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‘íflx Barral^^:9 T res M undos Ensayo


I

Beatriz Sarlo Beatriz Sarlo


La máquina cultural
Este libro entrelaza tres historias que recorren el siglo XX y
reproducen un modo particular de relación con la máquina
cidtural: de imposición, consolidación y reproducción de
un imaginario; de im portación y mezcla; de refutación y
critica. En todas ellas se entreteje la voz íntima de sus prota­
gonistas y el análisis critico de la autora.

La obra de Beatriz Sarlo es una referencia insoslayable en


el ensayo argentino; en este caso, como en cada uno de sus li­
bros, observa los hechos y los personajes a partir de nuevas
premisas, e instala una visión lúcida y rigurosa de tres mo­
mentos centrales de nuestra controversia! historia cultural

La máquina cultural cuenta tres historias. Su tema son los


conflictos de la pasión cultural. En la primera, una mujer,
nacida en 1883, recuerda su juventud como maestra en las
escuelas, pobres de la ciudad de Buenos Aires. Los hijos de la
inmigración iban a esas escuelitas donde se iniciaban en una
nueva nacionalidad a través del aprendizaje, y también de la
violencia. En la segunda historia, otra mujer, rica, bella y vo­
luntariosa, lucha contra los límites de la oligarquía y sopor­
ta los malentendidos que la unieron con algunos hombres,
escritores y extranjeros. Se trata de Victoria Ocampo, árbitro
del buen gusto, traductora y viajera. La tercera historia nos
remite a los años setenta, cuando un grupo de gente muy jo­
ven filmó, en una sola noche, media docena de películas y las
proyectó al día siguiente, en un acto político donde se en­
frentaron irreconciliablemente las posiciones de la vanguar­
dia estética y de la vanguardia revolucionaria.

ISBN 978-950-731-553-4
Beatriz Sarlo
La máquina cultural
Maestras, traductores y vanguardistas
Sarlo, Beatriz
La máquina c u ltu ra l-1* ed. - Buenos Aires : Seix Barra!, 2007.
A dv erten cia
224 p .; 23x14 cm.

ISBN 978-9S0-731-553-4

1. Ensayo Argentino I. Título


CDD A864

Con el título de “La máquina cultural”, los lectores en­


contrarán al final algunas páginas que muestran las ideas de
donde partió este libro y lo que aprendí escribiéndolo. No son
indispensables al comienzo, porque quise que estas historias
de maestras, traductores y vanguardistas dijeran lo que tenían
Diseño de colección;
Josep Bagá Assoeiats para decir sin más interferencias que la del trabajo de narrar­
las y de pensar por qué las cosas fueron como fueron. Es, por
Diseño de cubierta;
Departamento de Arte de Editorial Planeta supuesto, completamente legítimo que esas páginas finales se
lean al principio a la manera de un prólogo.
© 1998, Beatriz Sarlo

Derechos exclusivos de edición en castellano


reservados para todos los países de habla hispana
© 2007, Emecé Editores S.A. /Seix Barra!
Independencia 1668, C1 lOOÁBQ Buenos Aires
www.editorialplaneta.com.ar

3» edición; julio de 2007


(1“ edición en este formato)

ISBN 978-950-731-553-4

Impreso en Talleres Gráficos Leograf S.R.L.,


Rucci 408, Valentín Alsina,
en el mes de junio de 2007.

Hecho el depósito que indica la ley 11.723


Impreso en la Argentina

Ninguna parte de esta publicación, incluido


el diseño de la cubierta, puede ser
reproducida, almacenada o transmitida
en manera alguna ni por ningún medio,
ya sea eléctrico, químico, mecánico,
óptico, de grabación o de fotocopia,
sin permí.so previo del editor.
A g r a d e c im ie n t o s

Recibí una beca de la Fundación Simón Guggenheim.


La Facultad de Filosofía y Letras de la UBA me permitió de­
dicarme por completo, durante dos semestres, a la investi­
gación. Sylvia Molloy me invitó a exponer en New York Uni-
versity algunas hipótesis y tuvo la gentileza de comentarlas.
También las comentó Dora Barrancos, en una reunión or­
ganizada en la Universidad de Quilines.
Escribí con Carlos Altamirano, hace ya muchos años,
un ensayo sobre nacionalismo cultural y todavía escucho
ecos de ese trabajo, así como de las conversaciones con M a­
ría Teresa Gramuglio sobre el grupo Sur. Adrián Gorelik,
historiador urbano, es seguramente un responsable involun­
tario de que, a veces, me fije en temas que son los suyos.
Los protagonistas de los hechos que narra este libro
ftieron generosos al compartir conmigo sus recuerdos; dos
de ellos, Rosa del Río y Rafael Filippelli, com partieron o
comparten, también, largos tramos de mi vida.
Alberto Fischerman, poco antes de morir, me contó la
historia de los jóvenes directores de cine. Algo de su encan­
to y de su inteligencia quisiera creer que se ha conservado
en mi reconstrucción, a muchas voces, de su relato.
I
Cabezas rapadas
Y CINTAS a r g en t in a s
Le e r y escribir

“Un hijo de un pobre labrador, habiendo ido un día a


un pueblo, vio una multitud de niños que salían de la escue­
la con sus libros debajo del brazo. Se puso a conversar con
uno de ellos, y le rogó le enseñase su libro y leyere un poco en
é l El niño leyó un bonito cuento que hizo llorar al pobre la-
bradorcito.
Cuando llegó a su casa, cogió una canasta y se fu e al
monte. Allí form ó una trampa para coger perdices y, volvien­
do al día siguiente, halló dentro dos muy hermosas. Las reco­
gió y dirigiéndose al pueblo, se encontró al maestro acompa­
ñado de algunos niños.
—Aquí traigo estas perdices para usted, le dijo.
—¿Y cuánto quieres por ellas?, preguntó el preceptor.
— Señor, dijo el niño, yo no las vendo por dinero; porque
aunque lo necesito para comprarme un sombrero y un par de
zapatos, hay otra cosa que me hace falta. Mi padre no puede
pagarme la escuela y si usted quiere enseñarme, yo le traeré de
cuando en cuando perdices.
—Hijo mío, dijo el maestro, veo que te gusta más saber
que vestirte bien y tener dinero y yo te enseñaré, sin que ten­
gas que pagarme.
Este niño aprendió mucho y fue un sabio.”^

La cartilla de lectura de primer grado era el único libro


que había entonces, en 1889 o 90, en m i casa. Yo era la pri­
mera de los hijos, entonces cuatro, que iba a la escuela; ése
era mi libro, pero tam bién un libro que mi madre leía a la

13
noche. No sé cóm o me explicaron en la escuela la historia IH'iisaclo: “Póngale Amalia”. Amalia, entonces, fue la hija de
del labradorcito, ni sé si me la explicaron. Naturalmente, mis padres y también fue como mi hija; la vestía de muñe-
veinte años después, si yo, como maestra, hubiera tenido que I a. con puntillas blancas, para sacarla a pasear a la vereda en
explicarla, Ies hubiera dicho a los chicos que se considera­ las tardes de verano. Era rubia y fina, com o mi madre, aun­
ran felices, que ellos no tenían que hacer como el pobre la­ que algunos malpensados decían que era hija mía, por la
bradorcito, no tenían que pagarle al maestro y salir a cazar ■dad que yo tenía entonces, pero yo era m orocha, como pa­
perdices para poder aprender a leer porque en la Argentina pá. laie la única de las hermanas mujeres que no sólo fue a
lo habíamos tenido a Sarmiento, Pero en esa cartilla donde la Escuela Normal sino también al Profesorado. Sin embar-
aprendí a leer no se hablaba de Sarm iento sino del sacrifi­ i'O, fue la única que no pasó de maestra. Todas las demás fui­
cio del labradorcito. De algún modo, m i madre debe haber mos directoras, muy reconocidas. Mi primera escuela, co­
pensado eso cuando a la noche, con dificultad, descifró la mo directora, fue la escuelita de la calle Olaya. Allí llegué en
lectura que yo había leído en la escuela a la mañana. M i m a­ 1921, con la escuela recién fundada.
dre leía bastante bien, pero se tropezaba con algunas pala­ Nadie en mi casa, ni mi padre ni m i madre, pensaban
bras: ella era italiana, había llegado a la Argentina de muy t|uc yo iba a ser maestra. Desde muy chica trabajaba ayu­
chica, se había casado a los quince años con mi padre, que dando a mi padre en el taller de sastrería: él cortaba, mi m a­
era gallego, y desde entonces había tenido cuatro de los ocho dre hacía los chalecos y los pantalones, yo picaba las entre­
que serían sus hijos. Italiana rubia y fina, del Norte, piamon- telas de las solapas. Él salía a hacer las pruebas a las casas de
tesa, de ojos claros, piel transparente; hablaba sin acento, se los dientes; envolvía las ropas en una sábana de lino blanco,
había olvidado completamente el italiano, no quería recor­ se vestía bien, siempre anduvo bien vestido por su oficio, y
darlo, no quería recordar de dónde habían llegado los se iba para el centro. Era el sastre de algunos señores distin­
Boiocchi para trabajar de jornaleros y de sirvientas. Ernes­ guidos, me parece, pero nosotros no los veíamos nunca. No­
tina Boiocchi, se llamaba m i madre; su marido Manuel del sotros, yo, a picar solapas. Claro, mi padre sabía que yo te­
Río, m i padre, le había enseñado a leer en las primeras pla­ nía que ir a la escuela prim aria y allí fui, primero a una
nas del diario La Prensa. Ella, a su última hija, la hija de la ^escuela de una sola pieza, en este mismo barrio, que enton­
vejez, que nació cuando ella tenía treinta y cinco años, le en­ ces se llamaba Villa Mazzini, donde la maestra estoy segura
señó a leer, antes de mandarla a la escuela, también en las de que no había ido a la Escuela Normal. Y, después, cuan­
primeras planas de La Prensa, que m i padre traía de la casa do mi hermano entró a primero infeiior, nos pasó a la es­
de sus clientes. Pero cuando nació esa última hija ya había cuela más grande, que quedaba a veinte cuadras, frente a la
algunos libros más en la casa. iglesia redonda de Belgrano, veinte cuadras de barro, con mi
M i última hermana nació cuando yo estaba en cuarto Jiermano asmático que resollaba todo el invierno. Pero esa
año de la Escuela Normal. Mi padre me fue a buscar a la es­ escuela nos gustaba a los dos. Allí aprendía y las maestras
tación y me dijo: “Esta mañana nació su hermana, después casi no usaban el puntero. “Rosita”, me decía la directora,
que usted se fue para la escuela”. Yo tenía m ucha rabia y no “vos sí que sos aplicada y tenés buena m emoria, buena m e­
supe qué decir. Le pregunté entonces: “¿Y qué nombre le van moria para los versos y los recitados y buena mano para el
a poner?” Mi padre m e dijo: “Decídalo usted, ya que está tan dibujo”. Cuando nos daban los boletines de calificaciones se
enojada”. Y yo le dije enseguida, porque se ve que lo tenía los llevábamos a mi padre: todas buenas notas, los primeros

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de la clase. Y mi padre, com o si no se diera cuenla, ñus de­ i'Jabamns p.ira que la u.saran t:odos los que venían detrás de
cía siempre lo mismo; “Échelos al puchero . A su modo, sin mi. Pero la capita bien, esa, mi madre Ja cosió de unos reta-
embargo, mi padre nos seguía. Al final de cada curso esta­ zo.s micvo.s, y era completamente nueva, con un canesú re-
ban los exámenes, que en ese entonces eran públicos; lec­ <lomlo, que daba toda la vuelta a los hombros y el cuellito
tura, idiom a nacional, historia argentina, econom ía do­ perfectamente cortado y pegado que cerraba con dos borlas
méstica, exposición de labores, ejercicios militares para los de pasamanería. M amá y yo, por el trabajo que hacíamos en
varones. Yo estaba muy nerviosa al verlo a papá en la escue­ el taller de sastrería, éramos muy detallistas.
la, llena de gente, de señores importantes com o el inspector. Cuando term iné sexto grado ya cuatro de mis herma­
Una vez, yo era muy chica, cuando los exámenes habían ter­ nos estaban haciendo la escuela primaria; mi padre quería
minado y la gente se estaba yendo, me acerqué a mi padre y que yo me quedai'a picando solapas en el taller porque eso
le dije: “Usted ¿qué hace aquí con esas orejas?”, porque mi era más barato que un aprendiz. Así estuve todo un año, pi­
padre, que estaba muy bien vestido ese día, tenía unas ore­ cando solapas, lavando platos y hachando leña. Hasta que
jas separadas de la cabeza, que a mí me parecían cómicas o un día le dije: ¿Usted quiere que yo me quede toda la vida
me daban vergüenza. picando solapas? Yo quiero estudiar para maestra y en la es­
A esa escuela iban chicas más finas y un día yo le dije a cuela me dijeron que se puede pedir una beca. Así que us­
mi madre; “Mire, mamá, yo a la escuela no voy más porque ted que conoce tanta gente (pensaba seguro en los clientes
unas compañeras se burlan de mi vestido”. M i madre dijo de mi padre) le puede pedir una recomendación a alguno”.
que yo a la escuela tenía que seguir yendo y que ella me iba Y así fue. M i padre le habló a un señor Zubiaur, que traba­
a hacer un abrigo que le iba a dar que hablar a todas. Asi, de jaba en el Consejo Nacional de Educación .2 Y ese señor le
noche, cosimos una capita bleu, con cuellito de terciopelo, dijo: “M ire, don M anuel, su hija term inó la primaria con
que usé todo el invierno. Allá me iba yo muy contente. M a­ muy buenas notas, así que la beca se la va a sacar, dígale que
má le pidió a unos parientes ricos, que habían perdido dos se quede tranquila”. Y así fue? Una mañana de verano, mi
hijos con el crup, que nos fueran pasando la ropa que no padre compró el diario porque ie habían dicho que iba a sa­
usaban y la de la chica que se había muerto ese invierno. Era lir la lista de los becados, y allí estaba yo: Rosa Justina del
la familia del hermano m enor de mi padre. Las cosas son ra­ Río. Con mamá nos pasamos todo febrero preparando al­
ras: mi padre había llegado primero de Santiago de Com - guna ropita para que yo fuera a la Escuela Normal, que que­
postela y después había mandado venir a .su hermano. Y ese daba en el centro. Yo era muy empacada y muy orgullosa y
hermano pudo comprar, m» se cómo, un registro de escri­ m e imaginaba que algunas copetudas se iban a reír de mí.
bano, uno de los primeros res',ÍHln>H, y le hal>ia ido bien. V i­ M i heim ana segunda que ya estaba en quinto grado me iba
vían en la calle ( Ihnrca.s, con dos ‘.ii vienlas. Mi padre le ha­ a suplantar en el trabajo del taller de papá. Después de dos
cía los traje.s a su herm ano y ‘.upotigo qm- el hermano le años, también ella fue a la Escuela Normal. Me acuerdo de
conseguía algunos tlic n tf.. I ><■ v«v n i , liando, la mujer de que yo ya era más grande y lo encaré a mi padre; “¿Usted
su hermano nos matul.ib.i Haui.ii l.e decía a mi padre. quiere que Manuela se quede toda la vida acá picando sola­
“Mándemela uno-, di.r. .1 U<.Mía.que lo-.r tan bien. Tengo al- pas? , le pregunté, com o le había preguntado por mí. “¿Y us­
tnm usvestulosqnr.uuTl.u ' \ all.i mu iba yo. A la vuelta me ted qué quiere?” dijo m i padre. “Que vaya a la Escuela co­
ia toda la lop.t ■. A l... „„ 1. . vi.i,( am mamá laarre- m o yo. Y allí salió Manuela, a la Escuela Normal, donde ya

17
las cosas eran más fáciles, porque yo podía ayudarla con los La escuela es el templo de la patria, en el que vuestros ca-
libros que se habían ido comprando con la plata de mi be- ritums maestros os enseñan ¡os hechos gloriosos de nuestros
quita. Esa platita sirvió para todo: pagaba el tranvía hasta el ilustres antepasados, en ella hay erigidos altares a los grandes
centro, ida y vuelta, me compraba alguna tela para mi repi­ proceres: San Martín, Belgrano, Moreno, Rivadavia, Sarmien­
ta y tam bién algo para mis hermanos más chicos. Plata en to son las imágenes que veneráis, como un tributo de gratitud
comer, los días que me tenía que quedar a la tarde en el cen­ que pagáis a sus esfuerzos.
tro, no gastaba, porque la cuñada rica de mi padre le dijo: Nuestro país ocupa ya un lugar importante entre las na­
“Si Rosita tiene que com er en el centro alguna vez, usted le ciones adelantadas del globo, por el estado de adelanto de su
dice que se venga para m i casa y aquí com e lo que sea nece­ instrucción pública, casi no queda un pueblo en la república
sario”. Yo com ía lo que dejaban mis primos, todos unos chi­ que no tenga escuela para educar a sus niños.
cos muy malcriados, que no querían estudiar e iban a la con­ No olvidéis nunca la escuela donde recibisteis la pri­
fitería París a tom ar helado con masas antes del almuerzo. mera instrucción y cuando seáis hombres y paséis por uno de
Ninguna de mis primas estudió para maestra ni para nada. esos edificios, descubrios con respeto cual si pasaseis por la
Me decían: “Vení, Rosita, contanos cóm o vas a hacer cuan­ puerta de un templo, puesto que sabéis que ése fue el de vues-
do seas maestra” y se reían, las ignorantes. Después, cuando ira educación.”*
fueron grandes y se fundieron la plata del padre, me empe­
zaron a respetar: claro, entonces yo era directora de escuela Antes de ingresar a la Escuela Normal, yo era una sal­
y me había podido pagar un viaje a Europa. vaje. Picaba solapas y trataba de conseguir la mayor canti­
dad de comida posible en la mesa y en la cocina. M i padre
lacnaba una vez por año y colgaban los chorizos de chan-
La escuela d io en las vigas del techo de la cocina. Nos tenían que du­
rar todo el año y mamá los usaba ahorrando lo más posible.
“Queridos niños, ¿sabéis lo que es la escuela? Me parece A mí me enloquecían esos chorizos, eran com o una golosi-
que todos estáis diciendo alegremente que s i ¿Quién ignora ;na, la única que conocía porque en casa no había nunca go­
que la escuela es el establecimiento a donde acuden los niños losinas. A la siesta, trataba de cortar algún pedazo y allí me
a instruirse y educarse, es decir, a recibir conocimientos útiles iba corriendo, me trepaba a un árbol y me comía el chorizo
como la lectura, escritura, aritmética, etc,,yadquirirnociones con pan. Era com o un animalito. En casa no había más que
de los deberes que tienen para con Dios, la patria y la sociedad las varas de género del taller de papá y la cocina de mamá.
en que viven? Fiestas y salidas, ninguna. Para los carnavales, cuando ya fui­
La escuela es la gran antorcha colocada en medio de las mos más grandes, íbamos al corso de Villa Urquiza, si algu­
tinieblas de la ignorancia; en su rccinlo están los mavsiros, na amiga más pudiente nos invitaba a su palco. Pero antes
apóstoles de la ciencia, encargados de reunir en torno de ellos de eso, los carnavales del barrio no eran muy bien vistos por
a los niños para disipar, con la luz de la verdad, las sombras m i padre, porque allí se mezclaba un mal elemento, en las
que obscurecen las inteligencias sin adlivo, y enseñarles a dis­ comparsas. “No quiero que sean unas gauchas”, dijo mi pa­
tinguir el bien del mal, grabando en sus corazones los medios dre y nosotras obedecimos sin chistar. En m i casa, ni siquie­
de practicar la virtud y huir del vicio. ra los varones salían mucho de parranda.

i8 19
Cuándo ingresé a la Escuela Normal, se me abrió un ,t ui n a : el ¡m indirhlmil, prnclica para la felicidad y elprogre-
mundo. Algunas profesoras y profesores eran señores dis­ ,a ,/(■/ hoiiibiv; el nacional para que hagan conocer la patria y
tinguidos, que hablaban muy bien y que nos recitaban poe­ pn peinar sus ghria.s; la culttmi estética y el fin superior del
sías o contaban historias de las que yo no tenía la m enor piay/esú humana que eleva las tendencias del alma a Dios co­
idea: los egipcios, la M esopotamia, el Renacimiento, Hasta ma dntesis de la verdad, lo belleza y el bien.”^
la historia argentina parecía diferente. Un profesor de lite­
ratura nos repartió libros de distintos poetas. A m í me to ­ Recuerdo que un profesor nos contó la historia de Los
có M anuel Acuña, el del “N octurno a Rosario” que, m u­ navios de Manzoni y yo me conseguí ese libro. Fue k prime-
chos años después, una hermana mía aprendió a cantar con i .1 novela que leí en m i vida. De todas formas nunca fui muy
guitarra. Teníamos que observar clases modelo, quedarnos liH lora de novelas. Pero estaban ios libros de lectura para
todo un día siguiendo la tarea de un grado en la escuela de . lucos, y las geografías y los libros de historia y las láminas
aplicación, hacer dem ostraciones de clases, las prácticas, y (le astronomía. En realidad, en la Escuela encontraba cosas
me familiaricé muy rápidamente con muchísimos libros de !|tie jam ás se me habían pasado por la cabeza antes, que
lectura, los libros que yo iba a enseñar cuando fuera maes­ nunca había soñado que pudieran existir. Ni mi padre ni mi
tra, y m uchos otros. Incluso nos enseñaban francés, algo in.idre hablaban con nosotros de Europa, de los lugares de
que yo pensaba que sólo aprendían las chicas de buena fa­ IIñude habían venido. Para ellos era como si esos lugares hu­
milia. Allí aprendí a escribir composiciones, siguiendo m o­ bieran dejado de existir. M amá nunca quena pasar por ita­
delos literarios, caligrafía, dibujo lineal, hasta cosmografía liana, por eso se había olvidado del idioma y hablaba como
y química.5 si hubiera nacido aquí. Entonces, el mundo empezó para mí
en las clases de la Escuela Normal, aprendiendo lo que des­
Al tTütciT lü cduccicion intclsctucil de lüs üluntnüs han re­ pués iba a enseñar com o maestra y aprendiendo a enseñar­
cibido conocimientos de Psicología Experimental, que en la ac­ lo de un modo bastante diferente de como me lo habían en­
tualidad se abre caminos, han estudiado el cerebro, puntos de senado a mí.
Frenología, aceptando el poder de los instintos e inclinaciones Yo siempre fui una maestra muy moderna y eso creo
natutales heredadas, no para exagerar el positivismo cayendo que empecé a practicarlo todavía mientras estaba en la Es
en el fatalismo y en el materialismo, sino al contrario para ha­ cuela. No me quedaba con el único librito que me señala­
cer sentir doblemente el dominio del espíritu sobre la materia, ban. Volvía a m i casa y me fijaba cómo eran los libros de lec-
la influencia de la educación que perfecciona las dotes natu­ lura que tenían mis hermanos menores, los libros de cada
rales y corrige casi siempre los vicios y defectos, que sin ella se año. Me parecía que esos libros eran muy importantes. Cla­
transmitirían por la herencia de generación en generación, ro, en casa no había otros libros, ni revistas (a veces, muy de
siendo indispensable, por lo tanto, preocuparse de las causas vez en cuando, m am á com praba un folletín que pasaban
que originan estas imperfecciones para corregirlas por medios vendiendo casa por casa, pero creo que eso fue más adelan­
educativos de orden físico en muchos casos y de orden intelec­ te, cuando ya empezaba a haber un poco más de plata, por­
tual y moral en otros. [ ...] Al estudiar el método apropiado a que yo empezaba a trabajar), a veces algún diario, pero na­
la enseñanza de cada materia, se ha procurado que las alum­ da más. Tampoco libros religiosos porque ni mamá ni papá
nos maestras se den cuenta exacta de los fines de la escuela pri- eran muy de ir ni de mandarnos a nosotros a la iglesia. Con

20 21
decir que no recuerdo si aprendí el catecismo. En fin, los li­ ¿Y a qué vienen los extranjeros a este país? ¿Prestan al­
bros que había eran los de la escuela y ellos eran toda la le­ gunos servicios?
tra impresa que entraba en esa casa, lo cual ya es bastante — Os diré, amigos míos: los extranjeros vienen con el ob­
decir si se compara con lo que pasaba en el barrio, donde ni jeto de labrar la tierra, ejercer industrias y tomar parte en
siquiera estaban los libros de la escuela. nuestro comercio. Ellos son nuestros amigos y colaboradores
Villa Mazzini, el barrio, era un andurrial en 1900. Pa­ del progreso; los servicios que prestan no son pocos: enseñan al
pá era m iem bro de la sociedad de fom ento, que puso la ve- hijo del país las industrias de su patria y le ayudan a conocer
redita de piedra hasta llegar a la calle Pampa donde había al­ el provecho que puede sacarse de los productos de la tierra.”^
go de afirmado, pero de todos modos cam inar hasta la
estación Belgrano era una aventura en el barro cuando llo­ Esto se lo leí en voz alta a mi padre, de picara nomás,
vía, y llovía bastante, más que ahora, me parece. Entonces, para ver qué decía. Y dijo: “Yo aquí vine para no morirme
los libros de la escuela eran lo único que me sacaba del ba­ en la mar, no vine a enseñar nada y aquí me enseñaron este
rrio y me hacía pensar que había otro mundo. Hablaban de oficio que tengo”. Yo no sé si a mí m e gustaba mucho leer.
cosas que yo conocí durante mucho tiem po sólo por verlas No puedo estar segura si era un impulso de ésos que no se
escritas, y también hablaban de ideas que en casa no se ha­ pueden parar, como fue el caso de mi segunda hermana, que
bían pronunciado nunca. se escondía para leer y que no la descubrieran. No estoy se­
gura de que me gustara tanto leer. Más me gustaba coser y
“Desde ayer tenemos un nuevo compañerito. dibujar, creo que tenía m ejor mano para esas dos cosas. Pe­
Casi no sabe hablar castellano. ro lo que sé es que leer, a partir de un momento, para mí fue
Hace dos meses que llegó a la República Argentina. algo así com o la televisión es ahora para la gente: veía lo que
Ha nacido en Italia. no veía en otro lado en las páginas de los libros. Estaban las
Es muy bueno y ya se ha hecho amigo de todos nosotros. poesías: yo nunca había escuchado una poesía hasta llegar a
Nos contó que viajó durante varios días en un gran bu­ la escuela y en la primaria siempre me parecieron demasia­
que, que salió del puerto de Génova, en Italia. do pocas y siempre las mismas.
También nos dijo que por largo tiempo, mientras atrave­ En cambio, en el Normal tenía todas las poesías que es­
saba el océano Atlántico, no veían más que agua y ríelo. taban en los libros a m i disposición y com o siempre tuve
Al preguntarle si extrañaba su pueblo, nos contestó que buena m emoria, las aprendía para recitarlas, las recitaba en
sí, pero que ya quería mucho a la República Argentina.'’^ casa, a mis hermanos y hermanas. Muchas poesías patrióti­
cas, pero bastaba que fueran poesía, que sonaran con el rit­
Confraternidad entre argentinos m o y la rima, ya eso era una cosa distinta, como un juguete
y extranjeros se podría pensar, porque no sé cuánto entendía de esas poe­
sías. Bastaba que tuvieran una rima, algo que se pegara al oí­
“Ya habéis aprendido muchas cosas que se relacioimn do y a la memoria y que es distinto de la forma en que se ha­
con la patria y con la sociedad, sabéis lamhien que a los na­ bla habitualmente. Una de mis hermanas menores era loca
cidos en otros países, bajo otras haiitleras, <e le-, denomina por esos recitados y, cuando ya hubo un poco más de plata
extranjeros. en casa, compramos un libro de Allemany Villa que reunía

7.2 23
una cantidad enorm e de poesías para recitar: “Muy cerca de i.ión con lo que esos chicos iban a ser en la vida. Esas discu-
mi ocaso, yo te bendigo vida”; “El poeta joven de la dulce Mones no las hacíamos tanto los maestros como en el Con­
Francia que lleva sin mengua su estirpe gloriosa ha estam­ sejo de Educación y yo me enteré de ellas después de haber
pado en versos de suave fragancia como la más bella la pá­ estado al frente del grado bastantes años. Pero, a mí la expe­
gina rosa. Yo elijo la b la n ca ...”; “Ven para acá me dijo dul­ riencia me servía de sentido común. Yo sabía que esos chicos
cemente mi madre cierto día”, a ésa la habíamos aprendido tenían que aprender a leer bien, incluso era más importante
de un libro de lectura, no estaba en el Allemany Villa. Le en­ que supieran leer a que supieran escribir. Aunque claro, tam-
señé a mi hermana a preparar su propio cuaderno de poe­ Irién tenían que saber escribir una carta. Si aprendían a leer,
sías, como si fuera un álbum de los que las señoras finas te­ riespués podían seguir solos. Otras cosas podían ir apren­
nían entonces; mi profesora de idioma nacional nos había diendo fuera de la escuela, pero no a leer sistemáticamente y
dado esa idea para cuando llegáramos a maestras de grado. lu más rápido posible porque yo no tenía ninguna garantía
tie que esos chicos se quedaran todo el año en la escuela: la
El cuaderno de Andresito ícente iba mucho de un lado para otro, los padres se enfer­
maban o se morían, en fin, pasaba de todo en las familias y
“Andresito, al llegar a su casa, lo primero que hizo fue p o­ muchas veces un padre o una madre, a quien yo iba a ver
ner en orden sus libros y papeles; aquellos amigos queridos, con porque su chico no aparecía más por la escuela, me decía que
los que había pasado tan buenos momentos. estaba obligado a mandarlo a trabajar. Y frente a eso, punto,
Entre ellos halló su cuaderno predilecto, el cuaderno de ;o tenía que llamar a la policía y llevar un agente a ese con-
versos, canciones y apuntes que había ido coleccionando du­ ■■eiitillo para hacer que se cumpliera la ley? En el caso de los
rante todo el año; y comenzó a recorrer sus páginas. varones, a veces aprendían después en el servicio militar, pe­
En algunas había estrofas y cuentos muy bonitos, anéc­ ro para las niñas dejar la escuela era el fm. Un hermano mío,
dotas históricas y lecturas, con todo lo cual Andresito hizo un empleado de ferrocarriles y destinado a una estación en el
legajo especial para repasar y distraerse en vacaciones evocan­ medio del desierto, al norte de la provincia de Córdoba, allá
do los dulces y alegres recuerdos de la escuela.”^ por 1915 o 1920, vivía como pensionista en la casa de un pai­
sano, don Valentín Garda, cerca de Cruz del Eje. Este paisa­
Entonces, la lectura no fue para mí una vocación, nada no tenía varios hijos, todos analfabetos y le pidió a mi her­
de eso, como lo es en otras personas, sino una necesidad: la mano que le enseñara a leer a esos muchachos ya grandes, a
radio no existía, las revistas eran demasiado lujo para noso­ cambio de la casa y la comida. Y él, m i hermano, les enseñó,
tros, quedaban los libros de la escuela. Por eso, siempre que escribiendo sobre hojas de papel de estraza y usando el sue-
fui maestra y directora le di una importancia fundamental a ii) como pizarra. Después uno de esos muchachos entró en
la lectura. Siempre creí que teníamos que lograr, aunque só­ la Escuela de Aviación y nunca dejó de visitarnos. Y si yo me
lo fuera eso, chicos que pudieran leer bien. Yo sé que hubo iba de vacaciones y descubría que alguien no sabía leer en el
muchas discusiones sobre lo que la escuela debía ser para los lugar donde yo estaba, allí mismo arm aba una cartilla y da­
chicos más pobres: qué cosas teníamos que enseñar que les le que dale a hacer la escuelita. Para m í no había chico, por
sirvieran a quienes ni siquiera iban a terminar los siete gra­ más burro que fuera, que no pudiera aprender a leer.
dos de la primaria, cóm o teníamos que relacionar la educa-

24 25
A los maestros y a los padres de familia 1,1 Itriimi y se km tan mal como se lee. Tampoco he expues-
' M'i mnente las nociones instructivas, sino que las he presenta­
“Todos reconocen que el libro de lectura es el único que do ni lormu de conversaciones, juegos, o como incidentalmen-
debe darse a los niños en los primeros grados de la escuela y el i>\ ni los aivntús, para no hacer áridas las lecturas.
más importante siempre en ésta por razones bien conocidas. (jvo útil la práctica seguida en muchos países más ade-
Factor principal en la instrucción del niño, debe serlo aún más hmhuios, Alemania entre ellos, que consiste en hacer del texto
de su educación y de su educación moral en primer término, de lectura algo así como el centro o eje de la instrucción escolar.
en armonía con lo que debe constituir también la acción pri­ (...¡N o quiero concluir sin aconsejar a mis colegas, los
mordial de la escuela. iiiiiesfros, que hagan lo posible p or dignificar la enseñanza de
No me hago ilusiones respecto de la influencia educado­ hi Iretum corriente, procurando realizar con ella los trespro-
ra de ésta, sobre todo bajo el punto de vista de la formación de po'.iios apuntados a la cabeza de este prólogo: que al leer, el ni-
hábitos morales, porque el niño llega a ella después de seis iii, entienda, piense y sienta, si es posible.”^°
años, cuando el hogar ya ha impreso en su alma su sello bue­
no o malo y continuará influenciándolo sin que su acción, l,os chicos a los cuales yo iba a dar clases, cuando m e
cuando es perjudicial, pueda ser contrarrestada de una mane­ t n ii licra, seguramente, iban a ser salvajes como yo. La ver-
ra decisiva por el maestro. Pero la escuela es por lo menos un ' l.ul, no tenía mucha más filosofía que ésa; lo que era bueno
factor, si no decisivo, importante. A dar mayor poder a su in­ l-.üu mí y mis hermanos, podía llegar a servir a los demás,
fluencia debe tender el esfuerzo bien inspirado del educador. '.obre todo, que esos chicos pudieran ver si querían cortar
Tampoco me hago ilusiones sobre el efecto de la enseñan­ lelas como m i padre toda su vida, o hachar leña como mi
za de la moral directa dada por el maestro en form a de leccio­ nudrc, o si querían hacer otra cosa. Nunca, desde entonces,
nes y horarios fijos. Por fortuna mucho hemos mejorado en es­ l<ensé que con las mujeres la cuestión era diferente. En mi
te sentido; pero aún queda quien enseña en la escuela primaria . .is.i nos hacían trabajar a la par, y a la hora del castigo y de
con el texto de la moral teórica. las exigencias éramos todos iguales. Yo ya me había hecho a
[...] He procurado dar lo que llamaré la nota moral, que l.i idea de que no me iba a casar, aunque parezca mentira, ya
es la dominante en este libro, en form a tal que impresione al lema esa idea y no por falta de pretendientes. Sabía que ve­
niño, hablando con ella más a su corazón que a su inteligen­ nia una cola de hermanitos detrás de mí y que en esa casa
cia; y aun en los capítulos más instructivos que educativos, he i"il.ivia quedaba mucho por hacer, muchas cosas que com -
aprovechado todas las ocasiones para intercalar, siquiera inci­ !>rar para que eso se pareciera a una casa. Con la misma fi-
dentalmente, una sugestión m oral I" .OI M que pensaba para mí, pensaba que iba a hacer las co­
[ ...] En este libro se hallarán, de intento deslizados a ca­ sas cuando fuera maestra. Después, si las mujeres se casaban,
da paso, consejos o sugestiones relativos, no sólo a moral, sino mejor, pero, por lo menos, que no llegaran burras analfabe-
también a urbanidad, a lo que podríamos llamar pedagogía 1.1-. al casamiento, para que los maridos las engañaran con
doméstica y a k higiene, tan lamentablemente descuidada. las cuentas de lo que ganaban y lo que gastaban en el boli-
[...¡N o he indicado ejercicios gramaticales, convencido de . lu-, I le verdad, nunca me planteé que las cosas fueran dife­
que al afán de dar prematuramente nociones de gramática, re­ rentes para m í y para mis hermanos varones: simplemente
glas ortográficas, etc. se debe en gran parte el hecho de que no se I i re hacia adelante.

26 27
AI terminar la Escuela Normal conseguí enseguida un eran bastante brutos, aunque tenían mucho respeto por n o­
trabajo: parece una casualidad increíble pero fue en la misma sotras, las maestras. Una vez, en ese primer empleo en la es­
escuela adonde yo había cursado primero inferior y de la cual cuela de mi barrio, fui a la casa de una de mis alumnas, que
papá me había sacado porque allí no se aprendía nada. Aho­ no aprendía la división por dos cifras pero tampoco mayor­
ra volvía com o maestra y tenía como alumna a una de mis mente ninguna otra cosa. Quería hablar con la madre, una
hermanas menores. A ella yo le iba a enseñar a leer como no planchadora genovesa, que hablaba con la boca casi cerra­
me habían enseñado a mí. Una vez por semana, decidí, íba­ da en un castellano todo mezclado de dialecto. “Señora”, le
mos a hacer una clase de lectura literaria: y elegí leer capítu­ dije, Vamos a ver qué podemos hacer por Ana, que no
los de Corazón de Edmundo de Amicis. Yo me dije: si estos aprende nada . Y la madre me dice: “Vos no se preocupe, al­
chicos no aprenden a leer bien, a leer en voz alia, a seguir le­ gún tonto va a acarrear con ella e si no trabajará conmigo”.
yendo en la casa, a leerles a sus hcrmaiiilos, con ( aíiuzoh, no Las cosas no eran fáciles, pero tampoco eran siempre así. Te­
aprenden con ningún otro libro. Asi t]ue usaba para lodos los nía que conocer a los bueyes con los que araba. Yo pensé; si
días el libro de leclin a con la i<iea de que lo que aprendieran vos no te preocupás por tu hija, yo me voy a preocupar y ese
eii ese libro les hit iei'.i posible leer o escuchar leer C.o/vtzón." año, cuando m i hermanita se ponía a llorar con Corazón, las
A mi h.-im.m.i, l.i les tura iU'( 'onizóii le valió tiue la expúlsa­ sacaba a las dos al patio para que mi hermanita le diera un
l a del aula va» ia>. vei es, no bien empezábamos a leer, refuerzo en aritmética.
I (íalqiiit'i epiMnli<i, Sangic romanóla o Id pequeño cscri- Sobre todo, era muy severa con la disciplina: hay que
biejiie lloiriiliiio" (peto clen c|ue cuando pasó por primera imaginarse una escuela en estos andurriales, con chicos que
v< / lúe . un "Id pei|(ieño esi ribíemc llorcnlilio"), SC Clliocio- venían de esas casas donde no había un libro y muchas veces
iiaba laui» M|us* í’inpe/aba a llorar, sollozando. CJara, salga de los padres tampoco sabían leer, hay que imaginarse que esos
l.i <lase ” V asi se pas») la mitad del año en el patio, condenada chicos estaban acostumbrados a unas palizas fenomenales y
a Ie«-I s o l., dc-l libro de lectura, aunque después, en casa, ella yo había aprendido en la escuela normal que la palmeta no
s»f'(íir»a Jepanilo en Corazihi los episodios que se había perdi­ podía usarse, que no había que castigar a los chicos por nada
do n i I.» escuela. A veces la .sacaba a ella y algún otro alumno del mundo. Yo que era muy joven, veinte años más o menos,
que fssiiivieia alra.sado en un lema de aritmética y los ponía tenía que ser muy severa. Pero ya entonces, antes de la moda
a ivpasai lo. Kecuerdo que yo me paseaba por el aula, mien- de la escuela activa con la que estaba totalmente de acuerdo
iMs lí•lamu.s Cimizón, y se sentían afuera las voces de las dos sin saberlo, yo pensaba que para mantener la disciplina los
I tiH as liaeieiido una divisiéw: Le esta a ..., le esta a ... Oeci- chicos tenían que estar ocupados en cosas que no los aburrie­
iiie a ( uáiilo le está o te lajo a la salida . ran, que los hicieran pensar y que pudieran terminar, ver ter­
En la [úzarra, copiábamos poesías que no estuvieran en minado el trabajo, cada día; pensaba que se podía agrupar a
el libro y hadam os dibujos con tizas de colores, com o un los chicos según las dificultades que tuvieran y hacer que los
marco aleg()rico a la poesía; copiábamos guardas de lám i­ más inteligentes ayudaran a los otros, para que nadie estuvie­
nas í|iii* yo preparaba, y eran las únicas láminas que los chi- ra mirando por la ventana, ya que, por otra parte, afuera no
( US habían visto en su vida. Dibujos que conservábamos una había mucho que mirar. No quería que me quisieran a tontas
■.emana. Así tenían delante, aunque no la aprendieran de y a locas, quería hacer bien el trabajo.
memoria, una poesía por semana. Los padres de los chicos

28 29
Los maestros Los esfuerzos, las vigilias que ha necesitado pasar para
adquirir el título de maestra, y las tareas que la enseñanza le
“Hay algunos niñitos tontos que no saben agradecer a sus impone, han quebrado su salud a tal extremo, que, según los
maestros lo que hacen por ellos. médicos, no podrá vivir sino un limitado número de años.
Por cualquier motivo se enojan y les dicen cosas desagra­ Así mismo, ella no falta jam ás a sus clases. Con días hú­
dables que los lastiman y entristecen. Otras veces, aunque se medos y fríos, lluviosos, sale de su casa para ir a la Escuela. La
callen la boca, salen de la escuela pensando que son víctimas humedad y el frío agravan sus males y una fuerte tos la acosa
de sus maestros, a quienes atribuyen el propósito de incomo­ sin cesar; pero ella, inspirada por el generoso propósito de ase­
darlos por simple placer o mala índole. gurar el pan de sus ancianos padres, no se acobarda nunca.
Es preciso que los niños y niñas no procedan así ni abri­ Con la conciencia tranquila y satisfecha, sigue imperturbable
guen tales sentimientos. su pesada tarea, y cuando regresa a su casa, en lugar de des­
Los maestros merecen el mayor cariño y respeto, porque cansar, dedica su tiempo a cuidar a sus pobres viejitos. Jamás
si algunas veces imponen a sus discípulos tareas que éstos re­ la vence el cansancio, jam ás la rinden y abaten sus males. La
putan penosas, es por su bien, únicamente por su bien, que lo única contrariedad que algunas veces la desalienta, es la de­
hacen, puesto que ellos no pierden nada con que los niños sean mora en el pago de sus sueldos.
ignorantes o mal educados. Piensen siempre todos los niños de buen corazón en la
Quizá en alguna ocasión, como sucede a los mismos p a ­ h istoria de la joven maestra, y hagan empeño por ser dóciles y
dres, pierden la paciencia con niños muy impertinentes y se buenos.”^^
expresan en términos más duros y severos que los convenien­
tes y debidos. Pero eso mismo debe excusárseles, teniendo en A mí, por supuesto, ni se me pasaba por la cabeza m o­
consideración que sus tareas son muy arduas y fatigosas. Pien­ rirm e tuberculosa. Todos los hijos habíamos salido fuertes
sen, en efecto, los niños todo el trabajo, todas las contrarieda­ y sanos y yo iba a trabajar después, durante más de treinta
des que soportan los maestros. Piensen que pasan su vida en­ años, sin pedir una licencia. Trabajar fuera del taller de mi
tera lidiando desde la mañana hasta la noche con toda clase padre era una promesa de felicidad y no un castigo. Ni si­
de muchachitos, torpes unos, caprichosos otros, traviesos o quiera te diría un esfuerzo. En la Escuela Normal creo que
malcriados muchos; que tienen que enseñarles a leer, a escri­ me di cuenta de que a m í enseñar m e gustaba verdadera­
bir, a contar y a hacer y aprender una infinidad de cosas; y que mente. Lo hacía en casa con todos mis hermanos menores
esto, ya de por sí trabajoso, se hace más difícil cuando falta el y con los vecinos. Si hasta te diría que fui responsable, años
orden y la debida atención departe de los educandos. después, de que dos vecinos del barrio siguieran para maes­
Piensen, además, que los maestros están obligados a satis­ tros y uno de ellos tam bién llegó a director. En realidad, el
facer los deseos y exigencias de los padres y autoridades; y que esos que llegó a director era el hijo de la portera de la primera es­
deseos y exigencias no siempre pueden satisfacerse sin grandes es­ cuela donde yo había asistido. Un día pasé y lo vi al chico
fuerzos, que a menudo afectan su salud y acaban con su vida. limpiando el patio, seguramente para ayudar a la madre. En­
Conozco una joven maestra de veinte años, cuya existen­ tonces entré y busqué a la señora (una vasca, cuyo marido
cia constituye un verdadero martirio; y como ella hay muchas. vivía mezclado con media docena de vacas por allí cerca) y
Esa joven es el único amparo de sus ancianos padres. le dije que el chico podía seguir estudiando, que yo lo cono-

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cía y me daba cuenta de que la cabeza le daba y que se po­ •islas. ( alando visito mi escuda tlio una conferencia sobre
dían conseguir becas para estudiar de maestro. La Escuela si iiMiro infantil en la enseñanza prim aria. Después, las
Normal se había convertido para mí en el m ejor lugar que iiiae.stras se reunieron con ella y sus acompañantes en la di­
había conocido hasta ese m om ento: iban chicas más finas lección; una maestra muy joven se le acercó con un libro de
que las que yo trataba en el barrio, chicas de buena familia, IX)cma,s para que Alfonsina se lo firmara; otras llevaban pos-
algunas copetudas también. Pero no era tanto las compañe­ lalcs donde, a plumín, habían copiado estrofas de sus ver-
ras com o los profesores. Yo quería ser como esa gente. Cuan­ '.o.s. En el remolino, una de las maestras, parada frente a Al-
do em pecé a trabajar com o maestra, me empecé a vestir lonsiiia, comenzó a recitarle: “Tú me quieres blanca, tú me
bien, elegante y sobria, como debía ser, pero a vestir a la al­ I¡Hieres pu ra... ” Y ella, de pronto, la tom ó del brazo y le di­
tura del cargo que tenía. Sinceramente, desde el principio to, en voz muy baja: “No me recite más eso por favor.. . ”
quise ocupar un cargo de dirección, porque me parecía que Trabajando como trabajaba, ios ascensos no me caye-
podía hacerlo m ejor que las propias directoras que me to ­ ion del cielo y así llegué a mi primera escuela como direc­
caban a mí. tora,’-’ Una escuela humilde en un barrio pobre, la escueli-
Desde el principio tam bién empecé a preparar mate­ 14 de la calle Olaya. Me dijeron en el Consejo Escolar que era
rial didáctico para dar mis clases. A m í me gustaba mucho una escuela chica, y yo, quizá justamente por eso, quise to­
el dibujo y tenía bastante facilidad. La primera lámina que marla. A esa escuela la iba a hacer como a mí me parecía que
preparé fue “El ñandú”, del tamaño de un mapa mural, co­ había que hacer las cosas. Llegué el prim er día con unos
loreado con crayon y fijados los colores con un líquido es­ pensamientos que habían salido en una revista para maes­
pecial; copié la figura de una fotografía en blanco y negro y tros, que yo misma había enmarcado en las vacaciones. Un
le inventé los colores al paisaje de llanura. Después pinté lá­ marco negro, sobrio, y el texto de los pensamientos rodea­
minas con los accidentes geográficos y con el sistema plane­ do de una guarda con arabescos.
tario en cartulina negra con crayones blancos. Iba preparan­
do m aterial para enseñar el m ovim iento de los planetas: Se necesita una maestra
pelotas de madera de distinto tamaño que usaba en el aula
haciendo que cada chico .sostuviera una y lodos fueran dan­ “Se necesita una maestra de verdad, que ame su profe­
do vueltas alrededor del cliico t|uc hacía de .sol. Arrimába­ sión, que no sea apática, dormida, rutinaria; que animada del
mos los bancos a la.s paredes, hacíamos un gran espacio cen­ VIVOanhelo de perfeccionarse sepa producir siempre más y me­
tral y rcprcscnuibainos el si.sleiiiii solar. Me gustaba también jor; que sintiéndose feliz en presencia de los niños confunda su
que la directora ine eiuarg.ara la preparación de algún nu­ tilma en la de ellos, manteniendo esa simpática comunión de
mero espei ial |Mr.i las fiestas de fin de año. Generalmente afectos que permite, al niño, manifestarse como es, y al maes­
poesías alegoi ii as qin‘ iLa iaa entre varias alumnas o cua­ tro, conocerlo bien.
dros vivos Ie|>i cst'iílaDiit s a la.s viriude.s y a la patria. La poe­ Se necesita una maestra de verdad tan cumplidora del
sía iitlncs.tli.i nim Ito cu aquel entonces. Recuerdo un día deber, puntual, activa, laboriosa, tan entusiasta, noble y bon­
i|(H‘ /\||<iiiMiM SIo((!I vi.siló mi escuda. Ella tam bién era dadosa, que su vida predique con los hechos, para templar el
m.ii-.n.i y Iiosuii.is la segiiiamos mucho; era una m ujer im- carácter de aquel muchacho que la patria redam a con urgen­
pni i.iHif. h.ilu.t M'i iludo premio.s y aparecía en todas las re- cia; una maestra que con «sus autoridades y colegas se mani-

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fieste siempre recta, de alma abierta y generosa, jam ás mur­ l Iría vez, recuerdo, cae el inspector a mi dirección, durante
muradora, o desdeñosa; una maestra que se presente ante sus 1.1 mañana, y me dice; “Señorita del Río, ¿los alumnos salie­
superiores sin servilismo ni insolencia, que sepa conservarse ron hoy todos de excursión?” Y yo le digo: “No señor, están
digna, sin altanería; respetuosa y amable, sin bajeza. lodos en la escuela”. Él pregunta entonces: “¿Y cómo consi-
Se necesita una maestra de verdad que no se avergüence ¡Uie e.ste silencio?” La respuesta la tenía que saber él antes
de ser maestra; que no tema ser vista por la calle llevando el li­ que yo, porque él era el inspector y yo la directora: los chi-
bro, el cuaderno o el rollo de deberes, que son instrumentos no­ I os están en silencio cuando están entretenidos trabajando,
bles de su noble profesión; una maestra que vista con decoro, i'ti grupos o cada uno por su lado, pero trabajando. La ruti-
elegancia y seriedad; que sepa que las joyas, los encajes sien­ lu es la m ejor amiga de una escuela indisciplinada. A los
tan bien en la tertulia y el sarao, pero son una nota discordan­ I liicos yo les enseñaba que todas las cosas estaban relacio­
te en la escuela pública, democrática, sencilla y pobre. nadas, que a la escuela no venían a aprender materias sino
Se necesita una maestra de verdad que sienta en su alma ,1 aprender cosas, explicarse fenómenos de la naturaleza,
vibrar un ideal; una maestra que, poseída del sentido de la jiioccsos, tareas, hechos. Siempre quise que los temas de la
propia nacionalidad, sepa imprimir a su obra sello imborra­ semana quedaran todos relacionados entre sí: no hacerle a
ble de argentinidad; que haga resplandecer en el corazón de li)5 chicos un picadillo de datos diferentes, sino darles un
aquel muchacho la sagrada llama del patrio amor, de ese p a ­ I entro de temas que pudieran in terrelacionarse.H u bo que
triotismo amplio, sereno y generoso que se hermana con el enseñarles esto a las maestras: eran todavía maestras de car-
amor santo de la humanidad, para engendrar con él indisolu­ I illa y de lección repetida de memoria.
ble y eterno vínculo depaz.”'^^
“Iniciar siempre algo nuevo en la escuela, de manera que
En esa escuela empecé a hacer las cosas como las había M’ destaque la figura del Director como entidad superior.”^^
leído en los libros y com o las había visto en otras escuelas.
Una amiga mía, que dirigía la escuela República de México, Durante el primer año que yo fui directora, no obser­
tenía mucho material que le habían enviado de allá, de toda va- ninguna clase, sino al revés. Llamaba, por turno una vez
la reforma educativa y de la educación por el arte. Ella tam ­ |)or semana o por quincena, a cada una de las maestras y les
bién había viajado a Europa y había visitado en Suiza escue­ preguntaba cuáles eran los temas del día siguiente. Enton-
las muy diferentes de las nuestras. Gerarda Scolamieri se lla­ ( es les decía; “Muy bien, mañana la clase de historia, o de
m aba esta amiga que al volver del viaje había dado varias lengua o de lectura, la voy a dar yo. Usted despreocúpese”. Y
conferencias en el Consejo Escolar. En primer lugar, había llegaba yo a la escuela con material didáctico nuevo, prepa­
que romper con la rutina de una enseñanza donde el maes­ rado por mí, que luego quedaba para el uso de todos y da-
tro repetía y los chicos repetían lo que decía el maestro; ha­ I>a la clase, sin cartilla, hecha de preguntas a los alumnos que
bía que convertir a la escuela en un lugar donde se trabaja­ les perm itieran razonar, sacar conclusiones, escribir esas
ra todo el tiempo y para eso había que ganarse a las maestras . Iinclusiones en los cuadernos. Las clases de cualquier tema
y enseñarles a enseñar. En m i escuelita de Olaya no iba a ha­ tenían que servir para que al final de la hora escribieran sus
ber indisciplina, no porque íbamos a castigar más a los chi­ resúmenes propios en el cuaderno y para que leyeran siem-
cos sino porque los íbamos a tener entretenidos todo el día. |ire alguna lectura alusiva, que estuviera en el libro de lectu-

