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Los sacramentos de la fe
Carlo Rocchetta
BREVE INTRODUCCIÓN
Cada vez que la Iglesia se reúne, sea donde sea, para celebrar la Eucaristía es el
mismo Cristo el que se hace presente para actualizar la oblación única de su ser al
Padre, completada en su muerte y resurrección de una vez para siempre. La Santa
Misa no es un simple recuerdo realizado por otros; es la presencialización del
único evento pascual llevado a cabo por el mismo Cristo: realmente se hace
presente Cristo en el sacrificio de la cruz. La comunidad eclesial y el celebrante
desempeñan un papel esencial de mediación, pero el ministro fundamental de la
celebración eucarística es el Señor glorificado. Dicha actualización es posible
gracias a la acción del Espíritu que hace que la Iglesia sea capaz de “hacer
memoria” del único evento pascual.
No hay duda en que los testimonios del Nuevo Testamento sitúan la Eucaristía
en la historia de la salvación y su cumplimiento, la pascua de Jesús. Y esto implica
dos niveles de profundización: por una parte la recuperación de la tipología
bíblica referida a la eucaristía y por otra parte la relación entre la celebración
eucarística y las estructuras cultuales hebraicas.
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1. TIPOLOGÍA BÍBLICA Y EUCARÍSTICA.
1. La pascua de liberación
La cena de Jesús con los apóstoles es en el ámbito de la pascua judía, era la fiesta
de primavera. Tras la liberación de Egipto, paso de la esclavitud a la libertad,
constituye el evento central de la historia de Israel, recordado todos los años.
Celebrar la pascua es conmemorar el éxodo, y renovar la fe en el poder salvador
del Señor. Los profetas anuncian una nueva pascua mesiánica mayor que la
anterior. El NT afirma que esta pascua ya se ha realizado en Cristo, es el paso de
Cristo de este mundo al Padre, después de haber «entregado su cuerpo» y «derramado su
sangre» para la redención de la humanidad. El banquete que Jesús celebra
representa la anticipación sacramental. La eucaristía, «memorial» de este evento,
actualiza el paso de Cristo de este mundo al Padre y se renueva el «éxodo» de la
salvación.
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actualización simbólica se revive la muerte y la resurrección de Cristo, en espera
de la parusía final. La eucaristía es «el pan» del viajero, del peregrino en el mundo.
2. El sacrificio de la Alianza
La alianza es una de las obras insistentes de Dios en la economía bíblica, marca las
grandes épocas de la historia de la salvación. Dios entabla un pacto con su pueblo
y es irrevocablemente fiel. Abraham, inmola animales y los divide en dos partes.
JHWH consume a través del fuego que pasa en medio (Gn 15,9-18). En el Sinaí
Moisés, después de haber ofrecido los holocaustos, rocía el altar con sangre. La
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sangre representa la vida; lo que se asperje entre dos partes como un signo de
alianza crea una nueva comunión que obliga al compromiso fiel. En la última
cena, Jesús alude al pacto del Sinaí para proclamar que la nueva alianza, se realiza
ahora en su sangre: «Ésta es mi sangre de la Alianza, que va a ser derramada por
muchos» (Mc 14,24; cf. Mt 26,27). La sangre de la cruz es la sangre de la alianza
nueva y eterna realizada por el Padre en Cristo (1P 1,18-19; Hb 8,6-13). Jesús
anticipa, su sacrificio redentor y muestra que su cuerpo y su sangre constituyen los
signos de la alianza escatológica ofrecida a toda la humanidad. Así se manifiestan
los esponsales de Dios con la humanidad. Participar de la eucaristía es morar en
Cristo y en su alianza, unidos todos a un único cáliz y a un único pan, formamos
un único cuerpo, el cuerpo de Cristo sobre la tierra.
