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EL VIEJO ARTE
DE LA CURACIÓN
OCULTISTA
Ediciones Lidium
BUENOS AIRES
ÍNDICE
Introducción. . . . . . . . . 8
Por curioso que pueda parecer a los ojos modernos, no ha habido período en la
historia de la humanidad en que ésta no haya contado con alguna clase de filosofía de la
medicina. Nuestros más primitivos antepasados basaron sus teorías médicas casi
íntegramente en la magia y daban por sentado, por ejemplo, que un médico brujo podía
trasferir una enfermedad de una persona enferma a un objeto inanimado, como un árbol.
Otro principio de la medicina antigua podría llamarse la ley de semejanza. De acuerdo
con esta ley se creía posible determinar por ciertas características exteriores de una
planta en particular, o de una hierba o flor, el tipo de dolencia que podría esperarse que
aliviara o curara.
De acuerdo con este principio, la gente preparaba medicinas con flores de pétalos
amarillos para el tratamiento de la ictericia; para manchas en la piel, ungüentos blancos
que eran preparados a partir de plantas con hojas moteadas. Todos estos métodos se
basaban en la noción de que el ambiente humano tenía un objeto y significado, y que los
secretos de la buena salud estaban al alcance de la comprensión humana.
Dentro de esta teoría primitiva, la idea de la muerte y la enfermedad que podían ser
causadas por magia negra, dirigida por un enemigo contra uno o más individuos,
ocupaba un lugar preponderante. Es un hecho curioso que existan aún hoy en el mundo
comunidades para las cuales la expresión “muerte natural” no tiene sentido; la muerte es
considerada como la intervención sobrenatural en un proceso de vida que continuaría
normalmente para siempre.
Tiradores fantasmas
Condición primordial
La condición esencial para que las curaciones psíquicas surtan efecto es que los
remedios sugeridos por la persona que va a efectuar la curación sean aceptados por el
enfermo, ya sea que crea en la magia o sea un devoto cristiano. El shaman o médico
brujo de Siberia empleaba la técnica de persuadir a su paciente de que un espíritu
maligno le había robado el alma y esto era causa de la pérdida de la salud corporal.
Luego el shaman entraba en estado de trance y viajaba por dominios astrales desde los
que volvía con el alma errante y la devolvía a su dueño, quien generalmente recuperaba
poco después su salud mental y física.
En Ghana, donde el médico ocupa frecuentemente una posición intermedia entre el
médico brujo y el sacerdote, se frota aceite sagrado sobre la piel del paciente
acompañándolo con cantos de himnos. Una vez que el enfermo se convence de que los
demonios de la enfermedad lo han abandonado después de haber sido frotado, a menudo
se recupera tanto en espíritu como en salud. Y en aquellos lugares mediterráneos en que
el cristianismo es una firme creencia, el curandero del pueblo hará el signo de la Cruz
en la frente del paciente con saliva mientras murmura un encantamiento o una plegaria,
lo que tiene el mismo efecto.
CAPÍTULO 2
Captromancia
Medicina druida
Todavía rodea a los druidas un buen grado de misterio, pero los estudiosos parecen
coincidir en que este poderoso culto atrajo una atención importante en toda Europa
alrededor del segundo siglo a.C. y que probablemente sobreviviera en Escocia e Irlanda
durante un período considerable después de su supuesta represión por parte de los
romanos. La medicina de los druidas se basaba, en apariencia, principalmente en la cura
por medio de la fe, pero como sugiere Lewis Spence en su Magic Arts in Celtic Britain
los sacerdotes celtas también dominaban las artes mágicas. Las técnicas que empleaban
perduraron por siglos como parte de la medicina popular de Gran Bretaña y fueron
incorporadas posteriormente a las prácticas de los hechiceros medievales.
Uno de los métodos druidas para sustraer los malos espíritus de los cuerpos de los
enfermos consistía en colocar carbones al rojo en el agua mientras se invocaba al mismo
tiempo a los buenos espíritus de los cuatro costados de la tierra para que efectuaran la
cura. Para descubrir si sus pacientes vivirían o morirían se los colocaba sobre la tierra
entre dos hoyos recién cavados, uno representaba la vida y el otro la muerte. Si el
enfermo en su delirio se inclinaba hacia la izquierda se abandonaba toda esperanza pero
si lo hacía hacia la derecha significaba que viviría.
La fuente más importante del poder de curar con que contaban los druidas y sus
sucesores inmediatos parece haber sido las aguas sagradas de los pozos, arroyos y
fuentes que en ese entonces se creía que eran las moradas de los dioses y los espíritus.
La piedra erigida habitualmente para señalar el lugar del altar de agua representaba el
órgano sexual masculino y el arroyo o pozo, el femenino. Tanto hombres como mujeres
se bañaban en las aguas sagradas con la esperanza de encontrar un restablecimiento a
sus dolencias y a menudo emergían repuestos en cuerpo y alma. A continuación de la
violenta destrucción del druidismo como religión organizada, la antigua creencia de la
cura psíquica se desintegró gradualmente hasta verse reducida a un folklore
fragmentado que se trasmitía de una a otra hechicera de pueblo. Sin embargo, nada que
sea realmente valioso se pierde jamás del todo. La historia de las curas psíquicas
constituye una saga de redescubrimientos a medida que cada sucesiva generación se ve
forzada a admitir que los secretos de la salud residen dentro de la mente humana.
CAPÍTULO 3
ÉPOCAS DE LA FE
A veces resulta difícil conciliar las enseñanzas de la cristiandad moderna con los
principios místicos sostenidos por sus fundadores. En tiempos remotos los cristianos
gritaban como David: “Cúrame, Señor” y eran curados. En ese entonces la curación de
los enfermos por medio de la plegaria formaba parte integral de las prácticas cristianas y
acudir al hombre antes que a Dios en procura de curación, era considerado ajeno a la fe.
Encontramos en el Nuevo Testamento que Cristo comparte sus poderes divinos para
curar con los Apóstoles, dándoles “poder contra los espíritus polutos para arrojarlos
fuera y curar toda de enfermedad y toda forma de dolencia”. Surge así perfectamente
claro que los primeros cristianos, de igual manera que los adoradores de credos
anteriores, creían que los causantes de las enfermedades eran los espíritus malignos.
En determinadas circunstancias, como lo han descubierto numerosos místicos
cristianos, la enfermedad física puede tener una influencia santificante sobre el espíritu
humano; así, santa Juliana de Norwich oraba para contraer una severa enfermedad con
el fin de poder apreciar mejor la agonía de Cristo y descubría así que, siempre que no
existiera autoconmiseración, la enfermedad podía ser de infinito valor para despertar en
el sufriente el verdadero significado del ser interior o del alma. En sus Revelations of
Divine Love Juliana escribió: “Es la voluntad de Dios que tomemos nuestra morada y
nuestras enfermedades tan ligeramente como podamos hacerlo y cuanto menor sea el
precio que le demos por amor, menor será el dolor que sintamos por ellos… Porque es
la voluntad de Dios que nos consolemos con toda nuestra fuerza, porque la
bienaventuranza es permanente, sin final, y el dolor es pasajero.”
