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HISTORIA DE LA PSICOLOGÍA TEMA 11.

EL CONDUCTISMO
UNED Calatayud

Tema 11: El conductismo


EL ASCENSO DEL CONDUCTISMO
El manifiesto conductista
John Broadus Watson (1878-1958) proclamó en 1913 el manifiesto conductista con este
inicio:

La psicología tal como la ve el conductista es una rama puramente objetiva y


experimental de la ciencia natural. Su meta teórica es la predicción y el control de la conducta. La
introspección no forma parte esencial de sus métodos, ni el valor científico de sus datos depende
de la facilidad con que se presten a ser interpretados en términos de conciencia. En sus esfuerzos
por llegar a obtener una imagen unitaria de la respuesta animal, el conductista no reconoce línea
divisoria alguna entre el hombre y el bruto. La conducta del hombre, con todo su refinamiento y
complejidad, sólo constituye una parte del plan de investigación total del conductista.

La crítica de la psicología mentalista

Siguiendo la tradición de los manifiestos modernistas, Watson repudió lo que la


psicología había sido hasta el momento. No veía diferencia alguna entre el estructuralismo y el
funcionalismo. Ambas corrientes adoptaban la definición tradicional de la psicología como «la
ciencia de los fenómenos de la conciencia», y ambas empleaban el tradicional método
«esotérico» de la introspección. Pero, así entendida, la psicología había «fracasado a la hora de
encontrar su lugar en el mundo como una ciencia natural incuestionable». En tanto que
psicólogo animal, Watson se sentía especialmente limitado por el mentalismo. Como la
introspección no era posible en animales, había pocas posibilidades para trabajar con ellos, lo
que obligaba a los psicólogos a «construir» los contenidos de conciencia de los animales por
analogía con las mentes de los propios psicólogos. Además, la psicología tradicional era
antropocéntrica y sólo respetaba los descubrimientos de la psicología animal en la medida en
que eran relevantes para la psicología humana. Watson consideraba que esta situación era
intolerable e intentó invertir las prioridades tradicionales. En 1908 había declarado la au-
tonomía de la psicología animal como estudio de la conducta de los animales, y en 1913
proponía «emplear seres humanos como sujetos y aplicar métodos de investigación
comparables a los que se utilizan hoy en el trabajo con animales». Los psicólogos comparados
habían aconsejado no antropomorfizar a los animales. Watson recomendaba a los psicólogos
no antropomorfizar a los seres humanos.

Watson veía en la introspección defectos de carácter empírico, filosófico y práctico:

Desde un punto de vista empírico, la introspección era incapaz de definir


preguntas a las que pudiera responder convincentemente.

Desde un punto de vista filosófico, Watson condenaba la psicología mentalista


por utilizar el método no científico de la introspección.

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Desde un punto de vista práctico, la introspección resultaba igualmente


irrelevante, ya que no ofrecía soluciones a los problemas a que se enfrentaban las
personas en la vida moderna.

El programa conductista

El «punto de partida» de la nueva psicología de Watson sería el «hecho de que los


organismos, tanto humanos como animales, se adaptan a su entorno». Es decir, la psicología
sería el estudio de la conducta adaptativa, no de los contenidos conscientes: «En un sistema de
psicología completamente elaborado, dada la respuesta se puede predecir el estímulo; y dado el
estímulo, se puede predecir la respuesta».

Los métodos para alcanzar estos nuevos objetivos de la psicología quedaban sólo
vagamente definidos, como Watson admitiría más tarde.

Watson dijo algunas cosas sorprendentes sobre el pensamiento humano. Por ejemplo,
afirmó que el pensamiento no implica al cerebro (no hay «procesos iniciados en el sistema
nervioso central») sino que consiste en «una ligera recolocación de actos musculares»,
concretamente de «hábitos motores de la laringe».

Las afirmaciones de Watson son el resultado lógico de la teoría motora de la conciencia:


como el contenido mental «no tiene relevancia funcional», su estudio carece de sentido.

Para Watson, el pensamiento no es más que una «conducta implícita» que a veces tiene
lugar entre un estímulo y la «conducta explícita» resultante. Según esta hipótesis, casi todas las
conductas implícitas tienen lugar en la laringe y pueden ser observadas, aunque no se haya
desarrollado aún la técnica necesaria para observarlas. Ningún aspecto de la psicología podía
escapar al planteamiento del conductismo: se mostraría que la mente es conducta.

La primeras respuestas, 1913-1918


Angell no creía que la introspección se pudiera eliminar definitivamente de la psicología,
aunque sólo fuera porque proporcionaba valiosa información sobre los procesos que conectan
estímulos y respuestas.

Haggerty reconocía que las recientes leyes del aprendizaje o de la formación de hábitos
reducían la conducta a «términos físicos», de modo que ya no había «necesidad de invocar
fantasmas disfrazados de conciencia» para explicar el pensamiento.

