Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
¿Puede el color natural de los alimentos convertirse en una guía de los nutrientes que contienen?
Se dice que comemos más por los ojos que por la boca. Y en cierta medida esto es así porque el
color de los alimentos tiene un gran impacto en la elección de lo que comemos. Los ojos se
convierten en el órgano gustativo más importante. El instinto nos hace decantarnos más por los
colores rojo, naranja y amarillo que por el verde o azul, que suelen asociarse a amargor y
oxidación. El color de un alimento también influye en nuestra percepción del gusto, sabor u olor y
a menudo suelen asociarse ciertos colores con sabores particulares: verde con comida salada,
naranja con comida picante.
Pero el color de frutas y verduras va más allá de una visión estética. Los pigmentos que hacen
posible la gran variedad de colores en los alimentos son en realidad fitonutrientes o fitoquímicos,
sustancias de origen vegetal que, aunque no tienen un valor nutricional específico, sí han
demostrado ser claves para la salud a largo plazo. Una de las principales funciones de los
fitonutrientes es actuar como defensa natural en las plantas huéspedes, para protegerlas de
infecciones y microbios. Pero también les dan el color, aroma y sabor característicos a cada uno de
ellos.
Cuando llenamos un plato con frutas y verduras frescas a menudo encontramos un pequeño
arcoíris en la mesa. Hay azules, verdes, amarillos, naranjas y rojos, colores que se encuentran de
forma natural en algunos alimentos de origen vegetal ¿Qué sabemos sobre estos colores y qué nos
dicen acerca de las vitaminas, minerales y beneficios sobre la salud?
El color de los alimentos naturales está determinado por su composición.El consumo de frutas y
verduras de múltiples colores nos ayudan a obtener, de forma natural, los distintos nutrientes
necesarios para conseguir una buena salud. Losprincipales fitonutrientesque dan color a los
alimentos son:
Vegetales de color verde como espinacas, col rizada, brócoli, acelga, así como guisantes o
kiwis deben su color a la clorofila, un antioxidante relacionado sobre todo con la salud
ocular. También destacan en betacaroteno y zeaxantina. A menudo, suele asociarse el
color verde con alimentos saludables. Y en buena parte esta reputación no es nada
infundada. Las frutas y verduras verdes tienen un gran valor alimentario por su riqueza en
vitaminas y minerales esenciales para la salud como el magnesio. Verduras verdes como
las espinacas contienen altas cantidades de ácido fólico, clave por ejemplo para el
embarazo. Las frutas y verduras verdes también contienen vitamina K y potasio, que
ayudan, junto con el ácido fólico, a un correcto funcionamiento del corazón. También son
excelentes depurativos gracias a los altos niveles de clorofila.
El color rojo intenso, púrpura, azul y también el negro de las berenjenas se obtiene de dos
fitonutrientes: el licopeno y los flavonoides. Los alimentos rojos como sandía y tomates
son ricos en licopeno, con propiedades antioxidantes y cardiovasculares. También se
incluyen los arándanos, las uvas rojas, las frambuesas, las fresas, granadas, pomelos rojos,
así como la remolacha, los rábanos, los tomates o los pimientos rojos. También contienen
minerales como potasio y selenio, que ayudan a fortalecer el sistema inmunológico y la
memoria. Aportan además vitaminas A, B9 y C. Al licopeno
En todos los casos, los pigmentos empiezan a deteriorarse en el momento en que frutas y
verduras se recolectan, de ahí que, aunque se mantenga el color, este puede alterarse.
En el caso del ajo o la cebolla, estos carecen de pigmento, aunque obtienen el color de los
compuestos polifenoles, también con propiedades antioxidantes. Los alimentos blancos son ricos
en potasio, que tiene propiedades diuréticas. Además, los alimentos de la familia de las Liliaceae
(ajo y cebolla), contienen alicina, que puede ayudar a reducir el riesgo de presión arterial alta o
colesterol alto. Estos alimentos blancos también pueden ser una importante fuente de potasio,
niacina y vitamina C. También se incluyen en este grupo frutas de carne blanca como las peras y
las manzanas, a las que se asocia una mayor reducción del riesgo de accidente cerebrovascular o
ictus. En esta categoría también se incluyen los plátanos, puerros y endibias.
Diversos estudios han demostrado que la aceptación de un producto por parte del consumidor
depende en buena medida de su apariencia y, por tanto, también de su color. Esta es la principal
justificación para el uso de colorantes en alimentos, productos con un valor subjetivo del que se
espera que no genere riesgos para la salud. No obstante, no siempre es así. Esa es la raíz de la
polémica que todavía protagonizan.
Vivimos en un mundo de color. Tanto es así que asociamos a códigos de colores los objetos,
entornos y paisajes que tenemos a nuestro alrededor. Cambios en esos códigos se interpretan
como alteraciones del entorno, de modo que nos informan de su estado o de su evolución a lo
largo del tiempo. Asimismo, expertos en ergonomía, así como determinadas ramas de la psicología
y otras áreas científicas del conocimiento, han sugerido que el color puede influir en el estado de
ánimo.
Alimentos de color
Algo así ocurre también con los alimentos. En efecto, el color es la primera sensación que se
percibe y la que determina el primer juicio sobre su calidad. Es también un factor importante
dentro del conjunto de sensaciones que aporta el alimento, y tiende a veces a modificar
subjetivamente otras sensaciones como el sabor y el olor.
