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LA INSPIRACIÓN DIVINA DE LA BIBLIA

Arthur W. Pink

Escribo cariñosamente este libro a mi querido padre y

mi madre, en reconocido agradecimiento por el hecho

de que desde niño me enseñaron a venerar las Sagra-

das Escrituras.

1
CONTENIDO

INTRODUCCIÓN ...................................................... 4

CAPÍTULO UNO ..................................................... 22

CAPÍTULO DOS ..................................................... 37

CAPÍTULO TRES.................................................... 46

CAPÍTULO CUATRO............................................... 72

CAPÍTULO CINCO.................................................112

CAPÍTULO SEIS ....................................................133

CAPÍTULO SIETE .................................................189

CAPÍTULO OCHO .................................................206

CAPÍTULO NUEVE ................................................240

CAPÍTULO DIEZ ...................................................257

CAPÍTULO ONCE ..................................................266


2
CAPÍTULO DOCE .................................................278

CAPÍTULO TRECE ................................................296

CAPÍTULO CATORCE ...........................................319

3
INTRODUCCIÓN

El cristianismo es la religión de un libro. El cristia-

nismo se basa en la roca inexpugnable de la Sagrada

Escritura. El punto de partida de toda discusión doc-

trinal debe ser la Biblia. Sobre el fundamento de la ins-

piración divina de la Biblia, se levanta o cae todo el

edificio de la verdad cristiana. “Si fueren destruidos los

fundamentos, ¿Qué ha de hacer el justo?” (Salmo

11:3). Ríndase al reconocimiento de la inspiración ver-

bal de la Biblia y quedarás como un barco sin timón en

un mar tormentoso, a la merced de cada viento que

sopla. Niega que la Biblia sea, sin ningún tipo de cali-

ficación, la misma Palabra de Dios, y te quedarás sin


4
ningún estándar de medida y sin ninguna autoridad

suprema. Es inútil discutir cualquier doctrina ense-

ñada por la Biblia, hasta que esté preparado para re-

conocer, sin reservas, que la Biblia es el tribunal de

apelación final. Si concede que la Biblia es una revela-

ción y comunicación divina de la mente y la voluntad

de Dios para los seres humanos, y tienes un punto de

partida fijo desde el cual se puede avanzar en el domi-

nio de la verdad. Si concede que la Biblia (en sus ma-

nuscritos originales) es inerrante e infalible y llegarás

al lugar donde el estudio de su contenido será práctico

y rentable para tu vida. Es imposible sobreestimar la

importancia de la doctrina de la inspiración divina de


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las Escrituras. Este es el centro estratégico de la teolo-

gía cristiana, y debe ser defendido a toda costa. Es el

punto en el que nuestro enemigo satánico está cons-

tantemente lanzando sus batallones infernales. Aquí

fue donde hizo su primer ataque. En el Edén preguntó:

“¿Conque Dios os ha dicho?” Y hoy está siguiendo las

mismas tácticas. A lo largo de los siglos, la Biblia ha

sido el objeto central de sus asaltos. Cada arma dispo-

nible en el arsenal del diablo ha sido empleada, en sus

esfuerzos decididos e incesantes para destruir el tem-

plo de la verdad de Dios. En los primeros días de la era

cristiana, el ataque del enemigo se hizo abiertamente,

siendo la hoguera el principal instrumento de


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destrucción, pero, en estos últimos días, el asalto se

realiza de una manera más sutil y proviene de un sec-

tor más inesperado. El origen divino de las Escrituras

ahora se disputa en nombre de las “Becas” y de la

“Ciencia”, y esto, también, por aquellos que profesan

ser amigos y campeones de la Biblia. Gran parte del

aprendizaje y la actividad teológica de este tiempo, se

concentran en el intento de desacreditar y destruir la

autenticidad y la autoridad de la Palabra de Dios, y el

resultado es que miles de cristianos nominales están

sumidos en un mar de dudas. Muchos de los que son

pagados para permanecer en nuestros púlpitos y de-

fender la Verdad de Dios, son ahora los mismos que se


7
dedican a sembrar las semillas de la incredulidad y

destruir la fe de aquellos a quienes ministran. Pero es-

tos métodos modernos no serán más exitosos en sus

esfuerzos por destruir la Biblia, que los empleados en

los primeros siglos de la era cristiana. De la misma ma-

nera, que los pájaros podrían intentar demoler la roca

de granito de Gibraltar picoteándola con sus picos:

“Para siempre, oh Jehová, Permanece tu palabra en los

cielos” (Salmo 119:89). Ahora la Biblia no teme a la in-

vestigación. En lugar de temerla, la Biblia corteja y

desafía la consideración y el examen más cuidadoso y

profundo. Cuanto más se la conozca, cuanto más se la

lea, más cuidadosamente se la estudie, más sin reserva


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alguna, se recibirá como la Palabra de Dios. Los cris-

tianos no son una compañía de fanáticos entusiastas.

No son amantes de los mitos y fábulas. No están an-

siosos por creer un engaño. No desean que sus vidas

sean moldeadas por una superstición vacía y sin sen-

tido. No desean confundir la alucinación y fantasía con

la inspiración. Si están equivocados, desean ser corre-

gidos. Si son engañados, quieren desilusionarse. Si se

equivocan, desean ser corregidos. La primera pregunta

que debe responder el lector reflexivo de la Biblia es:

¿Qué importancia y valor debo atribuir al contenido de

las Escrituras? ¿Fueron los escritores de la Biblia tan-

tos fanáticos conmovidos por el frenesí oracular?


9
¿Fueron meramente inspirados, poética e intelectual-

mente elevados? ¿Fueron ellos, como afirmaban ser, y

como las Escrituras lo afirman que fueron, movidos

por el Espíritu Santo para actuar como la voz de Dios

en un mundo pecador? ¿Fueron los escritores de la Bi-

blia inspirados por Dios de una manera que ningún

otro ser humano lo fue en ninguna otra época del

mundo? ¿Fueron invertidos y dotados con el poder de

revelar misterios y señalar a los seres humanos hacia

arriba y hacia el futuro, a lo que de otro modo hubiera

sido un futuro impenetrable? Uno puede apreciar fá-

cilmente el hecho de que la respuesta a estas pregun-

tas es de suma importancia. Si la Biblia no está


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inspirada en el sentido más estricto de la palabra, en-

tonces no tiene ningún valor, porque dice ser la Pala-

bra de Dios, y si sus afirmaciones son espurias, enton-

ces sus declaraciones no son confiables y su contenido

no es confiable. Si, por otro lado, se puede demostrar

a satisfacción de todo investigador imparcial que la Bi-

blia es la Palabra de Dios, inerrante e infalible, enton-

ces tenemos un punto de partida desde el cual pode-

mos avanzar hacia la conquista de toda verdad. Un li-

bro que dice ser una revelación divina, una afirmación

que, como veremos, está respaldada por las credencia-

les más convincentes, no puede ser rechazada o des-

cuidada sin un grave peligro para el alma. La verdadera


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sabiduría no puede negarse a examinarla con cuidado

e imparcialidad. Si las afirmaciones de la Biblia están

bien fundamentadas, entonces el estudio orante y dili-

gente de las Escrituras se vuelve de suma importancia

para el ser humano: Tiene un reclamo sobre nuestra

vida y tiempo que nada más lo tiene, y junto a ello, todo

en este mundo pierde su brillo y se hunde en la abso-

luta insignificancia. Si la Biblia es la Palabra de Dios,

entonces trasciende infinitamente en valor a todos los

escritos de los seres humanos, y en proporción exacta

a su inconmensurable superioridad a las producciones

humanas, tal es nuestra responsabilidad y deber de

darle la consideración más reverente y seria. Como la


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revelación divina que es, la Biblia debe ser estudiada,

sin embargo, este es el único tema sobre el cual la cu-

riosidad humana no desea ninguna información. En

cualquier otra esfera, el ser humano empuja sus inves-

tigaciones, pero del Libro de los libros es descuidado, y

esto, no solo por los ignorantes y analfabetos, sino

también por los sabios de este mundo. El culto admi-

rador se jactará de su conocimiento de los sabios de

Grecia y Roma, sin embargo, sabrá muy poco o nada

de Moisés y los profetas, de Cristo y sus apóstoles. Pero

el descuido general de la Biblia verifica que, las Escri-

turas son Divinas y ofrece una prueba adicional de su

autenticidad y veracidad. El desprecio con el que se


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trata a la Biblia demuestra que la naturaleza humana

es exactamente como la Palabra de Dios la representa,

caída y depravada, y es una evidencia inequívoca de

que la mente carnal es enemistad contra Dios. Si la

Biblia es la Palabra de Dios; si se encuentra en un

plano infinitamente exaltado, sola en su excelencia; si

es inconmensurable y trasciende a todas las grandes

producciones del genio humano; entonces, natural-

mente deberíamos esperar y encontrar que tiene cre-

denciales únicas, que hay marcas internas que prue-

ban que es la obra de Dios, que hay evidencia conclu-

yente para demostrar que su Autor es sobrehumano,

Divino. Que estas expectativas se cumplan, ahora nos


14
esforzaremos por demostrarlo; que no hay ninguna ra-

zón para que alguien dude de la inspiración divina de

las Escrituras, es el propósito de este libro para demos-

trar. Al examinar el mundo natural, encontramos in-

numerables pruebas de la existencia de un Creador

personal, y el mismo Dios que se manifestó a través de

Sus obras también reveló Su sabiduría y voluntad a

través de Su Palabra. El Dios de la creación y el Dios

de la revelación escrita son Uno solo, y hay argumentos

irrefutables para demostrar que el Todopoderoso que

hizo los cielos y la tierra también es el Autor de la Bi-

blia. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil

para enseñar, para redargüir, para corregir, para


15
instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea

perfecto, enteramente preparado para toda buena

obra” (2 Timoteo 3:16-17). El punto de partida en el

crecimiento cristiano es tener una firme convicción

respecto a la inspiración y autoridad de la Biblia. En

este libro quiero dar razones sólidas para tener esta

seguridad. Créame que este es el punto de partida. Sin

esto usted no tendrá ningún progreso sólido. El ser hu-

mano sólo tiene tres problemas. Una vez, en un avión,

estaba buscando un periódico en la sección de revistas;

allí me encontré con un hombre, que me preguntó qué

tipo de periódico estaba buscando. Con franqueza le

respondí que estaba buscando un periódico


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conservador. Mirándome de arriba abajo, el hombre

dijo: Yo estoy buscando un periódico liberal. Le pre-

gunté a qué se dedicaba, y me respondió que era abo-

gado. Al hacerme la misma pregunta le dije que era un

pastor. Como quería saber sobre qué leía yo, le dije que

leía libros, diarios y periódicos, pero que sobre todo leía

la Biblia. ¿No lee usted algo más amplio que eso? Pre-

guntó. En realidad, no. ¿Usted le habla a la gente?

Todo el tiempo. Bien, entonces ¿cómo puede saber las

necesidades y los problemas de las personas si no lee

algo más amplio que eso? Dijo él. El hombre tiene sólo

tres problemas: el pecado, el sufrimiento y la muerte,

le respondí. No, hay más problemas que esos, refutó.


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De acuerdo, respondí. Piense al respecto y dígame un

cuarto problema. Después de pensar por un rato, él

dijo: El hombre tiene tres problemas. En realidad,

cualquier otro problema en el mundo es un subpro-

ducto del pecado, el sufrimiento y la muerte; y la Biblia

es el único libro en la Tierra que tiene la respuesta a

cada uno de estos tres aspectos. Por esta razón es im-

portante que usted entienda y tenga una convicción

tan firme como una roca sobre el hecho de que la Biblia

es la Palabra de Dios. No es el libro del mes; es el libro

de las edades. Hay una guerra contra la Biblia. El dia-

blo odia este libro y quiere destruirlo. Muchos lo des-

precian, otros lo niegan, otros lo distorsionan y


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tuercen, lo emplean mal y aun abusan de él. Pero creo

que el peor enemigo de la Biblia es el cristiano que la

ignora o descuida, y apenas si habla de ella. A estos los

ha unido Dios, y el hombre no puede separarlos: “Polvo

en la Biblia y sequedad en el corazón”. He estado sir-

viendo al Señor por mucho tiempo, y lo que me hace

perseverar es la verdad y la convicción. Esta convicción

no se basa en mis sentimientos, sino en lo que yo sé

que es verdad. Los sentimientos vienen y van, pero la

Palabra de Dios nunca fluctúa. ¿Por qué es esto tan

importante? Su salvación depende de entender el men-

saje del evangelio que está en la Biblia. Su seguridad

depende de descansar en la verdad de la Biblia. Su


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crecimiento espiritual depende de vivir de acuerdo a los

principios de la Biblia. Su poder para testificar de-

pende de la confianza que usted tenga en la Palabra de

Dios. Por consiguiente, usted debe estar completa-

mente seguro de que la Biblia es la Palabra de Dios.

Quisiera darle principios que han afianzado en mí esta

certeza. Permítame decirle que más allá de cualquier

argumento objetivo está la dulce afirmación del Espí-

ritu Santo en mi corazón respecto a la Palabra de Dios.

Jesús dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y

me siguen” (Juan 10:27). Analice conmigo las siguien-

tes afirmaciones respecto a la inspiración de la Biblia.

Ahora presentaremos a la atención crítica de nuestros


20
lectores algunas de las líneas de demostración que de-

fienden la Inspiración Divina de la Biblia.

21
CAPÍTULO UNO

HAY UNA PRESUNCIÓN A FAVOR DE LA BIBLIA

Este argumento puede ser simple y tersamente expre-

sado así: El ser humano necesitaba una revelación di-

vina expresada en lenguaje humano. Dios había dado

previamente al ser humano una revelación de sí mismo

en sus obras creadas, que los seres humanos quieren

llamar “naturaleza”, ya que da un testimonio inconfun-

dible de la existencia de su Creador, y aunque se revela

lo suficiente de Dios para hacer que todos los seres hu-

manos sean sin excusa, sin embargo, la creación no

presenta una revelación completa del carácter de Dios.

La creación revela la sabiduría y el poder de Dios, pero


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nos da una presentación muy imperfecta de su miseri-

cordia y amor. La creación está ahora bajo la maldi-

ción; está en un estado de imperfección, porque ha sido

estropeada por el pecado; por lo tanto, una creación

imperfecta no puede ser un medio perfecto para revelar

a Dios; y por lo tanto, también, el testimonio de la crea-

ción es contradictorio. En la primavera del año, cuando

la naturaleza se pone su túnica más hermosa y vemos

el hermoso follaje del campo y escuchamos las felices

canciones de los pájaros, no tenemos dificultad en in-

ferir que un Dios amable está gobernando nuestro

mundo. Pero, ¿qué pasa con el cruel invierno, cuando

el campo está desolado y los árboles están sin hojas y


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desamparados, cuando una nube de muerte parece es-

tar descansando sobre todo? Cuando nos paramos

junto a la orilla del mar y vemos la puesta de sol enro-

jeciendo las plácidas aguas en una tranquila víspera,

no dudamos en atribuir la imagen a la mano del Artista

Divino. Pero cuando nos paramos en la misma orilla

del mar en una noche tormentosa, escuchamos el ru-

gido de los rompeolas y el aullido del viento, vemos los

barcos que luchan con las olas implacables y furiosas,

escuchamos los gritos desgarradores de los marineros

mientras caen en el terrible mar, entonces, estamos

tentados a preguntarnos si, después de todo, un Dios

misericordioso está al timón de la creación. Cuando


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uno camina por el Gran Cañón o se para frente a las

Cataratas del Niágara, la mano y el poder de Dios pa-

recen muy evidentes para nosotros; pero, cuando uno

es testigo de las desolaciones del terremoto de San

Francisco o los efectos mortíferos de las erupciones

volcánicas del Monte Vesubio, nuevamente está per-

plejo y confuso. En una palabra, entonces, el testimo-

nio de la naturaleza es contradictorio y, como hemos

dicho, esto se debe al hecho de que el pecado ha en-

trado y estropeado la obra original de Dios. La creación

muestra los atributos naturales de Dios, pero nos dice

poco o nada de sus perfecciones morales. La natura-

leza no conoce el perdón y no muestra misericordia, y


25
si no tuviéramos otra fuente de información, nunca

descubriríamos el hecho de que Dios perdona a los pe-

cadores. Entonces el ser humano necesita una revela-

ción escrita de Dios. Nuestras limitaciones y nuestra

ignorancia revelan nuestra necesidad. El ser humano

está en la oscuridad con respecto a Dios. Borre la Bi-

blia de la existencia y ¿qué debemos saber sobre su

carácter, sus atributos morales, su actitud hacia noso-

tros o sus demandas sobre nosotros? Como hemos

visto, la naturaleza no es más que un medio imperfecto

para revelar a Dios. Los antiguos tenían la misma na-

turaleza antes que nosotros, pero ¿qué descubrieron

de su carácter? ¿Qué conocimiento del Único Dios


26
Verdadero alcanzaron? El capítulo diecisiete de los He-

chos responde a esa pregunta. Cuando el apóstol Pablo

estaba en la famosa ciudad de Atenas, famosa por su

cultura filosófica y de aprendizaje, descubrió un altar,

en el que estaban inscritas las siguientes palabras, “Al

Dios desconocido”: “Entonces Pablo, puesto en pie en

medio del Areópago, dijo: Varones atenienses, en todo

observo que sois muy religiosos; porque pasando y mi-

rando vuestros santuarios, hallé también un altar en

el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONO-

CIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es

a quien yo os anuncio” (Hechos 17:22-23). La misma

condición prevalece hoy. Visite aquellas tierras que


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nunca han sido iluminadas por la luz de las Sagradas

Escrituras y se descubrirá que sus pueblos no saben

más sobre el carácter del Dios Viviente que los antiguos

egipcios y babilonios. El ser humano está en la oscuri-

dad con respecto a sí mismo. ¿De dónde soy? ¿Qué soy

yo? ¿Soy algo más que un animal con razonamiento?

¿Tengo un alma inmortal o no soy nada más que un

ser sensible? ¿Cuál es el propósito de mi existencia?

¿Por qué estoy aquí en este mundo? ¿Cuál es el fin y el

objetivo de la vida? ¿Cómo emplearé mi tiempo y ta-

lento? ¿Debo vivir solo para hoy, comer, beber y ser

feliz? ¿Qué pasa después de la muerte? ¿Perezco como

las bestias del campo, o es la tumba el portal para otro


28
mundo? Si es así, ¿a dónde estoy obligado a ir? ¿Estas

preguntas parecen sin sentido e irrelevantes? Aniquila

las Escrituras, elimina toda la luz que han arrojado so-

bre estos problemas humanos, y ¿a dónde nos dirigi-

remos para encontrar una solución efectiva? Si la Bi-

blia nunca se hubiera escrito, ¿cuántas de estas pre-

guntas podrían haberse respondido satisfactoria-

mente? El famoso pero escéptico historiador Gibbon,

dio un testimonio muy sorprendente de la necesidad

del ser humano de una revelación divina. Él comentó:

“Dado que, por lo tanto, los esfuerzos más sublimes de

la filosofía no pueden extenderse más allá de lo débil

para señalar el deseo, la esperanza o, a lo sumo, la


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probabilidad de un estado futuro, no hay nada más

que una revelación Divina que pueda determinar la

existencia y describir la condición de un lugar invisible

que está destinado a recibir las almas de los seres hu-

manos después de su separación del cuerpo”. Nuestras

experiencias revelan nuestra necesidad. Hay proble-

mas que enfrentar que nuestra sabiduría es incapaz de

resolver; hay obstáculos en nuestro camino que no te-

nemos forma de superar; existen enemigos a los que

no podemos vencer. Tenemos una gran necesidad de

consejo, fortaleza y coraje. Hay pruebas y tribulaciones

que vienen a nosotros, poniendo a prueba los corazo-

nes de los más valientes y fuertes, y necesitamos


30
consuelo y alegría. Hay penas y aflicciones que aplas-

tan nuestros espíritus y necesitamos la esperanza de

la inmortalidad y la resurrección. Nuestra vida corpo-

rativa revela nuestra necesidad. ¿Qué es gobernar y re-

gular nuestros tratos uno con el otro? ¿Hará cada uno

lo que es correcto ante sus propios ojos? Eso destruiría

toda la ley y el orden. ¿Elaboramos algún código moral,

algún estándar ético? ¿Pero quién lo diseñaría? Las

opiniones de los seres humanos varían. Necesitamos

un tribunal de apelación final: Si no tuviéramos la Bi-

blia, ¿dónde deberíamos encontrarlo? Entonces el ser

humano necesita una revelación divina; Dios puede

suplir esa necesidad; por lo tanto, ¿no es razonable


31
suponer que lo hará? ¡Seguramente Dios no se burlará

de nuestra ignorancia y no nos dejará a tientas en la

oscuridad! Si es más difícil creer que el universo no

tuvo un creador, entonces no es más fácil creer que “en

el principio Dios creó los cielos y la tierra”; si es un

mayor impuesto sobre nuestra fe suponer que el cris-

tianismo con todos sus gloriosos triunfos está sin un

Fundador Divino, entonces no es más fácil creer que

descansa sobre la Persona del Señor Jesucristo; enton-

ces, ¿no exige también más credulidad humana imagi-

nar que el Único Dios dejaría a la humanidad sin una

comunicación inteligible de sí mismo, que creer que la

Biblia es una revelación del Creador a sus criaturas


32
caídas y errantes? Si hay un Dios personal (y nadie

más que un “necio” negará su existencia), y si somos

las obras de sus manos, seguramente no nos dejará en

duda acerca de los grandes problemas que tienen que

ver con nuestro estado temporal, espiritual y bienestar

eterno. Si un padre terrenal aconseja a sus hijos e hijas

sobre sus problemas y perplejidades durante su vida,

les advierte de los peligros y riesgos de la vida que ame-

nazan su bienestar; les aconseja con respecto a su bie-

nestar diario y les hace conocer sus planes y propósitos

con respecto a su futuro, ¡seguramente es increíble su-

poner que nuestro Padre Celestial haría menos por Sus

hijos! A menudo no estamos seguros de cuál es el


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camino correcto a seguir; frecuentemente tenemos du-

das sobre el verdadero camino del deber; estamos

constantemente rodeados por los ejércitos de la mal-

dad que buscan lograr nuestra caída; y diariamente

nos enfrentamos a experiencias que nos ponen tristes

y afligidos. Los más sabios de entre nosotros necesitan

orientación, que nuestra propia sabiduría no puede

proporcionar; los mejores de la humanidad necesitan

la gracia que el corazón humano es incapaz de otorgar;

los más refinados entre los hijos de los hombres nece-

sitan liberarse de las tentaciones que no pueden ven-

cer. ¿Se burlará Dios de nosotros en nuestra necesi-

dad? ¿Nos dejará Dios solos en la hora de nuestra


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debilidad? ¿Se negará Dios a proporcionarnos un refu-

gio de nuestros enemigos? El ser humano necesita un

consejero, un consolador, un libertador. El hecho

mismo de que Dios tiene el respeto de un Padre por

Sus hijos, requiere que Él les dé una revelación escrita

que comunique Su mente y voluntad sobre ellos y que

los señale a Aquel que está dispuesto y es capaz de

suplir todas sus necesidades. Para resumir este argu-

mento. El ser humano necesita una revelación divina;

sólo Dios puede suministrar una; ¿No es, por lo tanto,

razonable suponer que lo hará? Hay, entonces, una

presunción a favor de la Biblia. ¿No es más razonable

creer que aquel cuyo nombre y naturaleza es Amor, nos


35
proporcionará una lámpara para nuestros pies y una

luz para nuestro camino, que dejarnos andar a tientas

en medio de la oscuridad de un mundo caído y arrui-

nado?

36
CAPÍTULO DOS

LA FRESCURA PERENNE DE LA BIBLIA ES TES-

TIGO DE SU INSPIRADOR DIVINO

Toda la fuerza del presente argumento atraerá solo a

aquellos que estén íntimamente familiarizados con la

Biblia, y cuanto más familiar esté el lector con el Sa-

grado Canon, más sinceramente respaldará las si-

guientes declaraciones. Del mismo modo que es nece-

sario un conocimiento previo para comprender la téc-

nica de un tratado sobre patología o fisiología, o como

tal, es necesario una cierta cantidad de cultura y

aprendizaje académico, es un complemento indispen-

sable para seguir inteligentemente los argumentos y


37
comprender las ilustraciones en una disertación sobre

filosofía o psicología, también es necesario conocer de

primera mano la Biblia para apreciar el hecho de que

sus contenidos nunca se vuelven comunes. Uno de los

primeros hechos que llama la atención del estudiante

de la Palabra de Dios es que, como el aceite y la comida

de la viuda que alimentaron a Elías, el contenido de la

Biblia nunca se agota. A diferencia de todos los otros

libros, la Biblia nunca adquiere una similitud, y nunca

disminuye en su poder de respuesta para el alma ne-

cesitada que viene a ella. Así como cada día se les daba

un suministro nuevo de maná para los israelitas en el

desierto, así el Espíritu de Dios siempre vuelve a


38
romper el Pan de Vida para aquellos que tienen hambre

y sed de justicia; o, tal como los panes y los peces en

las manos de nuestro Señor eran más que suficientes

para alimentar a la multitud hambrienta, aún quedaba

un excedente, así la miel y la leche de la Bendita Pala-

bra Divina son más que suficientes para satisfacer el

hambre de cada alma humana, la oferta sigue sin dis-

minuir para las nuevas generaciones. Aunque uno

puede saber, palabra por palabra, todo el contenido de

algún capítulo de la Escritura, y aunque puede ha-

berse tomado el tiempo para reflexionar cuidadosa-

mente sobre cada oración, sin embargo, en cada oca-

sión posterior, siempre que uno vuelve a ella en el


39
espíritu de humilde consulta, cada nueva lectura reve-

lará nuevas gemas nunca antes vistas allí en ese pasaje

bíblico y se experimentarán nuevas delicias nunca an-

tes vistas y comprendidas. Los pasajes más familiares

producirán tanto refresco en la lectura milésima como

lo hicieron en la primera. La Biblia ha sido comparada

con una fuente de agua viva: La fuente es siempre la

misma, pero el agua siempre es fresca. Aquí la Biblia

difiere de todos los otros libros, sagrados o seculares.

Lo que el ser humano tiene que decir puede deducirse

de sus escritos en la primera lectura: El hecho de no

hacerlo indica que el escritor no ha logrado expresarse

claramente, o de lo contrario el lector no ha entendido


40
bien su significado. El ser humano solo puede lidiar

con cosas superficiales, por lo tanto, él solo se preo-

cupa por las apariencias superficiales; en consecuen-

cia, cualquier cosa que el ser humano tenga que decir

yace sobre la superficie de sus escritos, y el lector ca-

paz puede agotarlos con un solo examen cuidadoso. No

es así con la Biblia. Aunque la Biblia ha sido estudiada

más microscópicamente que cualquier otro libro (in-

cluso sus propias letras han sido contadas, examina-

das, estudiadas y registradas) por muchos de los inte-

lectos más agudos durante los últimos dos mil años,

aunque bibliotecas enteras y completas de obras han

sido escritas como comentarios bíblicos sobre sus


41
enseñanzas, y aunque literalmente se han predicado e

impreso millones de sermones en un intento de expo-

ner cada parte de la Sagrada Escritura, su contenido

nunca se ha agotado, ¡y en este siglo XXI se hacen nue-

vos descubrimientos todos los días sobre ella! La Biblia

es una mina inagotable de riqueza: es el Dorado del

tesoro celestial. Tiene vetas de mineral que nunca “se

rinden” y bolsas de oro que ningún pico puede vaciar

nunca; sin embargo, como los tesoros terrenales, las

gemas de Dios deben buscarse diligentemente si se

desea en verdad encontrarlas. Las papas yacen cerca

de la superficie del suelo, pero los diamantes requieren

una excavación muy laboriosa y profunda, por lo que


42
también las cosas preciosas de la Palabra de Dios solo

se revelan al estudiante orante, paciente y diligente. La

Biblia es como un manantial de agua viva que nunca

se seca. No importa cuántos puedan beber de su co-

rriente que da vida, y no importa con qué frecuencia

apaguen su sed en sus aguas refrescantes, su flujo

continúa y nunca deja de satisfacer las necesidades de

todos los que vienen y toman de sus manantiales pe-

rennes. La Biblia tiene todo un continente de verdad

aún por explorar, dos mil años después. ¡Un erudito

que murió durante el presente año de gracia había

leído la Biblia no menos de quinientas veces! ¿Qué otro

libro, antiguo o moderno, oriental u occidental, pagaría


43
usted incluso por una quincuagésima lectura? ¿Cómo

podemos explicar esta maravillosa característica de la

Biblia? ¿Qué explicación podemos ofrecer para este

sorprendente fenómeno? Solo establecemos un axioma

común cuando afirmamos que lo infinito es insonda-

ble. Lo que la mente del ser humano ha producido, la

mente del ser humano puede agotarlo. Si los mortales

humanos hubieran escrito la Biblia, su contenido ha-

bría sido “dominado” ya desde hace siglos atrás. En

vista del hecho de que el contenido de las Escrituras

no se puede agotar, que nunca adquiere la similitud o

la obsolescencia para el estudiante devoto, y que siem-

pre habla con fuerza fresca para el alma vivificada que


44
viene a ella, ¿no es evidencia de que ninguno aparte de

la mente infinita de Dios, podría haber creado un libro

tan maravilloso como la Biblia?

