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Resumen del documento: PATIÑO MARIACA, Daniel Mauricio.

“La
constitucionalización del proceso, la primacía del derecho sustancial y la
caducidad contencioso administrativa”. Escuela de Derecho y Ciencias
Políticas de la U.P.B. Colombia, 2013.

La Constitución Política tiene principios que irradian a todas las normas del
ordenamiento jurídico, con mucha a razón a una rama de importante trascendencia
a como lo es el derecho procesal, originando lo que se conoce como su
constitucionalización. Siendo imperativo que los operadores jurídicos utilicen cada
vez más, al momento de aplicar las reglas procesales, los denominados principios
constitucionales del proceso.

Esta aplicación de los principios constitucionales al proceso se realiza a


través de la subsunción, donde se busca la norma jurídica al caso y los efectos del
acto procesal que estaban dados por la misma. Y por la principialización, que
consiste en buscar los principios constitucionales del proceso que se vinculan con
la regla procesal y con el caso, en la medida que en las leyes procesales no son
otra cosa que la expresión de los principios procesales de raigambre constitucional.

Uno de estos principios procesales constitucionales es el derecho al juez


natural, expresión utilizada para designar la competencia del juez o el juez
competente. Esto significa que nadie puede ser juzgado sino por el juez competente
según las normas especializadas de la materia, que hacen parte del denominado
bloque de constitucionalidad. Así mismo constituye una garantía constitucional para
el justiciable de que la autoridad legítima para resolver el conflicto es aquella a la
cual la ley le ha otorgado competencia con autoridad, de no ser así no representa
una simple irregularidad sino una afectación grave del proceso.

Una vez utilizada la subsunción que permite integral la regla procesal con el
principio constitucional del proceso, es necesario realizar un juicio de ponderación,
para solucionar los conflictos entre principios, este juicio se lleva a cabo cuando el
juez debe decidir si le otorga eficacia a uno o otro principio que concurren en una
misma situación y están en un conflicto entre sí. Sin embargo, hartamente se ha
dicho que esto debe ser resuelto a través del criterio de la prevalencia del derecho
sustantivo sobre el adjetivo, el juicio de ponderación que permite determinar en ese
caso particular cuál principio debe tener prevalencia sobre el otro, siendo posible
excepcionar la aplicación de la regla procesal en virtud del principio constitucional
del proceso con el cual se integra.

Lo anteriormente expuesto evidencia que hace algún tiempo era posible


escribir sin ninguna dificultad sobre el proceso, pero en la actualidad, no es posible
hacer lo mismo, ya que para comprender como opera ese mecanismo llamado
proceso para solucionar los conflictos, debe partirse de la constitución,
específicamente de los principios constitucionales del proceso que sirven de guías
o faros a las reglas procesales contenidas en la ley procesal.

Así nos encontramos con los sistemas jurídicos constitucionalizados en la


medida en que se presente, con mayor o menor intensidad, ciertos rasgos o
condiciones de constitucionalización como lo son: 1) una constitución rígida; 2) la
garantía jurisdiccional de la constitución; 3) la fuerza vinculante de la constitución;
4) la sobre interpretación de la constitución; 5) la aplicación directa de las normas
constitucionales; 6) la interpretación conforme a las leyes; 7) la influencia de la
constitución sobre las relaciones políticas.

De las normas constitucionales que consagran principios procesales derivan


las siguientes consecuencias: 1) son aplicables directamente y obligan a sus
destinatarios, ya que son de contenido vinculante y susceptible de producir efectos
jurídicos, son los llamados principios de aplicación inmediata; 2)son sobre
interpretadas, es decir, el contenido del principio no puede entenderse en su sentido
literal, sino que debe incluir los avances alcanzados por la jurisprudencias, gracias
a la creación de lo que se ha denominado como normas implícitas, subreglas, o ratio
decidendi; 3) la interpretación de las leyes procesales se debe realizar conforme a
los mandatos constitucionales.

Siendo esto así, la constitucionalización de la norma procesal ha llevado


además al fortalecimiento de la función argumentativa de los jueces, ya que su
actividad discrecional en su quehacer jurisdiccional debe de respetar los límites
impuestos por las constituciones establecidos a través de los principios
constitucionales del proceso.

