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CAPITULOS 7-9

Mejor que Tabernáculos 7:1-9:41

a. Jesús y sus hermanos (7:1-10)


El evangelista pasa a otra fiesta (7:2), la de Tabernáculos. Como en los casos del sábado y de
la Pascua, va a mostrar la superioridad de Jesús sobre esta fiesta del otoño, cuando Israel daba
gracias por la cosecha y recordó el viaje de Israel desde Egipto a la tierra prometida. El pueblo
habitaba en tiendas o «tabernáculos» durante este tiempo. El versículo 1 nos recuerda el peligro
que amenazaba a Jesús en Judea (cf. 5:18). Por esta razón Jesús se quedaba en Galilea, porque
no había llegado su hora para morir (6).
Los hermanos de Jesús no entienden su estrategia (3). Si Jesús tiene una misión, piensan,
debe ir a la capital, especialmente en la gran concentración del pueblo para la fiesta, y
manifestarse al mundo (4). Tal vez estén alarmados porque las multitudes ya no siguen a Jesús
(6:66) y no pueden entender por qué él se conforma a enseñar a los pocos discípulos que le
quedan (6:67). La fiesta les parece una buena oportunidad para recuperar las multitudes con
nuevos milagros (7:3-4). Esta opinión surge de su falta de fe (5); no pueden entender que la
misión y el mensaje de Jesús pertenecen a la dimensión celestial y espiritual. Las estrategias de
este mundo no son las adecuadas para la obra espiritual.
La respuesta de Jesús (6-8) enfatiza el contraste entre él y sus hermanos; también confirma
que el «tiempo» u hora (2:4) que Jesús espera será un tiempo de oposición y hasta de muerte.
Como las multitudes del capítulo seis, los hermanos de Jesús no pueden aceptar la necesidad del
sufrimiento; esperan de Jesús grandes éxitos. Por tanto, pueden viajar con libertad en este
mundo (6), porque se identifican con su incredulidad (6). El mundo no aborrece a los suyos, pero
el testimonio de Jesús suscita odio, porque revela la corrupción del hombre (7; 3:20). Cuando
llegue el «tiempo» de Jesús (8), revelará que el mundo obra lo malo, y el mundo intentará escapar
de esta revelación o de esta luz, matando al que la trae. Jesús invita a sus hermanos a ir a la
fiesta, porque la estrategia mundanal que recomiendan corresponde a la identidad de ellos, no a
la identidad celestial de Jesús.
Es probable que Juan 7:8 originalmente no incluyera la palabra «todavía». Jesús habla
paradójicamente: no subirá a la fiesta de la manera que sus hermanos sugieren. El tiempo para
que «suba» a su Padre (20:17) vendrá en otra fiesta (13:1). Jesús no fue a la fiesta de
Tabernáculos para «manifestar» (4) su gloria «abiertamente» (10), sino para acusar al mundo
(representado por «los judíos», v. 11) de pecado y para sufrir el rechazo (7). Al producir copias
del evangelio, algunos copistas no entendieron la paradoja y añadieron «todavía» para evitar una
aparente contradicción entre los versículos 8 y 10.

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b. El discurso de Tabernáculos (7:11 a 8:58)
«Los judíos» (11), los líderes religiosos que se oponen a Jesús, no pueden encontrarlo porque
ellos, como los hermanos de Jesús, piensan según la lógica de este mundo, y no pueden entender
el mensaje ni el método de Jesús. Entre el pueblo hay gran interés en el ministerio de Jesús
(12), pero no pueden ponerse de acuerdo en cuanto a él. Juan 7:12 presenta un tema importante
en el evangelio de Juan (1:11-12; 3:19-21, 32-33). La luz celestial que se revela en Jesús produce
división en el mundo de tinieblas. Las gentes ven la luz que es Jesús, pero no se pueden poner de
acuerdo acerca de su significado. El evangelista volverá a este tema.
El versículo 13 trata otro tema característico del evangelio de Juan: el discípulo secreto. Por
temor a la oposición de «los judíos» contra Jesús, muchos encubrían su fe. Este detalle refleja
el tiempo en que se escribió el evangelio. En las dos décadas después de la destrucción de
Jerusalén y del templo en 70 d.C., los líderes de los judíos decidieron que los cristianos no eran
simplemente una rama del judaísmo, sino herejes, y empezaron a expulsarlos de las sinagogas.
Esta presión tentó a algunos cristianos a ocultar su fe en Jesús para que pudieran continuar
dentro de la comunidad judía. Juan 7:13 atribuye esta falta de testimonio a «miedo». Nicodemo
(3:1-2) se desarrolla en Juan como un ejemplo del discípulo secreto.
Después de mantenerse de incógnito durante tres días, Jesús se presenta en el templo el
cuarto día de los siete de la fiesta y empieza a enseñar (7:14). Aquí comienza un discurso o
diálogo largo y complicado que contiene las respuestas de Jesús a los que atacaban su autoridad.

Tiene tres temas principales:


I. El testimonio de Jesús, 7:14-24
II. El origen y destino de Jesús, 7:25-52; 8:12-29
III. Los padres de los judíos y de Jesús, 8:30-58

Las divisiones entre las tres secciones no son muy claras los tres temas principales no se
tratan solamente en las secciones indicadas. También hay tres temas menores que se mencionan
dentro de estas tres secciones:

a) Las ceremonias de la fiesta (agua y luz), 7:37-39; 8:12


b) La división del mundo ante la revelación, 7:12, 25-31, 40-51
c) La «hora» de Jesús, 7:30, 44-46, 8:20, 59

La combinación de estos temas forma un «tejido» complicado, en el cual cada tema o «hilo»
está en un momento expuesto y en otro encubierto debajo de otros.

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I. El testimonio de Jesús (7:14-24)
«Los judíos» se asombran de la enseñanza de Jesús (14-15) porque él presenta enseñanzas
profundas sin haber pasado por el aprendizaje que cursaban todos los rabíes. Jesús explica que
aprendió su enseñanza de «aquel que me envió» (16); tuvo un maestro mejor que cualquier rabí:
¡Dios mismo! Estos versículos nos regresan al contexto de 5:19-47, donde Jesús defiende su
autoridad como Enviado e Hijo de Dios.

