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Cúcuta: un círculo vicioso

Manuel Alejandro Luna Gómez

En las últimas semanas, el libro Democracia feroz (2018), del maestro Gustavo Duncan, ha
ocupado un lugar privilegiado en mis horas de tiempo libre. El autor se pregunta por qué si
en Colombia tenemos una democracia cuya institucionalidad es estable, relativamente, y
contamos con una prensa libre y con visos de independencia, nuestra clase política sigue
perpetuada en el poder y no se produce un relevo de sus principales titulares. Lo anterior,
pese a sus comportamientos contrarios a la ética de la democracia ideal y a la moral pública.

En ese sentido, la tesis del profesor apunta a que una gran porción de nuestra economía
está concentrada en actividades informales y/o ilegales (clientelismo, contrabando y
narcotráfico) que, en alianza con los políticos, mantienen esta lógica ominosa. Los primeros
ofrecen protección y garantías frente a la acción institucional, mientras quienes están en la
ilegalidad les aportan recursos para sus campañas y, eventualmente, votos.

Duncan es generoso con los ejemplos: Remedios y Segovia en Antioquia; Kiko Gómez en
la Guajira y la maquinaria de los Aguilar en Santander, entre otros. Sin embargo, el caso de
Cúcuta ofrece varios de los elementos que el autor recoge en su libro. La ciudad ha sido,
por mucho, un bastión del contrabando: gasolina, ropa, licor, celulares, armas y, en los
últimos años, reses. La ilegalidad no es contingente, es estructural. En nuestra condición
de frontera, los recursos producto de estas prácticas malsanas han sostenido, de un lado,
a las maquinarias de la guerra, que en algún momento fueron los bloques paramilitares y
que hoy en día son las bandas criminales.

Del otro, han servido para financiar las campañas de una clase política que está incrustada
en el poder. Esta es elegida gracias a que la informalidad y la ilegalidad están imbricadas
en los imaginarios de unos ciudadanos que, en su mayoría, están en los sectores informal
e ilegal. ¿O de dónde provienen los recursos para esos festines en los que los candidatos
celebran el Día de la Madre o el Día de la Mujer, al tiempo que reparten comida abundante
y regalos? Como agravante, la ciudadanía participa en el negocio ilegal del contrabando y
no reclama la formalización de su economía, mientras la clase política cucuteña protege a
quienes la financian, y estos últimos siguen obrando por fuera de las reglas de juego.
Al tiempo, Cúcuta continua en un estancamiento que no solo se deriva del hecho de no ser
una ciudad productora, sino también de basar su sustento económico en la ilegalidad. La
mayoría de las veces, el problema es reducido al hecho de que nuestra producción es
limitada: insumos para la construcción, como la arcilla, o la fabricación de zapatos. Sin
embargo, la ciudad está inundada de un sector ilegal de la economía que ni paga impuestos,
ni deja los excedentes para incentivar más negocios. Entre tanto, la clase política sigue
gobernando en cuerpo ajeno, poniendo a sus hijos en las instancias del poder y
alimentándose de los fondos que sus protegidos les proveen. Es un círculo vicioso.

Nota: Está de más mencionar a quienes integran dicha clase política. La clave, y de paso
el consejo, es dejar de elegirlos.

@ManuelLunaGomez

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