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Daniel Bensaïd

Teoremas de la
resistencia a los
tiempos que corren

Escrito: En 2004 para Viento Sur.


Publicado por vez primera: En Viento
Sur, diciembre de 2004.
Fuente del presente
texto: Transcripcción proporcionada
por Reven, gracias a Revolta.
Esta edición: Marxists Internet
Archive, mayo de 2010.

“Nos encontramos con una doble


responsabilidad: la transmisión de una tradición
amenazada por el con formismo, y la exploración
de los contornos inciertos del futuro”.
En el transcurso de la última década (desde la
desintegración de la Unión Soviética y la
unificación alemana), algo se terminó. Pero ¿qué?
¿El "siglo corto" del que hablan los historiadores,
iniciado con la Primera Guerra Mundial y
terminado con la caída del Muro de Berlín? ¿El
corto período que siguió a la Segunda Guerra
Mundial, marcado por la bipolaridad de la Guerra
Fría e ilustrado, en los centros imperialistas, por
la acumulación y la regulación fordista? ¿O
también un gran ciclo dentro de la historia del
capitalismo y del movimiento obrero, abierto con
el desarrollo capitalista de los años 1880, la
expansión colonial, y el surgimiento del
movimiento obrero moderno simbolizado por la
formación de la IIª Internacional?

Los grandes enunciados estratégicos de los que


aún somos hacedores datan en gran parte de este
período de formación, anterior a la Primera
Guerra Mundial: se trata del análisis del
imperialismo (Hilferding, Bauer, Rosa
Luxemburgo, Lenin, Parvus, Trotsky, Bujarin), de
la cuestión nacional (Rosa Luxemburgo de nuevo,
Lenin, Bauer, Ber Borokov, Pannekoek, Strasser),
de las relaciones partidos-sindicatos y del
parlamentarismo (Rosa Luxemburgo, Sorel,
Jaurés, Nieuwenhuis, Lenin), de la estrategia y los
caminos del poder (Bernstein, Kautsky, Rosa
Luxemburgo, Lenin, Trotsky). Estas controversias
son tan constitutivas de nuestra historia como las
de la dinámica conflictiva entre revolución y
contrarrevolución inaugurada por la Guerra
Mundial y la Revolución Rusa.
Más allá de las diferencias de orientación y de
las opciones a menudo intensas, el movimiento
obrero de esta época presentaba una unidad
relativa y compartía una cultura común. Se trata,
hoy en día, de saber qué queda de esta herencia,
sin dueños ni manual de uso. En un editorial muy
poco claro de la New Left Review, Perry
Anderson estima que desde la Reforma el mundo
nunca estuvo tan desprovisto de alternativas de
cara al orden dominante. Charles-André Udry,
con mayor precisión, constata que una de las
características de la situación actual es la
desaparición de un movimiento obrero
internacional independiente. Estamos entonces en
medio de una transición incierta, donde lo viejo
agoniza sin ser abolido, y donde lo nuevo se
esfuerza en surgir, atrapado entre un pasado no
superado, por un lado, y por la necesidad cada vez
más acuciante de un programa de trabajo
autónomo, que permita orientarse en el mundo
que emerge frente a nuestros ojos, por el otro.
Debido al debilitamiento de las tradiciones del
antiguo movimiento obrero es, en efecto, grande
el peligro de resignarnos ante la mediocridad de
nuestros interlocutores y contentarnos con
algunas conquistas de eficacia comprobadamente
polémica. Por cierto, la teoría vive de los debates
y confrontaciones: siempre somos tributarios de
sus defensores y sus adversarios. Pero esta
dependencia es relativa.

Es fácil constatar que las grandes fuerzas


políticas de la izquierda plural, el Partido
Socialista, el Partido Comunista, los Verdes, son
bastante poco estimulantes cuando se trata de
abordar los problemas de fondo. Pero también
hay que recordar que, a pesar de sus ingenuidades
y a veces de sus excesos juveniles, los debates de
la extrema izquierda de los años setenta eran
mucho más enriquecedores.

Hemos iniciado entonces el peligroso tránsito


de una época a la otra y nos encontramos en el
medio del río, con el doble imperativo de no
permitir la pérdida de la herencia y de estar
dispuestos a recibir lo nuevo a inventar. Nos
encontramos entonces comprometidos y con una
doble responsabilidad: de transmisión de una
tradición amenazada por el conformismo, y de
exploración de los contornos inciertos del futuro.
A riesgo de parecer chocante, me gustaría encarar
esta terrible prueba con un espíritu que calificaría
como de "dogmatismo abierto". "Dogmatismo",
porque, aun si esa palabra tiene mala prensa
(según el sentido común mediático, siempre vale
más ser abierto que cerrado, light que pesado,
flexible que rígido), en toda teoría, la resistencia a
las ideas en boga tiene sus virtudes: el desafio a
las impresiones versátiles y los efectos de modas
exige plantar serias refutaciones antes de cambiar
de paradigma. "Abierto", porque no se trata de
conservar religiosamente un discurso doctrinario,
sino de enriquecer y de transformar una visión del
mundo ensayando prácticas necesariamente
renovadas.

Propondría entonces, a modo de ejercicio, cinco


teoremas de la resistencia a las ideas en boga cuya
forma subraya deliberadamente el necesario
trabajo por la negativa.
1. El imperialismo no se disuelve en la
mundialización mercantil.

2. El comunismo no se disuelve en la caída del


stalinismo.

3. La lucha de clases no se disuelve en a las


identidades comunitarias.

4. La diferencia conflictiva no se disuelve en la


diversidad ambivalente.

5. La política no se disuelve en la ética ni en la


estética.

Frente a postulados indemostrables que


requieren la aprobación del interlocutor, o de
axiomas que apelan a la fuerza de la evidencia,
los teoremas son proposiciones demostrables. Los
escolios subrayan ciertas consecuencias de las
mismas.

TEOREMA 1:

El imperialismo no se disuelve en la mundialización


mercantil.

El imperialismo es la forma política de la


dominación que corresponde al desarrollo
desigual y combinado de la acumulación
capitalista. Este capitalismo moderno cambia de
apariencia. No desaparece. Pasó, en el transcurso
de los siglos pasados, por tres grandes etapas: la
de las conquistas coloniales y de las ocupaciones
territoriales (imperios coloniales francés y
británico); la de la dominación del capital
financiero o "estadio supremo del capitalismo"
analizado por Hilferding y Lenin (fusión del
capital industrial y bancario, exportación de
capitales, importación de materias primas);
después de la Segunda Guerra Mundial, la de la
dominación compartida del mundo, de las
independencias formales y del desarrollo
dominado.(1)

La secuencia abierta por la Revolución Rusa


finalizó. Una nueva fase de la mundialización
imperial, que se reenlaza con las lógicas de la
dominación financiera aparecidas antes de 1914,
está a la orden del día. La hegemonía imperial se
ejerce de ahora en delante de múltiples modos:
por la dominación financiera y monetaria (que
permite controlar los mecanismos del crédito),
por la dominación científica y técnica (casi
monopolio sobre las patentes), por el control de
los recursos naturales (aprovisionamiento
energético, control de las vías comerciales,
patentado de los organismos vivos), por el
ejercicio de una hegemonía cultural (reforzada
por el desarrollo mediático desigual) y, en última
instancia, por el ejercicio de la supremacía militar
(ostensiblemente puesta en escena en las guerras
del Golfo o de los Balcanes).(2)

Dentro de esta nueva configuración del


imperialismo mundializado, la subordinación
directa de los territorios se muestra secundaria
con respecto al control de los mercados. De eso
resulta un desarrollo muy desigual y muy mal
combinado, nuevas relaciones de soberanía
(mecanismo disciplinario de la deuda,
dependencia energética, alimentaria, sanitaria,
pactos militares), y una nueva división
internacional del trabajo. Países que podían
parecer, hacía veinte o treinta años, los menos
mal iniciados en el camino del desarrollo
anunciado, se encuentran de vuelta atrapados por
la espiral del subdesarrollo. La Argentina volvió a
ser un país principalmente exportador de materias
primas (la soja se convirtió en su primer producto
de exportación). Egipto, que se vanagloriaba en la
época de Nasser de su soberanía recuperada
(simbolizada por el canal de Suez), de sus éxitos
en la alfabetización (proveyendo ingenieros y
médicos para los países del Medio Oriente) y de
comienzos de una industrialización
industrializante (como Argelia bajo
Boumedienne), se está convirtiendo en un paraíso
para los operadores turísticos. De Argelia mejor
ni hablar... Después de las dos crisis de la deuda
(1982 y 1994) y la integración al NAFTA,
México aparece, más que nunca, como el patio
trasero del "coloso del Norte".

La metamorfosis de las relaciones de


dominación y de dependencia se traduce
especialmente a través de la transformación
geoestratégica y tecnológica de las guerras. En la
época de la Segunda Guerra Mundial, ya no era
posible hablar de guerra en singular y de una sola
línea de frentes, sino de varias guerras imbricadas
unas con otras.(3) Con mayor razón, desde el fin
de la Guerra Fría, las apuestas mezcladas de los
conflictos impiden cualquier aproximación
maniquea en términos de buenos y malos.
El "bibloquismo" implicaba una nefasta
sumatoria simplificadora para delimitar el propio
dominio, siguiendo una pobre lógica binaria de la
guerra. Todos los conflictos recientes, abordados
dentro de la combinación singular de sus apuestas
y de sus contradicciones múltiples, nos ilustran
acerca de la imposibilidad de ir más allá de una
respuesta única que expresaría el punto de vista
de un dios que todo lo ve (o de una Internacional
concebida como su encarnación laicizada). Si la
lógica de guerra depende de una comprensión
común, de uno y otro lado de las líneas de fuego,
esta comprensión cae a causa de orientaciones
prácticas diferenciadas, según la situación
concreta de cada protagonista.