Jesús afirma que el oidor puede entender su enseñanza y de dónde viene, solamente si toma
una decisión personal positiva en cuanto a la voluntad de Dios (17). Este pensamiento es un eco y
desarrollo de 5:40; igualmente apareció en 3:19-21 y 6.39-40. El Evangelio de Juan enseña
constantemente que el rechazo de Jesús y de la ética que Dios pide no es resultado de la
ignorancia de la verdad, sino que la ignorancia más bien resulta de la decisión de rechazar la
verdad que Dios ha revelado en Jesús. Solamente el que se compromete con Dios por medio de la
fe obediente en Jesucristo, puede discernir la verdad y la acción de Dios.
Juan 7:18 y 19 igualmente continúan con temas del capítulo 5: la gloria terrenal y la celestial
(5:41-44), la verdadera enseñanza (5:31-39), la ley de Moisés (5:39, 45-47), y el deseo de matar
a Jesús (5:18). Uno que «busca su propia gloria» (7:18) es tentado a moldear su mensaje para
satisfacer a sus oidores y así ganarlos, pero el «Enviado» que no tiene ambiciones egoístas busca
sólo comunicar fielmente el mensaje que le fue confiado. Y si este mensajero viene de la esfera
de la verdad donde mora Dios, es seguro que presenta la verdad eterna. «Injusticia» en 7:18
describe toda resistencia a la voluntad de Dios que motiva tanto al oidor sincero (17) como al
mensajero
Los judíos critican a Jesús porque no ha estudiado la ley de Moisés (15), pero ellos mismos no
la cumplen, porque están planeando un homicidio (19, 5:18). La multitud no sabe del complot y
piensa que Jesús está loco (el sentido de «Demonio tienes» en 7:20).
Jesús no responde a este insulto, sino que defiende la sanidad que obró en 5:1-9, en base de
la ley de Moisés (7:21- 24). Los maestros de la ley habían determinado que es menester
circuncidar a un niño aun en sábado, si el octavo día de su vida cae en este día. Según Jesús, la
circuncisión (23), como el día de reposo (5:16-23), apunta hacia una realidad más grande: la nueva
vida de sanidad y salvación total que él vino a otorgar (23). Por lo tanto su obra en el día de
reposo fue justificada. Les exhorta a juzgar «con justo juicio» y no «según las apariencias» (24).
La referencia a juicio concuerda con los temas de testimonio y ley del capítulo 5. En el contexto
del pensamiento de Juan, la exhortación aquí es a discernir los valores eternos y espirituales de
«arriba,» y no limitarse al aspecto externo que refleja solamente lo terrenal. Jesús aplica este
principio aun a la ley del Antiguo Testamento. Está apelando a sus adversarios a dejar su
obstinación y creer en él.

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II. El origen y destino de Jesús (7:25-52; 8:12-29)
El tema que domina el discurso de Juan 7 y 8 es la cuestión de la identidad de Jesús.
Relacionadas con ésta son las del origen y destino de Jesús: de dónde viene y a dónde va. La
información que Jesús ofrece a este respecto lleva a una discusión entre él y los judíos acerca
de sus verdaderos padres (8:31-58).
La gente sigue preguntando sobre la verdadera identidad de Jesús (7:25-27), como en 7:12.
Se maravillan de que «los principales» no se opongan a su enseñanza (26) a pesar de que antes
querían matarlo (25). Sin embargo, la gente duda que pueda ser el Mesías, porque esperaban que
éste fuera desconocido (27). Tenían la idea de que el Mesías llegaría en forma misteriosa, sin
que nadie supiera de dónde venía. En cambio, de Jesús conocen su familia y su procedencia.
Jesús responde que este conocimiento de ellos se limita a este mundo (28) Lo reconocen como
hombre y saben de dónde vino terrenalmente, pero no reconocen que en verdad viene desde
arriba, de la esfera de lo verdadero. Irónicamente, Jesús llena el perfil del Mesías que los
incrédulos presentan: su verdadero origen es un misterio para ellos. La razón de su ignorancia es
que tampoco conocen a Dios, quien envió a Jesús. Es Jesús quien conoce la verdad, porque
proviene del Verdadero (29).
Ante estas palabras de verdad, la división en el mundo pecaminoso se manifiesta con más
claridad. Algunos buscan prender a Jesús por blasfemo, pero no pueden porque «la hora» para
esto no ha llegado en el plan de Dios (30). Sin embargo, «muchos del pueblo» creen por las
señales que Jesús ha hecho (31). Empiezan a creer que Jesús es el Mesías o Cristo, pero no
podemos concluir que ya tengan una relación genuina con él, porque ya sabemos que una fe basada
en señales no es adecuada (2:23-24; 4:48). ¿Crecerán en su fe?
El versículo 30 menciona la «hora» de Jesús, otro de los temas de este discurso. Jesús
mencionó «mi hora» por primera vez en 2:4, indicando que en aquella hora proveería lo que
realmente faltaba a su «madre» (símbolo de la iglesia en ese relato). Luego, en su conversación
con la samaritana (4:21-24) y en su defensa de la curación en el día de reposo (5:25-29) habló de
una hora de cambios radicales que introduce una nueva época en las relaciones entre Dios y los
hombres. En 7:30, descubrimos que también será una hora cuando Jesús sufrirá arresto y
violencia. Sin embargo, es intocable hasta que llegue aquella hora.
El versículo 32 proporciona más detalles del intento para prenderle (30), o narra otro
intento. Los fariseos escucharon los comentarios del pueblo, y convencieron a los principales sa-
cerdotes, quienes tenían autoridad sobre los guardias del templo, a mandar a algunos de ellos
para apresar a Jesús. Frente a esta amenaza, Jesús proclama que la oportunidad de responder a
la luz que Dios manda es limitada (33-34); hay que aprovecharla mientras dure. Jesús va a
regresar a la misma esfera de donde vino, arriba con Dios. Los que lo rechazan mientras lo

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encuentran en la tierra habrán rechazado el único acceso a las cosas de Dios. Cuando llegue el
día del Juicio, buscarán el perdón que Jesús ofrece (34), pero entonces será demasiado tarde.
La respuesta de «los judíos» a esta revelación (35-36) es un ejemplo de la ironía del
evangelista: dicen una verdad acerca de la ida de Jesús, pero ellos mismos no la entienden. Los
primeros lectores de Juan sabían que, en efecto, Jesús, a través de su presencia espiritual en
los creyentes, fue «a la dispersión». La dispersión se refiere a judíos que viven fuera de
Palestina, dispersados entre los «griegos». Aquí, como en otras partes del Nuevo Testamento
(Romanos 1:16; 1 Corintios 10:32; Gálatas 3:28), esta palabra es sinónima de «gentiles», porque la
griega fue la cultura y lengua dominante alrededor del Mediterráneo. Cuando se escribió el
evangelio de Juan, la gran mayoría de los judíos en Palestina habían rechazado a Jesús como su
Mesías, y la mayor parte de los cristianos fueron gentiles o «griegos». Incluso de los cristianos
judíos, la mayoría fueron judíos de la dispersión. Precisamente lo que «los judíos» consideran
imposible que Jesús vaya a la dispersión y a los griegos es lo que pasó, pero ellos no entienden la
verdad que Dios pone en sus propias bocas.
La proclamación de Jesús acerca del agua viva (7:37-38) se fundamenta en una ceremonia de
la Fiesta de los Tabernáculos Se trataba de una fiesta de cosecha, e incluía una ceremonia diana
pidiendo lluvia para el año venidero. Cada día un sacerdote caminaba alrededor del altar llevando
agua sacada del estanque de Siloé y luego la vaciaba en libación. Aparte del simbolismo de la
lluvia, también recordaban la provisión milagrosa de agua en el éxodo (Éxodo 17:1-6), porque la
fiesta era un recuerdo del hecho que, durante el éxodo, Israel vivió en «tabernáculos» (tiendas)
en el desierto. En el séptimo día «el ultimo y gran día de la fiesta» (37), el sacerdote daba siete
vueltas al altar. En el momento de esta ceremonia, Jesús se levanta de la silla desde la cual
estaba enseñando y proclama que el mismo es la fuente del agua para los sedientos. Los lectores
ya entendemos que Jesús usa el agua como símbolo de la enseñanza y de la vida que él ofrece
(4:10-14). Aquí el evangelista explica que dará esta vida a través del Espíritu que el mandara
después de su glorificación (7:39). Para recibirla uno tiene que creer en Jesús.
El versículo 38 contiene dos problemas difíciles de interpretación. Primero, ¿de quién
correrán los «ríos de agua viva» del creyente o de Jesús? Segundo, ¿a qué pasaje de «la
Escritura» se refiere Jesús? En respuesta a la primera pregunta, algunos han visualizado estos
«ríos» brotando dentro del creyente para bendecir a otros alrededor. Juan 4:14 puede apoyar la
idea de una provisión de agua viva dentro del creyente. Sin embargo hay tres argumentos en
contra de esta interpretación: Primero 4:14 no sugiere que esta agua salga del creyente a otros
Segundo, el evangelista explica (7:39) que el agua representa el Espíritu Santo, y el creyente no
provee el Espíritu a otros. Finalmente, el evangelista parece presentar en símbolo el
cumplimiento de esta promesa en 19:34, el momento de la glorificación de Jesús. Cuando Jesús
muere en la Cruz, el agua sale de su interior. En base a Juan 7:39 y 19:34, y en vista de la falta