A pesar de la preeminencia de la plegaria como agente curativo en la iglesia
primitiva, el empleo de aceites sagrados para restregar los cuerpos de los enfermos era
muy privilegiado ya que a los ojos de los Primeros Cristianos los remedios
suministrados por la naturaleza se contaban entre los dones de Dios. Como dice
Santiago: “¿Hay algún enfermo entre vosotros? Que llame a los ancianos de la iglesia y
dejadlos que oren sobre él, untándolo con aceite en nombre del Señor.” Algunos
mártires cristianos pudieron soportar las más terribles agonías empleando solamente el
poder de la mente. Cuando culminaba la persecución de Diocleciano y los médicos
Cosme y Damián fueron torturados y sentenciados a muerte por rehusarse a abjurar de
su fe, la orden fue: “Atenlos de pies y manos y tortúrenlos hasta sacrificarlos”, a lo cual
respondieron desafiantemente: “Os rogamos que nos atormentes más ya que no
sufrimos.” A pesar de haber sido lapidados y quemados rehusaron retractarse de su
credo y fueron decapitados.
Durante siglos los cristianos de Macedonia invocaban los nombres de estos mártires
frente al dolor, recitando la plegaria: “San Cosme y Damián, San Ciro y San Juan, San
Nicolás y San Akyndnos, que sostienes la guadaña y cortas el dolor, detén también el
dolor de este siervo de Dios. Amén.”
Se dice del Arzobispo Cranmer que murió en la pica sin angustia aparente,
martirizado por los católicos ingleses en el siglo XVI. De acuerdo con un testimonio
contemporáneo: “Ardió aparentemente sin movimientos o dolor. Parecía repeler la
fuerza del fuego y superar la tortura por la fortaleza del pensamiento.”
La fe, al fortalecer el alma, proporciona energía al cuerpo para resistir cualquier
forma de enfermedad y aun cuando la muerte es inevitable, a menudo mejora sus peores
aspectos.
Wort: planta, hierba; vocablo poco usual, empleado generalmente como sufijo en palabras compuestas;
cunning: hábil, sagaz. (N. de la T.)
arrestados. En 1488 ocurrió un hecho curioso cuando una curandera llamada Agnes
Hancock fue interrogada como posible bruja. Durante su defensa ésta argumentó que
sus poderes se basaban en el empleo de agua bendita y plegarias, pero trascendió que
estas últimas resultaron ser cánticos mágicos que eran recitados en un idioma
desconocido.
Muchos de los primitivos curanderos eran indudablemente adoradores del dios
anglosajón Odín, cuyo poder era constantemente invocado contra lo que se creía que
eran las nueve causas principales de enfermedades: los venenos rojo, blanco, púrpura,
amarillo, azul, verde, lívido y marrón. En la tradición escandinava, el dios Odín había
cercenado la serpiente del mal en nueve pedazos con su espada y consecuentemente
cada trozo se había convertido por derecho propio en un veneno.
El temor al demonio era un factor de vital importancia en los métodos médicos
medievales y condujo al empleo de exorcistas para conjurar los espíritus malignos de
los enfermos. La ceremonia del exorcismo consistía principalmente en plegarias
intercaladas con órdenes al demonio para que abandonara los cuerpos; se empleaban
exhortaciones como la siguiente: “yo te exorcizo, vil espíritu, verdadera corporización
de nuestro enemigo, el espectro íntegro, toda la legión de demonios en el nombre de
Jesucristo sal y aléjate de esta criatura de Dios”. La habitación del enfermo era
profusamente saturada con agua bendita e inciensos y ocasionalmente el endemoniado
recibía severos latigazos de manera de apresurar la partida del demonio fuera de su
cuerpo.
También se utilizaban reliquias de los santos como instrumentos para las curas
religiosas, en particular huesos de aquellos que habían sido mártires de la fe. Desde
luego que esta práctica era muy dada al fraude. Se dice que los monjes de St. Medard de
Soissons realizaban milagros médicos con uno de los dientes del Salvador mientras que
otro agente de curación era un dedo del Espíritu Santo.
Pozos curativos
De lo anterior resulta obvio que el antiguo arte de la curación ocultista había ido
deteriorándose durante las llamadas edades de la fe hasta llegar a ser escasamente
reconocible. No obstante y a pesar de esta deplorable caída fuera del ámbito de la gracia
se continuó reverenciando en gran parte los pozos y arroyos curativos que la Iglesia
había dedicado esta vez a los santos en lugar de los espíritus páganos originales,
santificando de esa manera una tradición en el arte de curar, tan vieja como el tiempo.
De esta manera, como dice el escritor William Andrews en su Church Treasury, “los
viejos dioses fueron remplazados y sin embargo no se ejerció violencia contra un credo
al que el hombre primitivo había adherido con enorme tenacidad”.
Algunos pozos tenían poder para devolver la salud mental y otros para alcanzar
longevidad. Los de las Islas Británicas fueron dedicados a alrededor de una docena de
santos: Margarita, Chad, Ana, Elena, Cuthbert, Juan, Pedro, Agustín, Beda y
Hawthorne; Yorkshire encabezaba la lista con el mayor número de pozos.
En Cornwall, donde una buena cantidad de la tradición fuera heredada de los druidas
y estaba firmemente arraigada, cada pozo sagrado tenía supuestamente su espíritu
guardián. El Pozo de Menacuddle, no lejos del St. Austell, tenía poderes para restaurar
las fuerzas de los niños enfermizos que se bañaran en sus aguas y también de curar
úlceras y problemas similares. Se le podía formular una pregunta al espíritu del Holy
Well en Gulnal y la respuesta consistía en el burbujeo de sus aguas que indicaban cuáles
eran las expectativas con respecto a la propia salud. El Doom Well de St. Madro
continuó atrayendo multitudes de peregrinos hasta alrededor de más o menos un siglo
atrás. Una autoridad sobre el folklore de Cornwall indicó en ese tiempo que “gente que
sufre de dolores y entumecimiento de los miembros acude y se lava y se dice que se han
logrado numerosas curas”.
Se cree que hubo otros pozos famosos que tenían propiedades curativas. El Pozo de
St. Teclas en Denbigshire curaba la epilepsia; el Pozo de St. Bede en Jarrow aliviaba las
enfermedades infantiles; el Pozo de St. Cuthbert en Bellingham, Northumberland,
curaba la artritis. Se dice que una muchacha con una mano tan lisiada “que no podía
mover los dedos” bebió sus aguas curativas y pasó luego el resto de la noche en oración.
A la mañana siguiente la movilidad de la mano se había recuperado completamente.
Todavía más notable era el Pozo de Dalston, Northumberland, que purificaba las almas
de sus visitantes y lograba asombrosas reformas morales tales como “templanza, salud,
limpieza, simplicidad y amor”.
Uno de los resultados de la Reforma religiosa del siglo XVI fue poner fuera de la ley
a los pozos curativos debido a sus asociaciones paganas originales, los altares fueron
demolidos y se prohibió toda peregrinación por parte de los fieles. Sin embargo, de
acuerdo a un testimonio contemporáneo, el culto rehusaba morir y particularmente los
galeses continuaron “acudiendo en grupos numerosos, en peregrinaje a los pozos y
sitios de superstición acostumbrados; inclusive llegan al sitio donde se encontraba la
iglesia o capilla, a través de largos viajes que realizaban descalzos”.
La máxima expresión del elemento de las curaciones por medio de la fe en el
cristianismo de las Islas Británicas fue indudablemente la peregrinación a Walsingham,
llevada a cabo por hordas de mendigos y lisiados, junto con enfermos mentales, todos
los cuales creían a pie juntillas que la fe y solamente la fe podía ponerle remedio a sus
dolidas condiciones. Lamentablemente el altar de Walsingham así como el culto al pozo
fueron destruidos juntos con los últimos restos sobrevivientes de las curaciones
psíquicas institucionales en Gran Bretaña.