Por esto, los principios constitucionales del proceso han adquirido gran
importancia en la racionalidad del derecho procesal, al punto que en los actuales
momentos acompañan la aplicación de las reglas procesales. Sin embargo, esto no
significa que haya diferencia entre los principios constitucionales y los de la norma
procesal concreta, por consiguiente, para englobarlos, se prefiere hablar de los
principios constitucionales del proceso. Así también nos encontramos con los que
se expresan de manera implícita, siendo aquellos que no están expresamente
positivizados en las normas jurídicas, sino que en su fundamento se encuentra en
una serie de normas de las cuales el intérprete echa mano para inferir su existencia,
como corre con los principios de proporcionalidad y el de seguridad jurídica. Cabe
anotar, que los principios constitucionales se entienden como normas
evidentemente justas o correctas.

Una consecuencia de esta presunción de iniquivocidad es el hecho de que


estos principios procesales de carácter constitucional no necesitan de ulteriores
justificaciones políticas ni axiológicas porque su existencia presupone su aceptación
por la comunidad; otra característica se observa en la estructura lógica de la norma
jurídica que la contiene, pues un principio es una norma indeterminada o abierta en
el sentido que son normas derrotables (no establecen de manera completa o
exhaustiva los hechos condicionantes que permiten aplicar una consecuencia
jurídica ni los exceptivos que impiden la aplicación misma) y genéricas (porque para
su aplicación se requiere que previamente se haya dictado una regla que la
concrete, permitiendo su actuación o ejecución, ya que sin la existencia de éstas los
principios no podrían resolver por sí mismos casos concretos).

De esta suerte las normas procesales son el campo de aplicación directo de


los principios constitucionales, ya que los mismos se materializan en las leyes
mismas, regulando las formas y requisitos necesarios para ser satisfechos en los
diferentes actos procesales. La diferencia entra las normas procesales (derecho
adjetivo) y los principios constitucionales radica en que las primeras exigen que se
haga exactamente lo que en ellas se ordena, mientras que los principios procesales
ordenan que algo deba ser realizado en la mayor medida posible teniendo en cuenta
las posibilidades jurídicas y fácticas, por lo que estos últimos no regulan de manera
exhaustiva los requisitos que se deben cumplir para acceder a la justicia, sino que
le es suficiente con fijar la finalidad.

Por ejemplo, el principio de acceso a la justicia es genérico, porque para su


aplicación requiere que previamente se hayan dictado las reglas que regulen el
proceso dado que si no existieran no hubiera procesos y dicho principio de acceso
a la justicia no podría aplicarse.

Al operador jurídico le compete integrar la norma procesal formada por: la


regla del proceso que mandata la organización, funcionamiento, la competencia y
las actuaciones procesales, y, el conjunto de principios constitucionales del proceso.

La labor de interpretar y aplicar el derecho procesal el primer paso consiste


en realizar una operación de subsunción la cual tiene por finalidad ubicar la regla
procesal aplicable al caso. Luego proceder a determinar el principio o principios
constitucionales del proceso que sirven de justificación a la regla procesal y
finalmente realizar un juicio de ponderación cuando se presenten conflictos entre
dos principios constitucionales del proceso en un caso concreto.

Sobre la ponderación encontramos que es un medio de solución de los


conflictos entre principios constitucionales del proceso; cabe aclarar que el conflicto
entre principios constitucionales del proceso solo ocurre en el nivel de la aplicación,
no en el plano abstracto o normativo donde dichos principios aparecen o se
muestran como coherentes entre sí. Ya que es al nivel concreto o de la aplicación,
donde dichos principios pueden entrar en pugna, pues la aplicación de los términos
o requisitos procesales puede originar que el juzgador incurra en un exceso de ritual
manifiesto y vulnere el mandato de dar prevalencia al derecho sustancial.

Así, el juicio de ponderación se dirige a establecer si el sacrificio de un


principio es estrictamente necesario frente al beneficio perseguido por el otro. El
juicio de ponderación permite que cuanto mayor es el grado de insatisfacción o
afectación de uno de los principios, tanto mayor debe ser la importancia de la
satisfacción del otro.

