¿Queremos una ciudad limpia? Entones, comencemos por nuestro contorno. No han sido pocas las veces que me he sentido indignado luego de apreciar un “acto de arrojo” de algún desecho hacia la calle, espacio público, o zona común transitable, como deseen llamarlo, efectuado por ciudadanos inconscientes y, me atrevería a decir, deshumanizados. Han pasado décadas desde que el hombre escuchó por primera vez sobre el daño que nuestras acciones provocan al medio ambiente, hogar de 7 mil millones de personas. Y, aunque cada día percibimos el agravante, se incrementa nuestro roce con la basura, al punto de convivir con ella en algunos casos. Paradójicamente, se conoce el peligro y las consecuencias de esos malos hábitos al mismo tiempo que se vuelve indiferente. Mi previsión se respalda en ciertas actitudes que adoptan algunos habitantes en varios sitios de la urbe santiaguera quienes, más que nada, muestran un alto grado de abandono de todo sentido de la limpieza y el respeto al espacio del igual, el vecino, transeúnte, coinquilino de una ciudad con más de quinientos mil habitantes. El hecho de sentirnos ajenos a esta realidad global nos convierte en ignorantes de nuestro propio destino, y es que no han sido pocos los que le restan a la Tierra cientos de años de vida, en su mayoría gracias al cambio climático provocado por la insensibilidad humana. Sabemos que los problemas económicos y de obtención de combustibles que actualmente tiene el país, debido en gran parte al bloqueo impuesto por los Estados Unidos, han propiciado que muchos servicios públicos, incluidos los de Comunales, hayan tenido que alargar el tiempo de recogida de la basura en casi todas las comunidades. Pero, ¿esto es justificación para ensuciar las calles? ¿Será que la ciudad no posee suficientes cestos donde arrojar nuestros desechos? ¿Sigue siendo un interés común preservar la limpieza de las vías por las que diariamente transitamos? Estas interrogantes me las hago muchas veces, y quisiera cambiar mis respuestas. Es cierto que no en todos lados existen cestos para echar la basura, y que en otros están rotos o desfondados debido al vandalismo o al llamado “buceo”, pero cuando nos encontramos en una situación como esta, ¿es mucho pedir que conservemos nuestros propios desechos hasta encontrar un lugar adecuado para su colocación, o hasta llegar a casa? Es muy fácil, solo hay que ponerse en el lugar del otro, y pensar que a nadie le gusta barrer el polvo ajeno. Hoy en día, el desmesurado crecimiento de los residuos es considerado uno de los problemas ambientales más grandes del mundo. Con el aumento del consumo por habitante y a su vez la basura, los espacios se reducen y, cada día su tratamiento es menos adecuado. Se encuentra comprometida la capacidad de la naturaleza para mantener nuestras necesidades y las de las próximas generaciones. Para las sociedades con alto consumo este problema es mayor y, aunque Cuba no es considerada una de ellas es innegable el elevado cúmulo de desperdicio en las grandes urbes. Todo es cuestión de cultura. Retirar momentáneamente los residuos de las calles tampoco es señal de limpieza porque esta continúa acumulándose. A esto se le suman los costosos procesos para reutilizar lo que se bota, y que en pocos lugares se promueve la actividad del reciclaje a un nivel generalizado. Realmente hay que aprender mucho al respecto, aunque a nivel mediático casi todo se ha dicho sin matices, pues el tiempo de hacer se agota. Aun así, me gustaría pensar que todavía no son todos los que conocen que la generación de basura aumenta el consumo de energía y materiales provenientes de recursos naturales, a la hora de elaborar nuevos productos; contamina el agua, el aire, y el suelo; y trae consigo efectos perjudiciales para la salud pública debido a la contaminación ambiental y la posible transmisión de enfermedades infecciosas propagadas por las alimañas que en ella habitan. En nuestro país no existe una ley de protección ambiental que ayude a fomentar una conciencia hacia el entorno a partir de conjeturas legales. No obstante, el código penal cubano, en su Capítulo V, expone las sanciones que se aplican a todo aquel que cometa delitos contra la salud pública. Como parte de estas, en su Artículo 194 queda establecido que:
“Se sanciona con privación de libertad de tres meses a un año o multa de cien a trescientas cuotas o ambas al que:
1. a) arroje en las aguas potables objetos o sustancias nocivas para la
salud; 2. b) contamine cuencas de abasto de aguas superficiales o subterráneas que se utilizan o puedan ser utilizadas como fuente de abastecimiento para la población; 3. c) omita cumplir las disposiciones legales tendentes a evitar la contaminación de la atmósfera con gases, sustancias o cualquier otra materia dañina para la salud provenientes de industrias u otras instalaciones o fuentes…”
Todo comienza con la persona. Si queremos ablución pública debemos
comenzar en casa, con la familia, enseñándoles a los niños que las buenas costumbres y educación deben ser proyectadas a todas partes, y eso solo se logra con sentido de pertenencia.
El planeta se muere. De qué sirve llorar por un Amazonas en llamas cuando la
acera de mi casa está rebosante de desperdicios colectivos; si las playas ya no aguantan más plástico o cristal que tardan cientos de años en descomponerse; si el insignificante envoltorio de un caramelo lo arrojo en la calle porque molesta sostenerlo hasta encontrar algún cesto. Pensemos más como animales y no como seres humanos porque los primeros no destruyen su hogar para ganar riquezas, ese es el verdadero sentido de la supervivencia, cada vez más limitada.