÍS XOI XOIOÍS’ Eiaív í)KoSpTiaxfÍpe^ £K£ÍVÜ)V,
ak'ka véoi, xXaívag eí) eípévoi r^Sé /ixcovag,
ai£i Sé XiTcapoi Ke<paÁá<; Kai KaXá KpóacoKa,
oí aqnv ÓKoSpácaoiv • éo^eaxoi Se xpárce^ai
aíxoo Kaí Kpeuov tiS ’ oívoo peppí0aaiv.
335 áXXa pév ’ • oí) yáp xíg xoi áviaxai rcapeóvxi,
oíSx’ éyá oíSxe xig áXÁog exaípcov, oí' poi éaoiv.
aóxáp ércTyv eABijaiv ’OSoaaiiog cpíXoq móg,
Keívóg ae xXaíváv xe xvrcová xe eípaxa éaaei,
rcéjiyei S’ okkt] ae KpaSíri 0opóg xe KeXeóei».
34o xóv S ’ rjpeíPex ’ erceixa KOÁáxXag Síog ’OSoaaeóg •
« aí0’ oíSxcog, EíSpaie, cpíZog Aú rcaxpí yévoio
ág époí, oxxi p’ e7raoaa<; cxÁjyg Kaí ói^óog aívíi^.
ftXayKXoaíSvTig 8’ oí>k eaxi KaKcóxepov áÁAo Ppoxoíaiv
áXV eveK’ oí)Áopévxi<; yaaxpóg KaKa Kí^Se’ éxooaiv
345 [ávépeg, ov xiv ’ ÍKrixai áA,r| Kaí Kfjpa Kaí áÁyog.]
vvv 8’ érceí íax«váa<; peivaí xé pe Keivov ávcoyag,
eírc’ áye poi rcepí piycpóg ’OSDaafjoc; Oeíoio
rcaxpóg 0’, ov KaxéXeutev íáv ércí yqpaog oí)8cí>,
i] 7coo exi £óooaiv Í)k’ aí)yá<; TieXíoio,
350 iíStj xe0váai Kaí eiv ’AíSao Sópoiai».
xóv 8’ aoxe KpoaéeiKe aopáxrig, Ópxotpo<; ávSpwv •
« xoiyáp éyá xoi, ^eíve, páX’ áxpeKécot; áyopeoaco.
AaépxTig pev éxi ^áei, Aú 8’ eó/exai aíeí
0upóv aKÓ peAécov <p0ía0ai oía’ év peyápoiaiv•
355 éKKayXox; yáp Kai8ó<; óSópexai oíxopévoio
KOopiSíiK x’ áXóxoio Sauppovoc;, 1} e páXiaxa

259
ODISEA XV

vino? Sin duda, del todo deseas perecer allí mismo,


si en verdad quieres meterte en la turba de los pretendientes,
cuya insolencia y violencia, al férreo cielo han llegado.
Los sirvientes de ellos no son de tu tipo, sino que son 330
unos jóvenes, bien vestidos con mantos y túnicas,
siempre pulcros en cuanto a sus testas y rostros hermosos,
quienes los sirven; y las bien pulidas mesas se encuentran
recargadas de pan y de carne y de vino.
Anda, aguarda; por tu presencia no se molesta ninguno, 335
ni yo ni algún otro de los compañeros que viven conmigo.
Y cuando venga, de Odiseo el hijo querido,
él habrá de vestirte vestidos, el manto y la túnica,
y te enviará adonde tu corazón y tu ánimo impulsan”.
Le respondió entonces el paciente, noble Odiseo: 340
“Eumeo, ojalá que al padre Zeus le resultes tan caro
como a mí: me libraste del extravío y de la grave miseria.
Para los mortales nada hay más malo que el vagabundeo;
empero, por el maldito vientre tienen míseras cuitas
los hombres —a quien le llega extravío e infortunio y dolor. 345
Mas hoy, pues me entretienes, y pides que aguarde a aquel hombre,
anda, háblame acerca de la madre del divino Odiseo,
y del padre, a quien al irse dejó en el umbral de la vejez,
si acaso aun viven bajo los rayos del sol,
o ya están muertos, y en la casa de Hades se encuentran”. 350
Le contestó a su vez el porquero, príncipe de hombres:
Pues bien, extranjero, muy detalladamente voy a decirlo.
Laertes todavía vive, mas a Zeus le suplica constante
que de sus miembros la vida destruya ahí en su palacio;
porque horrible se queja por su hijo, que ausente se encuentra,
y por su prudente y legítima esposa que máximamente, 356

259
HOMERO

‘wwxpSwvii Kai év o’ipñ -pípaí Gr¡Kev.


'H o axei oí) 7cai§ó<; árcétpGixo KoSaZípoto,
ZeuyaZécü 0aváTq>, á>g pq 0ávoi óg ti<; époí ye
36o evOáSe vaiexácov (píZo^ EÍn Kai tpíZa EpSoi.
ótppa pév ow Stj Keívn eqv, áxéonaá rcep ép^ng,
wtppa tí poi tpíZov egke pETaZZqaai Kaí epeoOai,
oíSveKá p’ aíren Opéyev apa Kxipévp Tavo7iÉ7rZcú,
OvyaTep ’ i(p0ípp, xpv órcZoTaTnv teke rcaíScov •
365 tp ópot) £Tp£<pópnv, óZíyov Sé TÍ p’ naaov éxípa.
aÚTap eteeí p’ npnv KoZonpaTov ÍKÓp£0’ aptpco,
Tnv pév £7T£iTa LápnvS’ éSoaav Kaí pDpí’ eZovto,
amáp épé xZaiváv te /recova te Eipax’ ekeÍvti
KaZa páZ’ áp<pi£Gaaa noaív 0’ nrcoSnpaTa Sooaa
370 áypóvÓE jcpoiaZZE- cpíZsi Sé p£ Krjpó0i paZZov.
vnv S’ nSn toutcov £7CiS£Í>opai- áZZá poi aÓTo
Epyov áé^ouaiv paKapEc; 0eoí, ca Ercipípvar
tcov £<payóv t’ ekióv te Kaí aíSoíoiaiv eScúkcl
ek S’ apa S£G7ioívnG °í> peíZixóv egtiv aKooaai
375 OUT’ £7CO<; Ol)T£ TI EpyOV, ETCEÍ KaKOV EpKEGEV OlKCp,
ávSpEg í)7T£p(píaZoi • péya Sé Spxd£<; xaTéot)aiv
ávxía S£G7Eoívn<; <páa0ai Kaí EKaaxa 7io0éG0ai
Kaí (payépev rciépev te, érceixa Sé Kaí ti <pépea0ai
áypóvS’, oiá te 0upóv áeí Spóeaaiv íaívEi».
380 tov 8’ árcapeipópevog rcpoaécpn rcoZopnxií; OSoggein;
« m rcórcoi, ax; apa tdt0ó<; eóv, Eopaie aupcoxa,
rcoZZov árcercZáyx0n<; rcaxpíSoc; nSé tokt|(0v.
áZZ’ áye poi tóSe eírcé Kaí áxpEKéax; KaxáZe^ov,
né Si£7ipá0£TO rcxóZu; ávSptov eúpváyüia,
385 p evi vaiExáaGKE rcaxnp Kaí rcóxvia pifanp,
n ge y£ poov(O0évTa rcap’ oíeaiv n rcapá pooaív

260
ODISEA XV

muriendo, aflicción le causó y lo puso en vejez prematura.


Ella murió de tristeza por su hijo glorioso,
con mísera muerte; ojalá no muriera así quien conmigo
habitando aquí, es un amigo y actúa como amigo. 360
Pues bien, mientras aquélla vivía, aunque dolida del todo,
me era agradable indagar y hacerle preguntas sobre algo,
pues ella misma me crió junto a Ctímena, su hija robusta,
de largo peplo, a la que ella alumbró, de sus hijos al último;
crecí junto con ésta, y sólo un poquito menos me honraba. 365
Mas cuando a la muy anhelada juventud ambos llegamos,
la dieron y enviaron a Same, y tomaron innúmeros dones,
mas a mí, aquélla, vestidos vistiéndome, el manto y la túnica,
muy hermosos, y para mis pies dándome unas sandalias,
me enviaba al campo, pero en su pecho más me quería. 370
Hoy ya de esas cosas carezco; empero, los dioses felices
me hacen fecundo el trabajo en el cual permanezco;
de él comí y bebí, y a los venerandos he dado lo suyo.
Mas de mi dueña no es posible escuchar algo dulce,
ni palabras ni obras, desde que en casa cayó una desgracia: 375
soberbios varones. Empero, los siervos mucho desean
hablar enfrente de su ama y saber cada cosa
y comer y beber y, luego, incluso un regalo llevarse
al campo, cosas que alegran siempre en los siervos el alma”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo: 380
¡Ay, ay! Cómo, porquerizo Eumeo, siendo un pequeño,
anduviste errabundo lejos de tu patria y tus padres.
Mas anda, dime esto, y cuéntalo con sus detalles:
si destruida fue la ciudad de hombres y calles extensas
en la cual tu padre y tu madre honorable habitaban, 385
o a ti, cuando solo, con las ovejas y bueyes estabas,

260
HOMERO

avppeg SvogEvéEg vtivgív Xápov r|S ’ ércépaaaav


tou8 avSpoq 7tpog 8<óga0’, ó 8’ á^iov (Lvov eScqke ».
TOV 8’ avTE KpOGEEiTCE gvPótti<;, opxapog ávSpcov •
« ^eiv , E7CEX áp 8t| Tama g’ ávEÍpEat t|8e gExaXXoa;,
aiYD vvv ^vvíei Kal xéprceo jiivé te oívov,
hpevog. ai8e 8e vvkte<; á0éo<paTOi- egti pév evSeiv,
£<m 8é TEpjcogévoiaiv aKovégEv • ov8é tí ge xpb,
Tcpív cópri, KaTaXéxOai- ávíri Kaí rcoÁíx; vrcvoq.
t©v 8’ áXXov oTiva KpaSír) Kaí 0vpó<; ávóyEi,
evSetg) e^eáBóv • apa 8’ tjóíí (paivopévr|(pi
SeuTVT|Ga<; áp’ veggtv ávaKTopíriGiv ékegOíd.
vgh 8’ éví kXigitj tcívovte te Saivvpévco te
kt|8egiv áXA,T|ÁG)v T£p7EG>gE0a XEvyaZéoiai
pvcoopévco- g£xá yáp te Kaí áXyEai TépjiETai ávrip,
o<; Tig 8t| páXa rcoAXá 7iá0r| Kaí jcóXX’ £7iaXr|0fi.
tovto 8é toi épéco, o g’ ávEÍpEat tj8e gETaXXag.
vfloóg tu; Evpíri KiKÁTjoKETai, eí rcov aKovEig,
’OpTvytng Ka0V7i£p0ev, o0i xporcaí tieXíoio,
ov ti 3iepi3iXTj0T|g Xítjv tógov, áXX’ áya0r| pév,
evpoog EvpnXog, oívojtát|0ti<; rcoXvrcvpoc;.
keívti 8’ ov jiote 8r¡pov éoépxETca, ovSé tu; áXXrj
VOVGOg EJtí GTVyepTl JTEÁETai SeiÁOIGI ppOTOÍGlV *
áÁÁ’ ore ynpáaKGxn jcóXiv Kaxa cpvX’ áv0pcbjtcov,
eáOgjv ápyvpÓTo^og ’AtcÓAAcov ’ApTépiSi ^vv,
oía’ áyavoiai péAeoaiv ¿Koi/ógevo^ KaTéjtEcpvEV.
Ev0a 8vco jióáiec;, 8í%a Sé ocpioi JtávTa 8£8aoTai •
TflGiv 8’ ápxporéppGi jeaTqp époc; EgpaoiÁEVE,
Kttigto<; ’OppEvíSqc;, éjtiEÍKEÁog á0avaToiaiv.
év0a 8e $oívike<; vavoiK%vToi T|Xv0ov avSp££,
TpcoKTax, pvpí’ áyovTE^ a0vpgaxa vifí g£ÁaivT|.

261
ODISEA XV

te tomaron en sus naves hombres hostiles, y te llevaron


a ser vendido a casa de este hombre, y dio un precio adecuado”.
Le contestó a su vez el porquero, príncipe de hombres:
“Extranjero, puesto que hoy eso tú me preguntas e inquieres, 390
en silencio ahora oye y disfruta y bebe tu vino,
sentado. Larguísimas son estas noches: cabe dormir
y cabe que uno, disfrutando, escuche. No te es preciso
acostarte antes de la hora: es fastidio también mucho sueño.
De vosotros, ese a quien su corazón y su ánimo ordenen, 395
puede dormirse, saliendo; mas al mostrarse Ja aurora,
después de almorzar, que siga los cerdos del amo.
Mas nosotros dos, en la tienda bebiendo y comiendo,
disfrutemos cada uno con las míseras cuitas del otro,
recordando: con el tiempo, también de las penas disfruta 400
el varón que muy mucho ha sufrido y mucho ha vagado.
Mas te voy a decir lo que tú me preguntas e inquieres.
Hay una isla, se llama Siria —si acaso algo has oído—,
por arriba de Ortigia, donde están los retornos del sol;
nada populosa así, en gran medida, mas buena, de veras, 405
rica en bueyes y ovejas, feraz en vino, fértil en trigo.
El hambre jamás llega al pueblo y, tampoco, terrible,
alguna enfermedad sobreviene a los pobres mortales;
mas cuando en la ciudad envejecen las razas de humanos,
con Ártemis llegando Apolo de arco de plata, 410
les da muerte, acercándose a ellas, con suaves saetas.
Ahí hay dos ciudades, y entre ellas todo en dos se divide;
en éstas, en ambas, mi padre reinaba,
semejante a los inmortales, el Orménida Ctesias.
Llegaron allí unos fenicios, hombres preclaros en náutica, 415
truhanes, llevando en su negra nave mil baratijas.

261
HOMERO

éoKe 8e rcaxpóg époio yovq <X>oíviao’ evi oí'kg),


KaX,T| xe peyaZq xe Kai áyXaá épya í8ma •
Tryv 8’ apa <J>oíviKeg rcoÁnrcaírcaXoi qrcepórceoov.
420 rcXwoúaq tk; rcpcóxa píyq KoíXq rcapá vrfi
Evvp Kai (piXórr|Ti, xá xe cppévac; qrceporceúei
OxiAAJxépTtai yovai^í, Kai r\ k’ eúepyóc; éqaiv.
eipóxa 8q erceixa, xí<; eiri Kai rcóOev eXBoi •
q 8é páX’ amáa rcaxpót; ércécppaSev i)\|/epe(pé<; Só-
425 < éK pév ZiSóvog rcoX'u%áXKO'u eóxopai eivai,
Koípri 8’ eip’ ’Apúpavxoí; éyó puSóv ácpveioio-
áXXá p’ ávqprca^av Táqnoi Árfíoxopec; ávSpec;
áypóOev épxopévqv, rcépaaav Sé pe Senp’ áyayóvxec;
xoáS’ ávSpóg rcpó<; ScópaO’ - ó 8’ á^iov cóvov eSwke >.
430 xqv 8’ aóxe rcpooéeircev ávqp, og píayexo ÁáOpq •
< q pá Ke vnv rcáXiv aÚTig áp’ qpiv oiKaS’ ercoio,
ocppa i'8q rcaxpcx; Kai pqxépo<; í>Yepecpé<; Sa>
auToó^ x’; q yáp ex’ eiai Kai ácpveioi KaZéovxai >.
xóv 8’ aóxe rcpoaéeirce yovq Kai ápeípexo pó0cp-
435 < e’íq Kev Kai xoox’, eí poi éOéXoixé ye, vanxai,
opKCp rciax©0qvai árcqpová p’ oiKaS’ árcá^eiv >.
cóg ecpaO’, oi 8’ apa rcávxec; ércópvuov, ó<; éKéÁeuev.
aoráp érceí p’ ópoaáv xe xeÁeóxqaáv xe xóv ÓpKov,
xoi^ 8’ aóxic; pexéeirce yuvq Kai ápeípexo póOcp •
44o < aiyq vov • pq xí<; pe rcpooaoSáxco ércéeaoiv
ópexépcov éxápcov %upPÁqpevo<; q év áymq
q rcox> érci Kpqvq • pq xk; rcoxi 8ópa yépovxi
éXOfflv é^eírcq, ó 8’ óiaápevog KaxaSqaq
Seapcó év ápyaXécp, ó piv 8’ ércuppáaaex’ óXeOpov.
445 áÁX’ éxex’ év cppeai px>0ov, érceíyexe 8’ cóvov óSaicov.
áXÁ,’ oxe Kev 8q vqó<; rcXeíq pióxoio yévqxai,

262
ODISEA XV

Hbía, de mi padre en la casa, una mujer de Fenicia,


hermosa y grande y experta en labores espléndidas;
la sedujeron aquellos taimados fenicios. Primero,
cuando lavaba, junto a la cóncava nave, alguno la tuvo
en el lecho y en el amor, y esto seduce las mentes
en las tiernas mujeres, incluso si alguna es honesta.
Entonces, aquél preguntaba quién era y de dónde venía;
ella muy presto indicó del padre la casa de alta techumbre:
‘Me precio —dijo— de ser de Sidón, pródiga en bronce, 424
y soy hija del caudalosamente rico Aribante;
mas unos hombres piratas de Tafos a mí me raptaron,
cuando venía del campo, y me vendieron, trayéndome aquí
a la casa de este hombre, y él dio un precio adecuado’.
Le contestó a su vez el hombre que a ocultas la tuvo: 430
Así, ¿irías con nosotros hoy de nuevo, de vuelta a tu casa,
para ver, de tu padre y madre la casa de alta techumbre,
y a ellos mismos? Pues cierto, viven aún y con nombre de ricos’.
Le contestó a su vez la mujer, y respondió estas palabras:
'Podría ser también eso, nautas, si estuvierais dispuestos
a obligaros con un juramento a llevarme ilesa a mi casa’.
í dijo, y todos ellos juraban como ella pedía,
As
aMs cuando juraron y concluyeron aquel juramento,
de nuevo, entre ellos habló la mujer, y respondió estas palabras:
Silencio, ahora; que con palabras no me hable ninguno 440de
vuestros compañeros, si es que me encuentra en la calle
oquizas en la fuente, no sea que alguno yendo a la casa
Se lo diga al anciano, y él, entrando en sospechas, me lace
con difícil lazo, y contra vosotros medite la muerte.
Tened en mente mi dicho, y apremiad el precio de compras. 445
Y
cuando la nave ya esté llena de bienes mercados,

262
HOMERO

áyyeÁíxi poi erceixa 0oco<; 7tpó<; 8(ópa0’ íkéo0w

oíoo) yáp Kai xpooóv, oxk; x’ órcoxeípio; éX0p.


Kai 8é kev áXV ércípa0pov éyáv é0éXoooá ye Soírjv
450 rcaiSa yáp ávSpóc; éí]o<; évi peyápoio’ áxixáXX©,
KepSaXéov 8í] xoiov, apa xpoxótovxa 0ópa^e-
xóv Kev áyoip’ érci vrió<;, ó 8’ ópiv popíov covov
áX(poi, 07TR Trepáoste Kax’ áXXo0póoo<; ávQpamoix;
ti pev áp’ eiuoóo’ aTíépri 7tpó<; Scopaxa KaXá-
455 oí 8’ éviaoxóv árcavxa rcap’ ópiv aó0i pévovxeg
év VT|i yXacpDpfj píoxov rcoÁóv éprcoXócovxo.
áXX’ oxe Sí] koÍZti vijoq óx^exo xoioi véeo0ai,
Kai xóx’ áp’ áyyekov rjKav, o<; áyyeíÁeie yuvaiKÍ.
í]Áo0’ áví|p rcoÁói8pi<; époó rcpcx; 8cí>paxa rcaxpóg
46o xpúoeov oppov éxov, pexá 8’ riÁeKxpoiaiv éepxo.
xóv pév áp’ év peyápcp Spcpai Kai 7ióxvia pr|xr|p
Xepoív x’ áp(pa(pócovxo Kai ó<p0aXpoiaiv ópcóvxo,
covov ÓTtioxópevai • ó 8é xfj Kaxéveooe oiconfj.
tj xoi ó Kaweóoag koíXt|v érci vfja pefVqKei,
465 i] 8’ épé xeipóg éXoóoa Sópcov é^fiye 0ópa£e.
ebpe 8’ évi rcpoSópcp rjpév Sena r]8é xparcé£a<;
ávSpcov Saixopóvcov, oí peo rcaxép’ ápcpejcevovxo.
oi pév áp’ ég 0cókov rcpópoXov Srjpoió xe (píjpiv,
Ó 8’ ariga xpí’ áXeioa KaxaKpóyao’ orco koXkco
<70 £K<pepev • aóxáp éycov ettópryv áeoicppooovT]ai.
Sóoexó x’ xiéXio<; okioíovxó xe rcaaai ayoiai •
Ópeig 8’ éc, Xipéva káoxóv x|^0opev ®Ka Kiovxe<;,
év0’ ápa <X>oivíkcov ávSpcov iyv ©KoaXot; vt]Ó<;.
oi pév érceix’ ávapávxeg énéizkzov óypá KéXeo0a,
475 vg> ávaPnoápevoi • erci Sé Zeíx; oopov laXXev.
e£,fjpap P^v ópcó^ nXéopev voKxac; xe Kai ÓPaP

263
ODISEA XV

que
entonces me llegue de prisa un mensaje a la casa,
es llevaré también oro, el que llegue y quede en mis manos.
pu
Y también, voluntaria, yo daría de pasaje otra cosa;
en efecto, al hijo del noble señor en la casa alimento, 450
ya tan astuto, que corre conmigo hacia afuera;
lo conduciría a la nave, y él os traería un precio infinito,
adonde lo llevéis en venta entre hombres de otro lenguaje’.
Ella, así habiendo dicho, marchó hacia el hermoso palacio,
y ellos, permaneciendo un año entero allá con nosotros, 455
muchos bienes en la cóncava nave mercaban.
Mas cuando su comba nave era cargada a fin que se fueran,
enviaron un mensajero que a la mujer diera el mensaje.
Llegó de mi padre a la casa un hombre muy listo
con un collar de oro, y estaba engastado con ámbar. 400
En la sala, las siervas y mi honorable madre, la joya
palpaban con las manos y ansiosas veían con los ojos,
ofreciéndole un precio; él le hizo una seña en silencio.
Cierto, tras hacer la seña, él se iba a la cóncava nave,
y ella, cogiendo mi mano, me guió de la casa hacia afuera. 465
Encontró en la antesala las copas y mesas
de unos comensales que trabajaban en torno a mi padre.
míos a la asamblea habían salido, y al debate del pueblo,
mas ella, aprisa ocultando tres copas debajo del seno,
se las llevaba, y, en mi ingenuidad, pues yo la seguía. 470
El sol se puso, y se ensombrecían todas las sendas;
nosotros, yendo de prisa, llegamos al ínclito puerto
do de los hombres fenicios estaba la rápida nave.
Ellos, pues, embarcándose, bogaban por húmedas sendas,
después de embarcarnos, y Zeus envió viento propicio. 475
Durante seis días navegamos igual, de noche y de día;

263
HOMERO

aU’ ote. Sn epSonov í^ap átl Zeís 0Í¡K Kpovítov


e^ua WaÍKo. PáV ’ApTept^ iozéalpa, ’
avTÁ/p ó £v8odtct¡o£ rceoova’ ©<; eivaÁüi kt£.
48o Kai xr¡v ¡iév ^coKflcn Kai í/Oíxji KÍpjLia yevéo0ai
EKpaXov • aüxáp éyó) Áircóg-qv aKa^rmevo^ r¡xop.
Toíg 8 iQáKfl erceXaoae (pépcov avegcx; xe Kai vScop,
evQa ¡i£ AaépxT¡<; Kpíaxo Kxeáxeoaiv éoioiv.
oiSxco xryvSe. xe yaiav éyá>v i8ov ó(p0aX¡ioioi ».
485 xov 8 ’ ax> Sioyevng ’OSoaeíg T^eí|3exo ¡1Ó0© •
« Enjiai’, páXa Sf¡ por evi (ppeai 0x>póv óprva<;
xauxa EKaaxa Xéycov, ooa Sr¡ rcá0e<; aÁyea 0r)pa>.
áXX’ xoi ooi pév rcapá Kai KaKw ea0A,óv é0riK£
Zeóg, £7t£Í áv8pó<; Scopax’ áípiKeo rcoAAá poyqoag
490 r|níox>, o<; 8r¡ xoi rcapéxer ppcooív xe rcóaiv xe
évS'üKéax;, ^cóeic, 8’ áya0óv píov • aoxáp éycó ye
TtoXXá ppoxcóv £7ti áoxe’ áXópevo<; év0á8’ iKavco ».
cog oi ¡lev xoraoxa rcpóg áXXriXoxx; áyópex>ov,
Ka88pa0éxT¡v 8’ ox> tcoXXov érci xpóvov, áÁAa pívvv0a
495 otr\¡/a Y&p ’Hcóg r¡A0ev értápovog. oi 8’ ¿kí /époon
TrjÁ-epáxor) éxapoi Áóov roxía, Kaó 8’ eXov ioxóv
Kap7taÁx¡i(0<;, xr¡v 8’ erg óppov Kpoépeooav épexpoíg.
ex 8’ evvág epakov, Kaxá Se 7tpr)pvT¡Gi’ éSr|oav •
ek 8é Kai aoxoi Paivov érci pxiypívr 0aÁáaan<;
500 Seuxvóv x’ évxóvovxo Keprovxó xe ai0o7ca oivov.
aoxáp ércei rcóaroc; Kai éSTjxóog e£ épov evxo,
xoiai Sé TqXépaxoc; 7te7tvr)pévo<; np/exo pófow *
« opere; pév vov áaxuS’ éXaóvexe vfja peÁaivav,
ai)xáp éyóv áyporx; ércreÍGopar r¡8é poxfjpag-
505 éaicépioc; 8’ erg áaxo íScbv épá épya Kaxerpi.
Tia>0ev Sé kev oppiv óSoutóprov 7iapa0eípr¡v,

264
ODISEA XV

mas cuando Zeus el Cronión impuso su séptimo día,


Artemis, tiradora de flechas, golpeó a la mujer,
y en la sentina dio un batacazo al caer, cual ave marina.
Y a ella, para que fuera botín de las focas y peces,
la arrojaron, mas yo me quedé afligido del ánimo.
A ellos, los llevaron céleremente el viento y el agua
hacia ítaca, donde me compró con sus bienes Laertes.
En tal forma esta tierra yo mismo miré con mis ojos”.
Le respondió a su vez el divino Odíseo, con palabras: 485
“Eumeo, sin duda, conmoviste mi alma en el pecho
al narrar con detalle esas penas que ya sufriste en el alma.
Mas, sin duda, al lado del mal también algo bueno te puso
Zeus, pues tras mucho sufrir, llegaste a la casa de un hombre
afectuoso, el cual te provee de comida y bebida 490
atentamente, y una vida agradable disfrutas; mas yo,
errando por muchas ciudades de hombres, llego hasta aquí”.
De ese modo, éstos, entre sí, tales cosas hablaban,
y se durmieron, no mucho tiempo, sino unos momentos,
pues luego llegó Eos de bello trono. En la playa, los hombres 495
de Telémaco soltaban las velas, y el mástil bajaron
pronto, y con sus remos llevaron la nave a un aparcadero.
Las pótalas echaron y las amarras de atrás sujetaron,
y ellos mismos salían, del mar a la costa quebrada,
y aprestaban la comida y mezclaban vino esplendente. 500
Luego, cuando el deseo de bebida y comida expulsaron,
entre ellos tomó la palabra el juicioso Telémaco:
Vosotros, ahora, a la ciudad guiad el negro navio,
mas yo marcharé hacia los campos, hacia los pastores;
bajare a la ciudad por la tarde, tras ver mis trabajos. 505
Mañana podría yo ofreceros, cual pago del viaje,

264
HOMERO

Savt áyaOryv Kpeitov te mi oívot» tiSukótoio »


TOV ó cióte TtpooEEMiÉ ©eokáÓpevoí eeoeiSnc •
«iqi 7«p éycó, «píXe tékvov, íw; teo 8ápa0’ «topai
510 T V,Q?^V\°l KPava*lv ’lOáwiv tarta KoipavÉoDaiv;
i0t><; pnxpog ico Kal 0010 Sópoio; »
JÓV 8’ ai TriXégaxog 7i£7cvDg£vo<; ávTiov r$8a-
« áXÁax; pév o’ áv éyó ye Kal fiji£Tepóv8e KeXoípnv
epxeoG’ • oí yáp ti ^evícov tcoGtí • áUá aol ai tco
515 xeipov, ETieí toi éyá» pev áTréaaopai, oí8é ge prj^p
oyEiat- oí pev yáp ti 0apá pvriOTfjpa’ évl oíkg)
(paívETai, áXX’ arcó tcov ÍKEparíco Iotóv ixpaívEi.
áXXá toi áXZov (parca TCKpaíaKopai, ov kev ikoio,
Eipípaxov, noXípoio 8aí(ppovo<; áyAaóv nióv,
520 tov vív loa 0£¿p ’lOaKTjaioi Eiaopócoai-
Kal yáp tcoAAóv ápiaToc; ávrjp pépovév te páAiaxa
piycép’ Egnv yagEEiv Kal ’OÓDaafiog yépa<; e^eiv.
áAAá xa y£ ZeÍx; oi8ev ’OA-óprciog, aíGépi vaícov,
El K£ OíplV 71 p Ó yápoio TeXeVTTIOEI KaKOV Tipap ».
525 cog apa oí eítcÓvti £7t£7CTaTo 8£^ióg ópvig,
KÍpKoc;, ’ArcóXÁxovog Tayíx; áyy£Áo<;- év 8é tcóSeoci
tíAAe tceAeiocv e/cov, Kaxá 5e 7tT£pá /eóev £P«íe
gEGOTjyrx; vtjÓí; te Kal aÍTOí TriAegá/oio.
tov 8e ©EOKÁípEvog ETapcov a7iovóa(pi KaXéaoac;
53o ev t ’ apa oí <pó %Eipi eko? t ’ £<paT ’ ék t ’ óvópa^E •
« Tr|X.épax’, oí toi aven 0eoí ií%v0e Serios opvi?
&¡vmv yáp piv eaávTa iSátv oiwvóv ÉóvTa.
ópeTÉpoo 8 • OT.K eoti yéveo? paoiXeÍTEpoy aXÁo
év §ñpíü ’lOámí. áXk’ ópeí? KapTEpol atei».
535 tov 8’ ao Tr|Xépaxog KEitvopévo? avxiov qvóa
« ai yáp toíto, ^eíve, érn? TETEÁeopevov eit) •

265
ODISEA XV

un buen banquete de carnes y vino de suave bebida .


Le contestó a su vez Teoclímeno, símil a un dios:
“¿Adonde iré, hijo querido? ¿Llegaré a la casa de alguno
de los hombres que señorean en ítaca, la peñascosa? 5
¿O directamente a tu madre me iré, y a tu casa?”
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“En otras circunstancias, yo ordenaría que tú a nuestra casa
fueras: no se extrañan los dones del huésped; mas, para ti
sería peor, pues yo estaré lejos, y mi madre no te verá, 5]
pues no, no a menudo en la casa con los pretendientes
se muestra, mas lejos de ellos, arriba, ella teje su tela.
Pero a otro varón, al cual podrías ir, yo voy a indicarte,
a Eurímaco, del sabio Pólibo el hijo preclaro,
a quien los itacenses ahora ven igual que a una deidad; 521
incluso es con mucho el varón más noble y desea sobre todos
desposar a mi madre y tener el honor de Odiseo.
Pero Zeus olimpio, que vive en el cielo, sabe estas cosas,
si antes de la boda habrá de cumplirles el día malhadado”.
De quien así dijo, encima, un ave voló a la derecha, 525
un halcón, veloz mensajero de Apolo; teniendo en sus garras
una paloma, la desplumaba, y en la tierra las plumas
esparcía, entre el barco y el mismo Telémaco.
Y Teoclímeno, llamando a éste lejos de sus compañeros,
pues le estrechó la mano, y esto decía y lo nombraba: 530
Telemaco, no sin un dios, vino esta ave a tu diestra:
yo supe, al verla de frente, que era un ave de augurio.
Distinta de la vuestra, no hay una estirpe más digna del reino
en e pueblo de ítaca, mas siempre seréis poderosos”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta: 535
Ojalá esta palabra, extranjero, llegara a cumplirse;

265
HOMERO

Xtó ke xa/a Yyoín<; qnkóxnxá xe noUá xe 8©pa


epei, ©g av xí<; ae ouvavxópEvog paKapí^oi».
T|, Kal rieípaiov icpooEqxóvEE, rcioxóv éxaipov •
540 « Heipaie KXdxíSti, oí Sé poi xa jisp aAAa páZioxa
neí0T| ép©v éxáp©v, oí poi ni Xov eí; ap’ etcovxo-
Kai viv poi xov £>eívov aycov év 8©paoi ooioiv
évS'bKEcoq qnXÉEiv Kal xiépEV, ei<; o kev eX0w ».
xóv 8’ ai üeípaux; SoDpiKXoxóc; ávxíov T$Sa-
545 « TqXépax’, ei yáp kev oí rcoXív xpóvov évOáSe pípvoig,
xóvSe x’ éy© Kopi©, ^evícov Sé oí oí rcoBí éoxai».
©q EÍ7i©v eral vtio<; Epri, EKéX-EOOE 8’ éxaípoxx;
aíxoó<; x’ áppaíveiv ává xe TCpx)pvT|oia Aíoai.
ol 8’ aiy’ EÍopaivov Kal etiI kX^íoi KaOi^ov.
550 TnXépaxoc; 8’ írcó rcooolv éSíoaxo KaXá jcéSiXa,
eiÁEXO 8’ cálKipov ey/oc;, aKa/pévov ó^éí/aX-K©,
VT|ó<; árc’ ÍKpió<piv ■ xoi 8e Kpopvnoi eXuOOCV.
ol pév áv©oavx£<; uXéov £<; iroXiv, ©<; ekeXedoe
Trjképaxcx;, tpíXxx; x>ío<; ’OSdooío<; Oeioio ,
555 xóv 8’ ©Ka 7tpopi0©vxa ttÓSeí; <pép°v, ócpp’ Ikex ’ aiXr|v,
év8a ol xjoav íeq páX,a pupíai, pai aupara];
éoBXxx; é©v évíaüEv, ávaKxeoiv RKia £ÍS©<;.

266
ODISEA XV

entonces, pronto sabrías de amistad y de muchos regalos


míos, de modo que alguno, al encontrarte, feliz te diría”.
Habló, y le dijo a Píreo, su fiel compañero:
“Píreo, hijo de Clitio, en otras cosas tú me has sido fiel 540
más que mis compañeros, los que conmigo fueron a Pilos;
también hoy, llevando a este huésped mío, en tu casa,
hasta que llegue yo, atentamente hospédalo y hónralo”.
A su vez Píreo, famoso lancero, le dijo en respuesta:
“Telémaco, ojalá aquí mucho tiempo pudieras quedarte; 545
a éste, yo cuidaré, y no extrañará los dones del huésped”.
Dicho esto, subió a la nave y ordenó a sus amigos
que se embarcaran ellos mismos, y amarras soltaran.
Se embarcaban de prisa y se ponían junto a las chumaceras.
Mas Telémaco, bajo los pies ató sus hermosas sandalias, 550
y su robusta lanza, aguda con bronce cortante, tomó
de la cubierta del barco; los otros soltaron amarras.
Desatracando, a la ciudad navegaron, como ordenara
Telémaco, el querido hijo del divino Odiseo;
los pies llevaban al que iba veloz, hasta llegar al establo 555
donde estaban sus cerdas innumerables, entre las cuales
dormía el noble porquero, que con sus amos era afectuoso.

266
16. OAYILEIAI n

Ttu 8’ ccut' év kXioíti ’08uaeü? Kai 8105 ixpoppióq


evtbvovt’ apioTov ají’ f|ói, Kriajiévco rcup,
£K7i£g\¡/áv te vogfia<; ag’ áypogEvoiGi góeggi.
Tr|Xegaxov Se rcEpíaaaivov kóve<; íXaKÓgwpoi,
5 oi)5’ üXaov JtpoaióvTa- vót|ge Sé Siog ’OSoggetk;
oaívovTQu; te KÓva<;, rcEpí te któkoc; t|X0e tcoSoüv.
aiya 5’ ap’ Eügaiov £7i£a KTEpÓEVTa rcpoariúSa-
« Ei)gai’, f| gáXa tí<; toi eáetxjetoci év0áS’ ETaípot;
f| Kai yvcopigot; aXXot;, etieí ktjvec; odx íXáooGiv,
10 áXXa ftEpiaoaívooai • 7ioS¿óv S’ ótcó Sookov cckoúco ».
oi) tico 7iav EipT|TO Ejcog, ote oi ipíXot; oiót;
egtt| evi rcpo0,ópoioi. Taqxbv 5’ ávópoooE <yu{3üm%,
ek 8’ apa oi /Eipaiv kegov ayyEa, toíg’ e71oveíto
Kipvat; aí0O7ia oivov. ó S’ ávTÍot; tiX0ev avaKTot;,
15 kógge Se giv KEipaÁTiv te Kai ag<pa> (pasa KaXá
Xeipág t’ ágcpoTEpag- 0aÁ,£póv Sé oi ekícege SaKpv.
óx; Se 7taTnp ov rcaíSa <píXa (ppovécov áyaTiá^p
eáBóvt’ ec, <X7tír|g yaÍTig Sexocto) eviavTíp,
govvov tt|Xvyetov, t¿) etc’ aXyEa rcoÁXá goyriGrj,
20 (üq tote TrjXégaxov ©EOEiSéa Síog ixpoppót;
rcávTa kvgev rcepiqríx;, óx; ek 0aváwio (pvyóvTa •
Kai p ’ óXo(pvpóg£vog Ercsa KTEpÓEVTa rcpoarivSa *
« t^ABec;, TqXégaxE, yXvKepóv <páo<; • oi) a et éycó ye
oveo»0ai ¿(págrjv, etceí Q)Xeo VTí'1 ni) Xov Se.
25 áXX’ ay£ vvv e’ígeáSe, cpíXov teko<;, ó<ppa ge 0vga>
TÉpigOgai ElGOpOÍÚV VEOV OtXXo0EV EvSoV EOVTa.

267
Libro XVI

A su vez, en la tienda, Odiseo y el noble porquero,


prendiendo fuego, por la mañana el almuerzo aprestaban;
a pastores habían despachado, con los puercos en piara.
Los ladradores perros, fiestas hacían en torno a Telémaco,
no ladraban cuando él se acercaba. Notó el noble Odiseo
a los perros fiesteros, y de unos pies el ruido llególe.
Al punto le dirigió a Eumeo estas palabras aladas:
“Eumeo, sin duda, algún compañero tuyo viene hacia acá,
u otro, también conocido, porque los perros no ladran,
mas le hacen fiestas en torno: de unos pies el ruido percibo”. !0
Todas sus palabras aún no decía, cuando su hijo querido
se plantó en el portal. Pasmado, dio un brinco el porquero,
y de sus manos cayeron los vasos con que él se ocupaba
mezclando vino esplendente. El se fue al encuentro de su amo,
y le besó su cabeza y, ambos, sus ojos hermosos 1S

y las manos, entrambas: abundantes cayeron sus lágrimas.


Como un padre que es cariñoso, a su hijo recibe,
al que en el décimo año regresa de tierras distantes,
único, tarde nacido, por quien soporta muchos dolores,
asi entonces, a Telémaco, símil a un dios, el noble porquero 20

besó, abrazándolo mucho, como a quien huyó de la muerte,


y pues, llorando, profirió estas palabras aladas:
Has venido, Telémaco, dulce luz. Yo pensaba que a ti
no te vería otra vez, después que a Pilos te fuiste en la nave.
Anda, entra ahora, hijo querido, por que en el alma 25
goce viéndote, en casa, de otras tierras recién arribado.

267
HOMERO

ov pev yap ti 0áp’ áypóv ercépxeai oo8e vopfja<;,


áXX’ £7tiSr|jLi£i)£i(; • ©<; yáp vi) toi eoaSe 0o p©,
áv8p©v pvtjgttip©v ¿Gopav áí8r|Xov opiXov ».
30 tov 8 ’ ao TriXégaxog rcercvojiévoc; ávTÍov rjoSa •
« EGGETai ootgn;, arca- ge0ev 5’ evek’ év0á8’ íkóv©,
ó(ppa ge t’ ó(p0aXpoiaiv iS© Kai pi)0ov cckoóg©,
n poi et’ ev poyápoig pqTTip pévEi, T)é tk; lyÓri
áv8p©v aXA,o<; EyripEv, ’OSoggtioc; Sé tcoo eovt]
35 xfaei évEovaícov kíxk’ ápá%via KEVcai Exoooa ».
tov 8’ aoTE TipoGÉEiTCE GopcÓTin;, opxapog áv8p©v •
« Kai XÍT|V KEÍVTl y£ pév El TETÁTIÓTI 01) p©
ooioiv évi pEyápoiaiv • ói^opai 8é oi ai£Í
(p0ívoooiv vbkte<; te Kai lípaTa SaKpo xeooop ».
4o ©<; apa q>©vrioa<; oi éSé^aTo xáÁKEov £yxo<; •
aoTap o y’ e’íg© íev Kai i)7tépPri Zaivov ooSóv.
T(i> 8’ éSprig ekiÓvti 7iar¡ip ókoei^ev ’OSoggeik;-
TriÁépaxog 8’ etep©0ev épriTOE (p©vr|Gév te-
« tjgo, ^eiv ’ • Tip£Í<; Se Kai ákXo0i 8r|op£v éSpr^v
45 GTa0p© EV TlpETEp©- TCOCpa 8’ ávTJp, Og KaTa0T|O£l ».
©g <p<x0’, ó 8’ amig i©v KaT’ áp’ e^eto • t© Se aoP©rng
X£O£V otco x^apág p©7tag Kai K©ag i)7T£p0£v •
EV0a Ka0é^£T’ £7t£iTtt ’O8i)GGf|og cpíXoq oióg.
toígiv Se Kp£i©v rcívaKag rcapéOriKE Gi)P©TTig
50 Ó7tTaX£©v, á pa Tfj KpoTEpTi iméleuiov éSovTEg,
GITOV 8’ EGGOpév©^ 7iap£VT|££V EV KavéolGIV,
év 8’ apa KiGGDpío) KÍpvri pEÁvnSéa oívov -
ai)TÓg 8’ ávTÍov í^ev ’OSoaafjog 0eíoio.
oi 8’ £7i ’ óv£Ía0’ EToípa 7ipoK£ip£va x£ipaí íaXXov.
55 amáp etceí uóciog Kai éSoióog e^ Epov evto,
8t) tote TrjXépaxog 7ipoo£<p©v££ 8íov ixpoppóv •

268
ODISEA XVI

Pues no no a menudo vienes al campo, ni a los pastores,


sino que estás en el pueblo: así, quizás te plugo en el alma
ver la turba execrable de los pretendientes .
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta: *
“Ha de ser de ese modo, tata; aquí, por tu causa he venido,
para que yo te vea con mis ojos y escuche noticias:
si mi madre aún está en el palacio, o ya otro, cualquiera,
de los hombres la ha desposado, y el lecho, tal vez, de Odiseo,
por falta de ropa de cama, se encuentra con feas telarañas”.
Le contestó a su vez el porquero, príncipe de hombres:
“Desde luego, aquélla permanece con ánimo firme
en tu palacio, y para ella, siempre infelices
se consumen los días y las noches, vertiendo sus lágrimas”.
Así habiendo hablado, le tomó su lanza broncínea; 4C
y aquél iba hacia adentro, y el umbral de piedra franqueó.
Ante el que entraba, se alzó de su asiento el padre Odiseo,
mas, desde el otro lado, lo detenía Telémaco, y dijo:
Sigue sentado, extranjero; en otro lado hallaremos asiento
en nuestro establo: hay un hombre que habrá de ponerlo”. 45
Dijo, y aquél, yendo de nuevo, sentóse; al otro, el porquero
le esparció varejones verdes, abajo y, encima, vellones;
allí se sentó entonces, de Odiseo el hijo querido.
Y el porquero les puso al lado platones de carnes
asadas, que ellos el día anterior, comiendo, dejaron; 50
amontonaba al lado, presto, el pan en canastos;
de madera en un cuenco mezclaba vino dulce cual miel,
y él mismo sentábase enfrente del divino Odiseo.
Y echaban mano a las ricas viandas que estaban delante.
Lego, cuando el deseo de bebida y comida expulsaron,
u 55
entonces, le dijo Telémaco al noble porquero:

268
HOMERO

« área, tcó0ev toi ^eívo<; oS’ í'keto; Sé e vamai


iíyayov ei<; ’I0áKr|v; tívec; eppEvai eoxetógovto;

tov S’ áfta|±£ipó|±£vo<; rcpoo£(pri<;, EiípaiE ou Parca-


« TOiyáp éyó toi, tekvov, áXri0éa tcíxvt’ áyopEÚoo).
ek pév KpTiTatov yévoc, eo/etcu EopEiáíov,
qyqoi Sé rcoXXá ppoTcbv érci aoTEa 8ivri0f|vai
rcXa^ójiEvoc;- ©<; yáp oí ekekXwoev tó y£ Saípcov.

tov8’ ai) TriXéiiaxog KEKvopévo^ ócvtíov rii)8a-


« EiSpai’, rj páXa tooto etco<; 0upaÁyé<; eeikeí;.

ávSp’ cc7iapóvao0ai, ote Tig rcpÓTEpog %aX£7tr|vr| •


prycpi 8’ ep.fl §í%a 0A>póg évi (ppEoi pEpprjpí^Ei,
1Í amoí) rcap’ époí te pévij Kai Sopa Kopí^p,
75 et)vt|v t’ ai8opévp rcóoio<; Sripoió te (pppiv,
fj pSri áp’ £7CT|Tai, ’Axaicbv o<; tk; ápioToc;
pvaTai évi pEyápoioiv ávpp Kai KÁEÍOTa TCÓppoiv.
áXX’ p toi tov ^eívov, ekeí teov iketo 8a>pa,
eooco piv x^aíváv te xviwvá te, EipaTa KaXá,
so Sóoco 8é £,í(pog ápíppKeg Kai tcoooí rcéSiXa,
Tcépyco 8’, O7C7CT| piv KpaSÍTj 0opóg te keXeóei.
£1 8’ ¿0ÉÁ,£ig, oi) KÓpiOOOV évi OTa0pOÍOlV Epó^ag-
EipaTa 8’ év0á8’ éy<b rcépi|KO Kai oíxov árcavia
éSpEvai, ©g áv pp oe KaxaTpóxp Kal eTaípoix;.
85 keioe 8’ av oi) piv éycó y£ peto, pvpoTppag ecopi
épX£O0ai, Xípv yáp áxáo0aXov iSPpiv exodoi*

269
ODISEA XVI

“Tata, ¿de dónde a ti llegó este extranjero? ¿Cómo los nautas


lo trajeron a ítaca? ¿Quiénes, pues, se preciaban de ser? ,
Porque no creo que por tierra él haya llegado hasta aquí”.
Y respondiendo, porquerizo Eumeo, tú le dijiste: «
“Pues bien, hijo, la verdad toda yo voy a decirte.
En estirpe, de la extensa Creta se precia de ser,
y dice que ha rondado por muchas ciudades de humanos,
vagando; le tejió de ese modo algún numen las cosas.
Mas ahora, desde la nave de unos tesprotos huyendo, &
llegó hasta mi establo; en adelante, lo pongo en tus manos.
Haz como quieres; de ti, se precia de ser suplicante”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“Eumeo, muy cierto, es aflictiva esa palabra, la que dijiste.
¿Cómo, pues, yo voy a hospedar en mi casa a este extranjero? 70
Yo mismo soy joven y aún no confío en mis manos
para rechazar a un hombre, cuando él me provoque primero.
Y en mi madre, de dos modos su alma pondera en el pecho:
si allí se queda conmigo y sigue cuidando la casa,
respetando el lecho de su esposo y la voz de su pueblo, 75
o ya se va con quien sea el mejor de los hombres aqueos
que la corteje en la sala y más dote le ofrezca.
Mas, sin duda, a este extranjero, dado que vino a tu casa,
lo vestiré con manto y con túnica, hermosos vestidos;
le daré una espada de dos filos, y sandalias para sus pies, 80
y lo enviare adonde su corazón y su alma lo impulsan.
Mas, si quieres, cuídalo tú, reteniéndolo acá en el establo;
ahsta aquí te enviaré yo vestidos, y todo el sustento
para que coma, que no te agobie, ni a tus compañeros.
porque hacia allá, entre los pretendientes, yo no dejaría 85
que él fuera, pues tienen en gran medida insensata insolencia;

269
HOMERO

JAT| JllV K£pTOg£G)GlV * EgOl 6’ aXOg EGGETai aívóv.


rapí^ai 6 apyaXfiov ti gexá kXeóveggiv éóvxa
avSpa Kai i(p0igov, ejtei ti jioáo (pépTEpoí eígi ».
90 tov S ’ aoTE KpoGEEiKE jroÁÓTlac; Sioq ’OSoggeik;
« ó (pík’, E7CEÍ 0r|v goi Kai ág£Í\|/aG0ai Oépic; egtív,
f| páÁa peo KaTaSáftTET ’ aKooovToc; (píXov r^Top,
oiá <paT£ gvT|oT'ñpa<; aTaaOaXa pnxaváaoOai
év gEyápoia’, a£Kr|Ti ge0ev toiootoo eóvtoc;.
95 £i7i£ goi, T|£ ekcóv Ó7toSágvaoai, ge y£ Xaoí
£X0aípooa’ ává Sfigov EJiioiiógEvoi 0eoo ógtpp •
r¡ ti KaaryvTiToia ’ £7Tigég(pEai, oiaí 7TEp avr^p
gapvagévoiGi 7t£jcoi0£, Kai eí géya veíkoc; dprjTai;
ai yáp éycov ootco veoc; Eiqv TípS’ érci 0opro,
ioo q jraíc; é£, ’OSoGqoc; ágógovoc; qé Kai aoTÓc;
eX0oi áAqTEÓrov • ETi yáp Kai eAjtíSoc; aioa-
aoTÍK’ etceit’ ájt’ égEio Kapq Tagoi áÁÁórpux; (prog,
El pq éyro keívoigi KaKÓv jrávTEooi yEvoígqv
[éABrov eg géyapov AaEpTiáSEro ’OSoaqoc;.]
105 £i 5’ ao g£ JTÁq0oí SapaoaíaTO goovov éóvTa,
pooAoígqv k’ ev egoiai KaTaKTagEvoc; gEyápoiai
T£0vágEv q tqSe y’ aiév aEiKéa £py’ ópáaa0ai,
^EÍvoog te GToipEÁiCppévooc; Spq>á<; te yovaÍKag
poGTa^ovTag áEiKEÁíroc; KaTá SrópaTa KaXá,
no Kai oivov SiatpoGGÓgEvov, Kai gítov éSovTac;
gávjr aoTox; aréXEOTov, ávqvÓGTro £7Ti épyro ».
tov 8’ ao TqAépaxoc; 7i£7Tvogévoc; ávTiov qoSa'
« Toiyáp éyró toi, £eíve, gaA’ árpEKéroc; áyopEoaro.
oote tí goi Trac; Sqpoc; ájt£X0óg£vo<; xaA,£7raiv£i,
115 OOTE KaGiyVTJTOlG’ EJTlgégípOgai, OÍgÍ JTEp ávT|p
gapvapévoiai kekoi0e, Kai ei gsya veíkoc; opqTai.

270
ODISEA XVI

no sea que lo ultrajen; será para mí una pena terrible.


Es difícil que haga algo, si se halla entre más numerosos,
un hombre, aun fuerte, pues, cierto, son mucho más poderosos”.
Le contestó a su vez el paciente, noble Odiseo: 90
“Oh amigo —pues, sin duda, responder me está permitido—,
ciertamente, mi corazón se hace pedazos, cuando oigo
qué insensatas acciones decís que maquinan los pretendientes
en la sala, a despecho tuyo, siendo quien eres.
Dime, ¿acaso tú te sometes de grado, o tu gente 95
te odia en el pueblo siguiendo de un dios la palabra?
¿O en algo reprochas a tus hermanos, en quienes, si luchan,
un hombre confía, aunque surja una grande contienda?
Que así, como tú, fuera joven, con este coraje que tengo,
o el hijo del intachable Odiseo, o el mismo Odiseo 100
vagando, volviera: de esperanza aún existe un atisbo;
acto seguido, que un hombre extranjero cortara mi testa,
si yo no me hiciese desgracia de todos aquéllos,
yendo al palacio de Odiseo Laertíada.
Mas, si por su número me sometieran, hallándome solo, 105
preferiría, asesinado en mi propio palacio,
estar muerto, antes que ver por siempre estas viles acciones:
que los huéspedes son maltratados, y a las mujeres sirvientas
las estupran sórdidamente en el bello palacio,
y el vino es agotado, y se comen el pan 110
locamente así, sin final, en inútil trabajo”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
Pues bien, extranjero, muy detalladamente voy a decirlo.
Ni todo el pueblo está airado por odio en mi contra,
ni algo reprocho yo a los hermanos, en quienes, si luchan, 115
un hombre confía, aunque surja una grande contienda.

270
HOMERO

©Se yáp qgexépqv yeveqv goáv©ae Kpoví©v •


govvov Aaépxqv ’ApK£Íato<; móv etikte,
govvov S’ am’ ’OSooqa rcaxqp xeKev • aúxáp ’OSoaaeoc;
120 goovov ég’ év geyápoiai x£K©v Xírcev, oúS’ árcóvriTo.
x© vov 8oogevée<; gáXa gopíoi eía’ évi oíkg).
ooaoi yáp vqooiaiv érciKpaxeooaiv ápiaxoi,
Aodátxí© xe Eágp xe Kai i)Aqevxi ZaKÓv0®,
qS’ oaooi Kpavaqv ’I0aKqv Kaxa Koipavéooai,
125 xóoaoi gqxép’ égqv gv©vxai, xpóxoooi Sé oíkov.
q S’ oiSx’ ápveixai oxoyepóv yágov ooxe xeAeoxqv
7torqaai Sóvaxai- xoi Sé cp0ivi)0oDaiv eSovxec;
oikov égóv • xáxa 8q ge Siappaíoooai Kai aéxóv.
áAA’ q xoi gév xai)xa 0e©v év yovvaoi Keíxai-
130 áxxa, ai) S’ épxeo 0aaoov, éxécppovi IlqveÁoTCeíq
ei'q)’, oxi oi ggk; eigi Kai éK IláAoi) eíAqAoi)0a.
aoxáp éy©v avxoí) gevé©, ai) Sé Seopo véeo0ai
oíq árcayy£ÍÁa<;- x©v 8’ áXÁ©v gq xig ’Axaicbv
7LEU0EO0CO- jcoAXoi yáp égoi KaKá gqxavó©vxai».
135 xov 8 ’ ájcageipógevo<; rcpoaécpq<;, Eogaie aopcbxa •
« yivóaK©, cppové©- xa ye 8q voéovxi KEÁeúeic;.
áXA’ áye goi xóSe eircé Kai áxpeKe©<; KaxáXe^ov,
eí Kai Aaépxq aáxqv óSóv áyyeAog éA0©
Soagópíp, o<; xeiog gév ’OSoaaqog géy’ áxeó©v
i4o épya x’ ércojtxeúeoKe gexá Sg©«v x’ évi oikíd
rcive Kai qo0’, oxe 0ogó<; évi oxq0eoorv ávóyoi-
aóxáp vov, é£, oi) ao ye cpxeo vq'i ITóAovSe,
oi) ít© gív cpaaiv cpayégev Kai rciegev aóx©<;,
oi)8’ érci épya íSeív, áAAá axovaxq te yo© xe
145 qaxai óSopógevog, cp0ivó0ei S’ ágcp’ óaxeócpi xp©S »•
xov 8’ aó TqXégaxoc; KEKvogévoq ávxíov qóSa •

271
ODISEA XVI

Pues el Cronión aisló nuestra estirpe así, en un solo retoño:


cual único hijo, engendraba Arcisio a Laertes, y luego,
cual único, engendró a Odiseo su padre, y, tras engendrarme
cual único, Odiseo me dejó en el palacio, sin disfrutarme. 120
Por eso, hoy, enemigos innumerables hay en la casa.
En efecto, cuantos príncipes tienen el mando en las islas,
en Duliquio y en Same, y en Zacinto llena de selvas,
y cuantos son soberanos en Itaca, la peñascosa,
tantos pretenden a mi madre, y consumen mi casa. 125
Y ella, ni rehúsa la horrible boda, ni puede
llevarla a cabo; pero ellos, comiendo, se acaban
mi casa: pronto, incluso a mí mismo me van a hacer trizas.
Mas eso, sin duda, de los dioses está en las rodillas.
Tata, tú marcha de prisa, y a la prudente Penélope 130
dile que salvo me tiene y que he vuelto de Pilos.
Yo aquí mismo permaneceré, y tú, ven de regreso
tras dar la noticia a ella sola; que de los otros aqueos
nadie oiga, pues contra mí, muchos maquinan desmanes”.
Y respondiendo, porquerizo Eumeo, tú le dijiste: 135
“Lo sé, lo entiendo; mandas a uno que piensa las cosas.
Mas anda, dime esto, y cuéntalo con sus detalles:
si, en el mismo camino, voy cual nuncio también a Laertes,
el infeliz que, algún tiempo, aun muy dolido por Odiseo,
inspeccionaba las obras y, con los siervos, en casa 140
bebía y comía, cuando el alma en su pecho ordenaba;
nías, ahora, desde que tú te fuiste en la nave hacia Pilos,
dicen que él aún no come ni bebe en tal forma,
ni ve por las obras, sino que con gemido y lamentos
fe encuentra, llorando, y la piel se marchita en sus huesos”. 145
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:

271
HOMERO

«áÁyiov, áU’ giV ¿áoopev, áZv<.|X£Voí jtep.


ei Yap rca)<; eit| aÍTaypETa rcávTa ppoToioi,
TtpWTÓV KEV TOÍ Kaxpóc; £Á,OÍ|lE0a VOOTIJIOV rjpap.
i5o áAXá oí y’ áyyEÍXac; ótcíocú kíe, pt|8e Ka< áypoíg
7iXá^eo0ai ¡iet’ ekeivov • áxáp rcpóc; pr|T£pa eítceív
ápcpÍKoXov Tapíriv ÓTpnvépEv otti TaxioTa
Kpí pSrjv • keÍvt| yáp kev aKayyEÍXEiE yépovTi».
pa, Kai ¿po£ aixpoppóv -8 8’ eíáeto xepoi KÉSiXa,
155 SnaápEvoq 8’ írcó rcoaoi rcóXivS’ íev. oí 8’ áp’ ’A0t|vt|v
Át¡0ev ano oTa0poío kicov Eípaioc; íxpoppóc;,
áXV ií y£ oxeSóv t^0e- Sépa<; 8’ í'íkto yuvaiKÍ
KaÁ-fi te pEyáXp te Kai áyXaá Epya íSuítv
otí 8e KaT’ ávTÍ0npov kXioít|<; ’OSooryi(paveiaa-
i6o oí8’ apa TriXépaxoc; í'Sev ócvtíov oí8’ evótigev, —
oí yáp kco<; rcávTEaai 0eoi tpaívovTai évapyeig, —
áXX’ ’08vgeí<; te kÍvec; te í8ov, Kai p’ oíx íXáovTo,
Kvi)£ri0|icp 8’ ÉTEpcooE 8iá GTa0poio <pópq0£v.
f| 8’ áp’ £7t’ ócppíoi veíoe* vót|oe 8e Siog ’OSoooEÍg,
165 EK 8’ r|?i0ev ¡lEyápoio rcapEK péya teixíov aíA,fi<;,
ott| 8e 7iápoi0’ aÍTfjq. tov Se npooEEiTiEV A0r|VT| •
« SioyEveg Aa£pTiá8r|, 7ioÁojLiT|Xav ’ ’OSoooeí,
Í8ri vív acó rcaiSí eko<; (pao jit|8 £7cikei)0e,
©<; áv pvT|OTT|poiv 0ávaTov Kai Kf|p’ ápapóvTE
170 £pxno0ov rcpOTl áoTD KEplKXoTÓV • oí 8’ éy® aÍTT|
Sripóv arcó o(p®iv éoopai pEpavia páxeo0ai »•
í|, Kai xP^oeíri pápScp EKEpáooaT’ ’A0r|vr|.
q>ápo<; pév oi 7ip¿úTov eíkáoveí; T|8e xn&va
0Ík’ áptpi oTÍÓeaípi, Sépag 8’ ®<peXXe Kai iiPnv.
175 áy 8e peXaYXP01^^ YÉveto, yva0poi 8 ’ £Távvo0ev,
KoávEai 8’ éyévovTO £0£ipá8£<; ápípi yeveiov.

272
ODISEA XVI

“Es muy doloroso, mas lo dejaremos, aun estando afligidos;


pues si todo tuvieran cual propia elección los mortales,
elegiríamos, primero, el día del retorno del padre.
Mas tú, tras dar la noticia, vente de vuelta, y al campo, 15
hacia aquél, no te desvíes, pero dile a mi madre
que cuanto antes le envíe a una sierva, a la despensera,
a escondidas: aquélla podría anunciarlo al anciano”.
Dijo y envió al porquero, que en las manos tomó sus sandalias,
y, atándolas bajo sus pies, se fue a la ciudad. Para Atena, 15:
el porquero Eumeo no pasó inadvertido al marchar del establo,
mas ella se acercó; se asemejaba en figura a una dama
hermosa y grande y experta en labores espléndidas.
Se paró frente al atrio de la tienda, visible a Odiseo;
claro, Telémaco no la vio enfrente, ni pudo notarla 16c
—de ningún modo, a todos, evidentes se muestran los dioses—,
pero Odiseo la vio, y los perros, y pues no le ladraron,
mas gruñendo, huyeron al otro lado a través del establo.
Con las cejas, ella hizo una seña: la notó el noble Odiseo,
y se fue de la sala, hasta afuera, ante el gran muro del patio, 165
y se paro frente a ella. Y le dijo Atena:
“Divino Laertíada, habilidoso Odiseo,
ya ahora dile a tu hijo el asunto y no se lo encubras,
para que, ajustando la muerte y destino de los pretendientes,
vayais a la muy insigne ciudad. Ni yo misma estaré 170
de vosotros lejana gran tiempo, anhelando pelear”.
Dijo, y con su vara de oro Atenea lo tocó.
Primero, un manto bien lavado y también una túnica
le puso en su pecho, y su juventud y estatura aumentaba.
Volvio a ser bronceado, y sus mejillas tersas se hicieron, 175
y sus cabellos, en torno al mentón, volviéronse obscuros.

272
HOMERO

ti pév áp’ cog ep^aoa rcáÁiv kíev- aóxáp ’OSoooEÓg


tVíev ég kXigítiv. OápfiTiaE 8é piv (píÁog oióg,
xappT|üag 8’ ExépooE (3áÁ,’ óppaxa, pq 0£og eít|,
i8o Kai piv (pcovTioag etceo rcx£pÓ£vxa rcpoorióSa •
« áÁXoióg poi, ^£iv£, <pávqg véov tje 7iápoi0£v,
áXXa 8e Eipax’ exek; Kai xoi xpóc; oóke0’ ópoíog.
Ó páXa xig 0eóg éaai, xoi oópavóv EÓpóv exodgiv •
áÁÁ’ íkq9’, iva xoi KExapiopéva Stbopev ipá
i85 q8é xpúaEa 8©pa, XEXoypéva • <peí8eo 8’ qpecov ».
xov 8’ q peí (3 ex’ EKEixa rcoÁóxXag Siog ’OSoaaEÓg •
« oiS xíg xoi 0£Óg Eipi- xí p’ á0aváxoiGiv éíoKEig;
áAXa rcaxqp xsóg EÍpi, xoó EÍVEKa ai) axEvaxí^cov
7iáoxei<t» áÁyEa rcoÁAá, píag óitoSéypEvog ávSpwv ».
i9o cog apa pcovqaag móv kóge, KaS 8e rcapEicov
SáKpoov t|ke xapa^E- rcápog 8’ exe vcoÁEpég aieí.
TqXépaxog 8’, — oó yáp tcco £7ceí0exo ov Tiaxép ’ eívai, —
é^aóxíg piv ekeggiv ápEiPópEvog rcpooéEuiEV •
« oó gó y’ ’OSoaaEÓg éoai naxqp épóg, áAAá p£ Saípcov
195 0éXy£i, ótpp’ exi páXXov óSopópEvog axEvaxí^co.
oó yáp itcog áv 9vqxóg ávqp xá8£ pqxavócoxo
cp aóxoó y£ vócp, oxe pq 0£Óg aóxóg ejieABcóv
pqi&ícog éOÉXxov 0£Íq véov qSé yépovxa.
q yáp xoi véov qa0a yépcov Kai áEiKEa eggo •
200 vov 8e 0£oioiv éoiKag, oí oópavóv EÓpóv exoogi ».
xov 8’ á7cap£ipóp£vog TtpoGÉcpq noXópqxig ’OSoaaEÓg-
« TqXépax’, oi) oe eoike <píXov rcaxép’ evSov éóvxa
oi)X£ xi 0aopá^£iv KEpiÓGiov oiSx’ áyáaa0ai-
oó pév yáp xoi ex’ áÁAog éÁEÓaExai év0á8’ ’OSoaaEÓg,
205 áÁÁ’ 08’ éy© xoiógSe, rca0©v KaKá, rcoÁZá 8’ áÁq0£Íg,
qÁoOov eíkogx© eteí ég 7taxpí8a yaiav.

273
ODISEA XVI

Ella, tras actuar así, marchaba de vuelta. Empero, Odiseo


se iba a la tienda. Ante él, se pasmó su hijo querido,
y temiendo, volvió a otro lado los ojos, no fuera algún dios,
y, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas:
“Distinto al de antes me pareciste ahora, extranjero;
tienes otros vestidos, y el color de tu tez ya no es el mismo.
Sin duda eres un dios de los que tienen el cielo anchuroso.
Senos propicio, a fin que te demos ofrendas jocundas
y dones de oro, bien trabajados. Tennos piedad. 18
Le respondió entonces el paciente, noble Odiseo:
“No soy ningún dios. ¿Por qué me asemejas a los inmortales?
No, sino que soy tu padre, por cuya causa tú, gemebundo,
sufres muchos dolores, de los hombres la injuria aguantando”.
Así habiendo hablado, besó a su hijo, y de sus mejillas w
echó al suelo una lágrima; antes, siempre firme, la retenía.
Y Telémaco —pues aún no creía que fuera su padre—
nuevamente, respondiendo, con palabras le dijo:
Tú no eres Odiseo, mi padre, sino que alguna deidad
me fascina, y asi, todavía más gemiré, lamentando. 195
Pues no es posible que un hombre mortal maquinara estas cosas
con su propio ingenio, a no ser que un dios, viniendo en persona,
queriendo, fácilmente lo pusiera cual joven y anciano.
En verdad, hace poco eras anciano, y vilmente vestías;
hy te pareces a los dioses, que tienen el cielo anchuroso”.
y o 200
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
elémaco, no te queda ni el que en gran medida te admires
T
de que tu padre en casa se encuentre, ni el que te asombres.
Pues acá, ciertamente, ya no vendrá ningún otro Odiseo,
sino yo, cual estoy aquí, males sufriendo y mucho vagando, 205
he venido a mi tierra paterna en el año vigésimo.

273
HOMERO

awcáp xoi xóSe epyov ’A0r)varr|<; áyeXeírig,


R te pe xoiov e0t|kev O7icog é0éÁ,ei, Súvaxai yáp,
aAAoxe pév kt(o/S) évaXíyKiov, áÁXoxe 6’ (tute
210 ávSpi vecú Kaí KaXa rcepí xpoí eípax ’ e/ovti.
px|iSiov 8é 0eoici, xoí oupavov e'óp'bv éxouciv,
Apev KoSf^vai 0vrixóv Ppoxóv TjSé KaKooai».
&<; apa (pcovriaac; Kax’ áp’ é^exo, TriXépaxoc; Sé
ápqnx'üGeu; rcaxép’ éc0Xóv óSúpexo SáKpoa Xeípcov
215 áp<poxépoici Se xoiciv í)(p ’ í'pepoc; copxo yóoio •
KXaiov Sé Xiyécog, áSivóxepov r¡ x’ oícovoí,
tpfivai n aiywiioi yapvóv'oxe^, oicí xe xéxva
áypóxai é^eíAovxo 7tápo<; rcexerivá yevéc0ai-
ax; apa xoí y’ eXeeivóv ím’ ócppóci SáKpoov eípov.
220 Kaí vó k’ óS'üpopévoiciv eSd qxxo<; rieXíoio,
el pb T'qXépaxog rcpocecpcoveev ov rcaxép’ ai\|/a-
«rcoíp yáp vóv Seopo, Tiáxep cpíXe, vrp ce vaóxai
pyayov ei<; ’I0áKriv; xíveg éppevai eóxetócúvto;
[oí) pév yáp xí ce rce^óv oíopax év0áS’ íkecOcu ».]
225 xóv S’ aóxe rcpocéexrce rcoXúxXag Sio<; ’OSuccexx;
« xoiyáp eycó xor, xeKvov, áÁT|0eíriv KaxaZe^co.
<X>aíriKé<; p’ áyayov vaociKÁ'üxoí, oí xe Kal áXXoog
áv0pÓ7icn)<; TCÉprcouciv, oxí<; c<pea<; eicacpiKTjxai •
Kaí p’ ebSovx’ év vrp 0op eral rcóvxov áyovxe<;
23o KáxÓecav eív ’I0áKfl, ércopov Sé poi áyXaá Sropa,
XaÁxóv xe xpvcóv xe áXig éc0nxá 0’ íxpavxr|v.
Kaí xa pév év cirnecci 0ecov íóxrixi Keovxai •
vvv ao Seóp’ ÍKÓppv brcc^poc'úvflaiv ’A0r|vri<;,
ó<ppa Ke S'ucpevéeaci (póvoo rcépi pooXeóccopev.
235 áAX’ áye poi pvricxfipag ápi0pnca<; KaxáXe^ov,
ocpp ’ eíSéco, occox xe Kaí oí' xive<; ávépec; eící •

274
ODISEA XVI

Y, ciertamente, esto es obra de la predadora Atenea;


ella me ha puesto así, como quiere —pues puede—,
unas veces, par a un mendigo; otras veces, empero,
par a un joven, y teniendo en el cuerpo hermosos vestidos. 210
Es fácil para los dioses, que tienen el cielo anchuroso,
o bien honrar a un hombre mortal, o bien, desgraciarlo”.
Así habiendo hablado, se sentaba, y entonces Telémaco,
abrazado a su noble padre, gemía, vertiendo sus lágrimas.
Y en ellos, en ambos, se suscitó el deseo del lamento; 215
lloraban a gritos, muy incesantemente, más que las aves,
quebrantahuesos o buitres de uñas corvas, cuando les quitan
los campesinos sus crías, antes de que éstas sean voladoras:
así ellos, bajo sus cejas vertían sus míseras lágrimas.
Y se habría puesto la lumbre del sol sobre ellos gimiendo, 220
si Telémaco no hubiera dicho de pronto a su padre:
“¿En qué tipo de nave hoy, acá, padre querido, los nautas
te trajeron, a Itaca? ¿Quiénes, pues, se preciaban de ser?
Porque no creo que por tierra hayas llegado hasta aquí”.
Le contestó a su vez el paciente, noble Odiseo. 225
“Pues bien, hijo, yo te voy a contar la verdad.
Me trajeron los feacios, preclaros en náutica, que a otros
hombres también escoltan, a cualquiera que a ellos acuda:
trayéndome dormido en la rauda nave, en el ponto,
me dejaron en ítaca, y me otorgaron espléndidos dones, 230
abundantemente: bronce y oro y vestidos bordados.
Y eso, en grutas se encuentra por voluntad de los dioses;
y hoy he venido aquí, por indicación de Atenea,
para que planeemos sobre la muerte de los enemigos.
¡Anda! Enumera y hazme un recuento de los pretendientes, 235
para que sepa yo cuántos y quiénes son esos varones;

274
HOMERO

Kaí kev épov Kaxá Odjióv ápúpova ixepjxripí^otg


cppaaaopai, ri kev vgh 8i)vriGÓp£0 ’ ávTup£p£G0ai
poDvco áv£\)0’ áAZcov, ti Kai §i£qaó|i£0’ áÁXoug ».
i4o tóv 8 ’ ai) TriXépaxoc; tcetcvdpevoc; ócvtíov ni)Sa •
« G) TECXTEp, TI TOl GEIO péya KÁ£O<; aÍ£V OKODOV,
X£ipá<; t’ aíxixnrqv EpEvai Kai ércüppova pouXriv •
áXXá Xít|v péya euie<;- áyn p’ exei- oóSé kev e’íti
ávópE Soco tcoAAoígi Kai ícp0ípoioi pá/eoGai.
245 pvtigttipcov 8’ oót’ áp Sekoic; áxpEKEc; Ol)T£ Sú’ oiai,
áXXá TtoÁ/i) kXeovec;- xáxa 8’ EÍ'oEai Ev0á8’ ápi0póv.
£K p£V AouXlXÍOlO 8ÚC0 Kai KEVTTIKOVTa
KO'ÓpOl KEKpipEVOl, 8e SpriGTTipEc; EKOVTai-
ek 8e Zápug rcíoopEc; te Kai eíkogi cpcoTEc; eaaiv,
250 ¿K Se ZaKT>v0ou Eaaiv eeíkogi Koopoi ’Axaicov,
ek 8’ aÜTfi<; ’I0aKri(; 8i)OKaíSEKa tccxvtec; ápurcoi,
Kaí Gtpiv áp’ egti MeScov KfipD^ Kai 0eio<; áoiSóc;
Kai 8oig) 0epárcovT£, SaripovE SaiTpoaovácov.
T¿0V El KEV 7lávTC0V aVTTlGOpEV EvSoV EOVTCOV,
255 pq rcoX'ÓTCiKpa Kai aívá pía<; árcoTEÍoEai eá0cov.
áXAá gt> y’, eí 8úvaGaí tiv’ ápúvTopa pEpprjpí^ai,
(ppá^ED, o kev tic; vcoiv ápóvoi 7lpÓ(ppOVl 0o pío ».
TOV 8’ aí)T£ 7tpOG££lTC£ 7toÁ,T)TÁa£ 8lO<; 08l)GG£l)<;'
« TOiyap éycov épéco, ai) 8e gvv0£o Kai p£i) aKoooov,
26o Kai cppáaai, "P kev vcoiv ’A0tivti gdv Au ftaxpi
ápKEGEi, T|£tiv’ áXXov apuvTopa p£ppT|pi^CO ».
TÓv 8’ ai) Tn?tépax°<; kekvdpevoc; ocvtíov ip5a-
« EG0Á-Ó toi toótco y’ EnapovTopE, toix; ayopEDEic;,
iSljíl 7l£p £V VECpEEOGl Ka0T|p£VCO‘ C0 TE Kai aAAoic;
265 ávSpáoi TE KpaTEODCFl Kai á0avá,TOlGl 0EOÍGI ».
tóv 8’ ai)T£ KpoaéEiKE rcoXÚTXag Síoc; ’08oooeb<;-

275
ODISEA XVI

y entonces yo, ponderando en mi animo egregio,


consideraré si podemos los dos oponer resistencia
solos, sin otros, o, también, si a otros buscamos .
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta.
“Padre, ciertamente, de tu gran fama siempre escuchaba
que en cuanto a las manos eras lancero, y sensato en consejo;
mas algo muy grande dijiste, el pasmo me tiene. Imposible
sería que dos hombres, contra muchos y fuertes pelearan.
De pretendientes, ni hay justo una decena ni dos solamente, 245
mas son muchos mas: aquí sabras de inmediato su numero.
Cincuenta y dos son de Duliquio,
selectos jóvenes, y seis sirvientes los siguen;
de Same son veinticuatro varones;
de Zacinto son veinte jóvenes de los aqueos; 250
de Itaca misma son doce, príncipes todos,
y con ellos está Medonte, el heraldo, y el aedo divino
y dos ministros, peritos trinchando las carnes.
Si enfrentamos a todos esos que adentro se encuentran,
temo que amargo y grave te sea, al llegar, punir su violencia. 255
Más bien, si puedes, tú piensa en algún ayudante,
considéralo, uno que pueda auxiliarnos con ánimo franco”.
Le contestó a su vez el paciente, noble Odiseo:
ues bien, yo voy a hablar, y tú advierte y escúchame,
P
y considera si Atena, con el padre Zeus, para nosotros 260
bastan, o si pienso en algún otro ayudante”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
"Sin duda, esos ayudantes que dices son buenos,
endo muy alto, en las nubes: y ellos imperan incluso
residi
os otros, entre hombres y entre los dioses eternos”.
entre 205
l
Le contestó a su vez el paciente, noble Odiseo:
275
HOMERO

« w uev XOI KEÍVW 7E jcoXw xpóvov ág<pi<; EOEO0OV


«puA-OJiiSoq Kpa.X£pfi?, ojióte pvrioxñpcji Kai np'iv
ev peyapoioiv époíai pévo<; KpívRxai ’'Aprio<;.
27o ákká oí pév vuv épxeu áp’ fióí (paivopévTiqu
OlKaÓE KCtt pvr|OTf|pOlV UKEpípiáXoiOlV ÓpíXef
awáp épé Tcpoxl áaxu aopóxr|<; ííaxEpov á^Ei
htcd/cd XeDyaAéq) évaXíyKiov tjSe yépovxi.
ei dé p’ áxipnao-uai Sópov Kaxa, aóv Sé (píXov Kqp
275 xEXÁáxco év axr|0£oai koíküx; rcáaxovxoc; épeio,
Bv 7tep Kal 8iá 8a>pa tcoScov eAkcoqi Gúpa^e
T| PeXeoiv paÁXoxji • oó 8’ eíaopócov ávé%ea0ai.
áXX’ T] xoí 7taúea0ai ávayyépev áíppoauvácov,
peiXi%íoia’ éTCÉeaai 7capau8©v • oí Sé xoí ou xi
28o Ksíaovxai- 8t) yáp aqn rcapíaxaxai aiaipov flpap.
áXXo Sé xoí ¿peco, ai) 8’ évl (ppeal páXXeo afjaiv •
O7t7tÓX£ KEV KoXÓPo'üZog £Vl (pp£al 0fÍGlV ’A0T|VT|,
veúaco pév xoí éya> KEtpaXfj, au 8’ EKEixa vox|oa^,
ooaa xoí év pEyápoiaiv áprfia x£Ó%£a KEixai,
285 éc, poxóv 'bvnÁoí) 0aÁapou Kaxa0£Ívai aEipac;
uávxa páX’* aóxáp pvrjaxf|pa<; paXaKoía ekeeogi
7iap(páa0ai, oxe kev ge pexaXXcoaiv rco0éovx£<;-
< éK KOtTCVOX) KOtxé0T|K ’, élCEl OUKéxi XOIOIV ECCKE1,
oía tcoxe Tporpv Se kwdv kocxeXeutev OSoogeo^,
290 áXXa KaxfiKioxai, oaaov TCupóg ikex’ áüxpn.
7cpó<; 8’ éxi Kal xóSe peí^ov évl <pp£al 0rke Kpovíwv,
pri Kog oivco0évx£<;, £piv axriaavxEc; év vpív,
áXXriAÁnx; xpáxxnxE Kaxaiaxúvrpé 'ce 5aíxa
Kal pvriaxúv • aoxó<; yáp éípéX-Ksxai ávSpa aiSrjpoi; >
295 vroiv 8’ otownv Súo q>áayava Kal 8óo SoopE
KaXXiTtéEiv Kal 8oiá Poáypta xep^'lv éXéoOai,

276
ODISEA XVI

“Aquellos dos, sin duda, no mucho tiempo estarán alejados


del fuerte fragor, cuando entre nosotros y los pretendientes
en mis salas se ponga a prueba el ímpetu de Ares.
Mas tú, vete ahora, al mostrarse la aurora, 270
a casa, y sigue tratando con los pretendientes soberbios;
y más tarde, a la ciudad habrá de llevarme el porquero,
a mí, semejante a un mendigo miserable y anciano.
Y si en la casa me colman de agravios, que tu corazón
aguante en el pecho, cuando malévolamente yo sufra, 275
aunque incluso por la casa, de los pies me arrastren afuera,
o con tiros me tiren: te aguantarás mirando esas cosas.
Mas, sin duda, pídeles que pongan fin a sus insensateces,
persuadiendo con dulces palabras; ellos a ti, para nada
te harán caso: ya se encuentra junto a ellos su día destinado. 280
Te diré otra cosa, y tú has de grabarla en tu mente:
cuando la prudentísima Atena lo ponga en mi mente,
con la cabeza te haré una señal, y tú, luego, al notarla,
cuantas bélicas armas están en tu sala
alza, y deponías al fondo de la alta bodega, 285
todas, sin excepción, y a los pretendientes con suaves palabras
engatusa, cuando te pregunten al echarlas de menos:
Las aparté del humo, pues ya no parecían aquellas
que dejó en otro tiempo Odiseo al marchar hacia Troya,
mas están estropeadas en donde llególes aliento del fuego. 290
Además, esto, más importante, puso el Cronión en mi mente:
que no sea que, ebrios, entre vosotros trabando una riña,
os laceréis unos a otros y, así, mancilléis el banquete
y el cortejo: atrae por sí mismo el hierro a los hombres’.
Dos espadas y dos picas, para nosotros dos solamente
deja, y dos escudos de cuero de buey, a tomar con las manos,

276
HOMERO

(XV Eftl0DGaVTE£ EXoi|IE0a- TOl)£ Sé k’ ETCEVCa


TlaXXag ’A&qvaíri OéÁ^ei Kai prjTÍETa Zeóg.
áÁXo Sé toi épé©, ai) S’ éví cppeoí páÁÁEo afíoiv •
500 eí eteóv y’ épóg éaai Kaí aípaTog npETépoio,
PH Tiq ekeit’ ’OSi)af¡o<; aKODaaT© évSov éóvToq-
PÓT’ oóv AaépTT}<; ígt© tó y£ pr|T£ auParcr^
|it|te tic, oiKqov pife’ aÓTii riTiveXÓ7ieia,
áXX’ 0101 aó t’ éy© te yovaiK©v yvcóopEv i0úv.
305 Kaí Ké teo Sp©©v ávSpov eti 7t£ipTi0EÍp£v,
Ópév o rcoó Tig v©í tíei Kaí SeíSie 0i)pcp,
T|S’ OTig ook áXéyEi, as S’ aTipa toíov éóvxa ».
tóv S’ árcapEipópEvog 7tpoo£(p©v££ cpaíSipo^ oíóc;
« © raxTEp, f| toi épov 0opóv Kaí etíeitóc y’, oí©,
310 yvoDGEav oi) pév yáp ti xaÁuppoovvai yé p’ exodgiv •
áXX’ oiS toi tóSe KépSoc; éycov £GG£G0ai oí©
ijpív ápxpoTépoiai* aé Se cppá^£G0ai ávcoya.
Sn0áyáp aiSicog eígti EKaGTOD 7i£ipr|TÍ^©v,
Epya pETEpxópEvog* toí S’ ev peyápoiaiv ekt|Áoi
315 KTrjpaTa SapSáitTODOiv urcéppiov, oi)S’ etci cpeiSco.
<xXA/ R toí ge yovaiKag éy© SESáaaOai av©ya,
ai ié a’ aTipá^ooGi Kaí ai vtiáeitiSe<; eíaiv •
ávSp©v 5’ oi>K áv éy© y£ xaxa oTaOpooc, eOsXoipi
T|péa^ UEipá^eiv, áXX’ íSaTEpa Taí>Ta 7t£V£G0ai,
320 e{ eteóv yé ti oia0a Aió^ Tepcx^ aiyioxoio ».
©<^ oí pév touxw Kpó^ aÁÁxiÁou<; ayopeuov,
T| S’ áp’ eheit’ ’I0<xKnvSe KarriyeTO vní>q éüepyiK,
íí <pépe TrjÁápaxov ITüXó0£v Kaí návTag éxaípoo^.
oí S’ ore Sil Xipévos KoXi>pev0éo<; évwg Íkovto,
325 vfja pév oí ye péXaivav etc’ fjTCEÍpoio Epoaoav,
xeóxea Sé ocp’ ánéveiKav wiépOupoi 0£paKOVT£<;,

277
ODISEA XVI

para que los tomemos, lanzándonos. A los pretendientes


los fascinarán después Palas Atenea y el próvido Zeus.
Te diré otra cosa, y tú has de grabarla en tu mente.
Si eres mío y de nuestra sangre, verídicamente, *
entonces, que nadie oiga que Odiseo se encuentra en la casa;
que ni Laertes, pues, sepa esto, ni el porquerizo,
ni alguno de los siervos, ni la misma Penélope,
mas solos, tú y yo, el sentir de las damas sepamos.
Y aun podríamos probar a algunos sirvientes varones: 3C
quién acaso nos honra a los dos y nos teme en el ánimo,
y quién no se ocupa de ello, y te deshonra, siendo quien eres”.
Y, respondiéndole, decía su hijo preclaro:
“Padre, realmente creo que mi ánimo incluso adelante
conocerás: no, pensamientos triviales no me dominan. 31<
Mas yo ciertamente no creo que esto será una ganancia
para nosotros dos, y te exhorto a que lo consideres.
Pues en vano irás mucho tiempo probando a cada uno,
revisando las obras; ellos, allá en el palacio, tranquilos,
tus riquezas desgarran soberbiamente, y no hay parsimonia.
Mas, ciertamente yo te exhorto a conocer a las siervas,
tanto a las que te deshonran, como a las que son inocentes;
pero, en los establos, yo no querría que a los hombres
nosotros probáramos, mas que hiciéramos eso después,
si en verdad sabes presagios de Zeus, que la égida tiene”. 320
De ese modo, éstos, entre sí, tales cosas hablaban,
y pues, entre tanto, arribaba a ítaca la nave bien hecha,
la que a Telémaco y a todos los suyos trajera de Pilos.
Y ellos, cuando llegaron adentro del puerto profundo,
ellos mismos, a tierra firme sacaron el negro navio, 325
les quitaron la jarcia sus muy animosos sirvientes

277
HOMERO

awiKa 8’ é? KXwíoio «pépov JtepiKaUéa Sñpct.


amap KripDKa npóeoav Sópov eú; ’OSdgt]o<;,
á'neXüyy épéovTa rcepíqjpovi nriveXorceíp,
330 oóveKa TnXépaXo<; pév ek’ áypoí, v^a S’ áváyei
áaToS’ áKonXeíeiv, iva pr| Seíaaa’ évi 0Dp¿p
i<p0ípq paoíXeia xépev Kaxá SaKpoov eípoi.
i© Sé o'ovav'ifiTTiv Knpo^ xai Sio<; ú<pop(3ó<;
Tfjg aÓTfi<; evek’ áyyEÁír^, épéovTE yovaiKÍ.
335 áXX’ ote Stj p’ikovto Sópov 0eíoo paaiAfloc;,
Kripo^ pév pa péopoi peía Spcppoiv éemev •
« bSt| toi, paaíkeia, q>íAo<; tzóxq, eíá,t|Áod0£ ».
IItiveXojieíti S’ eítce cruPÓTTig áyxi 7iapaoTá<;
7i<xv0’ ooa oi (píZog oíóg ávóyEi pu0riaaa0ai.
34o aináp ekeí Sr| rcaaav ¿qyr|pooí)VT)v aitéeutE,
Pñp’ ípevai pe0’ óag, Xíke S’ épKeá te péyapóv te.
pvT|OTTÍp£<; S’ aKaxovTO KaTT)(pr|Gccv t’ evi 0vpo,
ek S’ fjXBov pEyápoio rcapéK péya tex/iov
avaro Sé jipo7cápoi0£0T>pá(Dv éSpiówvTO.
345 Toiaiv S’ Eópópaxog, noXóPoo rcaú;, ripx’ áyopEDEiv
« cb cpíXoi, T) péya épyov í)7i£p(piaXco(; eteXeo0ti
Tr^ÁEpáx® óSó<; t^Se • <páp£V Se oí ov T£Á,E£a0oci.
áXX’ áy£ vrja péXaivav épvooopEv, n Tig ápíaxTi,
ég S’ épéTac, áÁifjac; áy£Ípop£V, oí ke lá/ioTa
350 keívoio’ áyyEÍXxoai 0oa><; oíkovSe v££O0ai».
ov neo rcav £ÍpTi0’, ot’ áp’ ’Aptpívopog ÍSe vf|a,
aTp£<p0eí<; Xipévog rcoAv|3£v0éo<; évTÓg,
íoTÍa te aTéXXovTa<; épETpá te %£paív £XovTa<;.
TlS-b S’ áp’ EKyeXáaa^ peteípóveev ola’ ETapoioi*
555 « pñ xxv’ ex’ áyyeXÍTiv óxpwopev • oiSe yáp evSov.
TÚ; OíplV TÓS’ EEIKE 0£©V fj ElOlSoV aVTOl

278
ODISEA XVI

y al punto hacia Clitio llevaban los dones bellísimos.


Mas a la casa de Odiseo a un heraldo mandaron,
a decir la noticia a la muy prudente Penélope,
de que Telémaco estaba en el campo, y había ordenado
que a la ciudad zarpara la nave, para que no derramara
la robusta reina sus tiernas lágrimas, temiendo en el alma.
Se encontraron los dos, el heraldo y el noble porquero,
por causa del mismo mensaje, para decirlo a su dama.
Pero cuando ya, del rey divino al palacio llegaron, 33
en medio, entre las siervas, dijo el heraldo:
“Ya, reina, ha vuelto tu hijo querido”.
Mas el porquero, colocándose cerca, le dijo a Penélope
todo aquello que su hijo querido ordenó que contara.
Y después de que él expresó el mandato completo, 340
presto se fue hacia los cerdos, y dejó el patio y la sala.
Los pretendientes se afligieron y se encogieron en su ánimo;
se fueron de la sala, hasta afuera, ante el gran muro del patio,
y, frente a las puertas, allí se sentaban.
Comenzó a hablar entre ellos Eurímaco, el hijo de Pólibo: 345
Amigos, vehementemente fue cumplido un ingente trabajo
por Telémaco: este viaje. Decíamos que no iba a cumplirlo.
¡Ea! Botemos un negro navio, el mejor,
y, cual remeros, reunamos nautas, los cuales muy presto
anuncien a aquéllos que vuelvan a casa de prisa”. 350
Aun no decía todo, cuando, volteándose desde su sitio,
Anfínomo vio una nave adentro del puerto profundo,
y a unos plegando las velas, y remos teniendo en las manos.
Y, carcajeándose gratamente, habló entre sus compañeros:
Ya no enviemos ningún mensaje; aquí están, en el puerto. 355
O bien algún dios les dijo esto, o bien ellos mismos miraron

278
HOMERO

vña rcapepxopévqv, xqv 8’ oúk eSúvavco Ki/qvai».


,~?aT’ °\5’ “vaT“VTei; eP«v éjti 9íva QaXáaaqc,
aiya 8e vqa géXatvav én ’ qneípoio epuaaav,
360 xe-óxea 8é o<p’ ájcévetKav únépOupoi Oepánov-ce;.
aíxoi 8’ eiq áyopqv kíov áOpóoi, oü8é tiv’ áWiov
eicov orne vécov ¡xetai^eiv oute yepóvT©v.
xoiaiv 5’ ’Avtívooc; peTecpri, EimeíOeogmcx;-
« co rcórcoi, ©q tóv8’ ávSpa 0eoí KaKÓTT)To<^ éknaav.
365 ^iiaxa pév OKOTcoí í^ov én’ aKpiag rivepoéaaag
aíev ercaaaÚTEpoi- apa 6’ ñeXí© KaTaSívTi
oí) 7tox’ én’ rineípoi) vúkt’ áaapev, áXX’ éví nóvT<p
vrp 0ofj nXeíovTeg épípvopev ’Hcb Siav,
Tr|Xépaxov Xoxoovtec;, 'iva (p0eío©pev é^óvieg
370 ainóv • xóv 8’ apa Teiog ámíyayev o’ÍKaSe 8aíp©v.
f|pei<; 8’ év0á8e oí cppa^©pe0a Xvypóv oXe0pov

TriÁepáx©, pr|8’ fipa<; bneKcpúyoi- oi) yáp oí©


toútou ye £,©ovto<; ávúaoeaOai xá8e epya.
ai)TÓ<; pév yáp éniOTTipwv PoDÁp te vó(p te,
375 Xaoí 8’ ot)keti náprcav éq> ’ r|piv ripa (pépooaiv.
áXX’ áyexe, npív keívov bpriyüpíaaa0ai ’A/caoix;
eig áyopriv • — oí) yáp ti pe0r|oépevaí piv oí©,
áXX’ ánopqvíaei, épeei 8’ év naaiv ávaaTag,
oíSvEKa oí <póvov aínbv épánTopev ou8 eKi/ripev •
38o oí 8’ oi)K aivriaooaiv ockoÓovtec; KocKá epya •
pr| ti Kaxóv pé^©oi Kaí rípeag é£eXáa©ai
yaÍT|<^ Ti|iET£psi£, áXX©v 8’ oc(piK©pe0a Sfjpov.
áXXa (p0e©pev éXóvT£<; én’ áypoo vóaqn nóXr,og
f| év 68©- Píotov 8’ avtoí Kaí KTTjpaT’ e/©pev,
385 Saaaápevoi KaTa poipav éq> ’ Tipea<;, oíkioc 8 aí)Te
Keívov prpépi Soípev ’éxeiv r¡8 ’ og Tig ónmoi.

279
ODISEA XVI

que la nave pasaba, sin que ellos pudieran tomarla”.


Dijo, y ellos, parándose, a la playa del mar se marcharon;
presto, aquéllos, a tierra firme sacaron el negro navio,
y les quitaron sus armas sus muy animosos sirvientes. 36c
Ellos mismos se fueron al ágora en grupo, y a nadie,
ni joven ni anciano, le permitían sentarse con ellos.
Y entre ellos habló Antínoo, el hijo de Eupites:
“¡Ay, ay! ¡Cómo a este hombre libraron del mal las deidades!
Por las airosas cumbres, los vigías se apostaban de día 365
siempre, cercanos entre ellos, y con el sol al poniente
nunca pasamos en tierra la noche, sino que en el ponto,
en la rauda nave, bogando, a la divina Eos aguardamos
acechando a Telémaco, a fin de tomarlo y matarlo
a él mismo; entre tanto, pues algún dios lo condujo a su casa. 370
Nosotros, aquí, pensemos para él una muerte funesta,
para Telémaco, y que no se nos fugue: en efecto, no creo
que mientras él viva, estos planes se lleven a cabo.
Porque él mismo es entendido en consejo y proyectos,
y el pueblo, en lo absoluto, ya no nos muestra su afecto.
Ea, actuad, antes que aquél congregue a los hombres aqueos
en el ágora: de ninguna manera creo que se rinda,
mas estará furioso y dirá, alzándose en medio de todos,
que tramábamos su aspera muerte, mas no lo atrapamos;
y ellos, oyendo esas malas acciones, no van a alabarnos; 380
no sea que quieran hacernos un mal, y nos echen afuera
de nuestra tierra, y lleguemos a un pueblo de extraños.
Ea, matémoslo antes, lejos de la ciudad, en el campo
o en el camino, y tengamos nosotros sus bienes y víveres,
dividiéndolos entre nosotros, justamente, y su casa 385
daríamos, para tenerla, a su madre y a quien la despose.

279
HOMERO

eí 8’bpiv o8e p^0og átpavSávei, áUá PÓAeg0e


ocÍtóv te £áeiv Kal e%eiv rcaTpana rcávTa,
iyi ol xpruiax’ ekeit a áAig 0vpn8é’ eScopev
390 év0á8’ áyeipópevoi, áW ek peyápoio EKaoTog
pváa0co ééSvoioiv Si£f|p,evo<;- f| Sé k’ erceua
WaiO’ o<; ke kAsioto rcópoi Kal pópaipoc; eA0oi».
cog £<pa0’, ol 5’ apa kóvtec; aKqv éyévovTo gicckt).
xoiaiv 8’ ’Ap<pívopo<; áyopr|GaTo Kal petóeike,
395 Nígou (paíSipo<; mó<;, ’ApriTiáSao ávaKTot;,
% p’ ek Ao'üXixío'o 7toÁ/07rú poi) rcoifiEVTot;
nyevco pv^orripoi, páAiGTa Se ITr|V£Aon£Ír|
lívSavE pú0oiai- tppEol yáp kexptit’ áya0paiv •
Ó oqnv eb (ppovéov áyoprjGaTO Kal petóeikev •
4oo « cb (píXoi, obk áv éyó y£ KaxaKTEÍvEiv é0éAoipi
Tt|Aéjxaxov • Seivov Se yévo<; PaaiArpóv egti
kteíveiv • áAAá Tipcoxa 0£(óv £Ípd>|i£0a PooAág.
Et pév k’ alv^GíOGi Aióg peyáAoio 0épiGT£<;,
avzÓQ te kteveíd totn; t’ aAAon c; KavTag ócvó^co •
405 ei Sé k’ a7C0TpG)7i(üoi 0eoí, KaóaaoOai áveoya ».
(oq EepaV ’Apepívopog, toígiv 8’ éjcirivSave puGog.
amiK’ ekeit’ ávGxávTE^ épav Sópov síg ’OSuonoc;,
¿AGóvTeg Se KaGi^ov ekI ^egtoígi 0póvoiaiv.
T) 8’ am’ áAA’ évónae rcepúppcov IlriveAÓKEia,
410 pVTlGTT|p£GGl (pavfjvai DKEpPlOV uPpiV E/OUGl.
keóGeto yáp oL rcaiSóg évl psyápoiaiv óAeGpov •
KrjpA)^ yáp ol eeuce MéSeov, og ekeóGeto pooAá<;.
pfj 8’ íévai péyapóvSs ovv áp<pvcóAoioi yuvai^iv.
áAA’ ote Sfi pvriGTfjpac; áepÍKETO Sía yuvaiKOv,
415 otr pa rcapá GTaOpóv léyEog KÓKa koititoío,
ávxa rcapeiácov Gxopévrj Aucapá KprtSspva,

280
ODISEA XVI

Pero si os desagrada este plan y más bien preferís


que él siga vivo y tenga todos sus bienes paternos,
entonces, no traguemos a montones sus gratas riquezas,
reuniéndonos aquí, mas desde su propia casa cada uno 39.
corteje, buscando ganarla con dones, y ella después
se casaría con quien más ofrezca y le venga cual sino”.
Así habló, y pues todos, en silencio, quietos quedaron.
Mas Anfínomo, entre ellos, tomó la palabra y les dijo,
el preclaro hijo de Niso, el rey Arenada; 39
él, desde Duliquio, la fértil en trigo y herbosa,
guiaba a los pretendientes, y era el que más a Penélope
agradaba con sus palabras, porque ánimo noble tenía.
Él, entre ellos, pensando bien, tomó la palabra y les dijo:
“Amigos, yo ciertamente no desearía asesinar 40C
a Telémaco: es algo terrible matar a la estirpe
de reyes; mas consultemos primero el designio divino.
Si las sentencias del magno Zeus aprueban tal cosa,
lo mataré yo mismo, y exhortaré eso a todos los otros;
mas si lo rechazan los dioses, os exhorto a calmaros”. 405
Así dijo Anfínomo, y su propuesta les plugo.
Acto seguido, parándose, de Odiseo a la casa se fueron,
y cuando llegaron, se sentaban en tronos pulidos.
Y ella pensó en otra cosa, la muy prudente Penélope,
mostrarse a los pretendientes, que tenían soberbia insolencia. 410
Porque ella oyó en su sala lo de la muerte de su hijo,
pues se lo dijo el heraldo Medonte que oyó los consejos.
Presto se fue a la sala con sus mujeres sirvientas.
Mas cuando a los pretendientes llegó la divina mujer,
se colocó junto al poste de la sala hecha sólidamente, 4)5
manteniendo enfrente de las mejillas su nítido velo;

280
HOMERO

’Avxívoov 8 ’ évévutsv eno<; x ’ e<pax ’ ek x ’ óvóga^v •


, s- *>PPIV ez®v, KttKOgrizavE, Kai 5é aé cpaaiv
ev 5t||icú lOaKtK peO’ óp.T|XiKa<; éggev apiaxov
42o Pon Aq Kai pá0oiai • ai) 8 ’ oük apa xoiog £qa0a.
pxxpYE, xíq 8e au TqAepáxco 0ávaxóv xe pópov xe
párcxeic;, ox>8’ ixéxa^ éprá^eai, oiaiv apa Zebg
|iápx\)po<;; oú8’ óaíq KaKÓt párcxeiv áAAqAoiaiv.
q ook oia0’ oxe Sevpo rcaxqp xeó<; í'kexo (peúycov,
425 óqjiov ÍTioSSeiaag; 8q yáp Ke/oAóaxo Aíqv,
oiSveKa Aqiaxqpaiv érciarcóiievoc; Tacpíoiaiv
qKa%e OeaKpcoxoáq- oi 8’ qpiv áp0pioi qaav.
xóv p’ £0eAov cp0£iaai Kai aKoppaiaai cpíAov qxop
q8e Kaxá ^coqv (payéeiv pevoeiKea rcoAAqv •
430 áAA’ ’OSBaei)^ KaxépoKE Kai ea^eOev iepévoxx; nep.
xoi) váv oíkov áxqiov eSek;, pváa 8é yuvaiKa
rcaiSá x’ áTCOKxeíveiq, épé 8é pEyáAcog c^Ka/í^eu;-
áAAá ae naóeaOai KÉAopai Kai ávcoyépev áÁZovg ».
xqv 8’ ax)x’ Eápápaxog, rioAápoi) jcá’ig, ávxíov qí)8a-
435 « Koápq ’lKapíoxo, rcepúppcov üqveÁÓKeia,
0ápaei- jxq xoi xawa pexá <ppeai aqai peXóvxcov.
oi)K ea0’ ouxog ávqp oí)8’ eaaexat oáSé yevqxai,
o<; kev TqAepáxq), acp ulei, x£ipa£ ercoíoei
^coovxóg y’ épé0£v Kai érci x0°vl SepKopevoio.
44o w8e yáp é^epéco, Kai pqv xexeAegpevov egxccv
alyá oi aipa KfiAaivóv épcoqaEi K£pi Soupi
qjiExépcp, £7t£Í Kai épé 7cxoÁÍ7top0o<; OSoggeÍ)^
itoAAaKi yoávaaiv oiaiv écpEGaápEvog KpEag órcxóv
év xeípe<**iv £0qK£v ércéaxe xe oivov épn0póv.
445 xo poi TqAépaxo<; rcávxcov tcoAa) <píXxaxó<; éaxiv
áv8p(bv, ov8e xí piv 0ávaxov xpopeea0ai ávcoya

281
ODISEA XVI

y ella increpaba a Antínoo, y esto decía y lo nombraba:


“¡Antínoo, insolente de marca, maligno! Y dicen que tú
en el pueblo de ítaca, entre los de tu edad eres el óptimo,
en consejo y palabras. Mas, por lo visto, tú no eras así. *
¡Demente! ¿Por qué tú, para Telémaco, la muerte y el hado
tramas, y no atiendes a los suplicantes, de quienes Zeus
es testigo? No es pío el que unos tramen el mal de los otros.
¿No sabes de cuando tu padre, huyendo, vino hasta aquí,
temiendo al pueblo? Pues ya muy airados se hallaban, «
porque él, tras unirse con unos piratas de Tafos,
dañó a los tesprotos, que con nosotros estaban aliados.
A él, pues, deseaban matarlo y el corazón arrancarle
y devorarle sus muchos bienes, gratos al ánimo;
mas Odiseo los detuvo y contuvo, aun estando deseosos. 430
De él, hoy, sin pagar te comes la casa, a su esposa cortejas,
quieres matar a su hijo, y a mí grandemente me afliges.
Ea, que te calmes pido, y que ordenes lo mismo a los otros”.
A su vez, le dijo en respuesta Eurímaco, el hijo de Pólibo:
“Hija de Icario, muy prudente Penélope, «5
ten ánimo, que esas cosas no sean de cuidado en tu mente.
No existe ese hombre, ni existirá ni habrá de nacer,
que ponga las manos en tu hijo Telémaco,
al menos mientras yo viva, y vea la luz en la tierra.
Pues así lo diré, y ciertamente habrá de cumplirse: 440
pronto chorreará negra sangre de ese hombre en torno a mi pica,
pues cierto, también a mí, Odiseo, el destructor de ciudades,
a menudo, sentándome en sus rodillas, carne cocida
me puso en las manos, y ante mí el rojo vino sostuvo.
Por eso, Telémaco me es, con mucho, el más querido de todos
los hombres; prohíbo absolutamente que él tema la muerte

281
HOMERO

£Kye gvpGxppcov• 0eó0ev 8’ oóx éax’ áXéao0at».