45
CAPÍTULO TRES

LA INCONFUNDIBLE HONESTIDAD DE LOS ESCRI-

TORES DE LA BIBLIA DA FE DE SU ORIGEN CE-

LESTIAL

El título de este capítulo sugiere un amplio campo de

estudio, cuyos límites ahora solo podemos bordear

aquí y allá. Comenzaremos con los escritores del Anti-

guo Testamento. Si las partes históricas del Antiguo

Testamento hubieran sido una falsificación o la pro-

ducción de seres humanos sin inspiración, su conte-

nido habría sido muy diferente de lo que es. Cada uno

de sus libros fue escrito por un descendiente de

Abraham, sin embargo, en ninguna parte encontramos


46
la valentía de los israelitas siendo ensalzada y nunca

se considera sus victorias como el resultado de su pro-

pio coraje o genio militar; por el contrario, el éxito siem-

pre se le atribuye a la presencia de Jehová, el Dios de

Israel. A esto podría responderse, que los escritores pa-

ganos a menudo han atribuido las victorias de sus pue-

blos a la intervención de sus dioses. Esto es cierto, sin

embargo, no existe ningún paralelismo entre los dos

casos. La comparación en sí es imposible. Los escrito-

res paganos siempre representaban a sus dioses como

ciegos parciales con sus amigos y cada vez que sus fa-

voritos no salían victoriosos, su derrota se le atribuía a

la oposición de otros dioses o a un destino ciego e


47
inflexible. En contraposición a esto, en la Biblia se con-

sidera que las derrotas de Israel, tanto como sus victo-

rias, provenían de Jehová. Sus éxitos no se debían a la

mera parcialidad con Dios, sino que se ven uniforme-

mente como conectados, con una cuidadosa observan-

cia de Sus mandamientos; y, de la misma manera, sus

derrotas son retratadas como el resultado de su

desobediencia y rebeldía. Si transgredían sus leyes, se-

rían derrotados y avergonzados, aun cuando su Dios

fuera el Todopoderoso. Pero nos hemos desviado un

poco. A lo que deseamos dirigir nuestra atención, es al

hecho de que los seres humanos que fueron sus pro-

pios compatriotas, han narrado la historia de los


48
israelitas, y en él han registrado fielmente sus derrotas

no como en un destino inexorable, ni en un mal general

o por fracasos militares, sino en los pecados del pueblo

y su maldad contra Dios. Tal Dios no es la creación de

la mente humana, y tales historiadores no fueron acti-

vados por los principios comunes de la naturaleza hu-

mana. Los historiadores judíos no solo han contado las

derrotas militares de su pueblo, sino que también han

registrado fielmente sus muchos retrocesos morales y

declinaciones espirituales. Una de las verdades sobre-

salientes del Antiguo Testamento es la Unidad de Dios,

que Dios es Uno, que a su lado no hay nadie más, que

todos los demás dioses son dioses falsos y que


49
rendirles homenaje es ser culpables del pecado de ido-

latría. Contra el pecado de la idolatría, estos escritores

judíos gritan repetidamente. Ellos declaran uniforme-

mente que es el pecado más aborrecible a la vista del

cielo. Sin embargo, estos mismos escritores judíos re-

gistran cómo una y otra vez sus antepasados (contrario

a la inclinación universal hacia la adoración y exalta-

ción ancestrales) y sus contemporáneos, eran culpa-

bles de esta gran maldad. No solo eso, sino que han

señalado cómo algunos de sus héroes más famosos pe-

caron en este particular. Aarón y el becerro de oro, Sa-

lomón y los reyes posteriores fueron ejemplos notables:

“Entonces edificó Salomón un lugar alto a Quemos,


50
ídolo abominable de Moab, en el monte que está en-

frente de Jerusalén, y a Moloc, ídolo abominable de los

hijos de Amón. Así hizo para todas sus mujeres extran-

jeras, las cuales quemaban incienso y ofrecían sacrifi-

cios a sus dioses” (1 Reyes 11:7-8). Además, no se in-

tenta disculpar sus irregularidades; en cambio, sus ac-

tos son abiertamente censurados y condenados sin

concesiones. Como es bien sabido, los historiadores

humanos tienden a ocultar o atenuar las fallas de sus

personajes favoritos. Una historia forjada por humanos

habría vestido a todos sus amigos con todas las virtu-

des, y no se habrían aventurado a estropear el efecto

diseñado, para descubrir los vicios de sus personajes


51
más distinguidos. Aquí, entonces, se muestra la singu-

laridad de la historia de las Sagradas Escrituras. Sus

personajes están pintados con los colores de la verdad

y la naturaleza. Pero tales personajes nunca fueron di-

bujados por un lápiz humano. Moisés y los otros escri-

tores deben haberlo escrito por inspiración divina. El

pecado de idolatría, si bien es lo peor de lo que Israel

fue culpable, no es el único mal registrado contra ellos:

Toda su historia es una larga historia de apostasía re-

petida contra Jehová su Dios. Después de haber sido

emancipados de la esclavitud de Egipto y haber sido

liberados milagrosamente de sus crueles amos en el

Mar Rojo, comenzaron su viaje hacia la Tierra


52
Prometida. Entre ellos y su objetivo había una marcha

a través del desierto, y aquí la depravación de sus co-

razones, se manifestó por completo. A pesar del hecho

de que Jehová, al derrocar a sus enemigos, había de-

mostrado claramente que Él era su Dios, sin embargo,

tan pronto como la fe de los israelitas fue puesta a

prueba, sus corazones les fallaron. Primero, sus reser-

vas de comida comenzaron a agotarse y temieron que

perecerían de hambre. Las circunstancias difíciles ha-

bían desterrado al Dios Vivo de sus pensamientos. Se

quejaron de su suerte y murmuraron contra Moisés.

Sin embargo, Dios no los trató después de sus pecados

ni los recompensó de acuerdo con sus iniquidades: En


53
misericordia, les dio pan del cielo y les proporcionó un

suministro diario de maná. Pero pronto quedaron in-

satisfechos con el maná y codiciaron las ollas de carne

de Egipto. Aun así, Dios los trató en gracia. Poco des-

pués de la intervención de Dios para dar de comer a

los israelitas, que deberían haber cerrado para siempre

sus bocas murmurantes, lanzaron en Refidim donde

“no había agua para que la gente bebiera”. “Toda la

congregación de los hijos de Israel partió del desierto

de Sin por sus jornadas, conforme al mandamiento de

Jehová, y acamparon en Refidim; y no había agua para

que el pueblo bebiese. Y altercó el pueblo con Moisés,

y dijeron: Danos agua para que bebamos. Y Moisés les


54
dijo: ¿Por qué altercáis conmigo? ¿Por qué tentáis a

Jehová? Así que el pueblo tuvo allí sed, y murmuró

contra Moisés, y dijo: ¿Por qué nos hiciste subir de

Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros

hijos y a nuestros ganados? Entonces clamó Moisés a

Jehová, diciendo: ¿Qué haré con este pueblo? De aquí

a un poco me apedrearán” (Éxodo 17:1-4). ¿Cuál fue la

respuesta de Dios? ¿Su ira los consumió? ¿Se negó a

aguantar más con un pueblo tan rígido? No: “Y Jehová

dijo a Moisés: Pasa delante del pueblo, y toma contigo

de los ancianos de Israel; y toma también en tu mano

tu vara con que golpeaste el río, y ve. He aquí que yo

estaré delante de ti allí sobre la peña en Horeb; y


55
golpearás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el

pueblo. Y Moisés lo hizo así en presencia de los ancia-

nos de Israel. Y llamó el nombre de aquel lugar Masah

y Meriba, por la rencilla de los hijos de Israel, y porque

tentaron a Jehová, diciendo: ¿Está, pues, Jehová entre

nosotros, o no?” (Éxodo 17:5-7). Los incidentes ante-

riores fueron tristemente típicos e ilustrativos de la

conducta general de Israel. Cuando los espías fueron

enviados a ver la Tierra Prometida y regresaron e infor-

maron, diez de ellos magnificaron las dificultades que

los enfrentaron y aconsejaron al pueblo para que no

intentara una ocupación de Canaán; y aunque los dos

restantes les recordaron fielmente a los israelitas que


56
el Todopoderoso Jehová, podría superar fácilmente to-

das sus dificultades, sin embargo, la nación no escu-

chó, sino que escuchó la palabra de sus escépticos ase-

sores. Una y otra vez provocaron a Jehová y, en conse-

cuencia, toda esa generación pereció en el desierto.

Cuando creció la generación siguiente, bajo el liderazgo

de Josué entraron a la Tierra Prometida y, con la ayuda

de Dios, derrotaron a muchos de sus enemigos y ocu-

paron gran parte de su territorio. Pero después de la

muerte de Josué, leemos: “Y toda aquella generación

también fue reunida a sus padres. Y se levantó des-

pués de ellos otra generación que no conocía a Jehová,

ni la obra que él había hecho por Israel. Después los


57
hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová,

y sirvieron a los baales. Dejaron a Jehová el Dios de

sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto,

y se fueron tras otros dioses, los dioses de los pueblos

que estaban en sus alrededores, a los cuales adoraron;

y provocaron a ira a Jehová. Y dejaron a Jehová, y ado-

raron a Baal y a Astarot” (Jueces 2:10-13). No es nece-

sario que sigamos más allá de las fortunas fluctuantes

de Israel: Como es bien sabido, durante el período de

los jueces su historia fue una serie de retornos al Señor

y posteriores desviaciones de Él; repetidas liberaciones

de las manos de sus enemigos, y luego regresaron a la

infidelidad por su parte, seguido de ser entregados


58
nuevamente a sus enemigos. Bajo los reyes no fue me-

jor la situación. El primero de sus reyes pereció por su

desobediencia y apostasía deliberadas; El tercer rey,

Salomón, violó la ley de Dios y se casó con muchas

mujeres paganas que convirtieron su corazón a los dio-

ses falsos. Salomón, a su vez, fue seguido por varios

gobernantes idólatras, y el camino de Israel se alejó

cada vez más del Señor, hasta que los entregó en ma-

nos de Nabucodonosor, quien capturó a su amada Je-

rusalén, destruyó su Templo y se llevó al pueblo en

cautiverio. En la repetida mención que tenemos en el

Antiguo Testamento de los pecados de Israel, descubri-

mos, a la luz tan clara como el día, la absoluta


59
honestidad y franqueza de aquellos que registraron la

historia de Israel. No se hace ningún intento por ocul-

tar su necedad, su incredulidad y su maldad; en cam-

bio, la condición corrupta de sus corazones se mani-

fiesta completamente, y esto, por escritores que perte-

necieron y nacieron de la misma nación de Israel. En

todo el ámbito de la literatura no existe paralelo. El re-

gistro de la historia de Israel es absolutamente único.

Al principio, el lector cuidadoso concluiría que Israel

como nación era más depravada que cualquier otra na-

ción, pero una reflexión más profunda mostrará que la

inferencia es falsa y que el hecho real es que la historia

de Israel se ha transmitido más fielmente que la de


60
cualquier otra nación en el mundo. ¡Nos referimos a la

historia de Israel tal como está registrada en las Sagra-

das Escrituras, ya que, en marcado contraste con ella

y como ejemplo de todo lo que hemos escrito anterior-

mente, es notable que Josefo, el gran historiador judío,

pase por alto lo que parezca desfavorable para su na-

ción! Al llegar ahora al Nuevo Testamento, comenza-

mos con el carácter de Juan el Bautista y la posición

que ocupaba. Juan el Bautista se presenta como un

personaje muy eminente. Se nos dice que su naci-

miento se debió a la intervención milagrosa de Dios.

Aprendemos que será grande delante de Dios. No be-

berá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun


61
desde el vientre de su madre (Lucas 1:15). Juan el Bau-

tista fue el sujeto de la predicción del Antiguo Testa-

mento. El cargo que ocupó fue el más honorable que

jamás haya caído en manos de cualquier miembro de

la raza de Adán. Fue el precursor del Mesías. Él fue

quien preparó el camino delante para nuestro Señor.

Tuvo el honor de bautizar al Bendito Redentor. Ahora

bien, ¿dónde lo habría colocado la sabiduría humana

entre los siervos del Señor Jesús? ¿Qué posición le ha-

bría atribuido? Seguramente se lo habría presentado

como el más distinguido entre los seguidores de nues-

tro Señor; ¡seguramente, la sabiduría humana lo hu-

biera puesto a la diestra del Salvador! ¿Pero qué


62
encontramos en la Biblia? En lugar de esto, descubri-

mos que no tenía un discurso familiar con el Salvador;

en cambio, encontramos que fue tratado con aparente

negligencia; en cambio, lo encontramos representado

como el que ocupa el puesto de un escéptico que, como

resultado de su encarcelamiento, se vio obligado a en-

viar un mensaje a su Maestro, para preguntarle si él

era o no, el Mesías prometido. Si su personaje hubiera

sido el invento de una falsificación, nada se habría es-

cuchado de su falta de fe. De hecho, esto es tan

opuesto a los dictados de la sabiduría humana, que

muchos se han sorprendido ante la idea de atribuir du-

das al eminente precursor de Cristo, y han obligado a


63
su ingenio al máximo para forzar el obvio significado

del registro inspirado, algún otro significado y alguna

significación diferente. Pero todos estos ingenios del

sofisma humano se disipan, por la respuesta que hizo

nuestro Bendito Señor Jesús en la ocasión de la inves-

tigación de Juan (Mateo 11:1-6: “Cuando Jesús ter-

minó de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue

de allí a enseñar y a predicar en las ciudades de ellos.

Y al oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo, le envió

dos de sus discípulos, para preguntarle: ¿Eres tú aquel

que había de venir, o esperaremos a otro? Respon-

diendo Jesús, les dijo: Id, y haced saber a Juan las co-

sas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los
64
leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos

son resucitados, y a los pobres es anunciado el evan-

gelio; y bienaventurado es el que no halle tropiezo en

mí”), una respuesta que muestra muy claramente que

la pregunta se hizo no en beneficio de sus discípulos,

sino porque el corazón de Juan el Bautista fue acosado

con dudas. Nuevamente, decimos que ninguna mente

humana podría haber inventado el carácter de Juan el

Bautista de una manera tan fiel, por lo que la fidelidad

de sus biógrafos es otra prueba de que los escritores

de la Biblia, fueron accionados por algo sobrenatural y

algo más elevado que los principios de la naturaleza

humana. Otra ilustración sorprendente del tema de


65
nuestro presente capítulo, una que muchos escritores

la han señalado, es el trato que recibió el Hijo de Dios

mientras tabernaculó entre los seres humanos. Du-

rante dos mil años, las esperanzas de Israel se habían

centrado en el advenimiento de su Mesías. El punto

culminante de la ambición de toda mujer judía, era que

ella pudiera ser seleccionada por Dios para tener el ho-

nor de ser la madre de la Semilla Prometida. Durante

siglos, todos los hebreos piadosos habían mirado y an-

helado el día en que debía aparecer quién iba a ocupar

el trono de David y gobernar y reinar en justicia. Sin

embargo, cuando apareció ante ellos, ¿cómo fue reci-

bido el Prometido? “Fue despreciado y rechazado por


66
los hombres”. “A los suyos vino y los suyos no lo reci-

bieron”. Aquellos que eran sus hermanos según la

carne “lo odiaron” sin causa. La misma nación que le

dio a luz y para la cual ministró en infinita gracia y

bendición exigió que fuera crucificado. Lo sorpren-

dente que deseamos enfatizar aquí, particularmente,

es que los narradores de esta terrible tragedia son com-

patriotas de aquellos sobre cuyas cabezas descansa la

culpa de su perpetración. ¡Fueron escritores judíos

quienes registraron el terrible crimen de la nación ju-

día contra su Mesías! Y, decimos nuevamente, que en

el registro de ese crimen no se hace ningún intento por

paliar o atenuar su maldad; en cambio, es denunciado


67
y condenado en los términos más intransigentes. Israel

está acusado abiertamente de haber tomado con “ma-

nos malvadas” y asesinar al “Señor de la Gloria”. Un

recital tan honesto e imparcial del pecado supremo de

Israel, solo puede explicarse con el argumento de que,

lo que estos hombres escribieron fue inspirado por

Dios. Una ilustración más debe ser suficiente para

nuestra comprensión. Después de la muerte y resu-

rrección de nuestro Señor, Él comisionó a Sus discípu-

los para que salieran, llevando consigo un mensaje pri-

mero a Su propia nación y luego a “toda criatura”. Este

mensaje, como se señaló, no fue una maldición invo-

cada sobre las cabezas de Sus asesinos sin corazón,


68
sino una proclamación de gracia. Era un mensaje de

buenas noticias, de buenas nuevas: El perdón debía

ser predicado en su nombre a todos los seres huma-

nos. ¿Cómo supondría entonces la sabiduría humana

que tal mensaje sería recibido? Además, se debe obser-

var que aquellos que fueron comisionados para llevar

el Evangelio a los perdidos, fueron investidos con poder

para sanar a los enfermos y expulsar demonios. ¡Segu-

ramente un ministerio tan benéfico se encontrará con

una bienvenida universal! Sin embargo, por increíble

que parezca, los Apóstoles de Cristo no se encontraron

con más aprecio que su Maestro. Ellos también fueron

despreciados y rechazados entre los hombres. Ellos


69
también fueron odiados y perseguidos. Ellos también

fueron maltratados, encarcelados y asesinados con

vergüenza. Y esto, no solo de manos de los judíos fa-

náticos, sino también de los griegos cultos y de los ro-

manos democráticos y amantes de la libertad. Aunque

estos apóstoles trajeron bendición, ellos mismos fue-

ron maldecidos por los seres humanos; aunque trata-

ron de emancipar a los seres humanos de la esclavitud

del pecado y de Satanás, fueron capturados y encarce-

lados; aunque sanaron a los enfermos y resucitaron a

los muertos, sufrieron el martirio. Seguramente es evi-

dente para toda mente imparcial que el Nuevo Testa-

mento no es una mera invención humana; y


70
seguramente es evidente por la honestidad de sus es-

critores, al retratar tan fielmente la enemistad de la

mente carnal contra Dios, que sus producciones solo

se pueden explicar sobre la base de que hablaron y es-

cribieron no de sí mismos, sino que ellos fueron movi-

dos por el Espíritu Santo de Dios (2 Pedro 1:21).

71
CAPÍTULO CUATRO

EL CARÁCTER DE SUS ENSEÑANZAS EVIDENCIA

LA AUTORÍA DIVINA DE LA BIBLIA

Tomemos sus enseñanzas acerca de Dios mismo. ¿Qué

nos enseña la Biblia acerca de Dios? Declara que Él es

Eterno: “Antes que naciesen los montes Y formases la

tierra y el mundo, Desde el siglo y hasta el siglo, tú eres

Dios” (Salmo 90:2). Revela el hecho de que Él es Infi-

nito: “Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra?

He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te

pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he

edificado?” (I Reyes 8:27). A pesar de que sabemos que

el universo, tiene sus límites; pero debemos ir más allá


72
de ellos para concebir a Dios: “¿Descubrirás tú los se-

cretos de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todo-

poderoso? Es más alta que los cielos; ¿qué harás? Es

más profunda que el Seol; ¿cómo la conocerás? Su di-

mensión es más extensa que la tierra, Y más ancha que

el mar” (Job 11:7–9). Hace mención de su Soberanía:

“Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos an-

tiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada

hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el

principio, y desde la antigüedad lo que aún no era he-

cho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo

que quiero; que llamo desde el oriente al ave, y de tierra

lejana al varón de mi consejo. Yo hablé, y lo haré venir;


73
lo he pensado, y también lo haré” (Isaías 46:9-11).

Afirma que Él es Omnipotente: “He aquí que yo soy

Jehová, Dios de toda carne; ¿habrá algo que sea difícil

para mí?” (Jeremías 32:27). Da a entender que Él es

Omnisciente: “Grande es el Señor nuestro, y de mucho

poder; Y su entendimiento es infinito” (Salmo 147:5).

Enseña que Dios es Omnipresente: “¿Se ocultará al-

guno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea? ¿No

lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?” (Jeremías

23:24). Declara que Él es Inmutable: “Jesucristo es el

mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8). Sí,

eso dice de Él: “Toda buena dádiva y todo don perfecto

desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual


74
no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago

1:17). Revela que Él es “El Juez de toda la tierra” (Gé-

nesis 18:25: “Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir

al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el

impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no

ha de hacer lo que es justo?”) y que cada uno tendrá

que rendir cuentas de sí mismo a Dios (Romanos

14:12: “De manera que cada uno de nosotros dará a

Dios cuenta de sí”). Anuncia que Él es inflexiblemente

justo en todos sus tratos, de modo que de ninguna ma-

nera puede dar por inocente al culpable (Números

14:18: “Jehová, tardo para la ira y grande en miseri-

cordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque


75
de ningún modo tendrá por inocente al culpable; que

visita la maldad de los padres sobre los hijos hasta los

terceros y hasta los cuartos”); que todos serán juzga-

dos “según sus obras” (Apocalipsis 20:12: “Y vi a los

muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los

libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual

es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por

las cosas que estaban escritas en los libros, según sus

obras”), y que cosecharán todo lo que hayan sembrado

(Gálatas 6:7: “No os engañéis; Dios no puede ser bur-

lado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso tam-

bién segará”). Revela el hecho de que Él es absoluta-

mente Santo, que habita en luz inaccesible. Tan


76
sagrado es, que incluso los serafines tienen que velar

sus rostros en su presencia (Isaías 6:1-3: “En el año

que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un

trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo.

Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis

alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus

pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces,

diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos;

toda la tierra está llena de su gloria”). Tan santo que

los cielos no están limpios a su vista (Job 15:15: “He

aquí, en sus santos no confía, Y ni aun los cielos son

limpios delante de sus ojos”). Tan sagrado que los me-

jores seres humanos, cuando se encuentran cara a


77
cara con su Hacedor, tienen que gritar: “Por tanto me

aborrezco, Y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job

42:6); “Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; por-

que siendo hombre inmundo de labios, y habitando en

medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto

mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5). Tal

delineación de la Deidad está tan lejos de la concepción

del ser humano como los cielos están sobre la tierra.

Ningún ser humano, y ningún número de seres huma-

nos, jamás inventó a un Dios como este. Saquea todas

las bibliotecas de los antiguos, examina todas las refle-

xiones de los místicos, estudia todas las religiones de

los paganos y no se encontrará nada que pueda


78
compararse ni por un momento con la descripción su-

blime y exaltada del carácter de Dios que proporciona

la Biblia. Las enseñanzas de la Biblia sobre el ser hu-

mano son únicas. A diferencia de todos los demás li-

bros del mundo, la Biblia condena al ser humano y to-

das sus acciones. Nunca elogia su sabiduría, ni alaba

sus logros. Por el contrario, declara que “He aquí, diste

a mis días término corto, Y mi edad es como nada de-

lante de ti; Ciertamente es completa vanidad todo hom-

bre que vive. Selah” (Salmo 39:5). En lugar de enseñar

que el ser humano es un personaje noble, que evolu-

ciona hacia el cielo, le dice que todas sus rectitudes

(sus mejores obras) son como “trapos de inmundicia”,


79
que es un pecador perdido, incapaz de mejorar su con-

dición por sí mismo; que solo merece el infierno. La

imagen que las Escrituras dan del ser humano es pro-

fundamente humillante y completamente diferente de

todas las dibujadas con lápices humanos. La Palabra

de Dios describe el estado del ser humano natural en

el siguiente lenguaje: “Como está escrito: No hay justo,

ni aun uno; No hay quien entienda. No hay quien bus-

que a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inú-

tiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera

uno. Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua

engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios;

Su boca está llena de maldición y de amargura. Sus


80
pies se apresuran para derramar sangre; Quebranto y

desventura hay en sus caminos; Y no conocieron ca-

mino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos”

(Romanos 3:10-18). En lugar de hacer de Satanás la

fuente de todos los crímenes negros de los que somos

culpables, la Biblia declara: “Porque de dentro, del co-

razón de los hombres, salen los malos pensamientos,

los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los

hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lasci-

via, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensa-

tez. Todas estas maldades de dentro salen, y contami-

nan al hombre” (Marcos 7:21–23). Tal concepción del

ser humano, tan diferente de las ideas propias del ser


81
humano, y tan humillante para su corazón orgulloso,

nunca podría haber emanado del ser humano mismo.

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y

perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escu-

driño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada

uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Je-

remías 17:9-10) es un concepto que nunca se originó

en ninguna mente humana. Las enseñanzas de la Bi-

blia sobre el mundo son únicas también. Tal vez en

nada las enseñanzas de las Escrituras y los escritos del

ser humano difieran tanto como en este punto. Usando

el término con el significado del sistema mundial en

contraposición con la tierra, ¿cuál es la dirección de los


82
pensamientos del ser humano con respecto al mismo?

