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UNIVERSIDAD NACIONAL 
AUTÓNOMA DE MÉXICO 
FACULTAD DE ESTUDIOS 
SUPERIORES ACATLÁN 
Licenciatura en Pedagogía 
 
 
 
 
 
 
 
 
TÍTULO DE LA PONENCIA  
EDUCACIÓN CIUDADANA: HERRAMIENTA 
CLAVE PARA CONFORMARNOS EN UN 
PAÍS DEMOCRÁTICO 
 
 
 
 
 
 
 
Institución: Autora: 
UNAM - FES Acatlán Melina Barba Sánchez 
Entidad federativa: Alumna de 6to semestre 
Estado de México (Naucalpan)    
 
RESUMEN 
El presente ensayo gira en torno a la importancia de la educación ciudadana en México para crear
ciudadanos activos que a su vez impulsen la conformación de un país verdaderamente democrático.
Primeramente se da un diagnóstico de problemáticas sociales que ha traído consigo nuestro pasado
autoritario y represivo. Para hacerle frente a esto se propone a la escuela, específicamente la educación
ciudadana como base para formar una ciudadanía activa en los sujetos. Y para que los sujetos se
conformen en ciudadanos activos, se propone una educación práctica y vivencial, que parta de las
necesidades e intereses estudiantiles. Además, debe incluir la transformación de la estructura escolar
hacia una más democrática, que incluya a la familia y la comunidad. Asimismo debe enseñar en y para la
democracia, así como ir encaminada a la formación de sujetos que utilicen el diálogo, sean críticos y se
interesen por participar en acciones colectivas para el bien común. Dicha educación, necesita ir más allá
de conocer el funcionamiento de las instituciones, y tendría que educar además en valores y desarrollar
habilidades concretas para la participación y la resolución de problemas comunitarios. Por último, se
analiza el cómo se da la materia de Formación Cívica y Ética, enfocándonos más que nada en los
obstáculos que se presentan en la realidad educativa. Por último se proporcionan las reflexiones finales
respecto a la necesidad que tiene el país de una educación ciudadana.

Palabras clave: Educación ciudadana, Democracia, Ciudadanía activa, Formación Cívica y Ética.


INTRODUCCIÓN 
Desde la Constitución de 1917 se tiene como principio fundamental que México es una república
democrática, con ello se infiere que los principios democráticos y republicanos son parte vital del ser de
la nación (Carpizo, 2011). Considerando que una democracia es un orden político que se dirige al bien
común y se sustenta de manera crucial en la participación de sus ciudadanos surge la interrogante de si
nuestro país es realmente democrático en la práctica cotidiana. Sobre todo si se considera una
participación más allá del voto, pues éste es sólo una de las múltiples formas de tomar parte en los
asuntos públicos, el cual no debe verse como el final de un proceso, sino como el comienzo del mismo.
La democracia no se da por sí sola, su fuerza depende de las cualidades y actitudes de sus
ciudadanos (Guevara, 2015). Así, la relación entre democracia y educación se hace indisoluble, ya que
sólo formando a los ciudadanos a fin de que se interesen por lo público y participen en lo relacionado a
ello, es que México se podrá constituir como un país realmente democrático, pues la disposición hacia la
democracia no se da por generación espontánea, sino que se aprende. Pero entonces, ¿qué pasa si un país
no forma a sus ciudadanos? ¿qué tipo de ciudadanos necesita nuestro país? ¿cómo debe ser la educación
para poder formar a dichos ciudadanos? ¿cómo se lleva a cabo hoy en día la educación ciudadana?
En el presente ensayo se procuran responder éstas y otras preguntas partiendo de la convicción
que la educación ciudadana es una necesidad imperante para contrarrestar la degradación de la
democracia y poder así, conformarnos como un país democrático, pues su razón de ser es el arduo y
complejo proceso de formación de ciudadanía como vía para apuntalar la democracia (Gutiérrez
Espíndola, 2007). En el desarrollo del trabajo, se comenzará con el tipo de ciudadanía que México
necesita, proponiendo una ciudadanía activa, para de ahí partir a cómo debe ser la educación ciudadana,
entrelazando las capacidades y habilidades que ella genera. Después, se mencionan los obstáculos en la
práctica actual de la educación ciudadana en México, contrastando la realidad educativa con lo que
proponen los programas curriculares y se finalizará con algunas reflexiones alrededor de estos temas.

