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Alberto

Alberto es el portero (el encargado) del edificio que queda cerca de la esquina, al lado de la
farmacia, en el que vive mi abuela.

Alberto es un buen tipo, que para hacerse una changa, va algunos días por la mañana al
mentado edificio y se hace unos mangos limpiando vidrios y bronces, y cosas por el estilo.
Alberto no anda en el puterío y la gilada, y eso es bueno, dicen algunos.

Aunque dicen también que es malo. En sí no lo dicen, seamos sinceros, pero lo piensan.
Porque los que juegan y se creen el puterío y la gilada, son frecuentemente propensos a
experimentar sentimientos negativos hacia quienes se muestran reacios a jugar con ellos.

Y en el fondo del edificio que queda al lado de la farmacia viven algunas cuentas personas que,
tal vez cansados de sus propias frustraciones, que viven con ellos hace más de cinco docenas
de años, pasan el tiempo en estos jueguitos que a Alberto en lo más mínimo divierten.

Lo que le divierte a Alberto es hablar con algunas gente, mirar la gente pasar, hacer su trabajo,
y pensar en cosas que no comparte con casi nadie. A veces también se divierte tocándole el
timbre a mi abuela, y portero eléctrico de por medio, mantener conversaciones simples sobre el
tiempo o las novedades, o simplemente el estado de ánimo. De vez en cuando también se le
da por ayudar a la gente a subir las bolsas del supermercado (porque aprovecha que no hay
ascensor para hacer ejercicios a costa de los pobres vecinos y vecinas).

Pero a la gente del fondo los gustos de Alberto les parecen absurdos y aburridos, y están
pensando que necesitan alguien más divertido. Así que están armando un plan, muy ingenioso
por cierto. Van a hacer correr la bola, y ver hasta dónde llega.

Quieren correr la bola de que Alberto trabaja mal, de que no hace lo suyo, o lo hace mal, de
modo de ver si algún pichón compra el versito, y entonces se pueden deshacer de Alberto el
aburrido, para traer uno que sí sepa jugar el juego que a ellos les divierte, porque tampoco es
cosas de pagar el sueldo de un señor aburrido, por supuesto.

Alberto, fiel a su estilo, no les pasa bola, y sigue que te sigue con el trapo y la franela, y
subiendo las flacas bolsas del super, conversando por el portero eléctrico (¡en horas de
trabajo!) con los vecinos.

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