Robert Yerkes criticaba a Watson por «arrojar por la borda» el método de la auto-
observación que había distinguido a la psicología de la biología.

Mary Calkins coincidía con Watson en gran parte de su crítica al estructuralismo y acogía
de buen grado el estudio de la conducta. Sin embargo, consideraba que la introspección era el
método indispensable de la psicología, aunque en determinadas ocasiones pudiese dar
problemas.

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Titchener afirmaba que aunque el conductismo podía hacer muchas cosas, como no era
psicología en absoluto, no suponía una amenaza para la psicología introspectiva.

McComas (1916) planteó una de las pocas críticas de contenido al conductismo de


Watson. McComas vio con acierto que el conductismo watsoniano era una prolongación natural
de la teoría motora de la conciencia, y mostró que la identificación que hacía Watson del
pensamiento con los movimientos de la laringe era falsa: algunas personas enferman y pierden la
laringe y no pierden por ello su capacidad para pensar.

Los demás comentarios sobre el conductismo realizados en los años anteriores a la Primera
Guerra Mundial siguieron básicamente las líneas de estas respuestas iniciales: se reconocían
los defectos del estructuralismo, se admitían las virtudes del estudio de la conducta, pero se
defendía la introspección como el sine qua non de la psicología. El estudio de la conducta era
simplemente biología; la psicología, para conservar su identidad, tenía que seguir siendo
introspectiva.

Watson fue elegido presidente de la APA en 1916. En su discurso presidencial intentó


llenar el vacío más evidente del conductismo: el método y la teoría con los que estudiar y
explicar la conducta. Watson presentó ahora la investigación con reflejos condicionados como el
núcleo del conductismo: el método de Pavlov aplicado a los humanos sería la herramienta de
investigación del conductismo, y la teoría de los reflejos condicionados proporcionaría la base
para la predicción y control de la conducta en humanos y animales.

En realidad, en los años siguientes a 1892, el enfoque conductual había ido conquistando
la psicología lenta y casi inadvertidamente. Lo que hizo Watson fue darle al comportamentalismo
una voz agresiva y un nombre pegadizo, conductismo. En su época, el manifiesto no recabó
demasiada atención. Watson no inició ninguna revolución, pero sí dejó claro que la psicología ya
no era la ciencia de la conciencia.

La definición del conductismo, 1919-1930


La psicología cambió considerablemente como consecuencia de su implicación en el
conflicto bélico. El valor de la psicología objetiva había quedado demostrado con los tests que
los psicólogos habían diseñado para clasificar a los soldados

Las variedades de conductismo

Ya en 1922 resultaba evidente que los psicólogos no conseguían entender o formular el


conductismo de un modo comúnmente aceptado.

Kuo definió el conductismo como «una ciencia de la mecánica que estudia los
movimientos mecánicos de los organismos».

Según Lashley, se habían propuesto tres formas de conductismo hasta el momento. Las
dos primeras apenas podían distinguirse como formas de «conductismo metodológico».
Reconocían que «los hechos de la experiencia consciente existen, pero no son susceptibles de
ningún tipo de tratamiento científico». En oposición al conductismo metodológico estaba el

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conductismo estricto o conductismo radical, cuyo «extremo» punto de vista consistía en


afirmar que los «hechos supuestamente propios de la conciencia no existen».

Lashley concluyó, en última instancia, que la elección entre conductismo y psicología


tradicional se reduce a una elección entre dos concepciones «incompatibles» del mundo: «la
científica frente a la humanista».

Jastrow (1927) no veía nada nuevo en el conductismo, y llamaba «conductistas» a James,


Peirce y Hall. Entender la psicología como el estudio de la conducta era parte de la
«reconstrucción» que se había ido produciendo en psicología a lo largo de los cincuenta años an-
teriores.

Conductismo era un término de una elasticidad casi infinita. Podía significar reduccionismo
fisiológico o simplemente el estudio de la conducta con métodos objetivos; podía significar una
ruptura radical con el pasado o tener unos orígenes muy antiguos; podía significar una
concepción de la mente como un agente causal en la determinación de la conducta o el rechazo
de semejante concepción.

¿Seres humanos o robots?

Un crítico del conductismo, WiIliam McDougall, entendía que el problema esencial


planteado por el conductismo era el de «¿hombres o robots?». El conductismo se basaba en la
premisa de que los humanos no son más que máquinas (robots), pero esa premisa no estaba
demostrada. Según Woodworth, estaba por demostrar que los robots pudiesen hacer todo lo
que hacen los seres humanos.

