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Respecto al Mundo de la Ideas (al universo eidético que postula Platón como el
único fundamento del saber absoluto) podemos añadir que está estrictamente
jerarquizado: unas Ideas tienen mayor rango que otras (así la Idea de caballo es inferior
a la Idea de triángulo, por ejemplo). Gráficamente podemos dibujar el mundo de las
Ideas como una pirámide con distintos niveles, unos encima de otros; y ¿cuál es la
cúspide de la pirámide, la Idea principal, la Idea suprema y superior? la Idea del Bien
(largo sería explicar porqué Platón afirma esto –lo que es bastante más corto es explicar
qué contiene, ante todo porque su contenido es, en gran medida, un auténtico enigma).
Una característica central del Mundo de las Ideas (del universo eidético, del
mundo de las esencias o de las formas) es su “idealidad”: es un reino, insiste Platón,
“ideal”. Lo ideal es lo perfecto, pleno, completo e íntegro, acabado, algo modélico,
arquetípico, paradigmático (o sea, eso que los griegos también llamaban “lo divino”).
Una consecuencia de esto –bastante curiosa por otra parte- es que sólo es enteramente,
propiamente y auténticamente bella la Belleza en sí, la Idea de Belleza; si algo además
de esto resultase ser también bello –un paisaje, una escultura, un hombre o una mujer-
lo será imperfectamente, deficientemente, y lo será por delegación, de manera vicaria.
Falta resaltar una última cosa. Platón sostiene que las Ideas o Esencias o Formas
tienen un papel causal. La Idea de caballo o de triángulo es la causa de los caballos o de
los triángulos ‘sensibles’ (el caballo que pasta en el prado o el triángulo dibujado en la
pizarra del geómetra). ¿Qué tipo de causa? Pues parece –pues en este importante punto
Platón no es especialmente claro- que la Idea de algo es a la vez su causa eficiente y su
causa final (la causalidad teleológica implica, entre otras cosas, que lo menos perfecto
‘aspira’ o ‘anhela’ por sí mismo lo más perfecto y por eso ‘tiende’ hacia ello).
Haremos ahora, antes de entrar en unos problemas más específicos, una breve
alusión a la crítica filosófica dirigida hacia Platón y el platonismo. Discutir con Platón,
cuestionar lo que ha sostenido, es tal vez la manera más seria de tenerlo en cuenta
siempre que la critica sea debidamente argumentada y tenga como colofón la propuesta
de una teoría mejor (algo bastante difícil de lograr pero que tiene que ser intentado una
y otra vez).
En cambio lo más característico de las más afiladas críticas surgidas a partir del
siglo XIX hasta nuestros días es que apuntan a lograr una refutación del “realismo” y
del “esencialismo”, esto es: de la posición común a Platón y a Aristóteles.
Dos de las principales líneas de discusión con Platón –y a la vez con la poderosa
trama de su influjo en Occidente- arrancan de Nietzsche en el siglo XIX y de Heidegger
en el siglo XX. La crítica de Nietzsche apunta hacia aquellos elementos que sirvieron de
humus en la articulación del platonismo (el rechazo de la imperfección del mundo y la
atemorizada huida hacia un mundo ideal, etc.). Por su parte Heidegger sostiene que el
postulado de un único universo eidético intenta en vano imponer un yugo al mundo,
sofocando así la pujanza de lo posible (la entraña del cuestionamiento heideggeriano de
Platón es esta: la presencia del ente no necesita de la previa luz de una Esencia universal
y necesaria, etc.).
Por nuestra cuenta y riesgo, y con brevedad, vamos a apuntar tres líneas de
cuestionamiento de la propuesta platónica. Cada una de ellas apunta a un conjunto de
dificultades que ponen en entredicho –o al menos eso es lo que pretenden- aspectos
decisivos del platonismo.
Aquí concluye -¡dejando tantos temas pendientes!- nuestro rapidísimo viaje por
el fascinante universo platónico.