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Lila Abu-Lughod
Resumen
* En American Ethnologist, vol. 17, n.º 1 (feb. 1990), pp. 41-55. Traducción de Ma-
ría Enguix.
** Empecé este artículo cuando era miembro del Institute for Advanced Study y lo
terminé siendo miembro de la Fundación Mellon de la Universidad de Pensilvania.
Vaya mi agradecimiento a ambas instituciones por su apoyo. Las becas de investiga-
ción de NEH y Fullbright hicieron posible mis investigaciones en Egipto en 1986 y
1987, y me proporcionaron tiempo para escribir. Joan Scott y Judith Buttler hicieron
comentarios especialmente provechosos sobre mis primeros borradores, pero la ver-
sión final debe mucho a las lecturas críticas de Catherine Lutz, Timothy Mitchell y
cuatro críticos anónimos de American Ethnologist. El público de numerosas institucio-
nes donde se distribuyó el artículo también me obligó a aclarar algunos puntos crucia-
les. Por último, mi agradecimiento a las personas de la comunidad beduina en la que
viví es más profundo cada año.
Introducción
Scott (1985, pp. 29) vincula más estrechamente su interés por la resistencia diaria con
su desilusión con las revoluciones socialistas.
3. O’Hanlon (1988) plantea esta cuestión con respecto al grupo de los llamados estu-
dios de la subalternidad, y Rosaldo (1986) ha desatado una polémica interesante al
vincular la admiración de Evans-Pritchard por la indomabilidad de los nuer con su
papel de antropólogo en un contexto colonial.
4. Jean Comaroff (1985, p. 263), por ejemplo, rechaza explícitamente las divisiones
convencionales entre lo simbólico y lo instrumental o la religión y la política (distincio-
nes, esgrime, propias tanto de la ciencia social etnocéntrica como de los intelectuales
revolucionarios del Tercer Mundo). James Scott (1985, pp. 292) se niega a aceptar la
distinción entre resistencia «real» e «irreal», definida como oposición entre lo indivi-
dual y lo colectivo, lo autocompasivo y lo íntegro, o lo conductual y lo ideológico. Otro
intento de captar las complejas formas de dominación es la corriente de los especialistas
marxistas que explora más a fondo la noción gramsciana de hegemonía; una noción
que, al menos de acuerdo con intérpretes como Raymond Williams (1977, pp. 108-114),
no sólo rescata la ideología como una parte del aparato de dominación sino que de he-
cho termina con la distinción entre procesos culturales, sociales y políticos.
7. En 1978 viví por primera vez con una comunidad beduina y he vuelto varias veces
desde entonces, la más reciente en 1987, para realizar el trabajo de campo sobre el que
se basa el análisis del último apartado.
desierto junto con los rebaños para no tener que alistarse en el ejército
egipcio, a escuchar trucos para engañar a los funcionarios y evadir
impuestos, y a conocer a personas como aquel hombre cuya demen-
cia temporal se tradujo en el terror de que el gobierno lo buscaba para
apresarlo por no haber dado parte de la muerte de un hijo suyo, cuyo
nombre seguía figurando en el documento de identidad de su familia.
No era ésta esa clase difusa de resistencia de nómadas independientes
con la que yo había fantaseado, sino que estaba ante unas resistencias
particulares contra las formas específicas —inspección, alistamiento,
detención, control de movimientos, registro y fisco— con las que el
Estado egipcio intentaba «integrar» a los beduinos del Desierto Occi-
dental en sus dominios de entonces.
Pero ¿qué había de las mujeres? Aunque al principio no sentí nin-
gún interés especial por la resistencia de las mujeres beduinas, descubrí
varias de sus formas. Quiero examinar estas formas de resistencia para
demostrar que, a través de ellas, podemos empezar a entender con más
claridad las estructuras tradicionales del poder en esta comunidad. Des-
cribiré cuatro tipos de resistencia asociados a la mujer. A continuación,
discutiré ciertas transformaciones importantes de resistencia y poder en
ese mundo más amplio al que los beduinos se están incorporando.
El primer escenario de resistencia, ya descrito en otro estudio
(Abu-Lughod, 1985), es el mundo de las mujeres segregadas sexual-
mente, en el que la mujer se opone diariamente a las restricciones
impuestas por los ancianos de la comunidad mediante toda clase de
desafíos menores. Las mujeres emplean secretos y silencios a su con-
veniencia. A menudo se ponen de acuerdo para ocultar conocimiento a
los hombres; se encubren unas a otras en asuntos menores, como visi-
tas secretas a curanderos o visitas a parientes y amigos; fuman a es-
condidas y se deshacen de sus cigarrillos cuando los niños llegan co-
rriendo para avisarlas de que se acerca un hombre. Estas formas de
resistencia indican que un modo de ejercer el poder sobre la mujer es
mediante una serie de prohibiciones y restricciones que la mujer bien
asume, en su apoyo al sistema de segregación sexual, bien desafía,
como sugiere el hecho de que protege ferozmente la inviolabilidad de
su esfera separada, la esfera donde tienen lugar los desafíos.