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de correspondencia real entre 4:14 y 7:38, "concluimos” que la promesa significa que el agua viva
del Espíritu fluirá de Jesús a los que creen en él. Esta figura es semejante al rio que fluye de su
trono en Apocalipsis 22:1. .
En cuanto a la cita, no hay ningún versículo del Antiguo Testamento que rece exactamente
como las palabras de Jesús aquí. 1 Corintios 10:4 identifica a Jesucristo con la roca de la cual
bebió Israel en el éxodo (Éxodo 17:6; Números 20:11). Ta vez la cita de Juan 7:38 recuerde los
salmos que describen esta provisión de Dios, como Salmos 78:15-16 y 105:41. Esta última
referencia sigue inmediatamente a una referencia a la alimentación en el desierto (105:40), que
Juan 6 aplica a Jesús. Ezequiel 47:1-12 presenta la profecía de un río que sale del templo en la
restauración final, y Zacarías 14:8 promete un rio que sale de Jerusalén. En Jeremías 2:13
Jehovah se describe como «fuente de aguas vivas». Isaías 44:3 promete «torrentes sobre la
tierra seca», y con el paralelismo indica que se refiere al Espíritu de Dios. Cualquiera de estos
pasajes podría ser el texto mencionado en Juan 7:38, pero la cita no corresponde exactamente a
ninguno de ellos. Es posible que el trasfondo del versículo sea la combinación de todos estos
temas del Antiguo Testamento. Jesús provee el Espíritu vivificante a sus discípulos de la misma
manera que Dios proveyó agua para Israel en el desierto, y Jesús es el cumplimiento de las
promesas de Dios acerca de la consumación, incluyendo las que se expresan en el simbolismo de
ríos o de agua.
En Juan 7:39, el evangelista explica que Jesús se estaba refiriendo al Espíritu Santo, que
todavía no era parte de la experiencia de los discípulos. Era necesario que Jesús fuera
«glorificado» para que lo diera a los que creen en él. En 3:13-15 Jesús explicó que es necesario
que él «sea levantado» en muerte, resurrección y exaltación para que el que cree «tenga vida
eterna» por medio del nuevo nacimiento que el Espíritu Santo realiza (3:3, 5-8).
La respuesta de los oidores a esta declaración es división como en 7:25-31. Al oír la
referencia al agua que broto de la peña cuando Moisés la golpeó (7:38), algunos piensan que
Jesús es el profeta como Moisés (40), que éste había profetizado (Deuteronomio 18:15,18); Juan
1:21 y 6:14 ya han aludido a esta esperanza. Pero no todos los oidores están de acuerdo algunos
piensan que Jesús es el Cristo o Mesías (41) Un tercer grupo arguye que Jesús no puede ser el
Mesías, porque éste debe venir de la descendencia de David y de su pueblo natal, Belén (42).
Todos sabían que Jesús fúe de Nazaret, en Galilea (41). ¿Esperaba el evangelista que sus
lectores supieran que Jesús nació en Belén? Él no ha incluido la historia del nacimiento de Jesús
en su evangelio, y no muestra conocimiento de los evangelios de Mateo y de Lucas, de donde
nosotros conocemos este hecho. Sin embargo, parece probable que el evangelista confiaba en
que sus lectores conocían las tradiciones orales acerca de Jesús. Aquí, es probable que escriba
para lectores que saben dónde nació Jesús y les haga un guiño de ironía, como en 7:35. Lo que los
enemigos de Jesús «saben» es, en realidad, una equivocación.

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Ya hemos leído que la revelación de Jesús produce división entre los que creen y los que
rechazan (3:19-21; 5:29; 6:66-69; 7:12, 25-31), pero 7:43 añade que esta revelación produce
división aun entre los que no llegan a creer. Un aspecto de la muerte producida por el pecado es
la “división”, aunque esta división es percibida solamente cuando brilla la luz de la revelación
divina. Así sucede porque el pecado también produce ceguera, de manera que el mundo dividido
no se da cuenta de su verdadera condición. Cuando esta división se manifiesta es una evidencia
de que la luz divina empieza a brillar, ofreciendo a los pecadores salvación de la ceguera y la
división.
El mundo no aguanta la verdad que Jesús revela (44), pero no puede hacerle daño ni impedir
su proclamación antes de «su hora» (30). Los versículos 45-49 dan los detalles de un intento
para «tomarlo preso» (44); ya leímos del comienzo de este intento en 7:32. Los lectores
entendemos que los guardias fracasaron porque «todavía no había llegado su hora», pero los
guardias no conocen esta verdad celestial; solamente quedaron tan impresionados por Jesús que
no pudieron cumplir con su cometido (46).
Más bien declararon una verdad que todavía está vigente hoy: «¡Nunca hombre alguno habló
así!»
Los fariseos les regañan (47), implicando que están actuando como la chusma ignorante y
perdida (49). ¿Acaso algún líder o alguien con educación había creído en Jesús? Sin duda el
versículo 48 contiene otro guiño irónico del evangelista a sus lectores. Ya leímos en 3:1-2 que un
«principal» (la misma palabra se traduce «gobernante» en 3:1 y «principal» en 7:50) y «fariseo»
ha venido a Jesús. Pero ¿es Nicodemo ejemplo de un «principal y fariseo» que cree en Jesús, o
confirmación que ni siquiera el que vino a Jesús creyó? La conclusión de la historia de Nicodemo
en 3:1-11 fue ambigua.
Para contestar esta pregunta, Nicodemo mismo sale al escenario en el versículo 50 y parece
que se pone a defender a Jesús (51). Sin embargo, Nicodemo todavía no se identifica
abiertamente con Jesús; sigue queriendo ser un discípulo «de noche» (3:2) o secreto. Tendremos
que seguir leyendo Juan para saber si es posible ser un discípulo secreto de Jesús.
Los líderes religiosos (47) responden a esta defensa razonable con sarcasmo (52), sugiriendo
que Nicodemo es de Galilea porque defiende a Jesús, un galileo. Acusan a Nicodemo de prejuicio,
cuando irónicamente son ellos mismos quienes están juzgando con prejuicio. «Conocen» tan bien
la revelación anterior que piensan que ellos mismos pueden dictar lo que es posible o imposible
para Dios. Su mismo «conocimiento» les hace ciegos a lo que Dios está haciendo ante sus ojos, y
por lo tanto "violan la misma ley que acusan a la «gente» de no conocer (49) El veredicto que
expresan en cuanto a Jesús se aplica a ellos mismos. Así es con toda persona cuando se
encuentra con Jesús.