3. El banquete de comunión
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La tarde del arresto, Jesús se refiere a un banquete semejante (Lc 22,29-30). Este
banquete mesiánico, encuentra realización en las comidas con los suyos,
penetradas de la gloria mesiánica, la presencia del esposo en su fiesta nupcial (Mc
2,18-22). Esto se manifiesta plenamente en la última cena, banquete del reino
escatológico ya inaugurado, el esposo se entrega a la esposa como alimento de
vida y bebida de salvación. Los sinópticos subrayan el don que Cristo prepara para
los suyos en el reino, en el que se entra con su muerte, resurrección y ascensión a
los cielos. Todo constituye una cadena iniciada en el banquete del éxodo y el del
Sinaí hasta la última cena y la comida escatológica definitiva, pasando por todos
los banquetes eucarísticos de la comunidad cristiana. La eucaristía se enmarca en
el tiempo intermedio que va de la última cena al banquete escatológico: es el
banquete de Cristo con los suyos donde se hace presente en los que se reúnen en
su nombre (Mt 18,20) hasta el fin de los tiempos (Mt 28,20). Esta presencia es
afirmada: «Éste es mi cuerpo»; «Ésta es mi sangre». Explica la alegría incontenible de la
comunidad primitiva (Hch 2,42-47) y que lleva a releer en clave eucarística los
milagros realizados por Jesús, la multiplicación de los panes y los discípulos de
Emaús en el acto de partir el pan (Lc 24,30-31). A la fe, se une la esperanza:
llevará a cumplimiento su reino. La Iglesia es al mismo tiempo proclamación de la
muerte y resurrección de Cristo y espera de su venida escatológica (1Co 11,26). La
espera llegaba a su culmen en la celebración eucarística. En el momento de la cena
eucarística él puede volver a aparecerse. La conmemoración del pasado y la alegría
de su presencia actual quedan vinculadas a la anticipación del banquete eterno, del
que nos separa un breve intervalo.
Dios se hace presente entre los suyos: habita en el cosmos, mora en Israel, ha
puesto su tienda en Cristo, habita en medio de nosotros en la Iglesia y mora en el
bautizado como en un templo, se hace presente en los sacramentos y plenificará el
mundo escatológico esperado. La eucaristía pertenece a esta presencia de Dios en
la historia, los profetas lo habían anunciado. La profecía del Emmanuel (Is 7,14;
Mt 1,22-23), se perpetúa en la eucaristía. La morada eucarística de Cristo se
encuadra las grandes obras del tiempo actual. El misterio de la presencia
eucarística se comprende a la luz de la fidelidad de Dios a sus promesas y en la
continuidad de una pedagogía de la morada que caracteriza la historia de la
salvación desde el inicio hasta el fin. Dios camina con su pueblo y acampa en
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medio de nosotros (Jn 1,14). La eucaristía: es la shekinah actual, anticipación y
preparación de la escatológica (Ap 21,3).
1. De la «Berakah» a la Eucaristía
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116-118; 135-138; 146-150). Es una confesión de fe, una proclamación del Dios único
que ha elegido a Israel liberándolo de las condiciones de esclavitud y que continúa
actuando (Sal 30; 46-47; 66, 68). Implica reconocimiento de la infidelidad a la
alianza, petición de perdón y abandono en la misericordia del Señor (Sal 80,20;
103,8-13; 106; 107).
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efectuadas por JHWH en la creación y en la historia, y se estructura como
adoración, demanda de perdón y abandono confiado, en un clima de viva
admiración y de asombro reconocido.
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en continuidad con la historia de la salvación, síntesis y coronación de todas las
intervenciones realizadas por Dios a favor de su pueblo.
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Jesús, la creación y el Padre. El primer gesto de Jesús: «Tomó el pan y pronunciada la
bendición, lo dio a sus discípulos». Acción análoga se realiza sobre el vino. Ambos
representan la tierra que, al término del viaje en el desierto, debía ofrecer grano y
uva, requieren del trabajo transformador. Elevando ambas, se remite a la creación,
y a la historia humana, la actividad del hombre. Pronunciar la bendición, es
reconocer que todo es un don de Dios, no se agota en una fórmula verbal, acto por
el que adviene la vida divina, y en la distribución del pan y el vino vincula estos
dones al Padre. Relacionando estos dones con su persona, el don de su persona para el
perdón de los pecados. Durante la última cena es donador y don. El evento pascual,
anunciado en los gestos de partir el pan y distribuir el vino con las palabras que
los acompañan. El pan y el vino anticipación sacramental de la muerte a la que
Jesús se entrega. El pan recuerda la bondad de JHWH por su presencia. El pan, él
es el nuevo alimento, dado a los hombres para la vida del mundo (Jn 6,48-58). El
vino, gozo de la vida, el amor, la amistad y la felicidad. En la última cena la copa
elevada y bendecida revela el sacrificio de acción de gracias que se refieren los
salmos. En los textos de la institución se habla de «sangre de la alianza» (Mc/Mt)
o de «nueva alianza en la sangre» de Cristo (Pablo/Lc) refiriéndose al sacrificio del
Sinaí (Ex 24,5-8).
