4/10/2019 ESCEPTICISMO CARTESIANO - Pensamiento Crítico

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El argumento de la regresión infinita de la justificación es un argumento en contra de la
posibilidad de conocimiento. Otro es el escepticismo. El escéptico, o “investigador”, es
aquel que habiendo encontrado que la tarea de justificar algo no deja sino incertidumbre
y confusión, suspende el juicio o sostiene que nada es verdadero.

Los escépticos utilizan una variedad de técnicas para plantear dudas sobre cualquier
definición definible como verdadera.

El ESCEPTICISMO es la posición de que la duda es la precursora de la creencia, y

que la creencia acerca de algo debería ser suspendida hasta encontrar buenas
razones para aceptar esa creencia. El escepticismo difiere de la incredulidad

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ordinaria en el hecho de que la segunda puede resolverse  demostrando que las

bases de la duda son falsas o neutralizándolas, es decir, puede resolverse. En sus
formas más radicales el escepticismo se iguala a la “duda universal”, donde se
retiene el asentimiento a toda justificación.

El escepticismo puede ser local o global. Localmente, la duda se usa como una forma de
cuestionar suposiciones, opiniones preconcebidas o afirmaciones dogmáticas y es por lo
tanto una parte indispensable de la investigación racional.

Si la duda se aplica globalmente, entonces nada es inmune a la duda. Ninguna de nuestras

creencias puede defenderse como justificada. Pero ¿qué tipo de consideraciones podrían
llevarnos al escepticismo a escala global? Los escenarios escépticos más famosos son los
que se esbozan en Las Meditaciones, de René Descartes (1596 – 1650).

En La Primera Meditación, Descartes considera 3 argumentos para el escepticismo: estos

argumentos forman parte del ataque de Descartes al empirismo.

El Empirismo es la opinión de que todo nuestro conocimiento depende de la

información proporcionada a través del funcionamiento de nuestros sentidos. Los
argumentos de Descartes se refieren, por lo tanto a lo que podemos saber (o no) a
través de los sentidos.

El primer argumento escéptico de Descartes comienza con la observación de que a veces

nuestros sentidos nos engañan. Si no siempre podemos confiar en nuestros sentido para
representar el mundo fielmente, ¿por qué confiaríamos en ellos para formar
conocimiento?, pregunta Descartes.

ARGUMENTO DE LA ILUSIÓN:

P1: Si a veces mis sentidos me engañan, no sé si alguna de mis creencias sea verdadera.

P2: A veces mis sentidos me engañan.

C: Por lo tanto, no sé si alguna de mis creencias sea verdadera.

Descartes utiliza este argumento para comparar la idea sensorial que tenemos del sol -un
pequeño disco amarillo que parece estar cerca de la tierra en el espacio- con la idea de la
astronomía derivada del razonamiento en la geometría -un enorme cuerpo celeste a años
luz de distancia-. La idea sensorial es más inmediata, más viva en nuestra mente cuando
pensamos en el sol, pero es defectuosa en cómo representa al sol. Es la idea astronómica
la que es verdadera, producto del intelecto, no de los sentidos, señala, Descartes.

El problema con este argumento se encuentra en la primera premisa: el hecho de que

nuestras habilidades perceptivas a veces nos engañen no significa que siempre lo hagan.
Si P1 no es verdadera, la conclusión tampoco puede serla. Este es un argumento válido,
pero no sólido.

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Los otros dos argumentos presentados por Descartes se refieren a la posibilidad de formas
más globales de engaño. El argumento del sueño ataca la suposición de que podemos
distinguir entre experiencias sensoriales verídicas y no verídicas.

ARGUMENTO DEL SUEÑO:

P1: Si no sé si estoy soñando o no, entonces no sé si alguna de mis creencias sea

verdadera.

P2: No sé si estoy soñando o no.

C: Por lo tanto, no sé si alguna de mis creencias sea verdadera.

