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CONDUCTA
La undécima edición de los Encuentros Jurídico-Psiquiátricos de Córdoba
estuvo dedicada a debatir sobre los Trastornos del control de los impulsos y su
relación con las personalidades antisociales, dado el interés de ambas
especialidades a la hora de evaluar su culpabilidad y peligrosidad. Los temas
que se trataron pusieron de manifiesto, otra vez más, que la explicitación de los
términos en cuanto a su esencia, formalidad y finalidad es del todo necesaria
para evitar los malos usos en la praxis médico-forense y en la jurídica. Por otra
parte, se constata, de nuevo, que juristas y psiquiatras están destinados a
encontrarse en un espacio común de entendimiento conceptual. A primera
vista, la cita de Dorado Montero que antecede a este prólogo puede dar la
impresión de parecer un contrasentido con los fines que desde hace doce años
venimos persiguiendo con estas jornadas anuales, si no fuese porque esas
palabras provienen de un libro que publicó en 1905 bajo el título “Los peritos
médicos y la justicia criminal”, con el que intentó sentar las bases de un futuro
entendimiento de juristas y psiquiatras, una vez que ambos hubiesen
abandonado sus prejuicios. Dorado Montero fue una persona que dedicó la
mejor y más productiva parte de su vida académica a la defensa del
“correccionalismo penal”. Sus palabras deben ser entendidas desde el interés
que este jurista tenía en defender que la pena no debía ser retributiva sino
correctiva de la voluntad criminal, en base a un estudio psicológico y, también,
de que el tratamiento del interno debía ser individual, sobre la base del estudio
de su peligrosidad criminal. Del mismo modo, en este libro, uno de sus autores,
el magistrado Carlos Lledó, afirma en el comienzo de su capítulo: “en el
permanente dialogo, nunca exento de tensiones, entre Psiquiatría y Derecho
ocupa sin duda un lugar estelar la necesaria determinación de que las
personas deban o no responder penalmente de sus actos, lo que
tradicionalmente y desde las distintas ópticas se ha venido conectando con el
libre albedrio, la capacidad de ser motivado por la norma o, en su formulación
más clásica, la conservación de las básicas capacidades de entender y querer;
esto es, conocer qué conductas son socialmente inaceptables y poder actuar
conforme a esa comprensión”. Los trastornos del control de los impulsos y las
personalidades psicopáticas, ahora englobadas en la denominación de
“antisociales”, plantean al psiquiatra y al jurista innumerables desasosiegos
intelectuales e incertidumbres prácticas. En este tipo de nosotaxias es donde
se hace más explícita la esencia de un peritaje psiquiátrico, el análisis motivado
de los mecanismos e intensidad de las distorsiones o anulaciones que puedan
haber existido en las funciones psíquicas que intervienen en los fenómenos del
conocer y del querer que son los que fundamentan el principio de culpabilidad.
Las personas que poseen estas patologías son las que ocasionan más dolor a
la sociedad y provocan mayor número de víctimas. Por ello, el añadido de la
peligrosidad postdelictual cobra un interés máximo. La sociedad siempre se ha
preservado de sus miedos y de sus peligros. No es legítimo juzgar desde el
presente lo acertado de sus condenas, pues como decía Foucault, “la
organización que los hechos sociales han tenido en la historia es natural,
porque se la han dado los mismos hombres”. En cada momento de la historia
de las sociedades, los límites de la anormalidad los marcan los hombres de ese
tiempo concreto. La impulsividad, la falta de empatía y de remordimiento son
unos elementos semiológicos muy consistentes y persistentes en estas
patologías, por lo que se convierten en indicadores muy fiables de que los que
las poseen repetirán sus conductas dañinas para la sociedad y sus personas.
