Вы находитесь на странице: 1из 2

PAG.

150 (AGOSTO 08)


SI, SE PUEDE (SER FELIZ)
Por Soledad Uranga

Desde Platón hasta el último libro de autoayuda, la búsqueda de la felicidad recorre


toda la historia de la vida humana. Hoy, nuevos enfoques de la psicología proponen
dejar de lado el sufrimiento y potenciar las fortalezas personales para lograr (paso a
paso) ese estado de ánimo cercano al nirvana.
El año pasado, Mathieu Ricard –62 años, monje budista y mano derecha del Dalai Lama– fue elegido, nada más ni
nada menos, el hombre más feliz del mundo. Todo un logro, o un misterio, para un concepto tan escurridizo como la
felicidad. Para confirmar la teoría de que los seres humanos tienen la capacidad –pensamiento mediante– de modificar la
estructura molecular del cerebro, el neurocientífico norteamericano Richard Davidson realizó una resonancia magnética
al cerebro de Ricard, muy entrenado en la meditación, y a voluntarios nuevos en el arte del Ommm. ¿El resultado? Una
actividad altísima, la más alta cuantificada hasta la fecha, en el lóbulo prefrontal izquierdo, el área del cerebro asociada a
la felicidad y a los pensamientos positivos.
También el año pasado, en dos estudios realizados a nivel mundial por la World Map of Happiness de la Universidad de
Leicester y la World Database of Happiness de la Universidad Erasmus Rotterdam, se seleccionó otro ganador. En este caso,
un país: Dinamarca, donde se registra el nivel más alto de gente feliz, con un 8,2 (sobre 10) de puntaje. Argentina, con un
6,8, se ubica en la posición número 30, sobre un total de 95 países. No está tan mal, ¿no?
Ahora, un monje que vive en el Himalaya, ¿el hombre más feliz del mundo? En un país con un clima tan inhóspito como el de
Dinamarca, ¿se vive más feliz que en cualquier otra parte del mundo? La pregunta sería: ¿qué es lo que se entiende por
felicidad y cómo se logra? Por lo visto, el secreto no parece estar ni en unas vacaciones en el Caribe ni en una casa soñada, ni
en recibir un aumento de sueldo.
NUEVA MIRADA,
La felicidad ha estado en boca del ser humano desde que existe registro. Pensadores, religiosos, escritores y médicos
han escrito, hablado y pontificado sobre la felicidad; desde el filósofo del siglo XVII John Locke, que afirmó que “es una
disposición de la mente y no una condición de las circunstancias”, hasta Eve Ensler, autora del éxito mundial Monólogos
de la vagina, quien dijo que “la felicidad existe en la acción, en decir tu verdad y en entregar lo que uno más quiere”.
Pero en los últimos diez años, un nuevo abordaje psicológico está revolucionando la manera de pensar al sujeto y su
relación con la felicidad: la propuesta de la psicología positiva, fundada por el doctor Martin Seligman en los Estados
Unidos, suma día a día más adeptos en todo el mundo, con una visión optimista y constructiva del bienestar humano.
A diferencia de los tratamientos y enfoques psicológicos centrados en el sufrimiento, en revelar los traumas y las
patologías de la mente, la propuesta de la psicología positiva consiste en lograr que el individuo desarrolle sus virtudes y
capacidades. Y considera que si se las trabaja y hace crecer, el sujeto estará más fuerte para enfrentar y superar las
circunstancias difíciles que, inevitablemente, le presentará la vida. Para Seligman, el secreto de la felicidad, o del
bienestar, se encuentra en tres niveles, que van de lo más superficial a lo más profundo. Primero está la vida placentera,
que consiste en disfrutar con conciencia y compartir todos los placeres que ofrece la vida; luego sigue lo que en
psicología positiva se conoce como estado de flujo o armonía, donde el tiempo pasa sin que uno tenga conciencia de él –
para lograrlo es necesario conocer las virtudes y talentos propios–; y último pero fundamental, poner estas virtudes y
talentos en función de una causa superior, que trascienda la vida del sujeto. Acá es cuando la persona siente que la vida
tiene un sentido. Y puede sentirse feliz.
El médico psicoanalista José Eduardo Abadi, autor del libro De felicidad también se vive, propone “ser feliz” mediante la
combinación armónica entre lo que se siente, lo que se piensa y lo que se hace. “La felicidad es un estado, una manera
de vivir. Pero no nace por generación espontánea, sino que es un trabajo a realizar, apoyado en cuatro pilares: la
autenticidad, la libertad, la verdad y el pasar de desear a querer. La mediación entre lo que deseo y lo que quiero es la
voluntad”, afirma. Para lograrlo, Alicia López Blanco –psicóloga clínica y autora de Por qué nos enfermamos– cree
indispensable que la persona elija ser “protagonista de su vida”. También resalta la importancia de “saber qué conflictos
sí se pueden resolver, intervenir sobre las potencialidades del individuo y hacer más sólido lo positivo que tiene la
persona”. No hay que negar las emociones negativas, dice la profesional, sino “encauzarlas para que no provoquen en el
entorno un efecto boomerang, de manera que lo que haga vuelva a mí de un modo equivalente a la energía que envié”.
Sin dejar de lado el factor genético, que según estudios sobre gemelos determina que nuestro nivel de felicidad está
muy marcado por los genes que definen los rasgos de nuestra personalidad, también se ha estudiado el fuerte impacto
que tienen sobre el bienestar las relaciones que entablamos, el trabajo y la vida en familia.
¿UN MUNDO FELIZ?
Para la filósofa Carolina Dell'Oro, que participó en el Estudio Latinoamericano sobre Salud Emocional, Bienestar y
Felicidad realizado por Coca-Cola, el riesgo de una sociedad que sobrevalora la belleza y los atributos superficiales radica
en que se “atribuye la felicidad a elementos externos que no dependen de uno, cuando lo que realmente influye en la
felicidad es mi capacidad de conducir yo misma mi vida y no el medio”. También, en concordancia con los resultados del
estudio, señala que el auge de la felicidad como tema de estudio se debe a que “estamos en un momento de
agotamiento de una mentalidad individualista y exitista, que parece no haber podido satisfacer las necesidades más
radicales del hombre y, con el desarrollo, surgen preguntas fundamentales sobre el sentido de nuestra vida, sobre lo que
profundamente pueda satisfacer las necesidades del hombre”.
De esta idea se desprende la frustración provocada por el consumo desmedido, y el culto exacerbado a la belleza y a
los modelos sociales inalcanzables: un círculo vicioso donde la satisfacción de la necesidad provoca un malestar y un
vacío que lleva a consumir nuevamente, sin alcanzar nunca una sensación de plenitud. Es el camino equivocado, la
felicidad no se encuentra en esa dirección.
En los últimos 50 años, el ingreso económico de los habitantes de los países desarrollados ha crecido notablemente.
Pero no los índices de felicidad. Esto contradice varias teorías económicas vigentes años atrás, que equiparaban un
crecimiento con otro. Un estudio realizado en Argentina por el Centro de Economía Regional y Experimental (CERX) y el
Centro de Investigaciones en Epistemología de las Ciencias Económicas (CIECE) de la Facultad de Ciencias Económicas de
la UBA compara los niveles de felicidad medidos en 2006 y 2007. Y mientras que en 2006 el 84% evaluaba su bienestar
económico como “regular”, “malo” o “muy malo”, el 73,5% decía al mismo tiempo sentirse “feliz” o “muy feliz”. El
indicador de bienestar subiría en 2007 (de 16% a 26,8% el número de personas que definía su índice de bienestar
económico como “bueno” o “muy bueno”), mientras que paralelamente el índice de felicidad bajaba 5,4 puntos
porcentuales.
Estos estudios demostraron que, al menos en nuestro país, la relación entre nivel de ingreso y felicidad es relativa, y que
la población separa su grado de bienestar económico de otros factores por la importancia otorgada a los afectos y a la
familia.
Sin restar valor a los placeres materiales, resulta claro que el secreto de la felicidad no está en ganar la lotería o en
conocer París, sino en ese viaje interior de autoconocimiento y de puesta en práctica de nuestros talentos. Como afirma
Carolina Dell´Oro: “Es posible pensar en personas que buscan y se acercan a su felicidad, lo que acercaría al mundo ese
estado perfecto”.