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ra o en otros libros. Las maestras observaban la clase y así do también para ellas. En esa escuela no se enseñaban las
aprendían que no tenían que recitar, que no tenían que m e­ li acciones si no se teman cubos partidos por la mitad, por
canizar, que tenían que pensar para cada tema una forma de cuartos y octavos, tablitas de diferentes tamaños y colores,
exposición propia, que tenían que saber usar las láminas, el rompecabezas, recortes. No se enseñaba el peso sin una ba-
pizarrón, el material didáctico, reagrupar a los chicos, sen­ lancita, ni las medidas de líquidos y áridos sin las botellitas
tarlos com o m ejor conviniese a la clase, sacarlos al patio si y las bolsitas de lona llenas de porotos o de granos de maíz.
allí podían hacer alguna observación o si necesitaba más es­ No se necesitaba pensar mucho para que estas cosas pare­
pacio para una actividad. Un chico entretenido es un chico cieran la única manera de enseñar. Com o ideas, aparecían
que aprende y un chico entretenido que aprende está en si­ hasta en los libros de lectura. Había una autora, a la que yo
lencio. seguía mucho, ia señora López de Nelson, que lo explicaba
Había que inventar el material didáctico, usar todo lo en un libro de los primeros cursos.
que pudiera conseguirse. Yo me había ido haciendo una co­
lección hermosa de postales de todo el mundo, con paisajes, “¡Qué lindo es medir!
edificios, costumbres y trajes típicos, obras de arte. Repartía Hoy hemos aprendido a usar el metro.
las postales entre todos los chicos, que muchas veces no ha­ La señorita nos repartió metros de distintas clases.
bían visto en toda su vida una cosa igual, y hacíamos clases Unos eran reglas rígidas. Otros eran de tela o de hule y
de descripción oral y escrita. Así aprendían lenguaje, redac­ podían arrollarse.
ción, expresión, geografía, costumbres. Aprendían las capi­ Otros los form aban diez varüUtas de madera unidas en­
tales de los países mirando las fotografías o los dibujos de tre sí, y podía doblarse.”^^
sus edificios más característicos. Lo m ism o con la Argenti­
na. Todos los chicos de esa escuela habían ido conmigo y sus Después yo también fui a Europa y vi escuelas en Sui­
maestras en excursión al Cabildo: allí habían aprendido la za, donde las aulas no eran los corralones de las escuelas ar­
Revolución de Mayo, y también habían ido en excursión al gentinas y donde cada chico trabajaba con sus materiales.
puerto, donde, desparramados sobre el empedrado de los Sin mapa no hay geografía, sin láminas no hay historia pa­
docks habían visto los granos de trigo y de maíz que la Ar­ tria ni historia natural, sin libros de cuentos o poesías no hay
gentina exportaba. Botánica aprendían porque cada chico, lenguaje. La escuelita de Olaya era humilde, me habían di-
desde primero inferior, era responsable de una plantita en i'ho en el Consejo Escolar, pero a lo largo de los años allí se
la propia escuela, latitas y macetas en los bordes del patio. Y enseñaba bien.
eso los obligaba a ser más cuidadosos y m enos salvajes en Llegué a esa escuela, que se había fundado el año ante­
los recreos. Esos chicos aprendían las superficies midiendo rior, en 1921. Justo en marzo de ese año el Consejo de Edu­
la escuela, las aulas y los pasillos y aplicando las fórmulas de cación había establecido una especie de ceremonia pública
geomclría de ios rectángulos; hacían problemas sobre cuán- que teníamos que cumplir todos los maestros, que jurába­
l(í podía costar reparar las baldosas del patio o las chapas del mos ante la bandera llevar a cabo nuestras tareas o algo por
Uxho. I.as maestras, al principio, pensaron que era una di­ destilo. El director o directora de la escuela, o algún inspec­
n-i tura dema.siado exigente, pero después se dieron cuenta tor dd Consejo, tomaba el juram ento y pronunciaba un dis­
de que ilt- osU* iTiodo era más fácil trabajar y menos aburri­ curso. Eran cosas que a m í no me parecían mal, por el con-

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trario. Se trataba de que los chicos, y los padres, vieran el .iiiliis sulm- la galería.''* Empezamos con cinco grados, pe­
modo en que una escuela estaba metida en el barrio y que ro dos anos después teníamos los grados com pletos y yo,
sus maestras estaban comprometidas con lo que hacían to­ hasta que deje la escuela, en 1936, llegué a tener quince
dos los días. Todavía había mucha maestra que no se daba maestras, dos vicedirectoras y varias profesoras de música,
cuenta de la im portancia de lo que estábamos haciendo, dibujo y labor a m i cargo. Ese año de 1921 pasó rápido, por­
mucha maestra rutinaria que no quería que le cambiaran su que llegué a la escuela a fin de setiembre. Apenas el tiem po
modo de enseñar. No sé si esa ceremonia tenía m ucho que para empezar a conocer el barrio antes de] fin de curso. Me
ver con el modo de enseñar, pero sí con la vocación con que dije: acá me voy a quedar, ya sabía yo que ésta era una es­
nos disponíamos a hacer las cosas.*® cuela chica, una escuelita pobre, ni com parar con las im ­
portantes del barrio, acá me quedo y vamos a ver cóm o se
“Acabáis de levantar la diestra, simbolizando el juramen­ hacen las cosas desde cero.
to solemne, por la Bandera de la Patria. El ademán sencillo y Antes de que empezaran las clases del año siguiente, yo
grave, que encarna el más sagrado compromiso de honor, ha sola, con el portero, un hom bre muy gaucho, que se daba
descripto en el aire una figura imborrable a través de los tiem­ mucha maña, decoramos la escuela. En esa época los libros
pos. [ ...] Se nos confía la niñez argentina para que formemos de lectura rara vez traían alguna ilustración en colores, pe­
con ella los ciudadanos que deben addar el honor de la Patria. ro sí una cantidad de viñetas a pluma, que con un poco de
Gravita sobre nosotros una gran responsabilidad. [ ...] Vivi­ habilidad se podían copiar agrandándolas. Yo sabía muy
mos en el país que abrió siempre, de par en par, sus puertas a bien, lo había aprendido en el taller de mi padre y luego cor­
todos los hombres de la tierra, y donde los pensamientos, a ve­ tando toda m i ropa y la de mis hermanos, cóm o se trans­
ces extraviados, tuvieron cabida en la prensa porque las ideas porta un molde de un tam año a otro. Llevé mis reglas y
son más Ubres que los pájaros. [...] Maestros, con la concien­ transportadores de madera y sobre papel calco hice decenas
cia tranquila, con la mente calma y serena debéis infiltrar en de guardas que luego coloreaba y pegaba sobre chapa de
el ánimo de los niños, los ideales más bellos de la vida; el há­ madera o sobre cartulina. Siempre fui hábil para las manua-
bito del trabajo; el amor a la verdad; el cariño por la justicia y iidades y me acompañaba un chico de m i barrio, también
sobre todo el principio del honor y por encima de todos los habilidoso para el dibujo, hijo de un vasco tambero, una fa­
ideales, por encima de todos los afectos, superiores a los mis­ milia enorme, todos espiritistas, de la que yo quería salvar
mos sentimientos filiales, el amor a algo más grande, más in­ un poco a ese chico porque me parecía que tenía condicio­
menso, más sagrado: El Amor a la Patria.” nes para otra cosa. Así copiamos en la última semana de va-
i aciones y mientras se hacía la inscripción (de paso yo apro­
A m í m e tocó hacer ese juramento en cuanto llegué a vechaba para conocer a mis maestras y hacerme ver por el
la escuelita de Olaya, com o directora, en 1921. Escuela nú­ barrio) varias viñetas alusivas.
mero 6, distrito escolar 7; dos casas simétricas con treinta Recuerdo tres muy bonitas: un libro abierto, sobre la
metros de fondo, cinco ventanas a la calle y una puerta en página izquierda una espiga de trigo, y, escrito en cursiva,
cada extremo de los lotes; al lado, una casa igual, que fun­ ■•obre la derecha: “Llevemos con la paz la educación a las po­
cionaba com o inquilinato. La escuela era pobre, dos patios bres tribus de los indios” (con esa lámina se podía empezar
chicos, con media galería de madera y las ventanas de las a enseñar a los chicos el tema de las razas diferentes, inclu-

38 39
so de las razas diferentes en la Argentina). Otra, im ahu mas Muchos motivos infantiles pueden ser ilustrados en escultura
complicada, tenía el Escudo nacional rodeado de ramas y con arte puro, como ser «Un lanzador de discos», «Los coris­
hojas sobre las que estaba parado un pájaro que sostenía con tas», de Robbia; «El San Jorge», «El pequeño San Juan», de
las patas un estandarte donde había escrito: “En esta tierra Donatello y toda su escuela; «El niño con el pájaro», de Piga-
hasta los pájaros son patriotas” (éste era el título de una lec­ lie; «El muchacho de los gansos», de Capítol; «El David», de
tura que podía dramatizarse para el acto del 25 de Mayo so­ Verrochio; éstos pueden ser alternados con fragmentos de fr i­
bre la necesidad universal de libertad). La tercera, que me sos del Partenón, bustos de grandes hombres, y estudios de ani­
dio m uchísimo trabajo, iba a servir para explicar profesio­ males desde los famosos leones asirios hasta aquellos de Cano-
nes y oficios y de qué modo todos eran necesarios para el va y Barye.”^°
desarrollo del país. Tenía una especie de altar, coronado por
un sol, en cuyo centro se leía la palabra Patria; del altar caían Aquél era un barrio pobre, con muchas familias que vi­
sobre los pliegues de la bandera o se apoyaban contra ella, vían en conventillos, medio amontonados todos en casas de
un yunque, una maza, un arado, una escuadra y un rollo de inquilinato con pasillos largos, piezas que daban a patios es­
planos. Así arreglamos un poco la escuela, para que no pa­ trechos, lugares sin luz donde se comía, se cocinaba, se tra­
reciera demasiado desmantelada. Yo c]uería que la escuela bajaba y se dormía, baños comunes, cocinas de brasero en
fuera más linda que las casas de donde salían los chicos, co­ la puerta de las piezas. Justo enfrente de la escuela había dos
mo me había pasado a mí cuando fui a la escuela grande de conventillos donde la gente era bastante pobre. Una vez, el
Belgrano. Por eso llevé también algunos cromos; unos gol- padre de un alumno me contó que no había juntado la pla­
fillos comiendo fruta de Murillo, una madonna de Rafael y ta para casarse en el templo de los judíos y que reunió a su
una gran fotografía, en blanco y negro, del Moisés de M i­ familia y a la de la novia en el patio del conventillo. Techos
guel Ángel. de cinc, terrazas de color ladrillo, el campanario de San Ber­
nardo y chimeneas, curtiembres pestilentes sobre Murillo,
“Mueve a compasión saber que nuestra población esco­ cafés judíos, com o el “Izm ir” de la calle Gurruchaga, o ta­
lar está totalmente privada de lo bello. No ve otra cosa que las bernas italianas; barrio también de costureras a destajo y de
paredes sucias del conventillo y ni ve cosas bellas ni tiene un boliches, mercerías, zapateros remendones; todavía en esos
juguete, ni recrea su espíritu siquiera con las gracias de un p a ­ años había un tam bo cerca de la calle Muñecas, y uno sen­
yaso. Es por eso que la escuela debe hacer obra en este sentido, tía olor a campo si, a falta de otra cosa que hacer, en prim a­
que si ¡o hace, trabaja en bien de su patria más de ¡o quepa- vera se venía caminando desde la Chacarita. Las calles eran
rece y en bien del pueblo que vive sediento de lo bello. ¡...I El de adoquín y arboladas, muchas tipas y plátanos, mucho po­
decorado escolar si se inicia ya, y si se le sabe dar el carácter trero y, aunque el barrio se estaba construyendo rápido, to ­
nacionalista artístico que debe caracterizarlo, llevará la primi­ davía podía ver la salida del sol cuando llegaba temprano a
cia, bien honrosa por cierto, de traernos a la vida de las tra­ la escuela, en primavera. Había allí un poco de todo: italia­
diciones que tan olvidadas tenemos. Gran cantidad de frisos, nos, algún vasco, sirios y bastantes judíos o rusos como les
fajos movibles, grandes telas, cuadros, láminas, esculturas, decían, todos muy pobres. No sé si eran religiosos; de eso yo
pueden y deben llevar un sello nacional cine evoque nuestros nunca me ocupé de averiguar en la escuela, pero algunos re­
orígenes, en la naturaleza, en los hombres y en las cosas. [...] ligiosos habría. Barrios así, de trabajo duro, yo conocía, me

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había criado en un descampado peor, adonde no llegaron Limpieza de los vestidos
hasta muy tarde los tranvías Lacroze, ni estaba tan cerca de
una calle de m ucho tránsito como Warnes. No había nada “Por más esmero que se tenga con la ropa, nunca es po­
allí que me resultara muy diferente de lo que había conoci­ sible impedir que se ensucie: de ahí la necesidad de limpiarla
do, excepto el hecho nuevo de que ésa iba a ser m i escuela. V lavarla.
Llegué y el primer día de clase vi a las madres de los chi­ No basta que estén limpias las piezas exteriores; también
cos, analfabetas, muchas vestidas casi como campesinas, con deben estarlo, y en prim er lugar, las ropas que se llevan inte­
el pañuelo caído hasta la mitad de la frente y las polleras an­ riormente, porque son las que reciben con el sudor los residuos
chas y largas. Algunas no hablaban español, eran ignorantes del cuerpo.
y se las notaba nerviosas porque seguramente era la primera Mientras más caluroso sea el tiempo, más seguido deben
vez que salían para ir a un lugar público argentino, a un lu­ 'igr cambiadas y lavadas esas piezas.
gar importante, donde se les pedían datos sobre los chicos y El desaseo en el cuerpo como en los vestidos, es causa ori­
papeles. Estas madres, muy tímidas, muy calladas, dejaban a ginaria de numerosas enfermedades, que podemos evitar fá ­
sus hijos en la puerta. Los primeros años que dirigí esa escue­ cilmente con agua y jabón.
la tenía un chico extranjero cada diez chicos argentinos, más Además conviene tener presente que nuestro aseo no só­
o menos; pero muchos de esos chicos argentinos también lo debe comprender el cuerpo y los vestidos, sino las habitacio­
eran hijos de extranjeros y no escuchaban palabra de español nes, los útiles que usamos y cuanto nos rodea.”^^
en la casa, sobre todo si eran niñas y se habían criado de puer­
tas adentro.21 Esos chicos no parecían muy limpios, con el pe­ Ese prim er día, los chicos entraron a clase y yo salí de
lo pegoteado, los cuellos sucios, las uñas negras. Yo me dije, la escuela. Busqué una peluquería, me acuerdo perfectamen­
esta escuela se me va a llenar de piojos. Lo primero que hay te de que el dueño se llamaba don Miguel y le pedí que con
que enseñarles a estos chicos es higiene. todos sus útiles de trabajo m e acompañara a la escuela, que
yo me hacía cargo de la mañana que iba a perder allí. En el
Seamos aseados. El lavado de la cabeza segundo recreo, cuando los chicos estaban todos en el patio,
empecé a elegirlos uno por uno. Los hice form ar a un cos­
[Ilustración: un niño descalzo, en camisa, frente a un to­ tado y esperé que tocara la campana y los demás entraran a
cador, sobre el que hay una palangana, una jarra, una jabo­ las aulas. No me acuerdo qué les dije a las maestras. Era un
nera; en el piso, al costado, un balde, otra jarra y un toallero. día radiante. Le expliqué al peluquero que quería que les
Es obviamente el dormitorio de una casa sin agua corriente.] cortara el pelo a todos los chicos que habían quedado en el
“Primeramente preparo: el agua, el jabón, la palangana patio, que el trabajo se hacía bajo mi responsabilidad y que
y la toalla. '.e lo iba a pagar yo misma. Don Miguel trajo una silla de la
Luego me jabono bien la cabeza. portería, la puso a un costado, a la sombra, e hizo pasar al
Después de varios enjuagues, la seco. Por último, me ali­ primer chico. Tenían un susto terrible. Yo les dije entonces
so el cabello y me peino. que esa escuela iba a ser la escuela modelo del barrio, que
Debemos lavarnos con frecuencia la cabeza.”^^ teníamos que cuidarla mucho, mantenerla limpia, tanto las
aulas como los corredores y los baños. Y que, en primer lu-

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I

gar, todos nosotros debíamos venir limpios y prolijos a la es­ hacen”. Pero m esas madres ni esos chicos sabían nada de hi­
cuela y que lo primero que teníamos que tener prolijo era la giene y la escuela era el único lugar donde podían aprender
cabeza porque allí andaban bichos muy asquerosos, que po­ illgo. Un patio lleno de mechones rubios y morochos es una
dían traerles enfermedades. licción práctica.
El peluquero me miraba; el portero, parado a mi lado, A esos chicos de mi escuelita había que enseñarles con
ya había traído el escobillón. Todo estaba listo. En media ho­ basas prácticas y materiales. Siempre creí que las cosas en-
ra, los chicos estaban todos tusados. Una pelusa fina flota­ tían por los ojos. Las lecciones que yo quería que dieran mis
ba sobre el patio, una pelusita dorada o m arrón o negra, de maestras tenían que ser lecciones prácticas: la botánica se
m echones que caían al piso y se separaban con el viento. iprende viendo crecer las plantas; la instrucción cívica, eli­
Don Miguel trabajaba rápido, aplicando la máquina cero a giendo al m ejor compañero para el premio de fin de año, y
los cogotes y alrededor de las orejas, envolviendo a cada chi­ iligiendo al monitor, en lugar de que fuera nombrado a de­
co, con un movimiento de torero, en una gran toalla blanca do por la maestra. Hacíamos elecciones después del primer
que después sacudía frente al escobillón del portero. Cuan­ mes de clases: un bibliotecario por aula, un monitor, un en­
do terminaba con un chico, le daba una palmada en el hom ­ cargado de los aparatos y objetos que se usaban, un jefe de
bro, yo me acercaba y lo llevaba hasta su salón de clase. Des­ /fila para las formaciones de la entrada y la salida y para los
pués volvía al patio. Los varones ya estaban listos. A las desfiles.
mujeres, después que despedí al peluquero, les ordené que Después, cuando, en 1928, visité en Europa las escue­
se soltaran las trenzas y les expliqué cómo debían pasarse un las Montessori, vi que yo había estado haciendo cosas pare­
peine fino todas las noches y todas las mañanas. La pelusa cidas: trabajo en grupo, chicos ocupados todo el día, buena
flotaba sobre las baldosas al sol. luz y ventilación en las aulas, maestras activas que se pasea­
En el recreo siguiente, relucían las cabezas rapaditas y ban entre los chicos en lugar de quedarse sentadas en el es­
a los chicos se les había pasado el susto. Todos iban a recor­ critorio como momias, lecciones de cosas y de objetos. Eso
dar cóm o los mechones de pelo daban vueltas como pom ­ era lo que yo entendía por escuela activa. Los chicos de mi
pones esponjosos y huecos sobre las baldosas del patio, al escuela no servían para escuchar discursos de las maestras,
sol, mientras el portero los barría y los chicos pegaban gri- que además éstas se aprendían de memoria; no estaban pa­
titos. Después, las maestras m e dijeron que nunca habían ra contestar preguntas de catecismo. Cuando se empezó a
visto ni escuchado una cosa así. Alguna madre vino al día hablar de escuela activa, yo dije: ésta es la mía.^'*
siguiente, muy pocas. Todas creían que sí los chicos se lava­ En 1920 se había celebrado el centenario de la muerte
ban la cabeza se resfriaban. Les expliqué que no era así y que, de Belgrano y todas las escuelas de Buenos Aires se habían
en esa escuela, yo quería chicos de pelo bien corto y niñas reunido en la Plaza de Mayo, dando la espalda a la Casa de
de trenzas hechas y deshechas todos los días. Nunca más tu­ Gobierno, formadas, con sus abanderados, frente a la esta­
ve que llevar a don Miguel al patio. Los rapaditos les ense­ tua del prócer. Y en cada una de las escuelas se había hecho
ñaron a los demás que era más cómodo y más despejado te­ el juram ento a la bandera, recordando que el nom bre de
ner el pelo cortísimo. Cuando lo conté en m i casa, durante Belgrano quedaba unido, por las escuelas que fundó en las
el almuerzo, un hermano mío, que ya era abogado, me dijo: provincias del Norte, a la enseñanza pública en la Argenti-
“Sos una audaz. Te podés m eter en un lío. Esas cosas no se na.25 Con motivo del aniversario patrio, al año siguiente, el

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Consejo de Educación dispuso que se realizara un desfile de ' Guardé las cajas en la dirección y, en la reunión semanal con
alumnos, el 23 de mayo, a la hora del sol, entre la calle Sáenz ; l i s maestras, les expliqué cuál era mi idea.
Peña hasta la Plaza de Mayo. Fue un espectáculo im ponen­ Una cinta para el pelo era un lujo para muchas de esas
te, porque estaban representaciones de todas las escuelas de chicas, el taffetas, los colores, el cuidado con que estaban co-
la Capital, los territorios nacionales y las provincias. Cada lldas y sufiladas. Les dije a las maestras: “Este año, el 25 de
escuela llevaba una delegación de un alumno por cada cin­ mayo vamos a repartir las cintas y los m oños a todos los
cuenta inscriptos, encabezada por su bandera y por un car­ llu m n o s”. Y así fue. Esa mañana los chicos se prepararon,
tel donde se leía el número total de alumnos. Desfilamos du­ por primera vez, especialmente: cada una de las niñas se pu­
rante más de una hora, frente al palco, donde estaba el lo su cinta celeste y blanca en la cabeza y cada uno de los va­
presidente Yrigoyen y las autoridades de Educación; había rones, su m oño al cuello. Después salimos de la escuela pa-
varias bandas de música y miles de chicos cantaron el H im ­ ; ra ir al acto, que fue en la plaza de Belgrano, junto a la iglesia
no y el Canto a la Bandera.^® , redonda.
En 1922, el segundo año que yo dirigía la escuela, pen­ De lejos nos vieron llegar, bien formados y en orden,
sé que, com o escuela nueva, debíamos hacer algo que nos con los abanderados al frente y las maestras vigilando las fi­
distinguiera. De m i sueldo, porque no había otra plata dis­ las, jóvenes y discretas. Desde ese 25 de Mayo, fuimos cono­
ponible, compré metros y metros de taffetas blanca y celes­ cidos en todo el distrito por los colores argentinos de las vin­
te. Había que coserla uniendo los dos colores de manera tal chas y los m oños. Decía la gente: ¡Allí viene la escuela de
que se formara una larga cinta argentina. Por suerte, en ca­ Olaya! ¡Ésa es la escuelita de la calle Olaya!
sa no faltaba una máquina de coser buena y yo sabía usarla
como la mejor. Era una de esas viejas Singer a pedal, de ga­ Para todos los hombres del mundo
binete laqueado e incrustaciones de marquetería. Me pasé
varias noches, con mamá, que sostenía la tela a la salida del “— Tío Carlos, ¿quieres que te cuente una cosa?
pretil de la máquina. Un trabajo prolijo y bien hecho por­ — Veamos de qué se trata.
que las cintas tenían que poder verse de ambos lados. Des­ —Antes prométeme no decir nada a nadie, ¿sabes? se tra­
pués corté tantas cintas, de unos quince centímetros de an­ ta de un secreto.
cho y el largo necesario, com o niñas y varones tenía en la — Convenido.
escuela: iban a ser vinchas para las niñas y m oños para el —¿Conoces a Luisa, mi compañera de clase?
cuello de los varones, la primera cinta que iban a tener m u­ —La conozco.
chos de esos chicos, por supuesto. Con cartón hice varias ca­ — Su papá es italiano.
jas grandes donde las cintas se guardaron planchadas y nue- — Y ¿qué hay con eso?
vitas. Me llevé todo eso a la escuela. Sobre las tapas de las —¿Te parece poco?
cajas, pegué una inscripción. En la caja de las cintas para los —Lo había sospechado por el apellido de la niña; pero
varones, decía; “El ave ama su nido, el león su cueva, el sal­ me río porque lo dices con tanta reserva y exiges que no lo
vaje su rancho y su bosque; el hom bre civilizado a su patria”. cuente a nadie.
En la caja de las niñas: “Quien contemple una vez la bande­ —Es que ella no quiere que se sepa la nacionalidad de su
ra, argentino o extranjero, la admira y quiere com o j o ”P padre.

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—No veo el motivo, mi buena Josefina. y que las rnaest.ras llevan a la práctica de las maneras a veces
—Dice que quizás las otras niñas del colegio la quieran mas extremas: la escuela debía enseñar lo que no se apren­
menos por eso. día en las familias, y en este caso se trataba de valores igual-
—Pero ¿está loca tu amiguita?¿Acaso ha oído alguna vez menlc fundamentales para la época, el aseo personal, que se
que los argentinos tengamos otra cosa que cariño a los extran­ vincula con un ordenamiento programado de los cuerpos y
jeros que lo merecen, se entiende? un ideal de respetabilidad cultural y material, por una par­
—E lla dice que como todas las chicas de la escuela son te; el patriotismo como núcleo de identificación colectiva,
tan patriotas... por la otra, que instala a los sujetos en una escena nacional.
— ¡Patriotas! ¡patriotas! Y ¿quién ha dicho que son bue­ Quien cuenta esta historia, Rosa del Río, fue, como los
nos patriotas los que sólo reconocen méritos en aquellos que chicos de la escuelita de la calle Olaya, una chica pobre, hi­
han nacido en su tierra?Mira, cuando le vuelva a tlccir seme­ ja de inmigrantes, extraída por esa operación cultural que
jante tontería, dile que no tema (¡tic un verdadero ¡irgcnliiio fue el normalismo de las filas de las operarías futuras, de las
deje de amar y respetar a su padre por el inciv hecho de ser ex­ potenciales costureras, para formarse com o maestra en la
tranjero. última década del siglo pasado. Frente a la pobreza sim bó­
—Algo así le había dicho yo, ¡mes me parecía que hubie­ lica de su hogar, donde los padres se resistían sordamente a
ra sido injusto hacerla a un bulo por ser hija ile exlranjeros. hablar de sus orígenes extranjeros y, más aún, se em peña­
^- ¡ tile, tpicrida sola iiia, tjiie todo aiyeiiihio i¡ue ama sin- ban en disimularlos, ella encontró en la escuela un mundo
eeraiiiente a su patria agnidct e a los esinmjeios ipie vengan a de relativa abundancia simbólica.
liahiiiai pí’i sil piogieso, i* dile (atithleii que nuestro corazón Estamos hablando de la década de 1890 y de un hogar
csiaiii sieiiipie aluei lo, i uiiio lo cshi iiiiesiia llena, para todos adonde no llegaban habitualm ente los diarios, no se leían
los hoiiiPii-s di l iiiandis lioiiuiilos hilhii iivos, que quieran ve­ revistas ni se iba al teatro y donde aquellos elementos de la
na (I hahiiai >1 •.iit-la lueeatitio."''' cultura de origen de los padres estaban asociados a la penu­
ria, el choque inm igratorio y los esfuerzos para adaptarse
exitosamente a las costumbres locales a las que, al mismo
1 f 1 I O I ,t 1 tiempo, no dejaba de considerárselas extrañas. No había en
. I ! !-j Mo lio I I % I , \ I A 1 i' la ideología de esos inmigrantes, que por otra parte form a­
ban un m atrimonio mixto en el cual se neutralizaban el ori­
1 ><)•. lio Ihc, Miii'.iil.iH's unk'uan, a mi paivicr, esta his- gen italiano y el español, los elementos de firme orgullo de
i"ii.i Aiiihn*. ho lid-, lii-neii ah',o tic cxecpcional aunque no origen que permitieran a sus hijos instalarse en una identi­
til iiii|>if\ isihlf M pi lUifio, que se anuncia destie el princi­ dad menos fabricada que la que imponía la educación pú­
pio lil i lehiiti, t-, lo que yo llamaría la “gran escena" del ra­ blica. Aunque las asociaciones italianas desarrollaban una
pado de las ralie/as. Id sci'undo es su corolario estético; los fuerte acción cultural, tan expansiva que alarmó a la elite
monos que adoi iian a los chicos de la escuela pobre de las criolla, el multiculturalismo no era un programa difundido
OI illas lie Villa i '.lespo en la licsla cívica del 25 de Mayo. Am ­ entre las masas inmigratorias a fines del siglo pasado.-®
ito?. Ikh bus están unidos por el hilo, no demasiado secreto, En consecuencia, la escuela pública llenaba un supues­
de un imai'inariu eilucalivo implantado por el normalismo to vacío simbólico proporcionando todos los elementos cul-

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turaJes valorables. Para Rosa del Río, como para sus tres her­ I iillui-ales en el sealido más estricto y elemental del térm i­
manos y cuatro hermanas (que no fueron seguramente una no; desde el juego auditivo de una rima a la música de una
excepción en la ciudad de Buenos Aires), la cultura era un canción patriótica incantable pero en la que sonaba el ins-
capital a adquirir y no un conjunto de valores que debían Iruínenlo musical más prestigioso y materialmente inacce­
ser desenterrados del pasado paterno o de las estrategias de sible para un pobre: el piano; desde una pizarra y tizas al li­
la vida cotidiana. A diferencia de otros hijos de italianos, que bro de lectura que era el primer libro y a veces el único en
encontraban en la lengua de sus padres un tesoro de aven­ :una casa de artesano inmigrante; y, redoblada por la hum i­
turas, de poemas y de mitos (tal como lo ha reconstruido la llación de la diferencia, modelos de ropas y com portamien­
literatura últimamentej^o, los hijos de Manuel del Río y de to que las niñas pobres envidiaban y aprendían, a fuerza de
Ernesta Boiocchi fueron a la escuela para descubrir allí las sentirse diferentes, de las niñas que venían de familias más
historias, los mitos y las leyendas que, casi al mismo tiem ­ prósperas. En una casa adonde no llegaban revistas de m o­
po, estaban siendo inventadas como pedagogía de masas pa­ da, las modas que usaban las maestras, sus sombreros, sus
ra adoctrinar en la nacionalidad a esos centenares de miles carteras y sus guantes era el non plus ultra de la elegancia.
de nuevos argentinos. Eran épocas en que la posesión de un crom o que reprodu­
La escuela era atractiva incluso cuando disciplinaba, jera un cuadro clásico se consideraba no sólo un signo de
nos dice el relato de Rosa del Río. Al principio su atractivo abundancia material sino tam bién de cultura y refinamien­
consistía en una mayor abundancia simbólica si se la com ­ to. El umbral entre la privación y el consumo era bien an­
paraba con la estrechez de la casa: mapas, dibujos, pizarro­ gosto.^'
nes, papel, algunos libros, tizas y lápices para dibujar, poe­ El imaginario de esta maestra se form a en un marco
mas fáciles y repetitivos pero que ocupaban el lugar de otros institucional fuertemente voluntarista en sus operaciones de
poemas ausentes de la m em oria, historias esquemáticas, imposición de una cultura. Es ciertamente patético, pero esa
siempre iguales, pero que de todas formas hablaban de co­ chica, en 1890, no conoce un lugar culturalmente más po­
sas bastante más divertidas, por su patente exotismo, que las blado que el escenario de una escuela en Belgrano. Y no co­
de la vida cotidiana. noce otras puestas en escena que las del carnaval pobrísimo
Y cuando digo “papeles y lápices” estoy mencionando de su barrio de origen (al cual seguramente sus padres m i­
recursos tan elemeiilales que boy parece inverosímil que se raban con la desconfianza de quien quiere ser rápidamente
los ideiililiqiie io n io rl ini.íii de una fuerte atracción que respetable y por lo tanto intensamente laborioso) y las de las
lima el jiii'SHi y el apien<li/.i|e. Hii la casa de los Del Río no fiestas patrióticas, cuyos rituales tempranos proponían no
li.ibi.i olio-. pa|ielf. que los de los moldes del padre sastre, sólo una idea de la nación sino tam bién un modelo de fes­
ni olios lapa es que aquellos ton que se Iransporlaba el cor- tejo aceptable. En la escuda no sólo aprende a leer, sino a
le (le lilla luaiif.a desde el molde al patio, o la piedra de tiza imitar, forzada y penosamente, los modales de sus maestras
paia Ulan ai los ilelei los en l,i primera prueba a los clientes. y de sus compañeras más favorecidas por la fortuna. Allí, y
Im esa t asa, nalui alíñente, no entraban medios de comuni- en los libros de lectura, se entera de la existencia de niñas
s at ion i|iie. por otra parle, en esc momento del fin de siglo que comen bom bones y de maestras que aprecian un ramo
eran solo medios de i omunicación escritos. Lo que la escue­ de flores o una partitura.^ El modelo de cultura al que se
la proporcionaba, entonces, era un inventario de materiales incorpora implica una separación y un corte respecto del

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barrio y de Ja casa: es probable que se lw)'.i petilídu m utho .li.tíiamenle exitoso del aparato más eficaz montado en la
en este cam ino, pero tam bién es difícil decidir si Rusa dd Al geiilina moderna, remunerado, por otra parte, de un mo-
Río estaba o no equivocada cuando pensaba que había ga­ . Ii. rdal ivamente abundante si se piensa en las otras posibi­
nado tanto. lidades laborales que estaban en el horizonte antes de entrar
El entusiasmo con que la ideología educativa rapta la ,1 I4 Irscuela Normal. La escuela era, y lo fue durante varias
voluntad de Rosa del Río tiene que ver con todo esto. La au­ •li-eadas siguientes a la de su form ación, un lugar pleno, so-
sencia de rebeldía y de crítica frente a los rituales escolares, bi i>el que debatían los intelectuales y el eco de esos debates
primero como alumna y luego como maestra, se explica en llegaba a la escuela real filtrado por algunos órganos escri-
la trayectoria exitosa que esos rituales prometen a quienes Ios tremendamente eficaces (basta recorrer, com o lo he he-
los acepten. La facilidad con que la ideología escolar se im ­ liio para seguir el lado oficial de la historia de Rosa del Río,
planta en sujetos com o los herm anos Del R ío (porque la ios números mensuales del increíble Monitor de la Educa-
historia de Rosa duplica anticipadamente a la del resto de <¡on Común publicado por el Consejo Nacional de Educa-
su familia) se sustenta en la debilidad de otras marcas cul­ I nin, y el dictado de “conferencias pedagógicas” a las que,
turales anteriores a la escuda o en competencia con ella. La (lur el Reglamento General para Escuelas de Capital Federal
adaptación fulm inante a la escuela se realiza en ausencia de y Territorios Nacionales los docentes debían asistir).^-^
otros discursos, com o son hoy los de los medios de com u­ De manera casi demasiado acabada, Rosa del Río es
nicación de masas, que compiten con ella. Y también en au­ portadora déla ideología escolar en todos sus m aticesy con-
sencia o retroceso de la cultura inmigratoria de origen, que I radicciones: laica, a veces cientificista, otras espiritualista,
era disimulada o sincretizada para lograr rápida y eficaz­ patriótica, democratista e igualitaria y al mismo tiempo au­
mente la integración. Todo conspiraba, en aquel fin del si­ toritaria frente a cualquier m anifestación de la diferencia
glo X IX y en la ciudad de Buenos Aires, contra los ideales cultural que debía ser absorbida en el poderoso imaginario
de variedad cultural a la cual somos afectos en este nuevo del trabajo, la respetabilidad, la familia y la nación.
fin de siglo. La escuela era, por otra parte, un lugar donde la mujer
La escuela era una máquina de im posición de identi­ se emancipaba. Aunque excluidas de la ciudadanía, esas
dades, pero tam bién extendía un pasaporte a condiciones maestras de las primeras décadas de este siglo habían encon­
mejores de existencia: entre la independencia cultural res­ trado en el paradigma pedagógico no sólo la realización cul­
pecto del Estado y convertirse en servidor del proyecto cul­ tural persona] (que difícilmente encontraran en otra parte
tural de ese mismo Estado, quedaban pocas posibilidades de si pertenecían a los sectores bajos) sino también un trabajo
elección. Rosa del Río ve a la escuela como una realidad (la socialmente prestigioso que las colocaba en un ámbito don­
de la escena simbólica más rica) y como una promesa (la de de las mujeres podían llegar a posiciones intermedias de di­
un trabajo m ejor remunerado, más prestigioso y más livia­ rección. Aunque la mayoría de los inspectores de escuelas
no que el que iba a realizar si seguía como oficiala en el ta­ eran hombres (sólo hay una m ujer entre ellos en 1921) y to­
ller de su padre). dos los m iem bros del Consejo de Educación tam bién, los
Su historia es, entonces, la de alguien que se convierte cargos de directoras de escuelas primarias podían recaer en
en fracción dominada de la dase dominante para emplear mujeres que de pronto pasaban a form ar parte de una m i­
la fórmula ya clásica de Fierre Bourdieu. Será m iembro me- noría que, en 1921 en la ciudad de Buenos Aires, estaba for-

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mada por unos pocos cientos de personas entre directores y le años después sucedería con cientos de miles en la Europa
vicedirectores de escuelas públicas. dominada por el nazismo. Los rapaditos de la escuela de
La curva de ascenso (y no me refiero a términos eco­ Olaya no protestaron por dos razones. La primera es por­
nóm icos solamente, aunque ellos no dejan de tener im por­ que la autoridad de la escuela parecía inapelable a esas fa­
tancia si se piensa que en 1921 una directora de escuela ga­ milias no demasiado seguras de sus derechos, en ausencia
naba entre quinientos y seiscientos pesos, contra los mil de instituciones societales que canalizaran la crítica o el m a­
pesos de un inspector general)^'* era tan espectacular como lestar.-’ ^ La segunda, porque la invasión de la privacidad de
aparentemente sencilla. Estaba, al mismo tiempo, el circui­ los cuerpos, perpetrada por esa alianza de portero, peluque­
to de conferencias en los Consejos Escolares, las visitas de ro y directora de escuela, no podía ser vista entonces del m o­
personalidades públicas a las escuelas, la lectura de una m a­ do en que nos escandaliza hoy.
sa de escritos, desde El Monitor hasta la revista La Obra, que Desde afuera, la acción podía ser considerada audaz (su
reforzaban las costumbres escolares al m ismo tiempo que protagonista recuerda que el hermano abogado le indica que
comunicaban novedades de modo permanente (en los años esas cosas no debían hacerse) pero su sentido hay que buscar­
veinte, El Monitor tiene una sección estable de resumen de lo también en el marco de una escuela que cn.senaba los prin­
libros, revistas o experiencias educativas europeas y nortea­ cipios de higiene como exteriorización física de las eualida
m ericanas), en un ámbito que aunque se desenvolvía sobre des morales. Ser limpio y ser aceptable moralmeiile eran dos
la base de la repetición recibía el reflejo de una cierta m o­ conceptos que la escuela mezclaba desde los libros lie lee tura
dernidad e incluso de una actualidad cosmopolita. a las revistas para maestros. Esa simbiosis (que no era ajena a
Para decirlo muy rápidamente, en un barrio y en una los principios de un higienismo “vulgar ) era parte de una
familia como los de Rosa del Río, ser maestra primero y lue­ cultura difusa y difundida en la que salud, limpieza, dignidad
go directora era alcanzar una independencia material y sim­ social, simpatía y rectitud moral quedaban trenzadas de un
bólica envidiable en el marco de la respetabilidad. La escue­ modo bastante simple pero indiscernible. “¡Qué antipáticas
la tenía aura. Todo esto hace más fácil entender la ausencia son las personas sucias!”, se podía leer en 1901 en El libro del
de fisuras en los dos actos capitales de la historia escolar y escolar, de Pablo Pizzurno, donde muchas lecturas parecen di­
laboral de Rosa del Río: el día de las cabezas rapadas y el día rigidas, pese a las ilustraciones que muestran una holgura me­
de los m oños argentinos. dio-burguesa, a niños a quienes en sus casas nadie les ha en­
En efecto, la “gran escena” de las cabezas rapadas pue­ señado ni siquiera a lavarse las manos.
de ser leída en términos de la realización práctica de un blo­ Los rapaditos de la escuela de Olaya recibieron una lec­
que sólido de ideas y prejuicios: racismo, higienismo autori­ ción práctica, agresivamente activa, impartida en un marco
tario, ausencia de todo respeto por la integridad y privacidad que era al mismo tiempo autorizado y autoritario. M ejor di­
de los alumnos que el Estado y las familias le habían confia­ cho, que podía llegar a intromisiones autoritarias sin con­
do esa misma mañana del prim er día de clase. Sin embargo, secuencias mayores poi'qiie estaba previamente autorizado
creo que esa lectura perdería mucho, si se detiene allí o si só­ socialmente. Las madres de los rapaditos no protestaron, co­
lo busca la alegoiía siniestra de un puñado de chicos, pro­ mo tampoco protestaron las de las niñas a las cuales se obli­
bablem ente varios judíos, sometidos a que les pasaran la gó a deshacer sus trenzas en el patio de la escuela, en públi­
maquinita de rapar a cero por sus cráneos, como casi veiii- co, frente a la mirada y la acción docente de una directora.

54 55
A los rapaditos se les pasó el cepillo tic acero, alej-oricu, 1..1S cintas para vinchas y moños fueron, desde que des­
de una escuela que era tremendamente eficaz y que, todavía punto la itlea, cintas celestes y blancas.^* La escuela debía
en los años veinte, seguía siendo un lugar simbólicamente ri­ mostrarse en público de un modo que compensara la po-
co, como lo había sido para las maestras formadas en el fin hreza de la barriada de origen y esas ocasiones eran invaria-
de siglo. Hoy la anécdota puede ser leída en térm inos del hlcmenle de tono patriótico. El Consejo Nacional de Edu­
racismo inconsciente pero poco encubierto que exigía la in­ cación se especializaba en estas puestas en escena cívicas y,
tervención sanitaria y uniformadora. Su protagonista, se­ el año 1921, había tenido además para ese Consejo, presidi­
guramente, no hubiera entendido esa hipótesis de lectura. do por Ángel Gallardo, un claro sentido propagandístico de
Para ella, la violencia escolar tenía que ver con la palmeta y lo realizado durante cinco años. Precisam ente, cuando El
el puntero, con los castigos corporales y la intolerancia fren­ Monitor comenta el acto que Rosa del Río tam bién recuer­
te a las dificultades de aprendizaje. Ésas eran las prácticas da y (admítase la suposición) está en el origen de los moños
que la escuela activa, de la que formaba parte de manera se- cele.stes y blancos de los escolares de la calle Olaya, se subra­
miintuitiva y semirrazonada, debía desterrar al museo de ya sin disimulo el crecimiento en dotación y personal edu­
las barbaridades pedagógicas. Lo otro era simplemente una cativo logrado durante el gobierno del presidente Yrigoyen
intervención práctica a la que no se le atribuía dimensión ante quien desfilaron las escuelas, con carteles donde se leía,
ideológica y de la que se esperaba resultasen consecuencias si se los sumaba, el número de inscriptos en los estableci­
morales positivas. Ninguno de los implicados era conscien­ mientos primarios de todo el país. Esta aritm ética patrióti­
te de la fuerza brutal que se había ejercido en el patio de esa ca y política había sido m inuciosam ente indicada por el
escuela sobre chicos que no podían protestar porque esa pro­ Consejo de Educación a las escuelas.
testa quedaba fuera de sus posibilidades culturales. La cuestión del nacionalism o en la escuela argentina
La inaiiana de las cintas argentinas es d otro gran acto está suficientemente estudiada.^^ Quiero agregar solamente
de esta repiv.senlación escolar protagonizada por Rosa del algo a lo ya dicho. En el caso de este episodio, el nacionalis­
Río. ( larece de la cualidad fueric e intrusiva del episodio de mo se une con otros dos valores que no siempre venían ju n ­
los rapmlilus, pero tanulensa también, cu un hecho que só­ tos aunque su unión fuera un ideal de las autoridades edu­
lo en .ip.ii'ieiK ia es tiecoralivo, la íuer/a homogeneizadora cativas: el decoro en la presentación personal y la decoración
de la est líela. <ái.iiulo Ro.s.i del Rio pensé) en dar a los chi- estética de la vida cotidiana. La escuela que Rosa del Río te­
<UN d e su e N uid.i objiio.s que pertenecían a un mundo más nía en la cabeza, juntaba estos valores que ella había descu­
lii)oso (las I ¡Illas tie íajfelas lo eran de modo muy claro, in­ bierto treinta años antes en su propia escuela primaria y en
cluso para ella uiisina; estamos reconstruyendo un mundo la Normal. Hay un ideal estético que duplica otros ideales
i|ue no estaba alrave.sado de punta a punta por el consumo escolares, un ideal de embellecimiento de la vida cotidiana
real o imaginario de bienes materiales y, en ese mundo, una que puede alcanzarse a través de intervenciones poco cos­
linda cinta para atarse el pelo era verdaderamente un rega­ tosas, recatadas desde el punto de vista de la exhibición de
lo), esa idea apareció unida a la celebración de la nacionali­ medios económicos, dignas y, sobre todo, no superfluas. De
dad. Podría haber surgido referida a una fiesta escolar no allí que ese ideal estético se desarrolle tan plenamente en el
patriótica de fin de curso, a un paseo, a un sistema de re­ embellecimiento de los símbolos nacionales y de las puestas
compensas materiales. Sin embargo, no fue así. en escena nacionalistas. Así el sentimiento de nacionalidad

56 57
anclaba no sólo en las lecciones de historia sino también en iii.stituciones públicas, la historia de Rosa del Río permite pen-
las “lecciones de cosas” .sai- olra.s historias de las tres primeras décadas de este siglo, un
Exageradamente, entusiastamente, Rosa del Río es un momento en que el Estado es activo y audaz en la configura­
producto del normalismo y de la escuela pública: un robot ción de una cultura común, unificada y poco respetuosa de los
estatal, podría decirse, identificado poco críticam ente con pluralismos, pero, al mismo tiempo, instrumento eficaz en la
los objetivos de la institución de la que formaba parte y que incorporación a la ciudadanía y al mundo del trabajo, cuan­
le había permitido a ella misma recorrer un camino exito­ do los medios de comunicación emergentes (y hegemoniza-
so. De su discurso y de su práctica está ausente toda alter­ dos aún por el estilo de la prensa escrita) no habían plantea­
nativa que no se ajustara a la ideología escolar media. Des­ do al Estado el desafío que le plantearían décadas después ni
confía de las posibilidades de la sociedad de gestionarse a sí liabían todavía comenzado a soñar que podrían desplazarlo
misma y de las políticas educacionales que desborden el como agente de identidad y cultura.
marco de la escuela. Para ella, la escuela es (y debe seguir Insensible a la diferencia aunque ella misma hubiera
siendo) un ámbito cerrado y autoabastccido, donde debe at ravesado la humillación de ser diferente, Rosa del Río pen­
mantenerse una relación entre niaeslms y alumnos que des­ só que debía garantizar a los chicos de su escuelita por lo
place, reforme o reemplace a las relaciones t)ue el hogar o el m enos aquello que ella había recibido: un ideal de decoro
barrio instalaban entre los individuos. Para ella, la escuela medio en la vida, principios firmes de adscripción a una na­
es un mundo más rico y m ejor (¡ue el tle otras instituciones cionalidad a través de rituales hiperactuados, alfabetización
sociales: el hogar del>e .ipiciider tle la escuela y, en todo ca­
y una relativa apertura al mundo de la cultura. Éste era to­
so, debe permaijcciT (iiei.i de ella. Hs.i lialn'a .sido su historia
do el programa: tan unificador como parecía necesario to ­
en la Escuela Noi in.il y era la lnsN»rt.i t|iie ella trairsportó a
davía en la década del veinte, tan firme como lo perm itie­
sus escuelas duiani»- iiemta anos.
ran los antecedentes sociales de sus alumnos, tan repetido
Robot estatal: Rosa d«*l Rio pensó í|iie había cumplido las
com o para asegurar su captación incluso por los más resis­
tareas para las <|iie se l.i lubi.i ilesij>uadn, sin poner nunca en
tentes o los más atrasados.
cuestión su couleuulo v valoies, Ke.ili/at itíii exilo.sa ilcla ideo­
logía escolar, e;. la idetilo}*ia la habi(«Moii los lellejos de un sen­
tido común t OI isi mil lo desde la inf.iin ia en el marco de insti­
N otas
tuciones que ei.iit. a mi ve/, liemendainenle efectivas. Leer en
paralelo El Maiiinn ilr hs lülinnaini (Ámiaii, publicado men-
1 Luis F. Mantilla, Libro de lectura Número 1, París, Garnier.
sualmenle por el <amsejo Nai ion.il tie l•(lul ación, implica se­ He consultado más de cien libros de lectura de la época. Sobre los
guir, paso a paso, la prodiHcioii iiislilm ioiial ilel discurso que libros de lectura, véase: Cecilia Bravslavsky, “Los usos de la edu­
Rosa del Río enuncia en su vensíón cotidiana. Y esto habla de cación argentina con especial referencia a los libros de texto para
la eficacia dcl Estado (algo que parece singularmente increíble las escuelas primarias (1853-1916)”, Flacso-GEI, 1992.
hoy) y de la fijeza con que el listado modelaba a los servidores 2 Se trata de José Zubiaur, uno de los protagonistas de las po­
públicos, introduciendo, en primer lugar, esa idea: la de una líticas educacionales de la época, vocal del Consejo Nacional de
tarea repetida, inflexible e intrusiva, de conformación de iden­ Educación entre 1908 y 1913, fundador en 1904 de la Asociación
tidades y sujetos. Programada casi sin competencias por las Protectora de Niños, Pájaros y Plantas (S. Carli, “Infancia y socie-

59
dad” en Adriana Puiggrós, conip., Sovicihiil civil >•lisuulv cu los if ifl.iin pul" t oiiH‘ir/,ir su carrera como directora de una e.s-
orígenes del sistema educalivo argentino, Buenos Aires, {.dilema, <líela tie la <sipital Federal), .son absoiiila mayoría en la ciudad
1991). Fue autor de varias publicaciones sobre escuelas rurales y de Buenu.s Aire.s; sobre 6.668 hay sólo 297 maestros sin diploma.
conferencista asiduo de los actos organizados por el Consejo Na­ Fu la.s provincias, .solrre 4.H42,942 maestros sin diploma; en los
cional de Educación en sus distritos escolares. territorios nacionales, sobre 1.592,261 maestros sin diploma. En
la ciiulad de Buenos Aires hay, en 1920, 345 escuelas primarias
5 En 1898, las Escuelas Normales tenían 2.018 alumnos. “El
tliunias (cuyo número aumenta a razón de cinco por año desde
normalismo significó una ampliación cultural, porque incluyó
1915). Datos en W. Krammer, “Nueva era de la educación co­
sujetos hasta entonces excluidos de la enseñanza secundaria/su-
mún”, ¡il Monitor de la Educación Común, año 39, número 575,
perior [...] puede decirse por distintos estudios que las escuelas
diciembre de 1920.
normales en esta primera época convocaron fimdamentalmente
a alumnos de menores recursos (casi el 70 % de los alumnos de Juan Ferreyra, El libro de los niños, Buenos Aires, Ivaldi y
escuelas normales eran becados por el Estado) y a mujeres” (Inés Checchi, 1901, pp. 16-7.
Dussel, “El surgimiento de las disciplinas escolares. La literatura 5 Rosa del Río, nacida en 1883, cursó la Escuela Normal con
escolar 1880-1930” informe de investigación, Facultad de Filo­ tíos planes de estudios diferentes, el de 1888 y el de 1900. Segura­
sofía y Letras, UBA, mimeo, 1995, p. 21). “El segundo hecho que mente Rosa del Río cursó los dos primeros años de la Normal con
permite inferir la presencia de un alumnado proveniente de sec­ d plan de 1888 y el último con el de 1900, que cambiará nuevamen­
tores económicamente débiles es la existencia de un alto porcen­ te en 1902. Transcribo ambos de: Ministerio de Justicia e Instruc­
taje de alumnos becados. Esto no supone pensar que la distribu­ ción Pública, Antecedentes sobre Enseñanza Secundaria y Normal de
ción de becas se hacía con garantías de justicia. Hay numerosos la República Argentina, Buenos Aires, Taller de la Penitenciaría Na­
testimonios en el sentido contrario, que muestran el carácter de cional, 1903 (todas las citas pertenecen a informes incluidos en es­
favor político que con frecuencia tenía ese recurso. Sarmiento de­ ta publicación).
cía, refiriéndose a la falsedad de la supuesta democracia existen­
te en América, que «un plebeyo, el roto, como tan pintorescamen­ Plan de estudios para las Escuelas Normales
te .se le llama en Chile, no ha de ir a aprender geografía o latín aprobado el 31 de diciembre de 1887
sino por excepción. Hay, es vertlad, becas para los pobres, pero
e.sto.s pobres son los de la ilemocracia decente. Pídelas un dipu­ Primer año Horas
tado, un amigo, alguien; pero ese alguien es de buena familia». semanales
Una queja .similar electuoba Zubiaur en su informe de inspector
de 1886, al alirni.ir que la modificación del si.slema de becas se Pedagogía-Educación física, intelectual y moral
lukia im|!o.slergable, «...pues .se coiKcden, en las escuelas de Idioma nacional-Lectura, ortología y ortografía
iiiaestra.s, especialmente a lujas de persona.s piulicníes que resi­ Historia-Historia argentina (desde el descubrimiento
den en la misma ciiulad en que funciona la e.scuela o a niñas que de América hasta las invasiones inglesas)
asisten a los cursos primarios» (Memoria presentada en 1887, t. Geografía-Nociones generales-Geografía de la
I, p. 987). A pesar de estas arbitrariedades, es presumible que los Argentina
alumnos becados provinieran de sectores sociales más débiles o Matemáticas-Aritmética (operaciones fundamentales-
de los hijos de familias de la vieja aristocracia venida a menos.” sistema métrico-cálculo mental)
(Juan Carlos Tedesco, Educación y sociedad en la Argentina, Bue­ Ciencias naturales-Nociones de zoología, anatomía
nos Aires, Pannedile, 1970, p. 202.) Los maestros formados en las e higiene
Escuelas Normales, hacia 1920 (año en que la protagonista de es- Idioma extranjero-Francés

6o 6i
Ejercicios hs. sem.
hs. sem. ^Ciencias flsicas-Nociones de física y química
experimental 2
Caligrafía 2 Instrucción moral y cívica 2
Dibujo lineal 2 Idioma extranjero-Francés 2
Teoría y solfeo 2
Labores de mano 2 Ejercicios
Gimnasia 2
Práctica en la Escuela de Aplicación 5 la)s mismos que en ios dos años anteriores con el
agregado de Práctica de la enseñanza en la Escuela
de Aplicación y crítica pedagógica
Segundo año
Este plan de tres años, que la mayoría de los directores de Escue­
Pedagogía-Metodología general y especial 3 las Normales (27 en total responden a una consulta del Ministe­
Idioma nacional-Lectura, analogía, análisis rio) consideran insuficiente, aconsejando un plan de cuatro años,
y composición 4 cambia, con la incorporación del cuarto año en 1900. Se dismi­
Historia (desde las invasiones inglesas hasta nuye de 36 a 30 las horas de clase semanales, siguiendo también
nuestros días) 2 el consejo de Jos rectores, y se intensifica la observación de clases
Geografía de la Argentina 2
en la Escuela de Aplicación. Los rectores, en sus respuestas a la
Matemáticas-Aritmética (potencias y raíces-
consulta realizada en 1895, aseguran lo que queda sintetizado en
comparación-cálculo mental) 3
esta frase de Leandro Caussat, de la Escuela Normal de Corrien­
Ciencias naturales-Nociones de botánica, mineralogía
tes: “La escuela normal no puede aspirar a hacer sabios, sino a for­
y geología 2
mar buenos maestros primarios para las escuelas elementales” (p.
Economía doméstica 2
563). La rectora de la Escuela Normal de Profesores de la Capital,
Idioma extranjero-Francés 3
Máxima Lupo, propone: “1. Un año de estudios preparatorios,
que establezca la trabazón indispensable entre los conocimientos
Ejercicios
primarios y los profesionales; dos años para obtener el título de
Los mismos que en Primer Año, con la misma asignación horaria subpreceptora, tres para el de maestro normal y seis para el de
profesor normal; 2. señalar para cada año un número de materias
menor, lo que permitirá tratarlas con más profundidad; 3. dismi­
lercer año nuir las horas del día escolar que podrían ser cinco a lo sumo” (p.
578). Así se llega al plan de 1900 que, enseguida, se considera tran­
Pedagogía-Organización escolar sitorio y se lo reemplaza con otro en 1902.
Idioma nacional-Lectura-Sintaxis (análisis
y composición) 4 Plan de Estudios Normales, 1900
Historia-Nociones de historia genei'al 3
Geografía-Geografía general 3 Primer año hs. sem. Segundo año hs. sem.
Matemáticas-Geometría plana y del espacio Idioma nacional 6 Idioma nacional 4
(aplicaciones) Historia argentina 3 Historia 3

62 63
hs. sem. /»■.. sem. " liuiii lÁrrein», El libro de los niños, Bueno.s Aires, Ivaldi y
Aritmética 5 Aritmética 3 tlMfCchi, 1901. Un verdadero vademécum patriótico.
Geografía argentina 3 Geografía 2 André.s Fcrreyra, Aventuras de un niño, Libro II, Buenos Ai-
Francés 4 Francés 3 1‘tt, Angel de Estrada, 19» edición, p. 11. En el prólogo, escribe Fe-
Gimnasia 3 Gimnasia 2 i'reyra' “Me he propuesto en esta obrita relacionar los sucesos rea­
Observación en la Ciencias naturales 2 les e imaginarios de la vida de un niño con los programas, a fin
Escuela de Aplicación 2 Pedagogía y prácticas 6 >le ayudar sugestivamente a los maestros en su tarea”.
Música 2 Música 2 Prólogo a: Pablo Pizzurno, El libro del escolar, 2® libro
Dibujo lineal 2 Dibujo natural 2 Ipara niños de ocho a diez años), Buenos Aires, Aquilino Fernán-
lt*z e Hijo, 1901, p. VII-X. Pablo Pizzurno había sido Inspector
Tercer año Cuarto año l’écnico General de las Escuelas Primarias de la Capital y era en
Idioma nacional 3 Literatura 2 •.se momento Inspector General de Enseñanza Secundaria y
Historia 3 Historia 3 Normal. Como lo indica Lilia Ana Bertoni, Pizzurno había esta-
Geografía 1 Geografía 2 lo cii la vanguardia de la organización patriótica de las fiestas
Nociones Psicología 2 escolares a fines de la década de 1880 (L. A. Bertoni, “La educa-
de álgebra 3 Gimnasia 3 :ión moral: visión y acción de la elite a través del sistema nacio­
Nociones Ciencias naturales 4 nal de educación primaria”, Buenos Aires, Instituto Ravignani,
de geometría 3 Nociones cosmografía 1 1991, mimeo, p. 19).
Francés 2 Instrucción cívica 2 >1 En la Biblioteca del Maestro, hay una vieja edición de Co­
Gimnasia 3 Pedagogía y prácticas 6 razón. Está catalogada y guardada junto con los libros de lectu­
Ciencias naturales 2 Dibujo natural 2 ra de la escuela primaria. Rosa del Río no debe haber sido la úni­
Pedagogía y prácticas 6 Música 1 ca maestra que usó este incentivo a la lectura, como lo denuncia,
Música 2 escandalizado, Ricardo Rojas en La restauración nacionalista,
Dibujo natural 2 donde la lectura de un libro italiano sirve como prueba de la ne­
cesidad imperiosa de nacionalizar la enseñanza, empresa cuyo
®“Informe de la Escuela Normal de Maestras de la Capi­ programa filosófico Rojas escribe en 1909. Probablemente mo-
tal al Ministro de Justicia e Instrucción Pública, presentado por /idos por la tensión entre la popularidad del libro y su carácter
su directora Ángela G. Menéndez” {Memoria presentada al Con­ ‘no argentino”, Germán Berdiales y Pedro A. Inchauspe publi­
greso Nacional por el Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pú­ can una escenificación de episodios de Corazón, ambientada en
blica, tomo II, Anexos de Instrucción Pública, Buenos Aires, Ta­ la Argentina aunque conservando los nombres italianos, donde
ller déla Penitenciaría Nacional, 1901). Rosa del Río fue alumna los pequeños actores terminan recitando un poema a la bande-
de esta escuela que, en 1900, cuando ella cursaba el tercer año -a (El Monitor de la Educación Común, año 40, número 586, oc­
tenía 85 alumnas en dos divisiones de ese curso, y 16 alumnas tubre de 1921).
en el cuarto año. En total las alumnas normalistas eran 343, un A. Vázquez Acevedo, Serie graduada de libros de lectu­
número que podía asegurar buenos contactos con las autorida­ ra, Libro 3, Buenos Aires, Ceppi, Muller y Cía., 1899 (el libro
des y docentes. es de origen uruguayo: las efemérides uruguayas cambian en
" José M. Aubín, Destino (Cuarto libro de lectura), Buenos Ai­ la edición argentina, aprobada por el Consejo Nacional de Edu­
res, 1913. cación).