(Oí; tpáxo 0apanv©v, x© 8’ ppxnev anxóc; óXe0pov.
gev ap etaavaPaa’ ÓTtepcoía atyaXóevxa
tj
450 KÁaiev ercetx’ ’08naf¡a, <píXov rcóaiv, otppa oi njtvov
tiSw £7ii pXetpápotat páXe yÁanx©7ti; ’A0f|vr|.
éarcéptoí; 8’ ’08nopi Kai niét Stog ntpoppóg
pKn0ev • oi 8’ apa 8óprcov éjitaxaSov Ó7cXí^ovxo,
ouv iepenaavxe<; évianatov. anxáp ’A0qvp
455 áy/i Ttaptaxagévp AaepxtáSpv ’OSnapa
páp8© 7ce7tXpynia 7táXtv Tcoípae yépovxa,
Xnypá Se eígaxa éaae rcept xpoi, gp é onp©xp<;
yvotp éoávxa Í8©v xai éxétppovt IlpveXo7ceíp
éX0ot a7tayyéXX©v gpóe tppeaiv eípnaaatxo.
460 xóv xai TpXégaxog rcpóxepo<; 7xpóg gn0ov eeutev •
«pAaeg, ot Engate-xt op xAeog eax avaaaxn;
p p’ pSp gvpaxppeg áypvopec, evSov éaotv
ex Xó%on, p éxi g’ an0’ eípnaxat oíxaS’ íóvxa; »
xóv 8’ árcageipógevoc; 7tpoaétpp<;, Engate onpcoxa-
465 « onx egeXév got xanxa gexaXÁpoat xai épéa0at
aoxn xaxapXÓGxovxa • xá%taxá ge 0ngo<; áv©yet
áyyeXípv eütóvxa itáXiv 8enp’ á7toveea0at.
©gpppoe 8é got rcap’ éxaípcov ayyeXo<; ©xn^,
xppn^, og 8p 7tp©xo<; erco<; ap gpxp't eeutev.
470 aXXo Sé xot xóSe oíSa • xó yáp í8ov o<p0aAgoiaiv •
p8p nrcép tcóáioc;, o0t 'Epgaio; Zotpo; eaxtv,
pa xtcóv, oxe vpa 0opv íSogpv xaxtoñoav
éq Xtgév ’ pgéxepov - TtoXXoi 8’ éoav áv8pe<; év añxp,
peppí0et Sé oáxeoot xai éyxeatv ágtptynoioi •
475 xai otpeag ©ía0pv xon<; eggevat, oúSé xt oi8a ».
¿og tpáxo, geíSpoev 8’ iepp ’i<; TpXegáxoto

282
ODISEA XVI

a manos de los pretendientes; de un dios no es posible evitarla”.


Así habló, animándola, mas él mismo la muerte le urdía.
Y ella, pues, subiendo al espléndido piso de arriba,
luego lloraba a Odiseo, su esposo querido, hasta que sueño 450
dulce le puso en los párpados la ojiglauca Atenea.
Por la tarde, a Odiseo y a su hijo, el noble porquero
volvió; éstos hábilmente aprestaban la cena,
tras inmolar un puerco de un año. Empero Atenea,
colocándose cerca, al Laertíada Odiseo con su vara «5
golpeando e instando, de nuevo lo había hecho un anciano,
y le vistió en su cuerpo vestes infames, a fin que el porquero
no lo conociera al verlo de frente, y marchara a contarlo
a la prudente Penélope, no pudiendo guardarlo en su pecho.
Y a él, primero, Telémaco, estas palabras le dijo: 460
“Has venido, noble Eumeo. ¿Qué noticias hay en el pueblo?
¿Los pretendientes gallardos ya están en casa, de vuelta
del acecho, o aún allí me espían, a que vuelva a mi casa?”
Y respondiendo, porquerizo Eumeo, tú le dijiste:
“Eso no era mi asunto, para indagar y andar preguntando 465
yendo por el pueblo; ordenaba mi alma que muy velozmente
yo, tras decir el mensaje, regresara de nuevo hacia aquí.
Mas me encontró un veloz mensajero de tus compañeros,
un heraldo, que dijo primero el asunto a tu madre.
Y ademas, sin duda, esto sé, pues lo vi con mis ojos: 470
ya arriba de la ciudad, do la colina de Hermes se encuentra,
yo estaba, al venir, cuando vi una rauda nave bajando
a nuestro puerto; había muchos hombres en ella, y estaba
llena de escudos y lanzas de extremos broncíneos;
y creí que éstos eran aquéllos, mas yo no lo sé”. V5
Así dijo, y sonrió el sagrado vigor de Telémaco,

282
HOMERO

é^Ttaiép’ ó<p9aXp.oiaiv iócov, áXéeive 8’ ixpoppóv.


OI 8’ ETCEl oSv Tta'ÓoaVTO 7COVOD TEWKOVTÓ te 8 a vea,
SaívDvx’, ox)8e ti 0op,ó<; eSeíeto Óaixóg siarig.
<80 anxáp £7id rcoaioq Kai eó^tíoc; epov evto,
koitod te jivT|aavTo Kai wcvod 8a>pov eáovto.

283
ODISEA XVI

con los ojos viendo a su padre, mas esquivaba al porquero.


Y, cuando el trajín terminaron y la comida aprestaron,
comían: su alma no carecía de un banquete igual para todos.
Luego, cuando el deseo de bebida y comida expulsaron,
se acordaron del reposo, y tomaron el regalo del sueño.

283
17. OAYEZEIAE P

7Hpoc, 8’ Tipt/éveia (pávri po8o8áKTX)X,o<; ’Hcóg,


8i) tót’ £kex0’ 8kó rcoooxv eSrioaTo KaXá KéSiXa
TnÁ,£|iaxo<;, <pxXo<; uux; ’O8x)GGriog 0exoxo,
exXeto 8’ áÁKxpov eyxog, o oí rcaXáprupxv ápripEi,
5 (XGTüSe X£p.EVO<;, Kai EOV TCpOOEEXTCE OX)pG)TTlV ’
« (XTT’, ?1 TOX |X£V EyÓV £Íp’ £g TtÓXxV, Ó(ppa |1£ JlT|TT|p
oxpexax- oí yáp pxv 7ipóo0£v 7iaío£G0ax oxeo
Kka-ü0|iox> te GTuyEpoio yóoxó te SaKpuÓEVToc;,
rcpív y’ auTÓv |i£ xS^Tax- áxáp ooí y’ ebS’ ercxTeXXw
w xóv ^exvov Sígttivov ay’ eg rcóXxv, oepp’ áv ekee0x
Saxxa KTtoxE'óp • Sráaex Se ox og k’ e0eátiox,
rcípvov Kai kotíXtiv • épé 8’ oí rceog egtxv árcavxat;
áv0peorcoxx; ávéx£G0ai, e/ovtÓ rcep áXyea 0x>pco.
o ^exvoq 8’ ex rcep páXa privíex, áÁyxov aíxep
i5 eoGETax- yáp épox epík’ áÁxi0ea pu0íaao0ai ».
tov 8’ árcapexpópevo<; rcpooeepri rcoÁípqxK; ’OSoaoexx;
« eo <píXo<;, ox>8é tox aÍTÓg epÍKeoOai peveaíveo.
tct(üx9 péÁxepóv éaxx Kaxá rcxóÁxv r|é Kax’ áypoix;
Saira rcTtoxeúexv • Sóaex Se poi og k’ éGéXpaiv.
20 oí yáp érci axaOpoxax pévexv exi ttiÁÁkoc; eípí,
ax; x’ erciTeiÁapévep <jqpávxopx rcávxa rciOeaOai.
áAA,’ épxex)- épé 8’ á^ei ávrip o8e, tov ai KeXex)ei<;,
aixÍK’ érceí ke iropóq Oepea» áX-éq te yévTyxai.
aivax; yáp xá&e Eipax’ exco KaKÚ- pí pe Sapáaap
25 otí{3t\ i>Trqoíix • EKaOev Sé te áaxv cpáx’ elvai ».
toe, tpáxo, T'qXé.paxog Sé Svek oxaOpoío PePíkex,

284
Libro XVII

Al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,


justo entonces, bajo los pies ató sus hermosas sandalias
Telémaco, el querido hijo del divino Odiseo;
tomó su robusta lanza, que se ajustaba a sus manos,
deseando ir a la ciudad, y a su porquero le dijo: 5
“Tata, ciertamente voy a ir al pueblo, para que mi madre
me vea, porque creo que, antes, ella no habrá de cesar
ni del espantoso gemido ni del lamento lloroso,
antes de verme en persona; mas de este modo te ordeno:
a la ciudad lleva a este infeliz extranjero, para que allá 10
su comida mendigue: habrá de darle algo quien quiera,
pan y un vasito de vino. Es imposible que a todos
los hombres yo mantenga, aunque tengo dolores en mi alma.
Si el extranjero mucho se irrita, eso será más molesto
para él: a mí, sin duda, para hablar, las verdades me gustan”. 15
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
Amigo, ciertamente ni yo mismo deseo detenerme.
Para un mendigo, en la ciudad es mejor que en el campo
mendigar su comida: habrá de darme algo quien quiera.
Pues ya no soy tan joven para quedarme en establos, 20
de manera que en todo obedezca a un señor que me ordena.
Vete; este hombre, a quien mandas, habrá de llevarme
en seguida, cuando me caliente en el fuego y haya calor.
Pues tengo esta ropa, muy mala: no sea que me mate
la escarcha del alba; y decís que la ciudad lejos se encuentra”. 25
Así dijo, y Telémaco iba hacia afuera a través del establo,

284
HOMERO

Kpaircvá rcoai rcpopip<x<;, xaKa Sé pvr|OTRpai (pútedev.


amáp etceí p’ iKave Só¡iou<; éí) vaiexáovTag,
éyx°^ l^év p’ eottige (pépov rcpó<; KÍova paKpí|v,
í avióq 8’ eíoco íev Kal wteppri Xaivov oüSóv.
xóv Sé tcoáA) uparen ei8e xpoípóc; Eí púicXeia,
wea Kaaxopvuaa Opóvoia’ evi SaiSaXéoiai,
SaKpúaaaa 8’ etceit’ íOix; kíev • ápxpl 8’ áp’ áXXai
Spcpai 'OSDao^og TaXaaúppovog ryepeOovto
35 Kal kÓveov áyaua^ópEvai KEípaÁryv te Kal ©pouq.
8’ ’iev ek OaXápoio rcepúppíov nriveXórceia,
’ApTÉpiSl IKEk^ T|é XPUOTI ’AtppoSÍTT),
áptpl 8é rcaiSl cpíXcp páXe rcrixee SaKpúaaaa,
kógge 8é piv KEtpaXriv te Kal áptpco (pasa KaXá,
4o Kaí p’ óXo<p'üpo|iév'q etceoc rcxEpÓEvxa rcpoari'üSa-
« T|Á0£<;, T'qXÉjxaxe, yXvKEpóv <páo<;- oí) a’ ex’ éy© ye
Ó\|/£G0ai E(pá|IT)V, EKEl CpXeo VTl'L TIÚXovSe
ÁáOpT), ¿ixeí) áÉKryci, <píÁ,ov> pexá rcaxpó<; aKO-uriv.
áÁX’ áye poi KaxáXe^ov, Órcwc; íívxTiaa<; órcwrcrjg ».
45 tt)v 8’ au TriXépaxcx; rcercv'upévog ávxíov lyuSa •
« pñxEp epri, jiq por yóov opvoOi jjLTiSé poi titoP
év axriOeaaiv ópivE (p'uyóvxi rcep aírcírv oXeOpov •
áÁX’ bSpTivapévn, KaOotpá XP01 é^oáaa,
[etc; írrcepcp’ áva|3áaa aírv ápípircóÁxnai yuvai^iv]
50 eiSxeo rcaai Oeoiai xeXriéaaac; EKaxopPa^
pé¿,Eiv, ai ké rcoOi Zebg ávxixa épya TeZéoop.
aüxáp éy©v áyoprivSe éZeáaopai, ócppa KaXéaa©
^eivov, Ótv; poi keíOev áp’ éarcexo Seápo kióvti.
tóv pév éy© rcpoíSrcepva °^v ávxiOéoia’ éxápoioi,
55 üeípaiov Sé piv nvóyea TCpoxl oikov áyovxa
evS'dké©*; qnXéetv Kal xiépev, eíq o kev eXO© ».

285
ODISEA XVII

yendo veloz con sus pies; a los pretendientes, males plantaba.


Mas cuando él llegó a su casa, de hechura suntuosa,
Jlevó y puso su lanza en contra de una alta columna,
y él mismo iba hacia adentro, y el umbral de piedra franqueó. 30
Con mucho la primera, lo vio su nodriza Euriclea,
que, en los labrados tronos estaba extendiendo vellones,
y entonces, llorando, fue directa hacia él, y en torno las otras
se juntaban, las sirvientas de Odiseo de ánimo firme,
y, cariñosamente, su cabeza y sus hombros besaban. 35
Ella salía de su estancia, la muy prudente Penélope,
semejante a Ártemis, o a la áurea Afrodita,
y, llorando, echó en torno del hijo querido sus brazos,
le besó su cabeza y, ambos, sus ojos hermosos,
y pues, lamentándose, profirió estas palabras aladas: 40
“Has venido, Telémaco, dulce luz. Yo pensaba que a ti
no te vería otra vez, después que a Pilos te fuiste en la nave,
en secreto, a despecho mío, por noticias del padre querido.
Mas anda, cuéntame lo que escontraste a la vista”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta: 45
Madre mía, no me alces lamentos, ni a mi corazón
en el pecho conmuevas, aunque escapé de la áspera muerte.
Mas lavándote, poniendo en tu cuerpo limpios vestidos
y subiendo al piso de arriba con tus mujeres sirvientas,
promete que hecatombes perfectas a todos los dioses 50
sacrificarás, por si Zeus nos cumple una acción de venganza.
Y yo, ciertamente, al ágora iré, a fin de invitar
a un extranjero que a mí, viniendo acá, de allá me siguió.
Yo lo envié adelante, con mis compañeros, pares a dioses,
y le ordené a Píreo llevarlo a su casa, 55
y, hasta que yo llegara, atentamente hospedarlo y honrarlo .

285
HOMERO

©g ap ’ éípóvrioev, xfl § ’ cbnepo; etcáeto poGog.


R 8’ SSpnvapévR, KaGapá xpoi £Íga0’ éAooaa,
EBXETO 7iaci Geoígi TEArjEGGa; ÉKaTÓgpOÍ!;
60 pé^Eiv, ai Ké 7io0i Zeíx; ávTiTa é'pya teAeggt].
TT|A£ga%o<; S’ áp’ ETtEira 8iek pEyápoio fkpriKEi
£YX°<; • apa tío y£ kove<; 7tóSa<; ápyoi ettovto.
0eg7ceg{t|v 8’ apa tcú y£ xápiv KaTEXEDEV ’A0r|vr| •
tov 8’ apa 7iávT£g Aaoi £7i£pxóg£vov Gtieuvto.
65 ágtpi Sé piv gvT|OTT¡p££ áyrjvopEc; rjy£pé0ovTo
eo0A’ áyop£ÓovT£<;, KaKa Se tppEai PoggoSópeuov.
aÜTap ó tSv pév EJTEira aAeíaio ttodAov opiAov,
áAA’ iva MévTCop roto Kai "AvTitpog rjS’ 'AAiGepaiy;,
oi te oi ápxíl<; TcaTpcoún rjaav éraipoi,
70 £V0a Ka0£^£T ’ Í(ÚV • TOl 8 ’ E^EpEElVOV EKaOTa.
toígi Sé Il£Ípaio<; SoopikAutÓc; £yyú0£v tjA0e
^eívov áycov áyopr|vSE Siá tctóAiv • oú5 ’ áp ’ eti Srjv
TrjAépaxog ^eivoio EKag TpárcET’, áÁAá TtapéoTTj.
tov Kai IlEÍpaux; rcpÓTEpog upóg poGov eeote-
75 « Tr)Áépax\ aíy ’ oxpwov épóv ttoti Stopa yi)vaÍKa<;,
&<; Toi Stop ’ á7co7cépv«>, á toi M£V£Áao<; eScoke ».
tov 8’ ao TriAépaxoc; 7i£7ivopévo<; ávTÍov rjoSa-
« ÜEÍpai’, oi) yáp t’ i8p£v, orcto^ EOTai tocSe Epya.
eí K£v ¿pe pvr¡aTfjp£<; áyr|vop£<; év gEyapoioi
80 XáOprj KTeívavTe; rcarpcoia rcávTa SáacovTai,
ai)TÓv exovza ge PoóAop’ ETtaopEpEv T| Tiva tcovóe-
eí 8é k’ éyt» to-ótoigi tpóvov Kai Krjpa tpoTEvaa),
Si] tote poi xaípovTi tpépEiv rcpóg Sópara xaípcov ».
(bq £Í7w»v ^eívov TaXaíTEÍpiov rjyev éc, oíkov.
85 ai)Tap E7CEÍ p ’ íkovto Sópoix; éi) vaiETáovTag,
xAaíva<; pév KaT£0evTO Kara KÁiGpoóg te Gpóvom; te,

286
ODISEA XVII

Así dijo, y sin alas quedó la palabra de aquélla.


Y ella, lavándose, poniendo en su cuerpo limpios vestidos,
prometía que hecatombes perfectas a todos los dioses
sacrificaría, por si Zeus les cumplía una acción de venganza. 60
Mas Telémaco luego se iba hacia afuera a través de la sala,
con su lanza; lo acompañaban unos perros de ágiles pies.
Atenea derramó sobre él una gracia divina,
y así, pues todo el pueblo admiraba a quien iba llegando.
En torno a él se juntaban los pretendientes gallardos
hablando bien, mas urdían el mal en el fondo del pecho.
Pero entonces, de éstos él evitó la gran multitud,
y donde Méntor y Ántifo y Haliterses estaban sentados
—los cuales, desde antiguo, eran amigos paternos—,
allí fue y se sentó, y ellos preguntaban cada detalle. 70
Se acercó entonces a ellos Pireo, famoso lancero, llevando
por la ciudad, al ágora, al huésped. Ya no mucho tiempo
estuvo Telémaco lejos del huésped, mas se puso a su lado.
Y a él, primero, Pireo, estas palabras le dijo:
Telémaco, rápido envía a mi casa a algunas mujeres, 75
para que los dones que te dio Menelao, yo te devuelva”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
Pireo, pues no sabemos cómo serán estas cosas.
Si los pretendientes gallardos, tras matarme en la sala
en secreto, se dividen todos mis bienes paternos, 80
quiero que, teniéndolos, tú los disfrutes, más que uno de éstos;
mas, si yo, homicidio y muerte a ésos les planto,
entonces, para mi alegría, tráelos alegre a mi casa”.
Dicho esto, al huésped muy sufrido llevaba a su casa.
Mas cuando llegaron a la casa, de hechura suntuosa, 85
en sillones y en tronos pusieron sus mantos,

286
HOMERO

&; 6 áaapívGoix; pávxe<; £-ü^éaxa<; Zo'úaavxo.


xoxx; 6 ercei ovv 8p©ai Áoíaav Kai %piaav éXaí©,
ágqn 8’ apa xXaívaq ouXa<; páZov r|8é /vccóvat;,
90 ek p’ áaapív0©v pávxe; éjci KÁiopoiai KaOi^ov.
XÉpviPa 8’ áp<pÍ7coXo<; rcpoxó© £7céx£ve (pépooaa
KaXfi xpuaeífl, wiep ápyopéoio ZePtixo^,
víyaa0ai- Tcapá 8é ^egtt}v éxavonae xpárce^av.
avcov 8’ aiSoírj xapírj 7cape0r|K£ <pepooaa,
95 eíSaxa nó'k'k, E7ci0eiaa, xapiíopévxi 7capeóvx©v.
pr|TT|p 8’ ávxíov l£e jcapá axa0póv peyápoio
KÁxap© KEKXipévrj, áetcx ’ pÁáKaxa axp©(p©aa.
oi 8’ etc’ óveía0’ exoípa TcpoKeípeva /eipag íaÁÁov.
aíxáp £7C£i 7cóaio<; Kai éSrixíog é^ épov évxo,
100 XOIOI 8e pÓ0©V T|PX£ TC£pítpp©V nT|V£ÁÓ7I£ia •
« TriXépax’, ti xoi éy©v Í7i£p©iov eíaavapáoa
Xé^opai eíg eívxjv, tí poi axovóeaaa xéxoKxai,
aiei 8áKpno’ époiai Trecpoppévri, é£ oí ’OSoaaeíx;
q>X£0’ áp’ ’Axpeí8paiv ég "IÁiov • oo8é poi exÁric,
105 7cpiv eA0eív gvTioTTÍpa<; áynvopac; é<; xó8e 8©pa,
vóaxov aoo rcaxpcx; aátpa eiTiépev, eí 7coo áKooaa<; ».
tt)v 8’ aó TrjÁ,épaxo<; 7CE7xvi>pévo<; ávxíov T]o5a-
« xoiyáp éy© xoi, pfjxep, aÁ.T|0eiT|v KaxaÁe^©.
©XÓp£0’ £<; te ITúXov Kai Néaxopa, 7coipéva Áacov •
no 8e£,ápevo<; Sé pe Keívog év íyr|Áoíai Sópoiaiv
év8oKÉ©^ étpíkei, ©g eí xe Tcaxpp éóv oía
éXOóvxa xpóviov véov aXXoGev • ©<; épe Keívo<;
évSoKÉ©g eKÓpi^e aov oiáai KoSaÁípoiaiv.
aoxáp ’OSoocrriog xaXaaí<ppovo<; oo 7cox ’ étpaaKe
n5 £©ox> oóSé 0avóvxo<; é7cix0oví©v xeo aKooaai,
áXXá p’ ég ’Axpeíáqv, SoopiKÁeixóv MevéÁaov,

287
ODISEA XVII

y se bañaron, yendo a las bien pulidas bañeras.


Después que las siervas los bañaron y ungieron con óleo,
y les echaron en torno unos densos mantos y túnicas,
saliendo de las bañeras, se sentaban en unos sillones. 9
Una sirvienta, llevando agua en una jarra preciosa,
de oro, la vertía sobre una fuente de plata en sus manos
para lavarlas, y extendió a su lado una mesa pulida.
La honorable despensera, llevando pan, al lado lo puso,
añadiendo mucha comida, dando con gusto de lo que había.
Y enfrente, junto al poste de la sala sentóse su madre,
reclinada en un sillón, torciendo unos hilos sutiles.
Y echaban mano a las ricas viandas que estaban delante.
Luego, cuando el deseo de bebida y comida expulsaron,
comenzó a hablar entre ellos la muy prudente Penélope: 100
“Telémaco, ciertamente yo, subiendo al piso de arriba,
me acostaré en mi lecho, que para mí se ha vuelto luctuoso,
siempre empapado en mis lágrimas, desde cuando Odiseo
con los Atridas a Ilion se marchó. Mas no te atreviste,
antes de que a esta casa vengan los pretendientes gallardos, 105
a contarme bien de tu padre el retorno, si acaso lo oíste”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
Pues bien, madre, yo te voy a contar la verdad.
Fuimos a Pilos y a Néstor, pastor de los pueblos;
recibiéndome aquél en su alto palacio, no
me acogio atentamente, cual si un padre a su hijo acogiera,
que, tras mucho tiempo, recién de otras tierras regresa;
al
asi, atentamente, aquél me cuidaba, con sus hijos gloriosos.
as sobre Odiseo de animo firme, dijo no haber oído
M
nnca, de algún terrestre, ni que viva ni que él haya muerto;
u 115
mas hacia el Atrida, hacia Menelao, renombrado lancero,

287
HOMERO

ucrcoioi TipoDitEpij/E Kai áppaGi koXátitoígiv.


ev0’ Í8ov ’ApY£Ír]v 'EAévr|v, rj<; EÍ/VEKa rcoÁXá
’Apyetoi TpóSég te 0e©v íótt|ti póyrjGav.
120 eípexo 6’ aÚTÍK’ gjteiTa poriv áya0óg Mevéhaog,
otted xprpí^cov í.kÓ}it|v AaKeSaípova 8iav •
amáp éy© t© jiaaav áÁT|0£ÍT|v KaxéÁE^a.
Kai tote 6r| p’ EJcégGGiv ápeipóp£vo<; 7tpoaé£uc£v •
< © rcórcoi, rj páXa 811 KpaT£pó<ppovo<; áv8pó<; év eúvt)
125 rj0£Á,ov Ewn0qvai, áváA,Ki8£<; aoToi eovtei;.
©<; 8’ Ó7cót’ év £uAóx© eXa<po<; KpaiEpoio AéovTog
veppoxx; KOipT¡Gaaa v£r|y£véa<; yaAaOrivoi)^
Kvrjpoix; é^epépai Kai áyKEa 7ioir|£VTa
PoGKOgévTJ, Ó 8’ ETTElTa £T¡V £IGT|Xa)9eV EllV^V,
130 ápcpoTÉpoiai 8é toígiv áeiKéa rcÓTpov étpfjKev,
©<; OSuceng keívoigiv áeiKéa rcÓTpov é<pr|a£i.
aí yáp, Zeo te rcaTEp Kai ’A0rjvaú| Kai "ArcoAAov,
Toiog é©v oíóg jcot’ éÜKTipévp évi AéaPíp
é^ EpiSot; <Z>iÁopriAei5r| é/cáZaiGEv ávaaráq,
135 Ka8 8’ epale KpaTEpax;, KExápovTO Se návw; ’Axaioí,

TOtO£ é©v pVTJGTTlpGlV ÓpiÁT|G£lEV ’O&VOGZVQ-


rcávTEi; k’ ©KÚpopoí te yEVoíaw jciKpóyapoí te.
Taina 8’, á p’ EÍpcorag Kai ÁíaaEai, otjk áv éycó y£
áAAa Kapé^ Encoipi rcapaKÁióóv oó5 ’ ana-ufo® •
140 áXXa Ta pév poi eeijce yépíov aAiog vr|p£pTTig,

t©v ot>8ev toi éy© Kpúy© ejco<; oóS’ éjciKEÓa©.


(pf) piv o y’ év vqoíp íSeeiv KpaTÉp ’ áÁy£ ’ é'xovTa,
vóp<pT|<; év peyápoiGi KaAo\|zoo<;, tí piv áváyicri
íax£l * ó 8 ’ ov 8í> varai r¡v JcaTpíSa yaiav ’iKéoOai •
145 oí> yáp oí jcápa vqec; éjrripeTpoi Kai ETaipoi,

oí kev piv neprcoiev en’ evpéa vana OaAáaoqg >.

288
ODISEA XVII

me envió con caballos y carros compactos.


Allí vi a la argiva Helena, por la que mucho,
por voluntad de los dioses, sufrieron troyanos y argivos.
Y de inmediato preguntó Menelao, de grito potente, 1
por qué menester yo había ido a la divina Lacedemon;
y yo le conté la entera verdad.
Y pues entonces, respondiendo, el con palabras me dijo:
‘¡Ay, ay! Sin duda, en el lecho de un hombre de ánimo invicto
querían dormir los que son ellos mismos cobardes. 12
Como cuando en la guarida de un león poderoso una cierva
hace dormir a sus recién nacidos cervatos lactantes
y sale a explorar las montañas y valles herbosos
pastando, y, después, aquél penetró en su cubil
y a ellos, a ambos, les infligió una muerte humillante, 130
así Odiseo a aquéllos infligirá una muerte humillante.
Oh padre Zeus y Atenea y Apolo, ojalá,
siendo así, como cuando antaño en Lesbos, la bien cimentada,
se paró y luchó contra Filomelides, en una contienda,
y lo derribó fuertemente, y los aqueos todos gozaron, 135
ojalá, siendo así, Odiseo se encontrara con los pretendientes:
todos serían de corta vida y de nupcias amargas.
Eso que tú me preguntas y ruegas, yo no lo diría
de otro modo, mintiendo evasivamente, ni he de engañarte;
y lo que me dijo el verídico anciano marino, no

de eso, ninguna palabra te voy a ocultar ni a encubrir.


Dijo que lo vio en una isla, teniendo fuertes dolores,
en el palacio de la ninfa Calipso, la cual por la fuerza
lo entretiene; él no puede llegar a su tierra paterna,
pues no tiene naves con remos, ni compañeros 145
que lo escoltaran por las anchas espaldas del mar’.

288
HOMERO

ío<; étpaz’ ’Azpei8rj<;, SonpiKÁeizó^ Mevétaxcx;.


xanza zeÁenzrjaac; veóprjv • eSoaav 8é poi onpov
áGávazoi, zoi p’ d)Ka (píAr|v é<; rcazpíS ’ E'rcepyav ».
i5o (úq tpázo, zfj 8 ’ apa 0npóv évi azr|0eaaiv opive.
zoiai 8e Kai pezeeute 0eoKÁnpevo<; 0eoei8rjg •
« d) yúvai ai8oír| AaepziáSeco ’OSnafjog,
íj zoi o y’ oí) aátpa oi8ev, épeio 8é anv0eo pnOov •
ázpEKÉox; yáp zoi pavzeóaopai on8 ’ érciKena®.
155 iazco vnv Zeix; rcpóza 0ea>v ^evír| ze zpárce^a
íazírj z’ ’O8nafio<; ápopovot;, i]v áípixávco,
¿oc f| zoi ’OSnaeix; rj8t| év rcazpíSi yaíp,
iipevot; rj eprccov, zá8e rcen0ópevo<; KaKa epya,
eaziv, ázáp pvTjazfjpai KaKÓv rcávzeaoi tpozenei,
i6o oiov éyov oícovóv éi)GoéÁpoo érci vr|óc
íípevoq é<ppaaápT|v Kai Tr)A£uá/cp éyeycóvenv ».
zóv 8’ anze rcpoaéeirce rcepúppcov ITr|V£A.órceta •
« ai yáp zonzo, ^eive, ércoc zezeZeapévov eíri •
za> ke záx« yvoírp; qnAóznzá ze rcoÁÁá ze 8á>pa
i65 é£, épeñ, cóc kév ziq ae anvavzópevoi; paKapí^oi ».
&<; oi pév zoianza 7zpóg áXÁT|Xong áyópenov •
pvziazfipeí; SércápoiOev ’O8naafjo(; peyápoto
SíaKoratv zéprcovzo Kai aíyavepatv iévze<;
év ZBKZC0 8arcé8tp, o0t rcep rcápo^, npptv é'xovzeg.
no áÁX’ oze 8rj SeírcvTiGzo<; érjv Kai ércr|Án0e prjÁa
rcávzoGev é£, áyptov, oi 8’ rjyayov oi zó rcápog rcep,
Kai zóze 8rj aqnv éetrce MeStov • o<; yáp pa páAtaza
iívSave ktipúkgjv Kaí atpiv rcapeyívezo 8atzí •
« Koñpoi, ércei 8tj rcávzec; ézép<p0nze <ppév ’ áéGAotc;,
175 epxeaOe rcpóc; 5tópa0 ’, iv ’ évznvópeGa óaiza •
oí) pév yáp zt xépetov év ¿ópr] Seírcvov éAéaOat ».

289
ODISEA XVII

Así diio el Anida, Menelao, renombrado lancero,


Terminando esas cosas, volví, y viento propicio me dieron
Ios inmortales, que presto a la patria querida me enviaron .
Así dijo, y pues conmovió el corazón en su pecho. 150
Entre ellos también habló Teoclímeno, símil a un dios:
“Oh venerable mujer de Odiseo Laertíada,
ciertamente éste no sabe bien; tú, mis palabras advierte:
auguraré para ti justamente, y nada voy a encubrirte.
Hoy, de los dioses, Zeus lo sepa primero, y la mesa hospital 155
y el hogar del intachable Odiseo, al cual he llegado.
que ciertamente Odiseo ya se encuentra en su tierra paterna,
sentado o andando, sabiendo estas malas acciones,
y a los pretendientes, a todos, les planta desgracias:
tal ave, infalible, en la nave de buenas cubiertas yo mismo 160
sentado advertí, y yo llamaba a Telémaco”.
Le contestó a su vez la muy prudente Penélope:
“Ojalá esta palabra, extranjero, llegara a cumplirse;
entonces, pronto sabrías de amistad y de muchos regalos
míos, de modo que alguno, al encontrarte, feliz te diría”. 165
De ese modo, éstos, entre sí, tales cosas hablaban;
mas, frente a la sala de Odiseo, los pretendientes,
disparando, se recreaban con discos y con venablos
en el patio bien hecho, justo donde antes, con insolencia.
Mas ya era la hora de comer, y llegaron las reses
cuando IZO
de d desde el campo, y las llevaban justo los de antes,
oquier
entonces hablóles Medonte: él les era el más agradable
de los heraldos, y en los banquetes entre ellos se hallaba:
Jóvenes, cuando ya todos recreasteis con juegos el ánimo,
avenidla casa, para que el banquete aprestemos, 175
pues para nada es lo peor el tomar la comida a sus horas”.

289
HOMERO

(QQ e<pa0’, oi 8’ ávGTÓvTec, epav ró0ovxó te gó0cp.


aóxáp éneí p’Íkovto Sópoo<; éi) vaiexáovxac;,
xXaívag pév Kaxé0evxo Kaxá KÁiapoíx; xe Opovonc xe,
180 oi 8’ iepeoov Óig peyáZoog Kai jtíova<; aíya^,
ípeoov 8é oóag oiáXoog Kai poóv áyeXaíriv,
8aix’ évxovópevoi. xoi 8’ é£ áypoio rcóZivSe
©xpóvovx’ ’OSoaeog x ’ iévai Kai Siog i)<poppó<;.
xoioi 8é pó0©v ^p%e oopóxng, ópxapog áv8p©v •
185 « £eiv éixei áp Sf] «cerca rcóÁivS ’ ípevai peveaívet;
oxipepov, ©£ ércéxeAXev áva£ égó<; • — t¡ a ’ áv éy© ye
aóxoó pouXoípnv oxa0p©v poxfjpa Xircéo0ai-
áXXá xóv aiSéopai Kai 8eí8ia, pr| poi órcíoo©
veiróp • xaÁercai Sé x ’ ávaKX©v eíaiv ópoKÁaí • —
190 áAÁ’ áye vóv íopev • Só yáp pépPÁ©Ke páZiaxa
rjpap, áxáp xáxa xoi rcoxi éorcepa píyiov éaxai ».
xóv 8’ árcageipógevog rcpoaé(pr| rcoZoprixu; ’OSoaaetx;-
« ytvóoK©, <ppové©- xá ye Srj voéovxi KeÁeúet;.
áAA’ i'opev, oó 8’ «terca 8iagrcepé<; óy^poveoe.
195 8ó<; Sé poi, eí rco0í xoi pórcaÁov xexprjpévov éoxí,
OKrjpírcxeaO’, éró'n (pax’ ápiatpaZé’ éppevai oóSóv ».
■q pa, Kai ápip’ ©poiaiv áeiKéa páAAexo rcqpqv,
rcoKvá p©yaAéqv, év 8é axpótpog qev áopxqp •
Eopaux; 8’ apa oi OKrjrcxpov 0opapé<; éS©Ke.
200 x© pnxqv, axa0póv Sé KÓveg Kai póxopeg áv8pe<;
póax ’ órciaOe pévovxei;. ó 8 ’ kc, rcóAiv qyev ávaKxa
7tx©X<P XeoyaXéq) évaXíyKiov rjSé yépovxi,
aKqrcxópevov • xá Sé Xoypá rcepi xpoi eípaxa éoxo.
áXX’ oxe 8q axeí/ovxeg óóóv Kaxa rcaircaXóeaaav
205 áoxeog éyyi)<; eoav Kai érci Kpqvqv átpÍKovxo
xükxtjv KaÁÁípoov, ó0ev o8peoovxo rcoÁixai,

290
ODISEA XVII

Dijo, y ellos, parándose, se fueron, y el dicho atendían.


Mas cuando llegaron a la casa, de hechura suntuosa,
en sillones y en tronos pusieron sus mantos,
y ellos mataban grandes ovejas y cabras grasosas, i®
y mataban puercos cebones y una vaca gregal,
el banquete aprestando. Aquéllos, a la ciudad desde el campo
se apresuraban a ir, Odiseo y el noble porquero.
Comenzó a hablar entre ellos el porquero, príncipe de hombres:
“Extranjero, puesto que ya, entonces, anhelas marcharte,
hoy mismo, a la ciudad, cual mi amo ordenó (sí, yo por lo menos
desearía que aquí, como guardián de establos, tú te quedaras;
mas lo respeto, y le temo, no sea que después
me riña: las increpaciones de los amos son fastidiosas),
anda, vámonos ahora, pues ya está máximamente avanzado 190
el día, y, cierto, pronto va a estar más frío, en la tarde”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
Lo sé, lo entiendo; mandas a uno que piensa las cosas.
Anda, vámonos, y tú, luego, condúceme siempre.
Mas dame un garrote, si acaso tienes alguno cortado, 195
para que me apoye: decís que el camino es muy resbaloso”.
Habló, y se echaba en los hombros su alforja humillante,
rota del todo, y en ella, una cuerda era el tirante;
y pues Eumeo le dio un bastón agradable.
Ambos se fueron y, quedándose atrás, los pastores y perros 200
el establo cuidaban. Él, al pueblo llevaba al señor
semejante a un mendigo miserable y anciano,
apoyado en un bastón; vestía en su cuerpo vestes infames.
Mas cuando, por el abrupto camino bajando, ya estaban
cerca de la ciudad, y a una fuente llegaron, bien hecha, 20S
de bella corriente, de donde los ciudadanos tomaban

290
HOMERO

W ’'I0aKog Kai Nrjpnxx; rjSé noXÚKwp-


ápxpi 8’ áp’ aíyeípcov i)8aT0Tpe(péa>v rjv áXao;,
Jtavxoae kukA,otepe<;, Katá Sé \jfu%póv péev úSaip
210 íyóOev ek 7téTpT|<; • Pcopó; 8 ’ ¿(púrcepOe xéwKto
Nupípácov, o0t 7távTe<; £7cipp£^£GKov ¿Sitar
£v0a a<péa<; EKÍxavEv oióg AoZíoio M£Áav0£o<;
aíyag áycov, ai rcáai p£t£7cp£7iov aircoÁíoiai,
Seíkvov pvt|otr|p£aai- Soco 8’ áp’ Ercovto vopr¡£<;.
215 toix; Sé íSúóv veikeogev ekoq t ’ éipat ’ ek t ’ óvópa^Ev
EKTiayXov Kai áeiKÉQ- ÓpivE Sé KÍip ’OSocríio<;-
« vw pév Sn páÁa Tiáyxo KaKog KttKÓv nypZá^Ei,
á><; aiEÍ t¿v ¿poiov áy£i 0£¿g ¿>g tov ópoiov.
Tifl Si] tóvSe poXoPpóv áyeu;, ápéyaptE auparía,
220 7ita>x¿v ávvppóv, Savccov aTcoÁopavtrjpa;
og TioÁXfig (pAifjai jcapaatá<; <pÁívj/etai copoo<;,
aítí^cov áKÓÁ,ou<;, oúk áopa oúSé Zéprjtag.
tóv y’ eí poi Soírig ata0p¿ov potfjpa yevéaGai
arjKOKÓpov t’ epevai 0aZXóv t’ ¿pupoicn <popí]vai,
225 Kaí kev ópóv 7iíva)v pEyáXnv £7uyoovíSa Oeíto.
áXA,’ ejieí oúv 8n épya kók’ é'ppa0£v, oúk e0eAt|G£i
épyov £7ioíx£G0ai, áXXa ktcúoocov Kata Srjpov
poúXEtai aití^cov Pogkeiv t|v yaoiep avaZiov.
áXX’ EK toi épéco, t¿ Sé Kai TETEÁECrpévOV ECTiar
230 ai k ’ eZ0ti 7ipó<; Sópat ’ ’OSuaano^ Oeíoio,
jroÁÁá oi ápcpi Kapr| acpEÁa avSpcov ek zcaZapacov
jtÁEOpai ájioTpn|/ooai Sópov Kata paXXopévoio ».
(üq epato, Kai rcapióv Áa§ évOopEV áeppaSípaiv
tabico- oúSé piv ektoí; átap7titoú éawepéAi^ev,
235 áXX’ e'pev ’ áatpaÁéáx;. ó Sé pEpptjpi^EV ’OSuooeúg,
fjé pEtaí^ag ponáXcp ek 0upóv é^ono

291
ODISEA XVII

el agua __la habían imbricado ítaco y Políctor y Nérito:


en torno había un bosque de álamos negros nutridos en agua,
redondo del todo, y fría, el agua hacia abajo corría
de arriba, de un peñasco; y encima estaba hecho un altar
para las Ninfas, donde todo viajero hacía sacrificios—,
allí los encontró Melantio, el hijo de Dolio, llevando
cabras, las que descollaban en todos los hatos caprinos,
comida de los pretendientes. Dos pastores iban con el.
Al verlos, se puso a agraviarlos, y esto decía y los nombraba
-algo terrible y vil—, y turbó el corazón de Odiseo:
“Hoy sí, realmente del todo, un picaro a un picaro guía;
como siempre, el dios lleva al semejante hacia su semejante.
¿Pues adonde, porquero infeliz, llevas a este tipo apestoso,
a este molesto mendigo, exterminador de banquetes? 2;
Acercándose a muchas jambas habrá de rascarse los hombros,
pidiendo mendrugos, no una espada ni algunas vasijas.
Si me lo dieras, para ser guardián de mi establo,
para ser barrendero y para llevar retoños a mis cabritos,
incluso, bebiendo suero, un muslo grande echaría. 225
Mas, pues ya ha aprendido malos oficios, no ha de querer
ir al trabajo, sino que, agachándose enfrente del pueblo,
prefiere, pidiendo, alimentar su vientre insaciable.
Pero te haré saber, y esto sin duda habrá de cumplirse:
si es que llega a la casa del divino Odiseo, sus costillas 230
romperán muchos bancos lanzados en torno a su testa
por las manos de esos hombres, al ser arrojado de casa”.
Hablo y, al pasar, con el talón temerariamente saltó
contra su cadera; empero, no lo pudo empujar del camino,
mas permaneció firmemente. Y él, Odiseo, ponderaba 235
si, irrumpiendo detrás, con su garrote le quitaba la vida

291
HOMERO

T| rcpcx; yr¡v eZógeie K<xpr| ápxpooSb; áeípa<; •


CCÁA’ £7l£TÓXgT|G£, (pp£Gl 8’ EGXETO. TOV Sé GoP(ÚTT|<;
veÍkeg’ éoávxa i8óv, péya 8’ EÓ^axo X£tpa<; ávaaxióv •
240 « Nógtpai Kpr|vaiai, Koópai Aióg, e’Ítcot’ ’OSooaEÓg
ópp’ EJti jLtript ’ ektje, KaZóyac; kíovi Srjp©,
ápvcov t}6’ épícpcov, tó8e poi KprjrivaT’ ééZScop,
áx; eA0oi pév keívo<; ávr|p, áyáyoi 8é é Saípcov.
tío Ké toi áyZaia^ y£ SiaaKESáaEtEV hxáGctx^
245 xág vov óPpí^cov (popéen;, áZaXr|p£vo<; at£Í
áoxo kíxt’- aóxáp pfjZa koíkoi <p0£Ípooat vopf¡£<; ».
tov 5’ ocote 7ipOG£Ei7tE M£Záv0io<;, aiTtóZog aiycov
« Ó 7107101, OIOV EE17IE KOCOV ÓÁOCpCOta ElSÓx;,
tóv 7iot’ éya)v etií vrióg éóaaéZpoio pEZaívTjg
250 á^tt) xfjZ ’ 'iGáicrig, iva poi píoxov tcoáov áXxpoi.
ai yáp TrjZépaxov (3áXoi ápyopóxo^oc; ’AtcóZZcov
GTjpEpov év peyápoia’, r¡ Ó7có pvrjGxfjpGi Sapeíri,
dx; ’OSoafp y£ xrjXoó á7ra>Zexo vóaxipov ^gap ».
ax; EÍ71C0V xoóg pév ZÍTtev aóxó0i rjKa Kióvxa<;,
255 aóxáp ó pfj, páZa 8’ a>Ka 8ópoog ÍKavev ávaKxog.

aóxÍKa 8’ eí'aco iev, pexá Sé gvrjaxrjpai xaQi&v,


ávxíov Eópopáxoo • xóv yáp (piÁéeaKe páZiaxa.
tío 7iápa pév Kpeicov poipav 0éaav oi 7rovéovxo,
aíxov 8’ aí8oírj xapírj 7iapé0rjK£ cpépooaa
260 éSpevai. áy/ípoZov 8 ’ ’OSoaeóg Kai Siog ó<pop|3ó<;

axTjxrjv épxopévco, 7cepi 8é acpea; óZo0 ’ íarrj


(pópgiyyog yZacpopíjg • ává yáp acpiat páZZex ’ áeíSeiv
<X>Ópio<;. aóxáp ó xeipog éZóv Ttpoaéeuce aopfóxrjv •
« Eópai’, n páZa 5tj xáSe Sópaxa KáZ’ ’O5ocríio<;-
265 peía 8’ ápíyvcox’ éaxi Kai év 7coZZoiaiv Í8éa0ai.

éxépcov éxep’ éaxív, é7tóaKr|xai 8é oí aóZfj

292
ODISEA XVII

O alzándolo desde el suelo, en la tierra golpeaba su testa;


mas aguantó y se contuvo en el pecho. El porquero, a Melantio
viendo de frente, lo reprendió, y mucho oró alzando las manos
“Ninfas de las fuentes, hijas de Zeus, si algún día Odiseo
os quemó muslos, cubriéndolos con pingüe gordura
de corderos y de cabritos, cumplidme este deseo,
que regrese aquel hombre, y alguna deidad lo conduzca.
Él, entonces, te disiparía todas estas jactancias
con que, insolente, hoy te conduces, siempre vagando
por la ciudad, mientras malos pastores devastan las reses”.
Le contestó a su vez Melantio, el cabrero de cabras:
“¡Ay, ay! ¡Qué dijo el perro sapiente de astucias dañinas!
A él yo mismo, un día en una negra nave de buenas cubiertas,
llevaré lejos de Itaca, adonde mucha ganancia me aporte.
Ojalá que Apolo, de arco de plata, hiriera a Telémaco
hoy, en la sala, o éste fuera matado por los pretendientes,
como, lejos, para Odiseo se ha perdido el día del retorno”.
Dicho esto, allí los dejo, pues andaban despacio,
y él se fue, y muy presto llegó al palacio del rey.
Luego iba hacia adentro, y se sentaba entre los pretendientes,
enfrente de Eurímaco, pues a éste más estimaba.
na porción de carnes pusieron ante él los sirvientes,
y a honorable despensera, llevando pan, lo servía
para que comiera. Cerca, Odiseo y el noble porquero
llegando, se detuvieron, y les llegó en torno el sonido
de una cóncava lira, pues comenzaba a cantar para aquellos
Femió. Odiseo, asiendo del brazo al porquero, le dijo:
“Eumeo, sin duda es éste, de Odiseo el hermoso palacio,
fácilmente se nota, inclusive al mirarlo entre muchos;
unas partes se ajustan a otras, su patio se encuentra provisto

292
HOMERO

toí/g) Kai OpvyKoiGi, 0ópai 5’ EÚepKeet; eíoi


8iká,í8e<;- oí) kev tí<; giv ávqp í)jcep07cÁíooaiTo.
yivcooKco 8’, oti noÁAoi év (rí)T<í) SaÍTa TÍ0evTai
270 áv8pe<;, ércei kvíot] gév évr¡vo0ev, év 8é te <pópgiy£
TiTcÚEi, i]v apa Savci 0eoi rcoír|aav ézaípriv ».
tóv 5’ árcapeipógevog rcpoa£<pr)<;, Eógaie aupana-
« peí’ éyvax;, ércei oó8é t<x t’ áÁAa itép éoo’ ávoripcov.
áXV áye 8t] (ppa$ópe0’, órccoc éoTai Ta8e Epya.
275 T|£ OI) TipcÓTOg EOEÁ0E Sógoix; éi) vaieTaovTa<;,
Sóoeo 8é |ivr|GTr¡pa<;, éyó) 8’ í)rcoXeú|/ojiai ai)Toó •
eí 8’ é0éÁ£i<;, ércípeivov, éyá> 8 ’ eíjLti rcporcápoi0ev.
j_iT,Se oi) 8ti0í>veiv, grj xí<; o’ ektoo0e vor|oa^
rj páÁp i] éAáap • toc 8é oe <ppá£ea0at ávcoya ».
280 tov 8’ íijíeíPet’ érceixa rcoÁÓTÁat; 8ío<; ’OSoooeóg-
« yiváxjKü), (ppovEco- xá ye Siy voéovxi KeZeóei<;.
áXZ’ epxei) rcporcápoi0ev, éyó) § ’ órcoXeíyogai aóxoí).
oí) yáp ti JcXriyétov áSarijicov oúSé PoAácov •
ToÁ-jirieic por 0o¡iÓí;, ércei KaKa rcoÁAa rcércov0a
285 KÚpaoi Kai rcoÁépcp- pexá Kai TÓSe toíoi yevéo0a).

yaoxépa 8 ’ oí) rcox; éoTiv árcoKpíoj/cu pegaoíav,


oi)XogévT|v, i] rcoAAá kqck’ áv0pcórcoioi SíScooi •
Tqg éveKev Kai vfjeg éu^uyoi órcAí^ovxai
rcóvxov érc’ áxpóyexov KaKa Soopevéeooi <pépoooai ».
290 ax; oí pév xoiaóxa rcpó<; áÁÁr|XoD<; áyópeoov ♦
áv 8é kúcov K£(paV|v xe Kai oóaxa Keípevo<; éa%ev,
"Apyog, ’OSDoaTiog xaXaaítppovog, ov pá rcox’ aóxóg
Opéye pév, oó8’ árcóvrixo, rcápog 8’ eí<; ’lXiov íprjv
©xexo. xóv Sé rcápoiOev áyíveoKov véoi ávSpeg
295 aiyat; érc’ áypoxépag rjSé rcpÓKag r|8é Áaycooúg•

8r| xoxe keíx arco0eoxo<; arcoi/opévoio ávaKxo<;

293
ODISEA XVII

de muro y cornisas, y están bien protegidas sus puertas


de dos hojas: ningún hombre podría superarlas con armas.
Y juzgo que muchos hombres en él un banquete celebran,
porque llega el olor de la grasa, y adentro, la lira 270
suena: a ésta, compañía del banquete la hicieron los dioses .
Y respondiendo, porquerizo Eumeo, tú le dijiste:
“Fácilmente juzgaste, pues no eres tonto ni en otros asuntos
Anda, consideremos cómo serán estas cosas.
O entra tú primero a la casa de hechura suntuosa, 275
y llega hasta los pretendientes, y yo aquí voy a quedarme;
mas, si quieres, espera, y yo iré por delante.
Pero no te demores, no sea que alguno, viéndote afuera,
te lance algo o te golpee: eso te pido que pienses”.
Le respondió entonces el paciente, noble Odiseo: 280
“Lo sé, lo entiendo; mandas a uno que piensa las cosas.
Mas vete adelante, y yo aquí mismo voy a quedarme:
en nada soy ignorante de heridas y golpes;
mi ánimo es tolerante, pues muchos males he padecido
en las olas y en guerra: sea esto también, tras aquello. 285
Sin embargo, es imposible ocultar el ávido vientre
maldito, el cual muchos males procura a los hombres;
por él se aprestan incluso las naves bien ensambladas,
llevando desgracias al enemigo en el ponto incansable”.
e ese modo, éstos, entre sí, tales cosas hablaban;
D 290
y un perro que estaba echado, alzó su cabeza y orejas,
Argos, de iseo de ánimo firme, a quien éste otro tiempo
Od
crió, mas no disfrutó, pues antes, a Ilion la sagrada
es marcho. A dicho perro, otrora llevaban los Jóvenes
a lcaza de cabras agrestes y corzos y liebres;
295
ora, cierto, en ausencia de su amo, yacía despreciado

293
HOMERO

év KoXXrj KÓrcpq), i] oi rcporcápotOe Qvpácov


fipióvcov te pocbv te akiQ k£%vt’, ó<pp’ áv áyoiEV
Sgo>££ ’OSoaaríog TégEvog géya KorcpíaoovTEg •
300 ev0a kócdv keít’ vApyo^ évÍ7CÁ£io<; KovopaiaTE0)v.
St] tote y’, üx; evórpev ’OSoaaéa éyyix; ¿ovia,
crópTi gév p’ o y’ eotive Kai ooaTa KapPaXEv ág<po),
aaaov 5’ ooKér’ enena 8ovr|aaTo oio ávaKTog
éX0égev • awp ó vóaípiv Í8ó)v árcogóp^aTO SaKpo,
305 peía Xa0©v Engaiov, áq>ap ó ’ epEeívETO ju/ú0<p ♦
« Enpai’, T| páXa 0aoga kÍcov o8e keít’ évi KÓnpw.
KaXog pev Ségag egtív, ázap tó8e y’ ot> aátpa oíSa,
Stj Kai xaxug egke 0éeiv ¿tei eÍSeí t©8e,
t¡ ainox; oioí ie t panelee; KÓveg ávSpcbv

310 yívovx’, áyXatr|<; 8’ evekev Kogéouaiv ávaKTeg ».


tóv 8’ ánageipógevog rcpoaéiprjg, Eópaie ampona ■
« Kai Xítjv ávSpóg ye kúcov o8e TfjXe 0avóvTo<;
eí toiógS’ e’ÍTi rjpév 8épag T|Sé Kai épya,
oióv piv Tpoú]v8e kkbv KaTéXemev ’OSuaaetx;,
315 aúpa ke 0r|r)aaio íScóv Ta%i)Tf¡Ta Kai áÁKT|v.
oó pév yáp ti «póyeaKE Pa0eÍT|<; pév0eaiv i)Xri<;
KvóSaXov, otti Síoito • Kai ixveai yáp nepifjSTi.
vov 8’ exeTai KaKÓTTjTi, áva§ Sé oi áXXo0i nárprjg
íoXeto, tóv 8é yuvaÍKeg aKrjSéeg ot> Kopéooai.
320 8ji¿oe^ 8 evT ’ áv prjKéT ’ éniKpaTécoaiv ávaKTeg,
o'ÓKéT’ enere' eOéXooaiv évaíaipa épyá^eaOai-
TÍgiao yáp t’ áperfjg ánoaívoTai eópóona Zeix;
ávépoq, eve’ áv piv KaTa SoúXiov ppap eXflaiv ».
o)^ eintov eiofjASe Sogoog él) vaiETáovza^,
325 pí] 8 i0i><; geyápoio g£Ta pvTiGTr¡pa<; áyanoog.
■'Apyov 8' ai Kara tioip’ eXa^ev géXavo? 0aváTO>o,

294
ODISEA XVII

en el mucho estiércol que estaba tirado allí, ante las puertas,


a montones, de muías y bueyes, hasta que los siervos
de Odiseo lo sacaran, a fin de abonar sus grandes terrenos.
Allí yacía Argos, el perro, todo lleno de pulgas.
Ahora, cierto, cuando notó que Odiseo se hallaba cercano,
pues festejó con su cola y, ambas, bajó sus orejas,
mas luego, ya no tuvo fuerzas para ir al encuentro
de su amo; y éste, viendo a otro lado, enjugóse una lágrima,
de Eumeo ocultándose fácil, y al punto inquiría con palabras:
“Eumeo, un gran portento, ese perro que está en el estiércol.
De figura es hermoso, mas esto no sé claramente,
si, con esa forma, también era presto en correr,
o simplemente era cual son de los hombres los perros
falderos, y los procuran sus amos por causa de ornato”. 310
Y respondiendo, porquerizo Eumeo, tú le dijiste:
“Desde luego, ese perro de un hombre que lejos ha muerto,
si fuera así, en figura y también en hazañas,
como lo dejó Odiseo al marchar hacia Troya,
te admirarlas de inmediato al ver su presteza y su fuerza.
Pues no, de la selva profunda en la hondura no huía
la fiera que él ahuyentara; en rastrear también era muy hábil.
Ahora es presa del mal, pues de la patria lejos, su dueño
pereció, y las dejadas mujeres jamás lo procuran.
Cuando ya no tienen el mando los amos, los siervos 320
ya no quieren entonces cumplir sus deberes,
pues Zeus, de voz espaciosa, sustrae la mitad del valor
de un hombre, cuando a éste alcanza el día de la esclavitud”.
Dicho esto, entró en la casa, de hechura suntuosa,
y se fue directo a la sala, con los pretendientes egregios. 325
Empero a Argos, de la negra muerte la moira al instante

294
HOMERO

a'óxÍK’ iSóvx’ ’OSuGTja eeikogtw eviauTco.


xóv 8e TioXi) 7tpa>TO<; Í8e Tr|A,éga%o<; 0eoei8ti<;
ép%óg£vov Kaxá Scopa g'üPcóttiv, áxa 8 ’ enevca
330 V£Í>a ’ ¿ni OI KaÁéGa^' Ó 8Ó 7Ca7CTT|Va<; £%£ Suppov
KEIJIEVOV, £V0a TE 8aiTpÓ<; Eípí^EGKE Kp£CC KOÁÁá
SatógEvoc; gvriaTnpai Sópov Kara SaivopévoiGi •
TOV KaTE0T|K£ (pépíOV 7CpÓ<; TriÁ£g(XXOlO TpOOTE^OCV
ávxíov, £v0a 8 ’ áp ’ aÚTÓ<; éipé^ETO • xcp 5 ’ apa xfipo^
335 poípav éÁá)v éxí0£i KavEoo x’ ek gíxov a£Ípa<;.
áyxípoXov 8e p£x ’ amóv eSÓgexo ócópax ’ ’OSoaaEtx;,
7ltcox¿p ZeDyaZecp EvaÁíyKiog tjSe yépovxi,
GKTJTCTÓgEVOg ‘ Ta 8Ó A/Dypá 7l£pi XpOl Eipaxa EGTO.
l^E 8’ E7CÍ gEÁÍvOD 0Ü80B EVXOG0E 0'Upá©V
340 KÁivápevog Gxa0p© Korcapiaaívip, ov tcote tektcov
^eggev £jciGxapév©g Kai ¿Til Gxá0pr|v í0ove.
TriAipa/og 8’ érci oi KaÁeoac npoaéeine Gopcóxrjv,
ápxov x’ ouáov eá©v jtEpiKaZXéog ¿k Kavéoio
Kai Kpéa^, cóg oi xeípe^ ¿xávSavov cqu<piJ3aA,óvTi •
345 « 8ó<; xa> ^eív(p xaóxa (pépcov aóxóv te keáeoe
així^Eiv páXa jcávxag ekoixojievov gvr|aTT)pag-
aíSáx; 8’ oók ayaG^ KEXpripévto áv8pi 7rapEivai ».
cog q>áxo, pf| Se aocpoppóg, £7C£Í xóv pó0ov aKODGEv,
aYXoi) 8’ ÍGxáp£vo<; £7C£a tcxepóevx ’ ayápEDE •
35o « Ti]Xépaxóg xoi, £eíve, 8i5oi tcxSe Kai ge keAepei
així^eiv páAa 7c<xvxa<; éjcoixógEvov pvr¡GTÍjpa<;-
ai8a> 8’ oókáya^nv <pr|G’ éppevai ávSpí TcpoiKxp ».
xóv 8’ árcajiEiPógEvog 7cpoG£(pTj jtoA/újutitk; ’OSoGGEÓg •
« Zex> ava, TnÁégaxóv poi év ávSpáaiv óZPiov eivai,
355 Kai oi Tiavxa yévoixo, ooa <pp£oiv pai gEvoiva ».
n pa, Kai ájKporéppaiv é8é^axo Kai Kaxé0r|K£v

295
ODISEA XVII

lo sujetó, tras mirar a Odiseo, en el año vigésimo.


Con mucho el primero, vio Telémaco, símil a un dios,
al porquero que entraba a la sala, y presto, haciéndole senas,
lo llamó a su lado; y éste, ojeando, tomó una silleta
que allí estaba, donde el trinchador solía sentarse trinchando
muchas carnes para los pretendientes que comían en la sala.
Se la llevó y la puso en la mesa de Telémaco, enfrente,
y él mismo allí se sentó; y el heraldo, tomando
una porción, y sacando pan de un canasto, se los servía.
Cerca, después de él, entró a la casa Odiseo,
semejante a un mendigo miserable y anciano,
apoyado en un bastón; vestía en su cuerpo vestes infames.
Se sentó en el umbral de fresno, al interior de la puerta,
recargado en la jamba de ciprés que, otrora, un carpintero
había alisado hábilmente y había enderezado con hilo.
Y Telémaco dijo al porquero, tras llamarlo hacia sí
y tras tomar un pan entero de un cesto bellísimo,
y carne, cuanta sus manos cogían cuando él las echaba:
Lleva y dale esto a ese extranjero, y exhórtalo a que él
pida a los pretendientes, yendo hacia todos, sin excepción:
la vergüenza no es buen compañero de un hombre indigente”.
Así habló, y se fue el porquero, cuando oyó este discurso,
y colocándose cerca, dijo estas palabras aladas:
Extranjero, esto te da Telémaco, y te exhorta a que tú 350
pidas a los pretendientes, yendo hacia todos, sin excepción:
la vergüenza, dice, no es buena en un hombre mendigo”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
Señor Zeus, que Telémaco me sea entre los hombres dichoso,
y tenga todas las cosas que él en su pecho desea” 355
Habló, y con ambas manos tomó la comida y la puso

295
HOMERO

ao0i rcoScov Jtpo7c<xpoi0ev, a£iK£Áír|<; etcí 7cr| prj<;,


T]a0i£ 5’ £io<; doiSóg évi gEyápoiaiv óceiSev.
£00 ’ Ó SeSeIJCVTIKEIV, Ó 8’ £7CaÓ£TO 0£ÍO^ áoiSó<; •
360 jivT|OTÍ]p££ 8’ ópáSriaav ává géyap’. auxáp ’A0r|vr|
áy%i napiaxapévri AaEpxiáSriv ’OSixyqa
©xpov’, ©g dv nvpva Kaxá pvTjaxTjpai; áyEÍpoi
yvoíri 0’ oí xivég eígiv évaíaipoi oí x ’ á0épiGToi •
áÁA’ oó8’ ©<; xiv’ epeXV aTcaÁE^ílGEiv KaKÓxr|To<;.
365 pfj 8’ íjiev aixr|a©v évSé^ia <p©xa EKaoxov,
rcávxoGE %£Íp’ ópeycov, ©<; eí 7tx©xó<; TtáXai eít|.
oí 8 ’ éXeaípovxeg SíSooav Kai £0ágp£ov aóxóv
áZZriXoog x’ eípovxo, xíq eíti Kai rcó0ev eXOoi.
xoígi Sé Kai pexéEiTte MeA,<xv0io<;, aíjróZog aíy©v •
370 « KéKÁoxé peo, pv'naxfipEg áyaKÁeixfj<; PaaiXeírj<;,
xoó8e TtEpi §eívoo • rj yáp rcpóa0£v piv ¿moma,
xj toi pév oi Seopo goP©xtj<; Tjyepóveoev,
aoxóv 8’ oo aá<pa oí8a, 7tó0ev yévo<; eo/exai eivai».
8>q é<pax’, Avxívooc; 8’ eneoiv veÍKeaae ooP©xt|v
375 « © ápíyvcoxE a^Parca, xírj Sé ai) xóvSe jxóÁivSe
Tiyayeg; -rj oi)/ aXig fjpiv áÁrjpové<; eíai Kai a'k'koi,
7tx©x°i ávvripoí, Saixcov árcoÁopavxfipec;;
f| óvoaai, oxi xoi píoxov KaxéSooaiv ávaKToc;
év0á8’ áyeipópevoi, ai) 8é Kai rco0i xóvS ’ éKáÁeaaag; »
380 xóv 8’ árcageipógevog npooé(pr]<;, Eópaie aoP©xa-
« ’Avxívo’, oü pév KaXa Kai éaOZóg éó)v áyopeóeig-
i:íq yap Si) ^eivov KaXei aXXo0ev aóxóg éjceZOcov
áAAov y’, ei jxfi xóv, oí Sxipioepyoi é'aai;
pávxiv ií írjxripa Kaxóv ti xÉKXova Soúpcov,
385 ií Kai Oearciv áoiSóv, o kev xépTcpaiv áeí8©v.
oxnoi yap kXtjxoí ye ppoxóv en ’ áneípova yaíav •

296
ODISEA XVII

allí mismo, ante sus pies, sobre su sórdida alforja;


y comía, mientras el aedo cantaba en la sala.
Cuando había comido, acababa su canto el aedo divino;
en la sala se alborotaron los pretendientes. Y Atena,
colocándose cerca, al Laertíada Odiseo
incitó a que mendrugos juntara entre los pretendientes,
y supiera quiénes eran rectos y quienes sin leyes;
mas ni así pensaba ella alejar a alguno de la desventura.
Presto se fue a pedir, por la derecha, a cada varón, 3
doquier tendiendo su mano, cual si antaño fuera mendigo.
Compadeciéndose, ellos le daban, y ante él se pasmaban,
y se preguntaban entre ellos quién era y de dónde venía.
Entre ellos también habló Melando, el cabrero de cabras:
“Pretendientes de la muy gloriosa reina, escuchadme 37
acerca de este extranjero: en verdad, antes lo vi.
Sin duda, hasta aquí lo condujo el porquero,
mas de él, no sé bien de dónde se precia de ser por su estirpe”.
Así dijo, y reprochó con palabras Antínoo al porquero:
¡Oh, muy famoso porquero! ¿Por qué a la ciudad condujiste 375
a éste? ¿No en abundancia tenemos también a otros vagos,
molestos mendigos, exterminadores de los banquetes?
¿Vituperas que éstos devoran los bienes de tu amo,
reuniéndose aquí, y tú, quizá, también a éste invitaste?”
Y respondiendo, porquerizo Eumeo, tú le dijiste: 3so
Antínoo, ciertamente no hablas bien, aunque eres un noble.
¿Quién, yendo en persona, invita a un extranjero de acá
y a otro de alia, si no es a uno de esos que son artesanos:
a un adivino, a un sanador de males, o a un carpintero,
o incluso a un aedo inspirado, el cual nos deleite cantando? 385
Esos son invitados de los hombres, en la tierra infinita;

296
HOMERO

titco/ov 8’ ook áv ti<; KaXéoi Tpú^ovTa e aikov.


áAA’ aíei xateióg rcepi rcávTcov eíc gvrjGTT|p©v
8|A(dgÍv ’OS'UGofjoí;, nepi 8’ am’ ejuoí • amáp eyco ye
390 ook áXéyco, eióg poi e/éíppcúv ÜTiveXóneia
^óei évi peyápoic; Kai TrjXégaxo<; 0eoei8r|<; ».
tóv 8’ aí> TrjXépaxog nenvi>pévo(; ávTÍov r|í)8a-
« GÍya, prj poi toutov ápeípeo nóXV ércéeaaiv
’AVTÍVOOí; 8’ £Íü)0£ KaKC0£ ép£0l^ég£V aiei
395 pA)0oiaiv xaXenoiGiv, énoTpvvei 8e Kai áXXoog ».
TJ pa, Kai ’AVTÍVOOV £7t£a TCTEpÓEVTa 7tpOGT]Í>8a •
« ’AvtÍvo’, t¡ peo KaXa rcarqp ©<; KrjSeai mo;,
og tóv ^eivov ávcoyag ano geyápoio 8íea0ai
pú0<p ávayKatíp • prj tooto 0eóg teZegeie.
400 Sóg oí eXóv • oí) toi (p0ovéco • KeZopai yáp éyd> ye.
pTJT’ OOV JLLTJT£p ’ éflTJV á^EU TO ye gT|T£ TIV ’ áÁÁOV
[Sg(ü©v, oi KaTa ScopaT’ ’OSoggtio^ 0eíoio.]
aXX’ OÍ) TOI TOIOOTOV évi GTT|0EGGI VOT|jLia *
ainóg yáp tpayépev rcoAi) poóXeai ti 8ópev áAAtp».
405 tóv 8’ aíre’ ’Avtívooi; ánag£tJ3óg£vo<; npoaéeme’
« TrjXépax’ i>yayópT|, gévo<; áo/exe, noíov éeirceg.
eí oi tógoov juxvt£<; ópé^eiav pviiGTfjpec,
Kai kÉv piv Tpei<; gíjvag ánónpo0£v oÍKog épVKOi ».
&Q áp’ £<pr|, Kai 0pfjvt>v eÁtbv wtétpiive xpané^ng
410 Keípevov, d) p’ ene/ev Aircapoog rcóSa<; eiXamvá^wv.
oí 8’ áXXoi náv'ceg 8í8oaav, nXfjoav 8’ apa nripTjv
ctítov Kai Kpeitov. Tá%a óij Kai péXXev ’Oóvaaeug
amig en’ oí>8óv uúv npoiKÓg yeúaaaOai ’A/aicov•
ott) 8e rcap Avtivoov Kai piv npóg poOov eeme •
415 « 8og, tpiÁog • ou pev poi ÓokÉeic; ó kokiotoí; ’A/aicov
eppevai, aXA. copioxo^, ejtei PaotXfji eoikoc^.

297
ODISEA XVII

nadie invitaría a un mendigo a fin de que friegue a uno mismo.


Mas siempre, más que todos los pretendientes, eres acerbo
con los siervos de Odiseo, sobre todo conmigo. Mas yo
no me preocupo, mientras, para mí, la prudente Penélope
yTelémaco, símil a un dios, vivan en este palacio”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“Calla, ya no respondas mucho a ése, con tus palabras;
pues Antínoo, siempre, provocar malamente acostumbra
con acerbos discursos, y a otros incita a lo mismo”. &
Así dijo, y a Antínoo le dirigió palabras aladas:
“Antínoo, te preocupas bien de mí, cual padre de su hijo,
cuando pides que expulse de la sala a este extranjero,
con discurso apremiante. ¡Que un dios esa cosa no cumpla!
Toma y dale, no te lo envidio; yo mismo te pido tal cosa. 400
En cuanto a eso, pues, ni a mi madre temas, es más, a ninguno
de los siervos que están en la casa del divino Odiseo.
Sin embargo, tal pensamiento no existe en tu pecho:
tú, más que darle algo al otro, con mucho prefieres comer”.
Le respondió a su vez Antínoo, y le dijo: 405
¡Telémaco, altilocuente, indomable en coraje! ¡Qué has dicho!
Si los pretendientes, todos, le ofrecieran tanto como esto,
lo tendría lejos la casa, inclusive tres meses”.
Dijo, y tras tomarlo, desde la mesa mostró el escabel
que ahí estaba: en él, en festines, sus nítidos pies apoyaba. 410
Mas todos los otros le daban, y pues llenaron su alforja
de pan y de carne. Luego, también ya a punto se hallaba Odiseo,
yendo de nuevo al umbral, de probar el don de los aqueos,
mas se puso al lado de Antínoo, y estas palabras le dijo:
¡Dame algo, amigo! De los aqueos no me pareces 4,5
ser el peor, sino el mejor, pues a un rey te pareces.

297
HOMERO

tío oe xp'H SópEvai Kai Xcóiov r|é mp áAXoi


gíxod • éyó) Sé Ké ge kÁeÍcú Kax ’ árceípova yaíav.
Kai yáp éyco 7iox£ oíkov év ávOpawroiaiv é'vaiov
420 oÁpio<; á<pv£ióv Kai rcoXXaKi Sógkov áÁrjrrj
xoíco, Ó7toío<; £oi Kai oteo KEXpripévog eáOoi-
r|aav Sé dpá)£Q páXa pvpíoi áXXa te rcoAAá,
oígívx ’ ed ^GK/uai Kai átpvEioi KaÁéovxai.
áXXá Zeíx; áXárca^E Kpovícov • — tí0eáe yáp tcod • —
425 o<; p’ apa ÁTpaxíipai 7coÁorcXáyKToiaiv ávf¡K£v
Aíyo7iTÓvS’ iévai, SoÁixriv óSóv, ó<pp’ aTtoXoípriv.
GxfjGa Sév Aiyúnxíp Koxap© véa<; áp<pi£Aíaaa<;.
é'v©’ T| toi pév éy<o K£Áópr|v épír}pa<; éxaípoo^
aóxoo rcáp vT|£aai pévEiv Kai víia<; é'pi)G0ai,
430 órcxrjpac; Sé Kaxá GKorciá<; <oxpova v££G0ai.
oi 5’ i)(3p£i Ei^avxEg, érciorcópEvoi pévEÍ G(p¿p,
aiya páA,’ Aíyurcxícov ávSpcov rc£piKaAAéa<; áypoix;
rcóp0£ov, éK Sé yuvaÍKac; áyov Kai vr|rcia xéxva
aóxoóg x’ ekteivov • xáxa 8’ ég rcóAiv íket’ áüxrj.
435 oi Sé {3ofi<; áíovxe<; áp’ r)ór <paivopévr|<piv
T|X0ov • kA,t]xo Sé rcáv rceSíov rc£.£¿ov te Kai ircrcov
xaÁ,Koí> te GT£po7tTÍ<;. év Sé Zeíx; T£prciKépaovo<;
<pó£av époia’ Exápoioi KaKqv páÁEV, ot>8é xig £XÁr|
GTpvai évavxípiov ♦ rcEpi yáp KaKá rcávTO0£V egxtj.
440 ev© ’ Tjpécov rcoXAoix; pév ártEKxavov ó£éi yaÁKW,
xoix; 5’ ávayov £<00-65, atpíaiv épyᣣG0ai ávayicp.
aoxáp ép’ é<; Kúrcpov £eív<o Sóaav ávxiáaavxi,
Aprixopi ’laaíSrj, 05 K-urcpoo upt ávaaaEv.
EV0ev 8rj vov Seopo xóS’ ikío jrr¡para rcáo/cov ».
445 xóv 8’ a-ux’ ’AvtÍvoo; árcapEÍPETO ^óvrjaév te-
« tu; Saipcov toSe rcfjpa rcpoorjyayE, 8aixó<; ávír|v;

298
ODISEA XVII

Por eso, tú debes darme, inclusive algo más que los otros,
comida, y yo, por la tierra infinita habré de ensalzarte.
Pues también yo, otrora, entre los hombres tenía mi morada
rica, yo era dichoso, y algo a menudo di al vagabundo,
tal como él fuera, y como él, de algo indigente llegara;
había siervos, innumerables, y otros muchos haberes
con los cuales los hombres viven bien y con nombre de ricos.
Mas todo devastó Zeus el Cronion -eso quiso, sin duda-
él me incitó a ir con unos piratas muy vagabundos <
a Egipto, un largo camino, para que yo pereciera;
y en el río Egipto detuve las naves de dos curvaturas.
Entonces, cierto, yo ordenaba a mis compañeros queridos
junto a las naves quedarse, allí mismo, y cuidar de las naves,
y envié exploradores que fueran a hacer unas rondas; 43
mas éstos, a su insolencia cediendo, siguiendo su impulso,
muy prestos, los bellísimos campos de los hombres egipcios
asolaban, raptaban mujeres e hijos pequeños,
y a los hombres mataban; pronto a la urbe llegó el griterío.
Los de la urbe, oyendo el clamor, al mostrarse la aurora 435
llegaron, y la llanura toda llenóse de peones y carros,
y del fulgor del bronce. Allí Zeus, que se goza en el rayo,
una mala fuga infundio en mis amigos, y nadie atrevióse
a estar de frente: doquier circundaron los males.
í, de nosotros, a muchos mataron con bronce cortante,
All
y llevaban a otros, vivos, a trabajar para ellos, a fuerza.
Mas, para ir a Chipre, me dieron a un extranjero que hallaron,
Jasida Dmétor, el cual en Chipre reinó con firmeza.
al
oy llego hasta aquí de ese modo, sufriendo infortunios”.
De al í, h
Le respondió a su vez Antínoo, y le dijo:
¿Qué dios trajo a este infortunio a arruinar el banquete?

298
HOMERO

CTfj0’ oincúg ég géaoov, egífé (XTrávevOe TpaTtE^r)^,


g-q xáxa rciKpqv Aíyu7CT0V Kai Kwtpov ÍSqai*
¿Óg Tig 0apaaXéo<; Kai ávaiS^ éaai rcpoÍKTiig.
450 e^eírig 7iávT£aai TtapíaTacai* oi Se SiSooai
gayiSía)<;, ekeí oo xig ¿KÍaxecig oíS’ éXeqT'üg
áÁXoTpícov yapíoaaGai, ejteí rcápa rcoÁÁá EKaaTG) ».
tóv 8’ ávax©priGa<; rcpoo£<pr| jroÁógr|Ti<; ’Oóoaae'úí; •
« w rcórcoi, oík apa aoí y’ £7ti eíSeí Kai <ppév£<; íiaav.
455 oí gv y’ av e£, oikob a© £7tiGTttTT| oí 8 ’ áÁa 8oír|g,
o<; vív áXXoTpíoiai Jtapr|g£vo<; oí tí goi etAtu;
gítoo árco7tpo£Áa)v SógEvai • Ta 8e rcoAAá TcápeaTiv ».
©<; £<paT’, ’Avtívoo<; Se xoZóaaTO KqpóOi gáÁÁov
Kai giv írcóSpa i8ü)v £7t£a TCTEpóevTa 7tpoar|ó8a •
460 « vív 8t| o’ oÓKéTi KaAa Siek geyápoio oía)
ay ávaxwp'Úaeiv, ote 8q Kai óveíSeo Pá^eig ».
(üq áp ’ eyq, Kai 0pfjvov £Á©v páXe Se^iov cogov
TcpogvÓTaTov KaTa vcotov. ó 5 ’ éoTÓOq qüT£ 7T£TpT|
EgrcESov, oí 8’ apa giv ocprjÁEv péÁog ’Avtivóoio,
465 áXX’ (XK£COV KÍVT|G£ KOpT), KOCKCX pOGOoSogEÍCOV.
áy 8’ o y’ ejc’ oíSóv í©v Kax ’ áp ’ e£eto, KaS 8’ apa 7rr)pqv
0qK£V £‘Ü7CÁeÍtJV, gETa Se gVT|aTqpGlV EE17CE'
« kekXvte geo, gvqaTfjpeg áyaKXeiTÍjg PaaiXeíqg,
ó<pp’ eíkco, tq ge Oogóg évi gttiGeooi keáeóei.
470 oí gav ovt’ áxog egtí g£xá cppEaiv oíte ti rcévGog,
ótikot ovtjp Ttepi oiai ga/eiogevo^ kteccteggi
PÁTJETOtl TJ KC.pi PoUCTlV T] apyEVVTJG ’ ÓlEGOlV'
awáp qi- ’Avtívooi; páZe yaatépoi ¿Ívzku Áoypfic
oúXopévns, ñ toUA kák* «Mpamom Sí&wnv.
475 aAA. ei nov JtTíoyráv ye Oeoi Kai épivóe; eíaív
’Avwoov rcpó yápoio xéÁo; Oavároio KiXeí„ ’».

299
ODISEA XVII

Colócate así, hacia el centro, de mi mesa alejado


no sea que rápido mires a Egipto, el amargo, y a Chipre.
¡Qué mendigo eres, realmente audaz y desvergonzado!
A uno tras otro, a todos te acercas, y ellos te dan 4
sin medida, pues no hay sobriedad ni conmiseración
en quedar bien con lo ajeno, pues hay mucho al lado de todos .
Y alejándose, le dijo el ingenioso Odiseo:
“¡Ay, ay! Pues con tu aspecto no estaba también la prudencia.
Tú no darías de tu casa ni sal a quien se te acercara, 45
tú, que ahora, sentado ante bienes ajenos, no te atreviste
a tomar y darme algo de pan, y eso hay mucho a tu lado".
Así dijo, y Antínoo se airó mucho más en su pecho
y, viéndolo torvamente, le dirigió palabras aladas:
“Hoy creo que tú, por la sala hacia afuera, ya no sanamente
te alejarás de vuelta, cuando ya dices incluso insolencias”.
Dijo, y, tras tomar su escabel, le golpeó el hombro derecho
en la parte extrema del lomo. Aquél se mantuvo cual roca
firme, porque no lo hizo caer el golpe de Antínoo,
mas movio en silencio su testa trazando su mal en secreto.
Y, yendo de vuelta al umbral, se sentó, y abajo su alforja
puso, totalmente llena, y dijo entre los pretendientes:
Pretendientes de la muy gloriosa reina, escuchadme,
por que diga las cosas que el alma en el pecho me ordena.
íCertamente no, ni hay tristeza ni hay pena en el pecho, w>
cuando algún hombre, al luchar por sus propios haberes,
es golpeado, ya por sus bueyes, ya por sus albas ovejas;
pero tínoo me golpeó por causa del vientre funesto,
A
maldito, el cual muchos males procura a los hombres.
Mas, si en algún lugar, de los mendigos hay dioses y fúrias,
que antes de su boda alcance a Antínoo el final de la muerte”.

299
HOMERO

xóv 8’ aoi’ ’Avtivoo^ 7rpoa£<pr], EúneíOeog uióc;


« eaOt’ ekt|Áo<;, ^eíve, Ka0rjp£vo<;, t} árctO’ áAArj,
prj O£ véot 8tá Sópax’ épBaacoa’, oí ’ áyopEBEt^,
480 i] rcoSóg i] Kat xetpóc;, á7coSpBycocn Sé Ttávxa ».
¿o<; £<pa0 oí 8 ’ apa 7távx£<; B7C£p<ptáÁíü<; vEpéapaav •
cbSfi Sé Tl<; £Í7t£QK£ vé(ÚV Í)7l£priVOp£ÓVTÜ)V •
« ’Avxívo’, ob pév KaÁ’ e'paÁEC Sboxtivov áXr|Tr|v.
obáópev ei Siy kob xt<; é7toBpávtog Qeóc, éaxi •
485 Kai te 0eoí ^eívotatv éoiKÓT£<; áZXo8a7totat,
rcavToiot teÁ£0ovte<;, £7TiaTp(oq>a>ai 7tóA,Tja<;,
áv0p<í)7ia>v oppiv xe Kai eBvopípv é<pop¿0vxe<; ».
éog áp’ Etpav gvriGTnp£<;, ó 8’ obk éprcá^Exo pB0cov.
TriXépaxog 8 ’ év pév KpaSírj péya rcévGo; áe^e
490 pXripévoB, ob8’ apa SaKpB %apai páÁev ek PÁetpápotiv,
á/CV aK£Q)v KÍVT]C7£ Kapp, KaKa pBaaoSopeóíov.
XOB 8’ á><; OBV T]KOB<7£ TCEpÚppCDV lIr|V£A.Ó7r£ia
PAxjpévoB év peyápcp, per’ apa Sptófjaiv éeircev •
« aí0 ’ obxüx; aBxóv ae páÁoi kábxóxo^oí; ’A/róÁÁcov ».
495 ttiv 8’ aox’ EBpovóprj xapír| 7cpóg po0ov éeurev
« eí yáp éit ’ ápfiaiv xéÁoc npexéppai yévoixo •
OBK áv Tl<; XOBXOV y£ éB0pOVOV ’H(S IKOITO ».
TTJV 8’ aOT£ 7CpOa££l7C£ Jl£pí(pp(OV I7r|V£%Ó7C£ia •
« paí’, éxOpoi pév rcávT£<;, ércei KaKa pq%avóa>vxai •
500 ’Avxívoog 8é páZiaxa peXaívp KTjpi eoike.
^eívoc; xig Sóaxpvog áAxjxEÚEi Kaxá 5¿opa
ávépat; aíxí^tov • áxpppoa-óvp yáp ávóyEi •
év0’ áXXoi pév rcávxEt; év£7cXpaáv x’ é'Soaáv te,
oóxot; Sé 0pr|vui Trpopvóv páÁE Se^iov cbpov ».
505 í| pév áp ’ coq áyóp£B€ p£xá Spcppai yuvai^iv
r|pévr| év OaZápcp- ó 8’ éSEtrcvEt Stog ’O8i)aa£B<;.

300
ODISEA XVII

Le dijo entonces Antínoo, el hijo de Eupites:


“Come tranquilo, extranjero, sentado, o vete a otra parte,
no por la casa te arrastren los jóvenes —¡cómo te expresas!—
del pie o de la mano, y te desgarren del todo”.
Así habló, y todos ellos se indignaron enérgicamente:
y de los soberbios jóvenes, uno así le decía:
“Antínoo, no estuvo bien, golpeaste a un infeliz vagabundo.
¡Maldecido, tú, si acaso él es algún dios celestial!
También los dioses, a extranjeros raros asemejándose,
surgiendo omnímodamente visitan doquier las ciudades
de los hombres, observando insolencias y apego a las leyes”.
Así decían los pretendientes; él no atendía sus palabras.
Telémaco, en su corazón, más avivaba su pena
por el golpeado, y ni una lágrima al suelo soltó de sus ojos,
mas movió en silencio su testa trazando su mal en secreto.
Cuando la muy prudente Penélope oyó del varón
golpeado en la sala, habló entre sus siervas:
Ojalá que Apolo, el insigne por su arco, así te golpeara”.
Y la despensera Eurínome, estas palabras le dijo: 495
Ojalá que hubiera cumplimiento para nuestras plegarias;
ninguno de éstos llegaría a Eos que tiene buen trono”.
Le contesto a su vez la muy prudente Penélope:
Amita, todos son unos odiosos: maquinan desmanes;
pero Antínoo, más que nadie, a la negra muerte es semejante.
Un infeliz extranjero anda de acá para allá por la sala
pidiendo a los hombres, pues a él la indigencia lo apremia;
allí, todos los otros llenaron su alforja y le dieron,
mas ése, con su escabel golpeó el extremo del hombro derecho”.
Ella habló en tal forma, entre sus mujeres sirvientas, 505
sentada en su estancia; y él comía, el noble Odiseo.

300
HOMERO

T] 6* éjcl oí KaXéaaaa rcpoar|í)Sa Síov íxpoppóv •


« epxeo, 8í’ Eíípate, kiwv tóv ^eívov áva)%0i
éWégev, o<ppa tí piv Trpoarcw^ogai rj8 ’ épéwpai,
510 eí TCoo ’OSoaafjo^ xaXaaííppovo^ rjé wnxjtai
fl í'8ev ó<p0aÁgoíai- ko\x>t&w{kx($ yáp eoike ».
ttjv 6’ árcapeipógevos TCpoaétprig, Eugaie auParca
« eí yáp toi, PaaíÁeia, aicojníaeiav ’Axaioí-
oí’ o ye po0eÍTai, OéXyovró icé toi (píZov rjTop.
515 Tpeig yáp óf| piv vúktok; exov, Tpía 8’ rígar é'po^a
év kZioÍti • rcpcÓTOv yáp ép’ iketo vr|óg árcoSpág-
áZZ’ oí) 7eco KaKOTTjTa SirjvoaEv fjv áyopeóíov.
ó)c; 8’ ot ’ áoiSóv ávrjp KOTiSépKExai, o<; te 0ecov eé,
áeíSrj SeSaax; erce ’ ipepÓEVTa ppoxoiai,
520 too 8’ ápoTov pepáaaiv aKovégEv, ótcttót' áeí8p •

©q épé keívoc; éOeXye 7tapTip£vo<; év peyápoiai.


(pT)aí 8’ ’OSooaTjoc; é,eivog 7iaxpá>io<; eívai,
Kpr|TTi vaiexátov, o0i Mívtoog yévog éoxív.
évOev 8t) vov Seopo xó8’ iketo jnígaTa rcáa/íDv
525 TüporcpoKUÁivSógEvog • GTEOTOti 8’ ’O8t><jfio<; aKOÍiaai
áyxoí), ©EOTtpCÚTCÚV ávSpcbv EV 7C10VI Sr,PQ),
£cooo • TroXXá 8’ áyei KEigr|Xia ov8e 8ópov8e ».
xóv 8’ aó te KpoaéEiTtE 7cepí(ppcov ITr|V£ÁÓ7reia'
« épyeo, 8eopo KaAenaov, Ív’ ávxíov auxog évíazip.
530 ootoi 8’ ñé Oóppat Ka0r|g£voi éyiaáaOcov
íí aÓToo Kaxá Scógax’, énsí a(piai Bogó; éo<pp©v.
aÚTciov pév yáp Kxrigax’ aKnpaxa keíx’ évi oíkg),
oíxoc; Kai pé0o ti8ó • xá pév x ’ oÍKr¡e<; éSooaiv,
oí 8’ eí<; Tipexépoo ntoXEÓgevoi Tjgaxa rcávxa,
535 poo<; iepeóovxES Kai oi; Kai jríovag atyag,
eíZarcivá^ovaiv rcívovaí xe aí'Gorca oivov

301
ODISEA XVII

Y ella, llamando hacia sí al noble porquero, le dijo:


“Anda, noble Eumeo; yendo, pídele a ese extranjero
que venga, para que yo de algún modo lo atienda, y pregunte
si acaso algo ha oído de Odiseo de ánimo firme, 5
o lo vio con sus ojos: se parece a quien mucho ha vagado”.
Y respondiendo, porquerizo Eumeo, tú le dijiste:
“Ojalá los aqueos, mi reina, guardaran silencio;
tales cosas dice, que encantaría, sin duda, a tu pecho.
En efecto, ya tres noches lo tuve y tres días lo entretuve 51
en mi tienda —primero a mí llegó, tras huir de una nave—,
mas todavía no me ha contado hasta el fin su desgracia.
Como cuando un hombre observa a un aedo que, instruido
por los dioses, a los mortales les canta deseables relatos
e incesantemente, cuando él canta, ellos anhelan oírlo, 520
así aquél me encantaba, sentado a mi lado en la sala.
Dice que él es, de Odiseo un huésped paterno,
que habita en Creta, donde se halla la estirpe de Minos.
De allí, hoy llegó hasta aquí de ese modo, sufriendo infortunios,
yendo de un lado para otro; da a entender que oyó que Odiseo
cerca, en el fértil país de los hombres tesprotos, 526
está vivo; él trae a su casa muchos tesoros”.
Le contesto a su vez la muy prudente Penélope:
Anda, llámalo aca, que frente a frente él mismo lo diga.
Esos, o ante las puertas sentados que jueguen 530
o aquí mismo en la casa, pues tienen el ánimo alegre.
Porque sus propias cosas se encuentran intactas en casa,
el pan y el suave vino; eso comen sus siervos,
mas ellos, a nuestra casa viniendo todos los días,
matando bueyes y ovejas y cabras grasosas, 535
celebran festines y beben vino de aspecto esplendente

301
HOMERO

payiSícoc; • xa 8é rcoÁÁá KaTaveTav oí> yáp érc’ ávrjp,


oioc; ’OSucaeijc; é'oKev, áppv arcó oíkou ápovai.
eí 8’ ’OSooeóc é'XSoi Kai í'kovt’ ég rcaxpíSa yaíav,
540 aíyá ke oóv (o rcaiSi J3íag árcoxeíaeTai ávSpcov ».
&<; (páxo, TriXépaxog Sé géy’ é'rcrcapev, ágípi Sé Sama
opepSaÁéov Kováppoe- yéZaooe Sé ÍIpveÁórceia,
aíya 8’ áp' Eópaiov é'rcea rciepoevia rcpoarpSSa-
« £p%£Ó poi, tóv ^eívov évavTÍov «Se KaZeooov.
545 oí)% ópáag, o poi oíóg ércércxape rcáoiv érceooi;
tío Ke Kai oók aTeÁpg 0ávaTog gvr|aTrjpai yévoiw
rcáoi páÁ’, oí)8é Ke tic; Oávawv Kai Kfjpag áZá^ei.
áÁÁo Sé toi épéo), ero 8 ’ évi (ppeoi páZÁeo arjorv •
ai k’ aÓTÓv yvcóco vppepTéa rcávT ’ évércovTa,
550 eooco piv /Zaíváv Te yiT¿ová Te, ei'paTa KaXá ».

cog (paTO, pf( Sé oocpoppóg, ércei tov pó0ov aKOOoev,


áyyoó S’ íoTapevog é'rcea rcrcepóevTa rcpoopóSa-
« ^eíve rcÓTep, KaÁéei oe rcepícppcov npveZórceia,
prjTrip TpZepá%oio- peTaZÁpoaí tí é 0opóg
555 ápcpi rcóoei KéXeTai, Kai KpSeá rcep rcerca0oíp.

eí Sé Ké oe yveóp vppepTéa rcávT5 évércovTa,


é'ooei oe yÁaíváv Te %iTcová Te, tcov oí) páZioTa
ypp'i^eig- oítov Sé Kai aÍTÍ^cov KaTa Sppov
yaoTépa pooicqoeig • Scóoei Sé toi og k’ é0éÁpoi ».
560 tov 8’ aí)Te rcpooéeirce rcoA/ÚTÁag Síog ’OSoooeóg •
« Eíipai’, aíyá k’ éyeo vppepTéa rcávr’ évércoipi
Koópp ’ÍKapíoio, rcepúppovi ripveZorceíp •
oíSa yáp eá rcepi Keívoo, óppv S’ áveSéypeO’ óí^óv.
áXXá pvporppcov %aXerc¿ov órcoSeíSi’ ópiZov,
565 [tcov íí^pig xe [3íp re oiSppeov oápavóv iKei.]
Kai yáp ví>v, ore p’ oárog ávpp Kará Scopa Kióvra

302
ODISEA XVII

sin medida; esas cosas, muchas, se agotan; no hay un varón


como era Odiseo, para apartar de la casa la ruina.
Si Odiseo viniera y llegara a su tierra paterna,
al punto, con su hijo, puniría la violencia de estos varones . «
Así habló. Telémaco estornudó fuerte, y en torno la casa
resonó terriblemente; Penélope rió
y al punto le dirigió a Eumeo estas palabras aladas:
“Anda, al extranjero llámame aquí, que se halle de frente.
¿No ves que mi hijo ha estornudado hacia todos mis dichos?
Así, no quedará sin cumplirse la muerte de todos
los pretendientes, y nadie evitará la muerte y las Parcas.
Te diré otra cosa, y tú has de grabarla en tu mente.
Si reconozco que él cuenta todo eso verídicamente,
lo vestiré con manto y con túnica, hermosos vestidos . 550
Así habló, y se fue el porquero, cuando oyó este discurso,
y colocándose cerca, profirió estas palabras aladas:
“Padre extranjero, te llama la muy prudente Penélope,
la madre de Telémaco; su alma le ordena indagar
de su esposo alguna noticia, a pesar de que sufre tristezas.
Y si reconoce que tú cuentas todo verídicamente,
te vestirá con manto y túnica, eso que tú sobre todo
necesitas; y pidiendo comida también por el pueblo,
alimentarás tu vientre: habrá de darte eso quien quiera”.
Le contestó a su vez el paciente, noble Odiseo: 560
Eumeo, al punto contaría yo todo verídicamente
a la hija de Icario, a la muy prudente Penélope;
porque sé bien de aquél, y sufrimos la misma miseria.
Mas temo a la turba de los pretendientes acerbos,
cuya insolencia y violencia, al férreo cielo han llegado. 565
Pues incluso ahora, cuando ese hombre a mí, al ir por la sala

302
HOMERO

oi) ti kockov pé^avTa paA©v óSúvpaiv eScokev,


oi)i£ ti TTikepaxo; tó y’ ércr|pK£a£v obte ti; áÁÁo;.
T© VBV riT)V£Á,Ó7t£l(XV EVI pEyapOlGtV CCVCD%01
570 gEivai, £K£iyop£vr|v rc£p, é; r|eXiov KaTaSvvTa-
Kai TOTE p’ £ipé<70© TCOGIO; 7t£pi VOGTipOV T|pap
áaaoTÉp© KaGíaaaa rcapai rcupí • EigaTa yáp toi
Xóyp’ £%©• oiaGa Kai aÓTÓ;, etceí oe 7tpá>0’ ÍKéTEuaa ».
©; (paTo, Pn 8e aixpoppó;, ekeí tóv póGov «koboe.
575 tóv 8’ órcép obSob pávTa rcpoaT]-ó8a nr|V£Áórc£ia •
« oó oó y’ áy£i;, Eiípaie; tí tobt’ évórjaEv áÁr|Tr|;;
ií Tivá rcoo 8eíaa; é^aíaiov rje Kai áXZ©;
aíSeiTai KaTa 8©pa; KaKÓ; 8’ aíSoio; áÁri'nK »■
tt]v 8’ árcapeipópevo; rcpoaé(pr|;, Enpaie au Peora •
580 « poGetrai Kara poípav, a 7cép k’ o’íoito Kai áAAo;,
ÜPpiV áX,BQKá^©V ávSptÚV í)7t£pr|V0p£ÓVTCÜV •
áXXá ae peivai ávcoyev é; f|éÁiov KaTaSóvTa.
Kai Se aoi á>8’ aórfi rcoAi) KaÁAiov, ó PaaíZeia,
oit|v Tipo; ^eivov <páaGai é'rco; rjS ’ ercaKonaai ».
585 tov 8’ aíre rcpoaéeirce rcepúppcov ririveÁórceia •
« obk átppcov ó ;eivo; óíeTai, có; rcep av eír| •
oí yáp rceo Tive; á)8e KaraGvTiTcov ávGpcorccov
ávépe; óppí^ovTe; áráaGaÁa pr|%avóa>VTai ».
i| pev áp’ co; áyópeoev, ó 8’ eo/ero 8io; íxpopPó;
590
pvr|CTT|p(0v é; opiXov, ércei 8iercé<ppa8e rcávra.
aii|/a 8é TriXégaxov ércea rcrepóevTa rcpoar|óSa,
óy%i o/tov KeepaÁTjv, iva pg rceoGoíaG’ oí áAAoi-
' « (o (piA., éyeo gév árceipi aóa; Kai Keíva (poÁá^eov.
aov Kai epov pioxov • aoi 8’ évGáSe rcávra peÁóvrcov.
595
aoTov gév ae uparía aáco, Kai eppá^eo Gogep,
gr| ti rcáGflg • rcoAZoi 8é KaKa (ppovéooaiv ’Axaicov,

303
ODISEA XVII

sin hacer ningún mal, me entregó, al golpearme, a las penas,


ni Telémaco ni algún otro lo evitó de alguna manera.
Por eso ahora pide a Penélope que ella en la sala
espere, aunque tenga premura, hasta la puesta del sol; 570
y que entonces me inquiera, de su esposo el día del retorno,
sentándome ella más cerca, junto al fuego: sí, vestes infames
tengo, tú mismo lo sabes: te supliqué antes que a nadie .
Así dijo, y se fue el porquero, cuando oyó este discurso.
A él, cuando había cruzado el umbral, le dijo Penélope: 575
“Eumeo, ¿tú no lo traes? ¿Qué pensó el vagabundo al respecto?
¿Teniendo en exceso miedo de alguno, o de otra manera
se apena en la casa? Malo es un vagabundo penoso .
Y respondiendo, porquerizo Eumeo, tú le dijiste:
“Conforme a lo justo dice lo que otro también pensaría,
queriendo evadir la insolencia de hombres soberbios;
pero te exhorta a que esperes, hasta la puesta del sol.
Y para ti misma, oh reina, así es mucho más adecuado,
que tú sola, al extranjero le expreses tus dichos y lo oigas”.
Le contestó a su vez la muy prudente Penélope: 5«
No tonto, el huésped piensa así cual debiera de ser,
pues, entre los hombres mortales, aún no existen varones
insolentes, que maquinen así insensatas acciones”.
a habló en tal forma, y se fue el noble porquero a la turba
Ell
de pretendientes,
os l después de hablar claramente de todo.
Yal PUntO le dirigió a Telémaco aladas palabras,
eza acercando, para que no escucharan los otros:
la cab
Amigo, me retiro a Cuidar a los puercos y aquellos
víveres tuyos y míos; y que aquí, todo esté a tu cuidado,
Primero, mantente a Salvo tú mismo, y con ánimo cuida
que nada pase, Pues son malévolos muchos aqueos,

303
HOMERO

xoix; Zebq e^oXéoexe rcpiv npiv 7if|pa yevéoOai».


xóv 8’ a/u Tr\Á,£p,a%o<; kekvdpÉvoí; ávxíov rpSSa-
« eoaexai cnSxcoc;, áxxa- ai) ó’ ep/eo 8eieXiT|aa<;-
6oo t\©9ev 8’ lev ai Kai ayeiv iEpífia KaXá.
awp époi xá8e rcávxa Kai áOaváxoiai pekriaei».
©q q>á9’, ó 8’ amig ap’ e^ex’ eü^egxo'ü etc! Súppou
TtXTioáp,£vo<; 8’ apa 0A)póv e8t|wo(; t)8e nox^xog
Pf\ p’ ipevai p.eO’ iSaq, ÁÁtce 8’ epKeá xe péyapóv xe
605 kXeiov Saixupóvcov • oi 8’ ópxnaxm Kai áoiSp
xÉpKOVx’ • i}8xi yáp Kai eictiAaíOe Seíeáov íjpap.

304
ODISEA XVII

a quienes Zeus destruyera antes que ellos sean nuestro daño”.


A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“Ha de ser de ese modo, tata. Marcha, después de que cenes;
empero, mañana vuelve y trae unas víctimas pulcras.
Y todo esto estará a mi cuidado y al de los inmortales”.
Así dijo, y aquél, en la pulida silla sentóse de nuevo.
Mas, cuando él, de comida y bebida sació su apetito,
presto se fue hacia los cerdos, y dejó el patio y la sala
llena de comensales; éstos, con danzas y cantos
se recreaban, pues ya había llegado la tarde del día.