En el momento de la Guerra de las Malvinas, la


oposición a la expedición imperial de la Inglaterra
de Thatcher no obligaba de ninguna manera a los
revolucionarios argentinos a apoyar la fuga hacia
delante de sus dictadores militares. En el conflicto
entre Irán e Irak, el derrotismo revolucionario se
imponía frente a esas dos formas de despotismo.
En la Guerra del Golfo, la oposición internacional
a la operación "Tormenta del Desierto" no
implicaba sostén alguno al régimen despótico de
Saddam Hussein. Mucho más claro todavía,
frente a la intervención de la OTAN en los
Balcanes, una comprensión común de la situación
debía conducir a la vez a París, Londres, Nueva
York o Roma a oponerse a los bombardeos, a
apoyar a los jóvenes desertores serbios y a la
resistencia armada de los kosovares en su derecho
a la autodeterminación.
La mundialización provoca también
consecuencias en la estructura de los conflictos.
No estamos más en la era de las guerras de
liberación y de oposiciones relativamente simples
entre dominadores y dominados. De ello resulta
un entrecruzamiento de los intereses y una rápida
reversibilidad de las posiciones. Es una razón
evidente para hacer un balance pormenorizado y
extraer algunas lecciones de las dudas, de los
errores (a veces), y de las dificultades que
pudimos encontrar para situarnos dentro de los
conflictos de los últimos años.

Tanto más puesto que el nuevo discurso de la


guerra imperial tiende a reemplazar la retórica de
la "guerra justa" por el imperativo categórico de
una guerra santa, donde el veredicto del Juicio
final sería sustituido por el de una Humanidad
con mayúscula ventrílocua. Es la lógica misma de
la cruzada "ética" predicada por Tony Blair,
Bernard Henri Lévy, o Daniel Cohn Bendit: la
confusión de la moral con el derecho, como la
desaparición de la política entre las fatalidades de
un mercado autómata y las "obligaciones
ilimitadas" de una ética de la dominación
imperial. Si es cierto que "el arma es la esencia de
los combatientes", esta guerra nueva, donde el
riesgo de morir no es recíproco, tan abrumadora
es la supremacía de la tecnología, donde la
diferencia entre combatientes y civiles se borra
bajo los rayos del castigo aéreo, anuncia
barbaridades inéditas. Todavía no poseemos las
claves de la morfogénesis del universo político
estratégico que ha comenzado.
COROLARIO 1.1: LA SOBERANÍA
DEMOCRÁTICA NO SE DISUELVE EN LA
HUMANIDAD CON MAYÚSCULA. Hubo un
tiempo cuando algunos pretendían administrar la
Justicia en nombre de la Historia con mayúscula.
Otros (a veces los mismos) pretenden hoy
administrarla en nombre de la Humanidad con
mayúscula. ¿De dónde se arrogan el derecho de
hablar y de juzgar en su nombre? La humanidad
no es una sustancia de la que podamos
apropiarnos, sino un devenir, una construcción,
un proceso de humanización que se desarrolla a
través del derecho, las costumbres, las
instituciones, en una larga tarea de unificación de
las multiplicidades humanas. Entre tanto, invocar
una legitimidad humanitaria sirve a veces de
máscara a los intereses del poder imperial. En ese
sentido, Alain Madelin pudo proclamar con
franqueza que la operación Fuerza Aliada "marca
el ocaso de una concepción determinada de la
política, del Estado y del Derecho": "A partir de
ahora, el único soberano absoluto, es el hombre."

Pero, ¿de qué hombre se trata? ¿De un hombre


abstracto, sin atributos, sin historia, sin
pertenencias sociales? El derecho del más débil
así reivindicado aparece extremadamente idéntico
a la moral del más fuerte. Dentro del proceso de
mundialización desigual, justifica la injerencia del
fuerte en el débil y la negación unilateral de las
soberanías democráticas.

COROLARIO 1.2: EL DERECHO


INTERNACIONAL NO SE DISUELVE EN LA
ÉTICA HUMANITARIA. Aún cuando la función
de los Estados Nación tal como se constituyó en
el siglo XIX está sin lugar a dudas transformada y
debilitada, la era del derecho internacional
interestatal no está sin embargo permitida.
Paradójicamente, Europa ha visto, en estos diez
últimos años, surgir más de diez nuevos estados
formalmente soberanos y trazarse más de quince
mil kilómetros de fronteras nuevas. La
reivindicación del derecho a la autodeterminación
para los bosnios, los kosovares o los chechenos,
queda a todas luces, como una reivindicación de
soberanía. Es esta contradicción la que tiende a
hacer olvidar la noción peyorativa de
"soberanismo" bajo la cual se confunden
nacionalismos y chauvinismos nauseabundos con
la aspiración democrática legítima a tener una
soberanía política que ofrezca resistencia a la pura
competencia de todos contra todos.

El derecho internacional todavía está llamado a


encaminarse en forma duradera sobre sus dos
pilares o a conjugar dos legitimidades: aquella,
emergente, de los derechos universales del
hombre y del ciudadano (de los cuales, ciertas
instituciones como la Corte Penal Internacional
constituyen cristalizaciones parciales); y la de las
relaciones interestatales (cuyo principio se
remonta al discurso kantiano acerca de la "paz
perpetua"), sobre los cuales reposan instituciones
tales como la Organización de las Naciones
Unidas. Sin atribuir a la ONU virtudes que no
tiene (y sin olvidar el balance desastroso de su
actuación en Bosnia, Somalia o Ruanda), hay que
constatar que uno de los fines perseguidos por las
potencias comprometidas en la operación Fuerza
Aliada era modificar la arquitectura del nuevo
orden imperial en beneficio de nuevos pilares que
son la OTAN (cuya misión ha sido redefinida y
ampliada durante la cumbre por su cincuentenario
en Washington) y la Organización Mundial del
Comercio.

Heredera de las relaciones de fuerzas surgidas


de la Segunda Guerra Mundial, sin ninguna duda,
la ONU debe ser reformada y democratizada (el
antiparlamentarismo no impide proponer a escala
nacional reformas democráticas del modo de
escrutinio como la proporcionalidad y la
feminización), en beneficio de la Asamblea
General y contra el club cerrado del Consejo
Permanente de Seguridad. No para pretender
conferirle una legitimidad legislativa
internacional, sino para actuar de manera que una
representación por cierto imperfecta de la
"comunidad internacional" refleje la diversidad de
los intereses y de los puntos de vista (como lo
ilustró, en abril, la toma de posición de los 77
contra el uso unilateral del "derecho de
injerencia"). De la misma manera, es urgente
desarrollar una reflexión acerca, de las
instituciones políticas europeas y acerca de las
instituciones judiciales internacionales como el
Tribunal de La Haya, los tribunales penales de
excepción y la futura Corte Penal Internacional.

ESCOLIO. Actualizar la noción de


imperialismo no solamente desde el punto de
vista de las relaciones de dominación económica
(evidentes), sino como sistema global de
dominación (tecnológica, ecológica, militar,
geoestratégica, institucional) es de capital
importancia, precisamente cuando cabezas que
parecían bien amuebladas consideran que esta
categoría se volvió obsoleta con el derrumbe de
su doble burocrático en el Este, y que el mundo se
organiza, de ahora en adelante, en torno a una
oposición entre democracias sin adjetivos (dicho
de otra manera, occidentales) y barbarie.

Mary Kaldor, quien fue, al comienzo de los


años ochenta, conjuntamente con E. P.
Thompson, una de las impulsoras de la campaña
por el desarme nuclear contra el "exterminismo" y
el despliegue de los pershing, afirma hoy que "la
distinción característica de la era westfaliana
entre paz interior y guerra exterior, ley doméstica
ordenada y anarquía internacional, se acabó con
la Guerra Fría." Habríamos entrado, a partir de
ahora, en una era de "progreso regular hacia un
régimen legal global". Es lo que algunos llaman,
sin temor a la contradicción en los términos, un
"imperialismo ético" y la misma Mary Kaldor,
"un imperialismo benigno". Al denunciar "el
antiimperialismo pavloviano" de los opositores de
la intervención de la OTAN en los Balcanes,
Alain Brossat está en la misma línea. Más
generalmente, la campaña mediática orquestada
en esta ocasión se nutrió de un efecto zoom, de
focalización de lo minúsculo, respecto del
sufrimiento inmediato (real e intolerable) de los
kosovares para eclipsar la profundidad de
perspectiva histórica y el contexto internacional,
reduciendo de esa manera el acontecimiento a un
presente sin raíces y el discurso a una
interpelación ética despolitizada.

La negación de la relación de dominación


imperial es, en efecto, la condición ideológica que
permite modificar los enunciados del conflicto y
de reorganizar la visión del mundo alrededor de
una oposición entre el Bien (Occidente, las
democracias, la civilización) y el Mal (el
totalitarismo, los "estados delincuentes" tan caros
a la retórica norteamericana, la barbarie). Toda
intervención militar está entonces justificada de
entrada como defensa de la civilización y
expedición puramente punitiva contra los
delincuentes internacionales o los terroristas
(anteayer Panamá, ayer el Golfo, mañana
¿Colombia?).

TEOREMA 2:

EL COMUNISMO (CUALQUIERA SEA LA PALABRA CON


LA QUE SE LO DEFINA) NO SE DISUELVE EN LA CAÍDA
DEL STALINISMO.

La ideología de la contra rreforma liberal, así


como se esfuerza en disolver el imperialismo a la
competencia leal de la mundialización mercantil,
pretende disolver el comunismo en el stalinismo.
El despotismo burocrático sería entonces el
simple desarrollo lógico de la aventura
revolucionaria, y Stalin el hijo legítimo de Lenin
o Marx. Según esta genealogía del concepto, la
idea conduce al mundo. El desarrollo histórico y
el desastre oscuro del stalinismo se encontrarían
ya en potencia en las nociones de la dictadura del
proletariado o del partido de vanguardia.