En consecuencia, la ponderación lejos de formular una declaración de


relevancia de un principio sobre otro de manera general, lo que hace es fijar una
primacía relativa de uno de los principios en conflicto en un caso particular y
concreto. Por ello la ponderación es una metodología para la fundamentación de
una preferencia relativa en un caso concreto y resolver conflictos entre principios
del mismo valor o jerarquía, puesto que las decisiones que se tomen al respecto
suponen la prevalencia de uno y la correlativa limitación de otro con el cual se
enfrenta. Los pasos para la aplicación de la ponderación son los siguientes: en
primer lugar, se debe analizar que el principio aplicable tenga una finalidad
constitucionalmente legítima como fundamento de la interferencia en la esfera de
toro principio. Segundo, que el otro principio que es afectado también tenga una
finalidad legítima para ser aplicado a la situación concreta. En tercer lugar, se debe
realizar un juicio de ponderación entre los dos principios enfrentados y que la
elección o preferencia de uno resulte menos gravosa o restrictiva. Finalmente,
acredita que existe un cierto equilibrio entre los beneficios que se obtienen con la
medida limitadora del principio en orden a la protección de fines legítimos.

Otro principio de capital importancia es el relativo a la prevalencia del derecho


sustancial como el objeto de la jurisdicción; esta prevalencia del derecho sustancial
significa que las formas o procedimientos son instrumentos, medios para la
aplicación del derecho material, pero ello no le resta importancia a las normas
procesales, sino que genera el juez u operador jurídico, aplique las normas
procesales de forma flexible, dúctil o maleable, pues en la aplicación de las normas
procesales se debe impedir el uso de formalismos o rigorismos excesivos, o de
interpretaciones del texto legal, absolutamente lineales o literales que impidan la
normal consecución del fin que la norma o normas persiguen, omitiéndose el estudio
del fondo del problema en consideración a la forma y sólo a ella. Por lo que se ha
llegado a considerar que las normas procesales están instituidas para la realización
de las normas sustanciales, no para su obstaculización ni mucho menos para su
desconocimiento.

La constitucionalización del derecho procesal y la prevalencia del derecho


sustancial ha sido muy trascendente para el derecho, en la aplicación de las normas
procesales las cuales son una garantía y no un obstáculo para la realización del
derecho sustancial.

De lo anterior deriva la doctrina del exceso de ritual manifiesto como subregla


utilizada para resolver la tensión entre los principios que consagran la prevalencia
del derecho sustancial y el formalismo procesal. Esta doctrina del exceso de ritual
manifiesto es una institución jurídica elaborada por la Corte Suprema de la Nación
Argentina en 1957, fue creada una excepción general al principio según el cual las
normas procesales, por naturaleza son rígidas e inamovibles y no reconocen otras
excepciones que las expresamente consagradas en la norma procesal, esto es
cuando en la aplicación del derecho procesal en forma meramente ritual se llega a
la renuncia consciente de la verdad jurídica objetiva, por lo que se habla de una
frustración ritual del derecho. Esta puede llegar a constituir una causal de
arbitrariedad de los recursos extraordinarios en contra de las sentencias de segunda
instancia.

Desde el aparecimiento de esta doctrina se plantea que una sentencia es


arbitraria por haber renunciado en forma consiente a la verdad jurídica demostrada
en lo hechos, por un apego ciego e injustificado al tenor literal de las normas
procesales que conduce a que no pueda aplicarse el derecho sustancial siendo
contraria a la justicia. Se puede llegar a afirmar que una simple providencia judicial
puede incurrir en un defecto procedimental, por exceso ritual manifiesto cuando el
juez renuncia conscientemente a la verdad jurídica objetiva evidente en los hechos,
al extremar el rigor en la aplicación de las normas procesales.