64 65
“«Hemos abolido — dice el presidente del Consejo Nacio­ I.a Escuela Número 6 se crea en agosto de 1919 y comien­
nal de Educación, doctor Ángel Gallardo, en sus primeras comu­ za a funcionar en setiembre de 1920, con la dirección de Aurelia
nicaciones oficiales dirigidas al poder ejecutivo— el sistema de las Carbonell, hasta setiembre de 1921 en que llega como directora
recomendaciones en la promoción de los maestros.» Se dictó por liosa del Río. Durante 1920 fue la Escuela 22 del Distrito Escolar
el Consejo Nacional de Educación, a iniciativa de la Comisión de 1.3; en enero de 1921 pasa a tener su número, el 6, y definitiva ads­
Hacienda, el reglamento de ternas —los consejos escolares no tie­ cripción al Distrito 7. En enero de 1921, el Consejo autoriza la lo­
nen en este caso otra función que la de «resortes automáticos» de cación de una finca sita en Olaya 1553 y 1565, de propiedad de
la ley—, el reglamento de ascensos de directores, instituyéndose Santos Bacigalup. Se fija un alquiler de $ 380 mensuales, por un
las comisiones clasificadoras que se designan por elección libre contrato a cinco años. El propietario se compromete a realizar las
entre los mismos miembros del personal docente, de suerte que obras indicadas por la Dirección General de Arquitectura. El te­
se realiza un ideal del sistema republicano [... ] La «cuña» que to­ rreno de la escuela se compone de dos lotes de 8,66 por 39 metros
do lo torcía, el «torniquete» de la política acostumbrado a cons­ y de 8,66 por 30 metros. Los datos fueron extraídos del legajo co­
truir y derribar posiciones no juegan en las esferas directivas de rrespondiente en el archivo del Distrito Escolar 7. En la actuali­
la educación común el rol decisivo y aplastante de otras épocas.” dad, la escuela tiene ocho aulas y dos habitaciones para dirección
W. Krammer, “Nueva era de la educación común”, El Monitor de y vicedirección, además de la vivienda del portero.
la Educación Común, año 39, número 375, diciembre de 1920.
20Verdadero programa práctico de educación por el arte, re­
“ Juana Bricca de Arrastia, “Se iieie.sila una muestra”. El Mo­ sumido en un artículo con claras indicaciones de qué hacer con
nitor de la Educación ( 'oinü/i, ano 38, iniinero 568, abril de 1920, pocos medios en la escuela: Justa R. de Padilla, “Decorado esco­
p. 93.
lar. La educación estética en la escuela”, El Monitor de la Educa­
E l M o n i t o r d e h i l'.ihtt ¡ i c i o i i ( E w ú u presenta esta misma ción Común, año 39, número 574, octubre de 1920. El artículo si­
perspectiva. Véase, |mi' ejemplo, en un momento coincidente con gue muy de cerca los lineamientos expuesto en 1908 por Carlos
el del rel.ilo,"Nota.-.al l’iogiam.i ile estudio tiela Naturaleza”,por E. Zuberbühler, a quien el entonces presidente del Consejo Na­
tt.tiil Nav.ino, I ¡iieitm a de la fsi. iiela Numero 15, Consejo Es- cional de Educación, Ramos Mejía, había encomendado la redac­
lolai 17, I I M i n i i l i u , .mo '.u, mmii-ro '«74, octubre tic 1920. ción de un folleto cuyo título es El arte en la escuela.
i\tai Illa miento ijiuiitu del "Peí aloj',o pedagógico para todo 21 Población escolar de la Capital Federal, 1920
iluis lo| di i-Muel.i piililii .él (>oi ( ÍMHelio I*. Mnyano, E7 Monitor de
h> I dih ii, ii’ii i iiHiiin. alio m í m e l o v/'l, oc tubi'e de 1920.
Argentinos Extranjeros
' 1 I lie .tm.i I o p e / de Nelsoii, Eli torno mío (¡niiner libro de Varones Mujeres Varones Mujeres
Ir, l u t o , . i i n r i i t r ) . H u e l l o s A l i e s , ( a i u i , H s, ,sill l l i u l a , cl l l i c j o r llbrO de 6 a 7 años 16.483 16.656 143 154
||Ui lie podido leVls.ii de 7 a 8 años 15.032 14.289 467 391
'' “I ii loil.e. las rsi líelas de la ( dpilal se realizó, en diversas de 8 a 9 años 17.366 16.947 817 783
le. ha’. d< I mes de m ai/ii. la ieiemmúa del voto profesional, re­ de 9 a 10 años 16.683 16.418 1.150 1.163
suelta pot 1 , 1 disposi. ion del 11. ( áiusejo del 8 de noviembre últi­ de 10 a 11 años 15,337 15.226 1.417 1.362
m o 1lie mi.» de las pi imei.is la que tuvo lugar en la E.scuela 11 del de 11 a 12 años 14.992 14.670 1.813 1.757
t tTiisejo l's, ul.ii 11, en uiy.HH .isión el director del establecimien­ de 12 a 13 años 13.781 13.592 2.075 2.016
to, seiioi Heui.imm Bullo, tliiii;ió a los mac.stros las siguientes pa- de 13 a 14 años 12.867 12.754 2.224 2.194
I.linas |i it.tilas en el fexto|,'’ El Monitor de la Educación Común, Totales 122.541 119.522 10.115 9.820
ano S'), numero 't/'i. mar/o de

66 67
Inscripción escolar y nacionalidad en la Capital federal "mesa de arena” para la enseñanza de la geografía, en un artículo
esetíto por un vicedirector de escuela de la Capital, Dante Re (El
Año Argentinos Extranjeros Maniior. .., arto 39, número 584, agosto de 1921).
inscriptos (%) inscriptos (%)
I lomenaje a Belgrano, discurso del vocal del Consejo Na­
1914 80,94 55,68
cional ríe Educación Juan P. Ramos, en la Escuela Número 15 del
1915 86.05 60,16
tionscjo Escolar 15: “Recordad eternamente en las horas buenas
1916 88,80 62,54
y en las horas malas de vuestras vidas, que si hoy tenéis el derecho
1917 95,42 68,31
de .ser felices bajo el amparo de la justicia y de la ley, hubo un tiem­
1918 95,23 67,99
po niños como vosotros que, gradas a la admirable grandeza de
1919 95.06 69,19
alma de Belgrano, pudieron aprender a escribir sus nombres y a
adornar su espíritu con virtudes que fueron honra de la patria en
F u e n t e : José Ménéclier, “Estudio sobre la población escolar de l a Repúbli­
los días aciagos de las tiranías posteriores. Alzad, pues, los cora­
ca”, El Monitor de la Educación Común, año 38, número 568, abril de 1920.
zones para agradecer en nombre de aquellos antecesores vuestros,
la donación escolar de Belgrano [...] Ella es un timbre de honor
22 Evangelina Malvigne de Mesco de Vera, Días de sol (libro
para él, para la patria y para todos los que vivimos bajo los plie­
para primero superior), Buenos Aires, Crespillo.
gues inmortales de la bandera azul y blanca que vais a jurar en la
25 José J. Berrutti, Alborada (libro de segundo grado), Bue­ primera ceremonia solemne de vuestra vida. [...] Hoy, que es el
nos Aires, Ángel de Estrada (11“» edición), p. 52. centenario de su muerte, no tenemos homenaje más alto para
24 En El Monitor de los años 1920 y 1921, que son los de la ofrendarle que un grito inmenso que surja de vuestros corazones,
promoción de esta maestra a la dirección de la escuela, abundan diciéndole: Bendito seas por las escuelas que fundaste, padre de la
las conferencias y noticias sobre la escuela activa. Por ejemplo, en patria; bendito seas por la enseña que nos diste, padre de la ban­
el número 580, año 39, de abril de 1921, hay una saturación com­ dera. Niños: la bandera blanca y celeste, Dios sea loado, no ha si­
pleta de esta temática: conferencia de F. Julio Picaral para el per­ do atada jamás al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra.
sonal directivo y docente del Consejo Escolar 12; traducción de Niños: esa bandera gloriosa representa la patria de los argentinos.
un artículo de O. Neill sobre “El desarrollo de la iniciativa en la ¿Prometéis rendirle vuestro más sincero y respetuoso homenaje;
escuela primaria”; varias noticias y comentarios en la sección In­ quererla con amor inmenso, y formarle desde la aurora de la vi­
formación Extranjera sobre las escuelas en Bélgica y los veintinue­ da un culto fervoroso e imborrable en vuestros corazones; prepa-
ve puntos del plan de trabajo de las escuelas nuevas dependientes ráos desde la escuela para practicar a su tiempo con toda pureza
del Instituto Jean-Jaeques Rousseau de Ginebra. Durante todo y honestidad las nobles virtudes inherentes a la ciudadanía; estu­
1921, siguen apareciendo artículos sobre experiencias extranjeras diad con empeño la historia de nuestro país y la de sus grandes
(“Un nuevo movimiento educacional en Estados Unidos: la es­ benefactores a fin de seguir sus huellas luminosas y a fin también
cuda progresiva de Dayton, Ohio”, año 40, número 586) e indi- de honrar la bandera y de que no se amortigüe jamás en vuestras
l;k iones y ejemplu.s para llevai a la práctica escolar las tendencias almas el delicado y generoso sentimiento de amor a la patria; en
(le una ediuarión renovada: í*1 dircitor del Museo Escolar Sar- una palabra: prometéis hacer todo lo que esté en la medida de
inieiilo, luis Mana lordan, publica en El Monitor (año 40, núme­ vuestras fuerzas, para que la bandera argentina flamee por siem­
ro SHH, diciembre de 1921), noticias sobre el préstamo de mate- pre sobre nuestras murallas y fortalezas, a lo alto de los mástiles
lial dkktclicu a las escudas y una lista de lo que se ofrece, que de nuestras naves y a la cabeza de nuestras legiones y para que el
consta, básicamente, de láminas, muestras de materiales y anima­ honor sea su aliento, la gloria su aureola, la justicia su empresa?”
les embalsamados. Otro recurso promovido es el del uso de la Este discurso, así como el pronunciado por Ernesto Bosch en la

68 69
Exposición Rural, ante los alumnos de los C u i i s e j o s 1-s» ul.iics 1 0 I iiHU'.s loiimeinoraíivas, la conslrucción de un conjunto de refe­
y 14, y la foto del homenaje en Plaza de Mayo, í'ueron registrados rentes materiales como monumentos, museos, la elaboración de
en El Monitor de la Educación Común, año 38, número 570, junio una legitimación de la identidad nacional basada en la apelación
de 1920. al pasado patrio, y en las escuelas, la instalación de las celebracio­
26 El acto es minuciosamente registrado, incluso con una fo­ nes bajo la forma de actos ritualizados (Lilia Ana Bertoni, “La
tografía, en El Monitor de la Educación Común, año 39, número «educación moral»: visión y acción de la elite a través del sistema
582, junio de 1921, La revista La Obra, que publicó su primer nú­ nacional de educación primaria”, cit., p. 5). Sobre los esfuerzos de
mero justamente en 1921 critica, en junio de ese año, este desfile, los inmigrantes para adoptar una nueva nacionalidad cultural,
singularmente pomposo y gigantesco: “En breve llegarán a la es­ véase: Adolfo Prieto, El discurso criollista en la formación de la Ar­
cuela con este motivo [la conmemoración de la Independencia y gentina moderna, Buenos Aires, Sudamericana, 1988.
los festejos del 9 de Julio] instrucciones detalladas de cómo ha de ^0 Pienso en la novela magnífica de alguien nacido en 1930,
celebrarse el cercano homenaje patriótico. No faltarán, seguro, las cuando el episodio que relato ya había sucedido: Roberto Rasche-
concentraciones de alumnos, los desfiles infantiles por las plazas 11a, Diálogos en los patios rojos, Buenos Aires, Paradiso, 1994.
o quizá la grandiosa manifestación escolar marchando a paso mi­ Una maestra, formada cuarenta años después en provin­
litar por la Av. de Mayo, a modo de broche final de este período cias, podía recordar la misma contraposición entre pobreza y ri­
gubernativo que finaliza”. Pero, se sabe, los lectores de una publi­ queza simbólica: “La escuela era como todo lo que rodeaba a ella
cación no necesariamente suscriben todos su presupuestos: Rosa [su directora, Lola Dabat], hermosa. Muchas alumnas provenía­
del Río, que mostraba con orgullo la colección encuadernada de mos de ambientes modestos, de casas humildes; entrábamos a un
La Obra como pieza central (o casi exclusiva) de su biblioteca di­ edificio en que se cuidaba el menor detalle, nada roto ni despin­
dáctica, no registraba la contradicción entre las críticas a la ritua- tado. Aprendíamos a asignarle importancia al ámbito, al orden, la
lización patriótica hechas por esa publicación y su propio fervor estética. [...] No olvidemos que entonces no había televisión, la
por esos rituales. De todos modos, el período que abarca el rela­ película en colores no era popular, el material escrito poco colo­
to de Rosa del Río es anterior a la aparición de La Obra y termi­ rido, no como el mundo actual explosivo de las imágenes. Sólo
na justamente el añít en que se funda esa revista, considerada por accedían al conocimiento de la pintura la elite y los muy intere­
algunos autores como “vocero de la oposición docente” (A. Puig- sados. Lola nos llevaba a un pequeño salón a escuchar música clá­
grós, Emielii, dcmoawiii y ordeti, Buenos Aires, Galerna, 1992, p. sica en un fonógrafo. Muy pocos tenían la ocasión en sus propios
■M), .1 1.1 que Rosa del Río no tuvo noticias de haber pertenecido. hogares en muchos de los cuales ni radio había. Tengamos en
El 111 na (:. lie Bedogiii, Akyir despertar, libro de lectura pa­ cuenta que emergíamos de la crisis del año 30”. Testimonio de Lo­
la ( uailo i'iado, Buenos Aires, Crcspillo Editor, p. 182; Gotardo la Rubino transcripto por Rosa W. de Ziperovich, “Memoria de
S i a g i i . i r o . h i es t neta a l e y r e , Buenos Aires, Moly y Laserre. una educadora”, en Adriana Puiggrós (comp.), Escuela, democra­
Ej-ne.sliiia López de Nclsmi, Nuestra tiara, Cuarto libro de cia y orden (1916-1943), Buenos Aires, Galerna, 1992, pp. 117-178,
la tura, Buenos Aires, Coni 1Inos., pp. 343 y ss. 32 Más tarde, treinta años después, los chicos de la escuelita
1.a comunidad italiana de Buenos Aires celebró con gran- de Olaya, ya viejos, recordarían que las maestras eran distantes e
dc.s fiestas a la patria lejana, especialmente hacia fines de la déca­ imponentes y que comían bombones (comunicado por uno de los
da lid ochenta. Como lo señala Lilia Ana Bertoni, coincidiendo actuales directivos de la Escuela, quien afirma que se lo contó una
con la magnificencia de las fiestas organizadas por las asociacio­ vieja alumna).
nes italianas, “se desarrolló entre 1887 y 1891 un conjunto de es- 33 Véase el Reglamento de 1900, que pauta el ingreso y pri­
ftierzos, que culminaron con la organización de grandes celebra- meros años de Rosa del Río en la docencia: Roberto Marengo,

70 71
“E.slruclLiración y consolidación del poder normalizailor", en: 1 iiiim (loi cnit’ de gi ado, en las ilus ju'imei as diz .idas dd si
Adriana Puiggrós (comp.), Sociedad civil y Estado cu los angelíes glo ,X,X, inodiliLaciones que estaban en curso o que se debatían
del sistema educativo argentino, cit., pp. 119 y ss. También en entre lo.s intelectuales dcl sistema; “La influencia de la experien­
1900, el Consejo de Educación indica, sin vacilaciones, a los cia de Tolstoi en Yasnaya Poliana fue importante tanto en Ver-
maestros que “Las lecciones no se tomarán por el libro ni que los gara como en un crítico de su estrategia de autononiismo infan­
alumnos reciten a la letra lo que han leído” (ibid., p. 121). Ma- til: el propio Víctor Mercante que [en 1897] coherentemente le
rengo agrega: “A esta altura podemos afirmar que los educado­ cuestionaba la supresión de la autoridad docente. La huella en
res que ejercen en nuestro país cuentan con una acumulación de los egresados normalistas de aquella experiencia considerada
experiencia suficiente que les permite reflexionar sobre el hecho precursora por el discurso de la Educación Nueva indica la pre­
educativo sin depender tanto de las producciones que provienen sencia temprana de la innovación en la trama normalista y las po­
de otros países. La particularidad de la acción educativa en la Ar­ lémicas que esto generaba [... ] Ciertas ideas pedagógicas vincu­
gentina empieza a ser plasmada en los artículos que tratan sobre ladas con el trabajo infantil, la creación de museos escolares, de
las metodologías y los contenidos de la enseñanza”. Hacia 1915, asociaciones infantiles, la implementadón de excursiones, etc.,
son muchas las conferencias ofrecidas por el Consejo Nacional fueron implementadas por maestros y directores de escuela, o
de Educación dedicadas a las novedades pedagógicas y didácti­ funcionarios como Ferreira, Mercante, Zubiaur y el propio Ver-
cas; ese año, precisamente, Ernestina López de Nelson y Luis gara, entre otros” (S. Carli, “El campo de la niñez”, en A. Puig­
Morzone hablan sobre el “método racional”. En este período, grós, comp,. Escuela, democracia y orden ¡1916-1943], cit., 1992,
además, señala Marengo, “se destacan la gran cantidad de pro- p. 129). Rosa del Río pone de manifiesto en toda la construcción
tlucciones que .surgen de los tlirectores y los inspectores sobre as- de su historia un conflicto, que ella no percibe, entre fuertes ten­
peclo.s glctbalcs y algunos sobre leina.s más directamente relacio- dencias al disciplinamiento y tendencias igualmente fuertes al
n.ulos con el trabajo escolar concreto” (ibid., p. 144). Rosa del “escolanovismo”.
Rio, cine po.seía una aduali/ación didáctica de muy baja intensi- 3** El Monitor de la Educación Común, año 40, número 588,
dml fcHíric,? lia teorí.i e.slá, |H)r así decirlo, en estado práctico en diciembre de 1921. Una maestra con menos de dos años de anti­
sus esl ratee,ias educativas), .se inscribiría en lo que Adriana Puig- güedad ganaba $ 270. Recuérdese, para establecer una compara­
US diaiuinimi “pusic iones orgánicas” del normalismo, que “ade- ción, que el alquiler mensual pagado por la finca ocupada por la
c u.m los pceáulado.s del adivi.smo europeo al discurso normali-
escuela de k calle Olaya era de $ 380.
zador. Al mismo tiempo que modifican positivamente este
35 Esas asociaciones existían, como protectoras y difusoras
ultimo, limitan Ices alcances de la Escuela Nueva y encierran al
de la educación, alrededor de muchas escuelas, aunque no he po­
pragmatismo en parámetros didácticos. N<r comprometen al cu-
dido encontrar ninguna en relación con el Consejo Escolar 7, al
rrkiihim escolar con el problema del trabajo productivo y la ca­
que pertenece la escuela de la calle Olaya. Véase: Sandra Carli, “In­
pacitación laboral, reduciendo la «práctica» a las actividades es-
fancia y sociedad: la mediación de las asociaciones, centros y so­
Irietamente escolares referidas al curriculum tradicional [...] La
ciedades populares de educación”, y M. I. Auza, S. Carli, A. Puig­
postura «orgánica» fue adoptada por prestigiosos inspectores y
grós, L. Rodríguez y equipo APPEAL, “Selección de Sociedades
directores de escuelas nacionales, en particular Hugo Calzetti, Jo­
Populares de Educación, bibliotecas populares y otros organismos
sé Rezzano y Clotilde Guillén de Rezzano” (“La educación argen­
tina desde la reforma de Saavedra Lamas hasta el fin de la déca­ de la sociedad civil”, en Adriana Puiggrós (comp.), Sociedad civil
da infame”, en Adriana Puiggrós, comp., Escuela, democracia y y Estado en los orígenes del sistema educativo argentino, cit,
orden [1916-1943], Buenos Aires, Galerna, 1992, p. 60). De todos 36 El Plan de Estudios y Programas de 1910, con un énfasis es­
modos, no es inverosímil que Rosa del Río haya registrado en sus pecial, que casi todos los que se han ocupado del tema ubican al-

72 73
rededor de esa fecha, establece que “la enseñanza debe ser emi­
nentemente nacional” y consagra muchos de los rituales patrió­ II
ticos: “La enseñanza nacional que es consagrada en la letra de los
V ic t o r ia O c a m p o
programas y planes de 1910 toma la forma de educación patrió­
o EL A M O R D E LA C IT A
tica que se traducirá en innumerables artículos al respecto y en
una modificación de muchas pautas de acción en las escuelas. Se
empieza a celebrar toda la Semana de Mayo y una semana previa
al 9 de julio, se instaura el izado y arriado de la bandera en el ini­
cio y final de la jornada escolar” (Roberto Marengo, “Estructura­
ción y consolidación del poder normalizador” en Adriana Puig-
grós, comp., Sociedad civil y Estado en los orígenes del sistema
educativo argentino, cit., p. 141). Adriana Puiggrós {Escuela, de­
mocracia y orden, cit., p, 33) señala un compuesto ideológico en
su opinión bastante típico: “La articulación entre principios pe­
dagógicos liberal-democráticos activistas y pragmatistas y valores
nacionalistas estaba presente en la corriente democrático-radica-
lizada de principios de siglo”.
He citado en estas notas una bibliografía abundante sobre
el tema. A sus autores y otros especialistas quisiera aclarar que el
presente trabajo no es una navegación, con patente de corso, por
el campo disciplinario de la historia de la educación, sino un epi­
sodio más de una historia cultural de la dimensión simbólica.

74
C o n sa g r ac ió n ’

“Esa gente de mundo, a fuerza de ser idiota ni mundo


tiene ”2 Así juzgaba Victoria Ocampo la ignorancia distin­
guida de la oligarquía que le puso límites a su infancia y su
adolescencia. Los ricos argentinos, su familia (a la que ado­
ra y ofrenda varios sacrificios sentimentales), son indiferen­
tes u hostiles respecto de una cultura que ella desea, inclu­
so antes de saber de qué se trata. Le dan, en cambio, el don
de las lenguas extranjeras, el gusto por la música y algunos
centenares de versos franceses o ingleses.
Su historia es la de una ruptura lenta, trabajosa, nun­
ca completa, con el chic conservador de la “gente de m un­
do”, y la firma de un pacto de identidad con la “gente de le­
tras y artes”. Elige la nobleza de toga frente a la nobleza de
renta de la que provenía. Se desplaza, no fácilmente, de una
elite a otra. Para hacerlo, debió dar un rodeo y casarse, pri­
mero, con un hom bre de su mismo origen.
Durante la travesía de su viaje de bodas a Europa, en
1913, el grupo de los argentinos de la primera clase eligió a
Victoria Ocampo para que, en la fiesta de disfraces que to ­
do vapor de lujo incluía en su programa de diversiones,
irrumpiera en el salón de baile vestida de República Argen­
tina. Con su gorro frigio, fue la muñeca de esa noche. Ya en
París, reina en los salones mundanos. Tiene veintitrés años;
es la sudamericana bella e imperiosa, que sabe llevar las jo ­
yas (que años después vendió para agasajar a sus amigos in-

77
telectuales) y los trajes de noche de Paquin. Deslumbrante, nu-iile imanlada. ' Hu la platea estaba no sólo Coclcau sino
entra en el teatro donde la compañía de Diaghilev estrena los laminen ( iertrude Stcin y Apollinaire. Victoria Ocampo no
ballets de Stravinsky. Son noches de escándalo en el que par­ potlía reconocer a ninguno de Jos tres en ese momento. En
ticipan gente de la buena sociedad, vanguardistas y snobs. La 1930, cuando vuelve a Europa, no sólo se encuentra con
música de Stravinsky es el primer gran am or moderno de su tiocleau sino que discute con Lacan sobre La voz humana,
vida; a los ballets russes, autorizada por su marido, invita a cuyos ensayos presencian juntos. Pero en 1913, probable­
Julián Martínez, que será su primer amante. mente Victoria Ocampo no conocía ni siquiera los nombres
No es la única argentina. Carmen Peers de Perkins re­ de estas personas. Mujer de la aristocracia, entró en relación
cuerda “el deslum bram iento que me causó el espectáculo con ese episodio de ruptura estética por el lado más accesi­
que ofrecía Diaghilev en el Teatro des Champs Elysées... Era ble a las costumbres de su clase: la música y el teatro, los lu­
el año del descubrimiento de los ballets rusos que asombra­ gares que eran tam bién del beau monde.
ron a toda Europa, con su ritm o vital y sus colores brillan­ Victoria Ocam po va a los ballets russes casi todas las
tes. Los decorados de Bask eran una maravilla. El siglo ha­ noches y, naturalm ente, tiene que vestirse y peinarse. La
bía asomado con un estilo algo decadente, donde primaban sombrerera famosa de Reboux (que antes lo había sido de
los lilas y las evanescencias, todo era «miévrerie» y retorci­ Chanel), Lucienne “a quien yo me quejé de que el peinado,
das líneas. Aquí irrum pía un colorido fuerte, un soplo de para salir de noche, me daba trabajo, me inventó un turban­
barbarie, pero fastuosa, con música de gran clase y bailari­ te (inspirado quizá en Scheherazada). Era una ancha banda
nes extraordinarios. En poco tiempo cambiaron las tenden­ de terciopelo que apretaba la cabeza, pasaba sobre las sienes
cias estéticas en la moda, en la pintura y en la decoración, y se prendía en la nuca. Delante, sobre la frente, le colocó un
siendo la influencia de los ballets rusos decisiva’^ Para esta ave de paraíso. Se afanó mucho por dar con el matiz de m a­
dama de la oligarquía, se trata de una observación hecha al rrón que buscaba. Por fin dio con él. Declaró que el color de
pasar, un recuerdo entre otros en el balance de una vida. mis ojos estaba sobre m i cabeza. Había encontrado el m is­
Para Victoria Ocampo, en cambio, fue un rapto. En las m o tono”.®
noches de los ballets russes, los deseos furiosos de teatro, ar­ Con un tocado de diamantes que evoca este turbante,
te y literatura de la adolescencia encontraron exactamente la retrata el conde Troubetzkoy, un aficionado exquisito. El
lo que estaban buscando. dibujo del conde® muestra una Victoria Ocampo de ojos de­
La música de Stravinsky es, para siempre, la síntesis del sorbitados y expresión tensa. La medialuna de diamantes es
arte m oderno. La sala del Théátre des Champs Elysées, el un destello claro sobre la frente; lleva el fiequillo partido y
jueves 29 de mayo de 1913, donde Nijinsky estrenó la Con­ el peinado chato que anuncia ya las melenitas gargonne. El
sagración de la Primavera, estaba ocupada por bandos que dibujo rápido y suelto parece indeciso entre la conven d o -
se separarían de allí en más: el beau monde y los estetas que, nalidad de una época y el descubrimiento de alguna verdad
al decir de Cocteau “aplaudirían la novedad al azar sólo pa­ en la modelo, Victoria Ocampo está casada con un hombre
ra mostrar su desprecio por la gente de los palcos”. En esos del que se ha dado cuenta, en la segunda semana de la luna
palcos había gente como Victoria Ocampo que, con el sno­ de miel, que le es físicamente indiferente e intelectualmen­
bismo y el desparpajo sudamericano que los parisinos so­ te inferior. En una palabra, no ha alcanzado todavía ni la
lían detectar en los m illonarios argentinos, queda literal- gloria ni el amor con los que deliraba en su adolescencia. Y

78 79
tampoco el casamiento le ha dado su libertad ya »]ue M ona­ n.m Honverel y I Iclleu revive, milagro.samente, en la última
co Estrada, el marido, es obtuso, opaco y celoso. y iiiunuincnlal biografía de Alarcel Proust. Helleu retrató a
Este nudo de pasiones, fantasías y desilusiones estalla una Victoria (.ícampo muy joven. Había tenido menos suer­
en los ballets rimes y en el flechazo que la une, para siempre, te que su tía Adela que, treinta años antes, fue retratada por
a Julián M artínez. En poco más de una semana, Victoria Renoir con un “absurdo sombrerito con plumas rosadas”.®
Ocampo se enamora de Stravinsky (a quien todavía no co­ Pero la elección de Renoir, en el caso de la familia Ocampo,
noce personalm ente) y de Julián M artínez: la gloria y el fue algo que no iba a repetirse, porque no había ninguna ra­
amor, bajo las formas que tendrán en la vida de Ocampo. La zón para que se repitiera. Lo normal era Helleu (o Boldini,
gloria que ella refleja, trasmite, traduce, comenta, difunde, o Dagnan Bouveret). Victoria Ocampo, ya vieja, piensa que
traslada de Europa a la Argentina; el amor-pasión que no la su tía tuvo más suerte.
une con los más gloriosos sino con los más bellos que son Como sea, Helleu no era un retratista mundano elegi­
siempre sus elegidos (Martínez, Roger Caillois). do sólo por argentinos ricos e ignorantes. Amigo de Degas
La expresión desorbitada de los ojos en el dibujo de y de Whistler, lo admiraba también M ontesquiou, un árbi­
Troubetzkoy (aunque se trate de un dibujo mediocre) co­ tro de elegancias, que inició a Proust en sus gustos que in­
m unica bien ese m om ento en la vida de Ocampo: le están cluían a Helleu, a Gustave Moreau y al Gallé de los vidrios
pasando demasiadas cosas en unas pocas noches de la sai- hasta hoy magistrales. La condesa de Greffulhe (una de las
son parisina de 1913. Algo más es interesante en este dibu­ figuras que evoca la duquesa de Guermantes en A la búsque­
jo : quien lo hizo es un aficionado distinguido y su modelo da del tiempo perdido) también se hizo retratar por Helleu.
tam bién es eso, una loca por el arte a la que su familia y su Proust recibe de Helleu un cuadro que admira, “Autumne
clase le han puesto todo tipo de dorados obstáculos. Victo­ en Versailles”. De vacaciones en Cabourg, visita mucho a He­
ria Ocam po ni siquiera representa, en ese m om ento, una lleu y a Vuillard (que no rehuía al retratista del beau mon­
promesa. Durante las noches de los ballets rimes, hubiera si­ de). Luego le escribe: “Pienso m ucho en usted, en la señora
do imposible adivinar si no serían para ella, como para Car­ Helleu, en la señorita su hija, en ese momento tan bello, apa­
men Peers de Perkins, un grito de barbarie necesario pero gado y dorado”. Helleu posee un cuadro de Boldini, una Le­
que no alcanza a conmover la propia vida. da y el cisne, que Proust evoca en La fugitiva. Helleu y Du-
Dos aficionados, pintor y motlelo, y im solo objeto ori­ noyer de Segonzac dibujan el rostro de Proust no bien éste
ginal: la joya de dianiante.s ipie evoca un turbante diseñado acaba de morir, y Man Ray, junto a ellos, lo fotografía.
por I.ucicnne, iiioilisíe de líeboti.x, para que la joven señora Así se mezclaban hombres que hoy dan la impresión
de Estrada, nacida ( )campo, no tuviera (¡uc preocuparse por de tener poco en común: Man Ray, el fotógrafo vanguardis­
el tocado tle la ikh Iic . Id peiiiailí) donde se apoya la media­ ta, comparte la estancia fúnebre de uno de los mayores es­
luna de (.liamantc.s es lo mas moderno del dibujo de Trou- critores del siglo junto a dos pintores olvidados jpotnpiers.
bct/koy. A V iitoiia O ia n ip o no le hubiera disgustado esta El m uerto, Proust, conocía y amaba a todos ellos. No era el
ubscrvacithi. único en la buena sociedad francesa y en los círculos artís­
1 .1 t’.cutr (le imiiidn se hai ía retratar por Dagnan Bou- ticos de las primeras décadas del siglo X X . Se dice que el
v eu i, poi Itoldiiii, pul I lelieu.'’ B oldiiii es, para Umberto nom bre de Elstir, el pintor de A la búsqueda del tiempo per­
lú <1, una I iilmiii.K ( u n del Kilsdi; nadie recuerda hoy a Dag- dido, está form ado por el sonido de la primera sílaba del

8i
apellido de Helleu quien además proporcioau (i umo tam - de Loeil bicu». Yo no enlcndia lo que esta observación sig­
bién M iistler) la materia para muchas de las reflexiones so­ nificaba, pero como Helleu la repetía a manera de leit m o­
bre Elstir y la pintura. til, acabó por inquietarme. Años después, descubrí que só­
Victoria Ocampo se queja con razón de no haber teni­ lo los niños tienen ese tinte azulado en el blanco del ojo,
do la fortuna de su tía, la retratada por Renoir (fortuna, ver­ señal de extrema juventud. Aquella época de mis séances en
daderamente, ya que fue un hecho casual). El gusto conven­ el atelicr, frecuentado por beldades internacionales, era el de
cional de su familia tenía el sello de una época donde las los corsets ajustados, de las cinturitas, de los cuellos con ba­
vanguardias estéticas todavía no habían transformado níti­ llenas, de los sombreros con pinches (que se sostenían en la
damente las diferencias en conflictos inconciliables. En un cabeza como por m ilagro), de los guantes y zapatos angos­
extremo estaba el señor Ocampo, para quien sólo existían tos, de los velos que aplastaban la nariz por lo apretados so­
Helleu, Dagnan o Boldini, y en el otro Proust, para quien bre la cara. «Oh les premiers baisers á travers la voilette», es­
Helleu era parte de un mundo donde su propia obra iba a cribía Fran^ois C oppée... Claro que aquellos besos no caían
trazar nítidamente los límites que, de allí en más, localiza­ sobre («the upturned faces o f a thousand roses»)... noso­
rían campos divididos. Pero, cuando a Victoria Ocampo la tras, les jeunes filies enfleur, formidablemente chaperonea-
retrata Helleu, ni siquiera se había publicado A la búsqueda das. Iban a las jóvenes señoras (supongo) retorcidas por Bol­
del tiempo perdido. dini (o más bien dicho, por el pincel de ese hombre-sapo.)
Naturalmente, décadas después, a Ocampo no podían El modelo favorito de Helleu era, entonces, la preciosísima
gustarle esos dibujos y grabados. Cuando M anuel M ujica M arthe Letellier. Y tam bién Consuelo Vanderbilt, duquesa
Lainez le pide un retrato para la SADE, en 1954, le contesta de Malborough, dueña y señora de Blenheim [ ... ] En Pemi-
así: “No me gusta ninguno de los retratos que me hicieron na aparecía a menudo M m e Helleu, con su hijito, sobre la
en mi juventud (en tant que peintures). Sólo puedo dispo­ cubierta de algún suntuoso yacht. Todas las «glamour girls»
ner de un Helleu. [...] A m i padre se le ocurrió hacerme ha­ del m om ento pasaban por la plancha de cobre de Helleu y
cer una pointe séche, en París, cuando yo tenía 19 años (o salían de allí plus miévre que nature. El retratista era un
20). A Helleu le divertía dibujarme sobre sus planchas de co­ hom bre de barbita negra, encantador y sonriente, que las
bre y en vez de una pointe séche hizo varias [ ...] No necesi­ miraba con ternura y entusiasmo. «Je vous dessinerai avec
to decirte a ti, tan bien informado en la materia, que Helleu, la main sur la conscience», me decía”.®
com o Sargent, era, hacia 1910 el retratista a la moda del “Plus miévre que nature.” Carmen Peers de Perkins,
«smart sel». Desde (lo u e l hasta Boldini (salvando las dis­ cuando describe los ballets russes afirma que su principal
tancias. .. c|uc .son considcrahie.s) la lista de pintores que han im pacto fue romper, de m anera bárbara, con la miévrerie,
irabajiuli» para el «smart .sel», casi exclusivamente, es larga. esa belleza relamida y de buen tono. Usa la misma palabra
I lelleu sentía fuertemente el sorlilége de las «jeunes filies en que Victoria Ocampo. La Consagración, como escribió Stra-
lleur». Yo fui una de la.s tantas y pasé varias horas paciente­ vinsky en uno de los libretos, trae “el misterio y el gran im ­
mente seiilaila en su atelicr, posando, m ientras m i padre pulso del poder creador de la Primavera; el ballet no tiene
tonver.saba con él. Helleu hablaba de mí con m i padre co­ argu m en to...”*®Los ballets russes, en verdad, son un capí­
mo si yo en vez de persona hubiera sido una «nature mor- tulo del argumento final de la belle époque, de los colores pa­
Ic», pero viva. Le decía: «Avez-vous remarqué? Elle a le blanc sados por el blanco del art nouveau, del degradé, los medios

82 83
tonos, el difaminado. A partir de ellos, la peiUr df miiiulu )■' La llegada de Tagore a Buenos Aires tiene mucho de
los intelectuales aprenden a percibir los colores puros, la be­ aventura. A los sesenta y tres años, con la figura distinguida
lleza del ángulo, el contraste. y sólo levemente exótica de un patriarca, el poeta bengalí era
El año es 1913. La pasión de Stravinsky (a quien toda­ bastante famoso. Había sido traducido al francés por André
vía no conoce) y el amor-pasión de Julián Martínez, juntos, Cide (“la admirable traducción de Gitcmjali” dice Victoria
como suele suceder en la vida de las mujeres, son un punto O cam po). Sus secretarios, siempre ingleses o anglófonos,
de giro para Victoria Ocampo. De allí en más, ella podrá comunicaban al poeta, perfectamente anglófono también él,
equivocarse muchas veces en literatura (o acertar casi siem­ con un Occidente literario en el que se mezclaban la vene­
pre en m úsica). Pero ya no puede equivocarse en el mismo ración mundana (Tagore parecía un poeta fácil o, por lo m e­
sentido en que lo hubieran hecho sus padres. Ocampo no nos, asimilable a la tradición europea), el prestigio de Orien­
sólo reconoce, como Carmen Peers de Perkins, el giro de la te y, sobre todo, de la India que, por la acción de Gandhi,
música de Stravinsky, sino que a esas cosas va a dedicarle su incluso ocupaba a gente menos literaria que Ocampo.
vida, aunque la frase parezca algo enfática. Es bastante misteriosa la llegada de Tagore a Buenos Ai­
res, que debía ser la escala de un viaje cuyo destino era Li­
ma y cuyo objetivo tampoco queda demasiado claro. Key-
T r a d u c ie n d o del b e n g a l í al in g lés serling da detalles que seguramente le fueron relatados por
Victoria Ocampo (que tuvo la cortesía de no revelarlos en
En 1924, Victoria Ocampo albergó al poeta bengalí Ra- sus propios escritos sobre este viaje): “Tagore se había deja­
biiidranath Tagore en San Isidro. En el barco que trajo a Tago- do engañar en la India por un aventurero que, presentándo­
re a Buenos Aires, también viajaba Carmen Peers de Perkins, se como delegado del gobierno peruano, lo invitó a una fies­
recién casada: “Todas las tardes, su secretario, un inglés joven ta conmemorativa de espíritu antiespañol en honor de los
y rubio, se trenzaba con mi marido en un partido de «medi­ Incas; Tagore se decidió de la noche a la mañana y puede de­
cine ball». El hindú se sentaba a presenciar el juego y lo mis­ cirse que casi sin dinero emprendió el viaje de la India a
mo hacía yo en otro costado. Tagore me miraba con una son­ Buenos Aires, ciudad que el poeta se figuraba como una es­
risa suave y una gran bondad en su ojos extraordinariamente pecie de arrabal de Lima. A su llegada se quedó extrañado
inteligentes y bellos. Pero yo apenas lo veía, sólo me interesa­ de que nadie lo aguardara. Desanimado, perplejo y descon­
ba contemplar al hombre que ahora integraba mi vida”." certado por todo, se m etió en una pequeña posada del puer­
A Victoria Ocampo le pasó exactamente al revés. Cuan­ to. Allí lo descubrió Victoria”,
do Tagore llegó a Buenos Aires, el am or de Victoria Ocam ­ El caso es que Tagore llega y se enferma. Los médicos
po por Julián M artínez todavía era el sentim iento más in­ Castex y Beretervide le aconsejan reposo y entonces, cuan­
tenso que había conocido en su vida. Sin embargo, desde el do ambos extranjeros (el poeta y su secretario) están des­
m om ento en que conoció a Tagore y mientras él vivió en la concertados o medio perdidos sin saber qué hacer porque,
Argentina, sólo le interesó contemplar a ese hombre, cuya para peor, los peruanos invitantes no aparecen por ningu­
poesía la había emocionado hasta el llanto y sobre quien es­ na parte, Victoria Ocampo y una amiga caen providencial­
taba escribiendo, precisamente en ese mes de noviembre de m ente en las habitaciones del Plaza Hotel (o quizás ayuda­
1924, un artículo. ran al traslado del poeta de la pensión del puerto a ese non

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plus ultra de la hotelería porteña). Como sea, en su Autobio­ lu y la baiiia .solemne lo.s subrayan, lis alto. Camina bien. Sus
grafía, ella ha contado con todo detalle cóm o rescató a Ta- manos cxlraurdinariamente «racées» y expresivas, se mue­
gore del encierro de esas habitaciones y le ofreció una casa ven con una gracia lenta que me sorprende”.*-’
en Punta Chica, sobre las barrancas del Río de la Plata, pa­ leñ em os al poeta. Hay tam bién varias fotos, que no
ra que se repusiera. contradicen a Victoria Ocampo. Su descripción es fiel. Ta­
En verdad, en esa primera entrevista Victoria Ocampo gore es el hindú que puede resultar perfectamente hermoso
ofrecía algo que no estaba segura de disponer. En efecto, pre­ incluso para los ojos occidentales menos relativistas (se pa­
visiblemente sus padres no le prestaron la quinta de San Isi­ rece a las fotos del Tata Ocampo que Victoria incluye en su
dro (su quinta de la infancia), que era el lugar en que estaba Autobiografía). Pero hay una foto donde Tagore está acom ­
pensando cuando le hizo la invitación a Tagore. De apuro, pañado por Victoria Ocampo que me gusta particularm en­
tuvo que pedirle la quinta de Punta Chica a unos parientes te. El huésped, sentado en un sillón de mimbre, mira a la cá­
que se la prestaron por una semana y luego consideraron m ara; a su izquierda, sentada en el suelo, con las piernas
más lógico que Victoria Ocampo, si quería usarla para su recogidas, está Victoria Ocampo. Ambos llevan sombrero;
ilustre huésped, les pagara un alquñer. Es bien sabido que ella Tagore un birrete oscuro, alto, redondo y sin visera; Ocam ­
vendió la famosa medialuna de brillantes y cerró el trato por po, una cloche blanca, encasquetada hasta las cejas, de corte
dos meses. Tagore se mudó a San Isidro, que se convirtió en perfecto, cuyas alas rozan unos aros también blancos. Ella
un centro de peregrinación administrado por su secretario y viste una pollera plisada, corta, y un blusón claro con esco­
por Victoria Ocampo. te en V, zapatos blancos: un conjunto elegantísimo, que ni
El impacto de la primera visión del poeta se repite, sin siquiera hoy podría ser pasado de moda, tai com o cuenta
atenuaciones, durante esos dos meses: “Entró, silencioso, le­ Ocampo que quería Chanel (quería que sus trajes pudieran
jano, con no sé qué inabordable mansedumbre. Estaba en el ser usados treinta años después sin que parecieran viejos).
cuarto y no estaba. En su porte hay algo de la altivez de las Los ojos de Victoria Ocampo están a la altura de las manos
llamas. Algo de ese desdén soberano con que m iran a quien de Tagore, que reposan sobre sus rodillas. Ella, que no lo m i­
las mira. Pero una dulzura avasalladora mitiga la altivez de ra, parece reconcentrada. Una occidental del smart set rin­
este hombre. A pesar de sus 63 años (la edad de m i padre, de pleitesía al poeta de la India que sabe hacerse entender
pienso) ni una arruga en la frente, como si ninguna preocu­ por los europeos. Tagore tiene el aspecto de un patriarca:
pación hubiera podido alterar la tranquilidad de esa piel do­ podría ser judío o musulmán, un sacerdote ortodoxo ruso
rada. El pelo blanco y abundante, ondulado, cae, com o en o armenio. Es un hindú familiar.
las cabezas de los pajes, sobre un cuello firme y redondo. Ad­ Alguien de la servidumbre le informa a Ocam po que
mirables proporciones de la cabeza y del cuello. La parte ba­ las túnicas de Tagore están muy raídas. Es ridículo pensar
ja de la cara está oculta por la barba y eso da mayor im por­ - que puedan conseguirse en Buenos Aires túnicas de confec­
tancia a la parte alta. La nariz, los huesos de los pómulos y ción y también es imposible que algún sastre porteño sepa
de la frente, revelados por la piel tirante, tienen una belleza cortarlas y coserlas. Victoria Ocampo recurre a la sucursal
casi excesiva, como los ojos negros, con sus párpados per­ de Paquin, la famosa casa de modas francesa. Allí, donde la
fectos, a menudo bajos. Los ojos, la piel conservan una ex­ conocen bien, encarga una nueva túnica y es Alice, la pro­
traña juventud. Al contradecirlos, la aureola blanca del pe- badora de Paquin, quien la mide sobre el propio cuerpo del