304
18. OAYZZEIAZ 2

’HÁfle 6’ etcí KTCoxóg TcavSrjpiog, o<; Kara ócotd


7etg>x£Ú£gk’ ’I0áKrj<;, p£ra 5’ enpene yaaiépi pápyp
(payépev Kai rciépEv • oúSé oi íjv i'c
oí)Sé píri, EiSog Se páZa péyag tjv ópáao0ai.
5 ’Apvaio<; 8’óvop’ egke- tó yáp 0eto rcÓTVia pr|Tr|p

ek yEVETfjg • ?Ipov Se véoi kÍkZt]okov anavxeq,


ovvek’ aKayyéZZEOKE kicov, ote 7ioó Tig ávcóyoi.
o<; p ’ eA0cov ’08naf¡a Sicoketo oio Sópoio,
Kaí piv veikeícdv enea 7CTEpóevra icpoopóSa-
10 « eíke, yépov, 7ipo0í>pOD, pr| Sr) ráxa Kai rcoSót; eákt).
ot)k áiei^, oti Stj poi eTiiÁÁí^o'uaiv aTLavie^,
ÉÁxépEvai Sé KéXovrai; éyco S ’ aíax^vopai eptTrrig.
áXX’ ava, pq raxoc vánv epu; Kai xeP<*i yévrjTai ».
tov 8’ áp’ í>7ióSpa í8á>v 7cpoaé<pTi 7coXúpTiTi<; ’O&uooevc,-
15 « Saipóvi’, oóte tí ae péípo KaKÓv ovt ’ áyopevco,
oíSte Ttvá (p0ové(o Sópevat Kai ttÓÁÁ’ áveZóvTa.
ovSóg S ’ ápyoTepovc, oSe xeíaeTai, ovSé tí ae /pp
áXXoTpícov cpOovéetv • Sokeek; Sé pot etvat ócXr|Tri<;
(óc, nep éycóv, óÁf3ov Sé 0eoi péZZovatv órcá^eiv.
20 Xepai Sé pr| ti Zít]v 7tpoKaZí^eo, pr| pe xoÁóopg,
prj ae yépcov nep écov aTfj0o<; Kai /eíÁea tpópaco
aipaio^- naoxíil S’ áv époi Kai páZZov et’ eír|
avptov • oí) pév yáp tí a’ vrcoaTpéyeaOai óíco
SeÓTEpov é<; péyapov AaepTiáSeco 'OSoarjo^ ».
25 tóv Sé xoZcoaápevo<; 7tpooe(pcóveev TIpo<; áÁr|Tr|c-
« & tcÓtcoi, óx; ó poAoppcx; éTciTpoxáSnv áyopeóet,

305
Libro XVIII

Y llegó un mendigo del pueblo, quien por la ciudad


de ftaca mendigaba, y sobresalía en que con vientre goloso
solía comer y beber sin cesar. Él, vigor no tema
ni fuerza, mas era, de altura, muy grande a la vista.
Su nombre era Arneo, pues su honorable madre ese le puso
de nacimiento, mas lo llamaban Iro todos los jovenes,
porque corriendo llevaba recados, cuando alguien mandaba.
Él, tras llegar, quería echar a Odiseo de su propia morada
y, reprendiéndolo, le dirigió estas palabras aladas:
“Viejo, vete del atrio, no pronto seas arrastrado, y del pie.
¿Acaso no adviertes que todos me guiñan el ojo,
y arrastrarte me piden? Gon todo, yo siento vergüenza.
Párate, no sea que pronto nuestra riña llegue a las manos”.
Viéndolo torvamente, le dijo el ingenioso Odiseo:
Demonio, ningún mal te hago, ni algo malo te digo, 15
ni envidio que alguien, aun cogiendo mucha comida, te dé.
Nos acogerá a los dos este umbral; en nada es preciso
que envidies lo ajeno; me pareces ser un vagabundo
como yo, y de asignar la fortuna se encargan los dioses.
No me provoques asaz con tus manos, no sea que me irrites,
no sea que yo, aun siendo viejo, el pecho y los labios te manche
con sangre; entonces, yo, luego, incluso más calma tendría
mañana, pues no creo, en lo absoluto, que tú regresaras
de nuevo al palacio de Odiseo Laertíada”.
Y, montando en cólera, el vagabundo Iro le dijo: 2
¡Ay, ay! Qué aceleradamente habla este tipo apestoso,

305
HOMERO

ypri'i Kotfiivoi ígo<; • ov áv KaKa griTiaaipriv


kÓktcov ájKpoTÉppai, xapai 8é Ke 7rávTa<; 68óvTa<;
yvaOpcov é^eZáaaipi gvoq mc, ZrjipoT£ÍpT]g.
30 £á>aai vvv, iva 7iávT£<; £7uyvcú<0Gi Kai oi8e
gapvagévoix; • jecü<; 8 ’ áv ai) vearcepq) ávSpi pá%oio; »
cog oí pév 7cpo7iápoi0£ 0opácov íijn]Áácov
OI)8oÍJ £711 ^EGTOO 7iaV0l)fXa8ÓV ÓKpiÓCOVTO.
Toi'iv 8e ^vvérix’ Upóv pevog ’Avtivóoio,
35 f|8í) 8’ áp’ £Ky£Ááoa<; g£T£<pcov£i pvr|GTr|p£GGiv •
« a> qúXoi, oí) pév ná ti 7tápo<; toioótov £tí>x0ti,
oir|v T£p7Cft)Ár]v Oeoq rjyayev eq tó8e 8copa •
ó £,£ivóg te Kai ?Ipo<; épí^ETov áXAriÁoiiLv
%£poi paxéaaaa0ai • áÁXá £ov£Á,áaaop£v cÓKa ».
40 ¿og £<pa0’, oí 8’ apa 7iávTE<; ávrp^av y£Áóa>vT£<;,
ápxpi 8’ apa tttíoxoíx; KaKO£Ípova<; iíy£p£0ovTo.
wíaiv 8’ ’AvTÍvoog peTétpri, Eí>7i£Í0£o<; móg-
« kÉkXdtÉ peo, pvr|GTÍjpe<; áynvope^, o<ppa ti eitcío.
yaaTÉpeg aíS’ aíycov KÉaT’ ev 7ropí, Tag érci 8óp7ia>
45 KaT0épe0a kvíoti^ Kai aígaToc £jLurÁr|aavTe<;.
Ó7t7iÓT£po<; 8é Ke viKT|ap Kpeíaacov te yévrjTai,
Tacov f)v k’ éOéZpoiv ávavTac, amoc, e^egOco-
aiei 8’ aó0’ rjpiv peTaSaíaeTai, oóóé tiv’ áXÁov
7ITWXOV eoco píayeaOai éáaopev aiTr¡G0VTa ».
50 £<paT’ AvTÍvoog, toíoiv 8 ’ eTtrnvSave po0o<;.
tou; 8e 8oÁoq>povéa>v g£T£(pr| 7ioÁv>HT]Tiq ’OSoaaEÚg •
« © (píXoi, OÍ) Jicog £GTl V£O)T£pQ) ávSpi JLKXX£G0ai
áv8pa yépovTa 8óp ápripévov • áÁÁá ¡lie yaorrjp
ÓTpt>v£i KaKOEpyóg, iva 7rÁrjyfjoi 8ag£Í<o.
55 áAA’ áye vov poi návTEg ópóaaar£ KapTEpóv opKov,
pÓ tic ¿je’ ’'Ipo)rjpa tpépcov épé xeipi pap£Írj

306
ODISEA XVIII

igual que una vieja hornera; le tramaría yo desgracias


con mis manos golpeando, y de sus quijadas todos los dientes
tiraría yo al suelo, cual de puerca que daña las mieses.
Cíñete ahora, para que también todos éstos nos miren
luchando. Mas, ¿cómo pelearías con un hombre más joven?”
En tal forma, frente a las altas puertas, aquéllos,
en el pulido umbral, se exasperaban con todo el coraje.
Y escuchó a los dos el vigor sagrado de Antinoo,
y, carcajeándose gratamente, hablo entre los pretendientes:
“Amigos, realmente algo así, antes no había sucedido,
como el deleite que alguna deidad a esta casa condujo;
el extranjero e Iro, uno al otro, entrambos se retan
a pelear con las manos. Presto, trabemos a uno contra otro”.
Así dijo y ellos, riendo, todos saltaron 4
y se juntaban en torno a los dos andrajosos mendigos.
Y entre ellos habló Antínoo, el hijo de Eupites:
“Para que algo diga, escuchadme, pretendientes gallardos.
Aquí hay en el fuego unas panzas de cabras que para la cena
apartamos, después de llenarlas con sangre y gorduras. 45
Cualquiera de entrambos que venza y resulte el más fuerte,
que el mismo escoja de ellas, poniéndose en pie, la que quiera;
después, banqueteara con nosotros por siempre, y a nadie,
a ningún otro mendigo, dejaremos entrar a que pida”.
Así dijo Antínoo, y su propuesta les plugo. 50
Y entre ellos, urdiendo dolos, habló el ingenioso Odiseo:
Amigos, le es imposible pelear con un hombre más joven
a un hombre viejo, por la miseria agobiado, pero me incita
el maléfico vientre a que yo me someta a sus golpes.
¡Ea! Ahora juradme todos un juramento potente, 55
de que nadie, complaciendo a Iro, con mano pesada

306
HOMERO

aTaaOáXZcov, toÓtco Sé ge icpi SapaGGp ».


cóg é'cpa0 oi 8’ apa Ttavieg £7Lcópvoov, <»£ EKéÁEUEv.
[awáp etceí p ’ ópoaáv te teAeiStíigocv te tóv opKov,]
60 toi£ 8’ aong peiéenp ’ Í£pT] ’íq TrjXepá%oio •
« ^eív’, eí a’ óxpóvei KpaSíri Kai 0opóg áyífacop
tovtov áÁé^aaGai, tcov 5’ áÁAcov p,r¡ tiv’ ’A/aicov
8eÍ8i0’, £7t£Í 7CÁeÓVEOOI pa%T|G£Tai O<¡ K£ GE 0£Ívr|.
^EivoSÓKog pév éycóv, etc! 8 ’ aívEvcov paaiÁíjEg,
65 Eopópaxó<; te Kai ’Avtívoo<;, TCETcvopévco ápcpco ».
g>q £<pa0’, oi 8’ apa 7iávT£<; ércf|v£ov. avráp ’OSdggeik;
^óaaxo pév paKEGiv rcEpi pr|8£a, cpaivE Sé pripong
KaAotx; te pEyáÁoix; te, cpávEv Sé oi EopEEg copoi
GTTJ0EÍX TE GTlfkxpOl TE Ppa%íoV£^ ’ aOTCCp ’A0T|VT|
70 áy%i napiGTapévT] péÁe’ TÍASave rcoipévi Aacov.
pvTjGTfjpE^ 8’ apa rcávTEg prcEptpiáÁax; áyáoavTo-
©Se Sé tk; eueegkev iSá>v é<; rcXriaíov áÁAov -
« rj Ta%a "Ipog ’'Aipo<; £7rÍG7raoTOV KaKÓv e'£ei,
oir|v ek paKécov ó yépcov £7ciyoi>ví8a cpaívEi».
75 ófa áp ’ £<pav, ’'Ipcp Sé KaKúfa copívETo Qvfió<;.
áXXa Kai cfa SpriGTfjpEg áyov £cóaavTEg áváyKp
SeiSióto- aápK£<; Sé TCEpiTpopéovw péÁEaoiv.
’AvTÍvoog 8 ’ évévuiEV EJiog t ’ é'cpaT ’ ek t ’ óvópa^E •
« vov pév pifa’Elite, pooyáÍE, pifas yévoio,
80 ei 8r| toótóv y£ Tpopésig Kai ÓEÍSiag aiv&Q,
ávSpa yépovxa Svrj áprjpévov, i} piv íkcxvei.
áXA’ ek toi epéco, tó Sé Kai TETEÁeapévov éorai •
aí Kév a ’ oÍTog vikt]0T| KpEÍaacov te yévrjxai,
rcépyco a’ TpceipóvSe, J3aAxbv év vrfipeAaívp,
85 eíg "Exetov paaiA^a, Pporcov 8r|Ar|pova jcávicov,
ífa k’ ano piva Tapial Kai oiíaxa vrjAéi xaÁK©

307
ODISEA XVIII

me golpeará alevosamente, y me rendirá a él, con violencia .


Así dijo, y todos ellos juraban como él lo pedía.
Mas cuando juraron y concluyeron aquel juramento,
de nuevo, entre ellos habló el sagrado vigor de Telémaco:
“Extranjero, si el corazón y el ánimo firme te incitan
a defenderte de ése, de los otros aqueos a ninguno
temas, pues quien te hiera peleará contra más numerosos.
Yo soy el que da el hospedaje, y asienten los príncipes
Eurímaco y Antínoo, entrambos juiciosos .
Así dijo, y todos ellos asentían. Y con sus harapos
Odiseo se ciñó en las partes pudendas; sus muslos mostraba
hermosos y grandes, y anchos, se mostraron sus hombros,
su pecho y sus brazos robustos; y Atena, poniéndose
cerca, aumentó al pastor de los pueblos sus miembros.
Los pretendientes, todos, se asombraron muchísimo;
y alguien así decía, viendo hacia el otro, al vecino:
“Sí, pronto tendrá Iro, cual no-Iro, el mal que él mismo se atrajo,
muslo tal, desde sus harapos, muestra el anciano”.
Asi decían, y se turbaba malamente el ánimo en Iro. 75
Mas, aun así, ciñendolo, los sirvientes llevábanlo a fuerza,
temeroso: sus carnes temblaban en torno a sus miembros.
Y lo increpaba Antínoo, y esto decía y lo nombraba:
Jactancioso, ojalá hoy no existieras ni hubieras nacido,
si realmente trepidas ante ese y le temes muchísimo: so
un viejo agobiado por las miserias que lo han alcanzado.
ero te are saber, y esto sin duda habrá de cumplirse:
P
si acaso ése te vence y resulta el más fuerte,
tras arrojarte en un negro navio, te enviaré al continente,
hacia el rey Equeto, la pernicie de todos los hombres, 85
quien cortara tus narices y orejas con bronce inclemente,

307
HOMERO

gr|5e<x t é^epúaotí; 8cop kogÍv copa Sáaaa0ai».


(áQ (pato, tío 8 ’ en paXXov orco Tpógo<; rjAo0e yuia.
££ peaaov 8 avayov • tco 8’ ócjLupco %eípot^ ócvéG%ov.
90 8-q xóxe geppripi^e rcoXÓTÁa; 8ío; ’OSoaaeóg,
n éXáaei’ piv v'üzn Xírcoi ao0i neoóvxa,
r|é piv r¡K’ éláaeie Tav'úaaeiév t’ érci yaíp.
á)8e 8é oi tppovéovTi Soáaaaxo KépSiov eivai,
ÍÍk’ éXáaai, iva gr| piv éTiuppaaaaíaT’ ’Axaioí.
95 8t] tot ’ ávaaxogévco ó pév TÍÁaae Se^ióv wpov
?Ipog, ó 8’ atixév ’ eXaaaev vn' ooaTog, óaxéa 8’ eiaco
é0Xaaev • aoTÍKa 8 ’ rjABev ává cTÓga tpoíviov aipa,
kch8 8’ £7tea’ év Kovípai paKwv, ai)v 8 ’ TjXaa ’ ó8óvxa<;
ÁaKTÍ^cúv jcoai yaíav • áráp pvrjaTqpeg áyaooi
ioo xeipoc^ ávaaxópevoi yéÁxp £K0avov. aóráp ’OSoaaeix;
eXke 8iek 7ipo0ópoio Zapáv rcoSóg, d<pp ’ íket’ aúÁTjv
aiOoBarií ™ 0úpa<;- Kai piv ttotí epKÍov aúÁrjg
eiaEV ávaKXívag, aKñrcTpov Sé oi ejupaXe x£ipí>
Kai piv <pcovr|aa<; enea rcTEpóevTa 7ipoar¡v8a •
105 « évrao0oi vov fjao KÚvag te gvolq x ’ ánepVKatv,
pr|S£ aú ye ^eívcov Kai rcTtox&v Koipavog Eivai
Áoypóc; écóv, pr| rcoó ti KaKÓv Kai geí£ov énavpp ».
tÍ pa, Kai áptp’ ¿ígoiaiv áeiKéa páAAero nr]pT]v,
rcoKvá pcoyaXér|v, év 8é arpótpog n£v áoprr|p.
i io a\|/ 8 ’ o y ’ én ’ oú8óv ítóv Kar ’ áp ’ e£eto • toí 8 ’ íaav eí'aco
fj8o yeAxáovTEg Kai SeiKavócovr ’ éjréeaai-
« Zeó<; toi 8oír|, ^eíve, Kai á0ávaroi 0eoi áAÁoi,
otti páZiar’ é0éÁ£ig Kai toi cpíÁov etcA-eto 0og<S,
óg tootov tóv ávaÁTov áZr|T£Ú£iv ánénavoaQ
u5 év 8r|g(p * Taxa yáp piv ává^opev TÍ7r£ipóv5e
ei<; "Exetov PaaiAíja, Ppotcov 8r|Xripova rcavrcov ».

308
ODISEA XVIII

y, extirpadas, tus vergüenzas crudas dará de comer a los perros”.


Así dijo, y abajo, el temblor le entró aún más en sus miembros.
Los llevaban al centro, y ellos, ambos, alzaron las manos.
Entonces estuvo indeciso el paciente, noble Odiseo
de si golpearía para que, al caer, el alma allí lo dejara,
o suavemente habría de golpearlo y tenderlo en la tierra.
Pensando, le pareció que era mejor de esta manera,
golpear suave, para que los aqueos no lo advirtieran.
Y, tras erguirse los dos, el uno golpeo el hombro derecho, 95
Iro; el otro golpeó la cerviz so la oreja; adentro los huesos
rompió, y al instante, roja sangre brotó por su boca,
y cayó en el polvo gritando, y entrechocaba los dientes,
con los pies coceando la tierra. Y los pretendientes egregios,
alzando las manos, se morían de risa. Odiseo, tras tomarlo
del pie, lo arrastró afuera del atrio, hasta que al patio llegó
y a las puertas del pórtico. Y lo sentó recostándolo contra
el muro del patio; un bastón en la mano le puso
y, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas:
Ahora ahí sigue sentado, ahuyentando los perros y puercos,
y tu no quieras ser el señor de extranjeros y pobres,
siendo un vil, no sea que un daño, incluso mayor, te consigas”.
Hablo, y se echaba en los hombros su alforja humillante,
rota del todo, y en ella, una cuerda era el tirante.
Él, yendo de vuelta al umbral, se sentó; ellos se iban adentro
riendo dulcemente, y lo saludaban bien con unas palabras:
Zeus te diera, extranjero, y los otros dioses eternos,
lo que tú más deseas, y así cual te plugo en el ánimo;
tu hiciste que ese insaciable cesara de andar de mendigo
en el pueblo, pues pronto al continente lo conduciremos
ahcia el rey Equeto, la pernicie de todos los hombres”.

308
HOMERO

coi; áp’ ecpav, xaipev 8é kXetiSóvi 8íog ’OSoaaeó;.


’Avxívooi; 8’ apa oi peyáXrjv rcapá yaaxépa 0tjkev,
égTcXeÍTiv kvíot|<; te Kai aipaTO<;- ’Apcpívopo<; Sé
120 ápwog ek Kavéoio Soco 7rapé0r|K£V áeípai;
Kai Sércai xpvoéco SeiSígketo (pávriaév te •
« %aíp£, rcáTEp cb ^eíve, yévoiTÓ toi é'g jeep ókíogq)
óXPo<;* aTap pév vóv ye KaKoía’ é'xeai TroXéeaai ».
tóv ó’ árcag£iPóp£vo<; 7tpoaé<pri rcoXópriTi^ ’OSoaaeóg-
125 « ’Apcpívop’, rj páXa poi SoKÉeig Trercvopévoi; eívai-
toíoo yáp Kai 7taTpó<;, ércei k%eo<; éa0Aóv aKooov
Níaov AooXixifia éov t’ epev ácpveióv te-
too a’ ek cpaoi yeveo0ai, £7rrjTji 8’ áv8pi é'oiKag.
TOovEKtt toi epéco, aó Sé aóv0eo Kaí peo aKooaov •
130 ooSév aKiSvÓTEpov yaia Tpécpei áv0pco7ioio
[tiáv tcov, oaaa Te yaiav é'jn jrveíei Te Kai eprcei.]
oó pév yáp 7ioT£ cpriai KaKÓv 7teíaea0ai órcíaaco,
ócpp ’ ápernv rcapexcoai 0eoi Kai yoovaT’ ópcbpp -
áXX’ ore 8ri Kai Aoypá 0eoi páKape; TeAéwai,
135 Kai Ta cpépei áeKa^ópevog tetAtjóti 0opcp.
toíoi; yáp vóo<; ecrciv £7nx0ovícov áv0p©7t©v,
olov érc’ rjpap áyr|ai rcarnp ávSpcbv Te 0ecbv te.
Kai yáp éy© kot’ epeAAov év ávSpáaiv óAj3io; eívai,
rcoAAá 8’ aTáaOaA’ épe^a píp Kai KápTei eíkúov,
140 jcaTpí t’ ég© rcíaovog Kai époiai KaaiyvrjToiai.
tío pn TÍg Tcore rcáprcav ávrjp á0epíaTiog eii|,
áAA’ o ye aiyrj 8©pa 0e©v éxoi, otti ÓiSoiev.
oi’ ópóco pvT|<TTTjpa<; áTáa0aAa gr|xavó©vTa<;,
KTqpaTa Keipoviag Kai áupá^ovTcx; ockoitiv
145 ávSpog, ov ooKéxi <pr]gi <píA©v Kai nazpídoQ aí'i%
Siipóv árcéaaeaOai- páAa Sé axeSóv. áAAá ae Saíucov

309
ODISEA XVIII

Así decían, y el noble Odiseo se alegró del presagio.


Y Antínoo, pues, una gran panza le puso a su lado,
rellena con sangre y gorduras, y Anfínomo,
sacando dos panes de un cesto, los puso a su lado, 121
y con una copa de oro lo saludaba, y le dijo.
“Salud, padre extranjero. Que tengas, aunque sea en el futuro,
fortuna, mas hoy realmente eres presa de muchas desgracias .
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
“Anfínomo, ciertamente me pareces ser hombre juicioso, 125
y eres de un gran padre, pues su notable fama he oído:
el duliquiense Niso es bueno y es rico.
De él dicen que tú naciste, a un afable varón te pareces.
Por eso, yo te hablaré, y tú advierte y escúchame:
La tierra no nutre más frágil que el hombre a ninguno ’3o
de todos los seres que en esta tierra respiran y ambulan.
Pues él piensa que nunca algún día sufrirá la desgracia,
mientras le dan los dioses ventura, y sus rodillas se mueven;
mas, cuando también miserias los felices dioses le cumplen,
también ésas aguanta, mal de su grado, con ánimo firme: 135
el pensar de los hombres que están en la tierra es así
como el día que les trae el padre de hombres y dioses.
También yo, entre los hombres, otrora pensé ser dichoso,
e hice insensateces, muchas, cediendo a mi fuerza y poder,
y confiando en mi padre y en mis hermanos. ho

Por eso nunca, jamas, ningún hombre sea injusto,


mas de los dioses los dones, los que den, acepte en silencio.
Qué insensatas acciones veo que maquinan los pretendientes
devastando los bienes y deshonrando a la esposa
de un hombre que, pienso, de sus amigos y tierra paterna 145
ya no distará mucho: está muy cerca. Ojalá que algún dios

309
HOMERO

oiKaS’ wteSayáyoi, RS’ ávnáaeux? tóv<¡>,


OK7TOTE voaTr|aele <píA,riV é; rarpíSa yaiav •
oí yáp ávai|i©TÍ ye SiaKpivéea0ai oí©
150
iiVTiaTfipa; Kai keívov, etceí ke péAa0pov Í7iéZ0q ».
co^ (para, Kai arcEiaac; etciev pEÁiqSéa oívov,
áy S’ év XEpaiv £0T|K£ Sera^ KoapqTopi Áacbv.
aíxáp ó pq Kara 5©pa tpíXov T£Tiqpévo<; qrap,
VEuará^iov KEtpaXfj * yáp kokov oooeto 0Dp®.
155 áÁV oíS’ ©g <píyE Krjpa • 7ié8qa£ Se Kai tóv ’A0qvr|

TqA-Epáxoo írcó XEpai Kai Eyxeí upi Sapqvai.


áv 8’ aÍTig Kar’ áp’ e£et’ érci 0póvoo, ev0ev avécir).
Tq 5’ áp’ £7ii (ppEai 0qK£ 0eá yXai)K©7ci<; ’A0rjvq,
Koípq ’lKapíoio, rcepiíppovi riqveÁO7i:eíq,
160 p,vqaTqpeaai (pavqvai, ok©<; 7CETáaeie páZiara

0opóv pvqoTqprov íSé Tipqeaaa yévoiro


paÁÁov rcpóg rcóaióc; te Kai oiéo<; f¡ rcápoc; qev.
áxpeiov 5 ’ éyéXaaaev ETiog t ’ Etpax ’ ek t ’ óvópa^ev •
« Eí puvópq, 0'Ofxóg poi eeASerai, oí ti rcápog ye,
165 pvqoTqpeaai (pavqvai, á7cex0opevoiaí jeep eprcqi;-
jiaiSi Sé kev e’úcoipi ’énoQ, to ke KÉpSiov eíq,
pq 7távra pvqaTqpaiv Í7cep<piáAoiaiv ópiXeiv,
oi t’ eí pev pá^ooai, KaK©<; 5’ O7ti0ev (ppovéooai ».
xqv 8’ aoT’ Eípovópq Tapir) 7Epóg pí0ov eeirce-
170 « vai 8q rairá ye rcávra, rérag, Kara poípav éei7ie<;.
áXX,’ i0i Kai acó rcaiSi ercoc; (pao pqS ’ £7tiK£O0e,
XP¿út’ árcovivapevri Kai éni%píoaoa itapeia^,
pqS’ ootco SaKpíoiai Ttecpoppévq áp<pi rcpóacoTra
épxeo, ércei kíxkiov 7cev0qpevai áKpirov aiei.
175 qSq pév yáp toi 7iaí<; tt)A.íko<;, ov ai paA-iara
qp¿6 á0avaToiai yeveiqaavra íSéa0ai ».

310
ODISEA XVIII

te sustraiga hacia afuera, a tu casa, y que tú no te encuentres


con aquél, cuando retorne a la tierra patria querida.
Pues creo que no incruentamente habrán de apartarse
los pretendientes y aquél, cuando el entre a su techo .
Así habló y, tras libar, bebió el vino dulce cual miel
y repuso la copa en las manos al jefe de pueblos.
Mas aquél se fue a través de la sala, afligido en su pecho,
moviendo la testa; en su alma ya presentía la desgracia.
Mas ni así sorteó su hado; lo ató también a él Atenea, v
a morir con violencia, de Telémaco por la mano y la lanza.
Y de vuelta, otra vez sentóse en el trono de donde se alzara.
Pero la diosa ojiglauca Atenea le puso en la mente
a la hija de Icario, la muy prudente Penélope,
mostrarse a los pretendientes, a fin de que más inflamara
el corazón de los pretendientes, y fuera honorada,
más de lo que antes era, por el esposo y el hijo.
Penélope rió falsamente, y esto decía y la nombraba:
“Eurínome, mi corazón desea —jamás otras veces—
que a los pretendientes, aun odiosos del todo, me muestre;
y a mi hijo diría una palabra que le sería muy provechosa,
que no trate, en lo absoluto, con los pretendientes soberbios,
los cuales le hablan bien, mas luego son unos malévolos”.
Y la despensera Eurínome, estas palabras le dijo:
Sí, hija, todo eso dijiste conforme a lo justo. 170
Anda, ve y dile a tu hijo esa palabra y no se la encubras,
después de lavarte tu cuerpo y ungir tus mejillas.
Así, empapada de lágrimas en torno a tu rostro,
no vayas, pues siempre es peor el llorar de continuo.
Pues tu hijo ya es grande, barbado cual tú suplicabas 175
muchísimo a los inmortales llegar a mirarlo”.

310
HOMERO

ttjv 8 otóte rcpoaéEirce JiEpíippcov ripveÁÓ7C£ia-


« E'úppvópp, pp Tañía rcapaóSa, KpSopévp 7tep,
XpCOT á7lOVl7lT£G0ai Kai £7UXpÍ£Q0ai áZoKpfi'
180 ayXaipv yap epoi ye 0eoi, toi "OXoiikov exoogiv,

óSAeaav, é£ oí) K£Ívo<; épp KoíApa’ évi vpoaív.


áÁXá poi AÓTovópv te Kai 'bircoSápeiav áv<ox0i
éX0épev, otppa Ké poi 7tapaTT|£Tov év peyápoiaiv •
oip 8’ oó keío’ eípi peí’ ávépag- aíáéopai yáp ».
185 ©g áp’ éipp, yppí)<; Sé 8uk peyápoio PePpkei
áyyeXéoDaa yuvai^i Kai ÓTpovéooaa véea0ai.
EV0 ’ aÓT ’ áÁA, ’ évópae 0eá yÁaoK©7ii<; ’A0pvp •
Koópp ’lKapíoio Kaiá yZokóv orcvov é'xeoev,
eóSe 8 ’ ávaKÁiv0eíaa, Áó0ev 8é oi áij/ea rcávia
190 aóxoó évi KÁivxppi • xéax; 8’ apa 8ía 0eáo)v

ápPpoia 8a>pa 8í8oo, iva 0ppaaíax ’ ’Axaioí.


KáÁÁei pév oi uparía rcpoGÓwraTa kcíAcí KÓ0ppev
ápppoaíq), oi<p Jtep éóaTÉ<pavo<; Ko0épeia
Xpíexai, eot’ áv ’ip Xapíxcov %opóv ipepóevxa-
195 Kaí piv paKpoxéppv Kai rcáaaova OpKev Í8éa0ai,
XeoKOxéppv 8’ apa piv 0pKe 7cpiaxoó éÁétpavxog.
p pév áp’ cog ép^aa’ árceppaeTO Sía Oeácov•
pX0ov 8’ áp<pÍ7toÁot áeokcóXevoi ók pEyápoio
íp0óyy(» ércepxópevai • xpv 8é yÁoKÓc iórvog ávpKE,
200 Kaí p ’ árcopóp^axo xep<*i capetas <pcóvpaév te •
« p pe páA,’ aívo7ia0p paXaKÓv rcepi Kcop ’ éKaÁoigev.
aí0e poi ¿og pakaKÓv 0ávaxov 7iópoi ’Apxepig áyvp
aóxÍKa vov, iva ppKÉx ’ óSopopévp Kaxá Oopóv
aícova cpOivúOco, kógioq rcoOéooaa <píÁoio
205 rcavxoípv ápexpv, ércei é^o/og pev ’A/cncov ».
tí>c, (papévp KaxéPaiv ’ órcepcoia aiyaXóevxa,

311
ODISEA XVIII

Le contestó a su vez la muy prudente Penélope:


“Eurínome, aun preocupada por mí, eso no me aconsejes,
que me lave mi cuerpo y me unja con óleo;
cierto, mi esplendor, los dioses que poseen el Olimpo
lo destruyeron desde que aquél se fue en las cóncavas naves.
Pero ordénale a Autónoe y también a Hipodamia
que vengan, a fin de que esten a mi lado en la sala.
No iré sola allí, con esos hombres, pues siento vergüenza”.
Así habló, y la anciana se iba hacia afuera a través de su sala,
a dar aviso a aquellas mujeres y a ordenar que vinieran.
Entonces pensó en otra cosa la diosa ojiglauca Atenea.
Infundió dulce sueño en la hija de Icario, y pues ésta
dormía recostada; sus coyunturas todas se le soltaron
allí mismo en su lecho. Entre tanto, la diosa de diosas 190
le daba divinos dones, para que los aqueos la admiraran.
Lustró, primero, su rostro hermoso con ese cosmético
divino, con el cual también Citerea, de hermosa corona,
se unge, cuando de las Gracias marcha a la danza deseable;
y la hizo más alta y más lozana de verse, 195
y la hizo más esplendente que el marfil cortado con sierra.
Ella, tras actuar así, se marchó, la diosa de diosas;
y desde su sala llegaron las siervas de cándidos brazos,
yendo allí con bullicio, y el dulce sueño a Penélope
abandono, y con sus manos frotó sus mejillas, y dijo: 200
Cierto, a mí, asaz muy sufrida, me envolvió un suave letargo.
Ojala que así, una suave muerte me diera Ártemis casta,
hoy, al instante, a fin de que ya no, gimiendo en el alma,
consuma mi vida, de mi esposo querido deseando
la virtud de toda clase: sobre los aqueos era excelente”. 205
Dicho esto, del espléndido piso de arriba bajaba,

311
HOMERO

ook oit|, apa xp ye koci ápípírcoÁoi 8o ’ ércovxo.


f| 8’ oxe 8t] pv^axTipat; á(pÍK£xo 8ía yovaiKtov,
afí] pa rcapá axaGpóv xéyEog TrÚKa koit|xoío
210 ávxa jcapEtácov oxopévri Zurapá KprfSepva •
ápípírcoÁot; 8’ apa o i ke8vti ekótepGe rcapEGxri.
xcov 8’ awoü Áóxo yoóvax’, epco 8’ apa 0opóv e'Geá/Gev
rcávx£<; 8’ Tipxiaavxo rcapai Áexeegqi KÁi0f|vai.
fj 8’ aú TrjÁÉpaxov KpooEípcóvEEv, ov <píÁov o tóv ♦
215 « Tr)ZÉpax’, oókexi toi <ppéve<; epireSoi oó8é vóripa.
Tcait; ex’ eá>v Kai páÁAov ¿vi <ppeai KEpSe’ évcópai;-
vov 8’, ote 8ti péyaq éoai Kai f¡(3ric; péxpov íkóvek;,
Kai kev tic; (paír| yóvov é'ppEvat óXpíoo áv8pó^
£<; pÉy£0o<; Kai KáÁÁoq ópcopEvoc;, áAAÓTpto<; (peo;,
220 OOKETI TOt (pp£V£<; EÍoiv EVaiOipOt 0Ó8é VÓT|pa.
otov Sr| tó8e Epyov évi pEyápotatv etúxGh,
o; tov ceívov Eaaac; á£tKiG0r|p£vat orneo,
neo; vov, eí ti £,eívo¡; ev iipETEpoiai Sópotatv
tÍPevo; íoSe ítáOoi poGTaKTÓo; é£ áXEyEtvfj;;
225 aoí k’ aiox°s A,<»Pr| te pet ’ áv0peÓ7iotat ftéAovro ».
ttjv 8’ aó TrjZépaxo; jrEJivopévo; ávTÍov rjo8a-
« prjTEp épó, to pév oó ge vEpEGGeopai K£xoAwG0ai •
aoxáp éyeo 0opcp voéeo Kai oíSa EKaaxa,
éo0Áá te Kai xa xépewc • rcápo; 8 ’ eti ví|7iio<; f|a.
23o akká toi oó Sóvapat KEitvopéva 7távxa vorjoai •
ek yáp pE 7tÁx|oaoooi TtapripEvoi cx.AÁoGev áÁÁo;
oi8e KaKa (ppovéovTE;, époi 8’ oók eígív ápcoyoí.
oi) pév toi ^eívoo y£ Kai 'I pon p¿6A,o; éxóxGtl
pvr|OTTlp(DV IÓTT|TI, Pífl 8 ’ O y£ (pépTEpO; T|£V.
235 ai yáp, Zeó te rcáxEp Kai ’A0T|vaír| Kai "ArcoAAov,

OOTCO VOV pvpaTfjpEC, EV ÓpETEpOlGt SÓpOlGl

312
ODISEA XVIII

no sola, también dos sirvientas la acompañaban.


Y cuando a los pretendientes llegó la divina mujer,
se colocó junto al poste de la sala hecha sólidamente,
manteniendo enfrente de las mejillas su nítido velo; 2i
a cada lado de ella se colocó una esmerada sirvienta.
De amor hechizados en su alma, sus rodillas ahí se soltaron:
todos tenían el deseo de acostarse a su lado, en la cama.
Pero ella le dijo a Telémaco, su hijo querido:
“Telémaco, ya no está firme tu mente ni tu pensamiento.
Siendo niño aún, mayores astucias movías en tu mente,
mas hoy, cuando eres grande y llegas al tiempo de la juventud,
cuando alguien, un varón extranjero, diría que eres hijo
de un hombre dichoso, al mirar tu estatura y belleza,
ahora, ya no está recta tu mente ni tu pensamiento. 220
¡Qué hecho, ése, ha sucedido en la sala,
que dejaste que el huésped fuera vejado de esa manera!
Hoy, ¿cómo sería, si el huésped así, en nuestra casa sentado,
hubiera sufrido algo grave, a partir del molesto maltrato?
Para ti, infamia y oprobio habría entre los hombres”. 225
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
Madre mía, no me indigno porque estés irritada por eso;
yo mismo, en mi animo, advierto y entiendo todas las cosas,
al s buenas e incluso las peores. Antes, aún era un muchacho.
as, cierto, no puedo pensar en todo con juicio:
M 230
e estupidizan sentados, uno de un lado y otro del otro,
M
os, que son malévolos, y yo no tengo ayudantes.
est
rto, el pleito del huésped y de Iro no sucedió
Cie
por deseo de los Pretendicntes, y él fue mejor en la fuerza.
padre Zeus y Atenea y Apolo, ojalá
Oh 235
esa manera, ahora, en nuestra casa, los pretendientes
de

312
HOMERO

vedoiev KetpaXág 8£8prjpévoi, oi pév év aóZfj,


oi 8’ evtog0e Sópoio, áeávto Sé yuta exáoToo,
á)<; vóv ’Ipoc^ ekeívoí; érc ’ aóZ.£Ír|Gi 0ópriGiv
240 f|GTai VEDGTá^COV KEípaZfi, p£0í>OVTl EOlKÓx;,

01)8’ óp0ó<; Gripal SóvaTai rcoaiv oóSé v££G0ai


o’ÍKa8 ’, otct] oi vógto<;, ótteí <píA,a yuia XéXuvTai».
¿oc oi pév toi aína 7ipó<; áAAriÁoix; áyópEDov •
Eópópaxot; 8’ éftéEGGi rcpoarióSa rbp£XÓ7r£iav •
245 « KOOpT| ’lKapiOlO, 7l£pí(ppC0V IlTlV£XÓ7l£ia,
ei rcávTEg ge í'Soiev áv’ "Iaaov vApyo<; ’Axaioí,
rcXéovéi; ke pvr|Grnp£<; év ópETEpoioi Sópoiaiv
tj©0£v SaivóaT’, éíCEi kepíeggi yuvaiKcov
ei8ó<; te péyE0ó<; te Í8é (ppéva<; évSov éíoat; ».
250 tóv 8’ tjpeíPet’ £7i£iTa KEpííppfov nipEZórceia •
« Eópópax’, rj toi épip ápETTjv EiSó<; te Sépa<; te
óSÁEoav á0ávaToi, ote "IÁiov Eiaavépaivov
’Apysioi, p£Ta toígi 8’ épó<; nóaq tjev ’08oggeó<;.
eí keívó<; y’ éA0a)v tóv épóv píov áp<puioÁ£Óoi,
255 pEi^óv ke kÁéoc eítj épóv Kai KaÁÁlOV OÓTO).
vóv 8’ áxopai- TÓaa yáp poi ércéaoEOEv KaKa Saípaw.
rj pév Stj ote t’ fl£ Áuróv KÓTa rcaTpíSa yaiav,
§E^iT£pT]v érci Kaprca) éÁcov épé x¿ipcc 7ipoGr¡vSa •
< (o yóvai, oí> yáp oía) éÜKvr|pi8a<; ’Axaioix;
260 éK Tpoiiy; eó rcávTag árcripovag árcov££O0ai •
Kai yáp Tpa>á<; tpaai paxT|Tá<; é'ppEvai ávSpag,
rjpév áKovTiaTac; t|8e poTTjpa<; óiotcov
ítctciüv t ’ a>Ki)7ió8a)v érciPÓTopaí;, oí te Tá/iaxa
EKpivav péya veíko<; ópoiíoo TtwÁépoio.
265 TÓ) oí)K OÍS’, TÍ Kév p’ ávÉOEl 0eó<;, ti kev áXcóa)
aówó évi TpoÍTj • aoi 8’ évOáSE rcávTa peÁÓvtcov •

313
ODISEA XVIII

agacharan sus testas, vencidos, en el patio los unos,


en la sala los otros, y de cada uno los miembros
se soltaran, como ahora Iro allí, ante las puertas del patio,
yace moviendo a los lados la testa igual que un borracho,
y no puede, ni estar derecho en sus pies, ni volverse
a casa, por donde sea su camino: están sueltos sus miembros”.
De ese modo, éstos, entre sí, tales cosas hablaban,
mas Eurímaco se dirigió a Penelope con estas palabras.
“Hija de Icario, muy prudente Penélope,
si te vieran todos los aqueos que hay en Argos de Jaso,
pretendientes más numerosos en vuestro palacio
banquetearían desde mañana, pues a las mujeres superas
en aspecto, en talle y, por dentro, en mente juiciosa”.
Le respondió entonces la muy prudente Penélope:
“Eurímaco, realmente mi prestancia, en aspecto y figura,
destruyeron los inmortales, cuando hacia Ilion se embarcaron
los argivos, e iba con ellos mi esposo Odiseo.
Si aquel, viniendo, mi vida cuidara,
mayor sería mi fama, y así, esto sería más hermoso. 255
Hoy tengo pesares, pues tantos males un dios me lanzó.
Ciertamente, cuando él se iba, dejando su tierra paterna,
me dijo, por la muñeca tomando mi mano derecha:
ujer, yo no creo que los aqueos de grebas hermosas
M
regresen bien todos, ilesos, de Troya, 260
pues dicen que los troyanos son hombres guerreros,
ya lanceros, ya tiradores de flechas,
y jinetes de caballos de raudos pies, que rápidamente
deciden la gran contienda de la guerra, pareja con todos.
Por eso, no sé si algún dios me traerá, o seré capturado 265
allí mismo, en Troya. Que aquí, todo esté a tu cuidado;

313
HOMERO

pepvíio0ai rcaxpcx; Kai pr|xepo<; év peyápoiatv


áx; vvv, i] £Ti paXÁov, epeí» árcovóacpiv éovxo<; •
amap ércpv 8p rcaiSa yeveiriaavxa ÍSpai,
270 yppaaO’ cp k’ £0éXpa0a, xeóv Kaxa 8copa Xurovaa >.
Keívcx; xax; áyópeofi • xa 8p vuv jravxa x£Á£Íxai.
vi)£ 8’ eaxai, ote 8p awyepcx; yápo<; ávxipoZr|a£i
o'uiopevr|<; epéGev, xp; xe Zeíx; oZJ3ov árcrivpa.
áÁXa xó8’ aívóv á%o<; KpaSípv Kai 0'opóv ÍKavei •
275 PVTJGTTIPCOV O'ÜX í]Se SÍKTJ XO 7lápOl0£ xéxOKXO,
oí x’ áyaGpv x£ yovaiKa Kai ácpveioío 0óyaxpa
pvxiaxeúeiv ¿OeXcoai Kai áÁXr|Xoia’ epíaaxnv •
aóxoi xoí y’ árcayonai póa<; Kai i'cpia prjXa
Koóppg Saixa cpíXown, Kai áyXaá Sopa SiSooaiv •
280 áXX* oók áXXóxpiov fKoxov vifaoivov é'Sooaiv ».
cpáxo, ypOpaev Sé 7ioXóxXa<; 8iog ’OSoaaeóg,
oiSveKa xcov pév Sopa rcapéAxexo, 0éXye 8é 0opóv
peiXixíoia’ ércéeaai, vóo<; Sé oí áXXa pevoíva.
xpv 8’ aóx’ ’Avxívooq rcpoaécpri, EÓ7ceí0eo<; oíó<;-
285 « KoúpTj ’ÍKapíoio, rcepícppcov nrjveZÓTreia,
Sopa pév og k’ éGéXpaiv ’Axaicov év0á8’ éveÍKai,
Sé^aoG’- oó yáp Kakóv ávpvaoGai Sóoiv éoxív
ppeit; 5’ oóx’ érci épya 7tápo<; y’ ípev oóxe nr¡ aÁAp,
rcpív yé oe xcp yppaaGai ’Axaicov, o<; xk; apiaxog ».
290 co<; écpax’ ’Avxívoo<;, xoíaiv 8’ ETtipvSave póGog.
Sopa 8’ áp’ oiaépevai rcpóeaav KppoKa £Kacrro<;.
’Avxivócp pév éveiKe péyav rcepiKaÁXéa rcéTcZov,
noiKiXov • ev 8 ap eaav irepovai SooKaíSeKa 7caaai
Xpóaeiai, KÁpíaiv éóyváp7ixoia ’ ápapoíai •
295 oppov 8 Eupvpaxcp 7ioA/o8aiSaA,ov aóxiK’ éveiKe,

Xpóaeov, pÁéKxpoiaiv éeppévov, péXiov ¿óg •

314
ODISEA XVIII

en el palacio, piensa en mi padre y también en mi madre,


como ahora, o aún más, mientras lejos me encuentre,
mas cuando veas que nuestro hijo es un joven barbado,
cásate con quien te plazca, dejando tu casa.
Así hablaba aquél, y hoy, sin duda, todo eso se cumple.
Vendrá la noche, cuando se acercarán esas bodas horribles
a mí, la maldita, a quien Zeus le quito la ventura.
Pero a mi corazón y a mi ánimo invade este grave pesar:
antes no era ésta la costumbre de los pretendientes 2
que a una noble mujer e hija de un rico varón
desean pretender, y compiten unos con otros;
ellos mismos llevan bueyes y pingües ovejas, banquete
para los amigos de la novia, y le dan espléndidos dones,
pero no impunemente se comen los víveres de otro”. 28
Así dijo, y se alegró el paciente, noble Odiseo,
pues ella extraía regalos de aquéllos y su alma hechizaba
con dulces palabras, pero anhelaba otras cosas su mente.
Le dijo entonces Antínoo, el hijo de Eupites:
Hija de Icario, muy prudente Penélope, 285
los regalos, quien quiera de los aqueos traerlos aquí,
recíbelos, porque no es bello rehusar un regalo;
mas nosotros, ni al trabajo iremos, ni a ninguna otra parte,
antes de que te cases con quien sea el mejor de los aqueos”.
Así dijo Antínoo, y su propuesta les plugo. 290
pues envió cada uno a un heraldo a traer los regalos,
Y
aPra tínoo, el suyo le trajo un grande y bellísimo peplo
policromado: en éste, en total, doce broches se hallaban,
ed oro, ajustados con bien encorvados corchetes;
a Eurímaco, el suyo le trajo al punto un collar bien labrado,
ed oro, engastado con ámbar, así como el sol;

314
HOMERO

eppaxa 5’ Ex>pi)Sápavxi. Sóco 0£pa7tovxe^ eveiKav


TpíyÁnva popóevxa, %ápi<; 8’ árceAáprcExo rcoXXri •
ek 8’ apa íleiaávSpoio ÍIoÁvKxopíSao avaicxog
300 ía0piov T}veiK£v 0£párca>v, ueptKaXÁec; áyaZpa •
áHo 8’ áp’ áÁXo<; Sájpov ’A/aicov KaÁóv éveiKev.
t] pév enere ’ ávepaiv ’ ínepóía Sía yuvaiKCúv,
xp 8’ ap’ ap’ áp<pírcoXoi é(pepov nepiKaZZéa Scopa •
ol 8’ £Í<; óp%r|GTÚv xe Kaí ipepóeaaav áoiSrjv
305 Xp£\J/áp£VOl XEpTtOVXO, |Ll£VOV 8’ ETCI £G7C£pOV ¿Á0EIV.
xoiai Se xepnopevoiai peÁag eni Earcepoc; r¡A,0ev •
(mira Xaprcxripac; xpeic; laxaoav ev peyápoiarv,
ocppa cpaeívoiev- rcepí Sé ^t>Áa KayKava 0r¡Kav,
atia rcáÁai, nepÍKqXa, véov KEKeaapéva xa/xco,
310 Kal SaiSag pexépiayov • ápoipr|8i<; 8’ ávécpaivov
Spcoai ’O8uccnjo<; xaÁaaícppovog. aúxáp ó xfjaiv
aíxó^ Sioyevrig pexécpr| jtoXúptitk; ’OSoaaeíx; ♦
« Spcpai ’O5vaafjo<;, 8t]v oí%opévoio avaKxo<;,
epX£G0e rcpó<; 8©pa0 iv ’ aíSotn PaaíXeia •
315 xfj Se nap’ TjXáKaxa axpocpaXí^Exe, xéprcexe 8’ aúrriv
lípevai év peyápq), tí eípia neÍKexe %ep(rív •
aíixáp eycó xoúxoicti <páo<; návxeaai napé^co.
eí rcep yáp k’ é0éA,coaiv éiD0povov ’Hco pípveiv,
OI) TÍ pe VIKT|GODG1- KOÁ.DxX'qpCOV Sé páZ’ eípí».
320 ax; eq>atí , ai o éycAanaav, £<; aÁÁTjÁag oe ióovto.
tov 8’ aíaxpóog évévtne MeÁav0cb KaZÁinápr|o<;,
xr|v AoXíog pév éxiKxe, KÓpiaae Sé ÜTiveZóneia,
rcaiSa Se atg áxíxaÁXe, SíSot» 8 ’ ap ’ áO'óppaxa 0upcp •
áÁÁ,’ oíS’ a><; é'xe rcév0o<; évi cppeai nriveÁoTrenig,
325 áXX’ íí y’ Enp'üpáxq) pioyéaKexo Kai cpiXéeaKev.

rj p OSuorj evevmev oveiSeíoia’ éneeoGi’

315
ODISEA XVIII

a Euridamante trajeron sus siervos un par de arracadas


de tres perlas cual moras: mucha gracia de ahí refulgía,
de la casa de Pisandro, el señor Polictórida, un siervo
trajo una gargantilla, un bellísimo ornato; y así, -
de los aqueos, uno trajo uno, y otro, otro bello regalo.
Ella, luego, al piso de arriba subía, la divina mujer,
y atrás, le llevaban las siervas los dones bellísimos;
aquéllos, a la danza y al deseable canto volviendo,
se recreaban, y esperaban que sobreviniera la tarde. 30
Y, mientras se recreaban, la obscura tarde les vino;
y entonces, tres braseros al punto en la sala ponían,
para que alumbraran, y en ellos pusieron áridos leños,
enjutos de antaño, resecos, recién rajados con bronce,
y entremezclaban astillas. Por turnos, en lo alto alumbraban
las sirvientas de Odiseo de ánimo firme. Y entre éstas
habló él mismo, el divino, ingenioso Odiseo:
“Sirvientas de Odiseo, el amo ausente hace mucho,
id a las habitaciones donde está la reina honorable;
asiduas torced a su lado hilos de lana, alegradla 315
en su sala sentadas, o cardad con las manos la lana;
yo mismo proveeré a todos éstos de luz.
Pues, aunque deseen aguardar a Eos que tiene buen trono,
no van a vencerme, en lo absoluto: soy muy resistente”.
Así dijo, se rieron aquéllas, y unas a otras se vieron. 320
Y lo increpó torpemente Melanto de hermosas mejillas,
a quien Dolio engendró, mas la había cuidado Penélope;
la alimentó como a su hija, y pues le dio juguetes deseables;
mas ni así tenía en su pecho compasión de Penélope,
mas solía irse a la cama y hacer el amor con Eurímaco. 325
Esta, pues, increpó a Odiseo con ignominiosas palabras:

315
HOMERO

« %eiv£ xáXav, oó yé tk; <ppéva<; EKrcEKaxaypévoi; eggÍ,


oi)8’ E0éX£i<; eóSeiv xocáktiíov e<; 8ópov éX0ó)v
fié Koo ég Xéoxr|v, «XX’ evGoíSe rcóXX’ áyopEÚEp;
330 0apaaXé(ü<; itoXXoiai jliet’ ávSpáaiv, ot>8é ti 0opó)
Tap^EÍc; • fi pá ge oivo<; e'xei (ppévag, r¡ vó toi aÍEi
ToiooTog vóo<; egtiv, ó Kai pETapávia pá^Ep;.
fj áXÚEig, oti ?Ipov évÍKriaag tov áXf|Tr|v;
pfi TÍg toi xáxa ’'Ipot> ápEÍvcov óéXXo<; ávaaTÍj,
335 oq TÍg a’ áptpi Kapr| kekokgx; xePQi GTipapfjai
SópaTog £KjiépA|rr|oi (popóla*; aigaTi rcoXXa> ».
ttjv 8’ áp’ órcóSpa í8á>v rcpoaé<pr| ttoXiSuiitií; ’OSdggeÓí;-
« fi xáxa TrjXEpáx© épéo), kóov, oí ’ áyopEÓEK;,
keíg’ éX0(óv, iva a’ aü0i 8iá jlieXeígtí Tápr|aiv ».
340 ¿ü<; eiTTcbv EKéeGGi Si£7j:Toír¡<j£ yovaÍKa<;.
páv 8”íp£vai 8iá 8¿opa, Xú0ev 8’ ojio yoía £Káaxr|<;
TappoaúvT] • (páv yáp piv áÁT|0éa po0f|aaa0ai.
aúxáp ó rcáp Zap7cxíípGi (paeívcov aí0opévoiaiv
egttikeiv éc, návTac, ópcópEvo^- áXÁa 8é OÍ KTJP
345 cóppaivE (ppeaiv poiv, á p ’ ovk áxéÁEaxa yévovxo.

pvTiGTÍipa<; 8’ ov 7táp7iav áyr|vopa<; £ia ’A0f)vr¡


XóPrjq íox£cr0ai0opaÁyéog, oípp ’ eti páAAov
Sótj á/og KpaSírjv AaepTiáSe© '08uot]oc.
xoíaiv 8’ E'ópfjpax0?’ noA/úpoo rcáü;, f)px’ áyopeóeiv
350 KEpxopécov ’08uaí}a- yéXco 8 ’ éxápoiaiv etev/e-

« KéKÁoxé peo, pvx|GXTjp£<; áyaKA,£ixrj<; PaaiÁEÍTig,


0<pp’ £171(0, xá |±£ 0t>pÓ<; évi axf|0£aGl KEÁeÓEI.
oók á0££i 08’ ávfjp ’08oaf|íov éc, 8ópov íkei-
Eprnig poi Sokóei SaíScov aéÁag EppEvai aóxoi)
355 KttK KeípaÁfjg, £7t£i oó oí évi Tpí%£<; oó8 ’ rjPcuaí »•

f| p\ apa xe TcpoaéEutev OSooorja 7cxoÁÍ7cop0ov •

316
ODISEA XVIII

“Miserable extranjero, tú eres un trastornado de mente;


no quieres dormir, tras ir del herrero a la casa,
o a un albergue común, sino que hablas aquí de continuo,
audazmente, entre muchos varones, y nada en el ánimo *
temes. El vino ha tomado tu mente, o siempre, quizá,
tienes ingenio tal, que dices incluso estulticias.
¿O deliras de gozo, porque al vagabundo Iro venciste?
Ve, no sea que pronto, más hábil que Iro, se pare algún otro
quien, golpeándote en torno a la testa con manos robustas,
te saque de esta casa, tras mancharte con sangre abundante”.
Viéndola torvamente, le dijo el ingenioso Odiseo:
“Sí, diré pronto a Telémaco, perra, cómo te expresas,
yendo allá, para que él aquí te destace miembro por miembro”.
Dicho esto, aterró a las mujeres con unas palabras. 340
Por la casa corrieron, y se soltaron los miembros de todas,
de terror, porque pensaban que aquél les decía la verdad.
Mas el, alumbrando, junto a los ardientes braseros
estaba de pie viendo hacia todos; su corazón en el pecho
ponderaba otras cosas, que pues no sin cumplirse quedaron. 345
No dejaba Atenea, en nada, que los pretendientes gallardos
contuvieran la injuria que duele en el alma, a fin que el pesar
se hundiera aún más en el corazón de Odiseo Laertíada.
Y comenzó a hablar entre ellos Eurímaco, el hijo de Pólibo,
trajando a Odiseo; quería causar risa a sus compañeros:
ul 350
rPetendientes de la muy gloriosa reina, escuchadme,
por que diga las cosas que el alma en el pecho me ordena.
No sin algUna deidad Viene este hombre al hogar de Odiseo;
del todo a mí me parece que baja el fulgor de las teas
desde su cabeza, pues no hay en ella cabellos, ni pizca”.
355
Hablo, y luego le dijo a Odiseo, el destructor de ciudades:

316
HOMERO

« £,eív’, áp k’ éOéÁoig 0rjxevépev, eí a’ áveZoípr|v,


áypou en’ éo%cmí|<;, — picrOóg 8é xoi ápKiog eaxai, —
alpaoiá<; xe Zéycov Kai SevSpea paKpá (prnevcov;
36o év0a k’ éyó aíxov pév énrjexavóv rcapéxoipi,
eípaxa 8’ ápípiéaaipi rcoaív 0’ írcoSripaTa Soírjv.
áXZ’ ércel ouv 8r| é'pya kolk’ eppa0e<;, oúk éOeXrioeig
epyov énoí%ea0ai, áZZa nxóaaeiv Kaxá 8rjpov
poúXeai, ótpp’ áv exiK Pógkciv gt]v yaaxép ’ ávaZxov ».
365 tov 8’ a7tapeipópevo<; rcpoaétpTi 7ioZópr|Tu; ’OSoaaeíx;
« Eápápax’, eí yáp vcóiv epu; é'pyoio yevoixo
cópp év eíapivfi, óxe x’ rjpaxa paKpá néZovxai,
év rcoífl, Spércavov pév éyóv eÚKaprcéí; é'xoipi,
Kal 8é ai) xoiov exok;, iva neipr|aaípe0a épyou
370 vriaxiec; áxpi páZa Kvé<pao<;, noíri 8é napeíri •

eí 8’ ai) Kal Póeg eiev éZaDvépev, oí 7cep ápiaxoi,


aíOwveg peyáZoi, áptptó KEKopr|óxe tcoiik,
tíáik£<; íaotpópoi, TWV xe g0evo<; oük áZaTcaSvóv,
TETpáyuov 8’ eírj, eÍkoi 8’ 1)710 póZog ápóxptp-
375 TojKég’ Í8oig, £Í ¿ÁKa 8vr|V£Kéa Ttpoxapoíprjv.
ei 8’ ao Kal 7cóÁ£góv rco0£v óppr|O£i£ Kpovítov
aripEpov, aúxáp épol aaKo^ eíti Kal 8óo Sovpe
Kal KüvéTj 7táyxaA,KO<; ¿tc! Kpoxátpoia ’ ápapoía,
t¿ú ké p’ Í8oi<; rcptoxounv évi 7tpopáxoiai piyévxa,
38o ol)8’ áv poi xt|v yaaxép’ óveiSí^íov áyopeóoig.
áZXá páZ’ l>ppíC,£i<; Kaí toi vóo<; éaxlv ¿tctivr^ •
Kaí rcoó xi<; Sokeek; péya<; é'ppevai r|8é Kpaxaióg,
olívEKa 7táp Ttaópoiai Kal oúk áyaOoiaiv ópiZeig.
eí 8’ ’O8'ua£Í)<; é'ZOoi Kal ikoix’ ég 7raxpí5a yaíav,
385 aiyá ké xoi xa Oópexpa, Kal eépéa 7cep páZ’ éóvxa,
<peóyovxi axeívoixo 8iek itpoQvpoio Qvpa^e ».

317
ODISEA XVIII

“Extranjero, ¿querrías trabajar a sueldo, si yo te llevara


al extremo del campo —tendrás suficiente salario—,
recogiendo espinos y plantando unos árboles altos?
Allí, yo proveería de comida abundante,
te vestiría vestidos, y para tus pies daría unas sandalias.
Mas, pues ya has aprendido malos oficios, no has de querer
ir al trabajo, sino que agacharte enfrente del pueblo
prefieres, a fin de poder nutrir tu vientre insaciable”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
“Eurímaco, ojalá entre los dos hubiera una justa en trabajo
en la estación vernal, cuando largos se vuelven los días,
en la hierba, y que yo, una hoz bien curvada tuviera
y otra así tú tuvieras, a fin que el trabajo probáramos,
sin comer hasta muy de noche, y que abundara la hierba;
o bien, para guiarlos, que hubiera unos bueyes, los óptimos,
brillantes, grandes, ambos saciados de hierba,
de igual edad, que jalan parejo, y fuera su fuerza incansable,
y hubiera cuatro yugadas, y so el arado cediera la gleba:
entonces tú verías si yo no cortaba un surco continuo. 375
O bien, que de algún lugar, el Cronión una guerra incitara
hoy mismo, y que yo un escudo y dos picas tuviera,
y un yelmo todo de bronce, ajustado a mis sienes,
entonces tú me verías mezclado entre los de vanguardia,
los primeros, y no hablarías motejando mi vientre. 380
Mas eres muy insolente, y tu ánimo es cruel,
y piensas tal vez que eres alguien que es grande y potente,
porque te reúnes con hombres menudos e ineptos.
Si Odiseo viniera y llegara a su tierra paterna,
al instante, a pesar de que son muy anchas, las puertas 385
se te angostarían, al huir a través del atrio hacia afuera”.

317
HOMERO

og £<p<XTEopopa/o; Sé xoXáoaw icnpóOi góóGov


Kat piv írcóSpa íSá>v enea KTepóevTa KpoarjóSa •
« á SeíV, f¡ Taya toi TeXéco kcckóv, oí’ áyopeóe^
390 0apaaAécog rcoUoiai peT ’ ávSpáaiv, oóSe ti Ovpq>
xappeíg • f| pá ae oivoc, é/ei (ppévag, fj vó toi aíei
toiooto; vóo<; éaTÍv, o Kai peTapávia ftá£ei<;.
[f| áAóei;, oti ?ípov évÍKrjaa^ tov áÁr¡Tr¡v; »]
cog apa (pcovr|aa^ a<péXa<; éÁÁapev • aikáp ’OSuaaeíx;
395 ’Apcpivópoo rcpóc; yowa Ka0é?£To AouZi%úio<;,
Eopópayov 5eíaa<;. ó 5 ’ áp ’ oívo/óov J3áXe %eípa
Se^vcepnv • 7tpóxoo<; Sé yapai póppqae Keaovcra,
avzáp ó y’ oígá£a<; rcéaev vtctioq év Kovípcri.
pvrjaTT)p£<; 8’ ópáÓrjoav ává péyapa aKióevTa-
400 a)Se Sé ti<; e’úreoKev íScov é<; TcZgoíov áÁZov •
« aí0’ ftxpeAA’ ó ^eívog áÁcópevo^ áAAo0 ’ óÁea0at
71 piv £Á0£ÍV * TCü K ’ OÍ) TI TOCTOV K£/laSoV p£Té0r¡K£.
vóv Sé 7t£pi 7ttío%g>v épiSaívogev, oóSé ti SatTÓg
éa0Afj^ eaaeTai rj8o<;, ¿7i£Í tóc yepeíova viKa ».
405 Toíai Sé Kai peTéeap ’ ieprj ig Trftepáxoio •
« Saipóvioi, gaívea0e Kai oóketi k£Ó0£T£ 0vg<p
Pparcov ovSé JiorrjTa • 0£<Sv vó tk; vpp ’ ópo0i5vei.
áAA’ ev Saiaágevoi KaTaKeíeTe oíkaS ’ íóvw;,
Ó7C7iÓT£ 0vgó<; ávcoye • Sicdkco 5 ’ oí) tiv ’ éycó ye ».
4io ¿üq écpa0 oí 8 ’ apa TrávTeg óSᣠév yeíAecn (pvvi£$
TrjXégaxov 0aúga£ov, o QapoaÁécoc áyópeve.
xoíaiv 8’ ’Agcpívopog áyoprjaaTo Kai geTeeute
[Níaov (paíSipog víóg, ’AprjTiáSao ávaKTo; •]
« <S <píkoi, ovk áv 5rj Tig é/ri pr]0£VTi Sitcaíq)
415 ávTipíoia ’ £7te£CTai Ka0a7tTÓg£vo<; ya%£7raívoi •
gr|T£ TI TOV £eívov <7TV<p£ÁÍ^ET£ gT|T£ TIV ’ áXAov

318
ODISEAXVIII

Así dijo, y Eurímaco se airó mucho más en su pecho,


y, viéndolo torvamente, le dirigió palabras aladas:
“Infeliz, sí, pronto cumpliré tu desgracia: cómo te expresas
audazmente, entre muchos varones, y nada en el ánimo
temes; el vino ha tomado tu mente, o siempre, quizá,
tienes ingenio tal, que dices incluso estulticias.
¿O deliras de gozo, porque al vagabundo Iro venciste?”
Así habiendo hablado, tomó su escabel; empero, Odiseo
se sentó ante las rodillas de Anfínomo, el duliquiense, z
temiendo a Eurímaco. Y éste golpeó en la mano derecha
a un escanciador: la jarra tronó al caer en el suelo,
y él, lamentando, en el polvo cayó boca arriba.
En la umbrosa sala se alborotaron los pretendientes;
y alguien así decía, viendo hacia el otro, al vecino:
“Ojalá el extranjero, errando, en otro lugar muerto se hubiera
antes de venir; así, jamás habría traído tanto alboroto.
Mas hoy, por mendigos reñimos, y ni del rico banquete
habrá algún placer, porque vencen los peores asuntos”.
Entre ellos también habló el sagrado vigor de Telémaco:
“Demonios, estáis locos y ya no ocultáis en el ánimo
la comida ni la bebida: tal vez algún dios os excita.
Mas, tras haber banqueteado bien, acostaos, yéndoos a casa,
cuando os ordene el ánimo; yo al menos, no corro a ninguno”.
Así dijo, y todos ellos, mordiendo sus labios, 410
admiraban a Telémaco, porque él hablaba audazmente.
Mas Anfínomo, entre ellos, tomó la palabra y les dijo
el preclaro hijo de Niso, el rey Aretíada:
Amigos, sin duda, ante un dicho justo, ninguno podría
enojarse, irrumpiendo con unas palabras contrarias: 415
ya no maltratéis a este extranjero, es más, a ninguno

318
HOMERO

Spócov, oí Kaxá Sójiax’ 'OSuaofioc; Oeíoio.


áÁX’ áyex’, oívoxóoc; jxev Ercap^áoOco 8e7i<xeggiv,
ótppa arceíoavxec; KaxaKeíopev oíkocS’ íóvtec;-
420 tov ^eívov Se éu)|i£V evi pEyápota’ ’OSdotioí;
TriXep-áxíp |ieXep,£v • xoí) yáp <píXov í'keto Sopa ».
a><; q>áxo, toígi Se rcaaiv EaSóxa poOov eeitce.
toígiv Se KpT^TÍipa KEpáaaaxo MoóAioc; T\pcnc,,
KÍ^pi)^ AovArxiEÍN? Oepárcov 8’ ryv ’Aptpivópoio •
425 v(ópT|G£v 8’ apa rcaaiv EjnoxaSóv • oi 8e Oeoígi
^EnyavTEc; paKapEOoi jcíov pE^vqóéa oivov.
aí)Tap EKEI OJCEÍoáv TE 7C1OV 0’ ogov t^OeXe 0-ugó<;,
páv p’ ’tpEvax keÍovtec; Ett upóc, 8©pa0’ EKaGToq.

319
ODISEA XVIII

de los siervos que están en la casa del divino Odiseo.


¡Ea! Que el escanciador inicie el ritual con las copas,
para que, tras libar, yendo a nuestras casas, nos acostemos.
En el palacio de Odiseo, a este extranjero dejémosle 420
a Telémaco, para que lo cuide, pues vino a su casa”.
Así habló, y dijo una palabra que a todos les plugo.
Y, para ellos, el héroe Mulio mezcló una crátera
—él era un heraldo duliquiense, un sirviente de Anfínomo—,
y repartióles a todos, acercándose; y ellos, libando 425
por los felices dioses, bebieron el vino dulce cual miel.
Mas, tras libar y beber cuanto su alma deseaba,
presto se fueron, queriendo acostarse, cada uno a su casa.

319
19. OAYLIEIAE T

Aúxáp ó év peyápcp írceAeírcexo Sto<; ’OSuace'úg,


¡AVX|GTT|p£OGl (pOVOV G1)V ’A0r|Vr| gepgTJpí^GOV.
al\|/a Se TrjAépaxov énea Tixepóevxa rcpoGT)i>Sa-
« TriAépaxe, ypr| xe'óx8’ «priíoc KaxGépev eígco
5 Tiávxa páV- ai)xáp pvTiGxíjpag gaÁaKoiG’ érceeaGi
7iap<páa0ai, oxe kev g£ gExaAAcoaiv 7ro0£ovx£<; •
< ek Kanvoi) Kaxé0r|K’, ércei oi)Kéxi xoígiv éÓKEi,
oiá 7IOX£ TpoírjvSE KlíÓV KaT£Á£l7T£V ’OSvGGEt)^,
áÁA-á Kaxf|Kiaxai, oggov 7tupó<; í'kex’ á'üxg'r).
10 Kpóg S’ éxi Kai xóSe g£i£ov évi <ppeaiv egpaÁE Saígcov •
prj Trox; oivtóOevTE^, epiv axrjaavxeq év ápív,
áAAr|Zo'u<; xpÓGTixe KaxaiG%i)vrii;é te Saíxa
Kai gvrjGXÓv • ai>xó<; yáp é(péÁK£xai avSpa gíStipo<; >».
có<; tpáxo, TT]Xégaxo<; Sé (píÁo) ¿jicjieíOeto Tzaipí,
15 £K Sé KaÁEGaágevcx; 7tpoaé<pr| xpo<póv EápáKÁeiav •
« par’, áye Srj poi é'po^ov évi peyápoiGi yuvaiKai;,
otppa kev ég OáXapov KaxaGeíopai évxea naipóq,
KaXá, xá poi Kaxá oikov aKT)Séa Ka%vó^ ápépSei
7taxpó<; ÓOTOixogévoio • éyt» 5 ’ é'xi vi|7no<; r¡a •
20 vi)v 8’ ¿0ÉÁ.CÚ Kaxa0éa0ai, iv ’ oi) 7rupó<; i^ex ’ áiixpií ».
xóv 8’ aáxe 7tpoG£euc£ tpíÁT) xpotpcx; EÍ)pí>KÁ£ia •
« ai yáp Stj rcoxe, xéxvov, £7ritppoGÓva<; ávéZoio
oikov Kr|8eaGai Kai Kxi|paxa rcávxa (puÁáaaeiv.
áXA, áye, xíg xoi éneixa pexoixogévT] (páoc, oíaei;
25 Spwac 8 obk eiag 7tpoJ3Á.cooK£g£v, ai kgv etpaivov ».
xtjv 8 ai) TrjXepaxoi; Kejrvupévo^ ávxíov ijoSa •

320
Libro XIX

Mas él se quedaba en la sala, el noble Odiseo,


cavilando con Atenea la muerte de los pretendientes.
Y al punto le dirigió a Telémaco aladas palabras:
“Telémaco, hay que poner adentro las bélicas armas,
todas, sin excepción, y a los pretendientes con suaves palabras
engatusa, cuando te pregunten al echarlas de menos:
Tas aparté del humo, pues ya no parecían aquellas
que dejó en otro tiempo Odiseo al marchar hacia Troya,
mas están estropeadas en donde llególes aliento del fuego.
Además, esto, más importante, infundió algún dios en mi mente:
que no sea que, ebrios, entre vosotros trabando una riña, 11
os laceréis unos a otros y, así, mancilléis el banquete
y el cortejo: atrae por sí mismo el hierro a los hombres’
Así dijo, y Telémaco obedeció a su padre querido;
y a la nodriza Euriclea llamando hacia afuera, le dijo: 15
¡Amita, vamos! A las mujeres retenme en su sala,
hasta que ponga yo en la bodega, de mi padre las armas
bellas, que, descuidadas, el humo en la casa deslustra,
desde que mi padre está ausente; yo aún era un muchacho,
hoy quiero apartarlas adonde no llegue el aliento del fuego’. 20
Le contestó a su vez la querida nodriza Euriclea:
Ojala ya a la vez, hijo, quisieras tomar la cautela
de ver por la casa y cuidar de todos sus bienes.
Mas dime, ¿quién, entonces, llevará lumbre, yendo contigo?
Prohibiste salir a las siervas, que habrían de alumbrarte . 25
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:

320
HOMERO

« ^eivog 08’ • oó yáp áepyóv ávé^opai, óg kev épfjg ye


XoíviKog árcxriTai, Kai xrjXó0ev eíÁTjÁo'üGáx; ».
wc, áp’ é(p(óvT|a£v, xfj ó’ árcxepo^ ércÁexo pó0o<;-
30 KÁrfíaev Sé 0ó pa<; peyáp©v ¿Ó vaiexaóvxcov.
x© 8’ áp’ ávaí^avx’ ’OSoaeix; Kai<paíSipo<; inó<;
éatpópeov KÓpoOág Te Kai áajcíSag óp<paÁoéaoa<;
eyxeá x’ ó^oóevxa • irápoiOe Sé IlaXZa^ ’A0tjvt{
Xpóaeov Áóxvov é'xooaa (páog 7tepiKaAAé<; ercoíei.
35 Stj xóxe TrjXépaxog rcpoaecpcoveev ov jcaxép’ auf/a-
« © rcáxep, tj peya 0aópa tóS ’ ó<p0aXpoioiv óp©pai •
eprcrjc; poi toíxoi peyápcov KaZaí xe peaóSpai
eiXáxivaí xe Sokoi Kai Kioveg 'bxpócy ’ é/ovxeg
(paívovx’ ó<p0aA,poía’ áse, eí 7copó<; aí0opevoio.
40 rj páÁa xig 0eó<; évSov, oí oí pavov eópóv e/oooi ».
xóv 8’ ájcapeipópevo^ 7cpoaé<pT| 7roA,óprjxi<; ’08ooaeó<;
« aíya Kai Kaxá aóv vóov la^ave prjS’ épéeive-
aÓTij xoi Síktj éaxi 0e©v, oí ,zOZoprcov e/ooaiv.
áXAa ai pév KaxáÁe^ai, éy© S ’ órcoXenj/opai aóxoi,
45 ó<ppa k’ exi Spcpág Kai prjxépa arjv epe0í£©-
tj Sé p’ óSopopévTj eipr|aexai ápqng EKaaxa ».
©g (páxo, TrjZépa/ot; Sé Siek peyápoio pepr¡K£i
keí©v é^ 0áXapov SaíS©v Ótco Xaprcopeváwv,
év0a 7iápo<; Koipa0’, óxe piv yÁOKÓg vnvoc, íkócvoi •
50 ev0’ apa Kai xóx’ eXekto Kai ’H© Síav epipvfiv.
aóxáp ó év peyáp© Ó7reXeÍ7cexo Síog ’OSoaaeó^
pvTjaxripeaai <póvov aóv ’A0t|vtj peppT|pí£©v.
tj S ’ íev ek OaAápoio 7tepí(pp©v Ilr) V£%Ó7T£ta,
’ApxépiSi íkéXtj tje xpvarj ’A<ppoSíxr|.
55 xtj napa pév kXigítjv rcopi KÓcxOeaav, év0 ’ áp ’ é<pí£e,

Sivoxtjv éXétpavxi Kai ápyópíp, tjv tcoxe xéKX©v

321
ODISEA XIX

"Este extranjero, pues no aguantaré de ocioso a quien toque


mis modios de grano, y aunque haya llegado de lejos”.
Así dijo, y sin alas quedó la palabra de aquélla,
y cerró las puertas de la sala de hechura suntuosa.
Tras saltar entonces los dos, Odiseo y su hijo preclaro,
introducían los yelmos y los clípeos umbilicados
y las lanzas agudas; y enfrente, Palas Atena,
teniendo una lámpara de oro, bellísima luz les hacía.
Entonces, le dijo Telémaco, al punto, a su padre: 35
“Padre, sin duda un magno portento aquí veo con mis ojos:
del todo a mí, de la casa los muros y bellos tirantes
y las trabes de abeto y columnas que tienden a lo alto,
así, cual de fuego ardiente a mis ojos parecen.
Sí, adentro hay un dios de los que tienen el cielo anchuroso”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
“Calla y contén tus razones, ya no hagas preguntas;
esa, cierto, es la norma de los dioses que poseen el Olimpo.
Pero tú vete a dormir, y yo aquí mismo voy a quedarme,
para probar a las siervas, todavía más, y a tu madre; 45
ella va a preguntarme, gimiendo, acerca de todas las cosas”.
Así dijo, y Telémaco iba hacia afuera a través de la sala
a la luz de unas teas refulgentes, a acostarse a su estancia,
adonde antes dormía, siempre que el dulce sueño le entraba;
allí, también hoy se acostó, y a la divina Eos aguardaba. 50
Mas él se quedaba en la sala, el noble Odiseo,
cavilando con Atenea la muerte de los pretendientes.
Ella salía de su estancia, la muy prudente Penélope,
semejante a Artemis, o a la áurea Afrodita;
donde solía sentarse, junto al fuego, un sillón le pusieron,
torneado con plata y marfil; otrora lo había fabricado

321
HOMERO

tcoÍtjg’ ’lKgáXicx; Kai orco Gprjvuv rcooiv f]Ke


rcpoacpoé’ e^ aóxf¡(;, 00’ érci peya páÁÁexo Kcbag.
£V0a Ka0é^ex’ érceixa rcepí<ppc»v nrjveÁórceia.
60 rjX0ov Sé Spcpai ÁeoKÓÁevoi ek peyápoio.
ai 8 ’ arcó pév aixov rcoÁóv fípeov p8é xparce£a<;
Kai Serca, ev0ev ap ’ ávSpe<; órceppevéovxe^ é'rcivov •
rcop 8’ arcó Xaprcxripcov %apá8i<; páZov, áAAa 8 ’ érc ’ auxcov
vTjr|oav £óÁa rcoXXá, cpóax; e'pev rjSé 0épea0ai.
65 p 8’ ’OSogtV évévirce MeZav0ó) Seúxepov aóng-
« ^EÍV EXI Kai VOV £V0áS ’ áviT|G£ig Slá VÚKTa
Siveúcov Kaxá oíkov, órcirceí>aei<; Sé yovaÍKac;;
áXA’ e£,eA0e 0úpa£e, xáÁav, Kai Saixóg ovpao-
p xá%a Kai SaÁcp pepÁxipévo<; eía0a 0t>pa£e ».
70 xpv 8’ áp’ órcóSpa í8á>v rcpoaécpri rcoA/úpr|xi<; ’OSoaaeix;•
« Saipovíp, xí poi cbS ’ éné%eiQ k£koxt|Óxi 0opa>;
p Óxi Sp purcócD, KaKá 8é xpoí eípaxa eipai,
rcxcoxe'úcD 8’ ává Sppov; ávayKaíp yáp érceíyei.
xoioóxoi rcxcox°i Kai áAppoveg ávSpeg é'aoi.
75 Kai yáp eycó rcoxe oikov év áv0pórcoiaiv é'vaiov

óXPio<; ácpveióv Kai rcoAÁaKi Sógkov áApxp


xoícp, órcoíot; éoi Kai oxeo Kexpppévo^ éXOoi-
poav Sé 8pcoeg páAa popíoi áAAa xe rcoAAá,
oioív x’ ei) ^cóoooi Kai ácpveioi KaXeovxai.
80 áAAá Zeóg áAárca^e Kpovícov • p0eAe yáp rcoo.
xco vóv pp rcoxe Kai crú, yóvai, arcó rcáoav óAéaop<;
áyAaípv, xp vov ye pexá Spcppai KÍKaaaai,
pv rccóc xoi Seorcoiva Koxeooapévp %akenrivri
p Ooooeix; eAtrp • exi yap Kai eArcioog atoa,
85 ei 8’ ó pév co<; árcóAcoAe Kai oÓKéxi vóoxipói; éoxiv,

áAA’ fjSr, rcaig xoíog ’ArcóAAcovó<; ye eKpxi,

322
ODISEA XIX

el carpintero Icmalio, y le había puesto abajo, para los pies,


un escabel, adjunto al mismo; en él, un gran vellón se tendía.
Allí se sentó entonces la muy prudente Penélope.
Desde su sala llegaron las siervas de cándidos brazos.
Ellas retiraban la abundante comida y las mesas
y las copas de donde los poderosos varones bebían;
tiraron las ascuas al suelo, desde los braseros, y en ellos,
otra leña apilaron, mucha: que hubiera luz, y se calentaran.
Mas Melanto increpó a Odiseo otra vez, la segunda:
“Extranjero, ¿aún ahora, fastidiarás aquí por la noche
rondando en la casa, y vas a atisbar a las damas?
Vete hacia afuera, miserable, y buen provecho de la comida;
o pronto, y golpeado con un tizón te irás hacia afuera”.
Viéndola torvamente, le dijo el ingenioso Odiseo: 70
“Demonio, ¿por qué así, con el corazón airado me agredes?
¿Porque estoy sucio, y malos vestidos me visto en el cuerpo,
y mendigo en el pueblo? Me apremia la necesidad.
De tal tipo son los hombres mendigos y vagos.
Pues también yo, otrora, entre los hombres tenía mi morada 75
rica, yo era dichoso, y algo, a menudo di al vagabundo
tal como él fuera y como él, de algo indigente, llegara;
había siervos, innumerables, y otros muchos haberes
con los cuales los hombres viven bien y con nombre de ricos.
Mas todo devastó Zeus el Cronión; eso quiso, sin duda. 80
Por eso hoy, mujer, también tú, cuida, no sea que algún día
pierdas toda la gloria en que hoy, entre siervas, eres insigne,
si acaso tu dueña, irritada, se enoja contigo,
o viene Odiseo: de esperanza aún existe un atisbo.
Y si él, así, se ha muerto y ya no está destinado al retorno, 85
ciertamente, por gracia de Apolo, ya su hijo es capaz,

322
HOMERO

TnXégaxog- tov 8’ oí) ti<; évi peyápoiai yovaiKcov


XrjOei aTaa0áZXooaércei objceti ttiáíkoc; éaxív ».
cog (páxo, too S’ TÍKooae rcepííppcov nrjveXórceia,
90 ápipírcoXov 8 ’ évévircev é'rco<; x ’ é'cpax ’ ck t ’ óvópa^e •
« rcávxco;, 0apaaXeT], kbov áSSeég, oí) tí pe Zr|Oeig
épSooaa géya epyov, 6 afj KeípaÁfj avagaren;,
rcávxa yáp en fi8rja0 ércei é£ épeó eicXues awñg,
<»<; tov £eivov épeXXov évi geyápoiaiv époiaiv
95 ágípi rcóaei eípea0ai, ércei rci)Kivco<; aKáxripai ».
rj pa, Kai Eópovópriv xapír|v rcpó<; pó0ov é'eircev •
« Eópovopn, (pepe 8p 8í(ppov Kai Kcoag érc’ aóxoi),
ócppa Ka0e£ópevo<; eircp erco<; r,S ’ énaKovap
ó ^eívog épé0ev • é0éXco Sé piv é¿;epéea0ai ».
ioo (be, é<pa0 ’, T] 8é páA,’ ÓTpaZéco^ Kaxé0T|Ke (pepooaa
Sííppov éo^eaxov Kai érc ’ aína) Kcoac; épaXZev •
év0a Ka0é£eT ’ érceixa rcoÁ'ÚTÁat; Sio<; ’OSoaaeúc;.
xoíai 8é pó0cov rjpxe rcepííppcov IlTiveXórceia •
« £eíve, tó pév ae rcpcoxov éycbv eíprjaogai avTr¡ •
ios xí<; rcó0ev eic, ávópcov; rcó0i toi tcóák; rj8é TOKfjeg; »
tt]v 8 ’ árcapeiPópevo^ rcpoaecpT] rcoZoprjTi^ O5i)aaeu<;
« co yúvai, ook áv xí<; ae Ppoxcov erc’ arceipova yaiav
veiKeoi • rj yáp aeo KÁeo<; oopavov eopov iKavei,
tic, xé xeo TJ PaaiÁrjot; ápopovo^, o<; Te 0£OI)8t)<;
no [ávSpáaiv év rcoXXoiai Kai i<p0ipoiaiv avaaacov]
eóSiKÍa^ ávéxpai, cpéppai 8e yaia peÁaiva
rcopoíx; Kai Kpi0á<;, J3pi0T|ai 8e SevSpea Kaprccb,
tíktt| 8’ éprceSa ppÁa, 0áÁaaaa 5é rcapéxp í%0óg
é^ eoriyeaíiK, ápeTÓai 5é Zaoi órc’ aínoi).
115 tíoépé vóv xa pév áZÁa peTaZXa gg> évi oÍKCp,
pr,Sé poi é^epéeive yévog Kai rcaxpíóa yaiav,

323
ODISEA XIX

Telémaco: en la casa, de las mujeres no se le oculta


ninguna, si es insensata, pues ya no es tan niño”.
Así dijo, y lo oyó la muy prudente Penélope,
y ella increpó a la sirvienta, y esto decía y la nombraba:
“Atrevida, insolente perra, para nada, no te me ocultas
cometiendo un acto atroz que habrás de purgar en tu testa.
Porque bien sabias todo, pues tu de mi misma escuchaste
que quería interrogar a ese extranjero, aquí en mi palacio,
acerca de mi esposo, pues estoy afligida del todo”.
Habló, y a la despensera Eurínome dijo estas palabras:
“Eurínome, trae una silla y, encima de ella, un vellón,
para que, tomando asiento, diga sus dichos y me oiga
este extranjero, pues yo quiero hacerle preguntas”.
Así dijo, y aquélla llevó y colocó rapidísimamente 1C
una silla bien pulida, y sobre ella ponía un vellón;
allí se sentó entonces el paciente, noble Odiseo.
Comenzó a hablar entre ellos la muy prudente Penélope:
Extranjero, primero esto preguntaré yo, por mi parte:
¿Quién eres tú, de qué gente? ¿Dónde, tu ciudad y tus padres?”
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
Oh mujer, ninguno de los hombres en la tierra infinita
te reprocharía: cierto, tu fama llega al cielo anchuroso,
cual la de un intachable rey que, con temor a los dioses,
señoreando entre muchos y fuertes varones,
mantiene el buen derecho; y la negra tierra produce
trigo y cebada, y se cargan de fruto los árboles,
y sin cesar procrean las reses, y peces el mar les ofrece
por su buen gobierno, y bajo él, prosperan sus pueblos.
I or eso ahora, en tu casa, otras cosas pregúntame,
y no me interrogues de mi estirpe y de mi tierra paterna,

323
HOMERO

fir| goi gócÁAov 0ogóv évi7üA,r|GT]<; óSovácov


gvr|oagevar gáÁa 5’ eígi 7toXú<jtovo<; • oóSé tí ge xpú
o’Íkío év áXÁoTpío) yoóíüVTíx te gupógevóv te
120 f|G0ai, érceí KaKiov 7cev0r¡gevai aKpixov aíeí •
gij tú; goi Sgcpcov vegeor|O£Tai rjé oó y’ aÚTr|,
cpfj 8e SáKpo rcÁcóeiv peflapriÓTa ge (ppéva<; oívi» ».
tóv 5’ f|geípeT’ erceiTa Tcepúpptüv IIr|veÁÓ7ieia •
« £eív r¡ toi gév éggv áperqv eíSó<; te Sega<; te
125 óSAeoav aGávatoi, ote ’Iáiov eíaavépaivov
’Apyeioi, geia toígi 5 ’ égóc; nómc, f¡ev ’OSuaoeói;.
ei keívÓí; y’ éÁ0wv tóv égóv píov ágtpircoXeóoi,
geí^óv Ke KÁeo<; evr| égóv Kai kóAAiov outco.
vbv ó’ áxogav xóaa yáp goi ércéaaeoev KaKa Saígov.
130 óoaoi yáp vrjaoiaiv é7iiKpaxeouaiv apuran,
AoDÁtxáp te lágp Te Kai úÁTÍevTi ZaravOí»,
oí t’ aúrnv ’I0cíktjv eóSeíeZov ág<pivegovxai,
oí g’ áeKa£opevr|v gvcovxai, xpóxooGi Sé oikov.
tG> ovte ^eívcov égrcá^ogai oü0’ ÍKexácov
135 OÓTC Ti KTIpÓKÍOV, 01 ÓT|glO£pyoÍ &XGIV
áÁA’ ’OSxxyq 7io0éouaa <píÁov KaxaxrjKogai fixop.
oí Sé yágov arceóSouaiv • éyw Sé SóZoix; toXvkevü).
tpápoi; gév goi KptoTov évercveuae <ppeai Saígcov
Gxrjaagévp géyav íaxóv éví geyápoiaiv íxpaíveiv,
140 aetctov Kai rcepígexpov • óúpap 5’ aúxoi; gexéeucov •
< Koúpoi, égoí gv^axíipe;, éjcei 0áve Sío; ’OSoaaeíx;,
gígvex’ éneiyógevoi xóv égóv yágov, eí; Ó Ke <pápo<;
éKxeXéaa», gr| goi gexagcóvia vqgax’ oÁrgai,
Aaépxp rjpcoí xaíprpov, ei; oxe Kev giv
145 goip ’ óÁoú KaOéZpcri xocvrjZeyéo; Oaváxoio •
grj xíc goi Kaxa Srjgov ’A/aiíáScov vegeariap,

324
ODISEA XIX

no sea que tú me llenes aún más de dolores el ánimo


mientras recuerdo: estoy muy afligido; en nada es preciso
que yo en una casa ajena, gimiendo y vuelto un lamento,
me siente, pues siempre es peor el llorar de continuo. 121
No alguna sierva —o tú misma— se indigne conmigo,
y diga que vierto el llanto, pesado de vino en mi mente .
Le respondió entonces la muy prudente Penélope:
“Extranjero, realmente, mi prestancia, en aspecto y figura,
destruyeron los inmortales, cuando hacia Ilion se embarcaron
los argivos, e iba con ellos mi esposo Odiseo.
Si aquél, viniendo, mi vida cuidara,
mayor sería mi fama, y así, esto sería mas hermoso.
Hoy tengo pesares, pues tantos males un dios me lanzó.
En efecto, cuantos príncipes tienen el mando en las islas,
en Duliquio y en Same, y en Zacinto llena de selvas,
y los que habitan en torno de Itaca misma, que es muy visible,
me pretenden mal de mi grado, y consumen mi casa.
Por eso, no hago caso ni de extranjeros ni de suplicantes,
ni siquiera de heraldos, que son artesanos, 135
sino que, a Odiseo deseando, en mi corazón me derrito.
Mi boda ellos apremian, yo unos engaños les tramo.
Primero, algún dios me inspiró en la mente que un manto
tejiera, tras colocarme en mi sala una urdimbre grandiosa,
sutil y muy amplia; y al punto entre ellos hablé: 140
Jóvenes, mis pretendientes, ya que murió el noble Odiseo,
aguardad, aun ansiando mi boda, hasta que yo finalice
-—no sea que vanamente se pierdan los hilos— el manto
fúnebre para el héroe Laertes, para el tiempo en que a él
lo alcance la moira fatal de la muerte asaz pesarosa;
no sea que, en el pueblo, alguna aquea se indigne conmigo,

324
HOMERO

ai kev axep orcEipou keítoci rcoAAá KTEaTÍooa^ >.


co<; £<pagr|v, toígiv 8’ érc£rc£Í0£To 0vpó<; áyr|vcop.
£v0a Kai TigaTrn pév ócpaívEGKov péyav ígtov,
150 VBKTa<; ó’ aZÁÓEGKov, ércr^v 8ái8a<; rcapa0EÍpr|v.
co<; TpiETEc; pév eXt|0ov éycó Kai é'rc£i0ov ’Axaioíx;-
ÓtXX’ OTE TETpaTOV rjA0£V ETOg Kai £7tT|Xv0OV Cúpai,
[pTjvcov (p0ivóvTO)v, rcepi 8’npaTa JlÓW £T£Áéa0r|,]
Kai tote Sr pe 8iá Spqxxi;, KÓvai; oók áXfiyo'óaac;,
155 eIXov £7t£Á0óvT£<; Kai opÓKÁriGav ércÉEaaiv.
(üq tó pév é^ETEÁEaaa Kai oí)K £0éÁova órc ’ ávayicrji; •
vvv 5’ oót’ ¿KcpuyÉEiv Súvapai yápov opte tiv’ áXXi]v
pfjTlV £0’ El)pÍGKCÜ- gáZa 8 ’ ÓTp'ÚvO'UGl TOKT¡££
ynpaG0’, áa%aÁáa Sé ttocíl^ Píotov KaTESóvTcov,
160 yivÓGKCov • TÍSrj yáp ávrjp oió<; te páÁiGTa
o’íkod KT|S£G0ai, tcü te Zeix; ÓXpOV Órcá^El.
áAÁá Kai óg poi eircé teÓv yévog, órcrcó0EV eggí •
oí) yáp arcó Spuóc; éoai rcaXaupaToo oí)5 ’ arcó rcérpri^ ».
tt|v 5’ árcap£ipópevo<; rcpoaé<pr| rcoA,ópr|Ti<; ’OSbggeík;
165 « o yóvai aíSotn AaEpTiáÓECo ’O8dgtío<;,
oókét’ árcoZXri^ei^ tóv épóv yóvov é^epéonaa;
áXX’ ek toi épéco. rj pév p’ áyéeoGÍ ye ScÓGeig
rcXeíoGiv ti éxopai- ó yáp SÍtctj, órcrcóxe rcaTpr|<;
f|<; árcérjaiv ávrjp tóggov xpóvov oaaov éycó vvv,
170 rcoÁAá Ppoxcüv érci áaTe’ áÁrópevog, áAyea rcáoxcov-
áXXá Kai wg epéoo ó p’ áveípeai í|8é peTaAAa<;.
KprjTri tu; yai’ eaxi péacp évi oívorci rcóvxcp,
KaÁ/n Kai rcíeipa, rcepíppvTog- év 8’ áv0pcorcoi
rcoÁAoi árceipéaioi, Kai évvrjKovxa rcóA/ne<; • —
175 aXÁrj 8’ áXAxov yAxoaoa pepiypévrj • év pév ’Axaioi,
év 8’ ’ETeÓKpriTeg p,eyaÁr|Tope<;, év Sé Kí>8cove<;

325
ODISEA XIX

si él sin sudario reposa, aunque mucha riqueza adquiriera.


Así dije, y su ánimo firme dejó persuadirse.
Entonces, también de día, mi grande tela tejía,
mas deshilaba en las noches, tras ponerme al lado unas teas.
Así, tres años yo eludía y convencía a los aqueos;
mas, cuando vino el cuarto año y las estaciones sobrevinieron,
terminando los meses, y muchos días cumplieron su giro,
pues entonces, por mis siervas, perras desconsideradas,
me atraparon, yendo a mí, y me gritaron con fuertes palabras.
Así finalicé ese trabajo, aun no queriendo, por fuerza;
ahora, ni escapar de la boda yo puedo, ni encuentro
ya algún otro consejo; en extremo mis padres me apremian
a casarme, y mi hijo se enfada con quienes devoran sus víveres,
pues lo nota: ya es un hombre, y máximamente capaz
de ver por la casa, a la cual Zeus le concede fortuna.
Mas, aun así, háblame de tu estirpe, de dónde procedes,
pues no eres de la encina del mito antiguo, ni de la roca”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
Oh venerable mujer de Odiseo Laertíada,
¿de ningún modo vas a dejar de explorar mi linaje?
Bien, te lo haré saber; sin duda, me entregarás a pesares
mayores que los que me tienen: es lo normal, cuando un hombre
tanto tiempo lejos está de su patria, cual yo en este caso,
errando por muchas ciudades de hombres, sufriendo dolores,
Mas, aun así, diré lo que tú me preguntas e inquieres.
Existe una tierra, Creta, en medio del ponto vinoso,
ehrmosa y fértil, rodeada de agua; allí hay muchos hombres,
innúmeros, y noventa ciudades —mezclada, su lengua
es una la de unas, y otra la de otras: allí, los aqueos;
allí, los animosos nativos de Creta; allí, los cidones;

325
HOMERO

Acopiéei; te TpvxpÜKZQ dioí te IleXaayoí • —


xrjci 5’ évi Kvcoaóg, pEyáZrj rcoÁig, év0a te Mívcog
évvea>po<; paaíÁeue Aióg pEyáÁo'u oapiarfe,
180 Tcaxpóg époio rcaxrip, p£ya0'ópoo Ae'UKaÁícovog.
AeiiKaZícov 8’ épé tíkte Kai ’ISopEvfja ávaKxa-
áXÁ’ ó pév év vi]eaai Kopcovíaiv ’lZiov eiaco
$X£0 ’ áp ’ ’AxpE'tóflaiv • époi ó ’ ovopa ká-ütov Aí0©v,
ÓKÁÓTEpog y£V£Íj • ó 8’ apa icpÓTepog Kai áp£t©v.
185 ev0’ 'OSutrna éy©v í8ópr|v Kai ^EÍvia 8©Ka.
Kai yáp xóv KprjTr|vS£ Kaxr|yay£v i<; ávépoio
iépevov Tpoí^vóe, rcaparcÁáy^aaa MaÁeicov •
aTÍ¡G£ 5’ év ’Apviatp, Ó0i te arcéo<; EíX£i0mr|<;,
év Aipéaiv xa^ercoiai, póyi<; 8 ’ Ó7ráXo^£v áéXXac.
190 aÓTÍKa 8’ ’l8op£vfja pETÓXÁa áaToS’ áv£Á0©v •
£,eívov yáp oi £<paaK£ <píÁov t ’ ép£v aíSoíóv te.
tcó 8’ f¡8rj 8eKaTT| ÉvSeKáTTi tceXev i|©<;
oíxopÉv© aóv vf|t>ai Kopcovíaiv ’lÁtov £ia©.
tóv pév éy© 7ipóg 8©pax’ áy©v éü é^eíviaaa,
195 évSvKÉ©<; (piXéíov, koÁáxdv Kaxá oíxov eovtcdv
Kaí oi xoi<; áXXoia ’ exápoia oí ap ’ aox© £7covxo,
8x|pó0ev álípixa 8¿úkcx Kai aí0ojra oivov áyeípag
Kai Pov<; ipeóaaa0ai, iva 7iÁr)oaiaTO 0upov.
év0a 8o©8eKa pév pévov iípaxa 8ioi ’Axaioí-
200 eílei yáp popera ávepog péya<; oi>8’ érci yaíp
eia Íaxaa0ai, xahenoQ 8é tic; ©pope Saíp©v •
xp xpeiaKaiSeKárri 8’ ávepog jréae, xoi 8’ áváyovxo ».
’<gk£ yetiSea rcoAAá Áéy©v éxópoiaiv ópoia •
xíi<; 8’ áp’ áKO'uoúarig pee SaKp-ua, tt|K£to Sé xpác,.
205 ác, 8é /taiv Kaxarr|Kex’ év áKpottóXoiaiv ópeaaiv,
f¡v x’ eópog Kaxéxq^ev, £7XT)v Cé<popo<; Kaxaxeóp,

326
ODISEA XIX

los dorios, cuyo cabello se agita, y los nobles pelasgos—;


entre ellas está la gran urbe de Cnosos, en la que Minos
era rey nueveañero, del magno Zeus confidente
y padre de mi padre, Deucalión, el magnánimo.
Deucalión me engendró a mí y a Idomeneo, el soberano.
Pero éste, hacia Ilion, en sus naves curvadas
con los Atridas se había marchado; mi ínclito nombre es Etón,
más joven de edad: él era a la vez, mayor y más fuerte.
Allí, yo mismo vi a Odiseo y le di los regalos del huésped.
Pues también a él lo llevó hacia Creta la fuerza del viento,
cuando deseaba ir a Troya, tras alejarlo del cabo Malea.
Él paró su nave en Amnisos —y allí está de Ilitía la gruta—,
en difíciles puertos, y con trabajo evadió las tormentas.
Yendo a la ciudad, preguntó de inmediato por Idomeneo,
pues decía que era su huésped, querido y honrado;
mas, para aquél, ya era la décima aurora, o undécima,
desde que había marchado a Ilion en sus naves curvadas.
Sí, tras llevarlo yo a mi mansión, le di buen hospedaje,
lo acogí atentamente, pues había muchas cosas en casa,
y para los otros, sus compañeros, los que iban con él,
yo le di, colectando en el pueblo, harina y vino esplendente,
y bueyes para que inmolaran, a fin de saciar su apetito.
Entonces permanecieron doce días los nobles aqueos,
pues los encerraba un gran viento bóreas, y ni en la tierra
los dejaba tenerse en pie: lo excitó alguna acerba deidad;
mas al decimotercio día, el viento cesó, y ellos zarparon”.
Así decía, ensartando, verosímiles, muchas mentiras;
fluían lágrimas de ella al oír, se derretía su semblante.
Cual se derrite la nieve en los montes excelsos,
la que derrite el euro, después que el céfiro la hace caer,

326
HOMERO

rriKOjj.évri<; 8’ apa xf¡<; rcoxapoi 7tXr|0oBGi péovTEc; •


(be, rfjg tt|K£Xo KaXá 7tapr|ía SaKpv xeoBarj^,
KÁ,atoúcrn<; éóv ávSpa, rcapripevov. aóxáp ’OSoGGeóg
210 0-upco pév yoócoGav éqv eXéaipe yuvaiKa,
ócp0aXpoi ó’ ¿x; ei Képa eaxaaav rjé GÍSrjpoc;
áxpépag év pXetpápoiai- SóXcp 8’ 6 ye SaKpva ke50ev.
íl 8’ £7t£i oóv xáp<p0rj JioXvSaKpúxoio yóoio,
é^awí^ piv etceggiv áp£iPopévr| Kpoaéeme •
215 « vuv pév 8r| ged £eívé y’ óíco rc£ipr|a£G0ai,
ei éxEÓv 8rj kei0i oóv ávxi0éoiG ’ éxápoiGi
^EÍviGa^ év gEyápoiGiv épóv rcÓGiv, cog áyopeveiq.
Eircé poi, órcrcoi’ áaoa rcEpi %poi Eipaxa egxo,
aúxóc; 0’ oíoc éqv, Kai éxaípooc;, oi' oi ércovxo ».
220 xt]v 8’ árcap£iPóp£vo<; rcpoaécpri rcoÁ'úprixi<; ’OSdggeik;
« (¡) yúvai, ápyaÁéov tóggov xpóvov ápcpi<; éóvxa
EÍ7CEÍV • ií8r| yáp xó8’ éEiKoaxóv éxog éaxív,
é£, oó KEÍ0EV Eprj Kai épfjg árc£ÁT|Áo0E rcáxpr|<; •
añxáp xoi épéco, poi ivSáÁÁExai flxop.
225 /Áaivav rcopcpupériv oóÁr|v e/e 8ioi; ’OSnaoEÚg,
SircÁíjv • év 8 ’ apa ol rcEpóvTj xpoaoio xexvkxo
aóÁoiaiv SiSópoiav rcápoi0£ 8é SaíSaÁov f|ev •
év rcpoxépoioi rcóSeaai kócov e%e rcoiKÍÁov eááov,
áarcaípovxa Áácov • xó 8é 0at>pá£eaKOv árcavx£<;,
23o oi xpóaeoi éóvxeg ó pév Aáe vePpóv árcáyxcov,
aáxáp ó éKcpvyéeiv pepaóx; rjarcaipE rcóÓEaai.
xóv Sé xvtcov ’ évÓTiaa rcEpi xpoi oiyaÁÓEvxa,
oióv xe Kpopóoio Áorcóv Káxa taxaZéoio •
xeo<; pév éqv paÁaKÓ<;, Áaprcpóg 8’ ^v rjéÁiog tic,.
235 rj pév rcoÁÁaí y’ aóxóv é0nóoavxo yuvaÍKEg.
áÁÁo 8é xoi épéco, ai) 8’ évi cppeai Pcxááeo arjaiv •

327
ODISEA XIX

y, una vez derretida, pues rebosan fluyendo los ríos,


así, vertiendo lágimas, se derretían sus bellas mejillas,
llorando a su esposo, que estaba a su lado. Empero, Odiseo
compadecía en el alma a su esposa gimiente, pero sus ojos,
como si fueran cuernos o fierro, se hallaban impávidos
entre sus parpados: el ocultaba con dolo sus lagrimas.
Mas ella, cuando se hartó del gemido muy lacrimoso,
nuevamente, respondiendo, con palabras ella le dijo:
“Ahora realmente, extranjero, yo pienso en probar
si en verdad allí, con sus compañeros, pares a dioses,
en tu palacio a mi esposo hospedaste, así como cuentas.
Dime qué clase de vestes en torno a su cuerpo vestía,
cómo era él mismo, y los compañeros que allí lo seguían”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
“Mujer, es difícil hablarte de alguien que ha estado distante
tanto tiempo, porque éste ya es el año vigésimo
desde que él se fue de allí, y lejos está de mi patria.
Mas voy a decirte cómo aparece en mi alma su imagen.
Un manto purpúreo, denso, tenía el noble Odiseo,
de doble uso, y en él, un broche de oro se hallaba forjado,
con tubos gemelos; delante, artístico había un simulacro:
en sus patas de enfrente, un perro tenía a un cervato moteado,
lo miraba agitarse. Y se asombraban todos por esto:
cómo, siendo de oro, el uno miraba y ahogaba al cervato,
y el otro, anhelando escapar, con los pies se agitaba.
Y yo advertí en torno a su cuerpo la túnica, espléndida
como hay esplendor en la binza de una cebolla reseca:
así era de suave, y era fulgente, así como ei sol.
iertamente, la veían admiradas muchas mujeres.
C
Te ré otra cosa, y tú has de grabarla en tu mente.
di

327
HOMERO

obk oíS’, í] xáSe eaxo Ttepi Xpoi oíko0’ ’OSoaaeéx;,


r| tn; éxaípcov Sanee 0of)t; éni víjót; íóvxi
tí tú; koo Kai ^eivo^, ércei tcoAAoioiv ’OSoaaeix;
24o eoKE {pitan;- ftañpoi yáp ’A%aia>v f|aav ópoíoi.
Kaí oi éy© yáÁKeiov áop Kai SírctaxKa S©Ka
Katajv rcopqyuperiv Kai xeppióevxa %vra>va,
aíSoíox; 5’ árcérceprcov éijaaéZpoo érci vrjó<;.
Kai pév oi Krjpo^ óXíyov Kpoyevéaxepo^ aóxoó
245 euiexo • Kai xóv toi po0riaopai, oio<; &iv 7iep ’
yupó<; év ©poiaiv, petaxvóxpoot;, ouÁOKáprivoc;,
EopBpaTTig 8’ OVOg’ £OK£' XICV Sé piv é'^OXOV áÁÁcov
©v exáp©v ’OSoaeóg, oxi oí (ppeaiv ápxia pSr| ».
¿og ípáxo, xfi 8’ éxi páXAov íxp’ i'pepov ©pac yóoio
250 axipax’ ávayvo'óaxi, xá oi éprceSa rcécppaS’ ’OSoaaeót;.
tj S’ ércei oáv xáp(p0ri 7ioXi)5aKpóxoio yóoio,
Kai xóxe piv póOoiaiv ápeiPopévri rcpoaéeure •
« vóv pev 8r| poi, £eíve, 7iápo<; rcep é©v éA,eeivó<;,
év peyápoiaiv époiai (píXog x’ eap aíSoióg xe-
255 aóxrj yáp xáSe ei'pax ’ éy© nópov, oi ’ áyopeóeu;,
Trrú^ac’ £K Oataípoi), nepóvTjv x’ ércé0r|Ka (paeivijv
keÍvío áyaXp’ épevai. xóv 8’ oó/ úrcoSé^opai at>xi<;
o’ÍKaSe vooxTjaavTa epítajv ég rcaxpíSa yaíav.
x© pa Kaicrj aíap KOiÁrj; érci vrjó<; ’OSoaaeíx;
26o cpxex’ £7toyóp£vo<; KaKoíXiov oók óvopaaxr|v ».
tt|v S’ ájtapeiPópevo^ rcpoaéípri 7ioÁópr|xi<; ’OSoaaeó^
« © yuvai aíSoírj AaepxiáSe© ’OSoarjo<;,
PT|keti vóv xpóa KaXóv évaípeo prjSé xi 0opóv
xf|K£ rcoaiv yoo©cr oc. vepeaa©paí ye pév oóSév •
265 xai yáp xíg t áXXoíov óSópexai ávSp ’ óÁéaaaa
KoopiSiov, icp TEKva xéierj <piXórr|Ti piyeiaa,

328
ODISEA XIX

No sé si Odiseo, en casa, estas prendas vestía en su cuerpo,


o se las dio, yendo en la rauda nave, algún compañero,
o quizá, incluso algún extranjero: Odiseo para muchos
era un amigo, pues de los aqueos, pocos eran sus pares.
Yo también le di una espada broncínea y un manto de doble
uso, uno hermoso, purpúreo, y una túnica orlada;
y a su nave de buenas cubiertas lo envié con honores.
Y, cierto, un poco de más edad que él, un heraldo
lo seguía; te hablaré también de éste, cómo era a la vista: 2
redondo en sus hombros, bronceado de piel, peliensortijado,
Euríbates era su nombre; y Odiseo, mas que a sus otros
compañeros lo honraba, pues era, con él, de un pensamiento .
Así habló, y le suscitó aún más el deseo de gemir,
reconociendo las señas seguras que le expuso Odiseo. 25
Mas ella, cuando se hartó del gemido muy lacrimoso,
entonces, respondiendo, con palabras ella le dijo:
“Ahora realmente, extranjero, aun siendo antes muy miserable,
en mis salas serás querido y honrado,
pues yo misma le di esos vestidos, cual tú los describes, 255
tras plegarlos, de la bodega, y le puse ese lúcido broche,
que fuera su ornato. Mas a él no voy a acogerlo de nuevo
retornando a la casa, a la tierra patria querida.
Así pues, con mal hado, en la cóncava nave Odiseo
se marchó a visitar la maldita Ilion, la nefanda”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
Oh venerable mujer de Odiseo Laertíada,
hy ya no estropees tu hermoso semblante, ni tu corazón
o
derritas gimiendo por tu esposo. En nada me indigno,
pues cualquier mujer, cuando pierde al esposo legítimo,
que ijos dio al unirse a él en amor, se lamenta, inclusive

328
HOMERO

-q ’OSoorj ov <poe<n Geoíg’ évaZíyKiov Eivai.