El ser humano piensa muy bien del mundo, porque lo

considera como su mundo. Es lo que su trabajo ha pro-

ducido y lo mira con satisfacción y orgullo. Se jacta de

que “el mundo está creciendo mejor”. Declara que el

mundo se está volviendo más civilizado y más huma-

nizado. Los pensamientos del ser humano sobre este

tema han sido bien resumidos por el poeta en el len-

guaje familiar: “Dios está en el cielo: Todo está bien con

el mundo”. Pero, ¿qué dicen las Escrituras? Sobre este

tema, también, descubrimos que los pensamientos de

Dios son muy diferentes de los nuestros. La Biblia con-

dena de manera uniforme al mundo y habla de él como


83
algo del mal. No trataremos de citar cada pasaje donde

se hace esto, sino que simplemente destacaremos al-

gunas Escrituras como muestra. “Si el mundo os abo-

rrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a

vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo

suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí

del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Juan

15:18-19). Este pasaje enseña que el mundo odia tanto

a Cristo como a sus seguidores. “Porque la sabiduría

de este mundo es insensatez para con Dios; pues es-

crito está: El prende a los sabios en la astucia de ellos”

(1 Corintios 3:19). Ciertamente, ninguna pluma sin

inspiración escribió estas palabras. “¡Oh almas


84
adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es

enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera

ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”

(Santiago 4:4). Aquí nuevamente aprendemos que el

mundo es un sistema malvado, condenado por Dios y

que sus hijos deben rechazar. “No améis al mundo, ni

las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al

mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo

que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos

de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del

Padre, sino del mundo” (I Juan 2:15–16). Aquí tenemos

una definición del mundo: Es todo lo que se opone al

Padre, opuesto en sus principios y filosofía, sus


85
máximas y métodos, sus objetivos y ambiciones, su

tendencia y su fin. “Sabemos que somos de Dios, y el

mundo entero está bajo (yace) el maligno” (I Juan

5:19). Aquí aprendemos por qué el mundo odia a Cristo

y a sus seguidores; por qué su sabiduría es necedad

con Dios; por qué es condenado por Dios y debe ser

rechazado por sus hijos; está bajo el dominio de esa

vieja serpiente, el diablo, a quien la Escritura deno-

mina específicamente como “El príncipe de este

mundo”. Las enseñanzas de la Biblia sobre el pecado

son únicas. El ser humano considera el pecado como

una desgracia y siempre busca minimizar su enormi-

dad. En estos días, el pecado se conoce como


86
ignorancia, como una etapa necesaria para el desarro-

llo del ser humano. Para otros, el pecado es visto como

una mera negación, lo opuesto al bien; mientras que la

Señora Eddy y sus seguidores llegaron a negar su exis-

tencia por completo. Pero la Biblia, a diferencia de

cualquier otro libro, despoja al ser humano de toda ex-

cusa y enfatiza su culpabilidad. En la Biblia, el pecado

nunca se alivia ni se atenúa, sin embargo, de principio

a fin las Sagradas Escrituras insisten en su enormidad

y atrocidad. La Palabra de Dios declara que “el pecado

es muy grave” (leemos en Génesis 18:20: “Entonces

Jehová le dijo: Por cuanto el clamor contra Sodoma y

Gomorra se aumenta más y más, y el pecado de ellos


87
se ha agravado en extremo”) y que nuestros pecados

provocan la ira de Dios (Primera de Reyes 16:2: “Por

cuanto yo te levanté del polvo y te puse por príncipe

sobre mi pueblo Israel, y has andado en el camino de

Jeroboam, y has hecho pecar a mi pueblo Israel, pro-

vocándome a ira con tus pecados”). Habla del “engaño

del pecado” (Hebreos 3:13: “Antes exhortaos los unos

a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para

que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño

del pecado”) e insiste en que el pecado es “extremada-

mente pecaminoso” (Romanos 7:13: “¿Luego lo que es

bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna ma-

nera; sino que el pecado, para mostrarse pecado,


88
produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno,

a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser

sobremanera pecaminoso”). Declara que todo pecado

es pecado contra Dios (Salmo 51:4: “Contra ti, contra

ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus

ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y

tenido por puro en tu juicio”) y contra Su Cristo (Pri-

mera de Corintios 8:12: “De esta manera, pues, pe-

cando contra los hermanos e hiriendo su débil concien-

cia, contra Cristo pecáis”). Considera nuestros pecados

como escarlata y rojo como el carmesí (Isaías 1:18: “Ve-

nid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros

pecados fueren como la grana, como la nieve serán


89
emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, ven-

drán a ser como blanca lana”). Declara que el pecado

es más que un acto, es una actitud. Afirma que el pe-

cado es más que un incumplimiento de la ley de Dios:

Es una rebelión contra Aquel que dio la ley. Enseña

que el pecado es anarquía (Primera de Juan 3:4: “Todo

aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues

el pecado es infracción de la ley”), lo que significa que

el pecado es anarquía espiritual, un desafío abierto

contra el Todopoderoso. Además, no destaca a ninguna

clase en particular; condena a todos por igual. Anuncia

que por cuanto todos pecaron, están destituidos de la

gloria de Dios y que no ni un justo, ni aun uno


90
(Romanos 3). ¿Alguna vez el ser humano escribió tal

acusación contra sí mismo? ¿Qué mente humana in-

ventó alguna vez una descripción del pecado como la

descubierta en la Biblia? ¡Quién hubiera imaginado

que el pecado era una acción tan vil y terrible ante los

ojos de Dios, que nada más que la preciosa sangre de

su propio Hijo amado podía expiarlo! La enseñanza de

la Biblia sobre el castigo del pecado es única. Una vi-

sión defectuosa del pecado necesariamente conduce a

una concepción inadecuada de lo que se debe pagar

por el pecado. Si minimizamos la gravedad y la enor-

midad del pecado, entonces debes reducir proporcio-

nalmente el castigo que merece. Muchos claman hoy


91
en día contra la justicia del castigo eterno del pecado.

Se quejan de que la pena no se ajusta al delito. Argu-

mentan que es injusto que un pecador sufra eterna-

mente como consecuencia de una corta vida de mal-

dad. Pero incluso en este mundo, no es el tiempo que

se tarda en cometer el delito, lo que determina la gra-

vedad de la sentencia. Muchos seres humanos han su-

frido cadena perpetua por un delito que requirió solo

unos minutos o segundos para su perpetración. Sin

embargo, aparte de esta consideración, el castigo

eterno es solo, si el pecado se mira desde el punto de

vista de Dios. Pero esto es justo lo que la mayoría de

los seres humanos se niegan a hacer. Miran el pecado


92
y sus consecuencias únicamente desde el lado hu-

mano. Una razón por la cual la Biblia fue escrita es

para corregir nuestras ideas y puntos de vista sobre el

pecado, para enseñarnos lo indescriptiblemente horri-

ble y vil que es, para mostrarnos el pecado como Dios

lo ve. Por un solo pecado, Adán y Eva fueron desterra-

dos del Edén. Por un solo pecado, Canaán y toda su

posteridad fueron maldecidos. Por un solo pecado,

Coré y su compañía cayeron vivos al pozo. Por un solo

pecado, a Moisés no se le permitió entrar en la Tierra

Prometida. Por un solo pecado, Acán y su familia fue-

ron lapidados hasta la muerte. Por un solo pecado, el

siervo de Eliseo fue herido de lepra. Por un solo pecado,


93
Ananías y Safira fueron separados de la tierra de los

vivos. ¿Por qué? Para enseñarnos qué mal e infinita-

mente grave es rebelarse contra el Dios tres veces

Santo. Repetimos que los seres humanos no vieron ni

consideraron nunca la terribilidad del pecado, si vieran

que fue el pecado lo que causó una muerte tan vergon-

zosa al Señor de la Gloria, entonces se darían cuenta

de que nada menos que el castigo eterno satisfacería

las demandas que la justicia tiene sobre pecadores.

Pero la gran mayoría de los seres humanos no ven la

vindicación o la justicia del castigo eterno; por el con-

trario, claman en su contra. En tierras que no estaban

iluminadas por las Escrituras del Antiguo Testamento,


94
donde existía cualquier tipo de creencia en una vida

futura, se sostenía que al morir los malvados pasaban

por algún tipo de sufrimiento temporal con fines de re-

paración y purificación o eran aniquilados. Incluso en

la cristiandad, donde la Palabra de Dios no ha ocupado

un lugar destacado y público durante siglos, la gran

mayoría de la gente no cree en el castigo eterno. Argu-

mentan que Dios es demasiado misericordioso, bueno

y amable para condenar a una de sus propias criaturas

a la miseria sin fin. Sí, no pocas personas del propio

Señor, tienen miedo de tomar las enseñanzas solemnes

de las Escrituras sobre este gran tema al pie de la letra.

Por lo tanto, es evidente que si la Biblia hubiera sido


95
escrita por hombres sin inspiración; si hubiera sido

una mera composición humana, ciertamente no habría

enseñado el tormento eterno y consciente de todos los

humanos que mueren sin Cristo. El hecho de que la

Biblia lo enseñe es una prueba concluyente de que fue

escrita por hombres que no hablaron por sí mismos,

sino que fueron “movidos por el Espíritu Santo”. Las

enseñanzas de la Palabra de Dios sobre el castigo

eterno son tan claras y explícitas como pueden ser. Son

solemnes y horribles. Declaran que el destino del re-

chazador de Cristo es un tormento indescriptible,

consciente e interminable. La Biblia describe el lugar

del castigo como un reino donde el “gusano nunca


96
muere” y donde “el fuego nunca se apaga” (Marcos

9:48: “Donde el gusano de ellos no muere, y el fuego

nunca se apaga”). Habla de él como un lago de fuego y

azufre (Apocalipsis 20:10: “Y el diablo que los enga-

ñaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde

estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormenta-

dos día y noche por los siglos de los siglos”), donde in-

cluso una gota de agua se le niega a la víctima agoni-

zante (Lucas 16:24: “Entonces él, dando voces, dijo:

Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lá-

zaro para que moje la punta de su dedo en agua, y re-

fresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta

llama”). Declara que “el humo de su tormento sube por


97
los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de

noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni na-

die que reciba la marca de su nombre” (Apocalipsis

14:11). Representa el mundo de los perdidos como una

escena en la que no penetra la luz: “fieras ondas del

mar, que espuman su propia vergüenza; estrellas

errantes, para las cuales está reservada eternamente

la oscuridad de las tinieblas” (Judas 1:13), un destino

sin alivio por ningún rayo de esperanza. En resumen,

la parte de los perdidos será insoportable, sin embargo

tendrá que ser soportada y soportada para siempre.

¿Qué mente mortal concibió tal destino? Tal concep-

ción es demasiado repugnante y repulsiva para el


98
corazón humano, como para haber nacido de una

mente de esta tierra. Las enseñanzas de la Biblia sobre

la salvación del pecado son únicas. Los pensamientos

del ser humano sobre la salvación, como cualquier otro

tema que involucre su mente, son defectuosos y defi-

cientes. De ahí la fuerza de la amonestación: “Deje el

impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamien-

tos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericor-

dia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar”

(Isaías 55:7). En primer lugar, dejado a sí mismo, el ser

humano nunca se daría cuenta de su necesidad de sal-

vación. En el orgullo de su corazón, se imagina que es

suficiente en sí mismo y, a través del oscurecimiento


99
de su comprensión por el pecado, no comprende su

condición arruinada y perdida. Al igual que el fariseo,

le agradece a Dios que no es como los demás hombres,

que es moralmente superior al salvaje o al criminal, y

se niega a creer que, en lo que respecta a su posición

delante de Dios, “no hay diferencia”. No es hasta que el

Espíritu Santo trata con él que el ser humano está obli-

gado a llorar, a clamar, Dios, sé propicio a mí, pecador.

En segundo lugar, el ser humano ignora el camino de

la salvación. Incluso cuando el ser humano ha sido lle-

vado al lugar donde reconoce que no está preparado

para encontrarse con Dios, y que si muere en su estado

actual, estaría eternamente perdido; incluso entonces


100
no tendría una concepción correcta del remedio. Al ig-

norar la justicia de Dios, va a establecer su propia jus-

ticia. Supone que debe hacer una reparación personal

por sus malas acciones pasadas, que debe trabajar

para su salvación, hacer algo para merecer la estima

de Dios y así ganar el cielo como recompensa. El con-

cepto más elevado de la mente del ser humano es el del

mérito. Para él, la salvación es un salario que se gana,

una corona que se codicia, un premio que se gana. La

prueba de esto se ve en el hecho de que incluso cuando

el perdón y la vida se presentan como un regalo gra-

tuito, la tendencia universal, al principio, es conside-

rarlo como “demasiado bueno para ser verdad”. Sin


101
embargo, tal es la clara enseñanza de la Palabra de

Dios: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe;

y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por

obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8–9). Y de

nuevo: “Nos salvó, no por obras de justicia que noso-

tros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por

el lavamiento de la regeneración y por la renovación en

el Espíritu Santo” (Tito 3:5). Si es cierto que el ser hu-

mano dejado a sí mismo nunca se habría dado cuenta

plenamente de su necesidad de salvación, y nunca ha-

bría descubierto que fue por gracia a través de la fe y

no por las obras, cuánto menos habría sido capaz de

alcanzar este concepto la mente humana. ¡El nivel de


102
lo que la Palabra de Dios enseña sobre la naturaleza

de la salvación, el glorioso y maravilloso destino de los

salvos! ¡Quién hubiera pensado que el Hacedor y Go-

bernante del universo debería apoderarse de hombres

y mujeres pobres, caídos, depravados y sacarlos de la

misma arcilla y debería convertirlos en Sus propios hi-

jos e hijas, en vasos de honra y debería sentarlos en Su

propia mesa! ¡Quién hubiera sugerido que aquellos que

no merecen nada más que vergüenza y desprecio eter-

nos, deben ser “herederos de Dios y coherederos con

Cristo”! ¡Quién hubiera soñado que los mendigos debe-

rían ser levantados del estiércol del pecado y obligados

a sentarse junto a Cristo en lugares celestiales! ¡Quién


103
hubiera imaginado que la descendencia corrupta del

desobediente Adán debería ser exaltada a una posición

más alta que la ocupada por los mismos ángeles no

caídos! ¡Quién se hubiera atrevido a afirmar que un día

seremos “hechos como Cristo” y “estaremos para siem-

pre con el Señor”! Tales conceptos estaban tan lejos del

alcance del intelecto humano más elevado, como la del

salvaje más rudo. “Antes bien, como está escrito: Cosas

que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón

de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que

le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Es-

píritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo pro-

fundo de Dios” (Primera de Corintios 2:9–10).


104
Nuevamente preguntamos, ¿qué intelecto humano po-

dría haber ideado un medio por el cual Dios podría ser

justo y, sin embargo, ser misericordioso, compasivo y

justo a la vez? ¡Qué mente mortal hubiera soñado al-

guna vez con una salvación libre y plena, otorgada a

los pecadores merecedores del infierno, “sin dinero y

sin precio”! ¿Y qué vuelo de imaginación carnal podría

haber concebido que el propio Hijo de Dios mismo

fuera “hecho pecado” por nosotros y muriera el Justo

por el injusto? La enseñanza de la Biblia sobre el Sal-

vador de los pecadores es única. La descripción que

proporcionan las Escrituras de la Persona, el Carácter

y la Obra del Señor Jesucristo es sin nada que se


105
acerque a un paralelo en todo el ámbito de la literatura.

Es más fácil suponer que el ser humano podría crear

un mundo, que creer que inventó el personaje de nues-

tro adorable Redentor. Dada una pieza de maquinaria

que es delicada, compleja, exacta en todos sus movi-

mientos, sabemos que debe ser el producto de un me-

cánico competente. Dada una obra de arte que es her-

mosa, simétrica, original, sabemos que debe ser el pro-

ducto de un artista maestro. Nadie más que un Miguel

Ángel podría haber diseñado la Basílica de San Pedro;

nadie más que un Rafael pudo haber pintado la “trans-

figuración”; ninguno sino un Milton podría haber es-

crito un “Paraíso perdido”. Y ninguno sino el Espíritu


106
Santo pudo haber producido el retrato incomparable

del Señor Jesús que encontramos en los cuatro Evan-

gelios. En Cristo todas las excelencias se combinan.

Este es uno de los muchos aspectos en los que se dife-

rencia de todos los demás personajes que aparecen en

la Biblia. En cada uno de los grandes héroes de la Es-

critura se destaca un rasgo con peculiar distinción: En

Noé, un testimonio fiel; en Abraham, fe en Dios; en

Isaac, sumisión a su padre; en José, amor por sus her-

manos; en Moisés, generosidad y mansedumbre; en

Josué, coraje y liderazgo; en Job, fortaleza y paciencia;

en Daniel, fidelidad a Dios; en Pablo, celo en el servicio;

en Juan, discernimiento espiritual, pero en el Señor


107
Jesús se encuentran todas estas gracias juntas. Ade-

más, en Él todas estas perfecciones estaban debida-

mente equilibradas y ecuánimes. Era manso pero ma-

jestuoso; Era gentil pero valiente; Era compasivo, pero

justo; Era sumiso pero con autoridad; Era divino pero

humano; Además de esto, el hecho de que Él era abso-

lutamente “sin pecado”, por su singularidad se hace

evidente. En ninguna parte de todos los escritos de la

antigüedad se encuentra la presentación de un perso-

naje tan incomparable y maravilloso. La representa-

ción del carácter de Cristo no solo no tiene rival, sino

que la enseñanza de la Biblia acerca de su persona y

obra también es absolutamente increíble en cualquier


108
otra forma, excepto que son parte de una revelación

divina. ¿Quién se hubiera atrevido a imaginar al Crea-

dor y al Defensor del universo tomando sobre sí la

forma de un siervo y hecho a la semejanza de los seres

humanos? ¿Quién habría concebido la idea de que el

Señor de la Gloria naciera en un humilde pesebre?

¿Quién hubiera soñado con que el objeto de la adora-

ción angelical se volviera tan pobre que no tuviera

dónde recostar la cabeza? ¿Quién habría declarado que

Aquel ante quien los serafines velan sus rostros debe-

ría ser llevado como un cordero al matadero, debería

haber sufrido Su propio rostro bendito y que fuera con-

taminado con el vil escupitajo del hombre, y debería


109
permitir que las criaturas de Su mano lo azoten y se

levanten contra él? ¡Quién hubiera concebido que Em-

manuel fuera tan obediente hasta la muerte, incluso la

muerte de la Cruz! Aquí hay un argumento inequívoco

que los más simples pueden comprender. Las Escritu-

ras contienen su propia evidencia de que están divina-

mente inspiradas. Cada página de la Sagrada Escritura

está estampada con el autógrafo del Gran Jehová. La

singularidad de sus enseñanzas demuestra la singula-

ridad de su Fuente. Las enseñanzas de las Escrituras

sobre Dios mismo, sobre el ser humano, sobre el

mundo, sobre el pecado, sobre el castigo eterno, sobre

la salvación, sobre el Señor Jesucristo, son una prueba


110
inequívoca de que la Biblia no es el producto de ningún

ser humano o de cualquier número de seres humanos,

pero en verdad es una revelación de Dios.

111
CAPÍTULO CINCO

LAS PROFECÍAS CUMPLIDAS DE LA BIBLIA HA-

BLAN DE LA OMNISCIENCIA DE SU AUTOR

En Isaías 41:21–23 tenemos el que probablemente sea

el desafío más notable que se encuentra en la Biblia.

“Alegad por vuestra causa, dice Jehová; presentad

vuestras pruebas, dice el Rey de Jacob. Traigan, anún-

ciennos lo que ha de venir; dígannos lo que ha pasado

desde el principio, y pondremos nuestro corazón en

ello; sepamos también su postrimería, y hacednos en-

tender lo que ha de venir. Dadnos nuevas de lo que ha

de ser después, para que sepamos que vosotros sois

dioses; o a lo menos haced bien, o mal, para que


112
tengamos qué contar, y juntamente nos maravillemos”.

Esta Escritura tiene un valor tanto negativo como po-

sitivo: Negativamente sugiere un criterio infalible por el

cual podemos probar las afirmaciones de los impos-

tores religiosos; y positivamente, llama la atención so-

bre un argumento sin respuesta para la veracidad de

la Palabra de Dios. Jehová ordena a los profetas de las

falsas creencias que pronostiquen con éxito los eventos

que se encuentran en un futuro lejano y su éxito o fra-

caso demostrará si son dioses o simplemente preten-

dientes y engañadores. Por otro lado, el hecho demos-

trado de que solo Dios comprende las edades y en su

Palabra declara el fin desde el principio, muestra que


113
solo Él es Dios y que las Escrituras son su revelación

inspirada para la humanidad. Una y otra vez los seres

humanos han intentado predecir eventos futuros, pero

siempre con el fracaso más desastroso, la amarga iro-

nía de los eventos se burla repetidamente de las anti-

cipaciones de los más lejanos y las precauciones de los

más sabios. El ser humano se para frente a un impe-

netrable muro de oscuridad, es incapaz de prever los

acontecimientos de la próxima hora. Nadie sabe lo que

puede traer un día. Para la mente finita, el futuro está

lleno de posibilidades desconocidas. ¿Cómo podemos

explicar las cientas de profecías detalladas en las Es-

crituras que se han cumplido literalmente, al pie de la


114
letra, cientos de años después de que se pronunciaron?

¿Cómo podemos explicar el hecho de que la Biblia pre-

dijo con éxito cientos, y en algunos casos miles de años

antes, la Historia de los judíos, el Curso de los gentiles

y las Experiencias de la Iglesia? Los críticos más con-

servadores y los atacantes más atrevidos de la Palabra

de Dios se ven obligados a reconocer que todos los li-

bros del Antiguo Testamento fueron escritos cientos de

años antes de la encarnación de nuestro Señor, por lo

tanto, el cumplimiento real y preciso de esas profecías

solo puede ser explicado con la hipótesis de que la pro-

fecía no vino en ningún momento por la voluntad de

los hombres, sino que los santos hombres de Dios,


115
hablaron, movidos por el Espíritu Santo. El inspirador

de las Escrituras nos ha dicho que “tenemos también

la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien

en estar atentos como a una antorcha que alumbra en

lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de

la mañana salga en vuestros corazones” (II Pedro 1:19).

En el espacio limitado para nuestras órdenes, apelare-

mos a unas pocas, de las muchas profecías cumplidas

de la Palabra de Dios, y nos limitaremos a las que tie-

nen referencia a la Persona y a la Obra del Señor Je-

sucristo. Confiamos en que la fuerza acumulada de es-

tas profecías será suficiente para convencer a cual-

quier investigador imparcial de que nada más que la


116
mente de Dios podría haber revelado el futuro y reve-

lado de antemano eventos muy lejanos. “El testimonio

de Jesús es el Espíritu de la Profecía”. El Cordero de

Dios es el único gran objeto y sujeto de la Palabra Pro-

fética. En Génesis 3:15 tenemos la primera palabra so-

bre la venida de Cristo. Al hablarle a la serpiente,

Jehová dijo: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y

entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en

la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. ¡Tenga en

cuenta de que el Venidero sería la “simiente de la mu-

jer”, el carácter milagroso del nacimiento de nuestro

Señor se predijo así, cuatro mil años antes de que na-

ciera en Belén! En Génesis 22:18 tenemos la segunda


117
profecía mesiánica y distinta. A Abraham, el ángel del

Señor le declaró: “En tu simiente serán benditas todas

las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi

voz”. No solo el Salvador de los pecadores debía ser hu-

mano sino también Divino, no solo debía ser la “semilla

de la mujer”, sino que en la Escritura anterior se de-

claraba que debía ser descendiente de Abraham, un is-

raelita. Podemos ver cómo se cumplió esto con una re-

ferencia al primer versículo del Nuevo Testamento,

donde se nos dice (en Mateo 1:1) acerca de Jesucristo:

“Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David,

hijo de Abraham”. Pero aún más allá fue que la brújula

divina se redujo, ya que hemos insinuado en las


118
Escrituras del Antiguo Testamento, la misma tribu de

la cual debía salir el Mesías: Nuestro Señor debía venir

de la tribu de Judá (la tribu “real”). Debía ser descen-

diente de David. Dios le ordenó a Natán el profeta que

fuera y le dijera a David: “Y cuando tus días sean cum-

plidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después

de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entra-

ñas, y afirmaré su reino. El edificará casa a mi nombre,

y yo afirmaré para siempre el trono de su reino” (II Sa-

muel 7:12-13). Y nuevamente, en el Salmo 132:11, Da-

vid declara acerca del Mesías prometido: “En verdad

juró Jehová a David, Y no se retractará de ello: De tu

descendencia pondré sobre tu trono”. La nacionalidad


119
de nuestro Señor no solo se definió cientos de años an-

tes de su encarnación, sino que también se dio el lugar

de su nacimiento. En Miqueas 5:2 se nos informa:

“Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las fa-

milias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en

Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los

días de la eternidad”. Cristo iba a nacer en Belén, y no

solo en una de las varias aldeas que llevaban ese nom-

bre en Israel, sino que en Belén de Judea sería el lugar

de nacimiento, el lugar del Redentor en el mundo; y

aunque María era nativa de Nazaret (muy distante de

Belén) pero a través de la providencia de Dios, su Pa-

labra fue cumplida literalmente, por su Hijo nacido en


120
Belén de Judea. Además, el tiempo mismo de la apari-

ción del Mesías fue dado a través de Jacob y Daniel.

Génesis 49:10: “No será quitado el cetro de Judá, Ni el

legislador de entre sus pies, Hasta que venga Siloh; Y

a él se congregarán los pueblos”; Daniel 9:24–26: “Se-

tenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y

sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación,

y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer

la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y

ungir al Santo de los santos. Sabe, pues, y entiende,

que desde la salida de la orden para restaurar y edificar

a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete se-

manas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar


121
la plaza y el muro en tiempos angustiosos. Y después

de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Me-

sías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha

de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será

con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las

devastaciones”. Ahora, para apreciar la fuerza de estas

maravillosas profecías sobrenaturales, que el lector in-

tente predecir la nacionalidad, el lugar y el momento

del nacimiento de alguien que nacerá en el siglo vein-

ticinco después de Cristo, y luego se dará cuenta de

que nadie sino un hombre inspirado e informado por

Dios mismo podría realizar una hazaña tan imposible.

Tan claras y definidas fueron las profecías del Antiguo


122
Testamento respecto al nacimiento de Cristo, que la es-

peranza de Israel se convirtió en la esperanza mesiá-

nica; todas sus expectativas se centraron en la venida

del Mesías. Por lo tanto, es más notable que sus Sagra-

das Escrituras contengan otro conjunto de profecías

que predijeron que debería ser despreciado por su pro-

pia nación y rechazado por sus propios parientes. Solo

ahora podemos llamar la atención sobre una de las

profecías que declararon que el Mesías de Israel debe-

ría ser menospreciado y despreciado por sus hermanos

según la carne. En Isaías 53:2–3 leemos: “Subirá cual

renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no

hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin


123
atractivo para que le deseemos. Despreciado y

desechado entre los hombres, varón de dolores, expe-

rimentado en quebranto; y como que escondimos de él

el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos”. Ha-

cemos una pausa aquí por un momento para ampliar

este extraño y sorprendente fenómeno. Durante más

de quince siglos, la Venida del Mesías había sido la

única gran esperanza nacional de Israel. Desde la

cuna, a los hijos de Abraham se les enseñó a orar y

anhelar su venida. El entusiasmo con el que esperaban

la aparición de la Estrella de Jacob, no tiene paralelo

en la historia de ninguna otra nación. Entonces, ¿cómo

podemos explicar el hecho de que cuando vino fue


124
despreciado y rechazado? ¿Cómo podemos explicar el

hecho de que, junto con el intenso anhelo por la mani-

festación de su Rey, uno de sus propios profetas pre-

dijo que cuando apareciera, los hombres esconderían

sus rostros de Él y no lo estimarían? Finalmente, ¿qué

explicación tenemos para ofrecer por el hecho de que

tales profecías fueron predichas siglos antes de que Él

viniera a la tierra y que se cumplieron literalmente y al

pie de la letra? Como ha dicho otro expositor, “Ninguna

predicción podría haber parecido más improbable, y

sin embargo, ninguna recibió un cumplimiento más

triste y completo”. Pasamos ahora a las predicciones

que hacen referencia a la muerte de nuestro Señor. Si


125
fue maravilloso que un profeta israelita pronosticara el

rechazo del Mesías por parte de su propia nación, ¿qué

diremos al hecho de que las Escrituras del Antiguo

Testamento profetizaban en detalle sobre la forma de

su muerte? ¡Una y otra vez encontramos que este es el

caso! Examinemos algunos ejemplos típicos. Primero,

se insinuó que nuestro Señor debía ser traicionado y

vendido por el precio de un esclavo común. En Zaca-

rías 11:12 leemos: “Y les dije: Si os parece bien, dadme

mi salario; y si no, dejadlo. Y pesaron por mi salario

treinta piezas de plata”. ¿Quién fue el que pudo decla-

rar, siglos antes de que ocurriera este evento, la canti-

dad exacta que Judas debería recibir por su acto


126
cobarde? En Isaías 53:7 tenemos otra línea de pensa-

miento de esta maravillosa imagen, que la sabiduría

humana no podría haber suministrado: “Angustiado

él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue lle-

vado al matadero; y como oveja delante de sus trasqui-

ladores, enmudeció, y no abrió su boca”. ¿Quién podría

haber previsto esta visión tan inusual, de un prisionero

parado frente a sus jueces con su vida en juego, pero

sin intentar ofrecer defensa alguna? Sin embargo, esto

es precisamente lo que sucedió en relación con nuestro

Señor, porque en Marcos 15:5 se nos dice: “Mas Jesús

ni aun con eso respondió; de modo que Pilato se mara-

villaba”. Otra vez; ¿Quién fue el que se enteró


127
setecientos años antes de la mayor tragedia de la his-

toria humana que el Hijo de Dios, el Rey de los judíos,

el Hombre más gentil y manso que jamás haya pisado

esta tierra, debería ser azotado y escupido? Sin em-

bargo, tal experiencia fue predicha: “Di mi cuerpo a los

heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la

barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos”

(Isaías 50:6). Proveer, asimismo la forma de la pena ca-

pital reservada para los delincuentes judíos que era

“lapidar hasta la muerte”, y que en la época de David

la experiencia de la “crucifixión” era completamente

desconocida, sin embargo, encontramos en el Salmo

22:16 que el rey de Israel se inspiró para escribir:


128
“Porque perros me han rodeado; Me ha cercado cuadri-

lla de malignos; Horadaron mis manos y mis pies” De

nuevo; ¿Qué previsión humana podría haber visto que,

en Sus agonías de sed en la cruz a nuestro Señor se le

daría hiel y vinagre para beber? Sin embargo, se de-

claró mil años antes de que el Señor de la Gloria fuera

clavado en el árbol de la Cruz que: “Me pusieron ade-

más hiel por comida, Y en mi sed me dieron a beber

vinagre” (Salmo 69:21). Finalmente; preguntamos,

¿cómo podría predecir David, a menos que fuera inspi-

rado por el Espíritu Santo, que nuestro Señor sería

burlado por sus enemigos y desafiado a bajar de la

cruz? Sin embargo, en el Salmo 22:7–8 leemos: “Todos


129
los que me ven me escarnecen; Estiran la boca, me-

nean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová; lí-

brele él; Sálvele, puesto que en él se complacía”. Tales

ejemplos como los anteriores pueden multiplicarse in-

definidamente, pero ya se han dado suficientes ilustra-

ciones para justificarnos al decir que las profecías

cumplidas de la Biblia expresan la Omnisciencia de su

Autor. Si fuera necesario, y si tuviéramos el espacio a

nuestras órdenes, decenas de profecías cumplidas adi-

cionales relacionadas con la Historia de Israel, el Curso

de los Gentiles y las Experiencias de la Iglesia, profe-

cías tan definidas, precisas y notables como las rela-

cionadas a la Persona del Señor Jesucristo, podrían


130
darse, pero nuestros límites y propósitos actuales nos

lo prohíben. Habiendo examinado algunas de las sor-

prendentes y maravillosas profecías que tratan sobre

el nacimiento y la muerte de nuestro Salvador, ahora

solo nos queda aplicar en una palabra el significado de

este argumento. Muchos han leído estas Escrituras an-

tes y tal vez las han considerado maravillosamente des-

criptivas del Advenimiento y la Pasión de Jesucristo,

pero ¿cuántas han sopesado cuidadosamente el hecho

de que cada una de estas Escrituras tenía una existen-

cia indiscutible por más de quinientos años antes de

que nuestro Señor viniera a esta tierra? El ser humano

no puede predecir nunca con precisión los eventos que


131
están a solo veinticuatro horas de distancia; solo la

Mente Divina podría haber predicho el futuro, siglos

antes de que se hiciera realidad. Por lo tanto, afirma-

mos con la máxima confianza y fe, que las cientas de

profecías cumplidas en la Biblia atestiguan y demues-

tran la verdad de que las Escrituras son la Palabra de

Dios inspirada, infalible e inerrante.

