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Historia moderna de la Deuda. De Martínez de Hoz a default de 2001.

En 1976 la Argentina debía aproximadamente 7.500 millones de dólares. Al final de la dictadura


militar la cifra ascendía a 45.000 millones de billetes verdes. Esta multiplicación escandalosa se
explicaba, en parte, por la decisión adoptada por el entonces presidente del Banco Central,
Domingo Cavallo, de asumir en nombre del estado las deudas de grandes grupos económicos
privados, lo que se conoció como la famosa “estatización de la deuda” en 1982. Algunos de estos
grupos eran: Citibank, Celulosa Argentina, Loma Negra, Acindar, Alpargatas, Pérez Companc,
Bridas, Aluar, Cogasco, IBM, entre otras grandes empresas multinacionales y “nacionales”. En esa
lista de empresas privadas que transfirieron sus pasivos al conjunto de la sociedad, se destacan
Socma y Sevel, propiedad de Franco Macri, padre del actual presidente.

Al menos la mitad de la deuda externa era en realidad deuda privada estatizada. La otra parte era
deuda que había ingresado como crédito a empresas públicas, como YPF o Aerolíneas Argentinas,
pero que en lugar de ser utilizadas para inversiones que expandan la capacidad de dichas
empresas, fueron a parar a las arcas del Banco Central y se consumieron en el financiamiento a la
fuga de capitales y de importaciones.

Este procedimiento de endeudamiento del Estado por un gobierno de facto haciendo cargo al
conjunto de la sociedad de deudas privadas de grandes empresas y de utilización de empresas
públicas para negocios financieros, generó una causa judicial llevada a cabo por Alejandro Olmos
en donde se denunciaba el carácter ilegítimo e ilegal del proceso de endeudamiento. El 10 de
diciembre de 1983 Raúl Alfonsín asumió diciendo en su discurso que no se iba a pagar la deuda
externa con el hambre del pueblo. Envió al Congreso la iniciativa para crear una comisión
bicameral para realizar una investigación sobre el origen de la deuda, cosa que nunca prosperó. El
Banco Central creó un equipo para investigar las cuentas y detectar las irregularidades en la
contabilidad de la entidad monetaria, pero en 1986 el director de Deuda Externa del Banco Central
decidió anular la investigación. Ese funcionario se llamaba Carlos Melconian, actual presidente del
Banco Nación y uno de los principales asesores económicos del presidente Mauricio Macri.

Sobre finales de la década de 1980, el peso de los intereses de la deuda externa se había tornado
bastante asfixiante. Llamativamente eran muchos los países de América Latina que durante las
dictaduras militares de los setenta y ochenta se habían sobre-endeudado, por lo que el caso
Argentino no constituía ninguna particularidad, pese a que siempre nos quieren convencer de una
supuesta obstinación criolla con el incumplimiento de los contratos. El primer país en entrar en
crisis de deuda fue México en 1982 y frente a esto el Gobierno de los Estados Unidos ideó un plan
formulado por su Secretario del Tesoro, un tal Nicholas Brady.

El programa consistía en un canje de refinanciación de la deuda, que sería comprada y luego


revendida por un grupo de grandes bancos internacionales. La deuda externa total Argentina
sumaba para ese entonces unos 63 mil millones de dólares. El plan financiero fue ideado por la JP
Morgan a pedido de quién había sido nombrado Ministro de Economía, nuevamente el Dr.
Domingo Cavallo. Pero la tutela de la operación fue del FMI, quien exigió a cambio del rescate
financiero a nuestro país algunas medidas de política económica entre las que se destacan:
privatización de empresas públicas y del sistema previsional, reformas impositivas, política
antiinflacionaria y de superávit fiscal, achicamiento del Estado. Si la Argentina cumplía con ese
plan – ¡y lo cumplió con creces! – la promesa era el “acceso a los mercados financieros
internacionales”.

El resultado es bastante conocido. La nueva deuda se usó para financiar fuga de capitales y la
apertura indiscriminada de las importaciones. Como consecuencia hacia el año 2000 el peso de los
pagos de intereses era cada vez más insostenible y representaban más del 20% del presupuesto
nacional. El diario Clarín titulaba “El estado paga más intereses de la deuda que salarios públicos”.

El gobierno de De La Rua anunció primero el Blindaje, un canje que asumía más deuda a cambio de
mayores recortes fiscales y luego cuando ya todos los planes habían fracasado volvió a convocar a
la persona que el establishment consideraba que podía resolver este problema. ¿De quién se
trataba? Domingo Cavallo una vez más. Junto a su vice ministro Federico Sturzenegger (actual
presidente del Banco Central) idearon el Megacanje, un plan armado por otro secretario del
Tesoro. Se trataba de un ambicioso refinanciamiento a mayores plazos y mayores tasas, operado
por siete bancos (Francés, Santander, Galicia, Citigroup, HSBC, JP Morgan y Credit Suisse First
Boston) por el que cada uno cobró U$S 150 millones en concepto de comisiones, lo que convirtió
en esa operación en una causa judicial por estafa.

El plan fracasó junto al gobierno en funciones. Todo el plan de refinanciación eterna de la deuda y
el endeudamiento para pagar más deuda se basaba, según los expertos en finanzas y los medios
de comunicación, en el supuesto apocalipsis que representaría para la Argentina entrar en default.
Nos caíamos del mundo, se decía. Sin embargo el 24 de diciembre de 2001, el presidente
provisional Adolfo Rodriguez Saa declaró la cesación de pagos. Para ese entonces la deuda pública
externa ya alcanzaba un valor de U$S 144.500 millones.