El conductismo watsoniano posterior

Watson creía que la naturaleza dotaba a los seres humanos con muy pocos reflejos
incondicionados, por lo que la compleja conducta de los adultos se podría explicar sencillamente
como la adquisición de reflejos condicionados durante artos de condicionamiento pavloviano.
Watson afirmaba que «no hay tal cosa como la herencia de la capacidad, el talento, el
temperamento, la constitución mental y las características». Watson dejó totalmente de lado la
«misteriosa» corteza cerebral, concibiéndola como un mero repetidor de los impulsos
neuronales.

El más conocido de sus trabajos con niños es «Conditioned Emotional Reactions» [Las
reacciones emocionales condicionadas] (Watson & Rayner, 1920). Watson realizó un
experimento con un niño conocido como «Albert B.», cuyo objetivo era demostrar que las
personas nacen con sólo con unos pocos «instintos» —miedo, ira y respuesta sexual— y que
todas las demás emociones son versiones condicionadas de estas emociones incondicionadas.

Tras su expulsión de la universidad en 1920 se convirtió en el primer psicólogo moderno


que alcanzó la popularidad. Watson conectaba la psicología mentalista con la religión,
afirmando que «mente y conciencia» no eran más que «remanentes del dogma eclesiástico de
la Edad Media». Según Watson, la mente o el alma era uno de los misterios por cuya
invocación «los clérigos —de hecho, todos los curanderos— habían conseguido mantener al
pueblo bajo control». El psicoanálisis no era más que «un sucedáneo científico de la

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demonología», y a través de estas «firmes murallas de protección religiosa» la ciencia estaba


abriéndose camino».

En lugar de la psicología mentalista tradicional, fantástica y en el fondo religiosa, el


conductismo ofrecía una psicología positivista y científica de descripciones, predicciones y
control de la conducta. Watson dejó claro el uso social del conductismo: «Podemos convertir
por encargo a cualquier hombre, comenzando desde su nacimiento, en cualquier tipo de ser
social o asocial».

LA EDAD DE ORO DE LA TEORÍA


El funcionalismo había considerado la capacidad de aprender como el criterio para
determinar si un animal tenía mente, y el conductismo no hizo sino dar aún más relevancia a
este criterio. El aprendizaje era el proceso por el cual animales y humanos se adaptaban al
entorno, por el que eran educados y podían ser moldeados por motivos terapéuticos o de
control social.

El otro gran avance de la psicología experimental en estas décadas fue la creciente


conciencia de los psicólogos acerca del método científico adecuado.

La psicología y la ciencia de la ciencia


El positivismo cambió, y sus seguidores dieron con el modo de admitir dentro de la
ciencia términos que parecían referirse a entidades no observables sin abandonar por ello el
propósito fundamental del positivismo de erradicar la metafísica del discurso humano, o por lo
menos del discurso científico.

El nuevo positivismo se denominó positivismo lógico porque unía el compromiso empirista


del positivismo con el aparato lógico de la moderna lógica formal. El positivismo lógico tenía
numerosas características, pero dos de ellas resultaron especialmente importantes para los
psicólogos: la axiomatización formal de las teorías y la definición operacional de los términos
teóricos.

Los positivistas afirmaban que el lenguaje científico tiene dos tipos de términos:

Los términos observacionales, que se referían directamente a las propiedades


observables de la naturaleza: longitud, peso, duración temporal, color, etc.

Los términos teóricos, que añadían explicaciones a las descripciones de los


fenómenos naturales. La ciencia sencillamente no podía existir sin términos como
«fuerza», «masa», «campo» o «electrón».

Los positivistas lógicos también sostenían que las teorías científicas consistían en axiomas
teóricos que relacionaban los términos teóricos entre sí.

Como el positivismo lógico había investigado la ciencia y había presentado sus resultados
de una forma lógica explícita, S. S. Stevens (1939), el psicólogo que llevó las definiciones

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operacionales a la psicología, lo llamó «la ciencia de la ciencia», el punto de vista que por fin
parecía hacer de la psicología una «ciencia natural incuestionable». La revolución del
operacionalismo ratificó la pretensión del conductismo de ser la única psicología científica,
porque sólo el conductismo era compatible con la exigencia operacionalista de que los términos
teóricos se definiesen por su conexión con términos observacionales (Stevens, 1939). En
psicología, esto significaba que los términos teóricos no podían referirse a entidades mentales,
sino sólo a clases de conducta. De ahí que la psicología mentalista no fuese científica y tuviese
que ser sustituida por el conductismo.

Dashiell (1939) señalaba que la psicología y la filosofía volvían a reunirse para desarrollar
los métodos científicos apropiados. En este «acercamiento» de la filosofía y la psicología
destacaban las ideas de los positivistas lógicos. No hay duda de que el positivismo lógico se
convirtió en la filosofía oficial de la ciencia para la psicología hasta, por lo menos, los años
sesenta.