En estos casos, el derecho procesal se torna en obstáculo para la efectiva


realización de un derecho sustancial reconocido expresamente por la norma, mal
haría éste en darle prevalencia a las formas haciendo nugatorio un derecho del cual
es titular quien acude a la administración de justicia y desnaturalizando a su vez las
normas procesales cuya clara finalidad es ser medio para la efectiva realización del
derecho material. Lo que ocasiona una renuncia consciente de la verdad jurídica
objetiva evidente en los hechos, por extremo rigor en la aplicación de las normas
procesales convirtiéndose así en una inaplicación de la justicia material.

Existe una disyuntiva entre el principio de formalismo que se refiere al


imperativo de juzgar y ser juzgado observando las formas propias de cada juicio,
conjunto de principios que integran el derecho fundamental al debido proceso. Y- el
principio de la prevalencia del derecho sustancial en las actuaciones judiciales. En
este conflicto, el operador jurídico, debe de decidir si le otorga prioridad al derecho
sustancial debatido en el proceso por encima del derecho procesal, por cuanto la
forma se muestra o aparece como un obstáculo que impide la realización de la
justicia. O por el contrario, otorgarle primacía a las normas procesales sobre el
derecho sustancial porque no es posible inaplicar las normas o garantías procesales
definidas en la ley por cuanto haría arbitraria la decisión judicial.

Hay que tomar en consideración que los derechos constitucionales tienen un


carácter limitado, ya que deben coexistir entre sí y carecen de un orden jerárquico
que permita a-priori establecer una prioridad entre ellos que autorice predicar que
un derecho tenga carácter de absoluto sobre otro u otros. Más, en determinadas
situaciones concretas, es necesario utilizar un mecanismo argumentativo racional
que permita establecer la primacía relativa de un principio o derecho y la correlativa
limitación de otro con la finalidad de dirimir el conflicto que puede surgir entre
ambos. Es en este momento donde la ponderación cobra protagonismo, como un
modelo de preferencia relativa condicionada a las circunstancias específicas de
cada caso, de manera que le compete al legislador y a los operadores jurídicos, en
el ámbito de sus competencias, procurar armonizar los distintos derechos y
principios, y cuando ello no sea posible, es decir, cuando surjan conflictos entre
ellos, entrar a definir las condiciones de prevalencia temporal del uno sobre el otro.

Desde esta perspectiva el defecto procedimental por exceso ritual manifiesto


no es sino la fórmula que permite al operador jurídico distanciarse de las normas
procesales cuando considere que los procedimientos son un obstáculo para la
eficacia del derecho sustancial. Este se manifiesta de manera negativa, al omitirse
la aplicación de ciertas normas o garantís procesales y una positiva, cuando al
aplicarse el procedimiento se desconoce o se limita injustificada y
desproporcionalmente la vigencia del derecho sustancial.

La ponderación se encuentra con dos posibles escenarios, el primero es el


probatorio, según el cual las normas procesales que regula la aportación,
producción y valoración de la prueba no pueden desconocer la justicia material,
siempre que ese exceso incluya: rigorismo procedimental en la valoración de la
prueba, el cumplimiento de requisitos procesales para su aportación, cuando se
cometa un error en la valoración que produzca una errada conclusión. El segundo
es cuando en los casos en los que el juzgador no tiene en cuenta que ara aplicar la
norma procesal, debe hacer prevalecer el derecho sustancial aplicando de forma
ciega disipaciones procesales y exigiendo el cumplimiento de requisitos formales de
manera irreflexiva.

Según lo anterior, no es posible señalar una definición que pueda ser utilizada
en todos los casos, sobre lo que significa el exceso de ritual manifiesto, porque lejos
de ser una un concepto, es una practica correcta de la actividad procesal, y como
tal, no admite ninguna conceptualización dogmática. En consecuencia, la
determinación de cuando una decisión jurisdiccional ha incurrido en un defecto
procedimental por exceso de ritual manifiesto dependerá de se cumplan varias
condiciones: primera, que se trate de una decisión judicial tomada luego de agotar
un procedimiento en el que se evidencia el desconocimiento de una norma procesal.
Segundo, que, atendiendo a las circunstancias particulares del caso concreto, la
aplicación de la norma procesal o su no aplicación, resulte excesiva porque no
cumple con la finalidad de ser un medio para la aplicación del derecho sustancial.

