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En un siglo las mujeres pasaron de pedir el voto y el derecho a trabajar a

cuestionar las horas que dedican a tareas de cuidados

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Nº1960 - 08 AL 14 DE MARZO DE 2018
Escribe Eloísa Capurro
En las últimas semanas los hogares uruguayos comenzaron a aprontarse para el
comienzo del año escolar. Listas de útiles, uniformes y mochilas recuperaron su lugar
en el presupuesto familiar. Lo mismo en Argentina. Y en un intento de visibilizar las
disparidades de género en el reparto de esas tareas, la politóloga y miembro del grupo
Economía Feminista Florencia Freijo habló sobre el acompañamiento educativo de los
más pequeños.

“Nos preguntan qué expectativas tenemos para el primer grado de nuestros hijos. Digo
que sea una decisión institucional generar jornadas donde los padres varones asistan, al
menos un cupo. Se ríen ‘no hay que obligar a nadie’. Así estamos”, escribió en su
cuenta de Twitter.

No es un tema trivial. Las uruguayas dedican casi 38 horas semanales al trabajo no


remunerado, relacionado con el cuidado de niños y ancianos y las tareas del hogar. Los
hombres apenas 20. Ese reparto desigual impacta luego en el tiempo que pueden dedicar
a su carrera y por ende en su inserción laboral. Eso se refleja en menores
remuneraciones, incluso para iguales puestos, en una brecha que persiste hasta sus
jubilaciones. Hoy jueves 8 la proclama es un paro femenino en el ámbito laboral pero
también en el hogar.

Son sombras que persisten en un camino de conquistas sociales. Más de cien años atrás
las proclamas eran por obtener derechos básicos políticos y económicos. En Alemania,
Austria, Dinamarca o Suecia las primeras proclamas del Día de la Mujer pedían votar y
ocupar cargos públicos. Querían educación y trabajo, ámbitos entonces reservados a
hombres.

Uruguay se sumó a esa ola: en 1916 Paulina Luisi, la primera mujer médica del país,
fundó el Consejo Nacional de Mujeres, apenas una de las organizaciones feministas que
surgían. En 1907 se aprobó la primera ley de divorcio y casi tres décadas después el
sufragio femenino.

Pero el mundo de las mujeres seguía siendo el del hogar. En 1908 la tasa de
participación femenina en el mercado laboral era 16,7%, según un estudio de las
economistas Alma Espino y Paola Azar. La de los hombres superaba el 96,2%.
Entonces ellas contraían matrimonio a los 24 años en promedio, y luego las pocas que
trabajaban abandonaban el mercado.
“Siempre hubo mujeres obreras. Las mujeres pobres y de clase media-baja algún
empleo tenían. Eran mal vistas, ‘fabriqueras’ se les decía. Pero también había
enfermeras y maestras, profesiones típicamente femeninas. Eran las que tejían las capas
para los soldados del Ejército y luego las fundas para la licuadora de la General Electric.
Una mujer con una máquina de coser era un puesto de trabajo”, comentó Espino en
diálogo con Búsqueda.
En 1912, dos décadas antes de lograr el voto femenino, se creó la primera “universidad
de las mujeres” para estudios secundarios. Para 1929 la participación femenina en ese
nivel educativo alcanzaba 43%, más de 10 puntos porcentuales debajo de la masculina.
En la universidad, la participación de las mujeres pasó de 41% en 1960 a 64% para
2014. Pero las elecciones siguen siendo desiguales: casi 46% de la matrícula en
Ciencias Sociales es femenina pero apenas 13% en Ciencias Básicas o Tecnológicas.

De “fabriqueras” a universitarias.
La legislación del 1900 tuvo en cuenta esos problemas femeninos. La “ley de la silla”
pedía cupos de sillas en las empresas que contrataran mujeres para asegurarles el reposo
y luego se concedió un día de descanso semanal y jornadas reducidas tras el parto. Pero
eran un paraguas de protección, más que medidas que promulgaran la igualdad.

“La legislación presumía que las mujeres que trabajaban eran ‘víctimas’ que eran
‘forzadas’ a ingresar al mercado laboral. Consecuentemente la primera obligación de las
instituciones era ayudarlas a criar de manera apropiada a sus hijos y encargarse del
hogar, asegurando un acortamiento en sus horas de trabajo”, afirman Espino y Azar.

El boom se dio en 1970 con la necesidad como motor. En un contexto de alta inflación
y reducción del salario real, las familias precisaban un sueldo más para subsistir. Para
1975 la jefatura de casi 21% de los hogares era femenina y para 1987 el salario de las
mujeres representaba 27% del ingreso del hogar.

“Uno de los primeros hechos relevantes es la consolidación de las mujeres en el mundo


público. Es el ingreso creciente en el mercado de trabajo pero también en la
participación política, sindical y social. Es de las primeras señales de transformación,
porque a las mujeres siempre les correspondió la casa, puertas adentro, y a los varones
el puertas afuera. La población activa femenina pasa de 40% en 1985 al 55% en 2016.
Es un crecimiento sostenido e importante aunque todavía está 20 puntos porcentuales
debajo de la masculina”, explicó la socióloga Karina Batthyány.

Según una investigación que realizó para la Oficina de Planeamiento y Presupuesto


(OPP), esa participación aún está sesgada. Ellas son más en el servicio doméstico o
entre las cuidadoras de niños y ancianos. Por eso el salto en la cobertura femenina en la
seguridad social se da con la formalidad del servicio doméstico. Para 1990 las mujeres
recibían en promedio casi 30% menos que los hombres. Y esa brecha persiste: ayer el
estudio Ferrere la situaba en casi 24% para 2017.