El conductismo propositivo de Edward Chace Tolman


El problema central del conductismo era dar cuenta de los fenómenos mentales sin
invocar la mente. Al menos en sus primeros tiempos, y también más adelante en su corriente
más radical, el conductismo pretendía erradicar la mente de la psicología. La teoría motora de la
conciencia podía ser útil en estos argumentos, ya que afirmaba que los contenidos conscientes
no eran sino sensaciones de movimientos corporales, que informaban de la conducta pero sin
ser causa de ella.

El neorrealismo le proporcionó a Tolman la base de su enfoque del problema de la


mente. Tradicionalmente, las pruebas empleadas para demostrar la existencia de la mente eran
de dos tipos: el hecho de darse cuenta de la propia conciencia a través de la introspección, y la
aparente inteligencia y propositividad de la conducta.

Lo que proponía Tolman era un conductismo metodológico que aceptaba la existencia de


la conciencia pero que excluía su estudio del ámbito de la ciencia.

Tolman sostenía que el «propósito... es un aspecto objetivo de la conducta» que un


observador percibe directamente, no es una inferencia a partir de la conducta observada.
Tolman sometía la memoria al mismo análisis.

En resumen, Tolman proponía un conductismo que eliminaba la mente y la conciencia de


la psicología, como quería Watson, pero que conservaba el propósito y la cognición, no como
poderes de una mente «misteriosa» inferida de la conducta, sino como aspectos objetivos y
observables de la conducta misma. El conductismo de Tolman era «molar» más que
«molecular». Tolman, que concebía la conducta como ineludiblemente propositiva, estudiaba
actos molares, integrados, completos.

Tolman (1920) escribió que los pensamientos «pueden entenderse, desde un punto de
vista objetivo, como presentaciones internas al organismo» de estímulos que ya no están pre-
sentes. Más adelante, junto a los argumentos de que la cognición es «inmanente» a la
conducta, y no inferida, Tolman (1926) escribió que la conciencia proporciona

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«representaciones» que guían la conducta. A medida que Tolman fue desarrollando su sistema,
contó cada vez más en el concepto de representación, como veremos, convirtiéndose en un
comportamentalista inferencial comprometido con la existencia real de la mente.

En 1934 Tolman viajó a Viena, donde recibió la influencia de los positivistas lógicos,
concretamente de Rudolph Carnap, el líder del Círculo de Viena. Según la idea de psicología de
Carnap, se debería entender que los términos tradicionales de la psicología popular no se
refieren a objetos mentales, sino a procesos físico-químicos que tienen lugar en el cuerpo.

Poco después de su regreso a Estados Unidos, Tolman reformuló su conductismo


propositivo con el lenguaje del positivismo lógico. La conducta tenía que ser considerada como
una variable dependiente causada por las variables independientes ambientales e internas
(pero no mentales). La meta última del conductismo, por tanto, consiste en «enunciar la
fórmula de la función que conecta la variable dependiente [conducta]... con las variables
independientes (estímulos, herencia, formación y estados fisiológicos [como el hambre])».
Como esta meta es demasiado ambiciosa para ser alcanzada de una vez, los conductistas
introducen variables intervinientes que conectan las variables independientes y las
dependientes, dando lugar a ecuaciones que permiten predecir la conducta a partir de los
valores de las variables independientes.

Tolman (1936) amplió estas observaciones y redefinió su conductismo como


conductismo operacional. Según Tolman, el adjetivo «operacional» refleja dos características
de su conductismo:

En primer lugar, definía «operacionalmente» sus variables intervinientes, como


mandaba el positivismo lógico.

En segundo lugar, subrayaba el hecho de que la conducta es «fundamentalmente


una actividad mediante la cual el organismo... opera en su entorno» (actúa o
influye sobre él).

Hay «dos principios básicos» en el conductismo operacional:

Primero, «afirma que el objetivo último de la psicología es exclusivamente la


predicción y el control de la conducta».

Segundo, este objetivo debe alcanzarse mediante un análisis funcional de la


conducta en el que «los conceptos psicológicos... se entiendan como variables
intervinientes objetivamente definidas..., definidas de manera totalmente
operacional».

En sus escritos posteriores, Tolman habla al menos de las cogniciones como entidades
psicológicamente reales, no sólo como descripciones taquigráficas de la conducta. Así, los
«mapas cognitivos» se concebían como las representaciones del entorno que una rata o una
persona consultan para guiar la conducta inteligente hacia una meta. En los años posteriores a
su regreso de Viena, Tolman no enseñó el positivismo lógico, ni siquiera se ocupó especialmente
de él (Smith, 1986). Es posible, por lo tanto, que sus artículos de 1935 y 1936, aunque fueron

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exposiciones del conductismo metodológico que tuvieron una gran difusión, no representasen
nunca la verdadera concepción que Tolman tenía de la psicología

Por último, resulta interesante advertir que Tolman a veces parecía estar buscando a
tientas una concepción de la psicología de la que aún no se disponía, a saber, la concepción
computacional propia de la ciencia cognitiva.