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Termina capítulo 7 e Inicia capítulo 8
(La historia que encontramos en Juan 7:53 a 8:11 no se halla en los manuscritos más antiguos
del Evangelio de Juan, y en varios manuscritos está en otros sitios, como al final de Juan o
después de Lucas 21:38 o 24:53. Se trata de una historia que circulaba en forma oral, y que
muchos cristianos no querían perder cuando comenzaron a usar los cuatro evangelios escritos.
Por tanto, buscaron un lugar para incluirla en su Biblia y la mayoría la colocaron aquí. Ya que no
forma parte del Evangelio de Juan, no la trataremos aquí. Sin embargo, por su evidente valor
histórico como un recuerdo de la vida de Jesús, la comentaremos en un apéndice al final de esta
interpretación.)
En Juan 8:12, Jesús aprovecha otra ceremonia de la Fiesta de los Tabernáculos para revelar
el propósito de su venida (7:37-39). Durante ésta, se encendieron en el Templo cuatro grandes
candeleras, en el Patio de las Mujeres. Se decía que toda Jerusalén reflejaba la luz de estos
candeleros. Juan 8:20 dice que Jesús estuvo «en el lugar de las ofrendas» cuando se proclamó
«la luz del mundo». El lugar de las ofrendas estuvo precisamente en el Patio de las Mujeres. Tal
vez Jesús señale estos candeleros con la mano, mientras se pronuncia como la verdadera «luz del
mundo», de la cual los candeleros no son más que símbolos.
Juan 1:4-9 y 3:19 han identificado a Jesús como la luz que ilumina a los hombres y que viene
al mundo. El propósito de la encarnación del Hijo de Dios en la persona de Jesucristo fue revelar
la verdad acerca de Dios y del hombre. Así se puede «prender el foquito» en el que cree en
Jesús, de manera que el creyente tenga el entendimiento, el gozo y la vida recta que son
sugeridos por la figura de la luz. Jesús habla de «la luz de la vida» (1:4) porque esta revelación
hace posible la relación con Dios que es la esencia de la vida. Jesús vuelve a decir «Yo soy»,
frase que funciona de dos maneras. Introduce el título y también identifica a Jesús con Dios
como él es revelado en el Antiguo Testamento (Éxodo 3:14; Isaías 43:10, 13).
Juan 3:19-21 también mencionó «las tinieblas» en las cuales Jesús encuentra al hombre. En
8:12, Jesús otorga la promesa que su seguidor ya no andará en las tinieblas que caracterizan al
mundo, sino que «tendrá» (¿dentro de sí?) la luz que es vida (1:4). La figura de las tinieblas
recuerda la ignorancia, inseguridad, temor y maldad que llenan nuestro mundo. El que «sigue» a
Jesús, como Israel siguió el pilar de luz que Dios le otorgó durante el éxodo, «nunca» sufrirá
estas tinieblas
La respuesta de los fariseos a esta proclamación (8:13) vuelve al tema de 7:14-24, el
testimonio. Dicen que el testimonio de Jesús no es «verdadero,» porque no hay quien lo con-
firme, como requiere Deuteronomio 19:15 (Juan 8:17). En 5:31 Jesús reconoció este principio y
replicó que su segundo testigo es Dios, su Padre. Aunque hay contradicción formal entre las
palabras de Jesús en 5:31 y en 8:14, la sustancia de la defensa de Jesús es la misma en los dos
pasajes (nótese especialmente 8:18). Aquí Jesús contesta la objeción en términos de su origen y

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destino, el tema de la presente sección. Porque Jesús viene de la esfera de la «verdad» y a ella
regresa (14), su testimonio es «verdadero». En realidad, los fariseos no aceptan su testimonio,
porque no aceptan su procedencia divina; sus escrúpulos legales son pretexto, no razón. Condenan
a Jesús en base a criterios «carnales», criterios humanos ajenos a los de Dios (15). Jesús no
condena a nadie (la misma palabra puede significar «juzgo» o «condeno»), porque el propósito de
su venida es otro (3:17).
Juan 8:16 está en tensión con el 15, como Juan 3:18 está en tensión con 3:17. Aunque Jesús
no viene a juzgar, su presencia resulta en juicio, porque el hombre tiene que responder a la
verdad que Jesucristo revela. Este juicio no es un juicio terrenal o carnal, sino «verdadero»,
celestial, porque el que juzga es un ser celestial. Como en 5:36-37, Jesús añade que hay quien
confirma su juicio, el Padre que le envió (17-18) ¿Puede ser la expresión «yo soy», en 8:18, una
referencia a la divinidad de Jesús? Si la respuesta es afirmativa, vuelve a enfatizar la
naturaleza «verdadera» o trascendental de Jesús como testigo. La descripción «el Padre que me
envió» indica que el otro testigo también es del mundo verdadero. Los dos testigos son de aquel
mundo, y no de éste.
Los fariseos no ven este segundo testigo que Jesús menciona, y le preguntan dónde está (19).
Jesús les da a entender que se percibe en Jesús mismo, pero ellos no reconocen la verdadera
naturaleza de Jesús, y, por consiguiente, no pueden ver al Padre en él. Nadie puede ver la luz que
brilla en Jesús por una investigación humana (<<carnal>>) ni por razonamientos lógicos; solo el
Espíritu que da vida (3:5) Puede capacitarnos para ver la luz (6:63).
El evangelista repite que esta disputa no resultó en el encarcelamiento de Cristo, «porque
todavía no había llegado hora» (20, 7:30, 44-46). Hay una «hora» que Dios ha fijado para
entregar a Jesús a sus enemigos y a la muerte pero nadie puede adelantarse a esta hora. Con
estas afirmaciones repetidas el evangelista prepara a sus lectores para entender que la entrega
y muerte de Jesús no es la frustración del plan de Dios sino su cumplimiento.
Juan 8:21-22 es paralelo a 7:33-36; los dos pasajes tratan el tema de la ida o el destino de
Jesús. La afirmación de 8:21 es muy semejante a la de 7:34. Pronto se retirará la luz celestial
que brilla entre ellos (12). Limitados a este mundo de muerte por su pecado (21), no podrán
encontrar a Jesús ni ir a donde él estará. El versículo 22 es otro mal entendido (véase
interpretación de 2:19-22). Los judíos no entienden que Jesús habla del cielo, y tratan de
interpretar sus palabras en términos terrenales. En 7:35-36, preguntaron si Jesús iría a «la
dispersión entre los griegos». En esta especulación dijeron la verdad sin darse cuenta Ahora
piensan en el suicidio; tal vez se estén burlando de la proclamación de Jesús acerca de la
necesidad de su sacrificio (3:14-16; 6:50-57; 7:19-20). Pero en la ironía joánica, vuelven a decir
la verdad sin entenderla. En efecto Jesús se va por medio de la muerte que él acepta de forma
voluntaria. Y, también irónicamente, éstos que no entienden serán los que promueven su muerte.

