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Sin embargo, a pesar de la desconfianza del capital industrial y financiero, los radicales
tendieron a considerar esta forma de propiedad como un paso esencial en la evolución hacia el
socialismo, y a pesar que la cura de sus males capitalistas sobrevendría con la liquidación
revolucionaria de la propiedad privada, aquellos estimaron que era la propia naturaleza de ese
capital lo que creaba inestabilidad y alienación en la población, y que el mero hecho de ser la
propiedad pública o privada no la afectaba. Todo lo que había hecho de la propiedad de la
tierra tema de herencia y progenitura, en casi todos los países, en una u otra época, hacía
ahora que la tierra fuera el pilar de la ideología conservadora.
Mientras que, para los radicales es una concepción que relego el ruralismo a una concepción
que relego el ruralismo a la condición de un factor retrógrado. Y que el urbanismo debía
difundirse aun más en un futuro orden socialista. Los conservadores señalan con insistencia el
grado en que la cultura europea se ha basado sobre los ritmos de la campiña, la sucesión de las
estaciones, la alternancia de los elementos naturales y la relación profunda entre hombre y el
suelo.
Los radicales muestran cierta ambivalencia hacia ellos, la subordinación del obrero a la
máquina, su incorporación anónima al régimen implantado por la sirena de la fábrica y el
capataz. A su vez, los conservadores desconfiaron de la fábrica y de su división mecánica del
trabajo como habían desconfiado de todo otro sistema que pareciera, por su propia
naturaleza, dirigido a destruir el campesino, al artesano, tanto como a la familia o la
comunidad local. Habría entre el hombre y la maquina una transferencia de fuerza y destreza
primero, y de inteligencia después, preñada de malos augurios para las criaturas hechas a
imagen y semejanza de Dios.