El conductismo mecanicista de Clark Leonard Hull


Hull afirmó que el pensamiento, el razonamiento y otras facultades cognitivas, incluido
el aprendizaje, deberían entenderse como procesos de carácter mecánico que se podían
describir y comprender mediante la elegante precisión de las matemáticas.

Hull dejó su huella en la psicología con su teoría y sus investigaciones acerca del
aprendizaje.

Hull estaba de acuerdo con Watson en criticar la introspección y exigir objetividad, pero
rechazaba su dogmatismo. Koffka convenció a Hull de que el conductismo de Watson precisaba
mejoras de naturaleza matemática, una línea de acción que Hull estaba ya dispuesto a seguir.

El programa de Hull tenía dos componentes principales:

En primer lugar a Hull le fascinaban las máquinas y estaba convencido de que


éstas podían pensar, de modo que intentó construir máquinas capaces de
aprender y de pensar.

El otro componente de la ambición teórica de Hull era una continuación del


espíritu geométrico de Hobbes y del asociacionismo de Hume: descubrir leyes
psicológicas expresables matemáticamente

Los newtonianos habían concebido el universo físico como una máquina gobernada por
leyes matemáticas precisas. Hull simplemente pretendía hacer lo mismo en relación con los
supuestos fenómenos mentales y la conducta.

Es apropiado fechar en 1936 el giro de Hull desde el interés por las máquinas psíquicas y
las teorías formales a la preocupación exclusiva por estas últimas; Hull fue elegido entonces
presidente de la APA e intentó demostrar que la conducta propositiva podía explicarse desde
un punto de vista mecanicista utilizando un conjunto de postulados propuesto por él mismo.
La psicología podía prescindir de la conciencia, afirmó.

Como Hull prácticamente no volvió a mencionar sus «máquinas psíquicas», su


formulación de la tesis central de la ciencia cognitiva ha pasado inadvertida o ha sido
despachada como un aspecto periférico de su pensamiento. Pero es un hecho que la simulación
mecánica del pensamiento era esencial para Hull, y que dio origen a la teoría formal que le
hizo famoso e influyente.

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Hull plasmó sus postulados en una serie de libros. Su libro Los principios de la conducta
fue el que le llevó a lograr su ambición de hacerse un nombre permanente en la historia de la
psicología.

Tolman frente a Hull


Teorías enfrentadas

El conductismo propositivo de Tolman entró inevitablemente en conflicto con el


conductismo mecanicista de Hull. Tolman siempre creyó que el propósito y la cognición eran
reales, aunque su concepción de la realidad que tenían cambió con él tiempo. Por otra parte,
Hull pretendió explicar el propósito y Ia cognición como resultado de procesos mecánicos no
mentales que se podían describir mediante ecuaciones lógico-matemáticas.

Aunque Tolman y Hull diferían radicalmente en sus explicaciones concretas de la


conducta, no debemos olvidar que compartían importantes supuestos y objetivos. Ambos
querían formular teorías científicas del aprendizaje y la conducta que pudiesen aplicarse al
menos a todos los mamíferos, incluidos los seres humanos. Ambos perseguían este objetivo
común experimentando y teorizando sobre ratas, suponiendo que cualquier diferencia entre las
ratas y los humanos era trivial, y que los resultados obtenidos en los laboratorios también
servían para la conducta natural. Tanto Tolman como Hull rechazaban que la conciencia fuese el
objeto de la psicología, y defendían que la tarea de la psicología era describir, predecir y
controlar la conducta; los dos eran conductistas, concretamente conductistas metodológicos. Por
último, ambos recibieron la influencia del positivismo lógico y aparentemente lo asumieron,

La influencia relativa

Hull ejerció una influencia mucho mayor que Tolman, que no tuvo discípulos mientras
Hull, en cambio, sí los tuvo y encontró a alguien para continuar su programa, Kenneth Spence
(1907-1967).

Ya somos todos conductistas


Spence reconocía que el conductismo adoptaba numerosas formas, por lo que el término
«conductismo» era bastante escurridizo. Aun así, Spence pensaba que el conductismo había
progresado, porque los diversos neoconductismos sólo se habían separado de la formulación
inicial y bastante rudimentaria del conductismo clásico de Watson.

B. F. Skinner, un escritor convertido en psicólogo, había comenzado en 1931 a desarrollar


un conductismo radical en la línea de Watson, pero con un nuevo conjunto de conceptos
técnicos.

TRAS LA EDAD DE ORO


En 1951, Karl Lashley, otrora estudiante de Watson, atacó la teoría clásica del
encadenamiento E-R de las conductas complejas, propuesta originariamente por el propio

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Watson. Lashley defendía con argumentos fisiológicos que el encadenamiento era imposible a
causa de la transmisión relativamente lenta de los impulsos nerviosos desde el receptor al
cerebro y vuelta al efector. Lashley proponía en cambio que los organismos poseen funciones
de planificación central que coordinan conjuntos de acciones en términos de grandes unidades.