Resulta conveniente que el operador jurídico en determinados casos


concretos aplique el principio de la prevalencia del derecho adjetivo sobre el
adjetivo, significando esto un juicio de ponderación que conduzca a resolver el
conflicto que se presenta entre el principio de seguridad jurídica protegido por la
norma procesal antes citada y el principio de acceso a la jurisdicción, permitiendo
que el juez privilegie de manera relativa el principio de la prevalencia del derecho
sustancial sobre el otro.

El conflicto entre el principio a la tutela judicial efectiva y el principio de


seguridad jurídica concretado en los plazos de caducidad nace porque todas las
acciones fueron condicionadas no solamente al cumplimiento de requisitos formales
en la manera como deben elaborarse las pretensiones, así mismo se ha hecho
imperativo señalar el concepto de violación, es decir, explicar las razones de
derecho que permitieran al juez arribar a la conclusión que dicho acto era contrario
a las normas superiores. La caducidad en el proceso ha sido entendida por la
jurisprudencia y la doctrina como una institución procesal, dirigida a establecer un
límite en el tiempo al derecho que tiene toda persona de acceder a la justicia con la
finalidad de garantizar el principio de seguridad jurídica. El conflicto entre el principio
de acceso a la administración de justicia, en particular, a la tutela judicial efectiva y
el principio de seguridad jurídica ha sido resuelto.

La caducidad se apoya en el pensamiento de ser una sanción al ciudadano


que incumple con los deberes de colaborar con la justicia. Por el no ejercicio de sus
derechos dentro de los términos señalados por las leyes procesales, y, por ende,
acarrea para el Estado la imposibilidad jurídica de continuar ofreciéndole recursos
y oportunidades.

En cuanto a la seguridad jurídica es provechoso distinguir dos acepciones


básicas del término. En la primera, que responde a la seguridad jurídica stricto
sensu, se manifiesta como una exigencia objetiva de regularidad estructural y
funcional del sistema jurídico a través de sus normas e instituciones. En la segunda,
que representa su faceta subjetiva, se presenta como certeza del Derecho, es decir,
como proyección en las situaciones personales de la seguridad objetiva. La
seguridad jurídica genera la ficción de certeza sobre ciertos elementos de la relación
jurídico-procesal con la caducidad, se entiende como una cláusula de cierre, que
impide la discusión permanente de ciertos hechos procesales.

El principio a la tutela judicial efectiva tiene tres pilares que lo conforman, a


saber: 1) la posibilidad de acudir y plantear el problema ante el juez competente; 2)
que el problema planteado sea resuelto, y; 3) que tal decisión se cumpla de manera
efectiva.

El debido proceso y el acceso a la justicia, son derechos fundamentales que


obligan a interpretar las normas procesales como instrumentos puestos al servicio
del derecho sustancial y a las soluciones que permitan resolver el fondo de los
asuntos sometidos a consideración de los jueces (principio pro actione).

Por consiguiente, es necesario integrar los conceptos de antiformalismo e


interpretación conforme la garantía, que no buscan desconocer o debilitar el papel
protagónico que cumplen las reglas de procedimiento en la ordenación y
preservación de la tutela judicial efectiva, ni contrariar el amplio margen de
interpretación. Lo que se pretende es armonizar y racionalizar el ejercicio de tales
prerrogativas, evitando que los criterios de aplicación de la ley, excesivamente
formalistas.

Los principios pro actioni y pro damato según los cuales, en algunos casos,
el término de caducidad debe empezar a contarse a partir de la fecha en que el
interesado tuvo conocimiento del hecho que produjo el daño, que puede coincidir
con la ocurrencia del mismo en algunos eventos, pero en otros casos no.

Concluimos en que gracias a la constitucionalización y la principialización de


las reglas procesales, gradualmente se evidencia una superación del positivismo
que ha caracterizado al derecho procesal. Las reglas procesales deben aplicarse
acompañadas de los principios constitucionales del proceso, que les otorgan un
fundamento argumentativo que permite explicar las razones por las cuales se está
acogiendo un principio y desechando otro. Y la relevancia que toma la ponderación
al momento de aplicar los principios constitucionales del proceso.
Resumen del documento: “LAS GARANTÍAS CONSTITUCIONALES DEL
PROCESO Y EL DERECHO CONSTITUCIONAL PROCESAL. La aportación de
COUTURE”. Judicatus, revista del Poder Judicial del Estado de Nuevo León.
México, 2008.