áXXóc yóon pév rcaÜGai, épEio Sé gdvGeo jwGov •
vrjjiepxéax; yáp toi po0r|Gopai oúS ’ ErciKEüoco,
270 ó)<; q Sr) ’OSoGqoq éyoo rcEpi vógtod aKovaa
áy%oí>, ©£arcpcúT¿bv ávSpíov ev rciovi Sqpcp,
^(ooí) • aínáp áy£i KEipqXia rcoAAa koci EG0Áa,
avn^cov ává Sqpov. ócTccp épiqpaq ETaipouq
gSXege Kai vqa yXa<popqv évi oívorci rcovTíp,
275 ©pivaKÍqq arco vtjgob icóv • óSóoavTO yáp aí)T(p
Zeix; te Kai ’HéÁioq • too yáp póag EKTav ETaipoi.
oi pév rcávTeq óXovto rcoÁUKÁ’úoTtó évi rcóvTíp-
tóv 8’ áp’ érci Tpórcioq vqóq J3áÁE Kop’ érci %épaoo,
<X>air|K<jov éq yaiav, oi' áyyíOeoi yeyáaaiv •
280 oi 5q piv rcepi Krjpi 0eóv TipqoavTO
Kai oi rcoÁAá 8óaav rcéprceiv Té piv qGeAov aÓToi
oiKa8’ árcqpavTov. Kai kev rcáXai év0á8’ ’OSoaoEÓq
qqv • áÁA’ apa oi tó yE KépSiov eíaaTO 0op(p,
XpripaT’ áyupTÓ^Eiv rcoÁAqv érci yaiav íóvti-
285 coq 7t£pi KEpSea rcoÁAá Kaia0vqT¿ov ávGpórccov

oíS’ ’OSuaeóq, oi)8’ áv Tiq éptooEiE ppoTÓq áÁÁoq.


cóq poi 0EarcpíOT©v PaaiÁeóq pt>0qaaTO $£ÍSa>v •
oSpvue Sé rcpóq ép’ aínóv, árcoorcévScov évi oikíp,
vqa KaTeipáaOai Kai ércapxéaq é'ppev ÉTaípooq,
290 oí 8q piv rcepipovai (píXqv éq rcaxpíSa yaiav.

áAA épe rcpiv arcercepye • TÚ%qo£ yáp ép/opévT] vqSq


ávSpcov OearcpcoTüjv éq AooXí/iov rcoA/úrcopov.
Kai poi Ktqpax eSei^ev, ooa ¿qovayEÍpax’ OSocroEiSq ■
Kai vú KEV éq SeKaxqv yeveqv éxepóv y’ en 0Óctkoi •
295
xoaaa oi ev peyapoiq KeipqA-ia keíto ávaKxoq.
xóv 5 ’ éq AcoSóvqv <páxo J3qpevai, ótppa Geoio

329
ODISEA XIX

si no es igual a Odiseo, quien dicen que era par a los dioses.


Anda, calma el gemido, y mis palabras advierte;
pues te hablaré verazmente, y no voy a ocultarte
que ya, del retorno de Odiseo yo mismo escuché 270
que cerca, en el rico país de los hombres tesprotos,
está vivo; y él trae tesoros, muchos y bellos,
pues pide en los pueblos cual huésped. Mas a sus caros amigos
y su cóncava nave perdió en el ponto vinoso,
desde la isla Trinacia viajando: en su contra se airaron 275
Zeus y el Sol, pues de éste, sus compañeros mataron las vacas.
Ellos, todos, perecieron en el ponto muy ondulante;
a él, de la nave en la quilla, a la playa lo echaron las olas,
al país de los feacios, que son parentela de dioses.
Ésos lo honraron mucho, de corazón, como a una deidad
y le dieron muchas cosas, y ellos mismos querían escoltarlo
ileso, a casa. Y Odiseo, hace tiempo que aquí debería
estar, mas, sin duda parecióle en el alma que esto era mejor:
reunir riquezas, a través de la vasta tierra marchando;
asi, más que los hombres mortales, muchas astucias
sabe Odiseo; ningún otro mortal, con él medirse podría.
Así me dijo las cosas Fidón, el rey de Tesprotia;
y el juro ante mi mismo, libando en su casa,
que una nave había sido botada, y listos estaban los hombres
que lo conducirían ya, a la tierra patria querida.
Mas me despidió antes, pues salió casualmente una nave
ed hombres tesprotos con rumbo a Duliquio, fértil en trigo,
me mostro las riquezas que había reunido Odiseo;
Y
si, aun a otro alimentaría, y hasta su décima generación:
en tal cantidad , en las salas del rey los tesoros se hallaban.
Mas decía que el a Dodona había ido, a escuchar el designio

329
HOMERO

ek Spx>Ó£ óvj/iKÓpoio Ató<; pooÁT|v ércaKoóaai,


orcrcox; vogttigeie <p{Ár|v é<; rcaTpíSa yaíav,
r¡8r) 8t]v árc£©v, ápipaSóv íje Kpo<pri8óv.
300 (OQ Ó pév OOT©£ EGTÍ GOOC, Kaí éÁEOGETai íj8r|
áy%i páA,’, ooS’ eti Tf|Ze <píÁ©v Kai TcaTpíSot; aír|^
Sripóv á7C£GG£ÍTai- EpjCTfé Sé TOI ÓpKia 8©g©.
Ígt© vov Zeóg jcprna, 0e©v orcaTog Kai ápiGTO<;,
igtÍtj t’ ’OSoGrjoí; ápopovog, rjv áipiráv©-
305 T| pév toi TaSe rcávTa TeXeíeTai ©<; áyopeú©.
tooS’ aoToó X'UKápavToi; éXeóoeTai év0á8’ ’08oggeó<;,
too pev <p0ívovTo<; privón too 8’ ÍGTapévoio ».
tóv 8 ’ aoTe 7tpooéeni£ Ttepúpprov rTnveXórceia •
« aí yáp toóto, £eíve, etco^ T£T£A.eopévov eítj •
310 t© ke Taya yvoÍTi<; ipiXÓTqTá te TcoÁZá te 8©pa
é^ épeo, ©<; áv tú; ge aovavTÓpevog paKapí^oi.
áXXá poi ©8’ ává 0opóv óíeTat, ©<; éaeTaí rcep •
oot’ ’08ogeó<; eti oikov éÁeÓGETai, oóte gó 7top7crjg
Teó^fl, ércei oó toíoi GtipávTopét; eía’ évi oík©,
315 oioc; ’OSoggeÓí; egke pet’ ávSpáaiv, eí jiot’ ér,v ye,
^eívoog aí8oíoo<; á7to7tep7iépev r|Sé 8é%ea0ai.
áXXá piv, ápcptrcoAoi, a7covív«TE, kóctOete 8’ eóvrjv,
8épvia Kai /Xaívag Kai prjyea GiyaÁóevTa,
©<; k’ eó 0aÁ,7iió(ov xpoaó0povov ’H© ÍKTjTai.
320 rj©0ev 8e páV rjpi Xoéooai te %píaaí te,
©<; k’ ev8ov Tiapá TrjZepá/© Seínvoio péSr|Tai
rjpevoi; év peyápcp. t© 5’ áÁyiov, o<; kev EKeívcov
tootov áviáí^p 0opo<p0ópog • oóSé ti epyov
év0áS ’ eti irpú^Ei, páÁa 7ü£p KE/oÁmpévoc aív©<;.
325 k&c, yáp épeo aó, ^eíve, óarjaeai, eí ti yovaiK©v
áÁÁá©v rcepíeipi vóov Kai ércúppova pfpiv,

330
ODISEA XIX

de Zeus, desde la encina del dios, altamente frondosa:


cómo podría retornar a la tierra patria querida,
él -ya mucho tiempo distante—, si de frente o a ocultas.
Así, de ese modo, él está salvo y ya va a regresar 3
muy pronto, y lejos de sus amigos y tierra paterna
ya no distará mucho tiempo. Con todo, te haré un juramento.
Hoy, Zeus lo sepa primero, el supremo y mejor de los dioses,
y el hogar del intachable Odiseo, al cual he llegado:
ciertamente todo esto se te ha de cumplir como digo. *
Durante este mismo año, aquí va a venir Odiseo,
cuando termine esta luna, y la nueva comience”.
Le contestó a su vez la muy prudente Penélope:
“Ojalá esta palabra, extranjero, llegara a cumplirse;
entonces, pronto sabrías de amistad y de muchos regalos
míos, de modo que alguno, al encontrarte, feliz te diría.
Mas me late en el alma así, cual va a suceder en efecto:
ni Odiseo algún día va a venir a su casa, ni escolta
conseguirás, porque en casa no existen señores así 314
como era Odiseo entre los hombes —si es que antaño existió—,
para escoltar y acoger a extranjeros, que son venerandos.
Empero, siervas, lavadle los pies, y un lecho ponedle,
cama y mantas y espléndidas colchas,
para que bien caliente llegue a Eos de trono dorado.
Mas, al alba, muy de mañana bañadlo y ungidlo,
para que adentro, junto a Telémaco, de la comida se ocupe
sentado en la sala. Será muy molesto para quien, de aquéllos,
funestamente a este incomode, y ya ningún otro
trabajo hará aquí, aunque muy en extremo se irrite.
Pues, extranjero, ¿cómo sabrás de mí, si en algo supero
a otras mujeres, en mente y juicioso consejo,

330
HOMERO

ei kev orijaTaXeoc;, kcxkói £igévo<; év gEyápoiai


Saiviip; avOpoorcoi Se pivi>v0á8ioi teAéGodoiv.
o<; jjlev á7cr|vf|(; aÚTÓc; ép Kai ájipvéa eíSfj,
330 tg) Sé KaxaptüVTai návxe.c, ppowi áÁ/ye’ ókíggg)
^(D¿p, áxáp t£0v£cútÍ y’ é(p£\|/ióc0VTai a7iavT£<;-
og 8’ áv apópciv aÚTÓ<; é'p Kai ágópova EÍSp,
TOB g£V T£ KÁ£O<; £BpB Slá ^ElVOl (pOpéoBGl
rcávxai; en ’ avOpórcout;, JioÁÁoí te piv éo0Áóv éeircov ».
335 TTJV 8’ á7iag£lpÓp£VO^ TlpOGEípT] 7lOÁBgpTl£ ’08bggeb<; •
« á» yóvai aíSoíp AaEpTiáSEG» 'OSvarjo^,
p toi époi %Zaivai Kai ppyEa aiyaÁÓEVTa
px0£0’, ote rcparcov KppTpi; óp£a vupÓEVTa
voatpiaáppv érci vpó<; íwv SoÁixppETgoio-
340 K£iG) 8’ ü><; tó rcápog jeep áorcvoix; vÚKTa<; íaoov.
KoÁÁái; yáp 8p vÓKTai; (xeikeáíü) évi Kotrp
a£oa Kai t ’ ávépEiva éo0povov ’Hcü Siav.
oó8é tí poi JcoSávucTpa rcoScov é7nppava 0ogG)
yívETai- obSe yuvp teo8ó<; áigETai pgETEpoto
345 tócov, di toi Sopa Kara SppoTEipai é'aaiv,
£Í prj tk; yppvc; éaxi 7iaAxxirj, KEÓvá íSoia,
ií tk; 8p T£TÁ.r|K£ TÓaa (ppEoiv óaaa t ’ éycó 7l£p •
xp 8’ obk áv cp0ovéoipi 7co8cov á\j/ao0ai épeío ».
tóv 8’ aÓTE TtpooéEirce rcEpícppcov ílpvEÁÓKEia'
350 « ^eíve <piA,’ • ob yáp nú tk; ávpp 7i£7cvi)pévo<; co5e
^eívcov TTjXeSaTTíov cpiAícov épóv íketo 8copa,
áx; aó páX’ £Ó(ppa8écog 7t£7cvi)g£va rcávi’ áyopEBEig-
egti 8é poi yppó<; 7ii)Kivá tppeai pr|8e’ e/ovaa,
P KEIVOV 8ÚGTTJVOV él) TpÉípEV T,5’ áTlTaAAE
355 8£%ag£VT| XeípEGG’, OTE piv TlpCOTOV TEKE pT|Tpp ’
p ge 7üóSa<; víyEi, óÁiyr|7C£X£Oi)aá 7i£p Eg7ip<;.

331
ODISEA XIX

si escuálido, malamente vestido, en las salas


banqueteas? Breve tiempo viven los seres humanos.
A quien es cruel, él mismo, y de crueles ideas,
a él, los mortales, todos, para el futuro le imprecan dolores
mientras vive, y de él, cuando ha muerto, todos se mofan;
de quien es intachable, él mismo, y de ideas intachables,
de él, los extranjeros extensamente difunden su fama
entre todos los hombres, y muchos, bueno le dicen”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo: 3:
“Oh venerable mujer de Odiseo Laertíada,
en realidad, para mí, las mantas y espléndidas colchas
perdieron su gracia, desde cuando los montes nevados
de Creta dejé, en la nave de largos remos partiendo;
quiero acostarme como antes pasaba las noches insomnes. 34
En efecto, ya muchas noches yo, sobre un sórdido lecho
pernocté y esperé a la divina Eos que tiene buen trono.
Ni el agua para los pies me resulta agradable
en el ánimo, y no tocará nuestro pie ninguna mujer
de esas, a las cuales tienes cual criadas en casa, 345
si no hay una anciana vetusta, muy cuidadosa,
alguna que tanto, cuanto yo, haya sufrido en su pecho;
a ésa, yo no prohibiría que tocara mis pies”.
Le contesto a su vez la muy prudente Penélope:
Caro extranjero, tan juicioso, aún ningún hombre extranjero
de tierras lejanas, más caro que tú, ha llegado a mi casa,
cuan sapientisimamente dices con juicio todas las cosas.
Tengo una anciana que alberga en su pecho consejos prudentes,
que criaba bien y alimentaba gustosa a aquel infeliz,
tras recibirlo en brazos, una vez que pariólo su madre; 355
te lavará ella los pies, con todo y que ya no es robusta.

331
HOMERO

áXX’ áys vov ávGTaaa, jc£pt<pp©v EopókXewc,


vívjzov aoio avaKTcx; óprjXiKa- Kaí rcoo ’OSoggeíx;
TÍórj toiogS ’ éoTi 7tó8a<; toiógSe te %£ipa<;'
360 aiya yáp év KaKorriTi Ppotoí KaTayr|páoKoooiv ».
©g áp’ E(pT|, YpT|i>£ Se KaT£o%£TO%£poí 7tpóa©7ia,
SaKpoa 8’ EK^aÁ-E 0£ppá, etccx; 8’ óXotpoSvóv eeijcev •
« © poi éy© geo, tekvov, ágr|xavo<; • rj ge TtEpí Zeó<;
áv0p©7I©V TÍx0Tlp£ 0£Oo8Éa 0OgOV £%OVTa.
365 oí) yáp rc© ng TÓaaa ppoT©v Aii TEpjciKEpaóvq)
rcíova pTjpí ’ ekt| ’ oí)8 ’ é^aÍTooi; EKaxópPat;,
OGaa oó t© éSíSoot; áp©g£vo^, eío<; íkoio
yfjpá<; te Xutapóv 0p£\j/aió te <paí8ipov oióv •
vov 8é toi oí© rcáprcav átpEÍXfiTO vóoTigov r|gap.
370 oot© 7too Kat keív© é<peyió©vTo yovaiKEg
^EÍv©V TnXESa7E©V, OTE TEO KÁOTa 8©ga0 ’ IKOITO,
óx; oé0£V ai kove<; aíSE Ka0£ifnó©vTai anaaai,
xá©v vov á©Ptiv te Kaí aía/ea ttóXX’ áXeeívwv
ook éáag ví^Eiv • égé 8 ’ ook áÉKOOoav áv©y£
375 KOÓpTJ ’ÍKapíOlO, 7T£pí(pp©V IIr|V£XÓ7i:£ia.
t© ge jcó8a<; vnj/© apa t ’ aÓTng ITr|V£Xo7i£Ír|<;
Kaí GE0EV eí'vek’, £7ceí goi óp©p£Tai EvSo0i 0ogó<;
ktiSeoiv. áXX’ áy£ vov ^ovíei ejioi;, otti kev eÍ7t©‘
7coXXoí 8ti £,eívoi TaXaicEÍpioi év0á8 ’ íkovto,
380 áXX’ oo 7c© Tivá <pr|jLu éoiKÓTa ©Se Í8éa0ai
©<; ao SÉpat; <p©vrjv te 7có8ag t ’ ’OSoaní EoiKa<;».
rqv 8’ aTcagEipógevo^ 7tpoaé<pr| TroXóprjTi^ ’O8oggeó<; ♦
« © yprjo, oot© cpaaív oaoi í8ov ó<p0aXpoíaiv
Tjgéa<; áptpoTÉpoo^, páXa eíkóX© áXXrjXoiiv
385 Egpevai, ©g aó 7t£p aÓTq £7ruppov£ooa ’ áyopeÓ£i<; ».
©<; áp’ ecpT|, ypr|Ó<; Sé XépT]0’ eXe 7iag<pavó©VTa,

332
ODISEA XIX

Anda ahora, muy prudente Euriclea, levantándote lava


a1 que es de los mismos años que tu amo; quizás Odiseo
ahora es así de los pies, y es asi de las manos.
rápido, en la desventura, los hombres se vuelven ancianos”
Así habló, y la anciana se cubrió con las manos el rostro,
lágrimas ardientes solto, y dijo estas tristes palabras.
“¡Hijo, ay de mí, por causa tuya, yo desvalida! Sin duda,
Zeus te odió más que a otros hombres, aunque tenías ánimo pío.
Porque aún ningún mortal, a Zeus que se goza en el rayo
le quemó tantos pingües muslos, ni hecatombes selectas
cuantas tú le ofrecías, suplicando que pudieras llegar
a una vejez apacible, y criar a un hijo que fuera preclaro;
mas hoy, sólo a ti te quitó del todo el día del retorno.
Quizá así, también de aquél se mofaban las siervas de extraños
de tierras lejanas, cuando iba al ilustre palacio de alguno,
como las perras aquí se mofan de ti, todas; y, de ellas
hoy evitando la injuria y las muchas infamias, no dejas
que laven tus pies; mas a mí, y es de mi grado, eso me ordena
la hija de Icario, la muy prudente Penélope.
Por eso tus pies lavare, a la vez, por Penélope misma
y por ti, porque mi ánimo adentro se encuentra excitado
con cuitas. Mas anda, hoy escucha el dicho que voy a decirte:
ya muchos extranjeros muy sufridos aquí han arribado,
mas yo afirmo que aún no he visto tan parecido, a ninguno,
como tu en figura, en voz y en los pies, a Odiseo te pareces”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
Oh anciana, así afirman cuantos con sus ojos nos vieron
a ambos, que el uno al otro muy semejantes
somos, como también tú misma, siendo sensata, lo dices”.
Dijo, y la anciana tomó una vasija del todo luciente,

332
HOMERO

tío rcóSag é^arcévi^Ev, óSop 5’ évexeóaTo rcoÁÁóv,


vjruxpóv, e7ieixa 8é 0£ppóv eTrntp'uaev. arnáp ’OSdggeix;
l^ev árc’ éaxapócpiv, tcotí Sé gkótov ETpaTCET’ aiya*
390 aüxÍKa yáp Kaiá 0upóv oiGaTo, pr| é Áapouaa
oñXnv ápcppaGGaiTo Kai ápcpaSá é'pya yévovro.
ví^e 8 ’ áp ’ áaaov iouaa ávax0 ’ éóv • aúrÍKa 8 ’ Eyvco
oóXf|v, tt|v floré piv gb<; rjXaGE áeükco óSóvti
IlapvnaóvS’ ¿Á0óvra pet’ AútóXvkóv te Kai ula;,
395 p.T|Tpó<; éfj<; flarép ’ eg0Xóv, og áv0pcóflou<; EKEKaaTO
KÁE7TTOOÚVT1 0’ opKíp te* 0eó<; 8é ol aóróc; eScokev
'EpjiEÍag* to yáp KExapiGpéva prjpía KaiEV
ápvcov ó8’ épícpcov • ó Sé ol flpócppcov áp’ Ó7vr|S£i.
A-ótóX'ükoc; 8’ éX0óv ’I0áKT|<; ég flíova Sfipov
400 rcai8a véov yEyaora kixÓ^^to 0uyarépo<; fjg •
tóv pá ol EopÚKXEia cpíAoia’ eaí yoúvaai 0í}ke
flauopévo SópTtoio, ETtog t’ £<par’ ek t’ óvópa^EV •
« AótóXdk’, at>TÓ<; vñv ovop’ EÜpEO, otti ke 0eío
jtaiScx; rcai8i cpíXcp • floZuápriroi; 8é roí egti ».
405 tt|v 8 ’ aÓT ’ AúróÁ'UKog áflap£Íj3£T0 <póvr|aév te *
« yapppóg épóg Góyarép te, tí0eg0 ’ ovop otti kev eíao •
7ioXÁ,oiaiv yáp éycó ye Ó8i)aaáp£vo<; tóS ’ Ikcxvcú,
ávSpáaiv r|8é yovai^iv ává x0óva J3oriáv£ipav •
t<¡) 8 ’ ’OSdgeix; ovop ’ e'gto Eflcovopov. aoráp éycó ye,
410 otctcÓt’ áv T)Prjaa<; pTjTpóíov ég péya 8opa
éX0ri riapvriGÓvS’, o0i aoó poi KrrjpaT’ eaoi,
tov ol éyó 8óoo Kai piv xaípovr ’ áfloflépyo».
tov evek’ t|X0’ ’OSbgeó^, iva ol flópoi áyXaá Sopa.
tóv pév áp ’ A'ütóXokó^ te Kai oiée<; AútoÁókoio
415 /epaiv t Tiajia^ovTo ekeggí te pEiXixíoiai*
pr|TT|p 8 Apcpi0ET| priTpóg 7t£pwpí)a’ OSoarji

333
ODISEA XIX

en la que ella lavaba los pies, y vertió agua abundante,


fría, y después echó ahí la caliente. Empero, Odiseo
se acomodó lejos del fuego, y se volvió, presto, a lo obscuro,
pues sospechó de inmediato en el alma, que ella, al cogerlo,
su cicatriz notaría, y las cosas se harían evidentes.
Acercándose, a su amo lavaba; reconoció de inmediato
la cicatriz que antaño, con blanco diente, le hinco un jabalí,
cuando él fue hacia el Parnaso, a visitar a Autólico e hijos,
el noble padre de su madre, el cual superaba a los hombres
en latrocinio y perjurio: mismo un dios le dio ese regalo,
Hermes, pues le quemaba muslos jocundos de sus corderos
y de sus cabritos, y aquél, benévolo, lo acompañaba.
Y Autólico, al fértil pueblo de ítaca otrora marchando,
encontró, apenas nacido, al niño de su hija; 400

y pues a éste, Euriclea colocó en las rodillas de aquél


que acababa su cena, y esto decía y lo nombraba:
‘Autólico, hoy tú mismo halla el nombre que tú le pondrías
al hijo querido de tu hija; sin duda, él es muy deseado”.
Le respondió a su vez Autólico, y dijo: 405
¡Mi yerno, mi hija! Ponedle el nombre que voy a deciros;
ciertamente he llegado yo aquí, odiado por muchos,
varones y mujeres, por la tierra que al hombre sustenta;
así, sea Odiseo su nombre, nombrado por eso. Yo mismo,
cuando él, siendo joven, a su grande casa materna
vaya, al Parnaso, donde mis posesiones se encuentran,
le daré algo de ellas, y lo enviaré de regreso contento”.
Por ello fue Odiseo, por que le diera espléndidos dones.
A él, naturalmente, Autólico y los hijos de Autólico
lo saludaban de mano y con dulces palabras;
y Anfítea, de su madre la madre, abrazando a Odiseo,

333
HOMERO

Küaa’ apa giv KecpaXriv te Kai ágqxo <páea KaÁá.


AíítóAa)ko<; 8’ uioicnv ekekXeto KDÓaAípoiai
Seíkvov E(pO7cXíaaai • toí 8 ’ ótpil)vovto<; aKouaav.
420 awKa 8’ EÍaáyayov Pouv apGEva K£VTa£TT|pov •
tov Sépov ájiípí 0’ £7eov Kaí giv Sié/Euav árcavxa
pÍGTüÁÁÓV t’ ap’ £KlGTag£VC0<; 7C£ipáv t’ ópEÁoíaiv
QKTTiaáv te KEpKppaSéax; SáaaavTÓ te goípag.
(ÜQ TOTE g£V TCpÓftttV rigap ég T|éÁiov KaTaSúvxa
425 SaívnvT oo8é ti 0opó<; eSeoeto SaiTÓg eiar^ •
íjgog 8’ rjéÁiot; KaTÉ8u Kai ekí Kvécpat; r¡A0£,
8r¡ tote KOiprjaavTo Kai otvod 8a>pov eáovto.
rjgoc; 8’ Tipiyéveia cpávr| poSoSaKTuÁoc; ’Hcó^,
páv p’ i'gev éc, 0r|priv, rigév kove<; rjSé Kai aúxoi
430 mee<; AutoÁúkou • pera toigi Se 8ío<; ’OSuaaEix;
tí'íev • aircu 8’ Ópoc; rcpoaépav KaTaeigévov uXp
napvriaoij, rá/a 8’ ÍKavov 7tTÚxa<; rivEgoEoaai;.
’Héáaoc; gév erceiTa véov rcpooépaÁÁEv ápoopac;
é£ áKaXapp£ÍTao Pa0uppóou ’fíKEavoío,
435 oi 8 ’ ég pfjaaav ÍKavov ErcaKTrjpEc; • rcpó 8 ’ ap ’ aurrov
i/vi’ epEuvéovTe; KÚve; rjinav, atnáp otcictOev
díée; AotoAúkoo • pera toíqi 8e Sío; ’OSoaaEix;
ffiev áy%i kuvcov, KpaSácov SoÁi/ógkiov £y%o;.
év0a 8’ ap’ év Á.ó%gp KUKivp KarÍKEiro géya; ctu;•
44o ttjv pev áp’ out’ ctvépcov Siárj pévo; úypóv áévrcov,
oüte giv ryéXio^ cpaé0cov (xktígiv ePaÁÁev,
out ’ ogPpoí; rcepáaaKE SiaprcEpé; • apa ttukvti
rjev, áxáp cpúÁZcov évér|v /úoi; TjZi0a 7toÁÁr|.
tóv 8’ áv8pcov re kuvcov te jrEpi ktÚkoc t|A0e ttoSoüv,
445 ó; ¿TcáyovTE; ercíiaav • ó 8 ’ ávTÍo; ek ^uáo^oio,
cppí^a; eu Xo<pir|v, rcup 8’ cxpOaÁpoícn SeSopKcó;,

334
ODISEA XIX

pues le besó su cabeza y, ambos, sus ojos hermosos.


Mas Autólico llamó a sus hijos gloriosos
a preparar la comida. Al que apremiaba, aquéllos oyeron.
Y, de inmediato, un buey de cinco años trajeron;
lo desollaban, se afanaban, y lo destazaron del todo;
partían hábilmente en trozos, y espetaron con los asadores;
y asaron cautelosamente y repartieron porciones.
Así entonces, todo el día, hasta la puesta del sol,
comían: su alma no carecía de un banquete igual para todos.
Mas, cuando el sol se ocultó y la obscuridad sobrevino,
entonces se acostaron y tomaron el regalo del sueño.
Al mostrarse Eos que nace temprano, con dedos rosados,
pues se fueron presto de caza, los perros y mismos
los hijos de Autólico; con ellos iba el noble Odiseo.
Ellos subieron al áspero monte vestido con selva,
al Parnaso, y pronto, a sus airosas cuchillas llegaban.
El Sol entonces, apenas golpeaba los campos,
tras salir del Océano de fluir tranquilo y flujo profundo,
y ellos, los cazadores, llegaban al valle; adelante
de ellos, iban los perros, rastreando vestigios, y atrás,
los hijos de Autólico; con ellos iba el noble Odiseo,
cerca de los perros, blandiendo su lanza de sombra alargada.
Allí, en un tupido boscaje, yacía un gran jabalí;
a través, ni soplaba el vigor de vientos que húmedos soplan
ni, jamas, con sus rayos, el luciente sol adentro golpeaba,
ni a través hasta el suelo pasaba la lluvia: así de tupido
estaba, y allí, muy grande, había un montón de hojarasca.
Le llego en torno el ruido de los pies de los hombres y perros,
cuando incitando avanzaban; el, desde su guarida, de frente,
erizando firme el lomo, y con fuego, en sus ojos, fulgiendo,

334
HOMERO

axfj p’ ceÚTíbv G%eSó0ev. ó 6’apa rcpcoxiaxog ’OSuacjEÓg


eaavr’ ávaaxópevo^ SoZixóv 8ópv xeiP^ 7ca%eír|,
oúxápEvai pEpaóc; • ó Sé piv <p0áp£vo<; eXaciEv ovq
450 yox)vó<; B7i£p, rcoÁÁóv Sé Sirwvae aapKÓ<; óSóvxi
XiKpi(pi<; áí^ag, ovS’ óaxéov í'kexo (pcoxó^.
xóv 8’ ’OSuoex^ oóxtige xv/óv Kaxá Se^iov ©pov,
ávxiKp'i) 8e 8ifjÁ0£ (paEivou Soupó^ aK©KT| •
Ka8 8’ £7T£a’ év Kovípai paK©v, arcó 8’ é'rcxaxo 0opó<;.
455 xóv pév áp’ A'Óxoáúkod rca£8£<; <píÁoi áp<p£rcévovxo,
g)X£iAt]v 8 ’ ’OSvariot; ápópovot; ávxi0éoio
Sfjoav érciaxapév©<;, ércaoiSp 8 ’ aípa KEÁaivóv
£GX£0ov, ai ya 8’ í'kovxo (píÁoo rcpóc; 8©paxa rcaxpóg.
xóv pév áp ’ AóxóXdkÓí; xe Kai x>íé£<; Aóxoá-ókoio
460 ex) vnaápevoi tj8 ’ áyAaá 8©pa rcopóvxe^
KGtprcaÁípcúg xaípovxa (píÁcog x«ípovx£^ erceprcov
eí<; ’I0áKT]v. xój pév pa rcaxxjp Kai rcóxvia pr|XTjp
xaípov voaxr|aavxi Kai é^epéeivov EKaaxa,
oúXqv oxxi rcáOoi- ó 8’ apa aepíaiv en KaxéZe^ev,
465 óSg piv 0r¡p£Óovx’ éÁaaev au<; Zedk© óSóvxi

riapvT|aóv8’ éXOóvxa aóv uíáaiv AoxoA/Úkoio.


ttjv ypT|i)<; xeípeo(Jl Kaxarcpiivéaai Áapoóaa
yv© p ’ ércipaaaapévrj, rcóSa Sé 7ipoér¡K£ (pépeadai •
ev Sé Aéprjxi rcéae Kvrjpxi, Kaváxx|a£ Sé /aÁKÓg,
470 áy 8’ exépcoa’ ekAíOt] • xó 8’ érci x^ovóc éEpxyQ' vSaip.

xrjv 8’ apa xáppa Kai áAyog eáe <ppéva, xó) Sé oi óaae


8aKpoó<piv rcÁrjaGev, OaXeprj Sé oí eaxcxo tp©vr|.
áyapévrj Sé yeveíox) ’OSoaaf¡a rcpoaéEircev •
« t| paA’ OSoaaeiSg éaai, <píXov xéKog • ox>8é a ’ éy© ye
475 rcpiv eyv©v, rcpiv rcavxa ávaKx’ épóv áp<pa<páaa0ai ».

tj, Kai nrjveXorceiav éaéSpaKev ó<p0aApoíai,

335
ODISEA XIX

se paró cerca de ellos. Y pues Odiseo, el primero de todos,


se apresuró, alzando su larga pica en su mano fornida,
ansioso de herirlo; mas, yendo antes, lo hirió el jabalí
sobre la rodilla, y mucha carne agotó con su diente,
Irrumpiendo sesgado, mas no llego al hueso del hombre.
Mas Odiseo, acertando, lo hirió en el hombro derecho,
lo atravesó de lado a lado la punta de la pica luciente,
payó en el polvo gruñendo, y su vida hacia afuera volo.
Del jabalí se ocupaban los hijos queridos de Autólico,
y la herida del intachable Odiseo, semejante a los dioses,
vendaron hábilmente, y la negra sangre con encantamientos
contuvieron, y luego, de su padre a la casa se fueron.
A él, naturalmente, Autólico y los hijos de Autólico,
después de curarlo bien y darle espléndidos dones, 4í
de inmediato, al alegre, alegres enviaban con gusto
a Itaca. Su padre y su madre honorable, por él, que volvía,
estaban alegres y preguntaban cada detalle,
de la cicatriz, qué le había pasado; y les contó exactamente
como a el, cazando, con blanco diente lo hirió un jabalí, 465
cuando el, con los hijos de Autólico, fue hacia el Parnaso.
Al cogerlo, con las palmas de sus manos palpando, la anciana
reconoció esa cicatriz, y arrojó el pie, que éste cayera;
al pantorrilla cayó en la vasija, hizo estrépito el bronce
y se volcó por un lado: el agua se derramó sobre el suelo.
A una, el gozo y la pena tomaron su pecho, y sus ojos
se llenaron de lágrimas, y su voz al brotar se detuvo.
Y le dijo a Odiseo, tocando su barba:
Cierto, eres Odiseo, hijo querido; ni siquiera yo misma
te conocí antes de que a mi amo tocara del todo”.
Así dijo, y a Penélope ella miró con sus ojos,

335
HOMERO

rcetppaSéeiv é0éZoBGa (píÁov rcóoiv évSov éóvxa.


f| Ó’ ove’ áGprjoai Sovai’ ávTÍrj obte vorjoai-
erj yáp ’A0rjvaír| vóov £Tpa7C£v. aúeáp ’OSbggebí;
480 X£Íp’ £Kigaaaáp,EV0(; (pápByo<; Xápe 8e£vceprj<pt,
TT} 8’ ETEpTJ £0£V aOGOV épBGGaTO (pa)VT|G£V T£-
« gaia, TÍg g’ é0éAei<; óÁéaai; gb Sé g’ £Tp£(p£<; aBTrj
t© g© £7ii ga£© • vbv 8 ’ áAyea rcoAXá goyrjoa<;
,qÁB0ov eíkogt© exei é<; icaTpíSa yaiav.
485 áXk’ éneí é<ppáo0Ti<; Kaí toi 0eóg e'gPaÁe 0og<p,
GÍya, gr| xíc, t ’ áÁÁog éví geyápoiai 7rú0T|Tai.
©Se yáp é^epé©, Kai grjv TETeÁeagévov é'aTai •
eí x’ bti’ égoí ye 0eóg Sagáap gvr|OTf|pa<; áyaBOBg,
oí)5é ipotpoB oBGiy; oéu áípé^ogai, ótcttot’ av áAXag
490 8g©á<; év geyápoiaiv égoi<; KT£Ív©gi yBvaiKag ».
TÓV 8’ aBT£ 7lpOG£El7T£ 7T£pí(pp©V EBpBKÁEia*
« TEKVOV égóv, TCOÍÓV GE E7TOC ípByEV épKOC ÓSÓVTCOV.
oiG0a gév, oiov égóv gévo<; egrceSov obS ’ ekieikxÓv •
e^© 8’ ©<; ote tu; gtepet] Áí0o<; rjé aíSr|po<;.
495 aAAo Sé toi épé©, gb 5’ éví <pp£oí páZÁeo afjaiv •
eí X’ órcó <*°í ye 0e°<¡ Sagáarj gvrjGTfjpa^ áyaBOB^,
8n tote toi KaTocÁé^íD éví geyápoiai yBvaÍKa^,
ai Té a ’ árigá^oBOi Kaí ai vr|A,£ÍTiSé<; eígi».
rqv 8’ ¿TCageipógevog 7rpoaé<pT] 7roA/ógT|Ti<; ’OSbggebi;-
500 « gaia, titj Sé gb tóc<; pB0r)oeai; oóSé tí ge %pr] •

eb vb Kaí aBTÓ<; éy© tppáaogai Kaí EÍ'aog ’ ekocgtt|v.


áXA-’ £%£ Giyp gB0OV, ETtÍTpEVpOV Sé Oeoígiv ».
(be, ap’ éq>T|, ypTjóg Sé SiéK gEyápoio )3£j3r|K£i
oioopEVTj 7io8ávi7TTpa ♦ Ta yáp icpÓTEp ’ e'kxbto jcávxa.
505 aircáp éjceí víyev te Kaí tjAeuj/ev áítc ’ éÁaícp,

aBTi^ áp’ áaaoTép© 7copó<; eAketo Súppov ’08bggeb<;

336
ODISEA XIX

queriendo indicar que su esposo querido estaba en la casa.


Mas ésta, ni podía ver al frente, ni entender esas cosas,
porque Atenea le distrajo la mente. Empero, Odiseo,
tras palpar con su mano derecha, tomóla del cuello,
y con la otra, la atrajo cerca de sí, y esto le dijo:
“Ama, ¿por qué quieres destruirme? Tú misma me criaste
en tu pecho, en éste. Hoy, habiendo sufrido muchos dolores,
he venido a mi tierra paterna en el año vigésimo.
Mas, pues te diste cuenta y un dios te lo puso en el ánimo,
calla, no sea que algún otro en la casa lo sepa.
Pues así lo diré, y ciertamente habrá de cumplirse:
si bajo mi mano un dios rinde a los pretendientes egregios,
ni siendo nodriza, si hablas, te perdonaré cuando mate
a las otras mujeres sirvientas en este palacio”. 490
Le contestó a su vez la muy prudente Euriclea:
“¡Hijo mío, qué palabra huyó de ti, del redil de tus dientes!
Sabes bien cómo mi ánimo es firme y no veleidoso;
me mantendré cual si fuera una dura piedra, o cual fierro.
Te diré otra cosa, y tú has de grabarla en tu mente. 495
Si bajo tu mano un dios rinde a los pretendientes egregios,
entonces te nombraré a las mujeres en este palacio,
tanto a las que te deshonran, como a las que son inocentes”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
Ama, ¿por qué hablarás de ellas? En nada es preciso: 500
yo mismo vigilaré bien, y conoceré a cada una de ellas;
pero manten en silencio el asunto y confíalo a los dioses”.
Así habló, y la anciana se iba a través de la sala a traer
agua para los pies: la de antes, toda se había derramado.
Y cuando ella lavó y ungió sus pies pingüemente con óleo,
de nuevo jalaba su silla Odiseo más cerca del fuego,

336
HOMERO

0epaópevo<;, o'úXrjv Sé Kaxá paKéeaai KaÁuye.


xoiai Se pv0a)v ^pxe nepuppcov ÍIr| veÁófteia ■
« £eive, xó pév a’ exi xvxGóv éyóv dprjGOfiai amr¡
510 Kai yáp Siy koixoio xáx’ éaaexai T]Séo<; cóprj,
ov xivá y’ i$7xvo<; eXp yXvKepóg Kai KqSópevóv rcep.
aóxáp époi Kai rcév0o<; ápéxpr|xov rcópe 8aíp©v ♦
iípaxa pév yáp xéprcop’ óSopopévri yoócoaa,
é'g x’ épá é'py’ ópócoaa Kai áptpircóÁcov ¿vi oiKqr
515 aóxáp E7rnv vi)^ eX0T|, éÁT|cí xe koíxcn; a7iavxa<;,
Keipai évi ZeKXpcp, rcoKivai Sé poi áp<p’ áSivóv KÍjp
ó^eiai peXeSravai óSopopéviiv épéOouaiv.
©<; 5’ oxe riavSapéoi) Kox>pr|, xÁcoprpí; ár|8©v,
KaXóv aeíSpaiv é'apo<; véov iaxapévoio,
520 8evSpé©v év 7texáÁoiai KaGe^opévrj tcdkivoígiv,
ii xe 0apá xpwncoaa %éei TtoÁoSe'üKéa (p©vr]v,
rcaíS’ óXo<pvpopévr| ’'IxoÁov (píÁov, ov 7ioxe xaÁKw
Kxeive Si’ átppaSía^, Koópov ZrjGoio ávaKxo<;-
gk; Kai époi Síxa Gvpóg ópópexai évGa Kai évGa,
525 rjé pév© napa rcaiSi Kai epueSa /cávxa <poÁaaaa),
Kxfjaiv ép-qv Sp(pá<; xe Kai ÓYepecpéí; péya 8©pa,
e'úvqv x’ aíSopévq Koaiog Sqpoió xe «pfjpiv,
nSn áp’ ércwpai, ’Axaióv óg xi; ápiaxog
pváxai évi peyápoiai, rcopcov árcepeíaia eSva.
530 7taí<; 5’ épó<; eíog ér|v éxi vqTciog rjSé xaAi<pp©v,

yripaaG’ oií p’ eía 7cóaio<; Kaxá 8©pa Aircovaav •


vvv 8’ oxe 8q péyag éaxi Kai qpqi; péxpov ÍKÓcvei,
Kai Sti p’ ápáxat icáÁiv éAGépev ck peyápoio,
kxt|ctio^ áa%aXó(t)v, xqv oi KaxéSovatv ’Axaioí
535 áAÁ’ áye poi xóv óveipov wrÓKpivai Kai aKooaov.

xf|vé<; poi Kaxá oíkov éeÍKoai jcopóv eSouaiv

337
ODISEA XIX

para calentarse, y cubrió la cicatriz con sus harapos.


Comenzó a hablar entre ellos la muy prudente Penélope:
“Extranjero, esto aún brevemente preguntaré por mi parte,
porque ya pronto será hora del suave reposo para ese 5!
a quien acoge el dulce sueno, aun estando afligido.
Mas a mí, algún dios me ha dado una pena que es inmensurable;
en efecto, durante los días gozo, aún gimiendo y quejándome,
pues mis labores procuro, y las de mis siervas, en casa,
mas cuando llega la noche y a todos acoge el reposo, 515
yazgo en mi lecho, y, en mi corazón oprimido, copiosas
preocupaciones agudas me inquietan al tiempo que gimo.
Como cuando canta bellamente el ruiseñor verdinoso,
la hija de Pandáreo, al comenzar de nuevo la primavera,
tras posarse en el denso follaje de las arboledas, 520
pues ella, modulando mucho, difunde un polífono trino,
llorando por Itilo, su hijo querido, al que antaño con bronce
mató imprudentemente, al que era hijo del príncipe Zeto;
asi, de dos modos mi alma se excita, de un lado y del otro:
o permanezco con mi hijo y firmemente cuido de todo 525
mis bienes y siervos, y mi gran casa de alta techumbre—,
respetando el lecho de mi esposo y la voz de mi pueblo,
o ya me voy con quien sea el mejor de los hombres aqueos,
que me corteje en la sala, ofreciendo una dote infinita.
Mi hijo, mientras aún era muchacho y flojo de mente, 530
me impedía casarme y dejar de mi esposo la casa;
mas hoy, cuando es grande y llega al tiempo de la juventud,
también ya me ruega que del palacio me vaya de vuelta,
enfadado por esos bienes que los aqueos le devoran.
¡Anda! Interprétame este sueño, y escucha. 535
En mi casa, veinte gansos comen trigo ablandado

337
HOMERO

bSaxog, Kaí te a<piv taívopai eíaopócoaa •


éX0á>v 8’ é^ opeog peyote; aieTÓg áyK'üÁo%r|A,r|<;
rcáai koct ’ aúxévae; f|^e Kai EKTavev • oi 8 ’ ¿Ké^ovio
540 áGpóoi év peyápoicr’, ó 8’ éc, aí0épa 8iav áép0p.
aiíxáp éyó) KÁ.aiov Kai £K(üküov év jeep óveípo),
áp<pi 8e p’ T|yepé0ovxo éÜ7cZoKapi8e<; ’A%aiaí,
oiKTp’ óXoíp'opopévTjv, o poi aíeióe; EKTave xfjvag.
áy 8 ’ éA0¿)v Kaz ’ áp ’ e£et ’ érci 7rpoi)xovTi peÁáGpo),
545 (pcovfj 8e Ppoxeri KaTeprjwe ycóvrjaév te-
< Oápaei, ’lKapíoi) Koópri ttj Aekáeitoío •
ot)K óvap, áÁA’ iircap éa0Xóv, o toi TETEÁeapévov eaiai.
xfjvee; pév pvrjaTfjpee;, éyá> Sé toi aÍ£TÓ<; opvig
rja 7tápo<;, vvv ai)T£ TEÓg 7ióai<; eíA,r|A,ov0a,
550 ó<; rcáai pvriaTripaiv áetKea rcÓTpov étprjaco >.
cot; éípaT’, aÚTap épé peÁrr|STi<; vkvoq ávíjKe-
7ia7iTT|vaaa Sé xñvag évi peyápoia ’ évo^aa
icupóv épeKTopévov^ napa tcóeáov, t¡xi Ttápog roep ».
tt|v 8’ árcapeiPópevoe; 7tpoaé<pr| tcoAbptitk; 'OSvacrev^-
555 « &) yóvai, ov 7ití)c, egtiv í>7TOKpívaa0ai oveipov

áAAp árcoKÁívavT ércei r¡ pá toi aÓTÓg ’OSvaaeix;


rcéíppaS’, órcax; TeXéei- pvr|OTÍjp<n Sé (paíver ’ ofoQpog
rcácn páX\ oáSé ké tu; 0ávawv Kai idjpa<; áAo^ei »•
tóv S’ ai) te 7ipooé£i7i£ 7i£pí(ppcov niiveAórceia •
560 « é,£iv ’, rj toi pév óveipot ápiíxavoi áKpiwpoOoi
yívovT oóSé ti návTa TeZeíciai ávQpcónoicri.
Soiai yáp te rcóZai ápevrivcov eígiv óveípíov •
ai pév yáp Kepácaai TETeó/aTai, ai 5 ’ éZéípavTi.
tcóv oi pév k’ eXOíogi Siá rcpiaToó ¿ÁéepavTog,
565 oi p’ éÁ.e(paípovTaí, érce’ aKpáavTa (pépovT£<;-

oí Sé Siá ^eotwv Kepácov eZOcoai 0ópa£e,

338
ODISEA XIX

con agua, e incluso me alegro con ellos, al verlos;


mas, viniendo del monte un águila grande, de pico ganchudo,
les rompió el cuello a todos, y los mató; tirados quedaron
en la sala, en montones, y ella se alzo hacia el cielo divino.
Mas yo, incluso en sueños, lloraba y gemía, y las aqueas
de hermosos rizos se juntaban en torno a mi, que lloraba
míseramente, porque el águila había matado a mis gansos.
Viniendo de nuevo, se posaba en un techo sobresaliente,
y con voz de mortal ella quería contenerme, y habló:
‘Ten ánimo, hija del celebérrimo Icario;
no es un sueño, mas una buena visión, que habrá de cumplirse.
Los gansos son los pretendientes, y yo, el águila de antes
era, hoy de nuevo he llegado, tu esposo, el que a todos
los pretendientes voy a infligir una muerte humillante’. 550
Así dijo, y me abandonó el sueño dulce cual miel.
Y mirando en torno, yo vi en la sala a los gansos
comiendo trigo a lo largo de su artesa, justo donde antes”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
“Mujer, es imposible que uno interprete tu sueño 555

retorciéndolo de otro modo, pues cierto, el mismo Odiseo


dijo cómo ha de cumplirlo; es patente la ruina de todos
los pretendientes, y nadie evitará la muerte y las Parcas”.
Le contestó a su vez la muy prudente Penélope:
Extranjero, incomprensibles, de obscuro sentido, los sueños
son, y, en lo absoluto, no se les cumple todo a los hombres.
En efecto, de los frágiles sueños existen dos puertas:
la una, con cuernos, y la otra, con marfil está trabajada.
De ellos, los que vienen por el marfil cortado con sierra,
éstos engañan, trayendo palabras que no han de cumplirse;
y los que vienen afuera a través de los cuernos pulidos,

338
HOMERO

oi p eroga KpaívooGi, jipoTcov oxe Kév ti; t'SrjTai.


áXX’ égoi ook évT£Ó0ev ó'iogai aivóv óveipov
éÁ0égev • f| k’ aorcaaTÓv égoi Kai 7taiSi yevoiTo.
570 aXXo Se toi ¿peco, gó 8 ’ évi <ppeai (3áÁÁeo of¡aiv •
r^Se Srj r|á>; eíai SoGÓvogo;, rj g’ ’OSoaf¡o;
oikoo árcoaxTiGei • vóv yáp KaTa0rja(o áe0Zov,
too; rceXéKea;, toó; keívo; évi geyápoiaiv éoioiv
ioTao%’ é^eíri;, Spoó%oo; o;, SióSeKa TtávTa;-
575 GTa; S ’ Ó ye tcoÁÁov áveo0e SiappÍ7CTaaK£v óígtóv.
vóv Sé gvr|GTT|peGGiv áe0Aov TOOTOV étpÓGCÜ-
o; Sé ke prgTaT ’ évTavóap |3ióv év TtaXágrioi
Kai Sio'iGTeÓGT] jceÁéKecov SooKaíSeKa TtávTiov,
reo kev ág’ éo7roígr}v, voatpioaagévo tóSe Scoga
580 KoopíSiov, gáZa KaXóv, évÍKÁeiov fhÓTOio,
toó jiote gegvr|a£G0at ó'íogai EV Ttep óveípco ».
ttjv 5’ árcageipógevo; rcpoaécpri 7coÁógiiTi; ’OSdggeó;-
« co yóvai aíSoír) AaepTiáSeco ’OSuafio;,
gr|K£Ti vóv ávápaÁZe Sógoia’ évi toótov áeGAov
585 7ipiv yáp toi 7toZógr|Ti; éZeóaeTai év0á5’ ’OSuaaeó;,
ti piv toÓtou; TÓSe tó^ov éo^oov ágcpacpócovTa;
veopóv t’ évxavóaai SioíaTeóaaí te aiSópou ».
tóv 8’ aóxe Ttpoaéeute nspíypcov ITr|veAÓ7teia •
« e’t k’ é0éXoi; goi, §eíve, 7tapógevo; év geyápoiai
590 xépTieiv, oó k¿ goi Ó7tvo; é7ti PAecpápoiai xo0eír).
áAA’ oó yáp Ttco; éaTiv áuTtvoo; éggevai aiév
áv0pcÓ7too; • kni yáp toi ¿KáaTcp goípav eOr¡Kav
áGávaxoi OvrjToiatv érci ^eíScopov ápoupav.
áXÁ’ rj toi pév éycov ÓTtepcoíov eíaavapáaa
595 Xé;ogai eí; eóvr|v, ó goi awvóeaaa TéruKTai,
aiei SaKpua’ égoíai 7tecpi)pgévr|, éc, oó ’OSuaaeó;

339
ODISEA XIX

éstos, cuando un mortal los ve, cumplen cosas verídicamente.


Pero no creo que a mí, desde aquí, ese sueño terrible
haya venido. ¡Cierto, grato sería para mí y para mi hijo.
Te diré otra cosa, y tú has de grabarla en tu mente:
Ya viene aquí, ignominiosa, la aurora que va a separarme
de la casa de Odiseo: ahora voy a poner un certamen,
esas hachas de doble hoja a las cuales aquel en su sala
ponía en fila, cual soportes de una quilla, doce en total,
poniéndose él muy lejos, a través de ellas pasaba su flecha.
Hoy esto voy a encargar cual certamen a los pretendientes;
quien facilísimamente extienda en sus manos el arco
y a través de todas las hachas, las doce, dispare una flecha,
con él yo me iré, abandonando esta casa legítima
por matrimonio, muy hermosa, toda llena de víveres; 58o
creo que a veces la recordaré, aunque sólo en mis sueños”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
“Oh venerable mujer de Odiseo Laertíada,
ahora ya no difieras más en la casa ese certamen;
pues antes, cierto, vendrá aquí el ingenioso Odiseo, 585
antes de que ésos, manejando este arco que está bien pulido,
tensen la cuerda y disparen la flecha a través de los fierros”.
Le contestó a su vez la muy prudente Penélope:
Extranjero, si quisieras, sentado a mi lado en la sala,
deleitarme, no se vertería el sueño en mis párpados. 590
Sin embargo, no es posible que estén en vigilia por siempre
ol s hombres, porque en cada cosa pusieron medida
los inmortales a los mortales en la tierra dadora de grano.
Mas ciertamente yo, subiendo al piso de arriba,
me acostaré en mi lecho, que para mí se ha vuelto luctuoso,
siempre empapado en mis lágrimas, desde cuando Odiseo

339
HOMERO

&%et’ ércoYÓpEvoc; KaKoíXiov oík óvopaoTTiv.


£v0a ke ÁE^aípriv • oi) 5e Xé^eo tíoS’ évi o’íkcú,
t\ %apá§t<; oTopéoa<;, 1} toi Kaxá Sépvia Gevtíov ».
6oo oq £{7101)0 ’ áv épaiv ’ orcEpana oryaXÓEVTa,
oi)K oin • apa xíj y£ Kai áptpÍTcoXoi kíov áXXai.
££ 6’ i)7i£p(p’ ávaP&oa oi)v ápípuiáXoioi yovai^i
KÁaiEV etceit’ ’O&oofia, tpíXov rcóoiv, ótppa oi iSrcvov
T)Ói)v £7ti pkEtpápoioi páXfi yXa'UK&KK; ’A0r|vn.

340
ODISEA XIX

se marchó a visitar la maldita Ilion, la nefanda.


Allí podría yo acostarme; tú aquí, duerme en la casa,
o tendiendo un lecho en el suelo, o bien que una cama te pongan”.
Dicho esto, ella subía al espléndido piso de arriba,
no sola, con ella, además, también fueron sus siervas.
Tras subir al piso de arriba con sus mujeres sirvientas,
luego lloraba a Odiseo, su esposo querido, hasta que sueño
dulce le puso en los párpados la ojiglauca Atenea.

340
20. OAYLZEIAI Y

Amap ó év rcpoSópxo eovíx^eto Síoc; ’OSoggeÓí; •


Kaji |iév áSévrjTov poépv oTÓpEa’, aoTap OTC£p0£v
KÓeatcóXX’ óíov, too<; ípeoegkov ’Axaioí-
Eópovópp 5’ áp’ érci x^ocivav páXe Koi|ir|0£VTi.
5 ev0’ ’OSogeoi; juvriaTfipai KaKa (ppovéarv évi 0'Djuxp
keit’ éyp'nyopóajv • Tai 8’ £K jiEyápoio yovaiKEt;
p'ÍGaV, aí JIVpGTppGlV é|LllGy£GKOVTO 7iápo<; 7ÍEp,
áXÁpXpGi yéXw te Kai £o<ppoaóvr|v rcapéxooaai.
too 5’ copívETo 0op,ói; évi gtt|0eggi (píXoiai-
10 rcoXÁá 8e gEppppi^E KaTa tppéva Kai KaTa 0opóv,
tje jiETaí^ag 0ávaTov teo^eiev ¿Kaorp,
p et’ éq> gvpoTppoiv orcEpípiáXoiai giyrjvai
ooTaTa Kai rcógaTa • KpaSíp 8é oi é'vSov óXóktei.
©<; Sé KÓarv ápaÁpai rcEpi gkoXóckegoi pEpcóaa
15 ávSp’ ¿yvoipaaG’ óAxxei pépovév te p,áxeo0ai,
¿he, pa too evSov oXcxktei áyaiojLiévoo KaKa é'pya.
GTp0o<; Sé nXp^ag KpaSípv pvÍ7ia7i£ po0G) •
« TÉTÁa0i 8p, KpaSíp • Kai kóvtepov áXÁo tcot’ ETÁpg,
pgaTi tío, ote goi jiévog áaxeT0£ pcGie Kókácovjz
20 i<p0ípoo<; ETapoog- ai) ó’ éTÓXjLiag, Oíppa ge jLrrjTi^
é^áyay’ é£, ávTpoio óiópevov 0avÉ£G0ai ».
6¡>Q EípaT’, év GTT|0£GGI Ka0aTCTÓg£VO(; (píÁOV TJTOp-
tw Sé páX’ év rcEÍap KpaSíp jieve TETÁpoia
vwXejxegx;- aTap aoTÓg eXíggeto év0a Kai Ev0a.
25 á)<; 8 ote yaGTEp’ ávpp rcoÁéog Tcopóg aí0ogévoio,
égTiÁeípv KvÍGpg ™ Kai aígaTOi;, év0a Kai é'v0a

341
Libro XX

Mas el noble Odiseo, en la antesala aprestaba su lecho:


extendió abajo un cuero de buey, no curtido, y arriba,
muchas zaleas de ovejas que mataban aquellos aqueos;
y Eurínome a él, ya acostado, un manto encima le puso.
Allí Odiseo, contra los pretendientes, malévolo en su ánimo,
yacía insomne. Y ellas, las mujeres, salían de su sala,
las que ya antes solían unirse con los pretendientes;
salían dándose entre ellas motivos de risa y de gozo.
El ánimo de Odiseo se turbaba en su pecho querido,
y él ponderaba mucho en su mente y en su ánimo w
si, irrumpiendo detrás, le daría muerte a cada una de ellas,
o dejaría que se unieran con los pretendientes soberbios
la última vez y postrera. Su corazón adentro ladraba.
Cual una perra, de sus tiernos cachorros encima plantada
al desconocer a un hombre, ladra y anhela pelear,
así, adentro ladraba el de aquél, airado por malas acciones.
Mas, golpeando su pecho, al corazón increpó con palabras:
¡Aguanta, corazón! Algo incluso más perro otrora aguantaste
aquel día, cuando el cíclope, indomable en coraje, tragaba
a mis fuertes amigos: resistías hasta que una artimaña
te sacó desde el antro, cuando tú pensabas morir”.
Así dijo, dirigiéndose a su alma en el pecho,
y, con mucha obediencia, el corazón se quedaba aguantando
firmemente; mas él mismo se volvía de un lado y del otro.
Como ciando, ardiendo un gran fuego, un hombre una panza
rellena con sangre y gorduras, de un lado y del otro

341
HOMERO

aióAÁp, paAa 6’ anca XiXaÍExai ÓKXT|0fivai,


ó<; áp’ o y’ Ev0a Kai ev0a eáíggexo ¡lEppripí^rov,
órcrccog Siy pvriGxfipGiv ávaiSÉGi %eipa<; é(pr|G£i,
30 poiivoc; éóv koAegi. gxeSó0ev Sé oi t|A0ev ’A0t|vti
oúpavó0ev Kaxapaoa, 8epac, 8’ t¡íkto yuvaiKÍ •
axf| 8’ áp’ ÍTcep KEípakfig Kaí pxv rcpó<; po0ov eeute-
« xírcx’ ave’ éyprjGGEi^, rcávxcov rcepi Kappope <pcoxóv;
oíkoc, pév xoi 08’ éaxí, yuvri 8é xoi t)8 ’ évi oí'kg)
35 Kai Kaí;, oióv kod tic; ééXSexai éppevai Día ».
xí)v 8’ (X7iapeipó(ievot; rcpoaéípTi rcoÁÁ)|Tr|xiq ’OSnooeóg
« vai 8t) xaáxá ye rcávxa, 0eá, Kaxá poipav eeulec •
áXAá xí poi xó8e 0opó<; évi (ppeai p£ppi)pí^£i,
okkgx;8tj pvTjoxripaiv ávaiSéoi xeípa<; étpxioco,
40 poDvog éóv ■ oi 8’ aiev áoXXéeg évSov eaoi.
jipcx; 8’ Ext Kai xó8e peí^ov évi <pp£GÍ pEppxipí^w
eí 7i£p yáp KXEÍvaipi Aió<; xe ge0ev xe ekt)xi,
jiíj kev DKEKKpotpDyoipi; xá G£ <ppá^EG0ai ávcoya ».
XOV 8’ OÓXE KpOGEElKE 0£a yÁ,aDK(0Kl<; ’A0T|VT) *
45 « gxetÁae, Kai pév xíg xe xepeíovi keí0e0’ éxaípcp,
o<; KEp 0vr)xó<; x’ émi Kai oí) xóaa priSsa oí8ev •
aáxáp éyó 0eo<; Eipi, 8iapK£p£<; i) ge cpüXaaaa)
év TxávxEOGi tcÓvoig’. épéco Sé xoi é^avatpav8ov •
El TCEp 7t£VXT|KOVXa Aóx01 pepÓKCOV áv0pCO7tCOV
50 vcoi KEpiaxaÍEv, KXEivai pepacoTEt; "Aprii,
Kaí kev xóv éÁáoaio póac; Kai i'qua pfjAa.
áÁA’ éXéxco ge Kai Drcvog- ávír| Kai xó cpoAáoGEiv
KáwDX0V éypxiGGovxa, KaKÓv 8 ’ DKoSáGEai t)8t| ».
óg cpáxo, Kaí pá oi dkvov érci pÁEcpápoiGiv e/exiev,
55 aDXT) 8’ ay é<; "OZoprcov árcéaxiXE 8ia 0£ácov.
EDXE XÓV D7tV0<; EJiapKXE, ÁÍ)C0V (lEÁESlíjiaXa 0opoo,

342
ODISEA XX

mueve céleremente, y desea que muy rápido se ase,


así aquél, de un lado y del otro se volvía ponderando
cómo pondría las manos en los pretendientes impúdicos,
él solo, contra muchos. Y Atenea le llegó de repente
bajando del cielo; se asemejaba en figura a una dama;
se colocó sobre su cabeza, y estas palabras le dijo:
“¿Por qué velas de nuevo, desdichado entre todos los hombres?
Tu casa, aquí está, y aquí está tu mujer en la casa,
y tu niño, tal cual alguien anhela que su hijo resulte”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
“Sí, diosa, todo eso dijiste conforme a lo justo;
sin embargo, algo mi alma pondera en el pecho:
cómo pondré las manos en los pretendientes impúdicos,
estando solo, cuando ellos siempre están juntos adentro.
Además, esto, más importante, pondero en mi mente:
aunque yo los matara, por la gracia de Zeus y la tuya,
¿a dónde podría yo escaparme? Eso te pido que pienses”.
Le contestó a su vez la diosa ojiglauca Atenea:
“¡Obstinado! Uno, hasta en un compañero más débil confia,
aunque es un mortal y no sabe tamaños consejos,
mas yo soy una diosa, la que continuamente te cuido
en tus trabajos, en todos. Te lo voy a decir claramente:
aunque unas cincuenta bélicas bandas de hombres mortales
nos rodearan a ambos, en un combate anhelando matarnos,
incluso de ellos sustraerías sus vacas y pingües ovejas.
Que también el sueño te tome: es fastidio el que uno vigile
velando toda la noche; ya de tus males serás liberado”.
Así dijo, y pues le vertió sueño en sus párpados,
y ella, la diosa de diosas, de vuelta se fue hacia el Olimpo.
Cuando, las penas de su alma soltando, el sueño lo asía,

342
HOMERO

KXalev 8”’ ?°Z°? S ap’ e«YPeto keSvo ÍSoTa,


’ 'V ^KTpOlCTl “^onévn naXaKoíatv.
, P EKei KXaiovoa Kopéooaxo ov Kaxá Gopóy,
60
pxepioi rcpamaxov érceú^axo Sia yuvaiKwv •
,' « Apxepi, rcóxva 0eá, 0t>yaxep Aióg, ai'0e pOt 5n
tov evi arnGeaai paZoóa’ ¿k 0upóv éXoto
ayxÍKa vnv, n érceixá p’ ávaprcá^aaa 0óeUa
oíxoiTo Tipcxpépouaa m’ nepóevxa KÉXeu0a,
65 ev ftpo%of¡£ Se PaXoi a\|íoppóou ’ílKeavoio.
«<; 5’ oxe riavSapéo'ü Koúpag ávéAovxo GóeXXai-
xpai xoicfiag pév tpGeíaav 0eoí, al S’ éAíjcovxo
óptpavai év peyápoiai, KÓpiaae Sé Si’ ’AtppoSíxn
xx>p¿p Kai péXixi yA/üKepco Kai rjSéi oivqr
70 e,HpT| 8’ aÓTÍjaiv rcepi Tcaaécov Sanee yuvaiKÓov
eiSog Kai rciV'DX'nv, pfjKog 5’ ércop’ "Apxepig áyvri,
epya 8 ’ ’AGrivatn SéSae KÁ/uxá épyá^eaGai.
ex>x’ ’A<ppoStxr| Sía 7cpoaéaxi%e paKpóv "OAupatov,
Koúppa’ aixT^aonaa xéAog GaAepoio yápoio,
75 ég Aía xep7ciKépa-uvov, — ó yáp x’ éu oiSev árcavxa,
poipáv x’ áppopíriv xe KaxaGvxixtov ávGpórccov, —
xótppa Sé xág Koópag "ApTcmai ávTipéyavxo
Kaí p’ éSoaav axvyeppaiv ’Epivóaiv áptputoÁeóeiv •
¿og ép’ áiaxóaeiav ’OÁóprcia Sópax’ é%ovxeg, ~
80 T|é p’ éünXÓKapog páXoi "Apxepig, ótpp’ ’OSucrna
óoaopévTi Kai yaíav imo crruyepriv átpiKoípriv,
prjSe xi x^ípovog ávSpog éütppaivoipi vorjpa.
áXXa xó pév Kai áveKxóv e%ei KaKÓv, órcrcoxe Kév xig
-qpaxa pév KÁaíri, jruKivtog aKa%T|p£vog Tjtop,
vÓKxag S’ ISrcvog éxpaiv, — ó yáp x’ é7céÁr|<*£v árcávTcov,
85
éoGXffiv rjSé k«k©v, ércei áp pXétpap ’ áptpiKaÁtnjrn

343
ODISEA XX

el que suelta los miembros, despertó su solícita esposa,


y lloraba sentada en su lecho mullido.
Pero, cuando, en su ánimo, ella se hartó de llorar,
a Ártemis primeramente oró la divina mujer: óo

“Ártemis, augusta diosa, hija de Zeus, ojalá,


lanzando una flecha a mi pecho, ya me quitaras la vida
hoy, al instante, o luego, raptándome alguna tormenta,
ésta avanzara violentamente por sendas obscuras,
y me lanzara, del refluyente Océano en las bocas. 6s
Como cuando las tormentas cogieron de Pandáreo a las hijas
(a los padres de éstas mataron los dioses, y ellas quedaron
huérfanas en el palacio, y las cuidó la divina Afrodita
con queso y con dulce miel y con vino agradable;
más que a todas las mujeres, Hera otorgóles 70
aspecto y prudencia, y les dio estatura Ártemis casta,
y Atenea les enseñó a trabajar trabajos suntuosos.
Justo cuando iba al Olimpo elevado la diva Afrodita,
a pedir para las jóvenes el cumplimiento de bodas
floridas a Zeus que se goza en el rayo —porque él sabe todo,
las venturas y las desventuras de los hombres mortales—,
entonces, arrebataron las Harpías a las jóvenes
y para cuidarlas, las dieron a las terribles Erinias):
así me perdieran los que tienen moradas olímpicas,
o me hiriera Ártemis de hermosos rizos, a fin de que yo, so
para ver a Odiseo, también bajara a la tierra terrible,
y no deleitara en nada la mente de un hombre inferior.
Un mal todavía soportable tiene esto, cuando uno
llora de día, del todo afligido en el ánimo,
mas de noche el sueño lo apresa: éste hace olvidarse de todo,
de lo bueno y lo malo, cuando él envuelve los párpados,

343
HOMERO

aúxáp époi Kai óveípax’ etteggebev KaKa 8aíp©v.


Xfl8e yáp ai) poi vokxí rcap£Spa0ev e’ÍKeXog aúxco,
xoioc; ¿coy, oiog fjev apa axpaxar aoxáp épóv Krjp
90 %aip’, énei oí)k £<pápT|v óvap eppevai, áXZ’ wtap ».
éac; ecpax aúxÍKa 8é xpuooOpovoc; T¡?a)0ev ’Hóc;.
Tfjí; 8’ apa K^aioíarjc orca gúv0exo 8iog ’OS'uaaExx;-
|J£p|iripl^£ 8’ ETCElXa, 8ÓKRGE SÉ OI Kaxá 0opóv
tíSti yivóoKouoa TtapeGxápevai K£(paXf|(pi.
95 %Xaivav pev gdveXcov Kai KÓea, xoiaiv eve^Sev,
ég péyapov Kaxé0qKev erci Gpóvob, ek 8e (3oeír|v
0t}ke 0ópa^£ «pépíov, Aii 8’ Eo^axo xeipac; ávaa/óv •
« Zex> rcáxEp, eí p’ eGeXovxec; etc! xpaqjEpiyv xe Kai 'byp'qv
iíyEx’ Epqv yaiav, ekeí p’ EKaKcóaaxE Xrqv,
ioo <pripriv xíg poi (pácOfi) éyeipopévcov avOpórccov

evSoOev, ekxooGev 8e Aió^ xépag áXXo <pavr|xco ».


cog etpax’ E'óxópevog • xox> 8’ ekáde pqxÍExa Zexn;,
aoxÍKa 8’ eppóvxTiGEv áft’ aiyA,r|£vxo<; ’OÁúprco'D,
'byóOev ek vetpecov • yqOriaE 8e Sioq ’OS'üggexk;.
105 (pTjprjv 8’ e^ oíkoio yuvr| 7tpo£T|KEv áXexpig
tiXtigíov, ev0’ apa oi píSAai eiaxo jroipévt Xacov.
xrjaiv ScóSsKa jcacai ¿Tieppcóovxo yuvaÍKeg
áAxpixa xeúxoDaai Kai áXeíaxa, poeZov ávSpcov •
ai pev ap’ áXXai ebSov, éjcei Kaxá Txupóv aÁeoaav,
no f) 8e pí’ oiS 7Kü rcaóex’, á<paopoxáxr| 8e xexdkxo •
í] pa púÁTyv Gxr,Gaoa etco<; <páxo, GÍjpa ávaKXi •
« Zeo Ttáxep, Ó<; xe Oeoioi Kai áv0p©7toiaiv ávaGoeig,
?i peyáX’ e(}póvxTjaa<; árc’ oopavoo áaxepóevxo<;,
onSé 7io0i ve<po<; eoxí • xepa<; vú xe<p xóSe (paíveig.
n5 Kpfjvov vvv Kai époi SeiXíj £teo<;, oxxi kev exTcaa •
pvpGXT]p£<; Trópaxóv xe Kai VGxaxov 7]paxi x<p8e

344
ODISEA XX

pero a mí, malos sueños incluso algún dios me incitó.


Pues de nuevo esta noche durmió junto a mí alguien como él,
siendo así, como cuando se fue con la tropa, y mi pecho
gozaba: no pensé que era sueño, mas ya una visión verdadera”.
Así dijo, y al punto llegó Eos de trono dorado.
Mas, cuando ella lloraba, advirtió su voz el noble Odiseo;
y entonces estuvo indeciso, pues parecióle en el ánimo
que ella, tras reconocerlo, había estado junto a su cabeza.
Recogiendo el manto y las zaleas en que estaba acostado,
los puso en la sala, sobre un trono, y, tomando la piel
boyuna, afuera la puso, y oró a Zeus alzando las manos:
“Padre Zeus, si queriendo vosotros, sobre aguas y tierras
a mi país me trajisteis, después de afligirme en exceso,
que alguno de los hombres despiertos me hable una palabra
adentro, y afuera, además, que se muestre un portento de Zeus”.
Así dijo, implorando, y lo escuchó el próvido Zeus,
y desde el Olimpo esplendente tronó de inmediato
de lo alto, desde las nubes, y se alegró el noble Odiseo.
Y una molendera, desde la casa soltó la palabra,
cerca, donde estaban los molinos del pastor de los pueblos.
En estos, doce mujeres en total se atareaban,
haciendo harina de trigo y cebada, la médula de hombres;
las otras, pues, dormían, porque ya habían molido su trigo;
mas ella, única, aún no terminaba, pues era muy débil;
ésta, parando el molino, dijo la palabra, señal para el rey:
“Padre Zeus, que señoreas entre dioses y entre hombres,
en verdad, fuertemente tronaste desde el cáelo estrellado,
y no hay ni una nube: esto muestras cual presagio para alguien.
Cumple hoy, también para mí, la infeliz, el dicho que diga:
que este día, los pretendientes, por postrera y última vez,
HOMERO

ev gEyapoia ’OS-üafjog eloíaro 8aix ’ Epaxeivriv,


OI otj goi Kagáxai 0agaXy£ÍyonvaT’ eXvaav
aAxpvca tedxovgti ♦ vuv naxara 6eucvr|aeiav ».
120
(ü£ otp £<pT|, %aípev Se káet|8ovi 8io<^ OStiaast^
Zr|vó<; te ppovTfl • (pazo yáp TEÍaaaOai ccXeítg^.
ai 8’ áXAai Sgípai Kara Salgara KaX’ ’OS'UGrjcx;
éypógevai ávEKatov érc’ éa/ápp arógarav róp.
Tr|A,égaxo<; 8’ róvfjGfiv avíarara, igóOeo; (póg,
125 Eigara £GQ<xg£vo<;, 7i£pi Se £í<po<; ó£u 0et’ óSgcp,
Tcoaai 8’ Í7ró Xurapoiaiv é8r|GaTo KaXa rceSiAa,
ei'áeto S’ áÁxigov éy/og aKa/gevov ó^eíyctÁKíp.
arfj 8’ áp’ eje’ oúSóv ícov, 7cpóg S’ E'úp'ÚKÁEiav eeirce-
« gaía (píXrj, 7icog ^eivov £Tigr|GaG0’ évi ouap
130 Etivíí Kai gitío, t| avTax; KEÍrai áKrjSr,<;;
xoiaÓTTi yáp égrj pr|Tnp, rciwrn rcep éoí>aa-
EgjTÁriySTiv ETEpóv ye tíei g£pÓ7caiv áv0pá>7ia>v
XEÍpova, tov Se t’ ápeíov’ aTigrjaaa’ á7tO7cég7tei».
TOV 5’ avt£ KpOGEElKE 7CEpí<ppO)V Et>pt>KÁEia’
135 « otik áv giv vvv, tekvov, ávaÍTiov aíxioípo.
oivov gév yáp tuve KaOrjgEVog, o<pp’ e0eA,’ aóra^,
aíxoi) 8’ oüket’ £<pr| 7i£ivr|g£vai- eípera yáp giv.
áXX’ OTE SÍ] KOITOIO Kai OTCVOO glgVRGKOVTO,
f| gév Ségvi’ ávaiyev vnoaropéoai Sgcgpoiv,
140 amáp o Tig nápnav óiT^opóg Kai árcoTgoc;,
ovk £0eX’ év XÉKxpoiai Kai év priyeaoi Ka0eó8eiv,
áXX’ év áSEvnw 0oéfl Kai kóegiv oícov
eSpa0’ évi rcpoSógqr x^aivav 8’ éTtiéaaagev rigeís».
toe, cpára, Tr]Xégaxo^ Sé Siek geyápoio pepTÍKEi
145 eyxos é'xaiv • ága tío ye kúv&; ttóSc^ ápyoi ekovto.
pfj 8’ ígev ei$ áyoprjv gex’ éiÍKVggiSag ’A/aioó;.

345
ODISEA XX

en las salas de Odiseo tomen su amable banquete;


ellos, quienes mis rodillas soltaron con trabajo aflictivo,
al hacerles harina, que hoy por última vez banqueteen.”
Así dijo, y el noble Odiseo se alegró del presagio
y del trueno de Zeus: pensó que él puniría a los culpables.
Las otras sirvientas, de Odiseo en el hermoso palacio,
tras despertar, en el fogón encendían el fuego incansable.
Y de su lecho, Telémaco, divino varón, se paraba
tras vestirse sus vestes; la aguda espada ciñóse en el hombro,
bajo sus nítidos pies ató las hermosas sandalias
y tomó su robusta lanza, aguda con bronce cortante.
Al ir, se paró en el umbral, y le dijo a Euriclea:
“Ama querida, ¿cómo honrasteis al extranjero en la casa?
¿Con un lecho y comida, o se encuentra él así, descuidado?
Porque mi madre, aunque es sensata, es de este talante:
caprichosamente estima a alguno de los hombres mortales,
a uno inferior, y a otro, que es mejor, lo despide sin honra”.
Le contestó a su vez la muy prudente Euriclea:
“Hoy, hijo, no deberías inculparla, estando sin culpa.
Porque, sentado, vino bebía, mientras él lo quería,
y comida, decía ya no apetecerla: ella le preguntaba.
Mas cuando se acordaron del reposo y del sueño,
ella ordenó a las sirvientas tenderle su lecho;
mas él, como un infeliz y un miserable del todo,
no quiso acostarse en cama y en colchas, mas en un cuero
de buey, no curtido, y en unas zaleas ovejunas
durmió en la antesala, y nosotras, un manto le echamos encima .
Así dijo, y Telémaco iba hacia afuera a través de la sala,
con su lanza; lo acompañaban unos perros de agiles pies.
Presto se fue al agora, hacia los aqueos de grebas hermosas.

345
HOMERO

TI 8 aoxe Spcpíjaiv eKéKXexo 8ia yovaiK¿ov,


EipÍKXet’, ’Qttoí; Goyáxrip IIeiar|vopí8ao-
e ,« áypeiG , ai pev Saipa Kopriaaxe rcoircvóaaaai
150 paaaaxé x év xe Gpóvoia ’ eircorriToiai TáTrqxac;
páÁÁexe rcoptpopéoix;- ai 8é G7tóyyoioi xparcéCat;
rcaaag ap<pipaGaG0e, KaGripaxe 8é Kpr|xfjpa<;
Kai 8éna ápqnKÓ7ceXXa xexoypéva- xai 8é peG’ o8cop
épxeaGe KpftvxivSe Kai oiaexe Gáaaov íooaai.
155 oí yáp 8r|v pvT|GTÍipe<; aTtéaaovxai peyápoio,
aXÁa paX’ r)pi véovxai, ércei Kai Ttaaiv éopxri ».
og e<paG’, ai 8’ apa xf¡g páXa pev kXóov iyS ’ ¿kíGovto.
ai pev éeÍKOGi pf|Gav érci KpriVT]v peXávoSpov,
ai 8’ ai too Kaxá Scópax’ eTtiGxapévox; rcovéovxo.
160 é<; 8’ T]Á0ov 8px|Gxfjpeg áyrivopeg- oi pev ejteixa
eo Kai éKiGxapévco^ Keaaav £íÁa, xai 8é yuvaiKec
rjXGov ano Kpr|vr|<;. £7ti 8é acpioiv rjXGe aopcóxr|<;
xpeig aiáXoog Kaxáycov, oí éaav pexá 7taaiv ápiaxoi.
Kai xoog pév p’ ei'aae KaG’ epKea KaXa vépeaGai,
165 aixóc; S’ aox’ ’OSooTiot 7tpoarp>Sa peiXixíoiav
« ^eív áp xí ae paXXov ’A%aioi eíaopocoaiv,
í|é a’ áxipá^ooai Kaxá péyap’ coi; xo 7tapo<; Ttep; »
xóv 8 ’ árcapei|3ópevo<; rcpoaetp'n 7íoXopT|Ti£ OSoaaeo^
« ai yáp 8r|, Eopaie, Geoi xeiaaíaxo Xóprjv,
170 i]v oí'8’ oppí?ovxe<; áxáaGaXa pnxavócovxai
o’ÍKCp év áXXoxpícp, oíS’ aíSoog poípav e/oooiv ».
©<; oi pév xoiaoxa 7tpóg áXXr|Xoo<; áyópeoov •
áyxípoXov 8é acp’ We MeXávGio;, aíjtóXo<; aíycov,
aíya<; áycov, ai 7raoi pexércpeTtov aírcoXíoiai,
175 Seircvov pvT|oxr|peaai- 8íco 8’ áp’ ércovxo vopfle^.
Kai xcu; pév KaxéSnoav orc’ aíGooap epiSoírcco,

346
ODISEA XX

Mas ella llamó a las sirvientas, la divina mujer,


Euriclea, la hija del Pisenórida Ope:
“¡Vamos! Vosotras, barred diligentemente la sala,
rociadla, y en los tronos bien hechos, tapetes
purpúreos poned; y vosotras, con esponjas las mesas
todas, limpiadlas muy bien, y lustrad las cráteras y copas
de cuencos inversos, bien hechas; y vosotras, por agua
id a la fuente y, viniendo de prisa, traedla.
Pues los pretendientes no mucho tiempo distarán de la sala,
mas vendrán muy de mañana, pues hoy para todos es fiesta”.
Así dijo, y ellas con gusto la oyeron, y obedecieron.
Veinte de ellas se fueron a la fuente de aguas profundas,
y las otras trabajaban hábilmente allí mismo en la casa.
Llegaron allí los sirvientes gallardos; ellos entonces
bien y hábilmente rajaron la leña, y aquellas mujeres
de la fuente llegaron. Tras ellas llegó el porquerizo
con tres puercos cebones que eran los mejores de todos.
A éstos, en el hermoso patio dejó a que pacieran,
mas él mismo se dirigió a Odiseo con dulces palabras:
Extranjero, ¿en algo, pues, te ven mejor los aqueos,
o te desprecian en la sala, justo como antes?”
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
Ojalá, Eumeo, castigaran los dioses la injuria
con que estos insolentes, insensatas acciones maquinan
en una casa ajena, y de vergüenza una pizca no tienen”.
De ese modo, éstos, entre sí, tales cosas hablaban,
Y cerca de ellos llegó Melantio, el cabrero de cabras,
con cabras que descollaban en todos los hatos caprinos,
comida dé los pretendientes. Dos pastores iban con él.
Y a ellas, las ataron bajo un pórtico muy rumoroso,

346
HOMERO

amoq 8’ ain’ ’08naf|a npoarióSa KEpTopioiGi ■


« £,eiv’, exi Kai ví>v év0á8’ áviriGEiq Kaxá Swpa
ávépa<; avct^cov, áxáp ox)k E^£iG0a 0ópa^£;
180 7távTC0CJ OOKETl V¿úí 8iaKpiV££G0ai 01(0

7ipiv %£ipó)v y£Óoao0ai, ekeí aú 7i£p oi) Kaxá KÓapov


avcí^Eu;- eígív 8e Kai áAAo0i 8avc£<; ’Axaicov ».
cb<; <páro, tov 8’ oi) ti rcpoaéípri 7coX,ó|ir|Ti<; ’OSdggetx;,
áÁÁ’ aKÉcov kívtjge KapT|, KaKa PdggoSojieúcov.
i85 toígi 8’ £kí Tpvcoc; fiA0£ OiAoítux;, ópxapoc; áv&pcov,
poov aiEipav pvrioTÍipGiv áycov Kai rcíovag aíya<;.
7rop0pf}£<; 8’ apa toó<; ye Siriyayov, oí' te Kai aXAoix;
áv0pümo'ü<; rcéptooGiv, otí<; aq>£a<; £Íaa<pÍKriTai.
Kai Ta |iev ey> KaTÉSriGEV ótc’ aí0oóafl ép^oÓTccp,
i9o amó: 8 ’ aoT ’ épEEivE Gop(í)Tr,v áyxi rcapaaTac; •
« t{<; 8r| oSe ^Eivog véov eíAtiAoo0£, ouparca,
f||i£T£pov 7tpó<; Sébpa; teíov 8’ e^ eo/etcu Eivai
ávSpcov; rcoo 8é vó oi yeveti Kai rcaTpu; ápoopa;
8óagopo<;- rj te eoike 8éga<; paaiXíi'i ávaKTv
195 áXXá 0eoí Sdócogi rcoAwcAáyKTOTx; áv0pá)7too<;,
ótckÓte Kai paaiZEÍüoiv EJtiKXóoíovTai ói^úv ».
x\, Kai Se^ttept] 8ei8ígketo xeipi rcapaaTag
Kai piv tprov'riGaí; EJCEa 7tT£pÓEVTa 7ipoorió8a-
« xaipe, rcátEp cb ^eíve- yévoiTÓ toi £<; 7t£p ótcíggíd
200 oXPog- aTCxp pev vov y£ KaKOio’ Exeai koAeeggi.
Zeo TtaTep, oi) Tig geío 0e<ov oZocÓTEpoc; áXXog •
oi)K éXEaípeig avSpag, eirriv Stj yEÍvEai aÍTÓg,
jiiGyéjievai KaKonyci Kai áÁyEGi ÁEoyaXÉoiGiv.
i'Siov, áx; evánaa, SeSaKpovTai Se poi ogge
205 pvriGapévw ’OSvg^o^, ¿Tíei Kai keívov oico
touxSe Xaíq>e’ exovTa KaT’ áv0p(íwioo<; áXáXr|G0ai,

347
ODISEA XX

y él mismo, luego, le dijo a Odiseo con palabras de ultraje:


“Extranjero, ¿aún ahora, fastidiarás aquí por la casa,
pidiendo a los hombres, y no, más bien, te irás para afuera?
En lo absoluto, ya no creo que ambos nos apartaremos
antes de probar nuestros puños, pues tú, no cual se debe
pides; hay también en otros lugares banquetes de aqueos”.
Así dijo, y nada le respondió el ingenioso Odiseo,
mas movió en silencio su testa trazando su mal en secreto.
Después de ellos, tercero, llegó Filecio, príncipe de hombres,
trayendo a los pretendientes una vaca estéril, y cabras
grasosas. Los habían transportado barqueros que incluso
a otros hombres conducen, a cualquiera que a ellos acuda.
Y las ató bien, bajo el pórtico muy rumoroso,
mas él mismo, colocándose cerca, al porquero inquiría:
“Porquero, ¿quien, pues, es este extranjero recién arribado
a nuestra casa? ¿De cuáles hombres se precia
de ser? ¿Dónde, pues, está su linaje y su campo paterno?
¡Infeliz! Y cierto, en figura, se asemeja a un príncipe regio;
mas a los hombres muy vagabundos afligen los dioses,
inclusive a los reyes, cuando les tejen miserias”.
Habló y, acercándose, lo saludó con la mano derecha
y, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas:
Salud, padre extranjero. Que tengas, aunque sea en el futuro,
fortuna, mas hoy realmente eres presa de muchas desgracias
—¡padre Zeus, no hay ningún otro dios más funesto que tú:
después que tú mismo creas a los hombres, no tienes piedad
de que ellos se ayunten al mal, y con míseras penas!—.
Sudaba yo, cuando te vi, y mis ojos se llenan de lágrimas
recordando a Odiseo, porque pienso que aquél, igualmente,
con tales andrajos, entre los hombres es un vagabundo,

347
HOMERO

eí Tcov exi £coei Kai ópá <páo<; geAioio.


eí 5' gSg xé0vT|Ke Kai eív ’AÍSao SógoiGiv,
oi goi e7ieiT’ ’O8i>Grjo<; ágógovog, o<; g’ éjti |3odgív
210 eia’ en xvxOóv éóvxa Kecpa/uVqvcov évi Srjgtp.
vóv 8 ’ ai gév yívovxai á0éG(paxoi, oó8é Kev áÁÁco^
áv8pí y’ Ó7toGxa%óoixo pocov yévog eópugeTámcov •
xac; 8’ áAAoi ge KeXovxai áyivégevai otpíaiv aúxoíc;
eSgevai • oó8é n xaidóq évi geyápoia ’ áZéyovaiv,
215 ot>8 ’ ojci8a xpogéovGi 0ecov • gegáaai yáp rjSrj
KiT^gaia 8áaaaa0ai 8gv oí%ogévoio ávaKTO<;.
aúxáp égoi xó8e 0ugóg évi GTT|0eGGi (píXoiGi
tcóáA.’ ejttSiveixai- gáZa gév KaKÓv dío<; éóvxcx;
áÁXíDv 8fjgov ÍKÉG0ai íóvx’ aóxRGi póeGGiv
220 áv8pa<; ég áAZoSarcoix; • xó 8é píyiov aó0i gévovxa
(3odgÍv éjt ’ áÁÁoxpÍRGi Ka0rjgevov áZyea 7táa%eiv.
Kai Kev Sg rcáAai aAÁov Ó7repgevécov paGiV|cov
é^iKÓgRV (peúycov, ércei oÚKex’ áveKxá TréÁovxar
áXX’ éxi xóv Súgxt|vov óíogai, eí rco0ev éÁ0wv
225 ávSpwv gvTjGTRpcov GKéSaGiv Kaxá Scógaxa 0eír| ».
xóv 8’ árcageipógevot; TtpoGécpri jroXúg'nxu; ’Oó'üGGeix;
« PoukoA/, ércei oúxe KaKíp oúx’ ácppovi <pcoxi éoiKa<;,
yivÓGK© Sé Kai aúxó<;, o xoi nvuTR (ppévag Íkci,
xoóveKa xoi épé© Kai érci géyav ópKov ógoúgai •
23o íaxco vúv Zeíx; Kp©xa, 0e©v órcaxog Kai ápiGxog,
ígxít} x’ OSogtjo^ ágúgovcx;, gv ácpiKav©-
f| aéOev év0á8’ éóvxcx; éAeúaexai oÍKaS’ ’OSt>GGeú<;
goígiv 8’ ócp0aÁgoíoiv ércóyeai, ai k’ é0éXr,G0a,
Kxeivogévov^ gV7]GX7]pac;, oi év&áde Koipavéovoi ».
235 xóv 8 ’ aúxe Ttpoaéeuce Pocov é7cij3ox)KÓXog ávrjp •
« ai yáp xoúxo, ^eive, é/to^ xeÁéaeie Kpovícov •

348
ODISEA XX

si en algún lugar aún vive y mira la lumbre del sol.


Mas, si ya está muerto y en la casa de Hades se encuentra,
¡ay de mí, por el intachable Odiseo, que a mí, siendo pequeño,
me puso a cuidar sus vacas en el pueblo de los cefalenos!
Y hoy, ellas son muchísimas; de ninguna manera a un varón
le crecería más la cría de vacunos de frente espaciosa.
Pero otros me ordenan continuamente traérselas a ellos,
para que coman, y en nada se cuidan del hijo en la casa,
ni de los dioses temen castigo, porque ellos ya anhelan
dividirse los bienes del amo, ausente hace mucho.
Y esto, mi corazón en el pecho querido
revuelve a menudo: habiendo un hijo, es algo muy malo
que a un pueblo de extraños me vaya, con las vacas marchando,
hacia gente extranjera; pero esto es más horrendo: que yo,
estando aquí, sufra dolores cuidando unas vacas para otros.
Y así, sin duda hace tiempo, hacia algún otro rey poderoso
me habría ido, huyendo, pues ya no hay aguante,
pero todavía pienso en aquel infeliz: si él, regresando
de doquier, causara en la casa la fuga de los pretendientes”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
Boyero, pues no pareces un mal varón, ni un insensato,
y yo mismo noto que la prudencia llega a tu mente,
por eso, te hablaré y, además, juraré un gran juramento:
hoy, Zeus lo sepa primero, el supremo y mejor de los dioses,
y el hogar del intachable Odiseo, al cual he llegado:
sin duda, estando tú aquí, Odiseo va a venir a su casa,
y vas a observar con tus propios ojos, si quieres,
muertos a los pretendientes que aquí señorean”
Le contesto a su vez. el boyero guardián de los bueyes:
Ojalá esta palabra, extranjero, cumpliera el Cronión;

348
HOMERO

yvoirig % , oír) egr¡ Svvagig Kai xeip£<; £rcovxai ».


cog 8 ainox; Evgaioc; ércev^axo naai 0eoiai
voaxfjaai OSvafja rcoAíxppova ovSe SógovSe.
24° g)<^
oi gev xoiavxa 7cpo<^ áAXriAov^ áyópevov •
gvTiaxf|peg 8’ apa Tr¡Zegáxcp 0ávaxóv xe gópov xe
iípxvov • avxáp ó xoiaiv ápiaxepcx; iíÁv0ev opvic;,
aiexó<; vyircéxTic;, £%£ 8é xprtpcova rcéXeiav.
xoiaiv 8’ ’Ag<pívogo<; áyopx|aaxo Kai gexéeircev
245 « o cpíXoi, ox>x ngiv ai)v0Evoexai T¡8e ye pouÁri,
TTjXepáxoio <póvo<;- áXÁa gvr|CG)ge0a Saixót; ».
cóg ecpax’ ’Agcpivogog, xoiaiv 8’ ércir|v8ave gv0o<;.
éX0óvxeg 8’ ég Scógax’ ’OSvaaftog 0eíoio
xXaíva<; gév Kaxe0evxo Kaxá KÁiagoóc; xe 0póvoo<; xe
25o oi 8’ iepeoov ó*ig geyáÁoix; Kai rcíovat; aiyac;,
ipevov Se aóag aiáÁoix; Kai (3oi)v áyeÁaíriv •
arcXáyxva 8’ áp’ ÓTtxrtaavxei; évcogcov, év Sé xe oivov
Kpr|xfipaiv KepóíDvxo- KÚrceÁÁa 8é veige avpcóxri<;.
aixov 8e a<p’ ércéveige <X>iÁoíxiO£, opxagog ávSpcov,
255 KaXoia’ év Kavéoiaiv, éoivoxóei Se MeXav0ev<;.

oi 8’ érc’ óveía0’ éxoiga jipoKeígeva x£ipaí ia%Áov.


Tr|Xégaxo<; 8’ ’OSoafja Ka0íSpve, KepSea vcogcóv,
évxóg éi>axa0éo<; geyápoi), napa Áaivov ovSov,
Sícppov áeiKEÁiov Kaxa0ei<; óXíyr|v xe xparce^av •
26o 7iáp 8’ éxí0ei a7iÁáyxvwv goipa<;, £v 8 oivov éxcvev
év Sercai xpvaécp, Kai giv Kpóc; gi)0ov eeircev •
« évxai)0oi vvv rjao gex’ ávSpaaiv oivorcoxa^cov
Kepxogíag 8e xoi avxo^ eyco Kai x£ipa£ acpe^co
rcávxcov gvTiaxripíov, e%£i ov xoi Srjgio^ eaxiv
265 oiko<; 08’, áU’ ’O8vano<;, égoi 8’ eKxnaaxo Keívog.
i)gei<; 8e, gvnoxiipE;, ércíox^e 0vgóv éviKñg

349
ODISEA XX

conocerías entonces cuál fuerza y qué manos me siguen”.


Y en igual forma, Eumeo suplicó a todos los dioses
que el muy prudente Odiseo retornara a su casa.
De ese modo, éstos, entre sí, tales cosas hablaban, 2
mas los pretendientes, para Telémaco, la muerte y el hado
urdían; sin embargo, ahí les llegó un ave a la izquierda,
un águila de alto vuelo, y tenía una tremante paloma.
Y Anfínomo, entre ellos, tomó la palabra y les dijo:
“Amigos, no nos resultará bien este proyecto, 24
la muerte de Telémaco; mejor, el banquete atendamos”.
Así dijo Anfínomo, y su propuesta les plugo.
Y tras llegar a la casa del divino Odiseo,
en sillones y en tronos pusieron sus mantos,
y ellos mataban grandes ovejas y cabras grasosas, 25c
mataban puercos cebones y una vaca gregal;
y pues, tras asar las visceras, las repartían, y el vino
mezclaban en cráteras; distribuyó el porquero las copas.
El pan repartióles Filecio, príncipe de hombres,
en hermosos canastos, y Melantio el vino servía. 255
Y echaban mano a las ricas viandas que estaban delante.
Mas Telémaco, moviendo astucias, hacía sentar a Odiseo
junto al umbral de piedra, adentro de la sala bien cimentada,
poniendo una sórdida silla y una mesa pequeña.
Le ponía al lado porciones de visceras, y vino sirvióle 260
allí, en una copa de oro, y estas palabras le dijo:
Ahora ahí sigue sentado, entre los varones, bebiendo tu vino;
mantendré yo mismo lejos de ti los ultrajes y golpes
de todos los pretendientes, pues esta casa, sin duda,
no es pública, mas de Odiseo, y aquél la adquirió para mí.
Y vosotros, pretendientes, contened el deseo de amenazas

349
HOMERO

Kai Xeipov, iva p^ xig épig Kai veÍKo<; Ópnxai ».


©g £<pa0 oi 8 ’ apa Tiávieg Ó8ᣠév xe&eai tpvvxe;
TjAepaxov Oaópa^ov, o 0apaaA,e©<; áyópeve.
270 xoíoiv 8’ ’Avxívoog pexétprj, Ewreí0eo<; vió<;-
« Kai xaÁ£7ióv Jiep éóvxa 8ex©pe0a pv0ov, ’Axaioí,
TriAepáxoo • páXa 8’ f|piv árceiAxiaag áyopevei.
oí) yap Zeuc; eiaoe Kpovi©v • x© kó piv t]8t|
Kaooapev £v peyapoioi, Áiyúv rcep éóvx’ áyopRXT|v ».
275 ©<; £<pax’ ’Avxívoo<;- ó 8’ áp’ oí>k ép7iá^£xo pí>0©v.
KripoKEt; 8’ ává áaxv 0e©v iepRv £Kaxóppr|v
riyov • xoi 8’ áyépovxo Kapr| Kopó©vxe<; ’Axaioi
áÁaoc; íStco OKiepóv EKaxripóÁoi) ’ArcóÁÁrovoc;.
oi 8’ éjcei ©7rxr|oav Kpé’ í)7répxepa Kai épóaavxo,
280 poípa<; Saaaápevoi Saívwx’ épiKüSéa Saiia.
7táp 8’ áp’ ’OSvaarp poípav 0éaav, oi rcovéovxo,
ícrnv, ©g avxoí Tiep éÁáyxavov • ©<; yáp áv©yei
TriXépaxot;, <pí%o<; vió^ ’OSv<jafio<; 0eíoio.
pvrioxfjpag 8’ oí) Tiápuav áyr|vopa<; eía ’A0t|vt|
285 XópTjg íoxEQ0ai 0vpaA,yéo<;, o<pp’ éxi páXÁov
8vt] a%o$ KpaSírjv AaepxiáSe© ’OSi)ano<;.
rjv 8é xi<; év pvTjaxTjpaiv ávr|p á0epioxia ei8©£,
Kxtjgitttco^ 8’ óvop ’ éoKe, Eápp 8’ évi oiKia vaiev •
o<; Srj xoi Kxeáxeaoi 7iercoi0©<; 7iaxpo<; eoío
290 pváoKex’ ’OSvoot]o<; Srjv oixopevoio Sapapxa.
og pa xóxe pvpaxfjpaiv vrceptpiáXoioi pexpvSa •
« KÓKXvxé pev, pvT|axTÍpeg áynvopa;, ocppa xi euc©-
poípav pev 8tj ^eívo^ £Xel jtaXai, (ac, eTteoiKev,
íorjv • oí) yáp KaÁov axep^eiv ovSe SiKaiov
295
^eívoix; Tn^epáxov, og Kev xáSe 8©pa0’ ÍKpxai.
áXX’ áye oi xai éy© 8© §eívtov, Ó<ppa Kai aí>xó<;

350
ODISEA XX

y golpes, para que no surja ninguna contienda ni riña”.