El conductismo formal en peligro


A finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, los psicólogos teóricos
emprendieron un concienzudo auto-examen en el que aplicaron los instrumentos del
positivismo lógico y del operacionalismo para desarrollar tácticas de elaboración de teorías en
psicología. Aplicaron también los criterios del positivismo y del operacionalismo a las teorías de
Hull y Tolman.

Las diversas teorías, incluidas las de Tolman, B. F Skinner, Kurt Lewin y Edwin R. Guthrie
(otro conductista), fueron criticadas de diversos modos por no cumplir los criterios positivistas
que debía reunir una buena teoría.

El conductismo radical
El conductista más conocido e influyente de todos los conductistas de renombre fue, con
diferencia, Burrhus Frederick Skinner (1904-1990). El conductismo radical skinneriano proponía
sustituir toda tradición intelectual psicológica por una psicología científica que, según el modelo
de la teoría darwinista de la evolución, buscase las causas de la conducta fuera de los seres
humanos. Skinner siguió a Watson al situar la responsabilidad de la conducta directamente en el
entorno. Para Skinner, las personas no merecen ni alabanzas ni críticas por lo que hacen. El
entorno es el que controla la conducta, de modo que el bien y el mal, si es que existen, residen
en él, no en la persona. Skinner definió tres aspectos de su trabajo: la filosofía del conductismo
radical, la ciencia del análisis experimental de la conducta, y la interpretación de la conducta
humana desde la perspectiva del conductismo radical y del análisis experimental de la
conducta.

El conductismo radical como filosofía

Para Skinner, el gran descubrimiento de Freud fue el de que gran parte de la conducta
humana tiene causas inconscientes. Sin embargo, para Skinner, el gran error de Freud fue
inventar un aparato mental (Ello, Yo y Superyó)

La explicación skinneriana de la conducta era también heredera del análisis darwiniano de


la evolución, como el propio Skinner solía indicar. Darwin afirmaba que las especies producen
constantemente rasgos que varían, y que la naturaleza actúa sobre estos rasgos seleccionando
los que contribuyen a la supervivencia y eliminando los que no. Del mismo modo, para Skinner,
el organismo produce constantemente formas diversas de conducta. Algunos de estos actos
conducen a consecuencias favorables —se ven reforzados— y otros no. Los que lo hacen son
fortalecidos, pues contribuyen a la supervivencia del organismo y son aprendidos. Los que no
son reforzados no se aprenden, desaparecen del repertorio del organismo y, al igual que las
especies débiles, acaban extinguiéndose.

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El análisis experimental de la conducta

Para Skinner, el objetivo de la psicología era analizar la conducta mediante la localización


de los determinantes específicos de conductas concretas y establecer la naturaleza exacta de
las relaciones entre la influencia antecedente y la conducta subsiguiente. El mejor modo de
hacer esto es experimentando. Así, Skinner denominó a su ciencia el análisis experimental de la
conducta.

Las contingencias de reforzamiento. Llamamos variables independientes a las


influencias antecedentes que influyen en una conducta, y variable dependiente a la conducta
que es una función de ellos. Se puede entender así que el organismo es el lugar de confluencia
de las variables, el lugar donde las variables independientes actúan conjuntamente para producir
una conducta. No hay procesos mentales interviniendo entre las variables dependientes y las
independientes, y las referencias tradicionales a entidades mentales pueden eliminarse cuando
se entiendan las variables independientes controladoras.

Skinner era watsoniano en cuanto que no quería sólo describir la conducta, sino que
también quería controlarla. De hecho, para Skinner el control era la comprobación definitiva de
la adecuación científica de las funciones —establecidas mediante la observación— que relacio-
naban las variables antecedentes y las variables conductuales. La predicción por sí sola resulta
insuficiente, porque la predicción puede ser el resultado de la correlación de dos variables
causalmente dependientes de una tercera.

En La conducta de los organismos, Skinner distinguió dos tipos de conductas aprendidas:

Skinner llamó a la primera categoría, estudiada por Pavlov, «conducta (o


aprendizaje) respondente». A esta categoría se la llama con propiedad conducta
refleja, puesto que una conducta respondente es una conducta elicitada por un
estímulo concreto, ya sea condicionado o incondicionado. En términos
generales, se corresponde con la conducta «involuntaria».

Skinner denominó a la segunda categoría «conducta (o aprendizaje) operante»,


que en términos generales se corresponde con la conducta «voluntaria». La
conducta operante no puede ser elicitada o provocada, sino que sólo es emitida
de vez en cuando. Sin embargo, la probabilidad de que se dé una conducta
operante sí puede incrementarse si su emisión va seguida de un acontecimiento
denominado refuerzo.

