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Negros de Alma:
Argentina, si bien no es un país racialmente diverso, los negros de alma constituyen una
parte importante de la población. También se asevera que Argentina no es un país racista,
aunque los negros están entre nosotros con sus (malos) gustos y sus (peligrosas) prácticas
que contaminan nuestro mundo civilizado. Por medio de este uso de racismo, las
diferencias sociales son retrotraídas a unas diferencias raciales/ biológicas y por lo tanto
“naturales”.
La raza es una categoría moral y estética. Todos son sospechosos de ser negros y
permanentemente se generan marcas distintivas que separan unos de otros. La
fundamentación de la raza se funda sobre las formas del “alma”.
Foucault sostiene que el alma es el efecto e instrumento de una anatomía política que
habita al sujeto y le da existencia.
El proceso de racialización de las relaciones sociales tiene una larga historia hasta los
tiempos virreinales, con la separación de repúblicas en diferentes castas a españoles,
criollos, mestizos, negros e indios.
José María Ramos Mejía: “Cualquier craneota inmediato es más inteligente que el
inmigrante recién desembarcado en nuestra playa. Es algo amorfo yo diría celular en el
sentido de su completo alejamiento de todo lo que es mediano progreso en la
organización mental. Es un cerebro lento.
Los inmigrantes fueron considerados tan peligrosos como los indios, negros y gauchos.
Los estereotipos raciales construidos para las clases peligrosas fueron diseñados para
elaborar diferencias entre jerarquías sociales de raza, clase y género. La relación entre
estas clasificaciones y el argentino, puede determinarse como todo estímulo que tensiona
el sistema nervioso, que distingue la clase y el género. Así, estos estímulos eran
considerados de “mal gusto”, “degenerados” y propios de los negros y de los
homosexuales.
Otro pliegue para determinar cómo la raza se deprende del cuerpo y se localiza en el alma,
son los migrantes provenientes del Interior en los años 40 y 50 del siglo XX que buscaban
trabajo en Buenos Aires. Eran llamados “cabecitas negras” y representaban lo abyecto
(actos despreciables) para la oligarquía.
El negro es ladrón (choro) y la negra es prostituta (puta). Ninguno de los dos puede
producir riqueza a través de medios legítimos. El ladrón viola la ley robando y la negra
transforma en trabajo aquello que debe hacerse por amor.