En el año 2000 el Juez Ballestero dio fin a la causa Olmos iniciada en 1982 y estableció claramente
que en opinión del tribunal la deuda externa argentina tenía un carácter ilegal e ilegítimo, no sólo
por su origen en la dictadura sino por las irregularidades cometidas en las sucesivas
refinanciaciones en democracia. La consigna más popular en las grandes movilizaciones de la
época era “No al pago de la deuda externa”. Como decía el propio Olmos, “Las deudas se pagan,
las estafas no”. El juez Ballesteros encomendó al Congreso de la Nación, formar una comisión
bicameral para investigar la deuda. Esto hubiera posibilitado repudiar los componentes ilegítimos
de la deuda con argumentos jurídicos y negarse a seguir pagando una estafa. Nunca se hizo.

Del default de 2001 a los buitres.

La deuda defaulteada era la contraída con acreedores privados. El gobierno de Néstor Kirchner,
junto al Ministro de Economía Roberto Lavagna, encaró el famoso canje en el año 2005. Argentina
perdió allí una gran oportunidad, la de tomar el caso Olmos y el fallo del Juez Ballesteros y encarar
una auditoría de la deuda para distinguir sus componentes ilegítimos. Es de sentido común que las
deudas deben pagarse, pero también es de sentido común denunciar y no pagar una deuda que
no fue contraída o que fue mediada por una estafa.
En lugar de encarar este camino, el gobierno de entonces eligió realizar un canje que supuso
reconocer legitimidad al conjunto de la deuda defaulteada. De los 103 mil millones de dólares en
cesación de pagos, el gobierno ofreció un canje por 35 mil millones, es decir de una quita muy
significativa. Aunque contaba con algunas compensaciones como el “Cupón PBI”, de todos modos
se trataba de una rebaja importante.

En 2005 el 76% de los bonistas ingresaron al canje y luego en una reapertura en 2010 lo hicieron
un 16% restante, conformando el total del 92,4% de bonistas reestructurados. Quienes quedaron
afuera, los llamados Holdouts constituyen el 7,6% que quedó afuera de los canjes. La Argentina
encaró en este período lo que dio a llamar una política de desendeudamiento. Esta consistió en el
canje y el pago sistemático de los intereses de la deuda externa durante todos estos años sin
realizar la mencionada auditoría.

Aquí entran en acción los “fondos buitres”. La estrategia de estos fue comprar bonos argentinos
en default a precios de migaja para luego reclamar la totalidad del valor, por eso no aceptaron
entrar al canje de la deuda que les hubiera implicado una quita parcial. Así es como por ejemplo el
especulador Paul Singer, adquirió bonos defaulteados de la Argentina por U$S 48,7 millones y
reclamó a la Argentina cobrar U$S 832 millones, obteniendo una ganancia de 1608%. Es decir, y
esto debe quedar muy claro, Paul Singer nunca le prestó plata a la Argentina. Jamás, ni un solo
dólar, y sin embargo según la justicia norteamericana le debemos miles de millones. Los fondos
buitres se aprovechan de los quebrantos de los países para sacarles el mayor jugo posible, todo sin
moverse de su escritorio en Wall Street. Otra vez, ¿deuda o estafa?

A fines de 2012 el juez Griesa dictó sentencia contra la Argentina por U$S 1.333 millones más
intereses a pagarle a estos fondos. El gobierno argentino apeló pero en 2013 la cámara de
apelaciones sostuvo la sentencia original. La Argentina volvió a apelar y finalmente en junio de
2014 la Corte Suprema de los EEUU decidió no tomar el caso y por ende dejar firme la sentencia
de Griesa. El juez decidió embargar cualquier pago que la Argentina haga, para obligar al país a
ejecutar la sentencia, y por ende la Argentina ingresó en lo que se denominó en su momento
“default técnico”, en una situación insólita en la cual un país quiere pagar a sus acreedores pero
un juez se lo impide. Tras el reclamo de los fondos buitres, todo el resto de los acreedores que no
entraron al canje (es decir ese 7,6%) reclamaron también el pago de la totalidad de la deuda con lo
cual el monto exigido se incrementó a U$S 12.000 millones. Es esa cifra la que el actual gobierno
nacional pretende pagar en su totalidad.

Hoy la Argentina se encuentra debatiendo la conveniencia de pagarle a los buitres para reiniciar el
ciclo de endeudamiento. El argumento es que “normalizando” la deuda se podrá acceder a nuevos
créditos. La promesa es siempre la misma desde 1824: el acceso al financiamiento internacional
con el objetivo de desarrollar el país. A pocos meses del bicentenario, conviene preguntarnos:
¿Fue la deuda externa un instrumento útil para el desarrollo? ¿O fue en cambio la causa del atraso
de nuestro país? ¿Es el endeudamiento un camino para lograr una sociedad más justa? ¿O por el
contrario es lo que nos produjo los padecimientos populares en estos dos siglos?
Este debate no es nuevo. Tiene más de 200 años, en donde seguimos discutiendo si queremos ser
una nación libre, soberana e igualitaria o entregarnos al desgobierno global de un sistema
financiero cada vez más voraz e inhumano. La memoria histórica en estos debates puede ser una
herramienta poderosa si se torna conciencia en el seno del pueblo.

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