La conducta emitida es paralela a la variación al azar de los rasgos de las especies. El


reforzamiento del entorno sigue a unas operantes y no a otras; las primeras se fortalecen y las
otras se extinguen. La presión selectiva del entorno selecciona las respuestas favorables
mediante el proceso del aprendizaje operante, igual que las especies más aptas prosperan
mientras que otras se extinguen.

La definición que daba Skinner de la operante y de las contingencias que la controlan le


diferenciaban de otros conductistas en tres aspectos que con frecuencia no se han entendido
bien:

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En primer lugar, las respuestas operantes nunca son elicitadas o provocadas.


Skinner negaba ser un psicólogo E-R, porque esta fórmula implicaba una relación
refleja entre una respuesta y algún estímulo, una relación que sólo se da en el
caso de las conductas respondentes.

Skinner afirmaba que el organismo podía sufrir la influencia de variables que lo


controlan y que, sin embargo, no necesariamente deben considerarse estímulos.

El tercer aspecto importante de la operante tiene que ver con su definición.


Para Skinner, la conducta no era más que movimiento en el espacio, pero
Skinner se guardó bien de definir las operantes como meros movimientos. Por
lo pronto, una operante no es una respuesta, sino una clase de respuestas.

La metodología operante. Skinner también definió una metodología innovadora y


radical en su libro La conducta de los organismos:

En primer lugar, eligió una situación experimental que mantenía la fluidez de la


conducta, negándose a fragmentarla en «ensayos» arbitrarios y artificiales.

En segundo lugar, el experimentador procura ejercer el mayor control posible sobre el


entorno del organismo para poder manipular o mantener constantes las variables
independientes y observar así directamente cómo éstas modifican la conducta.

En tercer lugar, se selecciona para estudio una respuesta muy simple, aunque sea algo
artificial.

Por último, Skinner definía la tasa de respuesta como dato básico de análisis. Esta tasa se
cuantifica fácilmente, resulta atractiva como medida de la probabilidad de respuesta y se ha
demostrado que varía de acuerdo con leyes precisas en función de los cambios sufridos por las
variables independientes.

La interpretación de la conducta humana

Skinner concebía la conducta humana como una conducta animal apenas diferente de la
conducta de las ratas o las palomas que había estudiado en su laboratorio.

Skinner y el lenguaje. Conducta verbal trataba fundamentalmente de lo que suele


considerarse como lenguaje o, mejor dicho, habla. Skinner introdujo una serie de conceptos
técnicos en su tratamiento de la conducta verbal.

Un tacto es una respuesta operante verbal bajo el control estimular de determinados


componentes del entorno físico, y el uso correcto de los tactos se ve reforzado por la comunidad
verbal. El análisis skinneriano del tacto era una clara extensión del paradigma del análisis
experimental de la conducta a una situación nueva.

El último tema tratado en Conducta verbal era el pensamiento; para Skinner el


«pensamiento no es más que conducta».

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HISTORIA DE LA PSICOLOGÍA TEMA 11. EL CONDUCTISMO
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El conductismo y la mente humana: el conductismo informal


Mientras que el conductismo radical de Skinner continuaba la tradición watsoniana de
rechazar todas las causas internas de la conducta, otros conductistas alumnos de Hull y Tolman
no lo hacían. Para los psicólogos interesados en los procesos mentales superiores resultaba
evidente que las personas tenían «procesos simbólicos», la capacidad de representarse el
mundo internamente, y que las respuestas humanas eran controladas por estos símbolos en
lugar de estar directamente controladas por la estimulación externa.

Resolvieron este problema desarrollando los conceptos hullianos de mecanismo rg — eg y


de «acto estimular puro». El mecanismo rg - eg o respuesta fraccionada anticipatoria de meta
fue propuesto para dar cuenta de un tipo de error que cometían las ratas que habían
aprendido un laberinto.

El segundo de los conceptos de Hull que condujo a la teoría mediacional fue el de acto
estimular puro. Hull señalaba que algunas conductas no actuaban sobre el entorno, y pensó
que tenían lugar para proporcionar un apoyo estimular a otra conducta. Los psicólogos
neohullianos concibieron los procesos simbólicos humanos como continuaciones internas de las
cadenas E-R, del siguiente modo: E — (r - e) — R.

De este modo, los procesos cognitivos podían ser admitidos en el cuerpo de la teoría de la
conducta sin renunciar al rigor de la formulación E-R y sin inventar ningún proceso mental
exclusivamente humano.

Miller y otros colaboradores quitaron importancia a los axiomas y la cuantificación del


trabajo de Hull con animales para dar cabida a los humanos en el marco E-R, y añadieron la
mediación como una forma de hablar de la vida mental en términos más precisos que los de
Freud.