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poeta. Vestido por Faquín, quizá sea esa la tuiiii.a, tle lanita de DdHi.ssy y R.u'cl o la poc.sía de B;unlclairc, no son esca­
marrón, que Tagore lleva para la fotografía y tiue siguió usan­ sos, pert» ella supo Imsear los puntos de contacto: a ambos
do muchos años, como se lo comunica a Victoria Ocampo en les había gustado Shakespeare, en su primera juventud, de
su correspondencia. La túnica de Paquin, la cloche que pudo la misma manera; ambos se apasionan por la naturaleza,
haber cortado Lucienne, modista de Reboux, la pollera plisa­ tanto las llores y plantas del jardín com o el paisaje más
da y corta: una mezcla de objetos que vienen de lugares dife­ agreste del río. Como sea, la sombra del malentendido so­
rentes y se depositan, naturalmente, sobre esas personas que brevuela perm anentem ente el relato de Ocampo, aunque
también son de mundos diferentes. ella se esfuerce por explicar los saltos de temperamento de
Victoria Ocampo le traduce a Tagore un poema céle­ su huésped y traduzca lo que le parece que viene de la “cul­
bre de Baudelaire, “L’invitation au voyage”. Ese poema, que tura hindú” a lo que es su propia cultura. Tagore presenta
a los occidentales nos gusta instintivamente, por así decir­ un exotismo moderado, para uso de occidentales, pero una
lo, a Tagore le suscita una frase que Victoria reproduce en de las cualidades indispensables es el “misterio”. Frente a él,
inglés: “Vijaya (le decía Vijaya), I donT like your furniture Ocampo enmudece, “la timidez y la admiración” la conver­
poet (Vijaya, no me gusta su poeta de mueblería). Por lo vis­ tían en “una adolescente”.*^
to (sigue Ocampo que, un poco injustamente, se echa la cul­ Tagore, en cambio, no tiene problemas en aceptar los
pa del malentendido), yo había reducido al gran poeta fran­ dones materiales de esta adoración. Da la impresión de ha­
cés a la tónica de un rem atador argentino, anunciando la llarse completamente cómodo en esta relación desigual; con
venta de algún «im portante m oblaje im portado»”. L o s sus palabras abre los malentendidos, con sus silencios, los
esfuerzos que hace Victoria Ocampo por comprometer a Ta­ cierra. Se atiene, por convicción o comodidad, a la idea de
gore en sus propios gustos estéticos no obtienen buenos re­ que los occidentales nunca comprenderán del todo a la In ­
sultados. Lo mismo que con Baudelaire sucede con la m ú­ dia. “Tagore dudaba de nuestra com prensión del pensa­
sica contemporánea que hace interpretar en su casa por Juan m iento oriental, por lo menos dudaba en ciertas ocasiones.
José Castro al frente de un cuarteto de cuerdas. Detrás de Una tarde, en Chapadmalal (la estancia de un Martínez de
una puerta, ¿displicente, cansado, deprimido?, Tagore escu­ Hoz adonde, también de prestado, lo lleva Victoria Ocam ­
chó música de Debussy, Ravel (dos de las pasiones de Ocam­ po), entré en su cuarto en m omentos en que terminaba un
po) y Borodin. Sólo logró interesarse por este último. poema. Era un dorm itorio grande, cuadrado, con cortinas
“Nuestra música occidental le parecía tan embrollada y sin de damasco rojo. Las ventanas de guillotina se abrían sobre
pies ni cabeza como las canciones bengalíes que él me can­ el parque verde tierno, en ese mes, y a lo lejos se juntaba ese
taba a veces m e parecían, al principio, insoportablem ente verde con un cielo sin nubes. Sobre los muebles de madera
m onótonas. Descubrí, así, que la m úsica no es, com o yo preciosa brillaban años de cera y de gamuzas. Leguas y le-
im aginaba, un lenguaje universal... Relativamente: pues •guas de silencio nos rodeaban. Esos anchos silencios argen­
acabé aficionándome a las canciones bengalíes,” tinos, ahondados por la presencia de los teros y de los ben-
Durante los dos meses de residencia en San Isidro, Vic­ teveos, por los lejanos balidos, mugidos y relinchos. Había
toria Ocampo no se cansa de aprender de Tagore, que la de­ llovido unas horas antes y el aire tonificante y efervescente
ja hacer sin atender demasiado las preferencias de esa m u­ de esa costa del Atlántico parecía vibrar en los pulmones.
jer que lo adora. Los malentendidos, como el de la música «Es hora del té», le dije, «Pero antes de bajar, tradúzcame,

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por favor, ese poema que veo sobre su mesa». Asomada a la que eso nu ptulia itilercsar a los uctitlciUalc.s. Senil que una
página, examinaba, sin poderlas descifrar, com o rastros de ola de sangre nic suliia a la cara, como si me liubieran al)o-
patitas de gaviotas en la arena, los delicados dibujos de las feteado. 1)c.sde luego, Tagore haln'a contc.slado a mi pregun­
letras bengalíes. Tagore empezó enseguida a traducir, literal­ ta sin ánimo de alligim ic, por convicción. Le dije, con una
mente, me advirtió. Lo que iba traduciendo, a veces con ti­ vehemencia que nunca me había permitido con él, que es­
tubeos, me pareció tan tremendamente revelador que le pe­ taba horriblemente equivocado”.’^La escena de humillación
dí que lo escribiera, más tarde. Era como si por milagro, o de esa mañana sucede a la escena de adoración imperiosa de
casualidad, entrara yo directamente en contacto con la m a­ la tarde anterior. Tagore se tom a su mezquina revancha,
teria poética de lo escrito, sin esos guantes que son las tra­ marca su superioridad, después de haber admitido que fis­
ducciones; traducciones que nos impiden tocar las palabras gonearan los papeles que tenía sobre la mesa, es decir des­
con las yemas desnudas de los dedos”. ** pués de haber admitido que esa mujer ejercía un cierto de­
No falta nada: Victoria Ocampo que, en 1924, todavía recho a su intimidad y a su escritura.
no sabía escribir en español y debía hacer traducir por otros La escena pone de manifiesto los conflictos típicos del
sus originales escritos en francés (que es su primera lengua li­ mecenazgo m oderno. Pero, además, desafía la creencia de
teraria), pide a un bengalí que le traduzca al inglés (que es la que es posible traducir todo: Tagore tradujo todo a la tarde,
segunda lengua del poeta) un poema en bengalí. La futura pero luego a esa traducción le aplicó un criterio cultural y
traductora, que hará de su revista Sur una empresa de traduc­ llegó a la conclusión hum illante de que todo no podía ser
ción, pide que le traduzcan de una lengua cuyos sonidos le re­ traducido. Es decir que la traducción lingüística no debe
sultan incomprensibles y cuyos grafemas le parecen signos de avanzar sobre un poema cuando es imposible la traducción
k naturaleza (huellas de pájaros). De todas formas, entra en completa entre culturas.
mi contacto material íntimo con el poema en bengalí porque, La lección resulta insoportable no sólo para Victoria
como dueña de casa, lo ve sobre la mesa del cuarto de su hués­ Ocampo, sino probablemente para cualquier intelectual pe­
ped, en la privacidad de un dormitorio, recién escrito y con riférico. El malentendido de las lenguas es relativamente to ­
la tinta todavía fresca. Se siente autorizada a ese pedido por lerable; la incomunicabilidad de las culturas no lo es, por­
dos razones: la primera es su admiración incondicional que, que queda la sospecha de que esa incom unicabilidad se
como la de cualquier creyente, autoriza la petición; la segun­ apoya en una deficiencia de la cultura hacia la que no se
da es que ha sido ella quien ha dispuesto el escenario (las le­ puede completar la operación de pasaje, traslado o traduc­
guas de campo y de silencio) que rodea al poeta. Tagore sabe, ción. Ocho años después, Victoria Ocampo recibe una lec­
entonces, que no puede negarse y reservará para más tarde el ción similar de Cari G. Jung, cuando lo visita en Zurich.
desenlace humillante del episodio. Jung se muestra irónico, desinteresado, grosero (aunque
En efecto: “A la mañana siguiente, Tagore m e entregó Victoria Ocampo casi no lo percibe). Hacia el final de la en­
en un sobre, escrito en inglés con su clara y preciosa letra, el trevista ella le sugiere una invitación a la Argentina. Jung le
poema de la víspera. Lo leí delante de él y no pude ocultar contesta con la voz del prejuicio más hiriente: “¿Para qué?
mi decepción. «Pero falta tal y cual cosa, que usted dijo ¿A quién le interesaría? Nadie entendería nada..
ayer», le reproché. «¿Por qué ha suprimido usted ese algo
que es com o el caracú del poema?» Me contestó que creía

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L as l e n g u a s , las culturas inglés se sumó muy temprano a la educación de infancia.
Y LOS GÉNEROS Num a, salvo en el caso de Tagore, se registra (ni con Virgi­
nia Woolf, ni con Waldo Frank, ni con Aldous Huxley) una
Irarrera liiigiiíslica. Los malentendidos con Virginia W oolf
Para empeorar las cosas, en enero de 1925, desde el va­
provienen del uso de la riqueza dineraria (que la inglesa
por Giulio Cesare que lo conduce de regreso a Europa, Ta-
camsidcra un despilfarro) y no de la pobreza de capital lin­
gore le escribe a Victoria Ocampo una carta tiernísima y, al
güístico. Cuando se examinan los originales de sus cartas, la
m ismo tiempo, evocadora de la incomunicación verbal que
rapidez y la espontaneidad del trazo es idéntica en castella­
se habría instalado entre ellos. Primero agradece y luego des­
no, en francés y en inglés. En muchísimas, pasa del francés
cribe una situación de torpeza intelectual, que la adulación
al castellano, muchísimas son totalmente en francés (la lar­
atenúa y subraya al mismo tiem po: “Usted me rescató de la
ga correspondencia con Roger Caillois), y muchas otras en
organizada hospitalidad de un com ité de recepción y me
inglés (la correspondencia con W oolf y Frank).
brindó, a través de usted m ism a, el toque personal de su
Escribió sus cartas de niña en francés y también la lar­
país. Por desgracia, la barrera del lenguaje impidió una libre
ga serie de cartas que, ya adolescente, le envió a Delfma Bun-
comunicación de mentes entre nosotros, porque usted nun­
ge; cuando el “tema” de la carta es francés (como alguna que
ca sintió plenamente suya la única lengua europea que yo
le escribe a José Bianco a París), la lengua de la carta tam ­
conozco. Fue lam entable, porque usted tiene una riqueza bién puede serlo; cuando el tema es “norteamericano” y la
m ental, etc., etc., etc.” Cuando Victoria Ocampo, muchos carta había comenzado en francés o en español, se pasa al
años después, inserta esta carta en el cuarto tomo de su Am- inglés (com o en la carta donde una descripción de un ofi­
tobiografía, le agrega una nota al pie donde aclara que no se cio religioso en Harlem convoca al inglés).*® Sus escritos en
trataba de sus propias dificultades con el inglés sino de su francés están empedrados de palabras y frases inglesas, y sus
“inhibición”. artículos tienen casi tantas citas en inglés como en francés.
Com o sea, hay una falla lingüística: el inglés de Victo­ Incluso es probable que haya citado más poetas ingleses que
ria Ocampo (que ella siempre sintió como una lengua na­ franceses, aunque no he hecho la cuenta. Porque lo apren­
tural) parecía insuficiente frente a Tagore. No sólo las cul­ dió un poco más tarde, su inglés suena más elemental y m e­
turas, sino los idiomas, que Victoria Ocampo pensaba que nos idiom ático. Pero nunca deja suponer que pudo haber
nunca serían un obstáculo, podían convertirse en origen de planteado una dificultad de comunicación.
malentendidos. En lugar de la lengua extranjera como puen­ En verdad, el inglés no fue un obstáculo para Victoria
te, la lengua extranjera com o obstáculo. Ocampo porque todos sus problemas aparecían en relación
Sin embargo, Victoria Ocampo era perfectamente tri­ con el francés, precisamente su primera lengua de escritu­
lingüe, Lo que sorprende precisamente es su perfecta capa­ ra. No eran problemas de dom inio del francés, que estaba
cidad de switching entre lenguas y (salvo en el episodio de totalm ente asegurado, sino problemas del dominio que el
Tagore) nunca queda la duda de cóm o esta m ujer se com u­ francés ejercía sobre un castellano escrito precario. Para es­
nicaba con sus interlocutores ingleses o americanos. El fran­ cribir en castellano debió romper con el francés y no con el
cés fue su primera lengua escrita, pero (com o lo repite de­ inglés, porque el castellano fue su segunda (o tercera) len­
cenas de veces en su Autobiografía y en los Testimonios) el gua de escritura y el francés, la primera.^®

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Pero hay más al respecto. En primer lugar, para niñas p.igiii.is tuviera mucho que ver con lo que en ellas puso el
de sociedad como las hermanas Ocampo, María Rosa Oli- romántico autor! Lo único que puedo jurar es que leí el li­
ver, Delfina Bunge, Carmen Peers (fuera cual fuera su des­ bro entero, .sin saltar una coma, y con creciente entusiasmo.
tino futuro), la lengua extranjera no se aprendía, sino que se. (...) 1,0 curioso es que desde entonces consideré el francés
trasladaba de las institutrices o desde los libros como por com o un idiom a más íntim am ente m ío que el propio’V2
osmosis. Cuando Victoria Ocam po cuenta que no quiere Victoria Ocampo ofrece la verdadera, definitiva, prueba de
aprender lo que su Mademoiselle o su Miss le enseñan, ja ­ interioridad: “Sabía recordar en dos lenguas que pronto fue­
más está en juego la lengua: lo que se le resiste es la geogra­ ron tres’V^ Se recuerda, se usan los números y se sueña sólo
fía o la historia o la aritmética. La lengua extranjera rodeó a en la lengua materna. Estas pequeñas historias cuentan lo
esas niñas com o una atmósfera y la respiraron como si fue­ mismo: interioridad indiscriminada, contacto promiscuo y
ra aire. naturalidad osmótica. Marcas de una elite en sus hijas.
Por eso, llegado el momento, ninguna de ellas se acuer­ El francés, además, definía los límites precisos dentro
da de cóm o aprendió a leer en lenguas extranjeras. La que de los cuales la m ujer de la oligarquía, a comienzos de siglo,
cuenta es M aría Rosa Oliver: “Nada recuerdo del mecanis­ podía relacionarse con el arte. Era la lengua de la recitación
m o mental que me permitió deletrear el m enos fonético in­ y de la literatura liviana que se consideraba apropiada para
glés. M iraba las letras grandes, redondas, bien impresas de las jeunes filies: “Recuerdo la desesperación de una m ujer
los libros en que Lizzie nos leía las nursery rhymes y posible­ muy refinada, que daba clases particulares, frente a la acti­
mente uní los sonidos a las sílabas que unidas formaban ri­ tud de la madre de una de sus discípulas, que era muy am ­
mas. “Al sumergirme en los libros franceses me di cuen­ biciosa. Esta madre se horrorizaba ante el deseo de conoci­
ta por prim era vez de que sabía ya ese idiom a com o el m iento expresado por su hija. Odiaba verla leer cualquier
mío”.2i Ahora la que cuenta es Delfina Bunge: “Había en ca­ cosa que fuera seria, aunque le permitía leer todas las nove­
sa un libro muy lindo, cuyas viñetas y hermosos grabados las francesas que llegaban a América del Sur, y que pertene­
eran para m í una irresistible invitación a ser leído. El libro cen a la peor calidad. Si encontraba a la niña leyendo cual­
estaba en fran cés... y yo no sabía francés. Pero ni rem ota­ quier cosa más o menos seria que ella hubiera introducido
mente se m e cruzó por la imaginación que esto fuera un in­ de contrabando en la casa, la madre exclamaba: «Querida,
conveniente. [ ...] Las pasadas lecciones de la mamá habían­ dejá ese libro inmediatamente, te vas a volver vieja y arru­
nos dejado en la cabeza alrededor de una docena de palabras gada antes de tiempo y nadie va a querer casarse con vos».
francesas: niño, lápiz, cuaderno, madre, padre; tal vez algu­ La m ujer prom edio de Argentina tiene sólo dos temas: el
na frase. [ ...] La obra que así me interesaba era ni más ni am or y la maternidad. Por lo que vi, la educación de la niña
menos que Paul et Virginie por Bernardin de Saint Fierre. rica consistía en ignorar lo más posible de los temas funda­
Un enorme volumen para cuyo manejo debía utilizar el gran mentales y tener una presencia brillante en sociedad. M u­
atril de pintura de la mamá. Y supongo que ella, que tan es­ chas de ellas escriben versos bastante encantadores, otras
tricta fue siempre respecto de nuestras lecturas, no se opon­ cantan con el aire casi profesional de una soprano. Una ni­
dría a ésta, poco adecuada para mis años, imaginando que ña debe ser refinada, pero nunca educada”. La viajera que es­
nada entendería. ¡Lejos de m í la tem eraria presunción de cribió estas líneas visitó Buenos Aires en 1919, bastante des­
afirmar que lo que m i espíritu infantil extraía de aquellas pués de la época de form ación de Victoria Ocampo, pero su

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testimonio prueba que las cosas permanecían itilaclas. 1 la- d íte francesa y rioplaiense. El acto que hubiera sido com ­
cer música, leer y recitar en francés era prácticam ente lo pletamente impropio en castellano escrito u oral, o en fran­
único aconsejable.-'* cés oral, es relativamente tolerado en versos franceses.
Para las que insistían en escribir algo más que cartas Los versos franceses son una prolongación no de la lec­
privadas, el francés era un género literario. Primero Delfina tura de literatura sino de las clases de recitación. Están en lí­
Bunge y después Victoria Ocampo escriben versos france­ nea con ese capítulo de form ación de la niña aristocrática,
ses, género al que sólo excepcionalmente (como poesía de ál­ más que con un capítulo de aprendizaje literario tal como
bum o poema de circunstancias) recurrían los hombres. Los lo realizan los escritores verdaderos, que son únicamente los
versos franceses son otra cosa que versos en francés escritos hombres. Pero a la familia Ocam po ni siquiera los versos
por personas no francesas. Son la única form a legítima del franceses le hacen mucha gracia, ya que en este aspecto son
verso para una m ujer de la elite, aun cuando se publicaran mucho más conservadores que los Bunge, y ponen de m a­
de manera anónima o con seudónimo. La m ujer debe enun­ nifiesto las diferencias entre la nobleza de toga y la nobleza
ciar en francés como prueba de recato. Es el francés y no el de renta.
verso lo que la protege de los ojos ajenos a su clase. El francés es como el latín de la misa, el italiano o el ale­
Cuando Delfina Bunge escribe su muy celebrada Let- mán de la ópera: una materia fónica adherida a unas pala­
tre de la ftancée y se la envía a su novio Manuel Gálvez que bras que no deben escribirse en otra lengua. Por eso, el fran­
está haciendo turismo cultural en Europa; cuando Gálvez le cés versificado es, por sí m ismo, un género poético que no
muestra esos versos extremadamente privados a casi todos debía traducirse al español: esos versos son admisibles por­
los escritores que visita, comenzando por Rubén D arío, a que están en francés. En español hubieran sido simplemen­
nadie se le ocurre que está exponiendo los sentimientos de te una inconveniencia o una pedantería.
su novia a una mirada pública que marchitaría su recato.^® Los versos franceses no son un género que dependa de
A tal punto los versos franceses son considerados un gé­ la traducción. Es evidente, cuando se leen los de Delfina
nero femenino legítimo que Manuel Gálvez le prohíbe a su Bunge publicados en París en 1911 con el título de Simple-
novia que siga escribiendo un diario íntim o (obviam ente ment, que no fueron pensados ni esbozados en español Son
jam ás destinado a la publicación) y, al mismo tiempo, se pa­ imitaciones endulzadas de Verlaine y de Albert Samain, es­
vonea por Europa con los originales de sus poemas en fran­ critas directamente en francés. Lo mismo sucede con un so­
cés. Gálvez (com o cualquier otro novio) sabe que el francés neto y un rondel de Victoria Ocampo. No hay original es­
protege esos versos como si fuera una capa de privacidad co­ pañol de estos poemas, ni podría haberlo, como no hay
locada sobre los sentimientos que, en castellano, no se de­ original en prosa de un poema, u original en verso de una
bían comunicar en público (y, dadas las normas que regían novela. No salen del traslado de una lengua a otra, sino de
el noviazgo, ni siquiera en privado). ,un uso femenino de la lengua extranjera.
El género de los versos franceses permite decir algo más De todas maneras es un derecho recortado y condicio­
de lo que se podría decir en castellano. Delfina Bunge pue­ nado que debe defenderse todo el tiem po. Delfina Bunge
de contar su am or por M anuel Gálvez y Victoria Ocampo titula un poema “Pourquoi j ’écris en franjáis”, como si al­
puede, a los diecinueve años, en 1909, escribir un soneto de­ guien hubiera formulado esta pregunta. El poema demues­
dicado a Edmond Rostand, el dramaturgo de moda entre la tra más bien que la pregunta que se intenta contestar es ¿por

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qué escribo? y la cuestión del francés se .soluciona en solo hecho leer”, de modo que ejueda en claro la responsabilidad
dos versos que afirman que la poesía es la lengua del alma y del tijtelaje.
que la de la suya, en particular, resultó ser el francés. El res­ En cambio, cuando las mujeres de la elite pasan del ver­
to del poema da vueltas sobre el amor, el m atrim onio, y una so a la prosa pública y del francés no traducido a la traduc­
curiosa teoría (¿platónica?, ¿escuchada de sus hermanos?) ción castellana, si no aceptan la tutela del m atrim onio o de
sobre la creación divina de almas que están destinadas a la Iglesia, transgreden los límites del género en ambos sen­
unirse. tidos de esta palabra bifronte.
En Simpkment, Delfina Bunge dedica un poema a Ma-
demoiselle V.O.A., Victoria Ocampo Aguirre, que tiene en­
tonces veintiún años y está a punto de equivocarse casándo­ G é n ero s
se con M onaco Estrada. El poema no habla de amor sino de
deseos y de sueños que quedan sin ser nombrados. Pero el Cuando era una adolescente, a comienzos de este siglo,
título es significativo: “Encouragement”, un apoyo solidario Victoria Ocampo tuvo como profesora de recitación a la cé­
a la señorita Ocampo: “A mesure que tu t’éléves / Plus forte lebre M arguérite Moreno. Creía entonces que su vocación
et súre tu seras; / Plus haut qu’un aigle habite un réve, / Les era ser actriz. M oreno pensaba que tenía talento. Aunque
étoiles ne tom bent pas’V^ enfurecida y delirante de “gloria”, por respeto a las conve­
Cuando Victoria Ocampo, a com ienzos de los años niencias y los prejuicios de su familia y su clase, ni se le ocu­
veinte, escribe su primer libro, lo hace en francés. Se trata de rre plantear seriamente esa alternativa que implicaba un tra­
un ensayo en prosa, tan literario y tan testimonial como lo bajo de suplantación: usar el texto dramático para ser otro.
serán sus artículos toda la vida. El hecho de que no sean ver­ Ocampo escribe muchas veces sobre la actuación, en el
sosfranceses molesta a casi todo el mundo (desde Paul Grous- teatro y en el cine. El actor, la actriz, son quienes pueden ser
sac a su propia familia, y a Ortega y Gasset que, en 1924, lo otro diferente de ellos mismos: presentarse a sí mismos pa­
publica en español en Revista de Occidente con un epílogo ra ser vistos y escuchados representando a otros. El actor
cortesano, adulador, condescendiente y lleno de reparos si­ ocupa el texto con su voz y su cuerpo. Se sustituye. Este m o­
bilinos). vimiento por el cual las palabras ajenas se convierten en pa­
El francés, en cam bio, no molesta cuando es lengua labras propias es el que Victoria Ocampo elige, más tarde,
privada escrita o ficción de lengua privada (com o en cartas como movimiento típico de su escritura donde las citas y los
que alguien hace circular entre más personas que sus desti­ glissandos al francés, el inglés y el italiano son tan im portan­
natarios). Pocos años antes de escribir su epílogo al primer tes como el texto propio y la propia lengua.
libro de V ictoria Ocam po, Ortega y Gasset cita en un ar­ Así, Victoria Ocampo encontró su género: el relato de
tículo de El Espectador sobre Azorín,^^ sin ninguna necesidad .viajes. Toda su obra es un permanente pasaje, una abierta o
argumentativa evidente, unos párrafos en francés de una secreta traslación. De la revista Sur se puede decir otro tanto.
carta de Victoria Ocampo. Pero la cita permanece, de todos Buscó las formas literarias que tienen com o condición
modos, anónim a e intrigante. Su autora es nombrada como el desplazamiento en el espacio y el deslizamiento entre len­
“una dama de rostro armonioso y divino”. Y lo que la dama guas. Transcribió textos en idiomas extranjeros, contó con­
le dice a Ortega es a propósito de un libro que él “le había versaciones con extranjeros, describió lugares extranjeros,

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usó palabras extranjeras. Eso es su propia escnlur.i. Atlcaiá.s esto es pciicclainente modcrtm: como se ha dicho de la cul­
están sus traducciones y todas las traducciones que gestio­ tura europea desde el Renacimiento, la cultura es “la com u­
nó, encargó y publicó en la revista y la editorial Sur. nicación de culturas”.-* Lo que está ausente, en su caso, es la
El relato de viajes reales o imaginarios convoca a la pri­ dimensión conflictiva de ese contacto. Ocampo se conecta
mera persona del viajero: yo he estado, yo he visto, me han con lo diferente considerándolo sólo positivamente en su di­
dicho, m e han m ostrado, yo pregunté, me contestaron.^*^ ferencia; si lo diferente no puede ser evaluado positivamen­
Victoria, la viajera, va a hacer del desplazamiento el mode­ te deja de interesarle de inmediato: “Compré el último Ca-
lo de su escritura y a la recopilación de sus artículos les pon­ hier de la Pléiade. Todo lo que hay allí dentro me aburre. No
drá el título de Testimonios, que quiere decir inform ación y llego ni siquiera a comprender lo que leo. Sospecho que la
opinión en primera persona. literatura se me está convirtiendo cada vez más en extran­
Por la cita importa textos extranjeros y los incrusta en jera (por lo menos esta literatura). Hay páginas de y sobre
su propio texto, como pruebas, ilustraciones, souvenirs que Sade en este último Cahier de la Pléiade que hacen pensar
dicen m ejor que ella misma lo que está buscando com uni­ que el caso Sade es lo que me sospechaba. Y por eso no me
car. La cita siempre es, en Victoria Ocampo, una inclusión interesa. Quizás usted piensa, como Fierre David, que sólo
positiva; no la usa para polemizar sino para nom brar m e­ me gustan los lugares comunes’* *
jor. No teme que decir con palabras ya escritas por otro sig­ En efecto, sólo le gustan los lugares comunes, que (en
nifique una pérdida o el alejamiento de un sentido “propio”. otro sentido) son los lugares de encuentro, de acuerdo y de
Como el texto ajeno entre comillas funciona la cita en tránsito obligado. Sus escritores preferidos son los que tie­
lengua extranjera: dice m ejor lo que no se puede decir de nen un acuerdo crítico amplio (de Valéry a Virginia W oolf)
otro modo (o de un modo tan justo) en la propia lengua. Ja­ y no están atravesados por la revulsión vanguardista. Sus ci­
más se le ocurrió la idea de que esa mezcla de lenguas, con­ tas, como sus viajes, recorren los territorios consolidados de
vocadas cada vez que las siente necesarias, no sea sólo un em ­ la modernidad, y nunca se desplaza hacia los bordes.
blema de riqueza sino tam bién de imposibilidad de decir las Claro está que para que esto sea posible, deben cum ­
cosas de otro modo: una servidumbre al francés o al inglés, plirse dos condiciones: ser lo que James Clifford llama un
en lugar de una libertad de transitar glissando de uno al otro. “viajero privilegiado” (a diferencia de un migrante o de un
“La fuerza de una lengua no reside en rechazar lo extranjero acompañante en condición servil que no elige adónde va)^^;
sino en devorarlo.”^'^La voracidad de Victoria Ocampo es in­ y viajar siempre por un espacio de diferencias integrables,
saciable. Lo que no encontraba directamente en español, lo es decir un espacio de diferencias culturales y lingüísticas
iba a introducir en el español después de escribirlo en fran­ m ínimas. Victoria Ocam po no siente ninguna inclinación
cés o en inglés en sus propios textos. por el viaje exótico donde puede emerger el conflicto de di­
Busca en los únicos lugares donde su experiencia le ha ferencias intolerables que resisten toda asimilación.
indicado que siempre ha de encontrar. Su experiencia es, con Su género, entonces, está definido por un movimiento
todo, limitada y no siempre puede eludir los peligros del fe­ perm anente de traslación (de lugares y de textos) que, al
tichismo de lo extranjero ni la equivocación por snobismo. m ismo tiempo, no le exige atravesar grandes distancias cul­
Victoria Ocampo impulsa y es impulsada por un m o­ turales. Recorre los mismos lugares que el viajero oligárqui­
vimiento de im portación cultural y de diálogo textual. En c o , p e r o mira cosas distintas, conoce otras gentes y regis-

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tra otros datos. Nunca pierde la seguridail sobn' c) icn t'iio pudiT ir lt)da,s las noches a cualquier teatro y comprarse
que pisa porque ha conocido ese terreno desde la iníanda, aitih¡iiier libro.
pero lo que de ese terreno le han mostrado en la infancia, es Luego, ya separada de su marido y templada en la rela-
sólo una provincia cultural que ella irá expandiendo desde ci<in con Julián Martínez, su viaje a París de 1929 es la rea­
su primer viaje “independiente”, realizado en 1929. lización de un modelo que había venido imaginando en los
Para alcanzar esta definición de su propio género, Vic­ desplazamientos anteriores.
toria Ocampo debió cambiar el sentido del viaje al extran­ Las primeras cartas a su hermana Angélica, de ese via­
jero realizado por las mujeres de su clase. Desde muy joven, je de 1929, están escritas ya por la viajera moderna y libre
las reglas del viaje oligárquico le resultaron demasiado ce­ pero que todavía no es una conocedora. En tono divertido
rradas: no puede conocer escritores, ni com prar los libros y malicioso, pasa las noticias culturales con la ligereza de un
nuevos, ni ir a los teatros, excepto a las matinées de la Co- chisme dedicado a las hermanas de Buenos Aires. Después
médie Fran^aise. de ver un cuadro de M iró anota con una frescura un poco
Antes de la Primera Guerra (y después de los viajes fi­ bárbara: “Es un ser absolutamente sincero y al mismo tiem ­
niseculares donde las familias de la oligarquía se transpor­ po no parece nada trastornado [ ... ] Los colores son sin em ­
taban a sí mismas acompañadas de una vaca o un ama de bargo tan lindos que me gustaría tener una de esas telas pa­
cría: caso atestiguado por M aría Rosa Oliver y por V icto­ ra colgarla patas arriba en mi casa nueva. El color es lo único
ria O cam p o), la dim ensión más culta del viaje típico p o ­ que a m í me gusta”.^^
día ser la que refiere Carmen Peers de Perkins: “Habiendo Exactamente un año después, en 1930, Victoria Ocampo
alquilado [en 1914] un departam ento, m i padre y mamá ya ha aprendido bastante; está yendo de aquí para allá con La-
se lanzaron de lleno a disfrutar de las delicias de la Ville Lu- can, “un muchacho psiquiatra” con quien discute sobre La voz
miére. A m í m e tom aron una gobernanta para que m e lle­ humana de Cocteau (en la discusión es Ocampo quien tiene
vara diariam ente a visitar museos. De lo que yo hacía no r a z ó n ) ,y comienza su relación con Fierre Drieu La Roche-
recuerdo m ucho: en esa época m e interesaba más lo que lle. El cambio entre 1929 y 1930 es extraordinario. Ocampo
hacían las personas mayores, cuyo mundo empezaba a vis- hizo un curso acelerado en arte moderno, acertando a veces y
lum brar” 34 no entendiendo nada, otras. Pero cuando acierta y cuando no
Victoria Ocampo comprueba y sufre precisamente la entiende, en todos los casos, está viajando de un modo dife­
hostilidad de ese mundo, el de las personas mayores más o rente del que le habían enseñado en su infancia.
menos conectadas con los salones parisinos, respecto de sus Entre 1929 y 1930, se introduce velozmente en el m un­
fantasías de viaje cultural. En París, donde pasa largas tem ­ do literario: almorzaba y comía con Valéry, Supervielle, Ma-
poradas muy joven, con su familia, trata de forzar las líneas dame de Noailles, Ram ón Fernández, Gómez de la Serna,
del itinerario como puede, medio a ciegas: más conferencias .Ortega y Gasset, Roustan, Jaques Riviére, Cocteau, Chanel,
en el Collége de France que el inevitable paso por una sala algunas hijas y mujeres de celebridades y princesas sensibles
donde hablara Bergson; más música y algunas lecciones de al arte moderno (que Borges evoca, con espíritu burlón, en
canto; esconder los libros prohibidos en el colchón de su “Fierre Menard”).
cuarto en el hotel M ajestic. La única liberación verdadera Su relación con Fierre Drieu La Rochelle es la primera
que le proporciona su casamiento equivocado consiste en que mantiene con un escritor y un extranjero sobre la base de

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una relativa igualdad. Con Tagore se halu'a scntitlu una ado­ \'.i York, esa revista hubiera sitio sólo unas Lettres francaises
radora, una discípula, una sierva, una mecenas. No ocupa pulrlicadas en Buenos Aires por una dama afrancesada y
ninguna de esas posiciones respecto de Drieii La Rochelle. adinerada. Después del viaje a Nueva York, Sur podrá ser
Con éJ discute sobre París y sobre literatura en igualdad bastante más que eso, aun cuando también sea eso. Victoria
de condiciones: tanto vale su opinión como la de él. Y, final­ Ocampo ha recorrido los tres ángulos de un triángulo. El
mente, también Victoria Ocampo puede enseñar algo a al­ ángulo parisino le resulta más íntim o; pero ha aprendido
guien doblemente autorizado, por hombre escritor y por Nueva York y allí ha discutido, de igual a igual, con el inte­
francés. Drieu no entiende ni sabe escuchar a Debussy. Victo­ lectual norteamericano Waldo Frank, que la convenció so­
ria Ocampo es, por el contrario, una experta que se da cuen­ bre la necesidad de Sur como revista americana. Antes, la ha­
ta de que su interlocutor no sabe de lo que está hablando y bía convencido de que debía visitar Nueva York.
necesita ser conducido, enseñado, reprendido hasta lograr que Casi veinte años después, le escribe en francés a José
entienda. “Y no olvides — le dije, apartándome— que Glan­ Bianco, secretario de redacción de Sur, que está viajando por
de Debussy es el más grande músico francés. ¿Entendido?”^^ Europa: “Pienso en mis diversos París (el de mis 6 años, el de
El camino de dirección única del primer aprendizaje se mis 18,19,20 años y el de 1913,1929,1930,1931,1934,1939)
ha completado, y ahora tiene la traza de un círculo: Victo­ con una nostalgia proustiana. Es este París el que yo buscaba
ria Ocampo comienza a creerse tan autorizada para enseñar en las calles, como un perro perdido, durante seis meses el año
como para recibir enseñanzas. No perdió su facilidad para pasado. Encontré su atmósfera únicamente una tarde, chez
enamorarse, pero adquirió una facilidad idéntica para el Paquin (o f all things). Pasaban la colección, muy lujosa. Mme
traspaso de los objetos, los músicas, los textos amados, de Therése, mi vieja vendedora de chez Chanel, estaba cerca de
un lugar a otro. mí. Se olía el lujo de antes de la guerra. Las polleras angostas
El hecho de que la flecha del viaje se haya vuelto un círcu­ recordaban las de 1913 (las de Chéruit y las de Collar!: Ché-
lo que puede recorrerse en un sentido y su inverso, se refuer­ ruit estaba en Place Vendóme, donde hoy está Schiaparelli).
za cuando, tam bién en 1930, Victoria Ocampo desembarca Creí, al salir de chez Paquin, que iba a encontrarme con un
en Nueva York. Ese desembarco termina de dibujar un trián­ París sin fantasmas. Pero los fantasmas me esperaban en la
gulo que hasta entonces había permanecido abierto. Nueva puerta y vi el primero cuando pasé frente a un espejo.
York le permite pensar Buenos Aires de un modo diferente ”¿Usted sabe que las ciudades y los paisajes pueden ser
de lo que, hasta ese momento, le había permitido París. En . com o los perfumes y la música? Conservan la huella de
efecto, la relación Buenos Aires-París (o Londres) era una nuestro pasado. Así París, Londres, Roma, Florencia, Vene-
relación marcada por la ausencia de cualidades en uno de cia, Cannes, Deauville, Devonshire, Yorkshire, Madrid, etc.
los dos puntos: Buenos Aires no tenía lo que tenía París. son mis llagas vivas.
Ahora bien, en Nueva York, Victoria Ocampo descubre una "Recuerdo haber escuchado por primera vez una m e­
ciudad que tampoco tiene lo que tiene París y que sin embar­ lodía de Reynaldo Hahn cerca del rond-point de los Champs
go es igualmente fascinante. Nueva York le enseña otra po­ Elysées. Parece nada y, sin embargo, es como la hoja de un
sibilidad, americana, de la cultura. cuchillo. Esta melodía colgaba de los castaños (después cor­
Después de conocer Nueva York, Victoria Ocampo tados) y se arrastraba hasta las fuentes, sobre los caminos,
puede comenzar la empresa de Sur. Antes de conocer Nue- cuando, después de una larga ausencia, los vuelvo a ver.

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”Vaya algún día a Nótre Dame, tome la talle dd IíhIo serie. De su relación con el cunde de Keyserling, Victoria
izquierdo, luego, cuando cruce la rué Chanoinesse, doble de Oca ñipo dice “íbamos de malentendido en malentendido”.'*®
nuevo a la izquierda. Pase el puente que separa la lie de la Virginia Woolf nunca comprendió del todo el dispendioso
Cité de la lie Saint-Louis y encontrará la calle St Louis en Fi­ homenaje que Ocampo le ofrecía cuando le llenaba la casa
le. Allí justam ente vivía Drieu cuando lo conocí, hace die­ de llores carísimas; Ortega y Gasset le hace homenajes sibi­
ciocho años. Allí me leyó el manuscrito de Unefemme á la linos que, leídos desde afuera de la ansiosa relación que la
fenétre. Allí vivía entre sus banderas francesa e inglesa. Es el nueva escritora tenía con su prim er libro, se entienden de
corazón del viejo París. modo diferente del de una consagración que Ortega está le­
” [ ...] No hable mal de los norteamericanos. Son bue­ jos de hacer con franqueza. La correspondencia con Roger
na gente y han construido un país extraordinario. Quien no Caillois está llena de m ovim ientos pasionales que no en­
haya conocido hoy los Estados Unidos no puede saber lo cuentran en su destinatario la respuesta esperada.
que son los Tiempos Modernos. New York es la capital del En realidad, en la vida de Victoria Ocampo sólo hay
mundo nuevo, no hay duda, y es una ciudad única. De gran una relación intensa que haya estado libre de malentendi­
belleza especialmente suya. Convénzase. Los europeos no dos culturales, psicológicos y morales: con Julián Martínez,
pueden aceptarlo y si lo aceptan lo hacen a desgano. Los hie­ su primer amante, el primo de su marido, sobre quien V ic­
re demasiado. Hay una infinidad de complejos debajo de ese toria Ocampo escribe dos frases clarísimas: “]. había pasa­
desgano. do a ser como de mi familia” y “Nunca he dejado de amar­
”En cuanto a mí: el mundo entero es mi dominio y me lo”.'** Julián M artínez es alguien socialm ente idéntico a
siento en casa tanto en New York como en Londres. Necesi­ Victoria Ocampo. Por eso su relación es clandestina pero to­
to toda la tierra. Mis preferencias no me impulsan a recha­ talmente endogámica.
zar nada. Es decir que no rechazo lo que no prefiero aunque M artínez tiraba esgrima con M arcelo de Alvear, que
— como lo declaré en algún lado— haya pasado mi vida pre­ tam bién era amigo de Victoria Ocampo; jugaba al polo en
firiendo con pasión”.^® los campos de los Perkins; había sido diputado antes de 1912
Esto escribía Victoria Ocampo pasando por alto, o ig­ y agregado cultural en la embajada argentina en Italia. De
norando por completo, los malentendidos^® intelectuales y una belleza física tan impactante como la de ella, tenía exac­
pasionales que también definían su relación con el mundo tamente el aspecto de un argentino de cepa hispano-criolla,
extranjero. aguileño, m orocho, seductor, con modales y discreción de
aristócrata, estilo desganado y poco exuberante; practicaba
la generosidad y el desinterés. Vivía en los mismos barrios y
E l m a l e n t e n d id o campos que los de su clase (petit-hotel en la calle Rodríguez
Peña, finca en Córdoba); tenía la cultura de quien viajó y fue
Con Rabindranath Tagore, aunque él y Victoria Ocam ­ a buenos colegios sin preocuparse demasiado por las nove­
po creyeran en la comunicación, más allá de las palabras, de dades intelectuales; vestía impecablemente.
sus sentidos espirituales, hubo un malentendido de lenguas Buen mozo y criollo viejo, de costumbres liberales tan­
(él pensó que ella no hablaba bien el inglés que ella creía ha­ to com o para pensar que su relación clandestina con Victo­
blar perfectamente). Éste es el primer malentendido de una ria no era simplemente una aventura sino el eje, de allí y en

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más, de su vida afectiva, Julián Martínez ,s ü |h », s u I m v l u t i o , latos de Ocam po dejan percibir la sensación de peligro:
darse cuenta de que la mujer muy joven, con quien un lie- .siempre al liortle de que ella no sea entendida, de que ella no
chazo de novela sentimental lo había unido “para siempre”, entienda. Victoria Ocampo piensa que Europa es lo que tie­
comenzaba un camino del cual, en algún m om ento, él iba a ne más próximo a su corazón y a su inteligencia, y actúa
quedar excluido. El caballero criollo aceptó eso con la resig­ fren le a sus amigos ingleses, franceses o alemanes sin fijar­
nación de un dandy, sin borrarse antes de tiempo y sin com ­ se, en ningún m om ento, que hay barreras culturales que
petir cuando aparecieron otros hombres que iban a ser na­ pueden separarlos.
turalm ente más interesantes para V ictoria Ocam po, que Naturalmente, Ocampo piensa com o una rioplatense
encontró en M artínez la (primera) pasión que había busca­ cosmopolita, que se siente en casa en Europa. Pasa por al­
do desde su adolescencia, la transgresión a las normas de to que los europeos cosmopolitas no se sienten del todo en
conveniencia de su clase que no había podido realizar antes casa con los latinoam ericanos, a quienes siempre creen te­
y el primer capítulo de una libertad sentimental, afectiva y ner el derecho de juzgar un poco exóticos. Victoria O cam ­
moral que definió su vínculo con todos los demás hombres po es lo suficientem ente conocida en los círculos intelec­
de su vida. tuales parisinos com o para que, en una carta, Sartre le diga
No conocemos sino por Victoria Ocampo el modo en a Simone de Beauvoir que Caillois se ha ido con ella a la Ar-
que la relación con Julián Martínez se fue destejiendo hasta gentinad^ pero es considerada con la suficiente distancia
llegar a 1929, año del viaje a Europa defínitorio. Pero, aun­ com o para que la noticia sea presentada con un tono un
que nada más pudiera saberse, algo parece claro: no hubo poco despectivo (no hay nada m ejor que contar y cuento
malentendido en esa relación que comenzó com o debía co­ esto, más por Caillois, ni falta hace decirlo, que por la bella
menzar (dos primos políticos que se encuentran por casua­ extranjera).
lidad en Europa) y, luego, paso a paso, fue una vergüenza pa­ Ocampo cree que puede establecer con los europeos re­
ra la familia Ocampo (que, contra toda verosimilitud, fingió laciones tan poco conflictivas, y tan hundidas en la natura­
no enterarse), un escándalo para los círculos católicos de la leza, como las que mantuvo desde su infancia con los libros
elite, y un capítulo fundante de la libertad sexual que era franceses e ingleses. En 1938, en un banquete del PEN Club
condición de la libertad intelectual de Victoria Ocampo. Lo en París, dice, en francés por supuesto: “Me hace feliz haber
más interesante de todo es que este vínculo endogámico, aprendido, desde muy joven, en un jardín sobre la orilla in­
marcado por la clase, permitió el completo entendimiento mensa del Río de la Plata, al lado de los jazmineros y los eu­
de los amantes y la sencillez de su separación cuando fue ne­ caliptos, a querer al más francés de los poetas [Racine], en
cesaria para Ocampo. un paisaje amado, que se le parece tan poco y, sin embargo,
La endogamia de la relación Ocam po-M artínez supri­ en el que se ha mezclado; allí aprendí a considerarlo parte
mió la ocasión del malentendido que es la sombra de m u­ de un patrimonio inalienable”.**^ Lo que no puede percibir
chas de las relaciones intelectuales o afectivas que vinieron Ocampo es que, para un europeo, esos eucaliptos australia­
después. Sobre todo cuando los lazos de amistad o de pa­ nos transplantados a la pampa son árboles exóticos y que el
sión unen a Victoria Ocampo con liombres o mujeres euro­ cuadro conmovedor de la niña leyendo Racine a su sombra
peos. Ella piensa que se entienden perfectamente, que son les puede evocar una unión algo extravagante de gauchos y
idénticos en sus mismas diferencias, y, sin embargo, los re­ tragedias clásicas.

íos 109
La m ujer cosm opolita quiere ser observ.ul.i por una al pensar que era al fm y al cabo una desilusión. Victoria,
mirada cosmopolita y, muchas veces, quien la observa, lejos ahora yo la acepto a usted más completa y realmente que an­
de ser un cosmopolita, es un francés o un inglés adherido a tes. Com o suele ocurrir en este mundo paradójico, las du­
su cultura como a una valva. De allí al malentendido hay só­ ras semanas de su estada son, retrospectivamente, buenas
lo una distancia mínima que Victoria Ocampo atraviesa ca­ .semanas. Hay una base más verdadera, más firme, querida
si todo el tiempo. No es extraño que su relación con otro hermana, en nuestro mutuo conocim iento, puesto que es­
americano, el estadounidense Waldo Frank, no dé ocasión toy más al tanto no sólo de lo que es usted, sino de lo que
a malentendidos. Se comprueba así que no se trata de una por usted siento. Las dos semanas de Nueva York fueron pa­
cuestión de lenguas, como creyó en el m ejor de los casos Ta- ra mí esencialmente una lucha en que tuve que renunciar a
gore, sino de modos de vivir la cultura. la imago de usted por m í creada, y aceptarla a usted com o la
Cuando, en 1930, Victoria Ocampo llega por primera mujer independiente y fuerte... que es. Cuando usted se fue,
vez a Nueva York, lo que Waldo Frank espera de ella y lo que ya todo estaba claro. La tenía a usted por amiga, no a aque­
ella hace no coinciden. Él quiere que ella escuche sus ideas llas fases suyas en que se complacía mi deseo de posesión in­
sobre cóm o deberá ser la futura revista que Ocampo publi­ telectual; y si se hace la revista, será su revista, ahora, como
cará en Buenos Aires; ella, que ha viajado para discutir pre­ tenía que ser. Esto no quiere decir que colaboraré menos en
cisamente eso, es arrebatada por la ciudad a la que llega sin ella: todo lo contrario. Ahora tendré más libertad que antes
demasiados deseos y que la fascina de un solo golpe por su para trabajar’U"* Las cosas están todo lo claras que pueden
modernidad y su cosm opolitism o extremo (allí conoce a estarlo porque Frank (separándose radicalmente de los in­
Stieglitz y a Eisenstein, a millonarios de Long Island y a poe­ terlocutores europeos de Victoria Ocampo), valora el apren­
tas negros que la pasean por Harlem). Pero esta “desilusión” dizaje de la diferencia legítima. No me parece casual que es­
de Frank no es vivida, por ninguno de los dos, como uno de to lo escriba un norteam ericano (y, si se quiere agregar
esos malentendidos cuyo contenido mismo no llega nunca precisiones, judío y de izquierda), alguien cuya identidad no
a hacerse claro. se consideraba definitivamente hecha e indefinidamente re-
Por el contrario, en pocos días, apenas después de su petible. Tanto como Victoria Ocampo, y mucho más que Va-
regreso a Buenos Aires, Waldo Frank le escribe lo siguiente: léry o Drieu, Frank es un cosmopolita.
“Me he dado cuenta de que — inconscientemente— intelec­ Enamorada de lo extranjero (con un am or que no me
tual y espiritualmente quería apoderarme de usted. Lo que parece ilegítimo), Victoria Ocampo estaba sostenida en una
usted pensaba, lo que usted sentía, y lo que usted iba a ha­ fantasía: la de que el interés que ella sentía por lo europeo le
cer con su revista... todo eso, inconscientemente, lo proyec­ iba a ser devuelto simétricamente. Debería saber que esto es
taba yo de acuerdo conmigo mismo. Mientras estaba usted imposible y, sin embargo, sufre cada vez que este saber ne­
en Nueva York libraba yo un combate interior; me obligaba gado se convierte en experiencia. Probablemente sólo Roger
a aceptar que lo que usted pensaba y sentía, y lo que usted Caillois, que vivió gracias a Victoria Ocampo los cinco años
haría de la revista, tenía que ser esencialmente cosa suya. Pa­ de la Segunda Guerra Mundial en la Argentina, se acercó a
ra convencerme de ello necesitaba fijarme en nuestras dife- la realización de esta fantasía: comenzó traduciendo a Bor-
i’encias, por lo menos en todo aquello que nos distinguía al ges al francés y, de regreso en Francia, fundó la colección La
uno del otro. Usted sentía esta tensión, pero se equivocaba Croix du Sud, dedicada durante décadas a los escritores la-

lio 111
tinoamericanos. Pero si Caillois se produjo im d fi üialn len­ I >ehc ser muy feo.
te en esta relación con América latina, adonde llegó muy jo ­ "La observación me hizo retroceder instintivamente
ven, no podía pasar lo mismo con esos escritores franceses como la picadura de una avispa. Espina de cactus tú mismo,
que Victoria Ocampo alcanzaba a conocer en la cumbre de pense, con ilcspccho infantil.”'*^
su fama y que no estaban buscando el diálogo con una su­ No puedo encontrar una anécdota que ponga de m o­
damericana sino que, antes de eso, ya habían decidido con do má.s penoso el malentendido y la humillación de la dife­
qué zonas de lo extranjero relacionarse. Victoria Ocampo rencia. Sin duda, estas cosas no pasaban todos los días y no
buscó en ellos una respuesta que no podía encontrar. siempre se colocaba a Victoria Ocampo en la posición de la
En 1945, V ictoria Ocampo estaba en el lago Nahuel humillada. Otros, probablemente Drieu (un marginal, que
Huapi adonde le enviaron un cable con la noticia de la simpatiza con el fascismo y termina suicidándose al final de
muerte de Paul Valéry (su amigo desde 1930). “Nuestro que­ la guerra) y Caillois (alguien que dependió materialmente
rido Valéry ha muerto. Lo enterramos en él cementerio m a­ de Victoria Ocampo durante muchos años), podían intere­
rino de Céte (H érault)”, com unicaba el cable. “Enterrado sarse simétricamente, igualitariamente, en la bella latinoa­
pour moi seule, á moi seule, en moi méme, en el lago Nahuel mericana. Pero la experiencia del malentendido persigue a
Huapi (Río Negro). Entre bosques de coihues y montañas quien le gusta creer, como a Victoria Ocampo, que el malen­
cuyos nombres ignoraba. Él hubiera protestado quizá con­ tendido es evitable.
tra el exotismo del magnífico escenario (el exotismo le irri­ Ocampo piensa estos malentendidos como desilusiones
taba). Todo ese follaje en pleno invierno; ¡qué absurdo pa­ de la proximidad: “Había perdido mi estado de gracia. Los
tagónico! ídolos de m i juventud (Amia de Noailles, por ejemplo) ya
"¿Negará usted — le decían a Monsieur Teste— que hay no eran dioses inaccesibles. Ya no eran dioses”'*®Esta afir­
cosas anestésicas? ¿Arboles que em borrachan, hombres que m ación desencantada aparece en la Autobiografía ligada al
dan fuerza, muchachas que paralizan, cielos que cortan la nom bre del conde de Keyserling.
palabra? El “caso Keyserling” tiene un aspecto francamente có­
”Y M onsieur Teste contestaba: — ¿Y, señor? ¡Qué me m ico, de vaudeville en el que ios malentendidos adquieren
importa el talento de sus árboles y de los o tro s!... Estoy en una abierta connotación sexual. El libro que Victoria Ocam ­
M i casa, hablo m i idioma, odio las cosas extraordinarias. Es po le dedicó al episodio fue publicado muchos años después
la necesidad de los espíritus débiles. de “los hechos”, en 1951, como respuesta al capítulo “Victo­
"Muchas veces he visto a Valéry solo. Pero también lo ria Ocampo” de Viaje a través del tiempo; la aventura del al­
he visto en com pañía de M . Teste. Un día, ufana de poder ma, traducido tam bién en 1951 después de la muerte del
obligarlo a admirar — creía yo— las bellezas naturales de mi conde. La figura arquetípica presentada por Keyserling en
Argentina (las otras se me antojaban menos comunicables), ese capítulo es la de la m ujer sudamericana, y Ocampo fue
le presenté una sorprendente fotografía tomada en Jujuy. su modelo.
Miró la cosa con sus ojos claros, que nunca huían. Para aclarar las cosas, esa mujer sudamericana escribió
¿Qué es eso? una respuesta titulada El viajero y una de sus sombras (Keyser­
”— Flores. Un cactus grande como un árbol y cubierto ling en mis memorias), precedida por tres epígrafes abiertamen­
de flores. te programáticos. El primero, de la Pentesilea de Kleist, evoca