Couture en su ensayo “Las garantías procesales del proceso civil” (1946), advierte
que la doctrina procesal moderna tiene una etapa significativa que cumplir.

Sus aportes tuvieron un pronto eco dentro de la doctrina procesal, de tal forma que
a la distancia se aprecia que fue el iniciador de una corriente dogmática que se ha
consolidado en la actualidad, hasta las recientes bases constitucionales para un
proceso civil justo.

Dentro de la tercera parte de dicha obra, se refiere a casos de derecho procesal


constitucional”, a pesar de utilizar la expresión “derecho procesal constitucional” no
expresa que la empleara para referirse a instrumentos procesales de regularidad
constitucional, sino al debido proceso y otras instituciones procesales en su
dimensión constitucional.

En la actualidad el “debido proceso legal” se convirtió en categoría constitucional, al


pasar a constituirse como un “debido procesal constitucional”. Gozaini señala que
“el proceso como herramienta al servicio de los derechos sustanciales pierde
consistencia: no se le asigna un fin por si mismo, sino para realizar el derecho que
viene a consolidar”. El sector doctrinal considera esta concepción como una
superficie del derecho procesal constitucional a las instituciones o categorías
contenidas en la Constitución.

Si bien el problema de la trascendencia constitucional se constituye entre lo


“constitucional” y lo “procesal”, si bien la pertenencia constituye un planteamiento
teórico, es de relevancia para demarcar el estudio de las disciplinas.

Fix-Zamudio acoge la postura de Couture, las cuales además las agrupa en una
nueva disciplina denominada “derecho constitucional procesal” cuyo objeto es el
examen de las normas y principios constitucional contenidos en los instrumentos
procesales. En cambio, el “derecho procesal constitucional” como disciplina de
confluencia y limítrofe con aquella, la considera como objeto de estudio de la ciencia
procesal.

La postura de Fix-Zamudio ha tenido aceptación con dudas de algunos juristas.


García B. ha sostenido se trata de un juego de palabras, estando ante un
crecimiento innecesario de disciplina jurídica. En el fondo aún no existe precisión en
la ubicación de instituciones procesales que se han elevado a rango constitucional.

Las connotaciones del debido proceso legal que se suelen emplear para identificar
a esta categoría procesal es motivo de profundo estudio en la actualidad a su
concepción como garantía constitucional. Se suele confundir su caracterización
como derecho fundamental con aquella otra dimensión de la tutela de los derechos
a través de los procesos constitucionales diseñados para lograr su efectividad.

Partiendo de esta realidad, es cuestionable considerar si es apropiado incluir esta


institución y otras categorías procesales en el derecho procesal constitucional, de
ser así, deberá dividirse en al menos tres sectores:

1) Instrumentos Procesales (procesaos y procedimientos),


2) Análisis de las garantías constitucionales del proceso (Couture), y
3) Categorías procesales que representen a instituciones en el ámbito procesal.

Ahora bien, en esta dirección y con el afán de establecer lo que es la ciencia


constitucional tomando en cuenta que se está en el terreno de la ciencia
constitucional deben estudiarse categorías procesales a manera de disciplina
limítrofe denominada derecho constitucional procesal, el cual se debe dividir en tres
sectores: a) Jurisdicción. b) Garantías judiciales y c) Garantía de las partes.

De ser aceptada esta superficie del Derecho procesal constitucional, se debe


delinear el ámbito de estudio de las diversas categorías procesales. En este intento
delimitador de las categorías incardinadas en la constitución, lo propuesto por Fix-
Zamudio es de importancia para: delimitar el contenido propio del derecho procesal
constitucional y agrupar las categorías restantes contenidas en la constitución.
Como se puede ver, la vertiente propuesta por Couture ha tenido una recepción
importante en la corriente del procesalismo científico, aun sin que exista una
aceptación generalizada en el lugar donde debe estudiarse las disciplinas jurídicas.

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