CAPÍTULO 4
Literalmente, “Martillo de Maleficios”. (N. del T.)
política represiva. En 1590 Gilly Duncan, una escocesa, fue acusada de brujería sobre el
supuesto de haber curado “a todos aquellos que estaban perturbados o afligidos por
cualquier clase de enfermedad”.
Un prominente demonólogo, Jean Vincent, declaró que aun los herboristas aliviaban
las enfermedades en virtud de poderes adquiridos a Satán. William Perkins, un
demonólogo inglés, advertía seriamente al público acerca de los peligros de consultar
curanderos cuando se vieran afectados “por alguna enfermedad rara y desconocida”. Si
bien no negaba la eficacia de los tratamientos que éstos prescribían, insistía en cambio
en que era realmente el demonio quien efectuaba la curación.
LOS MÉDICOS
Con buena dosis de verdad se ha dicho que la medicina fue nuestra primera ciencia
debido a su necesidad. Sin embargo, es también igualmente cierto que la ciencia se
desarrollo a partir de la magia y nuestros primeros médicos fueron a menudo ocultistas
practicantes cuya misión principal consistía en combatir las causas ocultas de la
enfermedad. Es comprensible, por lo tanto, que la primitiva ciencia médica incorporara
una cantidad de prácticas supersticiosas, a pesar de lo cual los hombres de la medicina
resultaron curiosamente respetados por la persecución, si bien muchos de ellos
incursionaron en la magia negra, como se sabe.
Su farmacopea indica bien claramente la existencia de un elemento sobrenatural en la
medicina oficial. Para la epilepsia, una enfermedad cerebral, había que recoger semillas
de peonía “durante la luna menguante” y luego mezclarlas cuidadosamente con polvo de
calavera y administrarlas al paciente. Muchas medicinas eran compuestos formados con
los más extraños ingredientes, como polvo de momia egipcia o de cálculos que se
extraían de los estómagos de las cabras. Las momias elevaron sus precios en el mercado
internacional médico debido al hecho de que el betún con que habían sido preservadas
poseía verdaderas cualidades curativas. Paracelso, uno de los primitivos médicos
científicos europeos, creía realmente que era posible crear vida y se dice que intentó
fabricar un homúnculo u hombre artificial.
Otro médico, el famoso Dr. Dee; que fuera astrólogo personal de la reina Isabel I, era
un destacado vidente e investigador psíquico que intentó comunicarse con un cadáver
mediante la necromancia en un cementerio de Lancashire. A pesar de la persecución
contra los brujos menores, Dee sobrevivió relativamente indemne a la caza de brujas.
Los remedios usuales más livianos de la época incluían la música que era llamada a
menudo la “medina del alma” y que se suponía que aliviaba los dolores de gota y
ciática.
Existió en Alemania una clase de curanderos conocida como “médicos susurrantes”,
que administraban pociones herborísticas mientras susurraban encantamientos en los
oídos de sus pacientes.
La mayoría de los hombres de medicina del Renacimiento y aun más tarde sostenían
teorías que presentaban gran afinidad con la alquimia y la magia. La teoría
predominante era la humoral, basada en los cuatro elementos: fuego, aire, tierra y agua,
que a su vez estaban relacionados con “la sangre, la bilis, la flema y la bilis negra”. Si
los cuatro humores perdían alguna vez el equilibrio, la salud se resentía
automáticamente.
“Espíritus naturales”
Al igual que los antiguos sacerdotes, los médicos del siglo XVI creían firmemente
que el cuerpo humano estaba animado por un espíritu que moraba en su interior o un
alma de vida que se expresaba mediante la ayuda de los “espíritus naturales”, cada uno
de los cuales controlaba una función corporal específica, tal como la respiración, la vista
o el oído, e influía sobre las facultades mentales incluyendo la imaginación y la
memoria y, por lo tanto, la habilidad para razonar.
Resultará evidente al lector que los “espíritus naturales” del siglo XVI eran idénticos
en su naturaleza a los que fueran adorados siglos antes por los primitivos curanderos de
la antigüedad.
Nuevamente, la filosofía básica que sustentaba la medicina del siglo XVI tenía
mucho en común con los principios conocidos tempranamente acerca de las curaciones
ocultistas, ya que los escritos de ese período indican que muchos de los trabajos de los
primeros médicos estaban relacionados con la magia blanca o, para darle una expresión
moderna, la autosugestión. Una famosa teoría médica propugnada por Paracelso entra
totalmente dentro de la categoría de la magia: el principio de “lo similar cura a lo
similar”. Paracelso sostenía la creencia de que no hay “nada en el cielo o la tierra que no
se encuentre en el hombre”.
Un ejemplo de esta filosofía lo representa el empleo del hierro para el tratamiento de
los problemas de la sangre. Dado que existe una afinidad entre la sangre y el hierro
debido al hecho de que ambos entran dentro de la jurisdicción del planeta Marte, por
definición la medicina apropiada para un problema de anemia debe ser un tónico
ferroso. Otra teoría sustentada por Paracelso contenía efectivamente el germen de la
idea de la homeopatía que él resumía en la frase: “Hay veneno en todo y nada es
veneno. Es la dosis lo que lo convierte en veneno o en remedio.”
A diferencia de la mayoría de sus contemporáneos, Paracelso profesaba un profundo
respeto por los curanderos populares de su tiempo ya que creía que muchos secretos del
arte de curar habían sido conservados por la gente común desde los días de los antiguos
hechiceros. Escribió: “Antes que existiera la medicina los doctores eran llamados
magos. Numerosas son las cosas que les fueran reveladas pero muchas de ellas se han
perdido.”
Otra curiosa teoría médica que atrajera atención internacional en el siglo XVII fue
desarrollada por sir Kenelm Digby, un discípulo de Paracelso. De acuerdo con Digby
las heridas debían ser limpiadas y vendadas y debía aplicársele un polvo mágico al
vendaje manchado de sangre, dejando que la herida se curara por sí sola. La teoría de
Digby tiene una curiosa afinidad con la terapia moderna de la Caja Negra.
Elixir de la vida
Los pacientes pedían frecuentemente a los médicos del siglo XVII que les prepararan
elixires de salud y larga vida. El elixir era una poción de alquimia ya fuera en forma de
polvo o líquida que tenía el poder, se pensaba, de prolongar la vida casi
indefinidamente. Un remedio para la longevidad era casi siempre muy caro y sólo
podían afrontarlo los pudientes, por lo tanto esta situación provocaba no pocos fraudes y
charlatanerías. Sin embargo el quid de la perpetua salud y juventud permaneció
incólume, ya que los primeros descubrimientos de la química parecían ofrecer grandes
esperanzas en ese sentido. Se creía, por ejemplo, que la sal, el sulfuro y la
“quintaesencia” tenían poderes de activar la vida humana.
Para poder comprender los misterios de la medicina alquimista es necesario recorrer
el sistema de las equivalencias sobre las que ésta se basa. Los ocultistas y curanderos
del pasado parecen haber aceptado incuestionablemente la existencia de conexiones
directas entre los dioses, estrellas, metales, colores, piedras preciosas y el cuerpo
humano. Paracelso empleaba la siguiente tabla de equivalencias al aplicar las teorías
que tuvieron una profunda influencia en el pensamiento médico de su época:
TABLA DE AFINIDADES ASTROLÓGICAS
Azul /
Mercurio amarillo Mercurio Boca y pulmones
Vejiga, músculos y
Marte Rojo Hierro Amatista cerebro
Cuarzo /
Luna Violeta / gris Plata perla Cabeza y sangre
Desde muy antiguo, las piedras preciosas y los metales jugaron un papel muy
importante en la curación ocultista y siguieron siendo preferidos por los ocultistas
médicos durante el siglo XVII y aun después. La evidencia que ha perdurado apunta
hacia el antiguo Egipto como fuente del culto de las piedras preciosas, si bien también
podría haberse desarrollado paralelamente en la India.