Así dijo, y todos ellos, mordiendo sus labios,
admiraban a Telémaco, porque él hablaba audazmente.
Y entre ellos habló Antínoo, el hijo de Eupites:
“Aceptemos la palabra de Telémaco, aqueos,
aunque es dura, pues amenazándonos habla en exceso.
No permitió eso Zeus el Cronión; en tal caso, lo habríamos
calmado en la sala, aunque sea, de voz, un claro orador”.
Así dijo Antínoo, mas aquél no atendía sus palabras.
Los heraldos, por la ciudad, la sagrada hecatombre a los dioses
llevaban, y se congregaron los aqueos de largos cabellos
bajo el bosque umbroso de Apolo, el que flecha de lejos.
Cuando asaron y desensartaron las carnes del lomo,
repartiendo porciones, un eximio banquete comían.
Ante Odiseo, los sirvientes pusieron una porción
igual, cual la que obtenían los señores: así había ordenado
Telémaco, el querido hijo del divino Odiseo.
No dejaba Atenea, en nada, que los pretendientes gallardos
contuvieran la injuria que duele en el alma, a fin que el pesar
se hundiera, aún más en el corazón de Odiseo Laertíada.
Entre los pretendientes había un varón ignaro de leyes;
su nombre era Ctesipo, y en Same su casa tenía;
éste ahora, cierto, de su padre en los bienes confiando,
pretendía de Odiseo, ausente hacía mucho, a la esposa.
El pues, entonces, habló entre los pretendientes soberbios:
Para que algo diga, escuchadme, pretendientes gallardos.
Ya hace tiempo, el extranjero tiene su porción cual conviene,
una igual: no es bello ni justo privar de lo suyo a los huéspedes
de Telémaco, cualquiera que venga a esta casa.
¡Ea! Yo también voy a darle un regalo, a fin de que él mismo

350
HOMERO

ñe Xoexpoxóo) 8ó>r| yépa? T(¡)


Suacov, oi K«tó Sógav ’oSvaoño? Óeíoto ».

(OC, ewtwv eppiVE 3oó<; itóSa Zeipi jtaZeúi,


300
Keigevov Ék Kavéoio Xafcóv • ó 8 ’ áXeóax ’ ’OSoaaeéc
nKa napaKXívag KetpaXiív, geíSnae Sé Gopro
aapSávtov gáXa roíov • ó 8 ’ eoSgntov páX¿ toíZov.
Kttjoikkov 5’ apa TnXépaxog Tivírcarce pí0<p-
? « KTTjaunt , r| páXa toi toSe KEpSiov etcÁeto 0vpa> •
305 oí k epaX-eg tov §eívov • áÁeíaTo yáp péÁo<; aÍTÓ<;. 1
yáp Kev ge péaov páXov eyxeí ó^bóevti,
Kai ke toi ávTi yápoio 7iaTT)p Táípov áptpenovEiTo
év0᧣. to prj tí<; poi a£iK£Ía<; évi oiK<p
<paiv£Tor tÍ8ti yáp voéo Kai 018a EKaaTa,
310 éoGÁá te Kai Ta %£p£ia • rcápog 8’ eti vr|7Tio<; rja.
áÁX’ £p,7rr|<; tó8e pév Kai TETÁapEv EioopóovTEc;,
pr|Xov G<pa^opévov oivoió te rcivopévoio
Kai gÍtod • xaÁEKÓv yáp époKaKEEiv Eva rcoÁÁoí<;.
áÁÁ’ áy£ jirketi poi KaKa pebete SoapEvéovT£<; •
315 El 8’ t]8tj p’ aitov KTEÍvai p£V£aív£T£ xaAxcp,
Kai ke to pouÁoíprjv, Kai kev tcoáí KEpSlOV EIT1
T£0váp£v i tóSe y’ aiév aEiKea £py ópaaoOai,
£,eÍvod¡; te oTixpEÁi^ogEvoix; Spoác te yovaiKa<;
pDGTá^ovTa<; áeiKEÁíoc; KaTa SopaTa xaÁá ».
320
og £<pa0’, oi 8’ apa rcávTeg aKqv éyévovTo aicoTifi.
oye Se Sti peteeitce ÁapaoTopíSns ’AyéXao^ •
« o tpíA-oi, OÍK áv 8q tií éni pnOévTi Simítp
ávTipíoia’ é7iéeoai Ka0arcTÓpevo<; x«A^?iaívoi-
PÍTE TI TÓv ^eívov aw<peXííeTE píte tiv ’ áUov
Spócov, oi KaTá Sopar’ ’OSvaañog Oeíoio.
325
Tr|A.epáxcp Sé ke pí>0ov éyó Kai prjTÉpi (paínv

351
ODISEA XX

a la bañadora lo dé como premio o, igual, a algún otro


de los siervos que están en la casa del divino Odiseo”.
Dicho esto, le arrojó con mano fornida una pata de buey,
tras tomarla del canasto en que estaba; empero, Odiseo 30
la esquivó, ágil ladeando su testa, y en su alma sonrió
asaz muy sardónicamente; ésa golpeó el muro bien hecho.
Y Telémaco increpó a Ctesipo con estas palabras:
“Ctesipo, esto sin duda foe lo mejor para tu alma:
no golpeaste al extranjero, pues esquivó él mismo tu golpe.
Cierto, con mi aguda lanza en medio te habría yo golpeado,
y en lugar de una boda, cuidaría unas exequias tu padre,
aquí. Por eso, que nadie en mi casa insolencias
ostente, porque ya advierto y entiendo todas las cosas,
las buenas e incluso las peores: antes, aún era un muchacho.
Mas, con todo, aún aguantamos, mirando estas cosas
— mientras son degolladas las reses y el vino es bebido,
y el pan—, porque es difícil que uno solo a muchos detenga.
¡Mas, ea! Males ya no me hagáis hostilmente.
Pero si ya anheláis con ansias matarme con bronce, 315
también eso preferiría, y con mucho sería lo mejor
estar muerto, antes que ver por siempre estas viles acciones:
que los huéspedes son maltratados, y a las mujeres sirvientas,
las estupran sórdidamente en el bello palacio”.
Así habló, y pues todos, en silencio, quietos quedaron.
Sólo más tarde habló entre ellos Agelao Damastórida:
Amigos, sin duda, ante un dicho justo, ninguno podría
enojarse, irrumpiendo con unas palabras contrarias:
ya no maltratéis a este extranjero, es más, a ninguno
de los siervos que están en la casa del divino Odiseo.
A Telémaco y a su madre yo les diría una palabra

351
HOMERO

Wov, eí ocponv KpaSíp aSoi áptpoxépoiiv.


°<ppa nev upiv 0upó^ ¿vi o^0eaaiv éóXK£l
voaxpaai ’OSoapa TcoÁntppova ov8e 8ópov8e
330 xo(pp’ oiS xi€ vépeaig pevepev x’ íaxépevaíte
pvpaxppa^ Kaxá Scópax’, érce'i xóSe KÉpSiov fcv,
ei vóaxxio’ ’OSoaeix; Kaii)7ióxpo7to<; iketo Sa>pa-
vftv 8 pSp xó8e SpÁov, o x’ oókexi vóaxipót; éaxiv.
áM,’ áye ap xáSe ppxpi 7tape£ópevo<; KaxáXe^ov,
335 yppaa0’ oc; xig apiaxoc; ávpp Kai TtXeiaxa 7cóppaiv,
ócppa ai) pév xaípcov 7iaxpcóia návxa véppai,
ecOtóv Kai tcívcqv, p 6’ áXXoo 8cópa Kopí^p ».
xóv 8’ ai) TpXépaxoc; TteTiVDpevoc; ávxíov piSSa-
« oí) pa Zpv ’AyeAae, Kai áXyea 7taxpó<; époio,
34o oc; 7ioi) xpX’ ’I0aKp<; p ecpOixai p áZáXpxai,
oi) xi Siaxpípco ppxpóc; yápov, áXXa keXeóco
yppaa0’ ó) k’ e0eAp, 710x18’ áorcExa Sopa SíScopi-
aiSéopai 8’ áéKooaav a7có peyápoio 8íea0ai
pí)0cp ávayKaícp • pp xooxo 0eóg xeXéaeiev ».
345 ¿oc; cpáxo TpÁépaxoq • pvpaxppai Sé ríaXÁag ’A0pvp
áaPeaxov yéAxo cópae, 7capé7cXay^ev Sé vóppa.
oi 8’ pSp yva0poiai yeÁcócov áÁXoxpioiaiv,
aipo<pópi)Kxa Sé Sp Kpéa pa0iov • oaae 8 apa atpecov
SaKpoóípiv rcíprcXavxo, yóov 8 cdícto 0opo<;.
350 xoiai 8e Kai pex££i7ce OeoKÁDpevog 0eoei8p<;‘
« & SeiAoí, xí KaKÓv xóSe Tiáaxexe; ™kt1 ^é®v
eíXóaxai K£<paXaí xe TcpóatDTcá xe vép0e xe yonva,
oipcoyp Se SéSpe, SeSaKpovxai Sé Ttapeiaí,
aípaxi S’ éppáSaxai xoíxoi KaXaí xe peaóSpai-
355 eíSóXcov Sé tcXcov 7cpó0opov, TtXeíp Sé Kai aoAp,
iepévcov ’'EpePóa5e i)7có £ó<pov • péXioc; Sé

352
ODISEA XX

afectuosa, por si ésta, al corazón de ambos pluguiera:


‘Mientras en vuestros pechos el alma tenía la esperanza
de que el muy prudente Odiseo retornara a su casa,
no había reproche en que esperarais, y entretuvierais
en la sala a los pretendientes; porque esto era mejor,
que Odiseo retornara y, de vuelta llegara a su casa;
mas hoy, esto ya es claro, que ya no está destinado al retorno’.
¡Mas, anda! Sentado a su lado, dile esto a tu madre,
que se case con quien sea el mejor hombre y más dote le ofrezca,
para que tú, contento, poseas todos tus bienes paternos,
comiendo y bebiendo, y ella, de la casa de otro se ocupe”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“No, Agelao, por Zeus y por los dolores del padre, del mío,
que en algún lugar, lejos de Itaca, ha muerto o es vagabundo,
de mi madre en nada demoro la boda, sino que le pido
casarse con quien le plazca, y doy, además, dones inmensos;
mas me avergüenza expulsarla del palacio, mal de su grado,
con discurso apremiante. ¡Que un dios esa cosa no cumpla!”
Así habló Telémaco, y a los pretendientes Palas Atena
les excitó, inextinguible, una risa, y turbóles la mente.
Y ellos ahora reían con quijadas ajenas,
y ya comían carne manchada con sangre, y sus ojos
se llenaban de lágrimas; su alma pensaba en lamentos.
Entre ellos también habló Teoclímeno, símil a un dios:
“¡Ah, infelices! ¿Qué mal sufrís aquí? Cierto, en la noche
se ocultan vuestras cabezas y rostros y, abajo, rodillas;
se enciende el lamento, y vuestras mejillas se llenan de lágrimas,
con sangre rociados los muros están, y los bellos tirantes;
está lleno el atrio, y lleno está el patio de espectros
que se precipitan al Érebo, bajo las sombras, y el sol

352
HOMERO

oípavox) é^arcóWe, Kaich 5’ émSéSpopev áxMg ».


coc; é(pa0 , oí 6’ apa rcávTec; érc’ amo f|Sx> yéXaooav.
Toiaiv 8 E'ópópaxoc;, rioXúpO'i) rcaí;, r\PX’ aYopeúeiv •
60 , «ot9paívei^eivo(;váováUo0eveiZnZor.ecü(;.
áAXá piv ahj/a, véoi, Sópoi) éKnép\|/ao0e 0úpa£e
eíc; áyopnv épXea0ai, ércei xá8e vdktí éíoKei».
tov 8’ ame rcpoaéeme OeoKÁúpevoc; 0eoei8n<;-
« Eí)pópaX’, oiS tí a’ ávoya époi rcoprcfta<; óná¿eiv.
365 eioí poi ó(p0aXpoí Te Kai oiSaTa Kai nó8e<; ápípco
Kai vóog év oTTj0eooi TeTuypévoc;, oúSév áeiKri^-
Toia’ é^eipi 0úpa^e, ércei voéo Kaxóv íSppiv
épXópevov, to Kev oiS Tig imeKipúyoi oí)8’ áXéavco
pvTiGTTipov, oí Sopa KaT’ ávTi0éo\) ’OSdgtíoq
370 ávépa<; óppí^ovTec; aTáo0aXa pnXaváao0e ».
o<; einóv é^fiÁ0e Sópov éí) vaieTaóvTOV,
íkcto 8’ ég üeípaiov, o piv npótppov í)né8eKT0.
pvpoT^pec; 8’ apa rcávTeg ég áXXriXoix; ópóovTe<;
TT|XépaXov épé0i£ov, éni ^eívoig yeXóovTe<;.
375 o8e Sé tic; eírceoKe véov órceprivopeóvTOv •
« TpZépaX’, oó Tig oeio KotKO^eivÓTepo^ áXkoQ,
oíov pév Tiva toíStov éXeig énípaoTov áZr]Tr|v,
OÍTOD Kai oívoi) K£XpT|pévov, oóSé ti é'pyov
épnaiov oúSe ¡3ín<;, áXX’ aíSxog áX0o<; ápoúpTig-
38o aÁAo<; 8’ amé ti<; omog ávéarri pavTeí>ea0ai.
áÁX’ eí poí ti 7cí0oio, tó kev noÁí) KépSiov evr| •
toíx; ^eívoog év vtji tcoXbkXtiíSi PocÁóvte;
é<; Eikeáoíx; népyopev, o0ev Ké toi á^iov átapoi».
og e<paoav pvTiaTfjpeg- ó 8’ ovk épná^eTo pv0ov,
385 ctXX’ aKéov naiépa npooeSépKeTO, 8éypevo<; aiei,
órcrcóre 8r¡ pvtioTqpoiv ávaiSéoi Xeipa<; éíprioet.

353
ODISEA XX

desaparece del cielo, y se difunde una mala tiniebla”.


Así dijo, y ellos, todos, se rieron de él, dulcemente.
Y comenzó a hablar entre ellos Eurímaco, el hijo de Pólibo:
“Desvaría el extranjero que hace poco llegó de otras tierras.
De inmediato, jóvenes, de la casa hacia afuera escoltadlo
para que vaya al agora, ya que él, esto asemeja a la noche”.
Le contestó a su vez Teoclímeno, símil a un dios:
“Eurímaco, para nada pedí que me dieras escolta.
Tengo mis ojos y orejas y, entrambos, mis pies
y una mente en el pecho, bien hecha y en nada incorrecta;
con ellos me iré para afuera, pues miro que os viene
un mal que no va a rehuir ni esquivar ningún pretendiente,
ninguno de vosotros, que en la casa del deiforme Odiseo,
injuriando a los hombres, maquináis insensatas acciones”.
Dicho esto, salió de la casa, de hechura suntuosa,
y se fue hacia Pireo, quien lo acogió benévolamente.
Mas los pretendientes, todos, mirándose entre ellos,
provocaban a Telémaco, de sus huéspedes riéndose;
y de los soberbios jóvenes, uno así le decía:
Telémaco, nadie es más infeliz que tú con sus huéspedes:
primero, qué vagabundo importuno tienes, uno como ése,
indigente de pan y de vino, y en nada un experto
ni en trabajos ni en guerra, mas un puro lastre en la tierra;
y luego, otro, ahí, se alzó para hacer vaticinios. 3S0
Mas si algo me oyeras, esto con mucho seria lo mejor:
tras poner a tus huéspedes en un barco de muchos toletes,
enviémoslos a los sículos; de allí te vendría lo adecuado”.
Así decían los pretendientes; él no atendía sus palabras,
mas, silencioso, observaba a su padre, siempre esperando
cuándo pondría ya las manos en los pretendientes impúdicos.

353
HOMERO

fl Se kcht’ (zvtt|otiv 0e¡iévT| rcepucaMcéa, Súppov


Koúpn ’ÍKapíoio, 7iepí(ppcov rrqveXÓTCeia,
ávSpcbv év (leyápoiorv exáoToo jEuOov áxone.
390 SeiTtvov pev yáp toí ye yeXóovTeg tettSkovio
r|5ó xe Kai RevoeiKÉt;, e7tei páXa tcóáá’ íépeocav •
Sóprcoo S’ ot)k áv Ttooc, á%apícTEpov áÁÁo yévovco,
oiov Si) xáx’ ep,eXXe Oeá Kai Kapxepóc; áv'qp
Oriaejievai* Kpóxepoiyáp áeiKÉa prixavócDVTO.

354
ODISEA XX

Ella, tras ponerse ante una puerta una silla hermosísima,


la hija de Icario, la muy prudente Penélope,
oía la palabra de cada varón que en la sala se hallaba.
Ellos, ciertamente, entre risas, una comida aprestaron
suave y grata al ánimo, pues muy mucho habían inmolado;
pero jamás habría otra cena más desgraciada que aquella
que pronto, la diosa y el fuerte varón ya les iban
a poner, pues aquéllos antes maquinaban viles acciones.

354
21. OAYZIEIAI0

Koúpp ’lieapíoio, rcepííppovi rTnveXorceífl,


xó^ov gvTjoTrjpeaai 0eg£v rcoÁióv xe GÍSripov
év geyápoio’ ’OSoaño;, áé0Xia Kai <póvou ápxnv.
5 KXípaKa 8’ byr)Aj)v npoaepTjaexo oio Sópoio,
eíXexo 8e kAt|Í8’ EÚKapjrea %eipí rcaxeíp,
kocXtiv xaXKeÍTiv • k(Í)7ct| S’ éXétpavxog e7ifiev.
P"n 8 i|i£vai 0aXapov8e gbv ápxpuióXoiai yuvai^iv
eaxaxov • ev0a 8é oi KEipriZia keíxo avaKxoc;,
io x^KÓg xe xp^gcn; xe 7toÁÚKjxrixó<; xe aí8r|po<;.
EV0a Se xó^ov keíxo rcaÁÁvxovov t^Se (papéxpri
íoSÓkoc;, tcoXXoí 8’ EVEaav gxovóevxe<; óígxoí,
8<opa xá ol ^eívog AaKeSaípovi Sanee xoxrioa<;
,zI<pixo<; E'óp'üxíSri^, etiieíkeAo^ á0aváxoiai.
15 xó) 8 ’ év Meaar|Vfl ^'upPÁxixriv áÁXr|A,oiiv
oiK(p év ’OpxiXóxoio Saí<ppovo<;. fi xoi ’OSdggeix;
TJÁ0E pexá xp£Íog, xó pá oi Ttág Srjpot; ó<peÁZe-
l±fjZa yáp é£, ’I0Ókt|(; Meggtívioi avSp£<; aeipav
VTyual 7toÁA)KÁ,rfioi xpiriKÓai’ ti8e vopx|a<;.
írjV JtoÁÁ,T}V oSoV T)Á0£V OSoGGED^,
jcaiSvóg écov • 7tpó yáp t|ke 7caxr|p aXAoi xe y£povx£<;
"Iíprcoq aí>0 ’ íjctcoix; Si^tijievo^, ai oi oÁovxo
SóSoca 0f|X£iai, wró 8’ rifiíovoi xaXaEpyoi*
ai 8r| oi Kai éxcEixa <povo<; Kai fioipa y£vovxo,
25 ETtei 8tj Aió<; uiov ómpikexo KapxEpoOopov,
<p©0’ 'HpaKÁíia, peyáÁov éTuíoxopa epycov,
Libro XXI

Pero la diosa ojiglauca Atenea le había puesto en la mente


a la hija de Icario, la muy prudente Penélope,
poner el arco y el fierro grisáceo ante los pretendientes
en las salas de Odiseo: certamen e inicio de muerte.
Ella subió por la alta escalera de su habitación,
y tomó en su mano fornida una llave curvada,
hermosa, de bronce: había en ella una ebúrnea manija.
Y presta, con sus mujeres sirvientas se fue a la bodega,
a la remota; allí, de su rey los tesoros se hallaban,
bronce y oro y fierro, arduamente forjado.
Allí también yacía el arco, tenso al revés, y la aljaba
de las Hechas, y en ésta había muchas luctuosas saetas,
dones que un huésped le dio al encontrarlo en Lacedemón,
el Eurítida ífito, semejante a los inmortales.
Ellos dos se encontraron uno con otro en Mesene, 15
en la casa de Ortíloco, el sagaz. Ciertamente Odiseo
había ido por una deuda que tenía con él todo el pueblo,
pues los mesenios, de ítaca habían levantado unas reses,
trescientas, y a sus pastores, en barcos de muchos toletes.
Por ello, Odiseo fue en una embajada, en un largo camino,
siendo joven: lo enviaron su padre y, también, los ancianos;
por su parre, ífito iba buscando sus yeguas perdidas,
doce yeguas y, bajo ellas, lactantes, sus mulos de carga;
ésas, a la postre, fueron también su homicidio y su moira,
cuando llegó al hijo de Zeus, al de ánimo fuerte,
al varón Heracles, experto en ingentes trabajos,

355
Homero
°? giv ^eivov éóvxa KaxéKTavev co' evi
’ ' oíkcü
V
w ai5éaax’ xp<m«v,
W nv ox7tape0T|KEv • eneua Sé rópve Kai aóxóv
8 awo5 ¡te Kpaxepávx^ év pe-yó.povn.
tac, epecov O8uaí}i cwiívxexo, Sanee Sé xó^ov,
xo npiV pév éq>ópex péyaí Ei5(Mno?) a()TÓ,p ¿ jtai8l
KaA.Airc ajtoOvfiaKcov év Scópaoiv w^oíai.
x$ 8’ ’OSweís S«P°S ói^ Kai c&Kipov eno? é'ScoKev
35 apxhv ^eivoaSvxiíTtpoaKTiSÉog-oíSéxpaTO^
Yvcdttjv aÁtarjtao • Jipiv yap Aio<^ bíó^ ekecpvev
"IípiTov EípDTÍS'nv, £7UEÍK£?LOV á0avaToiciv,
% OI TÓ^OV e8(0K£. TO 8’ OO JIOTE 8lO<; ’OS'ÜOQE'üc;
epXÓgEvoc; tcoXejliÓvSe pEÁaivácov érci vrjcov
4o ppEve’, áXX’ aoToo p,vrip,a ^eívoio (pítano
keoket’ évi jiEyápoior, <póp£i 8é piv fi<; éni yaÍTig.
fj 8’ ote 8ti 0áÁajiov tov áípÍKETo 8ia yovaiKtov
Oi)8Óv TE Spmvov 7lpOa£pTia£TO, TÓV 7T0TE TEKTCÚV
^eooev EKiaTaREVíoq Kai ekí oTá0pnv í0wev,
45 év Se GTaOp.o'ix; apo£, Oupac; 8’ ekeOtike cpa£iva<;,

aÍTÍK’ áp’ n y’ ijiávTa 0oá><; ánékx>OE KopcoviK,


év 8e kájUS’ nKE, 0upécúv 8’ aVEKOTCTEV óxña<;
ávxa TlTVOKOJlEVT]. Ttt 8’ áVEppttXEV ROTE TttVpog
PoGKÓprvog ^Eipxovi- tóo’ £ppa%£ KaXá 0'üpexpa
50 nXriyevTa kXtiíSi, rc£Táa0r|aav 8é oi ©Ka.
ri 8’ áp’ écp’ 'bvnXÍK oaví8o<; pfj • £v0a 8e z^tan
EGTaaav, év 8’ apa Tfloi 0ocó8ea EipaT’ ekeito.
év0sv ópE^agevri arcó rcaaaátan) alvino to^ov
octjtco ycopoTCú, og oí kepikeito cpaeivoc;.
55 e^opévri Se koít ’ aí>0i, (pitaña ’ énl yoúy aai
0£Íaa,
Ktaxi£ pátax tayécog, éK 8’ pp££ tó^ov ávaKTOt;.

356
ODISEA XXI

que lo mató en su propia casa, aunque era su huésped;


cruel: no tuvo temor del castigo divino, ni de la mesa
que le había puesto enfrente; mas sí, lo mató y, en sus salas,
él mismo retuvo las yeguas de fuertes pezuñas. 30
Preguntando por éstas, encontró a Odiseo, y el arco le dio,
el que antes portaba el gran Eurito, y que éste dejó
a su hijo, al morir en sus altas moradas.
Y Odiseo, una aguda espada le dio, y una lanza robusta,
principio de una cordial amistad; mas nunca en la mesa «
se conocieron entre ellos, pues el hijo de Zeus antes mató
al Eurítida ífito, semejante a los inmortales;
ése le había dado el arco; a éste, nunca, el noble Odiseo,
al marchar a la guerra en los negros navios,
lo tomó, mas allí, cual recuerdo de un huésped querido, 10
yacía en el palacio, y Odiseo lo portaba en su tierra.
Y cuando a dicha bodega llegó la divina mujer,
y subió hacia el umbral de encina (que, otrora, un carpintero
había alisado hábilmente y lo había enderezado con hilo,
y en él ajustó las jambas, y puso unas puertas lucientes), 45
ella, al punto, de prisa soltó la correa de la argolla,
echó la llave y, apuntando al frente, botó los cerrojos
de las puertas. Y éstas crujieron como un toro que pasta
en la pradera: tanto crujieron las puertas hermosas
golpeadas por la llave, y se le abrieron rápidamente. 50
Ella, pues, subió hacia el alto tablado; allí se encontraban
los cofres, y en ellos yacían fragantes vestidos.
Desde allí, estirándose, desprendía el arco de su clavija,
con todo y la espléndida funda que lo circundaba.
Y sentándose allí, en sus rodillas poniendo esa funda, 55
lloraba con muchos gritos, y extraía el arco del rey.

356
homero
ñ 8. ercei 0£v róp(pftn
XZZ '±í5E T-“ gVWÍW?

60 Ío8ókov VW W <WéTp’lv
, eveoav aovóme? óíoxoi.
Keíxo ¿r “P<pW.oX?1 Stkxov, evOa aí8npo?
KEIXO JtoX-os Kcti xcAkos, áéexia xoio civaKxoc
n 8 oxe Sil pvT|CTÍipa? atpÍKexo 8ia yovaiKñv
axil pa rcapa axaOgóv léyeo^ nú™ nongoio, ’
65
avia rcapEiácov Gxopévri Xircapá Kpí|S£pva-
ápqúftoXog 8’ apa ol ke8vt] £KaT£p0£ TcapéaiT].
auTiKa Se pvriGTfipai pETTióSa Kai (páxo pí>0ov-
« kekA/ute |xeb, pvr|OTf)p£^ ayrivop£<;, oí tó8e 8©pa
¿XpáET’ £G0iép£V Kai rcivégEv éppEvét; ai£Í
70 áv8pó<; árcoixopévoio koXw xpóvov, ox)8e tiv’ áXXriv
pi>0ov ftotnaaaOai £7iioxeaír|v é8óvaG0£,
áAA’ epé lépEVoi yripai 0éa0ai te yovaiKa.
áXX’ áyETE, pvrioTripEg, etcei tó8e <paív£T’ áe0Áov •
0tigco yáp peya tó^ov ’08oggtío<; 0eíoio ♦
75 o<; 8é ke pijíxaT ’ évTav'úari pióv év rcaZápriai
Kai ÓioígteÓgyi jieXekecov 8v>oKaí8eKa tcóvtcov,
Típ KEV áp’ EGTCoípnv, voaqnaoapévn to8e 8á>pa
KOvpíSiov, páXa KaXóv, évÍTiXeiov pióioio,
TOÍ> 7COTE p£pVT|G£G0ai ÓlOpai EV 7l£p OVEipCp »■
80
<f>áxo, k«í p’ Efigaiov ávráyei, 8iov ixpoppov,
xó^ov gvnoxiípEoai Gégev JtoXióv xe cíSnpov.
SaKpúaa? 8’ Eügaiog ÉSé^axo Kai KaxéGnKe-
KÁaíe Se PoukóXo? aUoO’, ejieí Í8e xo&ov avaCTO?.
’Avxívooi; 8’ évévutev ejioí x’ éipax’ ek x ovoga^e
« vgJtiot áypoiwxai, éipngépia <ppovéovx&;,
85
& 8eúU», xí vu SÓKpo Kaxeípexov f|8e yovaiKi

357
ODISEA XXI

Mas ella, cuando se hartó del gemido muy lacrimoso,


presto se fue a la sala, con los pretendientes egregios,
teniendo en su mano el arco, tenso al revés, y la aljaba
de las flechas, y en ella había muchas luctuosas saetas. óo

Y atrás, le llevaban las siervas un cofre, en donde abundantes


yacían el fierro y el bronce, las armas del rey.
Y cuando a los pretendientes llegó la divina mujer,
se colocó junto al poste de la sala hecha sólidamente,
manteniendo enfrente de las mejillas su nítido velo; 65
a cada lado de ella se colocó una esmerada sirvienta.
Y al punto habló entre los pretendientes; dijo estas palabras:
“Escuchadme, pretendientes gallardos, los que esta morada
invadisteis, para comer y beber siempre constantes,
pues su amo está ausente hace ya mucho tiempo, y ningún
otro pretexto, usando palabras, pudisteis poner,
sino sólo deseando desposarme y tenerme de esposa.
Mas, ea, pretendientes, pues un premio aquí se presenta:
del divino Odiseo el gran arco pondré ante vosotros;
quien facilísimamente extienda en sus manos el arco 75
y a través de todas las hachas, las doce, dispare una flecha,
con él yo me iré, abandonando esta casa legítima
por matrimonio, muy hermosa, toda llena de víveres;
creo que a veces la recordaré, aunque sólo en mis sueños”.
Así dijo, y ordenó a Eumeo, el noble porquero, 80
poner ante los pretendientes el arco y el fierro grisáceo.
Eumeo, lagrimando, lo tomó y lo puso en el suelo;
en otro lado floraba el boyero, al ver el arco de su amo.
Y Antínoo los increpó, y esto decía y los nombraba:
“¡Campesinos zopencos, que sólo pensáis en lo efímero!
¡Ay, infelices! ¿Por qué vertéis lágrimas, y de esta mujer

357
HOMERO

Ouuóv éví a-rtíeeaaiv ópívexov; fi xe sai «Uo^


“A’Yeal ¿Jtei tpíZov roXea’ áKoí-nv.
aÁA' cíKecov 8aívoG0£ Ka0r|p£voi, f|é 0úpa£e
90 KÁaíexov é^eXeóvxe kgt ’ aÍTÓ0i tó^oc Xitcóvte,
PVT|gttjpeggiv áeOZov ááaTov • oo yáp óí©
pri'iSí©^ tóSe xó^ov éo^oov évTavoEoÓai.
oí yáp xig péxa toío<; ávijp év toígSegi rcaaiv,
oto<; ’OSdggeoq egkev • éy© Sé piv amó; O7i©7ca,
95 Kai yáp pvr|p©v Eipí, rcái<; 8 ’ eti vtjkio; rja ».
©<; <páxo, T<p 8’ apa 0opó<; évi gtt|0eggiv éáXrcei
veopTjv évTavóeiv Sioígtebgeiv te oiSripoo.
r| toi óígtou y£ rcp©TO<; y£oaaG0ai e'peáXev
éK yeiptóv ’O8oGfjog ápopovog, ov tót ’ ¿Tipa
100 iípEvog év peyápoio’, érci 8’ ©pvoe rcávTag ETaípoog.
toígi Se Kai pETEEitp’ ÍEpí í<; Trjkepáxoio-
« © 7cÓ7roi, tj páXa g£ Zeíx; átppova 0t]K£ Kpovíwv •
gT|TTlp g£V poí (prjGl <píÁT], 7llVOTT| 7C£p éoBGCí,
áÁX© áp’ EigeG0ai voaípiaaapévri tóSe 8©pa •
105 aoTap éy© y£Áó© Kai T£p7topai átppovi 0op©.
áXX’ áy£T£, pvTjGTqpEg, é7t£Í tóSe <paív£T’ áeOXov,
oitjvov ook egti yuvrj Kax’ ’AxaiiSa yaíav,
oote nóloo iepf¡g oot’ "Apyeoú oote Mbktjvt|<;,
[oot’ aoTÍjc; ’I0aKng oot’ ífaeípoio pEÁaívnd
iio Kai 8’ aoToi to8e ígte • tí pe XPH pimpos aívoo; —
áXV áye prj póvijat 7iapéÁK£Te prjS’ eti tó^oo
Sripov á7ioTp©7iáG0£ TavoaTOO^, o<ppa Í8©pev.
Kai 8é kev aoTtx; éy© too tó^oo TtEipTjaaipriv •
ei 8e kev évTavóa© Sioüjteog© te aiSrjpoo,
ii5 oo K£ poi áxvopév© tóSe S©paTa rcÓTVia pr|Trip
ÁEÍ7T01 áp’ áUq> íooa’, or’ éy© KaTÓ7tia0£ XiTcoípnv

358
ODISEA XXI

el corazón conmovéis en el pecho? Ya de suyo entre penas


yace su corazón, porque ella perdió a su amado marido.
Ea, tranquilos seguid banqueteando sentados, o afuera
seguid llorando, tras salir y aquí mismo dejarnos el arco, 90
certamen de los pretendientes, inocuo; en efecto, no creo
que este arco bien pulido será fácilmente extendido;
en efecto, entre todos éstos, así no existe un varón
tal como era Odiseo: yo mismo lo vi,
cierto, me acuerdo bien, aunque aún era un niño pequeño”.
Así habló, mas su alma en el pecho tenía la esperanza
de tensar la cuerda y disparar la flecha a través de los fierros.
En realidad, iba a ser el primero en probar una flecha
de las manos del intachable Odiseo, al que hoy deshonraba
sentado en la sala, e incitaba a todos sus compañeros.
Entre ellos también habló el sagrado vigor de Telémaco:
“¡Ay, ay! Sin duda, Zeus el Cronión me ha vuelto demente:
mi querida madre, aun siendo sensata, asegura
que ella se irá con otro, abandonando esta casa;
yo, sin embargo, me río y me deleito con alma demente.
Mas, ea, pretendientes, pues un premio aquí se presenta:
una mujer como ésta, ahora no existe en la tierra de Acaya
ni en la sagrada Pilos ni en Argos, ni existe en Micenas,
ni en Itaca misma, ni en el continente sombrío;
sabéis esto aun vosotros. ¿Por qué debo alabar a mi madre?
¡Mas, ea! No demoréis con excusas la cosa, y del arco
ya no esquivéis su extensión mucho tiempo, a fin que veamos
qué pasa. Y yo mismo podría hacer la prueba del arco;
si lo extiendo y disparo la flecha a través de los fierros,
no me habría de afligir que mi madre honorable esta casa
dejara, yendo con otro, porque atrás yo habría de quedarme

358
HOMERO

oio; x’ mxpó; áéGXia kóX’ áve^éaGai».


T), Kai ara (ojxoiív xXaivav 0éxo (poiviKÓeaaav
opeó; ávaíqa;, ano 8e ^úpo; ó£ó Géx ’ óípwv.
«o npmov p.év raeXeKeas axfjoev, Sia xácppov opilas
naai píav pxxKpriv, Kai érai axá0priv i'0ovev,
apxpí 8é yaiav éva^e. xáípog 5’ éXe raávxas iSóvxas,
&<; eÍKÓopcog ox^ce- raápos 8’ oó raco raox’ óraróraei.
oxf| 8’ ap’ era’ oiSóv íwv Kai xó^oo raeipxjxi^e.
125 xpis p,ev giv raeXepi^ev épioGeG0ai geveaívcov,
xpi<; Sé p,e0f|Ke Pítjs, éraieXraópevos xó ye 0i)(i®,
veDpriv évxavieiv Sio'iaxeíaeiv xe ai8xipou.
Kai vi Ke $h éxávDGoe prp xó xexapxov áveXKov,
áXX’ ’OSnoeix; ávéveoe Kai éaxe0ev iepevóv jeep.
no xois 8 ’ aóxig pexéeup ’ iepi i'g TTjXepáxoio •
« co 71Ó7101, r\ Kai eraeixa KaKÓs x’ éaop.ai Kai cxkikik;,
T|é veóxepóg eípi Kai oó raco xeP°i raeraoi0a
áv8p’ draapivaa0ai, oxe xig rapóxepog xaXeJcrivTv
áXX’ áye0’, oí jeep epeío píp rapocpepéaxepoi éaxe,
135 xó^oo 7ieipTioaa0e, Kai BKxeXecopev áe0Xov ».
cog eiracov xó^ov pév arcó eo 0nK£ /apa^e,
KÁívag KoXXrixpaiv éü^éaxflg aavíSeaaiv,
aixoi 8’ g>kÍ) péXog KaXp rapoaeKÁive Kopcovp,
ay 8’ aoxig Kax’ ap’ e£ex’ érai 0póvoi), év0ev áveaxTp
i4o xoiaiv 8’ ’Avxívoog jxexeyn, Eiraei0eog uiog-
« Ópvi)o0’ é^eíiK éjciSe^ia raávxeg éxaipoi,
áp£,ápevoi xoi x©poD, 60ev xe raep oívoxoeuei».
cog éyax’ ’Avxívoog, xoiaiv 8’ ératrivSave piOog.
AeicoSrig Sé rapcoxog ávíaxaxo, "Hvoraog móg,
145 o Oípl 0DOOKÓOS £GK£, jcapá KpT|xfipa Sé KaÁÓV
l^e iwxovwxxog aieí- áxaa0aXíai 8e oi oicp

359
ODISEA XXI

ya siendo capaz de ganar de mi padre las armas hermosas”.


Habló y, tras saltar, de pie se quitó de los hombros su manto
purpúreo, y la aguda espada se quitó de los hombros.
Primero puso las hachas, tras cavar muy bien una zanja,
una larga, para todas, y las enderezó con un hilo
y apisonóles la tierra. El estupor cogió a todos mirando
con qué habilidad las puso; antes, no las había visto nunca.
Fue y se paró en el umbral e intentaba la prueba del arco.
Tres veces lo removió, anhelando con ansia atraerlo, I2‘
tres veces desistió del esfuerzo, aun eso esperando en el alma:
tensar la cuerda y disparar la flecha a través de los fierros.
Y pues lo habría extendido, a la cuarta, jalando con fuerza,
mas Odiseo le hizo señas, y lo contuvo, estando deseoso.
Entre ellos de nuevo habló el sagrado vigor de Telémaco:
“¡Ay, ay! Incluso en lo sucesivo seré un cobarde e imbécil,
o bien soy muy joven, y aún no confío en mis manos
para rechazar a un hombre, cuando él me provoque primero.
¡Ea! Quienes en fuerza sois más destacados que yo,
haced la prueba del arco, y démosle fin al certamen”. &
Dicho esto, desde él, el arco puso en el suelo,
reclinándolo contra la puerta compacta y pulida,
y allí mismo, en la bella argolla, reclinó la rauda saeta,
y de vuelta, otra vez sentóse en el trono de donde se alzara.
Y entre ellos habló Antínoo, el hijo de Eupites: 140
Compañeros, levantaos todos en orden, hacia la diestra,
comenzando del sitio de donde sirve el vino el copero”.
Así dijo Antínoo, y su propuesta les plugo.
Y se alzaba el primero, el hijo de Énope, Liodes, quien era
su ministro de ofrendas, y junto a la hermosa crátera 145
se sentaba siempre, hasta el fondo; sólo a él le eran odiosas

359
HOMERO

ezOpal eaav, rcaaiv 8é vegéaaa gvnaxiíPeaaiv •


O? f“ KP“T°Í TÓ^ov Zápe Kai péZo; wkú.
HTrj 8 áp éK’ obSóv i<»v Kai xó^ob rcEipflxi^Ev,
150 ov8É giv évxávvae- rcpiv yáp Káge Zeipa? ávéÁKtov
axpircxoBg ánákÚQ. gerá Sé gvr|Gxflpaiv é'eurev •
« <b cpíXoi, ob gév éyó xavóco, Áapéxco Sé Kai áUog.
rcoZXoog yáp xóSe xó^ov ápioxfla^ KeKaSrjaei
Gogoo Kai yB%T]<5, £rc£i fl rcoXi) (pépxepóv éaxi
155 xeGvápev fl ^óovxag ápapxeiv, ob 0’ evek’ aíei
évGáS’ SpiXéopev, rcoxiSéyg£voi flgaxa rcávxa.
vbv gév tk; Kai é'Xrcex’ évi (ppeaiv flSé pevoiva
yflgai rTqveXójteiav, ’OSBaofloc; rcapaKoixiv •
aflxáp ércflv xó^ob TteipflGExai flSé íSrjxai, —
160 áXAiyv Sfl xiv ’ erceixa ’A/aiiáScov £BrcércÁcov
gváaGco ééSvoiGiv Si^fljLievog • fl Sé k’ ercevca
yflgaiG’ o<; kc rc/Uiaxa rcópoi Kai gópaigo<; é'AGoi ».
coq áp ’ é(pravT|G£V Kai arcó éo xó^ov é'GrjKE,
KÁívag KoAZrjxflGiv éB^éoxpg oavíSEGoiv,
165 aoxoo 5’ cükb péXog KaÁfl rcpoo£KÁiv£ Kopávri,
áijz 5’ aBXi<; Kax’ áp’ e^ex’ érci GpovoB, ev0ev av£axr|.
’Avxívoog S ’ évévircEV ércoc; x ’ é'tpax ’ é'K x ’ óvóga^e •
« AeitóSeg, rcoióv ge enog <póy£V e'pkoc; óSóvxcov,
Seivóv x’ ápyaXéov xe, vspeaa&pai Sé x’ Skobcov,
170 £Í Sfl xobxó y£ xó^ov ápiGxfla^ KEKaSflaei
Gogoo Kai yB%fl<;, ércei oo Sovaaai gb xavoaoai.
ob yáp xoi aé ye xoiov éyeívaxo rcóxvia gflxrip,
oióv xe pBxflpa pioó x ’ égevai Kai óiaxcov •
áXX’ áXXoi xavoooai xá%a gvriaxflpe; áyaooí».
175
<oq <páxo, Kai p’ eKeAeooe MeÁávGiov, aircoXov aiycov
« áypei Sfl, rcop xflov évi geyápoiai, MeXavGeo,

360
ODISEA XXI

las locuras, y se indignaba con los pretendientes, con todos;


primero éste, entonces, tomó el arco y la rauda saeta.
Fue y se paró en el umbral e intentaba la prueba del arco,
mas no lo extendió: antes, jalando, se cansó de sus manos
imperitas y muelles. Y dijo entre los pretendientes:
“Amigos, realmente no voy a extenderlo; que otro lo tome.
Sin duda, este arco, a muchos príncipes va a despojar
de su vida y de su alma, pues, cierto, es mucho mejor
morir que, viviendo, fracasar en eso por lo que nosotros
siempre aquí nos reunimos, aguardando todos ios días.
Hoy, cierto, uno que otro aún espera en su mente, y anhela
desposar a Penélope, la mujer de Odiseo;
mas cuando haga la prueba del arco y vea lo que pasa,
entonces, a alguna otra de las aqueas de peplos hermosos «¿o
corteje, buscando ganarla con dones, y aquélla después
se casaría con quien más ofrezca y le venga cual sino”.
Así, pues, dijo, y desde él, el arco depuso,
reclinándolo contra la puerta compacta y pulida,
y allí mismo, en la bella argolla, reclinó la rauda saeta, 165
y de vuelta, otra vez sentóse en el trono de donde se alzara.
Mas Antínoo lo increpó, y esto decía y lo nombraba:
¡Liodes, qué palabra huyó de ti, del redil de tus dientes!
Ella es terrible y molesta, me indigno al oírla:
que ya ese arco a los príncipes va a despojar 170
de su vida y de su alma, porque no has podido extenderlo.
Sin duda, tu honorable madre no te alumbró
como a uno que fuera buen tirador del arco y de flechas;
mas pronto, otros pretendientes egregios habrán de tensarlo”.
Así dijo, y ordenó a Melantio, el cabrero de cabras:
“Anda ya, prende fuego en la sala, Melantio,

360
HOMERO

rcap 6e TiGei Súppov


'V te péyav Kai K©a; ek’
te péyav Kai Kwag ek’ amov,
ek oe OTÉaiog eveike péyav Tpo/óv evóov é
ke psyav Tpoxov evóov éóvxot;,
Oíppa véoi 0áÁKovT£<;, éjcizpíovieg áZoiípíj,
180 tó^o-ü TreipcópeaOa Kai ekteÁewpev áe0Xov ».
' ©<; (pá0’, ó 8’ ahj/’ ávÉKaiE MeXáv0io<; arápaTov
Kap 6e <pép©v Sítppov 0fjK£v Kai K©a<; ek’ avwñ),
ek 8e OTEaxo^ eveike pEyav Tpoxov evSov éóvToy
T¿¡) pa véoi 0áA,7iovT£t; ekeip©vt’, 008’ éSovavTo
185 EVTavpoai, koXXov 8e Ptq<; ¿KiSEuéEc rjaav.
’AvtÍvoo<; 8’ et’ ekeixe Kai Eopópaxo; 0eoei8ti;,
ápxoi fiVTiOTTipcúv- ápETÍj 8’ EGav E^ox’ apuran.
t© 8’ é^ oíkou Prjaav ópaprriGavTEí; áp’ áptp©
pouKÓXoc; ti8e Gotpoppóc; ’08ooano<; 0eíoio •
190 ek 8’ aoTÓc p£xá xoog 8ópoo tÍZu0e 8io<; ’OSoggetk;.

<p0£y¿;ág£vÓ£ a<p’ ekeeggi KpoorjóSa pEiÁixíoioi-


« PobkóXe Kai ai, G'inpoppé, eko<; tí ke pD0noaípTiv,
ri aÍTÓ; keó0©; q>áa0ai 8é p£ 0opó<; áv©y£i.
195 KOIOÍ k’ ElT’ ’OSuGTji ápOVEpEV, El 7CO0EV EÁ0O1
©Se páV E^aKÍvrn; Kai xig 0eó<; aoxóv évEÍKai;
fj ke pvTiGTT|p£GGiv ápovoix’Ti ’OSuGrji;
EircaO’ ok©^ ápEa^ KpaSiTj 0'opo^ te keáeoei ».
tov 8’ aÚTE jcpoGEEiKE ¡3o©v £KlPoi)KOÁO(; aVT|P'

200
« ZeÍ» KttTEp, ai yáp Tomo T£X-£T)TTJG£ia^ EÉXSwp,
©g eA,0oi pév KEivog ávr|p, áyáyoi 8é e 8aíp©v •
yvoíiK x’, °*n £|*0 Svvapig Kat %eip€£e71:0VTaí
©<; 8 ’ aíSx©<; Eopatog EKEÓ^axo rcáat 0eoígi
voGTqGai ’Oóuafia KoXúcppova ov8e 8ópov8£.
205
E^aVTÍí; Gíp’ EKEEGGIV ápEtPÓpEVOg KpOGEElKEV *

361
ODISEA XXI

y a su lado pon una gran silla y, encima de ella, un vellón,


y saca una gran marqueta del sebo que adentro se encuentra,
a fin que los jóvenes, caldeando, untando con grasa,
sigamos la prueba del arco, y le demos fin al certamen”.
Así dijo, y Melando al instante encendía el fuego incansable;
trajo y puso a su lado una silla y, encima de ella, un vellón,
y sacó una gran marqueta del sebo que adentro se hallaba.
Con él caldeando el arco, los mozos probaban, mas no podían
extenderlo, pues eran con mucho inferiores en fuerza.
Mas aún faltaban Antínoo y Eurímaco, símil a un dios:
jefes de los pretendientes; en destreza, asaz los mejores.
Allí, de la casa salieron a un tiempo, juntos los dos,
el boyero y también el porquero del divino Odiseo;
y él mismo, tras ellos, se fue de la casa, el noble Odiseo.
Mas cuando ya estaban afuera de la puerta y del patio,
hablando, se dirigió a ellos con dulces palabras:
“Boyero y tú, porquero, ¿podría decir una palabra,
o yo me la guardo? Empero, el alma me ordena decirla.
¿Que opinaríais de defender a Odiseo, si él regresara 195
de algún lado, así, muy de repente, y algún dios lo trajera?
¿A los pretendientes defenderíais, o a Odiseo?
Hablad, como el corazón y el alma os impulsan”.
Le contesto a su vez el boyero guardián de los bueyes:
Padre Zeus, ojalá me cumplieras ese deseo, 200
que regresara aquel hombre, y lo guiara alguna deidad;
conocerías entonces cuál fuerza y qué manos me siguen”.
Y en igual forma, Eumeo suplicó a todos los dioses
que el muy prudente Odiseo retomara a su casa.
Y cuando él ya supo que sus mentes eran veraces, 205
de nuevo, respondiendo, él con palabras les dijo:

361
HOMERO

evSoy gev §n o§ avtós éyó, raró jtoUá noyqaac


n^Qov eiKoax* feí é? TOTpí5a yaíav ™ a?’
YiyaxjKca 5’ áx; c<pñiv éeÁSogévoioiv irávco
210
oioiai Sgócov • xóv 6 ’ aUcov ov tev aKovaa
ev^agévov é¡ie avTi<; vrcÓTporcov o’ÍKaS’ ÍK£a0ai.
S’, ó<; eaeiaí rcep, áZri0e{r|v KaTaÁé^to-
eí x vrc égoi ye 0eó<; Sagáap gvTiGTfipa; áyavovg,
á^ogai ápxpoTepoia ’ áAóxovg Kai KTTjgaT’ órcáGGO)
215 okía t’ éyyíx; égeío TETvygéva- Kai goi erceixa
TrjXegáxov ex á peo te Kaaiyvr|Tco xe éaea0ov.
eí 5’ áye Sti Kai afjga ápuppaSég áHo ti Seí^co,
ó<ppa g’ év yvóxov rctGxco0f¡TÓv x’ évi 0vgo,
[ovZrjv, xrjv rcoxé ge avg T¡Áaae áevk^ óSóvti
220 IlapvriGÓvS’ éÁ0óvxa avv vláatv Avtoávkoio ».]
cog eírcóv paKea geyáÁric árcoepya0ev ovXfig.
tó S’ ércei eÍGiSéxriv ev x’ éíppáaaavxo EKaaxa,
KÁaiov áp’ ág<p’ ’OSvafj'i 5aí<ppovi xeipe paÁóvxe
Kai kvveov áyarca^ógevoi K£(pa%r)v te Kai ógovg-
225 óg 5’ avTGx; ’OSvgeíx; KetpaÁág Kai %¿ipa<; ekvctge.
Kai vv k’ óSvpogevoiGiv eSv <páo<; r|£Áioio,
eí fxn ’OSvggev^avxcx;épvKaKE(póvrjaévte-
« rcavea0ov KÁav0goío yooio te, gx| xi^ iSr|xai
é^eX0óv geyápoio, áxáp EÍrcpat Kai eíoco.
230 áXÁá rcpogvT|GXÍvoi éaeABexe, grjS aga rcavx£¡;,
rcpÓTog éyó, gexá 5’ vgg£<;. áxáp xóSe ofjga t£tv%0íO‘
áXXoi gév yáp rcávxeg, ogoi gvr|axf¡pec áyavoi,
ovk éáaovGiv égoi Sógevai Ptóv rjSé (papexpr,v •
áXXa ov, Si’ Evgaie, (pépcov ává Sógaxa xó^ov
235
év yeípeaoiv égoi 0egevai, eírceív Sé yvvai^i
KXri'iaai geyápoio 0vpa<; rcvKivóg ápapvia^ *

362
ODISEA XXI

“Ya está en casa, aquí; soy yo mismo: tras sufrir muchos males,
he venido a mi tierra paterna en el año vigésimo.
Y sé que los dos, los únicos entre mis siervos, deseáis
que yo llegue; de los otros no he oído a ninguno 210

suplicando que yo otra vez llegue de vuelta a mi casa.


Os contaré, a los dos, la verdad, cual va a suceder:
si bajo mi mano un dios rinde a los pretendientes egregios,
os traeré una mujer, a cada uno, y os voy a dar bienes
y una casa construida junto a la mía, y después, para mí,
cual compañeros y hermanos seréis de Telémaco.
¡Vamos! Os mostraré, además, una señal manifiesta,
por que me conozcáis bien y en el ánimo estéis convencidos:
la cicatriz que antaño, con blanco diente me hincó el jabalí,
cuando yo, con los hijos de Autólico, fui hacia el Parnaso”. 220

Dicho esto, apartó de la gran cicatriz sus harapos.


Cuando los dos vieron bien y reconocieron cada detalle,
lloraban, echando sus brazos en torno al sagaz Odiseo,
y, cariñosamente, su cabeza y sus hombros besaban;
y en igual forma, Odiseo besó su cabeza y sus manos. 225

Y se habría puesto la lumbre del sol sobre ellos gimiendo,


si no los hubiera frenado el mismo Odiseo, que les dijo:
El gemido calmad, y el lamento, no sea que alguien, saliendo
de la sala, nos vea, y luego, incluso allá adentro lo diga.
Vamos, entrad, uno tras otro, no todos a un tiempo, 230

yo primero, y vosotros después. Y que ésta sea la señal:


todos los otros, cuantos son pretendientes egregios,
no querrán permitir que alguien me dé el arco y la aljaba;
mas tú, noble Eumeo, llevando el arco a través de la sala,
lo pondrás en mis manos, y a las mujeres dirás 235
que de su sala cierren las puertas firmemente ajustadas;

362
HOMERO

nv 8e t1? n axovazñí ñé ktwod ev8ov <W<™


avSpcoy nmépotctv év gpKe<n, Xl 0úpaCe‘
rcpopAGxyKeiv, <xW avrou aKTjv egevai rcapá épy©.
240 aoi Se, OiÁoitie 8ie, 0úpag é7ciTeAAopai aúZrjg
KÁrfioai KÁrjíSi, 0o¿og S ’ ctti Seapóv íf¡Aai ».
©<; eírcóv eíarj A0e Sógoog en vaieTaovTag •
E^ET E7TEIT E7CI SlíppOV ICOV, £V0£V 7l£p ávéoTT¡.
£<; 8’ apa Kai tío Sjlkúe itt|v 0eíoo ’OSoafjog.
245 , Eopófiaxog 5 ’ f¡5r| tó^ov peTa xepaiv evcópa,
0áÁJtcov ev0a Kai év0a aéÁa 7iopóg- áXXá luv oéS' og
EvxaviSaai Sóvaw, géya 8’ éoTeve KuSáZipov Krjp-
ó%0r|aag 8 ’ apa eírcev ércog t’ e<pax’ ek t’ óvóga^ev •
« & rcórcoi, r¡ poi a%og rcepí t’ ai)Toi) Kai 7t£pi 7iávTcov.
250 ov ti yápou toggootov oSápogai, á/vógevóg rcep- —
£Íai Kai áXAai rcoAAai ’AxaiíSeg, ai pév év amp
ájiípiáAíp ’I0áKri, ai 8’ áXXpaiv rcoÁíeaaiv • —
áXÁ’ ei 8fi toggÓvSe pír|g éTiiSeoéeg eípév
ávTi0£OD ’OSoGfjog, o t ’ oi) Si)vag£G0a Tavuaaai
255 TÓ^OV • éA,£YX£Í11 Kai EGOOgEVOlGl jru0£G0ai».
tov 8’ ai)T5 ’AvTivoog 7tpoG£(pT|, Ewr£i0£og uiog
« Eópojiax’, ot>x oBTCog eoTai* voeeig Se Kai auTog.
vov pév yap KaTa Srjpov eopTp toío 0eoío
áyvn • TÍg Sé ke w£a TiTaívovc áAAá eKqXoi
260 k(xt0£t’. ócTáp rceÁéKeág ye Kai eí k’ eíwpey arcaviag
eGTapev • oí> pév yáp tiv ’ ávaipr|oea0ai óico,
éX0óvT ’ ég péyapov AaepTiáSeco ’OSüafjog.
áAA’ áyeT’, oívoxóog pév £7iap¿;áG0G> Sercáeooiv,
o<ppa orceíaavTeg Kaia0eíopev áyKÓZa ió§a-
265
Tja>0ev 8é KéÁeo0e Me/táv0iov, aírcóAov aíywv,
aiyag áyeiv, ai Ttáai péy’ ’é^o%oi aírcoAíoioiv,

363
ODISEA XXI

que, si alguna escucha gemidos o estrépito de hombres


adentro, en nuestros muros, de ningún modo hacia afuera
vaya, mas allí, en su trabajo, en silencio se quede.
Y a ti, noble Filecio, te encargo las puertas del patio, 240

que las cierres con un cerrojo, y rápido un nudo les eches”.


Dicho esto, entró en la casa, de hechura suntuosa;
luego, yendo, sentóse en la silla de donde se alzara.
Y pues ingresaban también del divino Odiseo los sirvientes.
Eurímaco ya entre sus manos el arco movía, 245

acá y allá en el fulgor de la lumbre caldeándolo; empero,


ni así podía extenderlo, en su ilustre pecho asaz se angustiaba;
y, pues indignado, habló, y esto decía y los nombraba:
“¡Ay, ay! Cierto, tengo pesar por mí mismo y por todos.
Para nada lamento tanto la boda, aun estando afligido 250

—hay también muchas otras aqueas, unas en Itaca


misma, puesta en el mar, y otras en otras ciudades—,
sino el que seamos, cierto, tan inferiores en fuerza
ante el deiforme Odiseo, porque no podemos tensar
el arco: ¡una afrenta, aun para los que vendrán, al saberse!” 255
Y le dijo entonces Antínoo, el hijo de Eupites:
Eurímaco, no será así, e incluso tú mismo lo sabes.
Pues ciertamente hoy, en el pueblo, del dios es la fiesta
sagrada, ¿quién se ocuparía en extender un arco? Tranquilos
deponedlo. Por lo demás, aunque todas las hachas dejemos 260
estar donde se hallan, ninguno, creo, habrá de llevárselas,
viniendo al palacio de Odiseo Laertíada.
¡Ea! Que el escanciador inicie el ritual con las copas,
para que, habiendo libado, depongamos el arco curvado;
pero, al alba, ordenad a Melantio, el cabrero de cabras, 265
traer cabras, las más excelentes en todos los hatos caprinos,

363
HOMERO

aéVTeS ’AtóUwvi KXmorói;,»

V «xí ¿KieZeconev a^v>>


xotm VTÍV°0?’TOÍOlV 8 ’ ^Sove gúOog.
toiar 8e ÜSap Z£Ípa? %1Ja<
KODpoi Se KPT}Tnpa<; éTieoxévavxo rcoxoio,
v^paay 8; apa rcaaiv érap^ápevoi Sercáeaaiv.
oí ó ercei oív ojieíoáv te kiov 0’, óaov nGeXe 0Bpó<;,
ig Se SoXotppovérov pexé<pr| jcoXópTixig ’OSuGaeú;-
TOIC
„ « KÉKXmé gen, pv^axTÍpeg áyaKXeixn; PaaiXeúig,
[ó(pp’ eucco, xa pe 0Dpó<; évi Gxx|0eaai KeXeíev]
E'óp'ópaxov Sé páAioxa Kai ’Avxívoov OeoeiSéa
Xíaaop’, ércei Kai xouxo ercog Kara poipav é'eure,
vvv pév raucai xó^ov, é7iixpévai Sé Oeoiaiv •
¡so ri<D0ev Sé 0eó<; Sóaei Kpáxo^, á> k’ éOéApaiv.
áÁÁ’ ay’ époi Sóxe xó^ov éo^oov, ótppa pe0’ ópiv
Xeipcov Kai G0éveo<; rceiprjoopai, tí poi ex* éaxiv
i'g, oitj rcápo<; egkev évi yvaprcxoíai péZeaaiv,
T| tÍ5t| poi óÁeaaev aÁp x ’ aKopiaxíri xe ».
285 ax; écpaO oi 8 ’ apa udcvxeq ÍTCep<piáÁx»<; vepéariaav
Seíaavxe^ pp xó^ov ei^oov evxavoaeiev.
’Avxívoo<; 5’ évévutev érco*; x’ é<pax’ ek x óvópa^ev •
« a SetXé ^eívcov, evi xoi <ppéve<; oüS riPaiaí.
o'ük áyauac;, o ekt|Áo<; i)7iep<piáÁoiai peO’ npiv ,
290 Satv-oaai ox>8é xi 5aixó<; ápépSeai, aúxáp «koijei;
póOcov ripexepcov Kai prjaiog; oi>8é xig áZAog
rjpexépcov póOcov ^eivog Kai rcxcoxoc; aKOvet.
oivóc; ae xpóei peZvrjSiK, og xe Kai áÁÁoix;
pXárcxei, o<; av piv xavSóv éXp pnS’ aíaipa 7iívp.
295 oivoc; Kai Kévxaopov, áyaKÁoxóv Eypuxícova,
áaa’ évi peyápcp peyaOvpov fTeipiOóoio,

364
ODISEA XXI

por que ofreciéndole muslos a Apolo, el insigne por su arco,


hagamos la prueba del arco, y le demos fin al certamen”.
Así dijo Antínoo, y su propuesta les plugo.
Los heraldos les vertieron el agua en las manos, :
los mancebos llenaron muy bien de bebida las cráteras,
y repartieron a todos, iniciando el ritual con las copas.
Mas, después de libar y beber cuanto su alma deseaba,
entre ellos, urdiendo dolos, habló el ingenioso Odiseo:
“Pretendientes de la muy gloriosa reina, escuchadme,
por que diga las cosas que el alma en el pecho me ordena;
a Eurímaco máximamente, y a Antínoo, símil a un dios,
suplico, pues también ese dicho dijo conforme a lo justo,
que dejéis por ahora el arco y confiéis el asunto a ios dioses;
y, mañana, el dios dará fuerza y victoria a quien quiera.
¡Mas, ea! Dadme el arco bien pulido, por que entre vosotros
pruebe mis manos y fuerzas, si todavía tengo
vigor, como el que antes había en mis miembros flexibles,
o ya lo han arruinado mi vida extraviada y mi incuria”.
Así habló, y todos ellos se indignaron enérgicamente,
temiendo que él, el bien pulido arco pudiera extender.
Y Antínoo lo increpó, y esto decía y lo nombraba:
“Ah, infeliz extranjero, en ti no hay prudencia, ni pizca.
¿No dishutas de que, entre nosotros, generosos, tranquilo
banqueteas, y en nada eres privado de comida, mas oyes
nuestras pláticas y sus palabras? Y no, ningún otro
las pláticas nuestras oye, sea extranjero o mendigo.
Te hiere el vino dulce cual miel, quien a otros incluso
golpea, si uno a boca abierta lo toma, y no bebe con riento.
El vino también al centauro, al insigne Euritión,
estropeó en la sala de Pirítoo, el magnánimo, cuando

364
HOMERO

Acudeog éXGóvG’- ó §' éTOi wév áaaev oí


^vogevo, kÚk ’ epdje 5ógov KÓTa p^*’
Opwa? 5 aZo; eiXe, Siex jrpoGúpou Sé QvpaCe
00 eAkov avai^xvTe;, án’ ouaia v^éixaX^
P^vaí v ápr|aavT£<; • ó Se (ppeaiv paiv áao0£i<;
rfíev r¡v axT|v óxéa>v áeaííppovi 0opqj.
oí KevTanpoiai Kal ávSpáai veiKog £TÍx0n,
oí Ó’ aízqj 7cpÓT(p kockov £Íp£To oívoPapeícov.
305 (oq Kal aol péya rcfjpa 7n<paíoKopai, ai ks to tó^ov
EVTavíofli;- oí yáp teo £7criTÍog ávTipoXrjaEE;
TjpETEpcp évl Sripco, aqxxp Sé ge vr|i pskaívp
£Íc; ’'E%£Tov paaiÁrja, ppOT©v SnÁTjpova rcávTcov,
7iép\j/opev ’ ev0ev ó ’ oí ti aaóaeai. áÁXá £jcr|Xog
310 7iív£ te pr|8 ’ épíSaive pez ’ ávSpáai KoopoTépoiai».
TÓv 5 ’ aíze ftpoaéeure 7cepí<pp<ov nrjveXÓTteia •
« ’Avtívo’, oí pév KaXóv ázépPeiv oí Sé Síkcciov
^eívoxx; Tn^epáxoo, og kev tóSe Sópa0’ ucnzai.
éÁrceai, ai x’ ó &ivo<; ’OSoggío^ péya zó^ov
315
évzavíap /epaív te pír|<pi te flcpi 7ti0r|oa<;,
o’iKaSé p’ a^£G0ai Kal etjv 0qG£G0ai aKomv;
oí 5’ aízó<; 7100 toító y’ évl gtt]0£Ggiv eoátte-
pr|5é te; ípEÍtov toí y’ EivEKa 0opóv á%£Ítov
év0᧣ 5aivía0a>, £7t£i oíSé pév oíSé eoike ».
TÍv 5’ aíz’ Eípípaxog, IIoXípoo Ttáig, ávzíov ip&x*
320
« KOÍ pn ’lKapíoio, 7TEpí(ppC0V ITriVEÁOTCEia,
oí TÍ GE ZÓvS ’ ᧣G0ai ÓÍÓp£0 OÍÓE EOIKEV,
¿XX’ aÍGXOVÓpEVOt qxxziv ávSpóov rjSé yuvaiKcdv,
pí 7tot£ te; euctjgi KOKcÓTEpo; áXXog ’A/aicov •
325
< í 7coÁí xeípov£<; avSp£<; ápípovog áv5po<; óckoitiv
pvcovzai, oí Sé ti tó^ov ev£,oov évzaví oogiv •

365
ODISEA XXI

fue hacia los lápitas; y él, tras estropear su mente con vino,
rabiando, en la casa de Pirítoo hizo malas acciones.
El pesar cogió a los héroes, y a través del atrio hacia afuera
lo arrastraban, tras saltar y cortarle con bronce inclemente
sus narices y orejas; y él, en su mente estropeado,
se iba, llevando consigo su daño, en su alma demente.
De ahí, entre centauros y entre hombres surgió la contienda,
mas él, para él mismo, primero, halló el mal, pesado de vino.
Así, también a ti te declaro un gran infortunio, si el arco 305
extiendes: no encontrarás benevolencia de nadie
en nuestro pueblo, mas al punto en un negro navio
hacia el rey Equeto, la pernicie de todos los hombres,
te enviaremos: de allí, nunca habrás de salvarte. Tranquilo
sigue bebiendo y no contiendas entre hombres más jóvenes”.
Le contestó a su vez la muy prudente Penélope:
“Antínoo, no es bello ni justo privar de lo suyo a los huéspedes
de Telémaco, cualquiera que venga a esta casa.
¿Piensas que, si el gran arco de Odiseo este extranjero
extiende, confiando en sus manos y fuerzas,
el me ha de llevar a su casa y hacerme su esposa?
Ni él mismo, de esto al menos, tiene esperanza en su pecho;
de vosotros ninguno, dolido por eso en el ánimo,
banquetee aquí, porque no, eso realmente no es conveniente”.
A su vez, le dijo en respuesta Eurímaco, el hijo de Pólibo:
Hija de Icario, muy prudente Penélope,
no pensamos que éste ha de llevarte, ni es conveniente,
mas sentimos vergüenza del rumor de mujeres y de hombres,
de que, algún día, diga alguno de los aqueos, un villano:
Sí, a la esposa de un hombre intachable, hombres muy inferiores
pretenden, y no pueden extender el arco, que está bien pulido;

365
HOMERO

«Uo? tiS ntcozóg ávr,p áXaXngevog éXG<av


PTliSv©; exavuaae ptóv, Siá 8 * fa atSqpov >.
<**; epeooa\ npiv 5’ av éXéyxea Tanza yévoizo ».
330 tov 5 ’ anze Tcpoaéeure rcepáppcov nnveXÓTreia ■
« Enpnpax’, cw rco*; éaxiv énKÁeiag Kazá Síjpov
CppEVttl, OI Si] 01K0V aZipa^OVZE^ eSonoiv
ávópóg ápiaifiog- TÍ ó’ éZéyxea Tanza TÍGeaOe;
oi)xo<; Se §eívo<; pala pév péyag rjS’ enTiriyrig,
335 rcaxpóg S’ é£ áyaOon yevog enxexai éppevai nióg.
áXX’ áye oi Sote tó§ov én^oov, ocppa iÓcopev.
©Se yáp é^epé©, tó Sé Kai zezeXeapévov éaxai-
eí k¿ piv evxavnar], 8©p Sé oi eu/og ’Arcó/U©v,
éaa© piv xtaxiváv te xtx©vá te, eípaza KaÁá,
340 S©a© S’ ó^nv aKovza, Knvcov áÁKxfipa Kai ávSpcov,
Kai ^úpog apcprjKEc; • Scoa© S ’ orco rcoaai rcéSiZa,
rcépv© 5’ orcrcT] piv KpaSírj Onpóg te keáe'Óei ».
ttjv S’ an TTiXépaxog rcercvnpévog ávTiov rjnSa-
« pf]zep éprj, zó^ov pév ’A/aicov on zig ¿peto
345
Kpeíaacov, © k’ éOéX©, Sópevaí te Kai ápvrjaaaOai,
oo0’ oaaoi Kpavaqv ’I0aKr|v Kaza Koipavéonaiv,
onO ’ oaaoi vrjaown rcpó<; "HÁióog ircrcopózoio •
t©v on zí<; p’ ttEKovza Pipaezai, aí k’ é0éX©pi
Kai KaOárca^ 5e*VÍP Sópevaí záSe zó^a (pépeaOai.
350
áXX’ eis oikov íoñaa zá a’ añzíig épya KÓpi£e,
iazóv z’ fjXaKázriv ze, Kai ápqurcóAoiai keáeoe
é'pyov ércoíxeaOai • zó^ov S ’ ávSpeaai peÁrjaei
iiaai, páXiaza 5’ époí- zoñ yáp Kpázo; eaz’ évi oikco ».
-q pév Oapprjaaaa rcá/Uv oikóvSe PeP^kei -
355
koi&qq yáp pñOov rcercvnpévov évGezo Gnpw.

£<; S’ vnepíp’ áva0aaa añv ápxpircóÁoiai yuvai^i

366
ODISEA XXI

mas otro fulano, un hombre mendigo, llegando errabundo,


tensó fácilmente el arco y disparó a través de los fierros’.
Así van a hablar, y eso sería, para nosotros, afrenta”.
Le contestó a su vez la muy prudente Penélope: 330
“Eurímaco, es imposible que en el pueblo, gloriosos
sean aquellos que, cierto, sin respeto devoran la casa
del príncipe: ¿por qué esa otra cosa ponéis cual afrenta?
Ese extranjero es muy grande y está bien fornido,
y se precia de ser hijo de un buen padre, en cuanto a su estirpe.
¡Ea! Dadle el bien pulido arco, a fin que veamos qué pasa.
Pues así lo diré, y esto sin duda habrá de cumplirse:
si acaso lo extiende, y Apolo le otorga la gloria,
lo vestiré con manto y con túnica, hermosos vestidos;
le daré un agudo dardo, protección contra hombres y perros,
y una espada de dos filos; le daré sandalias para sus pies,
y lo enviaré adonde su corazón y su alma lo impulsan”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
Madre mía, de los aqueos no hay ninguno mejor
que yo, para dar y negar el arco a quienquier que yo quiera,
ni cuantos son soberanos en ítaca, la peñascosa,
ni cuantos en las islas, desde Élide que nutre caballos;
de éstos, nadieva a impedirme, mal de mi grado, si quiero
aun dar del todo al huésped este arco, a que se lo lleve.
Mas, yendo a tu estancia, cuida tus propias labores,
el telar y la rueca, y a tus siervos ordena que vayan
a sus labores. Marco, asunto será de los hombres,
de todos, máxime mío, de quien es el poder en la casa”.
Aquélla, pasmada, se iba de vuelta a su estancia,
pues puso en su alma el juicioso discurso de su hijo
Tras subir al piso de arriba con sus mujeres sirvientas,

366
HOMERO

kWv ote ve’ ’OSuoña, <píÁov KÓaw, wppcc oí ünvov


n , erci pXecpápoioi Pata ytacuK©7ii<; ’AOrvr.
amap ó xó^a taepov <pépe KagjróXa 8ío<; Ixpoppóg-
360 gVRGXRp£<; 8’ apa rcávxE; ogÓKtaov év gEyápoiGiv •
<»Se Sé xi<; euiegke véov Í7r£pRvop£Óvxov •
«7tf¡ Sr KapróXa xó^a <pépei<;, ágéyapxE onpwxa,
utatyKxé; xáx’ ax> a’ é<p’ beggi kbve; xaxé£<; KaxéSovxai
oiov árc’ áv0pG)7i(üv, on; expele;, eí kev ’AtcóUcov
365 Rgív Iárkrgi Kal á0ávaxoi 0£ol átaoi».
(OQ (páaav, aáxáp ó 0rke (pépov aúxp évl x®PR,
SeÍgok;, ovvekoc rcoAtal ogÓKtaov év gEyápoiai.
TRÁégaxo^ S’ £xép©0£v á7r£iXRGa<; éyeycovei-
« áxxa, TtpÓGeo <pép£ xó^a • xáx’ oúk én nam ttiOrgei^ •
370 gR ge Kal ÓKÁóxEpóc; 7t£p éó)v áypóvSe Síogai
PáXtaov xepgaSíoiGi • Prqcpx Sé (pépxepót; Eigi.
ai yáp návxcov xóggov, ogoi Kaxá Sogax ’ éaai,
gvRGXRpcov xepaív xe pÍR<pí xe (pépxEpog éÍRV-
xco ke xáxa ax'uyepoc; xiv ’ éyo Trépvaigi véEG0ai
375 Rgexépoo é^ oÍkod, ércel KaKa gRxavóovxai ».
cog Etpa0’, ol 8’ apa návxeg érc’ aóxo rSij yéÁaooav
gvRGTRp£<; Kal Sr gé0iev xatarcoío xotaio
TRtagáxo ‘ tá Sé xó^a tpépcov ává Soga goPoxrí;
év xeípeaa’ ’OSogrí Sauppovi 0rke 7rapaGxá<;.
380 éK Sé KaXeGGagEvog 7tpoaé<pR xpo<póv EúpÓKtaiav •
« TrjXégaxo<; Kétaxaí ge, TrEpúppcov Eúp'OKtaia,
KÁrjlGai geyápoio 0t>pa<; jxuKivog ápapmctQ-
rv Sé xi<; R axovaxTfé Re kxútco'ü évSov áKoÓGR
ávSpov Rgexépoiaiv év epKEGi, gR xi 0ópa^£
385 TtpopÁóaKetv, áXX’ aóxo6 ockrv égEvai Trapa epyo »•
&q áp’ éqxovRaev, xfj S’ ánepog érctaxo gu0og,

367
ODISEA XXI

luego lloraba a Odiseo, su esposo querido, hasta que sueño


dulce le puso en los párpados la ojiglauca Atenea.
Y, tomando el curvo arco, lo llevaba el noble porquero,
mas los pretendientes, todos, gritaban fuerte en la sala;
y de los soberbios jóvenes, uno así le decía:
“¿Pues adonde llevas el curvo arco, porquero infeliz,
loco? Pronto, entre cerdos te devorarán los perros veloces
—solo, lejos de los hombres—, los que criaste, si Apolo
nos es propicio, y los otros dioses eternos”.
Así decían, y el portador lo puso en el mismo lugar,
temeroso, porque muchos gritaban fuerte en la sala;
mas, desde el otro lado clamó amenazando Telémaco:
“Tata, lleva el arco, adelante; no te irá bien, si oyes a todos;
no sea que yo, aun siendo más joven, al campo te corra
con piedras golpeándote: en fuerza soy más poderoso.
Ojalá así, en manos y en fuerza fuera yo más poderoso
que todos los pretendientes que están en la casa;
entonces pronto, cruelmente, a alguno enviaría a que se fuera
de la casa nuestra, pues ellos maquinan desmanes”. 375
Así dijo, y ellos, todos, se rieron de él, dulcemente,
los pretendientes, y ya desistían de su cólera acerba
contra Telémaco. Y por la sala el arco llevando el porquero,
tras acercarse al sagaz Odiseo, lo puso en sus manos;
luego, a la nodriza Euriclea llamando hacia afuera, le dijo: 380
Telemaco ordena que tú, muy prudente Euriclea,
de la salacierres las puertas firmemente ajustadas;
que, si alguna escucha gemidos o estrépito de hombres
adentro, en nuestros muros, de ningún modo hacia afuera
vaya, mas allí, en su trabajo, en silencio se quede . 385
Así dijo, y sin alas quedó la palabra de aquélla,

367
HOMERO
kA,tjíg£v Se 0upa; geyapcov él) vaiexaóvx©v.
oiTp 8’ é£ o’íkoio OiXoíxio; aZxo 0ópa?£,
KÁriiaey 5’ áp’ eTceixa 0ópa; eÚEpKeo; ocnXflg.
390 Keixo S írc jxiOoúop otiXov veo; áptpieXÍGGTi;
PípXivov, <p p ’ éjceSriae (tapa;, é; 5’ rjiev amó;-
e^ET £7t£lT £711 SltppoV WOV, EV0EV 7t£p ávEGXT|,
eíoopócov ’05t>ar¡a. ó S’ fjSrj xó;ov évópa
róvTT) ávaaxp&xpcov, Tteipápevo; év0a Kai év0a,
395 pr| Kepa uce; eSoiev a7ioi%op.£voio ávaKxo;.
©Se Sé ti; euceokev iS©v é; tiZtigíov á/Uov •
« TI Ti; 0TJT)TT]p Kai £711^0710; £7rÁ£X0 XÓ£,Ü)V •
tí pá vó 7T0i) xoiama Kai am© oÍko0i KEixai,
i] o y’ étpoppáxai 7ioiT|G£pev, ©; évi %epai
400 vcüjLia ev0a Kai Ev0a KaK©v epjcaio; áÁx|TT|; ».
áÁÁo; 5 ’ am ’ eitiegke vécov í)7T£pT|vop£Óvx©v •
« ai yáp Si] xoaaomov óviqoio; ávxiáa£i£v,
©; ornó; tcoxe xooxo SovTjaExai évxavt>aaa0ai ».
tí)Q áp’ etpav pvTjGTfjpe;- áxáp 7roAA)¡LiT|xi; ’OSdggeú;,
405 a'ÓTÍK’ é7i£Í péya xó£ov épáaxaGE Kai ÍSe 7rávxp,
©; ox’ ávTjp <póppiyyo; ércioxágEVo; Kai áoiSíí;
pxfiSí©; éxávvGGE vé© TtEpi kÓááotu %opST|v,
aya; áp<poxép©0£v éi)oxp£<p£; evxepov oíó;,
co; áp’ áx£p gjcodStí; xávoGEV péya xó^ov ’OSogged;.
410 Se^ixepíí ápa %£ipi Áap©v 7t£ipT|<Taxo VEopíj;-
fj 8’ orco KaXov aeiG£, xeáiSovi eíkeZtj aóSóv.
pvTjaxfipGiv 8’áp’ á%o; yévExo péya, náoi 8’ ápa XPwí
éxpárcExo. Zeo; Se gEyáÁ’ EKXorcE GT)paxa <paív©v •
yr|0T|Q£v x’ áp’ £7i£ixa rcoÁoxXa; Sío; ’OSoggeó;,
415 oxxi pá oi xépa; t]ke Kpóvoo rcái; áyKOÁopr|Te£0-
£lX£XO S’ ©KDV óígxóv, o oi rcapéKEixo xparcé^p

368
ODISEA XXI

y cerró las puertas de la sala de hechura suntuosa.


En silencio, Filecio se fue presuroso hacia afuera
de la casa, y cerró las puertas del patio bien valladeado.
Yacía bajo el pórtico el cable de un barco de dos curvaturas, 390
de papiro; con éste ató las puertas, y él entraba de nuevo;
fuego, yendo, sentóse en la silla de donde se alzara,
mirando a Odiseo. Éste ya el arco movía,
volteándolo por todas partes, probándolo acá y acullá,
no la polilla, en ausencia del amo, hubiera roído sus cuernos. 395
Y alguien así decía, viendo hacia el otro, al vecino:
“Sin duda fue un versado y mañoso en el tiro con arco;
o quizá en algún lugar, algo así también hay en su casa,
o se siente movido a hacer algo así: cómo en sus manos
lo mueve acá y acullá, el vagabundo experto en desgracias”.
Y además, de los soberbios jóvenes otro decía:
Ojalá que ese tipo obtuviera una fortuna tan grande,
Como nunca habrá de poder extender esa cosa”.
Así decían los pretendientes; y el ingenioso Odiseo,
en seguida, cuando alzó el gran arco y lo vio por doquiera,
como cuando un hombre experto en la lira y el canto
fácilmente tensa la cuerda alredor de una nueva clavija,
tras atar de un lado y de otro el torcido intestino ovejuno,
asi, sin trabajo tensó el gran arco Odiseo.
Y con su mano diestra tomando la cuerda, él la probó, 410
y esta abajo, cual golondrina, en el tono, cantó bellamente;
fue un gran pesar para los pretendientes, y en todos cambió
el color de su tez. Zeus tronó fuerte, mostrando sus señas.
Y se alegró entonces el paciente, noble Odiseo, 414
pues le envió un portento el hijo de Cronos de curvos designios.
Y tomó una rauda saeta que estaba a su lado en la mesa,

368
HOMERO

yupvo<;- toí 8 áAAoi KoíZriq evtog0e (papéiprn;


Keiaxo, twv xáx’ ejxeXXov ’Axaioi 7t£ipr|G£G0ai.
TÓv p érci tcÓXG1 éX<»v eXkev v£\)pr|v yk'DípíSac; xe,
420 aÚTÓOev ek Sííppoio KaOópevoc;, t^ke 8’ ó’íctóv

OtVTOC TITV)OKO|1£VOC;, KeAeKECOV 8’ OT)KT)pPpOT£ ftÓVTÍÚV


rcpcí)Tn<; cneiXEvr^, 8iá 8’ ápitEpéc; t^ABe Gópa^e
íóq xa^KoPapB<;- ó Se T-qAépaxov tcpogeeitce-
« TriÁ,é|±ax’, oiS o’ ó ^eivoc; évi pEyápoioiv éAéyxEi
425 ^|±£VO(;, OÓSe TI TOE) GKOTCOT) RpPpOTOV 0Ó8É TI TO^OV
8ryv EKapov xavócov • eti poi pévoc; éprceSóv egtiv,
oóx &<; pe pvriGTfip£<; aTipá^ovTEc; ovovxai.
vi)v 8’ óSpr\ Kai Sópitov ’AxaioiGiv T£TVK£G0ai
év (pási, awáp EitEvra Kai áAAcoc; éyiáaoBai
430 poX7Tfl Kai (póppiyyi ’ Tá yáp t ’ áva0rtgaTa SaiTÓg ».
?l, Kai érc’ ótppÓGi veugev• ó 8’ á|±<p£0£To ^í(pog
TrtAépaxoc;, <píXoc; móg ’OSvggro^ 0eíoio,
áptpi Se /sipa <píAr|v páÁev éy/ei, ay%i 8’ áp’ avroü
7táp 0póvov egttikei K£KOpv0pevo<; ai0o7u xccAkco.

369
ODISEA XXI

a la vista: las otras adentro, en la cóncava aljaba


yacían, las que pronto habrían de probar los aqueos.
Poniendo ésta en el centro del arco, la cuerda y la muesca jalaba
desde allí, desde su silla, sentado, y envió su saeta
apuntando al frente, y de ninguna de todas las hachas erró
el agujero del cabo, y fue de un lado a otro, hacia afuera,
la flecha pesada de bronce. Y él, a Telémaco dijo:
“Telémaco, no te afrenta este extranjero en la sala
sentado: ni en algo he errado el blanco ni en algo, tensando
el arco, me afané mucho tiempo; en mí aún es firme el coraje,
no como me vituperan, deshonrándome, los pretendientes.
Hoy es hora de hacer también una cena para estos aqueos,
con luz del día, y luego, de deleitarse también de otro modo
con el canto y la lira: éstos son de un banquete el ornato”.
Dijo, y con las cejas hizo una seña; y aguda, la espada
ciñóse Telémaco, el querido hijo del divino Odiseo,
y puso su mano en torno a su lanza, y, cercano a su padre,
junto a la silla de éste, se ponía, armado con bronce fulgente.

369
22. OAYZLEIAZ X

Awap ó yunva'i&ri paKétov itoZáptiTi^ ’08waeú<;,


áZxo 8’ éni péyav oú8óv £Ztov pióv r)8é tpapéxpip
icov éprcÁEÍpv, xaxéa<; 8’ é^EÍax’ ÓÜGxoóg
ai)Toi> rcpoG0e rcoScov, p£xá Sé pvr,GxfjpGiv eeijtev •
5 « oí>xo<; pév Sp aeGÁog ááaxo<; EKXExéÁEaxai •
ví>v ame GKorcóv áXXov, óv oi) ná xig páÁev ávpp,
EÍaopai, ai ke xóx©pi, rcópp Sé poi £uxo<; 'Atlóaácúv ».
íi, Kai érc’ ’Avtivóg) í0óv£xo rciKpóv óiaxóv.
t¡ xoi ó KaÁov áXeicov ávaipr|G£G0ai epeMe,

10 Xpúasov áptpcoxov, Kai Sr| p£xá xep^iv évópa,


ótppa rcíoi oívoio • (póvo<; Sé oi ook évi 0opá)
péppXETo. iíq k’ oíoixo p£x’ávSpáai Saixi)póv£oai
poovov évi jtZeóvEGGi, Kai £i páXa KapxEpóg £irj,
ol xeÚ^eiv 0ávaxóv te KaKÓv Kai KTjpa péZaivav;
15 tóv S’ ’OSdgeíx; Kaxá Aaipóv érciaxópEvot; páZev ico,
ávxiKpi) 8’ árcaÁoío Si’ aox£vo<; *0^® cxkcúkti.
£KÁív0n 8’ éxép©G£, Sérca; Sé oi ekttege %£ipb$
pin^évoo, aÍTÍKa 8’ aíiÁóc ává piva<; rcaxix; faOev
aípaxoi; ávSpopéoio • 0o©<; 5 ’ arco eio xparcE^av
20 ©ge rcoSi rcÁr^ag, arcó 8’ EÍSaxa xevzv epa^e-
gító<; te Kpéa x’ órcxá <popt>v£xo. xoi 5 ’ ópáSrjaav
gvrioTnpec; Kaxá SópaO’, orc©<; iSov ávSpa rcEaóvxa,
ek Sé 0póv©v ávópoooav ópiv0évx£g Kaxá Sopa,
jrávxoGE rcarcxaívovx£<; éüSpnxoix; rcoxi xoi/ouq •
25
oóSé rcoi) áarcig éqv oóS’ áÁKipov eyx0^ eXéaOai.
veíkeiov 8 ’ ’OSuaqa xoAzoxoiaiv ércéEaai •

370
Libro XXII

Y él se quitó sus harapos, el ingenioso Odiseo,


y saltó hacia el gran umbral, teniendo el arco y la aljaba
repleta de flechas, y derramó las veloces saetas
allí mismo, ante sus pies, y dijo entre ios pretendientes:
“Sin duda ha llegado a su fln ese inocuo certamen,
y ahora a otro blanco, al que aún ningún hombre ha tirado,
miraré, por si acaso acierto, y Apolo me otorga la gloria”.
Dijo, y dirigió contra Antínoo una amarga saeta.
Cierto, éste se hallaba a punto de alzar una copa preciosa,
áurea, de doble asidero, y ya la movía entre sus manos,
para beber vino: la muerte, en su alma no era un asunto
de cuidado. ¿Quién, entre los comensales, hubiera pensado
que uno solo entre muchos, aunque fuese muy fuerte,
le daría una mala muerte y un negro destino?
A él apuntando Odiseo, con su flecha golpeó en la garganta,
y fue de lado a lado, por el muelle cuello, la punta.
Se dobló hacia atrás, y la copa cayó de su mano,
al ser golpeado, y de sus narices luego brotó densamente
un chorro de sangre humana; empujó desde sí con vehemencia
su mesa, al golpear con un pie, y derramó la comida en el piso:
se manchaban el pan y las carnes cocidas. Se alborotaron
en la sala los pretendientes, al ver que el hombre caía,
y saltaron de sus tronos, en la sala estando turbados,
mirando a todas partes hacia las bien construidas paredes;
mas no había ni un clípeo a coger, ni una lanza robusta.
Y reprendían a Odiseo con airadas palabras:

370
HOMERO

« ^eiye, k«koj; ávSpcóv TO^

30

35
, « CO KDVeC, 01) p £T £(paOK£0’ DrcÓTporcOV OlKaSe V£ic(
Sf|goo arco Tpcocov, oti poi KaT£K£Íp£T£ oikov
Spcppaív te yovai^i rcap£ová^£a0£ piaíco;
ai)TOA) te ^cóovtoc; í)rc£pváaa0£ yovaiKa,
oi)T£ 0eoÍn; ÓEiaavTEt;, oí oúpavóv eí)pi)v éxooaiv,
40 oíSte tiv ’ áv0pcórccov vépEaiv KaTÓrcia0£v éaea0ai.
ví>v i)giv Kai rcaaiv óÁé0poo rcEipax’ ¿(parcial ».
cae, cpaTO, toÍx; 5’ apa rcávTa<; úrcó xAxopóv 8éo<; eiXe-
[rcárcTr|V£V Se EKaaTog, orcp cpóyoi aircí)v óÁ£0pov.]
E-úpópaxo<; Sé piv oio<; ápEiPópEvog rcpoaÉEircEv •
45 « eí pév Sti ’OSDaEÍx; ’I0aKT|aio<; £ÍXr|Xoi)0a<;,
Tama pév aíaipa EircEg, oaa pé^eaKov ’Axaioí,
rcoAÁá pév év pEyápoiaiv aT<xa0aXa, rcoZXá 5’ érc’ áypou
áXX’ ó pév t^Sti KEÍTai, o<; avnoc; ekÁeto rcavTcov,
’Avtívooc; • ooto; yáp ercvr|Á£v tcxSe épya,
50
oí) ti yápov TÓaaov KEXpTIpévog oí)5é /an^wvy
áA,V áÁAa tppovécov, Ta oi ovk ¿TéÁeaae Kpoyícov,
o<pp’ ’I0áKTj<; KaTa Síjpov E'ÜKTipévrjg paaiÁEÚoi
aí>TÓ<;, aTap aóv rcaiSa KaTaKT£iv£i£ Xoxiloa<;. ~
vvv 8’ ó pév év poípp rcécpaTai, aí) Sé cpeíSeo Xacov
ccov aTap ápp£g órcia0£v ápEaaápevoi KaTa Síipov,
55
oaaa toi EKrcércoTai Kai ¿SrjSoTai év peyápoiai,

371
ODISEA XXII

“Extranjero, por tu mal asaeteas a los hombres. Ya nunca


asistirás a otro certamen. Hoy es segura tu áspera muerte.
Pues ya hoy mataste al hombre que era con mucho el mejor
de los jóvenes de ítaca: aquí van a comerte los buitres”. 30
Así decía cada hombre, pues pensaban que él sin querer
había matado al hombre; esto, necios, no comprendieron:
que, para todos, de su ruina los nudos ya estaban atados.
Y viéndolos torvamente, les dijo el ingenioso Odiseo:
“Perros, pensabais que a casa, de vuelta, ya no llegaría 35
desde el pueblo troyano, pues agotabais mi casa
y con violencia os acostabais con las mujeres sirvientas,
y, viviendo yo, a mis espaldas, a mi mujer cortejabais
sin temer ni a los dioses, que tienen el cielo anchuroso,
ni a que, después, de los hombres hubiera un reproche.
Hoy para todos, de la ruina los nudos se encuentran atados”.
Así habló, y pues cogió a todos ellos un pálido miedo,
y miraba cada uno por dónde huiría de la áspera muerte,
mas Eurímaco, sólo él, respondiendo, le dijo:
“Si pues, siendo realmente Odiseo itacense, has venido,
justamente dijiste esas cosas que hacían los aqueos,
muchas insensateces en casa, muchas también en el campo;
mas hoy, él yace ahí, el que fue el causante de todas,
Antínoo; en efecto, éste instigó esas acciones,
para nada deseando tanto, ni necesitando la boda, 50
mas urdiendo otras cosas, que no le ha cumplido el Cronión,
para que en el pueblo de ítaca, la bien cimentada, reinara
él mismo, y matara a tu hijo, poniéndole una emboscada.
Hoy él, como es justo, está muerto; tú ten piedad de tu gente;
y luego nosotros, colectando en el pueblo, indemnizando 55
cuanto en la sala te ha sido bebido y comido,

371
HOMERO

Kp'iv 7üáaav pvnornpaí; ÍKEpPaaínv árcoxEiaai.


65 vvv iSpiv JtapócKEiTai évavxíov t^e páxea0ai
fj (peíyeiv, ó<; kev 0ávaxov Kai Kfjpat; áAú^ri ’

ovSov arco ^egtov To^áaaexai, eí<; ó ke 7iávTa<;


app£ KaxaKTEivTV áXXá pvT|a©pe0a xáppn<?
(páayavá te anáaaaa0£ Kai ávTÍo/eo0e Tpaué^otc;
75 ifflV ©KUpÓpíÚV ♦ EKl 5’ am© 7C<XVT£<; E/cojiev
á0póoi, EÍ KE piv oí)Soi) árca>aopev t]5e 0upá®v,
EÁ0COPEV 5’ ova áow, Pon 5’ roKiaxa revirar
t© KE xáx’ ovxog ávnp vvv iioTaxa xo^áoaaixo ».
coc aoa <p©vT|Ga<; Eipóaaaxo <páayavov o^o,

apEpSaXéa üx%©v- ó §’ ápapxn Síog ’OSoaaEog


ióv ooKMtpotei, PaÁ£ Se oxt¡0o^ napa pa^ov,
év Sé oi nitaxi 0oóv PeXo<;. ek 5 apa %£ipo<;
(páayavov t|ke %apaCe» rcEpippnShs Se xparcé^fl
85 KaKíiEGEv íSva>0£Í<;, arcó S’ EÍSaxa xeoev épa^e
Kai Sércas áp<piKÓrc£ÁAov • o Se x0ova xorcxE petcotccd
ODISEA XXII

trayendo cada uno un desquite que valga veinte bovinos,


te pagaremos bronce y oro, hasta que se alegre tu pecho;
antes, de ningún modo es reprobable que estés irritado”.
Viéndolo torvamente, le dijo el ingenioso Odiseo: 6o
“Eurímaco, ni si me pagarais todos los bienes paternos,
cuantos hoy tenéis, y añadierais otros de alguna otra parte,
ni aun así detendría yo mis manos de esta matanza,
antes de que los pretendientes, su delito pagaran del todo.
Ante vosotros hoy sólo queda o pelear frente a frente,
o huir, si es que uno puede evitar la muerte y las Parcas.
Mas no creo que alguien huya de la áspera muerte”.
Habló, y sus rodillas y su corazón allí se soltaron;
y entre ellos, Eurímaco dijo otra vez, la segunda:
“Amigos, este hombre no va a detener sus manos invictas, 70
mas, una vez que ha tomado el bien pulido arco y la aljaba,
desde el pulido umbral tirará con el arco, hasta que a todos
nosotros nos mate. Ea, en el combate pensemos;
desenvainad las espadas y mantened las mesas enfrente
de las flechas de muerte veloz; contra él dirijámonos todos 75
en grupo, por si del umbral y la puerta lo echamos,
y vamos por la ciudad, y el clamor se corre de prisa;
así, ya ese hombre hoy por última vez tiraría con el arco”.
Así habiendo hablado, sacó su espada cortante,
broncínea, aguda de un lado y del otro, y saltó contra aquél 80
gritando terriblemente; mas, a un tiempo, el noble Odiseo
disparaba una flecha, y le golpeó el pecho junto a la tetilla,
y le fijó el rápido dardo en el hígado. Aquél, de su mano
soltó la espada al suelo, y, tambaleando, sobre la mesa
cayó incurvado, y derramó la comida en el piso, y la copa 85
de cuencos inversos. Él, con la frente el suelo golpeaba,

372
HOMERO

Odiiü) avia^cov, kogi Sé Gpóvov áptpoTépoiai


ÁXXKTÍ^COV ¿TÍvaaae- kgt’ ó<p0aÁpcov ó’ exdt’ áxÁót;.
Ap<pivopo<; S’ ’O8dgt]O(; eeíaotTo KoSaX-ípoio
90 ávTÍog á‘í¿;a<;, eí'poto Sé (páayavov ó§ó,
et 7ico^ oi ei^eie 0Dpácov. áAA’ apa piv q>0rj
TrjXépaxog KaTÓrcia0£ paÁwv x«ÁKr|p£Í Soopi
¿Spcov p£GGr¡yá<;, Siá Sé GTT|0£G(piv éÁaoae-
Soimrjaev Sé rceacóv, x0óva S ’ ijÁaae rcavTÍ petótcú).
95 TrjXé|iaxo<; 8’ árcópoDOE, Xincov Soáixógkiov éyxo<;
aijToí) év ’Apípivópcp- jcepi yáp Síe, pf| xiq ’Axaicov
éyxoc; ¿veZkópevov SoXixógkiov rj éXáaEie
(paayávco ái^ag iyé TcpoTcprjvéa TÚyag.
Pfj Sé 0£Eiv, páXa 8’ coKa (píÁov 7taT£p’ eiaaqÚKavEV,
ioo áyxoi) 5 ’ iaxápevog éicea KTEpóevTa rcpoariúSa •
« (o 7cáT£p, tÍSt] toi aáKoc oíaco Kai Sóo Soópe
Kai Kovériv náyxaÁKOv, érci KpoTáípoia’ ápapoiav,
aÍTÓg t’ ápcpipaÁEápai íóv, Scógco Sé goPcotti
Kai T(p pOBKÓX© áXXa • T£T£i)xíia0ai yáp ápEivov ».
105 tóv 8’ á7tap,eiPóp£vo<; rcpooéípri 7toÁ'úpTiTi<; ’OSuaaeix;
« oige 0ecdv, £ióg poi ápáv£G0ai jcáp’ óígtoi,
prj p’ árcoKivriacoai 0opá(ov poovov ¿ovia ».
co<; (pazo, Tr|Áépaxo<; Sé <píXq> £7T£K£Í0eTO rcaTpí,
pf| S’ ípEvai 0áXapóv8’, o0i oí KÁmá T£v%£(x keíto.
no ev0£v xéaaapa pév góke ’ eíXeto, SoópaTa S ’ óktú)
Kai rcíoopas Kovéag x<xXicnpea(; ÍTuroSaoeíac •
pfj Sé (pépeov, páXa 5’ (¿Ka <pí%ov rcaTEp’ EiaaípÍKavEV.
aÓTog Sé TcpcÓTiGTa rcepi xpoi StSgeto xaÁKÓv •
cog 8 ’ aiÍTíog tú) SpcoE 8oéa0nv TEÓxea KaXá,
n5 EGTav 5’ áp<p’ ’OSoana Saícppova jioikiXopt|ttiv.
avráp o y’, óíppa pév aína) ápóvea0ai é'aav íoí,

373
ODISEA XXII

afligido en su alma, y con ambos pies el trono agitaba,


con los talones. Y se vertió la tiniebla en sus ojos.
Y Anfínomo avanzó hacia el glorioso Odiseo,
irrumpiendo de frente, y sacaba su espada cortante, 90
por si aquél le dejaba la puerta. Mas, antes, Telémaco
lo golpeó desde atrás con su pica provista de bronce,
entre los hombros, y la hundió a través de su pecho;
retronó al caer, y el suelo golpeó con toda su frente.
Telémaco brincó, su lanza de sombra alargada dejando 95
allí mismo, en Anfínomo, pues mucho temía que, al jalar
él su lanza de sombra alargada, lo golpeara un aqueo,
irrumpiendo con su espada, o hiriéndolo, al estar agachado.
Y presto corrió, y muy veloz llegaba a su padre querido,
y colocándose cerca, profirió estas palabras aladas: 100
“Padre, ahora, un escudo y dos picas voy a traerte,
y un yelmo todo de bronce, ajustado a tus sienes,
y al venir, voy a armarme yo mismo, y daré al porquerizo
y a este boyero otras armas: es mejor que estemos armados”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo: 105
Tráelas corriendo, mientras tengo flechas para defenderme,
no sea que me aparten de la puerta, estando yo solo”.
Así dijo, y Telémaco obedeció a su padre querido;
presto se fue a la bodega, donde yacían sus ínclitas armas.
De allí, cuatro escudos tomó y ocho picas y cuatro 110
yelmos provistos de bronce, hirsutos de cerdas equinas;
de prisa trajo eso, y muy veloz llegaba a su padre querido.
Primero, él mismo se vistió el bronce en torno a su cuerpo;
y en igual forma, los siervos se vestían su hermosa armadura,
y se plantaron en torno a Odiseo, el sagaz de varias astucias. 115
Mas éste, mientras tenía flechas para defenderse,

373
HOMERO

TÓ<pp<x nvnGTTtpcov eva y’ aíeí $ ¿vi oí'kco


P, , xixooKÓpevog- xoí S’ áyxiGxivoi ‘etiitcxov.
amap ekei Áircov íoí óíaxEÚovxa avaKxa,
120 xó^ov pev TTpóg Gxa0póv £Üaxa0eo<; peyápoio
eKÁiv’ ÉoxápEvai, 7tpó<^ evcórcia Tcapípavócovia,
aíxó^ 6’ áp(p’ óSpoiai aaKo<; 0éxo x£xpa0EXx)pvov,
KpaTl 6’ £K’ Í<p0í(X(p KOV£T|V E'ÜT'ÜKTOV £0T)KEV,
unwyopiv, Seivov Se Áo<po£ Ka0Ó7C£p0ev evedev
125 eíXexo 8’ atacipa Soope Súco K£Kopo0péva xaÁKcp.
ópoo0úpri Sé tic; egkev EÍSSprixq) ¿vi xoíx<p,
aKpóxaxov 8e rcap’ oí)8óv £'üoxa0éo<; pEyápoio
Rv 88ó<; £<; Xaópriv, gocvíSec; 8’ exov eo ápapoiav
xx|v ’OS'üGEBg (ppá^£G0ai ávróyEi 8íov ixpoppóv
i3o eGxaóx’ áyx’ aóxfi<;• pía 8’ oír) yívex’ ¿<poppr|.
xoiq 8’ ’AyÉXECog pexeeikev etccn; twxvxeggi TCupa'ÚGKctn
« a> (píX-oi, ot)k áv 8t) xu; áv’ ópGo0upRv ava^aÍR
Kaí EÍ'rcoi X-aoÍGt, Por) 8 ’ ÓKiGxa yévoixo;
xíd ke xáx’ o'bxoc; ávT|p vov íSoxaxa xo^aaaaixo ».
135 xóv 8 ’ abx£ rcpoGEEiTCE M£Aav0io^, aírcoÁoc; aíywv ■
« oíS rccoc; egx’, ’AyéXaE SioxpEtpéc;- áy/i Y«P aívcoc;
aoÁíte KaXá 0óp£xpa, Kaí ápyaXéov axópa Áaópn<; •
Kaí x’ £Í£ rcávxac; épÓKOi avrjp, oq x aXKipoc; eir.
áM,’ ay£0’, í>piv xEÓxe’ ¿veíko 0a>pr|X0f|vai
i4o ¿k OaXápoo • evSov yáp, óíopai, oo8e jqi áMp
XEÍxea Kax0ÉG0nv ’OSugeíx; Kaí <paí8ipo<; uió<;».
cng EÍJtwv ávépaivE M£Ááv0io<;, aírcóXog aíycov,
é<; 0aXápoo<; ’OSuoñoc; ává pcayag pEyápoio.
év0ev SóSEKa pév gocke’ e^eáe, xóaaa Se Sobpa
145 Kaí xóaaac; Kuvéac; xatóipeac; uwcoSaaeíac;'
pfj 8’ í'pEvai, pala 8’ anca cpépcov pv^Gx^paiv eScoke.