132
CAPÍTULO SEIS

EL SIGNIFICADO TÍPICO DE LAS ESCRITURAS DE-

CLARA SU AUTORÍA DIVINA

“Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer

tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de

mí” (Hebreos 10:7). Cristo es la clave de las Escrituras.

Él dijo: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros

os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son

las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39), y las “Es-

crituras” a las que Él hizo referencia, no eran los cuatro

Evangelios porque aún no fueron escritos, sino a los

escritos de Moisés y los profetas. Las Escrituras del

Antiguo Testamento son algo más que una recopilación


133
de registros históricos, algo más que un sistema de le-

gislación social y religiosa, algo más que un código de

ética. Las Escrituras del Antiguo Testamento son fun-

damentalmente una etapa en la que se muestra con un

vívido simbolismo y ritualismo todo el plan de reden-

ción. Los eventos registrados en el Antiguo Testamento

fueron hechos reales, pero también fueron prefigura-

ciones típicas. A lo largo de las dispensaciones del An-

tiguo Testamento, Dios hizo que se ensombreciera en

representación parabólica toda la obra de la redención,

mediante un llamamiento constante y vívido a los sen-

tidos. Esto estaba totalmente de acuerdo con una ley

fundamental en la economía de Dios. Nada llega a la


134
madurez de una sola vez. Como es en el mundo natu-

ral, así es también en el mundo espiritual: Primero está

la cuchilla, luego la mazorca, y luego el maíz lleno en

la mazorca. Con respecto a la Persona y a la obra del

Señor Jesús, Dios primero dio una serie de represen-

taciones pictóricas, luego una gran cantidad de profe-

cías específicas y, por último, cuando llegó la plenitud

del tiempo, Dios envió a Su propio Hijo. Es la incapa-

cidad de discernir la importancia típica de las Escritu-

ras del Antiguo Testamento que ha causado que una

gran parte de ellas sea menospreciada por tantos lec-

tores de la Biblia. Para multitudes de personas, el Pen-

tateuco es poco más que una recopilación de ritos


135
ceremoniales efímeros y sin sentido, y si no hay nada

en ellos más excelente que su apariencia externa, en-

tonces, seguramente, es extraño que encuentren un

lugar en la Palabra de Dios. Saque a Cristo del ritual

del Antiguo Testamento y no le quedará más que la

cáscara seca y vacía de una nuez. Por lo tanto, es una

pequeña sorpresa que aquellos que ven tan poco de

Cristo en las Escrituras del Antiguo Testamento sub-

valoren la instrucción y la edificación que se derivan de

cada parte de ellas, y que tengan ideas tan degradantes

de su inspiración. ¿Negar que existe un significado es-

piritual en todas las leyes y costumbres de los israeli-

tas y qué alimento para el alma puede obtenerse de un


136
estudio de ellas? Si niega que sean tantas representa-

ciones típicas de Cristo y de Su sacrificio por el pecado,

y reprocha el nombre y la sabiduría de Dios al sugerir

que instituyó unas ordenanzas carnales, unas ceremo-

nias colgantes, las propiciaciones por medio del sacri-

ficio de animales, que se registran en los primeros li-

bros de la Biblia. La importancia típica y el valor espi-

ritual de la administración judía, tanto en su conjunto

como en sus muchas partes, se afirma expresamente

en el Nuevo Testamento. El apóstol Pablo, al referirse

a las narraciones y a los eventos registrados en el An-

tiguo Testamento, declara: “Porque las cosas que se es-

cribieron antes, para nuestra enseñanza se


137
escribieron, a fin de que por la paciencia y la consola-

ción de las Escrituras, tengamos esperanza” (ver Ro-

manos 15:4). Más tarde, al mencionar el éxodo de Is-

rael desde Egipto y su viaje a través del desierto, él

afirma: “Mas estas cosas sucedieron como ejemplos (ti-

pos) para nosotros, para que no codiciemos cosas ma-

las, como ellos codiciaron. Ni seáis idólatras, como al-

gunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a

comer y a beber, y se levantó a jugar. Ni forniquemos,

como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día

veintitrés mil. Ni tentemos al Señor, como también al-

gunos de ellos le tentaron, y perecieron por las serpien-

tes. Ni murmuréis, como algunos de ellos


138
murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas

cosas les acontecieron como ejemplo (tipos), y están es-

critas para amonestarnos a nosotros, a quienes han

alcanzado los fines de los siglos” (I Corintios 10:6–11).

De nuevo; al comentar y al exponer el significado espi-

ritual del Tabernáculo, declara que fue el ejemplo y la

sombra de las cosas celestiales, Hebreos 8:5: “los cua-

les sirven a lo que es figura y sombra de las cosas ce-

lestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a eri-

gir el tabernáculo, diciéndole: Mira, haz todas las cosas

conforme al modelo que se te ha mostrado en el

monte”. En el próximo capítulo declara: “dando el Es-

píritu Santo a entender con esto que aún no se había


139
manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto

que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie.

Lo cual es símbolo para el tiempo presente, según el

cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden

hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que prac-

tica ese culto” (Hebreos 9:8-9) y en Hebreos 10 dice:

“Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes veni-

deros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede,

por los mismos sacrificios que se ofrecen continua-

mente cada año, hacer perfectos a los que se acercan”

(Hebreos 10:1). De estas declaraciones es evidente que

Dios mismo hizo que el Tabernáculo se erigiera exac-

tamente de acuerdo con el patrón que le había


140
mostrado a Moisés, con el expreso propósito de que de-

bería ser un tipo, para simbolizar cosas celestiales. Por

lo tanto, se convierte en nuestro privilegio y deber obli-

gado buscar, con la ayuda del Espíritu Santo y deter-

minar el significado de los tipos del Antiguo Testa-

mento. Además de las declaraciones expresas del

Nuevo Testamento citadas anteriormente, hay varios

pasajes adicionales que también enseñan lo mismo.

Juan el Bautista aclamó a nuestro Salvador como “El

Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, es

decir, como el gran Antitipo de los corderos sacrificiales

del ritual del Antiguo Testamento. En su discurso con

Nicodemo, nuestro Señor aludió a la elevación de la


141
serpiente de bronce en el desierto como un tipo de su

propia elevación en la cruz. Escribiendo a los corintios,

el apóstol Pablo dijo: “Limpiaos, pues, de la vieja leva-

dura, para que seáis nueva masa, sin levadura como

sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sa-

crificada por nosotros” (I Corintios 5:7), lo que significa

que Éxodo 12 señaló al Señor Jesús. Escribiendo a los

Gálatas, el mismo Apóstol menciona la historia de

Abraham, sus esposas y sus hijos, y luego declara: “Lo

cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos

pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos

para esclavitud; éste es Agar” (Gálatas 4:24). Ahora hay

muchos hermanos que poseerán el significado típico de


142
estas imágenes, pero que se niegan a reconocer que

cualquier otra imagen en el Antiguo Testamento tiene

un significado típico, excepto aquellas que se interpre-

tan expresamente en el Nuevo Testamento. Pero esto lo

concebimos como un error para limitar el alcance y el

valor de la Palabra de Dios. Más bien consideramos

esos tipos del Antiguo Testamento que se exponen en

el Nuevo Testamento como solo muestras de otros tipos

que no se explican. ¿No hay más profecías en el Anti-

guo Testamento que las que, en el Nuevo Testamento,

se dice que se “cumplieron”? Ciertamente que sí exis-

ten más profecías. Entonces admitamos lo mismo con

respecto a los tipos. Se llenarían varios volúmenes si


143
nos detendríamos en todo el Antiguo Testamento que

tiene un significado típico y una aplicación espiritual.

Todo lo que podemos intentar ahora es destacar algu-

nas ilustraciones como muestras, dejando a nuestros

lectores continuar con este fascinante estudio por sí

mismos. El primer capítulo de Génesis es rico en sus

contenidos espirituales. No solo nos da el único relato

confiable y auténtico de la creación de este mundo,

sino que también nos revela el orden de Dios en el tra-

bajo de la nueva creación. En Génesis 1:1 tenemos la

creación original o primitiva: “En el principio creó Dios

los cielos y la tierra.”. Del siguiente versículo inferimos

que siguió una terrible calamidad. La obra de Dios se


144
estropeó, la tierra se convirtió (no era así) sin forma y

vacía, un desierto desolado y una ruina vacía. La tierra

estaba sumergida: “Y la tierra estaba desordenada y

vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y

el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”.

Se introduce la primera escena de tristeza y muerte en

la Biblia, “y la oscuridad estaba sobre la faz del abismo.

No solo fue esta la historia de la tierra, sino también la

historia del ser humano. Al principio fue creado por

Dios, creado a imagen y semejanza de su Hacedor. Pero

siguió una terrible calamidad. Un enemigo apareció en

la escena. El corazón de la criatura fue seducido, la

incredulidad y la desobediencia fueron la


145
consecuencia. El ser humano cayó, y su caída fue ho-

rrible. La imagen de Dios se rompió, La naturaleza hu-

mana fue arruinada por el pecado, la desolación y la

muerte tomaron el lugar de la semejanza y la vida de

Dios. Como consecuencia de su pecado, la mente del

ser humano estaba cegada y la oscuridad descansaba

sobre el rostro de su comprensión. A continuación, lee-

mos en Génesis 1, del trabajo de la reconstrucción. El

orden seguido es profundamente significativo: “Y dijo

Dios: Sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era

buena; y separó Dios la luz de las tinieblas” (versículos

3–4 de Génesis 1). El paralelo se mantiene bien en la

regeneración. En la obra del nuevo nacimiento que se


146
realiza dentro del pecador oscurecido y espiritualmente

muerto, el Espíritu de Dios es el motor principal, que

convence al alma de su condición perdida y arruinada

y revela la necesidad del Salvador designado. El instru-

mento que emplea es la Palabra escrita, la Palabra de

Dios, y en cada conversión genuina Dios dice: “Hágase

la luz”, y existe la luz. “Porque Dios, que mandó que de

las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplande-

ció en nuestros corazones, para iluminación del cono-

cimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (II

Corintios 4:6). El paralelo podría seguirse mucho más

lejos, pero se ha dicho lo suficiente como para mostrar

que debajo de la historia real de Génesis 1 se puede


147
discernir por el ojo ungido, la historia espiritual de la

nueva creación del creyente, y como tal lleva el sello de

su Autor Divino y evidencia el hecho de que el primer

capítulo de la Biblia no es una mera compilación hu-

mana. En los abrigos de pieles con los que el Señor

Dios vistió a nuestros primeros padres, tenemos un in-

cidente que está lleno de instrucción espiritual y que el

ser humano nunca podría haber inventado. Para obte-

ner esas pieles, una vida tenía que ser tomada, la san-

gre tenía que ser derramada, los inocentes (animales)

debían morir en el lugar de Adán y Eva, quienes eran

culpables, para cubrirlos. Así, las verdades evangélicas

de la redención mediante el derramamiento de sangre


148
y la salvación a través de un sacrificio sustitutivo se

predicaron en el Edén. Tenga en cuenta que el ser hu-

mano no tenía que cubrirse a sí mismo más de lo que

lo hacía el “hijo pródigo”, ni se les pidió que se vistieran

más de lo que estaban: En el primer caso, leemos: “Y

Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de

pieles, y los vistió” (Génesis 3:21), y en el otro el man-

damiento era: “Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad

el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su

mano, y calzado en sus pies” (Lucas 15:22), y ambos

hablan de “la túnica de justicia”, Isaías 61:10: “En gran

manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en

mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación,


149
me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió,

y como a novia adornada con sus joyas”, que está pro-

visto en Cristo. En las ofrendas que Caín y Abel pre-

sentaron al Señor, y en la respuesta con la que se en-

contraron, descubrimos un presagio de las verdades

del Nuevo Testamento. Abel trajo de las primicias del

rebaño con su grosura. Reconoció que estaba alejado

de Dios y que no podía acercarse a Él sin una ofrenda

adecuada. Vio que su propia vida estaba perdida por el

pecado, que la justicia clamaba por su muerte, y que

su única esperanza estaba en otro (un cordero) mu-

riendo en su lugar. Por fe, Abel presentó su ofrenda

sangrienta a Dios y fue aceptada. Por otro lado, Caín


150
se negó a tomar el lugar de un pecador perdido ante

Dios. Se negó a reconocer que la muerte era su justo

castigo. Se negó a depositar su confianza en un susti-

tuto de sacrificio. Él trajo como ofrenda a Dios de los

frutos de la tierra, el producto de su propio trabajo y,

en consecuencia, su ofrenda fue rechazada. Por lo

tanto, al comienzo de la historia humana, hemos de-

mostrado el hecho de que la salvación es por gracia a

través de la fe y completamente aparte de las obras

(Efesios 2:8–9: “Porque por gracia sois salvos por medio

de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no

por obras, para que nadie se gloríe”). En el gran Diluvio

y el arca en el que Noé y su casa encontraron refugio,


151
tenemos una tipificación de grandes verdades espiri-

tuales. De ellos aprendemos que Dios toma conoci-

miento de las obras de sus criaturas; que es santo y

que el pecado lo aborrece; que su justicia requiere que

castigue el pecado y destruya a los pecadores. Sin em-

bargo, aquí también aprendemos que en el juicio, Dios

recuerda la misericordia, que no le agrada la muerte de

los impíos; que su gracia proporciona un refugio si solo

sus criaturas pecaminosas aprovechan su provisión.

Sin embargo, solo existe un lugar en donde se puede

encontrar la liberación de la ira Divina. Solo en el arca

hay seguridad y protección. Y, de la misma manera,

hoy en día, solo hay un Salvador para los pecadores, y


152
ese Salvador es el Señor Jesucristo: “Y en ningún otro

hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo,

dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (He-

chos 4:12). En la liberación de Israel de Egipto y su

viaje por el desierto, vemos la historia del pueblo de

Dios en la dispensación actual. Nosotros también vi-

víamos en un mundo “sin Dios y sin esperanza”. Noso-

tros también estábamos esclavos de los crueles capa-

taces del pecado y Satanás. Nosotros también estába-

mos en peligro inminente de caer bajo la espada del

vengador “Ángel de la Justicia”. Pero, también para no-

sotros, se proporcionó una vía de escape. Para noso-

tros también, un Cordero fue asesinado. A nosotros


153
también se nos dio la preciosa promesa: “Y la sangre

os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y

veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vo-

sotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de

Egipto” (Éxodo 12:13). Y nosotros también fuimos re-

dimidos por el poder del Todopoderoso, “el cual nos ha

librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al

reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13). Después de

nuestro éxodo de Egipto, nos espera un viaje de pere-

grinación a través de un desierto árido y hostil mien-

tras viajamos hacia la Tierra Prometida. Tenemos que

pasar por un país extraño y reunirnos con las fuerzas

enemigas, que no podemos superar con nuestras


154
propias fuerzas. Para estas tareas, nuestros propios re-

cursos, las cosas que trajimos de Egipto, son total-

mente inadecuadas y, por lo tanto, nosotros también

tenemos la suficiencia del Dios de Israel. Y bendito sea

Su nombre, se hace una provisión amplia para noso-

tros y se proporciona la gracia para cada necesidad.

Para nosotros también hoy en día existe un maná ce-

lestial en las grandes y preciosas promesas de Dios.

Para nosotros, sale agua de la Roca Herida en la per-

sona del Espíritu Santo (Juan 7:38-39: “El que cree en

mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos

de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de reci-

bir los que creyesen en él; pues aún no había venido el


155
Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glori-

ficado”) que refresca nuestras almas al tomar las cosas

de Cristo y mostrándonoslas y nos fortalece con poder

en lo interno del ser humano. También para nosotros,

hay una columna de nube y fuego que nos guía de día

y de noche en las Sagradas Escrituras, que son una

lámpara para nuestros pies y una luz para nuestro ca-

mino. También para nosotros, hay Uno que nos acon-

seja y nos dirige, intercede por nosotros y nos ayuda a

vencer a nuestros amalecitas con el Capitán de nuestra

salvación que ha dicho: “He aquí que Yo estoy contigo

siempre, hasta el final”, al final de nuestra peregrina-

ción, entraremos en una tierra más justa que la que


156
fluyó con leche y miel porque hemos sido engendrados

para una gran y gloriosa herencia incorruptible e in-

contaminada, y que nunca se desvanecerá, está reser-

vada en el cielo para nosotros. Deje que el lector cui-

dadoso e imparcial evalúe a fondo lo que se ha dicho

anteriormente, y seguramente es evidente que las nu-

merosas semejanzas entre la historia de Israel y la his-

toria espiritual de los hijos de Dios actualmente, en

esta dispensación no pueden existir tantas coinciden-

cias, y solo se pueden explicar sobre la base de que los

escritos de Moisés fueron inspirados por el Dios Vi-

viente. La historia de Israel en Canaán como el profeso

pueblo de Dios corresponde con la historia de la iglesia


157
profesante actual en la dispensación del Nuevo Testa-

mento. Después de Moisés, el que sacó a Israel de su

esclavitud egipcia, vino Josué, quien guió a Israel en la

conquista de Canaán. Entonces, después de que nues-

tro Señor dejó esta tierra, envió al Espíritu Santo que

a través de los Apóstoles hizo que derrocaran al Pagano

de Jericó y Hai y que la mayor parte del mundo fuera

evangelizada. Pero después de su ocupación, de la his-

toria de Canaán, Israel fue triste, caracterizándose por

la declinación espiritual y el alejamiento de Dios. Así

fue con la iglesia profesante. Muy rápidamente, des-

pués de la muerte de los Apóstoles, la herejía corrom-

pió la profesión cristiana, y justo cuando Israel se


158
cansó de una teocracia y exigió una cabeza humana y

un rey, como las naciones que los rodeaban, la iglesia

profesa quedó insatisfecha con el Nuevo Testamento,

constituyó una forma de gobierno eclesiástico y some-

tido a la dominación de un papa. Y así como los reyes

de Israel se volvieron cada vez más corruptos hasta que

Dios ya no aguantó más con ellos y vendió a Su pueblo

al cautiverio, así, después de la creación de la Sede Pa-

pal, siguió el largo período de la Edad Media cuando

Europa fue sometida a una espiritualidad esclavizada

y cuando la Palabra de Dios estaba encadenada. En-

tonces, así como Dios levantó a Esdras y a Nehemías

para recuperar el oráculo viviente y sacar de su


159
cautiverio un remanente de su pueblo, así, en el siglo

XVI, Dios levantó a Martín Lutero y honró a los con-

temporáneos para lograr la gran Reforma del Protes-

tantismo. Finalmente, al igual que después de los días

de Esdras y Nehemías, los judíos en Israel presencia-

ron una marcada declinación espiritual, y finalmente

cayeron en el ritualismo de los fariseos y el raciona-

lismo de los saduceos, de los cuales los elegidos de

Dios fueron liberados solo por la aparición de su propio

Hijo, así se ha repetido la historia. Desde la Reforma y

el último de los puritanos, la cristiandad se ha movido

rápidamente en la dirección de la apostasía pronosti-

cada, y hoy hemos reproducido el antiguo fariseísmo


160
en la rápida expansión del catolicismo romano, y el an-

tiguo saduceísmo en los efectos de largo alcance de los

infieles. Existe una crítica superior y como era antes,

así será de nuevo: Los elegidos de Dios serán entrega-

dos solo por la reaparición de nuestro Señor y Salvador

Jesucristo. Así vemos cuán maravillosamente y exac-

tamente la historia del Antiguo testamento corre para-

lela y anticipa la historia de la iglesia profesante en la

dispensación del Nuevo Testamento. Realmente se ha

dicho que los acontecimientos venideros proyectan sus

sombras ante ellos, y quién sino El que conoce el fin

desde el principio y que defiende todas las cosas con la

Palabra de su Poder, podría haber causado que la


161
sombra del Antiguo Testamento tomara la forma que lo

hizo, y de este modo dan un verdadero y parabólico re-

sumen de lo que iba a ocurrir miles de años después.

Pero no solo los contornos generales de la historia del

Antiguo Testamento poseen un significado típico, sino

que todo en las Escrituras del Antiguo Testamento

tiene un valor espiritual. Cada batalla peleada por los

israelitas, cada cambio en la administración de su go-

bierno, cada detalle en su elaborado ceremonialismo y

cada biografía personal narrada en la Biblia, está dise-

ñada para nuestra instrucción y edificación espiritual.

La Biblia no contiene nada que sea redundante. De

principio a fin, las Sagradas Escrituras testifican de


162
Cristo. los objetos inanimados como el arca, nos ha-

blan de la seguridad en Cristo de las tormentas de la

ira divina; como el maná, que habla de Cristo como el

pan de vida; como la serpiente de bronce levantada en

el poste del Tabernáculo, que lo presenta como el lugar

de reunión de Dios y los seres humanos, todos estos

símbolos presagiaban al Redentor. Las criaturas vivas

como el Cordero de la Pascua, los bueyes sacrificados,

las cabras y los carneros, todos señalaron en general y

en detalle al gran Sacrificio por los pecados. Las insti-

tuciones como la Pascua que prefiguraron su muerte;

como el saludo de los primeros frutos, que pronostica-

ron su resurrección; como el ayuno de Pentecostés con


163
sus dos panes horneados con levadura, que cuenta y

presagia la unión en un solo Cuerpo del judío y el gen-

til; como las ofrendas de “sabor dulce” quemadas, las

comidas y la paz, que proclamaban la excelencia de la

persona de Cristo en la estima de Dios, todo simboli-

zaba a nuestro Bendito Salvador. Y, muchos de los per-

sonajes principales en las grandes biografías del Anti-

guo Testamento dieron una descripción notable del ca-

rácter y el ministerio terrenal de nuestro Señor. Abel

era un tipo de Cristo. Su nombre significa “vanidad y

vacío” que presagiaron al Señor Jesús, que no se hizo

famoso, literalmente “se vació a sí mismo” (Filipenses

2:7: “Sino que se despojó a sí mismo, tomando forma


164
de siervo, hecho semejante a los hombres”), cuando

asumió la naturaleza del hombre que es “semejante a

la vanidad” (Salmo 144:4: “El hombre es semejante a

la vanidad; Sus días son como la sombra que pasa”).

Al llamarlo, Abel era un pastor, y fue en su carácter de

pastor que trajo una ofrenda a Dios, a saber, las pri-

micias de su rebaño, hablando del Gran Buen Pastor

que se ofreció a sí mismo para Dios. La ofrenda que

Abel trajo a Dios se llama “excelente” (Hebreos 11:4:

“Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio

que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era

justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y

muerto, aún habla por ella”) y, como tal, señaló la


165
preciosa sangre de Cristo, cuyo valor no puede esti-

marse en plata y oro. La ofrenda de Abel fue aceptada

por Dios, Dios “testifica” de Su aprobación; y, de la

misma manera, Dios testificó públicamente su acepta-

ción del sacrificio de Cristo cuando lo levantó de entre

los muertos (Hechos 2:32: “A este Jesús resucitó Dios,

de lo cual todos nosotros somos testigos”). La ofrenda

de Abel todavía le habla a Dios: “a Jesús el Mediador

del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor

que la de Abel” (Hebreos 12:24). Aunque no fue culpa-

ble de ninguna ofensa, Abel fue odiado por su hermano

y cruelmente asesinado en su mano, presagiando el

trato que el Señor Jesús recibió de las manos de los


166
judíos, sus hermanos según la carne. Isaac era un tipo

de Cristo. él era el hijo de la promesa. Su natividad fue

anunciada por medio de un ángel. Fue engendrado so-

brenaturalmente. Él nació en un momento determi-

nado. Fue nombrado por Dios mismo (Génesis capítu-

los 18-19). Él era la “semilla” a quien se hicieron las

promesas y a través de las cuales estaban muy asegu-

radas. Se hizo obediente hasta la muerte. Llevaba so-

bre su hombro la madera en la que le iban a ofrecer.

Estaba bien sujeto al altar. Fue presentado como un

sacrificio para Dios. Se le ofreció en el monte Moriah,

el mismo en el que, dos mil años después, se ofreció a

Jesucristo. Y, fue en el “tercer día” que Abraham lo


167
recibió de vuelta “en una figura” de entre los muertos

(Hebreos 11:19: “Pensando que Dios es poderoso para

levantar aun de entre los muertos, de donde, en sen-

tido figurado, también le volvió a recibir”). José es un

tipo de Cristo. Era el hijo amado de Jacob. Él respondió

rápidamente a la voluntad de su padre cuando se le

pidió que fuera a una misión con sus hermanos. Mien-

tras buscaba a sus hermanos, se convirtió en un “va-

gabundo en el campo” (Génesis 37:15: “Y lo halló un

hombre, andando él errante por el campo, y le pre-

guntó aquel hombre, diciendo: ¿Qué buscas?”), el

“campo” que representa el mundo (Mateo 13:38: “El

campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del


168
reino, y la cizaña son los hijos del malo”). Encontró a

sus hermanos en Dotan, lo que significa “la ley”, por lo

que el Señor Jesús encontró a sus hermanos bajo la

esclavitud de la ley. Sus hermanos se burlaron y se

negaron a recibirlo. Sus hermanos tomaron consejo

juntos contra él para que pudieran matarlo. Judá (Ju-

das es la forma griega de la misma palabra en hebreo)

aconsejó a sus hermanos que vendieran a José a los

ismaelitas. Después de haber sido rechazado por sus

hermanos, José fue llevado a Egipto para que pudiera

convertirse en el Salvador del mundo. Mientras estuvo

en Egipto, José fue tentado, no sin ningún compro-

miso, le impuso la malvada solicitud. Fue acusado


169
falsamente y no fue culpa suya y fue enviado a prisión.

Allí fue el intérprete de los sueños, sobre los que él

arrojó luz sobre lo que era su misterioso significado.