En el Papiro de Ebus encontramos que el lapislázuli era utilizado como ungüento
para los ojos y para reducir las hemorragias, pero después del desarrollo de la astrología
el grabado de un diseño sacro en una piedra preciosa o semipreciosa se convirtió en una
práctica corriente en el momento de ascendencia de un planeta en particular. Los Magos
o maestros de la antigua sabiduría eran los responsables de difundir la creencia que las
gemas poseían propiedades curativas, o al menos que tenían poderes para prevenir
enfermedades, pero muchos sabios posteriores contribuyeron a crear una confusión en
las teorías hasta que verdaderamente se podía decir que cada piedra preciosa era
recomendable como cura para toda clase imaginable de dolencias.
Es sumamente importante distinguir entre los valores de las piedras preciosas como
talismanes y sus cualidades puramente medicinales como sustancias minerales. El
talismán se usaba junto al cuerpo como protección contra ocultos peligros exteriores,
mientras que la piedra medicinal se molía hasta convertirla en un fino polvo que, una
vez disuelto en agua, se podía beber.
No era exclusivamente la influencia planetaria la que otorgaba a la piedra preciosa
sus propiedades curativas particulares, sino que también el color tenía una función
importante. El rubí, el granate y la hematites son ejemplos evidentes de piedras que
podían servir para el tratamiento de hemorragias. Las piedras amarillas, como las flores
amarillas, poseían poderes sobrenaturales para curar la ictericia; mientras que las
piedras de coloración azul que simbolizaban el azul del cielo contrarrestaban la
malévola influencia de los espíritus de las sombras. La esmeralda, debido a su verdor
tranquilizante, era la elección ideal para los que sufrían problemas oculares. Solamente
una piedra perfecta otorgaba completa protección contra las enfermedades; en realidad
una piedra defectuosa a menudo atraía la maldición del desaliento y la desgracia sobre
la cabeza de su dueño.
Cuando San Lucas visitara el Templo de Epidauro en Grecia, advirtió con interés los
poderes curativos específicos atribuidos a las piedras preciosas y semipreciosas. En este
Templo, los sacerdotes de Esculapio consideraban todas y cada una de las piedras
preciosas como un extraordinario remedio contra cada dolencia específica, según puede
verse en la siguiente tabla:
Piedra Enfermedad
Diamante Locura
Crisolita Delirio
Amatista Alcoholismo
Coral Venenos
Las piedras preciosas pueden clasificarse en tres grupos principales: los carbonos, las
alúminas y los silicios, con varias etapas intermedias tales como los granates, que están
formados por una variedad de sustancias. Las perlas, corales, el ámbar y la malaquita, la
turquesa y el lapislázuli no son verdaderas piedras preciosas.
El carbón, del cual el diamante es su más importante ejemplo, era prescrito por los
antiguos médicos finamente molido y se suponía que controlaba la fermentación
intestinal. La alúmina ejercía supuestamente su influencia sobre las membranas
mucosas y era por lo tanto utilizada para resfríos y catarros. Los silicios ayudaban a
combatir los cálculos renales y se suponía que eran particularmente efectivos para el
tratamiento de trastornos orgánicos antes que funcionales. También se los consideraba
un remedio indicado para la escrófula de las articulaciones.
Las más antiguas clasificaciones de las enfermedades han sido abandonadas desde
hace mucho tiempo y los remedios de los sacerdotes del arte de curar y luego de los
alquimistas, han dejado de ser tanto efectivos como aplicables. Se puede decir sin
demasiado temor que una poción alquimista sería hoy en día positivamente letal.
Las más tempranas teorías de las piedras preciosas estaban basadas casi enteramente
sobre simbolismos mágicos y las posteriores, sobre varios sistemas de equivalencias
astrológicas. Los romanos dedicaron el jacinto o granate a Acuario, la amatista a Piscis,
la hematites a Aries, el zafiro a Tauro, el ágata a Géminis, la esmeralda a Cáncer, el
ónix a Leo, la cornalina a Virgo, la crisolita a Libra, la aguamarina a Escorpio, el
topacio a Sagitario y el rubí a Capricornio.
A través del cambio de color de ciertas piedras se suponía que era una indicación
acerca de la posible sobrevida o muerte de su dueño. Un viajero inglés del siglo XVI
que había visitado Rusia, registró una curiosa conversación mantenida con Iván el
Terrible inmediatamente antes de la muerte del Zar. Iván, que había estado discurriendo
acerca de las propiedades sobrenaturales de su tesoro de piedras preciosas, habría
observado finalmente: “Este hermoso coral y esta hermosa turcas que usted ve –
colóquelas sobre mi mano y brazo –: estoy envenenado por la enfermedad; véa usted
cómo muestran su virtud por el cambio de su color puro y se tornan oscuros; declaran
mi muerte”.
Numerosos propietarios de piedras preciosas creían que debía usarse una piedra
sobre aquella parte del cuerpo que más debían proteger. Un escritor alemán del siglo
XVII llamado Wolffi señalaba que el jacinto debía llevarse en el dedo índice, el rubí en
el meñique, el diamante en el brazo izquierdo y así sucesivamente.
Cualidades hipnóticas
Nadie que haya manipulado, ya sea piedras preciosas o semipreciosas podrá negar
que éstas pueden tener a menudo desusadas cualidades hipnóticas y esto debe de haber
acrecentado su importancia como agentes curativos. Algunas piedras emitían
supuestamente una fragancia misteriosa, según se lee en los escritos del médico del
siglo XVII Olaus Borrichius, quien molió una onza de cada una de las siguientes
piedras: esmeraldas, jacintos, zafiros, rubíes y perlas. Luego, “al cabo de alrededor de
tres semanas, la habitación que era más bien grande, estaba saturada de perfume. El
perfume, que semejaba mucho al de las violetas de marzo, permaneció en la habitación
por más de tres días. No había nada en la habitación que pudiera producirlo, de manera
que procedía por cierto del poder de las piedras preciosas”.
Es muy probable que la mayoría de las alhajas y piedras preciosas ejerzan sus
influencias curativas a través de la mente de quienes las usan. Esto concuerda por
completo con la antigua tradición, ya que los seguidores de Pitágoras sostenían que toda
piedra preciosa tiene su esencia interior o alma, la cual podía ser absorbida por el ser
humano con quien se ponía en contacto físico. El filósofo Francis Bacon afirmaba este
principio en su Sylva Sylvarum en el que escribiera: “Muchas cosas actúan sobre el
espíritu del hombre por secreta simpatía y antipatía. Antigua y generalmente se ha
aceptado que las piedras preciosas tienen virtudes al ser usadas; tanto más cuanto las
gemas tienen finos espíritus como surge de su esplendor y pueden actuar por lo tanto
sobre el espíritu de los hombres para fortalecerlos y alegrarlos”.