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Como en cada malentendido joánico, Jesús aprovecha la falta de entendimiento para explicar
su primer dicho (23-24). Sus interlocutores no podrán seguir a Jesús porque son de otra esfera.
Jesús pertenece al mundo de arriba, de la verdad; los judíos son de este mundo de pecado,
mentira y muerte. El único escape de este mundo condenado es la fe en Jesús, porque Jesús es
«Yo soy», Dios venido a su mundo para revelarse y salvar (Isaías 43:10-11). Los judíos siguen sin
entender, y sienten que la expresión «Yo soy» está incompleta (25), pero Jesús no puede añadir
nada al mensaje que ha dado «desde el principio» de su ministerio. Jesús viene para revelar el
mensaje de Dios, quien le envió; pero, para los que no creen en él, éste es un mensaje de juicio
(26). Una de las consecuencias de la incredulidad es la ignorancia: no entender el mensaje que
Dios mandó desde el cielo (27).
En el versículo 28, Jesús dice que su ida será por medio de «ser levantado». En 3:14-15,
Jesús usó esta misma expresión, anunciando que al «ser levantado», daría vida eterna a los que
creen en él. En esta ocasión da más detalles acerca de este «levantamiento». Promete que el
evento dará entendimiento de su naturaleza celestial y divina («yo soy»). Y revela que serán los
enemigos de Jesús, los que disputan con él en Juan 7 y 8, quienes lo levantan. Aquel evento
tendrá un aspecto violento aun cuando según 3:14-15 es una gloriosa oferta de vida.
Jesús también afirma que este evento dará entendimiento de su verdadera naturaleza como
el «Yo soy». Jesús es Dios, uno con su Padre, quien también se llama «Yo soy» en el Antiguo
Testamento. ¿Significa, este entendimiento, juicio para los adversarios o salvación? En el
versículo 26, Jesús habló de juicio. Cuando ya hayan levantado a Jesús y hayan decidido ser sus
enemigos mortales, descubrirán que en realidad se han opuesto a Dios. Sin embargo, Dios
siempre juzga con el deseo de provocar una reacción en el juzgado, para que éste recapacite y se
arrepienta. Juan 8:30 menciona que «muchos creyeron» al oír estas palabras de Jesús.
Seguramente este es el resultado que Dios busca. No quiere que el juicio sea su última palabra.
Jesús habla fielmente lo que su Padre le ha encargado (28) y el Padre está cooperando en
todo lo que hace Jesús, porque Jesús siempre hace la voluntad del Padre (29). Esta cooperación
u obediencia es un tema que el Evangelio ha tratado antes (5:17, 19-23, 36; 6:38-34; 7:16).

III. Los padres de los judíos y de Jesús (8:30-58)


Las proclamaciones que hizo Jesús en la Fiesta de los Tabernáculos despiertan fe en
«muchos» de los oidores (30). A estos creyentes Jesús les lanza un reto para continuar en su
camino y crecer en fe (31). La fe genuina siempre tiene que crecer. La fe no es simplemente un
trato que se consuma, para que uno se dedique a otras cosas. Es más bien una manera
permanente de vivir. Una clave para vivir y crecer en fe es permanecer en la palabra de Jesús
(31). El verdadero discípulo de Jesús escucha o lee su palabra constantemente, medita y se
profundiza en ella, y se conduce de acuerdo a ella.

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Al que vive permanentemente en su palabra, Jesús le da el verdadero conocimiento y la
verdadera libertad (32). «Conocer la verdad» no es aprender ciertas proposiciones, sino una
relación personal con Jesucristo, «la Verdad» (14:6) que ha descendido a nuestro mundo, y con
Dios, que se revela en él. Fuimos creados para una relación con Dios y encontramos nuestra
identidad y satisfacción solamente en esta relación; así somos «libres» para ser genuinos.
Los judíos revelan por su respuesta (33) que su fe no es genuina. No entienden que Jesús
habla de la libertad espiritual; piensan solamente en la esfera terrenal. Incluso en esta esfera,
tal vez haya ironía joánica en la frase «jamás hemos sido esclavos de nadie». En la ceguera del
pecado, se olvidan del cautiverio en Babilonia y aun de su sujeción actual a Roma.
La referencia a Abraham introduce una discusión sobre padres (33-47). Las preguntas que
sirven de tema para esta sección son: ¿Quién es el verdadero padre de los judíos? ¿Quién es, en
verdad, el Padre de Jesús?
Antes de responder a la mención de Abraham, Jesús explica por qué habló de la necesidad de
ser librados (32). Cuando uno «practica el pecado», viviendo en egoísmo y rebelión contra Dios,
se convierte en «esclavo del pecado» (34). Cada ser humano se pone en el camino de la rebelión
por una decisión propia, pero la misma rebelión se vuelve una maraña de la cual nadie puede salir
simplemente por decidirlo. No podemos huir de esta esclavitud, porque la llevamos dentro de
nosotros, en las raíces de nuestra voluntad. Necesitamos un poder superior al nuestro para
escapar. Jesús vino para revelar la verdad que libra de esta esclavitud espiritual.
En el v. 35, Jesús ilustra esta enseñanza con una parábola. Un esclavo no es parte permanente
de la familia, y puede ser vendido. Pero un hijo «permanece», porque siempre será hijo. La
aplicación de la parábola parece ser que los pecadores, como esclavos del pecado, no son parte
genuina de la familia de Dios, y, por lo tanto, no «permanecen», una palabra clave en el cuarto
evangelio que describe la vida eterna y celestial que Jesús ofrece. Aun si somos religiosos, como
los judíos, y nos consideramos parte del pueblo de Dios, nuestro pecado nos separa de él.
Estamos en el grave peligro de ser denunciados y expulsados de la casa de Dios. Jesús, en
cambio, es el Hijo de Dios y permanece en su casa. (El verbo griego en 35a y 35b es el mismo.)
Como es el único que es un obediente Hijo de Dios, él puede ofrecer la verdadera (espiritual o
divina) libertad (36). Al aceptar una relación con él, podemos «permanecer» en la familia, no por
nuestra propia capacidad o mérito, sino porque estamos en él. La libertad es posible solamente
«en Cristo».
En cuanto a la referencia a Abraham (33), Jesús responde que conoce la descendencia física
de sus interlocutores (37), pero ellos no se comportan como hijos de Abraham. Abraham no fue
asesino, pero ellos procuran matar al que habla la verdad (5:18). La palabra que Jesús proclama,
palabra que ofrece la verdad y la libertad (32) es ajena a ellos. En realidad, el mensaje de Jesús
y las acciones de sus oidores revelan la verdadera paternidad de cada parte (38).

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Cuando los judíos insisten que su padre es Abraham (39), Jesús dice aún más claramente que
las acciones de una persona revelan su verdadera paternidad. Ellos quieren cometer homicidio y
callar la verdad (40); éstas no son las obras de Abraham, sino de su verdadero padre (41).
Finalmente, los judíos entienden que Jesús habla de padres espirituales, no físicos, y reclaman
que Dios es su padre.
Posiblemente mencionan «fornicación» porque la rebelión de Israel se describe bajo la figura
de infidelidad sexual en el A.T. (Jeremías 2:20; Ezequiel 16:15-17; Oseas 1:2-5); en Oseas 2:4,
los israelitas se llaman «hijos de prostitución». Por otro lado, es posible que la referencia a
fornicación sea más bien una crítica velada de Jesús, basada en las circunstancias de su
nacimiento. En tal caso, el sentido sería: «Nosotros no hemos nacido de fornicación, como tú». Si
el evangelista quiere que sus lectores entiendan las palabras así, supone que conocen la historia
del nacimiento de Jesús, una historia que él no incluye en su evangelio. De manera semejante
supone que sus lectores saben del encarcelamiento de Juan el Bautista (3:24) y tal vez del
nacimiento de Jesús en Belén (7:42).
Jesús niega que sus interlocutores sean hijos de Dios (42), y, ofrece como evidencia la
manera en que responden a Jesús. Este vino al mundo en representación de Dios, y los que aman a
Dios también aman a Jesús, puesto que reconocen a Dios en él. «Los judíos» no tienen la
capacidad espiritual para comprender el mensaje de Jesús (43), porque son de otro padre. En
8:44, Jesús dice directamente que el padre de sus interlocutores es el diablo. «Desde el
principio» el diablo promovía la muerte por medio de la mentira (Génesis 3:3-5). El homicidio y el
rechazar la verdad son obras propias del diablo (Juan 8:44), y Jesús ya les ha acusado a sus
interlocutores de desear cometer estos actos (40). Sus acciones y deseos muestran quién es su
verdadero padre. Ellos rechazan la verdad que Jesús proclama, para seguir viviendo en la
mentira, y la mentira es la «lengua materna» (44: «lo suyo propio») del diablo. Él es «padre de
mentira» y, por lo tanto, de los mentirosos. Estando aferrados a la mentira, «los judíos» no
pueden aceptar la verdad que Jesús predica (45). No lo rechazan porque él sea culpable de algún
pecado, sino porque dice la verdad celestial (46). La respuesta que uno da a Jesús revela su
verdadera relación con Dios, positiva o negativa (47).
«Los judíos» ya no tienen argumentos que ofrecer, y, por ese motivo, responden con insultos
(48). Sin embargo, lo que ellos llaman herejía (consideraban a los samaritanos herejes) o
diabólico, es en realidad la lógica clara del cielo. Jesús habla para honrar a su Padre Dios (49),
depende para su reivindicación de Dios (50) y habla la palabra de vida que Dios le ha encargado
(51). Esta palabra da vida al que cree, a quien se abre a la realidad que Jesús trae y presenta.
Sin embargo, «los judíos», con la visión limitada a este mundo, pueden ver solamente la muerte
(52-53), y no logran entender la vida que Jesús menciona. Por esto lo deshonran (49) e insultan
(48). Reconocen que Jesús está reclamando un papel en el plan de Dios, superior a los papeles de