NECESIDAD DE UNA CIUDADANÍA ACTIVA EN EL PAÍS 


Se puede observar en el día a día en nuestro país una creciente apatía e indiferencia, así como
desconfianza entre los ciudadanos y de éstas hacia la autoridad, lo cual desemboca en expresiones de
rechazo a la política. También se percibe una falta de apego a la legalidad en la mayoría de los
ciudadanos y una deficiencia para resolver conflictos de orden público, a nivel local y nacional que
genera en consecuencia una ascendente conflictividad social, así como violencia generalizada que se ha
consolidado como un grave problema en el país. Asimismo se presenta el problema de la corrupción, el


cual trasciende el ámbito estrictamente gubernamental y es común encontrarla en todos los rincones del
país, incluso configurándose una cultura de corrupción en el país, (“el que no tranza no avanza” se dice).
Aunado a ello, se han visto bajos porcentajes de participación ciudadana, no sólo de carácter electoral,
sino en todos los ámbitos, ya que predomina una actitud de repliegue hacia lo privado y de desconfianza
respecto a lo público, generando así, una nula implicación en las cuestiones colectivas.
Mucho de esto surge por la falta de una cultura democrática, la cual no es sencilla de erigir pues
nuestra sociedad aún no ha podido sacudirse el estigma del autoritarismo y de la represión, ya que hemos
aprendido a vivir con ella (Coutiño y Hernández, 2012). Para poder contrarrestar esto, es necesario
formar en los sujetos una ciudadanía activa, la cual va más allá del simple estatuto jurídico de ciudadano
que se adquiere al nacer en el país y constituye una identidad cultural y política, así como una cualidad
moral distintiva de pertenecer a una comunidad política; de este modo, se entiende al ciudadano como
aquel que cobra existencia en el terreno de la participación política, que a su vez sea un sujeto que
intervenga lo más libre, racional y responsablemente en el ámbito público, teniendo la capacidad del
razonamiento crítico, así como la del diálogo para articular acuerdos y lograr procesos productivos de
interlocución con la autoridad. En última instancia, debe animarse a participar en el debate público
(Gutiérrez Espíndola, 2007) y, de esta forma en la toma de decisiones que generen un bien común, que
como se dijo, es a lo que está encaminada toda democracia (Savater, 1992).
Y para lograr conformar dicha ciudadanía activa con la cual se hace posible confrontar la
herencia cultural que tanto ha minado las capacidades políticas del ciudadano, se hace necesaria la
educación. La historia universal nos lo demuestra, pues en ella se observa que varios países sólo
alcanzaron niveles democráticos significativos cuando se recibió durante la etapa escolar, educación
específica y amplia sobre el régimen político democrático (Giroux, citado por Baños Ramírez, 2015). Es
así como la escuela se conforma en una base esencial para reformar a la sociedad. Sobre todo en una
sociedad en la que la familia ya no está cumpliendo con su papel de socializar y de infundir valores en
los primeros años. Como nos dice Tedesco (2001), la escuela debe introducir elementos que la sociedad
-y la familia- no está ofreciendo naturalmente, como el aprender a vivir juntos, teniendo experiencias de
solidaridad, de respeto y de responsabilidad con respecto al otro. Así, aunque todo espacio de interacción
social puede ser una oportunidad para formarse moral, cívica y éticamente, la educación escolarizada es
el campo en el que ésta formación se impulsa socialmente, y en la cual se evidencian mayor rigor y
sistematicidad (Urrutia de la Torre, 2015). Por tanto, la escuela se erige como el lugar privilegiado para


llevar a cabo la educación ciudadana y se instituye como una pieza clave en la creación de una nueva
cultura democrática (Levinson, 2007).
Sin embargo, la función de la escuela se halla condicionada históricamente dependiendo del
proyecto de nación que se tenga, y en la educación ciudadana el problema recae en la concepción que se
tenga del ciudadano ideal. Por ejemplo, en el Porfiriato se tenía el interés de formar moralmente a los
mexicanos, pero con una moral que favoreciera el cumplimiento de las leyes y promoviera valores como
la obediencia, el respeto, la puntualidad y la gratitud. Si bien ha habido un avance respecto a lo que se
busca en los ciudadanos desde el Porfiriato, hoy en día siguen los vestigios del civismo instaurado a
mediados del siglo pasado, caracterizado por la ausencia de una formación moral de los estudiantes, un
sistema educativo centralista y burocrático en el que imperó una concepción jerárquica de la relación
maestro-alumno y una gestión institucional vertical (Guevara, 2015) En las cuestiones didácticas se
enfoca en lo cognoscitivo, con un carácter fundamentalmente informativo y teórico, el cual se desliga de
la práctica y se enfatiza el culto a los héroes y los símbolos patrios, lo cual no estimula la participación
política por lo que en última instancia, no sirve para formar ciudadanía (Conde, 2006).
No obstante la educación es sumamente importante para la re-estructuración que necesita el país,
ésta no es suficiente. Ya que sin que exista un respeto a las garantías individuales, en un país donde las
autoridades violan los derechos de los ciudadanos, es muy probable que estos se abstengan de interferir
en los asuntos públicos por miedo a sufrir represalias. Asimismo, deben existir instituciones pertinentes
que velen por el bienestar general y marcos jurídicos justos que regulen la participación de forma óptima;
así como el derecho a la información (Rodríguez, 2003). La educación por sí sola no puede cambiar todo
esto, ni la imperante desigualdad económica, social y cultural causadas por las fracturas del vínculo
social; sin embargo, como escribió Freire (1993): “La educación no va a cambiar el mundo: Cambia a las
personas que van a cambiar al mundo”. Con esto en mente se esperaría que la educación ciudadana
forme a ciudadanos que luchen por transformar las viejas instituciones y estructuras que no permiten a
México conformarse como un país verdaderamente democrático.