Una teoría social nunca es más que una


interpretación crítica de una época. Si se deben
buscar las lagunas y las debilidades que la
hicieron perder fuerza frente a las evidencias, por
cierto aleatorias, de la historia, no se podría
juzgar esa teoría según los criterios anacrónicos
de otra época. De esta manera, las contradicciones
de la democracia, heredadas de la Revolución
Francesa, lo impensado del pluralismo
organizado, su confusión del pueblo, del partido
del Estado, la fusión decretada de lo social y lo
político, la ceguera frente al peligro burocrático
(subestimado en relación con el peligro principal
de la restauración capitalista), habrán sido
propicias a la contrarrevolución burocrática en la
Rusia de los treinta.

Hay en este proceso termidoriano, elementos de


continuidad y de discontinuidad. Sujeta a un
número indeterminado de controversias, la
dificultad para fechar con precisión el triunfo de
la reacción burocrática remite a la asimetría entre
revolución y contrarrevolución. La
contrarrevolución no es en efecto el hecho inverso
o la imagen invertida de la revolución, una
especie de revolución al revés. Como muy bien lo
dice Joseph de Maistre (quien sabía de eso) a
propósito del Termidor de la Revolución
Francesa, la contrarrevolución no es una
revolución en sentido contrario, sino lo contrario
de una revolución. Ella depende de una
temporalidad propia donde las rupturas se
acumulan y se complementan.

Si Trotsky remonta a la muerte de Lenin el


comienzo de la reacción termidoriana, él mismo
estima que la contrarrevolución no se consumó
sino al comienzo de los años treinta, con la
victoria del nazismo en Alemania, el proceso de
Moscú, las grandes purgas y el año terrible de
1937. En su análisis de Los Orígenes del
Totalitarismo, Hannah Arendt establece una
cronología parecida, que fecha en 1933 o 1934 el
advenimiento del totalitarismo burocrático
propiamente dicho. Trabajos historiográficos más
recientes, como los de Mikhail Gueíter, basados
en la experiencia personal y la apertura de los
archivos soviéticos llegan, aunque con otras
categorías, a conclusiones en el mismo sentido.
En Russia, URSS, Russia, Moshe Lewin saca a la
luz la explosión cuantitativa del aparato
burocrático del Estado a partir del fin de los años
veinte. En los años treinta, la represión contra el
movimiento popular cambia de escala. No es la
simple prolongación de lo que prefiguraban las
prácticas de la Tcheka o la cárcel política de las
Solovki, sino un salto cualitativo por el cual la
burocracia de Estado destruye y devora al partido
que había creído poder controlarla.

La discontinuidad demostrada por esta


contrarrevolución burocrática es capital desde un
triple punto de vista. En cuanto al pasado: la
inteligibilidad de la historia que no es un relato
delirante contado por un loco, sino el resultado de
fenómenos sociales, de conflictos de intereses de
salida incierta, de acontecimientos decisivos
donde no solamente lo conceptual, sino las masas
están en juego. Respecto del presente: las
consecuencias en cadena de la contrarrevolución
stalinista contaminaron toda una época y
pervirtieron por largo tiempo al movimiento
obrero internacional. Muchas paradojas y
callejones sin salida del presente (comenzando
por las crisis recurrentes de los Balcanes) no son
entendibles sin la comprensión histórica del
stalinismo. Finalmente, respecto del futuro: las
consecuencias de esta contrarrevolución, donde el
peligro burocrático se revela en su dimensión
inédita, pesarán todavía durante un largo tiempo
sobre los hombres de las nuevas generaciones.
Como lo escribe Eric Hobsbawm, "no se podría
comprender la historia del corto siglo veinte sin la
Revolución Rusa y sus efectos directos e
indirectos".

COROLARIO 2.1: La democracia socialista no


puede ser subsumida al estatismo democrático.
Hacer aparecer a la contrarrevolución stalinista
como consecuencia de los vicios originales de
"leninismo" (noción forjada por Zinoviev en el Vº
Congreso de la Internacional Comunista, después
de la muerte de Lenin, para legitimar la nueva
ortodoxia de la razón de Estado) no es solo
históricamente errado, es también peligroso para
el futuro. Sería entonces suficiente haber
comprendido y corregido los errores para prevenir
los "vicios profesionales del poder" y garantizar
una sociedad transparente.

Si se renuncia al espejismo de la abundancia


esa es la lección necesaria de esta desastrosa
experiencia que dispensaría a la sociedad de las
elecciones y los arbitrajes (si las necesidades son
históricas, la noción de abundancia es fuertemente
relativa); si se abandona la hipótesis de una
transparencia democrática absoluta, fundada
sobre la homogeneidad del pueblo (o del
proletariado liberado) y la abolición rápida del
Estado; si, finalmente, se sacan todas
consecuencias de "la discordancia de los tiempos"
(las elecciones económicas, ecológicas, jurídicas,
las costumbres, las mentalidades, el arte
identifican temporalidades distintas; las
contradicciones de género y de generación no se
resuelven de la misma manera y al mismo ritmo
que las contradicciones de clase), entonces se
debe concluir que la hipótesis del debilitamiento
del Estado y del derecho, en tanto esferas
separadas, no significa su abolición decretada, so
pena de ver estatizarse la sociedad y no
socializarse el poder.

Pues la burocracia no es la consecuencia


molesta de una idea falsa, sino un fenómeno
social. Por cierto revistió una forma particular
dentro de la acumulación primitiva en Rusia o en
China, pero tiene raíces en la escasez y en la
división del trabajo. Se manifiesta en diversas
formas y en distintos grados de manera universal.

Esta terrible lección histórica debe conducir a la


profundización de las consecuencias
programáticas extraídas a partir de 1979 con el
documento de la IVª Internacional, Democracia
socialista y dictadura del proletariado, que se
refieren específicamente al pluralismo político de
principio, la independencia y la autonomía de los
movimientos sociales con respecto al Estado y a
los partidos, la cultura del derecho y la separación
de poderes. La noción de "dictadura del
proletariado", evoca, dentro del vocabulario
político del siglo XIX, una institución legal: el
poder de excepción temporal designado por el
Senado romano antinómico de la tiranía, que es
entonces el nombre del poder arbitrario.(4) Está
sin embargo demasiado cargada de
ambigüedades iniciales y asociada en adelante a
experiencias históricas demasiado urticantes
como para ser usada todavía. Esta constatación no
podría sin embargo dispensarnos de replantear la
cuestión de la democracia mayoritaria, de la
relación entre lo social y lo político, de las
condiciones de debilitamiento de la dominación a
la que la dictadura del proletariado, bajo la forma
"finalmente encontrada" de la Comuna de París,
parecía haber dado una respuesta.

ESCOLIO 2.1. La idea de que el stalinismo es


algo así como una contrarrevolución burocrática,
y no una simple evolución más o menos
irreversible del régimen surgido de Octubre, está
lejos de contar con el consenso general. Todo lo
contrario: contra reformadores liberales y
stalinistas arrepentidos se oponen, coinciden en
ver en la reacción stalinista la prolongación
legítima de la revolución bolchevique. Es en
efecto la conclusión a la que llegan los
"renovadores" post stalinistas cuando se obstinan
en pensar al stalinismo principalmente como una
"desviación teórica" y no como una formidable
reacción social. Ya era el caso de Althusser, en su
Respuesta a John Lewis que hacía del stalinismo
una desviación economicista. A causa de su
formalismo en fidelidad al hecho comunista
inicial, Alain Badiou sigue siendo incapaz de
producir un análisis histórico del porqué y del
cómo las "secuencias" inauguradas por Octubre o
por la revolución china pudieron interrumpirse.
Roger Martelli ve por lo pronto en el stalinismo
una mutación de la forma partido. Por no
dimensionar su rol contrarrevolucionario, Alain
Badiou termina situando el "apogeo del
comunismo"... ¡después de 1945! En cuanto a
Lucien Séve, él estima que la etapa "socialista",
concebida como etapa previa a la sociedad
comunista se apartaba de ella en lugar de
acercarse, bajo las formas de estado gemelas,
socialdemócrata y stalinista. Esta última
consideración podría proveer material para un
debate profundo a condición de articular esta
crítica, formal y abstracta en Commencer par les
fins, a los debates históricos y estratégicos del
período de entreguerras acerca de la revolución
permanente y el socialismo en un solo país, no
solamente a partir de Trotsky sino también de
Gramsci o de Mariátegui.(5) Una vez más, el
acento puesto sobre un "error" teórico, desligado
de los procesos históricos y sociales de
burocratización, sugiere que sería suficiente
corregir dicho error para conjurar el peligro
burocrático.

El método de la "desviación teórica", al


perpetuar el paréntesis en el análisis político de la
contrarrevolución burocrática, se compromete en
una búsqueda del pecado teórico original y trae
como consecuencia una liquidación recurrente no
solamente del "leninismo", sino, en gran medida,
del marxismo revolucionario o de la herencia del
iluminismo: de culpar a Lenin, se pasa
rápidamente a culpar a Marx... ¡o de culpar a
Rousseau! Si, como escribe Martelli, el stalinismo
es primero el fruto de un "desconocimiento",
bastaría con una mejor lucidez teórica para
prevenir los vicios profesionales del poder
burocrático.(6) Sería demasiado, excesivamente
simple.
ESCOLIO 2.2. La publicación francesa de
Historia del Siglo XX de Eric Hobsbawm fue
bienvenida por la izquierda como una obra con
salud intelectual, como réplica a la historiografía
furetista y a la judicialización histórica al estilo de
Stephane Courtois. Esta bien merecida recepción,
a menudo teñida de alivio, sin embargo corre el
riesgo de dejar sin aclarar la parte sumamente
problemática de Historia del Siglo XX.
Hobsbawm no niega, por cierto, la
responsabilidad de los sepultureros termidorianos,
pero la minimiza, como si lo que sucedió hubiera
tenido que suceder en virtud de las leyes objetivas
de la historia. Apenas vislumbra lo que se hubiera
podido hacer de diferente.