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Abraham y de los profetas (53). Al acusarle de esta «soberbia», piensan que lo han
desacreditado por completo, pero en realidad la superioridad de Jesús fue una parte esencial de
la verdad celestial que vino para revelar. La pregunta «¿Quién pretendes ser?» es necia, porque
Jesús ya había declarado su naturaleza (8:12, 18, 23, 25, 38). No entienden porque huyen de la
verdad (3:20).
A pesar de su necedad, Jesús contesta la pregunta con claridad. Él no busca prominencia para
sí mismo, según el modelo vano de este mundo; más bien es el Padre quien le ha dado esta gloria
(54). Jesús ha afirmado antes que el Padre testifica de su naturaleza y misión como hijo (5:36-
37); también ha hablado de «la gloria que viene de Dios» (5:44) y ha implicado que busca aquella
gloria (7:18). Ahora (8:50, 54), dice que Dios le glorifica. Ellos deben reconocer la fuente de la
gloria de Jesús, porque es el que llaman «nuestro Dios»; sin embargo su rechazo de Jesús
demuestra que su jactancia en Dios es mentira (55). Jesús tiene que seguir confesando la
verdad, aun cuando la rechazan, porque él conoce al Padre y es fiel a él.
En 8:56, Jesús vuelve a hablar de Abraham (8:33-41). Abraham «vio» el día de Jesús y se
regocijó. Según Génesis 15:3-6, Dios reveló eventos futuros a Abraham, aunque estos versículos
no incluyen ninguna referencia a la venida del Mesías. Tal vez el evangelista se refiera al
momento cuando Dios le anunció que Isaac iba a nacer y Abraham se rió (Génesis 17:17). Este
nacimiento fue el principio del cumplimiento de la promesa que Dios había hecho acerca de la
descendencia de Abraham (Génesis 17:7-8). Por su fe, Abraham pudo superar los siglos que
intervendrían y vislumbrar el cumplimiento final de la promesa. Pero «los judíos» que se oponen a
Jesús están limitados por su incredulidad a las posibilidades del mundo terrenal (57). Esta
limitación causa malentendido en ellos, y piensan solamente en un encuentro dentro de la historia
terrenal. Jesús responde a este malentendido con la explicación: él mismo es «Yo Soy» (Éxodo
3:14), el Eterno Dios que aparece en el Antiguo Testamento y en quien Abraham creyó (58).
Finalmente los judíos entienden algo de lo que Jesús está diciendo, e intentan matarlo por
blasfemo (59). Levantan piedras que se encuentran en el templo debido a la construcción todavía
incompleta (2:20), pero Jesús evita su atentado, porque no ha llegado su hora (7:30; 8:20).
Al interpretar el conflicto enconado de Juan 8:30-59, debemos recordar la situación
histórica en que se escribió (ver interpretación de 1:11). Al aplicar este pasaje a nuestros días,
debemos recordar que «los judíos» en el Evangelio de Juan son un símbolo del mundo que se hace
enemigo de Jesús por su incredulidad. Pasajes como éste no nos enseñan el antisemitismo; antes
bien, son una advertencia acerca del carácter del mundo en que nosotros también vivimos, y un
recordarnos que aun nuestra religión puede ser una expresión de rechazo y no de fe. Los que
buscamos servir a Dios debemos ver en «los judíos» de Juan los peligros que nosotros mismos
enfrentamos: confundir el plan de Dios con nuestra propia lógica, condenar a los que difieren de

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nuestras interpretaciones de la revelación de Dios, el aparentar en lugar de ser, la soberbia
religiosa.

c. La sexta señal (9:1-41)


El contexto de esta historia es distinto del de los versículos anteriores. Jesús anda en
público otra vez, y la controversia de los capítulos 7 y 8 ha pasado. Es posible que el evangelista
no presente un orden cronológico de eventos, sino que coloque esta historia aquí como una señal
de que Jesús es «la luz del mundo» (8:12; 9:5). El evangelista ha mencionado a ciegos entre los
que estaban congregados alrededor del estanque de Betesda (5:3), pero hasta ahora no ha
mencionado que Jesús sanara a uno.

i. Jesús sana al ciego (9:1-7)


Al encontrar a un «ciego de nacimiento» en el camino, los discípulos preguntan la causa de su
ceguera (9:2). Los rabíes judíos suponían que cada enfermedad o cualquier otra desgracia era
resultado directo de algún pecado. De esta creencia surgió la pregunta en el caso de un defecto
natal, ¿quién pecó? (2) Era común la opinión de que el defecto natal del bebé era resultado de un
pecado de sus padres; ciertos pasajes del Antiguo Testamento sugieren que los hijos sufren por
los pecados de sus padres (Éxodo 34:7). Sin embargo, porque otros pasajes dicen que Dios no
castiga el pecado de una persona en otra (Jeremías 31:29-30; Ezequiel 18:2-4), algunos
preguntaron si el que nace con un defecto podría haber cometido algún pecado incluso antes de
nacer, dentro del vientre de su madre. Los discípulos aprovechan esta ocasión para pedir la
opinión de Jesús al respecto.
Pero Jesús no vino para explicar el sufrimiento, sino para aliviarlo. Rechaza toda la casuística
de los rabíes acerca de tales casos (9:3) y da una nueva perspectiva acerca de las desgracias
naturales o físicas de la vida. En lugar de buscar en el pasado la causa del problema físico, el
creyente debe mirar al futuro, anticipando la acción de Dios para manifestar su poder en medio
de la necesidad. Cada necesidad es una oportunidad para conocer mejor a Cristo y a Dios. Los
problemas o dificultades en la vida no siempre se deben al pecado específico de alguien. En
muchos casos, el origen o la causa de un mal no se puede saber, pero el propósito de Dios siempre
es claro: hacer su «obra» de dar vida (5:21).
Se acerca el fin del ministerio de Jesús (9:4), y él tiene prisa por sanar, iluminar, dar vida. Ya
ha advertido que se va (7:33-34; 8:21); ahora usa el simbolismo de día y noche para describir los
límites y el propósito de su ministerio. El día es el tiempo para trabajar, y Jesús tiene una
«obra» encargada por el que lo «envió.» En el contexto de la amenaza de 8:59, la venida de «la
noche» es más que la terminación natural de la jornada; sugiere más bien una fuerza siniestra
que pondrá fin al ministerio terrenal de Jesús. Antes de que llegue, Jesús debe terminar su
tarea de iluminación (5). Dios lo envió para revelar «la luz de la vida» (8:12) y dar a todos la

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oportunidad de aceptar esta luz y vida que es una relación con él. Su ministerio es el día en que
los hombres pueden ver su oportunidad y responder.