¿CÓMO DEBE SER LA EDUCACIÓN CIUDADANA EN MÉXICO? 


Ahora bien, ya se estipuló la necesidad que se tiene de una educación ciudadana, ahora se trazará
el cómo debe ser dicha educación ciudadana. Probablemente haya una sobrecarga de expectativas y un
exceso de optimismo, como sucede en varias iniciativas sobre educación para la ciudadanía, sin embargo,
esto no niega el hecho de que puedan generar aportes positivos (Gutiérrez Espíndola, 2007). En un
primer momento es fundamental el modificar la organización escolar, para que en ella se promueva la


vida democrática. Esto no es nada fácil, pues las escuelas han tenido la misma organización y jerarquía
por casi un siglo, pero si realmente se quiere cambiar, se debe empezar por ahí. En su investigación, Ana
Corina Fernández (2014) encuentra que entre las condiciones que propiciaron el desarrollo de
capacidades para la acción colectiva en los jóvenes que entrevistó está el paso por escuelas con enfoques
de la pedagogía crítica que tienen un clima escolar de confianza, respeto y solidaridad. Ya que dentro de
estas escuelas, se desarrollan habilidades para el diálogo, la deliberación y la construcción de acuerdos a
través de su participación en asambleas, comisiones de trabajo, la imprenta escolar, etc. lo cual los hizo
desarrollar su actitud participativa. Así se comprueba que si se pretende promover valores democráticos,
es necesario eliminar las relaciones autoritarias presentes en los espacios educativos.
Y sería pertinente que la transformación de la estructura escolar, estuviera acompañada de una
perspectiva comunitaria, en la que la escuela en conjunción con la familia y el municipio tengan una
responsabilidad compartida. Pues el delegar las demandas y problemas sociales en su totalidad a los
centros educativos no funciona, se necesita actuar paralelamente con la comunidad (Bolívar y Luengo,
2007). El Estado y la sociedad civil deben trabajar en conjunto para lograr una educación ciudadana más
completa, pues la escuela puede intentar formar valores y crear competencias duraderas, pero si estos no
se nutren y no se sostienen contextual e institucionalmente fuera de la escuela, se verán debilitados o
superados por otros (Levinson, 2007). Ya que aunque la educación sea un fuerte motor de cambio, no es
la panacea que lo resolverá todo, por tanto es necesario que las escuelas se abran y se tornen más
permeables a lo que sucede en la comunidad donde está inscrita, de modo que maestros y alumnos se
involucren en el debate de necesidades reales y sustanciales (Mc Keon, 2014).
Asimismo, la educación ciudadana necesariamente tiene una dimensión política, ya que se trata
de un proyecto político y cultural que busca contribuir a la construcción de una nueva sociedad. En
México, se continúa con subjetividades políticas paralizantes (Baños Ramírez, 2015), las cuáles solo
podrán ser eliminadas creando un contexto en el cual la política no aparezca como algo inherentemente
corrupto, mezquino y carente de sentido, sino como una actividad crucial para la vida social, rescatandola
así del descrédito en el que ha caído. También se debe comprender que la política nos involucra a todos,
sólo así, los estudiantes estarán dispuestos a participar y a involucrarse en los asuntos públicos; pues
aunque existan malos políticos, que son corruptos y que se sirven de la política para su beneficio
particular, ellos han de ser señalados y castigados sin que eso implique rechazar la política en sí. Y la
rendición de cuentas es vital, pues es imperativo que en cualquier democracia se exija a los gobernantes
que actúen de manera correcta; pues como afirma Gutiérrez Espíndola (2007): “El costo político es un