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institución: los discípulos compartiendo aquel pan, forman unidad creando una
koinónía (cf. 1Co 10,16-17). Su fundamento es la sangre de la nueva alianza
derramada por «muchos». (Mc/Mt), entendiendo esta expresión como la totalidad
de los hombres. Jesús se ofrece a la Iglesia que se desarrollará a partir de ese resto,
y entregarse a la humanidad entera. Los discípulos no están ausentes o pasivos. Su
silencio, muestra que se sienten la comunidad del Señor. Lo que interesa al NT lo
que deberán hacer en el futuro, en obediencia al mandato de Jesús. En el instante
en que se sientan a la mesa, los discípulos toman el pan y reciben el cáliz,
comiendo y bebiendo, acción dirigida a un futuro. Primero supone que ven a Jesús
como el señor de su destino, asegura la vida de su comunidad futura. Los
discípulos la celebrarán creyendo que su partida es la condición de su nueva
presencia. En segundo lugar, después de su muerte, continuará con ellos para
reunirlos como comunidad escatológica, haciéndoles existir en la presencia del
Padre como comunidad que proclama su misterio pascual «hasta que vuelva» (1Co
11,26). Para Jesús celebrar su pascua significa pasar de la muerte a la vida, para sus
discípulos será pasar incesantemente de la muerte a la vida y proclamar su venida
al mundo.
«Haced esto en memoria mía», presente en las cuatro plegarias eucarísticas en uso;
pero esta traducción no parece corresponder al texto griego de Lucas (22,19) y de
Pablo (1Co 11,24-25) donde se lee: «Haced esto en mi memo-rial». Significa la
orden que Cristo deja a sus discípulos queda vinculada, al memorial hebreo, a
partir de la nueva pascua se realizará en la sangre de la cruz. «Esto» indica todo el
misterio pascual y toda la acción eucarística. El verbo «hacer»; es conocido a
propósito de la pascua hebrea en el sentido de «celebrarla». Celebrando la eucaristía,
la Iglesia pone sobre el altar los signos del sacrificio de Cristo, el pan y el vino, su
cuerpo y sangre ante el Padre, «hace memoria» de la obra redentora de Cristo y da
gracias por todo lo que se ha hecho en nuestro favor.
3. LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA.
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En numerosos escritos apostólicos aparecen diversos ecos de esta celebración.
Encontramos ejemplos claro en Efesios, en el himno cristológico. Junto a los
testimonios apostólicos, encontramos otros tantos como el de Clemente romano,
el de Policarpo, Hipólito, San Basilio, etc.
4. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA.
Desde el principio, se aclara que no puede ser repetido el misterio pascual, sino es
en la segunda venida de Cristo. Eso sí, cabe representarlo y comunicarlo de forma
sacramental; y esto es la Eucaristía.
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La plegaria eucarística, desde la diversidad de su forma, según una secuencia ritual
que comprende cinco momentos esenciales. El prefacio señala el inicio. El prefacio
continúa en la epíclesis, antes y después de la consagración: una invocación del
Espíritu que configura la identidad de la memoria eucarística como acto del
Espíritu en la Iglesia, en su actuación y desplegamiento en el corazón de los fieles.
La anámnesis lleva a revivir el relato de la institución y participar de la gran ofrenda.
Las intercesiones evocan la comunión eclesial en los tres estados de su realización, en
la tierra, en el cielo y en los caminos de purificación. La plegaria concluye con la
doxología final dirigida al Padre a la que le sigue el amén de los fieles como signo de
adhesión total al evento celebrado y participación en la oblación pascual.
Cada plegaria eucarística, desde una estructura fundamental común, subraya los
aspectos específicos del evento pascual.
La primera plegaria reviste una particular forma coral y eclesial, tanto antes como
después de la anámnesis, con la repetida invocación a los santos que corona el
acto de la celebración. Se enmarca el contenido sacrificial de la eucaristía en la
historia salutis.
Tras haber afirmado que todo cuanto se ha realizado es la «memoria» del misterio
pascual de Cristo, el celebrante —junto a toda la comunidad— expresa la ofrenda
al Padre del «pan de vida» y del «cáliz de salvación» como una «acción de gracias»
por lo que Cristo ha hecho por nosotros con su pascua. De este modo retorna el
tema de la berakah, la acción de gracias que llena toda la celebración eucarística y
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acompaña el gesto de la ofrenda. Con un estilo simple y preciso, se invoca después
al Espíritu Santo, para que los que participan en la comunión del cuerpo y la
sangre de Cristo se congreguen, con la gracia del Espíritu Santo, «en la unidad».
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muerte y resurrección y el don del Espíritu Santo «primicia para los creyentes [...],
llevando a plenitud la obra en el mundo». Se presenta así una «memoria» completa
de las grandes etapas de la economía salvífica.
La plegaria eucarística quinta (a, b, c, d). Esta plegaria posee algunos aspectos
particulares. Aun con eso, al margen de éstos, se aprecian las siguientes variaciones
mas clarividentes:
1. Hace ver más claramente que la celebración eucarística es una acción de Cristo
que actualiza su única ofrenda al Padre en la Iglesia.
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