En prisión se convirtió en el sabor de vida para el ma-

yordomo, y el sabor de muerte para el panadero. Des-

pués de un período de humillación y vergüenza, fue

exaltado al trono de Egipto. Desde ese trono administró

pan para una humanidad hambrienta y necesitada.

Posteriormente, José se hizo conocido por sus herma-

nos, y en cumplimiento de lo que les había anunciado

previamente, se postraron ante él y se adueñaron de

su soberanía. Moisés era un tipo de Cristo. Moisés se

convirtió en el hijo adoptivo de la hija de Faraón, por lo


170
que legalmente tuvo una madre, pero no un padre, lo

que tipifica el nacimiento milagroso de una virgen de

nuestro Señor. Durante la infancia su vida estuvo en

peligro por los malvados diseños de un gobernante. Al

igual que Cristo, su vida temprana fue en Egipto. Más

tarde, renunció a la posición de realeza, negándose a

ser llamado hijo de la hija del faraón; y el que era rico,

por el bien de su pueblo, se hizo pobre. Antes de co-

menzar el trabajo de Su vida, pasó un largo período en

Madián en la oscuridad. Aquí recibió un llamado y una

comisión de Dios para ir a liberar a sus hermanos de

su terrible esclavitud. Las credenciales de su misión se

vieron en los milagros que realizó. Aunque despreciado


171
y rechazado por los gobernantes en Egipto, sin em-

bargo, logró liberar a su propio pueblo. Posteriormente,

se convirtió en el líder y jefe de todo Israel. En carácter

era el hombre más manso de toda la tierra. En toda la

casa de Dios fue fiel como siervo. En el desierto envió

a doce hombres a espiar a Canaán como nuestro Señor

envió a los doce apóstoles a predicar el Evangelio.

Ayunó durante cuarenta días. En el monte se transfi-

guró para que la piel de su rostro brillara. Actuó como

el profeta de Dios para el pueblo, como el intercesor del

pueblo ante Dios. Fue el único hombre mencionado en

el Antiguo Testamento que fue profeta, sacerdote y rey

a la vez. Fue el dador de una ley, el constructor de un


172
tabernáculo y el organizador de un sacerdocio. Su úl-

timo acto fue “bendecir al pueblo” (Deuteronomio

33:29: “Bienaventurado tú, oh Israel. ¿Quién como tú,

Pueblo salvo por Jehová, Escudo de tu socorro, Y es-

pada de tu triunfo? Así que tus enemigos serán humi-

llados, Y tú hollarás sobre sus alturas”), ya que el úl-

timo acto de nuestro Señor fue “bendecir” a Sus discí-

pulos (Lucas 24:50: “Y los sacó fuera hasta Betania, y

alzando sus manos, los bendijo”). Sansón era un tipo

de Cristo, puede ver su vida en el Libro de Jueces. Un

ángel anunció su nacimiento (Jueces 13:3: “A esta mu-

jer apareció el ángel de Jehová, y le dijo: He aquí que

tú eres estéril, y nunca has tenido hijos; pero


173
concebirás y darás a luz un hijo”). Desde su nacimiento

fue un nazareo (Jueces 13:5: “Pues he aquí que conce-

birás y darás a luz un hijo; y navaja no pasará sobre

su cabeza, porque el niño será nazareo a Dios desde su

nacimiento, y él comenzará a salvar a Israel de mano

de los filisteos”), separado de Dios. Antes de nacer se

le prometió que debería ser un salvador para Israel

(Jueces 13:5). Fue tratado cruelmente por su propia

nación (Jueces 15:11-13: “Y vinieron tres mil hombres

de Judá a la cueva de la peña de Etam, y dijeron a

Sansón: ¿No sabes tú que los filisteos dominan sobre

nosotros? ¿Por qué nos has hecho esto? Y él les res-

pondió: Yo les he hecho como ellos me hicieron. Ellos


174
entonces le dijeron: Nosotros hemos venido para pren-

derte y entregarte en mano de los filisteos. Y Sansón

les respondió: Juradme que vosotros no me mataréis.

Y ellos le respondieron, diciendo: No; solamente te

prenderemos, y te entregaremos en sus manos; mas no

te mataremos. Entonces le ataron con dos cuerdas

nuevas, y le hicieron venir de la peña”). Fue entregado

a los gentiles por sus propios compatriotas (Jueces

15:12). Fue burlado y cruelmente tratado por los gen-

tiles (Jueces 16:19–21, 25: “Y ella hizo que él se dur-

miese sobre sus rodillas, y llamó a un hombre, quien

le rapó las siete guedejas de su cabeza; y ella comenzó

a afligirlo, pues su fuerza se apartó de él. Y le dijo:


175
¡Sansón, los filisteos sobre ti! Y luego que despertó él

de su sueño, se dijo: Esta vez saldré como las otras y

me escaparé. Pero él no sabía que Jehová ya se había

apartado de él. Mas los filisteos le echaron mano, y le

sacaron los ojos, y le llevaron a Gaza; y le ataron con

cadenas para que moliese en la cárcel. Y aconteció que

cuando sintieron alegría en su corazón, dijeron: Lla-

mad a Sansón, para que nos divierta. Y llamaron a

Sansón de la cárcel, y sirvió de juguete delante de ellos;

y lo pusieron entre las columnas”) pero fue un pode-

roso libertador de Israel. Sus milagros fueron realiza-

dos bajo el poder del Espíritu Santo (Jueces 14:19: “Y

el Espíritu de Jehová vino sobre él, y descendió a


176
Ascalón y mató a treinta hombres de ellos; y tomando

sus despojos, dio las mudas de vestidos a los que ha-

bían explicado el enigma; y encendido en enojo se vol-

vió a la casa de su padre”). Logró más en su muerte

que en su vida (Jueces 16:30: “Y dijo Sansón: Muera

yo con los filisteos. Entonces se inclinó con toda su

fuerza, y cayó la casa sobre los principales, y sobre

todo el pueblo que estaba en ella. Y los que mató al

morir fueron muchos más que los que había matado

durante su vida”). Fue encarcelado en la fortaleza del

enemigo; se cerraron las puertas y se puso un reloj; sin

embargo, al levantarse a medianoche, en las primeras

horas de la mañana, mucho antes del día, rompió los


177
barrotes, abrió la puerta y salió triunfante, un tipo no-

table de la resurrección de nuestro Bendito Señor.

Ocupó el puesto de “juez”, como lo hará nuestro Señor

en el último gran día. David también era un tipo de

Cristo. Nació en Belén. Se lo describe como “de un sem-

blante hermoso y de buen aspecto”. Su nombre signi-

fica “el amado de Dios”. Por ocupación era pastor. Du-

rante su vida de pastor entró en conflicto con las bes-

tias salvajes. Él mató a Goliat, el opositor del pueblo de

Dios y un tipo de Satanás. Desde la oscuridad de la

pastoral fue exaltado al trono de Israel. Fue ungido

como rey antes de ser coronado. Era preeminente-

mente un hombre de oración (ver todos los Salmos) y


178
es el único hombre en la Escritura llamado “El hombre

según el corazón de Dios”. Era un hombre de tristeza y

familiarizado con el dolor, que sufría principalmente

con los de su propia casa. El gobernante de Israel Saúl,

hizo repetidos intentos contra su vida. Cuando su

enemigo (Saúl) estaba en su poder, se negó a matarlo,

en cambio, trató con él con misericordia y gracia. Él

liberó a Israel de todos sus enemigos y venció a todos

sus enemigos. Salomón también era un tipo de Cristo.

Él era el rey de Israel. Su nombre significa “Pacífico”, y

presagia el reino milenario del Señor Jesús cuando Él

gobernará como Príncipe de la Paz. Fue elegido y orde-

nado por Dios antes de ser coronado. Él cabalgó sobre


179
la mula de otro, no como un guerrero, sino como el rey

de la paz con un disfraz humilde (I Reyes 1:33: “Y el

rey les dijo: Tomad con vosotros los siervos de vuestro

señor, y montad a Salomón mi hijo en mi mula, y lle-

vadlo a Gihón”). Los gentiles participaron en la corona-

ción de Salomón (I Reyes 1:38: “Y descendieron el sa-

cerdote Sadoc, el profeta Natán, Benaía hijo de Joiada,

y los cereteos y los peleteos, y montaron a Salomón en

la mula del rey David, y lo llevaron a Gihón”) tipificando

el homenaje universal que Cristo recibirá durante el

milenio. Los cereteos y peleteos eran soldados, por lo

que Salomón fue seguido por un ejército en el momento

de su coronación (compárese con Apocalipsis 19:11:


180
“Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo

blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verda-

dero, y con justicia juzga y pelea”). Salomón comenzó

su reinado mostrando misericordia y exigiendo justicia

a Adonías (Primera de Reyes 1:51: “Y se lo hicieron sa-

ber a Salomón, diciendo: He aquí que Adonías tiene

miedo del rey Salomón, pues se ha asido de los cuernos

del altar, diciendo: Júreme hoy el rey Salomón que no

matará a espada a su siervo”), tales serán las caracte-

rísticas principales del gobierno milenario de Cristo.

Salomón fue el constructor del Templo de Israel (com-

párese con Hechos 15:16: “Después de esto volveré Y

reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; Y


181
repararé sus ruinas, Y lo volveré a levantar”). En la de-

dicación del Templo, Salomón fue quien ofreció sacrifi-

cios al Señor: Así el rey cumplió el oficio de sacerdote

(I Reyes 8:63: “Y ofreció Salomón sacrificios de paz, los

cuales ofreció a Jehová: veintidós mil bueyes y ciento

veinte mil ovejas. Así dedicaron el rey y todos los hijos

de Israel la casa de Jehová”), que tipifica al Señor Je-

sús, que será un sacerdote sobre su trono (Zacarías

6:13: “El edificará el templo de Jehová, y él llevará glo-

ria, y se sentará y dominará en su trono, y habrá sa-

cerdote a su lado; y consejo de paz habrá entre am-

bos”). La “fama” de Salomón se fue al extranjero por

todas partes y toda la tierra buscó a Salomón (I Reyes


182
10:24: “Toda la tierra procuraba ver la cara de Salo-

món, para oír la sabiduría que Dios había puesto en su

corazón”). La reina de Saba, representando a los genti-

les, se acercó a Jerusalén para rendirle homenaje (I Re-

yes capítulo 10) como todas las naciones lo harán a

Cristo durante el milenio (Zacarías 14:16: “Y todos los

que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra

Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey,

a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los

tabernáculos”). Toda la tierra de Israel disfrutaba del

descanso y la paz. La gloria y la magnificencia del

reinado de Salomón nunca se han igualado antes o

después, dice el registro divino: “Y Jehová engrandeció


183
en extremo a Salomón a ojos de todo Israel, y le dio tal

gloria en su reino, cual ningún rey la tuvo antes de él

en Israel” (I Crónicas 29:25). En los tipos anteriores no

hemos tratado de ser exhaustivos sino sugerentes al

señalar solo las líneas principales en cada imagen tí-

pica. Hay muchos otros personajes del Antiguo Testa-

mento que fueron tipos de Cristo que ahora no pode-

mos considerarlos extensamente: Adán tipificó su di-

rección; Enoc su ascensión; Noé como proveedor de un

refugio; Jacob como el que sirvió para una esposa; Aa-

rón como el gran Sumo Sacerdote; Josué como el Ca-

pitán de nuestra Salvación; Samuel como el fiel pro-

feta; Elías como el hacedor de milagros; Jeremías como


184
el Siervo de Dios despreciado y rechazado; Daniel como

el testigo fiel de Dios; Jonás como el resucitado de los

muertos al tercer día. Al cerrar este capítulo, aplique-

mos este argumento. De las muchas personas típicas

en el Antiguo Testamento que prefiguraron al Señor Je-

sucristo, las luces llamativas, precisas y múltiples, en

las que cada uno lo exhibe, son verdaderamente nota-

bles. No existen dos personajes de ellos que lo repre-

senten exactamente desde el mismo punto de vista.

Cada uno aporta una o dos líneas a la imagen, pero

todas son necesarias para dar una delineación muy

completa. Que una historia auténtica deba suministrar

una serie de personajes de diferentes edades, cuyos


185
personajes, oficios e historias, deban corresponder

exactamente con Otro que no apareció en la tierra

hasta siglos después, solo puede explicarse con la su-

posición de un nombramiento divino. Cuando conside-

ramos la total diferencia de todas estas personas típi-

cas entre sí; cuando notamos que tenían poco o nada

en común entre sí; cuando recordamos que cada uno

de ellos representa alguna característica peculiar en

un antitipo compuesto; descubrimos que tenemos un

fenómeno literario que es verdaderamente muy notable

y único en su composición, precisión y excelencia.

Abel, Isaac, José, Moisés, Sansón, David, Salomón (y

todos los demás personajes) son deficientes cuando se


186
los ve por separado; pero cuando se miran en conjunto

forman un todo armonioso prototipo y nos dan una re-

presentación completa del nacimiento milagroso de

nuestro Señor, su carácter incomparable, la misión de

su vida, su muerte sacrificial, su resurrección triun-

fante, su ascensión al cielo y su reino milenario.

¿Quién podría haber inventado tal personaje? ¿Qué

notable es que desde la primera historia del mundo,

que se extiende desde la creación hasta el último de los

profetas, escrita por varios personajes bíblicos durante

un período de quince siglos, se concentre de principio

a fin en un solo gran punto, y ese gran punto, es ¡La

persona y obra del Bendito Redentor! Verdaderamente,


187
tal libro debe haber sido escrito por Dios mismo; nin-

guna otra conclusión es posible para tal exactitud y

grandeza. Debajo de lo histórico y real, discernimos lo

espiritual: Detrás de lo incidental vemos lo típico; de-

bajo de las biografías humanas vemos la forma de

Cristo, y en estas figuras e imágenes descubrimos en

cada página del Antiguo Testamento la marca y firma

de agua del mismo cielo. Aleluya, Amén.

188
CAPÍTULO SIETE

LA MARAVILLOSA UNIDAD DE LA BIBLIA ATESTI-

GUA SU AUTORÍA DIVINA

La manera en que se ha producido la Biblia argumenta

en contra de su unidad. La Biblia fue escrita en dos

continentes diferentes, escrita en tres idiomas, y su

composición y compilación se extendió a través del

lento progreso de dieciséis siglos. Las diversas partes

de la Biblia fueron escritas en diferentes momentos y

bajo las más variadas circunstancias. Partes de ella

fueron escritas en diferentes lugares como carpas, de-

siertos, ciudades, palacios y mazmorras; en tiempos de

peligro inminente y en temporadas de alegría extática.


189
Entre sus escritores se encontraban jueces, reyes, sa-

cerdotes, profetas, patriarcas, primeros ministros, pas-

tores, escribas, soldados, médicos y pescadores. Sin

embargo, a pesar de estas diversas circunstancias,

condiciones y trabajadores, la Biblia es un solo libro,

detrás de sus muchas partes hay una unidad armónica

y orgánica increíble e inconfundible. Contiene un sis-

tema de doctrina, un código de ética, un plan de salva-

ción y una regla de fe, únicas. Ahora, si se seleccionara

hoy a cuarenta hombres diferentes de estaciones y lla-

mamientos de vida tan variados como para incluir em-

pleados, gobernantes, políticos, jueces, clérigos, médi-

cos, trabajadores agrícolas y pescadores, y a cada uno


190
se le pidiera que contribuyera con un capítulo diferente

para algún libro en particular sobre teología o sobre el

gobierno de la iglesia, cuando se reunieran y unieran

sus diversas composiciones y contribuciones, si hu-

biera alguna unidad sobre ellas, ¿podría decirse real-

mente que ese libro es un único y maravilloso libro? ¿O

no variarían sus diferentes producciones tanto en valor

literario, dicción y materia, por sus propios e inheren-

tes diferentes puntos de vista, opiniones y criterios,

como para ser simplemente una masa muy heterogé-

nea, una colección miscelánea? Sin embargo, no cree-

mos que este sea el caso en relación con el Gran Libro

de Dios. Aunque la Biblia es un volumen de sesenta y


191
seis libros, escritos por cuarenta hombres diferentes,

que tratan una variedad tan grande de temas que cu-

bren toda la gama de la investigación humana, encon-

tramos que es un único libro, el libro (no los libros), La

Biblia. Promovamos algo adicional; si tuviéramos que

seleccionar especímenes de literatura de los siglos ter-

cero, quinto, décimo, decimoquinto y veintiuno de la

era cristiana y unirlos, ¿qué unidad y armonía debe-

ríamos encontrar en tal colección? Los escritores hu-

manos reflejan el espíritu de su propia época y genera-

ción, y las composiciones de los hombres que viven en

medio de influencias muy diferentes y separadas por

siglos de tiempo, tienen poco o nada en común entre


192
sí. Sin embargo, aunque las primeras partes del Sa-

grado Canon se remontan al menos al siglo quince an-

tes de Cristo, mientras que los escritos de Juan no se

completaron hasta el final del primer siglo, sin em-

bargo, encontramos una armonía tan perfecta en todas

las Escrituras, desde el primer versículo en Génesis

hasta el último versículo en Apocalipsis. Las grandes

lecciones éticas, morales y espirituales presentadas en

la Biblia, por quien haya enseñado y escrito, están muy

de acuerdo. Cuanto más se estudia realmente la Biblia,

más se estará convencido de que detrás de las muchas

bocas humanas, hay una mente dominante que las

controla e inspira. Imagine a cuarenta personas de


193
diferentes nacionalidades, que poseen diversos grados

de cultura y capacidad musical, visitando el órgano de

alguna catedral y en largos intervalos de tiempo, y sin

ninguna confabulación, tocando sesenta y seis notas

diferentes, que combinadas produjeron el tema del ora-

torio más grandioso de la historia humana, que ha sido

escuchado: ¿No demostraría que detrás de estos cua-

renta hombres diferentes había una mente que los pre-

sidía, un gran maestro de tono y director de orquesta?

Mientras escuchamos a una gran orquesta, con una

inmensa variedad de instrumentos tocando sus dife-

rentes partes, pero produciendo melodía y armonía,

nos damos cuenta de que detrás de estos muchos


194
músicos e instrumentos, existe la personalidad y el ge-

nio de un gran compositor y director. Y cuando entra-

mos en los pasillos de la Academia Divina y escucha-

mos a los coros celestiales cantando la Canción de la

Redención, todos en perfecto acuerdo y al unísono, sa-

bemos que es Dios mismo quien ha escrito la música y

se ha puesto esta gran canción en la boca de sus sier-

vos. Ahora presentaremos dos grandes ilustraciones

que demuestran la unidad de las Sagradas Escrituras.

Ciertas grandes concepciones atraviesan toda la Biblia

como un cordón en el que están colgadas tantas perlas

preciosas. El primero y más importante de ellas es el

Plan Divino de Redención. Así como el hilo escarlata


195
atraviesa todo el cordaje de la Armada Británica, un

aura carmesí rodea cada página de la Palabra de Dios.

En las Escrituras, el Plan de Redención es central y

fundamental en su revelación. En Génesis hemos gra-

bado la Creación y la Caída del hombre para demostrar

que tiene la capacidad y la necesidad de ser redimido.

Luego encontramos la Promesa del Redentor, porque el

ser humano requiere tener ante sí la esperanza y la ex-

pectativa de un Salvador. Luego sigue un elaborado

sistema de sacrificios y ofrendas, que representan grá-

ficamente la naturaleza de la redención y la condición

bajo la cual se realiza la salvación. Al comienzo del

Nuevo Testamento tenemos los cuatro Evangelios y


196
establecen la Base de la Redención, a saber, la Encar-

nación, Vida, Muerte, Resurrección y Ascensión del Re-

dentor. Luego viene el Libro de los Hechos que ilustra

una y otra vez el Poder de la Redención, mostrando que

es adecuada para trabajar sus grandes resultados en

la salvación tanto de judíos como de gentiles. Final-

mente, en el Apocalipsis, se nos muestran los últimos

triunfos de la redención, la Meta Final de la Salvación:

La morada redimida con Dios en perfecta unión y co-

munión. Así, vemos que, aunque se empleó una gran

cantidad de medios humanos en la escritura de la Bi-

blia, sus producciones no son independientes entre sí,

sino que son partes complementarias y suplementarias


197
de un gran todo; que una verdad sublime es común en

todos ellos, a saber, la necesidad de redención del ser

humano y la provisión de Dios de un Redentor. Y la

única explicación de este gran hecho es que “Toda la

Escritura es inspirada por Dios”. En segundo lugar;

entre todas las personalidades presentadas en la Bi-

blia, encontramos que una se destaca sobre todas las

demás, no solo de manera prominente sino preemi-

nente. Al igual que en la escena presentada en el

quinto capítulo del Apocalipsis, encontramos al Cor-

dero en el centro de las multitudes celestiales, así tam-

bién encontramos en las Escrituras que al Señor Jesu-

cristo se le concede el lugar que solo a Él le


198
corresponde, a Su Persona única. Consideradas desde

un solo punto de vista, las Escrituras son realmente la

biografía del Hijo de Dios. En el Antiguo Testamento

tenemos la promesa de la encarnación y el trabajo me-

diador de nuestro Señor. En los Evangelios tenemos la

Proclamación de Su Misión y las Pruebas de Sus pre-

tensiones y autoridad Mesiánicas. En los Hechos, te-

nemos una demostración de su poder salvador y la eje-

cución de su programa misionero. En las epístolas en-

contramos una exposición y amplificación de sus pre-

ceptos para la educación de su pueblo. Mientras que

en el Apocalipsis contemplamos la presentación y ex-

posición de su persona y la preparación de la tierra


199
para su presencia reinante. Por lo tanto, se ve que toda

la Biblia es peculiarmente el Libro de Jesucristo. Cristo

no solo testificó de las Escrituras, sino que cada sec-

ción de las Escrituras testifica acerca de Él. En cada

página del Libro Sagrado le ha estampado su fotografía

y cada capítulo lleva su autógrafo. Él es su gran tema

central, y la única explicación de este hecho es que el

Espíritu Santo supervisó la obra de todos y cada uno

de los grandes escritores de las Escrituras. La unidad

de las Escrituras se ve aún más en el hecho de que

están completamente libres de cualquier contradicción

real. Aunque diferentes escritores a menudo describie-

ron los mismos incidentes, como por ejemplo, los


200
cuatro evangelistas que registran los hechos relaciona-

dos con el ministerio y la obra redentora de nuestro

Señor, y aunque hay una considerable variedad en las

narraciones de estos, sin embargo, no hay discrepan-

cias reales entre sí, todo lo contrario, se completan y

se entienden mejor uniéndolos entre sí. La armonía

existente entre ellos no aparece en la simple superficie,

pero, a menudo, solo se descubre mediante un estudio

prolongado y profundo, aunque de todos modos existe.

Además, hay un perfecto acuerdo en la doctrina entre

todos los escritores de la Biblia. La enseñanza de los

profetas y la enseñanza de los apóstoles sobre las gran-

des verdades de la justicia de Dios, las demandas de


201
su santidad, la ruina absoluta del ser humano, la pe-

caminosidad extrema del pecado y el camino de la sal-

vación, es completamente armonioso. Esto puede pa-

recer una revelación fácilmente efectuada. Pero aque-

llos que conocen la naturaleza humana, y han leído

ampliamente los escritos de los hombres, reconocerán

que nada más que la inspiración de los escritores

puede explicar este notable hecho. En ninguna parte

podemos encontrar dos escritores no inspirados, por

muy similares que hayan sido en sus sentimientos re-

ligiosos, que están del todo de acuerdo en todos los

puntos de la doctrina presentada. No, no se encuentra

la consistencia completa del sentimiento ni siquiera en


202
los escritos del mismo autor en diferentes períodos de

tiempo. En sus últimos años, la declaración del gran

predicador Spurgeon de algunas doctrinas fue mucho

más modificada y ampliada que de sus propias decla-

raciones de sus primeros días. El aumento del conoci-

miento o nuevas experiencias, hacen que los seres hu-

manos cambien sus puntos de vista sobre muchos te-

mas. Pero entre los grandes escritores de las Escrituras

existe la armonía más perfecta, porque obtuvieron su

conocimiento de la verdad y el deber no por los esfuer-

zos de un estudio, sino por la inspiración del mismo

Espíritu Santo de Dios. Por lo tanto, cuando encontra-

mos que en las producciones de cuarenta hombres


203
diferentes hay un acuerdo y una concordia perfectos,

unísono y unidad, armonía en todas sus enseñanzas,

y las mismas concepciones que impregnan todos sus

escritos, la conclusión es irresistible que detrás de sus

mentes, y guiando sus manos, estaba la mente maes-

tra de Dios mismo. ¿La unidad de la Biblia no ilustra

la inspiración divina de la Biblia y no demuestra la ver-

dad de su propia afirmación de que “Dios, habiendo

hablado muchas veces y de muchas maneras en otro

tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros

días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó he-

redero de todo, y por quien asimismo hizo el universo;

el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen


204
misma de su sustancia, y quien sustenta todas las co-

sas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la

purificación de nuestros pecados por medio de sí

mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las al-

turas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto he-

redó más excelente nombre que ellos” (Hebreos 1:1-4)?

205
CAPÍTULO OCHO

LA MARAVILLOSA INFLUENCIA DE LA BIBLIA DE-

CLARA SU CARÁCTER SOBREHUMANO

La influencia de la Biblia es mundial. Su gran poder ha

afectado a todos los departamentos y áreas de la acti-

vidad humana. El contenido de las Escrituras ha pro-

porcionado temas para los mejores poetas, artistas y

músicos que el mundo ha producido hasta ahora, y ha

sido el factor más poderoso de todos en la configura-

ción del progreso moral y científico de la raza humana.

Consideremos algunos grandes ejemplos de la influen-

cia de la Biblia que se muestran en los diversos ámbi-

tos de la organización humana. Quite los oratorios


206
sublimes como “Elías” y “El Mesías”, y ha sacado del

reino de la música algo que nunca se puede duplicar;

destruya los innumerables himnos que se han inspi-

rado en las Escrituras y nos habrán dejado nada más

que valga la pena cantar. Elimine las composiciones de

Tennyson, Wordsworth y Carlisle y todas las referen-

cias a las verdades morales y espirituales que se ense-

ñan en la Palabra de Dios y les habremos despojado de

su belleza y les habremos robado toda su fragancia.

Quite de las paredes de nuestras mejores galerías de

arte en el mundo, todas esas imágenes que retratan

escenas e incidentes en la historia de Israel y de la vida

de nuestro Señor y habremos eliminado las grandes


207
gemas y las obras de arte más ricas de la corona del

genio humano. Elimine de nuestros libros de estatutos

toda la ley que se basa en las concepciones éticas de la

Biblia y habremos aniquilado el factor más importante

en la civilización moderna. Robe de nuestras bibliote-

cas, de cada libro que se dedique al trabajo de elaborar

y difundir los preceptos y conceptos de la Sagrada Es-

critura y nos habremos quitado lo que no se puede va-

lorar en dólares y centavos. La Biblia ha hecho más por

la emancipación y civilización de los paganos que todas

las fuerzas que el brazo humano puede ejercer, juntas.

