Вы находитесь на странице: 1из 3

Que de lejos parecen moscas...

Las onomatopeyas del japonés

José Antonio Millán

Es muy posible que, en comparación con el misterio


básico de la lengua (¿qué relación hay entre la
secuencia de sonidos p, a, t, a, t, a y el sabroso
tubérculo?), respiremos aliviados al encontrarnos con
esa zona del vocabulario donde habitan el ladrido del
perro —guau—, el golpe en la puerta —pon pon—, o
el vibrante sonido de la trompeta —tararí—. Pero basta
asomarse a otra lengua (o a la nuestra, tal y como se
hablaba hace siglos), para ver que las cosas no son tan
simples. Un escritor latino reflejaba el "terrible sonido"
de la trompeta como taratantara; en la España del siglo
XVI la llamada en la puerta sonaba ta ta; por otra parte
en Israel los perros ladran jab jab, los cerdos en Japón
hacen bu bu, y los gallos franceses prefieren un
alambicado cocorico al más normal kikirikí.
Los lingüistas llaman "onomatopeyas" a estas
palabras que, en mayor o menor medida, "imitan"
sonidos. No siempre está claro qué es una
onomatopeya: el "¡zas!" de un golpe lo es con toda
seguridad, la palabra "tiritar" puede considerarse una
buena representación fonética de las sacudidas del frío,
pero "sollozar" ¿albergará o no el sonido del llanto
entrecortado? Hay quien prefiere hablar de palabras
expresivas, y ahí las cosas están más claras: ¿no
refleja a la perfección "zascandil", con el golpe inicial y
ese remate cristalino, la naturaleza de alguien
"despreciable, ligero y enredador"? Y "obeso", ¿no
evoca algo realmente masivo y pesado?
Aunque en menor medida que el inglés, o que otras
lenguas, el español tiene muchas onomatopeyas, que
con frecuencia no se encuentran en ningún diccionario:
son las que se utilizan en el habla infantil, en
situaciones relajadas, o modernamente en el lenguaje
de los comics. Muchas de ellas provienen del inglés (el
bang del disparo, que hace solo unos lustros era
¡pum!), y otras, aunque frecuentes en la lengua
hablada, no suelen verse escritas (el burrum-burrum del
coche). Pueden llegar a un notable grado de
especialización (la risa abierta, ja ja ja, frente a la
pícara, ji ji ji, o la contenida y con reservas, je je je). Si
se hiciera un estudio extenso, probablemente nos
sorprenderíamos de su cantidad y su variedad, pero
¿encontraríamos alguna onomatopeya que indicara el
vaivén de un diente flojo?, ¿y otra para la proximidad
muy grande de dos cosas, ya fueran coches o
acontecimientos? Pues ellos las tienen.
"El kabuki, la ceremonia del té, el arreglo floral, son
artes tradicionales japonesas que me gustan mucho,
pero no me siento especialmente orgulloso de ellas. Sin
embargo, cuando llegamos a las expresiones
onomatopéyicas, la cosa cambia: me encanta
enseñárselas a los extranjeros, y ayudar a que las
comprendan". Con este fervor se expresa Gomi Taro en
el prólogo a su Diccionario de onomatopeyas
japonesas. Y el lector pronto descubre que no es para
menos...
Efectivamente, el susurro es hiso hiso, la lluvia cae za
za, y zaku zaku está reservada para el ruido que hacen
diminutos objetos de valor (joyas o monedas). Pero no
son sólo las acciones ligadas a sonidos las que cuentan
con onomatopeyas; también las hay para estados
anímicos, percepciones visuales o tactiles: gaku gaku
expresa el vaivén de algo que debería estar firme, pero
se ha aflojado (como un diente), doro doro describe la
calidad de un líquido opaco y pegajoso, y gun gun, algo
que crece muy rápidamente (una planta, o también un
edificio); biri biri es (como se puede deducir fácilmente)
la sensación de un calambre, mientras que hira hira
describe la forma que tienen de caer los pedazos de
papel, un pañuelo de seda o pétalos...
Como el lector ya habrá percibido, la onomatopeya
japonesa típica está formada por la repetición de una
palabra breve. Existen muchos centenares (el
diccionario que comentamos recoge casi doscientas). Y
su riqueza de matices puede ser grande: gatsu gatsu
es comer con glotonería; gabu gabu se aplica a la
bebida ansiosa, aunque si uno bebe a sorbitos es chibi
chibi; paku paku describe el hecho de abrir y cerrar la
boca muchas veces (los aficionados a los juegos de
ordenador descubrirán ahí el nombre de un conocido
tragaldabas, Pacman).
En algunas onomatopeyas japonesas podemos incluso
encontrar un sabor borgiano (Borges, es bien sabido,
conocía y admiraba esta lengua): uja uja describe un
conjunto de muchas cosas pequeñas en movimiento, y
se puede aplicar desde a un enjambre de insectos a
una multitud de personas en la lejanía, reflejando así
una de las categorías en en que una "antigua
enciclopedia" dividía a los animales: aquellos "que de
lejos parecen moscas".
En las onomatopeyas se encuentra —creen algunos—
ese estadio primero, el alba de la lengua, cuando las
palabras eran ecos de la naturaleza, y parte de ella.
Cuando mi amiga japonesa Kako hace que su niño, que
se ha metido un bocado demasiado caliente en la boca,
diga hoko hoko (con la h aspirada) la palabra hecha
aire fresco ayuda a calmar el ardor, como una magia
antigua, de la época en que las palabras aún hacían
cosas.
Publicado
originalmente en
Diario 16
Última versión, Más sobre voces naturales
diciembre de 1999

Вам также может понравиться