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24/8/2018 Consumo, salud y derechos humanos | Nexos

Consumo, salud y derechos humanos


Juan Ramón de la Fuente
2015 - Nexos - www.nexos.com.mx

El consumo de la marihuana, como el de cualquier otra sustancia considerada droga, sea lícita o ilícita,
no es inocuo. Los efectos varían dependiendo de la edad del usuario, la dosis consumida, la
frecuencia, las condiciones de salud preexistentes y la vía de administración, por mencionar algunas
de las variables más relevantes. En términos generales, se acepta que los efectos de corto plazo
pueden incluir cambios inmediatos y temporales en la forma y los contenidos del pensamiento, la
percepción espacio-temporal y el procesamiento de la información. Durante el lapso que dura la
intoxicación disminuyen el tiempo de reacción y la capacidad para retener nueva información. En
tanto que el sistema nervioso de los adolescentes continúa en proceso de maduración y es más
vulnerable a estímulos nocivos, el consumo de marihuana debe estar estrictamente prohibido en
menores de edad. Pero en cambio no hay evidencia de que exista una relación directa entre consumo
ocasional de marihuana en adultos sanos y un daño permanente en su funcionamiento cerebral.

Algo similar ocurre en relación con el daño que la marihuana pueda ocasionar en otros aparatos y
sistemas. De hecho, muchos de sus efectos mejor estudiados son proporcionalmente menores a los
causados por drogas legales, como los ocasionados por el tabaco sobre la función pulmonar, por
ejemplo. Un razonamiento comparativo similar permite sostener que el consumo de marihuana es
menos dañino que el del alcohol, en tanto que la tasa de mortalidad generada de manera directa o
indirecta por el alcohol es alta, y no hay evidencia de que exista una dosis letal para la marihuana. Es
decir, no hay registro de muertes como consecuencia directa de su consumo.

El uso/abuso de drogas engloba un amplio espectro de conductas que van desde las que no son
problemáticas hasta aquellas que son francamente compulsivas y perjudiciales. La propia oficina de
las Naciones Unidas sobre las Drogas y el Crimen (UNODC) indica que son una minoría de quienes
consumen drogas (10%-15%) los que pueden considerarse como “usuarios problemáticos”. En el caso
de la marihuana ha quedado bien documentado que sólo 9% de aquellos que la usan desarrollan
dependencia. No obstante, muchas políticas públicas en el mundo, la nuestra incluida, tratan el
consumo de drogas sin distinciones, como si todos constituyeran necesariamente una gran amenaza
para la sociedad. Sin embargo, en años recientes diversos países han reconocido la necesidad de
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enfocar
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sus esfuerzos hacia la reducción delConsumo,
dañosalud
y noy derechos
tanto humanos
a sancionar
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el consumo. Es decir, toman
como criterio rector sus efectos sobre la salud. Conviene agregar que, además, hoy se cuestiona la
criminalización de la marihuana a la luz del derecho a la autodeterminación y a la no discriminación.

De una encuesta reciente elaborada por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) se
desprenden cifras que muestran que los usuarios están siendo encarcelados por “posesión” de
marihuana. De todos los presos federales que hay en el país, 60% está encarcelado por delitos contra
la salud. Analizando esta cifra por tipo de delito, ocurre que en 38.5% de los casos se trata de
posesión simple, y que de ese universo la sustancia con mayor prevalencia es la marihuana, en un
58.7%. La alta proporción de personas sancionadas por esta modalidad delictiva implica, asimismo,
una enorme carga económica al sistema y el uso de cuantiosos recursos que no son utilizados para
perseguir y sancionar conductas de mayor gravedad social.

El problema no es privativo de México, ocurre de manera similar en otros países y, precisamente por
eso, hay varios que han decidido ya emprender una revisión profunda a su marco jurídico. En el
mundo ganan terreno las voces que sostienen que se debe distinguir entre una conducta constitutiva
de narcotráfico y la portación de sustancias, así sean ilegales, para el consumo personal. Convendría
preguntarnos si, por buscar un fin legítimo, no se han generado en nuestro país mayores daños a los
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restringidos que lo que pudiera ser razonablemente admisible. Proteger la salud del
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consumidor nada tiene que ver con ingresarlo al sistema penitenciario. Ahí sí aumenta el riesgo de
volverlos criminales.

Utilizar el brazo coactivo del Estado para intentar prevenir o disuadir conductas, como el consumo
de marihuana, es absurdo. La información, la educación y, en su caso, el tratamiento y la rehabilitación
son mucho mejores herramientas.