Y así llega Hobsbawm a lo que él considera


como la paradoja de este extraño siglo: "El
resultado más perdurable de la Revolución de
Octubre fue salvar a su adversario en la guerra
como en la paz, incitándolo a reformarse.(7)
Como si se tratara allí de un desarrollo natural de
la revolución y no del resultado no fatal de
formidables conflictos sociales y políticos, de los
cuales ¡la contrarrevolución stalinista no es el
menor! La objetivación de la historia que
sobrevino llega a la lógica conclusión de
considerar que, en 1920, "los bolcheviques
cometieron un error, que al mirarlo
retrospectivamente, parece capital: la división del
movimiento obrero internacional".(8) Si las
circunstancias en las cuales fueron adoptadas y
aplicadas las veintiuna condiciones de adhesión a
la Internacional Comunista exigen un examen
crítico, no pudiésemos sin embargo imputar lo
divino del movimiento
obrero internacional a una voluntad ideológica
o a un error doctrinario, sino al choque
fundacional de la revolución y a la línea divisoria
de aguas entre los que asumieron su defensa
(crítica como Rosa Luxemburgo) y los que se
asociaron poco o nada a la santa alianza
imperialista. El historicismo de Hobsbawm surge
de la misma problemática que lleva a algunos, en
Francia a proyectar, convencidos, "un congreso
de Tours al revés".

Si el período de entreguerras significa para él


una "guerra civil ideológica a escala
internacional", no enfrenta las clases
fundamentales, el capital y la revolución social,
sino valores: progreso y reacción, antifascismo y
fascismo. Se trata en consecuencia de reagrupar
"un extraordinario abanico de fuerzas".

Dentro de esta perspectiva queda poco espacio


para un balance crítico de la revolución alemana,
de la revolución china de 1926/27, de la guerra
civil española y de los frentes po pu l ares.

Al no analizar desde lo social la


contrarrevolución stalinista, Hobsbawm se
contenta con constatar que, a partir de los años
veinte, "cuando se asentó la polvareda de las
batallas, el antiguo imperio ortodoxo de los zares
resurgió intacto, en lo esencial, pero bajo la
autoridad de los bocheviques." Por el contrario,
no es sino en 1956, con el aplastamiento de la
revolución húngara, que "la tradición de la
revolución social se agotó" y que "la
desintegración del movimiento internacional que
le era fiel" constituye la prueba de la "extinción
de la revolución mundial" como la de un fuego
que se apaga solo. En resumidas cuentas ¡"es
sobretodo por la organización que el bolchevismo
de Lenin habrá cambiado el mundo". Con esta
frase fúnebre se sustrae otra vez una crítica seria
de la burocracia, simplemente considerada de
paso, como un "inconveniente" de la economía
planificada fundada en la propiedad social ¡como
si esta propiedad fuera realmente social y como si
la burocracia fuera un gasto pequeño y lamentable
en lugar de considerarlo un peligro político
contrarrevolucionario!

El trabajo de Hobsbawm se sitúa de esta


manera en la perspectiva de una "historia
historiadora", más que de una historia crítica o
estratégica capaz de descubrir las opciones
posibles en las grandes bifurcaciones de los
hechos.

En Trotsky vivant, Fierre Naville subraya muy


fuertemente el alcance de este sesgo
metodológico: "Los defensores del hecho
consumado, quienesquiera que fuesen, tienen una
visión más corta que los hombres políticos. El
marxismo activo y militante predispone a una
óptica a menudo contraria a la de la historia." Lo
que Trotsky llamaba "prognosis", recuerda
Naville, se parece más a la anticipación profética
que a la predicción o al pronóstico. Los mismos
historiadores, que encuentran natural el sentido
del hecho cuando el movimiento revolucionario
va viento en popa, le buscan inconvenientes
cuando las cosas se complican y se hace necesario
saber remar contra la corriente. Les cuesta
muchísimo concebir el imperativo político de
"esbozar la historia a contrapelo" (según la
fórmula de Walter Benjamín). "Esto da a la
historia, comenta Naville, la posibilidad de
desplegar su sabiduría retrospectiva, enumerando
y catalogando los hechos, las omisiones, los
desaciertos. Pero, lamentablemente, estos
historiadores se abstienen de indicar la vía
correcta que habría permitido conducir a un
moderado a la victoria revolucionaria, o, al
contrario, indicar una política revolucionaria
razonable y victoriosa dentro de un período
termidoriano.

ESCOLIO 2.3. Sería útil algo que poco hizo


nuestro movimiento: llevar una discusión más
profunda acerca de la noción de totalitarismo en
general (de sus relaciones con la época del
imperialismo moderno), y sobre la del
totalitarismo burocrático en particular. Nos
sorprendemos, en efecto, cuando releemos las
obras de Trotsky, por el uso frecuente de esta
categoría, con la cual, en Stalin, acuña
magistralmente la máxima ("¡la sociedad soy
yo!") sin dar precisión a su status teórico. El
concepto podría considerarse muy útil para pensar
a la vez ciertas tendencias contemporáneas
(pulverización de las clases en masas, etnización
y deterioro tendencial de la política) analizadas
por Hannah Arendt en su trilogía sobre los
orígenes del totalitarismo, y la forma particular
que ellas pudieron mostrar en el caso del
totalitarismo burocrático. Esto permitiría también
que un uso vulgar y demasiado

flexible de esta noción útil sirviera para


legitimar ideológicamente la oposición entre
democracia (sin calificativos ni adjetivos, en
consecuencia burguesa, realmente existente) y
totalitarismo como la única causa pertinente de
nuestro tiempo.

ESCOLIO 2.4. Insistir en la noción de


contrarrevolución burocrática no implica de
ninguna manera cerrarse a un debate más
pormenorizado sobre el balance de las
revoluciones en el siglo. Se trata, al contrario, de
retomarlo desde una perspectiva renovada gracias
a un replanteamiento crítico mejorado.(9) Los
diferentes intentos de elucidación teórica (teoría
del capitalismo de Estado, de Mattick a Tony
Cliff, de la nueva clase explotadora, de Rizzi a
Burnham o Castoriadis, o del Estado obrero
degenerado de Trotsky a Mandel), si pudieron
tener consecuencias importantes en términos de
orientaciones prácticas, son todas compatibles,
mediante correcciones, con el diagnóstico de una
contrarrevolución stalinista. Si Catherine Samary
nos propone hoy la idea de que la lucha contra la
nomenclatura en el poder exigía una nueva
revolución social y no solamente una revolución
política, no se trata, sin embargo, de una simple
modificación terminológica. Según la tesis de
Trotsky, enriquecida por Mandel, la contradicción
principal de la sociedad de transición se situaba
entre la forma socializada de la economía
planificada y las normas burguesas de
distribución en el origen de los privilegios y del
parasitismo burocrático. La "revolución política"
consistía entonces en ubicar la superestructura
política conforme con la infraestructura social
adquirida. Es olvidar, subraya Antoine Artous,
que "en las sociedades post capitalistas [no
solamente en esas sociedades que más valdría no
calificar de "post", como si ellas vinieran
cronológicamente después del capitalismo,
cuando, en realidad, están determinadas por las
contradicciones de la acumulación capitalista
mundial. D.B.], el Estado es parte integral en el
sentido en que juega un rol determinante en la
estructuración de las relaciones de producción; y
es por este sesgo que, más allá de la forma salarial
común, la burocracia, grupo social del Estado,
puede encontrarse al interior de las relaciones de
explotación con los productores directos".

La continuación de este debate debería llamar


la atención sobre las confusiones teóricas ligadas
a la caracterización de fenómenos políticos en
términos directamente sociológicos, en
detrimento de la especificidad del campo y de las
categorías políticas. Muchos equívocos atribuidos
a la categoría "de Estado obrero", aunque fuera
espurio, surgen de allí. Es probablemente también
el caso de la noción de "partido obrero", que
tiende a referir la función de una fuerza política
en un juego de oposiciones y de alianzas, a una
"naturaleza" social profunda.

TEOREMA 3:

LA LUCHA DE CLASES NO SE DISUELVE EN LAS


IDENTIDADES COMUNITARIAS.

Durante un tiempo demasiado largo, el


marxismo llamado "ortodoxo" atribuyó al
proletariado una misión según la cual su
conciencia al reunirse con su esencia, volviéndose
en suma lo que él es, sería el redentor de la
humanidad entera. Las desilusiones del día
siguiente son, para muchos, proporcionales a las
ilusiones de la víspera: por no haberse
transformado en un "todo", este proletariado sería,
a partir de ese momento, reducido a menos que
nada.