El sentido común nos dice que cuando estamos dormidos tenemos experiencias de
sueños cuya conexión con la realidad es tenue, y cuando estamos despiertos tenemos
experiencias de vigilia que son generalmente verídicas. Pero supongamos que lo que
llamamos “experiencias de vigilia” son sólo consecuencias de sueños muy vívidos y
coherentes. Si esto fuera cierto, entonces todas nuestras experiencias serían sólo partes
de una larga secuencia de sueños que se prolongan en el tiempo y no tendríamos ninguna
manera de decir si representan alguna realidad fuera del sueño o no. Si todo nuestro
conocimiento estuviera basado en la experiencia, como creen los empiristas, entonces
tendríamos manera de saber nada porque no tendríamos motivos para creer nada basado
en experiencias oníricas. Por lo tanto, no podríamos creer nada sobre la base de lo que
consideramos nuestras experiencias de vigilia.

Sin embargo Descartes sospecha que este argumento no es del todo convincente. Existen
proposiciones aritméticas y geométricas (“2+3=5”, “todos los cuadriláteros tienen 4
lados”) que sabemos que son verdaderos aún cuando estamos soñando. Esto se debe a
que sabemos que estas proposiciones matemáticas son verdaderas, independientemente
de si nuestros sentidos nos proporcionan o no el conocimiento del mundo que nos rodea.

Descartes anticipa que un empirista podría responderle de la siguiente manera: “incluso si

algunas ideas están compuestas de sueños, las ideas básicas de las que se forman esas
ideas no se originan dentro de la mente, provienen del mundo que nos rodea”. Es
escenario descrito para el argumento del sueño  parece querer mostrarnos que las
experiencias en el sueño no tienen conexión con la realidad pero no es así. Descartes
introduce la analogía de un pintor que necesita tener dominio de sus colores para poder
crear un cuadro fantasioso. Esta analogía resulta, así, un contra argumento para el
argumento del sueño, anticipada por el el mismo Descartes.

El argumento final, y el más radical, es inmune a la sugerencia de que hay algunas ideas
que sólo podrían originarse del mundo que nos rodea, a través de los sentidos. Descartes
sostiene que es posible que otras ideas tengan otra fuente: un ser todopoderoso y
malicioso que está decidido a engañarnos. Este genio maligno tiene el poder de
engañarnos incluso sobre proposiciones matemáticas como  “2+3=5” y “todos los
cuadriláteros tienen 4 lados”. El no ser capaz de descartar la posibilidad de un genio
maligno controlando cada pensamiento es suficiente para socavar la justificación de todo
lo que creemos.

ARGUMENTO DEL GENIO MALIGNO:

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P1: Si no sé si un genio maligno y todopoderoso existe o no, entonces no sé si alguna de

mis creencias sea verdadera.

P2: No sé si no genio maligno y todopoderoso existe o no.

C: Por lo tanto, no sé si alguna de mis creencias sea verdadera.

Sin embargo, aún si Descartes tiene razón, hay algunas cosas que podemos saber incluso
su estamos siendo engañados por un genio maligno. Esto lo demuestra el mismo
Descartes con sus argumentos de autoconocimiento (“pienso, luego existo”).

Descartes no era un escéptico. Sus incursiones en el escepticismo tenían la intención de

demostrar que no debemos intentar leer la ciencia de la naturaleza en lo que nuestros
sentidos nos dicen. Hacerlo es confundir cuál es la función de nuestros sentidos (no
decirnos cómo es el mundo sino guiarnos en la conservación de nosotros mismos como
seres vivos). Según Descartes los sentidos nos dicen lo que es útil o perjudicial, su papel es
fisiológico, no epistémico. Los sentidos no nos dicen cuál es la naturaleza de la materia o
qué leyes de la naturaleza gobiernan su comportamiento. Lo que aprendemos de los
sentidos, por lo tanto, no puede ser fundamento de la física. Descartes intenta con esto
defender su postura  en contra de la idea de que la física debe tomar como punto de
partida las observaciones de la naturaleza, las cuales se realizan por medio de nuestras
facultades sensoriales.

Dios y los principios causales que sólo la existencia de un dios podría asegurar son
verdaderos, afirma Descartes. El problema de la circularidad incrustado en sus
argumentos para la existencia de dios es conocido como “círculo cartesiano“.

Fuentes:

–Stanford Encyclopedia of Philosophy

–Creer, Saber, Conocer, Luis Villoro

-Descartes, R., Meditations on First Philosophy, in E. Haldane and G. Ross (eds.),

Philosophical Works of Descartes, Volume 1, Dover Publications, 1931.

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