punto crucial para hacer valer el poder de la ciudadanía frente a los políticos, sobre todo frente a los
políticos que se extralimitan en sus funciones, que abusan del poder que les fue conferido, que incumplen
su mandato y que no rinden cuentas de su desempeño a la sociedad” (p. 95); ahí dónde no se esté en
condiciones de imponer el costo político no se puede hablar de democracia. En México esto es una
realidad, y es una de las razones por lo que se puede decir que no somos un país democrático.
Aunado a esto, otra tarea importante de la educación ciudadana es generar una demanda social de
democracia, es decir, que la gente pida, quiera y exija vivir en democracia, para lo cual deben creer que
es un orden ética y políticamente superior a cualquier otro. Y la gente no puede pedir algo de lo cual
desconoce su utilidad y funcionamiento, por lo que el desafío es conectar la vida cotidiana con la
democracia. La política comparada puede ser un buen recurso, que vean los costos que para la gente
tiene la existencia de gobiernos autoritarios, incluso en los aspectos más cotidianos y privados de la vida,
contrastándolos con las ventajas prácticas de la vida en democracia (Gutiérrez Espíndola, 2007).
Y ya que el vivir en democracia es convivir con cosas que se desaprueban, el constituir la
voluntad de vivir juntos es esencial, por lo cual se debe educar en y para la tolerancia. Pero la tolerancia
no vista como soportar al otro, sino en vistas de aceptación del otro, de su derecho a ser distinto a uno
mismo, respetando la diferencia y dialogando con ella sobre la base del reconocimiento de una igualdad
esencial: La igual dignidad y derechos de todas las personas por el solo hecho de ser personas. Junto con
ello también se debe promover que la persona aprenda de los otros, pues “lo propio del hombre no es
tanto el mero aprender sino el aprender de otros hombres, ser enseñados por ellos. Nuestro maestro no es
el mundo de las cosas, (...) sino la interacción con el otro” (Moreno, 2006, p. 42). De un otro cuya
presencia, constituye un llamado a la responsabilidad y a la conciencia moral de rechazar toda violencia
con respecto al otro (Lévinas, 1997). Así, la educación ciudadana debe estar encaminada hacia una
formación que contemple las relaciones interpersonales en una perspectiva de autotransformación y
transformación del otro. Solo así se podrá configurar un marco de respeto y diálogo para construir juntos
el mundo y para considerar fecunda la convivencia entre nuestros pares (Gutiérrez Espíndola, 2007).
Se ha mencionado varias veces el aspecto moral, pues la educación ciudadana encaminada a
formar para la democracia, invariablemente es una educación moral que debe educar en los valores
democráticos que la sustentan. Pero más que enlistarlos, ya que son muchos y pueden cambiar con el
tiempo, lo que se necesita comprender sobre ellos es que: (1) Hablamos de un sistema de valores
interrelacionados; (2) su vigencia garantizan cuestiones tan relevantes como la dignidad humana, la paz,
la convivencia en la diversidad y la seguridad jurídica; (3) no sólo tienen sentido en el nivel macro y en


público, sino también en el micro, en nuestras relaciones interpersonales; (4) no se encuentran en estado
puro sino que se impregnan y marcan con su impronta práctica; (5) por lo que sólo existirán en medida
en que se convierten en saberes prácticos que orienten las acciones y decisiones de las personas de
manera racional (Gutiérrez Espíndola, 2007). De esta manera, el educar en valores es educar en las
prácticas signadas por esos valores, ofreciendo los ejemplos, las oportunidades y las herramientas para
apreciar esos valores en acción y apropiarse de ellos.
De igual manera se debe promover la vivencia cotidiana de los derechos humanos y la vida
democrática mediante la amplia participación y la resolución no violenta de conflictos; pues las escuelas
son espacios privilegiados para ello ya que asumen una función de socialización cada vez más compleja
y diversificada. Pues no sirve mucho decir cuáles son los derechos o tener un valor del mes, si estos no se
viven en el día a día. Sólo si se enseñan de una manera vivencial, los estudiantes podrán asumirse como
sujetos de derechos, así como aprehender y aplicar los valores en su vida.
Y si bien es importante asumirnos como sujetos de derechos -y exigir siempre que se cumplan- se
tiene que entender que la democracia no sólo ofrece libertades y derechos, sino también plantea
responsabilidades y obligaciones. Para que los individuos estén dispuestos y motivados a cumplir con
éstas últimas, primero se deben conocer las leyes y la forma en que éstas trabajan, pues al desconocerse o
no comprender la función y el significado de la ley los ciudadanos no se sentirán inclinados a cumplir
con ella o exigir su cumplimiento, y ya que tampoco se sienten partícipes del proceso que dio lugar a
dichas leyes, menos lo harán, pues no se sienten tomadas en cuenta y la ley es percibida como una mera
imposición externa, teniendo como único incentivo para cumplirla el evitar los castigos asociados a la
transgresión. Para contrarrestar esto, se debe promover desde la escuela la producción de normas que
rijan la convivencia en el aula, acompañado de una reflexión sobre la utilidad práctica que las normas
tienen en la resolución civilizada de los problemas propios de la convivencia a cualquier escala, para que
así pueden asimilar la importancia que tienen las leyes en mantener el orden y la paz en el país.
Anteriormente se habló de la importancia de la tolerancia y con ella surge la pregunta ¿se debe
tolerar todo? De acuerdo con Karl Popper (1945), no, ya que la tolerancia ilimitada conduciría a la
desaparición de la tolerancia; pues si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante
contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos,
de la tolerancia. Es así que se debe reclamar en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los
intolerantes. Lo cierto es que la tolerancia no es algo que se de en automático, exige -como cualquier
valor- criterio para ser usado. La tolerancia sin criterio se convierte en pasividad (Durand, 2004, p. 93).