374
ODISEA XXII

siempre, en su propia casa, a alguno de los pretendientes


golpeaba, apuntando, y ellos caían formando montones.
Mas cuando al rey que asaeteaba faltaron las flechas,
reclinó contra una jamba de la sala bien cimentada 120
el arco, que allí estuviera, contra un muro del todo luciente;
él mismo en torno a sus hombros un cuádruple escudo se puso,
y en su robusta testa se puso un yelmo bien trabajado,
ornado con crista, y terrible el crestón doblábase encima;
y tomó dos fuertes picas armadas con bronce. 125
En la pared bien construida se hallaba un alto postigo,
y junto al externo umbral de la sala bien cimentada
había camino a un pasaje; lo cerraban puertas bien ajustadas.
Odiseo había ordenado que lo cuidara el noble porquero,
plantado cerca de él: era el único punto de asalto posible.
Y entre ellos habló Agelao, su palabra a todos diciendo:
“Amigos, ¿no podría alguno subir al alto postigo
y hablarle al pueblo, por que el clamor se corriera de prisa?
Así, ya ese hombre hoy por última vez tiraría con el arco”.
Le contestó a su vez Melantio, el cabrero de cabras: >35
“Imposible, Agelao, alumno de Zeus: muy cerca se encuentra
la bella puerta del patio, y es difícil la entrada al pasaje;
detendría a todos incluso un solo hombre que fuera valiente.
¡Mas, ea! Para que os acoracéis, os traeré un armamento
de la bodega, pues pienso que adentro, en ninguna otra parte, 140
pusieron las armas Odiseo y su hijo preclaro”.
Dicho esto, subía Melantio, el cabrero de cabras,
a las bodegas de Odiseo, de la sala por un pasadizo.
De allí extrajo doce escudos, y otras tantas picas y tantos
yelmos provistos de bronce, hirsutos de cerdas equinas; 145
fue presto, y muy veloz las trajo y las dio a los pretendientes.

374
HOMERO

Kai tót O8uggt¡o<; Xóto yonvaia Kai tpíXov rjTop


rcepipaUogévoug ÍSe Teúxea Xepaí te 8oópa
gaKpa Tivaaaovxag- géya 8’a^ (paívexo Epyov.
150 aiya 8e TriXépaxov etieo TCTepóevxa rcpoaTyóSa-
^aXa 8rj ti<; évi gEyápoiai yuvaiKov
vcoíy ¿KOTp'óvei KoXepov kockov f|e MeZavOe'ó^ ».
^TÓv 8’ aí> TrjXégaXo£ rc£7tvi)g£vo<; ócvtíov rp8a-
« © tóxep, yÍTÓg éyó tóSe y’ npppoTov, — oúSe Tig áMo<;
155 aíxiog, — og OaXápoio Gíp^v HDKivog ápapoiav
KaÁ,Ái7tov áyKÁívag • tov 8e aKorccx; r¡£v ágEÍvov.
áXV i0i, 8i’ EópaiE, 0úpr|v etcíGec; OaZápoio,
Kai (ppáaai, tí ti<; ap’ eotí yuvaiKov, r¡ tócSe pé^Ei,
f| ulóg AoÁíoio M£Xav0£t><;, tóv 7i£p óíco ».
160 ©g oí jiEv ToiaÓTa rcpcx; áA,A,r|Á0D<; áyópEuov.
pfj 8 ’ aÓTig OáXapóvÓE MEÁávGiog, aírcóZog aíyov,
oíacov teuX£(x KaXá* vórjaE Sé Sioc, ixpoppó^,
aii|/a 8’ ’OSoaa'not KpoaEtpóvEEv éyyix; éóvTa-
« SioyEvex; Aa£pTiá8r|, 7coZi)pr|Xav ’ ’OSuaaEi),
165 keívoc; 8t| aw’ át8rjAog ávrip, ov o'iopeO’ avToi,
£pX£Tcti ec, GáXapov • ai) 8é goi vripepTec; £Via7C£<;,
T] piv a7coKT£Ívca, ai ke KpEiaaov y£ yévcopai,
rié aoi évGá8’ ayo, iv ’ vnepfiaoím; ánoxeíori
KoÁÁág, oaaa^ oótoc; égriaaTO aa> évi oikío ».
wv 8’ árcap£iPóp£vo<; 7ipoa£<pr| 7roXúgr|Ti<; ’OSuaaeóg •
170
« tj toi éyó Kai TnÁépaXo<; gvr|aTf¡pa<; áyavoix;
axnaogEV evtooGev peyápcov páXa nep pepaanac; •
aq>oí S’ á7toaTpeyavT£ jróSag Kai %eipa<; vnepQev
[ég GáÁagov paÁéeiv, aaví8a<; 8’ éKÓrjaai órciaOe,]

175 aEtpnv Sé jiXekttiv é§ avTov rceipRvavTe


kíov ’ áv ’ i)i}íT|Xr|v épvaai TtEÁáaai te Sokoígiv,

375
ODISEA XXII

Entonces, las rodillas y el corazón de Odiseo se soltaron,


cuando los vio ceñirse las armas y agitar en las manos
sus largas picas: le parecía ingente el trabajo.
Y al punto le dirigió a Telémaco aladas palabras: 150
“Telémaco, cierto, de las mujeres que están en la sala,
alguna, contra nosotros incita un mal combate, o Melando”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“Padre, en esto erré yo mismo —no existe algún otro culpable—,
yo, que de la bodega la puerta, firmemente ajustada, 155
dejé abierta: su vigilante fue más hábil que yo.
¡Mas anda, noble Eumeo! De la bodega cierra la puerta
y advierte si es una de las mujeres la que hace estas cosas,
o es el hijo de Dolio, Melando, a quien yo me imagino”.
De ese modo, éstos, entre sí, tales cosas hablaban. 160
Y de nuevo fue a la bodega Melando, el cabrero de cabras,
a traer bellas armas; lo notó el noble porquero,
y de inmediato le dijo a Odiseo, que cerca se hallaba:
Divino Laertíada, habilidoso Odiseo,
allí, ya de nuevo, el hombre execrable, el que imaginamos
nosotros, va a la bodega; tú dime verídicamente
si he de matarlo, si acaso resulto el más fuerte,
o he de traértelo aquí, para que pague por sus delitos,
por los muchos que ese tipo ha urdido en tu casa”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo: 170
Ciertamente, yo y Telémaco, a los pretendientes egregios
tendremos adentro de la sala, aunque estén muy ansiosos;
vosotros, por atrás atando sus pies y, arriba, sus manos,
a la bodega arrojadlo, y detrás religadle unas tablas;
y una soga torcida a él mismo amarrando, 175
izadlo hacia la alta columna, hasta acercarlo a las trabes,

375
homero

-KeV,Sn®“ ¿“v afyea ítáo/n »


Bav V”“e’’° «8-?P“ TOÍI é7tí0ov*
5“ §- l^ev £<;ie“XatI0V’ XaeéTTlv 8é Hiv evSov Éóvxa.
\ 0aX“P°l° Ro» Káxa xeóZe’ Épeóva,
x® ó .eCTaV ¿KáT£P0e “P« axaGpoiai pévovxe.
eí6’ újtep oóSóv epctive MeXávGio?, atJtóXo,; aiyñv,
Tp éxepp ¡iev xeipi cpépcov kccXtiv xpucpátaiav,
TB 8’ exepp aócKog EÍpó yépov, rcercaKaypévov a£p,
185 Aaepxeco rjpcooc;, ó KODpí^ov cpopéeaKe-
§T| xoxe y T|Stj keíxo, pacpai 6’ éXÉXuvxo ípávxwv •
xá> 8’ áp’ énaí^avO’ éXextiv epuaáv xé piv eí'g©

KODpl^, £V SoC71e6q) 8e XCX.J1OCI J3otXoV áxvÚgEVOV KÍjp,


oív Se TCÓSac; %EÍpág xe Seov ©'opa^yéi Seapfij
190 £<6 ¡xáX’ árcoGTpEyavxE Siap.7iEpé<;, ©<; ekeXeugev
[mó<; Aaépxao, rcoXúxXac; 8io<; ’OSoggexn; •]
GEipT|V Se kXekxtiv é£, a'óxov nEtprivavxe
kiov ’ áv ’ 'uxjrnXriv EpDGav rcéXaaáv xe Sokoígi.
XÓV 8’ EKlKEpXOgéíOV JCpOGECpTig, EÓgaiE GBpCÚTa-
195 « vvv jj,ev Sr| páXa 7táY%v, M£Ááv0t£, WKxa cpvAa^E
evvp £Vi potXaKfi KaxaXÉYpevo<;, ©g ge eoikev •
ov8e ge y’ flpiY^61® nap’ ’^Ksavoío poácov
Xtigei ávEpxopév'n xpuGoOpovo*;, tivík’ áyivEÍg
avya<; pvr|Gxrjp£GGi Sógov Káxa Saíxa 7C£V£G0ai».
200 cog ó pév av0i XeXeikxo, xa0£t<; óXo© éví Sea^cp •
x© 8’ ég xeúxea Svvxe, 0vpnv £7U0evxe <pa£ivr|v,
pqxrjv eíc, ’OSvona Sauppova rcoiKiXoprixriv.
Ev0a |i£vo<; kveíovxeí; écpéoxaaav, oi pév én ’ ovSov
XEGGOtpEC;, OÍ 8’ EVXOG0E 8Ó|X©V JCOÁEEg XE KCtl EG0ÁOI.
205 XOÍGI8 ’ érc ’ áYXÍpoXov 0DYáxT| p Aió<; n^0£V ’A0r|vri
Mévxopi £Í8ogÉvT| n|XEV Sépag T)Se Kaí av8-r|v.

376
ODISEA XXII

por que, viviendo mucho tiempo, sufra dolores acerbos”.


Así dijo, y ellos con gusto lo oyeron, y obedecieron;
a la bodega se fueron, al que adentro se hallaba, eludieron.
Él, cierto, al fondo de la bodega buscaba unas armas;
ellos se plantaron, de un lado y de otro, esperando en las jambas.
Cuando el umbral franqueaba Melantio, el cabrero de cabras,
llevando en una mano un bello yelmo de cuatro pitones,
y en la otra, manchado con moho, un ancho escudo vetusto
del héroe Laertes, el que portaba cuando era muchacho i85
—hoy ahí yacía: de sus correas las costuras sueltas estaban—,
lo acometieron ambos, lo asieron y, del cabello, hacia adentro
lo arrastraron; al piso, al suelo lo echaron, dolido en el pecho,
y con un lazo aflictivo amarraron sus pies y sus manos,
atándolas muy bien atrás, cabalmente, como ordenara 190
el hijo de Laertes, el paciente, noble Odiseo.
Y una soga torcida a él mismo amarrando,
lo izaron a la alta columna, hasta acercarlo a las trabes.
Y mofándote de él, porquerizo Eumeo, tú le dijiste:
“Melantio, hoy sí, realmente del todo vigilarás por la noche, 195
en un mullido lecho acostado, cual te es conveniente;
ni la que nace temprano de las corrientes de Océano,
la de áureo trono, te vendrá inadvertida a la hora en que llevas
cabras a los pretendientes, para hacer el banquete en la casa”.
Así, él allí se quedaba, tenso en los lazos fatales; 200
y ellos, tras ponerse sus armas y cerrar la puerta luciente,
se fueron hacia Odiseo, el sagaz de variadas astucias.
Allí, respirando coraje, se hallaban: unos, cabe el umbral,
eran cuatro, y los otros, en la sala, muchos y nobles.
Y cerca de ellos llegó la hija de Zeus, Atenea, 205
asemejada a Méntor en voz y también en figura.

376
HOMERO

xíiv 5’ ’05va^s Yñenoev iSá>v Kai puGov femé-

„ «, , T°P’ “gwov <W, (tvfjaai 6’ éxápoio <píXoio,


°q a «YaOa pé^eoKov • óunXirál 8é goí Éaai».
210 ©g tpáx , ó'iófxevoc; Aaoaaóov eppEv’ ’AOrvrv.
|iVT|OTf|peg 8 exepcoGev ójiókAeov év geyápoiav
7ip¿OTOc, TT|V y’ évévuie AapaoxopíSiy; ’AyéAaoc;-
« Mévxop, pr| a’ énéeaai Kapai7ie7c{0paiv ’OSuggeíx;
IxvTioTqpeaai |iáxea0ai, ápuvépevai 8e oí aíw.
215 ©8e yáp fipéxepóv ye vóov xeAéeaGai oí© •
ÓKTCÓxe kev xomoix; kxewjiev, rcaxép’ t^Se xai oióv,
ev 8e ai) xoíaiv £7C£ixa 7t£(pria£ai, oía |i£voiva<;
EpSEiv év p,£yápoi<;- a© 8’ aínou Kpáaxi xeígek;.
aínáp £7rnv 8gé©v y£ píag átp£A©|i£0a x«Ak©,
220 KTT|pa0’ OTióaaa xoí éaxi, xa x’ ev8o0i Kai xa 0ópr|(pi,
xoiaiv ’O8oaafio<; pExagEÍ^ogEv • oúSé xoi oiag
£©eiv év fiEyápoiaiv éáaopEV, ooSé ©óyaxpac;
ox>8’ aAo%ov ke8vt]v ’I0aKng Kaxá áaxo tcoAeoeiv ».
©g tpáx’, ’A0rivaÍTi Se %oA©aaxo KT|pó0i páAAov,
225 veíkeggev 8’ ’OSvGfja xoA©xoígiv etceeogiv
« OOKEXl GOl y’, ’OSoGEl), psvoc; ejitceSov oo8e Tl£ aAKT|,
otri ox’ á|iq>’ EAevt] AeokwAev© £i)7cax£p£ir|
EÍvá£X£<; Tp©£GGiv éfiápvao v©Ae|1£<; aiei,
jioAAoíg 8’ ávSpag EKecpve^ év aívp Srjioxnxi,
23o arj 8’ tíA© PodAtí ripiájioi) tióAk; £Í)pi)áyi)ia. ,
7l©(^ 8ri Vl)V, OXE GOV y£ SojLlOV Kai KXT|Jia0 lKaV£l(^,
ávxa pvr|oxiíp©v óAxxpúpeai áAKipog eívai;
áAA’ áy£ 8eí)po, tcetcov, Tiap’ er’ iaxaoo Kai ÍSe Epyov,
o<pp’ eiSpg, oió<; xoi év ávSpáai Si>a|ievé£aai
235 Mévx©p ’AAkipíStk £i)£pyeoía<; árcoxívEiv ».
íq pa, Kai oí) ti© Tiáyxv SíSod exEpaAKea víkt|v,

377
ODISEA XXII

Al verla, Odiseo se alegró y dijo estas palabras:


“Méntor, aparta la ruina, y a tu compañero querido
recuerda, te hacía yo el bien; tienes los mismos años que yo”.
Así dijo, aun pensando que era Atenea, que impulsa las huestes.
Los pretendientes, del otro lado, gritaban fuerte en la sala, 211
y la increpó, el primero, Agelao el Damastórida:
“Méntor, que con sus palabras no te persuada Odiseo
a pelear contra los pretendientes, y a defenderlo. 214
Pues pienso que nuestro plan, de este modo habrá de cumplirse:
cuando matemos a ésos, al padre e igualmente al hijo,
ahí luego con ellos yacerás muerto. ¡Qué cosa anhelas
hacer en la sala! Habrás de pagar con tu propia cabeza.
Y cuando con el bronce os hayamos quitado la fuerza,
cuantos bienes posees, los de adentro y de afuera del pueblo, 220
los mezclaremos con los de Odiseo, y ni a tus hijos
dejaremos vivir en tus salas, ni a tus hijas y esposa
esmerada, por la ciudad de Iraca andar libremente”.
Así dijo, y Atenea se airó mucho más en su pecho,
y reprendió a Odiseo con airadas palabras: 225
En ti, Odiseo, ya no es firme el coraje ni aquella energía
de cuando, por Helena de cándidos brazos y padre preclaro,
contra los troyanos, siempre firme, nueve años luchaste,
y a muchos hombres mataste en terrible combate, y cayó
por tu consejo la ciudad de Príamo, de calles extensas. 230
¿Como ahora, cuando has llegado a tu casa y tus bienes,
frente a unos pretendientes lamentas ser fuerte?
Ven aquí, amigo, junto a mí estáte y ve mi trabajo,
para que sepas cómo es, entre hombres hostiles,
Méntor Alcímida, para pagar beneficios”. 235
Dijo, y de ningún modo le daba ya la dudosa victoria,

377
HOMERO

áU’ &’apa aOéveóg xe Kai cAktk n^pr^ev


tlgey OSnaaíio.; t|S ’ viov KuSa^ípt
, v ~ W VVAíZVVjJLOlO.
auTn 5’ aí0ata$evxo<; ává peyápoio péXaOpov
e^ex avat^aaa, xetaSóvi etótai ávxnv.
? pynoxf¡pag 8’ ©xpuve AapaoxopíSng ’AyéXaog
Eápávopóg xe Kai ’ApípipéScov AnpoKXÓXepóq xe
neíaav8pó<; xe riotaiKxopíSng nóXopóc; xe Saáppcov •
oí yáp gvriaxTipcov ápexíj eoav e^o%’ ápiaxoi,
245 oggoi ex ’ e^wov rcepí xe vj/oxécov épáxovxo •
xoíx; 8’ n8rt éSápaaoe fhó<; Kaí xap(pée<; íoí.
xoí<^ 8 AyeXeax; pexeevcev eicoc; 7távxeaoi KwpaÓGKcov •
« ó (pitan, n8n axnaei ávnp oSe xeipa<; áá^xoog-
Kaí Sfi oí Mévxcop pév éPn Kevá eíSypaxa eircóv,
25o oí 8 ’ oíoi Xeírcovxai érci Tcpcoxpai Oáppai.
xco ví>v pq apa rcávxe<; écpíexe Soúpaxa paKpá,
áXX’ áye0’ oi e£, rcpcoxov aKovxíaax’, ai Ke tco0i Zeog
Scbq 'OSoaorja pXqG0ai Kai KoSog ápéa0ai.
tcúv 8’ áXtaov oá Kn8og, ércqv ooxóg ye 7téanotv ».
255 &<; é(pa0 oi 8 ’ apa rcávxeg aKÓvxiaav, gx; eKéXeoev,
íépevov xa 8é rcávxa éxcÓGia 0f)Kev ’A0qvn-
tcúv áXXog pév axa0póv éí)oxa0éo<; peyápoio
pepXqKeiv, áXtax; Se 0úpr|v TroKtvcog ápapmav •
áXtan) 8’ év xoíxq) petan néoz xatacopápeia.
26o ocóxáp ércei Sn So'opax’ aXe'oavxo pvno'tnpcov,
xoia’ apa púOcúv nPXe noXóxtaxs Sio<; ’OSoaaeix; •
« w (pitan, nSn pév Kev éycbv eucoipi Kai áppi
pvnoxnpcov e£ opxXov aKovxiaai, ói pepaaaiv
npéou; é^evapi^ai érci rcpoxépoiai KaKoíaiv ».
265 (Q$ &pa0 ’, oi 8 ’ apa návxe^ aKÓvxiGav ó^éa Son pa
ávxa xixoGKÓpevoi’ AqpoTixóXepov pev ’OSoooeuc;,

378
ODISEA XXII

mas todavía probaba la fuerza y también el valor


de Odiseo y de su hijo glorioso.
Y ella, tras alzarse hacia una viga de la sala hollinosa,
se posó, semejante a una golondrina en cuanto a su aspecto. 240
A los pretendientes incitaban Agelao el Damastórida,
y Eurínomo y también Anfimedonte, y Demoptólemo
y Pisandro, hijo de Políctor, y Pólibo sabio, pues éstos
eran, en destreza, asaz los mejores de los pretendientes
que aún vivían y por sus vidas peleaban; 245

a los otros ya habían domado el arco y las flechas frecuentes.


Y entre ellos habló Agelao, su palabra a todos diciendo:
“Amigos, este hombre ya va a detener sus manos invictas;
también Méntor ya lo dejó, diciendo jactancias vacías,
y ellos solos se han quedado adelante, en la puerta. 250

Por eso, hoy, las largas picas no arrojéis todos a un tiempo,


mas primero vosotros seis disparad, esperando que Zeus
nos dé que Odiseo sea herido y nosotros la gloria alcancemos.
De los demás no hay cuidado, una vez que ése sucumba”.
Así dijo, y todos ellos dispararon como él ordenaba, 255
presurosos; mas Atenea hizo inanes todos los dardos.
De estos hombres, uno, una jamba de la sala bien cimentada
había golpeado, y otro, la puerta firmemente ajustada;
de otro, el asta de fresno, grave de bronce, dio contra el muro.
Mas, cierto, cuando evitaron las picas de los pretendientes, 200
pues comenzó a hablar entre ellos el paciente, noble Odiseo:
‘Amigos, ahora yo mismo diría que nosotros también
disparemos contra la turba de pretendientes, que anhelan,
sobre sus primeros desmanes, matar y expoliarnos las armas .
Así dijo, y todos ellos dispararon sus picas agudas 265
apuntando al frente: Odiseo mató a Demoptólemo;

378
HOMERO

EÍ,pVá8T,v 8’ apa TnXépaZo5, "EXatov Sé


llEiaavSpov & &P’ enerve pocóv érciPouKÓXog ávf|p.
oí p.ev EfteiO ap,a ftavxEc; oSá^ eAov áoKExov oí)Sa<;,
270 p,vnoTTjpe<; §’ ávExóprtaav jiEyápoio pbxóvSe•
TOI 8’ áp’ EKTit^av, vek'Ócov 8’ e£ éyx£’ éAovxo.
amu; 8é pvr)Gxf|p£g aKÓvTioav ó^ea Soópa
IEJ1EVOI- xa Sé rcoAXá Excooia Gtíkev ’A0r|vrt.
xrov áAAog |±£v oxa0jióv £Óaxa0£o<; pEyápoio
275 PePZtikeiv, aAAo^ Se 0i)prjv txükivok; ápapviav •
áXAox> 8’ ev xoíxcp P-eXíri keoe xa^KopápEia.
Ajicpi¡±£Scov 8’ apa Tr|Á,£paxov páAe x£íp’ £Kl Raprccó
Aíy8r|v, aKprjv Se pivóv SriAfiaaxo x«A,kó<;.
Kxtioijueoc; 8’ Eójiaiov órcép oaKot; éyxEÍ paKpcó
28o cópov EKEypayEV • xó 8’ órcépTCxaxo, rcírcxe 8’ epa^e.
xoi 8’ aóx’ apip’ ’OSoafia Saícppova koikiAoptixtiv
pvrjoxó peov ég opiAov aKÓvxioav ó^ea Soópa.
ev0’ aóx’ Eóp'o8áp,avxa páÁE rcxoAÍ7top0o<; ’OSoogeóc;,
’ApxpijiéSovxa 8é TriA£|iaxo<;, IIóÁoPov Se GOpcóxrig-
285 Kxt|gik7cov 8’ áp’ EKEixa pocóv £7npo'UKoXo<; avx|p
pEpXxiKEi 7tpó<; oxt|0o<;, EKEOxólLtEVog Se rcpoorióSa-
« co noAo0£pa£ÍST| quAoK£pxop,£, jxr| koxe nápnav
e’ikíov á<ppaSífl<; péya eítceív, áAAá 0eoígi
¡ió0ov ércixpéyai, eteeí ó rcoÁó (pépxEpoí eígi.
29o xoóxó xoi ávxí rco8ó<; ^Eivriiov, ov nox’ éScoKa<;
ávxi0é(p ’OSoafi'i Sógov kÓx’ áA,r|X£Óovxi».
t| pa pocóv eAíkcov EKipooKÓÁog • aóxáp ’OSuggeíx;

oóxa AapaaxopíSr|v aóxoax£Sóv éyx£i paKpcó-


TriAépaxoc; 8’ Eór|vopíSriv AeicÓKpixov oóxa
295 Soopi pÉaov KEVEíbva, Siarcpó 8é xccAkóv eácíogev •
TÍpUCE 8e 7CpTlVT|£, X^OVa 8’ TÍXaaE Tcavxi pEXCOKCp.

379
ODISEA XXII

Telémaco, a Euríades; el porquerizo, a Élato,


y a Pisandro mató el boyero guardián de los bueyes.
Ahí ésos, todos a un tiempo, el inmenso suelo mordieron,
y los pretendientes retrocedieron al fondo, en la sala. 270
Los otros acometieron, de los muertos sacaron sus lanzas.
Los pretendientes de nuevo dispararon sus picas agudas,
presurosos; mas Atenea hizo inanes todos los dardos.
De estos hombres, uno, una jamba de la sala bien cimentada
había golpeado, y otro, la puerta firmemente ajustada; 275
de otro, el asta de fresno, grave de bronce, dio contra el muro.
Mas Anfimedonte, la mano a Telémaco hirió en la muñeca,
suavemente: el bronce dañó su piel, por encima.
Con su larga lanza, Ctesipo a Eumeo rozó levemente
el hombro, sobre el escudo; voló, y caía al suelo la lanza. 280
Y de nuevo, el sagaz de varias astucias, Odiseo, y los suyos
dispararon sus picas agudas a la turba de los pretendientes.
Allí, a Euridamante golpeó Odiseo, el destructor de ciudades;
a Anfimedonte, Telémaco, y a Pólibo, el porquerizo;
y a Ctesipo entonces, el boyero guardián de los bueyes 285
había golpeado en el pecho y, gloriándose, él le decía:
“Politersida, amante de audacias, nunca, jamás
hables mucho, cediendo a tu temeridad, mas a los dioses
deja la palabra, pues, cierto, son mucho más poderosos.
Este es tu regalo a cambio de la pata que otrora le diste 290
al deiforme Odiseo, cuando él mendigaba en la casa”.
El boyero de los paticurvos bueyes habló, y Odiseo,
con su larga lanza, en lid cuerpo a cuerpo, hirió al Damastórida,
y Telémaco hirió con su pica a Liócrito, hijo de Evénor,
en medio del vientre, y el bronce le hundió totalmente; 295
y cayó de cara, y el suelo golpeó con toda su frente.

379
HOMERO

Sil tót’ ’A0t|vocít} (p0ioípppoTov aiyíS’ ávéaxev


i)yó0ev é^ ópocpqg- Tojv 8e <ppéve<; E7Ctoít|0£v.
oi 8’ £<pépovTO koctcx péyapov pÓ£<; cog áyeZaiar
300 TÓcg pev t’ aíóAog oiaxpo^ £(poppq0£Í<; eSóvtigev
©pTi év EÍapivfj, ote t’ qpaxa paKpá néXovTai •
oi 8’ og t’ aiyuTuoi yapyóvBxe^ áyKüXoxqXai
e£, ópécov ¿ABóvieg en’ ópví0£aai 0ópcooi.
Tai pév t’ év jieSíq) vé<p£a TLTCúoooooai tevxai,
305 oi 8é te xái; óÁéKooaiv ércáApEvoi, oí)8é ti<; áXicq
yívETai oí>8e cp^yq • xaípooGi 8é t ’ ávépEc; áypq •
cog apa toí pvr|<7TTÍpag ekeggópevoi Kaxá Scopa
tí>tctov éjuoTpotpáSqv • tcov 8e oxóvog óSpvDT ’ áencqí;
KpáxíDv TüJüTopévíav, 8(xke8ov 8’ árcav aipan 0bev.
310 AeigjStji; 8’ ’OSvarjog £7i£GGÍ)p£VO<; Áápe yoíivcov
Kaí piv ÁiooópEvog énea jtTEpÓEVTa 7ipoaqí)8a •
« yoovoopaí o’, ’OSogeó• oi) Sé p’ aíSEO Kaí p’ eXéqoov •
oí) yáp 7ió Tivá qyqpi yuvaiKcov év pEyápoiaiv
eíjceiv oí)8é ti pé£,ai aTaaOaXov • áXXá Kai áAAoix;
315 jcaóeGKOv pvqaTqpag, oti<; Toiamá y£ pé^oi.
áXXá poi oí) 7ceí0ovTo kcckcov ano xeípag éxeo0ai •
tg) Kai <XTaa0aÁ,íqGw áEiKéa jcÓTpov énéanov.
aírcáp éy¿) pexá toígi OoooKÓog oí)Sev éopyax;
KEÍaopai, áx; oí>k egti xápt<; petójcigO’ eoepyécov ».
320 tov 8’ áp’ wcóSpa (Seov jtpoGécpri jtoAí)pr|Ti<; ’OS'oooeax;*
« Et pev 8q pETOt Total 0dookóoc; EiSxeai Etvai,
koXzÁxxki 7i0D péAAeig ápripEvai év pEyápoioi
TqZoi) époi vógtoio téáxx; yÁoKepoío y£véa0ai,
aoi 8’ ákoxóv te cpíAqv ojréa0ai Kai xéxva TEKéoOai •
325 tB oí>káv 0ávaxóv ye Soaq Aeyéa 7tpocpí)YOia0a ».
co<; apa ^vrjaag fyyoq eíAeto xeipi Jcaxeífl

380
ODISEA XXII

Atenea, entonces, la égida alzó, la que pierde a los hombres,


desde lo alto, del techo, y se aterraron sus mentes.
Y ellos huían a través de la sala, cual vacas gregales:
a éstas, el revoloteante tábano acosa, lanzándose a ellas 300
en la estación vernal, cuando largos se vuelven los días;
y los otros, cual buitres de uñas corvas y picos ganchudos,
que, viniendo del monte, se arrojan en pos de las aves
—éstas, asustadas, a las redes que hay en el campo se arrojan,
y ellos, arrojándose, las matan y ninguna defensa 305
hay, ni un escape, y en la caza se alegran los hombres—,
así estos otros, por la sala irrumpiendo, a los pretendientes
golpeaban en torno y, golpeadas las testas, de ésos surgía
horrendo gemido, y todo el piso espumaba con sangre.
Mas Liodes, lanzándose sobre Odiseo, asió sus rodillas 310
y, suplicando, le dirigía estas palabras aladas:
“Así te imploro, Odiseo; tú respétame y tenme piedad:
afirmo que nunca, a alguna mujer de las que hay en tus salas
le dije o le hice algo insensato; más bien, a los otros
pretendientes calmar intentaba, si uno esas cosas hacía. 315
Pero no me hacían caso en contener de esos males sus manos;
y así, por sus locuras, hallaron su muerte humillante.
Mas yo, ministro de ofrendas entre éstos, no habiendo hecho nada,
yaceré muerto, pues no hay gratitud tras las buenas acciones”.
Viéndolo torvamente, le dijo el ingenioso Odiseo: 320
“Si en verdad te precias de ser entre éstos ministro de ofrendas,
a menudo debiste de haber suplicado en la sala,
que lejos de mí estuviera el final de un dulce retorno,
y te siguiera mi esposa querida, e hijos te diera;
así, de la muy aflictiva muerte no vas a escapara”. 325
Así habiendo hablado, tomó en su mano fornida una espada

380
HOMERO

Keipevov, o p ’AyeÁaog ájTOjrpoér|K£ xotpá^E


Kxeivópevog • ico xóv ye Kax’ an/éva péaaov eZaaae-
(p0eyyopevoD 5’ apa xoo ye Kapr| Kovípaiv épeí/Ori.
330 TeprciaSr^ 8’ ex’ áoiSóg áX'óaKave kt¡ pa péXaivav,
C>Tjpio^, og p’ t^ciSe napa pvrjaxflpaiv áváyicr|.
éaTri 8’ év xeípeaaiv éycov (póppiyya Xíyeiav
áy%i rcap’ ópao0upriv • 8í%a 8é tppeal peppripi^ev,
B éicSix; peyápoio Aió^ peyáXon rcoxi p©póv
335 épKeío'ü é^oixo XEXoypévov, ev0’ apa rcoAAá
Aaépxxjg ’OSuaeó^ xe Po©v érci pr|pí ’ éicrjav,
■q yoúvcov Xíaaoixo 7tpoaaí¿;a<; ’08i)ofia.
©8e 8é oi (ppoveovxi Soáaaaxo KEpSiov eivai,
yo'óvcov ávgaaGai AaepxiáSeto ’OSoafjog.
340 q xoi ó tpóppiyya yÁatpopfiv Kaxé0r|KE xapá^e
geaariyüg KpT|xf)pog i8é 0póvoo ápyupor|XoD,
aoxó^ 8’ avx’ ’OSoaria 7tpoaai^a<; Zape yoúvcov
Kai piv Áiaaópevo^ ercea Trxepóevxa TCpooiyúSa •
« yoovoopaí a’, ’08'üae6* ai) 8é p’ aíSeo Kai p’ éXér|aov.
345 am© xoi pexóiciaO’ áxo<; éaaexai, eí kev áoiSóv
7E£<pVfl£, Og XE 0£OÍai Kai áv0ptt)KOiaiV ÓeÍS©.
aoxoSíSaKXog 8’ Eipí, 0£Óg Sé poi év tppEOiv oípa<;
rcavxoía<; évé^oaEV • eoiKa 8é xoi TtapaEÍSEiv
©g xe 0£<p- x© pq pe XiXaÍEo SEipoxopfjaai.
350 Kai kev TqXépaxo^ xá8e y’ eiizoi, oóc, (píhoQ nióg,
©^ éy© oi) xi ék©v ég aov Sópov ooSe x<xxí^©v
n©XeópT|v pvT]axfjpaiv áeiaópevog pexá 8aíxa<;,
áXXa tcoAÍ) jcXeovs<; Kai KpEÍaaoveg rjyov ávayicr] ».
©<; <páxo, xov 8’ t^kovo’ ieprj i<; TrjXepáxoio,
355 aiij/a 8 ’ eóv ícaxépa Kpoae<p©veev éyyix; éóvxa •
« ’íoxeo, pr}8é xi xooxov ávaíxiov oi)xa£ x«Xk^.

381
ODISEA XXII

que ahí estaba, que Agelao había dejado caer en el suelo


al ser matado; con ella, lo golpeó en medio del cuello,
y la testa del que aún hablaba se mezcló con el polvo.
El aedo Terpíada aún buscaba evadir el negro destino,
Femio, que entre los pretendientes a fuerza cantaba.
En las manos teniendo su lira canora, se puso de pie
junto al postigo, y él, de dos modos pensaba en la mente:
si, de la sala escapando, sentaríase ante el bien trabajado
altar del gran Zeus, que cuida el hogar, en donde abundantes 333
muslos de bueyes habían quemado Odiseo y Laertes,
o, irrumpiendo, ante sus rodillas, suplicaría a Odiseo.
Pensando, le pareció que era mejor de esta manera,
tocar las rodillas de Odiseo Laertíada.
Y cierto, él puso en el suelo la cóncava lira, 340
en medio, entre una crátera y un trono con clavos de plata,
y él mismo, irrumpiendo, cogió a Odiseo de las rodillas
y, suplicando, le dirigió estas palabras aladas:
“Así te imploro, Odiseo; tú respétame y tenme piedad.
En ti mismo habrá después un pesar, si es que a un aedo
matas, a mí, que canto a los hombres y dioses.
Aprendí por mi cuenta, y un dios me ha inspirado en el pecho
loas de todas las clases; me parece que puedo cantarte
como a un dios; por eso, no desees cortarme el pescuezo.
Podría decir esto incluso Telémaco, tu hijo querido: 3,0
que para nada de grado, ni deseando comida, a tu casa
venía a cantar para los pretendientes después del banquete,
mas, siendo más numerosos y fuertes, traíanme a la fuerza”.
Así dijo, y lo oyó el sagrado vigor de Telémaco,
y de inmediato le dijo a su padre que cerca se hallaba: 355
“Detente, en nada hieras con bronce a ése, que es inocente.

381
HOMERO

Kai KTjpDKa MeSovxa oaóoopev, ó<; xé peí) aiei


oiKcp ev Tipexep© KrjSéoKexo rcaiSóc; éóvxo^,
ei §T| pxj piv ercetpve <X>iXoíxio<; T|£ oup©xrjg,
360 Be aoi ávxepóÁTyj£v ópivopevíp Kaxá 8©pa ».
coq <paxo, xoí) 6’ tÍkodoe Me8©v TCETivopéva eí8©<;-
7l£7lXT|©<^ yáp EKEIXO '07X0 OpOVOV, áp<pi 8é Séppa
eoxo (3oó<; veóóapxov, áXóoKcov Krjpa péXaivav.
anjra 8’ 6tc6 Opóvoo copxo, poó<; 8’ árceSove Poeír|v,
365 TriXépaxov 6’ áp’ érceixa Kpooaí^ag Xápeyoáv©v
Kaí piv Xiaoópevoc; enea KXEpóevxa rcpoar|i>8a-
« © <píX’, Éy© p£V 88’ Eipí, oí) 8’ lO%£0" EÍkE Sé Kaxpí,
prj p£ 7C£plO0£V£©V 8T|Á,TlO£Xai ó^éí XaÁKCp,
áv8pÓ)V pVT}OXTlpG)V K£XoX©p£VO<;, 01 OI EKElpOV
370 Kxfipax’ évi peyápoig, oe Se vrpuoi oá8év exiov ».
xóv 8’ £Kip£i8rioa<; KpooEípri TtoÁúprixh; ’OSdooeix;-
« 0ápoei, etceÍ 8t| o’ oí)xo<; epiSoaxo Kaí éoácooev,
Óq>pa yv©<; Kaxá 0opóv, áxáp Ei7c^o0a Kai áXÁxp,
©g KaKOEpyírig eoepyeoÍTi pey’ ápeívwv.
375 áXX’ e^eÁBóvxeg peyápcov e^eo0e Oúpa^e
ek tpóvoo eíg aúÁ-Tjv, oá xe Kai rcoXxxpripog áoiSog,
Óipp’ áv éy© Kaxá 8©pa jcovxioopai oxxeó p£ XPÓ ».
(qq <páxo, x© 8’ £^© píyrnv pEyápoio kióvxe*
e^£O0t|v 8’ apa x© ye Aióg peyáXoi) rcoxi (3©póv,
38o návxooE TtaKxaívovxe, cpóvov rcoxiSeypév© aíeí.
jiáKXTjvev 8’ ’OSvoeóg Ka0’ eóv 8ópov, eí xig ex’ ávSpov
C,©ó<; Í)7cokXokeoixo, áXáoKWV Kqpa péXaivav.
xoóg Se ’íSev páÁa navxcu; év áípaxi Kai Kovípoi
KEKxe©xa^ tcoáXoix;, ©£ x’ i%0óa^, oi)<; 0’ ócA.tf|e<;
385 koíXov ég aíyiaAáv ekxoo0e OaÁaooiiS
SiKxócp é^épooav TtoÁAxojtcp • ói Sé xe rcávxeg

382
ODISEA XXII

Salvemos también al heraldo Medonte, el cual en la casa


nuestra siempre cuidaba de mí, cuando yo era un pequeño,
si es que no ya lo ha matado Filecio, o el porquerizo,
o te encontró, cuando andabas irruente en la sala”.
Así dijo, y lo oyó Medonte, sapiente en sus juicios,
pues bajo un trono yacía tirado, y se había puesto en torno
un cuero de buey, recién quitado, evadiendo el negro destino.
Se alzó presto de abajo del trono, la boyuna piel se quitó
y luego, irrumpiendo, cogió a Telémaco de las rodillas 36;
y, suplicando, le dirigió estas palabras aladas:
“Amigo, yo aquí estoy, tú detente y díle eso a tu padre,
no sea que, siendo el más fuerte, me dañe con bronce cortante,
airado por causa de los pretendientes que le devastaban
sus riquezas en casa y, necios, en nada te honraban”. 370
Y, sonriendo, le dijo el ingenioso Odiseo:
“Ten ánimo, pues cierto, ése ya te ha protegido y salvado,
para que sepas en tu alma, y a otro también se lo digas,
que la beneficencia es mucho mejor que la maleficencia.
Empero, de la sala partiendo, afuera sentaos 375
lejos de la matanza, en el patio, tú y el muy célebre aedo,
hasta que yo lleve a cabo en la casa las cosas que me urgen”.
Dijo, y ambos, yéndose, de la sala hacia afuera se fueron;
y pues ambos, ante al altar del gran Zeus se sentaban,
mirando a todas partes, siempre esperando la muerte. 38o
Odiseo miró en tomo, por su casa, si aún se ocultaba
vivo, algún hombre, buscando evadir su negro destino.
Y, absolutamente a todos, los vio entre la sangre y el polvo
tirados, muy numerosos, cual peces que los pescadores
a la playa ensenada, afuera del mar agrisado, 385
han sacado con red de múltiples mallas: todos los peces

382
HOMERO

Ki)p,a0 aZog KoOéovxeg enl \|/agá0oiai ké/dvioci •


xov pev x rjeXxog (paéOcov e^eíZexo 0opóv •
ox; tot apa pvr|axf|peg éic’ áXAriXoiai kÉ/dvto.
390 §t| xóxe TrjXepaxov jcpoaécp'n TioXóprixig ’08x)aaex>g •
« T'qXégax’, ei $* aye poi KaXeoov xpotpóv EüpÚKXexav,
ótppa ercog exrcopx, xó poi Kaxa0x>pióv éaxiv ».
(QQ <páxo, TqXepaxog Se (píZco ércerceíOexo rcaxpí,
Kxvqaag Sé ©vpTyv rcpooé<pri xpotpóv EopÓKXexav •
395 « Seopo 5f| opao, yp^xi TtaXaxyevég, rí xe yovaiKov
Spoáov OKorcóg éaai Kaxá péyap’ Tpiexepáov,
epxeo- KiKÁ,T|aKEi ae Karqp épóg, oq>pa ti evcp ».
©g áp’ éq)óvT|a£v, xp S’ árcxepog ércÁexo gx)0og,
©x^ev Sé 0ópag peyápov éo vaiexaóvxov,
400 pfj 8’ xpev • aoxáp TriXépaxog npóa0’ fiyepoveoev.
EOpEv etceix’ 'OSoaRa pexá Kxapevoxai veKoaaiv
axpaxx Kax Áx>0pG) rcercaXaypevov cóg xe Áeovxa,
og pá xe pepp©K©g ¡3oóg epxexai áypaúXoio •
rcav 8’ apa ox axf|0óg xe Ttaprpá x’ áp(poxép©0ev
405 axpaxóevxa rcéÁex, Sexvóg 8 ’ eíg ©rca x8éo0ai •
©g ’OSoaEÓg nejtáXaKxo rcóSag Kax /eipag x)7cep0ev.
f] S’ ©g oov vÉKuág xe Kax áarcexov eíaxSev alga,
i0vaév p’ óAoA-ó^ai, etiei peya eíaxSev epyov •
áÁÁ’ ’OSoaeug KaxépoKe Kai éaxe0ev lepévrjv rcep
4io Kax piv qxüVTjaag etceo KxepÓEVxa 7ipoar|ó8a •
« év 0upxp, ypip, x«íp£ Kax íaxeo prjS ’ óAoÁu^e •
ox>x óaÍTj Kxapévoiaiv en’ ávSpáaxv ex>xexáaa0ai.
xo’óaSeié poxp’ ¿Sápaaae 0e©v Kax axéxkia epya-
oi)xxva^ápmx0ovx©v áv0péa©v,
415 ox) KaKov ooSé pév éa0Xóv, oxxg atpeag exaatpÍKOixo •
tío Kax áxaa0aXxpaiv áeixéa rcórpov etieqtiov.

3S3
ODISEA XXII

yacen, deseando las olas del mar, en la arena apilados,


y el luciente sol les quita la vida; de esa manera,
los pretendientes ahora yacían apilados, unos sobre otros.
Entonces le dijo a Telémaco el ingenioso Odiseo: 39
“Telémaco, anda, llámame a la nodriza Euriclea,
para que le diga una palabra que en mi ánimo se halla”.
Así dijo, y Telémaco obedeció a su padre querido,
y, sacudiendo la puerta, le decía a la nodriza Euriclea:
“Anda, muévete, anciana vetusta, que de las mujeres
sirvientas eres la vigilante en nuestro palacio;
ven; a fin de decirte una cosa, mi padre te llama”.
Así dijo, y sin alas quedó la palabra de aquélla,
y abrió las puertas de la sala de hechura suntuosa,
y se íue presta, y Telémaco guiaba adelante. 400
Encontró luego a Odiseo, entre cadáveres muertos,
todo manchado con sangre y matanza, cual león
que va tras comer de un buey de un establo campestre:
todo su pecho, y sus cachetes, de un lado y del otro,
se hallan ensangrentados, y es terrible de verlo hacia el rostro;
así, Odiseo estaba manchado sus pies y, encima, sus manos.
Cuando ella miró los cadáveres y la sangre innarrable,
quiso ulular de júbilo, pues miró una grandiosa proeza,
mas Odiseo la detuvo y contuvo, aun estando deseosa,
y él, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas: 410
“En tu alma, anciana, goza, y contente, no ulules de júbilo;
no es piadoso jactarse sobre hombres que están acabados.
A éstos sometió la moira divina y sus crueles acciones:
no honraban a ninguno de los hombres que están en la tierra,
ni a un plebeyo ni, menos, a un noble que a ellos llegara;
y así, por sus locuras, hallaron su muerte humillante.

383
HOMERO

a«^/ a^£ YuvaiKag évi pEyápou; KaxáXE^ov,


ai te p axipa^ODGi Kai ai vt^XeítiSec; eígi ».
TOV 8 aÚTE KpOGEElKE (piÁT| XpO<pÓ^ EÍ)PI)kXeicc ‘
<20 « xoiyap éya) xoi, xekvov, áXrj0eÍT|v KaxaXé^w.
7C£VTT|K0VTá xoí eígiv ¿vi pEyápoiai yuvaiKEg
Spcpaí, xág pév x’ Epya SiSá^apEv épyá^EaOai,
Eipia te ^aívEiv Kai SonXoa'uv'nv ávéxecrOai-
xá<ov ScóÓEKa Kaaai ávai8£Ín<; tópnoav,
425 oí)x’ ejxe xíoooai oín’ aüxnv UnvEXónEiav.
TriXépaxog 8e véov p¿v áé^Exo, oi)8é e piren p
aripaivEiv EiaoKEv eki Spcp^ai yvvai^ív.
áXX’ ay’ éyóv ávapaa’ úrcEpána GiyaXÓEvxa
eíttío afj áXóxcp, xfl tu; 0eó<; i$7evov £7c¿opGE ».
430 xt|v 8’ árcapEipópEVOc; npoaétpn rcoXúpnxK; ’OSuggeik;
« pn neo xr|v y’ ETiéyEipE- ai) 8’ ev0<x8e eüce yuvai^iv
¿X0épEV, a'í 7l£p 7CpÓG0£V ¿ElKEa pr|XaVÓCÚVTO ».
cog áp’ E<pr|, ypni>S Se Siek pEyápoio PePtikei
áyyEXéo'üGa yuvai^i Kai óxpDVEooaa v££G0ai.
435 atixáp ó TriXépaxov Kai povKÓXov t|8e oupcóxnv
Eig e xaXEGGapEvog ’éma rcxEpÓEvxa rcpoanúSa-
« ápxexE vuv vÉKüag tpopEEiv Kai ávcox®e yuvaÍKag-
aüxáp ETtEixa 0póvou<; KEpiKaXXéac; ti8e xparcé^ag
iSSaxi Kai GTtóyyoiGi jeoXuxpnxoiGi Ka0aíp£iv.
44o aúxáp £7tf|v 8r| rcávxa Sópov 8iaKoapr|GT|a0£,
8pq>á<; é^ayayóvxEg E'i)axa0£o<; pEyápoio,
pEGGnyí»; xe 0óXod Kai ápúpovog EpK£o<; aúXf¡<;,
0ElV£pEVai ^ítpEGlV XaVDT|K£GlV, ElCJ O K£ 7taoÉCÚV
ijruxag é£a<p£Xria0e Kai EKXEXá0covx’ ’A<ppo8íxT|<;,
445 xqv áp’ 'i)7xó pvnaxnpaiv exov píayovxó te Xá0pp ».
¿og E(pa0’, ai 8e yuvaiKEc; áoXXÉEg ^X0ov anaaai,

384
ODISEA XXII

Anda, tú nómbrame a las mujeres en este palacio,


tanto a las que me deshonran, como a las que son inocentes .
Le contestó a su vez la querida nodriza Euriclea:
“Pues bien, hijo, yo te voy a contar la verdad. 42c
En el palacio tienes cincuenta mujeres
sirvientas, a las cuales enseñamos a hacer sus quehaceres,
a cardar la lana y a soportar su servidumbre;
doce de ellas, en total, de la impudencia el camino pisaron,
no respetándome a mí ni a la misma Penélope. 425
Telémaco sólo hace poco fue adulto, y su madre
no lo dejaba mandar sobre las mujeres sirvientas.
¡Anda! Yo misma, subiendo al espléndido piso de arriba,
diré esto a tu esposa, a quien algún dios el sueño le ha enviado”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo: 430
“Aún no la despiertes, mas tú di a las mujeres que vengan
acá, las que antes maquinaban viles acciones”.
Así dijo, y la anciana se iba hacia afuera a través de la sala,
a dar aviso a aquellas mujeres y a ordenar que vinieran.
Mas él, a Telémaco y al boyero y también al porquero
llamando hacia sí, les dirigió estas palabras aladas:
Comenzad a sacar los muertos, y a las mujeres, lo mismo
pedidles; mas, luego, que los bellísimos tronos y mesas
limpien con agua y esponjas de múltiples poros.
Mas, cuando ya hayáis puesto en orden toda la casa, -«o
a las sirvientas, de la bien cimentada sala sacándolas,
entre la rotonda y el intachable muro del patio
golpeadlas con espadas de largo filo, hasta que a todas
arranquéis la vida, y se olviden del placer de Afrodita
que con los pretendientes tenían, y se unían en secreto”.
Así dijo, y las mujeres, en grupo, todas llegaron,

384
HOMERO

ctív’ óXotpn pógevcn, OaXepóv Kaxá SaKpu /eoDoai.


Kpwxa pév oúv véicuaq cpópeov KaxaxeOvrimag,
Ka§ S’ ap’ Brc’ aiGovap TÍ0£aav EÓEpKÉoq aóXfjq,
450 áXXriXoioiv epeíSoDaai* aripaive S’ ’OSDaaebq
aÓTÓq erciGrcépxoov • Tai 8’ ¿Kípópeov Kai áváyKrv
aÚTap érceiTa Opóvouq rcEpiKaÁÁéaq T|Se Tparcé^aq
i)SaTi Kai arcóyyoiai rcoXoTpTÍTOiGi Ka0aipov.

awap TrjÁEpaxoq Kai PoDKÓXoq fjSe oupÓTqq


455 XÍOTpOlGlV SÓOTeSoV TTÜKa KOIT}TOIO SÓ|1OIO

^Bov • Tai 5’ e<pópeov Spzpaí, TÍOeaav Se Oúpa^e.


aÜTÓtp etceí Stj rcav péyapov SiEKooprioavTO,
Spcpaq E^ayayóvTeq £Í>aTa0£oq peyápoio,
pEacrqyóq te 0ÓÁob Kai ápúgovoq EpKEoq aílfic;,
460 eiZEOV EV GTEÍVEl, Ó0EV oi) rccoq ^ev aXó^ai.

toígi Se TriXÉpaxog rc£7rvi)pÉvoq r¡p%’ áyopEÓEiv •


« pq pev 5q KaOapcó OavaTcp arcó 0opóv EXoípqv
TÓfíJv, ai 5f| epq K£<paXf¡ KaV ovEÍÓEa %£Bav
pTJTEpl 0’ Tl|iET£pT|, rcapá TE pVT|aTTÍpaiV ’lOÜOV ».
465 ©q ap ’ «pq, koí rcEÍapa VEÓq Koavorcpcopoio
KÍovoq é^áigaq peyaAqq rcEpípaÁZE 0óÁoio,
{nyóo’ ércevTavúaaq, pq Tiq rcoaiv oSSaq ikoito.
©q S’ ot’ av q kí%áoi TavoaírcTepoi qe rcéXEiai
epKEi évircAq^©ai, tó 0’ EOTqKq ¿vi Gápvcp,
47o aSXiv £GiÉp£vai,aTi)y£póq S’ órceSé^aTO KOÍToq,
©q aí y’ e^dqq K&^aXaq exov, áp<pi Se rcáaaiq
Seipqai Ppoxoi-^oav, órctoq oÍKTioTa 0ávoi£v.
qarcaipov Se rcóSeaat pívi)v0á rcep, oí) ti paXa Sqv.
¿k Se Meáóv0i©v ípyovava rcpóGopóv te Kai aóXqv
475 too S* árc© pev ptvaq te xai ©Sata vqXéi %aXK<p
Tápvov pqSeáT’é^Époaav, kogív ©pá SáaaaGai,
ODISEAXXII

Morando terriblemente, vertiendo muchísimas lagrimas.


Primero, pues, a los muertos difuntos sacaban
y los deponían bajo el pórtico del patío bien valladeado,
apoyándolos unos contra otros; y el mismo Odiseo 45
las mandaba urgiendo, y ellas los sacaban solo por fuerza.
Y luego, los bellísimos tronos y mesas
limpiaban con agua y esponjas de múltiples poros.
Mas Telémaco y el boyero y también el porquero,
con palas, el piso de la casa sólidamente construida
raspaban, y las sirvientas eso sacaban y afuera ponían.
Mas, cuando ya habían puesto en orden toda la sala,
a las sirvientas, de la bien cimentada sala sacándolas,
entre la rotonda y el intachable muro del patio,
en la angostura, encerraron: de allí no había cómo escaparse, 460
Y comenzó a hablar entre eUos el juicioso Telémaco:
“Sin duda, con muerte limpia, no quitaría yo la vida
a éstas, que derramaron oprobio sobre mi cabeza
y sobre nuestra madre, y dormían con los pretendientes”.
Habló, y el cable de un barco de proa cerúlea enlazando
de una alta columna, lo echó en torno a la rotonda, tensándolo
arriba, no fuera que alguna, con los pies llegara a la tierra.
Como cuando los tordos, de alas extensas, o las palomas
se precipitan a un lazo que se halla en algún matorral,
deseando ir a su nido, y las acoge un lecho terrible, 470
asi ellas, en fila tenían sus cabezas, y en tomo a los cuellos
de todas, nudos había, a que misérrimamente murieran.
Con los pies se agitaban unos momentos, no mucho tiempo.
Luego, a través del atrio y del patio, a Melantio sacaban;
sus narices y orejas cortaban con bronce inclemente; 475
extirparon sus vergüenzas, que las comieran crudas los perros,

385
HOMERO

%Eip<x<; x’ T|Se rcó8a<; kójtxov kekoxtioxi Oopco.


OI p£V £7l£ix’ {X7tOVU|/áP'evO1 %e^Pa<3 rco8(X£ X£
ei<; ’OSuofia SópovSe kíov, xexeXegxo Se epyov.
48o auxáp o ye rcpooÉEucE <pi^Tlv xpocpov Eopi)KÁ.£iav •
« OlO£ 0££IOV, YP'HV, KOCKCÜV OtKO£, OIG£ Se pOl 7X0 p,
ocppa 0££icóoo) peyapov • oo Se nrjveÁOTieiav
eASeiv év0á8’ áv©x0i ai)v ápcputóXoiai yovai^í •
jiáoag 8’ oxpuvov Spcoág Kaxá Scopa veeo0ai».
485 TÓV 8’ OUTE JtpOOEElTlE <píA,T| XpO<pÓ<; EÓ pÓKÁ,£ia •
« val 8p rauta ye, xekvov épóv, Kaxá poipav eeitieí;.
áAA’ áye xoi /Xaivav xe /ixcová xe eípax ’ éveÍKG),
pr|5’ oóxco paKEoiv jc£7XüKaop£Vo<; eópéag copoog
eoxa0’ evl peyápown- vepeaoT|xóv Sé kev eit| ».
490 Tqv S’ á7iapeipópevog Ttpooecpri 7ioÁ'Dp'nxi<; ’OSoaaeix;
« 7CUp VUV JIOl TtpCÚXIGXOV EVI peyápOlOl Y£V£G0a> ».
&q £<pax’, ouS’ ájcí0T|O£ cpíXq xpocpóg EopÓKÁeia,
pveiKev 8’ apa Ttop Kai 0t|ílov • auxáp ’OS'oaoeix;
£Ó 8i£0£Ígxj£v peyapov Kai Scopa Kai aóZr|v.
495 ypnug 8’ aux’ áuépTj Siá Scopaxa kcxá’ ’OSixyfjoc;
áyyeléouaa yovai^l Kai óxpoveoooa veea0ai •
at 8 loav ¿k peyápoio Sáog pera %£palv é%oi)aai.
ai pev ap apcpexeovxo Kai T|a7iá^ovx’ ’OSoofja
Kai kuveov ayaTca^opevai KecpaÁx|v xe Kai ¿opone;
500 XEipá; x’aívúpevav xóv Sé yXuKug Ypepog yí peí
KÁai)0yoí) Kai axovaxn^, yívcoaKe 8’ apa cppeol Tiáaae;.
ODISEA XXII

y, con corazón airado, las manos y pies le cortaban.


Después ellos, tras lavarse los pies y las manos,
hacia Odiseo, a casa se fueron: estaba concluido el trabajo.
Mas éste le dijo a Euriclea, la querida nodriza: ^so
“Anciana, trae fuego, y tráeme azufre, remedio de males,
para que yo azufre esta sala; y tú pide a Penélope
que venga hacia acá con sus mujeres sirvientas,
y ordena que vengan todas las siervas que hay en la casa”.
Le contestó a su vez la querida nodriza Euriclea: 485
“Sí, hijo mío, todo eso dijiste conforme a lo justo.
¡Mas, ea! Voy a traerte vestidos, el manto y la túnica,
y así no, en tus anchos hombros cubierto de harapos,
estés en la sala; eso sería reprobable”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo: 490
“Fuego ahora, antes que nada, se me haga en la sala”.
Dijo, y no desobedeció la querida nodriza Euriclea,
y pues trajo fuego y azufre; a su vez, Odiseo
azufró bien, totalmente, la sala y la casa y el patio.
La anciana, otra vez se fue de Odiseo por el bello palacio
a dar aviso a aquellas mujeres y a ordenar que vinieran;
ellas salían de su sala, una tea en las manos teniendo.
Y ellas, pues, a Odiseo circundaban y lo saludaban
y, cariñosamente, su cabeza y sus hombros besaban
y sus manos, tomándolas, y a él lo cogía un dulce deseo 500
de llorar y gemir, pues reconocía a todas con su alma.

386
23. OAYISEIAZ ¥

Tpiiiág S eiq vjtep^’ ávePqaeTo KayxaÁóaiaa,


Seajtotvp épéouaa <píXov jcóoiv ev8ov éóvra-’
yowaxa 8’ épptóaavto, ;tó8e<; 8’ ÚTtepiiccaívovTO.
axil 8’ ap’ wtép KetpaÁí^ sai piv itpóg gMov ’éemev
« eypeo, nriveXórceia, <píXov xÉKog, o<ppa íSqai
óípGaXpoíai xeoiat tá i’ éXSeai rjpaxa
TÍuara rcavxa.
náv-ca
\ 7
Kai oíkov iKávezai, oye nep é^Oáv
pVT]aTrjpa<; ó’ EKTeivev áynvopag, oí 0’eóv oikov
KrjSeaKov Kai KTqpaT ’ eSov J3ió©vtó te rcaiSa ».
lo tt)v 6 ’ ame rcpoaéeirce rcepíypcov ITt|veXórceia •
« pata <píXr|, pápyr|v ae 0eoi 0éaav, oí xe ftóvavxai
ácppova rcornaai Kai ercícppová rcep páV éóvxa,
Kai Te yaÁicppov eovxa aaocppoaóvTis ércepqaav •
oí ae rcep epÁayav • rcpiv 8é cppeva^ aíaípn ^a0a.
15 xírcxe pe Áiopeoei^ rcoÁorcev0éa 0opóv eyooaav
xaoxa rcapé§ épéooaa, Kai é§ urcvoi) p’áveyeípeig
qSéo<;, 6q p’ ércéSrjae cpíÁa pXécpap ’ ápcpiKahvyag;
ot> yáp rcco xoióvóe Kaxé8pa0ov, é£ oo ’OSoaaeog
<p%ex’ ercoyópevo<; KaKóí&iov ovk óvopaorrjv.
20 áM,’ aye vvv Kaxá0ii0i Kai áy ep%ev péyapóvSe.
si yáp tíq p’ céÁÁT] ye yovaiKíov, aí poi eaai,
xavx’ eASooa ’ qyyeiAe Kai e§ urcvou ávéyeipe,
t¿ú Ke xá%a 0Tuyep<o<; piv ey&v ánéjiepxfnx veeaOai
a-uxi^ eaoo péyapov • aé de xovxó ye ynpas óvrjcrei».
25 ttjv 8 ’ avre JipooéeiKe ipíXr¡ Tpofpóg E'ópÓKÁeia •

« oií xí ae Á©Peóa), tgkvov cpíXov, áÁX’ ewpóv xoi

387
Libro XXIII

La anciana subió hacia el piso de arriba, exultante,


a decir a su ama que estaba en la casa su esposo querido;
sus rodillas se agitaron, sus pies se movían presurosos.
Se colocó sobre su cabeza, y estas palabras le dijo:
“Despierta, Penélope, hija querida, a fin de que mires,
con tus propios ojos, lo que todos los días te deseas.
Vino Odiseo y ha llegado a su casa, aunque tarde viniendo;
y mató a los pretendientes gallardos, los cuales su casa
dañaban, y comían sus bienes y violentaban a su hijo”.
Le contestó a su vez la muy prudente Penélope: 1
“Ama querida, demente te han vuelto los dioses, que pueden
hacer insensato inclusive a quien es muy sensato,
y también, a la prudencia hacen llegar al que es imprudente.
Ellos te han dañado; antes eras correcta en tu mente.
¿Por qué, si deplorable el ánimo tengo, te burlas de mí,
para decir esos absurdos, y me despiertas del dulce
sueño, que me había encadenado envolviendo mis párpados?
Pues nunca había dormido en tal forma, desde cuando Odiseo
se marchó a visitar la maldita Ilion, la nefanda.
Anda ahora, baja y vete de nuevo a la sala. 20
Pues, si alguna otra de las mujeres que tengo, viniendo,
eso me hubiera anunciado y me hubiera despertado del sueño,
entonces pronto, cruelmente, yo la enviaría a que se fuera
de nuevo a la sala: te valdrá la vejez al menos en eso”.
Le contestó a su vez la querida nodriza Euriclea: 25
No me burlo de ti, hija querida, mas verídicamente

387
HOMERO

OÓ'ixjE'üg Kai oíkov ÍKáv£xai, cbg áyop£Ó©,


ó %£Ívog, xóv rcávT£<; áxípwv év peyápoiai.
TrjÁépaxog Ó’ apa ptv rcáÁai fjSeev evSov éóvxa,
30 áXXá aao(ppoaóvpai vorjpaxa rcaxpó<; ekevQev,
Ócpp’ ávSpcov xeiaaiTo J3£t)v órceprjvopeóvxwv ».
e<pa0’, ti S’ é/ápri Kai arcó ZeKxpoio Qopovoa
yprjirceptrcÁexBn, pXetpápov ó’ arcó SÓKpuov t¡k£,
Kai piv (p<DVT|aaa’ ercea rcxepóevxa rcpoarjúSa-
35 « eí 5’ aye Srj poi, paia <píÁr|, vripepxég évíarceg,
eí éxeóv St) oikov ÍKOtvexai, ©g áyope'óeig,
órcrccog Srj pvriaxfipaiv ávaiSéai xeípag étpíjKe
poovo<; é©v, oi ó’ aíév áoÁXée<; evSov e'pipvov ».
tt|v 8’ aoxe rcpoaéeirce tpíXrj xpo<pó<; Evp'ÓKÁeia-
40 « oÓk íSov, oó rcvGópiiv, áXXa axóvov oíov aicovoa
Kxeivopév©v • npeíg Sé px>Z© Qa^ápov eúrcrjKTcov
iípe0’ áxo^ópevai, aavíSe^ 5 ’ é%ov eó ápapoiai,
rcpív y’ ote St) pe aóg vió<; arcó peyápoio KaXeaae
TrjXépaxog* xóv yáp pa rcaxrjp rcpoér)Ke KaXéaaai.
45 evpov érceix’ ’OSvarja pexá Kxapévoiai veKuaaiv
éaxaóG’- oi Sé piv ápq>í, KpaxaírceSov oóSag e/ovxe^
Keíax’ érc’ áAZrjXoiaiv • íSoóaá ke Ovpóv iáv6r¡g
[a'ípaxi Kai ÁiSOpo) rcercaÁaypévov ©<; xe Aéovxa.J
vw S’ oi pev Sh rcávxe<; érc’ avÁetriai 0úpj]aiv
50 ótOpóoi, aóxáp ó Scopa Geeiooxai rcepiKaÁÁé^,
rcí>p péya Koápevog- aé Se pe rcpoérjKe KaZéaaai.
áAX’ érceu, otppa acpcoív éwppoavvrji; érciPrjxov
áptpoxépft) cpíÁov rjxop, ércei KaKa rcoAAa rcércaaOe.
vív S’ qSrj xóSe paKpóv ééAScop eKxexéÁeaxai •
55 fjA,0e pev aoxóg £coóg etpéaxiog, evpe Sé Kai aé
Kai rcaíS’ év peyápoiai • KaK©<; 5 ’ oí nép piv épe£ov

388

ODISEA XXIII

vino Odiseo y ha llegado a su casa, así como digo:


¡ese extranjero, al que en la sala todos colmaban de agravios!
Telémaco antes debió haber sabido que estaba en la casa,
mas, con prudencia, los planes del padre ocultaba,
hasta que él castigara la violencia de los hombres soberbios”.
Así dijo, y aquélla alegróse y, saltando del lecho,
abrazó a la anciana, y de sus ojos dejó ir una lágrima
y, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas:
“Anda, amita querida, dime verídicamente,
si en verdad ha llegado a su casa, así como dices,
cómo puso las manos en los pretendientes impúdicos,
estando solo, y ellos siempre juntos se hallaban adentro”.
Le contestó a su vez la querida nodriza Euriclea:
“No vi, no supe, mas sólo escuché su gemido cuando eran
matados; nosotras, al fondo de las compactas estancias,
aterradas yacíamos, y las cerraban puertas bien ajustadas,
hasta cuando al fin me llamó desde la sala Telémaco,
tu hijo: sin duda, su padre lo envió a que él me llamara.
Encontré luego a Odiseo entre cadáveres muertos, 45
de pie, y ellos, en torno a él, el duro suelo cubriendo,
yacían unos sobre otros; habrías gozado en tu alma al mirarlo
todo manchado con sangre y matanza, cual león.
Ahora ellos, todos, ante las puertas del patio se encuentran
en montones, y él azufra la casa bellísima 50
tras prender un gran fuego, y me ha enviado a llamarte.
Mas sígueme, por que ambos piséis vuestra senda del gozo,
uno y otro, en vuestra alma: muchos males habéis padecido.
Ahora ya se ha cumplido este enorme deseo:
él mismo, sano, ha venido a su hogar, y así te ha encontrado,
y a tu hijo, en las salas; los que obraban mal en su contra,

388
HOMERO

HVTIOTTlpe^TO^ návta? éte{oaT0 ¿ ¿vi 0ÍK(p »


THV S ’ ate jtpooéeute Jtepúppwv n^veXóneia •
«Jtaia <píXn, pr| roo géy’ éjieú/eo KayxaÁómaa.
60 oiaOa yáp cóg k’ áarcaaTÓg évi gEyápotai <paveír|
Tiaai, gaXwjTa 6 égoi te Kai niéi, tóv TEKÓg£o0a •
aXX’ oi)K ea0’ o8e go0o; ETTjwgo^, ©<; áyopeúeig,
aXXa Tig áOavaTtov kteíve gvrjaTTjpa^ áyauoni;,
i)ppiv áyaaaágevo<; 0ogaXyéa Kai KaKa epya.
65 oi) Tiva yáp tiegkov eTn/Oovícov ávOpóncov,
oí) KaKÓv oáSé gév éaOZóv, otí<; a<pea<; eíaatpÍKoiTo •
T© 8t’ otTaaOaXíag ercaGov KaKÓv. aürap ’OS'uaaeix;
gjXeoe ttiAou vóarov ’A^aíiÓog, ©Xeto 8’ auróg ».
rqv 8’ tjpeíPet’ £7C£iTa <píXr| Tpotpóg EupÚKÁeia-
70 « tekvov egóv, 7toióv ae ETtog <póyev epKog ÓSÓVTCÚV,
rj 7tóoiv ev8ov éóvra /cap ’ éa/ápp oi) tcote <ppa0a
o’ÍKaS’ ¿XeÓG£G0ai- 0ogó<; Se toi aiev árctaTog.
áXX’ áye toi Kai afjga ápgppaSe^ áXXo ti eÍttío,
OT)Xr|V, TT)V 7ÜOTE giv aó<; T¡Áa<T£ Xeoko) óSovti •
75 rqv aKOví^ooGa (ppaodcgrjv, e0eZov Se aoi amfi
eíitégev • áXAá ge keívo<; eAxav e7ri gaoraKa /epoiv
ook eía eÍTteiv KoXoKepSeípat vóoio.
áXX’ etied’ aóráp éywv égé0ev nepiScoaogai aoTÍjú;,
a’í kév a’ é^aTtáípo), Kretvaí g’ oíktígtq) óÁeOpq) ».
80
TTJV 8’ Tlg£ÍP£T’ £TC£lTtt 7l£pí<pp(0V nr|V£ÁÓ7C£ia •
« gata tpíAij, xo^^óv ae 0£©v aieiyeveTaíov
Srjvea etpoa0at, gáXa jeep rcoÁmSptv eoooav-
aXX’ egTHK togev geTarcaíS’ egóv, ocppa ÍSwgat
áv6pa<; gvrjoTfipag TeOvnóra^, 1Í5 ’ o<; erce<pvev
<pagévrj Katépatv ’ tMcepóía • iroXXá Se oi Kqp
85
cópgatv’, n ájcávevOe.^tXov Jiootv e^epeeivoi,

389
ODISEA XXIII

los pretendientes, a todos él, en su casa, los ha castigado”.


Le contestó a su vez la muy prudente Penélope:
“Amita querida, aún no te gloríes mucho en eso, exultante.
Sabes cuán grato él, en este palacio, aparecería 6o
para todos, más para mí y para su hijo, al cual engendramos;
mas esta noticia no es verdadera, así como dices,
sino que a los pretendientes egregios mató un inmortal
airado por su insolencia aflictiva y sus malas acciones:
no honraban a ninguno de los hombres que están en la tierra, 65
ni a un humilde ni, menos, a un noble que a ellos llegara;
por eso, por sus locuras, sufrieron el mal. Empero, Odiseo
perdió su retorno lejos de Acaya, y él mismo perdióse”.
Y le respondió entonces la querida nodriza Euriclea:
“¡Hija mía, qué palabra huyó de ti, del redil de tus dientes! 70
Dices que tu esposo, que está adentro, junto al fuego, ya nunca
volverá a su casa. Siempre tienes un ánimo incrédulo.
Anda, te diré, además, una señal manifiesta,
la cicatriz que antaño, con blanco diente, le hincó el jabalí:
la advertí al lavarle sus pies, y eso quería decirte a ti misma, 75
mas aquél, asiéndome con sus manos sobre mi boca,
no me dejaba hablar, por sus grandes astucias mentales.
Mas sígueme, y yo me daré como prenda a mí misma:
si te embauco, puedes matarme con muerte misérrima”.
Le respondió entonces la muy prudente Penélope: 80
“Querida ama, es difícil que de las sempiternas deidades
tú observes los planes, aunque eres muy sabia;
mas, con todo, hacia mi hijo vayamos, a fin de que vea
a los pretendientes muertos, y a quien los ha aniquilado”.
Dicho esto, bajaba del piso de arriba, y mucho su pecho
ponderaba si de lejos interrogaría a su esposo querido,

389
HOMERO

H 7CápGTa<ja kdgeie KotpTj Kai /£ip£ Áaj3oo<ja.


*1 ó ercei £i<jf¡Á0£v Kai wiéppTj Xáívov oóSóv,
e^et’ewEvc’ ’OSuarjog évavxíov, év Tropóg aóyfj,
w toíxod Ton éxépov • ó 5 ’ apa rcpóg KÍova paKpfjv
hoto KaTío ópócov, xoTidéwievoQ eí' tí piv eínoi
i<p0ípr| ^apárame;, ércei tÓev ócpOaApoiaiv.
TJ §’ áveco Stjv tigto, Tcupog dé oi rptop iravev •
óyei ó’ áXXoTe pév piv évcorcaSícog éaíSeaKev,
95 aZÁOTe 5 ’ áyvÓGaGKe rara %poi eípaT ’ £%ovto(.
TriÁépayog 8 ’ évévircev é'rcog t ’ écpax ’ ek t ’ óvópa^e
« pfjTep épií, Svaptitep, árcrjvéa 0opóv e/oona,
TÍcp0’ ootío rcaxpóg voa<pí£eai, oóSe rcap ’ aÓTÓv
é^opévrj pvOoiaiv áveípeai ovdé peTaÁÁag;
ioo oó pév k’ áXÁTj y’ ©8e yüvrj tetátjóti 0up©
ávSpóg árcocrraír|, og oi rara rcoAAá poyrjaag
eXOoi éeiKoaTw eteí ég rcaTptSa yaíav •
aoi 5’ aíei KpaSirj aTEpeanépri écrci ÁíOoio ».
xóv 8’ avie rcpoaéeirce rcepícpp©v nrjVEÁórceia •
105 « tekvov épóv, 0opóg poi évi orífieaoi TéOrprev,
oóSé ti rcpoacpáaOai frúvapai ercog oó5 ’ épéeoOai
oóS’ eig carca íÓéaOai évavTÍov, eí 8 ’ eteóv 8fj
eot’ ’Oóuoeóg ral oíkov iraverai, p páAa ván
yvcooópeO’ áAArj%® raí Ácoíov • ecm yáp rjpiv
uo <jt}pa0’, á ÓT) ral vcoí KEKpvppéva íSpev árc ’ áAZcov ».
cpáxo, peíSrjaev dé rcoXÚTÁag Óíog ’OSooaeóg,
aíya dé TrjXépayov ércea rcTepóevxa npocrrivda •
« TpXépax’, í) toi prpép ’ évl peyápoiaiv éaaov
rceipa£eiv épéGev • xá%a dé cppáaexai Kai ápeiov.
as vCv 5 ’ ótti pvnÓG), KaKa dé xpoi eipaxa eípai,
toüvek’ áxipá^ei pe Kai ov tico (pr¡ai xóv eivai.

390
ODISEA XXIII

o, acercándose, tomaría y besaría su testa y sus manos.


Mas, cuando ella llegó, y el umbral de piedra franqueó,
se sentaba luego frente a Odiseo, a la luz de la lumbre,
junto a la otra pared; mas él, en contra de una alta columna
estaba sentado, viendo hacia abajo, esperando por si algo
le decía su robusta mujer, cuando con sus ojos lo viera.
Muda, mucho tiempo estuvo sentada; el estupor le invadía
el corazón; con la vista, ya lo miraba en el rostro,
ya lo desconocía, al tener en su cuerpo malos vestidos. 95
Y Telémaco la increpó, y esto decía y la nombraba:
“Madre mía, mala madre, que tienes un ánimo cruel,
¿por qué así, de mi padre estás alejada, y no, junto a él
sentándote, con palabras tu lo interrogas e inquieres?
Ninguna otra mujer, de ese modo, con ánimo firme, 100
distante estaría del esposo que, tras sufrir muchos males,
le hubiera venido a su tierra paterna en el año vigésimo.
Mas tú siempre tienes un corazón más duro que piedra”.
Le contestó a su vez la muy prudente Penélope:
“Hijo mío, en mi pecho mi ánimo se halla pasmado, 105
y no puedo decir ninguna palabra, ni hacerle preguntas,
ni verlo hacia el rostro, de frente. Mas, si es que en verdad
él es Odiseo y ha llegado a su casa, ambos, sin duda.
nos reconoceremos uno al otro, y mejor, pues tenemos
señales, que incluso ambos sabemos, ocultas para otros”. I]0
Así dijo, y sonrió el paciente, noble Odiseo,
y al punto le dirigió a Telémaco aladas palabras:
“Telémaco, deja, pues, que en las salas tu madre
me ponga a prueba: pronto va a darse cuenta, y mejor.
Hoy, porque estoy sucio y malos vestidos visto en el cuerpo,
por eso me desprecia, y aún no cree que yo soy aquél.

390
HOMERO

tjgeíg Se (ppa^(og£0’, O7i©<; ó% ’ aplaza yévi]zai.


Kai yap tíq 0 ’ éva <p¿na KazaKzeívac évi ór}jurp,
<b gij rcoÁXoi écoaiv áoaarjzf¡pe^ órcíaa<o,
izo qjeúyei Krioíx; ze JipoXuióv Kai rcazpíSa yaíav •
fipeig 8’ epga ftóÁrjog árcéKzagev, oí géy’ ápiazoi
Koópcov eiv ’I0aKT] • zá Sé ae (ppá£ea0ai ávcoya ».
zóv 5’ at> Tr|Áégayoc 7cercvt>gévo<; ávztov z|i)8a-
« aúzó<; zaina ye Xeoaae, rcázep <píÁe- ariv yáp ápíazriv
125 gfjziv én ’ ávQpoyitovQ <páa ’ éggevai, oáSé ke zí<; zoi
áAÁo<; ávi]p épíaeie Kaza0vrjz©v áv0p©7ta>v.
[■npeíc; Sé gega©ze<; ág’ éyóge0’, oáSé zí <pr¡gi
áÁKÍ]<; Se'O,naea0ai, oarj S-úvagí; ye rcápeazi».]
zov S’ ájiapeiJ3ógevo<; 7ipoaé(prj jcoA/úgr|xi<; ’OSoaaeó^
i3o « zoiyáp éyóv epé©, ©g goi Sokcí eívai ápiaza.
7ip©za gév áp Xoóaaa0e Kai ágquéaaaGe %iz©vag,
Sgcpág 5’ év geyápoiaiv ávóyeze eíga0’ éXéaOai-
aázáp 0eío^ áoiSó<; é%©v cpópgiyya Xíyeiav
ígiv T]yeía0© 7roXorcaíygovo<; ópyrjOgoio,
135 (úq Kév zt<; tpatg yágov éggevai ektóq áKoí©v,
fj áv ’ óSov azeíx©v g oí nzpivaiezáovoi •
gg jipóa0e KÁéo<; eopí (póvoi) Kazá áazu yévnzai
ávSpcov gvr}OTT|píov, Kpív y’Tjgéag éAOégev efyo
áypov éc, Tjgéxepov 7toXo8évSpeov. év0a 8 ’ E7ceiza
i4o íppaaaógeO’, ozzi ke KépSo<; ’OkófiKioc, éyyuaXt^fl ».
(qq e<pa0\ oi 8 ’ apa zoo gáXa gév kA/Óov rj8 ’ etcíOovzo.
rcp©xa gév áp Áovaavzo Kai ágcptéaavxo %iz©va^,
ojrXiaOev Sé yuvaiKEg- ó 8’ eíXezo 0eíog áoiSóg
<pópgiyya yXa<pvpr|v, év Sé a<piaiv igepov copoe
i45 gcÁ/rífe ze ykvK£pri$ Kai agógovo^ ópxnOpoio.
xotaiv Sé géya Scoga 7r£piax£va%í££xo ^ooaiv

391
ODISEA XXIII

Nosotros pensemos cómo asaz lo mejor nos resulte.


Pues incluso alguien que mata en el pueblo a un solo varón
que no tenga a muchos atras, que le presten auxilio,
huye, a sus parientes dejando, y su tierra paterna; 1
pero matamos la base de la ciudad, asaz los mejores
de los jóvenes de ítaca: eso te pido que pienses”.
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta:
“Tú mismo mira eso, padre querido, pues dicen que en medio
de los hombres es muy destacado tu ingenio, y ningún
otro varón de los hombres mortales te haría competencia.
Nosotros, ansiosos, iremos contigo, y pienso que en nada
careceremos de valor, en tanto nos valga la fuerza”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
“Pues bien, yo diré cómo me parece que es lo mejor: 130
primero, pues, bañaos y vestios vuestras túnicas,
y del palacio a las siervas mandad que se pongan sus vestes,
y que el aedo divino, teniendo su lira canora,
os conduzca en la danza, que es muy divertida;
así, que hay una boda diría uno que escucha por fuera, >35
o uno que va por la calle, o de esos que habitan en torno;
que en la ciudad no se haga extensa la voz de la muerte
de los pretendientes, antes que nosotros vayamos afuera,
hacia nuestro campo arbolado, y entonces, allí
veremos que astucia el olimpio nos pone en la mano”. >4»
Asi dijo, y ellos con gusto lo oyeron, y obedecieron.
Primero, pues, se bañaron y se vistieron sus túnicas,
y se engalanaron las damas, y tomó el aedo divino
su cóncava lira, y excitó en ellos anhelo
de dulce canto y de danza intachable. 145

Les resonaba alredor la gran casa, debido a los pies

391
HOMERO

avSp©v rcai^óvTov koáXi^óvgív te yuvaiK©v.


&>§£ Sé Tig eíjiegke 5óp©v £ktog0ev óckoixmv •
« T) pala 8q Tig EyrjpE rcoX'ügvriaTTiv PaaíÁEiav
150 gxetXÍt], ooó ’ etXtj jrócrio<; on KoopiSíoio
£Ípvo0ai péya Sopa SiapjiEpé^, eio^ í'koito ».
©$ apa Tig eucegke, xa S’ ook íoav ©<; ETéTOKTo.
a’UTap ’OSoaofla peyaZriTopa © évi oiKíp
E'úpwópr} Tapir) Xoogev Kai xpiaev ¿Aaío,
155 áp<pi Sé piv yápog kcxáóv páÁev tjSe xiTova •
avcáp KttK K£<paZfj<; yeoev tcoáo KaXZog A0rjvq
[peí^ová t’ eicnSéeiv Kai 7táaaova • KaS Se KaprjTo^
ooXag rjKE KÓpag, íaKivOívíp ávOei ópoíag.
©£ S’ OTE Tl<; XpDGOV KEpiXEVETai ápyÓp© (XVTJp
i6o iSpi£, ov "HípaiOTog SéSaEV Kai riaXÁác ’AOrjvrj
xé%vqv KavToíqv, yapÍEVTa Se Epya teáeíei,
©^ apa t¿P KaréxEDE %ápiv K£<paXq te Kai ©poig.J
ek 5’ áaapívOoi) pfj Sépag áQavá'coioiv ópoío^-
áy S ’ aimg kot ’ áp ’ e£et ’ érci Opóvon, ev0ev ávéazq,
i65 ávTÍov fjs á%ó%ov, Kai piv npoq po0ov eeuce •
« Saipovíq, 7C£pi aoí y£ yuvaiKtov 0qÁi>T£pá©v
xfjp aTépapvov £0qKav ’0A/úp7Cia Sopar ’ £%ovx£q •
ov pév k’ áÁXq y’ ©Se yuvq TETÁqÓTi Oop©
ávSpó^ a7CoaTaíq, oq oí KaKa 7CoA.%á poyqaag
i?» eABoi eeikoot© eteí éq rcarpíSa yaíav.
áXX’ áye poi, pata, arópeaov Xé%o<;, o<ppa Kai aorog
Xé^opai * q yap Tq y£ oidr¡p£ov év tppEaiv pTop ».
tov 8 ’ aoTe jcpoaéeucE 7cepí<pp©v ílqvEÁÓTCEia •
« Saipóvi ov yáp ti pgyaÁí^opai ooS ’ á0£pí?©
U5 oóSe Xíqv áyapai, páZa S ’ eó oiS ’ oíog éqaOa
é§ ’I0áiaK éni vqóg i©v SoZiyqpérpoio.

392
ODISEA XXIII

de hombres, bailando, y mujeres ornadas con cintos hermosos.


Y uno que escuchaba afuera de la casa, asi se decía:
“Cierto, alguno desposó a la reina muy pretendida;
obstinada, y de su esposo legítimo no pudo cuidar
la gran casa, continuamente, hasta que él regresara”.
Así decía alguno, mas no sabían cómo estaban las cosas.
Mientras tanto, al magnánimo Odiseo, en su propia morada,
bañó y ungió con óleo Eurínome, la despensera,
y en torno le echó un bello manto y también una túnica;
y Atenea vertió de su testa hacia abajo mucha belleza,
por que lo vieran más grande y fornido, y desde su testa,
tupidos le hizo caer los cabellos, cual flor de jacinto.
Como cuando un hombre pone oro alredor de la plata,
uno perito, al cual Hefesto y Palas Atena enseñaron
el arte variado, y realiza trabajos llenos de gracia,
así derramó la diosa la gracia en su testa y sus hombros.
Salió de la bañera, semejante en figura a los inmortales,
y de vuelta, otra vez sentóse en el trono de donde se alzara,
enfrente de su esposa, y estas palabras le dijo:
“Demonio, por encima de las tiernas mujeres, un duro
corazón te pusieron los que tienen moradas olímpicas.
Ninguna otra mujer, de ese modo, con ánimo firme,
distante estaría del esposo que, tras sufrir muchos males,
le hubiera venido a su tierra paterna en el año vigésimo.
¡Anda, ama! Extiende mi cama, a fin que, aunque solo,
me acueste: cierto, un corazón de fierro, ésta tiene en el pecho”.
Le contestó a su vez la muy prudente Penélope:
Demonio, en nada soy altanera, ni soy despectiva,
ni estoy tan sorprendida, y sé muy bien cómo eras de aspecto
cuando de Itaca, en la nave de largos remos partiste.

392
HOMERO

áXX’ áye oi OTÓpeaov rcoKivóv Xé/oc, EopuKXeia,


éiccóg éüaTa0éo<; OaXápoo, tóv p ’ ainóg ércoiEi •
év0a oi £K0eiaai rcoKivóv Xe/og egpctXeT ’ E'óvrjv,
i»» KÓea Kai xXaívag Kai p^yea aiyaXÓEVTa ».
g>qáp’ e<prj rcóaio<; rcEiptopévri • aÓTap ’OSoaaexx;
ó%0r|aa<; áXoyov rcpoae<póvee KeSvá iSoíav •
« a> yóvai, r) páXa tobto erco<; 0opaXy£<; eeuieq.
tú; Sé poi áXXoaE 0íjKe Xé/og; /aXercóv Sé kev eíri
i85 Kai páX’ érciaTapévíp, ote prj 0eó<; aÚTcx; érceX0ó)v
prjíSícog éOéXov 0eírj áXXp évi x^pp.
ávSpcov 8’ oi) kev Tig ^coóg ppoTÓg, oú8e páX’ úpcdv,
peía peToxXíaaeiev, ércei péya ar¡ pa TéroKTai
év Aéxei áaKT]Tí£)- tó 8’ éycb KÓpov oúSé ti$ áXXog.
i9o 0ápvog éqw Tav'ú<poXXo<; éXaírfC epKEog evtóq
aKpnvóq 0aXé0(ov • rcáxeTog 8 ’ r|v tjÚte kícov.
T¿p 8’ éycb ápcpiPaXcbv 0áXapov Sépov, ócpp ’ éTeXeaaa,
rcoKvfjaiv Xi0á8eaai, Kai eí) Ka0órcep0ev epeira,
KoXXqTa^ 8’ ércé0r|Ka Oúpag, rcoKivak; ápapoíag.
i95 Kai tót ’ erceiT ’ árcÉKoxjza KÓpr|v TavocpDXXoB eXavr);,
Koppóv 8’ ek pí^T]g rcpoTapcbv ápcpé^eaa /aXiaS
eo Kai érciaxapévox; Kai érci «JTáOprjv I0ova,
eppiv’ áaKnaag, TÉTpnva Sé rcávxa xepéTpcp.
ek 8é too ápxópevo<; Xéxog z&ov, ócpp ’ éTeXeaaa,
200 SaiSáXXcov /puacb te Kai ápyúpcp r|8 ’ éXécpavTi •
év 8’ érávoaa’ ipávTa poóg cpoíviKi qjaeivóv.
oiSxco xot xóSe aúpa rcicpaóaKopai • oúSé ti oíSa,
Ú poi et’ eprceSóv éaTi, yóvai, Xe/oi;, ^é ti<; pón
ávSpcbv áXXoae 0t)K£, Tapcbv orco rcoOpév ’ éXaíiK ».
205 (parco, TÚg 8’ aÚTOü Xúto yobvaTa Kai (píXov qTop,
aúpar’ ávayvoóap, tó oi eprceSa rcécppaS’ ’O5oaaeó<; •

393
ODISEA XXIII

¡Mas anda, Euriclea! Extiende su sólida cama


fuera de la estancia bien cimentada que el mismo compuso,
tras deponerle allí la sólida cama, meted cobertores,
180
unas zaleas y mantas y espléndidas colchas .
Así dijo, poniendo a prueba al marido; empero, Odiseo,
indignado, a su solicita esposa le dijo.
“Mujer, muy cierto, es aflictiva esa palabra, la que dijiste.
¿Quién transpuso mi cama? Eso sena algo difícil, incluso
para uno muy hábil, a no ser que un dios, viniendo en persona, 185

queriendo, fácilmente en otro lugar la pusiera.


De los hombres, ningún mortal vivo, ni alguno muy joven,
fácil la habría removido, pues una señal grande se encuentra
en la cama labrada, y ningún otro la hizo, sino yo mismo.
Creció adentro del patio una mata de olivo de hojas extensas, 190
vigoroso, floreante: era grueso como una columna.
Puesta en torno a él, yo hice la estancia, hasta acabarla,
con piedras frecuentes, y encima, la teché bellamente,
y allí puse puertas compactas, firmemente ajustadas.
Justo entonces corte el ramaje al olivo de hojas extensas,
y desde la raíz desbastado el tronco, lo alisé alrededor
con bronce, bien y hábilmente, y lo enderecé con hilo al hacerlo
pie de la cama, y todas las piezas yo taladré con taladro.
Desde el pie iniciando, esculpí la cama, hasta acabarla,
ornándola artísticamente con oro y plata y marfil; 20
y en ella, de un buey tensé una correa luciente de púrpura.
Ast, esta señal te declaro. Pero no sé, en lo absoluto,
si aun tengo firme, mujer, esa cama, o en otro lugar
ya la puso algún hombre, abajo cortando el tronco de olivo”.
Hablo, y sus rodillas y su corazón allí se soltaron,
reconociendo las señas seguras que le expuso Odiseo;

393
HOMERO

SaKpúaaaa S’ enere’ iGtx; KÍev, áp<pi Sé xetpag


Seip^ PálX’ ’OSvafjí, Kapr| 5’ éwa’ r)Sé npoarj-óSa-
« pri poi, ’OSoaaeo, aicó^en, ércei iá nep aAAa páZiaxa
210 ávOpórccov nenvoao • 0eoi S ’ ©na£ov ói^tjv,
oí vco'tv áyáoavTo rcap’ áÁÁriZoiai pévovre
f¡pr|g iapni}vai Kai yr|pao<; onSóv ÍKéa0ai.
amáp pq vnv poi xóSe %a>eo pqSé vepéaaa,
oovekíx a’ on tó Kpónov, enei iSov, ©5’ áyaKqaa.
215 aiei yáp poi 0npó<; évi axriGeaai cpíAoiaiv
éppíyei, ptj iíq pe ppoT©v árcáípoiT’ énéeaaiv
éA0©v • noAAoi yáp Kaicá KépSea ponAenonaiv.
ot)5é Kev ’Apyeíq 'EZévrj, Aióg eKyeyaoia,
ávSpi rcap ’ áAAoSaTt© épíyq (piAórrjTi Kai envi},
?2o el t¡St], o piv aw<; áprpoi meg ’A/aicov
á^epevai otKÓvSe qnÁqv eq nazpíS’ epeAAov.
rqv S’ t¡ wi pé^ai 0eóg ©popev é'pyov áeiKÉg •
Tqv S’ czttjv ot> npóa0ev é© eyK(XT0£TO 0up©
Anypqv, é^ q<; aparra Kai qpéa<; Íketo 7tév0og.
225 vov 8’, ercei i}Sq atipax’ ápuppaSea kccxeXe^cíq
evvt}<; qpETEpqg, xqv oí) Ppoxo^ aAAoc; 07c©tcei,
áÁA’ oioi an t’ éy© te Kai áptpírcoAog pía ponvri,
’AKTopú;, qv poi 5©ke rcaxqp eti Senpo Kiooaq,
q v©ív eípnxo 0úpa<; tedkivob 0aAapoio,
230 tceíOek; 8q peo 0upóv, árcqvea nep paÁ eovxa ».
tac, <pótTo, x© 5’ eti páÁAov o<p ’ ípepov copcre yooio •
kAxxíe S’ ex©v áAoxov 0npapéa, KeSva iSníav.
©g S’ ot’ áv áa7cáaio<; yi} vqxopévotai tpavqrj,
©v te IloaeiSá©v eoepyéa vi} ’ évi nóv'Zty
235 patcrr], énetyopévqv ávépcp Kai KopaTt nriy© •
JMxnpot 8’ E^étpvyov 7ioXtí}<" áÁóg i}7teipóv5e

394
ODISEA XXIII

entonces, llorando, fue directa hacia él, y las manos echa


en torno a Odiseo, a su cuello, y besó su cabeza y le dijo:
“Ya no, Odiseo, te enfades conmigo: eras incluso otras veces
el más juicioso entre humanos. Los dioses nos daban pesares, 210
nos envidiaron que, estando uno al lado del otro, gozáramos
de la juventud, y llegáramos al umbral de nuestra vejez.
Mas hoy, ya no te me irrites por esto, ni estes indignado
porque no te acogí sin más, luego luego, al mirarte.
Pues siempre, el corazón en mi pecho querido se hallaba
lleno de miedo de que un mortal, tras venir, me burlara
con palabras, pues muchos cavilan astucias malignas.
Ni siquiera la argiva Helena, hija de Zeus,
se habría unido en amor y en el lecho a un hombre extranjero,
si hubiera sabido que los bélicos hijos de los aqueos 22
la habrían de llevar de vuelta a casa, a la tierra patria querida.
Sin duda, un dios la impulsó a cometer esa acción indecente;
ella, antes, no se propuso en su ánimo dicha locura
funesta, de donde, primero, la pena también nos llegó.
Mas hoy, puesto que ya dijiste las manifiestas señales 22í
de nuestro lecho, al cual ningún otro mortal había visto,
sino solamente tu y yo, y una única sierva,
Actoride, la que mi padre me dio al venirme hacia aquí,
la que nos resguardaba las puertas del sólido tálamo,
ya convences a mi ánimo, aunque es muy severo”. 230
Asi habló, y le suscitó aún más el deseo de gemir,
y él llba abrazando a su cordial y solícita esposa.
ora
Como es, cuando grata aparece la tíerra a aquellos que nadan
cuya nave bien hecha destruye Posidón en el ponto,
apremiada por viento y por olas hinchadas:
pocos, del mar agrisado escaparon a tierra

394
HOMERO

vrjxógevoi, rcoÁlp 8e rcepi %poi T£Tpo(p£v áAprj,


ácrcáaioi 8’ ercépav yaírj^, kcíkóttjtíx (pt)yóvT£<;-
©g apa tíj áanaaTÓc; erjv Jtóaig eíaopoóap,
240 8£ipf¡<; 8’ oi) too nág/rav áípÍETO nfi%££ Aedkg>.
Kaí vú k’ óSvpopévoiGi <pávr| po8o8áKwÁo<; ’Hax;,
eí pq áp’ áAV evótjge 0eá yZaoK©7ti(; ’A0r|vr|.
vÚktoc pev év 7repárr¡ 8oÁi%r}v a%e0ev, ’H© 8 ’ ocote
púaocT etc’ ’ÜKEav© xpwjó0povov ot>8’ ea i7C7to'u<;
245 ^E'óyvi)G0’ ©KÚrco8a<; <p<xo<; áv0p©7ioiGi <p£povTa<;,
Aáprcov Kai <¡>aé0ov0’, oí t’ ’H© tccoXoi áyouai.
Kai tót’ áp’ pv áÁoyov 7ipoG£(pp KoAóppTig ’OSoaaeúc; •
« © yóvai, oí) yáp tico rcávT©v ¿tu jiEÍpax’ áé0Á©v
T¡Á0Op£V, aXX’ ET’ O711G0EV ágETpTJTO^ 7COVO^ EGTai,
250 rcoÁÁog Kai xaÁETtóq, tóv epe xpp rcávTa TEÁeaaai.

(oc, yáp poi yox'n pavTEÚGaTO TEipEGÍao


ppaxi x©, ote 5p Kaxépnv Sópov "AíSog e’íg®,
vogtov éxaípoiGiv 8i£r|p.EVO<; r|8’ époi ama>.
ákh’ ’épxeu, XéierpovS’ lopev, yóvai, ó<ppa Kai póp
255 btcv© i)7io yÁüKEpcp Taprc©p£0a KOlgT|0évT£<; ».
tóv 8’ at)T£ TipoGéeiJie Trepííppwv ITnveÁórceia-
« £i)VTj pev Sp goí ye tót’ EGGETai, ótutóte 01) p©
a© é0éXp^, ercei áp G£ 0eoi KQÍr\aav iK£G0ai
oikov éi)Krípevov Kai apv ég 7raxpí8a yaíav •
260 áXA’ E7CEI é(ppáa0p<; Kaí toi 0eó<; ep^aXe 0op©,
ein ’ áye poi tóv ae0Xov, énei Kai Ó7iiG0ev, oí©,
rceÓGopai, aóxÍKa 8’ égtí Sappevai oí) ti %épeiov ».
xpv 8’ á7capeipópevo<; 7cpoo£(pp 7coZ'óppTK; ’OSbggeik; •
« Saipovíp, tí t’ áp’ at) pe páX’ óxpóvooGa KeÁeúeic
265 eÍJtépev; aóxáp éy© poOpoopai oó8 ’ érciKeúa©.

oá pev toi 0opó(; Ke/appoexai • ot>8e yáp aÚTÓg

395
ODISEA XXIII

nadando, y mucha, en torno a su piel la salmuera se adhiere,


y, de la ruina escapando, con gusto pisaron la tierra,
así, para ella, grato era su esposo al estarlo mirando,
y del cuello de él aún no soltaba, nada, sus cándidos brazos. 240
Y sobre ellos gimiendo, habría surgido Eos de dedos rosados,
si no hubiera pensado otra cosa la diosa ojiglauca Atenea:
en su final, largamente contuvo a la noche, y en el Océano
retuvo a Eos de áureo trono, y no permitía que ella unciera
los caballos de raudos pies, que llevan la luz a los hombres,
Faetonte y Lampo, los potros que a Eos conducen.
Y entonces, el ingenioso Odiseo le dijo a su esposa:
“Oh mujer, aún no hemos llegado al cabo de todos
los trabajos, mas aún habrá, luego, una inmensa tarea
grande y difícil, que yo debo cumplir totalmente. 250
Pues de Tiresias el alma así me hizo el augurio
aquel día, cuando a la casa de Hades bajé,
de mis compañeros y de mí mismo buscando el retorno.
Mas anda, al lecho vayamos, mujer, a fin de que ahora
también nos recreemos, bajo el dulce sueño acostados”. 255
Le contesto a su vez la muy prudente Penélope:
Pues ciertamente la cama tendrás, cuando eso te plazca
en tu animo, ya que los dioses te hicieron venir
a tu casa, que está bien construida, y a tu tierra paterna.
Mas, pues lo mencionaste y un dios te lo puso en el ánimo, 200
anda, háblame de ese trabajo, ya que más tarde, yo creo,
me enteraré, y para nada es lo peor que lo sepa al instante”.
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
Demonio, ¿por qué, de nuevo mucho apremiando, me pides
que lo diga? No obstante, hablaré, y nada voy a ocultarte.
iCertamente tu ánimo no va a alegrarse, pues ni yo mismo

395
HOMERO

xaípco, £7L£Í fMXÁa TlOÁXa PpOTCDV ETCl áoxe’ áv©yev


eXGeiv, év xeípeaaiv e/ovi’ Eofjpe^ epexpov,
et<; o ke xoix; á(pÍK©pai, di ook íaaai GaZaaaav
270 ávép£<; oóSé 0’ aXeaoi pEpiypévov EÍSap eSoogiv •
008’ apa xoi íaaai véa^ <poiviKorcapr|oo<;
ov8’ eotjpe’ épExpá, xa te rcxEpá vrp>al rcéXovxai.
afjpa Se poi xóS ’ eeitcev ápuppaSfi^, 01)88 ge keog©
ojotóte kev Sí| poi §oppA,r|pevo<; aÁAo<; ó8ítti<;
275 (pr|p áGqpriZoiyóv e'xeiv ává (pai8íp© ©p©,
Kai TOTE p’ EV yaÍT] rcT^aVX’ £K£Á£Oa£V EpEXpÓV,
ep^avG’ lepa KaXá IIoaei8á©vi ávaKxi,
ápVElÓV XaOpOV TE GO©V x’ £7tlpr|T0pa KÍX7CP0V,
oÍKaS’ árcoaxeíxeiv epSeiv 0’ iepág ÉKaxóppag
28o áGaváxoiai Geoígi, toi oópavóv eópóv e'xoogi,
rcaai páA,’ e£eít|<; • Gávaxog 8e poi éc, áXóg aox<p
ápXiixpog páXa Toiog éXeóaexai, oc, Ké pe rcé<pvp
yrjpa orco Áircap© ápripévov • áptpi 8é Aaol
oXpioi eaaovTai. xa 8é poi <páxo rcávxa xeA-eioGai».
285 tóv 8 ’ ocote rcpoaéeirce rcepítppov IlTjveÁórceia ♦
« ei pev 8t] yrjpág ye Geoi xeXéooGiv apeiov,
éXrcopri toi érceixa KttK©v órcáAo^iv eaeaGai».
&c, oí pev xoiaoxa rcpó<; áXXr|A,oog áyópeoov •
xóippa 8 ’ áp ’ Eopovópri xe í8é xpo<pó<; evxoov eóvtj v
290 éaG^xog paladín 8ai8©v orco Aaprcopeváwv.
aóxáp ércei axópeaav rcoKivóv Xé%og éyKovéooaai,
ypno^ pev Keíooaa rcáXiv oikóvSe pePrjKei,
xoiaiv 8 Eopovoprj GaÁaprircóXo^ fjyepóvEoev
Epyopevoiai A,e%oa8e 8aog pexá yepaiv exooaa •
295 % GaXapov 8’ áyayooaa rcáZiv kÍev. oi pév érceixa
áarcáaioi ÁEKTpoio rcaAaioo Geapóv íkovxo •

396
ODISEA XXIII

me alegro: mandó que a muy muchas ciudades de humanos


me marchara, con un remo de fácil manejo en las manos,
hasta que yo llegara a aquéllos, a los hombres que el mar
no conocen, ni comen comida mezclada con sal,
ni conocen naves, que tienen purpúreas mejillas,
ni remos de fácil manejo, que son de las naves las alas.
Y esta señal manifiesta me dijo, y no voy a ocultártela:
que cuando otro viajero, saliendo a mi encuentro,
me dijera que tengo un bieldo en mis nítidos hombros,
que entonces -ordenó-, tras fijar en la tierra mi remo
y hacer hermosas ofrendas al señor Posidón
—un carnero y un toro y un cerdo que cubre las puercas—,
volviera a mi casa, e inmolara hecatombes sagradas
a los inmortales dioses, que tienen el cielo anchuroso,
a todos, muy en orden. Para mí, la muerte, fuera del mar,
asaz muy tranquila vendrá; ella habrá de golpearme
por apacible vejez agobiado, y, en torno, mi pueblo
dichoso estará. Todo esto, me dijo, habrá de cumplirse”.
Le contestó a su vez la muy prudente Penélope: 285
“Si en verdad los dioses te cumplirán una vejez excelente,
entonces cabe esperar que de los males haya un escape”.
De ese modo, éstos, entre sí, tales cosas hablaban;
entre tanto, Eurínome y la nodriza aprestaban el lecho
con ropa mullida, a la luz de unas teas refulgentes. 290
Mas una vez que, hacendosas, tendieron la sólida cama,
la anciana, queriendo acostarse, se iba de vuelta a su estancia,
y Eurínome, la camarera, una tea en las manos teniendo,
los conducía, mientras ellos al lecho marchaban;
tras llevarlos al tálamo, se fue de vuelta. Ellos entonces, 295
con gusto, de su lecho antiguo al rito se fueron.