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los flechazos que Pentesilea, la amazona, tiene la fuerza y la re­ j>i)i lo mello;, lies t'iisayoN del i uiulc tic Keyserling, u quien
solución de dar como respuesta; la segunda cita, del propio la Revista de Oeeideiite ctnisidcraba un pensador interesan­
Keyserling, afirma que la única relación de los vivos con los te. Leído lioy, e.s verdaderamente fácil darse cuenta de que
muertos es la de la verdad de los hechos pasados; el tercer epí­ Keyserling proporcionaba megadosis de una mezcla despro­
grafe, de Orlando de Virginia Woolf, dice así: “Addison, Dry- lija y pretenciosa, con aspiraciones filosóficas de construc­
den, Pope... Tales nombres tenían aún para ella gran poder de ción sistemática. Pero, en la década del veinte, sus libros no
encantamiento. En algo, quizá, hemos de creer, y como Orlan­ fueron considerados un pastiche, aunque la ironía con que
do, lo repetimos, no creía en las divinidades ordinarias, había se referían a Keyserling otros amigos de Ocampo, com o
consagrado a los grandes hombres su parte de credulidad... Drieu La Rochelle, sólo ella, la crédula, fue capaz de pasar
Sólo el pensar en un gran escritor despertaba en ella un tal cú­ por alto.
mulo de fe que hasta llegaba casi a imaginárselo invisible”. Como sea, Victoria Ocampo se entusiasmó con Keyser­
Bajo la advocación de los tres epígrafes, Victoria O cam ­ ling como se había entusiasmado con Tagore y desde 1927
po se decide a responder con sus flechas a lo que considera mantuvo con él una correspondencia que ella creyó encen­
una mentira, restituir la verdad de los hechos después de la dida sólo intelectualmente, y el conde tradujo como el pre­
muerte de uno de sus protagonistas y, sobre todo, recono­ ludio de una pasión física y carnal. Victoria Ocampo lo in­
cer (sin captar, creo, la ironía de la cita de W oolf) el encan­ vitó a visitar la Argentina y se convirtió en su empresaria,
tamiento que los escritores ejercieron siempre sobre su ima­ discutiendo los precios de las conferencias e imponiendo las
ginación al punto de convertirla en una crédula. Victoria condiciones del conde a Amigos del Arte, la Cultural Argen­
Ocampo toma el impulso de sus epígrafes para internarse tino-Germana, el Jockey Club y la Facultad de Filosofía y Le­
en una historia ridicula, cuyo lado cómico ella, ofendida, no tras, los cuatro escenarios que iba a ocupar en Buenos Ai­
puede percibir ni siquiera veinte años después. res. Keyserling se puso cada vez más exigente y, com o
Sin embargo, esta ceguera sobre el episodio se compen­ condición de su gira sudamericana, estableció que Victoria
sa por su reconocimiento com o malentendido. Fiel a su es­ Ocampo fuera antes a Europa para discutir las precisiones
tilo, Ocampo lo hace citando un párrafo magnífico de Kier- del viaje, conocerse, enseñarle español...
kegaard que, a m i vez, copio acá: “El malentendido existe Victoria Ocampo accedió e instaló a Keyserling en un
siempre que dos cosas heterogéneas se encuentran, por lo hotel de Versalles (elegido, más que elegido, impuesto por
menos cuando se trata de cosas heterogéneas que tienen una él), y ella viajó de Buenos Aires a París. Se trata del viaje de
relación, o de otra m anera el malentendido no existe. Se enero de 1929, que tan significativo fue en otros aspectos. El
puede decir pues que como base del malentendido hay un pacto, en sus aspectos materiales, se fijó por carta: “Ante to ­
entendimiento, es decir la posibilidad de un entendimien­ do deseaba que durante el mes de su permanencia en Ver-
to. Si hay imposibilidad a ese respecto el malentendido no salles lo fuese a visitar con la mayor frecuencia posible; que
existe. Por el contrario, con la posibilidad del entendimien­ no llevara una vida mundana (com o si a mí se me diera por
to el malentendido puede existir, y desde el punto de vista ahí), vida que podía distraerme de nuestros coloquios; que
dialéctico es cóm ico y trágico a la vez”.*'^ no contara con él como hom bre sociable para reuniones de
¿Qué había sucedido? Desde 1927, V ictoria Ocampo ninguna especie; que lo invitara a comer a París una o dos
había leído con entusiasmo de discípula y de autodidacta veces con argentinos selectos, champagne y ostras ídem; que

114 115
las mujeres estuvieran en traje de si»irce v lu.s luniibres ilc i|tic bus» ,i I m (l i l i Ihallij;»•iiilflct Ui.il sin anclaje físico,ella; la
smoking. Estos requisitos me paredcrun inoccnles y tic una ilevoliu ion eioln . 1 de la .ulntiración, él).
conmovedora gourmandíse del paladar y de los ojos. He de­ Paso un lULcs lleno de porm enores ridículos. Uno de
testado siempre el champagne, las ostras, las comidas en que ellos, ademas, recuerda una historia de burlador burlado,
hay que «vestirse»; pero comprendo que a otros les gusten”.**» porque mientras el conde seductor permanecía encerrado
Finalm ente llegó el día del encuentro. Y, por supuesto, en Versalles, Victoria Ocampo paseaba por París y conquis­
la entrevista term inó casi en una catástrofe. Keyserling, que taba a Drieu, un hombre que sí le interesó en todos los sen­
era “fotogénico como un actor de Hollywood” y tan alto co­ tidos. El episodio continuó en Buenos Aires, donde Keyser­
m o alguno de ellos, tomó las m anos de Ocampo entre las ling se com portó sin m iram ientos, com etiendo una serie
suyas y, después de las primeras palabras, de modo bastan­ ininterrumpida de groserías. Victoria Ocampo fue fiel a la
te brutal intentó pasar a los hechos. Ocam po lo recuerda parte del pacto que le correspondía, pagando sus facturas en
com o un Gengis Khan, un bárbaro asiático dispuesto a pre­ el Plaza Hotel y llevándolo de aquí para allá en su auto. C o­
cipitarse sobre Europa (ella, en la ocasión, ocupa ese lugar m o era inevitable, hacia el final de la visita, dejaron prácti­
sim bólico). Atropellado y torpe, Keyserling reclamó lo que camente de dirigirse la palabra. A Keyserling el viaje, aun­
creyó entender que le iba a ser entregado según el espíritu que lo privó de la relación con O cam po que él daba por
literal con que había leído las cartas apasionadas, pero li­ descontada, le dio ocasión para realizar, a las apuradas, las
brescas, de Victoria Ocampo. Ella, por otra parte, desde el observaciones con que presentará a la Argentina en su Me­
prim er golpe de vista no lo defraudó. Pero, por desgracia ditaciones sudamericanas.
cóm ica, esa bella sudamericana había querido decir literal­ Tuvo otras consecuencias; el capítulo dedicado a
m ente que su admiración era intelectual. Y, ahora que co­ Ocam po en el libro postumo de 1951 y, antes de eso, sus ar­
nocía al conde en persona, no encontraba motivos suficien­ tículos en Sur (que Victoria Ocampo publicó, ya que la ad­
tes para transform ar el am or a sus libros en un am or por su m iración por el pensador no había disminuido por el fasti­
cuerpo. dio que le provocaba personalm ente Keyserling). En el
Durante un mes (en esto coinciden ambos protagonis­ primero de esos artículos de Sur y también en el capítulo so­
tas) este vaudeville se repite en la salita del hotel de Versalles bre Ocampo, Keyserling convierte en categoría interpretati­
donde el conde come, duerme y trabaja financiado por Vic­ va de “lo argentino” a la gana: “La mayor parte de los pro­
toria Ocampo. Keyserling asedia y trata de forzar a la dama; cesos vitales son ciegos. Todas las emociones lo son. Todos
ésta trata de mantenerse a una distancia física que le permita los sentimientos, por no hablar de los procesos corporales.
esquivar el zarpazo, pero, al mismo tiempo, conserva su ad­ Ahora bien: la vida comenzó en todas partes con impulsos
miración intelectual y reitera que va a cumplir con el pacto ciegos. La palabra española gana, especialmente en su acep­
hasta el final (que se supone en Buenos Aires). Cada uno de ción argentina, conserva aquella modalidad original”.**'^ Se­
ellos, pero sobre todo Keyserling, interpreta en términos gún Ocampo, esa “modalidad original”, que ubicaría a Amé­
mundanos el juego de desencuentros. Para Keyserling, Victo­ rica como el continente informe del tercer día de la creación,
ria Ocampo “padecía a causa de su poder de fem m e fatale”; donde la vida es ciega, primitiva y primordial, le fue ense­
para ella, el conde padecía una ausencia de modales sólo com­ ñada a Keyserling por una anécdota que ella le contó: “Mi
pensada por su talento. Ninguno de los dos encontraba lo hermana Silvina no encontraba un día caddy en el golf de

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Villa Allende. Se le ocurrió entonces llaiiiar a un diicuclo simismaniientu» figura en el capítulo «Tristeza de la criatu­
muy pobremente vestido que vio en la cancha. Creo que ni ra» de las Mcditiidoncs). Carecía también de toda maldad
zapatos tenía. Le ofreció hasta diez pesos para que le llevase — sin ser propiamente benévola, pues no tenía la imagina­
los palos. El chico contestaba siempre: No puedo, no puedo. ción del corazón, y no notaba lo que no la afectaba directa­
Entonces ella le preguntó: Pero, ¿por qué no podés? El chi­ mente. A menudo me daba la impresión de una serpiente
co impasible dijo: Porque no me da la gana”?^ La conversión apacible y gigante que, por pura distracción, estrujaba en el
de la anécdota en categoría descriptiva habla claramente del abrazo. Com o producía un efecto de encantam iento ex­
método filosófico de Keyserling, tan abierto a los malenten­ traordinario en hom bres de imaginación y por su natural
didos com o Victoria Ocampo. Ella, como los argentinos y condición «gana», era una mujer prístina elemental, se com ­
en general los latinoamericanos, es un sujeto de gana, que, placía a veces jugando con la crueldad, com o se complacía
en su entrega al puro deseo, carece de la “inteligencia del co­ asimismo en otros juegos del amor. Naturalmente, no le fal­
razón” que, en el caso Keyserling, le hubiera permitido dar­ taban ocasiones. Sin embargo, consciente y deliberadamen­
se cuenta y acceder a lo que ese gran europeo andaba nece­ te vivía para intereses totalmente intelectuales y artísticos, a
sitando. Pero no le dio la gana. los cuales era susceptible en una extensión rayana en lo ili­
Como sea, el episodio Keyserling, aunque resultara en mitado, y los iba siguiendo por turno como el agricultor que
un retrato que Ocampo sintió desfavorable, que la represen­ practica la rotación del cultivos’’.^'
taba alternadamente como boa, como Kundry wagneriana, La comparación con el agricultor, que atribuye a V ic­
com o fem m e fútale, y símbolo de la gana, tiene algunas lí­ toria Ocampo actitudes muy a la Bouvard y Pécuchet, pa­
neas sugestivas que muestran de qué modo ella era percibi­ sando de una cosa a la otra, de un libro a un atril, de un m u­
da por los intelectuales (buenos o malos) que frecuentaba: seo a una sala de concierto, describe bien ese élan que la
“Cuando Victoria venía a verme [en el hotel de Versalles] y impulsaba, sobre todo en la década del treinta que son los
yo no le leía nada de lo que acababa de escribir, circunstan­ años de consolidación de Sur. Pero este élan, cuando de los
cia que la estim ulaba para la conversación, ella hablaba libros o las partituras se desplazaba a las personas, podía re­
poco. Com o todos los temperamentos prístinos de mujer, sultar tan abrumador o tan incomprensible com o el impul­
era de natural silencioso y a menudo callaba. A pesar de su so pasional de Keyserling.
enorme sugestión, no provocaba, sino que se adaptaba lla­ Virginia W oolf, incluso contada por Ocampo, se con­
namente a la situación de espíritu y de alma del momento. funde cuando recibe las pruebas materiales de la admiración
Su presencia irradiaba una singular espontaneidad, que le de esta escritora sudamericana a la que escribió una veinte­
era característica, y cuyo encanto especial estribaba en una na de cartas pero a la que no leyó jamás. La desconciertan el
naturalidad com o sólo he encontrado en grandes damas de dispendio en el envío de grandes ramos de flores (que se
la vieja Rusia, unida a una vitalidad sin par, un gran refina­ ajustan a la fantasía del m illonario sudamericano, mucho
miento intelectual y estético, y una generosidad y grandeza más exótico aun si se lo percibe desde la costumbre inglesa
de corazón y de espíritu; no he conocido m ujer menos mez­ de restricción en el gasto como signo de refinam iento), y la
quina [ ...] Victoria Ocampo era desinteresada de modo in­ falta de prudencia en el episodio en que Ocam po invade
creíble para una mujer, lo era no sólo en el aspecto material, la casa de W oolf acompañada de Giséle Freund para que
a pesar de su egocentrismo (recuérdese lo que sobre el «en- Woolf, que aborrecía ser fotografiada, no pudiera escapár-

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sele. En la cima de este m ontón de malenk-iulidu.s i-sia la bre la exisleiicici ilc* imt) de su.s libros. Resentida, la argenti­
creencia de W oolf sobre la abundancia de niari)xssas en las na deja caer un título que la francesa no conoce y, doblan­
pampas (idea extraída, supone Ocampo, de los viajes de do la apuesta, se sorprende porque la francesa no conoce
Darwin). Victoria Ocampo no puede sustraerse a esta fan­ justamente aquel prefacio que, por su tema, debería haber
tasía que le da una identidad aunque sólo sea por error, y le leído con más atención que la oligarca argentina. ¿Quién es
envía a Virginia W oolf un estuche con mariposas. La ingle­ usted para suponer que yo he leído menos que usted?
sa queda estupefacta. En su carta de agradecimiento, devuel­ La conversación sigue. Estaba por publicarse el libro
ve el gesto un poco extravagante de Ocampo con un ejerci­ postum o de Keyserling, donde se incluye el capítulo sobre
cio de exotismo literario: “Q ué rem ota y hundida en el Ocampo que comenté más arriba, y, evidentemente, O cam ­
tiempo y el espacio la siento, allí lejos, en esas vastas — ¿có­ po había escrito (en francés, para ser traducido en Buenos
m o las llaman?— , esas inmensas tierras gris azuladas con el Aires) su librito de respuesta: “Hablamos del asunto Keyser­
ganado salvaje... las colas de zorro y las mariposas”.s2 Leja­ ling y desde luego encontré en ella un eco que no había en­
na en el espacio pero también en el tiempo, como una pri­ contrado en mis amigos varones. Yo devolví a B.A. en mi
mitiva misteriosamente refinada, Victoria Ocampo, que cree baúl, dentro de un cartón, el original francés de mi libro.
pertenecer al mismo mundo que Woolf, es restituida a su re­ Ahora lo necesitaría para Sim one de Beauvoir. ¿Cómo me
m oto lugar de origen. Divertida y perpleja, Ocampo comen­ lo podrían mandar en avión sin riesgos? Además, Simone
ta la carta de W oolf sin sentir la herida del malentendido. m e pidió páginas de mis m em orias para «Temps M oder-
Más de diez años después de este diálogo casi im posi­ nes». Yo le dije que si se publicaban las de K. aquí, le reco­
ble, donde la veneración de la argentina por la inglesa cho­ mendaba que se hablara de m i librito con motivo del capí­
có con la cortesía del understaternent y la ironía, Virginia tulo V.O. Me dijo que desde luego eso se haría con el mayor
W oolf volvió a ser el objeto de una conversación donde dos interés. Parece extraño (y a la vez natural) que sea una m u­
mujeres, Ocampo y Simone de Beauvoir, tampoco term ina­ je r que conozco poco y no los amigos que conozco tanto
ron de entenderse. Se han encontrado en París en diciembre quien se adelante a pedirme estas cosas. ¿No? A vrai dire, je
de 1951 y Ocampo se lo cuenta a José Bianco en una carta: ne m e pousse jam ais, jam ais je ne demande ríen a person-
“Ayer almorzó aquí en mi cuarto Simone de Beauvoir, Tu­ ne. Et ici qui ne se pousse pas est perdu”.®^
vimos una conversación muy instructiva. ¡Qué mezcla de El pedido de Simone de Beauvoir, para publicar algu­
saber y de ignorancia! Por ejemplo: me preguntó si yo ha­ nos textos suyos en Les temps modernes, no sorprende a
bía leído «A room o f one’s own». Le dije que lo había tradu­ O cam po, pero, en cam bio, le da ocasión de subrayar que
cido y publicado. Entonces le pregunté si también le gusta­ otros no actúan con ella del mismo modo. Probablemente
ba «Three guineas». No sabía nada de ese libro. Ni tampoco estuviera pensando en Roger Caillois que, en ese comienzo
del tan importante (desde el punto de vista feminista) pre­ de los años cincuenta, ya era funcionario de la Unesco y edi­
facio de Virginia al conjunto de testimonios de obreras (que tor de la colección Croix du Sud en Gallimard. Caillois, que
explican y cuentan sus experiencias)”. Así contado parece un recibió la protección de Ocampo durante los cinco años en
juego de pregunta y repregunta donde la francesa se ubica que vivieron él y su m ujer en Buenos Aires, en 1951 ya ha­
en una posición condescendiente inform ando a la editora bía traducido a Gabriela M istral, a Antonio Porchia, a Ne-
argentina de toda la obra de W oolf publicada en español, so­ ruda y a Borges. Pero los avalares de la fortuna literaria de

lio 121
Ocampo, con fundadas razones, le iiilercsan menos. Segu­ n’s'.icKu ii fin m ia. dcspuc.s de tcnniiiada la guerra, donde la
ramente el affaire Keyserling le parecía fucriemente anacró­ lelacitm se Inii'ocratiza en un intei-carnbio de pedidos (de li-
nico (pensaba, además, que el conde había sido un intelec­ lm>s, de ediciones, de traducciones, etc.), sino probablemen­
tual de poquísim a im portancia); tam poco se esfuerza por te las más intensas escenas de un malentendido que no es de
entender la indignación humillada que el capítulo sobre lenguas ni de culturas sino todavía más radical.
Ocampo despierta en su protagonista. Una solidaridad en­ En los primeros tiempos de esa relación que comienza
tre m u jeres im p u lsa a Simone de B eau voir a p reg u n tar so ­ en 1939, Caillois, más cauteloso que esa m ujer de cincuen­
bre el affaire Keyserling (nadie podría sospechar que creye­ ta anos c|ue ha caído enamorada de él, que tiene veintiséis,
ra que sobre el conde valía la pena perder un instante); le señala k radical diferencia con que ella, m ujer y extranje­
seguramente le interesaba bien poco esa vieja historia de la ra, lo enfrenta: “La insatisfacción es en usted esencial, cons­
argentina perseguida por el alemán en las salitas de un ho­ titutiva, una especie de cáncer incurable. Quizás eso sea na­
tel de Versalles. tural en alguien que ha recibido todos lo s dones y que,
Caillois, en cambio, amigo y amante durante años de además, posee las cualidades que le perm iten utilizarlos
Victoria Ocampo, estaba en mejores condiciones para im a­ bien. En ese sen tid o, yo soy como los personajes de ese film
ginar lo que ese episodio ridículo significaba para Ocampo. del que usted m e habló d u ran te n u estro p rim e r en cu en tro :
Ella le anuncia su librito en abril de 1951 y, por razones que soy de los que llevan en el hueco de las manos la tierra de la
no quedan claras, en la correspondencia que intercambian que sacan su subsistencia, to d a su tie rra . [ . . . ] T rato de p e­
ese año no hay comentarios suyos sobre lo escrito por Ocam­ dirle a usted ta n p o c o al p u n to que usted cre a que n o deseo
po. Al año siguiente, en marzo, Caillois le dice que todavía n ad a. N o digo que me alegro de que usted h aga tal abuso de
no ha recibido el texto en su primera versión francesa. su calidad de ser libre, sin fren os, sin p re ca u cio n e s, co n la
Probablem ente Victoria Ocampo está pensando en generosidad de las fuerzas natu rales (b ien h ech o ras o desas­
Caillois cuando enfatiza, con resentimiento, que ella no pi­ tro sa s). N u n ca es del to d o agradable sentirse em p u jad o p o r
de nada a nadie pero que, sin pedir, tampoco se consigue na­ un torb ellin o [ ...] Queda p o r verse (y es lo m ás im p o rta n ­
da. Como si hubiera leído este pensamiento, Caillois le es­ te) si lo que a usted la atrae de m í no es precisamente algo
cribe: “En cuanto a ti, se te piensa como candidata para el que implica u n a resistencia a los torb ellin os, ta n to co m o yo
premio Rivarol, adjudicado cada año a un escritor extran­ sé que lo que me atrae en usted es algo que yo le haría per­
jero que escriba en francés. El año pasado, fue Cloran. Sería der y qu e, en c o n se cu e n cia , yo m ism o p e rd e ría si d eseara
una dicha dártelo: la objeción es que no has publicado li­ que usted fuera diferente de lo que es, ju stam en te porque su
bros en francés estos últimos dos años. Habría que llenar es­ n atu raleza salvaje m e intranquiliza. [ . . . ] Ya le he dich o que
ta laguna. ¿Quizás el Keyserling? Sigo sin recibir la copia en n os co sta rá m u ch ísim o en ten d ern os. Ya le h e d ich o que eso
francés”.54 casi me parece imposible, recuerde que se lo dije en el valle
Por supuesto, ni el librito sobre Keyserling es editado en de las h o rm ig a s. P re cisa m e n te porque d e seam o s u n o del
su versión (original) francesa, ni Victoria Ocampo gana el o tro cosas que n os desesperarían si las ob tu v iéram o s (y que,
premio Rivarol que, de todas formas, tanto no se equivocaba felizmente, n o obtendríamos n i el u n o ni el o tro , pues usted
con sus elegidos si entre ellos estaba Cioran. Como sea, en es­ está bien an clad a en su n atu raleza y yo soy de u n a sola pie­
ta correspondencia con Caillois no están sólo las cartas de su za con la m ía )’U®

122 123
Dos años después de este ejercicio hipci i.u ioiial ilc 11M.S <lc iH ln 'iil.1 .MIO'., t ulivi.inicnle preocupado so­
análisis de sentimientos (im posible leer algo mas cumple- lo por sus cosas, le esi 1 ihe en lV/4: “Hace mucho que no
tamente francés, en la tradición que se inicia con las nove­ tengo noticias tuyas. Ln lo que a mí concierne, trabajo co­
las del siglo X V III), Victoria Ocampo escribe la palabra cla­ mo un loco, H.sloy escribiendo el discurso de recepción de
ve de su relación sufriente y pasional con Caillois. Ya están Lévi-Strauss. Es una pesadilla y será incendiario. ¿Leiste en
ambos en Argentina y la paradoja planteada por Caillois (si ¡M Nación mi artículo sobre «los jardines». Pensé mucho en
recibo lo que me gusta de ti, m e destruye; si lo destruyo, de­ ti cuando lo escribía, [ ...] Quisiera pedirte un favor enor­
jas de gustarme, etc., etc.) encuentra una respuesta “nacio­ me. Hace algunos años me impresionaron las litografías que
nal”. “Para nosotros [los argentinos] corazón es sinónim o preparó Libero Badíi para las Voces de Porchia. Deseaba que
de coraje. Y esto no sucede por casualidad. Los m alenten­ él ilustrara algunas páginas mías. Aceptó. Me siento muy fe­
didos entre nosotros [entre Caillois y ella] se originan no liz. Pero es absolutam ente necesario que la traducción de
en una injusticia de mi parte (si soy injusta y se me lo de­ esas páginas (ocho en total) sea extraordinaria. Y el texto es
muestra, soy la primera en reconocerlo) sino más bien en m uy difícil. Sólo confío en ti para ese trabajo de extrema
una esperanza terca que tengo en lo que respecta a tu cora­ precisión (y de justeza de sonidos, de sentidos, de aplomo
zón, Cada vez que esa esperanza es decepcionada, pierdo de las fi-ases). Quisiera tanto que consintieras en hacerte car­
coraje y me inclino a creer que, si el corazón no existe, na­ g o ... El atractivo de la edición depende de la calidad del tex­
da im porta el resto’A^ to en español: te envío las páginas con la esperanza de que
Entre el francés que Victoria Ocampo había conocido te convenzas”-^®Quince días después Victoria Ocampo le de­
en el Collége de Sociologie, que Caillois había fundado con vuelve esas páginas traducidas.
Bataille, y la argentina que lo rapta a Sudamérica, queda Probablemente, esa traducción brevísima haya estado
cristalizada para siempre esta forma del malentendido en­ entre sus últimos trabajos, cerrando una vida literaria a lo
tre el don (desesperado y excesivo) del corazón y las reser­ largo de la cual había aprendido a traducir bien ya que si­
vas de la inteligencia. El conflicto no podría ser más clásico. guió traduciéndose a sí misma hasta el final. Justamente en
Poco después, Ocampo lo define en términos cultura­ el espacio de la traducción/traslado de textos, donde el m a­
les: “Acabo de recibir tu carta donde me dices que la mía te lentendido es más claro, más previsible y, para decirlo de al­
resulta demasiado incomprensible. Dime, por favor, ¿qué es gún modo, form a parte de los gajes del oficio, Victoria
lo que no entiendes? Cuando dices que te sorprendes por mi Ocampo encontró un eco de su primera vocación, la de in­
facilidad para moverme entre Dante y los sonetos de Sha­ térprete.
kespeare, ¿te estás burlando?”57 Caillois había tocado la cla­
ve de Ocampo.
Cuando las tormentas de esta pasión mal correspondi­ A p r o x im a c io n e s : m ú s ic a y d e s ig n

da (y mal entendida) se disipan y Caillois vuelve a Francia,


la tensión disminuye hasta desaparecer. Y, entonces, cuando Llegó a saber lo que la actuación hubiera representado
Victoria Ocampo ya es una m ujer vieja, Caillois le pide al­ com o plenitud cuando Stravinsky la eligió como recitante
go que precisamente siempre dependió de esa facilidad in­ de su Perséfone. Esa noche, en el Colón de Buenos Aires (co­
comprensible para moverse entre lenguas. A esa m ujer de m o antes en Florencia y luego en Río de Janeiro) “la músi-

124 125
ca me inundó y nadé en ella, a grandes brazadas, olvidando " ¡l i s o s c n s . i v o s iin- j ' i i s l . i l i . i i i III. is que los unK iciios! iVIe ila-
todo el resto. Cuando al final dije; Inii) mas [ihuci y a la ve/ me msli iiiaa niá.s.Y como siempre
he tenido un gusto particular por ciertos compases, Anser­
E tje veux pas á pas et degré par degré met los hacía repetir por la orquesta [ ...] Escuchábamos
Descendre jusqu’au fond de la détresse discos (música de jazz) todo el día, repitiendo (era mi m a­
humaine. nía) ciertos compases por lo menos veinte veces. Tenía tal
entrenamiento, que apoyaba la púa en el sitio exacto del dis­
”y el coro me contestó: co en que empezaban los compases que me encantaban. An­
sermet, hundido en un sillón o sentado en el suelo, cerca del
Ainsi vers l’omhre souterraine fonógrafo, escuchaba, me miraba hacer, coincidía a menu­
Tu t’achemines á pas lents. do con mis preferencias. «Ese disco le gustaría también a
Porteuse de la torche et reine Igor [Stravinsky].» «Tome. Déselo de m i parte.» Creo recor­
Des vaste pays somnolents. dar que se trataba de Nashville nightingale. Igor, Igor, Igor,
aparecía todo el tiempo en nuestras conversaciones. Yo tra­
"pensé: No quiero despertarme de este sueño.”^» taba de explicarle cómo amaba ese re bem ol de los últimos
Victoria Ocampo, salvo en esas noches excepcionales compases del andante del cuarteto de Debussy y el la de los
en que Stravinsky o Ansermet la eligieron com o recitante, violoncelos en el preludio de Tristán y quería que él me ex­
no pudo ser actriz ni dedicarse a la música. Sin embargo, la plicara ese porqué de esa voluptuosidad musical. [...] Des­
música fue su experiencia estética más intensa y tengo la im ­ pués de los ensayos o de los conciertos, Ansermet venía a mi
presión de que sobre música hace sus observaciones más in­ casa para com entar los incidentes que solían agitarlo. Yo lo
teligentes. Sin que hubiera recibido una form ación teórica llevaba al piano y le pedía que tocara tales o cuales compa­
superior a las necesidades de una pianista amateur aunque ses. «Cuando los violines hacen esto o cuando el oboe hace
refinada, cuando está con un músico com o Ansermet se le estotro.» Le decía: «Ay, cómo me gusta lo que dicen en m ú­
ocurren las preguntas pertinentes. Ocampo, muy poco in­ sica mis contemporáneos»”.*’®
clinada a discutir cuestiones formales en literatura, donde En efecto, éste es el punto: Victoria Ocampo descubrió
la dimensión autobiográfica rodea el texto hasta tragarlo, es­ a Wagner y a Debussy en su adolescencia, se sintió comple­
cucha música de un modo que impresiona como más téc­ tamente “transportada” y, desde entonces, no dejó de ser es­
nico (por qué una nota en algún pasaje de Wagner o de De- trictamente contemporánea de la música que escuchaba: los
bussy produce precisamente ese efecto, por ejem plo). Y compositores del siglo X X en una línea que incluye a Ravel,
recibe de los músicos un respeto quizá más sincero que de Honegger, Bartok y, su pasión, Stravinsky. Su modernidad
los escritores. no llega a la escuela de Viena, aunque también conoce esa
En 1924 o 1925, durante una de las temporadas en que música y siente que su deber es defenderla (cuando se estre­
Ansermet dirigió la orquesta de la Asociación del Profeso­ na Wozzeck de Alban Berg, juzga que el público reacciona
rado Orquestal (para la que Ocampo movilizó desde el pre­ com o una burguesía “podrida”). En sus artículos y en sus
sidente Marcelo de Alvear hasta sus relaciones menos mez­ cartas, cuando cita músicas, casi siempre se trata de com po­
quinas de la elite), se ganó el derecho de asistir a los ensayos: sitores del siglo X X, de Debussy o de Wagner. Subrayo esto

126 127
porque con la literatura no sucede lo i í i i m i h k l.e. t it.is de lio Ircutciilah.i cu dio;, la vida (niIpitaiUe de sus vanguar­
Dante, de Wordsworth, de Shakespeare coexislcn con las de dias ni era seusiblr a los giros de la modernidad estética. Sus
Virginia W oolf, Valéiy o Gide. En música, en cam bio, el casas son las t|uc se tiesciáben en las autobiografías de O cam ­
mundo de referencia es casi exclusivamente contemporáneo po, de María Rosa Oliver o de Carmen Peers de Perkins. Ca­
y moderno (más moderno clásico que vanguardista). sas eclécticas, decoradas pesadamente, con muebles sólidos
Esta contemporaneidad moderna de O cam po define y muchos adornos: “A la derecha, una escalinata de mármol
también su relación con el design y la decoración. Sabe ar­ — alfombrada en invierno— conducía, luego de pasar por
mar ámbitos donde la fuerte esteticidad y la subordinación otra puerta grande — cortinada mientras duraba el frío — ,
a la norm a estética m oderna no produce necesariam ente al primer vestíbulo. Ahí, en la pared de enfrente, lo primero
arte sino un estilo (y un estilo de vida). Su ropa es, natural­ que uno veía — ¡como para no verla!— era la m onumental
mente, de Chañe!. Sus objetos y muebles deben ser verdade­ chimenea de ónix de San Luis con su enorm e espejo en el
ros, es decir responder a una función, carecer de decoracio­ cual sólo un gigante hubiera alcanzado a verse la cara. So­
nes, presentar superficies limpias y lisas, no proliferar en el bre la alta consola, entre dos candelabros de múltiples bra­
espacio, exhibir honestam ente los materiales de que están zos, desnuda hasta más abajo de su retorcida cintura, una
hechos, carecer de supersticiones de estilo salvo en piezas no m ujer de bronce, en tam año natural, que, con una m ano
sólo originales sino también bellas, agruparse en una sinta­ junto a una oreja, escuchaba el «correr del tiempo» marca­
xis sin prejuicios pero siempre extremadamente sencilla y do en el reloj de su pedestal”.®2 También casas criollas con
luminosa. Ocampo compone un orden aristocrático radical­ dos o tres patios, aljibe y frutales al fondo, com o la de la
mente diferente de los gustos aristocráticos de su clase, que calle M éxico que fue de los Aguirre, la familia materna de
seguía siendo fiel a los Luises, el bric á brac, la penumbra y Ocampo, y luego ocupó la Sociedad de Escritores, cuya sim­
la mala pintura. plicidad es considerada más auténtica y paradójicam ente
Las observaciones de Dreier, la viajera norteamericana menos ajena a la simplicidad moderna.®^
que visita (bastante escandalizada) Buenos Aires en 1919, Para Victoria Ocam po estas casas son el escenario de
permiten imaginar de qué fondo de gusto conservador se los recuerdos de infancia, el lugar donde fue completamen­
desprendió el gusto m oderno de Ocampo: “Aunque me di­ te feliz. Forman un ángulo del triángulo casa/quinta/estan-
cen que hay gente que posee arte muy moderno, como Pi­ cia que une los espacios del habitar, del gasto y de la produc­
casso y otros, no tuve la suerte de encontrarlos ni de ver los ción. Con este triángulo, Ocampo nunca rompe porque es
ejemplos que poseían. Las casas en las cuales tuve el privile­ la renta de la tierra la que sostiene sus proyectos y es tierra
gio de entrar, tenían cuadros respecto de los cuales Fader era lo que va vendiendo cuando su fortuna disminuye (en un
lo más reciente, y cuando tomamos nota de que Mlle. M o­ curso de disminución ininterrumpida hasta su muerte). Pe­
che hizo su primera exposición de retratos pintados enplein ro sí rompe, de modo radical, con la casa ecléctica, con la ar­
air hace ocho años, en 1911, nos damos cuenta qué lejos es­ quitectura Beaux Arts y la decoración en “estilos”.
tá Sudamérica de los centros palpitantes de la vida artística, Ocampo es una rareza para su clase. Pero además es la
y musical”®* única entre los escritores argentinos de la primera mitad del
En efecto, Buenos Aires estaba bastante lejos, aun cuan­ siglo que se obsesiona con la arquitectura moderna o lo que
do la oligarquía viajaba con frecuencia a esos centros, pero ella entiende por arquitectura moderna (que es una antolo-

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gía pequeña de grandes obras). En ese sentido, Ocampo es lible. Ni un color, ni una tela ni una forma donde los ojos
una excepción aunque, en el mismo mom ento de su ruptu­ pudieran refugiarse, excepto el vestido de la señora M. Una
ra más profunda, sus límites aparezcan con desoladora cla­ pesadilla”.*'*
ridad. 1íistinguir entre lo falso y lo verdadero es la condición
El límite más fírme es precisamente el que hace posi­ del buen gusto. Victoria Ocampo algo sabía de eso y llegó a
ble la ruptura: Ocampo rom pe en nom bre del huen gusto despertar la curiosidad de otra divinidad moderna, Chanel,
moderno. No sigue ningún programa estético de transfor­ cpic ejuiso visitar el departamento de Ocampo, Avenue Ma-
m ación radical de la vida (a la m anera de las vanguardias lakoff, adonde llegó, acompañada por Misia Sert, para ver
que le son completamente ajenas) y, enfrentada a la arqui­ cóm o había combinado a la perfección las mesas de cocina
tectura moderna, prefiere las obras más moderadas. Pero es de pino blanco, las sillas de paja y los sillones de mimbre con
una propagandista coherente de ciertos principios de orden los cubiertos de plata, la loza inglesa y los cepillos de carey
m oderno, tan moderados com o los de los arquitectos m o­ con iniciales de oro.® Ese departamento, arreglado según las
dernistas porteños que son sus amigos y contemporáneos. normas de la autenticidad, de la buena mezcla y del vacío,
La línea de su modernidad, además, está mucho más vincu­ responde a las mismas reglas que los modelos Chanel, don­
lada a la decoración y la ocupación de espacios construidos de la seda se usa para hacer una camiseta de changador y el
que a la arquitectura, aunque Ocampo parezca una radical satín negro para un traje de calle, que Ocampo adora desde
cuando hace construir sus propias casas. el primer golpe de vista porque el corte y la combinación (es
Desde la perspectiva del huen gusto moderno, en cam ­ decir, la sintaxis) parecen inevitables.
bio, su ojo es infalible y juzga sobre todo: ropa, joyas, m ue­ Ocampo, com o en las casas modernas que ha admira­
bles, objetos. Divertida e irónica com o una aristócrata en do, busca luz y espacios vacíos: “Me gustan las casas vacías
su descenso al infierno del mal gusto burgués, le cuenta a de muebles e inundadas de luz. M e gustan las casas de pare­
Caillois: “Así, con una lluvia terrible, llegamos a la mansión des lacónicas que se abren, amplias, dejando hablar al cielo
que ellos alquilaron. Pasamos por una sucesión de piezas y a los árboles. Cuando Jean Cocteau visitó por primera vez
cada una más fea que la otra y term inamos sentados en un el departamento de Frank— ^joven decorador francés— , de­
living-room que lo único que tenía de auténtico era el fue­ partamento en cuyo vestíbulo no había nada, ni una silla, ni
go de la chimenea y las joyas y el vestido de la señora M. Un una mesa, dijo al salir estas palabras: «L’appartement est
vestido en lana azul, muy simple, con un bolero que tenía charm ant! Quel dommage qu’il ait été cam briolé!» Pues
algo de rojo. Joyas diversas (demasiado diversas para ser bien, yo no lo lamento y estoy contenta de haber nacido en
elegante, chic, con ese buen chic del viejo París): zafiros y la época del «cambriolage» de las casas. Le Corbusier habla
rubíes en las orejas, pulsera, anillo y broche. Peinado de pe­ de los objetos para pensar. Siempre sentí y comprendí esto.
luquería. Demasiado mannequin [ ...] Él, con saco, clavel Una escultura, un cuadro, son objetos para pensar, pero exis­
blanco y cigarro. (Sólo fuma cigarros.) Las paredes del li- ten otros menos costosos, más humildes y de igual belleza:
ving-room eran verde Nilo, con porcelanas falsas y, encima, una piña, una mariposa, una piedra pulida por el mar, una
falsos cuadros. Piso de m árm ol blanco y negro. Cortinas buena fotografía. [ ...] En mayo pasado fui a lo de Alfred
amarillas y azules de un chintz que había logrado parecer Stieglitz. Me sorprendió leer estas palabras escritas sobre su
vulgar. Sillones, canapés y mesas de una fealdad indescrip- puerta: An American place. Al cruzar esa puerta me sentí

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bruscamente en m i casa: paredes de un blanco-gris, ningún Sol>rc el ctsnjunlo de Marsella de Le Corbusier, Ocam-
mueble, espacio, luz”.^*^ pu escribirá mucho más tarde que las cosas “deben am ol­
Ocampo escribe en 1950 un retrato de Eugenia Errá- darse al fm para el que fueron concebidas. Responden a ese
zuriz, la aristócrata chilena que durante décadas legisló so­ fin, y si de él se desvían pierden su virtud”.®®Este buen gus­
bre decoración moderna para los latinoam ericanos y algu­ to por sustracción es la traducción aristocrática del principio
nos franceses del París elegante. El retrato de Eugenia es, en moderno; la palabra virtud, usada por Ocampo, está allí pa­
realidad, un autorretrato donde se examinan las operacio­ ra significar una m oral y un temple: virtud, vigor, dureza,
nes (intuitivas, prediscursivas) del buen gusto. Eugenia claridad. Durante toda su vida Ocampo practicó esta “vir­
Errázuriz “parecía no saber o no poder decir de las cosas tud” del gusto en la decoración de sus casas y la crítica de
que conocía íntim am ente sino «Me gusta» o «No me gus­ cóm o otros decoraban las suyas.
ta» El gusto se expresa con esa sobriedad de razones. Se Pero está, además, la historia (mucho más complicada)
tiene o no se tiene buen gusto, y por eso es tan aristocráti­ de las casas mismas donde Ocampo encontró los límites de
co aun cuando se oponga a los gustos de la aristocracia. En la traducción de lo moderno y de su traslado desde Europa
el dom inio del buen gusto, mujeres com o Ocam po, Errá­ al Río de la Plata.
zuriz o la duquesa de Dato, pronuncian “sentencias de vi­
da o muerte”, basadas en unos pocos principios que son una
traducción, para la elite, de los sí y los no que Le Corbusier Arquitectu ra s t ra d u c id a s
sintetiza en un artículo de Sur: “Los sudamericanos son la­
tinos. Lo han demostrado haciendo de pasteleros con esas En 1929, Le Corbusier vino a Buenos Aires.^® Victoria
decoraciones de tartas de crema en que pululan el balaus­ Ocampo, que lo conocía bien, evoca en el m om ento de su
tre y la cornisa compuesta, de yeso, sobre todos los estua­ muerte, año 1965, la serie de proyectos frustrados que am ­
rios, a la sombra de la digna cindadela ancestral. Pero que­ bos desearon, con deseo distinto, realizar en Buenos Aires:
da esto de innegable: los latinos son la sonrisa. Línea, sol, “Durante su estadía hablamos diariamente de una posible
proporción, limpidez”.®* transform ación de nuestra capital. Comenzaría por algún
Este nuevo buen gusto (que tiene principios diferentes edificio de muestra, algún rascacielito frente a Palermo. Es­
del de los abuelos de estas mujeres, que dieron empleo en la to serviría para darles a las gentes y a las autoridades (aún
construcción de m s petit-hoteh a los “pasteleros”) es indis­ escandalizadas por la audacia de la arquitectura moderna)
pensable para lograr decorados ausentes que sean capaces de un pregusto de lo que podría realizarse, y tal vez un deseo
hacer ver el arte moderno: el Dalí y el Miró de la duquesa de de seguir adelante. También proyectó Le Corbusier (y este
Dato cuelgan sobre paredes claras; los Picasso de Errázuriz, proyecto era encantador) una serie de casitas de veraneo en
sobre paredes blancas; el Léger de Ocampo, tam bién sobre un terreno de varias hectáreas lindando con el G olf de San
un muro blanco. Una vez que se ha definido el espacio de Isidro (no el del Jockey Club, el otro). Pero el terreno era
estas obras, es posible pensar en alguna mezcla: una bergére propiedad de mi madre. No la pude convencer. El proyecto,
Luis XV (en lo de Errázuriz) o una mesa de caoba (en lo de com o el del rascacielito de Palermo y otros, quedó en la na­
Ocampo), siempre que no afecten el principio rector del es­ da. No contaba yo con medios para esas empresas y Le Cor­
pacio vacío y prueben, a la primera ojeada, su autenticidad. busier, como todo arquitecto, necesitaba escribir su poema

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en un buen pedazo de tierra. Acababa yo de estrenar, en el con el Golf de San Isidro, para que su hija y un amigo expe­
Barrio Parque, una casa hecha (a regañadientes) por Busti- rimentaran un poco de arquitectura moderna.
11o. A regañadientes porque pretendía aproximarse lo más Como cuando Victoria Ocampo buscó inversionistas
posible a lo «nuevo», que me entusiasmaba y a él no. Esta que quisieran arriesgar algunos miles de pesos en una pelí­
aventura absorbió los fondos de que disponía”.^* cula que Eisenstein podía filmar en Argentina y no los en­
Lo que cuenta Victoria Ocampo no tiene nada de ex­ contró, los hipotéticos comitentes de Le Corbusier no cre­
traordinario. Parece, más bien, un conjunto de sucesos com ­ yeron en el negocio de valorizar la tierra de Buenos Aires a
pletamente previsibles. Por un lado, Le Corbusier (com o se través de una intervención protagonizada por la arquitectu­
lo dice con sinceridad casi brutal a Ocampo en una carta de ra moderna. Ocampo y Le Corbusier fracasan en su inten­
1935, seis años después de su visita a Buenos Aires) quería to de intervenir de manera verdaderamente pública. Para Le
construir y no estaba dispuesto a volver a Sudamérica si al­ Corbusier la posibilidad de encontrar capitalistas amigos de
guien no le aseguraba los medios para hacerlo. Por el otro, lo moderno en Buenos Aires era sólo una de las varias líneas
tam poco es sorprendente que los capitalistas, que Ocampo tendidas por el mundo; para Ocampo, en cambio, estos fra­
quiso comprometer en los proyectos de Le Corbusier, no se casos significan una reafírmación de los límites de su clase
mostraran interesados en im portar al más grande talento de de origen y un motivo suplementario para imaginar que las
la arquitectura moderna por dos razones: porque esa arqui­ transformaciones deseadas dependen de ella y de su propio
tectura no les interesaba desde un punto de vista estético dinero.
(com o sí le interesaba a O cam po); y tam bién porque no Al único a quien convenció Ocampo fue a Julián M ar­
creían en la promesa que en 1935 Le Corbusier desliza, as­ tínez. Hay dibujos de Le Corbusier para una casa en Belgra-
tuta pero inútilmente, en Sur: “La técnica moderna perm i­ no R, una carta de Le Corbusier a Martínez explicándole el
te realizar el Buenos Aires de los tiempos m odernos. Si la proyecto y otra al arquitecto Vilar que sería el encargado de
idea es clara, si el gesto es definido, si la voluntad es firme, construirlo. Todo en 1930.^*
se puede levantar sobre el río la ciudad centelleante erguida Com o sucede varias veces en la vida de Ocampo, sus
cara al Océano. Por valorización del suelo se puede costear m ovim ientos tienen algo de desacompasado. Primero, en
la empresa’?^ La valorización del suelo parecía, en el Bue­ 1928, por intermedio de una amiga, le hace llegar a Le C or­
nos Aires de 1935, algo garantizado por el impulso de la ciu­ busier unos esquemas (dibujados por ella misma) que de­
dad y las redes de servicios que se habían trazado sobre ella. bían servirle como programa para el proyecto de una casa
Si algunos inversores podían pensar en construir el Kava- que Victoria Ocampo construiría en la calle Salguero. Pero
nagh o el cine Gran Rex, no Ies parecía en cam bio indispen­ semanas antes ya le ha encargado al arquitecto Alejandro
sable traer una polémica figura internacional para timonear Bustillo su “casa moderna” de la calle Rufino de Elizalde en
los proyectos. Basta imaginar, por otra parte, el escándalo Barrio Parque, que se construye en 1929. Finalmente, en
que las encantadoras casitas proyectadas por Le Corbusier 1930, aparecen los hermosos dibujos de Le Corbusier para
podrían producir en los gustos tradicionales de la ya ancia­ la casa de Julián Martínez. Resumo: Ocampo le pide un pro­
na M orena Aguirre, madre de Victoria Ocampo. Lo que hu­ yecto a Le Corbusier (su ídolo); al mismo tiempo, le encar­
biera sido verdaderamente excepcional es que esa señora se ga otro proyecto a Bustillo (un arquitecto que, según la pro­
decidiera a entregar los terrenos de su propiedad, linderos pia Ocampo, lo acepta a regañadientes); Ocampo construye

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este proyecto y un año después vuelve a encargarle a Le Cor- Ik' nuevo, enfrentamos un haz de contradicciones
biisier una casa para su amante. tlornlc el deseo c.stctico de modernidad está unido al desa­
Hay algo de profunda descoordinación en esta suce­ fio en el plano de las costumbres. En efecto, la casa cúbica
sión de dos arquitectos inconmensurables. Ocampo adora de Mar del Plata es ocupada, un único verano, por Victoria
a Le Corbusier pero no insiste con su proyecto; práctica­ Ocampo y su amante Julián Martínez. Esta casa es un ensa­
mente desprecia a Bustillo (quizá con injusticia), pero le en­ yo de emancipación en todos los sentidos. Ocampo usó el
carga su casa m oderna, donde invierte todo el dinero del espacio privado de una casa para presentar una especie de
que dispone y, en consecuencia, cuando Le Corbusier le manifiesto público que causó escándalo.
propone otra empresa, se ve obligada a buscar plata donde Luego, la casa m oderna de Barrio Parque, refinada y
sabe, de antem ano, que no va a encontrarla. Además, su lograda con oficio, ya no es un gesto taquigráfico ni es un
única opción no era, inevitablemente, entre Le Corbusier y esquema elemental, sino una imitación. Y para lograr una
Alejandro Bustillo. Había en Buenos Aires algunos arqui­ buena imitación, nada m ejor que un arquitecto ecléctico co­
tectos m odernos que podían tom ar el encargo com o cosa mo Bustillo. Ocampo se mueve con seguridad cuando dice
propia./** “quiero una casa moderna”, pero le encarga un ejercicio de
Pero tam bién se podría pensar que estos años, los que casa moderna a un arquitecto que nunca había construido
van entre mediados de la década del veinte y la aparición de arquitectura moderna (aunque las preocupaciones antide­
Sur en 1931, son un punto de giro en la biografía de Ocam ­ corativas de la arquitectura moderna no le fueran comple­
po. Como lo sugiere la carta que le escribe a su hermana An­ tamente ajenas).
gélica, desde París en 1929, Ocampo está en ebullición: ve Irónicamente, Victoria Ocampo, que aborrecía las im i­
un cuadro de M iró que no entiende, pero ha dejado en Bue­ taciones, realiza uno de los actos, que durante toda su vida
nos Aires una casa moderna (revulsiva para el barrio don­ consideró más difíciles y corajudos, bajo la forma de la im i­
de la ha hecho construir) en cuyas paredes le parecería bien tación. Alejandro Bustillo fue el traductor fiel del lenguaje
colgarlo porque le han gustado los colores. Ella está apren­ moderno. Esta casa de Barrio Parque es la primera gran tra­
diendo a ver. ducción encargada por Victoria Ocampo. El crítico de arte
Dos años antes, Victoria Ocampo misma había proyec­ Julio Rinaldini escribe en La Nación en 1929: “El capricho
tado una casa m oderna en M ar del Plata, y había contra­ de las circunstancias ha querido que el señor Alejandro Bus-
tado a un constructor de galpones para realizarla. De m a­ tillo, arquitecto de prestigio bien ganado y clasicista conven­
nera casi salvaje, manda hacer una casa cúbica, es decir el cido, fuera quien proyectara, sobre proposiciones de su due­
esquema de una casa moderna. No es una casa refinada ni ña, la casa de la señora Victoria Ocampo. Lo ha hecho contra
se origina en la intervención estética de un arquitecto, sino sus convicciones’V5 Rinaldini captó bien el nudo de conflic­
el gesto taquigráfico de la casa moderna realizado por una tos: un arquitecto Beaux Arts proyecta lo que no quiere pro­
aficionada. Gesto rápido, como de quien hace un boceto. La yectar, ajustándose a las directivas de una dama de sociedad
vende al año siguiente para construir la casa de Rufino de que, en 1928, no había probado nada de lo que sería pocos
Elizalde (donde invierte también el producto de la venta de años más tarde. Y, además, esa dama ha impuesto sus “pro­
unos biom bos de Coromandel que había comprado en Pa­ posiciones” con un imperio tan fuerte como el que demos­
rís en su viaje de bodas de 1913). tró, ese mismo año, cuando, a través de su amiga, le envió a

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Le Corbusier sus propios pianitos para que éste tuviera una cuartos se convierten en pórticos. Las alfombras son de la­
idea de lo que ella estaba buscando. na y las cortinas una línea de seda blanca cruda que guarne­
Hay bastante audacia en estos movimientos. Rinaldini cen los bastidores de las ventanas. No hay cuadros. En el co­
publicó su nota en La Nación como defensa tanto de la ca­ medor, una antigua mesa inglesa de caoba sostiene un vaso
sa moderna como del gesto de su dueña al animarse a cons­ de barro con un cactus pequeño, y otros dos suntuosos ha­
truirla en un barrio que la rechazaba. Waldo Frank, con una cen guardia cerca de la puerta que conduce al salón. Aquí,
cortesía que lo obliga a imaginar que la oligarquía porteña, sobre la alfombra de lana, hay un tapete dibujado por Picas­
en el fondo de su corazón, preferiría abandonar los petit- so. El mármol de la chimenea sostiene un espejo sin marco
hotels que se hacía construir y cuyos modelos vienen “del y tres pequeñas cactáceas en vasos de cristal. Una pared de
Bois de Boulogne, del Faubourg Saint Germain y de la Cas­ la biblioteca es un mapa pintado de las Américas y de Euro­
tellana”, subraya el contraste: “En este conglomerado de ele­ pa con un mar azul lleno de sol entre ellas. Los estantes son
gancias prestadas, y levantadas por una clase demasiado jo ­ de pino sencillo. Hay un tapete de Léger y en la repisa de la
ven aún para dejar hablar públicamente a su corazón, se ve chimenea, en un vaso de cristal, el esqueleto de un pescado,
una casa sencilla, espalda con espalda del palacio retórico de para romper el tema ubicuo del cactus”.^**
la Embajada española” Lo que sigue es la descripción más Ese esqueleto de pescado fue seguramente encontrado
completa que tenemos de la casa moderna de Barrio Parque, en las playas de M ar del Plata donde Ocampo ensayó por
donde el toque de Ocampo resalta en la decoración y en esa primera vez, a solas, clandestinamente, el estilo moderno. Y,
mezcla, que hay que saber hacer pero que no se aprende en com o una obsesión, los cactus que Valéry encuentra vraie-
ninguna parte, de muebles antiguos y arte moderno: “Es co­ ment ¡aids, proliferan en la casa moderna de Ocampo como
m o un rayo de sol brillando en un lugar de felpas y de sedas. la finta americana de la casa europea. De nuevo, un gesto de
Las paredes de esta casa son ladrillos blanqueados. Se alzan decoradora que muestra el talento escenográfico de su due­
en una serie de planos, de cuadrángulos y de cubos desde un ña. Los cactus son la inflexión idiomática, el toque riopla-
solo pilar circular que arranca del pórtico central. Las ven­ tense de una traducción.
tanas son apaisadas y ocupan íntegramente las paredes. Es­ Sin embargo, así com o vendió la casa cúbica de M ar
trechas en el primer piso y más anchas a medida que ascien­ del Plata y los biom bos de Corom andel que habían deco­
den la fachada. En el metal gris de las puertas se destaca una rado su prim era residencia com o m ujer casada, Ocam po
aldaba de bronce y la verja que rodea la casa está flanquea­ term ina vendiendo la casa de Barrio Parque para regresar
da de cedros. El hall de entrada continúa los planos lum ino­ a la quinta familiar en San Isidro, que volvió a decorar se­
sos de la fachada porque sus paredes son de la misma m am- gún los principios del design que había puesto en obra en
postería encalada, limpios com o un rayo de sol. Hay un su departam ento parisim o de la Avenue Malakoff: paredes
banco de caoba reclinado contra la blancura de la pared, y blancas, pocos objetos, sillones de m im bre, colores puros
en un ángulo, un barril guarnecido de latón, que sostiene com o manchas netas que resalten sobre el blanco y vibren
sombrillas de colores alegres. Al pie de la escalera se ve un con la luz.
cactus en una caja de espejos. En las salas domina la misma Ocampo no soportó la modernidad imitada de su ca­
blancura. El sol del exterior parece que brilla dentro de ellas. sa de Barrio Parque. Todo era allí demasiado programático
Cuando en el verano se levantan del todo las ventanas, los y, pese a no ser una casa de firma, demasiado “puro”, aun-