Conviene comenzar recordando que la


concepción de la lucha de clases en Marx no tiene
mucho que ver con la sociología universitaria. Si
prácticamente no se encuentra en él un enfoque
estadístico de la cuestión, no es principalmente en
razón del estado embrionario de la disciplina en
ese momento (el primer Congreso Internacional
de Estadística data de 1854), sino por una razón
teórica más fundamental: la lucha de clases es un
conflicto inherente a la relación de explotación
capital/trabajo que rige la acumulación capitalista
y resulta de la separación entre productores y
medios de producción. No se encuentra entonces
en Marx ninguna definición clasificatoria,
normativa y reductora de las clases, sino una
concepción dinámica de su antagonismo
estructural, a nivel de la producción, de la
circulación como de la reproducción del capital:
en efecto, las clases jamás son definidas
solamente a nivel del proceso de producción (del
cara a cara entre trabajador y patronal en la
empresa), sino determinadas por la reproducción
del conjunto donde entran en juego la lucha por el
salario, la división del trabajo, las relaciones con
los aparatos del Estado y con
el mercado mundial. De eso resulta claramente
que el proletariado no está definido por el carácter
productivo del trabajo que aparece notoriamente
en el Libro II del Capital, con respecto al proceso
de circulación. En sus aspectos centrales, estas
cuestiones fueron tratadas y discutidas
ampliamente en los años setenta, en clara
oposición a las tesis entonces defendidas tanto por
el Partido Comunista en su tratado sobre El
capitalismo monopolista de Estado, como
inversamente por Poulantzas o por Baudelot y
Establer.(10)

Marx habla generalmente de los proletarios. En


general, en el siglo XIX, se hablaba de las clases
trabajadoras en plural. Los términos en alemán,
Arbeiterklasse, e inglés, working class, se
mantenían bastante generales, mientras que el
término classe ouvriere, corriente en el
vocabulario político francés, conlleva una
connotación sociológica restrictiva propicia a los
equívocos: remite al proletariado industrial
moderno, excluyendo al asalariado de los
servicios y del comercio, aunque éste sufre
condiciones de explotación análogas, desde el
punto de vista de su relación con la propiedad
privada de los medios de producción, de su
ubicación en de la división del trabajo, o más aún
de la condición asalariada y del monto de su
remuneración.

Michel Cahen opina con razón que, a pesar de


haber aparentemente perdido actualidad, el
término proletariado sea quizás teóricamente
preferible al de clase obrera. En las sociedades
desarrolladas representa efectivamente entre dos
tercios y cuatro quintos de la población activa. La
cuestión interesante no es la de su desaparición
anunciada, sino la de sus metamorfosis sociales y
de sus representaciones políticas, dando por
entendido que su vertiente industrial propiamente
dicha, aun cuando conoció un descenso efectivo
en el transcurso de los últimos veinte años (de
35% a 26% más o menos de la población activa),
todavía está lejos de la extinción. Así lo remarcan
Beaud y Pialoux en su estudio sobre Mont
béliard.(11). Más bien "se había vuelto invisible",
y las ciencias sociales universitarias no dejan de
tener responsabilidad en este ocultamiento.

Por el contrario, es significativo que Boltanski


y Chiapello retornen hoy a un análisis crítico del
capitalismo contemporáneo, recolocando en el
corazón de sus contradicciones el lazo orgánico
entre explotación y exclusión. Además, el
endurecimiento de las relaciones de clase hay que
encararlas desde una perspectiva internacional.
Entonces se hace evidente lo que Michel Cohén
llama "la proletarización del mundo". Mientras
que en 1900, sumaban alrededor de 50 millones
los trabajadores asalariados de una población
global de 1000 millones, hoy en día son alrededor
de 2000 sobre 6000 millones.

La cuestión es entonces de orden teórico,


cultural y específicamente político más que
estrictamente sociológico. La noción de clases es
en sí misma el resultado de un proceso de
formación (cf. E. P. Thompson. La formación de
la clase obrera inglesa), de luchas y de
organización, en el curso del cual se constituye la
conciencia de un concepto teórico y de una auto-
determinación nacida de la lucha: el sentimiento
de pertenencia de clase es tanto el resultado de un
proceso político de formación como de una
determinación sociológica. El debilitamiento de
esta conciencia, ¿significa entonces
recíprocamente la desaparición de las clases y de
sus luchas? Este debilitamiento, ¿es coyuntural
(vinculado a los flujos y reflujos de la lucha) o
estructural (como resultado de los nuevos
procedimientos de dominación, no solo sociales
sino también culturales e ideológicos, de lo que
Michel Surya llama "el capitalismo absoluto"),
siendo los discursos de la posmodernidad su
expresión ideológica? En otras palabras, si la
efectividad de la lucha de clases está ampliamente
verificada en lo cotidiano, ¿la fragmentación y el
individualismo posmodernos permiten todavía
concebir el renacimiento de colectividades
solidarias?

La generalización del fetichismo mercantil y de


la alineación consumista, el frenesí por lo efímero
e inmediato, ¿permiten que renazcan proyectos
duraderos, más allá de momentos de fusión
intensa sin porvenir?

Diversas corrientes de la sociología crítica


insisten, dentro de este contexto, en la dimensión
constructivista de la noción de clase. Pero el
constructivismo es una denominación amplia. Si
se trata de decir que toda noción teórica es una
elaboración (ningún concepto, comenzando por el
de perro, es el puro reflejo de una sustancia), es
una banalidad. Si se trata de decir que todo
concepto es una pura convención de lenguaje y el
efecto de relaciones de fuerzas dentro del campo
teórico, sin tener que rendir cuentas a la realidad,
es lisa y llanamente una recaída en el idealismo
mal concebido. En ese caso extremo, habría una
paradoja constructivista: si la lucha de clases
fuera antes que nada un efecto de lenguaje, eso
sería una razón más para estructurar la
representación del mundo en términos de clase
contra sus representaciones en términos de
enfrentamientos raciales, étnicos o confesionales.
En efecto, desdibujar la lucha de clases
(especialmente en su dimensión internacionalista)
y la crisis de las legitimidades nacionales
alimentan en los tumultos de la mundialización
mercantil, una reformulación racial o religiosa de
los conflictos comunitarios. Lejos de reducirse a
un cambio tardío propio del totalitarismo
burocrático disociado de sus elementos
constitutivos, los impulsos purificadores en
marcha en los Balcanes se inscriben dentro de una
tendencia planetaria mucho más general e
inquietante pero de un forma diferente a la que
imaginan las inteligencias serviles de la OTAN
cuando se contentan con verlos como los últimos
sobresaltos del totalitarismo "comunista".

Una de las tareas teóricas prioritarias debería


relacionarse entonces no solamente con las
metamorfosis sociológicas del asalariado, sino
con las transformaciones en curso de la relación
salarial en términos de régimen de acumulación,
tanto desde la perspectiva de la organización del
trabajo como de las regulaciones político jurídicas
y de lo que Frederic Jameson llama "la lógica
cultural del capitalismo tardío". La crítica del
ultraliberalismo, en reacción a la contrareforma
de los años Thatcher Reagan corre, en efecto, el
riesgo de equivocarse de meta si, obsesionada por
la imagen de una selva mercantil en pos de una
desregulación salvaje, no mide las
reorganizaciones y los intentos de re regulación
en curso. La dominación del capital, como lo
recuerden acertadamente Boltanski y Chiapello
no podría durar bajo la forma desnuda de una
explotación opresión sin legitimidad ni
justificación (no hay imposición duradera sin
hegemonía, decía de otra manera Gramsci...).

ESCOLIO 3.1. Lo que está a la orden del día,


es entonces la redefinición de una estructura
global, de una organización territorial, de
relaciones jurídicas, que renueven en función de
las fuerzas productivas actuales (nuevas
tecnologías) las condiciones generales de
acumulación del capital y de la reproducción
social. Es en este marco donde se inscriben las
crisis de transformación de las fuerzas políticas
tradicionales, la democracia cristiana, los
conservadores británicos, la derecha francesa, y el
cuestionamiento de la función que ellas cumplían
desde la guerra en el marco del compromiso del
Estado nacional; y es también en ese marco,
donde se inscriben las transformaciones de los
partidos socialdemócratas, cuyas élites, a través
de la privatización del sector público y la fusión
de las élites privadas con la nobleza de Estado,
están cada vez más integradas orgánicamente a
los estratos dirigentes de la burguesía.
Alimentados por las debilidades de las
formaciones burguesas tradicionales en plena
reconversión, esos partidos están llamados a
menudo a asumir transitoriamente el
protagonismo del aggiornamiento del capital,
arrastrado hacia su órbita, los restos de los
partidos post stalinistas sin proyecto y la mayor
parte de los partidos verdes sin resistencia
doctrinaria a la institucionalización acelerada.

Lo que se perfila entonces, tanto en el


manifiesto por una tercera vía de Blair-Schroder,
como por a través de proyectos de una Europa
social de mínimos, debatidos durante la cumbre
europea de Lisboa, o más aún por medio de
maniobras de la patronal francesa sobre el tema
de la "refundación social", no es un liberalismo
sin reglas, sino una nueva relación salarial inscrita
en una forma inédita de liberal-corporativismo o
liberal-populismo. En efecto, habría que ser
peligrosamente miope para imaginar al populismo
de mañana solamente bajo la forma tan
particularmente francesa de un soberanismo a la
manera de Pasqua-Villiers. La cruzada a favor del
accionariado asalariado, los fondos de pensión (en
detrimento de la solidaridad), y la
"refeudalización" del lazo social (denunciada por
Alain Supiot) por la primacía jurídica del contrato
individual (a menudo sinónimo de subordinación
personal en sociedades fuertemente desiguales)
por encima de la relación impersonal con la ley,
todo eso perfila, en efecto, una nueva asociación
corporativa capitaltrabajo, en la cual una pequeña
franja de ganadores podría salvarse en perjuicio
de la masa de víctimas de la mundialización. En
ciertas situaciones, esta tendencia es
perfectamente compatible con formas convulsivas
de nacional-liberalismo a la manera de Putin o de
Haider.
Por otra parte, es por eso que es perfectamente
inoperante y posiblemente engañoso, tratar el
caso Haider por analogía con los años treinta, en
lugar de vincularlo con las formas
contemporáneas y probablemente inéditas del
peligro, legitimando en nombre de antifascismo
reflejo de la unión sagrada basada en la
conciencia limpia consensuada. Si es justo
participar en las movilizaciones contra Haider
(sin olvidar, sin embargo, las complacencias de
una parte de sus detractores bien pensantes con
Berlusconi, Fini, Millon, Blanc y otros) y, sobre
todo apoyar aquéllas de la de la juventud
austríaca en lugar de aislarla con un estúpido
boicot, lo cual podría contribuir a no olvidar que
Haider es primeramente también un producto de
trece años de coalición entre conservadores y
socialdemócratas, de una determinada opción de
construcción de la unidad europea y de políticas
de austeridad que le permitieron llegar adonde
está.