Otra forma generalizada de resistencia es la de las mujeres y las
niñas al matrimonio. En realidad, una de las mayores formas de poder
ejercido por las familias —sobre todo por los parientes mayores de
ma nakhudsh¤ shayib na
nzugg) yaga fil-ganah
No me casaré con un viejo, no lo haré
le daré un empujón y caerá en una acequia
Los casos más interesantes son los de las propias mujeres que se
oponen a casarse por imposición. Sus relatos retrospectivos de resis-
tencia figuraban entre los hechos narrados más populares que he oído.
La anciana matriarca de la comunidad en la que yo vivía nos contó lo
siguiente a mí y a un grupo de nueras y nietos suyos. Los hechos debie-
ron de ocurrir hace sesenta años por lo menos. La anciana comenzó ex-
plicando que el primer hombre con el que tenía que haberse casado
era un primo hermano suyo. Los familiares del primo habían acudido
a su casa para iniciar las negociaciones y llegaron incluso a sacrificar
algunos corderos, la práctica que sella el acuerdo de matrimonio. Esto
es lo que relató:
Así que volví a casa. Y después de aquello no escuché una sola palabra
más. El ajuar estaba en el arcón, y en cuanto a la tienda, la cosieron, la
dejaron preparada y después la guardaron en su tienda. Llegó el otoño,
emigramos al oeste y regresamos otra vez. Cuando regresamos, dijeron:
«Vamos a celebrar la boda». Yo me puse a chillar. Pararon. Nadie vol-
vió a hablar del asunto.
El relato de esta anciana, que tenía dos episodios más de bodas recha-
zadas hasta consentir en una, sigue el patrón de muchos otros que he
oído —de mujeres que se opusieron a las decisiones de sus padres,
tíos o hermanos mayores, y terminaron ganando—. Su historia, como
las otras, permitió que otras mujeres supieran que era posible oponer-
se al matrimonio.
Una tercera forma de resistencia de la mujer beduina es lo que
podríamos llamar discurso irreverente desde el punto de vista sexual.
Me refiero a casos en que las mujeres se burlan de los hombres y de su
hombría, pese a que la ideología oficial los glorifica y la mujer los
respeta, vela por ellos y a veces los teme. En esta irreverencia es posi-
ble analizar el código de moralidad sexual y la ideología de la diferen-
cia sexual como formas del poder masculino. Las mujeres sólo pare-
El hombre no tiene útero. Sólo tiene un pene pequeño, como este dedo
mío [entre risas, moviendo el dedo con gesto despectivo]. El hombre no
tiene compasión. La mujer es tierna y compasiva [haciendo un juego de
palabras con el doble sentido de la raíz árabe rahama, a partir de la cual
se derivan los términos útero (rihm) y compasión (rahma)].
8. Uno de los muchos problemas que plantea esta última idea es que asume que la
sociedad es una máquina y entiende las acciones humanas como funciones de esta
máquina, en lugar de reconocer que la sociedad no es sino las prácticas colectivas de
las personas que la constituyen, un concepto que Bourdieu (1977) desarrolla de forma
más sistemática.
Otra ventaja de usar la resistencia como diagnóstico del poder es, como
argüí al principio, que puede ayudar a detectar cambios históricos en las
configuraciones o los métodos del poder. En este apartado final quiero
10. Una se pregunta asimismo qué efecto provocan en los deseos de los jóvenes be-
duinos las imágenes de mujeres urbanas egipcias peinadas y acicaladas que ven por
televisión, o las chicas egipcias con las que ligan en la escuela.
11. Bourdieu (1977, 1979) y Foucault (especialmente 1977), entre otros, proporcio-
nan claves para pensar los efectos de nuevas formas de poder asociadas con los Esta-
dos modernos en un mundo capitalista, pues se ocupan de los microprocesos que afec-
tan a los individuos de modos aparentemente triviales. Mitchell (1988) considera los
efectos de estas transformaciones políticas sobre todo en Egipto.
12. Véase El-Guindi (1981) y Hoffman-Ladd (1987) para más información sobre las
mujeres de estos movimientos.
Bibliografía
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