Por ello es indispensable que las personas desarrollen una mirada crítica respecto a lo que viven
en su día a día, que sepan interpretar los hechos más importantes relacionados con su destino personal y
colectivo (Castañeda, 2007, p. 84). Sin embargo, esto se complica pues como lo diagnostica Norbert
Lechner (2002) ha habido una desvinculación del ciudadano con lo político, el cual se debe a que
muchas personas carecen de relatos que les permitan interpretar los avances de su país como algo
significativo en la experiencia subjetiva de cada cual. Pues ¿hasta qué punto las escuelas están
contribuyendo a formar estudiantes capaces de asumirse como sujetos de historias propias?
Se podría decir que hasta un punto casi inexistente, pues en su mayoría, las prácticas educativas
en México no se han preocupado por crear sujetos críticos que se asuman como seres con historias
propias. Esto es sobre todo evidente en la dificultad que persiste de problematizar el futuro, pues se ve al
futuro como inexorable, lo cual parte de una concepción mecanicista de la historia en la cual el porvenir
de todos es conocido con anticipación. Esto hace que las personas se resignen a su situación, pues “así
siempre han sido las cosas”. Pero es necesario, retomando a Freire (2001) que la educación fomente la
posibilidad de que los estudiantes se adueñen de su propia historia, para lo cual es indispensable que
comprendan que son seres condicionados, pero jamás determinados y por tanto el futuro no nos hace
sino que somos nosotros quienes nos rehacemos en la lucha por hacerlo. El ser capaz de reconocer que
no estamos sometidos a ningún destino, nos abrirá el camino a la intervención en el mundo. Se trata
sobre todo de ayudar a la persona a entrar en la vida con la capacidad de interpretar los hechos más
importantes relacionados con su destino personal y colectivo. Se trata como sugiere Lechner (2002), de
responder a las preguntas: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde queremos ir? Cuestiones
que nos permiten dotar de sentido y de valor los actuales procesos de cambio social.

PUESTA EN PRÁCTICA: LA REALIDAD EDUCATIVA  


Pues bien, ya se estipuló cómo debería ser la educación ciudadana y se deduce con ello la
importancia de la misma, en específico por los resultados que idealmente produciría, sobre todo en lo que
respecta a capacidades ciudadanas para participar activamente en la esfera pública y el tener las
habilidades necesarias para convivir armoniosamente con los otros. Si bien estoy consciente que ésta no
es la única tarea que lleva a cabo la escuela y en el nivel básico la lecto-escritura, habilidades
matemáticas y conocimientos sobre geografía, ciencias naturales, historia, entre otros, son también muy
importantes, considero que el hecho de que en dicha materia se abarque la formación moral de los niños
la hace sumamente importante. Sería conveniente que dicha formación moral no se limite sólo a una
materia y que estuviera presente a través de toda la educación escolarizada, sin embargo, el lograr este