Para comprobar que es «luz del mundo», Jesús alumbra al ciego (9:6-7). En la antigüedad se
atribuía poder curativo a la saliva, pero en el contexto del Evangelio de Juan no podemos pensar
que la saliva o el lodo tuviera poder en sí. El poder para dar vida y luz está en Jesucristo (1:4), y
él ha curado a otros con su sencilla palabra (4:50; 5:8). Jesús aplica lodo a los ojos del ciego y le
manda lavarse para darle la oportunidad de creer y expresar su fe en obediencia. El nombre del
estanque, que Juan traduce (7), también enfatiza la autoridad de Jesús, quien fue «enviado» por
Dios para dar vida y luz a los hombres (3:17; 4:34; 5:24; 6:57; 7:18; 8:42; etc.). El ciego
responde a Jesús con fe y obediencia, recibe la luz de Cristo y ¡ve!

ii. El «ciego» y los vecinos (9:8-12)


Juan 9:8-34 está organizado en una serie de escenas que contrastan al «ciego» con los que
supuestamente ven. En cada escena, el lector descubre que los demás son ciegos espiritualmente,
y que el «ciego» es el único que ve. Aun en la narración de la señal, los discípulos que quieren
dialogar sobre teología muestran su ceguera (2-3). Por medio de sus aseveraciones acerca de
Jesús, el «ciego» revela su crecimiento en fe y en entendimiento. Mientras tanto, los fariseos o
judíos se endurecen en su incredulidad. La primera escena contrasta la visión del «ciego» con la
ceguera de los vecinos (8). Estos son los que constantemente «le habían visto» en los días que el
ciego no podía ver a nadie. Sin embargo, no están seguros de que se trate de la misma persona.
Algunos preguntan (8), otros dicen que sí es el mismo hombre (9), otros concluyen que es uno de
aspecto semejante. Curiosamente, todos están tan seguros de sus opiniones, de que «ven» la
verdad, que nadie pregunta al único que sabe por cierto quién es: el ciego mismo.
La manifestación de la obra de Jesús, la luz del mundo, en este hombre produce en los del
mundo el mismo resultado que la revelación de Jesús en su propia persona: división (véase
comentario sobre 7:43). Este resultado idéntico indica que el que recibió la vista se está
identificando con Jesús. Curiosamente, hasta las primeras palabras de este «ciego» son palabras
que Jesús emplea para identificar su naturaleza eterna: «Yo soy» (4:26; 6:35; 8:28, 58, etc.) En
el nivel literal esta frase expresa la aclaración del «ciego» acerca de su propia identidad; pero,
¿tiene un sentido más profundo? Pueden indicar al lector perceptivo que, cuando creyó, este
hombre se identificó con Jesús, y el mundo ya ve a Jesucristo, el «Yo Soy», en él. Por lo tanto se
divide. Incluso si esta interpretación es acertada, debemos reconocer que la fe de este hombre
todavía es tierna y tiene que crecer. Los versículos que siguen presentan este crecimiento, en el
contexto de conflicto con la incredulidad y de persecución.
En su descripción del milagro que había experimentado (11), el «ciego» identifica a Jesús
como «hombre». Este título expresa un entendimiento muy limitado de la naturaleza verdadera

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de Jesús, pero es un comienzo genuino. Cuando menos el «ciego» sabe claramente qué es lo que
sabe y qué es lo que no sabe (12). El evangelista presenta esta claridad acertada en contraste
con las opiniones variadas de los vecinos (8-9); ellos nunca dudan de que puedan ver, cuando en
realidad son ignorantes. Aun cuando no se pueden ponerse de acuerdo, están tan seguros de sus
opiniones que ni siquiera se les ocurre preguntar al hombre quién es. «No sé» (12) puede ser el
principio del verdadero entendimiento, cuando uno está dispuesto a aprender, y «ya sé» puede
expresar necia ignorancia.

iii. El «ciego» y los fariseos (9:13-17)


En esta escena, el evangelista contrasta la vista del «ciego» con la ceguera de los fariseos.
Estos expertos confiadamente pronuncian sus fallos sobre Jesús, sin ver que su propia división
(16) pone en duda la certeza de lo que ellos «saben». Esta sanidad, como la del paralítico en Juan
5, se realizó en el día de reposo (14, 5:9). Para algunos de los fariseos, es una clara evidencia de
que Jesús «no es de Dios» (16); otros, sin embargo, preguntan cómo puede tener el poder
extraordinario de dar la vista si es un «pecador», un rebelde contra Dios.
Los fariseos enfrentan un problema insoluble: Dios aprueba solamente a los que guardan su
ley. Esta ley prohíbe trabajar en el día de reposo (sábado). Los fariseos piensan que sanar es uno
de estos trabajos prohibidos. Por tanto, alguien que sana en el día de reposo no agrada a Dios.
Pero si no agrada a Dios, no puede tener el poder de Dios para sanar. Entonces, no habría
sanidad, y Jesús no violó la ley. Sus argumentos se reducen al absurdo, pero ellos no lo pueden
ver. Esta ignorancia y esta división (16) resultan del pecado, y son características del mundo de
tinieblas. En contraste con los fariseos, el «ciego» crece en su entendimiento de Jesús; ahora
reconoce que «es profeta» (17).

iv. El «ciego» y sus padres (9:18-23)


La tercera escena de la prueba y el crecimiento del «ciego» (18-23) es la más triste, porque
el contraste que presenta es una división en la misma familia del ciego. La luz que produce
división en el mundo (9, 16) puede dividir las familias. «Los judíos» (18) son los mismos
interrogadores que se llamaban «fariseos» en 9:13, 15 y 16. Ellos no quieren recibir el testimonio
del «ciego» y creer; citan, pues, a sus padres y los interrogan (19). Es penoso ver la actitud que
estos padres adoptan. En lugar de compartir la felicidad de su hijo, quien ve por primera vez (1),
los padres se distancian de él, y la manera en que dicen «no sabemos» (21) da a entender que ni
quieren saber. Prefieren quedar bien con el mundo, que los amenaza con expulsión (22), y no
solidarizarse con su hijo y agradecer a su benefactor. Es triste la ceguera de todos los que
«ven» en este capítulo, pero la ceguera más trágica es la de los padres del «ciego».
Los padres escuchan dos preguntas (19), pero sólo saben responder a una (20). Pueden dar
testimonio acerca de hechos de este mundo, como el nacimiento físico y la ceguera física de su