Más que representar farsas de las tragedias de


ayer o de anteayer, sería entonces imperante
pensar las formas singulares que pueden asumir
las amenazas en el mundo de hoy, el rol de los
regionalismos en la reconfiguración europea, los
matrimonios entre nacionalismo y liberalismo. A
su manera, a Haider no le falta por cierto humor
negro cuando proclama "Blair y yo contra las
fuerzas del conservadurismo".(12) Nuestros dos
partidos, precisa, "quieren escapar a las rigideces
del Estado benefactor sin crear injusticia social".
Los dos quieren “la ley y el orden". Los que
consideran que los que están en condiciones de
trabajar no deben ser incentivados para la
inactividad por medio de las formas de asistencia
(lo mismo que dice la Medef [la patronal]
francesa para justificar el Care). Los dos estiman
que "la economía de mercado, a condición de ser
flexibilizada, puede crear nuevas oportunidades
para los asalariados y las empresas." El Partido
Laborista así como el FPÓ tienen entonces un
acercamiento "no dogmático a aquel mundo en
plena transformación en el que vivimos", mientras
que "las viejas categorías de izquierda y derecha
se vuelven caducas": "Blair y el Laborismo, ¿son
de derecha so pretexto de aceptar los acuerdos de
Scbengen y de ser favorables a una legislación
estricta acerca de la inmigración?", pregunta
Haider. Y responde, "si Blair no es un extremista,
entonces Haider no lo es tampoco".

A buen entendedor... Hay que agregar que el


regional populista Haider es tan partidario de la
OTAN como lo es Blair, ¡y aun más partidario
que él del euro!

ESCOLIO 3.2. La reciente aparición de un


texto inédito de Lukács, de 1926, en defensa de
Historia y conciencia de clase, aporta una
aclaración interesante que invalida hasta cierto
punto las interpretaciones ultrahegelianas de
Lukács según las cuales el Partido sería
finalmente la forma encontrada del Espíritu
absoluto. (13) Atacado por "subjetivismo" por
Rudas y Déborine durante el Vº Congreso de la
Internacional Comunista el de la bolchevización
zinovievista, Lukács rechaza el argumento de
Rudas, según el cual el proletariado está
condenado a actuar conforme a su ser y la tarea
del partido se reduce a "anticipar ese desarrollo".
Para Lukács, el rol específico (político) del
partido surge del hecho de que la formación de la
conciencia de clase choca constantemente con el
fenómeno del fetichismo y de la cosificación.
Como lo señala Slavo Zizek en su epílogo, el
partido juega en él el papel de término medio en
el silogismo entre la historia (lo universal) y el
proletariado (lo particular), en tanto que para la
socialdemocracia, el proletariado es el término
medio entre la historia y la ciencia (encarnada por
el partido educador) y en el stalinismo, el partido
se vale del sentido de la historia para legitimar su
dominación sobre el proletariado.

TEOREMA 4:

LA DIFERENCIA CONFLICTUAL NO SE DISUELVE EN LA


DIVERSIDAD AMBIVALENTE.

Como reacción contra una representación


reduccionista del conflicto social al conflicto de
clase, es la hora de la pluralidad de los espacios y
de las contradicciones. En su singularidad
concreta e irreductible, cada individuo es en
efecto una combinación original de pertenencias
múltiples. La mayor parte de los discursos de la
postmodernidad, como

ciertas tendencias del marxismo analítico,


llevaron esta crítica antidogmática hasta la
disolución de las relaciones de clase en las aguas
turbias del individualismo metodológico. No son
solamente las oposiciones de clase, sino más
generalmente las diferencias conflictivas, que se
diluyen entonces en lo que ya Hegel llamaba "una
diversidad sin diferencia": una constelación de
singularidades indiferentes.

Es cierto que lo que pasa por ser una defensa de


la diferencia se reduce a menudo a una tolerancia
liberal permisiva que es el reverso consumista de
la homogeneización mercantil. Frente a ese
simulacro de diferencia y a su individualismo sin
individualidad, las reivindicaciones identitarias
tienden al contrario a hipostasiar y naturalizar la
diferencia de género o de raza. No es la noción de
diferencia la que es problemática (ella permite
construir oposiciones estructurantes), sino su
naturalización biológica o su absolutización
identitaria. Así, mientras que la diferencia es una
mediación en la construcción de lo universal, la
extrema dispersión por sí misma lleva a la
renuncia de esta construcción. Cuando se
renuncia a lo universal, afirma acertadamente
Alain Badiou, lo que triunfa es el horror
universal.

Esta dialéctica de la diferencia y de la


universalidad está en el corazón de las
dificultades que frecuentemente nos cuesta
resolver, como lo ilustran las discusiones y las
incomprensiones acerca de la igualdad o del rol
del movimiento homosexual. A diferencia del
movimiento que proclama la abolición de las
diferencias de género en beneficio de prácticas
sexuales no exclusivas, hasta rechazar toda
afirmación colectiva duradera lógicamente
reduccionista, Jacques Fortín, en su Adieu aux
normes, esboza una dialéctica de la diferencia
afirmada por constituir una relación de fuerza
frente a la opresión y de su debilitamiento
deseado en un horizonte de universalidad
concreta.

El discurso proclama, al contrario, la


eliminación inmediata de las diferencias. Su
retórica del deseo, en la que se pierde la lógica de
las necesidades sociales, es el adelantado de un
deseo de consumación compulsivo. El sujeto,
viviendo en el momento una sucesión de
identidades sin historia, no es más el (la)
homosexual militante, sino el individuo
cambiante, no específicamente sexuado o
definido por su raza, sino simple espejo roto de
sus sensaciones y sus deseos. No es para nada
sorprendente que este discurso haya tenido una
buena acogida por parte de la industria cultural
norteamericana, puesto que la fluidez
reivindicada por el sujeto está perfectamente
adaptada al flujo incesante de los intercambios y
de las modas. Al mismo tiempo, la transgresión
que representaba un desafío a las normas y
anunciaba la conquista de nuevos derechos
democráticos se banaliza como momento lúdico
constitutivo de la subjetividad consumista.

Paralelamente, ciertas corrientes oponen a la


categoría social de género, la "más concreta,
específica y corporal" de sexo. Pretenden
sobrepasar el "feminismo del género" en
beneficio de un "pluralismo sexual". No es
sorprendente que un movimiento tal implique un
rechazo simultáneo del marxismo y del
feminismo crítico. Las categorías marxistas
habrían, en efecto, proporcionado una
herramienta eficaz para pensar las cuestiones de
género directamente ligadas a las relaciones de
clase y a la división social del trabajo, pero para
comprender "el poder sexual" y fundar una
economía de los deseos distinta de la de las
necesidades, sería necesario inventar una teoría
autónoma (inspirada en la biopolítica
"foucaltiana").

Al mismo tiempo, la nueva tolerancia mercantil


del capital hacia el mercado gay conduce a
atenuar la idea de su hostilidad orgánica hacia
orientaciones sexuales improductivas. Esta idea
de un antagonismo irreductible entre el orden
moral del capital y la homosexualidad permitía
creer en una subversión espontánea del orden
social por medio de la simple afirmación de la
diferencia: era suficiente que los homosexuales se
proclamaran como tales para estar en contra de él.
La crítica de la dominación homofóbica puede
entonces terminar en el desafío de la
autoafirmación y en la naturalización estéril de la
identidad. Si, al contrario, las características de
hetero y homosexualidad son categorías históricas
y sociales, su relación conflictiva con la norma
implica la dialéctica de la diferencia y de su
superación, reivindicada por Jacques Fortín.

Esta problemática, evidentemente fecunda


cuando se trata de las relaciones de género o de
comunidades lingüísticas y culturales, no deja de
tener consecuencias en lo que concierne a la
representación misma de los conflictos de clase.
Ulrich Beck ve en el capitalismo contemporáneo
la paradoja de un "capitalismo sin clase". Lucien
Séve no teme afirmar que, "si hay por cierto una
clase en un polo de la constricción, el hecho
desconcertante es que no hay clase en el otro". El
proletariado se habría disuelto en la alineación
generalizada; se trataría entonces, a partir de
ahora, "de librar una batalla de clase no ya en
nombre de una clase sino de la humanidad".

O bien se trata allí, en la tradición marxista, de


una banalidad que consiste en recordar que la
lucha por la emancipación del proletariado
constituye, bajo el capitalismo, la mediación
concreta de la lucha por la emancipación
universal de la humanidad. O bien, se trata de una
innovación teórica colmada de consecuencias
estratégicas, por lo demás presentes en el libro de
Lucien Séve: la cuestión de la apropiación social
no es más esencial a sus ojos (es lógico, en
consecuencia, que la explotación se vuelva
secundaria con respecto a la alienación universal);
la transformación social se reduce a
"transformaciones [¿de "desalienación"?], no más
súbitas, sino permanentes y graduales"; la
cuestión del Estado desaparece en la de la
conquista de los poderes (título, en otro tiempo,
de un libro de Gilles Martinet), "la formación
progresiva de una hegemonía conduce tarde o
temprano al poder en las condiciones de un
consentimiento mayoritario", sin enfrentamientos
decisivos (de Alemania a Portugal pasando por
España, Chile o Indonesia, este "consentimiento
mayoritario" sin embargo ¡hasta el día de hoy
nunca se ha verificado! Encontramos el mismo
tenor en Roger Martelli, para quien "lo esencial
ya no es preparar el traspaso de poder de un grupo
a otro, sino comenzar a dar a cada individuo la
posibilidad de apropiarse de las condiciones
individuales y sociales de su vida". La temática
anti-totalitaria muy legítima de la liberación
individual desemboca entonces en un placer
solitario en el que viene a diluirse la
emancipación social.

