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La responsabilidad y buena fe con que deben actuar el agente o agentes, exige

que la teoría de la declaración no menosprecie a la voluntad interna y que la


teoría de la voluntad no puede considerar a la declaración como un mero
instrumento para su exteriorización, sino que por el contrario, voluntad y
declaración constituye una unidad que fundamenta al acto jurídico.

Aníbal Torres Vásquez (Acto Jurídico, editorial Idemsa)

LA TEORÍA DE LA DECLARACIÓN - ANDRÉS CUSI


ARREDONDO
ago31

TEORÍA DE LA DECLARACIÓN

La teoría de la declaración, no menos intransigente que la anterior, nació por


obra de los juristas alemanes de mediados del siglo XIX, quienes la
denominaron Erklärungstheorie, dominó a fines del siglo pasado y principios
del presente, es una teoría objetiva que considera a la declaración como el
único elemento necesario para la creación, interpretación y efectos del acto
jurídico. La declaración produce efectos jurídicos independientes del querer
interno del agente, porque así lo exige la buena fe, y la facilidad y seguridad en
las transacciones. Se caracteriza por el desprecio absoluto de la voluntad real
de las partes; la voluntad de las partes es extraña al contrato, la declaración
es el hecho fundamental que produce efectos jurídicos sin considerar si
han sido querido realmente por el agente. La mala fe o culpa del declarante
no puede perjudicar al destinatario de la declaración.

Una voluntad que permanece en el mundo interno, en el ánimo del sujeto


no tiene relevancia para el Derecho que regula las relaciones sociales, las
mismas que por ser fuentes de derechos y obligaciones requieren de un
mínimo de seriedad y seguridad que se logran con el respeto de la palabra
empeñada. Esto es, la voluntad necesita ser exteriorizada, declarada hacia los
demás individuos para que pueda producir los efectos señalados por la ley. Las
personas se vinculan por medio de la palabra y no por sus pensamientos, la
declaración exterioriza la voluntad interna y es, al mismo tiempo, el medio de
que se valen las personas para realizar sus actos jurídicos. Las intenciones no
tienen existencia social, la declaración, como hecho sensible, tiene existencia
social y, por tanto, jurídica. El acto jurídico es el producto no de las intenciones
sino de la declaración que una vez formulada adquiere vida jurídica propia, por
exigir lo así la buena fe, la facilidad y seguridad en el tráfico. En la vida de
relación un acto no es reconocible por los demás sino a través de su forma, por
eso la función objetiva del acto jurídico de regular las relaciones de la vida
social debe prevalecer sobre la tutela individualista de la voluntad; debe
prevalecer objetivamente sólo la objetiva declaración.

Las principales críticas que se formulan contra la teoría de la declaración son:

1. Al detenerse en los hechos exteriores, sensibles, reduce el acto volitivo a una


fórmula rígida, material inerte, a una exterioridad sin vida. La declaración
separada del declarante no es más que un agregado de palabras y de signos
(Ferrara). Se otorga un valor excesivo al formalismo, atentando contra el libre
desenvolvimiento de las transacciones comerciales. Olvida que el acto jurídico
es el resultado de la conjunción del elemento psicológico y su manifestación.

2. Al otorgarle a las palabras autonomía e independencia, convierte al verbum en


el elemento vinculativo del acto jurídico, como en el antiquísimo Derecho
romano en que imperaba la ley de las XII tablas: uti lingua nuncupassit, ita ius
esto. Esto conduce un formalismo jurídico que implica un retroceso histórico.
Se elimina del campo del Derecho los vicios de la voluntad, la simulación, el
fraude. Como las palabras tienen un sentido gramatical y no editado por el
declarante, se abre el campo a la dialéctica, a las cavilaciones y a los
embrollos. Los más astutos juegan con los menos inteligentes.

3. Permite que una apariencia de voluntad tenga efectos jurídicos, pudiendo llegar
al extremo de que una declaración con vicios de la voluntad o realizada con
fines didácticos o en broma pueda tener eficacia.

4. Protege al destinatario de la declaración y deja indefenso al declarante. Tan


estimable son los intereses del que recibe la declaración como los del autor de
la misma, por consiguiente, se debe proteger tanto al destinatario que de buena
fe confía en la declaración como al declarante que no es culpable de la
divergencia entre su querer interno y la declaración. La teoría de la declaración
al tutelar solamente los intereses del aceptante de la declaración no satisface
los intereses del comercio, la confianza, lealtad y buena fe que debe presidir
las relaciones jurídicas. Con la aplicación estricta de la doctrina de la
declaración se ampara las trampas, los enredos, la astucia de una de las partes
en perjuicio de la otra, el chantaje, en fin se abre una puerta de salida a la ley
de la selva.

La responsabilidad y buena fe con que deben actuar el agente o agentes, exige


que la teoría de la declaración no menosprecie a la voluntad interna y que la
teoría de la voluntad no puede considerar a la declaración como un mero
instrumento para su exteriorización, sino que por el contrario, voluntad y
declaración constituye una unidad que fundamenta al acto jurídico.
Como se ha visto en el acápite precedente, toda exposición sobre la estructura del negocio
jurídico en el Perú debe comenzar con el análisis del significado de la “manifestación de
voluntad”, transformada en una suerte de “elemento esencial ausente” si la atención se centra
únicamente en el segundo párrafo del artículo 140° del Código Civil. El legislador utiliza la
expresión “manifestación de voluntad” con un objetivo preciso: la intuición –percibida en la
doctrina civilista italiana de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX– de que la actividad
negocial no opera exclusivamente mediante “declaraciones”, o sea enunciados que se dirigen
a individuos destinatarios en particular, sino también mediante otras formas comunicativas,
como los actos de conducta denominados “comportamientos concluyentes” y, en la
actualidad, los medios electrónicos. Esta es la razón por la que en el Código Civil se emplea el
término “manifestación”, por habérsele considerado de amplitud mayor que la de
“declaración”.

El consentimiento y la declaración de voluntad en la doctrina general del contrato

La teoría declaracionista.—No muchos años después (en 1874) empiezan las críticas de la
teoría voluntarista. Se censura, como insatisfactorio para el comercio jurídico, basar el negocio
jurídico en la voluntad, ya que así se convertía al contrato en un vínculo muy poco de fiar, el
que hasta el error inexcusable habría de quebrarlo (Rover). En seguida (1875) se agrega el
argumento de que, quien la crea "responde de esta apariencia externa de su voluntad, como si
realmente hubiera querido" (Báhr). No mucho después (1878) se formula claramente la teoría
declaracionista. Según ella, el Derecho no dice "elige tu efecto y te lo doy", sino que dice
"concedo un efecto a ciertos actos"; si has elegido uno —la declaración— el efecto jurídico se
produce "vi legis", y es indiferente que tal efecto sea o no sea querido (Kohler, Thon).

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