El concepto de mediación fue una respuesta creativa de los conductistas neohullianos al


reto de explicar el pensamiento humano. Aunque el conductismo mediacional era una posición
teórica importante en los años cincuenta (tal vez la más importante), al final resultó no ser más
que un puente de unión entre el comportamentalismo inferencial de los años treinta y
cuarenta y el comportamentalismo inferencial de los años ochenta: la psicología cognitiva.

EL DECLIVE DEL CONDUCTISMO

La lingüística cartesiana

Chomsky consideraba que el lenguaje era una posesión racional exclusivamente humana,
y sus ideas entraron en conflicto con los tratamientos conductistas del lenguaje.

El ataque a Conducta Verbal

La crítica fundamental de Chomsky al libro de Skinner era que todo en él era equívoco.
Chomsky atacó sistemáticamente todos los conceptos de Skinner, pero aquí nos centraremos
sólo en dos ejemplos: sus análisis del estímulo y del reforzamiento.

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Evidentemente, para cualquier conductista, definir adecuadamente los estímulos que


controlan la conducta es importante. Sin embargo, la dificultad de definir «estímulo» es notoria
para el conductismo. Chomsky señaló que afirmar que cada fragmento de conducta verbal está
sometido a un control estimular es una afirmación científicamente vacía, porque para cualquier
respuesta siempre se puede encontrar algún estímulo relevante.

Chomsky también señaló que la definición que hace Skinner del estímulo se vuelve vaga y
metafórica sin remedio cuando se utiliza fuera del riguroso entorno del laboratorio.

Idéntica crítica formula Chomsky respecto al reforzamiento. Una persona puede ser
reforzada aunque no emita respuesta alguna [pensamiento], y el "estímulo" reforzante no
tiene por qué incidir en la "persona reforzada" [reforzamiento remoto], ni siquiera necesita
existir [un autor desconocido que sigue siendo desconocido]».

La actitud de Chomsky hacia Skinner era despectiva. Su crítica aguda e implacable, junto
con su propio programa positivo, aspiraba a derrocar la psicología conductista, no a liberalizarla.
Para Chomsky el conductismo no podía ser reformado, sólo podía ser sustituido.

La influencia de Chomsky

Chomsky (1966) cree que ninguna aproximación conductista al lenguaje puede


equipararse con la infinita creatividad y flexibilidad de éste. En su opinión, esta creatividad sólo
se puede entender si se reconoce que el lenguaje es un sistema regido por reglas. Chomsky
afirma que el lenguaje humano no se entenderá hasta que la psicología describa las reglas de la
gramática, es decir, las estructuras mentales que subyacen al habla y al acto de escuchar el
habla.

Chomsky ha propuesto una teoría innatista de la adquisición del lenguaje para


acompañar su teoría formal del lenguaje adulto como algo regido por reglas. Chomsky propone
que los niños poseen un dispositivo de adquisición del lenguaje biológicamente dado que guía la
adquisición de su lengua materna entre los dos y los doce años aproximadamente. Chomsky cree
que es el lenguaje mismo, y no la capacidad más general de pensar, lo que es una característica
específicamente humana.

La mente, rechazada por Watson en 1913, había vuelto a la psicología traída por alguien
ajeno su ámbito propio, Noam Chomsky. El énfasis de Chomsky en la naturaleza del lenguaje
como algo gobernado por reglas contribuyó a la formación de las teorías del procesamiento de la
información posteriores, que afirman que toda la conducta está gobernada por reglas.

La erosión de los cimientos spencerianos: los límites del aprendizaje animal


Al tiempo que Chomsky atacaba el conductismo desde fuera, los fundamentos del
conductismo se estaban desmoronando desde dentro.

Las pruebas acumuladas en los años sesenta demostraban que las leyes del aprendizaje
descubiertas en ratas y palomas no eran generales, y que existían límites importantes en cuanto a
qué y cómo aprenden los animales, unos límites impuestos por la historia evolutiva del animal.

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A lo largo de su amplia experiencia entrenando muchas especies para llevar a cabo con-
ductas poco comunes, los Breland se encontraron con casos en los cuales los animales no se
comportaban como debían. En 1961 informaron de estos problemas en un artículo que
titularon «The Misbehavior of Organisms» [La mala conducta de los organismos. Los Breland
informaron de que habían descubierto muchos casos de animales «atrapados por fuertes
conductas instintivas» que se imponían a las conductas aprendidas. Claramente, estaban
cuestionando los supuestos paradigmáticos del conductismo a la luz de las anomalías
experimentales.

Los Breland identificaron tres de estos supuestos:

El animal es prácticamente una tabula rasa.

Las diferencias entre las especies son insignificantes.

Todas las respuestas son aproximadamente igual de susceptibles de ser


condicionadas a todos los estímulos».

García estudió lo que denominó «náusea condicionada», una forma de condicionamiento


clásico; parece que la evolución pone límites en lo que respecta a qué estímulos pueden
asociarse con qué respuestas.

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