cambio tomará tiempo. Por el momento, la tarea de formar en valores y educar para la ciudadanía en el
sistema educativo mexicano es llevada a cabo por la asignatura de Formación Cívica y Ética.
Ésta materia ha tenido varias modificaciones en la historia de México, reflejando en sus objetivos
y su conceptualización el tipo de ciudadano que se quiere para el país. En 2007, con la introducción del
Programa Integral de Formación Cívica y Ética (PIFCyE) se realiza una ruptura significativa con la
tradición doctrinaria existente, pues ya no se restringe tan solo a inculcar o transmitir ideas de lo que
significa ser ciudadano, ni se limita a la acumulación de información sobre asuntos de gobierno, la
organización electoral y los derechos y obligaciones contenidos en las leyes y los deberes como
mexicanos. En cambio, se asume la formación en el campo de la cívica y ética como aquel proceso de
aprendizaje práctico–moral que favorece la conformación de disposiciones en los sujetos para actuar,
relacionarse y participar con los otros, consigo mismo y el mundo, a través de la interiorización de
valores, símbolos y actitudes, mediante los cuales se propicia que el sujeto se reconozca a sí mismo como
ciudadano (SEBYN, 2008). Con el nuevo modelo educativo de Peña Nieto, se modificó el PIFCyE
aunque en su mayoría retuvo la misma conceptualización, lo cual se puede notar en la concepción que se
tiene de dicha materia, presente en la página oficial de la Secretaría de Educación Pública (2018):

La Formación Cívica y Ética es el espacio curricular dedicado a formalizar los saberes


vinculados a la construcción de una ciudadanía democrática y el desarrollo de una ética
sustentada en la dignidad y los derechos humanos. Asimismo, promueve el desarrollo moral del
estudiante a partir del avance gradual de su razonamiento ético, con el fin de lograr la toma de
conciencia personal sobre los principios y valores que orientan sus acciones en la búsqueda del
bien para sí y para los demás.
También favorece el respeto, la construcción y el cumplimiento de normas y leyes,
considerando que son producto de los acuerdos establecidos entre los integrantes de la sociedad,
las cuales señalan derechos y obligaciones para ciudadanos y responsabilidades para servidores
públicos. Asimismo, promueve la participación social y política de los estudiantes como acción
fundamental para la construcción de ciudadanía.
La asignatura Formación Cívica y Ética brinda al estudiante oportunidades sistemáticas
y organizadas para reflexionar y deliberar sobre la realidad de México y del mundo actual.
Favorece que los estudiantes lleven a cabo acciones para mejorar su entorno, a nivel personal,
escolar, comunitario, nacional y global, lo que contribuye a poner en práctica su capacidad
para organizarse e intervenir en la solución de conflictos para el bien común.


Se puede observar que están presentes muchas de las capacidades y habilidades ciudadanas que
ya se habían mencionado. Aunado a ello, el enfoque pedagógico y didáctico que se propone se basa en
la reflexión, el análisis, el diálogo, la reflexión crítica, la discusión y la toma de postura, todo desde las
necesidades e intereses del alumnado. Si bien esto es un gran avance y no se debe minimizar, la dificultad
recae en que verdaderamente se incorporen dichas modificaciones en las prácticas educativas cotidianas.
Pues aunque ya se haya avanzado respecto al civismo de hace 40 años, hoy en día la educación
ciudadana sigue siendo deficiente y aún con las modificaciones de los programas, continúa generado
individuos que no se involucran en los asuntos públicos. Ya que no es suficiente el modificar los
programas, pues de nada sirve que los planteamientos teóricos sean los adecuados, si al ponerlos en
práctica no se ven reflejados. Para enfrentarnos a esto, debemos contestar la pregunta: ¿qué obstáculos se
presentan para llevar a cabo los objetivos propuestos en el programa?
En primera, los constantes cambios en el currículum son un gran problema. Esto ha sido un freno
en México desde hace tiempo, pues cada presidente que llega al poder plantea nuevos proyectos
educativos; el plan de 11 años ha sido de los pocos o el único proyecto educativo que ha trascendido más
de un sexenio. Se debe comprender que la educación es un proceso que lleva tiempo, y para afianzar las
metas de cualquier proyecto educativo se necesita mucho más de un sexenio, es imposible que se
consoliden los objetivos educativos de un proyecto de nación en menos de seis años. Una posible
solución sería el constituir un organismo que no esté atado al gobierno en turno, el cual se encargue de
llevar a cabo las políticas educativas en el país, teniendo una concepción clara del tipo de hombre y por
tanto de educación que México necesita. Así se tendría una línea definida que guíe las políticas
educativas, las cuales tendrán tiempo de cultivarse y dar frutos.
Aunado a los fracasos educativos que conlleva el modificar los programas y políticas educativas
en cada sexenio, otro problema es que los maestros no pueden incorporarlos tan rápidamente, menos si
no se les otorga la capacitación necesaria. Pero más allá de esta falta de capacitación, se presenta la
dificultad de los docentes en incorporar la nueva lógica curricular que estructura a los actuales
programas, ya que los docentes siguen teniendo presente una lógica curricular en la cual lo que interesa
es ver todos los temas del programa, a partir de una visión de avance programático en la que lo
importante no es el aprendizaje significativo del educando, sino la adquisición de los saberes impuestos
en el programa, aunque estos resulten poco pertinentes (McKeon, 2014).
Además, se presenta el problema que aunque en términos declarativos los maestros se pronuncien
por la necesidad de propiciar una formación más orientada al desarrollo de aprendizajes significativos,