Si hay por cierto interacción entre las formas de


opresión y de dominación, y no un efecto
mecánico directo de una forma particular (la
dominación de clase) sobre las otras, queda por
determinar con más precisión el poder de esas
interacciones en una época dada y al interior de
una relación social determinada. ¿Se trata
solamente de una yuxtaposición de espacios y de
contradicciones que pueden dar lugar a
coaliciones coyunturales y variables de intereses?
En cuyo caso la única unificación concebible
procedería de un puro voluntarismo moral. O
bien, ¿la lógica universal del capital y del
fetichismo mercantil afecta a todas las esferas de
la vida social, hasta el punto de crear las
condiciones de una unificación relativa de las
luchas (sin implicar, sin embargo, por ser tan
discordantes los tiempos sociales, la reducción de
las contradicciones a una contradicción
dominante)?

No se trata de oponer a la inquietud


posmoderna una totalidad abstracta fetichizada,
sino admitir que la de-stotalización (o de-
construcción) es indisociable de la totalización
concreta, que no es una totalidad a priori sino un
devenir de la totalidad. Esta totalización en
proceso pasa por la articulación de la experiencia,
pero la unificación subjetiva de las luchas surgiría
de una voluntad arbitraria (dicho de otro modo, de
un voluntarismo ético) si ella no reposara sobre
una unificación tendencia! de las cuales el capital,
comprendido allí bajo las formas perversas de la
mundialización mercantil, es el agente
impersonal.

TEOREMA 5:

LA POLÍTICA NO SE DISUELVE NI EN LA ÉTICA, NI EN LA


ESTÉTICA.

Hannah Arendt temía que la política terminara


por desaparecer completamente del mundo, no
solamente por la abolición totalitaria de la
pluralidad, sino también por la disolución
mercantil que es su cara oculta. Este temor está
confirmado por el hecho de haber entrado en una
era de despolitización, donde el espacio público
está recortado por las fuerzas violentas que
acompañan el horror económico y por un
moralismo abstracto. Este debilitamiento de la
política y de sus atributos (el proyecto, la
voluntad, la acción colectiva) impregna la jerga
de la posmodernidad. Más allá de los efectos de la
coyuntura, esta tendencia traduce una crisis de las
condiciones de la acción política bajo el impacto
de la compresión espacio temporal. El culto
moderno del progreso significaba una cultura del
tiempo y del devenir en detrimento del espacio,
reducido a un rol accesorio y contingente. Como
lo señalaba Foucault, el espacio se había
convertido en el equivalente de lo muerto, lo fijo,
de la inmovilidad, al oponerlo a la riqueza y la
fecundidad dialéctica del tiempo viviente. Las
rotaciones endiabladas del capital y el
ensanchamiento planetario de su reproducción
trastocan las condiciones de su valorización. Es
este fenómeno el que expresa el sentimiento, tan
intenso desde hace dos décadas, de reducción de
la duración al instante y de desaparición del lugar
en el espacio.

Si la estetización de la política es una tendencia


recurrente inherente a las crisis de la democracia,
la admiración por lo local, la búsqueda de los
orígenes, la sobrecarga ornamental y el simulacro
de la autenticidad revelan sin ninguna duda un
vértigo angustiado al comprobar la impotencia de
la política puesta frente a condiciones que se han
tornado inciertas.

Que la política sea, en una primera


aproximación, concebida como el arte del pastor
o como el del tejedor, implica en efecto una
escala de espacio y de tiempo, de los cuales la
ciudad (con su plaza pública y el ritmo de los
mandatos electivos) es la forma. Se habla tanto
más de ciudadanía que la ciudad y el ciudadano se
tornan inhallables en el desorden general de las
escalas y de los ritmos. Sin embargo, vivimos
siempre "en un período donde hay ciudades y
donde el problema de la política surge porque
nosotros pertenecemos a. este período cósmico
durante el cual el mundo es librado a su suerte".
La política no nos libera en cuanto arte profano de
la duración y del espacio, de trazar y de desplazar
las líneas de lo posible en un mundo sin dioses.

COROLARIO 5.1: LA HISTORIA NO SE


DISUELVE EN UN TIEMPO PULVERIZADO
SIN MAÑANA. El rechazo posmoderno de los
grandes relatos no implica solamente una crítica
legítima a las ilusiones del progreso asociadas al
despotismo de la razón instrumental. Significa
también una de-construcción de la historicidad y
un culto a lo inmediato, lo efímero, lo descartable,
donde proyectos de mediano plazo no tienen más
cabida. En la conjugación de los tiempos sociales
desajustados, la temporalidad política es
precisamente la del mediano plazo, entre el
instante fugitivo y la eternidad inalcanzable.
Exige de ahora en más una escala móvil de la
duración y de la decisión.

COROLARIO 5.2: EL LUGAR Y EL SITIO


NO SE DISUELVEN EN EL SILENCIO
TEMIBLE DE LOS ESPACIOS INFINITOS. El
desajuste de la movilidad geográfica del capital
(moneda y mercancía) con respecto a la
inmovilidad relativa o movilidad muy condicional
del trabajo aparece como la forma actual del
desarrollo desigual que permite las transferencias
de plusvalía a la época del imperialismo absoluto:
el desarrollo desigual de las temporalidades
complementa y relega aquel de los espacios. En
consecuencia una escala móvil de territorios, la
importancia adquirida por el control de los flujos,
el esbozo de un orden mundial muy apoyado en
un mosaico de Estados débiles, auxiliares
subalternos de la soberanía mercantil.

Ahora bien, la acción colectiva se organiza en


el espacio: la reunión, la asamblea, el encuentro,
la manifestación. Su poder se inscribe en lugares
y el nombre propio del acontecimiento está
relacionado con fechas (Octubre, 14 de Julio, 26
de Julio) y a lugares (la Comuna, Petrogrado,
Turín, Barcelona, Hamburgo...) como lo subraya
Henri Lefebvre, sólo la lucha de clases tiene la
capacidad de producir diferencias espaciales
irreductibles a la sola lógica económica.

COROLARIO 5.3: LA OPORTUNIDAD


ESTRATÉGICA NO SE DISUELVE EN LA
NECESIDAD ECONÓMICA. El sentido político
del momento, de la oportunidad, de la bifurcación
abierta a la esperanza, constituye un sentido
estratégico; el de lo posible, irreductible a la
necesidad; no el sentido de un posible arbitrario,
abstracto, voluntarista, de un posible donde todo
sería posible; sino el de un posible determinado
por un dominio, donde surge el instante propicio
para la decisión ajustada a un proyecto, a un
objetivo por alcanzar. Es, a fin de cuentas, sentido
de la coyuntura, de la respuesta adecuada a una
situación concreta.

COROLARIO 5.4: EL OBJETIVO NO SE


DISUELVE EN EL MOVIMIENTO, EL
ACONTECIMIENTO EN EL PROCESO. La
jerga posmoderna concilia de buen grado el gusto
por el acontecimiento sin historia, por el
happening sin pasado ni futuro, y el gusto por la
fluidez sin crisis, por la continuidad sin ruptura,
por el movimiento sin objetivo. En la jerga post
stalinista de la resignación, el derrumbe del futuro
desemboca lógicamente en el grado cero de la
estrategia: ¡vivir el momento aún sin gozar sin
trabas! Los ideólogos del mañana desilusionante
se conforman, en consecuencia, con predicar un
"comunismo que está ahí no más", concebido
como un "movimiento gradual, permanente,
siempre inacabado, que incluye momentos de
sacudidas y de rupturas", (14) Proponen "un
nuevo concepto de revolución", "un
revolucionamiento sin revolución, una evolución
revolucionaria", o más aún un "ir más allá sin
demora", hacia una inmediatez extratemporal.(15)
Afirman que "la revolución no es más lo que era
puesto que no hay más un momento único donde
las evoluciones se cristalizan", "no hay más un
gran salto, un gran ocaso, ni un umbral decisivo.'
(16) A la luz del social-liberalismo menjunje de
izquierda pluralista, este "comunismo que está ahí
nomás" hace una triste figura: comunismo, ¿estás
ahí?

Ciertamente, no hay un momento


revolucionario único, de epifanía milagrosa de la
historia, sino momentos de decisión y umbrales
críticos. Pero la disolución de la ruptura en la
continuidad es la contrapartida lógica de una
representación del poder posible de lograr con la
desalienación individual: "La formación
progresiva de una hegemonía que conduce tarde o
temprano al poder dentro de las condiciones de un
consentimiento mayoritario", garantiza Lucien
Sève. Ese "tarde o temprano" que, a fuerza de
dejar el tiempo al tiempo, define una política
fuera del tiempo, parece por lo menos imprudente
a la luz del siglo y de sus ensayos (España, Chile,
Indonesia, Portugal). Ignora sobre todo el círculo
vicioso del fetichismo y de la cosificación, las
condiciones de reproducción de la dominación.