La llegada del cristianismo a escena resultó testigo de una posterior clasificación de
piedras preciosas que entonces fueron ligadas a los doce apóstoles:
Piedra Aspecto
Apóstol
Preciosa Emocional
Andrés Zafiro Fe
Bartolomé Cornalina roja Martirio
Santiago Calcedonia blanca Pureza
Santiago el Menor Topacio Delicadeza
Juan Esmeralda Juventud
Mateo Amatista Sobriedad
Matías Crisolita Pureza
Pedro Jaspe Solidez
Felipe Sardónica Amistad
Simón de Caná Jacinto rosado Buen carácter
Tadeo Crisoprasa Serenidad
Tomás Berilo Inestabilidad de la fe
El mal de ojo
Sabemos por los lapidarios medievales o por tratados sobre piedras preciosas, que los
amuletos y talismanes que esas piedras contenían, daban protección especial contra el
mal de ojo; en otras palabras que el poder maligno en los ojos de individuos de mala
disposición, en especial brujos, era capaz de infligir enfermedad y muerte a sus
enemigos. Sin embargo una de estas piedras, el ópalo, poseía por derecho propio una
cualidad maligna. Un antiguo lapidario revela que el ópalo podía ser utilizado contra los
enemigos para infligir una “ceguera menor llamada amencia, de manera que no puedan
ver ni percatarse de lo que se hace frente a sus ojos”. De acuerdo con una antigua teoría
rebatible en algunos casos, el ópalo deriva su nombre de la palabra “oftalmos”: la piedra
del ojo.
Entre las piedras mágicas usadas a menudo como protección contra el mal de ojo se
incluían el coral y la malaquita blanca y marrón. Las cuentas azules tenían la misma
cualidad protectora. Había, sin embargo, una infinita variedad del tipo de piedras
preferidas para la protección contra el mal. En Persia se prefería el ágata marrón y en la
India el ónix. Los diamantes y crisolitas usados sobre el brazo izquierdo eran
considerados efectivos contra las enfermedades a los ojos provocadas por el mal de ojo.
Durante la Edad Media la medicina del mal de ojo era frecuentemente responsable por
una gran variedad de dolencias que incluían fiebres, cólicos infantiles, viruela e incluso
la peste negra; por lo tanto las piedras protectoras eran solicitadas siempre por aquellos
que podían hacer frente a los elevados precios que se pedían por ellas.
El ámbar ha sido erróneamente incorporado entre las piedras preciosas por algunos
de los más viejos lapidarios. Se consideraba que el ámbar era un buen preventivo contra
el delirio y la estranguria o un “fundamento de caída” si se lo ingería bajo forma de
polvo o si se lo usaba como amuleto sobre el cuerpo. Se ingería ámbar dorado mezclado
con miel de Ática como remedio para las dolencias del estómago.
Se hace necesario subrayar que el poder de curación de las piedras preciosas
pertenece estrictamente al dominio de la curación por la fe ya que se expresaba
principalmente a través de la vista y el tacto, sentidos que a su vez influían sobre la
imaginación y reaccionaban sobre el cuerpo. En los arcanos días en que la medicina se
encontraba todavía en sus primeras etapas, el amuleto o piedra preciosa tranquilizaba las
mentes agitadas reduciendo el temor a la enfermedad y en esa medida reducía su
vulnerabilidad.
CAPÍTULO 7
METALOTERAPIA, TALISMANES Y
AMULETOS
Entre las obras más importantes de los alquimistas se encontraban los trabajos sobre
filosofía médica que describían técnicas para ordenar y preparar “metales, minerales y
sales para medicinas tanto internas como externas”.
Los primeros médicos asociaban a todos los metales con su planeta correspondiente:
el oro estaba dedicado al Sol, la plata a la Luna, el cobre a Venus, el plomo a Saturno, el
estaño a Júpiter, el mercurio a Mercurio y el hierro a Marte.
Los metales se dividían en dos clases principales: los metales nobles y los viles o de
baja ley; a cada uno de ellos se le otorgaba propiedades curativas específicas. El más
importante era el oro, al que se atribuían grandes poderes de curación. Se consideraba al
bromuro de oro como una panacea para todo tipo de enfermedad, en particular el
reumatismo. Los astrólogos lo recomendaban para la apendicitis y los médicos chinos
prescribían un elixir de hojas de oro puro para recuperar la fortaleza decaída. De manera
similar los hombres de medicina y los magos de Occidente sostuvieron alguna vez el
punto de vista de que el oro fortalecía el intelecto y otorgaba resistencia a la escrófula.
Muchos charlatanes se enriquecieron sobremanera prescribiendo elixires de la
longevidad basados en oro puro para sus pacientes de edad avanzada.
Se creía que la plata usada sobre el cuerpo en forma de amuleto tenía el poder de
aliviar toda clase de trastornos nerviosos incluyendo la epilepsia. Se prescribía en los
casos en que el vigor del paciente había disminuido y se creía que era especialmente
efectiva para robustecer las membranas bronquiales; se la recomendaba, por lo tanto, a
los afectados de catarro. Las alhajas de platino se usaban a menudo como antídoto
contra la constipación y la melancolía.
Al cobre se le atribuían numerosas propiedades curativas, pero quizás la más
conocida es como remedio contra los calambres, cuando se lo usaba bajo la forma de
una banda. Hasta el siglo XIX se emplearon discos de cobre suspendidos alrededor del
cuello de los niños durante las epidemias de cólera. Muchos hombres que practicaban
medicina insistían acerca de su eficacia como un elemento protector y señalaban que el
cólera era casi desconocido entre los hombres que trabajaban en las minas de cobre. Los
antiguos etruscos creían que el cobre, el antimonio y el plomo emitían curiosos rayos
que eran la fuente de sus poderes curativos.
El primer hierro que el hombre conoció parece haber sido de origen meteórico y
resulta entonces comprensible que se le atribuyeran cualidades sobrenaturales. Un
médico del siglo XVII, Thomas Sydenham, sostenía que el hierro otorgaba “a la sangre
lánguida un estímulo o impulso” y fue preferido durante mucho tiempo como tónico
para la sangre.
El plomo ayudaba a mantener en buena salud a los ancianos y era bueno para la piel.
El estaño se empleaba para combatir los parásitos intestinales y para el tratamiento de
llagas. El zinc se utilizaba combinado con cobre bajo forma de anillo para permitirle al
usuario el control de sudores nocturnos.
Los talismanes y amuletos son objetos mágicos que se pueden usar o llevar consigo
con el objeto de mantener la buena fortuna y la salud durante la vida cotidiana. Sus
funciones se superponen bastante, pero la principal del talismán es la de atraer las
influencias psíquicas favorables, mientras que el amuleto provee un escudo defensivo
contra adversidades de toda índole, incluyendo los ataques de los malos espíritus. Cada
uno representa, por lo tanto, un aspecto diferenciado de la magia: el talismán el aspecto
positivo y el amuleto el aspecto negativo.
Las piedras preciosas y los metales sagrados se han usado en todos los tiempos como
amuletos y talismanes e incluso la ropa puede tener el poder de evitar el mal; así se lee
en el Nuevo Testamento, en el que los pañuelos y delantales adquieren milagrosas
propiedades curativas.
El talismán debe llevar grabados los nombres del poder, lucir el signo del planeta
dominante y tener el color planetario correcto. También debe ser preparado en el
momento planetario favorable usando una aguja nueva, es decir físicamente estéril; en
otras palabras absolutamente libre de toda emanación maligna. De esta manera el
talismán se ve imbuido de poderosas cualidades magnéticas que atraerán buena fortuna
cada vez más.
Los talismanes se han utilizado desde los primeros tiempos en conexión con todas las
situaciones y actividades concebibles. Existen, por ejemplo, talismanes para los
negocios y los viajes, para el amor y el romance y, lo más importante, para la salud. Al
igual que los demás, el talismán de la salud debe ser usado o estar cerca de la persona
para que sea efectivo.