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ligados a la vida de los niños, introduciendo el análisis de sus vivencias en el aula, en los hechos se
cuestionan sobre la pertinencia formativa de hablar de determinadas cosas y surge la resistencia a aceptar
esta nueva forma de trabajo pues implica invertir más tiempo en la planeación, para saber qué decirles,
además que se pone a prueba su capacidad para conducir una clase con otras características; es más fácil
quedarse con el sistema tradicional de enseñanza, en donde los niños son entes pasivos. Como se
cuestiona una docente: ¿Se trata de llenarlos de los problemas que vivimos o la escuela debe de
convencerlos sobre cómo deberían ser las cosas en realidad? Así, sintetiza con claridad la resistencia de
parte de los maestros para tratar determinados temas que muestran el lado no grato de nuestra
convivencia. Ésta “estrategia del hermetismo” como la llama Mc Keon (2014) trae consigo la
imposibilidad del debate de perspectivas. De acuerdo con los docentes, la oposición a hablar de temas
espinosos o controversiales se hace necesaria a fin de cumplir sus objetivos formativos y como lo
comenta una docente: “creo que aquí estamos en un lugar de enseñanza, y si aquí vienes a aprender
cosas buenas, no traigas cosas malas” (p. 47). Esto se relaciona con el hecho de que los maestros
consideran que la función de la escuela, se relaciona con la adaptación a la moral social y a los valores
vigentes, más que a la posibilidad de estar abiertos a la construcción cultural de nuevos valores acordes
con las nuevas condiciones en que vivimos. En palabras de una maestra entrevistada: “Lo fundamental es
que los niños se adapten, porque si no solo vamos a crear niños desadaptados a los que les enseñemos
unas cosas y resulta que eso no lo viven allá afuera”. Así, lo que interesa en la perspectiva de los
docentes es la adaptación a la realidad tal cual es, sin jamás criticarla o cuestionarla.
Asimismo, otras de las principales oportunidades para mejorar en los docentes mexicanos es el
fomento de la equidad al interior del aula, es decir, ofrecer más y mejor atención a los alumnos que más
lo requieren, puesto que muchos de ellos ofrecen una atención idéntica a todos los alumnos. Asimismo se
debe aprender a manejar el grupo de manera que se propicie la comunicación y se establezcan relaciones
interpersonales de respeto y confianza; sobre todo cuando se intenta formar en lo moral, cívico y ético a
adolescentes, puesto que a su edad se transita de una moral heterónoma a una convencional, y un aula sin
relaciones respetuosas y confiables mina las bases del desarrollo moral que los estudiantes han construido
hasta el momento. Por último, las relaciones entre asignaturas es otra falla, aunque dicha carencia de
relaciones no es extraña puesto que, además de ser este un problema patente en la docencia mexicana
(sin importar la asignatura en cuestión), la falta de propuestas prácticas para que los aprendizajes
esperados respecto a esta asignatura se desarrollen de manera transversal, es decir, en relación con los
contenidos de otras es una debilidad del currículo mexicano (Urrutia de la Torre, 2013).

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Otro problema que se presenta es que los padres contribuyen a la falta de cambios en las prácticas
educativas, pues se aferran al silenciamiento -ya mencionado- de lo que realmente pasa en la vida de los
niños, pues están acostumbrados a que no se habla de ciertas cosas. Como dice una docente: “Tenemos
que lidiar también con los problemas de afuera para traerlos a la escuela”. Con esto se hace evidente que
más allá de la simple introducción de nuevos enfoques didácticos, se debe tratar de cambiar un modo de
ser y de entender el papel de la formación, de parte no solo de la escuela sino también de la comunidad.
Pues los padres, junto con los maestros, contribuyen al cierre y la imposibilidad de propiciar la
innovación, ya que además de la resistencia entre los maestros, resulta difícil la negociación y mucho
menos el convencimiento de los padres de familia sobre la valía de los nuevos recursos, estrategias y
formas de enseñanza (McKeon, 2014, p. 48). Para ello se hace necesario aparte de una capacitación
integral dirigida a los docentes, la creación de escuelas para padres, en las que se les re-eduque como
sujetos democráticos para que así la educación de la escuela pueda ser reforzada en casa.