396
HOMERO

aútap TT]Zéga%O(; mi poDKÓXoc; r)8e aupá-tric


icauaov ap’ ópxnégoio Jtó8a<;, TtaCoav Se yuvaiKa^,
amo i 8’ eová^ovw Kara géyapa ükioevtoc.
300 t<u 8’ ¿Jiei oov <piÁórr}TO<; éxapivÍYH]V épaxeivfj^,
Tepttéa&nv pvOoiai, npóq áXXrjXoo^ eveKovxeg,
T) pév oa’ év peyápoiaiv avéa/eio 8ta yuvaiKtóv

oí e9ev eívEKa jcoXAá, póag Kai upia pfjla,


305 eaqxx^ov, koAAoc; 8é kíQ&v q<pt>ao£To oívot; •
aoTctp 8ioyevf}<; ’08i>aeó^, oaa KT|8e’ £0tjk£v
ávGpGwtoia’ oaa t’ amó<; óiQvoax; épóyrja£,

jiurrev érci pXecpápoiai Trapos Ka^aXé^ai aTcavia.


310 TjpÉjaTO 8’, áx; Tcpórov KÍKova<; Sápaa amáp ’énena
^A8ev AtüTotpáycov áv8pa>v rcíetpav apoopav •

ifav, áXXá piv amu; ávapjtá^aaa OóeXXa


tiÓvtov ek’ ¡xOuóevxa <pépev papéa aievá/ovia •
rj8’ coq TnXÉjruAov AaiaTpoyovÍTjv átpÍKavev,

WXÍÍ xpriaópevog eqPaíou Teipeatao


aoXvKXrjíSi, «ai eícnSe rcávTa^ éxaipovg
»5 prpépa 8’, r¡ piv érucre mi gtp&pe wt8óv éóvra
t]5 ©£ Zeipi]v©v á8iv<x©v <p8óyyov aKooaev,

397
ODISEA XXIII

y el boyero y también
Mas Telémacocalmaron suselpies
porquero
de la
danza, y a las mujeres calmaron
300
Y después de que ellos dos disfrutaron del plácido amor,
disfrutaban con pláticas, contándose cosas entre ellos:
ella, divina mujer, cuánto en la sala había soportado
viendo la turba execrable de los pretendientes
que, por ella, mucho ganado, vacas y pingües ovejas,
mataban, y mucho vino de las tinajas era sacado; 305
y él, a su vez, el divino Odiseo, cuántas cuitas causó
a los hombres, y cuánto él mismo, penando, había soportado:
contaba todo, y ella, oyendo, se deleitaba, y el sueno
no le caía en los párpados, antes de que él todo contara.
Comenzó contando cómo venció primero a los cícones, 310
y luego fue a la fértil tierra de los hombres lotófagos;
y lo que hizo el cíclope, y cómo le hizo pagar el castigo
por los fuertes amigos que él sin piedad había devorado;
y cómo llegó a Eolo, quien lo acogió benévolamente
y lo escolto, mas aun no era su suerte llegar a la patria 315
querida, sino que, de nuevo, raptándolo, una tormenta
lo llevó sobre el ponto, lleno de peces, gimiendo hondamente;
y como arribó aTelépilo, la ciudad de los lestrigones
que arruinaron sus naves y a sus amigos de grebas hermosas,
todos, y solo Odiseo se escapó en su negro navio.
320
eYconto
l el engaño y la mucha astucia de Circe,
y como el, hacia la mohosa casa de Hades marchara
a consultar el alma del tebano Tiresias,
“en su nave de muchos toletes, y a suymadre,
violaacualsus amigos,
lo alumbró a todos,
y lo crió cuando era pequeño;
y cómo escuchó la voz de las incesantes Sirenas, 325

397
HOMERO

©g 0’ Íketo ÍIXayKrág rcéTpa<; Seivqv te XápvpSiv


Ek'ÚXX'HV 0 rjv ov ná kot ’ aKrjpioi avSp£<; aXv^av
tj8 ’ ©^ ’HeXíoto fíóag KazÉneípvov eiaipoi •
330 rj8’ gx; vqa 0otiv e^aXe yoÁÓEVTi KEpavvcó
Zev^ 'byiPpegeTTjg, ano 8’ E<p0i0£v eg0Xoí ETaípoi
rcávTEg óp©<;, avTÓg Se KaKa<; títcó Krjpag aÁv^Ev •
©<; 0’ í'ket’ ’fíyvyrqv vfjaov vvp<pr|v te KaÁvy©,
fj Srj piv KaTEpvKE, XtXaiopévq nómv EÍvai,
335 év G7CEEGI yXa<pVpOlGl Kai ETpEípEV r|8£ EípaGKEV

0tjoeiv á0ávaTov Kai áyqpaov rjpocTa novia •


áXXa TOV OV 7TOTE 0VpOV évi GTq0£GGlV E7TE10EV ’
tjS’ ©g ég <Patr)Kag á<pÍK£TO rcoXXá poyrjGac,
OI SÍJ piV 7T£pÍ KT¡pi 0EOV ©g TipqaaVTO
340 Kai rcepyav avv vrft (píÁ/qv ég rcarpíSa yaiav,
%aÁKÓV TE XpVOOV TE aklC, £G0í]Tá TE SÓVTEg.
tovt’ apa SeÓtotov einev enog, ote oí yXvKix; vnvoc
XvGigeXrig ércópovae, Xv©v peXeSfípaTa 0vpov.
-q 8’ avT5 áXX’ évóqae 0£a yXavK©rct<; ’A0qvq •
345 onnóiE 8rj p ’ ’OSvaíja ééXneio ov Kaia Qvpov
evvqg r^ áXóxov Taprcqpevai T|Sé Kai vrcvov,
avrtK án’ ’ÜKeavov xpvaóOpovov rjpiyévEiav
©paev, ív’ ávQpánoioi cpócog <pépoi. ©pTo 5’ ’OSvaaevg
evvfjg ¿k paXaKqg, aXó/a) 8’ éni pv0ov eteXXev •
350 « © yóvat, qSq pév noXécov KEKopqpeO ’ áé0X©v
ápqxnép©, gv pev év0á8’ épóv rcoXvKqSéa vogtov
KÁxxíova’* avxáp épe Zev£ aXyeai Kai 0eoi aXÁoi
lépevov rceSáaoKov épq<; arcó naipídog aí'rjQ.
vvv 8’ ércei ápcporép© rcoXvqpazov iKÓpeO’ evvqv,
355 KrqpaTa pév, t<x poí éart, Kopi^épev év peyápoiai,
pfjÁa 5’, a poi pvqGTÍípe^ vrcepqnaXot KaTEKeipov,

398
ODISEA XXIII

y cómo a las rocas Golpeantes llegó, y a la horrenda Caribdis


y a Escila, a la cual jamás evadieron ilesos los hombres;
y cómo sus compañeros mataron las vacas del Sol,
y cómo a su rápida nave golpeó con un rayo flameante 330
Zeus, el que truena en lo alto, y los compañeros nobles murieron
todos, sin excepción, y él mismo evitó los hados malignos;
y cómo llegó a la isla de Ogigia y a la ninfa Calipso
que lo retenía, deseando que fuera su esposo,
en sus cóncavas grutas, y lo alimentaba y decía a menudo
que lo haría inmortal y libre de envejecer todos los días,
mas ella jamás persuadió a su alma en el pecho,
y cómo, tras sufrir muchos males, llegó a los feacios
que lo honraron mucho, de corazón, como a una deidad,
y lo condujeron en una nave a la tierra patria querida, 340
tras darle abundantemente bronce y oro y vestidos.
Dijo ese dicho al final, cuando el dulce sueño cayóle,
el que suelta los miembros, soltando las penas de su alma.
Y ella pensó en otra cosa, la diosa ojiglauca Atenea:
cuando ya juzgó que, en el alma, Odiseo
había disfrutado del lecho de su esposa, y del sueño,
al punto del Océano, a la de áureo trono que nace temprano
alzó, a que llevara su luz a los hombres. Y alzóse Odiseo
del mullido lecho, y le encargó esta palabra a su esposa:
Mujer, ya hemos sido abrumados por muchos trabajos,
entrambos: tú aquí, por mi muy cuitoso retorno
orando, y a mí, deseando volver, Zeus y otras deidades
con penas me ataban lejos de mi tierra paterna.
Ahora, después de que ambos llegamos al lecho anhelado,
los bienes que aún tengo vas a cuidar en las salas; 355
y reses, pues me las agotaron los pretendientes soberbios,

398
iOMERO

rcoXXet gev ccútcx; éy<» Xrj'iGGogai, aXAa 5 ’ ’A%aioi


Sgxjoxxj’, eí<; o K£ rcáviag evijtA^gíogiv £7ra'úÁo'U(;.
áXÁ’ r) toi |i£v éyd) 7coZo8év5p£ov áypóv árcEigi
seo óyóg£vo<; rcaiép ’ eg0Aóv, 6 goi ttukiv(ü<; aKá%r|Tai
goí Sé, yóvai, tó8 ’ ¿TriGieXÁco rcivurfi rcep ¿ovari •
ama yáp <paTi<; eigiv ág ’ TjeZííp ávióvii
ávSptóv gvrjGTripcov, o€<; EKTavov év geyápoiaiv
£i^ -ímEptó’ txvaP&Ga aóv ágcpuuóÁoiai yuvai^iv
3«5 f¡G0ai, gg8é Tiva ttpotióggeo gr¡8 ’ épéeive ».
rj pa, Kai ág<p’ «goiotv eSógeto Teó/ea KaXá,
copae Sé TgZégaxov Kai povKÓhov rj8é gbP©tt}v,
rcávTa^ 8’évTe’ ávcoyev áprj'ia %epaiv éXéaOai.
OI SÉ OI OÓK (X7tí07]GaV, £0G)pTjGGOVTO Sé %aÁK<p,
370 coi^av Sé Gópag, £K 8 ’ giov • f¡p%£ 8 ’ ’OSoaaeiSg.
rj8n gév (pao? ^ev érci %0óva, Toóq 8 ’ ap ’ A.0r)vr)
vdktí KaTaKpóyaGa 0oco<; é^rjye KÓÁgog.
ODISEA XXIII

muchas yo mismo voy a predar, y los aqueos van a ciarme


otras, hasta que todos mis establos llenen de nuevo.
Mas, ciertamente, yo voy a marcharme a mi campo arbolado,
a ver a mi noble padre, que por mí está afligido del todo,
pero a ti, mujer, esto te encargo, aunque eres sensata
__al punto, con el sol que surge, habrá de partir la noticia
de los pretendientes, a los cuales di muerte en la sala—:
subiendo al piso de arriba con las mujeres sirvientas,
siéntate, y a nadie dirijas la vista ni le hagas preguntas”. 365
Habló, y se vistió en los hombros su hermosa armadura,
y despertó a Telémaco y al boyero y también al porquero,
y ordenaba a todos tomar en las manos sus bélicas armas.
Ellos no lo desobedecieron, mas se acorazaban con bronce,
y abrieron las puertas, y salían; Odiseo iba adelante. 370
Ya había luz en la tierra; empero, Atenea,
en la noche ocultándolos, de la ciudad los sacaba de prisa.
24. OAYZIEIAIQ

'Epgpg Se yo/ag KoAApvio; é^EKaÁEÍTo


áv8p©v gvpoTppwv • £%£ 8e pá(38ov gETa %£pai
KaÁpv xpvG£Ír|v, Tp t ’ ávópcov oppaTa OéXyEi,
©v e0eáei, toix; 8’ oc'üte Kai wivóovTat; éyEÍpEi-
5 Tp p’ ay£ Kivpaag, Tai 8e Tpí^ooaai £7iovto.
©<; 8 ’ OTE VOKT£pí8E<; gU%<p aVTpOO 0£G7C£GÍoIO
Tpí^ooaai 7ioT£ovTai, éneí ke Tig árcoHEopaiv
ópga0oí> ek TCETppg, ává t’ áXXpXpaiv E%ovTai,
©g ai TETpiyuiai ág’ p'iaav • ppxE 8’ apa atpiv
10 'EpgEÍai; aKÓtKpTa KaT’ £Op©£VTa KéÁ£D0a.
jiáp 8’ íaav ’QKeavoo te poá<; Kai AEOKaSa rcETppv,
p8é rcap ’ ’HeÁíoio 7rúAa<; Kai Sppov ’Oveíp©v
pícrav • aíxj/a 8 ’ 'íkovto KaT ’ áotpoSEÁov Aeipcova,
ev0a te vaíooai Yfru%aí, eí8©A,a KapóvT©v.
15 eópov 8e yvxpv IlpXpiáSe© ’Axi^iog
Kai ílaTpOKÁfioi; Kai apópovo^ ’AvtiÁÓ/oio
Aíccvtóc 0’, og ápiaTog erjv EiSóg te Ségag te
t©v áA-Xov Aava©v g£T ’ ápápova IIpA,£i'©va.
©g oí pév 7i£pi keívov ópíÁeov • áy%ígoAov 8e
20 pA-oO’ eiti yuxp ’Ayapépvovog ATpEiSao
áxvDgévp ♦ jiEpi 8 ’ aAAai áypyépa0 oaaoi ap ’ aÚT©
oiKtp év AíyíaOoio 0ávov Kai KÓipov énéanov.
TÓV 7CpOT£pp yüXP 7ipoa£<p©V££ ÍIpÁ£l©V0g ‘
« ATpeíSp, nepi pév a£ (pápev Aú T£p7EiKepcx'úv(p
25 av8p©v ppoxov cpiAov eppevai ppaTa TcávTa,
oDVEKa rcoAAoiaiv te Kai upOigoioiv ávaaaeg

400
Libro XXIV

Hermes Cilenio llamaba hacia afuera a las almas


de los pretendientes; tenía en las manos su vara
hermosa, de oro: con ella, de los hombres los ojos fascina,
de quienes quiere, y los despierta de nuevo, si duermen;
con ésta, tras excitarlas, las guiaba, y lo seguían estridentes.
Como los murciélagos en el fondo de un antro asombroso,
estridentes volitan, cuando de la hilera alguno Se cae
desde la roca, pues unos a otros se adhieren en lo alto,
así, muy estridentes, ellas iban, y las precedía
Hermes, el benefactor, por caminos mohosos. n
Pasaban por la corriente de Océano y la roca de Léucade;
por las puertas del Sol y el país de los Sueños
pasaban, y en seguida llegaron al prado de asfódelos,
en donde habitan las almas, fantasmas de extintos.
Encontraron el alma de Aquiles Pelida 15
y la de Patroclo y la de Antíloco, que era intachable,
y la de Áyax, que en aspecto y figura era el mejor
entre los otros dánaos, después del Pelida intachable.
Asi, ellos, en torno a aquél se hallaban reunidos, y cerca
liego entonces el alma del hijo de Atreo, Agamenón, 20
triste; en torno, otras se habían congregado: cuantos con él
murieron y encontraron su suerte en la casa de Egisto.
Y el alma del Pelida le habló, la primera:
Atrida, creíamos que tú, por Zeus que se goza en él rayo,
mas que los otros héroes eras querido todos los días, 25
porque tú eras el rey entre muchos y fuertes

400
HOMERO

Silgo) evi Tpoxov, o0i Kao/ogev céÁye’ ’A/aioí.


fl t’ apa Kai goí rapan 7iapaGTf|G£G0ai egeXZe
porp’ óáot|, ttjv oi) Tig áXe-óeiai, o; ke yévr|Tai.
30 ó)<; 0(peZe<; xigfjc; a7rovr|g£vo¡;, f|<; nep avaaae;,
Srigíp evi Tpcoov Gávaiov Kai TiÓTgov érciarceiv •
t¿ú kev toi TÚLipov pév ércoírioav IIava%aioí,
riSé ke Kai ato rcatSi géya kÁeoc ppa ’ Ó7naao) •
vvv 5’ apa a’ oíktígtq) Gavaiq) EigapTO áÁxovai ».
35 tóv S’ aÓTE yv%T| rcpooEcpcóvEEv ’ATpEiSao-
« óXpiE IIr|Á£o<; vié, 0eoíg’ ettieíkeá’ A%iááev,
o<; 0áv£<; év Tpoíri ekgíc ’Apyeog- ág<pi Sé g’ aÁÁoi
kteívovto Tpcocov Kai ’A/aioov vi£g ápioToi,
gapvágEvoi 7i£pi geío • ai) 8’ év GTpocpáÁiyyi kovít|<;
40 keígo péyag peyaÁcoGTÍ, ÁEÁaagévoí; Í7i7toovvácov.
Tigeig Se 7tpÓ7iav rjgap égapvág£0’- ovSé ke rcápiav
JEaUG(XJXE0a 7EToA,£gOV, EÍ gT| Z£VQ ÁaíÁaKl rcaVGEV.
aÓTap etceí g’ éfti vf¡a<; évEÍKagEv ek rcoAEgoio,
KcxT0£g£v év Áe/éeooi, Ka0r]pavT£g %póa KaÁóv
45 vSaTÍ te Áiapco Kai áÁEÍcpaTi • TcoÁAá Sé o ’ áp<pi
SíXKpva 0£pgá %eov Aavaoi KEÍpovTÓ te %aÍTa<;.
JlT|TT|p 8’ é^ áÁÓg T|Á0£ GVV ¿0aváTTiG’ áÁípGiv
áyy£Áír|<; aíovoa ■ {3otj S ’ érci tcóvtov ópópEi
0EG7C£GÍT|, V7CO Sé TpÓgOi; TÍÁV0E 7CaVTag AxalOÓg.
50 Kaí vv k’ ávaí^avTEg é^av KoíÁa^ éjri vrjag,
eí gí| ávTjp KaxépvKE 7caÁaiá te rcoAAá te EÍScóg,
NéaTíDp, ov Kai TcpóaOev ápíoTri <paív£TO PovA,r¡ •
o aqnv éi) (ppovécov áyoprjoaTO Kai peTéEircev •
< ío%ea0’, ’Apyeíoi, grj (pevyeTe, Kovpoi A/aicov.
55 prjrrip é£ áAog rjóe avv áOaváTfla ’ aAípaiv
epXETai, ov TraiSóg te0vt|Óto<; ávTiócooa >.

401
ODISEA XXIV

en el pueblo troyano, do los aqueos sufríamos dolores


Sin duda, también ante ti prematura debió de acercarse
la moira fatal, la que nadie evita una vez que ha nacido.
Ojalá que tú, disfrutando el honor que temas como rey,
tu muerte y suerte hubieras hallado en el pueblo troyano;
así, todos los aqueos te habrían erigido una tumba
y, después, a tu hijo gran fama le habrías conseguido;
mas era destino que fueras presa de muerte misérrima .
3
Y entonces le dijo el alma del hijo de Atreo:
“Dichoso hijo de Peleo, semejante a los dioses, Aquiles,
que moriste en Troya lejos de Argos: otros, en torno
a ti se mataban, los óptimos hijos de teucros y aqueos
luchando por ti, y tú en un remolino de polvo yacías
grande en grandeza, olvidado del arte de guiar los caballos. 40
Luchábamos todo el día, y no habríamos puesto fin al combate,
si Zeus no hubiera puesto su fin mediante un torbellino.
Mas, después de que te llevamos del combate a las naves,
te tendimos en una cama, tu hermoso cuerpo lustrando
con agua tibia y ungüento; a tu alrededor, abundantes 45
lágrimas ardientes los dánaos vertían, sus cabellos cortaban.
Tu madre salió del mar, con las inmortales ninfas marinas,
al escuchar la noticia: estallaba en el ponto un clamor
asombroso, y abajo, el temblor les entró a los aqueos, a todos.
Y, tras saltar, se habrían ido a las cóncavas naves, si un hombre 50
que sabia cosas, muchas y antiguas, no los hubiese atajado,
estor, cuyo consejo incluso antes mostrábase eximio;
N
, entre ellos, pensando bien, tomó la palabra y les dijo;
él
Deteneos, argivos, no huyáis, hijos de aqueos.
u madre, aquí, del mar, con las inmortales ninfas marinas,
S 55
viene, a fin de estar enfrente de su hijo difunto’.

401
HOMERO

¿oc £(pa0’, oi 6’ egxovto (pópoo p£yá0npoi ’A/aioí.


áp<pi Sé a’ EGTTjoav Koópai áXíoio yépovTO<;
oÍKTp’ ó^oípopópevai, 7CEpi 8 ’ ápppoTa EipaTa Eaaav.
60 Mooaai 8’ évvéa rcáoai áp£if3óp£vai óttÍ KaÁf¡
0pTJV£OV • £V0a KEV OÍ) Tiv’ áSáKpDTOV y’ £VÓT|Oa¡;
’Apyfiícov • toíov yáp órccopopE Moóaa ÁtyEia.
£Kxá 8é Kai Sém pév ge ópa><; vé>KTa<; te Kai fjpap
KXaíopEv á0ávaToí te 0eoí 0vt|toí t’ áv0pcorcoi-
65 ÓKTtOKaiSEKaTp 8’ eSojliev TiDpí • rcoÁXá 8’ érc’ amó)
prjXa KaTEKTíxvojLiEV páÁa jcíova Kai é'XiKag Poo^.
KaÍEo 8 ’ ev t ’ Ea0f|Ti 0£¿ov Kai áÁ£Í<paTi 7toÁÁa>
Kai péXiTi yXuKepqr rcoÁAoi 8’ lipcoeq ’Ayaioi
TEÚ^eaiv éppóaavTo Trop'qv rcépi Kaiopévoio,
70 rce^oí 0’ Í7urfjé<; te - jioáxx; 8’ ópupaySóg ópcópei.
aírcáp éjtei St| ge <pA,ó§ í^vogev 'HipaíoToio,
t)S)0ev 8t| toi XéyopEV Xeók’ daré’, ’A/iáXeó,
oivíp év áKpTiT© Kai áÁeí<paTi. 5¿oke Se prjTrjp
XpéoEov ápcpupopíia • Akdvbgoio Se Scópov
75 (páoK’ ép£vai, Epyov 8e tcepikáotob 'HtpaÍGTOio.
év T(p toi KEvcat áeúk’ ÓGTéa, <patSip’ ’A%iXáeu,
píySa Se IlaTpÓKZoio MEvoiTiáSao 0avóvTO<;,
ycopig 8’ ’AvtiAó/oio, tóv ’étpxa tíec áKavTcov
tov áAAfov ETapcov pETa IláTpoKÁóv y£ OavóvTa.
80 ápqf avroíai 8’ Etérea péyav Kai ápópova TÓp^ov
Xeóapev ’Apyeícov iepó<; OTpaTÓ^ aí/priTcécov
ÓCKTfl £711 Ttpoóxoóari, é7ti TCÁaTEÍ fEXÁTl<77lÓVTCp,
(0^ KEV TT)Xe(paVT|^ £K 7EOVTO(piV ávSpaGlV EIT)
toíg , oi vóv yeyaaai Kai oi petÓ7cig0ev eoovTai.
85 pjTTip 8’ aiTTjGaaa Oeovg jtepiKaUé’ áeOXa
0fjKe péatp év áycovi ápiGTrieaaiv ’A/aicov.

402
ODISEA XXIV

Dijo así, y los magnánimos aqueos contuvieron la fuga.


En torno a ti se plantaron las hijas del anciano marino,
míseramente llorando, y te vistieron divinos vestidos.
Las Musas, nueve en total, con hermosa voz alternando,
cantaban el treno; allí no habrías visto sin lágrimas a uno
de los argivos: tanto los incitaba la Musa canora. ,
Diecisiete días por ti, igualmente de noche y de día
lloramos, los dioses inmortales y los hombres mortales,
y el decimoctavo te dimos al fuego; matamos por ti
muchas ovejas bien gordas y bueyes paticurvados.
Fuiste quemado en vestidos de dioses y en muchos ungüentos
y en dulce miel; y muchos héroes aqueos,
cuando eras quemado, en torno a la pira irruían con sus armas,
a pie y a caballo, y se alzaba un estrépito enorme. 7<
Mas, cierto, cuando acabó contigo la flama de Hefesto,
recogíamos al alba tus blancos huesos, Aquiles,
en vino sin mezcla, y ungüentos; nos había dado tu madre
una ánfora de oro: que de Dioniso era un regalo,
ella decía, y un trabajo del perínclito Hefesto. 75
En ella yacen tus blancos huesos, Aquiles ilustre,
y, mezclados, los del difunto Menetíada Patroclo,
y aparte, los de Antíloco, al que más que a todos los otros
compañeros honrabas, después del difunto Patroclo.
rededor de ellos, luego, grande y sin tacha una tumba,
Al 80
nosotros, el ingente ejército de lanceros argivos,
erigimos en una costa saliente, en el amplio Helesponto,
por que de lejos, desde el mar, fuera visible a los hombres,
a los que ahora viven y a los que después habrán de existir.
Tu madre, tras pedir a los dioses bellísimos premios,
85
lospusoal centro, en la arena, a los óptimos de los aqueos.
HOMERO

tÍStj pév 7ioXéú)v xocípo) ávSpcov ávTEpoXrjaac;


'qpcíxov, ote Kev 7iot’ a7io(p0ipévoo (BaaiZpoq
^©VVOVTaí TE V£Ol Kai £7l£VWVG)VTai a£0Za •
90 áXXá ke K£Íva páZiaTa íS©v 0rinaao 0op&,
oí ’ £7ii aoi KttT£0r|K£ 0£cc 7t£piKaXXé ’ a£0Za,
ápyopÓTiE^a OÉTit;- páXa yáp (píZo; ria0a 0£oiaiv.
©<; ai) pév ooSé 0av©v Óvop’ ©Zfiaag, áZZá toi aíd
7üávTa<; £7i ’ áv0pÓ7roi)<; kZeo<; é'aaETai éa0Zóv, ’A^iZZeo
95 aoTap epoi tí tóS ’ pSo<;, etteí ttóZepov ToZÓKeoaa;
év vóaT© yáp poi Zeix; priaaTO Zoypóv ÓZ£0pov
Aíyía0oo V7có xepai Kai ooZopévr|(; aZó^oio ».
©g oi pev Toiama 7ipóg áXXr|Xoo<; áyópeoov •
áyxípoXov Sé atp’t)Z0e SiaKTOpog Apyeüpóvrng
100 tyoxá<; pvrjaTí|pci)v Kaiáycov 'OSnarji SapévT©v.
Tro 8’ apa 0agprjaavT ’ í0i)<; kíov, ¿>g éaiSéa0pv.
éyv© Sé yo/p ’Ayapépvovo<; ’ATpeíSao
naiSa <píXov MeZavíjoi;, áyaKXoTÓv ’AptpipéSovTa •
^eivog yáp oi epv ’I0áKrj évi oÍKÍa vaícov.
105 TOV TlpOTepT] yU/T] JlpOG£(pG)V££V ’ATpeíSao *
« ’AptpípeSov, tí 7ta0óvT£<; épepvrjv yaiav éSoTe
7cávTe<; KEKpipévoi Kai óprjZiKei;; oóSé kev áXX©£
Kpivápevoc; Xé^avco KaTa 7etóZiv ávSpa<; ápíaToix;.
TI opp’ év vienen rioaeiSácov éSápaaaev
110 opaai; ápyaXéoTx; ávépoo<; Kai KÓpaTa paKpá,
T| Tioo avapaioi ávSpe<; éSpZrioavT’ E7ci %épaoo
poo<; 7iepiTapvopévoo<; pS’ oi©v 7r©ea KaZá,
pe jtepi ktoAioc pa%£oopevoi T)Se yovaiK©v;
eiTté poi eipopévcp- §eívog Sé toi eóyopai dvai.
115 í oó pépvrj, ote KEiae KaTT|Xo0ov ópéTepov 5©

ÓTpovémv ’OSoafia avv ávTi0é© MeveXátp

403
ODISEA XXIV

Ya has estado presente en exequias de muchos varones


héroes, cuando al morir algún rey
se ciñen los jóvenes y se preparan para los certámenes;
mas, viendo aquello, máxime habrías admirado en el alma
qué bellísimos premios puso la diosa en tu honor,
la argirópoda Tetis, pues eras muy caro a los dioses.
Por tanto, tú, ni muriendo perdiste tu nombre, mas siempre
tendrás noble fama entre todos los hombres, Aquiles.
Mas, ¿qué placer tengo hoy, tras haber realizado la guerra? 5
En mi retorno, Zeus me urdió una muerte funesta
a manos de Egisto y de mi esposa maldita”.
De ese modo, estos, entre sí, tales cosas hablaban.
Y cerca de ellos llegó el mensajero Argifontes,
con las almas de los pretendientes que matara Odiseo. 100
Ambos, pasmados, marcharon directo hacia ellos, al verlos.
Y reconoció el alma del hijo de Atreo, Agamenón,
al querido hijo de Melaneo, al insigne Anfimedonte,
pues él, teniendo su casa en ítaca, le había dado hospedaje.
Y el alma del hijo de Atreo le habló, la primera: 105
‘Anfimedonte, ¿por qué a la tierra brumosa bajasteis,
todos selectos, y de la misma edad? De ninguna manera,
seleccionando, se elegiría en el pueblo a los hombres mejores.
¿Acaso os sometió Posidón en las naves,
excitando vientos molestos y olas enormes, 110
o, tal vez, os dañaron en tierra unos hombres adversos,
al robarles sus bueyes y sus hermosas greyes de ovejas,
o al combatir ellos por su ciudad y sus tiernas mujeres?
Dime a mi, que pregunto, pues de ser tu huésped me precio.
¿No te acuerdas de cuando fui allá, a vuestra casa,
1Í5
con Menelao semejante a un dios, a incitar a Odiseo

403
HOMERO

’IAiov eí<; ap ’ £7ceo0ai £Í)GG£Áp(úv £7ii vrjov;


pLT|vi 8’ év oiSAo rcávra 7i£priGap£v EÜpéa tcóvtov,
arcoDÓp 7capic£Ki0óvT£(; ’OSoGGTÍa TCToÁÍ7cop0ov ».
20 TOV 8’ OCOTE \JA)3Cn 7tpOG£(ptt)V££V A.p(pipéSoVTO<; •
[« ’Atpe'iSti kóSigte, áva£, ávSpwv ’AyápEpvov,]
pépvripai tó8e Jiávra, SiOTpEtpég, ¿>g áyopEÓEig-
goí 8’ éyá> eo páÁa rcávra Kai aTp£Kéco<; KctTaAé^co,
'q|I£T£pOV 0aV(XTOlO KOÍKOV T£ÁO<;, OÍOV £10x011.
125 pvcop£0 ’OSoaGfjoi; Sr|v oíxopévoio Sápapra-
f| 8’ oot’ tjpveíto GToyEpóv yápov oote teAeótcí,
fjpiv (ppa^opévri 0ávaTov Kai Krjpa péÁaivav,
áXXá SóXov tóv8’ áAAov évi q>p£GÍ p£ppr|pi^£-
OTqoapEvri péyav ígtov évi, pEyápoiGiv otpaivE,
130 Ae7ctóv Kai 7i£pí|i£Tpov ■ áipap 8’ ppiv petÓeitce-
< Koopoi, époi pvr|GTfip£(;, ekeí 0áv£ Sio<; ’OSoggeói;,
pípvEi’ £7t£iyóp£voi tÓv épóv yápov, £Íg o ke <pápo<;
£kt£Á£<jg), prj poi pETapóvia vripai’ óÁT|Tai,
AaépTTi rípon xaíprpov, eí<; ote kev piv
135 poip’ óÁorj KaOéÁTjat TavTjXeyéoí; 0aváraio,
pí| xíc, poi Kara Sfjpov ’A/aiiáScov vepegt|gt|,
aí kev arep GJtEÍpoo KEvrai rcoÁAá KTEaTÍaaat; >.
og £(pa0’, f,pív 8’ aw’ £7t£7C£Í0£To 0opó^ áyrjvop.
ev0a Kai TipaTÍrj pev íxpaíveoKev péyav ígtov,
140 vÓKTag 8’ áXkóeoKev, £7tf|v SaiSag 7iapa0EÍTO.
©<; TpíeTEg pév £Ár|0e SóAxp Kai etteiBev ’A/aioog •
áAX,’ ote TÉTparav t¡A0£v éxog Kai £7cr)Ao0ov opai,
[pnvov <p0ivóvT(ov, rcepi 8’ rapara tcóU’ £T£Á£g0t|,]
Kai tote 8rj Tig eeuie yovaiKov, rj aá<pa p8ii,
145 Kai ttjv y aXAvovaav EípcupopEv áyXaóv ígtóv.
pev e^eteAegge Kai odk eOeAoog ótc ’ áváyKTj^.

404
ODISEA XXIV

a irIlion en las naves de buenas cubiertas?


con nosotros
Durante un mes entero cruzamos todo el ponto anchuroso ,
tras persuadir con trabajo a Odiseo, el destructor de ciudades

Y entonces le dijo el alma de Anfimedonte:


“Gloriosísimo Atrida, Agamenón, señor de los hombres,
recuerdo todo esto, alumno de Zeus, asi como dices;
bien y con detalles voy a contarte asaz todas las cosas,
de nuestra muerte el horrendo final, cómo acaeció.
Pretendíamos de Odiseo, ausente hacía mucho, a la esposa,
y ella, ni rehusaba la horrible boda, ni la realizaba,
pensando para nosotros la muerte y el negro destino;
pero este otro dolo urdió en sus entrañas."
ella tejía, tras colocarse en su sala una urdimbre grandiosa,
sutil y muy amplia, y al punto habló entre nosotros:
‘Jóvenes, mis pretendientes, ya que murió el noble Odiseo,
aguardad, aun ansiando mi boda, hasta que yo finalice
—no sea que vanamente se pierdan los hilos— el manto
fúnebre para el héroe Laertes, para el tiempo en que a él
lo alcance la moira fatal de la muerte asaz pesarosa;
no sea que, en el pueblo, alguna aquea se indigne conmigo,
si él sin sudario reposa, aunque mucha riqueza adquiriera’.
Asi dijo, y nuestro animo firme dejó persuadirse.
Entonces, también de día, su grande tela tejía,
mas deshilaba en las noches, tras ponerse al lado unas teas.
Astres años, con dolo eludía y convencía a los aqueos;
i,
mas, cuando vino el cuarto año y las estaciones sobrevinieron,
terminando los meses, y muchos días cumplieron su giro
pues entonces, una mujer que bien lo sabía nos lo dijo,
y la sorprendimos deshilando la espléndida tela.
Asi finalizo ese trabajo, aun no queriendo, por fuerza.

404
HOMERO

£1)0 ’ tj (papo<; eSei^ev, íxprjvaoa uéyav ígtov,


7iÁt>vaa’, f|£Áía) évaXíyKiov lye geátjvt),
Koci tote Srj p ’ ’O&üaíja kockó^ 7to0£v rjyayE Saígcov
> áypot» £7i ’ £G%aTir|v, ó0i Sópala vafe gvPótt)<;.
£V0’ rjX0£v <píÁo<; uió<; 'OSvoorjog Geíoio,
¿K II'óÁov r¡pa0Ó£VTo<; íóv aw vrp gEÁaívp •
tó Se pvrjGTrjpGiv 0ávarov KaKÓv áprúvavTE
ikovto 7ipoxl aaw tiepikÁ'ütÓv, rj toi ’OSdgoeix;

155 uGT£po<;, aferáp Tr|Zépa%o<; 7cpÓG0 ’ TjyEgóvEVE.


tov Se auparcr^ rjye KaKa %poí eipar ’ eyovTa,
7tT<D%(p XeuyaXéü) évaZíyKiov rjSé yépovn,
gktjíctópevov • rá Sé Xoypá 7T£pi xpoí eipaia egto •
ovSé xig tjjieícov Sovaro yvcavai tóv EÓvra,
i6o é^arcívrjg TtpotpavévT oúS ’ oT jrpoyEVEGTEpoi ^aav,
aÁX’ E7EEGIV TE KaKOlGlV EVlGGOgEV TjSé poAíjGlV.
aórap ó TEiog ETÓApa évi peyápoiaiv eoígi
paÁXógevog Kai eviaaogEvot; tetát|Óti 0i)g¿p •
áÁÁ’ ote Sr| piv éyEipE Aió<; vóog aíyió%oio,
i65 at)v gév Tr|Á£gáxíp rcEpiKaAAéa teó/e’ áeípa<;
ég GáXapov KaTeGrjKE Kcá ekátíígev óxrja<;,
aÚTCtp ó 7]v áÁoxov TcoÁoKEpSeípoiv áveoyE
tó§ov pvrjQTTipeoai 0égev koÁiov te GiSrjpov,
rjpív aívopópoioiv áéGÁia Kai (póvoo ápyr)v.
i7o ot)Sé tic; Tjpeíeov Sóvaio KpaTepoio pioio
vEopnv évTavóaai, ttoááov 8 ’ etciSedee^ rjgev.
áÁÁ’ ote xeípas 'feavev ’OSuaaf|o<; péya tó^ov,
év0’ Tjpefe pév írávTEg ógoKÁéogEv éxésaai
tó^ov pri Sópevai, ¡Lir|8’ eí páÁa TióÁÁ’ áyopeóoi,
175 TrjÁépaxoi; Sé giv oio; ércoTpóveov ekeZevctev.
aúráp óSé^aw xeipi TtoÁ-ÓTÁag Siog ’OSoaaeúg,

405
ODISEA XXIV

Cuando, después de tejer la gran tela y lavarla,


nos mostró el manto, semejante al sol y a la luna,
pues entonces, de algún lado, un mal numen condujo a Odiseo
al extremo del campo, donde tenía su casa el porquero. 315C
Allí llegó el querido hijo del divino Odiseo,
volviendo de Pilos, la muy arenosa, en su negro navio;
y ambos, tras urdir la mala muerte de los pretendientes,
a la ciudad muy insigne marcharon: sin duda, Odiseo
155
más tarde, y Telémaco guiaba adelante. El porquero
llevaba a su amo, que tenía en su cuerpo malos vestidos,
semejante a un mendigo miserable y anciano,
apoyado en un bastón; vestía en su cuerpo vestes infames.
Ninguno de nosotros podía saber que él era aquél,
cuando se mostró de repente, ni los que eran mayores, 16
mas lo insultábamos con malas palabras y golpes.
Y él, entre tanto, resistía en su propio palacio
con ánimo firme, siendo insultado y golpeado;
mas cuando lo incitó la mente de Zeus, que la égida tiene,
alzando él, con Telémaco, las bellísimas armas, 165
las depuso en la bodega y luego atrancó los cerrojos,
y él, con sus grandes astucias, a su esposa ordenaba
poner ante los pretendientes el arco y el fierro grisáceo,
para nosotros, infelices, certamen e inicio de muerte.
Del poderoso arco, ninguno de nosotros podía
tensar la cuerda, pues éramos muy inferiores.
Mas cuando a las manos de Odiseo el gran arco llegaba,
entonces, todos nosotros con palabras gritábamos fuerte
que no le dieran el arco, aunque él muchísimo hablara;
mas Telémaco, solo, apremiando mandó a su porquero
Y el paciente, noble Odiseo, con su mano tomó
HOMERO

prjíSÍGx; 6’ ¿TavoGGE J3ióv, Swc 8 ’ t}ke GiSrjpoi) •


gtt] 8’áp’ érc ’ onSóv ícov, ra/eag 8 ’ ¿K^eiSax ’ óígtoxx;
8eivóv 71cí7itcxÍvü)v, páÁe 8’ ’Avtívoov PaoiÁíia.
180 avTÓíp £71£it’ aAAoia’ ¿<píei GTovÓEVTa péXEgva
avia titügkÓ|1£vo<; • toí 8 ’ áy/ioxívoi ¿'jcuttov.
yvcoTÓv 8’ rjv, o pá TÍg a<pi 0£.cov £7ciTáppo0og ^ev •
aÚTÍKa yáp kcítóc Sópar' ¿TciarcógEvoi gév£t crcpcp
kteívov £7iiGTpo(pá8'riv, tcov Se gtóvo<; wpvur áeiKqg
185 KpáTúOV TV7TTOg£VCÚV, 8a7r£8oV 8 ’ OOTCCV a'ígaTt 0U£V.
có<; TipEig, ’AyágEgvov, á7rcoAÓg£0 cov ¿ti Kai vuv
ocópaT’ aKT]8éa KEixai évi gEyápoia’ ’OSoafjoi;-
ot> yáp tico iaaoi cpíAoi Kaxá 8cópa0' ¿kixgtob,
oí k’ árcovíyavT£<; péÁava ppówv ¿^ arreiAécov
190 KaT0eg£voi yoáoiEv • o yáp yépa<; ¿gtí 0avóvTG)v ».
tÓv 8’ ocote yT>%T} KpoGE^tóvEEV ’ATpsiSao •
« oÁpiE AaépTao 7cái, 7roÁvpri%av ’ ’OSvaaeo,
r¡ apa oiiv peyáAp áp£Tr¡ ekttjgco aKotriv-
á)g áya0ai cppév£<; fjaav ágogovi ITr|V£ÁO7C£ui,
195 KoópT] ’lKapíou, áx; etj gégvrjT’ ’OSoaíjo^,
áv8póg KoopiSíoT). tco oí KÁéoq oo 7tot’ óAeítcci
áp£Tfj<;, tetS^odoi 8 ’ ¿7ti%0ovíoioiv áoiSqv
á0ávaToi xapíeaaav ¿%£<ppovi HtiveAotceu],
oáx ¿>c. TüvSapéoo Kovpr¡ KaKa prjoaTO ¿pya,
200 KonpíSiov KTEivaaa 7ióaiv, oruyEpr] Sé t’ áoiSrj
egget’ £7i ’ ávOpcóftO'uc;, xaAETcrjv Sé te (pppiv óxáacjei
OrjÁDTÉpricn yuvai^í, Kai r) k’ EÓEpyog et|ctiv ».
cog oí pev Toiaína jtpóg ákÁ,rjAovg áyópEoov,
¿oraÓT’ eív ’A'íSao Sópoia’, í>7ró kevQscti yaírig ■
205 oí 8’ ekeí ek 7tóXio^ Kccréfiav, Ta%a 8 ’ áypóv 'íkovto
KaXov AaépTao Tswypévov, ov pá 7iot ’ aproe

406
ODISEA XXIV

y tensó fácilmente el arco, y disparó a través de los fierros;


luego fue y se paró en el umbral, derramó las veloces
saetas, ojeando horrendamente, y al rey Antínoo golpeó.
Y después, arrojaba a los otros sus dardos luctuosos,
apuntando al frente, y ellos caían formando montones.
Que era su ayudante alguna deidad, era algo evidente,
pues de inmediato, a través de la sala, siguiendo su impulso,
mataban en torno y, golpeadas las testas, de esos surgía
horrendo gemido, y todo el piso espumaba con sangre.
Así, Agamenón, morimos nosotros, de quienes los cuerpos,
descuidados se encuentran aún hoy, de Odiseo en el palacio,
pues los parientes, en casa, aún no lo saben, los de cada uno,
los cuales, tras lavar la negra sangre de nuestras heridas
y tendernos, gemirían, pues ése es el honor de los muertos”.
Y entonces le dijo el alma del hijo de Atreo:
“Dichoso hijo de Laertes, habilidoso Odiseo,
pues, en verdad, con magna virtud adquiriste una esposa.
¡Qué buenas entrañas tenía la intachable Penélope,
la hija de Icario! ¡Qué bien guardaba en su mente a Odiseo,
su legítimo esposo! Por eso, no ha de extinguirse la fama
de su virtud, jamas, y entre terrestres un canto gracioso
crearan los inmortales por la prudente Penélope;
no así, de Tíndaro la hija urdió sus malas acciones,
matando al legítimo esposo, y un canto terrible
habrá entre los hombres, y habrá de dar fama molesta
ella a las tiernas mujeres, incluso si alguna es honesta”.
De ese modo, ambos, entre sí, tales cosas hablaban,
estando en la casa de Hades, abajo, en los antros terrestres;
y aquéllos, tras bajar de la ciudad, pronto llegaron al campo 205
de Laertes, bellamente labrado, que antaño Laertes

406
HOMERO

AaépTriS KxeáTiaaev, ércei páÁa rcoÁÁá póyqaev.


evGa oi oiko<; £T|v, 7repi Sé KÁíaiov 0ee Trctvip,
év tg> oxteokovto Kai iCavov rjSé íaoov
210 duna; ávayKaioi, toí oí (píÁa épyáCovro.
év Sé yovi] ZikeÁti ypr|i><; rcéÁev, f¡ pa yépovxa
évSvKEttx; KopéeaKev érc ’ áypou vóa<pi 7ióÁiio<;.
év0’ ’OS'uaeix; Spóeaai mi oíéi pó0ov éeiTiev •
« i)g£l<; gév VW EÁOet’ éÜKTÍgevOV SÓgOV £IGCO,
215 Seutvov S’ aiya aocov iepeóccrcs oc, tk; ápicnoc •
aÚTap éyá> rcaTpó<; rceiprjaogat TjgeTepoio,
ai ke p’ £7iiyv©T] Kai (ppáaaeTai ó<p0aÁpoíaiv,
kev áyvoifjai tcoáóv xpóvov á}i(pi(; éóvxa ».
cóg £Í7c©v Spóeaaiv ápr|ia teÓ/e’ eScokev.
220 oi pév eireiTa SópovSe 0o¿6<; kíov, aÓTap ’08doo£Í)<;

áaaov lev rcoÁ'DKápTCOu áÁ(»f¡<; rceiprjTÍ^cov.


oóS’ eópev AoÁíov, péyav ópyaTov éaKaTaj3aívcov,
oóSé xiva Spáxov oi)S’ uicov • áÁÁ.’ apa toí ye
aipaaiág Áé^ovxeg áÁcprig éppevai epKog
225 ¿j/ovt’, aÓTap ó Toiai yépcov óSóv riyepoveue.
tov 8’ oiov TtaTÉp’ eópev é'ÜKTigevp év aÁwfj,
ÁioTpeóovTa ipvTÓv • pi)7tó(0VTa Se egto /itcovoí,
parcTÓv áeiKEÁiov, rcepi Sé KVTjp'flai f3oeia<;
KvqpiSa^ paftTas SeSeto. ypaKTÓg áÁeeívtov,
23o ysipiSá^ t’ érci %epai fiáTCüv eveK • avTap 'U7cep0ev
aíyeÍTjv Kuvér|v K£<paÁf¡ e/e, jrev0o<; áé&v.
tóv 5’ óq ovv évÓTjoe 7toÁÚTÁag Síog ’OSvaaei)!;
ynpaÍTEipópevov, péya Sé tppeai ?rév0og e/ovto,
gtók; áp’ i)7ió JJÁcoOpnv ÓyxvTjv KaTa SccKpuov eíf3e.
235 peppppi^e ó’ érceiTa KaTa <ppéva Kai KaTa 0vpóv
KÚaaai Kai Ttepwpvvai éóv rcaTep ’ ó Sé EKaoTa

407
ODISEA XXIV

mismo adquiriera, después de sufrir muchas cosas.


Allí tenía su casa, y doquier en torno, corría un cobertizo,
en el cual comían y se sentaban y pasaban la noche
los siervos por fuerza, que hacían lo que a él le agradaba.
Y allí había, de Sicilia, una anciana mujer que al anciano,
lejos de la ciudad, en el campo, muy pronta cuidaba.
Allí dijo Odiseo esta palabra a sus siervos y a su hijo:
“Ahora, vosotros entrad a la casa que esta bien construida,
y de inmediato inmolad, de comida, el mejor de los puercos;
mas yo voy a poner a prueba a mi padre:
si acaso me reconoce y con sus ojos me advierte,
o si me desconoce, pues mucho tiempo estuve distante .
Dicho esto, dio a los siervos sus bélicas armas.
Éstos se fueron entonces de prisa a la casa, mas Odiseo, 220
investigando, se acercaba al fructuoso viñedo.
Y él, descendiendo a la gran huerta, ni a Dolio encontró
ni a ninguno de sus siervos ni de sus hijos, mas ellos,
a recoger espinos, para que fueran redil de su huerto,
se habían ido, y él, el anciano Dolio, guiaba el camino.
Encontró a su padre solo, en el huerto bien cultivado,
acollando una planta; vestía una túnica sucia,
remendada, indecente; en torno a sus piernas, grebas boyunas
remendadas, él se había atado, queriendo evitar los araños,
y en las manos, manijas, por las zarzas; y encima, en la testa, 230
tenía un gorro de piel caprina, él, avivando su pena.
Y cuando el paciente, noble Odiseo a éste miró,
vejado por la ancianidad y con una gran pena en su pecho,
el, parándose abajo de un alto peral, su llanto vertía
Y, entonces, él ponderó en su mente y en su alma
besar y abrazar a su padre, y cada detalle

407
HOMERO

eíraeiv, ©; eXOoi Kai í'koit’ éc, raaxpíSa yaiav,


rapare’ E^epéoveo EKaaTa te raEipriaaiTo.
ti
©Se Sé oi tppovéovTi SoáaaaTo KépSiov Eivai,
240 raparcov KEpTopíoia’ é'raEaiv SiarasipTiOfjvai.
xa (ppovécov í0i)^ kíev aion Sio; ’OSxxtgeó;.
n toi ó pév Kaxéywv KEípaXnv (pnxóv ág(peXá%aive-
TÓv Sé raapiaxápEvog rapoaEtpcóvEE tpaíSipo<; xáóg •
« a) yépov, ot)k áSarjpovÍTi a’ e/ei áp(pi7toÁ£x>£iv
245 ópyaxov, átt' ex> toi KopiSn £%£i, ox>Sé ti rcápraav,
ox) (pxrcóv, ox> ax»Kfj, oók ápra£Áo<;, ox> pév éZaír],
oók óy%VT], ox) rapaairi toi áv£x> KopiSó<; Kara K^raov.
áXXo Sé toi épécú, ai) Sé pp %óA,ov ev0eo 0np© •
aóxóv a’ oók áya0r} KopiSr] e%ei, áXÁ’ apayrjpag
250 Ax>ypóv EZEi? aó%p£i<; te KaK¿c><; Kai áeiKéa éaaai.
ox) pév aEpyírjg y£ áva^ evek’ oí) ae Kopí^Ei,
oóSé tí toi SoóÁEiov érairapéraei £Íaopáaa0ar
eíSoí; Kai péy£0o<;- PaaiZfjiyáp ávSpi é'oiKag.
toioÓt© Sé eoikev, etceí Xoóaaixo <páyoi Te,
255 EÓSépEvai paÁaKÓog- ti yáp 5íkt| éaxi yEpovxcüv.
áXA,’ áy£ poi tóSe Etraé Kai áxpEKE©^ KaTáÁE^ov •
T£X> Spcog eic, ávSpcov; teó 5’ op/aTov ap<ptraoA.£T)£i<;;
Kai poi toót’ áyópevaov exÓTupov, o<pp £i) etS©,
El ETEOV y’ ’I0áKT|V TT|v5’ lKÓp£0’, ©£ ROI EE17CEV
260 ootoc ávxjp vóv Si] ^DpPAxjpEVog £V0aS íóvti,
OÍ) TI páX’ ápxí(pp©V, £7t£Í OÓ TÓÁpnaEV EKaOTa
EÍ71E1V tjS’ éraaKoóaat épóv éraoc. ©; epéeivov
áp<pi £,eív<p épcp, Ó raot) £ó>ei te Kai eotiv,
rj nSp teGvtjke Kai eív ’A'íSao Sópotatv.
265 ek yáp toi épéa), ai) Sé góvGeo Kai pex> aKooaov •
ávSpa 7cot’ é^eíviaaa <píA,p év raaTpíSt yaíp

408
ODISEA XXIV

240
primero explorarle la fe con palabras de ultraje.
Pensando así, marchó directo hacia él el noble Odiseo
Aquél, agachando la testa, cavaba alredor de una planta,
y acercándose a él, le decía su hijo preclaro:
“Oh anciano, la inexperiencia no te tiene, cuidando
la huerta, mas tu cuidado es bueno, y no, en lo absoluto, 245

ni una planta ni una higuera ni una vid, en verdad, ni un olivo


ni un peral ni una parcela está sin cuidado en tu huerta.
Te diré otra cosa, mas tu no pongas colera en tu animo:
a ti no te tiene un buen cuidado, mas vejez miserable
tienes y estás malamente escuálido y vistes vilmente.
Sin duda, si tu amo no te cuida, pues no es por pereza
tuya, ni en ti, a la vista, algo servil se destaca
en aspecto y en estatura: a un regio varón te asemejas.
Para uno así es conveniente, después de bañarse y comer,
dormir blandamente: de los ancianos ésa es la costumbre.
Mas anda, dime esto, y cuéntalo con sus detalles:
¿De qué hombre eres sirviente? ¿De quién cuidas la huerta?
, a fin de que yo bien lo sepa, dime esto verídicamente,
Y
Si en verdad aqUÍ a Itaca hemos llegado, como me dijo
re que hoy mismo al venir yo hacia acá me encontró,
ese homb
para nada muy sano de mente: no osó con detalle
decirlo ni oír mi palabra, cuando preguntaba
acerca de mi huésped, si acaso vive y está en su morada,
o ya está muerto y en la casa de Hades se encuentra.
Porque te haré saber, y tú advierte y escúchame: 265
otrora hospede en mi tierra paterna a un varón
HOMERO

fjfxéxepóvS’ éX0óvTa, Kai oí) jico xig (3poTÓ<; áXXo<;


^eivcov Tr|ÁeSa7ió)v (piXícov égóv íketo Soga-
eü/exo 8’ é£ ’I0áKT|<; yévo; éggevai, amáp é<paoK£
270 AaépTTiv ’ApKeioiáSnv 7taTÉp’ éggevai aincp.
tov gév éyá> 7ipó^ ScógaT’ áycov éu égeíviaaa,
évSuKéax; (piXéwv, tcoAAcüv Kaxá oikov éóvxcov,
Kai oi 8a>pa rcópov ^eivrjía, oía éÓKEi.
Xpoaoi) gév oi Scok’ róepyéo^ etctoc TáXavxa,
275 5¿úKa 8é oi Kpr|Tfjpa Ttavápyopov áv0egóevTa,
SáSeKa 8 ’ ánXóídac xkaívag, tÓggobc Sé TCOTiycac
xóaaa Sé (pápea KaÁá, tógoix; 8 ’ é/ci toígi %iTá>va<;,
%(úpi<; 8’ aóxe yuvaiKag ágógova é'pya íSoíat;
Teaaapag £Í8aÁíga<;, áq líGeAev aÓTÓt; éÁéaOai ».
280 tov 8’ rjpeiPeT’ ETtEixa rcaTrjp Kaxa SaKpoov £Íj3a>v •
« ^eiv t¡ toi gév yaíav ÍKávei<;, gv épeeíveig,
óPpiGTai 8’ aÓTTiv Kai áToca0aÁoi ávSpe<; exovgi.
8©pa 8’ ETCoaia Tama %apí£eo, gopí ’ ÓTrá^cov
eí yáp giv £©óv ye KÍ%ei<; ’lOaKrig évi 8r|g(p,
285 tó kev a’ eí) Sápoiaiv ág£n|/ágevo<; a7ce7reg\|/e
Kai £evíp áyaOfj • tj yáp 0égi<;, og ti<; iyizápfyt).
áXX’ áye goi TÓSe eircé Kai aTpeKéíog KaTaXe^ov •
7COGTOV 8Ó £TOq éoTlV, OTE ^eívlGGCXq EKEIVOV,
GÓV £,eivov Súorrivov, égóv rcaiS’, eí kot’ er|v ye;
290 Súogopov • ov 7tov ríj/te (pí/tcov Kai zraTpíSoq aígq
tje 7iov év TtóvTíp (páyov íx0ve<;, f) ¿7ci xépGoo
0T|poÍ Kai OÍíDVOÍGIV éÁíOp yévET’- OÓSé é ggTT|p
KÁaoGE TiepiGTeíAaGa Tcarrip 0 oí giv TerageaGa •
008’ áXoxo<; 7toXó8íopo<;, é/eppcov IlT]veÁÓ7ceia,
295 kókdg’ év Xe%é&GGiv éóv nÓGiv, áte, ércetpKei,
óqj0aXgoi)g KaOeÁooaa • tó yáp yépag éaH OavóvTcov.

409
ODISEA XXIV

que llegó a mi casa, y aún ningún otro mortal, extranjero


de tierras lejanas, más caro que él, ha llegado a mi casa;
se preciaba de ser itácense, de estirpe, y decía
270
que Laertes era su padre, el hijo de Arcisio.
Sí, tras llevarlo yo a mi mansión, le di buen hospedaje,
lo acogí atentamente, pues había muchas cosas en casa,
y le otorgué dones, regalos del huésped, cual era apropiado.
Le di siete talentos de oro muy bien trabajado,
275
y le di una crátera toda de plata, grabada con flores,
y doce mantos sencillos y otros tantos tapetes,
y otros tantos bellos palios y, a mas, otro tanto de túnicas,
y aparte, mujeres, diestras en irreprochables trabajos,
cuatro hermosas, las que él mismo quería elegir”.
Le respondió entonces el padre vertiendo su llanto: 280

“Extranjero, sí has llegado a la tierra por la que preguntas;


sin embargo, insolentes e ímprobos hombres la tienen.
En vano otorgaste esos regalos, aunque incontables los diste;
pues, si en el pueblo de ítaca vivo lo hubieras hallado,
te enviaría de vuelta, correspondiéndote bien con regalos
y buena hospitalidad, cual se debe, cuando uno comienza
a ser huésped. Mas anda, dime esto, y cuéntalo con sus detalles:
¿Qué año es ahora, desde que a aquél hospedaste,
a tu desgraciado huésped, a mi hijo, si antaño existió?
¡Infeliz! Lejos de sus amigos y de su tierra paterna,
tal vez los peces lo han devorado en el ponto, o en tierra
fue presa de fieras y de aves; por él, ni su madre
oró, amortajándolo, ni su padre, los que lo engendramos;
ll
ni su esposa, dotada con mucho, la prudente Penélope,
por su marido en la cama gimió, como era apropiaddo,
bajandole sus parpados: ese es el honor dé los muertos.

409
HOMERO

Kai poi zoóz’ áyópevaov éTrjwgov, ó'tpp’ eó eíSco-


tí<; 7tó0£v eí<; ávSpcov; 7có0i toi rcóXig r¡Sé tokí^;
rcoo Sai vt]6i; £ott]K£ 0or|, r¡ a’ íjyaye Seópo
300 ávTiGéoiK 0’ ezápotx;; í¡ é'prcopo^ eíZr|Zoo0aí;
vr|ó<; etc ’ áXÁoTpvr|<;, oi S ’ £Kpr|oavT£<; é'prjoav; »
TÓv 8’ ájrapeipópevoi; 7ipooé(pii TroÁóprjzi^ ’OSoGGeó<;
« Toiyáp eycó toi Ttávza páZ’ azpe^écog KazaXé^co.
£ipi pév e£ ’AÁópavTOí;, Ó0i K/Vuzá Sópaza vafeo,
305 uió<; Axp£ÍSavTO<; noÁO7tripoví8ao ávaKTo<;-
aózáp époí y’ óvop’ egtív ’E7zr|pizo<;• áÁZá pe Saípcov
7tÁáy£’ arcó IiKavír¡c Seóp ’ éABépev oók é0éZovza-
vr|ó<; Sé poi rjS’ eGzrjKev ¿7c’ áypoó vóatpi KÓhyog.
aózáp ’OSoaafjiTÓSe 5f] 7cép7czov é'zo<; éazív,
310 é<~ oó Kei0ev épr| Kai épf|g á7reÁf]Xo0e rcázppc,
Sóapopog- tj xé oí éaOXoi eaav ópvi0e<; íóvti,
Se^ioí, olg yaípcov pév éycov árcércepTCOv ¿keívov,
%aípe Sé keívo<; íóv • 0opó<; 5’ ézi vco’ív écoÁTrei
peí^eaOai ^evíp óó’ áyXaá Sopa SiStóaeiv ».
3i5 ¿be, (pazo, zóv 5 ’ a%eo<; ve<péÁp ¿KáÁoipe peZaiva •
áptpoTépTiai Sé xepaiv éZcbv kóviv aí0aÁóeoaav
Xeóazo KttK KetpaÁn»; nohir^, áSivá oreva%í^cov.
toó 5’ ópívETO 0opó<;, ává pivag Sé oí ríSi]
Spipó pévog TcpoÓTuye «píÁov Ttazép ’ EÍoopócovzi.
32o kvgge Sé piv 7cepwpó<; ¿TciáÁpevog rjóe 7cpoGrjóSa •
« KEtvog pév Sí] óS’ aózóg éyeó, rcázEp, ov ai) pezaZXa^,
'qX'üOov eiKooTüj ézeí é<; rcazpíSa yaiav.
áXX’ íaxeo KÁaoOpoio yóoió ze SaKpoóevzo^.
ek yáp zoi épéco • — páXa Sé xpzj aneaSépev ’épmy; • —
325 pvT}ozr¡pa<; Kazérceipvov év rjpezépoioi Sópoiai
Xg>Ptjv zeivópevog OvpaAyéa Kai KaKa épya ».

410
ODISEA XXIV

Y, a fin de que yo bien lo sepa, dime esto veridicamente.


¿quién eres tú, de qué gente? ¿Dónde, tu ciudad y tus padres.
¿Dónde está la nave veloz que aquí te ha traído a ti mismo
Y a tus compañeros deiformes? ¿O, cual pasajero, has venido
en nave extranjera, y sus nautas, tras desembarcarte, se fueron?
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
“Pues bien, todo, muy detalladamente voy a contarte.
Soy de Alibante, donde tengo mi ilustre palacio,
hijo de Afidante, el hijo del rey Polipemón, 305
y mi nombre es Epérito; sin embargo, alguna deidad
me desvió de Sicania, a venir hacia aquí, mal de mi grado,
y mi nave está allí, lejos de la ciudad, en el campo.
Y ahora, éste es el quinto año para Odiseo,
desde que él se fue de allí, y lejos está de mi patria, 310
el infeliz. Y cierto, al partir, buenas aves tenía
a la diestra; yo, alegre por ellas, a aquél despedí,
y aquél al partir se alegró; nuestra alma tenía la esperanza
de unirnos aún en hospitalidad y darnos espléndidos dones”
Así dijo, y envolvió al otro una negra nube de angustia, 315
y asiendo con ambas manos el polvo negruzco,
lo vertió en su canosa cabeza, incesante gimiendo.
Se turbó el corazón de Odiseo: hacia arriba ya, a sus narices,
se le fue un amargo sollozo al mirar a su padre querido.
Y lo besó abrazándolo, tras abalanzarse, y le dijo:
320
Aquél ya está aquí; soy yo mismo, padre, por quien preguntas,
he venido a mi tierra paterna en el año vigésimo.
Pero contén el gemido y lamento lloroso,
porque te haré saber con todo, harto debo apurarme—:
mate en nuestras salas a los pretendientes,
325
castigando su injuria aflictiva y sus malas acciones”.
HOMERO

tóv Ó ’ av AaépTrj<; árcapeíPeTo <póvr}aev te •


« eí pév 8tj ’OSvaevs ye, épó<; rccfe eíÁr|Áoi)0a<;,
afjpá tí poi ví>v £i7T£ ápitppaSég, Ó<ppa 7i£7ioi0© ».
330 TÓV 8 ’ aTiapeiPópevoc 7rpoae<pr} zcoAópTiTig ’OSdogeÚc
« oóátiv pév 7ip¿úTov TT|v8£ <ppáaai ó<p0aApotai,
TTJV £V riapVrjGÓ) p’ £Áaa£V aó<; %£l)KG> ÓSÓVTl
oí/ópevov • ai) 8e pe upoien; Kai rcÓTvia pnrrip
ég naTep ’ AótóAdkov pimpos tpíÁov, ó'<pp ’ áv eZoíppv
335 Scopa, Ta Seopo poAóv poi i)rcea%£To Kai KaTéveoaev.
eí 8’ áye toi Kai 8év8pe’ éi)KTipévr|v KaT’ á/v(pr|v
eÍ7K0, á poí kot’ éSwKa^, éyó 8’ fÍTeov ae eKaaTa
rcaiSvóg éóv, KaTa KÍjnov enianóp£vo<; • 8iá 8 ’ aÓTÓv
ÍKV£T>pea0a, ai) 5’ óvópaaag Kai eeurec eKaaTa.
34o Óyxva<; poi Sa>Ka<; TpeiOKaíSeKa Kai SeKa piiA,éa<;,
aoKÉa^ TeaaapaKovT ’• óp%oo<; Se poi ©8 ’ óvóppva^
Sóaeiv 7ievTT|KovTa, SiaTpúyiog Sé £KaaTo<;
ev0a 8’ ává OTa<pi)Xai navToíai eaaiv,
títjv •
ÓKJiÓTe 8t] Aióg ópai émPpíaeiav vnepQev ».
345 óg (paro, too 5 ’ avToí) Aóto yovvaTa Kai tpíAov rpop,
arjpaT’ ávayvóvTog, tó oí épneSa necppaS ’ ’OSoaaeóg •
áptpi Sé rcaiSi <píAxp páXe nrj%££ • tóv Sé noTi oi
eiÁev árooyúxovTa TtoZÓTÁai; 5ío<; ’OSoaaeó^.
aótap érceí p’ ápnvwo Kai ég <ppéva 0npóg áyép0rj,
35o é^avTit; púOoiaiv ápeipópevog npoaéeme •
« Zev naTep, rj p ’ ézi éaxk 0eoi KaTa paKpóv ''OZoprcov,
eí éxeóv pvnaTrjpe; cuáaOaÁov ííppiv éxeiaav.
vbv 8 aivóg SeiSoiKa KaTa tppéva, pr| Ta%a návTe^
év0á8’ éjtéABoxnv ’I0aKn<noi, áyyeÁíag Sé
355 rcávxfl ércorpvvcoai Ke<paUnv©v noZíeaai».
TÓV S ájcapetpópevo^ rcpoaé<pr| noZóprjTK; ’0Si)aaev<; •

411
ODISEA XXIV

Le respondió a su vez Laertes, y dijo:


“Si pues, siendo realmente mi hijo Odiseo, has venido,
dime ahora alguna señal manifiesta, a fin de que crea .
330
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
“Esta cicatriz, en primer lugar, con tus ojos advierte,
la que en el Parnaso, con blanco diente, me hinco un jabalí,
cuando fui allá. Tú y mi honorable madre me enviaron
hacia Autólico, el padre de mi madre, a que yo recibiera
los dones que él, viniendo acá, anuente me había prometido. 335

¡Anda! También de los árboles, en el huerto bien cultivado,


te hablaré, los que un día me diste, pues cada uno de ellos
te pedía, siendo niño, al seguirte en la huerta: entre los mismos
íbamos, y los nombraste y hablaste de cada uno de ellos.
Perales, trece, y diez manzanos me diste, cuarenta
higueras; así, al andar, nombraste cincuenta hileras de parras,
para darme: cada una era de vides fecundas en tiempos
diversos; allí, en ellas, había uvas de todas las clases,
cuando, de lo alto, las estaciones de Zeus caían vigorosas”.
Habló, y sus rodillas y su corazón allí se soltaron, 345
reconociendo las señas seguras que le expuso Odiseo;
y en torno al hijo querido sus brazos echó, y el paciente
noble Odiseo estrechó ante sí al que expirando se hallaba.
Mas, cuando respiró y su alma juntóse en el pecho,
nuevamente, él respondió con palabras y dijo:
Padre Zeus, aún estáis los dioses en el Olimpo elevado,
si en verdad los pretendientes pagaron su loca insolencia.
aMs hoy en mi mente muchísimo temo que, rápidos, todos
l s itacenses vengan aquí, y a sus mensajeros
o
inciten doquier, hacia las ciudades de los cefalenos”
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:

411
HOMERO

« Oápoei- piy toi TaÓTa peía <pp£GÍ aíjai p£ÁóvT©v.


áZZ’ íop£v JtpOTi oíkov, o<; óp%aTOO éyyó0i keítoíi-
ev0a 8é TriZépaxov Kai PodkóZov rjSé gdP©tiiv
360 TcpooTtEpAi/5, ©<; áv Seítcvov é(po7iZÍGG©Gi Ttx%iGTa ».
(oq apa <p(0VT|GavT£ párr|v rcpói; Sópaia KaZá.
oi 8’ ote 8r| p’Íkovto Sópovg él) vaiETaovTag,
eopov TriZépaxov Kai pooKÓZov rj8é Gopórriv
Tapvopévoo<; Kpéa rcoZZá K£p©VTa<; t ’ aí0O7ta oívov.
365 TÓ(ppa 8é AaépTT|v p£yaZí|Topa © évi oÍk©
áp<pÍ7ioZo<; ZikeZti Zoógev Kai %pÍG£v éZaí©,
áp<pi 8 ’ apa xZaívav KaZqv páZEV • aÓTap A.0r|vr|
ay%i jcapiGTapévri péZfi’ ííZSavE rcoipévi Za©v,
pEÍ^ova 8’ rjé rcápog Kai rcáooova 0r|K£v íSÉG0ai.
370 ek 8’ áoapív0oo pf¡ • 0a,úpa£E 8é piv <píZo<; oió<;,
©g Í8ev á0avaToioi 0eoíg’ évaZíyKiov ávTT|v,
Kai piv q>©vT|oa<; ércea KTEpÓEVTa 7tpooT|í>Sa *
« © KaTEp, fj páZa tíq ge 0e©v ai£iy£V£Tá©v
EiSóg te péy£0ó<; te ápEtvova 0t}kev íSéG0ai».
375 tov 8’ ai) AaépTTj<; 7c£7tvt>p£vo<; ávTÍov rjóSa •
« aí yáp, Zeo te rcáiEp Kai A0rjvaú] Kai ’AttoZZov,
OlOg NíjpiKOV EÍZoV, éijKTÍpEVOV 7tToZÍ£0pov,
aKTT|V TJKEÍpOlO, K£<paZZl]V£OOlV áváoo©v,
TOIO<; £©V TOI X0l^Ó<; EV TlpElépOlGl Sópoioi
380 TED/e’ £%©v ©POIGIV é(p£GTap£Vai Kai ápÓVElV
ávSpag pvr|OTripa<;- t© ke a<p£©v yoóvaT ’ é'Zoaa
rcoZZ©v év pEyápoiGi, oí Sé tppévag evSov éyrj0£i<;».
©5 Toiavra 7cpog aZZriZoo^ áyópEoov.
oi 8 énEi oóv TcaooavTo rcovoo tetókovtó te Saíia,
385 £^£ITI£ E^OVTO KaTa KZlGpoi)^ TE 0pÓvOO£ TE.
£V0’ oi pév SeÍTcvtp éjiEXEÍpeov • áyxípoZov 8é

412
ODISEA XXIV

“Ten ánimo, que esas cosas no sean de cuidado en tu mente.


Mas vayamos a la casa que junto a la huerta se encuentra;
allí, a Telémaco y al boyero y también al porquero
envié a preparar la comida muy rápidamente .
Hablando así los dos, a la hermosa morada se fueron.
Y cuando llegaron a la casa, de hechura suntuosa,
hallaron a Telémaco, al boyero y también al porquero
cortando mucha carne y mezclando vino esplendente.
Entre tanto, al magnánimo Laertes, en su propia morada
bañó y ungió con óleo la siciliana sirvienta,
y en torno le echó un bello manto. Y Atena, poniéndose
cerca, aumentó al pastor de los pueblos sus miembros,
y lo hizo más grande que antes, y más fornido a la vista.
Salió de la bañera, y lo admiraba su hijo querido, 370
porque lo vio semejante en aspecto a los dioses eternos,
y él, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas:
“Padre, sin duda, alguna de las sempiternas deidades
te hizo, en aspecto y en estatura, mejor a la vista”.
A su vez, el juicioso Laertes le dijo en respuesta: 375

Oh padre Zeus y Atenea y Apolo, ojalá,


como era yo al tomar Nérico, el bien reforzado castillo,
costa de tierra firme, reinando entre los cefalenos,
ojalá, siendo yo así, ayer, allá en nuestra casa,
con mi armadura en los hombros, hubiera yo estado, ybatido
a los pretendientes; entonces, en la sala hubiera soltado
als rodillas de muchos de ellos, y habrías gozado en el alma".
De ese modo, éstos, entre sí, tales cosas hablaban.
, cuando el trajín terminaron y el banquete aprestaron,
Y
se sentaban en orden, en sillones y en tronos.
Ellos, allí, a la comida le echaban las manos, y cerca

412
HOMERO

rjA0 ’ ó yép©v AoAíog, góv 5’ i)Í£Íg toío yépovTog,


é^ epycov poyéovxeg, e7eeí 7rpopoÁouaa kóAegge
p.r|TTip, yprpg ZikeAti, tí a<p£ag Tpé<pe Kai pa yépovxa
390 evSoKEGx; KopéEOKEV, etceí koto yfjpag é'papyEv.
oi 8’ ©g oov ’OSoaria i'Sov (ppáaaavTÓ te 0op©,
EGiav évi pEyápoiGi te0ti7ióte<; • aoxáp ’OSoGGEÓg
pEtAl^ioio’ E7CEEGGI Ka0a7tTÓp£VOg JlpOGEElJlEV •
« © yépov, í£’ érci Seíkvov, á7C£KÁ£Áá0£G0£ Sé 0áppEog
395 Sripóv yáp gít© éjti%£tpr|O£iv p£pa©T£g
pípvopEv év pEyápoio’, vpéat; rcoTiSéypEvoi aÍEÍ ».
(oq áp’ £(pr|, AoÁíog 8’ i0i>g kíe %£ip£ rcETáooag
ápípoxépag, ’OSoaEÓg 8e Aap©v kÓge %£Íp ’ etc! Kap7r©
Kai piv tp©vr|oag ekeo ktepóevto TcpoGriúSa •
400 « © (píA,’, E71EI vóoTi|oag £EÁ8opévOlGl páÁ’ T]pív
oi)8’ et’ óiopévoiGi, 0eoi Sé ge Tjyayov aÓToí,
oóAé te Kai péya %aipE, 0eoí 8é toi oA|3ia Soíev.
Kai poi toót’ áyópEoaov érriTopov, o<pp ’ éi) £ÍS&,
p f¡Sr| aá<pa oí8e 7C£pi(pp©v Ilrjv£ÁÓ7C£ia
405 VOGTT|GaVTá GE ÓEOp’, TJ áyy£%OV ÓTpÓV©g£V ».
tóv 8’ aTiapEiPópEvog 7tpooé(pr| TcoAápriTig ’OSooaeúg-
« © yépov, tí8tj oí8e- tí ge xpr] Taina jcév£G0ai; »
ate, <pá0’, ó 8’ auxig áp ’ e£et’ éü^earoD éni 8í<ppoi).
&q 8’ av>T©g Kod8eg AoAíoo kádtóv áp<p’ ’OSoaíja
410 Seikovó©vt’ ércéEOGi Kai év /EÍpEGGi (póovTO,
é^EÍrig 8’ e^ovto 7tapai AoAíov, jiaxépa o<póv.
©g oi pév 7C£pi 8eÍ7cvov évi pEyápoioi 7tévovTo •
oaaa 8 ap ayyeAog ©ko Kara ktÓÁiv ¿S/eto jcávip
pvT|GTT|p©v GwyEpóv Govotov Kai k^p’ événovoa.
415 oi 8’ áp’ óp©g áiovTEg é<poÍT©v oAAoGev áAAog
pv%p© TE GTovaxp te 8óp©v 7rpo7cápoi0’ ’OSoaíjog,

413
ODISEA XXIV

llegó el anciano Dolio y, también, del anciano los hijos


desde el campo, cansados, pues habíalos llamado su madre
saliendo, la sícula anciana, la que los crió, y que al anciano,
390
desde que la vejez lo había prendido, muy pronta cuidaba.
Y cuando a Odiseo vieron y reconocieron en su ánimo,
se detuvieron en la sala, pasmados; empero, Odiseo
dijo, irrumpiendo con dulces palabras:
“Anciano, siéntate a comer, del todo olvidaos de sorpresas,
pues hace mucho que, ansiando echarle la mano a los panes, 395

aguardamos aquí en la sala, esperándoos siempre .


Dijo, y Dolio fue directo hacia él, ambas manos tendiendo,
y de Odiseo besó la mano, tomándola por la muñeca,
y, alzando la voz, le dirigió estas palabras aladas:
“Amigo, ya que tornaste a nosotros, deseosísimos de eso, 400

mas ya sin creerlo —los dioses mismos te guiaron—,


salud y alégrate en grande, y que te den ventura los dioses.
Y, a fin de que yo bien lo sepa, dime esto verídicamente,
si la muy prudente Penélope ya sabe de cierto
que tu has tornado acá, o enviamos algún mensajero”. 405
Respondiéndole, dijo el ingenioso Odiseo:
Anciano, ya sabe. ¿De eso, por qué tienes tú que afanarte?”
Así dijo, y aquél, en la pulida silla sentóse de nuevo.
En igual forma, en torno, los hijos de Dolio al insigne Odiseo
saludaban bien con palabras, y estrechaban su mano,
y se sentaban en orden, al lado de Dolio, su padre.
Asi éstos, con la comida en la sala ocupados estaban;
y presto, el rumor, el nuncio, recorrió la ciudad totalmente,
contando la horrible muerte y destino de los pretendientes.
Los deudos, luego que oyeron, se reunían de acá y de acullá
frente al palacio de Odiseo, con resoplo nasal y gemido;

413
HOMERO

ek 8é véieix; oikcov (pópeov Kai OárcTov ekgcgtoi,


toíx; 6’ é§ áÁAácov tcoAícdv oíkóvSe £KaoTov
7tég7tov áyeiv áAieftai 0ofja’ érci vipai ti0evt£<; •
420 avToi ó’ eí; áyopnv kíov áOpóoi, áxvúpEvoi KÍjp.
aviáp £7C£i p’ TÍyEpOcv ógr|y£p££<; t’ ¿yévovTo,
xoiatv 5 ’ Ex>7U£Í0r| g ává 0 ’ ígtccto kcci gETEEircE •
TtaiSóc; yáp oi aÁaawv évi cppEoi 7iév0o<; eketto,
’AvTIVÓOI), TOV 7Ep¿0TOV EVTlpaTO 5íog ’OSuGG£t><;-
425 TOV Ó y£ Sáicpv %£G)V &YOpr}G(XTO Kai /J,£T££17T£V '
« g> cpíÁoi, T) géya Epyov ávrjp o8e grjGaT’ ’A^aiong
Tovg gév avv véjeooiv áycov KoÁéag te kcci egOAotx;
©Aege gév vr¡a<; yAa^vpág, arcó 8’ coAege Aaovg,
TOIX; 8’ eA0Ó)V EKTEIVE K£<paAAr|VCDV 0%’ CCpÍQTOUt;.
430 áAA’ áyeTE, rcpiv tovtov tí é$ ITóAov anca ÍKéaOai
i] Kai ég ’HAiSa Síav, o0i KpaTÉovGiv ’Erceioí,
ÍogEV • tí Kai £7t£iTa Karr](p££<; £GGÓg£0’ aíeí.
Aóprj yáp tóSe y’ egtí Kai EGOogévoiai 7iv0£G0ai,
ei Srj gp KaíScov te Kaaiyvr|Tcov te <povf¡a<;
435 TElGOgE©’" O1)K áv EgOl y£ gETCC (ppEaiv T,8t) yEVOTTO
^wÉgEv, áAAa TÓcyiGTa 0av©v <p0igévoiai gETeíriv.
áAA’ íogEV, gTj <p0£GK7l 7C£paia>0£VT£<; EKEIVOl ».
cog (paro óccKpu /écov, oiKTog 8 ’ eAe TcávTa^ ’A%aiov<;.
áyxígoAov Sé a<p’ t)A0e MeScov Kai 0eío<; áoiSóg
440 ek gEyápcov ’O8vaf¡o<;, eheí acpEag vtcvo<; ócvtíkev,
EGTav 8’ ev géaaoiai- Taxpog 8 ’ eAev ávSpa EKaaTov.
TOIGI Se Kai gETEEUCE MéSíÜV 7l£7CVDgéva £Í8(ÓQ •
« k£ká,vt£ 8r¡ vuv g£t>, Idatcrfaioi • oi) yáp OSogoev^
áOaváTcov áéicr|Ti Oecqv tóSe gr)oaTO é'pya •
445 avTÓ<; éyáv ei8ov 0eov ágppoTov, og p’ ’OSvofg
EyyU0£V £GTT)K£l Kat MEVTOpI TüávTa £CpK£l.

414
ODISEA XXIV

y de la casa, cada uno sacaba y enterraba a sus muertos,


y a los de otras ciudades, en las raudas naves poniéndolos,
los enviaban a los nautas, por que a casa a cada uno llevaran;
y ellos se fueron al ágora en grupo, en su pecho dolidos. 4
Y cuando se reunieron y estuvieron allí congregados,
en medio de ellos, Eupites se alzaba, y les dijo,
porque en su pecho yacía el odioso pesar por Antinoo,
su hijo, al que había matado primero el noble Odiseo;
por él vertiendo lagrimas, tomo la palabra y les dijo.
“Amigos, sí, una acción atroz este hombre urdió a los aqueos;
con las naves llevándose a unos, muchos y nobles,
perdió las cóncavas naves y perdió del todo a los hombres;
tras venir, mató a otros, asaz los mejores de los cefalenos.
¡Ea! Antes de que ése rápidamente a Pilos se marche 431
o a la divina Elide, donde los epeos tienen el mando,
vayamos; o incluso después, agachados seremos por siempre.
Esto es un oprobio —aún para los que vendrán, al saberse—,
que a los asesinos de nuestros hijos y hermanos
no castiguemos; para mí no sería agradable en el pecho 435
vivir, mas, muriendo presto, ojalá con los muertos me hallara.
Mas vayamos, no sea que, antes, aquéllos el mar atraviesen”.
Asi hablo lagrimando, y la piedad tomó a los aqueos, a todos.
Y cerca de ellos llegaron Medonte y el aedo divino,
de las salas de Odiseo, pues el sueño los había abandonado, 440
y se pararon en medio; el estupor cogió a cada varón.
Y entre ellos también habló Medonte, sapiente en sus juicios:
Escuchadme ahora, itacenses, porque Odiseo,
no a despecho de los eternos dioses, urdió estas acciones;
yo mismo vi a un dios inmortal que de pie se encontraba
cercano a Odiseo, y a Mentor, él parecíase del todo.

414
HOMERO

á0ávaxog 8e 0eó<; tote jiev jcporcápoiO’ ’OÓTjerfjot;


(paívew Oapaóvcov, tote Se pvriarnpa<; ópívcov
0vve KotToc péyapov • toí ó ’ áy/ioTtvoi ercucTov ».
450 (og (pazo, toix; 8' apa návxac, vxó xÁcopóv Seo<; fjpEi
toígi Se Kai peteeike yépcov fjpcog 'A/ti0épar|t;
MaaTopíSrjg • ó yáp oío<; opa 7cpóaaa> Kai Ó7ctaaco-
o aípiv Eli (ppovécov áyopóaaTO Kai p£T££uz£ ■
« kekXote Sti vóv p£V, ’I0aKqaioi, otti kev eíttco.
455 ípeTEpri KaKÓTTjTi, cpíXoi, tíxSe Epya yévovTo •
oí) yáp époi 7CEÍ0EG0’, oí) MévTopi rcoipévi Áacov,
ípExépoix; TiaíSag KaTarcaDépEV ácppoaovácov,
oí péya Epyov spE^ov áTaa0aA,ír)ai KaKÍjai,
KxrjpaTa KEÍpovTEt; Kai aTipá^ovTEg cíkoitiv
46o ávSpóc; ápiGTrjoc; • tov 8 ’ oí>KéTi <pávTo véenOai.
Kai vóv coSe yévoiTo, 7rí0£o0é poi, coi; áyopEÓco •
pri íopEV, pr¡ rcoú ti<; ErcíoTtaaTov KaKÓv £opi] ».
g>q £(pa0’, oí 8’ áp’ ávrji^av peyáÁtó áXaÁTjT©
ppíaECov TiXeíovg • —toí 8’ a&póoi amóQi psivav • —
465 oí) yáp G(piv áS£ pí>0og évi (ppeoív, áAA ’ EwieíGei
71£Í0ovt’- aíya 8’ etceit’ éni teÓ/eo egge'Óovto.
aÚTáp £7ceí p ’ EaaavTo nepi %poi vcópona xafacóv,
áOpÓOl T|y£pÉ0OVTO 7CpÓ áoTEOC Eopi)%ópoio.
toígiv 8’ Ev7C£Í0ri<; TjynaaTO vr|7ciér|ai •
470 (pfj 8 ’ o y£ TEÍaEoGai naiSoQ <póvov, oúS ’ áp ’ épeÁAev
áy áTcovoGTqaEiv, áÁX’ aí)Toí> TcÓTpov ¿(péxj/eiv.
aáxáp ’AGrjvaíri Zfjva Kpovícova 7cpoarjó8a •
« CO TCCCTEp llgETEpe KpOVÍSrj, VTtaiE KpElOVTGW,
eÍ7cé poi EÍpopévrj • tí vó toi vóog ev8o0i keí>0ei;
475 TJ JlpOTEp© JCOÁEpOV TE KttKOV Kai (póZoTciv aívfjv

teo£,£i<;, (piXorrjTa pet’ ápípoTepoiai TÍGrjaGa; »

415
ODISEA XXIV

Mas, cual dios inmortal, unas veces, frente a Odiseo


se veía animándolo, y otras, turbando a los pretendientes,
irrumpía en la sala, y ellos caían formando montones .
Así dijo, y pues cogía a todos ellos un pálido miedo.
Y entre ellos también habló el viejo héroe Haliterses,
hijo de Mástor, pues sólo él veía hacia adelante y atrás.
Él, entre ellos, pensando bien, tomó la palabra y les dijo.
“Escuchadme ahora, itacenses, lo que voy a deciros.
Por vuestra ignavia, amigos, estos hechos se dieron, 4
pues no me hacíais caso, ni a Méntor, pastor de los pueblos,
en calmar a vuestros hijos de sus insensateces;
ellos, una acción atroz cometían con maligna locura,
devastando los bienes y deshonrando a la esposa
del príncipe, y afirmaban que él ya no volvería. 46
Y ahora, ojalá así suceda, hacedme caso, cual digo:
no vayamos, que no alguien se encuentre el mal que él se buscó”.
Así dijo, y con gran clamor unos de ellos se alzaron,
más de la mitad —los otros allí se quedaron reunidos—,
pues no les plugo en el pecho el discurso, mas ellos a Eupites 465
hacían caso; e inmediatamente después a sus armas corrían.
Y, cuando en torno a sus cuerpos vistieron el bronce fulgente,
se juntaban en grupo ante la ciudad de amplios espacios.
Eupites se puso al frente de ellos estúpidamente;
pensaba vengar la muerte de su hijo, mas él, de regreso 470
no iba a volver, sino a encontrar allí mismo su suerte.
Mas Atenea le dijo a Zeus el Cronión:
Oh padre nuestro Crónida, supremo entre reyes,
dime a mí, que pregunto: ¿qué, pues, oculta adentro tu mente?
¿En adelante, mala guerra y terrible fragor de combate
dispondrás, o entre ambas partes ya pones afecto?”

415
HOMERO

tt|v 6’ árcagEtpógEvog 7tpoaé<pr| v£(p£Ár)y£p£Ta Zeó;


« tekvov égóv, TÍ g£ TCCBTot SiEÍpEai r|Sé geTaÁÁag;
oí) yáp Sr) toótov gév épovAenoac vóov aÓTT|,
480 t| toi keívoix; ’0Sogei)<; árcoTEÍGETai eZ0óv;
Ep^ov okgx; £0£Á£i<; • épéco Sé toi gx; etieoikev.
£ji£i 8t] gv^oTÍipag ¿teÍoccto Siog ’OSooaEÓg,
opKia 7iiGTá TagóvTEg ó gév paoiAenéTO) aieí,
f)g£Íc 8’ aó TcaíSíDV te Kaaiyvr|TG)v te <póvoio
485 EkXtJGIV 0£COg£V ’ TOI S ’ áZZr)ÁOlX; (piZEOVTWV
gx; tó Jiápog, tcAovtoc Se Kai EÍpgvr) aZig eot© ».
ox; EIKGIV WTpDVE 7lápO<; gEgaOiaV ’A0T|VT]V,
Prj Sé koct’ OúÁ/úg7ioio Kaprjvcov aí^aaa.
OÍ 8’ E71EÍ OÓV OÍTOIO gEZÍíppOVOg £§ é'pOV EVTO,
49o Toía ’ apa gó0G)v ripye KokvTXaq Siog ’OSocraEÓg •
« é^eÁ0cúv tic t'Soi, grj Sr| o/eSóv áoi kiovtec ».
(ÜC, EtpaT’- EK 8’ OÍÓg AoZlOl) KIEV, Ú>Q EKéÁEOE,
<7TT] 8’ ap’ én ’ ooSóv íóv, Toóg Sé a%e5óv eíoiSe TcávTag.
aliga 5’ ’OSoaafja £7C£a TCTEpÓEVTa jipooTioSa-
495 « oí'Se 5r¡ éyyóg Eaa’* áAA’ Ó7rZi^G)g£0a Oáacrov ».
¿o; £<pa0’, oí 8’ oSpvvvTO Kai ev teó^eqoiv é'Sovov,
TeaaapEg ág<p ’ ’OS'oafi e^ 5 ’ oÍEig oi AoAioio •
ev 8’ apa ÁaépTTií AoAíog t’ ég teó%e ’ é'Sovov,
Kai tcoáioí KEp éóvTEg, ávayKaíoi rcoÁegiGTaí.
500 aÓTap etceí p ’ éaaavTO KEpi %poi‘ vópojra %aÁKÓv,

ÓSi£,áv pa 0ópag, ek 8 ’ fíiov, gp%£ 8 ’ ’OSoaaEÓg.


toícti 8’ eu ’ áy/ígoZov 0oyaTT)p Aióg gZ0£V ’AGqvrj,
Mévwpi eiSogévT) fjgév défiag rjSé Kai aú8iív.
ttjv gév í8ü)v yrjOrjaE KoÁÓTAag Siog ’OSoaaEÚg,
505 aliga Sé Tr|Aéga%ov TcpoaEtpcoveEV ov cptZov oíóv •
« Tr)Aéga%’, f¡8g gév tó y£ eí'aEai aÓTÓg £7ceA0ft)v,

416
ODISEA XXIV

Respondiéndole, dijo Zeus, el que junta las nubes:


“Hija mía, ¿por qué me preguntas e inquieres sobre eso.
¿Acaso no planeaste tú misma ese proyecto 480
de que ciertamente, al volver, Odiseo se vengara de aquellos.
Haz como quieres, mas te diré lo que es conveniente.
Después de que a los pretendientes castigo el noble Odiseo,
tras hacer ellos un fiel juramento, que él reine por siempre,
y nosotros, del homicidio de hijos y hermanos
485
olvido pongamos, y que mutuamente se tengan afecto
como antes, y que en abundancia haya riquezas y paz .
Dicho esto, incitó a Atenea que, antes, ya ansiosa se hallaba,
y ésta, de las cumbres del monte Olimpo bajó presurosa.
Cuando ellos expulsaron el deseo de alimento letífico,
pues comenzó a hablar entre ellos el paciente, noble Odiseo: 490
“Que alguien salga y vea, no sea que estén cerca, viniendo".
Así habló. Y salió un hijo de Dolio, como él ordenaba;
al ir, se paró en el umbral, y los vio ya cercanos, a todos.
Y al punto le dirigió a Odiseo aladas palabras:
Aquí, ya cerca están; ea, armémonos rápidamente”.
Dijo así, y ellos se alzaron y se pusieron sus armas,
Odiseo y los suyos, cuatro, y seis, los hijos de Dolio;
y allí, pues, Laertes y Dolio también se pusieron sus armas,
aun ya estando canosos: por el apremio fueron guerreros.
cuando en torno a sus cuerpos vistieron el bronce fulgente,
Y
pues abrieron las puertas, y salían; Odiseo iba adelante.
Y cerca de ellos llegó la hija de Zeus, Atenea,
asemejada a Méntor en voz y también en figura.
Al verla, se alegró el paciente, noble Odiseo
y al punto le dijo a Telémaco, su hijo querido:
lemaco, tu mismo hoy sabrás esto -después de venir
Te

416
HOMERO

ávSpcov papvagévcov iva te Kpívovxai ápiaToi,


pfj ti KaTaiaxtiveiv rcaTépcov yévo^, oi tó rcápog Ttep
áÁKfi t Tjvop£T{ te K£Kaag£0a Traaav ¿7r’ aiav ».
510 tóv 8 ’ an Tr| Aépaxog 7i£7ivBpévo(; ávTiov rpóa •
« óxjíEai, ai k ’ éGéZrjaOa, rcárep cpíAe, to>8 ’ ¿tc! Odjlkú
oi) ti KaTaia%i>vovTa teov yévo<;, cbg áyopeiJEiq ».
a><; (paTo, AaépTiy; 5’ éxápri Kai gi>0ov eeine-
« TÍg vi) poi fjpéprj t¡8e, 0£oi (píÁoi; rj páÁa %aípa>-
515 mó<; 0’ oicovóc; t’ áp£Tfj<; rcépi Sfjpiv exooai ».
tóv 8e 7iapiaTajiévT| 7cpoaé<pTj yÁanKüOTig ’A0rjVTj •
« co ’ApKEiaiáóri, rcávTcov ttoÁb <píAra0’ ¿Taípcov.
£Ü¿;ájLi£vo<; Koópp yAaoKcí>7ci8i Kai Aii rcazpí,
ai\|/a páÁ’ ág7C£7caA(üv 7cpoiei Óoái/Ógkiov eyyoq ».
520 ¿óg (porro, Kai p ’ £p7rv£UG£ pévo<; géya na/.Áá: ’A3r¡vi].
Eu£,áp,Evo<; 8’ ap’ erceiTa Aió<; Koópp peyáAoio,
aúpa páÁ ’ áp7t£7iaAá>v jcpoiei SoAixogkiov ey/og
Kai páXev EÓ7ceí0ea KÓpi>0o<; 8iá xaÁKorcaprioD.
•q 8’ oók £yxo<; eprno, Sia/cpó Se eiaaw /a/UA;-
525 So'ójrrjaev 8e 7ieacóv, ápaPrjce 8e teuxe zn autcp.
£V 8’ erceaov Kpogáxoia’ ’OSdgeÓc Kai cpaíóigo; nióg,
tútctov 8e ^ícpeaív te Kai eyxeaiv ágcpiyúoiai.
Kai vú ke Si] rcávTag óÁeaav Kai 0f¡Kav ávóawix;,
ei prj ’A0rivaír|, Koóprj Áióg aíyióxoio,
530 rpaev cpcovfj, Kara 8’ ea/eOe Áaóv arcavra •
«iG%£o3e JtToXépon, ’I0aKrjaioi, ápyaZéoio,
(ág kev ávaipcoTÍ ye 8iaKpiv0f¡Te raxicrra ».
cpáz’ ’AOqvaín, wi)<; 8éxAcopóv Séog eiXe-
tcov 5 ’ apa 8eia<xvT<ov ¿k yeipcov ercraw wú/ea,
535 rávxa 8 ’ €7ii x0ovi jiÍ7CTe, 0eag órca cpc»vT|oáari<; •
Ttpót; 8e icóXiv TptíMi&vTo AiAaiópevoi Piówio.

417
ODISEA XXIV

adonde, lucando los hombres, se muestran los óptimos —:


que no mancharás la estirpe de tus padres, que desde antaño
en valor y hombría somos insignes por toda la nerra .
510
A su vez, el juicioso Telémaco le dijo en respuesta.
“Verás, si tú quieres, padre querido, que con este coraje
para nada yo mancho tu estirpe, así como dices .
Así habló, y Laertes se alegró y dijo estas palabras:
“¿Qué día es hoy para mí, dioses queridos? Mucho me alegro,
515
mi hijo y mi nieto, sobre su valor una riña sostienen .
Y acercándose a él, Atenea la ojiglauca le dijo.
“Arcisíada, con mucho el más querido de todos los míos,
suplicando al padre Zeus y a la doncella ojiglauca,
muy presto blande y dispara tu lanza de sombra alargada”.
Dijo así, y Palas Atena inspiróle un enorme coraje. 520
Y él, luego, a la hija del magno Zeus suplicando,
muy presto blandía y disparaba su lanza de sombra alargada,
y a Eupites golpeó a través del yelmo de mejillas broncíneas;
este no retuvo la lanza, y el bronce pasó totalmente;
retronó al caer, y sobre él un estrépito hicieron sus armas. 525
Y en los de vanguardia cayeron Odiseo y su hijo preclaro,
y los herían con espadas y lanzas de extremos broncíneos.
Y así, a todos hubieran matado y dejado sin vuelta,
si Atenea, la hija de Zeus, que la égida tiene, no hubiera
exclamado en voz alta y detenido a todos los hombres: 530
onteneos de la guerra molesta, itacenses,
C
Para que incruentamente os apartéis lo más pronto posible”.
Asi dijo Atenea, y los asió un pálido miedo;
de las manos de ellos, temiendo, volaron las armas,
y en tierra todas caían, cuando habló su palabra la diosa;
luego, hacia la ciudad se volvieron, deseando su vida.
HOMERO

GgepSaXeov ó ’ épór¡o£ rcoÁOTXag Siog ’OSixyarug,


oíjiT)G£v Se áZeig ¿og t’ aíewg i)yuc£T^eig.
Kai tote Stj KpovtSrjg á<píei yoÁóevTa Kepaovóv,
54o KaS S ’ £7l£G£ 7lpÓO0£ yA,aDK<D7ClSog ÓppigOTKXTprjg.
Sil tót’ ’OSoaafja npoaéípri yXai)K©7iig ’A0i]vr} •
« Sioyeveg AaepTiáSrj, TcoÁng^av ’ ’OSoaaeo,
íaxeo, jtaoe Se veÍKog ópouoo rcwÁegoio,
prj Ttcóg toi KpovíSrjg Ke^oÁcoaeTai evpvona Zeóg ».
545 ¿og ípái ’ ’AGqvaírj, ó 5 ’ £7ceí0ew> %aipe Se Ovjlk».
opKia §’ ao KaTÓrciaGe pez’ ápyozépoimv eGrjKe
IlaXXág ’A0rjvaírj, Koúprj Aióg aíyió/oio,
MevTopi eíSojLtévT] rjpev Sépag rjSé Kai aoSrjv.

418
ODISEA XXIV

Terrible gritó el paciente, noble Odiseo y, tras encogerse,


se arrojó tras ellos como aguila de vuelo elevado.
Y pues entonces lanzaba el Cronida un rayo flameante,
y éste cayó ante la ojiglauca hija del padre potente. 540

A Odiseo, entonces, la ojiglauca Atena le dijo:


“Divino Laertíada, habilidoso Odiseo, ya detente,
cesa la contienda de la guerra, pareja con todos,
no se irrite contigo el Cronida Zeus, de voz espaciosa”.
Así habló Atenea; él obedecía, y se alegraba en el alma. 545
Estableció, en medio de entrambas partes, un pacto a futuro,
Palas Atenea, la hija de Zeus, que la égida tiene,
asemejada a Méntor en voz y también en figura.

418
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

En este índice se tienen como “nombres propios” las palabras que en


el texto griego están escritas con mayúscula, excepto la primera palabra
del primer verso de cada libro. En cada nombre, formado a partir del
nombre latino, se ofrecen los siguientes datos: 1) una brevísima anotación
biográfica, mitológica o geográfica del nombre. En general, los datos están
tomados del Lexicón Homericum editado por H. Ebeling, 1885; ocasional­
mente se usaron los Comentarios de Améis - Hentze - Cauer, y se tomaron
algunos datos del Thesaurus Linguae Graecae-, 2) el nombre latino, formado
a partir del griego; en este apartado, siguiendo la tradición, los nombres
en -cov, ovoc;, se acentuaron en la última sílaba, y no en la penúltima, por
ejemplo, Jasón y no Jason; Anfión y no Anfión; lestrigón y no lestrigon;
3) el nombre griego, enunciado de acuerdo con el Handwörterbuch der
griechischen Sprache de Franz Passow, 1841, y 4) los lugares en que aparece
el nombre en cuestión; aquí, los números remiten a los versos griegos, y
no siempre coinciden con los versos del texto español.

Acasto, rey de Duliquio; Acastus, ’'Akck7TO<;, ó — 14.336.


Acaya (cf. aquea, aqueo), territorio de los aqueos, la costa que está al norte
del Peloponeso; Achaia, ’Axaía, ép. ’Axatú;, Í8o<;, fi — 11.166,
481, 23.68.
Acróneo, joven feacio; Acroneus, ’AKpóvecog, co, ó — 8.111.
Actoride (o Áctoris), sirvienta de Penélope, hija de Actor; Actoris, ’Ajctopú;,
Í8oq, fi — 23.228.
Adrasta, sirvienta de Helena; Adraste, ASpiforri, fi — 4.123.
Afidante, hijo de Polipemón; nombre inventado por Odiseo (de á-
(petSopai, no perdonar, no ahorrar); Aphidas, ’AtpeíSac, avTQcfo
— 24.305.