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que tam bién todo era moderado com o corresponde a un gió su proyectista. La casa de Barrio Parque fue un gesto do­
modernismo clásico7^ Ocampo había sometido a crítica las cente y moderado, aunque en 1929 haya despertado la des­
casas de su infancia, los gustos de su familia y de la mayoría confianza cerril de sus vecinos.
de su clase. Para hacerlo, consideró necesario (o no pudo Las casas de Ocampo también traducen en el espacio,
imaginar otro m odo) que fueran sus casas modernas, la ta­ la actividad de traducción en la cual ella ya está embarcada.
quigráfica y la imitada, las que probaran la autenticidad de Así como las casas representan los esquemas del modernis­
su adhesión estética. Como sea, las cosas parecen haber ido mo, también representan las prácticas de la traducción que
demasiado lejos y la alteridad resultó demasiado radical. definirían el espacio de Sur. Los vecinos molestos de la casa
Servidora de dos patrones, Victoria Ocampo no renegó ja ­ moderna de la calle Rufino de Elizalde, seguramente, tam ­
más de los principios de la decoración moderna, pero sí de poco tenían a Sur como lectura de cabecera porque la revis­
los de la arquitectura. ta era demasiado culta para la incultura oligárquica.
A partir de Sur, Victoria Ocampo no dejará de tradu­
cir a otros y de encargar traducciones. La revista es una m á­
M á q u in a s de t r a d u c ir quina de traducir y de trasladar textos de un lugar de origen
Y DE ADAPTAR a un lugar extranjero, tan remoto como lo señala la flecha
hacia abajo que fue su logotipo. Quien m onta y maneja la
Las casas modernas de Victoria Ocampo son máquinas máquina de traducir nunca está en condiciones de percibir
traductoras en dos sentidos. Traducen el modernismo arqui­ lo extranjero com o amenaza a la identidad. La traducción
tectónico, que era modernismo de firma y de maestros, a co­ es relativista y antietnocéntrica, por eso Sur puede ser acu­
pias hechas, en el caso de M ar del Plata, por un rústico que sada de extranjerizante y criticada por sucumbir a la enfer­
sigue los planos trazados por una m ujer convencida de sus medad snob del cosmopolitismo. Pero el concepto mismo
ideas pero ajena al oficio, y, en el caso de Barrio Parque, por de literatura europea sería im posible sin la traducción o
un ecléctico que acepta el encargo sin gusto pero ofrecien­ quedaría limitado al círculo estrecho de una elite políglota.
do honestamente su oficio a una empresa estética que no es En el límite, cualquier traducción democratiza. El progra­
la suya, traduciendo las directivas de una aficionada distin­ ma cultural de Ocampo no exige la búsqueda de algo puro,
guida al lenguaje arquitectónico que ella prefería. Lo que en ni la conservación de una originalidad. No percibe los peli­
el m odernismo es una obra singular, en las casas de Victo­ gros de la adulteración en la medida en que sea la elite, la
ria Ocampo son un esquema (la abstracción de la casa m o­ nobleza de toga que ella contribuyó a modernizar, quien re­
derna) y una im itación (la contradicción del espíritu m o­ gule la traducción y ponga sus leyes.
derno). Estamos llegando al final de un recorrido cuyo mapa
Com o si estas infidelidades fueran insuficientes, las dos fueron las líneas de traducción y de traslación: el amor de lo
casas de Ocam po traducen a un lenguaje moderado la ar­ otro y el impulso de poseerlo volcándolo a la lengua que se
quitectura modernista radical. Quieren m entar a Le Corbu- cree propia. Victoria Ocampo escribe su prim er libro en
sier y en realidad siguen el movimiento del modernismo ar­ francés, lo hace traducir y, a partir de entonces, siempre es­
gentino y de sus arquitectos entre quienes inexplicablemente cribe en francés para, luego, traducirse ella misma. Gran
(o de modo bastante explicable, si se quiere) Ocampo no eli­ parte de su correspondencia está en inglés o en francés (su

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francés, en la correspondencia con Caillois, es sorprenden­ idos. Sc¡ninui serie, Buenos Aires, Sur, 1967; Testimonios. Octava
te por la plasticidad con que pasa de un registro a otro, de .serie, Buenos Aíres, Sur, 1971; Testimonios. Novena Serie, Buenos
un campo semántico familiar a uno literario); sin exagerar, Aires, Sur, 1975; Testimonios. Décima serie, Buenos Aires, Sur,
1977); de su correspondencia; Cartas a Angélica y otros, edición,
puede suponerse que los grandes diálogos de su vida fueron
prólogo y notas de Eduardo Paz Leston, Buenos Aires, Sudameri­
en su mayor parte con extranjeros. Este cuerpo políglota, sin
cana, 1997; Roger Caillois, Victoria Ocampo, Correspondance, Let-
embargo, sufrió no sólo las marcas y los desencantos de la tres rassemblées et presentées par Odile Felgine avec la collabora-
pasión sino también los del malentendido. tion de Laura Ayerza de Castilho, París, Stock, 1997, y del fondo
El pasaje por lenguas extranjeras es el cam ino ineludi­ de Cartas inéditas de la biblioteca de la Universidad de Princeton,
ble a fin de llegar a una expresión justa en español.^® A O cam ­ a cuyo bibliotecario de la sección latinoamericana, Peter Johnson,
po le parece completamente equivocada (y temible) la idea debo agradecer la consulta. En adelante se citarán con las siguien­
de que una cultura se pretenda autosuficiente. Tiene la éti­ tes abreviaturas: Cartas a Angélica: CA; Correspondance con Ro­
ca de una moderna, practicada con el exceso demostrativo ger Caillois: CO; Cartas inéditas del fondo de la biblioteca de la
Universidad de Princeton: PR; Autobiografía: AU, seguido del nú­
y el exhibicionism o del snob. Le resultan com pletam ente
mero romano correspondiente al tomo citado; Testimonios: TE,
ajenas las cuestiones que otros plantean sobre fidelidad o
seguido del número romano de la serie citada. En todos los casos,
traición a una identidad que, para ella, sólo se localiza en los el número arábigo indica la página. Sobre la biografía de Victoria
afectos y las experiencias primarias. Ocampo pueden consultarse: Doris Meyer, Victoria Ocampo, una
Ocampo no siente que el español sea una lengua m a­ vida contra viento y marea, Buenos Aires, Sudamericana, 1981;
triz. Pero el francés, por más que se lo haya aprendido en la Blas Matamoro, Genio y figura de Victoria Ocampo, Buenos Aires,
infancia y sea la primera lengua de la escritura, es un idio­ EUDEBA, 1986; Laura Ayerza de Castilho y Odile Felgine, Victo­
ma extranjero. Se siente totalm ente afincada en la cultura ria Ocampo. Intimidades de una visionaria, Buenos Aires, Suda­
mericana, 1992.
francesa aunque para sus intelectuales sea para siempre la
“bella extranjera”. Victoria Ocampo cree que una lengua es 2 Carta de Victoria Ocampo, enviada desde París a sus her­
manas Angélica y Pancha en 1962 (CA, 124).
su lengua materna y esa lengua no es la suya.^® Traté de se­
guir los caminos de esta paradoja bien argentina. ®Carmen Peers de Perkins, El siglo y yo; éramos jó venes... se­
guimos andando, Buenos Aires, Ediciones Letras de Buenos Aires,
1983, p. 56.
* La información y las citas sobre el estreno de la Consagra­
N otas
ción de la Primavera de Stravinsky provienen de: Modris Eksteins,
Rites ofSpring: The Great War and the Bírth ofthe Modern Age,
>Los datos sobre la vida de Victoria Ocampo provienen bá­
Nueva York, Anchor Books-Doubleday, pp. 11 y 12.
sicamente de los seis tomos de su Autobiografía, Buenos Aires,
5 TE VI, 33.
Ediciones Revista Sur, 1979-1984; de los tomos de Testimonios
{Testimonios, Madrid, Revista de Occidente, 1935; Testimonios. Se­ ®El dibujo del conde de Troubetzkoy está intercalado en AU
gunda serie, Buenos Aires, Sur, 1941; Testimonios. Tercera serie, III, entre pp. 16-17.
Buenos Aires, Sudamericana, 1950; Soledad sonora, Buenos Aires, 7 Sobre Boldini pueden leerse las páginas donde Umberto
Sudamericana, 1950; Testimonios. Qi/tnía serie, Buenos Aires, Sur, Eco lo presenta como ejemplo de Kitsch (Apocalípticos e integra­
1957; Testimonios. Sexta serie, Buenos Aires, Sur, 1963; Testimo- dos ante la cultura de masas, Barcelona, Lumen, 1965, pp. 127 y

142 143
ss). Las informaciones sobre Helleu y 1)agnan provienen de la im> 21 Dclfina Bunge de Calvez, Viaje alrededor de mi infancia,
numental biografía de Proust de Jean-Yves ’ladié: Mnixel Pivii>l, liiienu.s Aires, 1938, pp. 177-9.
Gallimard-NRE, 1996. 2-»AlJ 1,4.
8 “A Eugenia” Sur, número 183,1950, p. 22. Katlierine Dreier, Five Months in the Argentine from a Wo-
®La carta a Manuel Mujica Lainez fue escrita desde Mar del man’s Point ofView; 1918 to 1919, Nueva York, Frederic Fairchild
Plata, 5 de mayo de 1954 (PR, inédita). Sherman, 1920, p. 40. Este libro, que encontré en la New York Pu­
'0 Citado por Modris Eksteins, cit., p. 9. blic Library, pertenece a una amiga de Duchamp, que escribió un
fascículo sobre él en 1940. Gonzalo Aguilar en su original ensayo
>>Carmen Peers de Perkins, El siglo y yo, cit., p. 125. Los da­
Buenos Aires ready-made (Maree! Duchamp en Argentina, 1918-
tos sobre la visita de Tagore fueron tomados de: Victoria Ocam­
1919), Buenos Aires, Ediciones del Pirata, 1996, menciona el libro
po, Tagore en las barrancas de San Isidro, Buenos Aires, Sur, 1961.
de Dreier.
12 Conde de Keyserling, Viaje a través del tiempo. La aventu­
25 Sobre el viaje de Manuel Gálvez y los primeros ensayos li­
ra del alma, Buenos Aires, Sudamericana, 1951, vol. II, pp. 465-6,
terarios de Delfma Bunge, véase la noticiosa historia de los Bunge
12 Tagore en las barrancas de San Isidro, cit., pp. 47-8. tic Eduardo José Cárdenas y Carlos Manuel Paya, La Argentina de
i"! Ibid., p. 96. los hermanos Bunge, Buenos Aires, Sudamericana, 1997; también
15 Ibid., p. 92. La familia de Octavio Bunge, Buenos Aires, Sudamericana, 1995.
15 Ibid., pp. 93-4. 26 Delfma Bunge, Simplement, París, Imprimerie Alphonse
12 Ibid., p. 95. Lemerre, 1911, p. 149.
22 José Ortega y Gasset, El espectador, II, Madrid, 1917, p, 98.
1* C. G. Jung Speaking: Interviews and Encounters, Londres,
Picador, 1980, p. 95. 2« “En estos escritos dispersos, Ocampo elige desempeñar el
papel de testigo”, escribe Molloy, cit., p. 100.
19 Carta del 30 de mayo de 1930 (PR, inédita).
29 W. Goethe, citado por Antoine Berman, The Experience of
20 Sobre la cuestión de las lenguas, las lecturas y las traduccio­
the Foreign; Culture and Translation in Romantic Germany, Albany,
nes, lo que ha escrito Sylvia Molloy en “El teatro de la lectura; cuer­
State University of New York Press, 1992 (trad. de L’Epreuve de Ic-
po y libro en Victoria Ocampo” es el más refinado texto crítico que
tranger, Gallimard, 1984), p. 11.
conozco {Acto de presencia; La escritura autobiográfica en Hispanoa­
mérica, México, Fondo de Cultura Económica, 1996). Son también 50 Karlheinz Stierle, “Translatio Studii and Renaissance: From
interesantes las observaciones de María Luisa Bastos sobre los pro­ Vertical to Horizontal Translation”, en Sanford Budicky Wolfgang
cesos de traducción del francés al español de los escritos de Ocam­ Iser (comps.), The Translatability of Cultures; Figurations ofthe
po: “Dos líneas testimoniales; Sur, los escritos de Victoria Ocam­ Space Between, Stanford, Stanford University Press, 1996, Stierle
po” Sur, 348,1981, p. 20; y “Victoria Ocampo: memoria, lenguaje comenta las tesis de Leonid Baktin en p. 65,
y nación” en Francine Masiello, Entre civíHzadón y barbarie; Muje­ 5> Carta a José Bianco, 18 de diciembre de 1951 (PR, inédita).
res, nación y cultura literaria en la Argentina moderna, Rosario, Bea­ 52 La diferenciación es de James Clifford, “Traveling cultu­
triz Viterbo Editora, 1997. Cristina Iglesia hace una observación so­ res”, en Routes, Travel and Traslation in the Late Twentieth Century,
bre la relación de Victoria Ocampo con sus institutrices extranjeras; Cambridge (Mass.), Harvard University Press, 1997. Sobre el via­
Islas de la memoria, Buenos Aires, Cuenca del Plata, 1996. je, véanse también el ya clásico libro de Mary Louis Pratt, Impe­
2* María Rosa Oliver, Mundo, mi casa, Buenos Aires, Edicio­ rial Eyes: Travel Writing and Transculturation, Londres, Routled-
nes de la Flor, 1995 (3® edición), pp. 111 y 315. ge, 1992 (traducido en 1996 por la editorial de la Universidad de

144 145
Quilmas); y Georges Van Den Abeele, Travel as Metaphor; from le Frciind, aparece una versión ligeramente distinta de la que da
Montaigne to Rousseau, esp. “The Economy of Travel”, Mlnneapo- Victoria Ocampo en: Hugo Beccacece, “Los ojos del siglo”, La Na­
lis-Oxford, University of Minnesotta Press, 1992. ción, suplemento Cultura, 18 de enero de 1998.
Fue David Viñas, en “La mirada a Europa: del viaje colo­ 55 Carta desde París a José Bianco del 18 de diciembre de
nial al viaje estético”, quien primero estableció una tipología so- 1951 (PR, inédita).
ciocultural del viaje a Europa (Literatura argentina y realidad po­ 54 Carta de Caillois a Ocampo, 5 de marzo, 1952, CO, 323.
lítica, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1964). 55 Carta de Caillois a Ocampo, 11 de mayo, 1939, CO, 42-3.
Carmen Peers de Perkins, ob. cit., p. 55. 56 Carta de Ocampo a Caillois, 22 de marzo, 1941, CO, 103.
55 Carta del 23 de enero de 1929, CA, 15-16. 57 Carta de Ocampo a Caillois, 1° de abril, 1941, CO, 111.
5®Cartas del 11 y 20 de enero, del 7, 15 y 16 de febrero de 58 Carta de Caillois a Ocampo, 28 de marzo, 1974, CO, 431.
1930, AU, 11-31.
59TEX, 243.
57AUV,83.
60 AU IV, 90-93.
58 Carta del 7 de mayo de 1947 (PR, inédita).
6* K. Dreier, Five Months in the Argentine, cit., pp. 100-1.
59 Creo que es Molloy quien primero usa, en una nota al pie,
62 María Rosa Oliver, Mundo, mi casa, cit., p. 7.
esta palabra en relación con Ocampo, ob. cit., p. 98.
65 Sobre la inflexión criollista del modernismo arquitectó­
40AUVI, 22.
nico argentino, véanse: Adrián Gorelik y Graciela Silvestri, “El
« AUV,37. pasado como futuro. Una utopía reactiva en Buenos Aires”, Pun­
82 Jean Paul Sartre, Cartas al Castor y a algunos otros; edición, to de Vista, número 42, nov. 1992; y Adrián Gorelik: La grilla y
presentación y notas de Simone de Beauvoir, Barcelona, EDHA- el parque; espacio público y cultura urbana en Buenos Aires, tesis
SA, 1986, vol. I, p. 255 (carta a S. de B. de fines de julio de 1939). de doctorado presentada ante la Facultad de Filosofía y Letras,
« T E II, 190. UBA, 1997.

« Carta reproducida en TE VII, 179. 64 Carta de Ocampo a Caillois, abril de 1941, CO, 118.

« TE III, 115. 65 “Sinónimo de París”, TE IX, 123.

«A U V ,61. 66 “La aventura del mueble”, Sur, 1,1931, p. 171.


67 “A Eugenia”, Sur, 183,1950, p. 20. También María Luisa
« Citado por Victoria Ocampo, El viajero y una de sus som­
Bastos observa esta identificación de Ocampo con Errázuriz en
bras (Keyserling en mis memorias), Buenos Aires, Sudamericana,
1951, p. 75. “Dos líneas testimoniales”, cit., p. 20.
68 Le Corbusier, “El espíritu de Sudamérica”, Sur, 12, 1935,
« Ibíd., pp. 35-6.
pp. 55-6.
« “Perspectivas sudamericanas” Sur, 2,1931, p. 9.
69 TE VII, 139.
50 El viajero y una de sus sombras, cit., p. 24.
70 Sobre este viaje, Jorge F. Liernur ha escrito un artículo
51 Conde de Keyserling, Viaje a través del tiempo, cit., pp. donde plantea hipótesis de recepción de las ideas expuestas en las
466-7.
famosas conferencias: “¿Cuál Le Corbusier?”, Prismas, Revista de
52Victoria Ocampo, Virginia Woolfen su diario, Buenos Ai­ Historia Intelectual, número 1,1997 (Universidad de Quilmes),
res, Sur, p. 97. Sobre el encargo de fotos de Virginia Woolf a Gisé- pp. 77-89.

146 147
“El poeta de la arquitectura” TE Vil, 139-40.
“El espíritu de Sudamérica” Sur, 12, 1935, p. 57. Véase III
también Jorge E Liernur y Pablo Pschepiurca, “La red austral. La n o c h e d e l a s c á m a r a s

Obras y proyectos de Le Corbusier y sus discípulos en la Argenti­ D ESPIER TA S


na: 1929-1954” (mimeo), pp. 17 y ss.
Esos dibujos y la correspondencia entre Victoria Ocampo,
Vilar y Le Corbusier han sido publicados en la revista Casas, 25,
1992, que incluye material gráfico, planos y maquetas de las casas
modernas de Victoria Ocampo, y una cantidad de fragmentos de ar­
tículos sobre este tema, organizados por Néstor Julio Otero.
Jorge F. Liernur y Pablo Pschepiurca (ob. cit.) plantean
una matizada discusión de las elecciones de Ocampo, sus relacio­
nes anteriores con Bustillo y el perfil de Bustillo como arquitec­
to. Exponen la idea de que las pretensiones antidecorativas de
Ocampo podrían coincidir con una tendencia similar en Bustillo.
75 “Un ejemplo de la nueva arquitectura. La casa de Victoria
Ocampo” La Nación, 4 de agosto de 1929. Reproducido en Casas,
cit., pp. 18-9.
Waldo Frank, América hispánica, Buenos Aires, Losada,
1950 (Medición: 1931),pp. 120-1.
77 Éste es el juicio de Ernesto Katzenstein, “Un fénix poco
frecuente”, Summa, 257-258, 1989 (Buenos Aires). Reproducido
en Casas, cit., pp. 20-23.
78 Idea expuesta por Antoine Berman, The Experience o f the
Foreign, cit., p. 2.
7®Jacques Derrida, El monoUngüismo del otro o la prótesis de
origen, Buenos Aires, Manantial, 1997.

148
T h e m a k in g :
R e c o n s t r u c c ió n a varias voces

“Fue como un sinfín. Después de que se tiró la pri­


mera bola y se empezó a filmar no se paró más: se
filma, se revela, se compagina. No dormimos en tres
días. Se trató de hacer y se hizo. No importaba que
las películas se pasaran diez veces y se destruyeran.”
Jorge Valencia

“Me preguntaron si me sentía capaz de inventar una


historia que se filmaría esa misma noche.”
A lberto Y accelini

“Filmé media hora, sin ensayos, lógicamente, por­


que la actriz tenía que ir a la improvisación; luego
edité quince minutos, porque en realidad sólo ha­
bía que hacer dos pegaduras, o algunas más porque
la parte de Jas fotos pornográficas tenía más mon­
taje, pero en media hora habremos terminado.”
D odi Scheuer

Lo que voy a contar parece realmente muy extraño. Sin


embargo sucedió. En una noche y una mañana, veinte per­
sonas vinculadas con el cine, produjeron, filmaron y com-

151
paginaron, seis, siete u ocho cortos en 16 mm. Al día si­ jos Iwbia lleg.ul«i eii la experimentación con actores; muchos
guiente, los llevaron a Santa Fe y los proyectaron en un ac­ se psicoanali/,al>an en la clínica de Fontana, el lugar chic
to político. Todo terminó en una batalla campal provocada ilondc dirigentes políticos de la nueva izquierda, intelectua-
por un malentendido gigantesco. Ic-s y artistas, realizaron las primeras experiencias argentinas
Era el año 1970, noviembre de 1970.’ Alberto Fischer- con alucinógenos.
man tenía una productora de cine publicitario, Top Level, A dos miembros de ese grupo, Fischerman y Filippelli,
donde trabajaban algunos de los jóvenes que protagoniza­ recurrieron los integrantes del Instituto de Cinematografía
ron esta historia. Carlos Sorín era asistente de dirección en de la Universidad Nacional del Litoral. Un miércoles de no­
tránsito a director de fotografía; Miguel Bejo, asistente, y Ca­ viembre, llegó a Buenos Aires Raúl Beceyro, profesor de crí­
cho Giordano, jefe de producción. Rafael Filippelli y Luis tica e historia del cine y reciente graduado del Instituto de
Zangar tenían otra productora de cine publicitario, a pocas Santa Fe, para comprometer colaboraciones portefias en un
cuadras de la de Fischerman. Todos eran amigos. Carlos So­ gran acto público contra la censura de proyectos y el cierre
rín tam bién fotografiaba los cortos publicitarios dirigidos con los que la Universidad del Litoral tenía amenazado al
por Filippelli y Zanger. Julio Ludueña y Dodi Scheuer se ju n ­ lnstituto.2 Se trataba de una asamblea-congreso en Santa Fe,
taban varias veces por semana con los integrantes de esas que luego se llamó Primer Encuentro Nacional de Cine. Be­
dos productoras: todos trabajaban en publicidad, todos an­ ceyro sólo aspiraba a que se hiciera presente una delegación
daban con una cámara encima y, eventualmente, disponían de Buenos Aires. La cuestión traía cierta urgencia porque el
de película. Los lugares de reunión eran la oficina de Fis­ acto iba a tener lugar tres días después. Sin detenerse a pen­
cherman, en Maipú al 800, el bar “La bola loca”, en Maipú sar, Fischerm an com prom etió a casi todo el mundo: “Por
entre Paraguay y Charcas, y la oficina de Filippelli, en C ór­ supuesto que nosotros tenemos que estar presentes, pero da­
doba y Reconquista. do que será una reunión donde está en juego la censura del
Sobre estas calles y bares había regido el padre de las cine y nosotros somos cineastas, la m ejor manera de cola­
vanguardias sofisticadas de los años sesenta: el Instituto Di borar no es a través de la palabra, ni de un escrito, sino con
Telia, frecuentado por una izquierda, criticado por otra, películas; vamos a filmar hoy o mañana para estar el sába­
aborrecido por Onganía y sus fuerzas de seguridad. do con ustedes en Santa Fe”.
Algunos recuerdan que, en un clim a de camaradería Fischerm an había improvisado una respuesta que
entre gente bastante joven (los mayores tenían entonces comprometía a un grupo entero: se llevaría una especie de
treinta y dos años y los menores veinticuatro), se había es­ manifiesto fílmico de vanguardia a un Instituto de Cine, el
tablecido una especie de grupo informal de trabajo cinema­ de Santa Fe, donde todavía sobrevivía la épica documenta­
tográfico o por lo menos un espacio para la discusión de lista y social de Fernando Birri.
proyectos. Fischerman ya había estrenado The Players ver­ De allí en adelante, el impulso no se detuvo: era m iér­
sus Ángeles Caídos, un film que lo puso en el centro de la coles a mediodía y había que llegar el sábado con los films a
vanguardia cinematográfica local. La vanguardia, por otra Santa Fe. Las productoras publicitarias de Fischerman y de
parte, era la marca estética del grupo: todos admiraban a Filippelli, con sus jefes de producción Luis Zanger y Cacho
Godard, a Cassavetes, al New American Cinema; todos eran Giordano, suspendieron todos los trabajos y se concentra­
más o menos amigos de Alberto Ure, el director que más le­ ron en la preparación de una jornada nocturna de filma-

152 153
ción. Desde el restorán, donde la delegación santafesina m i­ los curios, uno de los cuales, el ile Miguel planíeab.i
raba con esperanzada desconfianza los m ovim ientos un róblenlas extraordinarios por la complejidad de sus trein­
poco espectaculares de Fischerman, se averiguó en qué m o­ ta metros de escenografía. “Era una situación impulsada
mento podían contar con cámaras, baterías, luces, un estu­ ()or gente muy delirante pero que, al mismo tiempo, garan-
dio donde filmar y stock de película virgen, que finalmente t izaba la factibilidad, porque todos trabajábam os com o
file Dupont blanco y negro reversible de 250 ASA. Todo el profesionales: uno se podía ir a dorm ir tranquilo porque
mundo descontaba que Carlos Sorín iba a fotografiar la m a­ sabia que las cosas pedidas iban a estar listas, com o si fue-
yoría de los cortos que se hicieran. Se avisó a Jorge Valencia, I a una película de publicidad. No se trataba de un m ontón
editor con cabina de com paginación en los Laboratorios tic estudiantes sino de gente que se pasaba la vida film an­
Alex, que la máquina se ponía en marcha. do. Podíamos fallar por falta de tiempo, pero todo iba a es­
Casi de inmediato se resolvió que, para evitar el copia­ tar perfecto, básicam ente por la habilidad de la gente de
do de los negativos, se filmaría en película reversible de 16 producción.”
m m, de modo que los films pudieran compaginarse direc­ A las pocas horas se habían conseguido los estudios de
tamente con el original. También se resolvió que serían pe­ Rcntal Film, en la calle Cerviño y Sinclair, para la noche si­
lículas mudas: “Sin sonido, la posproducción era mucho guiente: el jueves, a partir de las seis de la tarde, el estudio
más rápida; pero tam bién nos entusiasmó la idea formal de iba a estar copado por el proyecto que comenzó a llamarse
hacer películas mudas”. Beceyro y la delegación de Santa Fe “la noche de las cámaras despiertas”.
juzgó estos primeros movimientos com o quien depende de El miércoles a la noche todavía nadie había dicho qué
un grupo de vanguardistas temerarios (un grupo porteño seria su film. Sólo se sabía que ocho o diez directores iban a
finalmente); “Tengo la sospecha de que se fueron de allí pen­ filmar cortos de nueve o diez minutos al día siguiente; que
sando que habían caído en manos de psicóticos” esos cortos se iban a revelar y compaginar el viernes, y que
Durante esa tarde, la oficina de Fischerman se convir­ el sábado iban a ser proyectados en un acto político-cultu­
tió en cuartel general del proyecto, al que, en pocas horas, se ral en la ciudad de Santa Fe.
sumaron Dodi Scheuer, Julio Ludueña, Jorge Cedrón, Alber­ El jueves, los teléfonos no dejaron de sonar. Fischer­
to Yaccelini y Miguel Bejo. Quizás uno o dos más. No era co­ man se comunicó con Tito Ferreyro, el único actor de su pe­
sa de decirse nos vemos mañana”, porque no había tiempo lícula; Filippelli se encerró a buscar citas de M arx, Sartre,
y tenían que m ontar una producción de urgencia. Los direc­ Engels, Godard y letras de tango para los carteles que se in­
tores usaron el oficio aprendido en el cine publicitario y las tercalarían en la suya; Scheuer tuvo que convencer a un pu­
tareas se dividieron de m odo que el proyecto tuviera pro­ blicitario para que le prestara el libro de fotos pornográfi­
ductores, fotógrafos y editores profesionales: no se trataba cas que iba a usar en la escena donde actuaría su mujer, Irma
de un grupo de aficionados enloquecidos donde cada uno Brandemann; Ludueña inspeccionó la entrada del cine Cos­
hace cualquier cosa, ni de una experiencia donde se desco­ mos, que iba a ser uno de los escenarios en su película; M ar­
nocieran los saberes del oficio. cos Arocena (que no hacía cine, pero se incorporó al pro­
Por el contrario, los directores com unicaron al jefe de yecto “porque tenía una idea”) le pidió a Filippelli que
producción sus necesidades. Giordano, desde la oficina de emplazara la cámara para filmar un número de danza m o­
Fischerman, armo la producción de por lo m enos cinco de derna; Miguel Bejo enloqueció al jefe de producción, Gior-

154 155
daño, con la exigencia ele un decorado atiborrado de cosas l.iidueii.i, ( k-timii, Scheuer, Zanjer; los dos fotógrafos,
e interrumpido por un vidrio gigantesco; Luis Zaiiger tan> Scit ín y Lenardi; el jefe de producción Cacho Giordano; los
bién hizo producción, m ientras imaginaba el guión de su «1 ilores lorge Valencia y Alberto Yaccelini (que también iba
propio film. a liacer su co rlo );’ un periodista, Marcos Arocena, que que­
Se buscó la película virgen, se aseguró la cámara de So- ría que le filmaran su idea de filmar a Marcia Moretto bai­
rín y alguna otra. Alguien, de pronto, se puso a calcular y se lando; Marcia Moretto y un chico, hijo de ella; Irma Bran-
dio cuenta de que, si los cortos se filmaban uno detrás del demann y Tito Ferreyro, los actores; algún electricista.
otro, el tiempo no iba a alcanzar para terminarlos todos. Es­ “Hubo m ucho desnudo esa noche;^ Bejo se paseaba
to quizás era evidente desde el principio: se trataba de una desnudo y fumado; Marcia M oretto bailaba desnuda; creo
experiencia que utilizaba al m áxim o los saberes aprendidos que Ferreyro estaba desnudo en la película de Fischerman.
en la publicidad, pero, com o fuera, era una experiencia ra­ Lra como una fiesta, un happening, donde todos veíamos las
dicalmente nueva por los plazos de realización, la ausencia filmaciones de los otros.” Era sin duda una filmación caóti­
de capital y la cantidad de directores implicados. En total se ca donde la gente entraba y salía: “Recuerdo la llegada de
iban a filmar unos ochenta a cien m inutos de película, de Cedrón, con un grupo de gente y un mozo de chaquetilla
manera tal que la mayor parte de lo filmado fuera utilizable blanca que empujaba un carrito con bebidas”. Hubo, tam ­
en el m ontaje: es decir que se tenía que filmar rápido y sin bién, dos salidas espectaculares rum bo al hospital, que su­
equivocaciones. Filmar rápido, de todas formas, implicaba brayaron la cualidad delirante de la actividad que, al mismo
preparación del decorado y de la luz de varias tomas por tiempo, estaba frenéticamente absorbida en los films.
corto. Hecho un cálculo, se decidió que, en una noche, sólo La película de Bejo requería de un largo travellinghm-
podría filmarse todo si se filmaba no sucesiva sino simultá­ ta encontrar un vidrio, que B ejo rom pía con un m artillo
neamente. “El estudio tenía que ser la escena de varias par­ m ientras seguía film ando: “En esa época estaba muy de
tidas simultáneas.” moda la idea de que los directores hiciéramos cámara, pa­
Rental Film tenía una galería grande, un estudio más ra sentir la cámara en el cuerpo, sentir el plano: la idea de
chico y un playón al fondo. Había por lo menos dos cám a­ que el cameraman era un invento burgués. Eso vendría de
ras, una Arriflex y una Bolex. Durante las doce horas de esa lean Rouch y de la onda del cine directo”. Posiblemente por
noche, cada director necesitó una ilum inación particular eso, B ejo hacía cám ara en su película y, además, quería
para su película. Carlos Sorín debía ilum inar todo el estu­ rom per él mismo, con su propia mano, el vidrio que, des­
dio y, también, poner luces para las diferentes escenas de to­ trozado, iba a dejar paso libre para que la cámara siguiera
dos los cortos (menos uno, ya que Juan Carlos Lenardi fo­ avanzando.® Algunos trataron de convencerlo de que la to ­
tografió el de Ludueña). m a era demasiado com plicada com o para que la misma
Se ocupó todo el espacio: en el centro, el decorado m o­ persona que debía filmar la rotura del vidrio fuera quien lo
numental de Miguel Bejo; a la derecha, en una módica su­ rom piera. Bejo sostuvo que todo se convertía en una m en­
perficie de tres por tres, Dodi Scheuer; Fischerman en una tira si el vidrio lo rompía otro que no fuera quien llevaba
especie de depósito. la cámara, porque se trataba de una “acción fílmica” (com o
A las ocho de la noche, en Rental Film había por lo m e­ un action painting) y no, m eramente, del registro de la ro­
nos veinte personas. Los directores Fischerman, Filippelli, tura de un vidrio. Con el martillazo, uno de los pedazos del

156 157
vidrio cayó sobre el brazo de Bejo y le cortó una vena. So- prodiui inii lid K’.slo. (tuizás Hdgardo t:o/.arinsky, Rogelio
rín rescató ia cámara y, por supuesto, term inó la escena a la l ihomiialcz o Bebe Kainin pa.saran también por los estudios
que le faltaban por lo menos cinco metros de recorrido. Be- esa noche del jueves que terminó el viernes, al amanecer, con
jo se fue al hospital y volvió a la film ación, algunas horas la tilm adíin de Fischerman, encerrado con Ferreyro en el
después, con el brazo en cabestrillo y rastros de yodo sobre depósito de herramientas y escenografía.
las vendas. “En esa noche de ficción, el accidente tuvo el pe­ De madrugada, Giordano y Valencia, por turnos, fue­
so de lo real.” ron llevando las películas a los laboratorios Alex. En uno de
Pero allí no terminó. Marcos Arocena, después de que esos viajes, la policía detuvo el Citroen de Valencia y sólo
se aceptara su idea de filmar a Marcia M oretto bailando des­ después de una discusión larga se evitó que se abrieran al­
nuda y de encontrar quien se la filmara, cayó al suelo dobla­ gunas de las latas de película no revelada. El material entra­
do en dos por un ataque al riñón. Este incidente tampoco ba durante la noche para que pudiera salir revelado esa m a­
interrumpió las filmaciones, que siguieron mientras alguno ñana o, en el peor de los casos, después de mediodía. Por el
se encargó de retirar a Arocena del estudio. camino, a Sorín se le traspapeló una de las latas de la pelí­
“No había un orden de film ación, se film aban varias cula de Scheuer y esa misma mañana se film aron nueva­
cosas al m ismo tiempo. Si alguien hubiera podido tener la mente los planos perdidos, que siete meses más tarde Sorín
visión de lo que estaba sucediendo, hubiera visto una m ul­ encontró en el baúl de su auto.
tiplicidad de sets adentro del mismo set, extrañas partes de Los directores fueron después a las cabinas de m onta­
un decorado donde se estaban filmando películas diferen­ je de Valencia (que editó todos los cortos que llegaron a San­
tes.” Sorín corría por todos lados, pero, de todas formas, se ta Fe) y de Yaccelini, donde, sin interrupciones, se compagi­
sabía que toda la noche estaba por delante y que ni siquiera nó hasta terminar. Algunas películas quedaron en este tramo
el amanecer podía complicar las cosas. Con los brazos cru­ del proceso. Alguien retiró la suya; no se compaginó el m a­
zados y en silencio, Fischerman paseaba por el estudio; des­ terial de Marcos Arocena con Marcia M oretto; nadie sabe si
pués, se sentó en un banco y discutió largamente con el ac­ Cedrón terminó su película; otra fue descalificada por el res­
tor de su película. En algún momento, Ludueña salió para to. Quizás hubo alguna discusión en las moviólas.
buscar un dibujo de San M artín que Cedrón necesitaba. Do- Finalmente, a Santa Fe se llevaron los cortos de Fischer­
di Scheuer le dio unas pocas indicaciones a Irm a Brande- man, Zanger, Scheuer, Filippelli, Bejo y, seguramente, el de
m ann; después de filmarla, ella term inó sollozando y él le Ludueña.
agradeció esa escena que era irrepetible, dado que el happe- Salieron para Santa Fe esa misma noche del viernes, sin
ning de la noche signaba también el suceder de la actuación. dormir y continuando el happening, en el Citroen de Jorge
Los carteles de Filippelli estaban pegados un poco por todas Valencia, Fischerman, Filippelli y Zanger. El Citroen alcan­
partes y él filmaba el registro de las otras filmaciones, con la zaba con esfuerzo los setenta kilómetros y la cantidad de ho­
luz de Sorín y preguntándole a cada rato qué diafragma ras que llevó el viaje fue extraordinaria. Habían pasado só­
usar. A Yaccelini, el menos experimentado en la dirección, lo dos días desde la promesa hecha a los organizadores del
se lo presionaba, de m anera quizá condescendiente, para acto contra la censura.
que terminara rápido. Zanger, que había planteado una pe­
lícula simplísima, con solamente dos cortes, ayudaba en la

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L o s FILMS gestos, porque la película era muda), y comienza a desves-
tir.se. Se desnuda por com pleto y, cuando parece di.spue.s-
to a hablar, le vendan ios ojos, lo amordazan, le tapan los
“Es imposible recordar en abstracto. Hay cosas que oido.s; quiere gesticular y le atan las manos; mueve las pier­
uno recuerda porque recuerda lo que ha visto y nas y se las atan; intenta manifestarse con el pene y se lo
otras que uno recuerda según cómo filmaban las am arran al muslo. Por últim o, le queda la nariz; hay un
personas.” plano de la nariz de Tito Ferreyro, un plano corto, contra­
Rafael F ilippelli picado, enseguida entra una m ano con un broche de ropa
y se la cierra”.
“Fue un acto de la ortodoxia contestataria. El traba­ La película de Fischerman, recuerda Rafael Filippelli,
jo de esa jornada tenía que ver más con Joñas Mec­ “trabajaba sobre el orden de la privación. Nunca se ve a
has y la impugnación del New American Cinema a quienes lo atan, sólo se ven manos. Eran planos relativamen­
la industria, que con Bergman. Nuestros diálogos te cerrados. El actor cae al piso y muere en una posición fe­
giraban alrededor del lenguaje. Y lo de esa noche fue
tal, que evoca a la muerte de Cybulski en Cenizas y diaman-
un ejercicio de lenguaje.”
tes. Fischerm an usó un broche de ropa para provocar la
C arlos Sor In muerte, en lugar de una bolsa de plástico o una mordaza,
porque la estética de la película era la de un distanciamien-
to absoluto, prescindiendo de cualquier elemento de vero­
Las películas de esa noche ya no existen. Lo que voy a similitud que evocara hechos de la realidad. Por eso el b ro ­
hacer es la reconstrucción hipotética de cada film, incluyen­ che, que daba efectivamente la idea de algo no real desde el
do también las versiones contradictorias que afloran en los punto de vista realista. Fischerman filmó la «operación no
recuerdos de quienes los film aron, actuaron en ellos, los se respira» eligiendo la distancia conceptual, sin recurrir a
compaginaron o los vieron.^ Las películas de esa noche no representaciones documentalistas de los actos de la dictadu­
llevaron la firma de sus directores. Tampoco se presentaron ra militar.7 Desde el punto de vista formal, Fischerman tra­
com o producto de un colectivo que hubiera trabajado en bajaba (como ya había trabajado en The Players) con la dis­
“equipo”, sino que se sabía, durante la filmación y en la pro­ continuidad. No había elementos de transición entre una
yección, quién había sido el responsable de cada uno de los acción y la otra, sino cortes directos, sin planos de m edia­
films. Es necesario, entonces, reconstruirlos individualmen­ ción temporal. No se evocaba el transcurso del tiempo, sino
te porque tuvieron, además, una marca estética personal. que se usaban, a lo Godard, cortes de una cosa detrás de la
Fueron, por cierto, films de autor. otra, con saltos sobre el eje. No se m antenía el mismo plano
de cuerpo entero, sino que se m ostraba el plano adecuado a
El film de Alberto Fischerman. Jorge Goldenberg, que estu­ cada una de las acciones que se estaban filmando. Fischer­
vo en el acto de Santa Fe porque había sido alum no del man jamás hubiera tenido la idea de filmar todo en un pla­
Instituto de Cine, recuerda que el film, de unos nueve m i­ no abierto; hubiera buscado, como lo hizo, el plano propio
nutos, “comenzaba con un plano general del actor, Tito Fe- de cada situación, fragmentando el cuerpo del actor y evi­
rreyro, frente a cám ara. Ferreyro pide un segundo (con tando una narración donde el tiempo fluyera”.

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El actor del film, Tito Ferreyru U|iu- i-n í-sa rpuca tno i>,u que los coloque en situación de actuar y ver qué sale. Co­
bajaba con Alberto Ure en su taller de lealro, dato ijiic lo mo yo estaba casado con Irma Brandemann, una actriz que,
prestigiaba entre los directores del grupo) piensa hoy que en esa época, tenía cierta fama underground y era muy bue­
las cosas sucedieron de m anera diferente: “Al principio, na (había sido alumna de Fessler, había trabajado en Palos y
planteamos el corto de modo tal que yo estuviera vestido de piedras, la primera obra dirigida por Ure, y después fue asis­
mecánico, con un overall. Cuando faltaba poco para que em­ tente de Ure en Atendiendo al señor Sloane), la elegí a ella pa­
pezáramos a filmar, Alberto Fischerman y yo estábamos sen­ ra esta primera parte. El ejercicio que le propuse a Irma se
tados en un banco en el fondo del estudio. Entonces le dije: me ocurrió a partir de una conversación en una agencia de
«Alberto, esto no es verdad, porque yo no soy mecánico, yo publicidad, donde un director de arte hizo un comentario
tengo que estar vestido con pantalón y camisa». Alberto en­ sobre un libro pornográfico que él tenía. Le pedí que me lo
tendió mi objeción y decidimos que yo estuviera vestido con prestara y tomé el libro para la escena. Irma se sentaba a una
pantalón y camisa.® No me desnudaba en este film. El des­ mesa, y se ponía a hojear un libro, pero del libro no se veía
nudo que yo hice fue en Opinaron, la película de Filippelli sino un borde: m ujer sentada, mirando un libro. Hice un
que se filmó al año siguiente. Aunque había mucha gente en plano de todo lo que dio la película en el cliassis de la cáma­
el estudio, para filmar su corto Alberto cerró la puerta de un ra, un plano de cuatro o cinco minutos. Ella no sabia de qué
cuartito que se usaba como depósito. Sorín iluminó el lugar se trataba. Se sentó, yo le di el libro y le dije que lo hojeara
con dos lámparas de mil; puso la luz y se fue. Adentro sólo y eso fue lo que filmé, sus reacciones frente a un libro iiue el
quedamos Fischerman, que hizo cámara, yo y Cacho Gior- público no veía en ese plano, ni ella conocía de antemano.
dano, que era quien me ataba. Tengo la imagen de la cáma­ El libro era una porquería de aquéllas, un libro finlandés o
ra recorriendo m i cuerpo, pasando sobre cada uno de mis sueco, bastante raro entonces en Buenos Aires: presentaba
músculos, y ese músculo se iba muriendo. En un momento, una historia de bestialism o desarrollada con fotografías.
Fischerman m e dijo: «¿Sabés qué sería bueno?... Que cuan­ Dentro de los niveles de lo pornográfico era como el extre­
do te term inen de atar y amordazar, eyacules». Pero, cómo mo último de la degradación hasta tal punto que las mismas
lograrlo, porque no era cosa de cortar el plano y dar la eya- imágenes alcanzaban una especie de cualidad mítica, como
culación por m ontaje. Eso nosotros no íbamos a hacerlo de cuento de mitología griega contado por Graves. En fin,
porque nuestra obsesión era que las cosas fueran verdade­ se trataba de la relación sexual de una m ujer rubia y muy
ras. El nivel de participación actoral era muy alto en estas linda con un chancho gigantesco. No era simplemente por­
películas, porque no se trataba de contratos profesionales, nográfico, excedía la fantasía común. Entonces, en ese pri­
sino de llevar adelante una idea. Éste era el pacto”. mer plano largo, registré la reacción de Irma, que realmen­
te se conmovió ante las imágenes del apareamiento. Después
El film de Dodi Scheuer. Scheuer recuerda perfectamente su venía una secuencia, que tendría veinte segundos, donde se
film.® El corto tenía una estructura de tres partes. “La pri­ veían las imágenes del libro, como fotos fijas. Y finalmente,
mera era com o una especie de ejercicio de actuación, en el un tercer plano con otra foto: Ornar Sharif caracterizado co­
sentido de lo que a m í siempre me ha gustado hacer con los mo Che Guevara para el film de Richard Fleischer; como es­
actores que es indicarles sólo una misión a cumplir y, luego, taba muy bien hecha y además había una Gestalt Guevara,
no marcarles absolutamente nada. No dirigirlos: pedirles al- nadie se daba cuenta de que era Ornar Sharif. Todo el mun-

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do pensaba que era el Che Guevara y, por lo tanto» que yo cipal, algo así como un camino de treinta metros, cuyos bor­
era un monstruo porque mezclaba esas imágenes de lo más des eran elementos de escenografía que habitualm ente se
degradado con las del ideal revolucionario, al que se suma­ encuentran en un estudio de filmación. Debía dar el efecto
ba el ideal del macho argentino. Lo curioso es que nadie se de un estudio de film ación desprolijo, donde todo estaba
daba cuenta de que era Ornar Sharif con una barba postiza amontonado: bastidores, algún farol, elementos de decora­
y una boina. Si se lo m iraba con atención estaba claro que ción, un escritorio, un árbol de papel, pantallas; todo lo que
no era el Che Guevara. Pero viéndolo así de golpe, era el Che encontré lo puse ahí. También me pidió un vidrio, que fue
Guevara. Me parece que se armaba como un recorrido m i­ provisto por mi padre que era vidriero, un vidrio que debía
tológico; la bella, la cópula monstruosa y, emergiendo de to­ tener un metro treinta de ancho por ochenta de alto; lo col­
do eso, el Che. En la imagen de Ornar Sharif disfrazado de gamos con dos trípodes con manivelas, justo en el medio del
Guevara había un indicio de la falsedad porque se trataba camino. Fui disponiendo las cosas a lo largo de treinta m e­
de la tapa de una revista francesa de cine, cuyo título, en el tros de modo que parecieran un amontonamiento de obs­
borde superior, podía verse por lo menos parcialmente. No táculos pero, al mismo tiempo, hubiera un camino por don­
me acuerdo si era Premiére o alguna otra. Pero el detalle pa­ de se desplazaría la cámara. La única toma, cámara en mano,
saba totalmente desapercibidoio y la gente sentía una gran arrancaba desde adelante y tenía que llegar al fondo, film an­
indignación porque yo había mezclado imágenes sagradas do todos los trastos que había a su paso, que estaban ilum i­
con imágenes «sucias». nados con una luz muy baja pero contrastada”
"Nunca se me ocurrió un título. Yo leía en esa época al Filippelli recuerda que la película de Miguel B ejo se
lingüista Luis Prieto, y lo prim ero que pensé fue ponerle llamaba Foco fijo a dos metros con el cincuenta milímetros o
«función de anclaje» porque me pareció que cualquier títu­ cómo el árbol oculta el bosque (el título provocó una parte
lo iba a dar una idea de contenido y quería que eso no pa­ del escándalo en Santa Fe). “La cámara avanzaba por el es­
sara. Pero ni siquiera le puse «función de anclaje» para que tudio encontrando una serie de objetos cuya imagen pro­
no hubiera ninguna función de anclaje. La película tam po­ baba que el foco fijo a dos m etros muestra algo y esconde
co tenía títulos. Duraría cuatro minutos y medio, de los cua­ otra cosa. Ésa era la idea. El corto consiste en una única to ­
les el plano de Irm a tomaba tres y medio; la foto de Ornar ma, un largo desplazamiento que recorre del principio al
Sharif unos veinte segundos, en dos tomas porque mientras fin un camino bordeado de obstáculos. En el medio, un vi­
estábamos haciéndola se term inó el material y tuvimos que drio que Bejo rom pió con el m artillo que llevaba en una
hacer otra toma; pegamos las dos y los encuadres no eran m ano m ientras sostenía la cám ara con la otra. No debía
iguales, de modo que cambiaba un poco el plano. Y los pla­ haber ninguna casualidad en la rotura de ese vidrio. Bejo,
nos de fotos pornográficas que, como se ve, no eran tan lar­ que venía haciendo cám ara, rompió el vidrio y uno de los
gos, pese a que resultaron un detonante.” pedazos, imprevistamente, cayó sobre su brazo hiriéndo­
lo. Pero no cortó la cámara, que siguió funcionando. Sorín
El film de Miguel Bejo. Cacho Giordano, que, por las carac­ se la sacó de la m ano, se alejó un poco, buscó el foco, ya no
terísticas del corto de Bejo, debió trabajar intensamente co­ a dos m etros, y film ó el accidente, la sangre, la gente que
m o productor en la preparación del decorado, recuerda: comenzaba a acercarse...” *'
“Bejo me pidió que armara, en el centro de la galería prin­

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El film de Luis Zanger. Goldenbergy Fili[ii>clli ivciHTil.)n ta Se (-S1. libi.i, cntoiKi-,, 1(1 i|ur M- rsiaba viendo. 'Uiina uno: se
si exactamente la misma película: un plano de máquina de inliotluce una lioja de papel en una máquina de escribir y
escribir donde alguien (que no aparecía en cuadro) estaba se empieza a c.scril)ir «loma uno: se introduce una hoja de
redactando el presupuesto de un film. La cámara tomaba papel», etc. 'l’o do el corto consistía en un plano fijo de la má-
frontalmente la máquina de escribir, y podía leerse la hoja t]uina de escribir y de las dos manos, y detalles intercalados
donde se iba anotando el presupuesto. Ese único plano que­ de lo que se iba escribiendo.”
ría m ostrar la imposibilidad de un cine que se atuviera al es­
tándar de producción del mercado, probar que sin dinero El film de Marcos Arocena. Scheuer atribuye a Filippelli un
era imposible hacer films y, también, que el mercado ejercía corto que registraba un fragmento de danza moderna. Fi­
una censura sobre los films que no se sometían a sus reglas. lippelli afirma que la idea perteneció a Marcos Arocena , '2 y
Las cifras de ese presupuesto alcanzaban una suma astronó­ reconoce como única responsabilidad haber emplazado la
mica y, por lo tanto, catastrófica. Alguien escribía lo que cos­ cámara. Recuerda una galería angosta y larga, con un pano­
taba cada uno de los rubros del presupuesto de un film y, al rama blanco de fondo y, contra él, Marcia Moretto,'^ abso­
escribirlo, dudaba de la posibilidad de conseguir aquello que lutamente desnuda, bailando.
estaba presupuestando y lo tachaba, o reducía la cantidad
de metros de película, o reducía otros gastos. Se veía clara­ El film de Rafael Filippelli. El título de la película era ¿No te­
m ente que tachaba cifras, las reemplazaba por otras más nemos la palabra? De ella Cacho Giordano ha conservado
bajas u omitía el rubro. La máquina que volvía a una línea hasta hoy varios carteles,“ escritos a mano, que habían sido
anterior le indicaba, al espectador más o menos experimen­ colgados, dispersos, por las galerías donde se filmaba. Las le­
tado, que la disminución o el tachado de un rubro (vestua­ yendas de esos carteles, sin firma, que luego se intercalaban
rio, por ejem plo) marcaba los límites materiales dentro de en el corto, son:
los que se filmaba. Se sacaban m uchos rubros, se bajaban
muchas cifras, pero aun así no se podía hacer la película. El “Y estas ganas tremendas de llorar que a veces nos
presupuesto quedaba trunco o algo hacía prever que la pe­ inundan sin razón.”
lícula no iba a poder filmarse. La idea de la película de Zan­
ger era que todo ocurriera sin cortes. Si había cortes, éstos “La dificultad no estriba en entender cómo el arte
no tenían im portancia formal. de los griegos está ligado a determinadas formas de
Scheuer recuerda, en cam bio, que Zanger filmó una desarrollo social, sino en entender cómo aquel arte
máquina de escribir mientras iba escribiendo un guión. “El sigue proporcionándonos placeres estéticos.”
guión que se escribía en la máquina era el de la película que
se estaba filmando. Primer plano: se ve una máquina de es­ “Por eso en tu total fracaso de vivir ni el tiro del fi­
cribir y los dedos de alguien sobre las teclas. Luego, se leía el nal te va a salir.”
guión com pleto que iba desarrollando, justam ente, lo que
se veía en la pantalla. El guión tendría una página o una pá­ “En la sociedad burguesa, la mujer es el proletaria­
gina y media. Se sacaba la hoja cuando se llenaba la prime­ do de la familia.”
ra página. Y cuando se terminaba de escribir, se ponía «fin».