Son individuos con potencial de peligrosidad social muy alto. En la peligrosidad
postdelictual reside la alarma social. La peligrosidad hace surgir lo que Ortega
denominaba el peligro que es el otro; esto es, la sospecha de que su presencia
entre nosotros no puede traer nada más que hechos malévolos y de que la
tranquilidad no ha de venir nada más que de la segregación y/o del
internamiento. Las víctimas de estos delincuentes y las que temen llegar a
serlo retroalimentan la alarma social ante este tipo de sujetos y nos sitúa ante
el problema añadido de la victimización. En los capítulos de este libro se da
cumplida respuesta a estos dilemas y se pone de manifiesto una vez más la
fertilidad de estos encuentros.
Los trastornos disruptivos del control de los impulsos y de la conducta (DSM-5,
APA, 2013) incluyen afecciones que se manifiestan con problemas en el
autocontrol del comportamiento y las emociones mientras que otros trastornos
del DSM-5 pueden tratar sobre problemas de la regulación del comportamiento
y las emociones, los trastornos disruptivos se traducen en conductas que violan
derechos de los demás (por ejemplo: agresión, destrucción de la propiedad), o
llevan al individuo a conflictos importantes frente a las normas de la sociedad o
las figuras de autoridad.
Las causas que subyacen en los problemas del autocontrol del comportamiento
y las emociones pueden variar sustancialmente dentro de los trastornos
disruptivos y así como entre los propios individuos dentro del mismo grupo
diagnóstico.
Estos trastornos se dan de forma más frecuente en el sexo masculino que en el
sexo femenino.
A menudo los trastornos disruptivos se presentan de forma comórbida, es
decir, asociada, al trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) en
sus formas impulsivas-hiperactivas, cuando existen factores desencadenantes
biológicos y/o ambientales (entorno) como consumo de sustancias, entornos
desestructurados, experiencias de bullying, problemas socio-afectivos o
antecedentes familiares. Estas situaciones pueden actuar de catalizadores para
la presencia de este tipo de patologías, especialmente en la etapa de la
adolescencia.
Para prevenir este tipo de patologías asociadas es fundamental el diagnóstico
precoz y una intervención temprana eficaz y multimodal de los síntomas.
TDAH TRASTORNOS DISRUPTIVOS
TRASTORNO DE CONDUCTA
El trastorno de conducta se manifiesta a través de un patrón repetitivo y
persistente de comportamiento en el que no se respetan los derechos básicos
de otros, las normas o reglas sociales propias de la edad.
PIROMANÍA
La persona denominada pirómana muestra un comportamiento caracterizado
por la reiteración de actos o intentos de prender fuego a las propiedades u
otros objetos, sin motivo aparente junto con una insistencia constante sobre
temas relacionados con el fuego y la combustión. Estas personas pueden estar
también interesadas de un modo anormal por
coches de bomberos u otros equipos de lucha contra el fuego, con otros temas
relacionados con los incendios y en hacer llamadas a los bomberos.
CLEPTOMANÍA
Psicopatía
definen nuestra conducta y son los que utilizamos para describir a alguien
próximo. Los rasgos se combinan en dimensiones, que no serían sino super
factores. Desde esta perspectiva dimensional todos los seres tenemos los
mismos rasgos, pero no están presentes en la misma intensidad en cada uno
de nosotros ni en la misma combinación. Nos diferenciamos cuantitativamente,
ofreciendo cada uno de nosotros un perfil de rasgos específicos. Cuando la
impulsividad es un rasgo dimensional importante de la personalidad, su
anomalía caracteriza a la misma y la presentación clínica de los diferentes
trastornos psiquiátricos. Sería un fenómeno estable y difícilmente modificable.
Es el caso de los trastornos de personalidad estructurados sobre la
impulsividad, como es el caso del trastorno de personalidad límite o del
trastorno antisocial (disocial) de personalidad.
LA IMPULSIVIDAD COMO ELEMENTO CONSTITUYENTE DE LOS
TRASTORNOS DE PERSONALIDAD
CONCLUSIONES
LICENCIADO
JUAN CARLOS DELGADILLO ESCOBAR
MATERIA
PSICOLOGIA DESCRIPTIVA
CARRERA
PSICOLOGIA