“Hay sectores muy feminizados como el de servicios, incluyendo la enseñanza, y otros


masculinizados, como la construcción y el agro. No hay una inserción equivalente y
vemos brechas salariales que alcanzan 16% o 20% según cómo se mida. Paulatinamente
las mujeres aumentan su nivel de educación hasta superar al de los varones. Hoy por
cada hombre que egresa de la Universidad de la República, se reciben dos mujeres. Nos
educamos más, ingresamos más al mercado de trabajo pero tenemos menor
remuneración”, agrega Batthyány.
Los espacios femeninos.
Las primeras legisladoras accedieron a una banca en 1942 (dos senadoras y dos
diputadas) y en 1968 se nombró a la primera ministra. Pero ellas siguen lejos de los
ámbitos de poder: son 40% de los cotizantes patronos, 34% de los docentes grado 5, y
24% de los altos cargos en órganos y entes autónomos, servicios descentralizados y
empresas públicas, según un estudio de Inmujeres. Además, la representación
parlamentaria femenina sigue por debajo de los niveles que alcanza la región.

“Tenemos luces y sombras en las relaciones entre varones y mujeres. Mirando los
últimos 50 años desde que el tema de género se empezó a hacer visible incluso para las
estadísticas, hay un proceso de avance en sus dimensiones económicas, sociales,
políticas y culturales. Pero estamos muy lejos de llegar a un nivel equitativo y paritario
en los lugares de toma de decisión. Ahí se requieren medidas activas o afirmativas”,
agregó Batthyány.

“Hay ciertas prácticas que no invitan a participar a jóvenes ni a mujeres. Por un tema de
horarios, lugares y formas de hacer. En los 90 se veía a varios políticos en reuniones un
sábado al mediodía en un famoso bar donde no iban a hablar de la vida. Iban a hacer
política. Son prácticas muy masculinas que dificultan el ingreso de las mujeres.
Cualquier mujer sindicalista te dice, aunque ahora ha cambiado, que no se puede quedar
en un secretariado hasta las tres de la mañana”, apuntó Espino.
Es que el rol de cuidados sigue siendo femenino. Según el estudio de la OPP, para 2013
el 37% de las jóvenes y adolescentes mujeres y casi 27% de los varones estaba de
acuerdo con la afirmación “criar a los hijos es una tarea primordialmente femenina”.
Entre 2010 y 2014 el 26% de la población creía que, si los puestos eran escasos, los
hombres tienen más derecho a trabajar. Y para 2015 el 33% de los varones creía que
ellas pueden trabajar “solo” si su pareja no gana lo suficiente, algo con lo que 21% de
las mujeres concordaba.

“No es la única barrera el tema de los cuidados. Los estereotipos de género, no solo los
que tienen los hombres sino los que nosotras tenemos, son también muy difíciles. Puedo
estar rodeada de instituciones que me cuiden a los nenes, pero mientras siga pensando
que la obligación es mía, no los mando. Hemos visto en focus group las tensiones
psicológicas que surgen cuando las mujeres hablan de la significación de la maternidad
o de lo que implica tomar una decisión orientada hacia lo profesional. ¿Y qué pasa? Que
las más educadas no tienen hijos o los tienen de forma muy tardía. Quienes tienen altas
tasas de participación laboral tienen más de 16 años de estudio”, apuntó Espino.

Marcha por el Día de la Mujer 2018. Foto: Nicolás Der Agopián


Mientras que en 1950 la tasa de fecundidad rozaba los tres hijos, hoy apenas alcanza los
dos. Batthyány recuerda cómo la maternidad impacta en lo profesional: aquellas con
más de tres hijos bajan su participación laboral más de 25 puntos porcentuales. La
licencia de medio horario es una posibilidad también para ellos, pero solo 1,5% de
quienes cobraban el subsidio en diciembre eran hombres. El número está estático desde
2015.

“Hay una clara consecuencia de la maternidad sobre la actividad de las mujeres, y no


sobre la de los varones, donde la inserción incluso crece un poco. Lo que está detrás son
dos barreras muy importantes. Una es la vinculada a los cuidados, porque mientras
sigamos pensando que las mujeres somos responsables prioritarias de lo que pasa en la
casa es imposible la incorporación en condiciones de igualdad. El día tiene 24 horas. Y
el segundo factor son las representaciones sociales de género. Cuando medimos esto
encontramos niveles de tradicionalismo muy altos: una de cada cuatro personas opina
que los varones tienen más derecho al trabajo remunerado. Eso tiene consecuencias en
la actuación de los empresarios, porque si viene una crisis ¿a quién se despide? Y sin
embargo, en cuatro de cada 10 hogares el ingreso principal es el de la mujer”, agregó
Batthyány.

Según un estudio de Silvana Maubrigades y María Magdalena Camou, de la Facultad de


Ciencias Sociales, la desigualdad por género bajó en el país desde 1920. Basadas en
niveles de pobreza, cobertura educativa e ingresos femeninos, elaboraron un índice de
desarrollo por género que registra una mejora hasta el fin de la investigación, en el año
2000. Y aunque la educación es lo que más pesó en ese camino, las investigadoras
advertían la falta de un correlato en los salarios. “Por el contrario, a mayor nivel
educativo de las mujeres, mayor divergencia” entre los ingresos, señalaban, y ya
entonces apuntaban a inequidades con “raíces más profundas de tipo cultural que están
lejos de ser superadas”. Quizás sean las mismas que 18 años después hicieron que las
fotos del regreso a clases de estos días en las redes sociales fueran sobre todo de mamás
y sus niños.

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