EL MISTERIO DE LA RESILENCIA.
UNO DE LOS CONCEPTOS BÁSICOS DE LA PSICOLOGÍA POSITIVA,
la resiliencia, es la capacidad de una persona o de un grupo para seguir proyectándose en el futuro, más allá de condiciones de vida extremas o
traumas graves. A pesar de haber sido consideradas extrañas y hasta patológicas, las respuestas de resiliencia son un ajuste saludable a la
situación de adversidad que está viviendo el sujeto. El resultado, una vez superada la vivencia, es muchas veces un desarrollo superior, de recursos
latentes e insospechados. Como los sobrevivientes de los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial o los casos de niños abusados
sexualmente, que no solo sobreviven, sino que se convierten en ejemplos a seguir.

BORIS CYRULNIK, la máxima eminencia en temas de resiliencia, sostiene que “por muy grave que sea lo que haya sufrido un niño, la psique se
revela tan flexible que con los ingredientes del contacto humano, el entendimiento y la palabra, se puede volver a flote. Para este médico francés, la
resiliencia (y el trauma) no tiene fronteras de nacionalidad o condición: “Estamos trabajando con mayores enfermos de Alzheimer, que olvidan las
palabras, pero no los afectos, los gestos, ni la música”.

La felicidad es una forma de vivir pero no es un estado espon-


táneo, sino que es un trabajo a realizar.

Вам также может понравиться