El talismán posee no solamente el poder de preservar el bienestar físico y mental de
quien lo usa sino que también ayuda a reforzar las energías psíquicas de los curanderos
espirituales, médicos, enfermeras y gente lega que atiende enfermos.
El amuleto tiene un gran rol defensivo y es usado a veces como un “encantamiento
pasivo” ya que ha sido designado principalmente para proteger contra el mal a quien lo
usa. Debe tener el color del planeta dominante en el día del cumpleaños de la persona
que lo usa y puede tener la forma de piedra o alhaja, de placa de metal o ser un parche o
pergamino que lleve inscritos los símbolos mágicos dirigidos a los dioses.
Hostilidad de la Iglesia
A los primitivos eclesiásticos les resultaba difícil distinguir entre las invocaciones
mágicas que se hallaban prohibidas y las legítimas plegarias que se usaban juntamente
con amuletos y la Inquisición encontró necesario promulgar un sistema de
reglamentaciones para cubrir dicha situación. Se prohibía un amuleto si éste incorporaba
cualquier intención o sugerencia de tener un pacto con Satán; nombres desconocidos;
declaraciones falsas; cualquier símbolo que no fuera el Signo de la Cruz, cualquier frase
que no estuviera en la Biblia. Finalmente debía ser preparado prescindiendo de ritos
supersticiosos y para ser efectivo debía depender enteramente de la gracia de Dios.
De lo precedente resulta obvio que muchos cristianos han de haber continuado
invocando a los dioses de la salud del mundo de la antigüedad, cuando se veían
postrados por la enfermedad. También resulta igualmente manifiesto que a menudo se
empleaban rituales mágicos durante la preparación de un amuleto o talismán. La
penalidad vigente en Escocia y en el continente europeo por la preparación de
encantamientos, talismanes y amuletos curativos era la muerte en la picota. La pena
habitual en Inglaterra y Gales era, sin embargo, la prisión o la ejecución por medio de la
horca.
A pesar de los cánticos que incluían nombres santos y el uso de buena cantidad de
terminología cristiana por parte de los curanderos, toda clase de encantamientos
medicinales cayeron presa de los más furiosos ataques por parte de las autoridades
eclesiásticas durante los siglos XVI y XVII. Un encantamiento típico usado contra las
hemorragias durante el siglo XVII, incluía referencias al lanzazo sufrido por Cristo en
su costado en la Cruz y terminaban con la invocación semipagana: “…a través de la
santa virtud que Dios demostró allí, te conjuro sangre que no fluyas de este cristiano”.
Quizá se pueda apreciar la eficacia de los amuletos y talismanes curativos por el
denuedo hostil que despertara entre el clero. En 1608, William Perkins, un demonólogo
inglés, al condenar los cánticos recitados por las mujeres para reforzar los poderes de
los amuletos curativos, los describía como “un signo o clave para provocar al Demonio
a realizar maravillas”. Otro demonólogo sugería que los amuletos eran verdaderamente
inventos de Satán “para satisfacer su furiosa ira contra la humanidad”.
CAPÍTULO 8
MAGIA CAMPESINA
Durante los siglos XVI y XVII, la revolución de las ideas impulsadas por la mayor
disponibilidad de libros, originó un interés cada vez mayor entre los estudiosos hacia las
obras antiguas sobre magia, conocidas como grimorios. Su destino original había sido la
instrucción de los magos medievales que deseaban dominar a los espíritus (considerados
algunas veces como demonios) y generalmente consistían en volúmenes eruditos
escritos en términos crípticos. Numerosos sacerdotes cristianos medievales se volcaron
a las prácticas de rituales adquiridas en los grimorios manuscritos y normalmente
permanecían indemnes a la persecución siempre que no incurrieran en pactos con Satán.
Papas tales como Honorio no vieron la más mínima incompatibilidad en practicar las
artes mágicas o en publicar su propio grimorio. Creían que las llaves del Reino de los
Cielos que les habían sido confiadas por Pedro los santificaban y hacían capaces de
dirigir a los espíritus, aun si empleaban ritos tomados de la mística precristiana.
Inevitablemente con el correr de los siglos, la mayoría de las obras de magia han sido
reducidas a versiones mal transcritas, degradadas y a menudo irreconocibles de aquello
que fueran importantes manuales místicos del conocimiento, originalmente presentados,
no en palabras, sino en símbolos que solamente podía entender el adepto. Las versiones
impresas sufrieron la misma mala erudición y fueron compradas solamente por aquellos
interesados en su poder personal o por individuos superficiales que deseaban la
excitación emocional provocada por ceremonias esotéricas.
Estos magos de ceremonias, a menudo introspectivos y estrechos en cuanto al dogma
y divorciados de la mayor parte de la masa de gente, no hicieron prácticamente ninguna
contribución a la cura psíquica. Es cierto que el poder de la varita mágica de los magos
era idéntico al de los sacerdotes curanderos de la antigüedad, de quienes en efecto lo
habían tomado en préstamo, pero su magia se había tornado estéril por la inmadurez de
aquellos que la empleaban.
Aquellas personas que caen víctimas del ritual mágico más superficial generalmente
no se percatan que el poder de una vara mágica no es otra cosa que la extensión del
poder de su propietario. La varita mágica original era la mano del curandero y
solamente después, con el desarrollo de una casta sacerdotal, la vara emergió como un
instrumento independiente de magia. Una de las curiosidades de la historia consiste en
que hasta casi las postrimerías del siglo XVIII, el símbolo del médico inglés estaba
representado por el bastón con cabeza de oro originado en el báculo que llevaban los
sacerdotes del arte de curar de Esculapio.
Detrás de cada ceremonia, ritual y encantamiento de magia, ya sea elevado o inferior,
reside el trabajo efectivo de la voluntad que se convoca a un objetivo activo, solamente
por medio de la fe y la imaginación. El mago que vive sin otro empeño que la conquista
del poder y que no tiene ningún deseo de aliviar el sufrimiento de sus semejantes, no es
más que un prisionero de su propia imaginación limitada y debería ser evitado por todos
aquellos que creen encontrar allí un verdadero sentido de la vida.
La hechicería moderna si bien continúa dentro de la amplia tradición de la antigua
magia, preserva su efectividad manteniendo estrecho contacto con el curso principal de
la vida a través del “arte” de curar. Cualesquiera sean las faltas y debilidades del
movimiento y haciendo a un lado todos los puntos en discusión acerca de si desciende o
no de algún primitivo culto de curar, los miembros de la “Wicca” – para darle su
nombre apropiado – dirigen mucho de su energía mental y espiritual hacia el alivio de la
enfermedad en todas sus formas, ya sea mental o física. El propio éxito que ha logrado
en el área de las curaciones psíquicas de hecho le ha valido a la hechicería moderna el
verse trabada en conflicto directo con elementos de la religión organizada. Hoy en día al
igual que en el pasado, muchos sacerdotes si bien están preparados para admitir que los
milagros de curación pueden tener lugar a través de la intermediación de la hechicería,
insisten en que el verdadero autor es el diablo.