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“El cineasta debe ser juzgado por su apet luía livn para que, en la proyección, el sonido sea sincrónico también
te a lo prohibido, por su irreverencia tVenle al poder tiene que estar desplazado veinte cuadros. Si pegaba imáge­
actual, por la infracción.” nes mudas y al lado les ponía imágenes sonoras de publici­
dad, inevitablemente el sonido de la publicidad iba a caer
“Toda obra de arte propone una liberación concre­ sobre las escenas mudas, y eso es lo que yo quería. M i pelí­
ta, a partir de una enajenación particular.” cula tenía un cartel de título: «¿No tenemos la palabra?»”
Ferreyro la define como una película muda donde só­
“Quise registrar” recuerda Filippelli, “lo que todos los lo tenía sonido y color la publicidad de Seven Up y no de Al­
demás estaban filmando. No recuerdo qué tramos de la fil­
ka Seltzer.
mación registré. Seguro que no estaba la película de Fischer-
man porque yo filmé de noche y recuerdo que Fischerman El film de Julio Ludueña. “M i película era muy cortita y, co­
filmó de madrugada. Debía de haber pedazos de la de Bejo, m o tenía cuatro o cinco planos, tam bién era muy sencilla.
de Ludueña, de Zanger y de Scheuer. Yo filmaba amplio: una La noche en que film am os, Paternostro estrenaba Mosaico
paronámica incorporaba a dos filmaciones simultáneas, o a en el cine Cosmos. Lo que yo quería hacer llegar a Santa Fe
una filmación que se estaba realizando con la preparación (y creo que esto fue motivo de la discusión más fuerte allá)
de la próxima. O un pedazo de filmación con el fondo de al­ era una pregunta y su respuesta: si se podía escribir un
guien en el decorado que cambiaba cosas para la siguien­ guión y después pedirle al Estado que lo financiara o si de­
te película. Los planos no los recuerdo. La técnica estaba bíamos buscar, en cam bio, la manera de financiarlo de otra
basada en trabajar desde muy lejos con una lente más bien form a para evitar una contradicción ideológica insalvable.
tirando a teleobjetivo, que diera com o resultado que algo D icho en térm inos de aquella época: que el capitalismo no
estuviera en foco y el resto se desenfocara. Después, en la iba a pagar para que nosotros filmáramos su propia des­
movióla, fui intercalando fragmentos de un comercial de Al- trucción.
ka Seltzer (que yo había filmado como publicitario) de m o­ ”M i corto consistía en una toma en la puerta del cine
do tal que algún sonido del comercial cayera sobre las esce­ Cosmos. La cámara creo que la hacía Lenardi. Yo llegué on­
nas mudas. El publicitario no ftincionaba como enlace entre ce y media o doce de la noche (la película ya había empeza­
una filmación y otra, sino que más bien irrumpía en mi re­ do y el hall estaba desierto). Paré el Citroen que tenía en esa
gistro de las filmaciones (la publicidad invadía cada una de época, bajamos la cámara, rompí el vidrio bajo el que esta­
las filmaciones, las bom bardeaba). Filmé los carteles en el ba el programa de Mosaico y lo saqué. Corte. Entonces: cine
estudio y los intercalé en la m ovida. No había un plano con Cosmos, en una toma fija con paneo, que daba una ubica­
todos los carteles, ni eran fondo de las tomas, sino que esta­ ción del lugar, de los carteles que decían «Hoy estreno», y
ban a toda pantalla. O sea que a la m ovida llevé esos frag­ luego una segunda toma que se acercaba al vidrio donde es­
mentos documentales, los carteles filmados y le pedí a Va­ taba el programa. Filmamos totalmente con la luz del cine
lencia, el compaginador de m i corto, que me buscara la y de la calle, salió muy bien, al más puro estilo Raoul Cou-
publicidad de Alka Seltzer. La publicidad era el color de una tard. Creo que todos filmamos así porque estábamos muy
película en blanco y negro. Pero además, com o el sonido en influenciados por Coutard y Godard. Nos parecía que ésa
el cine está retrasado veinte cuadros respecto de la imagen, era la posibilidad que teníamos de filmar.

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”En el estudio hice la otra toma: se vcia llegar el ( ’i hisUn ida, con dil)U)o.s de Alberto ( kxlrón. Se filmaron esos
troén, que apenas ocupaba una esquina del cuadro, yo ha dilnfius (y algunas brevisimas intercalaciones en vivo) que
jaba y entraba. Luego iba hacia la cámara y, sin corles, m os­ narraban una historia patriótica y social cómicamente pró­
traba cada uno de ios elementos de la próxima escena; el xima a la de La hora de los hornos; finalmente esa historia no
libro de Eisenstein El sentido del cine, abierto en la partiui • tenía ni pies ni cabeza y nadie sabía cómo salir de ella; en­
ra de Alejandro Nevsky, que es com o un desplegable, el pro­ tonces llegaba San Martín, representado por una imagen tri­
grama de Mosaico que había conseguido en la primera to ­ vial tipo Billiken, y salvaba a todo el mundo.
ma, y un rollo de película; después le prendía fuego a todo.
La cámara, quieta, se quedaba con el plano de la fogata has­ El film de Alberto YaccelinC'^ “Mi corto, escribe Yaccelini, em ­
ta que se hacía cenizas. Creo que la película no tenía título. pezaba con un matrimonio, representado por Dodi Scheuer
”Elegí la película de Paternostro porque era la que se e Irm a Brandeniann, en un salón (en verdad, un decorado
estrenaba ese día y justamente estaba en una posición com ­ pobrísim o: dos sillones y una mesa). Desde fuera de cuadro
pletamente contraria a la nuestra. Paternostro era un publi­ se lanzaba un diario que aterrizaba a los pies de Dodi, quien
cista com o nosotros que, en vez de aprovechar el pequeño lo recogía y consultaba la cartelera de cines. Había un pla­
poder que teníamos y filmar de manera independiente del no de detalle de un dedo que se detenía en el cine donde se
mercado y del Estado, lo usaba para tratar de integrarse al estaba dando Mujeres apasionadas de Ken Russell (algunos
Instituto Nacional de Cinematografía. Mosaico era un dis­ desnudos de ese film habían provocado una pequeña con­
curso absolutamente autobiográfico y superficial, donde, m oción en aquella época). Se veía luego a la pareja com ­
además, se trató de aprovechar alguna figura que podía te­ prando las entradas en una boletería y los encontrábamos
ner arrastre con el público, com o Perla Carón. Fue, natural­ luego en la sala (cinco o seis sillas en un rincón del estudio,
mente, un fracaso comercial. Para mí era el ejemplo de lo iluminadas con un efecto que intentaba evocar una proyec­
que no servía. Quemé el libro de Eisenstein porque yo que­ ción). Para presentar el comienzo de un film puse un startj
ría transm itir que Eisenstein tam bién, de un modo u otro, luego, desde la izquierda, entraba a cuadro Miguel Bejo des­
trató de filmar con dinero oficial, y terminó mandado por nudo y sonriente; atravesaba la pantalla de izquierda a de­
Stalin a dar clases de cine político de propaganda en la Ale­ recha, y salía. La reacción del m atrim onio, especialmente de
mania de Goebbels. Quise m ostrar otro camino equivoca­ la mujer, era de consternación. Cortaba a la mano de la m u­
do: aunque Eisenstein hubiera inventado todo el cine, ese jer que tomaba la de su marido, en busca de protección. Lue­
camino era equivocado. Nuestra discusión era sobre el ca­ go venía el regreso a casa, abatidos ambos. Verdaderamente
m ino para llegar a ser autor de las propias películas, y pen­ no podría afirmar si ése era el final.”
sábamos que no se podía pedir plata al Estado para finan­
ciar expresiones que estaban en su contra.”
L a provocación

El film de Jorge Cedrón. Julio Ludueña y el editor Jorge Va­


lencia recuerdan vagamente (y son los únicos que recuer­ La invitación a concurrir a un acto contra la censura,
dan) la película de Jorge Cedrón, cuyo título obviamente pa­ cuyo nombre ciertamente ambicioso fue Primer Encuentro
ródico era La hora de los trastornos. Era una especie de Nacional de Cine, hizo que la vanguardia porteña se topara,

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en un frente, con la política radicalizada y, en otro frente, importante estaba sucediendo, porque un conflicto extre­
con bandos estéticos opuestos, partidarios del realismo, el madamente local se había convertido en un foco político al
cine “comprometido”, el latinoamericanismo, etc., etc.'* que la presencia de esos dirigentes (y, después, la llegada de
El sábado 21 de noviembre de 1970, el Primer Encuen­ los cineastas porteños, algunos de ellos, como Alberto Fis-
tro Nacional de Cine, realizado como culm inación nacional cherman, muy conocidos) daba una dimensión política na­
del movimiento en contra de la censura y del cierre del Ins­ cional.
tituto de Cine de Santa Fe, se desarrollaba en la sede de la El tono de la asamblea indicaba que el problem a del
Unión Ferroviaria, sobre el Boulevard Gálvez, hacia el nor­ Instituto estaba pasando a segundo plano y que la reivindi­
te de la ciudad de Santa Fe. Los asistentes eran aproximada­ cación doméstica había sido superada al enmarcarse en una
mente doscientas personas. dimensión política global. Si bien todo había sido organiza­
Esa m añana había empezado con una asamblea un do por el Instituto de Cine, de lo que allí se hablaba era de
poco caótica en un salón de actos que desbordaba hacia un política anticapitalista y antiimperialista, según las tenden­
hall bastante grande. Se escucharon ponencias donde se cias presentes. Era una típica reunión política de los años se­
m ezclaba la denuncia a la censura con propuestas de ac­ senta: el tema de la censura se fue transformando en una de­
ción y tiradas sobre política nacional. Llamaba la atención nuncia a la dictadura, al capitalismo en general y, a media
la presencia de Daniel Open, referente intelectual del Par­ mañana, ya era sólo un pretexto al que se rendía tributo pa­
tido Revolucionario de los Trabajadores, dirigente famoso ra dirimir enseguida posiciones de estrategia nacional.
y reconocido en todo el país; tam bién había gente del Fá - El grupo de Buenos Aires llegó a la mañana y fue direc­
TRAC, la sigla que daba nom bre al frente de intelectuales del tamente a la Unión Ferroviaria. Como en un happening que
PRT; algunos m ilitantes del Partido Com unista y por su­ nadie había diseñado, los porteños (con la seguridad de que
puesto todos los profesores del Instituto de Cine, que se di­ serían fraternalmente recibidos) se m etieron en una situa­
vidía, de manera algo grosera, entre “birristas” (partidarios ción que ya no gobernaba la gente del Instituto de Cine. Ver­
del documental social “puro” que se identificaban con Fer­ daderos paracaidistas que llevaban sus peliculitas con la in­
nando Birri, el prim er director del Instituto) y “antibirris- tención de m ostrar una opinión estética sobre la censura,
tas” o “esteticistas” (entre quienes m ilitaban Raúl Beceyro, Fischerman, Valencia, Zanger y Filippelli aterrizaron en una
Patricio Coll y M arylin Contardi). Algunos de los denom i­ reunión donde se estaba discutiendo otra cosa: si bien los
nados “birristas” ya tenían nexos profundos con Cuba, el discursos m encionaban el tema de la censura, pasaban ve­
Instituto de Cine Cubano y el grupo de Cine Liberación li­ lozmente sobre ella para dirimir las grandes cuestiones de
derado por Fernando Solanas. Varios recuerdan que enca­ la revolución y sus protagonistas históricos. Se hablaba del
bezaron las primeras silbatinas contra los cortos traídos de proletariado y del campesinado, de las estrategias frente a la
Buenos Aires. burguesía y del tipo de revolución; circulaban abundante­
Incluso en el desorden del acto-asam blea, se podía mente todas las fórmulas características del debate sobre có­
identificar de inmediato a Daniel Open, que era extremada­ mo debía lucharse contra el capitalismo.
mente conocido en los medios radicalizados estudiantiles o Los cineastas de Buenos Aires se sintieron mal ubica­
intelectuales. El resto era un caos de gente que entraba y sa­ dos en esa reunión, no por lo que se discutía (ya que en otro
lía, fervoroso y excitado. Se respiraba el clima de que algo marco-todos ellos se hubieran interesado por las mismas

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cuestiones), sino porque habían viajado paia mostrar poli pailas, pero quedo la idea de que esc obrero del cine había
culas que afirmaban la especificidad estética dcl discurso enlendido mas que algunos otros.
cinematográfico, incluso cuando se trataran temas comple­ El episodio es verdaderamente un pequeño m ito: el
tam ente políticos. A ninguno de ellos le daba lo m ismo el “obrero del cine” era en verdad un estudiante del Instituto,
socialism o que el capitalismo, pero a ese acto no llegaban de apellido Uchitel, a quien los hom bres de Buenos Aires
como militantes políticos a secas sino siguiendo la regla del identificaron con la clase obrera posiblemente por su falta
cineasta militante: filmar y exhibir películas. Sin duda, esa de entrenamiento para reconocer los matices regionales de
aspiración resultó desprevenida e ingenua, y eso mismo la ropa y la fonética.
acentuó la verosimilitud de que pudieran acusarlos de pro­ Dentro del salón de actos la proyección continuaba, en
vocadores pequeñoburgueses. paralelo con la batahola y los gritos de repudio iniciados, se­
Para empeorar las cosas, en contraste con las películas gún recuerda Beceyro, por la gente que, en el Instituto, es­
que traían desde Buenos Aires, llegó gente de Córdoba con taba más identificada con el cine de Birri y Solanas, y opi­
unos cortos sobre el Che Guevara y unos documentales so­ naba que todo lo que no fuera documental sociopolítico era
bre la m iseria padecida por los trabajadores golondrina, una concesión al enemigo de clase. Mientras se proyectaron
films perfectamente previsibles, adecuados y aceptables pa­ los cortos de Zanger y Filippelli, el público pareció un poco
ra ser vistos en ese acto (políticamente correctos en la m e­ desconcertado pero, en realidad, estaba juntando furia para
dida en que no planteaban ningún problema estético ni pro­ la reacción que siguió.
movían una poética vanguardista). Varias cosas irritaron particularmente: el formalismo
Después de esas películas y de algunos discursos más, exagerado de Foco fijo . .., el corto de Miguel Bejo, que, des­
alguien dijo que los com pañeros de Buenos Aires estaban de el título, aludía a un recurso técnico y hacía alarde de
allí con sus propios cortos. La proyección se desenvolvió en m ostrar sólo un procedimiento formal; la agresión “m oral”
un clima singularmente hostil; de los insultos y gritos de in ­ del desnudo en el film de Alberto Fischerman. La indigna­
dignación se pasó rápidamente a los golpes. ción fue en aumento cuando se proyectó el corto de Dodi
M ientras los cortos seguían proyectándose en medio Scheuer (con las fotos pornográficas y la imagen del Che).
de un escándalo, en el hall del salón de actos, el compagina­ Allí empezaron los insultos y las corridas.
dor de uno de esos films, Jorge Valencia, fue rodeado por un Filippelli estaba con Zanger detrás del proyector; Fis­
grupo hostil y dispuesto a demostrar su desacuerdo de m o­ cherm an mezclado entre el público, y Valencia, afuera, en
do contundente. En ese m om ento, un muchacho, de alpar­ medio de una masa enfurecida. “¡Reaccionarios, vendidos a
gatas, camisa de trabajo y fumando un toscanito, alguien la Coca-Cola!”, se oía mientras seguía la proyección (con Fis­
que más bien parecía un obrero, dio muestras de entender cherm an se había convenido en que por ningún motivo se
cuáles habían sido las intenciones de los films porteños, e la iba a cortar). Pero la condena fue ganando pulso y al gri­
intervino a los gritos para detener la golpiza: “¿Qué estamos to de “reaccionarios” se sumó el de “provocadores” (que era
haciendo? Los compañeros de Buenos Aires vinieron a m os­ probablemente más serio, y agravado por el hecho de que
trar un sistema de producción. En última instancia el que los hombres de Buenos Aires eran directores de publicidad,
quiera hacer cosas revolucionarias puede hacerlas dentro de actividad estigmatizada). El insulto “vendidos a la Coca-Co­
este sistema productivo”. De todas formas, volaron las trom- la” tam bién se relacionaba con las imágenes de publicidad

174 175
intercaladas en el corto de Fili|ipdli, uso u'ilit o e) pii una frase del com andante Che Guevara: Patria o muerte,
blico no tenía ninguna disposición para reconocer en ese venceremos”. El desconcierto fue total, y entonces agregó;
momento. “No hay que escandalizarse tanto. Al protagonista de mi pe­
Sin duda, muchos pensaron allí que los cineastas de lícula, le tocó la muerte”.
Buenos Aires eran unos vanguardistas frívolos. La foto de Todos, en ese momento, creyeron que lo ahorcaban a
Omar Sharif como Che Guevara, de la película de Scheuer, Fischerm an y m ataban al resto. La boutade fue escuchada
no fue vista com o una prueba de que el m ercado banaliza como una nueva provocación y otra vez empezó el escánda­
la revolución usando el icono de Guevara para modelar el lo. Daniel Open, la gran figura trotskista del acto, consiguió
cuerpo de un actor de Hollywood, sino como una irreveren­ un poco de silencio para presentar una explicación de lo que
cia del autor del corto hacia la iconografía sagrada de la re­ se había intentado con los films, algo en la línea de “los com ­
volución. pañeros han sido honestos pero se han equivocado; lejos de
Los que escapaban del escándalo en el salón para su­ venir a montar una provocación han querido sumarse a una
marse al escándalo del hall no vieron todas las películas, pe­ lucha pero no han sabido cómo hacerlo”. En fin, un discur­
ro sí pudieron protagonizar algunos de los encontronazos. so que no decía “ellos valen tanto como nosotros”, pero tam­
Jorge Goldenberg, amigo de muchos de los santafesinos y poco los condenaba irremisiblemente. Se trataba de perso­
también conocido de la gente de Buenos Aires, se metió a nas ganables para la causa y tanto fue así que ese mismo día
defender a los cineastas, apostrofados com o “porteños hijos Daniel Open ganó a Alberto Fischerman para el frente de
de puta”, frente a un grupo enfervorizado que estaba a pun­ trabajadores de la cultura del PRT (F atrac ).
to de pasar a la acción física. También Goldenberg estuvo a Nadie recuerda a qué hora ni cómo terminó el Encuen­
punto de recibir lo suyo, cuando, desde lejos, se oyó la voz tro. Según algunas versiones, esa misma noche del sábado,
de un dirigente del Partido Comunista de Santa Fe que lo Fischerman, Zanger, Filippelli y Valencia se volvieron en el
salvó identificándolo com o “un viejo com pañero”. En ese Citroen para Buenos Aires; según otras, que cerrarían de
momento ya había terminado, o se había interrumpido de­ m anera más perfecta un relato, Beceyro, Patricio Coll,
finitivamente, la proyección de los cortos. Filippelli y Zan- M arylin Contardi y otros intelectuales de Santa Fe invita­
ger pasaron corriendo, cargando las latas de película para ron a los porteños a un asado en la casa de Colastiné del
salvarlas. poeta Hugo Gola.*^
Poco a poco, las cosas comenzaron a aquietarse un po­
co y se exigió a los directores de Buenos Aires que dieran ex­
plicaciones y se sometieran al debate y al interrogatorio de Ha e s t a l l a d o la g u e r r a

las masas. Alberto Fischerman tomó la palabra. Le costó em­


pezar porque la gritería no había term inado del todo. Se La foto de Ornar Sharif como Che Guevara ocupa, so­
acusaba a las películas de formalistas y de derrotistas, en es­ bre fondo rojo, la tapa del primer número de la revista Ci­
pecial la de Fischerman, donde no se mostraba una salida ni ne & Medios. Sharif logra una copia casi exacta de los cien­
un cam ino de lucha. Fue una situación de extraordinaria tos de fotografías del Che, en ropa de m iliciano, con la
teatralidad que Fischerm an gobernó con coraje, ironía y mirada desviada e irónica, y un gran cigarro. En un repor­
frialdad intelectual: “Compañeros, m i película se basa en taje que la revista publica, Sharif toma una posición que hoy

176 r/7
no consideraríamos particularm ente reaccionaria, aunque (lose ticl icono ivvoludonariu, ponía de manifiesto la torpe­
la lectura de entonces la condenara como manipulación ca­ za cotncrcial de Hollywootl y de un mercado que, guiado
pitalista de los emblemas revolucionarios. Hasta Omar Sha- por el lucro, asimilaba todo, incluso aquello que, por defi­
rif, a fines de ios años sesenta, después de los liippies y del nición, debía ser inasimilable.
Mayo francés, tenía que tener algún cuidado cuando se tra­ La tapa de este primer número de Cine & Medios no pue­
taba de Guevara: de ser más demostrativa de un espíritu de época. Los otros
nombres, encolumnados después del de Guevara/Sharif, son
“De acuerdo a como lo veo, no hay mensaje en Antonioni y Godard. Debajo de ellos, se lee la palabra censu­
el film. Hay sí un leve, obvio mensaje en el simple ra. Es la síntesis gráfica de un clima cultural y político.
hecho de que la vida del Che haya fracasado. Éste Todas estas imágenes y palabras son claves en el episo­
podría ser el mensaje. Porque realmente no conquis­ dio que intento reconstruir porque ponen en imagen la pre­
tó nada excepto su muerte. En mártir fue converti­ gunta que los jóvenes cineastas porteños creyeron respon­
do después. Otro mensaje no le veo. Sólo un hecho. der con su intervención vanguardista: cuando Hollywood
He aquí lo que le ha pasado a este hombre: vivió, hi­ puede filmar al Che y Ornar Sharif tiene una opinión sobre
zo esto y aquello y murió. Ahora sólo queda mucha la épica revolucionaria de Guevara, la gente de izquierda
gente joven portando su retrato como estandarte, ¿qué tiene que filmar, si es que tiene que seguir filmando?
acaso como el de la Revolución Americana. Todos Cuando el mercado baraja y reparte la iconografía de la re­
los estudiantes serios toman al Che Guevara como volución en todas las salas comerciales de Occidente, los re­
una parte de su revolución, toda esa gente que lucha volucionarios están en problemas. Godard, justamente en
contra las normas establecidas están tomando par­ ju nio de 1969, terminaba Viento del Este, film en el que ha­
te en la Revolución Americana que se gesta. Podría bía trabajado tam bién Daniel Cohn-Bendit, el agitador ya
decirse que su ejemplo se transformó en parte del legendario de la insurrección parisina de mayo de 1968.
mensaje que la historia resume hasta el presente.” Desde ese momento, sus experimentos lo condujeron a un
cine político con el que buscó nuevos espacios de difusión
En la tapa de la revista argentina, sobre el fondo rojo, fuera de las salas convencionales, según el modelo de desa­
la gran foto de Guevara-Sharif servía para un juego de ilu- fío directo que Godard exige (en este mismo número de Ci­
sionismo gráfico de doble sentido: la cita de una iconogra­ ne & Medios) a otros artistas: “La gente podría hacer cosas,
fía revolucionaria y la crítica al cine comercial de Holly­ pero se queda en el molde. Fíjese en los Beatles, por ejem ­
wood. De lejos, la foto de Sharif proclamaba, en todos los plo. Y en Peter B ro o k ... éste debió hacer su Marat-Sade
kioscos, la presencia de Guevara en un país gobernado por frente al Palacio de Buckingham”.
los militares y donde acababa de producirse el Cordobazo. A ntonioni está filmando su prim er film en Estados
De cerca, y sobre todo por el título de la tapa: “El Che Sha­ Unidos, con producción de la Metro. Sin embargo, en las de­
r if” la revista mostraba su juicio irónico sobre un film del claraciones que publica Cine & Medios, lo que se subraya es
mercado que se proponía m order en la carne sagrada del la colaboración recibida de los estudiantes radicalizados de
mito revolucionario. La imagen del Che denunciaba al ca­ San Francisco, para un film que Antonioni define como un
pitalismo y al imperialismo; la imagen de Sharif, apropián- proceso de liberación personal en una sociedad herida por

178 179
el conformism o y la aceptación de la miseria, la tiesigualdacl vista dan por sentado que esa censura estatal es un cpisuilio
y la guerra. Antonioni es citado también en un artículo de previsible de un gobierno dictatorial. La cuestión de iondo
Agustín Mahieu sobre el “Tercer Cine” (denominación con es otra; ¿cómo producir un arte conectado con las necesida­
la que Solanas se refería al cine nuevo, naturalmente del Ter­ des culturales y políticas del pueblo?, ¿cóm o hacer “films
cer M undo). Considera que es necesario explicar por qué se que sirvan al proceso de liberación argentina ? La censura,
remite justam ente a Antonioni, que es, sobre ese tema, una en el marco de estas preguntas radicales, es sólo una medi­
opinión menos previsible que otras: da del gobierno, dictatorial o formalmente democrático, de
la burguesía imperialista. Las cosas importantes se deciden
“En una entrevista concedida el año pasado a con el derrocamiento de ese régimen por un frente revolu­
Cinema Nuovo, Michelangelo Antonioni declaraba cionario en el que deben participar los artistas.
sorpresivamente: «Ya no estoy tan convencido de que Así las cosas, el mercado cinem atográfico (com o el
al realizar una película el único fin sea el de hacerla lo mercado de pintura o el teatro comercial) debe ser abando­
más hermosa posible. Al tratar de definir lo que es nado para producir un arte im pugnador del capitalismo.
hermoso y lo que no lo es, hoy nos damos cuenta de Solanas y Getino m encionan dos o tres episodios en los que
que esta palabra ha perdido el significado que tuvo una vanguardia de pintores irrumpió violentamente en los
hasta hace pocos años, y que las viejas estéticas son rituales de las instituciones y del mercado, malogrando la
instrumentos ya oxidados [...]», Empezar una nota entrega del Prem io Braque, una conferencia de Romero
sobre el cine revolucionario latinoamericano (sobre Brest en Rosario, y armando en la CGT de Rosario, y luego
el llamado Tercer Cine) con una cita de Antonioni pa­ en la CGT de los Argentinos de Buenos Aires, el happening
rece una contradicción; no lo es tanto. Cuando el so­ conceptual-político “Tucumán arde’l^o
fisticado autor de la alienación se siente dispuesto a Se trata entonces de seguir por ese cam ino (que se en­
tirar por la borda esos «instrumentos oxidados», es­ cuentra con el de La hora de los hornos, aunque no haya en­
tá testificando el final de una época”. tre este film y aquellos episodios mayor comunidad estéti­
ca). Los temas son conocidos; el cineasta no es un artista
La declaración no era tan sorpresiva si se la lee a la luz (porque ésta es una categoría del subjetivismo humanista y
de lo que siguió. Efectivamente, de eso se trata: el final de burgués), sino un trabajador de la cultura. La fórmula se re­
una época, la inm inencia de lo nuevo, el desenlace inevita­ pite en todos los documentos de esos años como si el reem­
ble en el cual los pueblos se pondrán de pie y tom arán el plazo de la palabra “creación” por “trabajo” solucionara los
destino con sus propias manos. “La guerra recién empieza”, problemas: es el costado fuertemente verbalista de la iz­
pero ya estamos en guerra. quierda revolucionaria. Com o trabajador, el cineasta debe
El número uno de Cine & Medios incluye, finalmente, seguir, en su lucha contra la censura, las luchas populares
una intervención significativa para el cine argentino. Fer­ contra el capitalismo imperialista; finalmente, el com pro­
nando Solanas y Octavio Cretino, que ya han presentado La miso político tiene como condición la renuncia al cine del
honi de los hornos, csuihcti un tiociim enlo: “La hora de la mercado y sobre todo a los límites técnicos del cine com er­
‘ «‘iiMti'a . Sr traía de la ley 1H.OIú, pronuilgadapor Onganía. cial y de sus circuitos de exhibición:
Sin eiiib.M ¡yi, t.iiiin el tuiio ild docuniento com o el de la re­

180 l8l
“¿Será este cine filmado en 35 mm, I(h »Siiper Sobre todo, hay que sacar al cine de los cines, porque los ci­
8? ¿De larga o corta duración? ¿Procesado en labo­ nes no exhiben films revolucionarios pero, también, porque
ratorios oficiales o en casa? ¿Qué es lo que importa hay que llevar el cine a los espacios de la vida, lejos de los es­
sino la verdad que pueda traer consigo? Una obra cenarios de la ensoñación. La crudeza con que lo dice el M a­
vale no tanto por el paso en que esté filmada, por su nifiesto del Grupo Cine Rojo, no esconde, debajo de la rusti­
duración o por el lugar donde es exhibida, o inclu­
cidad de los argumentos, sino algo que pensaban casi todos:
so por el número de espectadores que pueda tener
en circunstancias hostiles... Importa más llegar a un
“Jóvenes cineastas, al diablo con el mercado, al
solo hombre con la verdad de una idea, que a diez
diablo con la técnica y con la larga carrera. Jóvenes
millones con una obra mistificadora. Es a partir de
cineastas, a filmar. ¿Cortos? Pues bien, cortos. En 15
estas premisas que corresponde a los propios cineas­
minutos se puede hacer una obra maestra. Hasta en
tas, a los intelectuales, a los organizadores cultura­
5 minutos. Los tiempos standard son una necesidad
les o populares inventar formas de realizar y difun­
del espectáculo, del comercio. No tenemos por qué
dir ese cine; dentro del sistema o fuera del sistema,
respetarla. ¿En 16 mm? ¿Y por qué no? ¿Están acaso
públicamente o subterráneamente.”^^
agotadas sus posibilidades? El futuro cine en casete
quizá sea de 8, inclusive. ¿Quién verá nuestra obra?
Durante 1969 y 1970, estas ideas se repiten sin agotar­ Quien le interese. ¿Cómo la financiaremos? Hecho
se, porque son nuevas. Ha quedado atrás el m om ento “re­ así el cine es barato. [...] Desconozcamos la censu­
formista” y, tanto en arte com o en política, las suertes echa­ ra, desconozcamos la burocracia totalitaria de con­
das organizan las piezas sobre un tablero donde los límites, trol del arte, desconozcamos las condiciones de las
los perfiles y los conflictos tienen la cortante nitidez de un agencias imperialistas. Debemos garantizar todos
juego de donde ya no se retrocede.^^ Godard andará con sus que la obra de cada uno sea exhibida, legal o clan­
films a cuestas proyectándolos más o menos en cualquier destinamente, en el país y fuera de él. Estamos por
parte y organizando mítines donde se ven películas y se ven­ un nuevo arte, libre y subversivo, fusionado a la vi­
den diarios maoístas. A ntonioni declara lo que declara en da, a la acción, a la lucha de clases.’’^'*
Cinema Nuovo y, aunque Zabriskie Point lleve la marca de
un esteticismo más crispado que el de El desierto rojo, no es Hay un sentido com ún: alternativismo en la produc­
m enos cierto que la explosión, con que term ina el film, ción, la distribución y la exhibición de films; rechazo a los
anuncia y resume otros estallidos. Hollywood es una máqui­ formatos cinematográficos convencionales; circuitos para­
na de ideología incluso cuando presenta films “críticos” co­ lelos o clandestinos; repudio del mercado y de las institu­
m o Perdidos en la noche, con el que se engaña al público pe- ciones estatales de financiación; ninguna consideración por
queñoburgués persuadiéndolo de que en el corazón del el cine am ericano com ercial, y, en consecuencia, atención
imperialismo pueden oírse voces críticas.^^ puesta sobre la escuela de Nueva York, Godard, Antonioni,
La ley de censura en la Argentina es sólo un episodio re- el cine polaco, Glauber Rocha.
pudiable pero previsible de la Gran Censura a la Cultura Po­ Se podría decir que el acuerdo global diseña una úni­
pular. Hay que inventar nuevas formas de filmar y de exhibir. ca línea alternativista y antimercado, pero en el perímetro

182 183
que esta línea recorre afloran las divergencias estéticas más de anliperonisla.s, que habían sufrido el peronismo
profundas. La hora de los hornos no es el film preferido por en el colegio, toda una generación que no dependió
quienes participaron en el suceso que intento reconstruir. de los regalos de Evita, a quienes los regalos de Evi­
Por otro lado, The Players versus Ángeles Caídos, la película ta no los habían tocado en el corazón para siempre.
Esos universitarios que tenían fresca toda la ignomi­
vanguardista de Alberto Fischerm an, no recoge ninguna
nia que había sido el gobierno peronista fueron el
simpatía entre los militantes del Tercer Cine y de Cine Libe­
objetivo de la película de Solanas. La hora de los hor­
ración. En 1970, La hora de los hornos y The Players marca­
nos fue un elemento útilísimo para convencer a to­
ban extremos, no tan hostiles como los que separaban a am­
da esa gente de que la historia había sido diferente,
bos grupos del cine burgués capitalista, pero igualmente
que se estaba luchando contra la oligarquía, cosa que
opuestos si se adjudica a las diferencias estéticas el peso que a lo mejor era cierta y que hace a la complicación del
tuvieron incluso en esos años en que la ideología y la polí­ fenómeno peronista. De todos modos, todos los que
tica atizaban hogueras donde todos los desacuerdos se po­ estábamos ahí estábamos contra La hora de los hor­
nían, com o se decía entonces, “al rojo vivo”. nos. Había varios tipos de razones: por razones es­
Julio Ludueña, uno de los directores de “la noche de las téticas, políticas (aunque el Tigre Cedrón era pero­
cámaras despiertas”, sintetiza, con bastante verosimilitud, el nista), por razones personales porque había un acto
sentido vanguardista de izquierda que se enfrentaba con el de arribismo total. Una cosa era hacer las películas
cine de Solanas: que después hizo el Tigre, que mal o bien le costa­
ron la vida, y otra cosa era hacer este asunto de So­
“En ese momento había dos caminos muy de­ lanas con Jorge Antonio, que era un gran comercial
finidos: el camino de Solanas era un camino de do­ hecho con objetivos políticos. E incluso podía dejar
cumental totalmente falseado, fabricado, con estu­ dinero. Por eso no estábamos de acuerdo con esa lí­
diantes de actores (como se hacen los comerciales nea. En realidad preferíamos hacer publicidad, vivir
testimoniales aún hoy) que hacían de obreros y ha­ de otra cosa.
blaban con un naturalismo que sólo es posible por­ "Además todas las películas que se hicieron esa
que hay conocimientos de actuación. No es el neo­ noche (y las que estábamos filmando en ese m o­
rrealismo italiano, sino que se actúa. Casi toda La mento) eran más de vanguardia que la de Solanas,
hora de los hornos está filmada así, es un documen­ que hecha en Rusia en 1920 podía ser valoradle, pe­
tal fingido con un sonido que se le agrega a la ima­ ro en Buenos Aires en 1970 no era sino sorprender
gen, porque la imagen no tiene sonido propio por­ a los incautos con técnicas que yo creo que estaban
muy superadas,”25
que está actuada. Es un documental quizás tipo
Octubre (Solanas es muy inteligente cinematográfi­
camente), con todo muy orquestado: el sonido no es Por esos años, Armand Gatti, un director de teatro y ci­
el de la imagen, sino que a la imagen se le agrega un ne francés, había encontrado una m etáfora que recorrió el
discurso totalmente declarativo. Fue una gran ma­ m undo: la “cám ara-am etralladora Por América latina,
niobra para atraerse a una cantidad de estudiantes una imagen parecida, “usar la cámara com o un fusil”, seña­
que en ese momento eran marxistas, que eran hijos laba la difusión de una idea cuya paternidad estaba un po-

184 185
co en todas partes. La metáfora de RaúJ González 1 uñón, la Vi 111(11 liltrcnienle, que se podía estrenar eii una sa­
rosa blindada”, condensaba tan bien el giro epocal que se la chiiiuila y estar meses allí, ser la lapa de PTuucm
convirtió en el nom bre de una famosa revista de poesía, li­ ¡laiiii, ir al exterior, .sci considerado, terminar con la
teratura y política, dirigida por José Luis Mangieri y Carlos edad media eii que e.sUiba el cine argentino y entrar
Brocato. Todos rodeaban el mismo problema, aunque las so­ en la edad contemporánea a la altura de las expe­
luciones fueran bien diferentes. riencias que se estaban haciendo en el mundo: Ber-
Sería demasiado sencillo pensar que esta imagen que tolucci, La estrategia de la araña, El conformista;
une arte y violencia política tuvo una sola traducción esté­ Jean-Marie Straub que había filmado El diario de
Ana Magdalena Bach que consistía en Bach de espal­
tica. Cuando se considera este período de finales de los se­
das a cámara, siempre en la misma toma, la cámara
senta y comienzos de los setenta, se tiende a plantear un es­
quieta, tocando su obra mientras pasaba toda la fa­
cenario donde ya todas las suertes estaban echadas y todas
milia. Creo que a partir de Fischerman se nos había
las salidas, menos una, clausuradas definitivamente. A gran­
abierto una puerta a todos. Y también a partir de al­
des rasgos éste es, en efecto, el panorama. Pero creo que,
gunas experiencias que habíamos tenido ocasión de
dentro de un consenso ideológico-político que se inclinaba
observar o viajando o a través del Di Telia, del cine
masivamente hacia la izquierda o hacia el peronismo revo­ underground americano: Shadows, Cassavetes, la
lucionario y consideraba a la violencia com o inevitable mayor parte de la obra de Joñas Mechas. Y otra in­
(aunque se discutiera su modalidad, las condiciones objeti­ fluencia muy grande para todos, si es que estamos
vas y el momento de iniciarla), todavía hay restos de un de­ hablando del año 70, Godard que había práctica­
bate estético, en retroceso y condenado a clausurarse, don­ mente roto hacía dos o tres años con el cine comer­
de aparecía la resistencia a que el contenido político se cial. Él había roto antes con sus películas, pero des­
impusiera definitivamente sobre la experimentación formal. pués lo hizo de forma manifiesta a partir de Mayo
Así, el docum entalism o a lo Solanas, que cuenta una del 68. Godard se había ido a hacer otro tipo de pe­
historia política oficializada, primero de izquierda, luego pe­ lículas, con ideólogos, películas muy políticas, pues­
ronista revolucionaria según sus versiones, o el clásico film tas al servicio de grupos políticos. Godard andaba
documental “de pobres”, com o el practicado por Humber­ con sus películas abajo del brazo los domingos a la
to Ríos o Gerardo Vallejos, tenía enfrente películas com o mañana por los cines del Quartier Latín, azarosa­
The Players, Puntos suspensivos de Edgardo Cozarinsky, In­ mente, aguantando al público cara a cara.”^?
vasión de Hugo Santiago, que se filiaban con la revolución
godardiana o con otras líneas del nuevo cine francés. Pro­ En una palabra, la política todavía no había terminado
ducidas fuera de la industria, incluso podían circular en los de tragarse todas las posiciones específicas en el campo del
bordes del mercado apoyadas en un éxito de crítica: cine, aunque el terreno donde experimentarlas se estuviera
achicando casi podría decirse en el curso de los meses y de
“Nosotros, todo un grupo, quizás estábamos los días. Todo el mundo coincidía en el alternativismo de
muy envalentonados por Alberto Fischerman, por­ producción y distribución: los films se hacen fuera de las
que Alberto nos había demostrado a todos, con The instituciones y, en general, se proyectan lejos de ellas. Sin
Players versus Ángeles Caídos, que se podía filmar en embargo, a partir de este punto de coincidencia (una mis-

186 187
nía perspectiva sobre el capitalismo en el cinc y sobre d ca ­ que la política hegemonizaba la dimensión simbólica, sino
pitalismo imperialista tout court), había matices. H1 hecho también que esa hegemonía se implantaba sobre discursos
que estoy reconstruyendo es la puesta en escena, precisa­ que defendían su independencia estética con el argumento
mente, de esos matices. Sin duda, el nuevo cine de los años de que la vanguardia era, por definición, revolucionaria.
sesenta, a través de las opiniones y las prácticas de sus pro­ Desde una perspectiva cultural y política la suerte ya
tagonistas de primera línea (Godard y A ntonioni), estaba estaba echada. Sin embargo, los actores, cuyo destino ya se
enfrentado a cambios decisivos. No es un dato m enor el he­ había decidido, seguían trazando algunas últimas líneas es­
cho de que Antonioni fuera a filmar no sólo en Estados Uni­ pecíficamente estéticas, pese al impulso general de aplana­
dos sino en los Estados Unidos de los love-ins y la rebelión miento de las contradicciones entre arte y política en favor,
juvenil. Por supuesto, no es un dato m enor que Godard, des­ claro está, de la política.
pués del gran ciclo que culmina en La chinoise y Week-end, En un marco donde todo se reducía a posiciones ideo­
comenzara unos años de experimentación político-estética, lógicas y la cultura era pensada sólo como posibilidad de in­
cuyos ecos (aunque no sus films) resonaban en Buenos Ai­ tegración al “sistema” o como oposición radical, incluso en
res. El retiro de Godard hacia el alternativismo es emblemá­ ese marco, incluso en ese año 1970 donde todo parece ha­
tico, com o lo es el viaje de Antonioni a la California hippie berse encaminado definitivamente hacia la violencia mate­
y marcusiana. rial y la subordinación ideológica, algunas intervenciones
Ninguno de estos dos movimientos pasaba inadverti­ quieren presentarse como revolucionarias en arte y, por eso,
do. Por el contrario, los grandes films y los más grandes di­ ser reconocidas como revolucionarias en política. La mar­
rectores de los sesenta eran precisamente quienes enuncia­ cha de las cosas iba exactamente en la dirección contraria.
ban la hipótesis del agotamiento de una relación entre cine, Los films que reconstruyo son quizás un último inten­
ideología, cultura y política. Se trata de una crisis interna a to (junto con Puntos suspensivos de Cozarinsky, Opinaron de
la vanguardia cinematográfica que emerge dando el tono a Filippelli, Alianza para el Progreso de Ludueña, La pieza de
un programa nuevo de relaciones entre arte y política. El Pranz de Fischerman) de mantener la dinámica de dos esfe­
desplazamiento de A ntonioni tiene la discreta contención ras en contradicción: experimentación estética y política.
de un giro dentro de una obra que seguirá, de todos modos, La desaparición (extravío, destrucción) de estos cortos
el camino trazado en los años cincuenta. En cambio, el re­ de 1970 subraya, con ese sentido fuerte que a veces sólo la
tiro de Godard es, como en general son sus gestos, franca­ casualidad produce, su carácter de capítulo final, donde un
mente espectacular. Entre estos dos movimientos, otros ci­ grupo creyó que en la lucha política podía intervenirse tam ­
nes, en primer lugar el de Glauber Rocha, llaman la atención bién con los instrumentos de la vanguardia estética. Quie­
por su interés en persistir dentro de un sistema estético de nes protagonizaron “la noche de las cámaras despiertas” no
vanguardia y vincularse con la política. eran marginales poco significativos: ya en 1962, saludando
En el campo de la izquierda radicalizada estaba a pun­ la llegada de una nueva prom oción, la revista Tiempo de ci­
to de obturarse el lugar de un arte autonomizado de la po­ ne había publicado una nota sobre directores muy jóvenes
lítica y, sin embargo, hay movimientos de reivindicación de (en general, cortom etrajistas) donde se incluían varios de
la autonomía al mismo tiempo que se ajustan los lazos de los que filmaron esa noche; Fischerman era un director de
subordinación: gestos contradictorios que indican no sólo prestigio en círculos intelectuales; Ludueña estaba filman-

188 189
poco después. Pero las preguntas existieron antes de que el
do; se hablaba de Cedrón y de sus [troycüus. lampou> er.ui
tajo las volviera inservibles. Cada una de las alternativas en­
desubicados respecto de su época, pero tenían con ella una
cierra un problema cuya solución pareció posible.
torsión que desembocó en el escándalo de Santa Fe.
Todas las prácticas debían rendir un m áximo de pro­
Esos films perdidos son un acto final de malabarismo:
ductividad política. Ninguna práctica, ningún discurso po­
varios platos que giran sobre su canto y caen estrepitosa­
día encontrar en sí mismo su fundamento; para la izquier­
mente.
da, el arte estaba perdiendo aceleradamente su capacidad de
autorregulación y de autonomía, en la medida en que debía
buscar una justificación exterior que sustentara, incluso,
La e s t é t i c a - acción
aquello que todavía se admitía como específico: por eso, las
opciones formales se explicaban a través de metáforas polí­
Chris Marker, documentalista americano radicado en
ticas, que exponían retóricamente la idea del arte como pro­
París, difundía hacia 1970 una forma de intervención fílmica
ducción y repudiaban la idea humanista (adjetivo terrible
en la política que se originó en los sucesos de Mayo del 68: los
en aquellos años) del arte como creación-invención. Se apli­
dnetracts, panfletos cinematográficos, anónimos y breves, que
caba el léxico marxista (en general a través de una lectura de
se proyectaban sin pasar por un proceso de edición visual o
Althusser) a la dimensión sim bólica y todo era medios y
sonora. Fueron una forma rápida que, con variantes diversas
fuerzas de producción, sistema productivo, productividad
(por ejemplo, las del grupo Ziga Vertov encabezado por Go-
textual, perspectiva del proletariado y lucha de clases.
dard), alimentó nuevos géneros cinematográfico-políticos,
La pregunta acerca de cómo hacer actos con imágenes
sustentados en la intensificación espacio-temporal de la su­
(cinematográficas o plásticas) era perfectamente pertinen­
puesta inmediatez del documentalismo. Su modelo es la in­
te respecto de lo que se pensaba que debía ser el arte. No se
tervención sorpresiva, “guerrillera”, que quiere llevar al cine las
trataba de intensificar una dimensión perform ativa, sino
tácticas de la agitación callejera. Son años en que las estéticas
que todo arte debía tender a ser, en todo momento, perfor-
políticas perseguían géneros y formas de exhibición alternati­
mativo. Nada quedaba afuera de una esfera incandescente
vas, que debían acompañar la manifestación y la propaganda.
que giraba sobre el eje político de la transform ación y los
La acción política proporcionaba así su modelo a la ac­
problemas debían alinearse según el orden de las revolucio­
ción cultural, pero este modelo se implantaba sobre las hue­
llas de una estética; la del happening. La pregunta que reco­ nes de esa esfera.
La crisis interna (estética) del arte de vanguardia po­
rre este tipo de intervenciones es, sencillamente, ¿cómo
tenciaba el dilema de las relaciones entre un arte en crisis y
convertir a las imágenes del cine en actos de la política sin
una política que, cada vez más, aceleraba sus movimientos
que dejen de ser, al m ismo tiempo, imágenes del cine?, ¿có­
y achicaba el campo de las opciones. Por un lado, ya no ha­
m o intervenir en el campo político sin resignar la especifi­
bía lugar para una esfera estética relativamente autónoma
cidad del discurso cinematográfico?, ¿cómo realizar una ac­
de los procesos cuyo objetivo era modificar de raíz las rela­
ción cultural que no pierda su identidad y que, al m ismo
ciones sociales. En la nueva izquierda y en el peronismo re­
tiempo, sea una práctica política?
volucionario, el arte se había politizado hasta saturar las re­
Naturalmente, estas preguntas no tienen respuesta: hay
laciones entre arte, ideología y cultura. En un deslizamiento
que cortarlas de un tajo, que fue lo que la historia hizo muy

191
190
que es característico de la época, estos tres términos comieiv titos; |HH^ el otro, los films en sí mismos fueron un grito de
zaii a ser considerados de manera unificada: todo es ideoló­ intlependencia de las vanguardias cinematográficas respec­
gico y, como todo es ideológico, en todo se juegan relacio­ to de aquello que el sentido común de izquierda esperaba y
nes de dominación. Por un cam ino que las vanguardias no requería de los films políticos. También quisieron mostrar
habían previsto (o quizá sí, porque fue el camino de la rela­ que la experimentación vanguardista puede liberar al arte
ción de Eisenstein con Stalin), el arte se comunicaba, al pa­ de su destino al servicio de una burguesía modernizadora
recer definitivamente, no con la “vida” sino con esa forma, que deglutía incluso a las vanguardias (tal como era una
más despótica que la “vida”, que era la política. Las prácti­ acusación frecuente disparada contra el Instituto Torcuato
cas estéticas del cine o de la plástica debían anunciar aque­ Di Telia).
llo que la revolución realizaría concretamente: la unificación Estos cortos se film aron cuando se había desgastado
de las esferas que la modernidad había separado.^® profundam ente el principio de autonom ía estética y, sin
Éste fue el impulso de “Tucumán arde”; también de La embargo, reivindicaron esa autonom ía. El escándalo de su
hora de los hornos de Solanas y Getino, que sufrió un proce­ proyección muestra que esa reivindicación de autonomía
so de varias correcciones donde la política escribía una nue­ en el marco de la intervención política ya era, para los m i­
va versión sobre la anterior y se agregaban planos o se pres­ litantes y dirigentes de izquierda, no sólo inadmisible sino
cindía de ellos al ritm o de la peronización de sus directores, repudiable.
que iban convirtiendo a la versión original en un palimp­ Me interesan, entonces, porque m uestran no que las
sesto-obra abierta cuyo vector partió de la izquierda y ter­ cosas hubieran podido ser diferentes (hipótesis contrafácti-
m inó en el peronismo revolucionario. ca que no es interesante), sino que hubo intentos de que las
Sin embargo, los films de “la noche de las cámaras des­ cosas fueran efectivamente diferentes, aunque estos inten­
piertas” son la prueba de un equilibrio inestable (y condena­ tos resultaran condenados.
do a desaparecer) entre la opción estética vanguardista y la ¿Qué quiere decir que las cosas fueran efectivamente
acción política. Estos cortos fueron un último intento (em ­ diferentes? Algo m uy sencillo: que el cine comprometido
blemáticamente destinado a la destrucción y la pérdida) de con la revolución no era uno-, que el documentalismo polí­
mantener aferradas dos dimensiones: la de la experimenta­ tico o social, o que el cine de tema político o social, no eran
ción estética con los discursos específicamente cinematográ­ la única manera de conectar acción política y acción estéti­
ficos y la de la intervención política en una coyuntura, al ser­ ca. Los films se propusieron evitar el cam ino por el cual el
vicio de las necesidades que emergían de ella, pero tratando arte quedaba reducido a ideología y la ideología era juzga­
de reivindicar un resto de autonomía en las elecciones forma­ da según sus contenidos más explícitos.
les y en las decisiones sobre los materiales. ¿Qué tenían de la vanguardia cinem atográfica estos
Con estos films no sucedió que la acción estética se per­ cortos? Varios rasgos que pueden ser captados incluso en la
diera para transformarse en acción sólo política. Por el con­ reconstrucción verbal de las películas desaparecidas. Un film
trario, la política los repudió precisamente porque recono­ conceptual (el de Julio Ludueña) presentaba una sintaxis de
ció en ellos un momento fuerte de autonomía estética. acciones y de cosas que no desarrollaba un argumento fic-
Por un lado, el proceso de producción de los films es cional sino un razonamiento visual; los planos mostraban
un modelo de acción cultural al servicio de objetivos polí- objetos cuya articulación producía una idea sobre cómo de-