Alguien ha dicho: “Dibuja una línea alrededor de las

naciones que tienen la Biblia y luego te habrás dividido


208
entre barbarie y civilización, entre ahorro y pobreza,

entre egoísmo y caridad, entre opresión y libertad, en-

tre la vida y la sombra de la muerte”. Incluso Darwin

tuvo que reconocer el elemento milagroso en los triun-

fos de los misioneros de la cruz. Aquí hay dos o tres

hombres que aterrizan en una isla salvaje. Sus habi-

tantes no poseen literatura y no tienen un lenguaje es-

crito. Consideran al hombre blanco como su enemigo

y no desean que se les muestre “el error de sus cami-

nos”. Son caníbales por instinto y poco mejores que las

bestias brutales en sus hábitos de vida. Los misioneros

que han entrado en medio de ellos no tienen dinero

para comprar su amistad, ni ejército para obligarlos a


209
obedecer, ni mercancías para agitar su avaricia. Su

única arma es “la Espada del Espíritu”, su único capi-

tal “las riquezas inescrutables de Cristo”, su única

oferta es la invitación del Evangelio. Sin embargo, de

alguna manera milagrosa tienen éxito, y sin el derra-

mamiento de sangre obtienen la victoria. En unos po-

cos años, el salvajismo desnudo se transforma en el

atuendo de la civilización, la lujuria se transforma en

pureza, la crueldad es ahora bondad, la avaricia se ha

convertido en generosidad, y donde antes existía la

venganza ahora se ve la mansedumbre y el espíritu de

amor propio y sacrificial. ¡Y esto ha sido logrado por la

Biblia! ¡Este milagro todavía se repite en cada parte de


210
la tierra hoy en día! ¿Qué otro libro, o biblioteca de li-

bros, podría funcionar con este gran resultado? ¿No es

evidente para todos que un Libro que ejerce una in-

fluencia tan única e inigualable debe ser vitalizado por

la vida de Dios mismo? ¡Esta característica maravi-

llosa, es decir, la influencia única de la Biblia, se vuelve

más notable cuando tenemos en cuenta la antigüedad

de las Escrituras! Los últimos libros que se agregaron

al Sagrado Canon tienen ahora más de dos mil años,

sin embargo, el funcionamiento real de la Biblia es tan

poderoso en sus efectos hoy como lo fue en el primer

siglo de la era cristiana. El poder de los libros del hom-

bre pronto disminuye y desaparece. Con pocas


211
excepciones, las producciones del intelecto humano

disfrutan de una breve existencia. Como regla general,

los escritos del hombre dentro de los cincuenta años

de su primera aparición pública permanecen intactos

en los estantes superiores de nuestras bibliotecas. Los

escritos del hombre son como él: Criaturas moribun-

das. El hombre llega a la edad senil en este mundo,

desempeña su papel en el drama de la vida, influye en

el público mientras esté actuando, pero se olvidarán de

él, tan pronto como el telón cae sobre su breve carrera;

así es también con sus escritos. Si bien son frescos y

nuevos, divierten, interesan o instruyen como sabios

como pueden ser, y luego mueren de muerte natural.


212
Incluso las pocas excepciones a esta regla solo ejercen

una influencia muy limitada, su poder está circuns-

crito; no son leídos por la gran mayoría, sí, son desco-

nocidos para la mayor parte de nuestra raza. ¡Pero qué

diferente es con el Libro de Dios! La Palabra escrita,

como la Palabra Viva, es “La misma ayer, hoy y por los

siglos”, y a diferencia de cualquier otro libro, ha llegado

a todos los países y habla con igual claridad, franqueza

y fuerza a todos los seres humanos en su lengua ma-

terna. La Biblia nunca pasa de moda, su vitalidad

nunca disminuye y su influencia es más irresistible y

universal hoy que hace dos mil años. Tales hechos

como estos declaran sin voz incierta que la Biblia está


213
dotada con la misma vida y energía divinas que su Au-

tor, porque de ninguna otra manera podemos explicar

su maravillosa influencia a través de los siglos y su po-

deroso poder sobre el mundo actual. La Biblia también

se evidencia como la Palabra de Dios debido a su exac-

titud científica. La exactitud científica confirma a la Bi-

blia como la Palabra de Dios. Este concepto es el que

usan con más frecuencia para rebatir la Biblia aquellos

que niegan su veracidad. Normalmente se asume que,

obviamente, la Biblia debe tener errores científicos. Sin

embargo, antes de que usted lo diga, asegúrese de co-

nocer dos cosas muy bien: La ciencia y la Biblia. A me-

nudo los que afirman que hay errores científicos en la


214
Biblia no entienden con claridad ninguna de estas dos

cosas. Y quienes entienden la ciencia deben admitir

que está en un constante estado de flujo, cambiante.

La ciencia que ayer era aceptada, no necesariamente

es la ciencia de hoy. Se ha estimado que la biblioteca

de Louvre en París tiene cinco kilómetros y medio de

libros de ciencia, cuya mayoría son obsoletos. En 1861,

la Academia Francesa de Ciencia escribió un folleto de-

clarando que había 51 hechos científicos incontrover-

tibles que demostraban que la Biblia no tenía valor.

Hoy no hay ningún científico respetable sobre la Tierra

que crea tan sólo uno de esos 51 hechos. La ciencia

está cambiando. ¡La Palabra de Dios no cambia!


215
Permítame dar unos ejemplos: (1) La Tierra está sus-

pendida en el espacio. Uno de los hechos científicos

fundamentales, que usted y yo aceptamos hoy

como verdadero, es que el planeta Tierra está suspen-

dido en el espacio. Las culturas antiguas no siempre

fueron conscientes de esto. Los antiguos egipcios so-

lían creer que la Tierra era sostenida por pilares. Los

griegos creían que un gigante llamado Atlas cargaba el

mundo en su espalda. Y los hindúes creían que la Tie-

rra descansaba en los lomos de gigantescos elefantes.

Pero alguien dijo: Un momento, ¿sobre qué están pa-

rados los elefantes? La respuesta fue: Los elefantes es-

tán parados sobre una gigantesca tortuga. ¿Y sobre


216
qué está parada la tortuga? Preguntó otro. La res-

puesta fue: Bien, esa tortuga está parada sobre una

gran serpiente enrollada. ¿Y sobre qué está parada la

serpiente? Inquirió otro. La conclusión fue que la ser-

piente se encontraba nadando en un gran mar cós-

mico. ¡Esa era la ciencia de ese entonces! Cuando us-

ted y yo tomamos la Palabra de Dios no encontramos

algo parecido a la mitología. Job habló del Señor di-

ciendo: “El extiende el norte sobre vacío, cuelga la tie-

rra sobre nada” (Job 26:7). Es probable que el libro de

Job sea la pieza literaria más antigua conocida por el

ser humano. ¿Cómo supo Job que la Tierra se suspen-

día en el espacio? Sólo pudo saberlo por inspiración


217
divina. La Biblia dice en Segunda de Timoteo 3:16-17

que: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil

para enseñar, para redargüir, para corregir, para ins-

truir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea

perfecto, enteramente preparado para toda buena

obra”. (2) La Tierra no es plana, es redonda. También

damos por un hecho que la Tierra es redonda. ¿Lo sa-

bemos por simple observación natural? Desde luego

que no. Usted habrá visto fotografías desde el espacio

exterior, y quizás haya viajado alrededor del mundo, de

manera que lo da por hecho. Pero el ser humano no

siempre supo que la Tierra era redonda. ¿Recuerda lo

que se enseña en la escuela y dice que: “En 1492,


218
Colón navegó el océano azul?”. A Colón le advirtieron:

“Es mejor que tenga cuidado, porque podría caerse por

el borde de la Tierra”. Aún en 1492 la gente no sabía

que la Tierra era redonda. Pero Isaías, en el año 750

antes de Cristo, dijo: “Él está sentado sobre el círculo

de la tierra, cuyos moradores son como langostas; él

extiende los cielos como una cortina, los despliega

como una tienda para morar” (Isaías 40:22). La palabra

círculo en hebreo es jug, que significa “globo o esfera”.

¿Cómo supo Job que Dios había colgado la Tierra de

nada? ¿Cómo supo Isaías, 750 años antes de Cristo

que la Tierra era redonda? “Porque nunca la profecía

fue traída por voluntad humana, sino que los santos


219
hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Es-

píritu Santo” (2 Pedro 1:21). La Biblia enseña que

cuando Cristo vuelva será tanto de día como de noche.

Por ejemplo: “Os digo que en aquella noche estarán dos

en una cama; el uno será tomado, y el otro será dejado.

Dos mujeres estarán moliendo juntas; la una será to-

mada, y la otra dejada. Dos estarán en el campo; el uno

será tomado, y el otro dejado” (Lucas 17:34-36). Eso

parece

contradictorio. Pero cuando Cristo vuelva, mientras en

un lado del globo será de día, en el otro será de noche.

Desde luego, nada de esto tomó por sorpresa al que

creó el mundo. Él lo sabía todo. (3) Las estrellas no se


220
pueden contar. Aquí hay otro hecho científico relacio-

nado con la ciencia de la Biblia. Es imposible contar

las estrellas de nuestra galaxia. Ni usted ni yo seríamos

tan insensatos como para intentar contarlas. Pero

hubo un hombre que puso a un lado su pluma, se frotó

los ojos y cayó rendido luego de contar las estrellas, o

al menos eso fue lo que pensó. Fue un astrónomo y

científico William Wilson da estos significados para la

palabra hebrea jug: “Circulo, esfera, arco o bóveda de

los cielos; el circulo de la Tierra, orbis terrarium”. Un

hombre llamado Hiparco; después de contarlas y hacer

su mapa, el resultado fue 1.022 estrellas; en eso con-

sistió su ciencia. Sus resultados fueron considerados


221
exactos durante 250 años, y luego vino Ptolomeo, que

empezó a contar las estrellas y dijo: “¿Hiparco dijo que

había 1.022 estrellas? Eso es absurdo, son 1.056”. Su

conteo actualizó la ciencia del momento por algún

tiempo. Aproximadamente 300 años después, un joven

estudiante de medicina llamado Galileo inventó el pri-

mer telescopio rudimentario, lo dirigió a los cielos, y vio

más allá de las estrellas que podían verse a simple

vista. ¡Había más y más, cientos, miles, millones, billo-

nes y centenares de billones de estrellas sin fin! Ningún

insensato jamás se atrevería a intentar contarlas. Hace

un tiempo leí en un periódico sobre ciencia que los ex-

pertos estaban tratando de ayudamos a entender el


222
tamaño de nuestro universo. El periódico decía que en

el universo conocido hay más soles como el nuestro

que granos de arena en todas las costas del planeta. Si

me encontrara con una persona nativa de West Palm

Beach, en Florida, Estados Unidos de América; y ¡ni

siquiera puedo imaginarla contando los granos de

arena de una sola cuadra de la ciudad! ¡Y hay más so-

les en nuestro universo que granos de arena en todas

las costas del planeta! ¡Piense de nuevo en Hiparco:

¡uno, dos, tres... 1.022 estrellas! Él habría podido aho-

rrarse algo de tiempo si hubiera investigado en la Pa-

labra de Dios. Jeremías 33:22 declara: “Como no puede

ser contado el ejército del cielo, ni la arena del mar se


223
puede medir, así multiplicaré la descendencia de David

mi siervo, y los levitas que me sirven”. Job dice que la

Tierra está flotando en el espacio. Isaías dice que es un

globo. Jeremías dice que usted no puede contar las es-

trellas. (4) La sangre circula por el cuerpo. Salgamos

del tema de la astronomía y pensemos en la anatomía

y fisiología humanas. Usted y yo damos por hecho que

la sangre fluye por nuestro cuerpo y es, lo que algunos

han llamado, el “hilo rojo de la vida”. Sin embargo, no

fue sino hasta el año 1628 que el médico William Har-

vey descubrió que la sangre circula por todo el cuerpo.

En la universidad tomé un curso de anatomía y fisio-

logía humanas, y aprendí todo lo que hace la sangre.


224
Ella lleva combustible a las células, oxígeno para que-

mar ese combustible, desecha los desperdicios, en-

frenta las enfermedades y mantiene una temperatura

constante en el cuerpo. Sin embargo, esto es sólo un

conocimiento reciente. En “la antigüedad” cuando al-

guien se enfermaba decían que “tiene sangre mala”.

Como la gente creía que necesitaban librarse de parte

de esa sangre mala, se hacía sangrar al paciente.

¿Puede imaginarse que a una persona enferma le dre-

nen la sangre? En algunos países, todavía se acostum-

bra usar el típico poste en las barberías, el que parece

un pedazo de dulce de menta. Ese poste representa un

vendaje. Hace muchos años, con frecuencia llevaban a


225
las personas enfermas al barbero para que los hiciera

sangrar y mejoraran. A veces les ponían sanguijuelas,

para que les sacaran la sangre. Un hecho poco cono-

cido es la forma como George Washington, presidente

de los Estados Unidos de América, murió. Él murió de-

bido a que estaba enfermo y los médicos lo hicieron

sangrar. Al ver que no mejoraba, lo hicieron sangrar de

nuevo. Como no mejoró, lo hicieron por tercera vez. ¡Lo

hicieron sangrar hasta que murió! En la actualidad, le

habrían hecho una transfusión de sangre. La Biblia

nos dice en Levítico 17:14: “Porque la vida de toda

carne es su sangre; por tanto, he dicho a los hijos de

Israel: No comeréis la sangre de ninguna carne, porque


226
la vida de toda carne es su sangre; cualquiera que la

comiere será cortado”. ¿Cómo supo Moisés las propie-

dades de dar vida que tiene la sangre? Bien, toda la

Escritura es inspirada por Dios; los hombres hablaron

de parte de Dios siendo inspirados por el Espíritu

Santo. La ciencia médica de la Biblia es realmente

asombrosa. El doctor S. I. McMillen informa en su in-

trigante libro “Ninguna enfermedad”, que algunos ar-

queólogos encontraron un libro de medicina llamado el

Papiro de Eber, escrito por los egipcios aproximada-

mente 1.500 años antes de Cristo, en la época de Moi-

sés. Los egipcios eran diestros y experimentados, sin

embargo, tenían algunas ideas insensatas. Permítame


227
compartir algo del conocimiento médico que contiene

el Papiro de Eber, pero no le sugiero que siga estos con-

sejos. Por ejemplo, para evitar las canas, puede fro-

tarse el cabello con sangre de gato negro que haya sido

hervido en aceite o con grasa de serpiente de cascabel.

Para evitar la caída del cabello, tome los siguientes seis

tipos de grasa, de caballo, de hipopótamo, de cocodrilo,

gato, serpiente y cabra. Para fortalecer el cabello, aplí-

quese una mezcla de miel y polvo de dientes de asno.

Si tiene una astilla enterrada, la recomendación mé-

dica es: Sangre de gusano y estiércol de asno. ¿Puede

imaginarse las esporas de tétanos que hay en el estiér-

col de asno? Otros tipos de medicinas que usaban eran


228
sangre de lagarto, dientes de cerdo, carne podrida, la

humedad de las orejas de cerdo y excremento de hu-

manos, de animales e incluso moscas. Todavía esta-

mos tratando de entender algunas de los conocimien-

tos que los egipcios sabían respecto a embalsamar, y

una variedad de otras cosas. Ellos eran un pueblo muy

inteligente. La Biblia dice que Moisés fue instruido en

toda la sabiduría de los egipcios. Moisés fue a la Uni-

versidad de Egipto, y el viejo faraón pagó por sus estu-

dios. Supongo que Moisés aprendió todas las cosas es-

critas en el Papiro de Eber. Pero me alegra que al abrir

la Biblia no encuentro ninguno de estos insólitos tra-

tamientos. (5) Respuesta a la peste negra encontrada


229
en Levítico. Durante el siglo XIV hubo en Europa la lla-

mada “peste negra”. Una de cada cuatro personas mu-

rió a causa de esa peste; no se la podía controlar ni se

sabía qué hacer para combatirla. No había ningún con-

cepto de microbiología como el que tenemos ahora.

¿Sabe qué fue lo que finalmente terminó con la peste?

¡La Biblia! Finalmente se volvieron a la Escritura. Leví-

tico 13:46 dice: “Todo el tiempo que la llaga estuviere

en él, será inmundo; estará impuro, y habitará solo;

fuera del campamento será su morada”. Con la Palabra

de Dios aprendieron de la necesidad de poner a los en-

fermos en cuarentena. Aunque he mencionado varias

áreas de la ciencia donde la Biblia se ha vindicado, sólo


230
he tocado la superficie de las muchas verdades médi-

cas y científicas contenidas en ella. Francamente me

alegra que la Biblia y la ciencia moderna no siempre

estén de acuerdo. La ciencia cambia, pero ¡la Biblia no!

La Biblia también se evidencia como la Palabra de Dios

debido a su exactitud histórica. La Biblia no es en

esencia un libro científico. No fue escrita para decirnos

cómo son los cielos. Fue escrita para decirnos cómo ir

al cielo. Pero cuando habla de ciencia, es acertada. La

Biblia tampoco es básicamente un libro de historia. Es

“su historia”, la historia de Dios. Se esperara entonces

que la historia bíblica sea acertada y verdadera. Sin

embargo, como usted puede sospechar, la Biblia ha


231
sido atacada debido a su historia. A finales de los años

1800, el estudioso doctor S. R. Driver ridiculizó la idea

de que Moisés hubiera escrito lo que se llama el Penta-

teuco, los primeros cinco libros de la Biblia: Génesis,

Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Driver

afirmó: “En el

tiempo en el que supuestamente vivió Moisés en la Tie-

rra, los seres humanos no sabían escribir. Entonces

¿cómo pudo escribir el Pentateuco?”. De esta manera

algunos se mofaron de la Biblia por algún tiempo,

hasta que un día, en el norte de Egipto, una señora al

remover la tierra en su jardín encontró unas tablas de

arcilla. Las llamaron las tablas de “Tell el-Amarna”,


232
que se usaban para correspondencia. Fueron escritas

por egipcios para gente de Israel, o lo que hoy llama-

mos la Tierra Santa, siglos antes de que Moisés na-

ciera. No sólo sabían escribir, sino que también tenían

un servicio postal que les permitía enviar y recibir car-

tas de un extremo a otro. Esto prueba que en realidad

Moisés estaba capacitado para escribir el Pentateuco,

y a la vez que muestra la opinión tan equivocada de un

estudioso. El libro de Daniel registra la historia de una

mano que escribía en la pared. Durante una fiesta que

el rey Belsasar organizó para 1.000 de sus funcionarios

de la corte, vio una mano escribiendo en la pared. La

terrible escritura decía que él había sido pesado y


233
hallado falto. ¿Recuerda la historia? Bien, los estudio-

sos se reían al respecto y decían: “Eso es un montaje.

Nunca sucedió, pues tenemos archivos de los antiguos

babilonios, y sabemos que Belsasar no fue el último rey

de Babilonia. El último rey de Babilonia era otro, se

llamaba Nabonido. Obviamente esto parecería ser sólo

algún fraude, una historia fabricada por alguien. Pero

un día la pala de un arqueólogo descubrió un cilindro

en donde, efectivamente, estaba el nombre de Bel-

sasar. Se encontraron más archivos que probaban que

los historiadores tenían razón al decir que Nabonido

había sido el último rey de Babilonia, pero estaban

equivocados al decir que Belsasar no había sido el


234
último rey de Babilonia. Nabonido y Belsasar eran pa-

dre e hijo y habían gobernado juntos, ¡haciéndose re-

yes al mismo tiempo! Nabonido era un gran cazador,

entre otras cosas, y a menudo se ausentaba y dejaba a

cargo a Belsasar. Recuerde lo que el rey le dijo a Daniel

respecto a la escritura en la pared: “Yo, pues, he oído

de ti que puedes dar interpretaciones y resolver dificul-

tades. Si ahora puedes leer esta escritura y darme su

interpretación, serás vestido de púrpura, y un collar de

oro llevarás en tu cuello, y serás el tercer señor en el

reino” (Daniel 5:16). Eso ahora tiene sentido, pues en-

tendemos que había simultáneamente dos reyes.

Ahora, ¿qué habría pasado si no se hubiera encontrado


235
el cilindro con el nombre Belsasar? ¿Sería la Biblia

cualquier cosa, menos la Palabra de Dios? Sólo dele

tiempo a la gente, y quizás algún día se topen con la

Biblia. Si un historiador o un científico tiene algo

bueno que decir de la Biblia, eso no debe darle más fe

en la Biblia, sólo un poco más de fe en el científico o el

historiador. La Biblia ha resistido y resistirá la prueba

del tiempo. La Biblia no es el libro del mes, es el libro

de las edades. No ha habido un libro más atacado, del

que se hayan burlado más, que haya sido desdeñado,

ridiculizado y que hayan creado leyes en su contra.

Hubo un tiempo en la historia de Escocia en el que po-

seer una Biblia era un crimen digno de muerte. Hay


236
quienes han jurado y declarado que destruirán este li-

bro. El apóstol Pedro escribe: “Porque: Toda carne es

como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de

la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; Mas la

palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es

la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada”

(1 Pedro 1:24-25). Usted y yo somos como una simple

hoja de la hierba. Nos vamos a marchitar y morir. Pero

la palabra del Señor permanece para siempre. ¡Para

siempre! Tenemos algunos expertos teólogos que creen

haber sido llamados a reexaminar la Biblia. Hasta

donde me concierne, nosotros deberíamos reexaminar-

los a ellos. La Palabra del Señor permanece para


237
siempre. La Biblia está para juzgarnos a nosotros; no-

sotros no estamos para juzgar la Biblia. Si alguien

arrojara el antiguo libro en un horno ardiente, este per-

manecería y seguiría existiendo sin alteración alguna.

Aquí estamos en una nueva y moderna era, y seguimos

estudiando este antiguo libro que ha resistido la

prueba del tiempo y sobrepasado a todos los libros.

Dios ha mantenido la promesa hecha a Isaías hace más

de 2.500 años: “Y este será mi pacto con ellos, dijo

Jehová: El Espíritu mío que está sobre ti, y mis pala-

bras que puse en tu boca, no faltarán de tu boca, ni de

la boca de tus hijos, ni de la boca de los hijos de tus

hijos, dijo Jehová, desde ahora y para siempre” (Isaías


238
59:21).

239
CAPÍTULO NUEVE

EL PODER MILAGROSO DE LA BIBLIA MUESTRA

QUE SU INSPIRADOR ES EL TODOPODEROSO

I. El poder de la Palabra de Dios para condenar a los

seres humanos de pecado.

En Hebreos 4:12 tenemos una Escritura que llama la

atención sobre esta característica peculiar de la Biblia:

“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cor-

tante que toda espada de dos filos; y penetra hasta par-

tir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos,

y discierne los pensamientos y las intenciones del co-

razón”. Los escritos de los seres humanos a veces pue-

den despertar las emociones, buscar la conciencia e


240
influir en la voluntad humana, pero de una manera y

grado que ningún otro libro posee, la Biblia condena a

los seres humanos por su culpa y su patrimonio per-

dido. La Palabra de Dios es el Espejo Divino, porque en

ella el ser humano lee los secretos de su propia alma

culpable y ve la vileza de su propia naturaleza caída y

malvada. De una manera absolutamente peculiar para

ellos mismos, las Sagradas Escrituras disciernen los

pensamientos y las intenciones de su propio corazón y

revelan a los seres humanos el hecho de que son peca-

dores perdidos en presencia de un Dios Santo. Hace

unos treinta años residía en uno de los Templos del

Tíbet y había un sacerdote budista que no había


241
conversado nunca con ningún misionero cristiano, no

había escuchado nada acerca de la Cruz de Cristo y

nunca había visto una copia de la Palabra de Dios. Un

día, mientras buscaba algo en el templo, se encontró

con una transcripción del Evangelio de Mateo, que

años antes había sido dejado allí por un nativo que lo

había recibido de un misionero viajero. Al despertar su

curiosidad, el sacerdote budista comenzó a leerlo, pero

cuando llegó al octavo versículo en el quinto capítulo,

hizo una pausa y reflexionó sobre ello: “Bienaventura-

dos los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”.

Aunque no sabía nada sobre la justicia de su Hacedor,

aunque era bastante ignorante con respecto a las


242
demandas de la santidad de Dios, estuvo allí y luego

fue condenado por sus pecados, y comenzó una obra

de gracia divina en su alma. Pasó mes tras mes y cada

día se decía a sí mismo: “Nunca veré a Dios, porque soy

impuro de corazón”. Lento pero seguro, la obra del Es-

píritu Santo se profundizó en él hasta que se vio a sí

mismo como un pecador perdido, vil, culpable y deshe-

cho. Después de continuar durante más de un año en

esta condición miserable, el sacerdote un día escuchó

que un “misionero extranjero” estaba visitando un pue-

blo cercano y vendía libros que hablaban de Dios. La

misma noche, el sacerdote budista huyó del templo y

viajó a la ciudad donde residía el misionero. Al llegar a


243
su destino, buscó al misionero y de inmediato le dijo:

“¿Es cierto que solo aquellos que son puros de corazón

verán a Dios?” “Sí”, le respondió el misionero, “pero el

mismo Libro que te dice eso, también te dice cómo pue-

des obtener un corazón puro”, y luego le habló sobre la

obra expiatoria de nuestro Señor y cómo la sangre de

Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Rápida-

mente la luz de Dios inundó el alma del sacerdote bu-

dista y encontró la paz que “sobrepasa todo entendi-

miento”. Ahora, ¿qué otro libro en el mundo fuera de

la Biblia contiene una oración o incluso un capítulo

que, sin la ayuda de ningún comentarista humano, es

capaz de convencer y condenar a un pagano de que es


244
un pecador perdido? ¿El hecho del poder milagroso de

la Biblia, que ha sido ilustrado por miles de casos com-

pletamente legitimados y similares al narrado anterior-

mente, declara que las Escrituras son la Palabra inspi-

rada de Dios, investidas con el mismo poder que su

Autor Omnipotente?

II. El poder de la Palabra de Dios para liberar a los

seres humanos del pecado.

Un solo incidente que fue presentado ante el aviso del

escritor debe ser suficiente para ilustrar la verdad an-

tes mencionada. Hace unos cuarenta años atrás, un

caballero cristiano se paró en uno de los muelles de

Liverpool distribuyendo tratados a los marineros. En el


245
curso de su trabajo, le entregó uno a un hombre que

se embarcaba en un viaje a China, y con un juramento,

el marinero lo tomó, lo arrugó y lo metió en su bolsillo.

Unas tres semanas después, este marinero se encon-

traba en su camarote y necesitaba un “papel” para en-

cender su pipa de fieltro en su bolsillo para obtener el

papel necesario y sacó el pequeño folleto que había re-

cibido en Liverpool. Al reconocerlo, pronunció un terri-

ble juramento y rasgó el papel en pedazos. Un pequeño

fragmento se adhirió a su mano alquitranada y al mi-

rarlo vio estas palabras: “Prepárense para encontrarse

con su Dios”. Al relatar el incidente al escritor, dijo:

“Fue en ese momento como si una espada hubiera


246
perforado mi corazón”. “Prepárate para encontrarte

con tu Dios”, sonó una y otra vez en sus oídos, y con

una conciencia tensa se atormentó por su condición

perdida. En ese momento se retiró para pasar la noche,

pero no pudo dormir. Desesperado, se levantó, se vis-

tió, subió y recorrió la cubierta. Hora tras hora cami-

naba de un lado a otro, pero por mucho que lo inten-

taba, no podía descartar de su mente las palabras:

“Prepárate para encontrarte con tu Dios”. Durante

años, este hombre había sido un esclavo indefenso en

las garras de una bebida fuerte y conociendo su debi-

lidad dijo: “¿Cómo puedo prepararme para encon-

trarme con Dios, cuando soy tan impotente para


247
vencer mi pecado acosador?” Finalmente, se arrodilló

y gritó: “Oh Dios, ten piedad de mí, sálvame de mis

pecados, líbrame del poder de la bebida y ayúdame a

prepararme para el encuentro contigo”. Más de treinta

y cinco años después de este incidente, este marinero

convertido le dijo al escritor que desde la noche en que

había leído esa cita de la Palabra de Dios, había orado

esa oración y había aceptado a Cristo como su Salva-

dor del pecado, nunca más había probado una sola

gota de licor intoxicante y nunca más había deseado

con ansias una bebida fuerte. ¡Cuán maravilloso es el

poder de la Palabra de Dios para liberar a los seres hu-

manos del pecado! Verdaderamente, como bien dijo el


248
Dr. Torrey, “Un libro que eleva a los seres humanos

hacia Dios debe haber bajado de Dios mismo”.

III. El poder de la Palabra de Dios sobre los afectos

humanos.

En miles de casos, hombres y mujeres han sido estira-

dos sobre el “estante” de la muerte, desgarrados miem-

bro a miembro, arrojados a las bestias salvajes, y que-

mados en la hoguera, y en lugar de abandonar la Biblia

y prometer nunca más leer sus páginas sagradas, die-

ron su vida por su contenido y fe. ¿Por qué? ¿Existirá

otro libro por el cual hombres y mujeres sufrirían y die-

ran sus vidas, morirían por creer su contenido? Hace

más de doscientos años, cuando una copia de la Biblia


249
era mucho más cara de lo que es en estos días, un

campesino que vivía en el condado de Cork, Irlanda,

escuchó que un caballero en su vecindario tenía una

copia del Nuevo testamento en el idioma irlandés. En

consecuencia, visitó a este hombre y le pidió que se le

permitiera verlo, y después de mirarlo con gran interés

rogó que se le permitiera copiarlo. Sabiendo cuán po-

bre era el campesino, el caballero le preguntó de dónde

sacaría el papel y la tinta. “Los compraré”, fue la res-

puesta. “¿Y dónde encontrarás un lugar para escribir?”