COROLARIO 5.5: EL ANTAGONISMO NO


SE DISUELVE EN LA HEGEMONÍA. La teoría
de la hegemonía según Ernesto Laclau y Chantal
Mouffe reposa sobre una noción de universalidad
a la vez necesaria e imposible. Esta universalidad
deja siempre un resto irreductible de
particularidad. No existe sino encarnada y
subvertida por lo particular. Recíprocamente, la
particularidad no accede a la política sino
produciendo efectos universalizantes. Siendo
imposible una coincidencia perfecta de lo
universal y de lo particular, la relación hegemonía
implica la producción de significantes
tendencialmente vacíos que, aún manteniendo la
inconmensurabilidad entre lo universal y lo
particular, permiten al segundo representar al
primero.

La hegemonía según Laclau aparece entonces


como el terreno sobre el que se desarrollan
relaciones de representación constitutivas del
orden social, "la representación de lo
irrepresentable" es la condición misma de la
emancipación. La hegemonía requiere la
generalización de las condiciones de
representación. Ella implica también la no
transparencia del representante por el
representado, "la irreductible autonomía del
significante con respecto al significado".(17) Bajo
el manto de la teoría de la representación se
esconde, en realidad, una apología de la
delegación. La representación, por medio de una
fuerza social particular y de una totalidad
imposible conduce, en efecto, a privilegiar la
lucha política por la democracia sin adjetivos,
desligada de la cuestión social y reducida a un
consenso negociado: "La única sociedad
democrática es la que evidencia permanentemente
la contingencia de sus propios fundamentos y
mantiene la distinción entre el momento ético y el
orden normativo."

COROLARIO 5.6: LA LUCHA POLÍTICA


NO SE DISUELVE EN LA LÓGICA DEL
MOVIMIENTO SOCIAL. Entre la lucha social y
la lucha política, no hay ni muralla China ni
compartimentos estancos. La política surge y se
inventa dentro de lo social, en las resistencias a la
opresión, en el enunciado de nuevos derechos que
transforman a las víctimas en sujetos activos. Sin
embargo, la existencia de un Estado como
institución separada, a la vez encarnación ilusoria
del interés general y garante de un espacio
público irreductible al apetito privado, estructura
un campo político específico, una relación de
fuerzas particular, un lenguaje propio del
conflicto, donde los antagonismos sociales se
manifiestan en un juego de desplazamientos y de
condensaciones, de oposiciones y de alianzas. En
consecuencia, la lucha de clases se expresa allí de
manera mediada bajo la forma de la lucha política
entre partidos.

¿Todo es política? Sin duda, pero en cierta


medida y hasta un cierto punto. En "última
instancia", si se quiere, y de diversas maneras.
Entre partidos y movimientos sociales, más que
una simple división del trabajo, opera una
dialéctica, una reciprocidad, una
complementariedad. La subordinación de los
movimientos sociales a los partidos significaría
una estatización de lo social.

Inversamente, la política al servicio de lo social


llevaría rápidamente al lobbying corporativo, a la
sumatoria de intereses particulares sin voluntad
general. Ya que la dialéctica de la emancipación
no es un río largo y tranquilo: las aspiraciones y
las expectativas populares son diversas y
contradictorias, a menudo divididas entre la
exigencia de libertad y la demanda de seguridad.
La función específica de la política consiste
precisamente en articularlas y conjugarlas.

ESCOLIO 5.6. Comentando la desaparición de


disyuntivas elecciones políticas auténticas y el
hecho de que la confusión de las alternativas de
clase se traduce, en los países anglosajones, en la
tendencia a la elaboración de plataformas arcoiris,
concebidas como collages incoherentes de
slogans que buscan captar a todos a la vez y cuyas
prioridades son obtenidas de las encuestas de
opinión. Zygmunt Bauman se interroga acerca de
las capacidades de los movimientos sociales para
aportar una respuesta a la crisis de las políticas.
Subraya la manera en que éstas sufren los efectos
de la posmodernidad: una vida acotada, una débil
continuidad, agregados temporales de individuos
reunidos por la contingencia de una dificultad
única, y dispersados nuevamente apenas se
soluciona el litigio. No es culpa de los programas
y de los líderes, precisa Bauman: esta
inconstancia e intermitencia reflejan más bien el
carácter ni acumulativo ni integrador de los
sufrimientos y de las penurias en estos tiempos
disonantes. Estos movimientos tienen entonces
una pobre capacidad para exigir grandes
transformaciones en grandes cuestiones. Son
pobres sustitutos de sus predecesores. Esta
fragmentación impotente es el fiel reflejo (el
fenómeno isomorfo) de la pérdida de soberanía
del Estado reducido a una comisaría de la policía
de seguridad en medio del laissez faire
mercantil.(18)

Zizek ve en la dispersión de los nuevos


movimientos sociales la proliferación de nuevas
subjetividades sobre el trasfondo de la renuncia,
consecuencia de las derrotas del siglo. Este
retorno a los estados, a los estatus y a los cuerpos
sería la consecuencia lógica de la destotalización
y del oscurecimiento de la conciencia de clase.
Mediante el rechazo a la política responde a la
limitación política de lo social llevada a cabo por
las "filosofías políticas" de la última década.
Ahora bien, el gesto mismo que pretende trazar el
límite entre política y no política, para sustraer
ciertos dominios (comenzando por la economía) a
la política es "el gesto político por
excelencia".(19)

Para Laclau, la emancipación estará


indefinidamente contaminada por el poder, de
modo que la completa realización significaría la
extinción total de la libertad. La crisis de la
izquierda sería el resultado de un doble derrumbe
de las representaciones del futuro, bajo la forma
de la quiebra del comunismo burocrático y de la
bancarrota del reformismo keynesiano. Si un
renacimiento eventual implica la "reconstrucción
de un imaginario social nuevo", la fórmula
permanece muy vaga ya que Laclau no encara
ninguna alternativa radical. En la controversia que
los opone, Zizek insiste, frente a la nueva
domesticidad del centro izquierda, en "conservar
abierto el espacio utópico de alternativa global,
aún si este espacio debe quedar vacío mientras
espera su contenido". En efecto, la izquierda debe
elegir entre la resignación y el rechazo del
chantaje liberal según el cual toda perspectiva de
cambio radical debería conducir a un nuevo
desastre totalitario.

El mismo Laclau no renuncia al horizonte de


unificación. Ve, al contrario, en la dispersión
radical de los movimientos, que vuelve
impensable su articulación, el fracaso mismo de
la posmodernidad. ¿Movimientos acéfalos,
reticulares, rizomáticos, obligados por las derrotas
a quedar acorralados en una interiorización
subalterna del discurso dominante? Pero también
redespliegue del movimiento social en los
diferentes ámbitos de la reproducción social,
multiplicación de espacios de resistencia,
afirmación de su autonomía relativa y de su
temporalidad propia. Todo esto no es negativo si
se va más allá de la simple fragmentación y se
piensa en la articulación.

Si no es así, no hay otra salida más que el


lobbying disperso (imagen misma de lo
subalterno como efecto de la dominación sobre
los dominados cf. Kouvelakis) o la unificación
autoritaria por medio de la palabra del amo, ya se
trate de una vanguardia científica, que reduciría la
universalización política a la universalización
científica (un nuevo avatar del "socialismo
científico") o de una vanguardia ética que la
reduciría a la universalidad del imperativo
categórico. Sin llegar a conseguir sin embargo,
tanto en un caso como en el otro, a pensar el
proceso de universalización concreta por medio
de la extensión del dominio de la lucha y por su
unificación política. No hay otra salida en esta
perspectiva sino volver a partir del tema
universalizante, el capital mismo, y de los
múltiples efectos de dominación producidos por
la cosificación mercantil.

______________________

Notas

1) Véase Alex Callinicos, "Imperialism Today",


en Marxism and the New Imperialism,
Bookmarks, Londres 1994.

2) Véase Gilbert Achcar, La Nouvelle guerre


froide, PUF, collection Actuel Mane, París 1999.

3) Véase Ernest Mandel, The Meaning of the


Second World War, Verso, Londres 1986.
Versión en castellano El significado de la
Segunda Guerra Mundial, Ed. Fontamara, México
1991. (N. del T.)

4) Véase Garonne, Les révolutionnaires du XI-


Xe siècle, Champ Libre, París.

5) Lucien Séve, Commencer par les fins, La


Dispute, París l999.

6) Roger Martelli, Le communisme autrement,


Syllepse, París 1998.
7) Eric Hobsbawm, L'Age des extremes,
Editíons Complexe-Le Monde Diplomatique,
París 1999.

8) Ibid., pág. 103.

9) Véanse las contribuciones de Catherine


Samary, Michel Lequenne, Antoine Antous en
Critique communiste, n° 157, invierno 2000.

10) Nicos Poulantzas, Poder político y clases


sociales en el Estado Capitalista, Siglo XXI,
México 1969 y Las clases sociales en el
capitalismo actual, Siglo XXI, Madrid 1977;
Baudelot y Establet, La Petite bourgeoisie en
France, Máspero, París 1970. Véase también la
colección de revistas Critique de I'économie
politique, Critique communiste, Cahiers de la
Taupe.

11) Stéphane Beaud y Michel Pialoux, Retour


sur la condition ouvríère, Fayard, París 1999.

12) Daily Telegraph, 22 de febrero de 2000.

13) Reencontrado recientemente en Hungría, el


texto de Lukács ha sido publicado en inglés bajo
el título Tailism and Dialectic, seguido de un
epílogo de Slavoj Zizek, Verso 2000.

14) Pierre Zarka, Un communisme á usage


immédiat, Plón, París 1999.

15) Lucien Séve, Commencer par les fins, op.


cit.

16) Rober Martelli, Le comunismo


autremement, op.cit.
17) Laclau, op.cit, pág. 66.

18) "Carta de Zigmunt Bauman a Dennis


Smith", en Dennis Smith, Zymuni Bauman,

Prophet of Post modernity, Polity Press,


Cambridge 1999.

19) Zizek, op.cit ., pág. 95.

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