Finalmente, conviene recordar que la marihuana ha sido utilizada en prácticamente todo el mundo
durante largo tiempo y que, desde hace años, se ha pensado que pudiera tener algunos efectos
benéficos. Con metodologías más rigurosas derivadas de la investigación científica y en condiciones
mejor controladas, hay hallazgos recientes publicados en revistas serias que sugieren que puede, en
efecto, tener un potencial terapéutico en ciertos casos, y que éste no debe ser desdeñado. Lo que se
necesita no son medidas que prohíban la investigación sino por el contrario, que haya más y mejores
investigaciones en la materia. Hay enfermedades complejas, como la esclerosis múltiple, algunas
formas de epilepsia que son resistentes al tratamiento convencional, y ciertos procesos patológicos
que cursan con dolor intenso o vómito intratable, que pueden encontrar en algunos de los
compuestos activos de la marihuana una alternativa accesible y eficaz en protocolos experimentales.

El uso de la “marihuana medicinal” no debe aceptarse a priori para una interminable gama de
enfermedades, pero tampoco debe prohibirse, toda vez que hay reportes bien documentados, aun
sin ser contundentes, que sugieren que la marihuana puede tener efectivamente consecuencias
benéficas para el enfermo.

Los trabajos que aquí se reúnen, discutidos en la Academia Nacional de Medicina, presentan puntos
de vista que profundizan y complementan estas ideas generales. En la Facultad de Medicina de la
UNAM, a través del Seminario de Estudios sobre la Globalidad, este grupo interdisciplinario de
expertos ha venido trabajando en la materia desde hace tiempo. Recientemente se ofreció el primer
diplomado, que ha permitido también incursionar en el terreno de la docencia, con una respuesta
muy positiva de los estudiantes, no sólo de las disciplinas de la salud sino de otras pertenecientes
tanto a las ciencias sociales como a las ciencias físicas y naturales. Lo que necesitamos es conocer más
sobre el asunto, debatirlo con rigor, analizarlo con objetividad, porque todavía hay mucho que
aprender al respecto.

Concluyo con algunas consideraciones de caracter general pero que no deben ignorarse, en tanto que
están debidamente sustentadas.

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La marihuana es una droga y por lo tanto no
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es inocua. Su uso produce diversos efectos sobre el
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organismo. Algunos de ellos son nocivos, mientras que otros pueden no serlo.

Su uso conlleva riesgos, sobre todo en la adolescencia, por lo que su consumo debe estar prohibido
en menores de edad.

El uso recreativo de la marihuana en adultos sanos puede ser regulado, partiendo del principio de que
la mayoría de quienes deciden usarla no presentan un patrón de consumo problemático.

El enfoque prohibicionista responde al supuesto de que la ilegalidad en la producción, venta y


distribución de una droga logrará atenuar los efectos nocivos vinculados con su uso. Sin embargo,
este esquema no ha logrado disminuir el consumo de marihuana, implica la adopción de una postura
que limita el derecho a la autonomía del individuo para decidir sobre su cuerpo, y tiene en la cárcel a
miles de personas que no deberían estar ahí.

Los consumidores de marihuana no son delincuentes. El equivalente a una onza (28 gramos) es el
límite internacional convencionalmente aceptado para su uso personal. En México el límite legal es de
cinco gramos.

Quienes desarrollan adicción a la marihuana (9% de los usuarios) tienen derecho a ser tratados como
enfermos. Debe haber más y mejores programas de prevención, tratamiento y rehabilitación.

Hay reportes que sugieren que la marihuana puede ser útil en el tratamiento de algunas
enfermedades y que puede tener efectos potencialmente benéficos en otras, por lo que debe
alentarse la investigación para esclarecer sus posibles propiedades terapéuticas.

Un enfoque de salud pública se sustenta en la evidencia científica, así como en los principios de los
derechos humanos y la justicia social. Por tanto, los daños asociados a las intervenciones que buscan
controlar el uso y/o el abuso de las drogas no deben sobrepasar los daños asociados a las sustancias
mismas.

Los cambios que pudieran darse en el marco legal, desde la perspectiva de la salud, deberán ir siempre
acompañados de una vigorosa campaña de información y educación dirigida especialmente a los
jóvenes.

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Juan Ramón de la Fuente
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Profesor de la Facultad de Medicina de la UNAM. Ex secretario de Salud. Presidente del Aspen


Institute en México. Su libro más reciente, junto con Heinze, G., es Salud mental y medicina psicológica
(McGraw-Hill, 2014).

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