16
hijo. Pero la segunda pregunta se trata de hechos del otro mundo, el mundo espiritual donde
habita y obra Dios. La sanidad de su hijo ciego es una señal, hecha por alguien que vino del mundo
de arriba. Ellos confiesan y aun insisten en que no saben nada de aquel mundo (21). «Edad tiene;
preguntadle a él, y él hablará por su cuenta». Con estas palabras, los padres renuncian a su
identificación con su propio hijo por temor de ser identificados con Cristo. No saben del mundo
de arriba, porque no quieren saber.
La explicación que el evangelista da del miedo de los padres (22) refleja la situación de los
cristianos judíos alrededor del 80 d.C. Después de la destrucción de Jerusalén (70 d.C.), los
judíos determinaron que los cristianos no eran simplemente judíos con algunas ideas especiales.
Por tanto, dispusieron eliminarlos totalmente de sus sinagogas. Aun compusieron una maldición de
Jesús y de sus seguidores, y la incorporaron en su culto. Hubo cristianos que se quedaron en las
sinagogas y no confesaron públicamente su fe en Cristo. A la hora de esta maldición, tendrían
que revelar esta fe o maldecirse a sí mismos y a su Señor, y la sinagoga podría expulsarlos.
Parece que uno de los propósitos del Evangelio de Juan (probablemente en su primera edición)
fue apelar a estos cristianos secretos a dejar el miedo que los padres del «ciego» ilustran. Más
bien deben seguir el ejemplo del «ciego», y aceptar las consecuencias de confesar públicamente
su fe en Jesucristo.

v. El «ciego» y los fariseos (segunda vez) 9:24-34


En la última escena de contraste el «ciego» vuelve a enfrentarse con los fariseos o judíos.
Esta escena presenta el clímax de la relación entre el «ciego» y los que «ven». De manera
simbólica, representa la relación entre el cristiano y el mundo. Los judíos vuelven a llamar al
«ciego» y le exhortan a dar gloria a Dios (24). Esta fórmula quiere decir confesar el pecado y la
culpa (Jos. 7:19) e indica que los judíos niegan que sucediera un milagro; están acusando al
«ciego» de mentir al respecto. El «ciego» dará gloria a Dios, pero no de la manera que sus
adversarios quieren, y lo expulsarán de la sinagoga.
Estos expertos religiosos se siguen presentando como los que saben, mientras el «ciego»
vuelve a reconocer que no sabe (25; 12). Esta es la diferencia clave que permite al «ciego» la
visión clara, mientras que produce ceguera en los que «ven». El ciego sabe solamente lo que él
mismo experimentó. Los judíos quieren volver a escuchar su historia (26), posiblemente para
buscar algo que puedan disputar o condenar en la conducta de Jesús. El ciego reconoce que no les
motiva un interés sincero para aprender, y les pregunta con ironía si quieren convertirse en
discípulos de Jesús (27). Los judíos responden con lo que pretende ser un insulto, pero resulta
ser una profecía acertada: que el «ciego» es discípulo de Jesús (28). Ellos insisten en que están
siguiendo la enseñanza de Moisés, porque saben que Dios habló a Moisés, pero del origen de
Jesús no saben (29).

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Por fin han admitido, aunque inconscientemente, que hay algo que no saben. El «ciego»
muestra agilidad espiritual y mental en su respuesta (30); lo que los judíos no saben es
precisamente el punto clave, cómo Jesús tiene autoridad para sanar o ser luz. El «ciego» usa la
misma lógica de los judíos (16) para concluir que Jesús procede de Dios (31-33).

En este pasaje, el evangelista enseña que el pecado distorsiona la mente, de manera que
produce conclusiones mentales absurdas. Los judíos son un ejemplo de este absurdo. En
contraste, este «ciego» ha llegado muy cerca de un entendimiento pleno de la naturaleza de
Jesús, porque reconoce su ignorancia y está abierto para ver honestamente lo que Dios pone
ante sus ojos.
Los judíos, con todo lo que «saben» por sus estudios, ya no pueden contradecir la lógica del
«ciego». Por lo tanto, acuden a insultos y a su autoridad (34). Alegan que este hombre nació
ciego por un pecado anterior a su nacimiento (la idea a la cual se refieren los discípulos en 9:2),
y, como consecuencia, que él es de los pecadores más notorios. Tal hombre no puede enseñar a
personas tan preparadas y santas como ellos. Como conclusión final de su investigación, lo
expulsan de la sinagoga para que no tengan que seguir enfrentando su argumentación
embarazosa. Sin duda los primeros lectores del Evangelio de Juan conocían a creyentes que
habían sufrido una expulsión semejante por su fe en Cristo y por su testimonio de él en las
sinagogas.

vi. El «ciego» y Jesús (9:35-41)


La escena final de la historia del «ciego» (9:35-41) narra otro encuentro de él con Jesús. Los
judíos «lo echaron fuera» (34) pero Jesús no echará fuera al que viene a él (6:37). Más bien
buscó al ex-ciego cuando supo de la expulsión (35). Al encontrarlo, le hace una pregunta que
también es un reto. «¿Crees tú en el Hijo del Hombre?» En algunas versiones el título es «Hijo
de Dios», pero la lectura «del Hombre» aparece en los manuscritos más antiguos y confiables de
Juan. Hemos observado el crecimiento de la fe de este «ciego», y no nos sorprende que conteste
la pregunta positivamente (36). Todavía tiene una clara percepción del conocimiento que le falta,
pero se declara dispuesto a creer más cuando entienda más. Jesús le responde con una
declaración clara de su propia identidad (37). Esta declaración, basada en un crecimiento previo
de la fe de la persona que escucha, es semejante a la que Jesús hizo ante la samaritana (4:26).
Tal vez bajo la expresión «él es» se esconda la declaración «Yo soy», que Jesús ya ha pronuncia-
do antes (4:26; 8:58; 6:35, 48; 8:12; 9:5). El «ciego» acepta la declaración con fe y adoración
(38).
El evangelio no menciona el nombre de este «ciego» que recibió la vista dos veces en el mismo
día, primero físicamente y luego espiritual y eternamente. De todos modos, él nos sirve como un
modelo de la fe. Empezó con un claro entendimiento de lo que había experimentado y de lo que

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aún no sabía. Luego razono con humildad y claridad sobre esta base. No permitió que otros le
impusieran su interpretación, sino que evaluó con cuidado las declaraciones aun de los eruditos.
No dejó que amenazas o incluso actos de persecución trastornaran su fe. Y, finalmente,
comprometió su vida con Jesús cuando tuvo la oportunidad.

La declaración de Jesús en 9:39 provee la clave para entender la paradoja de la vista del
ciego y la ceguera de los que ven en este capítulo. Jesús viene al mundo como luz (5). Esta
luz ilumina a los que reconocen su ceguera, pero revela que la <<luz>> que otros piensan tener es,
en verdad, tiniebla. Jesús, la Luz del mundo (5), iluminó al ciego en sus dos encuentros con
él, pero esta misma Luz reveló la ceguera de todos los que estaban seguros de su buena visión
espiritual.
Descubrimos en Juan 9:40 que el versículo 39 no es una comunicación privada al «ciego,» sino
que se hace en público. Algunos fariseos la escuchan (40), y protestan que Jesús los está
declarando ciegos. Jesús replica con ironía aguda que su problema no es la ceguera, sino su
profesión de ver (41). Lejos de reconocer su ignorancia, los fariseos insisten en que son luz para
los demás; por ejemplo, se presentan como jueces en el caso del «ciego» (9:13-34). Si ellos
reconocieran su ceguera podrían recibir la luz de Jesús como hizo el ciego; pero debido a que
insisten en que ven, se quedan en las tinieblas del pecado.

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