De todos modos nunca debe condenarse a un clérigo intolerante exclusivamente por
este motivo ya que como dice Marian Green en su importante tratado Magic in Theory
and Practice, son numerosos los sacerdotes que pueden ver mucho más allá de los lazos
de la ortodoxia y pueden “atraer el poder”. El fallecido Dr. Gerald Gardner, a quien
algunos consideran como fundador de “Wicca”, relató personalmente al autor que el
verdadero secreto de la magia reside en la imaginación, mientras que los gestos
místicos, los círculos sagrados, pentagrama y las palabras de poder son meros puntos
focales de concentración y que como adepto él no tenía verdadera necesidad de éstos. El
mago completo prescinde de chucherías y trabaja a través del poder de la mente
solamente. Así como el individuo ve y desea, así lo hará él.
Muchos hechiceros parecen haber heredado una habilidad para curar mientras que
otros pueden desarrollar sus poderes incipientes por medio de la meditación, los rituales
mágicos y la danza.
Curanderos psíquicos
Curanderos de pueblo
En las bajas regiones pantanosas de las Islas Británicas, los dolores y malestares
causados por la fiebre intermitente eran curados por medio de hechizos hechos con
varitas de madera de avellano. Supuestamente, los cánticos que los acompañaban
ejercían una influencia tan profunda en la imaginación de los enfermos que éstos sufrían
recuperaciones aparentemente milagrosas. En el oeste de Inglaterra, se colocaban
durante la noche sobre las chimeneas varitas mágicas hechas de vidrio y con forma de
bastones, destinadas a mantener fuera de la casa a los espíritus malignos que
provocaban enfermedades. Por cierto que si la varita se quebraba era signo de mal
augurio o de un mal inminente.
Los estudiosos de la vida rural hasta un siglo atrás o algo más, expresaban un
constante asombro ante las curiosas creencias médicas del acervo rural que
aparentemente había cambiado muy poco desde el siglo diecisiete. En 1850 el periódico
Notes and Queries señalaba que “el tratamiento doméstico de las enfermedades entre
nuestros pobres, consiste principalmente en hechizos y ceremonias e incluso en los
remedios materiales que se emplean, se asigna tanta importancia a los rituales que los
acompañan, como a los elementos utilizados”.
En otro artículo se da cuenta de una curación milagrosa lograda en las inmediaciones
del oeste de la ciudad de Leicester que tenía reputación de ser “buena para los ojos
enfermos”. Era costumbre en Northampton llevar en el bolsillo una choquezuela o
rótula de oveja como protección contra los calambres y conservarla bajo la almohada
por las noches.
El autor del artículo hacía la importante observación acerca de una condición
preliminar que era absolutamente esencial en este tipo de magia médica: para lograr una
perfecta recuperación la persona afectada tenía que “creer con todo su corazón” que la
curación iba a ser efectiva.
Muchos ritos populares reflejan la creencia, vieja como el tiempo, de que la curación
psíquica era una de las funciones de la religión y forman parte integral del folklore de la
iglesia de las Islas Británicas. Este énfasis en el aspecto sacerdotal de la medicina
provenía originalmente de los cultos del arte de curar de la prehistoria, donde sus
sacerdotes no eran solamente pastores sino también maestros de la medicina
sobrenatural. La fe en los hechizos de cementerios está declinando rápidamente hoy en
día, pero hasta alrededor de setenta años atrás era numerosa la gente que creía a pie
juntillas en su efectividad.
El reverendo William Rees escribe tan recientemente como en 1897 y observa en un
interesante tratado sobre hechizos y curaciones que era entonces una creencia común
que los espíritus malignos eran los que causaban las enfermedades y que esto resultaba
en lo que él llama “la solicitud de ayuda dentro de los recintos de una iglesia”, y
continuaba: “no queda la menor duda que tal ayuda espiritual ha sido requerida una y
otra vez”.
En el oeste del país, los epilépticos solían entrar al edificio de una iglesia durante la
noche y arrastrarse tres veces bajo la mesa de la Comunión para lograr alivio.
Anteriormente al establecimiento de la cristiandad, el enfermo debería haberse
arrastrado sobre las manos y rodillas bajo los arcos de una tumba o templo pagano.
Inclusive había casos en que los enfermos robaban tierra de cementerio o agua de la
fuente después de un bautismo para utilizarlas como medicina para los desórdenes
nerviosos. Se suponía que un chelín sacramental (una de las limosnas recolectadas para
la Santa Comunión) poseía poderes semejantes si se lo colgaba del cuello del paciente
como un pendiente.
En el norte de Inglaterra durante mucho tiempo anillos tallados con las bisagras de
los ataúdes eran utilizados como encantamientos para la curación de ataques. La
macabra creencia de que la enfermedad podía trasferirse por algún medio milagroso del
vivo al muerto condujo al extraño ritual de recetar calaveras molidas como remedio para
el mismo mal. En Lancashire se informó un caso de esta índole tan recientemente como
1858. Un principio similar radica en la costumbre de caminar seis veces alrededor de
una tumba después del oscurecer para curar las manchas de la piel y los forúnculos.
Todos los extraños hechizos descritos anteriormente se referían en gran parte al
alivio de las enfermedades mentales o emocionales e implicaban dos principios básicos:
uno, terapia de shock y el otro la antigua creencia de que el contacto con un objeto
santificado puede lograr la curación en virtud de estar imbuido con el poder de los
dioses curativos.
CAPÍTULO 9
MANOS CURATIVAS
A través de todas las épocas han existido hombres y mujeres de gran dedicación e
inclusive niños que curaban enfermos por el aparentemente simple proceso de la
imposición de las manos y sin embargo desde ningún punto de vista puede decirse que
estas personas fueran hechiceros. El hechicero utiliza ciertas reglas bien definidas de
ocultismo por medio de las cuales está capacitado para invocar primero y luego obligar
a las fuerzas de la naturaleza a cumplir su voluntad. Mientras que aquellos que curan
por tacto logran las curaciones casi invariablemente en virtud de un poder especial que
reside dentro de ellos y que generalmente heredan de sus padres o ha sido adquirido
como resultado de alguna forma de intervención sobrenatural. Estas personas diestras en
el arte de curar tienen lo que puede describirse como un don de Dios y aparecen a
menudo cargadas con una energía dinámica que se extiende hacia afuera de su propio
cuerpo y ejerce influencia sobre todo aquello donde imponen las manos. Se han
registrado numerosos ejemplos de gente que poseía esta facultad, algunos datan hasta
los albores de la historia documentada. Es muy probable que los sacerdotes del arte de
curar de la antigüedad hayan reclutado sus miembros entre este tipo especial de
individuos.
En el antiguo Egipto e Israel se conocían muy bien las curaciones por tacto. Como se
puede leer en el Nuevo Testamento: “No seas negligente con el don que está en ti y que
te fuera dado por profecía, con la imposición de las manos del presbítero.” Y en las
Actas se nos dice cómo San Pablo impuso las manos sobre un enfermo de fiebre y lo
curó. Jesucristo curó el oído de un niño enfermo a quien sacó de entre la multitud.
“Puso un dedo en su oreja y lo escupió y tocó su lengua y elevando los ojos al cielo
suspiró y dijo ´Ephphatha´ que quiere decir Ábrete.”
Muchos de los primeros santos tuvieron la reputación de haber logrado notables
milagros de curación por medio de la imposición de las manos. San Bernardo curaba los
ciegos y los cojos; San Patricio de Irlanda curaba la ceguera. Los dos santos mártires
Cosme y Damián antes mencionados, fueron particularmente famosos por esta clase de
curaciones. Los monarcas consagrados estaban investidos con este poder como un
aspecto de su bondad, incluso los emperadores de Roma. Vespasiano contó con la
reputación de haber curado cojeras y cegueras y desórdenes del sistema nervioso por
medio de estos métodos.