“Si su honor me permite usar su sala, iré después de

que termine mi trabajo diario y copiaré un poco a la vez

por las noches”. Tan conmovido estuvo por el intenso


250
amor de este hombre por la Biblia que le dio el uso de

su salón, luz y también le proporcionó papel y tinta.

Fiel a su propósito y promesa, el campesino trabajó no-

che tras noche hasta que escribió una copia completa

del Nuevo Testamento. Posteriormente se le entregó

una copia impresa, y el Testamento escrito es preser-

vado hasta hoy por la Sociedad Bíblica Británica y Ex-

tranjera. Nuevamente, preguntamos, ¿qué otro libro en

el mundo entero podría obtener tal aferramiento a los

afectos y ganar tanto amor y reverencia, y producir un

trabajo tan sacrificado? Finalmente, este poder trans-

formador de la Palabra de Dios, es una razón necesaria

y convincente por la que usted puede estar seguro de


251
que la Biblia es la Palabra de Dios. El gran apóstol Pa-

blo escribió: “Porque no me avergüenzo del evangelio,

porque es poder de Dios para salvación a todo aquel

que cree; al judío primeramente, y también al griego”

(Romanos 1:16). En Hebreos 4:12: “Porque la palabra

de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada

de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu,

las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensa-

mientos y las intenciones del corazón”. Esa palabra

“viva” es la palabra de la cual se deriva la palabra “zoo-

lógico, o zoología”. Significa que está viva, que palpita

con vida y con poder. “Porque la palabra de Dios es viva

y eficaz”. La palabra “eficaz” se deriva de la palabra


252
“energes”, de la que proviene la palabra “energía”. En

la Biblia hay vida y energía. Nosotros leemos otros li-

bros, mientras que este libro nos lee a nosotros. Es in-

creíble, es salvación para el pecador. He usado este li-

bro muchas veces para llevar gente a Cristo, y las he

visto ser transformadas. Billy Graham empezó su mi-

nisterio siendo joven; al predicar, a menudo, decía: “La

Biblia dice”. En 1954, él fue a Londres para predicar

en el gran Harringay Arena, donde había una muche-

dumbre, incluyendo muchos reporteros. Dos hombres,

uno de ellos médico, que habían ido a escuchar al fla-

mante evangelista estadounidense estaban sentados

debatiendo acerca de él, y criticaban casi todo lo que


253
decía. Pero cuando Billy Graham empezó a predicar, la

Palabra de Dios empezó a penetrar. Dios dice: “¿No es

mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo

que quebranta la piedra?” (Jeremías 23:29). El martillo

empezó a golpear y la convicción cayó sobre ese lugar,

y el médico que había estado ridiculizando a Billy

Graham le dijo al hombre que estaba a su lado: “No sé

usted, pero yo bajaré a recibir a Cristo en mi corazón”.

El otro hombre replicó: “Sí, yo iré con usted, y tome su

billetera, soy un ladrón”. Billy Gaham después dijo:

“Veo que en mis predicaciones la Palabra de Dios es

como una espada, y cuando la cito bajo el poder del

Espíritu Santo, puedo destruir todo lo que se me


254
oponga”. Ese es el poder increíble de la Palabra de

Dios, “rescatar al perdido” y “cuidar del agonizante,

arrebatándolos con misericordia del pecado y de la

tumba”. Conozco personalmente el poder transforma-

dor de la Palabra de Dios porque cambió mi vida. Es

salvación para el pecador. Agitará la conciencia, con-

vencerá la mente y convertirá el alma. Es dulce para el

santo. Muchas veces he encontrado tesoros y paz en la

Palabra de Dios. ¡Qué preciosas son las palabras de

Dios! Es suficiente para el que sufre. Cuántas veces la

gente ha encontrado descanso en las fieles e inaltera-

bles promesas de la Palabra de Dios. Me siento triste

por los que no tienen una Biblia en que apoyarse. Es


255
satisfactoria para el estudioso. He estudiado este libro

y nunca, ni siquiera en sueños, llegaría al fondo de la

Palabra de Dios. Alguien dijo que la Palabra de Dios es

tan profunda que los estudiosos pueden nadar y nunca

tocar el fondo, y es tan preciosa que un niñito puede

venir y beber de ella sin miedo a ahogarse. Gracias a

Dios por la Biblia, la Palabra de Dios. Puede confiar en

la Biblia. Llegará a ser un gran cristiano cuando llegue

a la inamovible convicción de que la Biblia es la Pala-

bra de Dios.

256
CAPÍTULO DIEZ

LA INTEGRIDAD DE LA BIBLIA DEMUESTRA SU

PERFECCIÓN DIVINA

La antigüedad de las Escrituras argumenta a favor de

su integridad. La compilación de la Biblia se completó

hace más de dieciocho siglos, mientras que la mayor

parte del mundo aún no estaba civilizada. Desde que

Juan agregó la piedra angular a la Verdad del Templo

de Dios, ha habido muchos descubrimientos e inventos

maravillosos, sin embargo, no ha habido ninguna adi-

ción o supresión a las verdades morales y espirituales

contenidas en la Biblia. Hoy, no sabemos más sobre el

origen de la vida, la naturaleza del alma, el problema


257
del sufrimiento o el destino futuro del ser humano que

aquellos que tenían la Biblia hace dos mil años. A tra-

vés de los siglos de la era cristiana, el ser humano ha

logrado aprender muchos de los secretos de la natura-

leza y ha aprovechado sus fuerzas a su servicio, pero

en la revelación real de la verdad sobrenatural no se ha

descubierto nada nuevo. Los escritores humanos

nunca pueden complementar los registros Divinos por-

que están completos, enteros, “sin querer nada adicio-

nal”. La Biblia no necesita un apéndice. Hay más que

suficiente en la Palabra de Dios para satisfacer las ne-

cesidades temporales y espirituales de toda la huma-

nidad. Aunque fue escrita hace dos mil años, la Biblia


258
todavía está “actualizada” y responde a todas las pre-

guntas vitales que conciernen al alma del ser humano

en nuestros días. El Libro de Job fue escrito hace tres

mil años antes de que Colón descubriera América, pero

ahora es tan nuevo para el corazón del ser humano

como si solo hubiera sido publicado hace diez años. La

mayoría de los Salmos se escribieron dos mil quinien-

tos años antes del nacimiento del presidente Wilson,

sin embargo, en nuestros días y generación son perfec-

tamente nuevos y frescos para el alma humana. Tales

hechos como estos solo pueden explicarse con la hipó-

tesis de que el Dios Eterno es el Autor de la Biblia. La

adaptación de las Escrituras es otra ilustración de su


259
maravillosa integridad. Para jóvenes o viejos, débiles o

vigorosos, ignorantes o cultos, alegres o tristes, perple-

jos o iluminados, orientalistas u ocultistas, santos o

pecadores, la Biblia es una fuente de bendición, servirá

a cada necesidad y puede suministrar todas las varie-

dades del querer humano. Y la Biblia es el único libro

en el mundo del cual se puede predecir esto. Los escri-

tos de Platón pueden ser una fuente de interés e ins-

trucción para la mente filosófica, pero no son adecua-

dos para ponerlos en manos de un niño. No es así con

la Biblia: El más joven puede beneficiarse de una lec-

tura de la Página Sagrada. Los escritos de Jerome o

Twain pueden complacer, durante una hora, al hombre


260
de humor, pero no aportarán bálsamo al dolor del co-

razón y no dirán palabras de consuelo y consolación a

quienes pasen por las aguas del duelo. ¡Qué diferente

con las Escrituras, nunca un corazón pesado se volvió

en vano a la Palabra de Dios por la paz! Los escritos de

Shakespeare, Goethe y Schiller pueden ser beneficio-

sos para la mente occidental, pero transmiten poco va-

lor al oriental. No es así con la Palabra de Dios; se

puede traducir a cualquier idioma y hablará con igual

claridad, franqueza y poder a todos los seres humanos

en su lengua materna. Para citar al Dr. Burrell: “En

cada corazón, debajo de todos los demás deseos y as-

piraciones, existe un profundo anhelo por conocer el


261
camino de la vida espiritual. El mundo está llorando,

¿Qué debo hacer para ser salvo? Es la pregunta pro-

funda y recóndita en el corazón humano”. De todos los

libros, la Biblia es el único que responde a ese grito

universal. Hay otros libros que exponen la moralidad

con más o menos exactitud; pero no hay otro que su-

giera borrar el registro del pasado perdido o escapar

del castigo de la ley quebrantada. Hay otros libros que

tienen poesía; pero no hay ninguno que cante la ala-

banza de la salvación o que le dé a un alma atribulada

la paz que fluye como un gran río. Hay otros libros que

tienen elocuencia; pero no hay otro que nos permita

contemplar a Dios mismo con las manos extendidas


262
suplicando a los seres humanos que se den vuelta a Él

y vivan. Hay otros libros que tienen ciencia; pero no

hay otro que pueda darle al alma una garantía defini-

tiva de la vida futura, de modo que pueda decir: “Por lo

cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo,

porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es

poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2

Timoteo 1:12). Aunque otros libros contienen verdades

valiosas, también tienen una mezcla de errores; otros

libros contienen parte de la verdad, solo la Biblia con-

tiene toda la verdad absoluta. En ninguna parte de los

escritos del genio humano se puede encontrar una sola

verdad moral o espiritual, que no esté contenida en


263
sustancia en la Biblia. Examina los escritos de los an-

tiguos; saquea las bibliotecas de Egipto, Asiria, Persia,

India, Grecia y Roma; busca el contenido del Corán, el

Zend-Avesta o el Bhagavad-Gita; ¡reúna los pensa-

mientos espirituales más exaltados y las concepciones

morales más sublimes contenidas en ellos y encontrará

que todos y cada uno están duplicados en la Biblia! El

Dr. Torrey ha dicho: “Si se destruyeran todos los libros,

excepto la Biblia, no se perdería ni una sola verdad es-

piritual”. En la pequeña brújula de la Palabra de Dios

se almacena más sabiduría que resistirá la prueba de

la eternidad que la suma total del pensamiento hecho

por el ser humano desde su creación. De todos los


264
libros del mundo, solo se puede decir que la Biblia es

completa, y esta característica de las Escrituras es otra

de las muchas líneas de demostración que atestigua la

Inspiración Divina de la Biblia.

265
CAPÍTULO ONCE

LA INDESTRUCTIBILIDAD DE LA BIBLIA ES UNA

PRUEBA DE QUE SU AUTOR ES DIVINO

La supervivencia de la Biblia a través de los tiempos es

muy difícil de explicar si no es en verdad la Palabra de

Dios. Los libros son como los hombres: Criaturas mo-

ribundas. Un porcentaje muy pequeño de libros sobre-

vive más de veinte años, un porcentaje aún más pe-

queño dura cien años y solo una fracción muy insigni-

ficante representa aquellos que han vivido mil años. En

medio de los restos y la ruina de la literatura antigua,

las Sagradas Escrituras se destacan como el último li-

bro sobreviviente de una raza extinta, y el hecho mismo


266
de la existencia continua de la Biblia es una indicación

de que, como su Autor, es Indestructible. Cuando te-

nemos en cuenta el hecho de que la Biblia ha sido el

objeto especial de la persecución sin fin, la maravilla

de la supervivencia de la Biblia se convierte en un mi-

lagro. La Biblia no solo ha sido el Libro más amado en

todo el mundo, sino que también ha sido el más

odiado. La Biblia no solo ha recibido más veneración y

adoración que cualquier otro libro, sino que también

ha sido objeto de más persecución y oposición. Du-

rante dos mil años, el odio del hombre hacia la Biblia

ha sido persistente, decidido, implacable y asesino. Se

han hecho todos los esfuerzos posibles para socavar la


267
fe en la inspiración y la autoridad de la Biblia y se han

emprendido innumerables actividades con la determi-

nación de entregarla al olvido. Se han emitido edictos

imperiales en el sentido de que cada copia conocida de

la Biblia debe ser destruida, y cuando esta medida no

logró exterminar y aniquilar la Palabra de Dios, se die-

ron órdenes de que cada persona encontrada con una

copia de las Escrituras en su posesión debería ser

puesta a muerte. El hecho mismo de que la Biblia haya

sido tan señalada por una persecución tan implacable

nos hace pensar en un fenómeno muy singular. Aun-

que la Biblia es el mejor libro del mundo, ha producido

más enemistad y oposición que el contenido


268
combinado de todas nuestras bibliotecas. ¿Por qué de-

bería ser esto? ¡Claramente porque las Escrituras con-

denan a los seres humanos por su culpa y los conde-

nan por sus pecados! Los poderes políticos y eclesiás-

ticos se han unido en el intento de sacar la Biblia de la

existencia, pero sus esfuerzos concentrados han fa-

llado por completo. Después de toda la persecución

que ha asaltado la Biblia, es, humanamente hablando,

una maravilla que quede algo de la Biblia. Todos los

motores de destrucción que la filosofía humana, la

ciencia, la fuerza y el odio podrían traer contra un libro

han sido llevados contra la Biblia, sin embargo, hoy

permanece indemne e intacta. Cuando recordamos que


269
ningún ejército ha defendido a la Biblia y que ningún

rey ha ordenado la aniquilación de sus osados enemi-

gos, nuestra admiración simplemente aumenta. A ve-

ces, casi todos los sabios y grandes de la tierra se han

enfrentado a la Biblia, mientras que solo unos pocos

despreciados la han honrado y reverenciado. Las ciu-

dades de los antiguos estaban encendidas con hogue-

ras hechas de Biblias, y durante siglos solo aquellos

que se escondieron se atrevieron a leerlo. Entonces,

¿cómo podemos explicar la supervivencia de la Biblia

frente a tan amarga persecución? La única solución se

encuentra en la promesa de Dios. “El cielo y la tierra

pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35).


270
La historia de la persecución de la Biblia es deslum-

brante. Durante los primeros tres siglos de la era cris-

tiana, los emperadores romanos trataron de destruir la

Palabra de Dios. Uno de ellos, llamado Diocleciano,

creía que había tenido éxito. Había matado a tantos

cristianos y destruido tantas Biblias, que cuando los

amantes de la Biblia permanecieron en silencio du-

rante una temporada y se escondieron, se imaginó que

había terminado con las Escrituras. Estaba tan eufó-

rico con este logro, que ordenó que se golpeara una

medalla con las palabras: “La religión cristiana es des-

truida y la adoración de los dioses es restaurada”. Uno

se pregunta qué pensaría ese emperador si regresara a


271
esta tierra hoy en día y descubriera que se había es-

crito más sobre la Biblia que sobre cualquier otro mi-

llar de libros juntos, y que la Biblia que consagra la fe

cristiana ahora se traduce a más de cuatrocientos idio-

mas y lenguas, se envía a cada parte de la tierra! Siglos

después de la persecución de los emperadores roma-

nos, cuando la Iglesia Católica Romana obtuvo el

mando de la ciudad de Roma, el Papa y sus sacerdotes

tomaron la vieja disputa contra la Biblia. Las Sagradas

Escrituras fueron quitadas de la gente, se prohibió

comprar copias de la Biblia y todos los que fueron en-

contrados con una copia de la Palabra de Dios en su

posesión fueron torturados y asesinados. Durante


272
siglos, la Iglesia Católica Romana persiguió amarga-

mente la Biblia y no fue sino hasta la época de la Re-

forma a fines del siglo XVI que la Palabra de Dios fue

dada nuevamente a las masas en su propia lengua. In-

cluso en nuestros días la persecución de la Biblia aún

continúa, aunque el método de ataque ha cambiado.

Gran parte de nuestra erudición moderna se dedica al

trabajo de tratar de destruir la fe en la inspiración y

autoridad divinas de la Biblia. En muchos de nuestros

seminarios se enseña a la generación emergente del

clero que el Génesis es un libro de mitos, que gran

parte de la enseñanza del Pentateuco es inmoral, que

los registros históricos del Antiguo Testamento no son


273
confiables y que toda la Biblia es la creación del ser

humano, en lugar de la revelación de Dios. Y así, el

ataque a la Biblia se está perpetuando hoy en día.

Ahora supongamos que hubiera un hombre que hu-

biera vivido en esta tierra durante dos mil años, que

muy a menudo este hombre hubiera sido arrojado al

mar y, sin embargo, no pudiera ahogarse; que había

sido arrojado con frecuencia ante las bestias salvajes y

que no podían devorarlo; que muchas veces le habían

hecho beber venenos mortales y que nunca le hicieron

daño; que a menudo lo habían atado con cadenas de

hierro y encerrado en las mazmorras de la prisión, pero

siempre había sido capaz de deshacerse de las cadenas


274
y escapar de su cautiverio; que lo habían colgado repe-

tidamente, hasta que sus enemigos lo creyeron

muerto, pero cuando su cuerpo fue derribado, se puso

de pie y se alejó como si nada hubiera pasado; que

cientos de veces lo habían quemado en la hoguera,

hasta que parecía que ya no quedaba nada de él, sin

embargo, tan pronto como se apagaron los incendios,

él también saltó de las cenizas y tan vigoroso como

siempre, pero no necesitamos expandir esto idea más

allá; tal hombre sería superhumano, un milagro de mi-

lagros. ¡Sin embargo, así es exactamente como debe-

mos considerar a la Biblia! Esta es prácticamente la

forma en que se ha tratado a la Biblia a través de los


275
siglos. ¡Ha sido quemada, ahogada, encadenada, en-

carcelada y despedazada, pero nunca destruida!

¡Amén, Aleluya! Ningún otro libro ha provocado una

oposición tan feroz como la Biblia, y su preservación es

quizás el milagro más sorprendente relacionado con

ella. Pero hace dos mil quinientos años, Dios declaró:

“Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra

del Dios nuestro permanece para siempre” (Isaías

40:8). Así como los tres hebreos pasaron sanos y salvos

por el horno de fuego de Nabucodonosor, ilesos y sin

arañazos, así ¡La Biblia ha surgido del horno del odio y

asalto satánico sin siquiera el olor a fuego sobre ella!

Así como un padre terrenal atesora y pone las cartas


276
recibidas de su hijo, nuestro Padre Celestial ha prote-

gido y preservado las Epístolas de su amor escritas a

Sus hijos.

277
CAPÍTULO DOCE

LA CONFIRMACIÓN INTERNA DE LA VERACIDAD

DE LAS ESCRITURAS ATESTIGUA SU INSPIRA-

CIÓN DIVINA

Estamos viviendo en un día en que falta confianza;

cuando el escepticismo y el agnosticismo son cada vez

más frecuentes; y cuando la duda y la incertidumbre

se hacen las insignias de la cultura y la sabiduría po-

pular. En todas las partes los seres humanos exigen

pruebas. Las hipótesis y las especulaciones no satisfa-

cen: El corazón no puede descansar contento hasta

que es capaz de decir: “Lo sé”. La demanda de la mente

humana es el conocimiento definitivo y la seguridad


278
positiva. Y Dios ha condescendido para satisfacer esta

necesidad. Una cosa que distingue al cristianismo de

todos los sistemas humanos es que trata con certezas

absolutas. Los cristianos son personas que saben, que

conocen, que lo experimentan. Y bueno es que lo ha-

cen. Los asuntos relacionados con la vida y la muerte

son tan estupendos, la apuesta involucrada en la sal-

vación del alma es tan inmensa, que no podemos per-

mitirnos estar inseguros en estos puntos. Nadie más

que un tonto intentaría cruzar un río helado hasta que

estuviera muy seguro de que el hielo era lo suficiente-

mente fuerte como para soportarlo. ¿Cómo nos atreve-

mos a enfrentar el río de la muerte, con nada más que


279
una vaga e incierta esperanza en la que descansar? La

seguridad personal es la necesidad imperiosa a la hora

de la muerte. No puede haber paz y alegría hasta que

esto sea logrado. Un padre que está en suspenso sobre

la seguridad de su hijo, estará en agonía del alma. Un

criminal que yace en la celda condenado con la espe-

ranza de un alivio, estará en un tormento mental hasta

que llegue su perdón. Y un cristiano profeso que no

sabe si finalmente aterrizará en el Cielo o en el Infierno,

es un objeto lamentable. Pero volvemos a decir que los

verdaderos cristianos son personas que saben. Saben

que su Redentor vive (Job 19:25-27: “Yo sé que mi Re-

dentor vive, Y al fin se levantará sobre el polvo; Y


280
después de deshecha esta mi piel, En mi carne he de

ver a Dios; Al cual veré por mí mismo, Y mis ojos lo

verán, y no otro, Aunque mi corazón desfallece dentro

de mí”). Saben que han pasado de la muerte a la vida

(I Juan 3:14: “Nosotros sabemos que hemos pasado de

muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que

no ama a su hermano, permanece en muerte”). Saben

que todas las cosas funcionan juntas para bien (Roma-

nos 8:28: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas

las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme

a su propósito son llamados”). Saben que, si su casa

terrenal de este tabernáculo se disuelve, tienen un edi-

ficio de Dios, una casa no hecha con manos, eterna en


281
los cielos (II Corintios 5:1-4: “Porque sabemos que si

nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshi-

ciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha

de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también ge-

mimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra ha-

bitación celestial; pues así seremos hallados vestidos,

y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en

este tabernáculo gemimos con angustia; porque no

quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que

lo mortal sea absorbido por la vida”). Saben que un día

verán a Cristo cara a cara y serán hechos como Él (1

Juan 3:1-3: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre,

para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el


282
mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Ama-

dos, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha mani-

festado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando

él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le ve-

remos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta espe-

ranza en él, se purifica a sí mismo, así como él es

puro”). Mientras tanto, saben a quién han creído, y es-

tán convencidos de que Él puede guardar lo que le han

encomendado para ese día (II Timoteo 1:12-14: “Por lo

cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo,

porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es

poderoso para guardar mi depósito para aquel día. Re-

tén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en


283
la fe y amor que es en Cristo Jesús. Guarda el buen

depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros”).

Si se les pregunta, ¿cómo saben? La respuesta es que

han demostrado por sí mismos la confiabilidad de la

Palabra de Dios que afirma estas verdades. La fuerza

de este argumento actual no atraerá a nadie, salvo a

aquellos que lo conocen experimentalmente. Además

de todas las pruebas externas que tenemos para la Ins-

piración Divina de las Escrituras, el creyente tiene una

fuente de evidencia a la que ningún incrédulo tiene ac-

ceso. En su propia experiencia, el cristiano encuentra

una confirmación personal de las enseñanzas de la Pa-

labra de Dios. Para el ser humano cuya vida, a juzgar


284
es por los estándares del mundo, parece moralmente

recta, la declaración de que “engañoso es el corazón

más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo cono-

cerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo

el corazón, para dar a cada uno según su camino, se-

gún el fruto de sus obras”, parece ser la visión sombría

de un pesimista, o una descripción que no tiene una

aplicación general. Pero el creyente ha descubierto que

“Escogí el camino de la verdad; He puesto tus juicios

delante de mí” (Salmo 119:30), y a la luz de la Palabra

de Dios y bajo el poder iluminador del Espíritu de Dios

que mora en él, ha descubierto que hay dentro de él un

sumidero de iniquidad. Para la sabiduría natural, que


285
es aficionada a filosofar sobre la libertad de la voluntad

humana, la declaración de Cristo de que “Ninguno

puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere;

y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:44) parece

una tarea muy difícil de creer, sin embargo, para aquel

a quien el Espíritu Santo le ha enseñado algo del poder

vinculante del pecado, tal declaración ha sido verifi-

cada en su propia experiencia de vida. Para el que ha

hecho todo lo posible por vivir de acuerdo con la luz

que tenía y ha tratado de desarrollar un carácter ho-

nesto y amable, una declaración como: “Si bien todos

nosotros somos como suciedad, y todas nuestras jus-

ticias como trapo de inmundicia; y caímos todos


286
nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos lleva-

ron como viento. Nadie hay que invoque tu nombre,

que se despierte para apoyarse en ti; por lo cual escon-

diste de nosotros tu rostro, y nos dejaste marchitar en

poder de nuestras maldades” (Isaías 64:6-7), parece

excesivamente dura y severa; pero para el hombre que

ha recibido “una unción del Santo”, sus mejores obras

le parecen sórdidas y pecaminosas; y tal son. La con-

fesión del apóstol Pablo de que “Y yo sé que en mí, esto

es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el

bien está en mí, pero no el hacerlo” (Romanos 7:18),

que una vez le pareció absurdo, el creyente ahora re-

conoce ser su propia condición. La descripción del


287
cristiano que se encuentra en Romanos, es algo que

nadie más que una persona regenerada puede enten-

der. Las revelaciones y verdades allí mencionadas

como pertenecientes al mismo hombre y al mismo

tiempo, parecen tontas para los sabios de este mundo;

pero el creyente se da cuenta completamente de la ver-

dad en su propia vida. Las promesas de Dios pueden

ser probadas: Su confiabilidad es capaz de verificación.

En el Evangelio, Cristo promete dar descanso a todos

aquellos que están cansados y cargados que vienen a

Él. Él declara que vino a buscar y salvar lo que se había

perdido. Afirma que el que bebe del agua que yo le daré

nunca más tendrá sed. En resumen, el Evangelio


288
presenta al Señor Jesucristo como un Salvador. Su re-

clamo de salvar puede ser puesto a prueba. Sí, lo ha

sido, y eso por una multitud de individuos que ningún

ser humano puede contar. Muchos de estos viven en la

tierra hoy. Todo individuo que haya leído en las Escri-

turas las invitaciones dirigidas a los pecadores y se las

haya apropiado personalmente, puede decir en las pa-

labras del conocido himno: “Vine a Jesús como era.

Cansado, desgastado y triste; encontré en Él un lugar

de descanso y Él me ha alegrado y salvado”. Si un es-

céptico lee estas páginas y, a pesar de su incredulidad

actual, tiene un sincero y espontáneo deseo de conocer

la verdad, él también puede poner a la Palabra de Dios


289
a prueba y compartir la experiencia descrita anterior-

mente. Está escrito: “Ellos dijeron: Cree en el Señor Je-

sucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:31),

cree, mi querido lector, y tú también serás salvo. “De

cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos,

y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro

testimonio” (Juan 3:11). La Biblia, querido lector, tes-

tifica el hecho de que “Por cuanto todos pecaron, y es-

tán destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados

gratuitamente por su gracia, mediante la redención

que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propi-

ciación por medio de la fe en su sangre, para manifes-

tar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su


290
paciencia, los pecados pasados” (Romanos 3:23-25), y

nuestra propia conciencia lo confirma. La Biblia de-

clara que “Nos salvó, no por obras de justicia que no-

sotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por

el lavamiento de la regeneración y por la renovación en

el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abun-

dantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que

justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos

conforme a la esperanza de la vida eterna. Palabra fiel

es esta, y en estas cosas quiero que insistas con fir-

meza, para que los que creen en Dios procuren ocu-

parse en buenas obras. Estas cosas son buenas y úti-

les a los hombres” (Tito 3:5-8). Dios nos salva; y el


291
cristiano ha demostrado que no pudo hacer nada para

ganar la estima de Dios: pero, después de haber llorado

la oración del publicano, se fue a su casa justificado.

La Biblia enseña que “De modo que si alguno está en

Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he

aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17), y el

creyente ha descubierto que las cosas que antes

odiaba, ahora las ama, y que las cosas que hasta ahora

contaba como ganancias, ahora considera como esco-

ria. La Biblia da testimonio del hecho de que “Bendito

el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según

su grande misericordia nos hizo renacer para una es-

peranza viva, por la resurrección de Jesucristo de los


292
muertos, para una herencia incorruptible, incontami-

nada e inmarcesible, reservada en los cielos para voso-

tros, que sois guardados por el poder de Dios mediante

la fe, para alcanzar la salvación que está preparada

para ser manifestada en el tiempo postrero” (1 Pedro

1:3-5), y el creyente ha demostrado que aunque el

mundo, la carne y el diablo están en su contra, la gra-

cia de Dios es suficiente para Toda su necesidad. Pre-

gúntele al cristiano, entonces, ¿por qué cree que la Bi-

blia es la Palabra de Dios? Y él le dirá, “porque ha he-

cho por mí lo que dice hacer, me ha salvado; porque he

probado sus promesas por mí mismo; porque encuen-

tro sus enseñanzas verificadas en mis propias


293
experiencias de vida”. Para los no regenerados, la Bi-

blia es prácticamente un libro sellado. Incluso los cul-

tos y educados son incapaces de entender sus ense-

ñanzas: Algunas partes parecen simples y escuetas,

pero gran parte de ellas son oscuras y misteriosas.

