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Profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
En ese sentido, se trata de identificar, por su funcionamiento, quién o qui énes son
los beneficiarios de sus resultados. ¿Será la gran mayoría del pueblo?, ¿un sector
importante de él?, o ¿sólo un sector diferenciado y minoritario del pueblo? La
respuesta la encontramos en cada uno de los hogares, en las calles, en los colegios
y en las universidades, en los centros laborales y en cada una de las instituciones
sociales, culturales y deportivas; es decir, en todo el Perú. En el "Perú profundo";
no en el Perú que nos muestran quienes manejan el poder político y económico,
sino en ese Perú que sentimos y percibimos a través de las expresiones y
manifestaciones espontáneas, la de todos los días, de quienes conforman la nación
peruana.
Lejos aún estamos de haber sentado las bases para edificar una verdadera
democracia. A duras penas, lo que habíamos podido avanzar hasta el 5 de abril
de1992, violentamente se estancó; iniciándose a partir de esa fecha un marcado
retroceso, reitero, en el aspecto político, ya que, no podemos ser mezquinos, en lo
económico avanzamos pero con un precio muy alto: el sacrificio diario y
permanente del pueblo peruano (único héroe de esta etapa de la vida política del
Perú).La "democracia constitucionalizada o impuesta" dura el tiempo que
permanecen en el poder quienes la imponen; en la práctica, resulta ser sólo un
instrumento de gobierno. Por ello, no es extraño que, invocando su nombre,se
hayan cometido las más flagrantes inconstitucionalidades y las más escandalosas
violaciones a los derechos humanos.
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Dos términos son los que consideramos importantes precisar en su real concepción,
con la finalidad de identificar con mayor facilidad si es o no democrático un sistema
o, por el contrario, si sólo tiene el nombre. Esos términos son: "legalidad" y
"legitimidad".
Por cierto, el común de las gentes, inclusive los políticos de profesión, utilizan estas
dos palabras como si tuvieran la misma significación. Pero, no es así; a la palabra
"legalidad" le debemos dar una connotación jurídica, y al término "legitimidad" una
concepción sociológico -política.
Por lo que, para ser democrático el sistema, éste además de ser legal, debe contar
con un mecanismo que permita mantener la legitimidad. En ese sentido, la nación
no debe ser utilizada como un instrumento de poder, a la cual sólo se le consulta
cada cinco años, sino que su participación efectiva debe ser más frecuente, de
modo tal que el ejercicio del poder de las autoridades sea más legítimo.
Es naturalmente fácil que el detentador del poder lo ejerza legalmente, por dos,
cinco, diez o más años; para ello, basta con producir normas positivas que vayan
encuadrando jurídicamente las decisiones de poder, aunque éstas estén en contra
de las aspiraciones de la ciudadanía. Aquí estamos frente a un poder legal, pero
ilegítimo.
El gobernante o parlamentario de hoy, elegido ayer, cree que el poder que ejerce,
desde el primer día que comienza su mandato, es legal y legítimo hasta el último
día en que éste termina. Grave error y, sobre todo, equivocado criterio, pues, es allí
donde se inicia la desnaturalización del sistema, creando un panorama donde los
que tienen mayor vocación de poder, pueden mejor desarrollarse y, con ello,
procurar un manejo autoritario del mismo. Por eso, los analistas políticos no se
equivocan, cuando califican al actual régimen en el Perú de "presidencialismo
autoritario".
Como vemos, todos los extremos son malos; cuando más cerca están la legalidad
con la legitimidad, más cerca estamos a un sistema político verdaderamente
democrático.
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Los instrumentos más efectivos para evitar el abuso del poder, por parte de un
determinado Órgano o Poder del Estado (o de la persona o grupo político que lo
maneja o preside), son los mecanismos que, establecidos en la norma
constitucional, permiten que los Órganos políticos del Estado (Ejecutivo y
Legislativo) se controlen entre ellos, de manera tal que no exista un abuso del
poder por parte de uno con relación al otro, o que uno de esos Órganos termine
dependiendo del otro, perdiendo así su autonomía consagrada en la Carta
Fundamental.
Sólo de la experiencia que se tiene desde 1980, con la Constitución de 1979 y luego
con la de 1993, período dentro del cual hemos tenido hasta cuatro elecciones
presidenciales y parlamentarias, es posible confirmar que en esas cuatro ocasiones,
en una más o en otras menos, los resultados electorales le han dado al partido o
grupo político que ganó la presidencia, también el triunfo a nivel parlamentario, al
permitirle obtener la mayoría absoluta del total de sus miembros; razón ésta que,
excepto un caso aislado -un ministro de agricultura fue censurado en el primer
gobierno fujimorista-, no nos ha permitido luego comprobar que el parlamento ha
hecho uso de estas facultades.
En conclusión tenemos que, lo que pudo haber sido positivo como medio de control,
termina siendo innecesario, inoperante y, sobre todo, un medio de distorsión del
manejo democrático del poder. De esto, se deduce que el control inter -poderes del
Estado está allí, en la Constitución, en la constitución escrita (como diría Lasalle:
"la hoja de papel") pero, no en la práctica, al no ser utilizada; es decir, al final
tenemos, por todo ello, una constitución nominal (según Loewenstein: aquella que
no rige, no tiene vigencia y no se respeta, porque las condiciones sociales, políticas
y económicas no están adecuadas para su cumplimiento).
Frases como: "el pueblo es el soberano", "el pueblo es sabio", "el pueblo es dueño
de su propio destino", entre otras, sólo han servido, sirven y serviran para
manejarlo desde las urnas, manteniéndolo de espaldas a su propia realidad.
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Un tema poco tomado en cuenta, es el relativo a los controles internos en los
mismos órganos políticos (Ejecutivo y Legislativo); es decir, los mecanismos que
buscan despersonalizar o desconcentrar el manejo interno de estos órganos
estatales.
La necesidad del refrendo ministerial para convalidar los actos del Presidente de la
República, prevista en el artículo 120 de la Carta Polí tica de 1993, obliga al
Presidente a contar con la participación de su Consejo de Ministros en la toma de
decisiones; este es un control intra-poder. Necesario, en la medida que evita el
manejo individualista del mismo pero, ineficaz, cuando el Presidente tiene la
facultad de remover de su cargo a cualquier ministro, sobre todo al que no esté de
acuerdo con él.
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Cada vez se hace más sensible percibir la acción personal del Presidente de la
República, en cuanto acontecimiento político se produce, en especial, en aquellos
casos en que pueda obtenerse beneficios de mejora de imagen presidencial.
Son los resultados de las encuestas, las que le van indicando al Presidente cómo,
cuándo y dónde actuar, aunque para ello, tenga que utilizarse los fondos públicos.
Esta utilización indebida del erario nacional es, en la práctica, una malversación de
fondos por parte del Ejecutivo y, como tal, ilegal y anticonstitucional.
b.- Tenemos un ejercicio legal del poder político, por parte del Organo Legislativo,
pero éste no tiene legitimidad.
c.- Los controles inter-poderes del Estado no funcionan o no se usan, porque, tanto
el Poder Legislativo como el poder Ejecutivo, están conducidos por la misma
agrupación política.
1.- Que el Parlamento, cada tres años, se renueve por tercios, separando la
elección del Presidente de la República de la elección de los Congresistas.
2.- Que no exista la reelección presidencial. La persona que salió elegido Presidente
debe gobernar un sólo período y no más.
día, con la acción y participación decidida de sus principales actores, que no son las
autoridades políticas, sino el pueblo que las eligió.