Los reyes de Inglaterra y Francia aliviaban la escrófula por medio de lo que se
conocía como el “toque real”, reforzado por la intensidad de la fe en sus poderes por
parte de sus súbditos. El rey Carlos I curó cierta vez la escrófula solamente por medio
de la palabra: “Dios te bendiga y te otorgue lo que deseas.” Jorge I, el monarca de la
casa Hanover, suprimió las curaciones por medio del tacto y como resultado directo la
monarquía perdió buena parte de la reverencia mística que había inspirado hasta ese
entonces entre la gente.
La curación por medio del tacto adoptó varias formas; se decía que los príncipes de
los diversos estados alemanes curaban las dificultades del habla existentes entre sus
súbditos besando a los enfermos en los labios.
En la mayoría de los casos las personas capaces de curar o que aducían curar
enfermos por medio de la imposición de las manos eran muy estimadas en las
sociedades en que vivían. En tiempos medievales no solamente recibían reconocimiento
oficial sino que se les otorgaba el nombre de quiotetistas. Retrocediendo aún más hasta
un período anterior, encontramos que Plinio decía: “Hay hombres cuyos cuerpos
íntegros poseen propiedades medicinales. Esto se aplica especialmente a los pueblos de
Chipre y España.” Por lo tanto la imposición de las manos con miras a la curación de
los enfermos como se practica hoy en día, puede considerarse como una de las más
honorables artes que perduran de la curación ocultista.
¿Don de Dios?
“Magnetismo animal”
No cabía esperar otra cosa que un ridículo semejante como el que por lo tanto hallara
Franz Antoine Mesmer en el siglo XVIII por su asombrosa teoría acerca del
magnetismo animal, a pesar de ser un médico calificado. Mesmer, producto de la
llamada Ilustración, se había visto muy impresionado por los logros de Joseph Gassner,
un sacerdote austríaco que había curado a una gran cantidad de labriegos enfermos por
medio de una combinación de tacto y exorcismo. Mesmer sostenía que las curas tenían
validez científica y elaboró la teoría que no constituía por cierto ninguna novedad,
acerca de la sujeción del cuerpo humano a fuerzas magnéticas de procedencia
planetaria. Si se sustituye el término “mágico” por “magnético” se percibirá
inmediatamente que la nueva ciencia era, en medida considerable, la reinstauración de
ciertos curiosos principios de magia formulados durante el Renacimiento.
En el siglo XVI el mago-científico Paracelso colocó el polo negativo de un imán
sobre la cabeza de su paciente y el polo positivo de otro sobre el estómago, de manera
de interrumpir el caudal de fluido nervioso al que atribuía la causa de sus ataques. Dos
siglos después, Mesmer desarrollaba la teoría sobre el movimiento de los planetas como
influencia sobre el cuerpo humano por medio de un fluido invisible. Creía que el cuerpo
estaba dividido magnéticamente en polos positivos y negativos y que cualquier forma
de desequilibrio resultaba en enfermedad. Cuando Mesmer intentó curar la histeria
colocando imanes sobre el cuerpo de su paciente, éste cayó en un profundo trance y
después de despertar comenzó a recuperarse bastante rápidamente.
Aún más, Mesmer descubrió como resultado de un increíble número de
experimentos, que el procedimiento podía ser controlado efectivamente a voluntad de la
persona que lo llevara a cabo. Su técnica representó un puente entre los rituales mágicos
y la ciencia. Se hacía sentar a los pacientes en círculo alrededor de una bañera que
contenía agua, barras y limaduras de hierro; sin embargo esto fue remplazado
posteriormente por una cadena viva de manos apoyadas sobre una mesa.
Las teorías de Mesmer fueron indirectamente responsables del renacimiento de los
rituales mágicos en nuestra época y de la renovación del interés por los cuerpos astrales
y el misterioso elixir de la vida de los antiguos alquimistas.
Mesmer fue tachado por la mayoría de sus contemporáneos tanto de desequilibrado
como de charlatán, en gran parte debido a que la simbología exterior de sus
experimentos parecía pertenecer, a los ojos de ellos, al entonces desprestigiado mundo
de los magos. A pesar del hecho de que multitudes de personas acudían a él en procura
de curación y de las muchas curaciones aparentemente milagrosas ocurridas, su trabajo
halló el destino habitual reservado a aquellos que tienen la temeridad de desafiar los
cánones del pensamiento médico contemporáneo. La imagen de Mesmer acudiendo de
un paciente a otro, vara en mano, era demasiado para lo que el espíritu racionalista de la
época podía tolerar. Inclusive ofendió a la Iglesia y una cantidad de críticos clericales
llegaron hasta decir con toda seriedad que éste había vendido su alma a Satán.
Un aristócrata francés, el marqués de Puysegur, desarrolló aún más el magnetismo al
realizar el descubrimiento sumamente importante sobre la hipnosis en el sentido que
ésta podía ser de suma efectividad sin necesidad de utilizar complicados gestos con las
manos y el empleo de varitas mágicas. En lo exterior al menos, los experimentos de
Puysegur sugerían la más profunda superstición ya que hacía sentar a sus pacientes en
círculo alrededor de un olmo magnetizado mientras se sujetaban entre sí de sus
respectivos pulgares. Todo este ritual y ceremonial tenían la más profunda importancia
ya que de esta manera estaba allanando el camino a la hipnosis médica que hoy en día
cuenta con el total reconocimiento por parte de la profesión.
Terapia de hipnosis
EL UMBRAL DE LA MEDICINA
Aguas minerales
En ninguna otra esfera de la medicina de antaño se puede ver una situación más
evidente que en el culto de las aguas minerales que permaneció casi inmutable en las
Islas Británicas por lo menos durante doscientos años.
Como se indicó anteriormente, el culto primitivo hacia los espíritus con propiedades
curativas de los pozos y arroyos fue remplazado durante la Edad Media por el culto
hacia los pozos sagrados que fueran colocados bajo la advocación de los santos
cristianos. Más adelante tuvo lugar una sucesiva modificación de estas actitudes y el
agua dejó de ser adorada para ser entonces bebida debido a sus condiciones terapéuticas.
Durante un período, el tratamiento de aguas minerales comprendía baños de agua
helada, lo que era obviamente un sustituto moderno del antiguo rito de la inmersión
total. Esto cayó en desuso gradualmente pero son muy pocos los médicos que parecen
haber llegado a denunciar las curas de aguas cuando éstas se encontraban en su apogeo,
posiblemente debido a la buena razón de haber permanecido por un período
considerable como uno de los más lucrativos de todos los fetichismos médicos
oficialmente aceptados.
En Irlanda, Escocia y Gales prosiguió la reverencia hacia los tradicionales espíritus
de las aguas sobre los que se habían basado los viejos cultos de la curación, en forma
atenuada hasta el final del siglo XIX. Esto resultaba particularmente evidente en un
curioso juego infantil de varias regiones de Cardiganshire, en el cual uno de los
jugadores era llamado “el brujo del pozo”. También persiste en la tradición la creencia
en pozos muy viejos que contienen fabulosos tesoros escondidos bajo el tutelaje de
espíritus poderosos.
A través de toda la historia de la medicina corre una trama constantemente
recurrente: la persona que posee el arte de curar es bastante impotente a menos que
pueda establecer una relación apropiada con su paciente. En otras palabras, el
mecanismo de la curación está estrechamente relacionado con la intensidad de la fe que
la persona con el arte de curar pueda imponer.
Umbral de la medicina
CURACIONES ESPIRITISTAS