REFLEXIONES FINALES 
Está claro que la cultura democrática participativa no se da de manera natural, sino que se
aprende. Por lo que si una nación no forma a sus ciudadanos para que participen democráticamente, se
acabará por convertirse en un lugar en el que los gobernantes hacen lo que quieren, viendo sólo por su
interés; pues no habrá nadie que les exija y intervenga en los asuntos públicos. Asimismo, se presentan
los problemas que conlleva la fractura del vínculo social, impidiendo una convivencia armoniosa entre
las personas y generando desigualdad y exclusión. En México la realidad se aproxima a lo anteriormente
descrito, pues desafortunadamente, la adopción de valores democráticos ha sido lenta ante la
sobrevivencia del autoritarismo y del predominio de una cultura de la desafección y la apatía que relega
lo colectivo a una posición secundaria frente a lo privado (Benedicto, 2016).
Aunado a ello, en el terreno educativo hay distintos obstáculos que se deben superar si nos
queremos conformar en un país democrático. En primera se encuentra el desempeño docente pues si bien
no se trata de cargar a los maestros con toda la responsabilidad, es evidente que son una parte crucial en
el sistema educativo, y por tanto las competencias docentes son indispensables para la educación
ciudadana de los estudiantes mexicanos. De esta manera, la mejora del desempeño docente es imperativa
en el país, la cual sólo se logrará con un apoyo constante y eficaz hacia los maestros. Pero ya que ellos
no son la única pieza del sistema educativo, las escuelas también se deben transformar, haciéndose más
democráticas y permitiendo en ellas la participación de la familia y la comunidad. Todo ello acompañado
de políticas públicas que tengan una visión a largo plazo, con una línea de acción clara y definida.

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Si se prestó atención, en el presente trabajo se puede observar el estrecho vínculo que existe entre
educación, ciudadanía y democracia. Éstos son conceptos dinámicos que tienen luz propia y se alumbran
entre sí (González Luna, 2010). Por una parte no puede existir una sociedad democrática sin una
formación para la democracia, pues la fuerza de cualquier democracia reside en la voluntad de los
ciudadanos de hacerla funcionar (Touraine, 1996); y la falta de educación que impide la constitución de
un régimen democrático, a su vez impediría también la creación de ciudadanía. Sólo con una educación
en miras de formar ciudadanos participativos y activos, que usen el diálogo y el debate constructivo para
la resolución de conflictos, que sean críticos de su entorno, y que estén conscientes de sus derechos así
como de sus responsabilidades, es que se podrán contrarrestar las problemáticas sociales que se viven en
México, propagadas -entre otras cosas- por nuestra herencia cultural autoritaria y represiva. Aunque
estoy consciente que la educación no puede resolver por sí sola todos los problemas, y se tiene que
trabajar en conjunto con otros factores, la educación es la base de la que parte todo. Pues si bien también
es imprescindible -entre otras cosas- tener instituciones efectivas y compatibles con la democracia, sino
existen los individuos que las hagan operar de forma correcta, de nada servirán dichas instituciones.
La organización de una sociedad se manifiesta de manera significativa en sus programas
educativos (Touraine, 1999), por lo que un país que se ostente a sí mismo como democrático,
invariablemente debe instaurar la educación necesaria para conformarse en uno. Para ello, en primera se
debe enseñar para la democracia y todo lo que ella implica como vía para asegurar su reproducción y
sostenimiento. Y ya que la existencia de una democracia descansa en el respeto a los valores
democráticos, éstos deben ser enseñados, aprendidos y practicados formalmente a través de la educación
(Prialé Valle, citada por González Luna, 2010). Asimismo, no basta con promover el puro conocimiento
de la ley, pues se necesita de una educación práctica y vivencial, que invite al diálogo y la discusión, y
que construya nuevas subjetividades encaminadas a la voluntad de vivir juntos y a la reconstrucción de la
trama de relaciones sociales en que nos vemos involucrados (Conde, 2006). Aunado a esto, debe
promover la participación política y el pensamiento crítico de los sujetos; para finalmente impulsar que
los estudiantes se asuman como individuos con responsabilidades y derechos, teniendo en cuenta que la
lucha por estos derechos es el motor permanente de la humanidad.
Así, la educación como portadora y transmisora de concepciones y valores que estimulan los
cambios en la humanidad es esencial para la reformación de la sociedad, en particular, la educación
ciudadana se esgrime como herramienta clave para poder conformarnos en un país verdaderamente
democrático, con ciudadanos que luchen y se involucren de manera activa en el mejoramiento del país.

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