Esto es exactamente lo que la Biblia declara: “Pero el

hombre natural no percibe las cosas que son del Espí-

ritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede

entender, porque se han de discernir espiritualmente”

(I Corintios 2:14). Pero para el hombre de Dios es lo

contrario: “El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testi-

monio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho

mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que


294
Dios ha dado acerca de su Hijo” (I Juan 5:10). Como el

Señor Jesús declaró: “El que quiera hacer la voluntad

de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo

por mi propia cuenta” (Juan 7:17). Mientras el infiel

tropieza en la oscuridad, incluso en medio de la luz, el

creyente descubre la evidencia de su verdad en sí

mismo con la claridad de un rayo de sol. “Porque Dios,

que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz,

es el que resplandeció en nuestros corazones, para ilu-

minación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz

de Jesucristo” (II Corintios 4:6).

295
CAPÍTULO TRECE

LA INSPIRACIÓN VERBAL DE LA BIBLIA

La Biblia no solo afirma ser una revelación divina, sino

que también afirma que sus manuscritos originales

fueron escritos por Dios mismo: “Lo cual también ha-

blamos, no con palabras enseñadas por sabiduría hu-

mana, sino con las que enseña el Espíritu, acomo-

dando lo espiritual a lo espiritual” (I Corintios 2:13). La

Biblia en ninguna parte afirma haber sido escrita por

hombres inspirados, de hecho, algunos de ellos eran

personajes muy defectuosos, por ejemplo, Balaam,

pero insiste en que las palabras que pronunciaron y

registraron fueron las palabras mismas de Dios. La


296
inspiración no tiene que ver con las mentes de los es-

critores (porque muchos de ellos no entendieron lo que

escribieron (I Pedro 1:10–11: “Los profetas que profeti-

zaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y

diligentemente indagaron acerca de esta salvación, es-

cudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Es-

píritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba

de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias

que vendrían tras ellos”), sino con los escritos mismos.

“Toda la Escritura es inspirada por Dios” y “Escritura”

significa “los escritos”. La fe tiene que ver con la Pala-

bra de Dios y no con los hombres que la escribieron,

todos han muerto hace mucho tiempo atrás, pero sus


297
escritos permanecen. Un escrito inspirado por Dios evi-

dentemente implica, en la misma expresión, que las

palabras son las palabras de Dios mismo. Decir que la

inspiración de las Escrituras se aplica a sus conceptos

y no a sus palabras; declarar que una parte de la Es-

critura está escrita con un tipo o grado de inspiración

y otra parte con otro tipo o grado de inspiración, no

solo carece de ningún fundamento o apoyo en las Es-

crituras mismas, sino que es repudiado por cada de-

claración en la Biblia que se refiere al tema que ahora

se está considerando. Decir que la Biblia no es la Pala-

bra de Dios sino simplemente contiene la Palabra de

Dios, es el producto de un ingenio mal empleado y un


298
intento impío de despreciar e invalidar la autoridad su-

prema de los Oráculos de Dios. Todos los intentos que

se han hecho para explicar la lógica de la inspiración,

no han hecho nada para simplificar el tema, sino que

han tendido a desconcertarlo. ¿No es más difícil conce-

bir, cómo se pueden impartir ideas sin palabras, que

las verdades reveladas divinamente se deben comuni-

car con palabras? En lugar de disminuir, la dificultad

aumenta. Es tan ilógico hablar de una armonía sin fi-

guras o una melodía sin notas, como de una revelación

divina de comunicación sin palabras. En lugar de es-

pecular, nuestro deber es recibir y creer lo que las Es-

crituras dicen de sí mismas. Lo que la Biblia enseña


299
acerca de su propia inspiración es un asunto pura-

mente de testimonio Divino, y nuestro deber y respon-

sabilidad es simplemente recibir el testimonio y no es-

pecular o tratar de inmiscuirnos en su modus ope-

randi. La inspiración es tanto una cuestión de revela-

ción divina como lo es la justificación por la fe. Ambos

tienen la misma autoridad que las Escrituras, que de-

ben ser el tribunal de apelación final sobre este tema y

sobre cualquier cuestión de la verdad revelada. La en-

señanza de la Biblia acerca de la inspiración de las Es-

crituras es clara y simple, y uniforme en todas partes.

Sus escritores eran conscientes de que sus expresiones

eran un mensaje de Dios en el sentido más elevado de


300
la palabra. “Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca

al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve

y al ciego? ¿No soy yo Jehová? Ahora pues, ve, y yo

estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de ha-

blar” (ver Éxodo 4:11–12). “El Espíritu de Jehová ha

hablado por mí, Y su palabra ha estado en mi lengua”

(II Samuel 23:2). “Y extendió Jehová su mano y tocó mi

boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras

en tu boca” (Jeremías 1:9). Lo anterior es solo una

muestra de pasajes bíblicos puntuales y similares que

podrían ser vistos. Lo que se predice de las Escrituras

mismas, demuestra que son total y absolutamente la

Palabra de Dios. “La ley de Jehová es perfecta, que


301
convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que

hace sabio al sencillo” (Salmo 19:7); esto excluye por

completo cualquier lugar en la Biblia por enfermedades

e imperfecciones humanas. “Sumamente pura es tu

palabra, Y la ama tu siervo” (Salmo 119:140), lo que no

puede significar menos que eso, el Espíritu Santo su-

pervisó la composición de la Biblia y “movió” a sus es-

critores de modo que todo error ha sido excluido. “La

suma de tu palabra es verdad, Y eterno es todo juicio

de tu justicia” (Salmo 119:160), ¡cómo esto anticipó los

ataques de los críticos superiores sobre el Libro del Gé-

nesis, particularmente en sus capítulos iniciales! La

enseñanza del Nuevo Testamento está de acuerdo con


302
lo que hemos citado del Antiguo Testamento. “Cuando

os trajeren a las sinagogas, y ante los magistrados y

las autoridades, no os preocupéis por cómo o qué ha-

bréis de responder, o qué habréis de decir; porque el

Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que

debáis decir” (Lucas 12:11–12), los discípulos fueron

los que hablaron, pero fue el Espíritu Santo quien “les

enseñó qué decir”. ¿Podría algún lenguaje expresar

más enfáticamente la inspiración más completa de la

Biblia? y, si el Espíritu Santo controla tanto sus expre-

siones cuando están en presencia de “magistrados”,

¿es concebible que haría menos por ellos cuando co-

municaran la mente de Dios a todas las generaciones


303
futuras sobre las revelaciones que se relacionan con

nuestro destino eterno? Seguramente no. “Pero Dios ha

cumplido así lo que había antes anunciado por boca de

todos sus profetas, que su Cristo había de padecer”

(Hechos 3:18). Aquí el Espíritu Santo declara a través

de Pedro que fue Dios quien reveló por boca de todos

Sus profetas, que el Mesías de Israel debe sufrir antes

de que la gloria aparezca. “Pero esto te confieso, que

según el Camino que ellos llaman herejía, así sirvo al

Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la

ley y en los profetas están escritas” (Hechos 24:14). Es-

tas palabras evidencian claramente el hecho de que el

apóstol Pablo tenía la máxima confianza en la


304
autenticidad de todo el contenido del Antiguo Testa-

mento. “Y ni mi palabra ni mi predicación fue con pa-

labras persuasivas de humana sabiduría, sino con de-

mostración del Espíritu y de poder” (I Corintios 2:4).

¿Podría algún hombre haber usado un lenguaje como

este a menos que hubiera sido plenamente consciente

de que estaba hablando las mismas palabras de Dios?

“Porque nunca la profecía fue traída por voluntad hu-

mana, sino que los santos hombres de Dios hablaron

siendo inspirados por el Espíritu Santo” (II Pedro 1:21).

Nada podría ser más explícito. El Doctor Gray ha de-

clarado de manera contundente y concluyente la nece-

sidad de una Biblia inspirada verbalmente en el


305
siguiente lenguaje, él afirma: “Una ilustración que el

escritor ha usado a menudo ayudará a aclarar esto. Su

empleador le pidió a un taquígrafo en una casa mer-

cantil que escribiera lo siguiente: “Caballeros entendi-

mos mal su carta y no completaremos su pedido”. Sin

embargo, imagine la sorpresa del empleador cuando

un poco más tarde se le presentó para su firma: “Ca-

balleros entendimos mal su carta y no cumpliremos

con su pedido”. El error fue solo de una sola palabra,

pero fue completamente subversivo de su significado.

Y, sin embargo, la idea se le dio claramente al taquí-

grafo, y las palabras también, para el caso, además,

este último era capaz y fiel, pero era humano, y es


306
humano errar. Si su empleador hubiera controlado su

expresión, hasta la misma letra, el pensamiento desti-

nado a ser transmitido no habría fallado en la expre-

sión”. Así, también, el Espíritu Santo tuvo que super-

visar la escritura de la misma letra de la Escritura para

garantizar su precisión e inerrancia. Se pueden dar

muchas pruebas para demostrar que las Escrituras es-

tán inspiradas verbalmente. Una línea de demostra-

ción aparece en el cumplimiento literal y verbal de mu-

chas de las profecías del Antiguo Testamento. Por

ejemplo, Dios hizo saber a través de Zacarías que el

precio que Judas debería recibir por su terrible crimen

era de “treinta piezas de plata” (Zacarías 11:12: “Y les


307
dije: Si os parece bien, dadme mi salario; y si no, de-

jadlo. Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata”).

Aquí hay un caso claro en el que Dios comunicó a uno

de sus profetas no solo un concepto abstracto sino una

comunicación específica. Y el caso anterior es solo uno

de muchos ejemplos. Otra evidencia de inspiración ver-

bal se ve en el hecho de que las palabras se usan en

las Escrituras con la precisión y la discriminación más

exactas. Esto es particularmente notable en relación

con los títulos Divinos. Los nombres Divinos Elohim y

Jehová se encuentran en las páginas del Antiguo Tes-

tamento varias miles de veces, pero nunca se emplean

libremente ni se usan alternativamente. Cada uno de


308
estos nombres tiene un significado y alcance definidos,

y si sustituyéramos el uno por el otro, la belleza y la

perfección de una multitud de pasajes serían destrui-

dos. Para ilustrar esto: la palabra “Dios” aparece en

todo Génesis 1, pero el título “Señor Dios” aparece en

Génesis 2. Si estos dos títulos divinos se invierten aquí,

un defecto y una mancha serían la consecuencia.

“Dios” es el título creativo, mientras que “Señor Dios”

implica una relación de pacto y muestra los tratos de

Dios con su propio pueblo. Por lo tanto, en Génesis 1,

se usa “Dios”, y en Génesis 2, se emplea “Señor Dios”,

y en todo el resto del Antiguo Testamento estos dos tí-

tulos divinos se usan de manera discriminatoria y en


309
armonía con el significado de su primera mención. Uno

o dos ejemplos más deben ser suficientes. “Vinieron,

pues, con Noé al arca, de dos en dos de toda carne en

que había espíritu de vida. Y los que vinieron, macho y

hembra de toda carne vinieron, como le había man-

dado Dios”, se usa “Dios” porque era el Creador al

mando, con respecto a Sus criaturas, como tal; pero,

en el resto del mismo versículo, leemos, “y Jehová le

cerró la puerta” (Génesis 7:15-16), porque la acción de

Dios aquí hacia Noé se basó en una relación de pacto.

Cuando salió a encontrarse con Goliat, David dijo:

“Jehová te entregará hoy en mi mano (porque David

estaba en una relación de pacto con Él); y yo te venceré,


310
y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los

filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra;

y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel (que no

estaba en relación de pacto con Él). Y sabrá toda esta

congregación que Jehová no salva con espada y con

lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará

en nuestras manos (que estaban en una relación de

pacto con Él)” (I Samuel 17:46–47). Una vez más:

“Cuando los capitanes de los carros vieron a Josafat,

dijeron: Este es el rey de Israel. Y lo rodearon para pe-

lear; mas Josafat clamó, y Jehová lo ayudó, y los

apartó Dios de él” (II Crónicas 18:31). Y así, todo está

en el Antiguo Testamento. La línea de argumento


311
anterior podría extenderse indefinidamente. Hay más

de cincuenta títulos Divinos en el Antiguo Testamento

que se usan más de una vez, cada uno de los cuales

tiene un significado definido, cada uno de los cuales

tiene su significado insinuado en su primera mención,

y cada uno de los cuales se usa posteriormente en ar-

monía con su significado original. Nunca se usan de

forma suelta o intercambiable. En cada lugar donde

ocurren hay una razón para cada variación. Dichos tí-

tulos son el Altísimo, el Todopoderoso, el Dios de Israel,

el Dios de Jacob, el Señor, Nuestra justicia y muchos

más, nunca se usan al azar, sino que en todos los ca-

sos en armonía con su significado original y como los


312
mejores títulos y muy adecuados al contexto. Lo mismo

es cierto en relación con los nombres de nuestro Señor

en el Nuevo Testamento. En algunos pasajes se le co-

noce como Cristo, en otros como Jesús, otros como Je-

sucristo, Cristo Jesús y Señor Jesucristo. En cada caso

hay una razón para cada variación, y en cada caso el

Espíritu Santo se ha asegurado de que se empleen con

un significado uniforme. Lo mismo se aplica a los di-

versos nombres dados al gran adversario. En algunos

lugares se le llama Satanás, en otros el diablo y mu-

chos nombres más, pero los diferentes términos y nom-

bres se usan con una precisión infalible en todo mo-

mento. Otra ilustración es proporcionada por el padre


313
de José. En su vida anterior siempre se le llamó Jacob,

más tarde recibió el nombre de Israel, pero después de

esto, a veces leemos de él como Jacob y otras como

Israel. Todo lo que se nombra de Jacob se refiere a los

actos del “hombre viejo”; lo que se postula de Israel

fueron los frutos del “hombre nuevo”. Cuando dudaba

era Jacob el que dudaba, cuando creía en Dios, era Is-

rael quien ejercía la fe. En consecuencia, leemos: “Y

cuando acabó Jacob de dar mandamientos a sus hijos,

encogió sus pies en la cama, y expiró, y fue reunido con

sus padres” (Génesis 49:33). Pero en el siguiente ver-

sículo, excepto en el uno, se nos dice: “Y mandó José a

sus siervos los médicos que embalsamasen a su padre;


314
y los médicos embalsamaron a Israel” (Génesis 50:2).

Aquí entonces vemos la maravillosa precisión verbal y

perfección de la Sagrada Escritura en cada detalle. La

más convincente de todas las pruebas y argumentos

para la inspiración verbal de las Escrituras es el hecho

de que el Señor Jesucristo los consideró y los trató

como tales. Él mismo se sometió a su gran autoridad.

Cuando fue asaltado por Satanás, tres veces Él respon-

dió: “Escrito está”, y debe notarse particularmente que

el punto de cada una de Sus citas y la fuerza de cada

una de sus respuestas radica en una sola frase: “Él

respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el

hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de


315
Dios” (Mateo 4:4); “Jesús le dijo: Escrito está también:

No tentarás al Señor tu Dios” (Mateo 4:7); “Entonces

Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Se-

ñor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Mateo 4:10).

Cuando los fariseos lo tentaron y le preguntaron: “En-

tonces vinieron a él los fariseos, tentándole y dicién-

dole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cual-

quier causa?” (Mateo 19:3). “Él, respondiendo, les dijo:

¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón

y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará

padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán

una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una

sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el


316
hombre” (Mateo 19:4–6). A los saduceos también les

dijo: “Entonces respondiendo Jesús, les dijo: Erráis, ig-

norando las Escrituras y el poder de Dios” (ver Mateo

22:29). En otra ocasión acusó a los fariseos de “invali-

dar la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis

transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a es-

tas” (Marcos 7:13). En otra ocasión, al hablar de la Pa-

labra de Dios, declaró: “Si llamó dioses a aquellos a

quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no

puede ser quebrantada)” (Juan 10:35). Se ha citado su-

ficiente para demostrar que el Señor Jesús conside-

raba las Escrituras como la Palabra de Dios en el sen-

tido más absoluto y estricto de la palabra. En vista de


317
este hecho, dejemos que los cristianos tengan cuidado

de restarle el menor grado a la inspiración perfecta y

plena de las Sagradas Escrituras.

318
CAPÍTULO CATORCE

La APLICACIÓN DEL ARGUMENTO

¿Cuál debe ser nuestra actitud hacia la Palabra de Dios

entonces, conociendo todas las evidencias que hemos

estudiado en este libro? El conocimiento de que las Es-

crituras están inspiradas por el Espíritu Santo implica

obligaciones muy definidas. Nuestra concepción de la

autoridad de la Biblia determinará nuestra actitud y

medirá nuestra responsabilidad. Si la Biblia es una re-

velación divina, ¿qué sigue entonces?

I. Necesitamos buscar el perdón de Dios.

Si se anunciara con autoridad confiable que en cierta

fecha próximamente un ángel del cielo visitaría Nueva


319
York y pronunciaría un sermón sobre el mundo invisi-

ble, el destino futuro del ser humano o el secreto de la

liberación del poder del pecado, ¡Qué audiencia orde-

naría! No habría edificio en esa ciudad lo suficiente-

mente grande como para acomodar a la multitud que

se aglomeraría para escucharlo. Si al día siguiente, los

periódicos darían un informe literal de su discurso,

¡qué ansioso estaríamos de leerlo! Y, sin embargo, te-

nemos entre las portadas de la Biblia no solo una co-

municación angelical sino una revelación divina com-

pleta del mismo Dios. ¡Cuán grande es nuestra maldad

si la subestimamos y la despreciamos! ¡Y aún así lo

hacemos! Necesitamos confesarle a Dios nuestro gran


320
pecado de descuidar Su Santa y Bendita Palabra. Te-

nemos suficiente tiempo, nos tomamos el tiempo, para

leer los escritos de otros pecadores, pero tenemos poco

o ningún tiempo para las Sagradas Escrituras. La Bi-

blia es una serie de cartas de amor divinas, y, sin em-

bargo, muchas personas de Dios apenas han roto los

sellos. Dios se quejó de lo mismo en el antaño: “Le es-

cribí las grandezas de mi ley, y fueron tenidas por cosa

extraña” (Oseas 8:12). Descuidar el regalo de Dios es

despreciar al Dador. Negar la Palabra de Dios es vir-

tualmente decirle que cometió un error al tener tantos

problemas para comunicarla. Preferir los escritos del

hombre es insultar al Todopoderoso. Decir que los


321
escritos humanos son más interesantes es impugnar

la sabiduría del Altísimo y es una terrible acusación

contra nuestros propios corazones malvados. Descui-

dar la Palabra de Dios es pecar contra su Autor, porque

Él nos ha mandado a leerlo, estudiarlo y a buscar de

ella. Si la Biblia es la Palabra de Dios entonces,

II. Es el Tribunal de Apelación Final.

No es una cuestión de lo que yo pienso, o de lo que

alguien más piensa: La cuestión final es, ¿qué dicen

las Escrituras? No se trata de lo que una iglesia o credo

enseña o ministro predica, es, ¿qué enseña la Biblia?

Dios ha hablado, y eso termina el asunto por completo:

“Para siempre, oh Jehová, Permanece tu palabra en los


322
cielos” (Salmo 119:89). Por lo tanto, me corresponde

inclinarme ante su autoridad, someterme a su palabra,

dejar de discutir y clamar: “Habla, Señor, porque tu

siervo escucha”. Debido a que la Biblia es la Palabra de

Dios, es la corte final de apelaciones en todo lo relacio-

nado con doctrina, deber y revelación. Esta fue la po-

sición tomada por nuestro propio Señor. Cuando Sata-

nás lo tentó, se negó a discutir con él, se negó a abru-

marlo con la fuerza de su sabiduría superior, despre-

ciaba aplastarlo con la presentación de su poder todo-

poderoso: Simplemente “Está escrito” fue su defensa

para cada asalto. Al comienzo de su ministerio público,

cuando fue a Nazaret, donde había vivido la mayor


323
parte de sus treinta años, no realizó ningún milagro

maravilloso, sino que entró en la sinagoga, leyó al pro-

feta Isaías y dijo: “Y comenzó a decirles: Hoy se ha cum-

plido esta Escritura delante de vosotros” (Lucas 4:21).

En su enseñanza sobre el hombre rico y Lázaro, insis-

tió en que “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tam-

poco se persuadirán aunque alguno se levantare de los

muertos” (Lucas 16:31), lo que significa que la autori-

dad de La Palabra escrita tiene mayor peso y valor que

el testimonio y el atractivo de los milagros. Cuando

reivindicaba ante los judíos su reclamo de deidad

(Juan capítulo 5), apelaba al testimonio de Juan el

Bautista (versículo 32: “Otro es el que da testimonio


324
acerca de mí, y sé que el testimonio que da de mí es

verdadero”), a sus propias obras (versículo 36: “Mas yo

tengo mayor testimonio que el de Juan; porque las

obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mis-

mas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el

Padre me ha enviado”), al propio testimonio del Padre,

en su bautismo (versículo 37: “También el Padre que

me envió ha dado testimonio de mí. Nunca habéis oído

su voz, ni habéis visto su aspecto”), y luego, cuando el

era el clímax, Él dijo: “Escudriñad las Escrituras; por-

que a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida

eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (ver-

sículo 39). Esta fue la posición tomada por los


325
apóstoles. Cuando Pedro justificaba hablar en otras

lenguas, apelaba al profeta Joel (Hechos 2:16: “Mas

esto es lo dicho por el profeta Joel”). Al tratar de de-

mostrar a los judíos que Jesús de Nazaret era su Me-

sías y que había resucitado de entre los muertos, apeló

al testimonio del Antiguo Testamento (Hechos capítulo

2). Cuando Esteban se defendió ante el “consejo”, hizo

poco más que revisar la enseñanza de Moisés y los pro-

fetas. Cuando Saúl y Bernabé emprendieron su primer

viaje misionero, “Y llegados a Salamina, anunciaban la

palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían

también a Juan de ayudante” (Hechos 13:5). En sus

epístolas, el apóstol Pablo continuamente hace una


326
pausa para preguntar y exclamar: “Porque ¿qué dice la

Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por

justicia” (ver Romanos 4:3), si la Escritura dio una de-

claración clara sobre el tema en discusión, terminó el

asunto completamente: En contra de su testimonio allí

nunca hubo apelación. Si la Biblia es la Palabra de

Dios entonces:

III. Es el estándar definitivo para regular nuestra

conducta.

¿Cómo puede el ser humano ser justo con Dios? ¿O

cómo puede ser limpio si nace de una mujer? ¿Qué

debo hacer para ser salvo? ¿Dónde se puede encontrar

la paz y el descanso verdaderos y duraderos? Tales son


327
algunas de las preguntas hechas por cada alma ho-

nesta y ansiosa. La respuesta es: Busca en las Escri-

turas: léela, estúdiala, examínala, profundízala, medí-

tala. ¿Cómo debo emplear mejor mi tiempo y talento?

¿Cómo descubriré lo que es agradable para mi Crea-

dor? ¿Cómo voy a saber cuál es el camino del deber? Y

nuevamente la respuesta es: ¿Qué enseña la Palabra

de Dios sobre todo esto? Nadie que posea una copia de

la Biblia puede legítimamente alegar ignorancia de la

voluntad de Dios. Las Escrituras nos dejan sin excusa.

Se ha provisto una lámpara para nuestros pies y el ca-

mino de la justicia está claramente marcado para no-

sotros. Si se ha entregado una carta a los marineros en


328
el tiempo de alta mar, será su culpa si no llegan al

puerto celestial. En el día del juicio, los Libros se abri-

rán y estos Libros serán los jueces de los seres huma-

nos, y uno de estos Libros será la Biblia. En su Palabra

escrita, Dios ha revelado su mente, ha expresado su

voluntad, ha comunicado sus requisitos; y ¡ay del hom-

bre o la mujer que no se toma el tiempo necesario para

descubrir cuáles son estos! Si la Biblia es la Palabra de

Dios entonces:

IV. Es una base segura para nuestra fe.

El ser humano anhela la certeza. Las especulaciones y

las hipótesis son insuficientes cuando hay problemas

eternos en juego. Cuando vengo a recostar mi cabeza


329
sobre mi almohada moribunda, quiero algo más seguro

que un “tal vez” o “quizás”, sobre el que descansar. Y

gracias a Dios lo tengo. ¿Dónde? En las Sagradas Es-

crituras. Sé que mi Redentor vive. Sé que he pasado de

la muerte a la vida eterna. Sé que seré hecho como

Cristo y moraré con Él en gloria a lo largo de los siglos

de la eternidad. ¿Cómo puedo saber todo eso? Porque

la Palabra de Dios lo dice y no necesito nada más. La

Biblia no emite ninguna declaración incierta. Habla

con absoluta seguridad, infalibilidad y propósito. Sus

promesas son ciertas porque son promesas de Aquel

que no puede mentir. Su testimonio es confiable por-

que es la Palabra inerrante del Dios Vivo. Sus


330
enseñanzas son confiables porque son una comunica-

ción del Omnisciente Señor. El creyente entonces tiene

una base segura sobre la cual descansar, una roca

inexpugnable sobre la cual construir sus esperanzas.

Para su paz actual y para sus perspectivas futuras

tiene un, “Así dice el Señor”, y eso es y será suficiente.

Si la Biblia es la Palabra de Dios entonces:

V. Tiene reclamos únicos sobre nosotros.

Un libro único merece y exige una atención única. Al

igual que Job, deberíamos poder decir: “Del manda-

miento de sus labios nunca me separé; Guardé las pa-

labras de su boca más que mi comida” (Job 23:12). Si

la historia nos enseña algo, enseña que las naciones


331
que más han honrado a la Palabra de Dios han sido las

más honradas por Dios. Y lo que es cierto de una na-

ción es igualmente cierto de una familia y de un indi-

viduo. Los mayores intelectos de las edades se han ins-

pirado en la Escritura de la Verdad. Los estadistas más

eminentes han testificado sobre el valor y la importan-

cia del estudio de la Biblia. Benjamín Franklin dijo una

vez: “Joven, mi consejo es que cultives un conoci-

miento y una firme creencia en las Sagradas Escritu-

ras, porque este debe ser tu verdadero interés”. Tho-

mas Jefferson lo expresó como su opinión: “He dicho y

siempre lo haré, digo, que la lectura estudiosa del Vo-

lumen Sagrado hará mejores ciudadanos, mejores


332
padres y mejores maridos”. Cuando se le preguntó a la

difunta Reina Victoria el secreto de la grandeza de In-

glaterra, tomó una copia de las Escrituras y, señalando

a la Biblia, dijo: “Este libro explica el poder de Gran

Bretaña”. Daniel Webster una vez afirmó: “Si cumpli-

mos según los principios enseñados en la Biblia, nues-

tro país seguirá prosperando y prosperando aún más;

pero, si nosotros y nuestra posteridad descuidamos

sus instrucciones y autoridad, ningún ser humano

puede decir cuán repentinamente una gran catástrofe

puede abrumarnos y enterrar toda nuestra gloria en

una profunda oscuridad. La Biblia es el libro de todos

los demás libros, tanto para los abogados como para


333
los teólogos, y me da lástima el ser humano que no

puede encontrar en él una rica fuente de pensamiento

y regla de conducta”. Cuando Sir Walter Scott estaba

muriendo, llamó a su lado a su hombre de confianza y

esperando dijo: “Léeme el libro”. ¿Qué libro? respondió

su criado. “Solo hay un libro”, fue la respuesta del mo-

ribundo: “¡La Biblia!”. La Biblia es el Libro para vivir y

el Libro para morir. Por lo tanto, léalo como sabio,

créalo porque es seguro, practíquelo como santo. Como

otro ha dicho: “Conócelo en la cabeza, guárdalo en el

corazón, muéstralo en la vida, siémbralo en el mundo”.

“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para

enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en


334
justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto,

enteramente preparado para toda buena obra” (II Ti-

moteo 3:16–17).

335

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