192 193
be hacerse cine en las condiciones tlel capilalisim». l iii expe co, sólo la insubordinación que evita la literalidad del m en­
rimento clásico de m ontaje (el de Dodi Sclicucr) cxploi-aba saje y la duplicación (peor y más primitiva) del discurso de
las viejas enseñanzas de la vanguardia rusa sobre la cons­ la ideología, sólo la independencia formal, permiten alguna
trucción de sentido por m ontaje de imágenes (algo en este relación práctica del arte con la política.
film evoca el experimento de Kulechof); al m ismo tiempo, Este programa de relación no subordinada entre arte y
el contenido de los planos remitía a una vanguardia contem­ política, se lleva a cabo, por otra parte, en el marco de una
poránea, el pop, con su trabajo sobre imágenes degradadas, acción cultural que es un verdadero emblema del clima de
seriadas y del mercado; y el experimento de improvisación época: en una sola noche se filman por lo menos media do­
actoral (la actriz captada en el momento en que reacciona­ cena de cortos, que se editan en una sola mañana y se pro­
ba frente a imágenes que desconocía) sintonizaba del to ­ yectan al día siguiente en una ciudad a cuatrocientos kiló­
do con los ejercicios teatrales de la época y también con el metros de distancia. Esta sesión continuada de producción
documentalismo de un registro a la Godard. Otro film (el Yexh ib ición alternativas es, en sí m ism a, u n a a cció n p olíti­
de Alberto Fischerm an) reflexionaba sobre la censura pro­ t co -cu ltu ra l que evoca el happening.
duciendo violencia m aterial sobre el cuerpo del actor; sin El happening es una acción o serie de acciones de alto
texto, sin argumento, sin ambientación que diera una refe­ impacto que produce modificaciones profundas, instantá­
rencia realista, sólo se trabajaba con el cuerpo desnudo, el neas y fugaces. Lo propio del happening es estar destinado a
cuerpo del teatro pobre de Grotowski y de las experiencias la desaparición; sucede una vez, es conceptualmente irrepe­
americanas del Living Theatre. Los carteles intercalados, que tible (aunque se pudieran reproducir detalladamente todas
Godard había impuesto com o una marca de estilo, apare­ sus condiciones) porque repetirlo contradiría la idea misma
cen en el corto de Filippelli, mezclando, tam bién como G o­ de buscar, en una situación dada, el suceder. Aunque los
dard, citas de M arx y de Sartre; en este film, como en el de happenings se han repetido (y el clásico Menesunda m onta­
Cedrón, las imágenes de la historieta o de la publicidad en­ do por M arta M inujin en el Instituto D i Telia fue casi una
tran con la legitimidad que les había dado el pop. La auto- m icro-pieza teatral con participación del público durante
rreferencialidad del cine, el procedimiento por el cual el ar­ algunas semanas), cada repetición es un nuevo happening.
te exhibe que está siendo construido y de qué form a, es la Así considerado, un film no puede ser un happening, por­
idea del corto de Zanger, que filma las condiciones materia­ que en su ser té cn ico está in scrip ta la rep etició n id én tica no
les de posibilidad de una filmación. El experimento con el sólo c o m o p osib ilid ad sino co m o p ro p ie d a d m a te ria l: un
foco, planteado por Bejo, intenta m ostrar los efectos esté­ film es arte a re p e tició n , co m o to d o el m u n d o sabe.
ticos de un lím ite técnico autoimpuesto: un lím ite formal ¿Por qué digo en to n ces que los film s de esa n o ch e ju ­
(una censura formal) que obliga a investigar sus consecuen­
garon al happeningl^^^
cias visuales; cuando Bejo sigue filmando después de herir­ Fu e u n happening en v arios sentidos: p o r el g rad o en
se con el vidrio está afirmando la fidelidad al suceder y la que el azar in terv in o en la realización de films d o n d e n o es­
aceptación del azar que está en el happening. tab a prevista la rep etició n de las to m as; p o rq u e los actores
Todos los cortos respondieron al encargo que la políti­ tra b a ja ro n sob re las técn icas de la im p ro v isació n en el m a r­
ca les había hecho, pero lo hicieron desviadamente. Afirma­ co de unas p o cas in d icacion es de d irecció n ; p orq u e, en to ­
ron que sólo el cumplimiento desviado del encargo políti­ d os los casos, los films careciero n de un gu ión e scrito ; p o r-

194
195
que el tiempo de filmación, increíblemente breve, imponía alie poliiico. .Se los acusó de l'omialistas (efectivamente lo
la captación del suceder aun cuando existieran opciones es­ eran por su interés en la experimentación con el lenguaje del
téticas y conceptuales previas; porque el error, la polémica cine) en un momento en que esa etiqueta suponía una con­
o el imprevisto pasaban a ser, programáticamente, parte de tradicción con la política de izquierda, y condenaba a los
los films. Fue, entonces, un happening mientras sucedía la grupos de vanguardia cuyo formalismo “vacío” los integra­
film ación y durante la edición; fue un happening también el ba en los consumos de la burguesía modernizante.
test político y estético en que se convirtió la primera y úni­ Sin embargo, estos films quisieron seguir examinando
ca proyección pública de los cortos. un camino que sus autores no consideraban clausurado: el
Ninguno de estos pasos estuvo teorizado como happe- de la relación intrincada entre dos lógicas y dos lenguajes.
ning; sin embargo, cada uno de ellos puede pensarse como La política pedía intervenciones de contenido; estos films
una acción con mucho de aleatorio. El resultado fue un hap­ prom ovieron intervenciones formales consideradas, en sí
pening controlado y la filmación fue una búsqueda relativa­ mismas, más radicales que los contenidos explícitos. Intere­
mente ordenada (pero sólo relativamente) del suceder cine­ san (y conmueven) por lo que muestran como posibilidad
matográfico. Del happening, los cortos de esa noche tienen que se cerró poco después, probablemente con los dos o tres
tam bién la afirmación de lo efímero: el registro sobre pelí­ films que dirigieron, en 1971, algunos de los que participa­
cula reversible los condenaba a que sólo pudieran proyec­ ron en esa noche de las cámaras despiertas.
tarse algunas veces, hasta que el material mismo terminara
destruyéndose. Incluso, alguno de los participantes cree re­
cordar que se planeaba un nuevo happening, donde los films N otas
iban a ser destruidos después de su última proyección.
El happening es, por otra parte, un m odelo de acción * Para la reconstrucción de los hechos y de los cortos he
estética que desborda la esfera del arte. Los films de esa no­ entrevistado a Raúl Beceyro (graduado reciente y profesor en el
che buscaron deliberadam ente llegar a un acto p olítico- Instituto de Cine de la Universidad Nacional del Litoral, que ges­
cultural con una intervención que no fuera solamente po­ tionó la participación del grupo de Buenos Aires en el acto de
lítica sino que tuviera un m arcado carácter estético y de Santa Fe, como se verá más adelante); Tito Ferreyro (actor del
investigación formal. Se trataba de participar políticam en­ corto de Alberto Fischerman); Rafael Filippelli (director de uno
te pero con un discurso que planteara su resistencia a la he­ de los cortos); Cacho Giordano (productor ejecutivo de Top Le-
gemonía política. Los films se jugaron a contradecir la idea, vel, la productora publicitaria de Alberto Fischerman); Jorge
Goldenberg (asistente al acto de Santa Fe donde se proyectaron
ya generalizada, de que la política debía estar en el puesto
los films); Julio Ludueña (director de uno de los cortos); Rober­
de mando.
to Scheuer, a quien se lo menciona aquí del modo en que habi­
Fueron rechazados por el público al que estaban desti­
tualmente se lo conoce: Dodi Scheuer (director de uno de los cor­
nados precisamente porque sus directores habían afirmado,
tos); Carlos Sorín (fotógrafo de todos los cortos excepto el
a través de diferentes estéticas de vanguardia, la autonomía dirigido por Ludueña); Jorge Valencia (compaginador de por lo
del discurso cinematográfico cuando ya ésta parecía inde­ menos cinco de los cortos). Alberto Yaccelini (compaginador de
seable. Tuvieron la virtud de presentar un camino que se re­ uno de los cortos y director de otro) respondió por escrito des­
corrió esa noche, pero que ya no figuraba en los mapas del de París, donde vive. También conyersé, brevemente y por telé-

196 197
fono, con Miguel Pérez. No obtuve re.s[nicst.i de Luis /..ingci, que ellas La frontera, dirigida por R. Larrain, y La película del rey. Mu­
vive en Estados Unidos (hablé con él y es probalde que no hayan chos de los títulos mencionados han obtenido premios interna­
llegado mis cartas). Recibí dos cartas de Miguel Bcjo, desde Pa­ cionales y nacionales.
rís, donde me anunciaba información grabada en un casete que 2 Resumo los antecedentes del conflicto que tuvo como es­
no llegó a mis manos. En esta reconstrucción se mezclan todas cenario el Instituto de Cine de la Universidad del Litoral, en San­
estas voces. En los casos en que se presente una opinión diver­ ta Fe, a partir de un informe oral de Raúl Beceyro (grabado en
gente respecto de la narración-patrón, se lo hará notar en el tex­ agosto de 1995), a cuyo cuadro general también contribuyen las
to o en nota. Quisiera subrayar que la transcripción de las voces observaciones de Jorge Goldenberg (graduado de ese mismo ins­
no garantiza más verdad, sino, en todo caso, mejor movimiento tituto): “En ese año 1970, yo era profesor de crítica e historia del
narrativo de un suceso cuyos recuerdos están borrados, parcela­ cine en el Instituto, al cual había entrado como alumno en 1962.
dos y contrapuestos. Las personas mencionadas en este trabajo El Instituto había sido dirigido por Fernando Birri, a quien suce­
siguieron dedicándose al cine, excepto Cacho Giordano con dió Adelqiii Camusso. Ese segundo período fue verdaderamente
quien me encontré en su taller de vidriero. Alberto Fischerman terrible ya que los estudiantes enfrentaron sin mucho éxito infi­
(que murió en 1995) filmó La pieza de Franz y un episodio de Las nidad de obstáculos para hacer sus films de tesis y sus ejercicios
sorpresas en 1971; Los días de junio, en 1985; Gombrowicz, en de la carrera; el Instituto era una catástrofe y los alumnos se sen­
1986, y tres comedias, entre ellas Las puertitas del señor López de tían estafados. El rectorado de la Universidad, de donde dependía
1988. Jorge Cedrón (muerto trágicamente en el exilio) dirigió El el Instituto, reemplaza, en 1970, a Camusso con Raúl Rodríguez
habilitado, en 1971; Operación masacre, en 1973, y ha dejado una Hortt, un abogado de inexistente relación con el cine. El año an­
obra inédita inscripta en el cine político. Carlos Sorín es fotógra­ terior, 1969, gracias a las presiones de alumnos y graduados, se ha­
fo y director de publicidad; estrenó, en 1986, La película del rey; bían logrado terminar cuatro películas de tesis. La filmación de
filmó, para televisión, La era del ñandú, y finalizó, aunque no es­ esas películas reactualizó la vieja reivindicación estudiantil de que
trenó, Eterna sonrisa de New Jersey. Julio Ludueña terminó Alian­ también se realizaran los cortos correspondientes al tercer año de
za para el Progreso, en 1971, y I íi civilización está haciendo masa la carrera. Los proyectos de esos films en 16 mm fueron discuti­
y no deja oir, en 1974. Rafael Filippelli dirigió (con E. Alfaro) Hay dos durante los primeros meses de 1970 con los profesores (Este­
unos tipos abajo, en 1985; El ausente, en 1989, y los retratos fíl- ban Courtalón, en fotografía; Juan Fernando Oliva, en realización;
micos de Aricó, Lavelli y Saer, entre 1992 y 1997. Miguel Bejo fil­ Gramaglia, en producción; César Caprio, en compaginación, y
mó La familia unida espera la llegada deHallowyn, en 1971, y ter­ Hugo Gola, en integración cultural). Los films son aprobados aca­
minó en Europa, donde está radicado desde 1979, Nervio Super démicamente, se terminan los guiones y todo el mundo cree que
Supery Wagner contra la noche negra del mundo. Roberto Scheuer va a comenzar su producción. En ese momento interviene el di-
ha trabajado ininterrumpidamente como guionista de cine. Jor­ rector-interventor del Instituto, Rodríguez Hortt, y prohíbe la rea­
ge Valencia también ha trabajado ininterrumpidamente como lización de dos de esos cortos por razones supuestamente políti­
compaginador. Oscar Tito Ferreyro es hoy un exitoso actor de te­ cas y moráTis. A partir de ese momento comienza un largo
lenovelas. Alberto Yaccelini vive en París, donde realizó la com­ enfrentamiento entre la dirección del Instituto, por un lado, y los
paginación de La película del rey; dirige films documentales. Luis profesores (o la mayoría de ellos) y los estudiantes, por el otro. El
Zanger vive en Miami, donde trabaja en publicidad. Raúl Becey- conflicto culmina cuando el director-interventor Rodríguez Hortt
ro filmó los documentales La casa de al lado (1985), Reverendo cierra el Instituto aduciendo el caos introducido por el perma­
(1986), Miradas sobre Santa Fe (1992) y el largometraje Nadie na­ nente funcionamiento asambleístico del claustro docente y los es­
da nunca (1988). Jorge Goldenberg es autor de teatro (Knepp, de tudiantes. «Se subvertía», afirmaba Rodríguez H ortt, «todo el sis­
1982; Krinsky, de 1986) y guionista de muchas películas, entre tema de enseñanza». Los profesores y alumnos nos reunimos para

198 t99
trabajiir y organizar Ja re.sisfencia cji d ,sindícalo del |H-isi>oal no
noviembre de 1970). El domingo 29 de noviembre de 1970, El Li­
docente, donde funcionamos en asamblea al misjiio tiempo que
intentamos continuar con las clases. Pero al llegar el último ter-
toral publica un balance del Primer Encuentro y menciona la pro­
cío de 1970, ya no se dan clases sino que todo está imantado por
yección de Muerte y pueblo (un documental sobre trabajadores
el enfrentamiento cada vez más agudo y la amenaza de cierre del golondrina en Santiago del Estero) de Nemesio Juárez y “cinco
Instituto. El conflicto repercute en los diarios de la región y, espe­ cortos de realizadores independientes de Buenos Aires, entre ellos
cialmente, El Litoral sigue con cuidado los avalares publicando Alberto Fischerman”
nuestros comunicados y los de las autoridades universitarias. La ^En una carta enviada desde I’arís, donde vive, el 15 de oc­
movilización no tiene una dirección política definida: está el cen­ tubre de 1995, Alberto Yaccelini también menciona la presencia
tro de estudiantes, que antes había sido tradicionalmente dirigi­ de Miguel Pérez, quien habría filmado un corto y luego lo habría
do por el partido comunista; están algunos estudiantes pro chi­ retirado por considerarlo insatisfactorio. Miguel Pérez coincide
nos, algunos trotskistas del ERP y algunos peronistas. Nuestras con este recuerdo de Yaccelini. Entre los carteles, a los que me re­
reivindicaciones eran sencillamente la reapertura del Instituto y feriré más adelante, encontré uno donde figura la leyenda: “Hay
la realización de los cortos censurados. El conflicto público con el que filmar a pesar de todo de Miguel Pérez”.
interventor se agudiza y Rodríguez Hortt nos inicia im sumario Julio Ludueña agrega en su testimonio: “Después Filippe­
administrativo a los profesores más comprometidos en la lucha. lli hizo una película donde también había desnudos masculinos,
La difusión del conflicto llega al plano nacional: llevo noticias a en el camino a Ezeiza, y yo había filmado una escena de lesbianis-
Juan Gelman en Panorama y a Germán Rozenmacher en Siete mo en Alianza para el progreso: dos mujeres, una rubia, que repre­
Días, quienes me reciben y las publican. En ese marco, con la ame­ sentaba a Estados Unidos, y una más castaña, que era la Argenti­
naza de cierre y abierto el sumario a los profesores, proyectamos na”. La película de Filippelli se llamó Opinaron, y es de 1971.
realizar un acto culminante de la movilización, organizado por la
5 Tito Ferreyro afirma que la cámara, después de pasar el vi­
Comisión Coordinadora de Estudiantes y Profesores. La misma
drio, debía avanzar buscando a una figura masculina, representada
semana viajo a Buenos Aires y me comunico con Alberto Fischer-
por él mismo, que estaba cantando en el extremo opuesto del ca­
man para invitarlo y pedirle que reuniera alguna gente de cine en
mino armado con los trastos (grabación del 25 de agosto de 1995).
nuestro apoyo. Recuerdo la ocasión de haberme encontrado con
Filippelli en un ascensor de las oficinas de Fischerman. Y recuer­ * Se trata de todas las personas mencionadas en la nota 1.
do, luego, la sorpresa ante la presencia, en Santa Fe, de estas per­ ^Esta representación conceptual de la censura puede verse
sonas de Buenos Aires con sus películas. Tengo la impresión de no en cantidad de documentos gráficos de la época. Greil Marcus
haber tenido mucho que ver con haber logrado que un grupo de {Rastros de carmín; una historia secreta del siglo XX, Barcelona,
cineastas de Buenos Aires fuera a Santa Fe con películas. Tengo la Anagrama, 1993, p. 41) reproduce un póster del Atelier Populai-
impresión de que hubo otro disparador, que al grupo de Buenos re francés, de mayo de 1968, donde se ve la cabeza de un joven en­
Aires se le ocurrió todo y apareció por allá más o menos impre­ vuelta en gasa quirúrgica y un alfiler pinchado en el lugar donde
vistamente. Yo había ido sólo a pedirles una adhesión. Si habla­ están sus labios.
ron de llevar películas, uno no les creyó mucho, porque los tiem­ ®Ferreyro estaba desnudo, como recuerdan también Julio
pos eran cortos y su llegada fue sorpresiva”. El acto al que Beceyro Ludueña y Cacho Giordano, el jefe de producción de Fischerman
se refiere y donde acudieron los cineastas de Buenos Aires se de­
quien, según todos los testimonios, fue el que iba amordazando
nominó Primer Encuentro Nacional de Cine, y su sede fue la Unión
al actor.
Ferroviaria. El Encuentro tuvo lugar el viernes 20, sábado 21 y do­
®Sus recuerdos coinciden casi perfectamente con los de Jor­
mingo 22 de noviembre de 1970 (diario El Litoral, Santa Fe, 20 de
ge Goldenberg y Rafael Filippelli.
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Jorge Goldenberg afirma que e^e delalle un pasaba iiiad to Ferreyro); Miguel Bejo filmó La fa m ilia u n id a espera la llegada
d e H allow yn (también con la participación de Tito Ferreyro, fo­
vertido y que, justamente por eso, el público se imligiio,
tografía de Sorín y cámara de Filippelii), Julio Ludueña terminó
*’ Giordano sostiene que fue el mismo Bejo, con el brazo en­
A lia n za p a ra el p ro greso . De 1971 es también P u n to s suspensivos
sangrentado, quien terminó la toma.
de Edgardo Cozarinsky, que no participó de “la noche de las cá­
Entre los carteles conservados por Giordano hay uno con maras despiertas”, pero a quien mencionan todos los que hicieron
la siguiente leyenda: “Intriga en el Rosavi de Marcos Arocena”. Na­ esa experiencia.
die recuerda otra cosa de esta intervención. 18 “El Che Sharif; la subversión según Hollywood”, C in e &
Marcia Moretto fue actriz en P u n to s suspensivos de Ed­ número 1, julio de 1969, p. 16 (Buenos Aires). El director
M ed io s,
gardo Cozarinsky y bailarina-actriz en espectáculos del Institu­ de la revista era Pedro Sirera, programador de los cines de reper­
to Di Telia. torio, en primer lugar del mítico Lorraine. El comité de redacción
” Estos carteles son el único resto material de todo lo que se estaba integrado por Miguel Grinberg, Juan Carlos Kreimer (se­
filmó esa noche. cretarios), Homero Alsina Thevenet, Edgardo Cozarinsky y Agus­
tín Mahieu.
*5 Yaccelini piensa que este corto fue filmado durante esa
misma noche. Los otros testimonios no recuerdan el film, pero el 19 Agustín Mahieu, “El Tercer Cine”, C in e & M ed io s, núme­
mismo Yaccelini me informa que su película fue finalmente dese­ ro 1, cit.jpp. 21-2.
chada y no llegó a Santa Fe. La información proviene de la carta 20 Sobre estos episodios, véanse: Ana Longoni, “Acciones de
de Alberto Yaccelini, ya citada. Ludueña recuerda, sin atribuirlo a arte, acciones de violencia”, E l R odaballo, número 2,1995; “Tucu-
ningún film en particular, que Miguel Bejo “se paseó, en un de­ mán arde: encuentros y desencuentros entre vanguardia artística
corado que había quedado en el estudio, durante cinco minutos y política”, en AAW, C u ltu ra y política e n los añ o s 6 0 , Instituto de
de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, completamente Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Ofi­
desnudo”. Yaccelini también editó el corto de Dodi Scheuer. cina de Publicaciones del CBC, UBA, 1997; Ana Longoni y Ma­
riano Mestman, “Tucumán arde; una experiencia de vanguardia,
** Los sucesos de Santa Fe fueron reconstruidos con los testi­
comunicación y política en los años sesenta”, C ausas y A zares, nú­
monios de Jorge Valencia, Rafael Filippelii, Raúl Beceyro y con el
mero 1, otoño 1994 (Buenos Aires); Mariano Mestman, “Notas
relato extraordinariamente pormenorizado de Jorge Goldenberg.
para una historia de un cine de contrainformación y lucha polí­
Todos los informantes coinciden en que “la noche de las tica”, C ausas y A za res, número 2 , 1 9 9 5 ; Guillermo Augusto Fanto-
cámaras despiertas” consolidó, por algún tiempo, un grupo de ni, “Rosario: opciones de la vanguardia”, C u ltu ra y política en los
discusión de proyectos cinematográficos comunes. Aunque nun­ añ o s 6 0 , cit.
ca se repitió algo parecido, el grupo, al que se le sumó Jorge Gol­ 21 Sección “Documentos”, C in e & M ed io s, número 1, cit.
denberg, proyectó la realización de una revista filmada que tuvie­
22 En cuanto a esta tesis, véase sobre todo: Oscar Terán,
ra, desde el alternativismo estético y político, el esquema de una
N uestro s añ o s sesentas, Buenos Aires, Puntosur, 1991. Silvia Sigal
revista de actualidad: un editorial suscripto por todos, y seccio­
plantea una lectura que incluye destinos más divergentes, en I n ­
nes individuales. Según Goldenberg, ese proyecto de revista fil­
telectuales y p o d e r en la d éca d a d el sesenta, Buenos Aires, Punto-
mada hubiera sido un “formato que permitía la inclusión de las
sur, 1991.
distintas modalidades de ver el cine de cada uno de nosotros”. So-
23 Entre los cineastas que protagonizaron “la noche de las cá­
rín también piensa que las películas de esa noche funcionaron co­
maras despiertas”, no vale la moda, que resurgirá años más tarde,
mo un impulso para muchos de los del grupo: Filippelii filmó, al
de mirar con cierta consideración al cine comercial americano:
año siguiente, O p in a ro n (fotografiada por Sorín y actuada por Ti­

203
202
todos son más cultos y han leído en C a h k r s du C hiérn a cuál era
el cine americano verdaderamente bueno. IV
Grupo Cine Rojo, adherido al Movimiento de Artistas Re­ L a m á q u in a c u l t u r a l
volucionarios Socialistas, 27 de julio de 1969. Miguel Grinberg,
en el número 4,1970, de Cine & Medios, continúa en el mismo to­
no: “Como la industria del cine forma parte del Sistema la opción
es inamovible: o se aceptan los términos del sistema o se lo aban­
dona. [... ] El cine marginal al Sistema (cine experimental por un
lado y de agitación/propaganda por el otro) es la semilla del Cine
Nuevo verdadero, ya sea en 16 mm o en Súper 8. De nada sirve
quejarse y reclamar al Sistema que no mutile la libre expresión.
De nada sirve vituperar a los intelectualoides parasitarios. Aun­
que haya que crear salas clandestinas como en un país ocupado”.
Julio Ludueña, grabación, 29 de agosto de 1995.
2®Véase: Jean Caune, La culture en action; de Vilar a Lang: le
sens perdu, Presses Universitaires de Grenoble, 1992, p. 184: “Si
comme le pensait Armand Gatti, la caméra doit se manier com-
me une mitraillette, quel doit étre le rapport de l’expression artis-
tique aux moyens et aux formations politiques?”
22 Ludueña, grabación citada.
28 Jean Caune sugiere que se estaba perdiendo “toda identi­
dad de la acción cultural para hacer de ella un sustituto o una pre­
condición de la acción política” (op. cit., p. 180).
23 Carlos Sorín recuerda lo sucedido esa noche recurriendo
a otra imagen: “una especie de sesión prolongada en la clínica de
Fontana”. En la mitológica clínica de Fontana se atendían, con psi­
coanálisis, ácido lisérgico y otros alucinógenos, muchos de los que
filmaron esa noche: Fischerman, Ferreyro, Filippelli, Sorín,
Scheuer, Ludueña. También eran pacientes de la clínica intelec­
tuales y políticos ligados al Movimiento de Liberación Nacional,
dirigido por Ismael Viñas.

204
Este libro intentó m ostrar el funcionam iento de una
máquina cultural, que produjo ideas, prácticas, configura­
ciones de la experiencia, instituciones, argumentos y perso­
najes. No es una máquina perfecta, porque funciona dispen­
diosamente, gastando muchas veces más de lo necesario,
operando transform aciones que no están inscriptas en su
programa, sometiéndose a usos imprevistos, manejada por
personas no preparadas especialmente para hacerlo. Me he
ocupado, com o lo indica el título, de una maestra, de una
traductora y de un grupo de jóvenes vanguardistas. Cada
uno de ellos estableció con la máquina cultural relaciones
diferentes: de reproducción de destrezas, imposición y con­
solidación de un imaginario (la maestra); de importación y
mezcla (la traductora); de refutación y crítica (los vanguar­
distas).
En el prim er episodio, una maestra enseña lo que ha
aprendido, creyendo que lo que fue bueno para ella será
bueno para sus alumnos que, en las primeras décadas del si­
glo, vienen, como ella, de las casas pobres y los conventillos
ocupados por inmigrantes e hijos de inmigrantes. En el se­
gundo episodio, una m ujer de la elite oligárquica, nacida en
cuna de oro y criada en una jaula dorada, hace del dinero y
de la educación que recibió de sus institutrices algo más que
lo que había calculado su clase de origen, abriendo un espa­
cio de irradiación cultural que fue decisivo desde los años
treinta hasta los cincuenta. En el tercer episodio, un grupo
de hombres jóvenes, movidos por el impulso radicalizado

207
de su época, creen resolver, en una noche (.le 10/0, los con­ düinesticidad que es la escuela) y se limitó a hacer muy bien,
flictos irresolubles entre cultura y política. con mucho detalle y precisión, lo que la institución le había
Son tres historias verdaderas y, según creo, muy repre­ enseñado. Estaba perfectamente adaptada y, desde su posi­
sentativas de la cultura argentina de este siglo. Tienen, ade­ ción, no podía sino m ontar máquinas de adaptación.
más, una ventaja: no permiten identificarse con sus protago­ Precisamente por eso, sin darse cuenta, llevó las cosas
nistas; pero, bien leídas, tampoco merecen sólo una condena hasta un límite que la institución no le pedía alcanzar. Esta
ideológica o moral. Se trata de personajes que piden ser escu­ maestra, como no se le ocurría criticar nada de la institu­
chados en sus razones, que no siempre presentan de manera ción escolar, una mañana de 1921 exageró cruelmente sus
clara, y ubicados en el marco de ítierzas en conflicto que ellos deberes. Eso fue todo. Antes y después de esa mañana de
no controlan. 1921, cuando mandó rapar las cabezas de sus alumnos pa­
ra com batir los piojos, repitió sin prisa y sin pausa, sin de­
Desde la perspectiva de este fin de siglo, la maestra im ­ tenciones y sin saltos, lo que la Escuela Normal le había en­
presiona como singularmente racionalista, abstracta, auto­ señado y el Estado nacional esperaba de sus empleados a
ritaria e ingenua. La tarea que encara frente a sus alumnos quienes, dicho sea de paso, les pagaba, en esa época, sueldos
podría describirse com o la imposición de los derechos. El de­ decentes.
recho a la nacionalidad, que se inculca com o única forma No sabemos nada de lo que sucedió fuera de la escue­
de incorporarse a la sociedad argentina; y el derecho a un la, esa mañana de las cabezas rapadas. Quiero decir, es im ­
repertorio de imágenes, objetos, modos de decir y modos de posible captar lo que se escuchó en las piezas de los conven­
escribir, modos de hacer y de comportarse, que deben desa­ tillos cuando llegaron los chicos, de vuelta de la escuela, con
lojar otras simbolizaciones y otras conductas. la cabeza como una bocha. No sabemos qué contaron ellos,
La maestra fae jefe de fila en la tropa cultural prepara­ los rapaditos, ni qué entendieron los padres. No sabemos si
da por el normalismo argentino. La escuela le pareció siem­ se sintieron profundamente humillados, agredidos, o si pen­
pre un espacio de abundancia simbólica. Tam bién fue la saron que así eran las cosas a cambio de que sus hijos apren­
única forma de igualitarismo que conoció: una forma bru­ dieran a leer y escribir bien, algo que en sus pueblos de ori­
talmente niveladora, donde todas las rebabas eran cepilla­ gen ninguna institución, y m ucho menos el Estado, les
das en nombre de la nacionalidad, la disciplina para el traba­ garantizaba y, a veces, ni siquiera les permitía.
jo y la integración en las instituciones necesarias para que la La clase práctica de higienismo fue un exceso pero no
sociedad funcionara eficazmente. A esa maestra no se le ocu­ un exabrupto. Justamente el conflicto entre lo que debe ha­
rrió que podía haber otro camino para lograr la respetabi­ cerse y la sobreactuación de la norm a, es el punto intere­
lidad social que sus padres no tenían. Tampoco se le ocurrió sante en la historia de la maestra. La escuela debía discipli­
que estaba adoctrinando a sus alumnos, porque ella no se nar pero no de cualquier m odo: una cosa eran los desfiles,
había sentido adoctrinada en la Escuela N ormal que, sin la form ación en cuadro, las marchas, y otra distinta, inter­
embargo, era un centro fuertemente doctrinario del racio­ venir directamente sobre el cuerpo de los alumnos. Ellos es­
nalismo laico y patriótico. taban allí para ser educados por el ejemplo. En cambio, la
Esta m ujer no fue una maestra excepcional, no produ­ maestra dirigió esa mañana una operación de violencia m a­
jo sino innovaciones de medida doméstica (en el espacio de terial y simbólica que parece especialmente inventada para

208 209
que le adosemos algunas citas de Foucault y la mandemos el tejido de las frases pronunciadas decenas de veces lo que
directamente al infierno. Eso sería bastante sencillo. Prefe­ yo no podía imaginarme. Frase a frase he sido com pleta­
rí hacer otra cosa. m ente fiel a lo que ella decía. Pero lo que ella decía fue mi
Estaba tan claro el carácter autoritario tfel episodio, que material, el material del relato que yo he cortado y compues­
violentaba de modo tan abierto los principios de respeto to con su voz.
presentes en el ideario explícito de la escuela, que se me ocu­ No quise hacer una historia de vida donde quien pre­
rrió tom ar la voz y la perspectiva de la maestra para ver si se senta una experiencia ajena sucumbe a la ilusión épica de
entendía algo más que una equivocación insensata y desbor­ que está reproduciendo las palabras de un personaje excep­
dante de ideología. cional. La maestra de esta historia es una maestra del m on­
Yo había escuchado toda la historia varias veces y siem­ tón que cometió un solo acto fuera de quicio (en el sentido
pre m e había parecido enigmática: algo no cerraba del to­ literal). Ella, además, nunca dijo otra cosa sino que había
do, salvo que se buscaran las explicaciones más sencillas, que cumplido con lo que le habían indicado. No entendió la so­
en general no sirven para explicar nada. Empecé entonces a breactuación de su único acto excepcional; por eso mismo,
buscar otros pedazos previos que debían ser restituidos a la nunca captó bien la institución de la que se enorgullecía y
trama. Esa mañana, cuando la maestra ordenó rapar a los que creía conocer por completo.
alumnos de su escuela, había estado precedida por muchas Por otra parte, la maestra (a quien traté muchísimo
otras mañanas, en las que nada anunciaba el acto que se iba cuando ya era anciana) nunca habló para hacer “la presenta­
a realizar tomando a los chicos com o objeto de una clase ción pública, por ta n to la oficialización, de u n a rep resen ta­
práctica de higienismo. Y, antes, estaban los años de esa m u­ ció n privada de su propia vida”.* Murió sin sospechar que su
je r como alumna del sistema público. d iscu rso iba a ser el m aterial de una h istoria que tiene m ás

Sobre esos años conocía bastante: muchas anécdotas que ver co n la cu ltu ra popular, la cu ltu ra escolar, el n acio n a­

de pequeñas humillaciones, y también de deslumbramien­ lism o cultural, que co n ella m ism a tal co m o ella se percibía.

to ante una abundancia de imágenes y de objetos que esa hi­ L a m a e stra n o m e c o m u n ic ó su relato p a ra que yo lo

ja de la inmigración sólo encontraba en la escuela. Faltaba c o n v irtie ra en la “h isto ria de (su ) v id a”, sino que lo co n tó

com poner esos recuerdos de la maestra con los objetos a los m u ch a s veces, p a ra oírse hablar, rep itién d ose exactam en te,

que ella se había referido: libros de lectura, instrucciones, c o m o los an cian o s cu an d o tien en gu sto p o r un buen cu e n ­

programas de estudio. Eso hice, pensando que aquellos ins­ to . Quizá p o r eso sus palab ras n o son tem b lo ro sas sin o n í­
trumentos bastante pobres habían tenido una importancia tidas y, muchas veces, inteligentes. E lla, de tod as fo rm as, es­

fundamental: le habían permitido cruzar la línea que la se­ tab a p resa de esas palabras p o rq u e n o tenía otras. Yo busqué

paraba de un destino en el taller o en el conventillo, y em ­ o tro s te x to s p a ra re in se rta r esas frases en su suelo social y

pezar un ascenso. Ella creía tanto en el poder mágico de esos cu ltu ra l. P o r eso to m é frag m en to s de viejos libros de le ctu ­

objetos com o el Estado nacional que los repartía creía en su ra , p ro b ab lem en te algu n os de los cu ales la m a e stra ap re n ­

poder de disciplinamiento e ilustración de masas. Había que d ió o en señ ó a leer, y co te jé c o n d o c u m e n to s de p o lítica


representar esa creencia. e d u ca tiv a oficial lo que h ab ía c o n ta d o c o m o o cu rre n cia s

Busqué recuperar la voz de la maestra, no para contar p rop ias. Su ad ap tació n a la máquina cu ltu ral fue, p ara ella,

lo que se llama una “historia de vida”, sino para detectar en sólo la p ru eb a de u n aprendizaje exitoso.

210 211

,r~ r s t i
La maestra se había jactado muchas veces de que los pectativas culturales de su clase. Hizo cosas que no estabaij
actos de su vida institucional se originaban en ideas “perso­ anotadas en su partida de nacimiento.
nales”. Pensaba que había sido completamente independien­ Eso no la convierte en una mujer separada de su clase.
te y se equivocaba. Sin embargo, su exageración, sus deva­ Ocampo sigue viviendo (y despilfarrando, según la econo­
neos estéticos y extravagancias patrióticas, hadan que ella mía del gasto de la elite) del dinero que proviene de la ren­
fuera interesante. Además contaba bien, con precisión y co­ ta de la gran propiedad terrateniente y urbana. Comienza su
lorido, aunque se repitiera. vida de intelectual girando con un capital sim bólico que
también ha recibido de su familia o de quienes su familia le
Esta misma frase podría definir la obra escrita de Vic­ ha procurado com o maestros. Si bien ella descubre bien
toria Ocampo: pese a sus devaneos snobs y sus repeticiones, pronto que ese capital simbólico es reducido, arcaico e, in­
resulta interesante por su detallismo y su colorido. El segun­ cluso, bien poco refinado, de todos modos, allí está el teso­
do personaje de este libro me indicó un cam ino lleno de ro de las lenguas extranjeras, adquiridas sin sentirlo, y po­
desvíos y de lugares de citas, como los recorridos un poco seídas de una vez para siempre.
desordenados de sus ensayos que, formalmente, son digre­ Por las lenguas extranjeras Victoria Ocampo y la revis­
siones y tienen algo de la falta de plan propia de la com uni­ ta Sur fueron lo que fueron: una máquina de traducciones
cación oral. Ocam po adapta la form a arborescente de la (en todos los sentidos) operada por una traductora, intér­
conversación a la linealidad de lo escrito. La estructura sin prete y viajera. Desde la primera carta a su madre, escrita a
centro de la digresión es la que he buscado para mi trabajo los seis años, hasta su última traducción de unas páginas de
sobre ella. Caillois o quizá de unas páginas propias escritas en francés,
Sin embargo, hay un centro: la máquina cultural es allí Victoria Ocampo se enfrentó con los problemas de la tra­
una máquina de traducir lenguas y libros, de interpretar, de ducción y eso la obligó a intervenir, muchas veces, en un de­
imitar, de trasladar objetos, de moverse en el espacio. Victo­ bate que no creía indispensable, por el que no tenía inclina­
ria Ocampo vivió bajo el signo de la traducción, que no es un ción ni teórica ni ideológica, pero al que se la convocaba
signo pacífico. Aunque trató de ignorarlo, estuvo en el medio inevitablemente: qué es la cultura argentina o qué es la cul­
de un conflicto de lenguas que, en su caso, proviene de la tura en la Argentina en relación con las culturas extranjeras.
abundancia y no, como en el de Roberto Arlt, de la privación. Ocampo está convencida de que esta relación no es
Porque Ocampo escribe en una lengua materna que no es la conflictiva, sino de integración y de síntesis. “La formula­
suya (Derrida), padeciendo la tragedia del monolingüismo ción y desarrollo de una cultura nacional propia puede y de­
tanto como quienes son únicamente monolingües. be avanzar a través de traducciones, esto es, a través de una
La abundancia material y simbólica de Ocampo cons­ relación intensa y deliberada con lo extranjero”, escribe An-
truye un paisaje radicalmente diferente de aquel donde na­ toine Berman.2 Pero lo que Berman afirma respecto de las
ció la maestra. Por eso, estas dos mujeres (contemporáneas), grandes traducciones alemanas, comenzando por la de Lu-
si quieren sobrevivir, deben hacer cosas opuestas. Una de tero de la Biblia, no describe del todo los caminos más se­
ellas debe aprender bien lo que le enseñan y luego transm i­ cundarios y más precarios de la im portación cultural en la
tirlo. La otra debe desviarse de lo aprendido. Victoria Ocam ­ Argentina. “Intensa y deliberada” es la relación de Ocampo
po tiene una historia porque le planteó un conflicto a las ex­ con Europa desde su adolescencia, pero ello es insuficiente

212 213
porque una cultura no se funda siguiendo el modelo de una Ella se resiste a percibir esta falla de simetría aunque,
relación personal con lo extranjero. al mismo tiempo, su actividad de traductora y de intérprete
Ocampo piensa a la cultura desde el modelo de su his­ deja suponer un reconocim iento de la falta. Pero Ocampo
toria personal e intelectual. En esto se equivoca y a partir de no puede pensar ambas cosas a la vez: que las culturas ne­
este punto es ciega para percibir incluso el sentido de m u­ cesitan yuxtaponerse y que el conflicto emerge siempre que
chos episodios de su propia vida. Se ilusiona con que puede se yuxtaponen. Ella cree que donde hay traducción no hay
haber una relación de simetría y de igualdad entre la cultu­ qbnflicto, pasando por alto incluso su propia experiencia
ra argentina y las culturas europeas. Imagina, por lo tanto, que, en los hechos, la hace chocar siempre con la dificultad
que son mutuamente traducibles. Pese a decenas de malen­ de la traducción y el dolor del malentendido.
tendidos, nunca se convence de que esto es imposible dado Su facilidad para las lenguas oculta sus problemas con
el carácter secundario y periférico de la cultura argentina. la lengua. Como tiene dos lenguas maternas (el español oral
Ella, en realidad, busca resolver una contradicción irre­ y el francés escrito), podría decirse que carece de lengua m a­
soluble en sus propios térm inos. Por un lado, con un entu­ terna, ya que la lengua materna es absoluta. Vive un drama
siasmo a veces frenético, quiere traducir libros y trasladar de lenguas cuyo desenlace es su identificación con una prác­
intelectuales desde Europa hacia América, lo cual hace su­ tica (la de traducir) que implica necesariamente la dualidad.
poner que allá hay una abundancia simbólica que no existe “Una identidad nunca es dada, recibida o alcanzada; no, só­
aquí. Por otro lado quiere, con todo derecho, ser considera­ lo se sufre el proceso interminable, indefinidamente fantas-
da de igual a igual por los europeos, aunque justamente los m ático de la identificación.”^ En efecto, Ocampo se identi­
conoce porque desea traducirlos o trasladarlos. Tiene, por fica y encuentra en la cultura europea ese punto que es, al
un lado, la idea de una falta am ericana que hay que com ­ m ism o tiempo, de anclaje y de fuga.
pensar; por el otro, la idea (liberal) de una igualdad que los Su identidad es fuga hacia el afuera de las otras lenguas,
europeos debieran reconocer. sostenida por esa indecisión original que hace que no pue­
Y m aneja estas dos ideas sucesivamente, sin darse da estar segura de cuál es su lengua materna. Derrida cuen­
cuenta de que se inscriben en una simultaneidad marcada ta que, en Argelia, “sólo se entraba a la cultura francesa per­
por un conflicto irresoluble. diendo su acento [el acento argelino]”. Ocampo sufre una
Wolfgang Iser se hace la pregunta: “¿Las culturas nece­ pérdida incluso antes de poseer lo perdido: sólo entra a la
sitan yuxtaponerse para afirmar aquello que les es específi­ cultura francesa perdiendo para siempre la posibilidad de
co? Si tal es el caso, entonces la otredad es un medio para tener un español escrito original.
perfilar una cultura, que implica que ella no existe como en­ Pero lo que hubiera podido desembocar en una trage­
tidad autosuficiente”.^ Ocampo cree, en efecto, que la cultu­ dia, se convierte en el impulso de la viajera, la intérprete y la
ra argentina deberá definir su especificidad en relación con traductora.
la europea. Pero no hay en ese m om ento, en Europa, inte­
lectuales que también contesten afirmativamente la pregun­ La tercera historia de este libro me fue contada por ca­
ta de Iser. En consecuencia, Ocampo no podrá encontrar un si todos sus protagonistas. Es la reconstrucción de un he­
interlocutor europeo dispuesto a establecer un modelo igua­ cho desconocido y olvidado. Sin embargo, desde que me
litario de intercambio. enteré de la film ación, en una sola noche, de seis o siete

214 215
Este trabajo de arqueología cinematográfica, realizado
films de cortom etraje, pense que esos sucesos daban una
no sobre materiales sino sobre discursos, fue componiendo,
configuración sim bólica interesante. Cuando encontré a Ja
de casi nada, con fragmentos discontinuos, separados por
gente que había participado en la film ación, me di cuenta
vacíos de tiempo y de imagen, la línea de los films. Ignoro si
de que les pedía que recordaran algo que, al principio, to­
para los lectores los films aparecerán con la nitidez con que
dos creían olvidado casi por completo. Entre esa noche de
yo puedo imaginarlos hoy. No se trata sólo de enterarse de
1970 y el presente, estaban los años de la guerrilla y los de
qué narraban (en el caso en que contaran algo), sino de ima­
la dictadura militar. Pero cuando comenzamos a hablar, la
ginar con qué planos lo hacían. Desde el comienzo de la in­
noche se reconstruyó con un detallismo que, al principio,
vestigación, la cuestión formal me pareció decisiva porque
yo no esperaba.
el experimentalismo era una de las dos dimensiones centra­
No me sorprendió que los protagonistas de esa noche
les de lo que me había propuesto investigar.
la hubieran olvidado durante años, porque la filmación y la
La otra, por supuesto, no era la política, sino la rela­
proyección de los cortos configuraron un acto estético-po­
ción im aginaria entre vanguardia estética y política. Me
lítico reflexivo y metadiscursivo, en la tradición vanguardis­
intrigaba pensar de qué modo esos films habían logrado
ta, que ya no tendría casi ningún lugar en la Argentina del
mantener, sin resolver y sin clausurar, la relación entre ex­
tiempo que siguió. Esos films y el modo en que fueron he­
perim entación estética y acción política. Los que filmaron
chos formaban parte del último capítulo y no del primero
esa noche no lo hicieron subordinados a una línea partida­
de un proceso de radicalización. Después de ese capítulo, la
ria (aunque algunos de ellos fueran m ilitantes), sino que
razón política, en el campo de la izquierda y del peronismo
creyeron que sus cortos eran políticos más por su form a
revolucionario, avanzó hasta subordinar la dimensión esté-'
que por su mensaje.
tica. Llegué a la conclusión de que los films habían sido des­
Se trataba de films en contra de la censura, pero nin­
plazados del recuerdo porque, literalmente, la historia (de la
guno de ellos tiene una perspectiva temática “realista” ni un
radicalización y la lucha armada, y luego la dictadura y, mu­
tipo de representación “realista”. Más aún, todos ponían de
cho después, el clima menos crispado de la transición de­
manifiesto que un film político no debía ser temáticamente
mocrática) les había pasado por encima.
“realista”. Ninguna agrupación de izquierda o peronista ra­
Pese a todo, durante las horas que hablé con cada uno
dicalizada hubiera podido reconocerse en el programa esté­
de los entrevistados (nadie se negó a conversar conmigo), el
tico de esos cortos, que sostenían (cada uno de modo dife­
episodio comenzó a armarse con más detalles de los que yo
rente) que una vanguardia radicalizada era política porque
esperaba obtener. Los cortos que se filmaron esa noche pu­
era vanguardia y no a la inversa.
dieron reconstruirse en un collage de imágenes recordadas
Los films presentan un último acto de confianza ha­
por personas diferentes. Alguien recordaba un plano, ese re­
cia la autonomía de lo estético respecto de lo inmediatamen­
cuerdo era confirmado por el de otro, pero refutado parcial­
te político, y afirm an el carácter revolucionario por defi­
mente por el de un tercero. Así fui comparando planos que
nición de lo estético vanguardista. El im aginario del que
me eran contados (ya que no existe un solo fotograma de
surgen es anticapitalista en materia política tanto com o re­
los cortos) por quienes los habían filmado, editado o visto.
pudia las formas que el capitalismo produce en arte. Esta
No siempre los directores de cada film recordaban m ejor
doble posición anticapitalista no presentaba una solución
que los actores, o los compaginadores.
217
216
a la relación arte-política por el cam ino tic la Mihoixliiu- totalidad “falsa”, que hiciera pensar que la representación no
ción “tem ática” y “estilística” sino el señalaíiiicnlo tic t|ue fragmentaria expresaba m ejor la totalidad social. Por el con­
una política revolucionaria necesita un arte estéticamente trario, los films trabajan con pedazos, los tratan irónicamen­
revolucionario, y no un com entario artístico subordinado. te, los rearticulan separándolos de sus lugares de origen, y
Y para que esto fuera posible, había que reconocer el “m o­ los componen en una sintaxis conceptual-poética. Todas es­
m ento estético ” del arte, au n q u e nad ie lo fraseara en ton ces tas operaciones formales son las que separan a estos cortos
de ese modo. del film político que dice lo que el creyente ya sabe y sólo
La figura de Jean-Luc Godard planea sobx-e la noche en sirve para confirm ar una ideología.
que se filmaron los cortos. Como en La chinoise, la vanguar­ El escándalo que suscitó la proyección, en el acto para
dia estética toma un tema político y lo deshace, porque con­ el que fueron especialmente filmados, es perfectamente ilus­
sidera que ése es su acto político. Como en La chinoise, los po­ trativo de una divergencia entre las expectativas de los ci­
líticos no podían reconocerse en la forma de esa operación. neastas y las de los militantes (incluido algún dirigente de
El im aginario político de Jos films es el de la revolu­ primera línea de la nueva izquierda). En esta divergencia se
ción. Pero los timbres con que se escuchan las notas de ese expresa el conflicto entre vanguardia estética y revoluciona-
imaginario son muy diferentes de los que componen el dis­ rism o ideológico de manera irresoluble, dado que los films
curso de los partidos de la nueva izquierda o del peronismo se exhibieron frente a aquellos que, de algún modo, los ha­
radicalizado. A diferencia de La hora de los hornos de Sola­ bían req u erid o y n o fren te a u n p ú b lico al que hab ía que
nas y Getino, estos films no quieren contar la historia oficial co n v en cer desde afuera.
de una tendencia política (aunque el oficialismo sea alter­ L a re co n stru cció n de to d o el episodio p erm itió exp lo ­
nativo a la historia “liberal burguesa”). Se pi'oponen, más ra r tam b ién o tras figuras del im ag in ario vanguardista. P or
bien, com portarse com o films form alm ente revoluciona­ ejem p lo , la cre e n cia , expresada p o r d os en trev istad o s, de
rios, colocándose lejos de la explicación de una historia y de q u e, después de su p ro y e cció n p ú b lica, los d irecto res d es­
la legibilidad directa de un manifiesto. tru y e ro n (q u e m a ro n ) sus p rop ios films. Este recu erd o falso
El tema explícito de estos cortos, o el tema que hizo que p ro b a ría el espíritu h ip e rm o d e rn o del a rte efím ero, que se
se filmaran, fue la censura. A la luz de lo que vino después co n su m e en el a cto de su propia p ro d u cció n (q u e ya es u n a
en la Argentina, se trataba de un episodio casi administra­ situación estética en sí misma) o de su ú n ica m o stra ció n : el
tivo. Pero los films tomaron ese hecho limitado y le dieron a rte de van gu ard ia co m o fuego que d evora los objetos p ara
una proyección total Por este sentido de totalidad eran films e v itar que ellos vayan a p a ra r al m u seo o al m ercad o .
revolucionarios que intentaban m ostrar que, en cada espa­ O b viam en te el con flicto en tre este im agin ario estético-
cio de la vida, el capitalismo instalaba la represión (policial, p o lítico y la p olítica era inevitable p o rq u e la p rá ctica v a n ­
económica, moral). Pero su sentido de totalidad no es argu­ gu ard ista, en el m o m e n to m ism o que afirm ab a su p olitici-
mentativo sino sintético: se trata de condensaciones y m e­ d ad , reclam ab a ta m b ié n su independencia. El episodio no
táforas que producen estallidos de sentido. es en to n ce s u n a p ru eb a de las relaciones en tre van gu ard ia
Quiero subrayar este conflicto: totalidad ideológica y e sté tica e id eología re v o lu cio n a ria , sin o u n a prueba de su
condensación o fragmentariedad form al Al mantener abier­ con flicto.
to este conflicto los cortos se resistían a encuadrarse en una

218 219
Las tres historias de este libro se presentan de manera
diferente. Hay una primera persona; hay un tejido de citas I n d ic e
que tiene com o modelo otro tejido de citas; hay un narra­
dor que compone su argumento a partir de detalles que le
llegan con diversas inflexiones, a través de voces diferentes.
Cada episodio debió encontrar su tono y cuando apareció
el tono tuve la impresión de que empezaba a comprender la
historia a través del dibujo que tomaba el relato.
Escribiéndolo, aprendí más de lo que ya sabía sobre el
7 A d v e r t e n c ia
funcionam iento de la máquina cultural, aunque este libro
no tiene la pretensión de dar un esquema completo de sus A g r a d e c im ie n t o s
9
mecanismos. Quisiera que los lectores hayan podido perci­
bir, com o yo, la presencia contradictoria del pasado como 11 I. C a beza s rapadas

Y C IN T A S A R G E N T IN A S
algo que no se ha terminado de cerrar, y que al mismo tiem ­
po es irrepetible. El pasado com o napa de sentidos que se
75 II. V ic t o r ia O cam po
transfieren al presente, y com o roca de tiem po que no vol­ o E L A M O R D E LA C IT A
verá a emerger a la superficie.
149 III. La n o c h e d e la s cá m a ra s

Atiántida, febrero de 1998 D E S P IE R T A S

205 IV. L a m á q u i n a cu ltural

N otas

* Véase la crítica que hace Fierre Bourdieu en “La ilusión


biográfica”, Revista de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA, 1996,
p. 12.
2Antoine Berman, The Experience ofthe Poreign; Ctdture and
Translation in Romantic Germany, Albany, State University of New
York Press, 1992, p. 32 (H edición francesa: Gallimard, 1984).
^Wolfgang Iser, “Coda to the Discussion”, en Sanford Bu-
dicky W. Iser (comps.), The Translatability of Cultures: Figurations
of the Space Between, cit., p. 299.
Jacques Derrida, El monolingüismo del otro, Buenos Aires,
Manantial, 1996, p. 45.

221
220
Scix Barral l,os Tkiis MUNDOS E nsayo

Be; irlo
Itural AeatriE J a r lo ,
B eatriz Sarlo (Buenos Aires, 1942).
Fue catedrática de Literatura Argentina en la
Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires, Ha dictado
cursos en las universidades de Columbia,
Berkeley, Maryland y Minnesota, en los
Estados Unidos. Ha sido fellow del Wilson
Center en Washington y “Sim ón Bolívar
Professor o f Latin American Studies” en la
Universidad de Cambridge, Inglaterra. Ha
trabajado sobre literatura popular
sentimental, historia del periodismo y de los
medios de com unicación, cine y cultura de
masas en relación con las producciones
artísticas y el papel de los intelectuales.
Escribió sobre Sarmiento, Echeverría, Arlt,
Borges, Saer y Cortázar.
En este mismo grupo editorial publicó
Escenas de la vida posmoderna y Borges, un
escritor en las orillas. Dirige, desde 1978, la
revista Punto de Vista, donde un grupo de
intelectuales difundió sus ideas durante los
años de la última dictadura militar.
En 2004 recibió el premio Konex de Platino
en Ensayo Literario.

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