XLIII
ODISEA

Afrodita, hija de Zeus y Dione, nacida de la espuma, esposa de Hefesto,


diosa del amor y del matrimonio; Venus, ’AíppoSíxri, T] — 4.14,261,
8.267, 308, 337, 342, 362,17.37,19.54.20.68, 73, 22.444.
Agamenón, rey de Micenas, hijo de Atreo, nieto de Pélope, esposo
de Clitemnestra, padre de Orestes, Crisótemis, Ifianasa (= Ifige-
nia) y Laódice, a quien los trágicos llaman Electra; Agamemnon,
’Ayapépvtov, ovo?, ó — 3.143, 156, 164, 234, 248, 4.532, 584,
8.77, 9.263, 11.168, 387, 397, 13.383, 14.70, 117, 497, 24.20,
102, 121, 186.
(de) Agamenón; Agamemnoneus, ’Ayapepvóveo?, véa, ov — 3.264.
(hijo de) Agamenón, Orestes; Agamemnonides, ’AyagepvovíÓq?, ou,
ó —1.30.
Agelao, pretendiente de Penélope, hijo de Damástor; Agelaus, ’AyéÁáo?,
ou, ó —20.321, 339, 22.131, 136, 212, 241, 247, 327.
Alcandra, esposa de Pólibo; Alcandra, ’AÁK(xv5pT|, q — 4.126.
Alcímida, Méntor, hijo de Álcimo; Alcimides, ’A^KigíSq?, ou, ó
— 22.235.
Alcínoo, hijo de Nausítoo, padre de Nausícaa, Clitoneo, Halio, Laoda-
mante, y rey de los feacios; Alcinous, ’AÁkivoo?, o— 6.12, 17, 139,
196, 213, 299, 302, 7.10, 23, 55, 63, 66, 70, 82, 85, 93, 132, 141,
159, 167, 178, 185, 208, 231, 298, 308, 332, 346, 8.2, 4, 8, 13,
25, 56, 59, 94, 118, 130, 132, 143, 235, 256, 370, 381, 382, 385,
401,418,419,421,423,464,469, 533,9.2,11.346,347,355,362,
378,13.3, 16, 20, 23, 24, 37, 38, 49, 62, 64, 171.
Alcipe, sirvienta de Helena; Alcippe y Alcippa, ’A)oámzr¡, fj — 4.124.
Alcmena, esposa de Anfitrión y, por obra de Zeus, madre de Heracles;
Alcmena, ’AA,Kgf|VTb h —2.120, 11.266.
Alcmeón, hijo de Anfiarao y Erifila, hermano de Anfíloco; Alcmaeon,
’AÁKpácov (jónico ’AÁKpaííov), covo?, ó — 15.248.
Aléctor, suegro de Megapentes; Alector, ’AAÉKTíop, opo?, ó — 4.10.
Alfeo, río de Arcadia, y dios de ese río, padre de Ortíloco; Alpheus y
Alpheos, ’AAxpeió?, ó— 3.489, 15.187.

XLIV
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

Alibante, nombre de una ciudad indeterminada (en la Odisea, con alusión


a áXáojLiai, áXócü, ser vagabundo, inestable); Alybas, ’AXúP<x<;,
avxoc;, ó — 24.304.
Aloeo, padre de Oto y Efialtes, cuya madre decía que fueron engendrados
por Posidón; Aloeus, ’AXooeúg, écog y ñog, ó — 11.305.
Amnisos, puerto de Cnosos; Amnisus, ’Apvtaóg, ó — 19.188.
Amitaón, hijo de Creteo y Tiro; Amythaon, ’Apnfíáwv, ovoc;, ó — 11.259.
Anabesíneo, joven feacio; Anabesineus, ’AvaPqoivecoc;, ó — 8.113.
Andremón, padre de Toante; Andraemon, ’Av5paígft)V, ovoq, ó —
14.499.
Anfíalo, joven feacio, hijo de Polineo; Amphialus, ’AjnpíáÁog, ó — 8.114,
128.
Anfiarao, adivino, hijo de Oicleo, padre de Alcmeón y Anfíloco; rey
de Argos y uno de los siete que fueron contra Tebas; Amphiaraus,
'Apíptápriog, ó — 15.244, 253.
Anfíloco, hijo de Anfiarao y Erifila, hermano de Alcmeón; Amphilochus,
’ApípíXoyoc;, ó —15.248.
Anfimedonte, pretendiente de Penélope; Amphimedon, ’Agtpigéómv,
ovxog, ó — 22.242, 277, 284, 24.103, 106, 120.
Anfínomo, pretendiente de Penélope originario de Duliquio, hijo de
Niso; Amphinomus, ’Apcpívopoc;, ó — 16.351, 394, 406, 18.119,
125, 395, 412, 424, 20.244, 247, 22.89, 96.
Anfión, 1) hijo de Zeus y Antíope, fundador de Tebas; 2) hijo de Jaso,
rey de Orcómenos; Amphio(n), ’Apxpícov, ovoc, ó — 1) 11 262- 2)
11.283.
Anfitea, esposa de Autólico, abuela de Odiseo; Amphithea, ’AuípiOéa
B —19.416.
Anfitrión, hijo de Alceo, rey de Tirinto; Amphitruo, ’Ajnpvcpncúv, covoc
o — H.266,270. -
Anfitnónida, Heracles, hijo de Anfitrión; cf. 11.270.
Anfitrite, hija de Nereo, esposa de Posidón; Amphitrite, ’Auqurpmi fl
—3.91,5.422,12.60,97.

XLV
ODISEA

Anqiualo, 1) padre de Mentes; 2) un joven feacio; Anchialus, ’A-máÁoc


ou,ó— 1)1.180, 418; 2) 8.112.
Anticlea,, esposa de Laertes, madre de Odiseo; Anticlea y Anticlia,
’AvtÍKXeta, f| —11.85.
Andelo, griego oculto con Odiseo en el caballo de madera; Anticlus,
’'Avtikáo<;, ó — 4.286.
Antifates, I) príncipe de los lestrigones; 2) hijo de Melampo; Antiphates,
’AvTupáui;, oi), ó — 1) 10.106, 114, 199; 2) 15.242, 243.
Antifo, 1) itacense, hijo de Egiptio; 2) otro itacense; Antiphus, ’Avtupo^,
ó—1)2.19; 2) 17.68.
Antíloco, hijo de Néstor; Antilochus, ’AvtÍÁo%o<;, ó — 3.112, 4.187,
202, 11.468, 24.16, 78.
Antínoo, pretendiente de Penélope; Antinous, ’AvTÍvoog, ó — 1.383,
389, 2.84, 130, 301, 310, 321, 4.628, 631, 632, 641, 660, 773,
16.363, 417, 418,17.374, 381, 394, 396, 397, 405,414,445, 458,
464,473,476,477, 483, 500,18.34,42, 50, 65, 78,118,284,290,
292, 20.270, 275, 21.84, 140, 143, 167, 186, 256, 269, 277, 287,
312,22.8, 49, 24.179, 424.
Antíope, hija de Asopo, madre de Zeto y Anñón; Antiopa y Antiope,
’Avxtójtri, f| —11.260.
Apira (de), localidad mítica; ex Apira, ’A7reipr)0£V — 7.9.
apirea, de Apira; Apiraea, ’A7tetpaiT| — 7.8.
Apolo, hijo de Zeus y Leto, hermano de Ártemis, dios del arco y la lira;
Apollo, 'Anok'Áxnv, (üvoc,, ó — 3.279,4.341,6.162,7.64,311,8.79,
227,323,334,339,488,9.198,201,15.245,252,410, 526,17.132,
251, 494,18.235,19.86, 20.278, 21.267, 338, 364, 22.7, 24.376.,
aquea, de Acaya; Achaea y Achiva, ’A^aiíg, Í5o<; y ’A%atíág, á5og, r)
— 2.101,3.251,261,13.249,19.146, 21.107, 160, 251,24.136.
aqueo, aquea, en tiempos de la Odisea, el pueblo que dominaba desde
el norte de Grecia hasta el Peloponeso; Achaeus y Achivus, ’A%aiO£
— 1.90, 272, 286, 326, 394, 401, 2.7, 72, 87, 90, 106, 112, 115,
119, 128, 198, 204, 211, 265, 306, 3.79, 100, 104, 116, 131, 137,

XLVI
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

139 141 149,185,202,203,217,220,372,411,4.106,145,243,


248^ 256,285,288,330,344,487,496,847,5.311,8.78,220,489,
490, 514, 9.59, 259, 10.15, 11.179, 478, 509, 513, 556, 12.184,
13.315, 317? 14-229, 240, 242,493,15.153, 274,16.76, 133, 250,
376, 17.135, 413, 415, 513, 596, 18.62, 94, 191, 205, 246, 259,
286, 289, 301, 19.151, 175, 199, 240, 528, 534, 542, 20.3, 146,
166,182,271,277,21.324,344,418,428,22.46, 96,23.220, 357,
24.27, 38, 49, 54, 57, 68, 86, 141, 426, 438.
(todos los) aqueos; omnes Achivi, Ilava^ctioí — 1.239, 14.369,
24.32.
Aqueronte, río del inframundo; Acheron, A/épcov, ovtog, ó — 10.513.
Aquiles (y Aquileo), hijo de Peleo y Tetis, padre de Neoptólemo; Achilles
y Achilleus, ’A/iAZeóc, éft)<;yqo<;, ó — 3.106, 109, 189, 4.5, 8.75,
11.467, 478, 482, 486, 546, 557, 24.15, 36, 72, 76, 94.
Arcisio, padre de Laertes; Arcisius, ’ApKeíaiog, ó — 14.182, 16.118.
(hijo de) Arcisio, Arcisíada, Laertes; Arcisiades, ApKEiQiáSqg, Ot),
ó —4.755, 24.270,517.
Ares, hijo de Zeus y Hera, dios de la guerra; Mars, ’Apqg, "Apeoq, ó
— 8.115, 267, 276, 285, 309, 330, 345, 353, 355, 518, 11.537,
14.216, 16.269, 20.50.
Arete, esposa de Alcínoo; Arete, ’Apqxq, q — 7.54, 66, 141, 142, 146,
231, 233, 335, 8.423, 433, 438,11.335,13.57, 66.
Aretíada (= Niso), hijo de Areto de Duliquio, padre de Anfinomo; yfer-
tiades, ’ApqttáSqq, ou, ó _ 16.395, 18.413.
Areto, hijo de Néstor; Aretus, ’Apqtog, ó — 3.414, 440.
Aretusa, una fuente de ítaca, quizá llamada así a partir de Aretusá, madre
de Córax; Arethusa, ’ApéOouoa, q — 13.408.
Argifontes, Hermes, que en tiempos antiquísimos era llamado propiamente
velocísimo mensajero”, ápyei-tpávTqg (c£ Ebeling); Mercurius,
’ApyewpóvTqq, ou, ó — 1.38, 84, 5.43, 49, 75, 94, 145, 148, 7.137,
8.338,10.302, 331,24.99.
argivo, oriundo de Argos; en Homero no sólo se dice de los argivos,

XLVII
ODISEA

sino, con frecuencia, de todos los griegos; Argivus, ’Apyeio^, eícx,


eiov — 1.61, 211, 2.173, 3.129, 133, 309, 379, 4.172, 184,’200,’
258, 273, 279, 296, 8.502. 513, 578,10.15,11.369, 485, 500, 518,
524, 555, 12.190, 15.240, 17.118, 119, 18.253, 19.126, 23218’
24.54, 62, 81.
Argo, la nave de Jasón; Argo, ’Apycó, oík;, f| — 12.70.
Argos, ei perro de Odiseo; Argus, "Apyog, ou, ó — 17.292, 300, 326.
Argos, 1) ciudad de Diomedes; 2) reino de Agamenón; 3) todo el Pelo-
poneso; Argos y Argi, "Apyog, eo;, xó — 1) 3.180, 21.108; 2) 3.251,
263,4.174, 562,15.224; 3) 1.344,4.99, 726, 816,15.80, 239,274,
18.246, 24.37.
Ariadne, hija de Minos; Ariadna y Ariadne, ’Aptáóvri, q — 11.321.
Aribante, un fenicio; Arybas, ’ApúPag, avxo<;, ó — 15.426.
Ameo, un mendigo; Arnaeus, ’Apvcxio<;, ó — 18.5.
Artacia, fuente en Telépilo; Artacia, ’ApxaKta, ó — 10. 108.
Ártemis, hija de Zeus y Leto, hermana de Apolo, diosa de la caza; Diana,
’Apxeptc;, tóog, ó—4.122,5.123,6.102,151,11.172,324,15.410,
478, 17.37, 18.202, 19.54, 20.60, 61, 71, 80.
Asfalión, sirviente de Menelao; Asphalio, ’AocpaAicov, covo^, o — 4.216.
Asopo, río de Beocia y dios de ese río, hijo de Océano y Tetis, padre de
Antíope; Asopus, 'Aamzóc,, ó — 11.260.
Astéride (o Ásteris), isla ficticia; Asteris, ’Acxepu;, íSo£, q — 4.846.
Atena, cf. Atenea.
Atenas, ciudad de la región situada al noreste del golfo Saronico; esta
región también se llamaba Atenas y, posteriormente, Atica; Athenae,
’AOqvai, ai y ’AGrjvn, q — 3.278, 307, 7.80,11.323.
Atenea (o Atena), hija de Zeus, diosa que enseñó a los hombres, junto
con Hefesto, lo que se necesita para la vida; Minerva, ’A0qvq y
’A&qvaíq, q —1.44, 80, 118, 125, 156, 178, 221, 252, 314, 319,
327, 364, 444,2.12,116,261, 267, 296, 382, 393, 399, 405, 416,
420, 3.12, 13, 25, 29, 42, 52, 76, 145, 218, 222, 229, 330, 343,
356,371,385,393,419,435,445,4.289,341, 502, 752, 761, 795,

XLVIII
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

828, 5.5, 108, 382, 427, 437, 491, 6.2, 13, 24, 41, 112, 139, 229,
233, 291, 322, 328, 7.14, 19, 27, 37, 40, 47, 78, 110, 140, 311,
8.7,18, 193,493, 520, 9.317,11.547, 626,13.121, 190, 221, 236,
252 287, 300, 329, 361, 371, 374, 392, 420,429,14.2, 216,15.1,
9 222 292,16.155, 166, 172, 207, 233, 260, 282, 298, 451, 454,
17.63,132, 360,18.69, 155,158,187,235, 346,19.2,33, 52,479,
604,20.30,44,72,284,345,21.1,358,22.205,210,224,256,273,
297,23.156,160,242, 344, 371,24.367, 376,472,487, 502, 516,
520, 529, 533, 541, 545, 547.
Atlante, un Titán, padre de Calipso; Atla(n)s, AtX(X£, gcvto^, o 1.52,
7.245.
Atreo, hijo de Pélope, padre de Agamenón y Menelao; Atreus, Arpeóg,
éog, fjog y éog — 4.462, 543, 11.436.
Atrida (Menelao o Agamenón), hijo de Atreo-, Atrides-y Atrida, ArpeíSrig,
ot>, ép. eco, ó — 1.35, 40, 3.136, 156, 164, 193, 248, 257, 268,
277, 304, 4.51, 156, 185, 190, 235, 291, 304, 316, 492, 536, 594,
5.307, 9.263, 11.387, 397, 463, 13.383, 424, 14.470, 497, 15.52,
64, 87, 102, 121, 147, 17.104, 116, 147, 19.183, 24.20, 24, 35,
102, 105, 121, 191.
Autólico, padre de Anticlea, abuelo de Odiseo; Autolycus, AÚtÓXvko?,
ó 11.85, 19.394, 399, 403, 405, 414 (bis), 418, 430, 437, 455,
459 (bis), 466, 21.220, 24.334.
Autónoe, sirvienta de Penélope; Autonoe, A6tovÓt|, fl — 18.182.
Ayax, 1) hijo de Telamón; 2) hijo de Oileo; Aiax, Aíag, ocvtoc, ó__ 1)
3.109,11.469, 543, 550, 553, 24.17; 2) 4.499, 509.

Boctoida, hijo de Boeto; Boethoides, Bot|0ói§ti<;, od, ó — 4.31, 15.95,

Boyero (astro); Bootes, Boeing, on, ó — 5.272.

XLIX
ODISEA

cadmeo, descendiente de Cadmo; Cadme(i)us, KaSpeiog, eía, eiov


—11.276.
Cadmo, fundador de Tebas, hijo de Agenor, padre de Semele e Ino (=
Leucótea); Cadmus, Káópoq, ó — 5.333.
Caléis, ciudad o río de Trifilia; Chaléis, Xa%KÍ£, ÍSoc, T] — 15.295.
Calipso, ninfa, hija de Atlante; vive en la isla Ogigia; Calypso, KaZnyó,
oh;, ti — 1.14, 4.557, 5.14, 78, 85,116, 180, 202, 242, 246, 258,
263, 276, 321, 372, 7.245, 254, 260, 8.452, 9.29, 12.389, 448,
17.143, 23.333.
Caribdis, según Homero, era un ingente remolino ubicado frente a Escila;
Charybdis, Xápvfidit;, eag, e ioq, p —12.104,113,235,260,428,
430, 436, 441, 23.327.
Casandra, hija de Príamo y Hécubas Cassandra, Kaoaávfipa, r¡ —
11.422.
Cástor, hijo de Leda y Ttndaro, hermano de Pólux, Clitemnestra y Helena;
Castor, Káaxtop, opog, ó — 11.300.
Cástor, cretense, hijo de Hílaco; Castor, Kácszcop, opog, ó — 14.204.
caucones, pueblo que, según dos escolios, habitaba entre Elis y Pilos, en
Trifilia; Caucones, KccÚkcov£<;, cov, oí — 3.366.
cefalenos, habitantes de Cefalenia (actual Cefalonia), en el mar Jónico; cf.
Duliquiio, Same; Cephallanes y -lenes, Ke(paAÁ7]veg, oí — 20.210,
24.355, 378, 429.
centauro, centauros, raza feroz y ruda. En ningún lugar de la Odisea (ni de
la Ilíada) se manifiesta que hayan sido jinetes; no hay ningún vestigio
de que Homero los pensara como seres biformes, mitad hombre y
mitad caballo; Centauras, KévTaupog, ó — 21.295, 303.
ceteos, parece ser el nombre de una raza de Misia; Cetei, Kfjreiot, oi
—11.521.
cíclope {propiamente, ciclope), cíclopes, una raza alejada de toda cultura y
civilización, de gran corpulencia; Cyclops, KÚKÁong, úoto<;, ó —1.69,
71,2.19,6.5,7.206,9.106,117,125,166,275,296,316,319,345,

L
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

347, 357, 362, 364, 399, 415, 428, 474, 475, 492, 502, 510, 548,
10.200,435,12.209,20.19,23.312.
cícones, pueblo del sur de Tracia; Cicones, Kikove^, oi 9.39, 47 (bis),
59,66, 165,23.310.
cidones, pueblo del occidente de Creta, hacia el norte; Cydones, KÓ8cove<;,
oi —3.292,19.176.
Cilenio, epíteto de Hermes, porque había nacido en el monte Cilene (en
Arcadia); Cyllenius, Kt)ÁA,f)Vio<;, a, ov — 24.1.
cimerios, pueblo que habitó, según Homero, en la ultima frontera de la
tierra, hacia el Océano, donde está la entrada al inframundo; Cim-
merii, KijLigépiOl, oi — 11.14.
Circe, hija del Sol y Perse, hermana de Eetes, el rey de Cólquida; Circe y
Orea, Ripien, n — 8.448, 9.31, 10.136, 150, 210, 221, 241, 276,
282, 287, 289, 293, 295, 308, 322, 337, 347, 375, 383, 388, 394,
426, 432, 445, 449, 480, 483, 501, 549, 554, 563, 571, 11.8, 22,
53, 62, 12.9, 16, 36, 150, 155, 226, 268, 273, 302, 23.321.
Citera, isla situada cerca de la costa de Laconia, no lejos del promontorio
de Malea; Cythera, KóOnpa, cov, xá — 9.81.
Citerea, epíteto de Afrodita, porque había nacido en Citera; Cytherea y
-eia, Venus, KnOépeta, n — 8.288, 18.193.
Climene, esposa de Filaco, madre de Ificlo; Clymene, KA/ug.évT|, ñ
—11.326.
Clímeno, suegro de Néstor, padre de Eurídice, rey de los minios; Clymenus,
KXópevog, ó — 3.452.
Clitemnestra, hija de Tíndaro y Leda, hermana de Helena, Cástor y
Pólux, y esposa de Agamenón; Clytaemnestra, KÁ,wcnjj,VT|aTpn, f]
— 3.266,11.422, 439.
Clitio, itacense noble, padre de Pireo; Clytius, KÁaníog, ó — 16.327.
(hijo de) Clitio, es decir, Pireo; Clytides, KAnm8T|£, ot), ó —
15.540.
Clito, hermoso hijo de Mancio, raptado por Eos; Clitus, KXeitog, ó
—15.249, 250.

LI
ODISEA

Clitoneo, hijo de Alcínoo; Clytoneus, KA/UTÓVT)og, ó — 8.119, 123.


Cloris, hija de Anfión y esposa de Neleo; Chloris, XXropn;, ióo<;, i]
— 11.281.
Cnosos, ciudad de Creta, residencia de Minos; Cnos(s)os, y Gnosus,
Kvgxjó<;, t] —19.178.
Cocito, río del inframundo; Cocytus, Kcúkbtoí;, ó — 10.514.
Córax, según algunos escolios, un itacense hijo de Aretusa; C<?nzr, Kópa^,
aKoc, ó —13.408.
Crateis, madre de Escila; c£ Gravedad; Crataeis, KpaTaítg, f| — 12.124.
Creonte, rey de Tebas, padre de Mégara; Creo(n), Kpécov, ovto<;, ó
— 11.269.
Creta, la más grande de las islas griegas; Creta y Crete, Kpr|rr|, f| y Kp'íjTai,
ai—3.191,291,11.323,13.256,260,14.199,252,300,301,16.62,
17.523,19.172, 338.
(hacia) Creta; in Cretam, KpriTT|v8e — 19.186.
(nativos de) Creta; Eteocretes, genuini Cretenses, ’EreÓKpriTeg, oi
— 19.176.
cretense, habitante de Creta; Cres y Cretensis, Kpr)^, -TO<¡, o 14.205,
234, 382.
Creteo, hijo de Eolo; Cretheus, KptiGetx;, ecoc; y ó 11.237,
258.
Cromio, hijo de Neleo y Cloris; Chromius, Xpopto^, o — 11.286.
Cronos, hijo del Cielo y la Tierra, esposo de Rea, con quien engendró a
Zeus, a Posidón, a Hades, a Hera, a Hestia y a Deméter; Saturnas,
Kpóvo<;, ó — 21.415.
Crónida, Zeus, hijo de Cronos; Cronides, Saturnifilias, Kpovtóqí;, OI),
ó —1.45, 81, 9.552,13.25, 24.473, 539, 544.
Cronión, Zeus, hijo de Cronos; Cronion, Kpovícov, covoc; (y ovoc), ó
— 1.386, 3.88, 119, 4.207, 699, 8.289, 10.21, 11.620, 12.399,
405,14.184,303,406,15.477,16.117,291,17.424,18.376,19.80,
20.236, 273, 21.102, 22.51, 24.472.
Crunos, pueblo o río o fuente de Trifilia; Cruni, Kponvoí, oí — 15.295.

LII
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

Ctesio, hijo de Ormeno, padre de Eumeo; Ctesius, Kxnaioc ó —


15.414.
Ctesipo, pretendiente de Penélope, hijo de Politerses; Ctesippus, KTqawnrex;,
ó — 20.288, 303, 304, 22.279, 285.
Ctímena, hermana de Odiseo; Ctimena, KxtpévTi, í| — 15.363.

Chipre, gran isla del mar Mediterráneo; Cyprus, Ktmpoi;, q — 4.83,


8.362,17.442,443, 448.

Damastórida, Agelao, hijo de Damástor; Damastorides, AapaoxopíÓTiq,


ou, ó — 20.321, 22.212, 241, 293.
dáñaos, se dice de los guerreros griegos que pelearon en Troya; Danai,
Actvaoí, ot — 1.350, 4.278, 725, 815, 5.306, 8.82, 578, 11.470,
526, 551,559,24.18, 46.
Dectes, quizá es cierto mendigo al que se asemejó Odiseo; Dectes, Aeicrriq,
on, ó — 4.248.
Deífobo, hijo de Príamo; Deiphobus, At|’i(popo<;, o — 4.276, 8.517.
Délos, isla del mar Egeo; Delus, AfjA-og, f| — 6.162.
Deméter, diosa de los frutos, hija de Rea y Cronos, madre de Proserpina;
Ceres, Ar|gfiTr|p, xpoq, ti — 5.125.
Demódoco, aedo feacio; Demodocus, ATjpóSoKoq, ó — 8.44, 106, 254,
262, 472, 478, 483, 486, 487, 537,13.28.
Demoptólemo, pretendiente de Penélope; Demoptolemus, Aiipo-
KxóXepog, ó — 22.242, 266.
Deucalión, hijo de Minos, padre de Idomeneo; Odiseo se dice su hijo;
Deucalio, AemaxAícov, covoq, ó — 19.180, 181.
Día, es decir, Naxos, isla donde Ártemis mató a Ariadna; Día, Aía, fi
—11.325.
Dimante, feacio, célebre en náutica; Dymas, Aópaq, avxoq, ó — 6.22.
Diocles, hijo de Ortíloco, rey de Feras; Diocles, AiOKAájq, éouq, ó — 3.488,
15.186.

LUI
ODISEA

Diomedes, hijo de Tideo; Diomedes, Atogríórn;, eo<¡, ó — 3.181.


Dioniso, hijo de Zeus y Semele; posteriormente, dios del vino y del
entusiasmo; Dionysus, Aióvooo<;, ó — 11.325, 24.74.
Dmétor, rey de Chipre inventado por Odiseo; Dmétor, ApijTCOp, opoc.
6 —17.443.
Dodona, ciudad deTesprotia (en Epiro); Dodona, Ag)5cÓvt|, i] —14.327,
19.296.
Dolio, 1) siervo de Penélope; 2) padre de Melanteo y Melanto; Dolius,
AoXíoq, on, ó — 1) 4.735, 24.222, 387, 397, 409, 411, 492, 497,
498; 2) 17.212, 18.322, 22.159.
dorios, unos habitantes de Creta; Dorienses y Dores, Acopiéec, oí —
19.177.
Duliqtiio, isla situada cerca de ñaca (O. Capeñe), ai Suroeste, poste­
riormente llamada Cefalenia (Améis); Dulichium, AouZíytov, tÓ
— 1.246, 9.24, 14.335,16.123, 247, 396, 19.131, 292.
(hacia) Duliquio; in Dulichium, AouÁí/lóvóe — 14.397.
duliquiense, habitante de Duliquio; Dulichius, AouZi%ieúg — 18.127,
395, 424.

Eácida, propiamente, Peleo, hijo de Eaco; en la Odisea y en algunos lugares


de la Ilíada, también Aquiles, nieto de Eaco; Aeacides y Aeacida,
AiaKÍ5r|<;, ou, ó — 11.471, 538.
ecalio, de Ecalia, pueblo de Tesalia; Oechalius, OiyaXievQ, £(0Q, y t¡oq
— 8.224.
Edipo, hijo de Layo y rey de Tebas; Oedipus, Oídínoug, odoc, ó
— 11.271.
Eea, isla de Circe; Aeaea, Ataíq, q — 10.135,11.70, 12.3.
eeo, de Eea, epíteto de Circe; Aeaeus, Aiaioq, a, ov — 9.32, 12.268,
273.
Eetes, hijo del Sol y Perse, rey de Cólquida, padre de Medea y hermano
de Circe; Aeeta, Acetes y Acetas, AirjTT)^. ou, ó — 10.137,12.70.

LTV
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

Eíialtes, hijo de Aloeo (o Posidón) e Ifimedea; Ephialtes, ’EtpiáÁrriq,


on, ó —11.308.
Efira, ciudad de Tesprotia (en Epiro), o de Tesalia; Ephyre y Ephyra, ’E-
<púpa [6], q — 1.259, 2.328.
Egas, ciudad o isla donde se ubicaba mitológicamente la residencia de
Posidón; quizá al norte de Acaya, quizá adyacente a Eubea; Aegae,
Aíycd, ai — 5.381.
egipcio, de Egipto; Aegyptius, AtYÓ7tTioq, ía, tov — 4.83, 127,229,385,
14.263, 286,17.432.
Egiptio, itacense, padre de Ántifo y Eunnomo; Aegyptius, Aiy67tTtoq
ó —2.15.
Egipto, el país; Aegyptus, Kvfvinoq, q — 3.300, 4.351, 355, 14 275
17.448. ' ’
Egipto, el río Nilo; Aegyptus, Ar/un/cog, ó — 4.477, 581, 14.257, 258

(hacia) Egipto; in Aegyptum, AtymtTÓvSe — 4.483, 14.246,


17.426.
Egisto, hijo de Tiestes; Aegisthus, ArytaOog, ó — 1.29, 35, 42, 300,
3.194, 198, 235, 250, 256, 303, 308, 310, 4.518, 525, 529, 537,
11.389, 409, 24.22, 97.
Élato, pretendiente de Penélope; Elatus, ’EÁnxoq, o — 22.267.
Elatreo, joven feacio; Elatreus, 'EXarpenq, écoq, ó — 8.111, 129.
Elide, parte del norte del Peloponeso situada hacia el mar Jónico, entre
Arcadia, Mesenia y Acaya; Elis, "HÁlt;, tóoq, q — 4.635, 13.275,
15.298, 21.347,24.431.
elisio (campo), cierto lugar en el occidente, no en el inframundo; Elysius
(campus), ’HXúotov (iteSíov) — 4.563.
Elpénor, compañero de Odiseo; Elpenor, ’EAjrqvtop, opoq, ó —10.552,
11.51, 57,12.10.
Enipeo, el río de Ftiótida, en Tesalia; según otros, el río de Elide que
desemboca en el Alfeo; Enipeus, ’EvtJteú<;, ecog y qog, ó — 11.238,
240.

LV
ODISEA
Enope, itacense, padre de Liodes; Oenops, ’'Hvot|/, orcog, ó — 21.144.
Eolia, isla donde habita Eolo; Aeolia, AíoAía, i] — 10.1, 55.
Eólida, Creteo, hijo de Eolo, el padre epónimo de la raza eolia; Aeolides,
AioXíSrig, ot), ó — 11.237.
Eolo, hijo de Hípotes y administrador de los vientos; Aeolus, AíoXog, ou,
ó —10.2, 36, 44, 60, 23.314.
Eos, la Aurora, diosa hija de Hiperión y Eurifaesa, esposa de Ti tono; Eos
y Aurora, ’Hcóg, fiobg, n — 2.1, 3.404, 491, 4.188, 194, 306, 431,
576, 5.1, 121, 228, 390, 6.48, 8.1, 9.76, 151, 152, 170, 306, 307,
436, 437, 560, 10.144, 187, 541, 12.3, 7, 8, 142, 316, 13.18, 94,
14.502, 15.56, 189, 250, 495, 16.368, 17.1, 497, 18.318, 19.50,
319, 342, 428, 20.91, 23.241, 243, 246.
Epeo, hijo de Panopeo, constructor del caballo de Troya; Epeus, ’Ejceió?,
ó —8.493, 11.523.
epeos, pueblo que habitaba en las islas Equinadas y en la parte de Élide
que se encuentra del río Peneo hacia el norte, hasta el golfo de Patras;
Epei, ’Ercetoí, ol — 13.275, 15.298, 24.431.
Epérito, falso nombre de Odiseo (de etc- épí^to, el controvertido, el
hostigado); Eperitus, ’E7tf|piTog, ó — 24.306.
Epicasta, madre y esposa de Edipo, después llamada Yocasta; Epicaste,
’ETttKáaTTi, f) —11.271.
Equefrón, hijo de Néstor; Echephron, Eyeíppwv, ovoc;, o — 3.413,
439.
Equeneo, un feacio; Echeneus, ’Eyévr|Oc;, o — 7.155, 11.342.
Équeto, cierto rey de Epiro, o de Sicilia, famoso por su crueldad; Echetus,
"Eyeroc;, ó — 18.85, 116, 21.308.
Érebo, lugar tenebroso bajo la tierra, donde están los muertos y reina
Hades; Erebus, "Epeflog, eog, ép. zx>c„ TÓ — 10.528, 11.37, 564,
12.81.
(hacia el) Érebo; in Erebum, 'EpePóoSe — 20.356.
Erecteo, parece tratarse del mismo que reinó en Atenas con el nombre de
Erictonio; Erechtheus, EpeyOeóg, écog y fjog, ó — 7.81.

LVI
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

erembos, pueblo desconocido; según Aristarco, se trata de los árabes;


Améis piensa que tal vez son los hebreos junto con los árameos y los
árabes; otros dicen otras cosas; Erembi, "Epep^ot, oí — 4.84.
Eretmeo, joven feacio; Eretmeus, Eperpeng, ecoq y íjoq, o 8.112.
Erifila, hija de Tálao, esposa de Anfiarao, a quien traicionó seducida por
oro; Eriphyley Eriphyla, EpupuZq, f] — 11.326.
Enmanto, monte de Arcadia; Erymanthus, ’EpúpavOoq, ó — 6.103.
Erinia, diosa vengadora que hace que no se haga nada contra las leyes de
la naturaleza, o que se castigue a quien haya transgredido esas leyes;
Erinys, ’Epívíx;, úog p — 15.234, 20.78.
Escila, monstruo marino, hija de Crateis; Scylla, Zk'ÚÁÁ.TI, T| — 12.85,
108, 125, 223, 231, 235, 245, 261, 310, 430, 445, 23.328.
Esciro, isla del mar Egeo; Scyros y Scyrus, ZKÚpog, f| — 11.509.
Esón, hijo de Creteo, padre de Jasón y rey de Joícos; Aeson, Aiatov, ovoq,
ó —11.259.
Esparta, en el Peloponeso, capital de Laconia, situada hacia el río Eurotas,
a los pies del monte Taigeto; residencia de Menelao; Sparta y Sparte,
Znáprn.-q — 1-93, 2.214, 359, 11.460, 13.412.
(de, desde) Esparta; Sparta, y Lacedaemone, X7tápTr)0ev — 2.327
4.10.
(hacia) Esparta; Spartam, Z7tápTqvSe — 1.285.
Esquena, fabuloso país de los feacios; Scheria, EZepía, o?, f|, ép. -ín
— 5.34,6.8,7.79, 13.160.
Estige, río de Arcadia y del inframundo; Styx, íyóq, f| — 5.185,
10.514.
Estrado, hijo de Néstor; Stratius, Expaxíog, ó — 3.413, 439.
Eteoneo, sirviente de Menelao; Eteoneus, ’Exeíüve-óq, étoq, ó — 4.22,
31,15.95.
etíope, de Etiopía; pueblo que vivía muy lejos, en el poniente y en el
oriente del mundo; Aethiops, Aí0ío\g, onoq, ó — 1.22, 23, 4.84,
5.282, 5.287.
etolo, habitante de Etolia; Aetolus, AítcoXóg — 14.379.

LVH
ODISEA

Etón, falso nombre de Odiseo; Aethon, AíOcov. covog, ó — 19.183.


Eubea., la isla más cercana a Beocia y al Atica; Euboea, Eu^ota, q — 3.174,
7.321.
Eumelo, hijo de Admeto y Aícestis; esposo de Iftima, la hermana de
Penélope; Eumelus, EupqAo^, ou, ó — 4.798.
Eumeo, porquerizo de Odiseo; Eumaeus, Eupatog, ó — 14.55, 165,
360, 440, 442, 462, 507, 15.307, 325, 341, 381, 486,16.7, 8, 60,
69, 135, 156, 461, 464, 17.199, 264, 272, 305, 306, 311, 380,
508, 512, 543, 561, 576, 579, 20.169, 238, 21.80, 82, 203, 234,
22.157, 194, 279.
Eupites, padre de Antínoo; Eupithes, EúrceíOqi;, eog, ó —1.383, 4.641,
660,16.363,17.477,18.42,284,20.270,21.140,256,24.422,465,
469, 523.
Euríades, pretendiente de Penélope; Euryades, Eupuádqg, ou, ó —
22.267.
Euríalo, joven feacio hijo de Náubolo; Euryalus, EupúaXo^, ó — 8.115,
127, 140, 158, 396, 400.
Euríbates, heraldo de Odiseo; Eurybates, Eupu^árq^, ou, ó —
19.247.
Euriclea, nodriza de Odiseo y despensera de Penélope; Euryclea,
EúpÚKAeia, q — 1.429, 2.347, 361, 4.742,17.31,19.15, 21, 357,
401, 491, 20.128, 134, 148, 21.380, 381, 22.391, 394, 419, 480,
485, 492, 23.25, 39, 69, 177.
Euridamante, pretendiente de Penélope; Eurydamas, EvpvSápag, avroq,
ó — 18.297, 22.283.
Eurídice, hija de Clímeno, esposa de Néstor; Eurydice, EupuSíxq, fj
— 3.452.
Euríloco, compañero de Odiseo; Eurylochus, EupúÁoyog, ó — 10.205,
207, 232, 244, 271, 429, 447, 11.23,12.195, 278, 294, 297, 339,
352.
Eurímaco, hijo de Pólibo, pretendiente de Penélope; Eurymachus, Eúpú-
pocxog, ó — 1.399, 413, 2.177, 209, 4.628, 15.17, 519, 16.345,

LVIII
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

434 17 257, 18.65, 244, 251, 295, 325, 349, 366, 387, 396,
20.359, 364, 21.186, 245, 257, 277, 320, 331, 22.44, 61, 69. <
Eurimedonte, rey de los gigantes; Eurymedon, EbpupéScov, ovto<;, o

Eurimedusa, criada de Nausícaa; Eurymedusa, EupupéSouaa, í] — 7.8.


Eurímida (Télemo), adivino, hijo de Éurimo; Eurymides, EupupíSiK,
ou, ó — 9.509.
Eurínome, una despensera y una camarera de Penélope; Eurynome,
Ebpuvó|iT|, T| — la despensera 17.495,18.164, 169, 178,19.96, 97,
20.4, 23.154, 289; la camarera 23.293.
Eunnomo, pretendiente de Penélope, hijo de Egiptio; Eurynomus,
Eupúvopog, ó — 2.22, 22.242.
Eurípilo, hijo de Télefo y Astioca, la hermana de Príamo; Eurypylus,
EupúrcoXog, ó —11.520.
Eurítida, ífito, hijo de Eurito; Eurytides, Eupuxí8r|<;, ou, ó — 21.14, 37.
Euritión, uno de los centauros; Eurytion, Eupuxícov, ©vog, ó — 21.295.
Eurito, rey de Ecalia, ciudad tesálica; Eurytus, Eupuxo^, ó — 8.224, 226,
21.32.
Evantes, hijo de Dioniso, padre de Marón; Euanthes, Euáv0T|g, oug, ó
— 9.197.
Evenórida, Liócrito, hijo de Evénor, pretendiente de Penélope; Euenorides,
EuTivopí5r|<;, ou, ó — 2.242, 22.294.

Faetonte, un caballo de Eos; Phaethon, <X>aé0<üv, ovxog, ó — 23.246.


Faetusa, hija del Sol y Neera; Phaethusa, OaéOouoa, ti — 12.132.
Faro, cierta isla situada frente a Egipto; Pharus, Oápog, ou, f| — 4.355.
eacio, habitante de la isla de Esqueria, donde reina Alcínoo; Phaeax,
Oaía^,aKog,ó —5.35,280,288,345,386,6.3,35,55,114,195,
197, 202,241, 257, 270, 284, 298, 302, 327, 7.11, 16, 39, 62, 98,
108,136,156,186,316,8.5,11,21,23,26,86,91,96,97,108,117,
188, 191, 198, 201, 207, 231, 250, 369, 386, 387, 428, 440, 535,

LIX
ODISEA

536,557,567,11.336,343,349,13.12,36,120,130,149,160,166,
175, 186, 204, 210, 302, 304, 322, 369,16.227,19.279, 23.338.
Feas, localidad de ubicación incierta; quizá una ciudad de Elide, quizá una
ciudad situada junto al río Járdano; Phea, Oeaí, al — 15.297.
Febo, epíteto de Apolo; Phoebus, Ootfkx;, ó — 3.279, 8.79, 9.201.
Fédimo, rey de los sidonios; Phdedimus, Oaíóipoc, ó — 4.617, 15.117.
Fedra, hija de Minos, rey de Creta, esposa de Teseo; Phaedra, $>aí8pa, q
— 11.321.
Femio, aedo, hijo deTerpio; Phemius, Oqptog, ó — 1.154, 337,17.263,
22.331.
Fenicia, región litoral de Siria; Phoenicia, $oivÍkt), q — 4.83, 14.291.
fenicio, fenicia, oriundo de Fenicia; Phoenix, Phoenissa, <f>oívi^, -iKoq,
ó, Ooívtaoa, q — 13.272, 14.288,15.415, 417, 419, 473.
Feras, ciudad situada junto al golfo de Mesenia, o quizá otra, en la parte su­
perior del valle del río Alfeo; Pherae, Oqpat, ai — 3.488, 15.186.
Feras, ciudad de Tesalia; Pherae, Oepai, at — 4.798.
Feres, hijo de Creteo y Tiro, quizá fundador de Feras; Pheres, Oepqg, qto<;,
ó—11.259.
Festo, ciudad de la isla de Creta; Phaestus, d’aio’tog, q — 3.296.
Fidón, rey de los tesprotos, de Tesprotia; Phido, 0et5cov, fftvo^, o —14.316,
19.287.
Fñaca, ciudad de Tesalia; Phylaca, OuZáxq [á], q — 11.290, 15.236.
Füaco, hijo de Dejon y Diomeda, padre de Ificlo; Phylacus, Ot)ZaKO<;, ó
— 15.231.
Filecio, boyero de Odiseo; Philoetius, OiZovciog, ó — 20.185, 254,
21.240, 388,22.359.
Filo, sirvienta de Helena en Esparta; Phylo, OuZtú, ouq, q — 4.125, 133.
Filoctetes, jefe de unos aqueos, hijo de Peante; Philocteta y Philoctetes,
0tZoK-tqTqg, ou, ó — 3.190, 8.219.
Filomelides, cierto rey de Lesbos; quizá patronímico, el hijo de Filomeleo;
Philomeleides o Phikmelides, 0iZopqZéíSqg y OiXouqXeíSqc, ot),
0 — 4.343,17.134.

LX
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

Forcis, divinidad marina; Phorcus y Phorcys, Oópwg, uvog, ó — 1.72,


13.96,345. , t
Fronio, itacense, padre de Noemón; Phronius, Opoviog, o — 2.386,
4.630,648. r
Frontis, hijo de Onétor y piloto de Menelao; Phrontis, Opovxtg, xióog,
ó — 3.282.
Ftía, región de Tesalia, donde reinaba Peleo, la patria de Aquiles; Phthia,
<E>0íoc, ti —11.496.

Gea, la Tierra como ser divino; Tellus, Tata, f| — 11.576.


(de) Gea, nacido de Gea, es decir, Ticio; Telluris natus, Tatfliog, ó,
q—7.324.
gerenio, anciano, epíteto de Néstor; quizá gentilicio, de la ciudad de
Gereno, o Gerenia, o Gerena (en Mesenia); Gerenius, Tepqvto^, O
— 3.68, 102, 210, 253, 386, 397, 405, 411, 417, 474, 4.161.
Geresto, ciudad y puerto de Eubea; Geraestus, Tepaiaxó<;, ó — 3.177.
gigantes, en la Odisea, raza de estatura enorme e inusitada que, como
los cíclopes, vivía en la mítica Hiperia; Giga(n)s, Tíyag, avxog, ó
— 7.59, 206,10.120.
Giras, grupo de peñascos cerca de Míconos, o cerca del Cafareo, pro­
montorio de Eubea; Gyrae, Pop ai, ai — 4.500.
(de las) Giras; Gyraea, PupaÍTi (itéxpq, T|) — 4.507.
Golpeantes, las Simplégades, ciertas rocas contra las cuales los barcos,
irresistiblemente arrastrados, se estrellaban; (Sym)plegades
ai—12.61,23.327.
gorgoneo, propio de la Gorgona, monstruo fantástico que provoca
miedo mortal, y cuya cabeza es mencionada como particularmente
terrorífica; Gorgoneus, Tópyetog, a, ov — 11.634.
Gortina, ciudad de Creta; Gortyna, Tópwv, nvog, f) — 3.294.
Gracias, hijas de Zeus y Eurínome, según Hesíodo; diosas de la belleza y
del encanto; Gratiae, Xápixeg, íxeav ai — 6.18, 8.364,18.194.

LXI
ODISEA

Gravedad (?), nombre de cierto poderoso demonio (cf. Crateis);


otros prefieren ver un nombre común, “fuerza poderosa”; Crataeis,
Kpaxaw;, fi —11.597.

Hades, hijo de Cronos y Rea, hermano de Zeus y Posidón (también, la


subterránea casa de este dios); Hades, Pluto, "Aiór|<;, on, ép. ’AÍÓt]<;,
ao, ó — 4.834,9.524,10.175, 491, 502, 512, 534, 564,11.47, 69,
150,164,211,277,425, 571,625,627,635,12.17,21,383,14.156,
208, 15.350, 20.208, 23.252, 322, 24.204, 264.
(hacia el) Hades; ad inferos, ’'A’í5óoóe — 3.410, 6.11, 10.560,
11.65,475.
Halio, hijo de Alcínoo; Halius, "AXtoq, ó — 8.119, 370.
Haliterses, amigo de Odiseo; Halitherses, 'AAtOéparic;, ou, ó — 2.157,
253,17.68, 24.451.
Harpía, ser mítico de naturaleza rapaz y horrible aspecto; Harpyia, "Ap­
ir uta, fi — 1.241,14.371, 20.77.
Hebe, diosa hija de Zeus y Hera, esposa de Heracles; Hebe, "HPr|, fi
—11.603.
Hefesto, hijo de Zeus y Hera, dios del fuego y habilísimo artífice de los
trabajos que se elaboran con el fuego; Vulcanus y Volc-, "H<paicrco<;,
ó _ 4.617,6.233,7.92, 8.268, 270, 272, 286, 287, 293, 297, 327,
330, 345, 355, 359,15.117, 23.160, 24.71, 75.
Hélade, quizá es una ciudad ubicada en la parte de Tesalia que mira al
Sur y al Oriente, entre los golfos Pagaseo y Maíiense, o toda la región
ocupada por los mirmidones, el reino de Aquiles (Od. 11,496); parece
que se llamaba Hélade también la parte de Grecia que está hacia el
sur de Tesalia (Od. 1, 334; 4, 726, etc.); Helias, Graecia, 'EAAóég,
á§og, fi — 1.344, 4.726, 816, 11.496, 15.80.
Helena, hermana de Clitemnestra, Pólux y Cástor, hija de Leda (y de
Zeus, según Homero); fue madre de Hermione, y esposa de Menelao,
de París y, tal vez, de Deífobo; Helena y Helene, 'EÁévri, fi — 4.12,
LXII
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

121,130,184,219,296,305, 569,11.438,14.68,15.58,100,104,
10¿ 123, 126, 171, 17.118, 22.227, 23.218.
Helesponto, mar o estrecho de Hele, la hija de Atamantes y hermana de
Frixo; se encuentra entre el mar Egeo y la Propóntide; Hellespontus,
'EÁAr|G7iovTO<;, ó — 24.82.
Helios, cf. “Sol”.
Hera, hija mayor de Cronos y Rea; hermana y esposa de Zeus; Iuno, "Hpa,
Ion. "Hpq, q — 4.513, 8.465,11.604,12.72,15.112, 180, 20.70.
Heracles, hijo de Zeus y Alcmena, antes llamado Alcides; Hercules,
'HpaKÁ£T|<;, éotx;, ó — 8.224, 11.267, 21.26.
(de) Heracles; Herculeus, 'Hp<XKÁT|£io<;— 11.601.
Hermes, hijo de Zeus y Maya; Mercurius, 'EppEtag, ép. 'Epgq<;, oh, ó
—1.38, 42, 84, 5.28, 29, 54, 85, 87,196, 8.323, 334, 335,10.277,
307,11.626, 12.390,14.435, 15.319, 19.397, 24.1, 10.
(de) Hermes, colina consagrada a Hermes, en Itaca; Hermaeus,
''Epiiaio; — 16.471.
Hermione, hija de Menelao y Helena; Hermione y Hermiona, Eppióvq,
f| — 4.14.
Hilácida, Cástor, hijo de Hílaco; Hylacides, 'YXaKÍSqg, ou, ó —
14.204.
Hilanderas, del verbo kXÓOoj, “tejer”, tres hijas de la Noche o de Zeus,
las cuales tejen el destino de los hombres; Clothes, KÁxdOec;, ©v, ai
— 7.197.
Hiperesia, ciudad de Acaya, que después se llamó Egira, cerca del golfo
de Corinto; Hyperesia, 'YrcEpqoíq, q, in Hyperesiam, YnEpqoíqvSE
—15.254.
Hiperia, la región que antaño habitaban los feacios, “la (región) de arriba”;
Hyperia e Hyperea, 'YrcépEia, q — 6.4.
Hiperión, quizá una forma patronímica abreviada, en lugar de “Hipe-
rionio, YKEptovírov”, hijo de Hiperión, el titán hijo de Urano y Gea,
esposo de Tía y padre del Sol; Hyperion, 'YitEpítov, ovoc, ó — 18
24,12.133,263,346,374.

LXIII
ODISEA

Hiperiónida, el Sol, hijo de Hiperión; Hyperionides, 'Y7iepiovíÓT)<;, oí),


6 — 12.176.
Hipodamia, sirvienta de Penélope; Hippodamia, 'iKTtoóápeta, 6
— 18.182.
Hipótada, Eolo, hijo de Hípotes; Hippotades, 'IrcrcoTáSin;, oí), ó — 10.2,
36.

Icario, hijo de Perieres y Gorgófona, padre de Penélope y de Iftima; Icarius,


’lKáptog, ó —1.329,2.53,133,4.797, 840,11.446,16.435,17.562,
18.159, 188, 245, 285, 19.375, 546, 20.388, 21.2, 321, 24.195.
Icmalio, cierto escultor de la madera; Icmalius, ’lKpáÁaoc;, ó — 19.57.
Idomeneo, caudillo de los cretenses en la guerra de Troya, hijo de Deu­
calión y padre de Orsíloco; Idomeneus, ’l8opeve6<;, Écdc y fjoc;, ó
— 3.191, 13.259, 14.237, 382, 19.181, 190.
Idótea, hija de Proteo; Idothea, Ei8o0éa, ép. ér|, p — 4.366.
Ificlo, hijo de Fílaco (o de Heracles); Iphiclus, ’dtptKXoq, ó, Iphicleus,
’ltpÍKZetog —11.290, 296.
Ifímedea, esposa de Aloeo; Iphimedea, ’I(pipé8eta, f| — 11.305.
ífito, hijo de Éurito; Iphitus, "ItpiTOc;, ó — 21.14, 22, 37.
Iftima, hermana de Penélope; Iphthima, ’I<p0ípr|, f) — 4.797.
Ilion, capital del reino troyano; Ilium, Ilion e Ilios, fj — 2.18,
172, 8.495, 578, 581, 10.15, 11.86, 169, 372, 14.71, 238,17.104,
293, 18.252, 19.125, 182, 193, 24.117.
(ante) Ilion; ante Ilium, ’IXtóOt— 8.581
(de) Ilion; ab Ilio y ex Ilio, ’lA.ió0ev — 9.39.
(maldita) Ilion; infaustum Ilium, KaKoiAaog, ti — 19.260, 597,
23.19.
Ilitia, diosa de las parturientas, hija de Hera; Ilithyia y Lucina, EiA.ei0T)tot,
n — 19.188.
lio, hijo de Mérmero, tesproto perito en venenos; Ilus, ?IÁ.o^, ó — 1.259.
Indómita, epíteto de Atenea; Indómita, ’ATpnTÓvrj, ti — 4.762, 6.324.

LXIV
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

Ino (= Leucótea), hija de Cadmo, hermana de Sémele y esposa de Ata­


ñíante; Ino, ’Ivó, obq, n — 5.333, 461.
Iro, de eípco, “El que dice”, nombre de un mendigo; Irus, ?Ipo<;, ó —18.6,
25, 38, 56, 73, 75, 96, 233, 239, 333, 334, 393.
no-Iro, si Iro significa “El que dice”, no-Iro es “el que carece de voz”; qui
non Irus est, ’Aípoq, o — 18.73.
ísmaro, ciudad de los cícones enTracia; Ismarus, "Iopápoq, ov», f) — 9.40,
198.
ítaca, ciudad e isla del mar Jónico, patria de Odiseo. En la Odisea hay
testimonios de que Homero, mediante Itaca se refiere a Léucade (cf.
Améis); Ithaca e Ithace, lOáicq, q — 1-18, 57, 103, 172, 247, 386,
395,401,404,2.167,256,293,3.81,4.175,555,601,605,608,643,
671, 845, 9.21, 505, 531, 10.417, 420, 463, 522, 11.30, 111, 162,
480,12.138, 345, 13.97, 135, 212, 248, 256, 325, 344, 14.98, 126,
182,189, 329, 344,15.29, 36, 267, 482, 510, 534,16.58, 124, 223,
230, 251, 419, 17.250, 18.2, 19.132, 399, 462, 20.340, 21.18, 109,
252, 346, 22.30, 52, 223, 23.122, 176, 24.104, 259, 269, 284.
(a) ítaca; in Ithacam, ’I0áKqv8e — 1.88, 163, 11.361, 15.157,
16.322.
itacense, de ítaca; Ithacensis, Ithacesius e Ithacus, ’lOaKqatoq, a, ov
— 2.25, 161, 229, 246,15.520, 22.45, 24.354, 443, 454, 531.
ítaco, héroe, hijo de Pterelao, o de Posidón y Anfímele; por él, ítaca
obtuvo su nombre, o él fue nombrado a partir de ítaca; Ithacus,
’zI0áKo<;, ó —17.207.
Itilo, hijo de Zeto (más conocido comoTereo) y Aedon (= ruiseñor), una
hija de Pandáreo; Itylus, HinA-oq, ó — 19.522.

Járdano, río de Creta; Iardanus, ’lápóavoq [-8a-], ó — 3.292.


Jasida, hijo de Jaso, 1) Anfión, rey de Orcómenos; b) Dmétor, rey de
Chipre; Iasides, ’Iaaí8qq, ou, ó — 1) 11.283; 2) 17.443.
Jasion, hermano de Dárdano; Iasius y Iasion, ’laaúov, tovoq, ó 5.125.

LXV
ODISEA

Jaso, quizá un rey del Peloponeso, por el cual se dice “Argos de Jaso”;
Iasus, "'Iaaoc — 18.246.
Jasón, hijo de Esón, jefe de los argonautas; laso y lason, ’láatov, ovog, ó
— 12.72.
Jolcos, ciudad de Tesalia; Iolcos y Iolcus, ’IoccúÁkcx;, T| — 11.256.

Lacedemón, el reino de Menelao; la parte sur del Peloponeso situada


hacia el golfo Lacónico, entre Arcadia, el mar Mirtoo y Mesenia;
Lacedaemo(n), onis, AccKeSaípcov, ovo<;, q — 3.326, 4.1, 313, 702,
5.20, 13.414, 440, 15.1, 17.121, 21.13.
Laerces, un orfebre; Laerces, AaépKqg, ou<;, ó — 3.425.
Laertes, hijo único de Arcisio y padre de Odiseo; Laertes y Laerta,
Aaépxq?, ou, ó — 1.189, 430,2.99, 4.111, 555, 738, 8.18, 9.505,
531, 14.9, 173, 451, 15.353, 483, 16.118, 138, 302, 19.144,
22.185, 191, 336, 24.134, 192, 206, 207, 270, 327, 365, 375,
498, 513.
Laertíada, Odiseo, hijo de Laertes; Laertiades, Aaepxtáóqí;, ou, o
— 5.203, 9.19, 10.401, 456, 488, 504, 11.60, 92, 405, 473, 617,
12.378,13.375,14.486,16.104,167,455,17.152, 361,18.24, 348,
19.165, 262, 336, 583, 20.286, 21.262, 22.164, 339, 24.542.
Lamo, hijo de Posidón y rey de los lestrigones, fundador de la ciudad de
Telépilo; Lamas, Aápog, ó — 10.81.
Lampetia, hija del Sol y Neera; Lampetia, AapTtexíq, q — 12.132,
375.
Lampo, un caballo de Eos; Lampas, Aáprcoc;, ó — 23.246.
Laodamante, hijo de Alcínoo; Laodamas, Aao8<xp<x<;, avxoc;, o — 7.170,
8.117, 119, 130, 132, 141, 153, 207, 370.
lápitas, pueblo de Tesalia; Lapithae, AarcíOat [kÍ0], cov, ot — 21.297.
Leda, hija de Testio, esposa de Tíndaro, madre de Cástor y Pólux, de
Helena y Clitemnestra; Leda, AqSa, a<;, ép. Aq8q, q — 11.298.
Lemnos, ciudad e isla situada al norte del mar Egeo, vecina de Tracia,

LXVI
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

consagrada a Hefesto; Lemnos y Lemnus, Aqgvog, q — 8.283, 294,


301.
Lesbos, isla del mar Egeo, situada hacia el golfo Adramiteno; Lesbos y
Lesbus, Aeo^og, ou, q 3.169, 4.342,17.133.
lestrigón, lestrigones, pueblo que habita la ciudad de Telépilo; Laestrygon,
AaiaTpvyov, óvog, o — 10.106, 119, 199.
lestrigonio, propio de los lestrigones; Laestrygonius, Aceten p-oyóviog, a,
ov — 10.82,23.318.
Leto, una mujer de Zeus, madre de Apolo y Ártemis; Leto y Latona, Aqró,
ohg, q — 6.106, 11.318, 580.
Léucade, isla del mar Jónico. Homero dice AenKaóa Ttérpqv, literal; “la
roca Léucade”; quizá se trata de una roca “blanca” por donde Hermes
conducía hacia el Hades a las almas de los muertos. A partir de esta
roca, posteriormente recibió la isla su nombre; Leucas, AeBKag,
á8og, q — 24.11.
Leucótea, diosa, que antes fue Ino, hija de Cadmo; Leucothea, Ae'üKoGéa,
ag, q — 5.334.
Libia, región marítima de África, cercana a Egipto; Libya, Ai^óq, q
— 4.85, 14.295.
Liócrito, pretendiente de Penélope, hijo de Evénor; Liocritus, AetCúKptTog,
ó — 2.242, 22.294.
Liodes, ministro de ofrendas de los pretendientes, hijo de Énope; Liodes,
' AetóSqg, ong, ó — 21.144, 168, 22.310.
lotofagos, que se alimentan con frutos de loto; pueblo que habitaba en
laregión ^irtes; Lot°P^ AcoTotpáyot, oi — 9.84, 91, 92,

Malea, promontorio de Laconia que da hacia el Sur, escarpado, abrupto


y muy peligroso para los marineros; Malea, MáAeia, q__ 3 287
4.514, 9.80, 19.187.
Mancio, hijo de Melampo; Mantius, Mcevriog, ó — 15.242, 249.

LXVII
ODISEA

Maratón, ciudad de Ática situada en el campo de Maratón, distinta del


pueblo que hoy se llama MapaOcovoc;; Marathón, MapaGcóv, ¿ovoc
ó, q — 7.80.
Marón, hijo de Evantes y sacerdote de Apolo; Maro, Mápcov, covo<; ó
— 9.197.
Mastórida, hijo de Mástor (Haliterses); Mastorides, Maoxopíóqc__ 2 158
24.452.
Maya, hija de Atlante, madre de Hermes por obra de Zeus; Maia, Matág,
á8o<;, q — 14.435.
Medonte, heraldo itacense que estaba con los pretendientes; Medon,
MéScov, ovto<;, ó — 4.677, 696, 711,16.252, 412, 17.172,22.357,
361, 24.439, 442.
Megapentes, hijo de Menelao y una esclava; Megapenthes, Meya7tévGqg,
ovg, ó — 4.11, 15.100, 103, 122.
Mégara, hija de Creonte, esposa de Heracles; Megara, Meyápa [ya], q
— 11.269.
Melampo, célebre “adivino intachable” (Od. 11.291), hijo de Amitaón,
padre de Mancio y Antífates; Melampus, MeÁágreoxx;, oSoq, ó
— 15.225.
Melaneo, itacense, padre de Anfimedonte; Melaneus, MeZaveóg, Écog y
qog, ó — 24.103.
Melando (o Melanteo), hijo de Dolio y cabrero de Odiseo; Melantheus
o Melanthius, MeÁavGeng, éco<;, o MeÁávGiog, ó — 17.212, 247,
369, 20.173, 255, 21.175, 176, 181, 265, 22.135, 142, 152, 159,
161, 182, 195, 474.
Melanto, desvergonzada sierva de Penélope, hija de Dolio; Melantho,
MeÁavGó, on<;, q — 18.321, 19.65.
Memnón, hijo de Titono y Eos, rey de lo etíopes; Memnon, Mepvcov,
ovoq, ó —11.522.
Menelao, hijo de Arreo, nieto de Pélope, esposo de Helena; Menelaus,
MevéÁocog, ó — 1.285, 3.141, 168, 249, 257, 279, 311, 317, 326,
4.2,16,23,26,30,46,51,59,76,116,128,138,147,156,168,185,

LXVIII
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

203, 217, 235, 265, 291, 307, 316, 332, 561, 609, 8.518, 11.460,
13.414,14.470,15.5,14, 52, 57, 64, 67, 87, 92, 97, 110, 133, 141,
147, 167, 169,207,17.76, 116, 120, 147, 24.116.
Menetíada, Patroclo, hijo de Menecio; Menoetiades, MevomáóiK [«],
6 — 24.77.
Mentes, hijo de Anquíalo y rey de los tafios, huésped de Odiseo; Mentes,
MévTiK» ot), 6 — 1.105, 180, 418.
Mentor, hijo de Álcimo y amigo de Odiseo; Mentor, Mcvxcop, opoq, o
— 2.225,243,253,268,401,3.22,240,4.654,655,17.68,22.206,
208, 213, 235, 249, 24.446, 456, 503, 548.
Mera, hija de Preto y Antea, madre de Locro por obra de Zeus; Maera,
Maipa, f| — 11.326.
Mermérida, lio, hijo de Mérmero; Mermerides, Meppepíórig, ot), 6
— 1.259.
Mesaulio, sirviente de Eumeo; Mesaulius, MeaaóAioq, ó — 14.449,
455.
Mesene, región en torno a Feras, donde habitaban Diocles y Ortíloco;
posteriormente se llamó Mesenia; Messene y Messena, Meoor]vr|, f)
— 21.15.
mesenio, de Mesene; Messenius, Meaaf|vio<;, a, ov — 21.18.
Micenas, residencia de Agamenón, ciudad del Peloponeso; Mycenae y
Mycene, MvKrjvat, ai y Mt)icr|V'n, 6 — 3.305, 21.108.
Mícene, hija de Inaco, esposa de Aréstor; Mycene, Mt)KT|vq, T] — 2.120.
Mimante, promontorio de Meonia, cerca de la isla de Quíos; Mimas,
Mípaq, avxoq, 6 — 3.172.
minia, epíteto de la ciudad de Orcómeno a partir de “Minio”, uno de
sus reyes, o el río que pasa por ahí; Minyeius, Mivurfiot;, tj, ov
— 11.284.
Minos, rey de Creta, hijo de Zeus y de la hija de Fénix que después se
llamó Europa; engendró a Ariadne y a Deucalión; cf. “Radamanto”;
Minos, Mívcoq, co y cooq, 6 — 11.322, 568, 17.523, 19.178.
mirmidones, pueblo que habitaba ciertas regiones de Tesalia y era

LXIX
ODISEA

súbdito del rey Peleo; Myrmidones, MupgtSóvec, cov oi — 3 188


4.9,11.495. ’
Multo, heraldo duliquiense al servicio de Anfínomo; Mulius, MoúZioc
o — 18.423.
Musa, diosa del canto. Las Musas son hijas de Zeus, según la Ilíada, y, de
acuerdo con los Himnos homéricos y la Teogonia de Hesíodo, su madre
es Mnemósine. Homero no menciona su número; en la Odisea, 24.
60, se dice que son nueve, pero todos han dicho y dicen que ese verso
es espurio; Musa, Mouoa, n — l.l, 8.63, 73, 481, 488, 24.60. 62.

Nadie, nombre ficticio de Odiseo; Nullus, Nemo, Outk;, ó — 9.366 (bis),


369, 408, 455, 460.
Naubólides, Euríalo, hijo de Náubolo, joven feacio; Naubolides, Nau-
boXíóqc;, od, ó — 8.116.
Nausícaa, hija de Arete y Alcínoo, el rey de los feacios; Nausicaa, NauotKÚa,
q — 6.17, 25, 49, 101, 186, 213, 251, 276, 7.12, 8.457, 464.
Nausítoo, hijo de Posidón y Peribea, padre de Rexénor y Alcínoo;
Nausithous, NauoíOoot;, ó — 6.7, 7.56, 62, 63, 8.565.
Nauteo, joven feacio; Nauteus, NauTEtx;, eax;, ó — 8.112.
náyades, ninfas de las fuentes; cf. Ninfas; Naiades, NataSeg, ai—13.104,
348>356.
Neera, ninfa que, por obra del Sol, fue madre de Lampetia y de Faetusa;
Neaera, Néatpa — 12.133.
Neleo, hijo de Posidón y Tiro, y padre de Néstor; Neleus, Nr|Áeug, eco<; y
fioc;, ó — 3.4, 409, 11.254, 281, 288, 15.229, 233, 237.
(de) Neleo; Neleius, NT|Á,f|iog, a, ov — 4.639.
Nelida, Néstor, hijo de Neleo; Nelides, Nt|X£Í8t|c; ép. Nr|Ar|id8T|<;, ou, ó
— 3.79, 202, 247, 465-
Neoptólemo, también llamado Pirro, hijo de Aquiles y Deidamia; Neop-
tolemus, NeoktÓXepoí;, ó — 11.506.
Nérico, ciudad de Acarnania; Nericus, Nf|ptKog, fj — 24.377.

LXX
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

Nérito, itacense; Neritus, NqpiTog, ó — 17.207.


Nérito, boscoso monte de ítaca; Neritum, NtipiTov, to — 9.22, 13.351.
Néstor, hijo de Neleo y Cloris, padre de Pisístrato, Trasimedes, Antíloco,
Equefrón, Estrado, Perseo, Areto y Policasta, y rey de Pilos; Néstor,
Néaicop, opo<;, ó — 1.284, 3.17, 32, 57, 68, 79, 102, 202, 210,
244, 247, 253, 345, 386, 397, 405, 411, 417, 436, 444, 448, 452,
465,469,474,4.21, 69,161,186,191,209,303,488,11.286, 512,
15.4, 144, 151, 194, 17.109, 24.52.
Nestórida, hijo de Néstor; Nestorides, NeaTopíSqg, ot), ó — 3.36, 482,
4.71, 155, 15.6, 44, 46, 48, 166, 195, 202.
Neyo, monte de ítaca; Neion, Nífíov, to — 1.186.
(a los pies del) Neyo; sub Neio situs, 'Y7tovr|io<;, ó, q — 3.81.
Ninfas, hijas de Zeus, que habitan en las fuentes {creneas o náyades), o
en los campos {agrónomas), o en los montes {orestíadas}-, Nymphae,
Nh(i(pai, ai — 6.105, 123, 9.154, 12.318, 13.104, 107, 348, 350,
355, 356, 14.435, 17.211, 240.
Niso, hijo de Areto, padre de Anfínomo, habitaba en Duliquio; Nisus,
Niaog, ó — 16.395, 18.127, 413.
Noemón, itacense, hijo de Fronio; Noemon, Noripcov, ovog, ó — 2.386,
4.630, 648.

Océano, dios y río; dios origen de todas las cosas y dioses, esposo deTetis
y padre de Perse y Eurínome; río que circunda a la tierra, y del cual
se originan todos los ríos y todo el mar, todas las fuentes y pozos;
Oceanus, ’QKeavó<;,ó— 4.568, 5.275,10.139, 508, 511,11.13, 21,
158, 639, 12.1, 19.434, 20.65, 22.197, 23.244, 347, 24.11.
Ocíalo, joven feacio; Ocyalus, ’fíKÓáÁng, ó — 8.111.
Odiseo, hijo de Laertes y Anticlea, esposo de Penélope, padre deTelémaco
y rey de ítaca; Ulixes, ’O8t)a(a)e-óg, écog, y íjog, ó — 1.21, 48, 57,
60, 65, 74, 83, 87, 103, 129, 196, 207, 212, 253, 260, 265, 354,
363, 396, 398, 2.2, 17, 27, 35, 59, 71, 96, 163, 173, 182, 225,

LXXI
ODISEA

233, 238, 246, 259, 279, 333, 342, 352, 366, 394 415 □ ca 9A
98, 121, 126, 163, 219, 352, 398, 4.107, 143, 151, 241 254 27n
280, 284, 287, 328, 340, 345, 625, 674, 682, 689, 715,’ 74l’ 763’
799, 5 5, 11, 24, 31, 39, 81, 149, 171, 198, 203, 214, 229,’ 233
251, 269, 287, 297, 336, 354, 370, 387, 398, 406, 436, 481’ 48ó’
491, 6.1, 14, 113, 117, 127, 135, 141, 212, 217, 224, 248,’249
254, 320, 322, 331, 7.1, 14, 15, 21, 43, 81, 133, 139, 142, 145
168, 177, 207, 230, 240, 302, 329, 341, 344, 8.3, 9, 23,75, 83, 92
144, 152, 165, 199, 264, 367, 381, 412, 446, 459, 463, 474, 486,’
494, 502, 517, 521, 531, 9.1, 19, 504, 512, 517, 530, 10.64, 251,
330, 378, 401, 436, 456, 488, 504,11.60, 92, 100, 202, 354, 363,’
377, 405, 444, 473, 488, 617, 12.82, 101, 184, 279, 378,13.4, 28,’
35, 56, 63, 73, 117, 124, 126, 131, 137, 187, 226, 250,311, 353,
367, 375, 382, 413, 416, 440, 14.4, 29, 30, 51, 76, 144, 148, 152,
159, 161, 167, 171, 174, 191, 321, 323, 364, 390, 424, 437, 439,
447, 459, 470, 484, 486, 515, 520, 523, 526, 15.2, 59, 63, 157,
176, 267, 301, 304, 313, 337, 340, 347, 380, 485, 522, 554,16.1,
5, 34, 42, 48, 53, 90, 100, 104, 119 (bis), 139, 159, 162, 164, 167,
177, 186, 194, 201, 204, 225, 258, 266, 289, 301, 328, 407, 430,
442, 450, 452, 455, 17.3, 16, 34, 103, 114, 131, 136, 152, 156,
157, 167, 183, 192, 216, 230, 235, 240, 253, 260, 264, 280, 292,
299, 301, 314, 327, 336, 353, 361, 389, 402, 412, 453, 506, 510,
522, 525, 538, 539, 560, 18.8, 14, 24, 51, 66, 90, 100, 117, 124,
253, 281, 311, 312, 313, 326, 337, 348, 350, 356, 365, 384, 394,
417, 420, 19.1, 8, 31, 41, 51, 65, 70, 84, 102, 106, 126, 136, 141,
164, 165, 185, 209, 220, 225, 237, 239, 248, 250, 259, 261, 262,
267, 270, 282, 286, 293, 304, 306, 313, 315, 335, 336, 358, 381,
382, 388, 409, 413, 416, 430, 437, 447, 452, 456, 473, 474, 479,
499, 506, 554, 556, 571, 582, 583, 585, 596, 603, 20.1, 5, 36, 80,
92, 104, 117, 120, 122, 165, 168, 177, 183, 205, 209, 226, 231,
232, 239, 248, 257, 265, 281, 283, 286, 290, 298, 300, 325, 329,
332, 369, 21.4, 16, 20, 31, 34, 38, 74, 94, 99, 129, 158, 189, 190,

LXXII
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

195, 197, 204, 223, 225, 227, 244, 254, 262, 274, 314, 357, 379,
393,404,409,414,432,22.1, 15,26, 34,45, 60, 81, 89, 105, 115,
129’ 141, 143, 147, 163, 164, 170, 191, 202,207, 213, 221, 225,
22¿ 238’ 253, 261, 266, 281, 283, 291, 292,310, 312, 320, 336,
337,’ 339, 342, 344, 371, 381, 390, 401, 406,409, 430, 450, 479,
490, 493, 495, 498, 23.7, 18, 27, 45, 67, 89, 108, 111, 129, 153,
181 ’ 206’, 208, 209, 247, 263, 306, 320, 345, 348, 370, 24.100,
116, 119, 125, 131, 149, 151, 154, 172, 176, 187, 192, 195, 213,
220, 232, 241, 302, 309, 328, 330, 346, 348, 356, 391, 392, 398,
406, 409, 416, 424, 440, 443, 445, 447, 480, 482, 490, 494, 497,
501,504, 526, 537, 541,542.
(de) Odiseo; Odyse'ius y Ulixeus, ’Oóncrriíog — 18.353.
Ogigía, lejana isla de Calipso, situada en medio del mar; Ogygia, ’fíyuyía,
f, _ 1.85, 6.172, 7.244, 254, 12.448, 23.333.
Oicleo, hijo de Antífates y padre de Anfiarao; Oecles, f|O<;, ó
— 15.243, 244.
olímpico, olimpio, que habita en el Olimpo; Olympius, ’OÁúpTriOí;, ov
— 1. 27, 60, 2.68, 3.377, 4.74, 173, 722, 6.188, 15.523, 20.79,
23.140, 167.
Olimpo, monte situado en las fronteras de Tesalia y Macedonia, residencia
de los dioses; Olympus, "OXognog, on, ó — 1.102, 6.240, 8.331,
10.307, 11.313, 315, 12.337, 14.394, 15.43, 18.180, 19.43, 20.55,
73, 103, 24.351, 488.
(al) Olimpo; ad Olympum, OuA,n|inóv8e — 6.42.
Onetórida, Frontis, hijo de Onétor; Onetorides, ’OvT]Topí8r|g, ot>, ó
— 3.282.
Ope, hijo de Pisénor, y padre de Euriclea; Ops, Tlrcog, ó — 1.429,
2.347, 20.148.
Orcomeno, antiquísima ciudad de Beocia, situada junto al lago de Copas,
el Copaide; Orchomenus, ’Op%opevó<;, ó — 11.284, 459.
Orestes, hijo de Agamenón y Clitemnestra; Orestes, ’OpéaTTjg, 00, ó
— 1.30, 40, 298, 3.306, 4.546, 11.461.

LXXIII
ODISEA

Onón, cazador gigantesco, y constelación muy visible, situada ¡unto a


Tauro, entre el Norte y el Poniente; Orion, ’Qpíwv, covoc ó —5 121
274,11.310, 572.
Ormenida, Ctesio, hijo de Ormeno; Ormenides, ’0ppeví8n<;, oo, ó

Orsíloco, cretense, hijo de Idomeneo; Orsilochos, ’OpaíXoXo5, ó


— 13.260.
Ortigia, isla fabulosa situada junto a Siria, en el lejano Poniente; Ortygia,
y -gie, ’Opxuyta, a<;, T| — 5.123,15.404.
Ortíloco, hijo de Alfeo, padre de Diocles y rey de Feras; Ortilochus,
’OpxíXoxoc;, ó — 3.489, 15.187, 21.16.
Osa, el astro llamado Osa mayor, y Carro; Arctos y Arctus, septentriones,
’'ApKTO<;, f| — 5.273.
Osa, monte de Tesalia; Ossa, vOooa, f) — 11.315 (bis).
Oto, hijo de Aloeo (o Posidón) e Ifimedea; Otos y Otus, ó
— 11.308.

Pafos, ciudad de Chipre; Paphos y Paphus, nátpoi;, T| — 8.363.


Palas, sobrenombre de Atenea; Pallas, Minerva, llaXAág, áSog, f|
— 1.125, 252, 327, 2.405, 3.29, 42, 222, 385, 4.289, 828, 6.233,
328,7.37,8.7,11.547,13.190, 252, 300, 371,15.1,16.298,19.33,
20.345, 23.160, 24.520, 547.
Pandáreo, hijo de Mérope, o de Hermes y Méropa, padre de Aedon,
Cleotera y Méropa; Pandareus, IlavSápeog, ó — 19.518, 20.66.
Panopeo, ciudad de Fócida, entre Atenas y Delfos (cf. Pito); Panopeus,
navoKeúq, écoq, y ó — 11.581.
Parnaso, monte de Fócida, ubicado entre los dos pueblos Locros y la
Dórida; Parnasus, Tlapvaaóg, ó — 19.432, 24.332.
(hacia el) Parnaso; in Parnasum, riapvT|GÓv8e—19.394, 411,466,
21.220.
Patroclo, hijo de Menecio y amigo de Aquiles; Patroclus, náxpOKÁoc;, o
— 3.110, 11.468,24.16, 77, 79.

LXXIV
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

Peante, padre de Filoctetes; Poea(n)s, rioía<;, avxog, ó.


(hijo de) Peante, es decir, Filoctetes; Poeantius, Flotávxiog, a, ov
— 3.190.
pelasgos, pueblo que en tiempos antiquísimos habitó Grecia y Macedonia;
Pelasgi, FleXaayot, oi — 19.177.
Peleo, hijo de Eaco, y padre de Aquiles; Peleus, F[t|Xeóg, étog, y fjog, ó
— 11.478, 494, 505, 24.36.
Pelias, hijo de Posidón y Tiro, rey de Jolcos; Pelias, FleXíac;, ot), ó
—11.254, 256.
Pelida, Aqules, hijo de Peleo; Pelides, nqÁeíÓq;, ép. -Xqüx5q<;, ot), ó
— 5.310, 8.75,11.467, 470, 551, 557, 24.15, 18, 23.
Pelio, monte de Tesalia situado en Magnesia, al lado sur del Osa; Pelion,
ütiÁiov, xó — 11.316.
Penélope, hija de Icario, y de cierta Peribea, hermana de Iftima, esposa de
Odiseo y madre de Telémaco; Penelope y Penelopa, IIqvEÁÓ7tq. poét.
riT|V£ÁÓ7t£ia, h — 1.223, 329, 2.121, 274, 4.111, 675, 679, 680,
721, 787, 800, 804, 808, 830, 5.216, 11.446,13.406,14.172, 373,
15.41, 314,16.130, 303, 329, 338, 397,409,435,458,17.36, 100,
162, 390, 492, 498, 528, 542, 553, 562, 569, 575, 585, 18.159,
177, 244, 245, 250, 285, 322, 324, 19.53, 59, 89, 103, 123, 308,
349, 375, 376, 476, 508, 559, 588, 20.388, 21.2, 158, 311, 321,
330, 22.425, 482, 23.5, 10, 58, 80, 104, 173, 256, 285, 24.194,
198, 294, 404.
Peón, médico de los dioses que, en la Ilíada, cura a Hades y a Ares; por
eso, los médicos son “linaje de Peón”; Paeon, IIaiT|(OV, qovog, ó
— 4.232.
Peribea, hija de Eurimedonte, y madre de Nausítoo por obra de Posidón;
Periboea, PlEpípoia, f| — 7.57.
Periclímeno, hijo de Neleo y Cloris; Periclymenus, riepiKÁ'úp.evog, ó
— 11.286.
Perimedes, compañero de Odiseo; Perimedes, FlepipqSqg, oug, ó —11.23,
12.195.

LXXV
ODISEA

Pero, hija de Neleo y Cloris; Pero, ÍIr|pG), ou<;, T] — 11.287.


Perse, hija de Océano, madre de Circe y Eetes por obra del Sol; Perse,
ílepari, fj — 10.139.
Persefone, hija de Zeus y Deméter; Proserpina, riepaetpóvT), fj__ 10.491,
494, 509, 534, 564, 11.47, 213, 217, 226, 386, 635. ’
Perseo, hijo de Néstor; Perseus, Eíepaeó^, écog y fjo<;, ó — 3.414, 444.
Pieria, región de Macedonia, situada al norte de Tesalia y consagrada a
las Musas; Pieria, Iliepía, r) — 5.50.
Pilos, ciudad de Mesenia, patria de Néstor; Pylus, núXog, Tj__ 1.93,
284, 2.214, 308, 326, 359, 3.4, 485, 4.599, 633, 639, 702, 713,
5.20,11.257, 285,459,14.180,15.42, 193, 226, 236, 541,16.131,
17.109, 21.108, 24.152, 430.
(hacia) Pilos; Pylum, IlvXóvóe — 2.317, 3.182, 4.656, 13.274,
16.24, 142, 17.42.
(desde) Pilos; e Pylo, ITuAÓOev — 16.323.
pilio, de Pilos; Pylius, ITúÁio<;, a, ov — 3.31, 59, 15.216, 227.
Píreo, itacense, hijo de Clitio; Piraeus, Ileípaiog, ó —15.539, 540, 544,
17.55, 71,74, 78, 20.372.
Piriflegetonte, río del inframundo; Pyriphlegethon, IIvpKpXeyéGcúv,
ovTog, ó — 10.513.
Pirítoo, rey de los lapitas, hijo de Zeus y Día; cuando se casó con Hipo-
damia, invitó a los centauros; Pirithous, IleipiOoog, ó — 11.631,
21.296, 298.
Pisandro, pretendiente de Penélope, hijo de Políctor; Pisandrusy Pisander,
rieíoavópog, ó — 18.299, 22.243, 268.
Pisénor, itacense, un heraldo en el palacio de Odiseo; Pisenor, üeiarivap,
opo<;, ó — 2.38.
Pisenórida, Ope, hijo de Pisénor; Pisenorides, ITei<7r)vopí5r)!;, ov, o
— 1.429, 2.347, 20.148.
Pisístrato, hijo de Néstor; Pisistratus, EleioíoTpatog, ó — 3.36, 400,
415, 454, 482, 4.155, 15.46, 48, 131, 166.
Pito, ciudad y región de Fócida, situada al pie del monte Parnaso; pos-

LXXVI
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

teriormente se llamó Delfos; Pytho(n), ITuGco, oo^, T| 8.80.


(a) Pito; Pythonem, o Pythonem versus, IluOóSe — 11.581.
Pléyades, constelación situada cerca de Tauro; Pleiades, nXqüxÓeg, ai

— 5-272-
Pólibo, nombre de cuatro personajes; Polybus, nóXupog, ó — 1) padre
de Eurímaco 1.399, 2.177, 15.519, 16.345, 434, 18.349, 20.359,
21.320; 2) egipcio, esposo de Alcandra 4.126; 3) artesano entre los
feacios 8.373; 4) pretendiente de Penélope, 22.243, 284.
Policasta, la hija menor de Néstor; se dice que posteriormente se casó
conTelémaco; Polycasta, noInKaoiq, q — 3.464.
Políctor, un itacense que construyó una fuente cerca de ítaca; Polyctor,
rioXÚKTíop, opo<;, ó — 17.207.
Polictórida, Pisandro, hijo de Políctor (¿el constructor de la fuente?);
Polyctorides, rioX'UKTOpíóqg, on, ó — 18.299, 22.243.
Polidamna, esposa de Ton, el egipcio; Polydamna, IloXúSoqiva, q
— 4.228.
Polifemo, cíclope, hijo de Posidón y Toosa, y cegado por Odiseo; Poly-
phemus, EloXútpqpOí;, ó — 1.70, 9.403, 407, 446.
Polifides, adivino, hijo de Mancio y padre de Teoclímeno; Polyphides,
noXuípetSq^, ong, ó — 15.249, 252.
Polineo, padre de Anfíalo; Polyneus, noÁúvqo<;, ó — 8.114.
Polipemón, rey de Alibante (de TtoÁDTtápayv, que tiene muchas po­
sesiones) .
(hijo de) Polipemón, Afidante; Polypemonides, noA/U7tqjioví5q<;,
011,0 — 24.305.
Politersida, Ctesipo, hijo de Politerses; Polythersides, rioÁuOepaeíSqg,
od, ó — 22.287.
Polites, compañero muy querido de Odiseo; Polites, IIoAÍTqg, ou, ó
— 10.224.
Polux, hijo de Leda y Zeus, hermano de Castor, Clitemnestra y Helena;
Pollux, noÁ/uSeÚKqg, eog, ó — 11.300.
Ponteo, joven feacio; Ponteus, flovieóg, écog, ó — 8.113.

LXXVII
ODISEA

Pontonoo, heraldo feacio; Pontonous, riovxóvooi;, ó — 7 179 182 8 65


13.50,53. ‘ ‘ ’
Posidón, dios del mar, hijo de Cronos y Rea, hermano de Zeus y Hades;
Neptunus, íloaetócov, ¿6vo<;, ép. -Sátov, ó — 1.20, 68, 73, 74, 77,
3.43, 54, 55, 178, 333, 4.386, 500, 505, 5.339, 366, 446, 7.56,
61, 271, 8.322, 344, 350, 354, 565, 9.283, 412, 526, 528, 11.130,
252, 306, 399, 406, 13.146, 159, 173, 181, 185, 341, 23.234, 277^
24.109.
(templo de) Posidón, en la ciudad de los feacios; Posideum, rioai8f|'tov,
xó — 6.266.
pramnio, vino fuerte y seco, hecho con uvas de una región incierta;
Pramnius, ripáp-vetoq, ó — 10.235.
Príamo, rey de Troya; Priamus, ripíap.o<;, ó — 3.107, 130,5.106,11.421,
533, 13.316, 14.241, 22.230.
Primneo, joven feacio; Prymneus, ripuiuveó^, écog, ó — 8.112.
Procris, hija del rey Erecteo, esposa de Céfalo, matada involuntariamente
por éste en una cacería; Procris, ripÓKpu;, tog, T| — 11.321.
Proreo, joven feacio; Proreus, npcopeD^, £to<;, o — 8.113.
Proteo, dios marino, quizás hijo de Posidón; Proteus, riptoxEng, -ecog, ó
— 4.365,385.
Psiria, isla del mar Egeo, situada al noroeste de Quíos; Psyria, 'Enpir),
q —3.171.

Quíos, isla del mar Egeo, situada cerca del litoral de Asia Menor; Chius,
Xto<;, q — 3.170, 172.

Radamanto, hijo de Zeus y Europa, hermano de Minos; como éste,


sigue juzgando en el inframundo, como lo hacía en vida, igual que
Heracles sigue cazando, como lo hacía en la tierra; Rhadamanthus,
'Pa5á|iav0x><;, t>o<;, ó — 4.564, 7.323.

LXXVIII
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

Rexénor, hijo de Nausítoo y hermano de Alcínoo; Rexenor, Pr|£.ñvcop,

opog, ó — 7.63, 146.


Ritro, puerto de ítaca; Rhithrum, 'PetOpov, to 1.186.

Salmoneo, hijo de Eolo; Salmoneus, LaÁpcoveix;, écog y íjog, o —

11.236.
Same (o Samos), es, según Giseke, Cefalenia, isla del mar Jónico, a la
cual, según algunos, Homero llamaba Duliquio. Según Dórpfeld, en
Améis, Same es la isla que en tiempos históricos se llamó Itaca, la
actual Thiaki; Same, Zocjir), T| — 1.246, 9.24, 15.367, 16.123, 249,
19.131, 20.288.
Samos, cf. Same; Samos, Lapo<;, T| — 4.671, 845, 15.29.
Sicania, es decir, Sicilia; Triquetra, Sicilia, ZiKavtT|, í| — 24.307.
sículo, siciliano, de Sicilia; Siculus, £ik£Á.O£, tj, ov — 20.383, 24.211,
366, 389.
Sidón, ciudad capital de los fenicios; Sidon, ZiSíDV, covog, T] — 15.425.
Sidonia, región del litoral de Siria; Sidonia, ZtSovía, f| — 13.285.
sidonios, habitantes de Sidón; Sidonii, Ztóóvtoi, ícov, oi — 4.84, 618,
15.118.
sintios, pueblo deTracia que habitaba junto al río Estrimón; de allí fueron
expulsados hacia el Atica por los Peones, y, expulsados de Ática, lle­
garon a Lemnos; Sinti y Sintii, ZívTteg, cov, oi — 8.294.
Sirenas, míticas doncellas que, según Homero, eran dos y habitaban en la
florida pradera de una isla situada entre Escila y la isla de Circe; Sirenes,
Eetptjveq, cov, ai — 12.39, 42, 44, 52, 158, 167, 198, 23.326.
Siria, isla incierta situada arriba de Ortigia, en el poniente; los antiguos
la identificaban con Siros, una de las Cicladas; Syria, Zoprq, f|
— 15.403.
Sisifo, astutísimo hijo de Eolo y Enárete, y rey de Corinto; se cuenta
que, en vida, delató a Zeus cuando éste se robó a Egina, que burló
a los dioses y que incluso encadenó a la muerte; Sisyphus, Eícutpog,
ó— 11.593.

LXXIX
ODISEA

Sol, dios hijo de Hiperión y Eurifaesa, hermano de Eos y de la Luna; con


Perse engendró a Eetes y a Circe, y con Neera, a Lampetia y Faetusa,
que cuidaban sus rebaños en la isla Trinacia; Helios, Sol, "HÁiog,
poét. ’HéXtoc;, ó — 1.8, 3.1, 8.271, 302, 10.138, 11.16, 109, 12.4,’
128, 133, 176, 263, 269, 274, 323, 343, 346, 353, 374, 385, 398,’
19.276,433,23.329,24.12.
solimos, perteneciente a los solimos, pueblo que habitaba en Licia; Solymi,
LóÁb|iot, cúv, ot — 5.283.
Sueño, dios del sueño; los Sueños, según Hesíodo, son hijos de la Noche;
Somnium, 'Oveipoq, ó — 24.12.
Sunio, promontorio que está al sur de Atenas, con un templo dedicado
a Atenea; Sunium y Sunion, Loúviov, to — 3.278.

Tafos, isla del mar Jónico, situada al norte de ítaca, entre la costa de
Acarnania y la isla de Léucade; Taphus, Tóupoq, q — 1.417.
taños, de Tafos, habitantes de la isla de Tafos; pueblo de comerciantes y
piratas, de origen incierto; Taphii, Tátptoi, oí — 1.105, 181, 419,
14.452, 15.427, 16.426.
Taigeto, gran monte de Laconia, rico en metales y en mármol, al oriente
de Mesenia; Taygetum, Tauyexov, xó — 6.103.
Tántalo, rey de los Sípilos, en Frigia; se dice que fue hijo de Zeus y Pluto
(la hija del Océano), padre de Pélope y Níobe, y que, tras revelar
secretos de los dioses y robarles néctar y ambrosía, Zeus lo castigó
en el Hades; Tantalus, TávxaXot;, ó — 11.582.
tebano, deTebas; Thebanus, ©qpaíog, oda, aíov — 10.492.
Tebas, 1) ciudad capital del Egipto superior, tenía 100 puertas; 2) ciudad
de Beocia fundada por Cadmo y amurallada por Anfión y Zeto, tenia
7 puertas; Thebaey Thebe, @qPat, ai — 1) 4.126; 2) 11.263, 265,
275,15.247.
Tectónida, Polineo, hijo de Tectón (!); Tectonides, TeKXOVÍSq£, ot), ó
— 8.114.

LXXX
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

Telamón, hijo de Eaco y Endeida, hermano de Peleo, padre de Áyax, rey


de Salamina; Telamo(n), Tetaxpóv, ¿bvog, ó — 11.553.
Telamoníada, Áyax, hijo de Telamón; Telamoniades, TeZapíoviáSrig
[-vía-], ó — 11.543.
Teléfída, Eurípilo, hijo de Télefo; Telephides, TqÁetpíSiK, on, ó —
11.519.
Telémaco, hijo de Odiseo y Penélope; Telemachus, Tr|Xépáxo<;, ó
—1.113, 156, 213, 230, 306, 345, 367, 382, 384, 388, 400, 412,
420, 425, 2.83, 85, 129, 146, 185, 194, 200, 208, 260, 270, 297,
301, 303, 309, 325, 348, 371, 381, 383, 399, 402, 409, 416, 418,
422, 3.12, 14, 21, 26, 60, 63, 75, 201, 225, 230, 239, 343, 358,
364, 374, 398, 416, 423, 432, 464, 475, 481,4.21, 69, 112, 144,
166,185, 215, 290, 303, 311, 312, 315, 593, 633, 664, 687, 700,
843, 5.25, 11.68, 185, 13.413, 14.173, 175, 15.4, 7, 10, 49, 63,
68, 86, 110, 111, 144, 154, 179, 194,217, 257, 265,279, 287,
496, 502, 512, 528, 531, 535, 545, 550, 554, 16.4, 20, 23, 30,
43, 56, 68, 112, 146, 160, 192, 202, 213, 221, 240, 262, 323,
330, 347, 369, 372, 401, 421, 438, 445, 460, 476, 17.3, 26, 41,
45, 61, 73, 75, 77, 101, 107, 161, 251, 328, 333, 342, 350, 354,
391, 392, 406, 489, 541, 554, 568, 591, 598, 18.60, 156, 214,
215, 226, 338, 405, 411, 421, 19.3, 4, 14, 26, 35, 47, 87, 321,
20.124, 144, 241, 246, 257, 269, 272, 283, 295, 303, 326, 338,
345, 374, 376, 21.101, 130, 216, 313, 343, 368, 378, 381, 423,
424, 432, 22.92, 95, 108, 150, 151, 153, 171, 267, 277, 284,
294, 350, 354, 365, 390, 391, 393, 400, 426, 435, 454, 461,
23.29, 44, 96, 112, 113, 123, 297, 367, 24.155, 165, 175, 359,
363, 505, 506, 510.
Télemo, profeta entre los cíclopes; Telemus, Tf|Áepo<;, ó — 9.509.
Telépilo, ciudad de los lestrigones; Telepylus, Tr)A,é7tnA,O(;, ó, f| — 10.82,
23.318.
Témesa, ciudad (en Italia o en Chipre) célebre por sus minas de cobre;
Temesey Temesa, Tepécr), p — 1.184.

LXXXI
ODISEA

Temis, diosa de la justicia, hija del Cielo y de la Tierra; Themis, OéjLii;,


0éjiiaTO<;, T| — 2.68.
Ténedos, isla situada cerca de las costas de Troya; Tenedus, Téve5o<;, q
— 3.159.
Teoclimeno, adivino, hijo de Polifides (nieto de Mancio, bisnieto de
Melampo) y huésped de Telémaco; Theoclymenus, 0eoKÁúpevog, ó
— 15.256, 271, 286, 508, 529,17.151, 20.350, 363.
Terpíada, Femio, hijo de Terpio; Terpiades, Teprcnxórit; [á], ó —
22.330.
Teseo, hijo de Egeo y, tal vez, de Etra; rey de Atenas; Theseus, 0T|oeú;,
éwc; y íjo;, ó — 11.322, 631.
Tesprotia, cf. tesprotos.
tesprotos (de Tesprotia), tribu pelasga que habitaba el suroeste de Epiro;
Thesproti, ©eoKptúxoí, oi — 14.315, 316, 335,16.65,427,17.526,
19.271,287, 292.
Tctis, una Nereida, esposa de Peleo y madre de Aquiles; Thetis, 0éxig,
tSog, f] — 24.92.
teucro, cf. “troyano”.
Ticio, gigante nacido de la Tierra; Tityus, Trenos, o — 7.324, 11.576.
Tideo, hijo de Eneo, padre de Diomedes y uno de los siete que fueron
contra Tebas; Tydeus, TnSetx;, eco<; y fj°?, 0 — 3.167.
Tidida, Diomedes, hijo de Tideo; Tydides, TuSeiSri^, on, o — 3.181,
4.280.
Tiestes, hijo menor de Pélope, padre de Egisto y hermano de Atreo;
Thyestes, 0néaTT|g, ou, ó — 4.517.
(hijo de) Tiestes, Egisto; Thyestiades, ©neoTiaSrig, ou, ó — 4.518.
Tíndaro {propiamente, Tindáreo), hijo de Ébalo, y rey de Esparta; esposo
de Leda y padre de Castor, Pólux, Helena y Clitemnestra; Tyndareus,
TnvSápeog, ó — 11.298, 299, 24.199.
Tiresias, celebérrimo adivino tebano, hijo de Everes y de la ninfa Cariclo;
Tiresias, Teipeoíag, ó — 10.492, 524, 537, 565,11.32, 50, 89, 90,
139, 151, 165, 479, 12.267, 272, 23.251, 323.

LXXXII
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

Tiro, hija de Salmoneo, esposa de Creteo; Tyro, Tnpó, obg, n — 2.120,

n.235.
Titono, hermoso hijo de Laomedonte, raptado por Eos, la cual lo hizo
su esposo; Tithonus, TtOtovog, on, o 5.1. ,
Toante, hijo de Andremón y jefe de los etolos, en la Ilíada-, Thoas, 0óag,
avxog, ó —14.499.
Ton, rey de Canopo, en Egipto; Thon, 0Óv, ¿óvog, ó — 4.228.
Toón, joven feacio; Thoon, 0ócov, covog, ó — 8.113.
Toosa, hija de Forcis y madre del cíclope Polifemo por obra de Posidón;
Thoosa, 0ócoaa, ti — 1.71.
Tracia, en tiempos de Homero, una región de Asia, donde Ares tiene su
residencia; Thracia, 0pocKT|, T|.
(hacia) Tracia; in Thraciam, 0pf|KTlv5e — 8.361.
Trasimedes, hijo de Néstor; Thrasymedes, 0paG'i)|Li'r|5T|c;, ong, ó — 3.39,
414, 442, 448.
Trinada, cierta isla donde pacían los rebaños del Sol; Thrinacia, 0pivocKÍT|,
n —11.107, 12.127, 135, 19.275.
Tritogenia, epíteto de Atenea; Tritogenia, Tptxoyéveta, f| — 3.378.
Troya, ciudad de Troya (= Ilion) y, sobre todo, la región troyana, el borde
marítimo que está desde el promontorio de Lecto hasta el Heles-
ponto, entre los ríos Esepo y Caico; Troia, Tpoírj, T¡ — 1) la ciudad;
1.2, 4.146, 13.388, 14.469; 2) la región; 1.62, 210, 327, 355, 4.6,
99, 5.39, 307, 10.40, 332, 11.499, 510, 12.189, 13.137, 248, 315,
14.229, 15.153, 18.260, 266, 24.37.
troyano, de Troya, teucro; Troas, Troias, Troius, Troianus, Tptütág, Tpcpóg
y?/. Tpoeg — 1.237, 3.85, 86, 100, 220, 4.243, 249, 254, 257,
259, 273, 275, 330, 5.310, 8.82, 220, 503, 504, 513, 11.169, 383,
513, 532, 547, 12.190, 13.263, 266, 14.71, 367, 17.119, 18.261,
22.36, 228, 24.27, 31, 38.
(desde, de) Troya; a Troja, Tpoírj0ev — 3.257, 276, 4.488, 9.38,
259, 11.160.
(hacia) Troya; Trojam, Tpoír|v8e — 3.268,16.289,17.314,19.8, 187.

LXXXIII
ODISEA

Zacinto, isla del mar Jónico, al noroeste del Peloponeso, frente al pro­
montorio de Quelonata, hoy también Zante; Zacynthus y Zacynthos,
ZáKUv0o<;, fj — 1.246, 9.24, 16.123, 250, 19.131.
Zeto, 1) hijo de Zeus y Antíope, fundador de Tebas; 2) también cono­
cido como Tereo, el padre de Itilo; Zethus, ZfjGog, ó — 1) 11.262;
2) 19.523.
Zeus, hijo de Cronos y Rea, hermano de Posidón y Hades, de Hestia,
Deméter y Hera, que también fue su esposa; Iuppiter, Zeóg, Atóc;, ó
— 1.10, 27, 62, 63, 283, 348, 379, 390, 2.34, 68, 144, 146, 217,
296, 433, 3.42, 132, 152, 160, 288, 337, 346, 378, 394, 4.27, 34,
74, 78, 173, 184, 219, 227, 237, 341, 472, 569, 668, 752, 762,
5.4, 7, 21, 99, 103, 128, 132, 137, 146, 150, 176, 304, 382, 409,
6.105, 151, 188, 207, 229, 323, 324, 7.164, 180, 250, 263, 311,
316, 331, 8.82, 245, 306, 308, 334, 335, 432, 465, 488, 9.38, 52,
67, 111,154, 262, 270,275, 277, 294, 358,411,479, 552,11.217,
255,261,268,297, 302, 318,436, 559, 568, 580, 604,620,12.63,
215, 313, 371, 377, 384, 399, 415, 416,13.25, 51, 127, 128, 139,
153, 190, 213, 252, 300, 318, 356, 359, 371, 14.53, 57, 86, 93,
119, 158, 235, 243, 268, 273, 283, 300, 305, 306, 310, 328, 389,
406, 440, 457, 15.112, 180, 245, 297, 341, 353, 475, 477, 489,
523, 16.260, 298, 320, 403, 422, 17.51, 60, 132, 155, 240, 322,
354, 424, 437, 597, 18.112, 235, 273, 19.80, 161, 179, 276, 297,
303, 363, 365,20.42, 61, 75, 97, 98, 101, 102, 112, 121, 201, 230,
273, 339, 21.25, 36, 102, 200, 413,22.205, 252, 334, 379, 23.218,
331, 352, 24.24, 42, 96, 164, 344, 351, 376, 472, 477, 502, 518,
521, 529, 544, 547.

LXXXIV
índice

INTRODUCCIÓN

............................ VII
Prólogo...................................................
Homero y la Odisea..........................................................

Odisea
TEXTOS GRIEGO Y ESPAÑOL

l.OAYZLEIALA.................................................................................... 1
Libro I ........................................................................................ 1

2. OAYLLEIAEB .............................................................................. 16
Libro II........................................................................................ 16

3. OAYZIEIAE f ............................................................................. 31
Libro III....................................................................................... 31

4. OAYIIEIAZA ............................................................................ 48
Libro IV...................................................................................... 48

5.OAYLEEIAZE ............................................................................ 77
Libro V...................................................................................... 77

6. OAYLZEIAE Z ............................................................................ 94
Libro VI..................................................................................... 94

LXXXV
7. OAYIIEIAL H ............................................................. .
Libro VII.........................................................................

8. OAYIZEIAL© .........................................................
Libro VIII....................................................................

9. OAYIIEIAII.........................................................................
Libro IX................................................................................... 138

10. OAYEZEIAZK............................................................................... 157


Libro X................................................................................... 157

11. OAYLZEIAZ A............................................................................... 177


Libro XI................................................................................... 177

12. OAYLEEIAEM.............................................................................. 199


Libro XII................................................................................... 199

13. OAYLZEIAZN.............................................................................. 215


Libro XIII............................................................................. 215

14. OAYZZEIAL ~................................................................... 230


Libro XIV............................................................................. 230

15. OAYZZEIAZO.............................................................................. 248


Libro XV.................................................................................. 248

16. OAYIEEIAin.............................................................................. 267


Libro XVI.................................................................................. 267

LXXXV1
284
17. OAYLEEIAIP
284
Libro XVII .
305
18. OAYLEEIALE
305
Libro XVIII .

320
19. OAYZIEIALT
320
Libro XIX

20. OAYIZEIAZ Y................................................................................ 341

Libro XX.......................................................................................... 341

21. OAYLZEIAIO......................................................................... 355


Libro XXI......................................................................................... 355

22. OAYIZEIAI X........................................................................ 370


Libro XXII............................................................................. 370

23. OAYEEEIAZ ¥............................................................................. 387


Libro XXIII.................................................................................. 387

24. OAYIIEIAI Q...................................................................... 400


Libro XXIV........................................................................... 400

Indice de nombres propios . XLIII

LXXXVII
Odisea, de Homero, editado por el Programa Editorial
de la Coordinación de Humanidades de la unam, se
terminó de imprimir en octubre de 2017 en Tipos
Futura, S.A. de C.V., Avenida El Rosario 751, Col.
San Martín Xochinahuac, Delegación Azcapotzalco,
Ciudad de México. Su composición se hizo en tipo
Adobe Garamond Pro de 11:13, 10:12 y Kadmos
de 10.5:13.1 puntos. La edición, impresa en Offset
sobre papel Cultural de 90 gramos, consta de 1 000
ejemplares y estuvo al cuidado de José Molina Ayala
y Patricia Villaseñor Cuspinera.

Formación tipográfica:
Elizabeth Olguín Martínez

Вам также может понравиться