Las preferencias por el color de los alimentos, por ser éste precisamente un factor subjetivo, no
son las mismas para cada persona, y varían según las regiones, países o edades. Así, hay quienes
prefieren el color moreno al blanco en el azúcar y en la cáscara de los huevos. Sin embargo, y a
pesar de estas diferencias, los criterios tienden a ser concordantes y se aceptan como estándares
códigos asociados a determinados estados. El verde de las naranjas se relaciona con facilidad con
falta de madurez, mientras que el pardo de los plátanos indica que podrían estar estropeándose.
Los alimentos naturales tienen su propio color, pero circunstancias como la variabilidad de las
materias primas utilizadas en la elaboración de algunos productos y los procesos tecnológicos
empleados (calor, acidez, luz, conservantes), provocan que el color sea distinto en cada lote de
producción o bien que las sustancias colorantes naturales terminen por destruirse. Es entonces
cuando el color normalizado, el esperado por el consumidor, se obtiene de forma artificial.
Los alimentos, que no tienen color propio como dulces, postres, snaks, bebidas y productos de alta
tecnología de reciente aparición en el mercado (imitaciones de mariscos), se colorean
artificialmente para hacerlos más atractivos al consumidor. El color artificial de los alimentos
ayuda en muchos casos a definirlos. La experiencia ha demostrado que las personas, cuando no
vemos el color, tenemos problemas para identificar los sabores.
Los colorantes son aditivos, substancias que adicionadas a los alimentos proporcionan, refuerzan o
varían su color
Del conjunto de los aditivos alimentarios, el grupo de los colorantes es, probablemente, el que
mayor polémica ha originado entre los consumidores. Frecuentemente, se les considera aditivos
de dudosa utilidad por cuanto no mejoran -ni tampoco empeoran- la calidad del producto con
respecto a su conservación o calidad nutritiva. En consecuencia, y para que sean debidamente
aceptados, el nivel de riesgo aceptable para un beneficio pequeño ha de ser forzosamente muy
bajo.
Los colorantes pueden clasificarse en tres grandes grupos: naturales, idénticos a naturales y
sintéticos o artificiales. Actualmente existe una cierta tendencia a utilizar, cuando es posible,
colorantes naturales en lugar de los sintéticos o artificiales ya que se cree que son inocuos y, por
tanto, sin riesgo para la salud humana.
Las substancias que se utilizan como aditivos colorantes en alimentación deben cumplir con unos
requisitos básicos con el fin de prevenir riesgos para la salud de los consumidores. En esencia,
deben ser inocuos; constituir una especie química definida y pura; tener gran poder para tintar
con objeto de utilizar la mínima cantidad posible; ser fácilmente incorporables al producto; ser lo
más estables posibles a la luz, al calor, a los cambios de pH y a los agentes oxidantes y reductores;
poseer compatibilidad con los productos que debe teñir; no poseer olor ni sabor desagradables
con el fin de no variar las características del alimento que se colorea; y ser lo más económicos
posible.
Sobre su inocuidad, cabe señalar que, aunque muchos de ellos se utilicen desde hace siglos,
todavía no se sabe lo suficiente sobre sus consecuencias en el ser humano. De hecho, muchos se
estudian en la actualidad y de otros ya se sabe por ejemplo que pueden causar urticaria crónica o
incluso asma entre las personas sensibles a sus componentes. Este es el caso de la tartracina (E-
102), un colorante amarillo utilizado en pastelería, confitería, verduras enlatadas, productos de la
pesca, helados, bebidas de naranja y aderezos para ensaladas, entre otros.
Debido a las consecuencias indeseables para la salud de los consumidores, es precisamente que la
FAO/OMS, a través de su Comité de Expertos en Aditivos Alimentarios, estudia de forma
continuada los efectos toxicológicos que pueden aparecer con los colorantes alimentarios. En
función de los resultados obtenidos de dichos estudios, se ha elaborado la siguiente clasificación:
CATEGORIA B: Colorantes que no han sido lo suficientemente estudiados como para ser
incluidos en la categoría A.
CATEGORIA C-II: Colorantes con datos inadecuados para su evaluación, pero de los que no
se conocen resultados de los ensayos de toxicidad de larga duración como para
relacionarlos con procesos cancerígenos.
CATEGORIA C-III: Colorantes de los cuales se tienen pocos datos para evaluarlos, pero que
son suficientes como para relacionarlos con efectos perjudiciales para la salud.
CATEGORIA D: Colorantes de los cuales se desconocen casi por completo datos referentes
a su posible toxicidad.
Cuando se trata de alimentos, el color y la apariencia son las primeras impresiones más
importantes, incluso hasta antes de que el sentido olfativo se despierte con un aroma agradable.
Ese es el punto que Dr. Seuss hace en su famoso libro, "Huevos Verdes Con Jamón", admirado por
niños y adultos por igual. Su lección para todo el mundo es "no rechaces las cosas sólo porque su
apariencia es diferente." De hecho, para el personaje gruñón a quien "Juan Ramón" persigue por
montes y valles para que pruebe su plato, hasta el olor típico y llamativo del jamón cocido con
huevos no pudo superar el "descolore" de los alimentos. En el mundo del comercio actual, para los
productos detrás de un cristal, refrigerados, congelados, en cajas, secos, empacados sin
ventilación y envueltos en plástico, la apariencia es mucho más importante que su aroma. Tanto
los productores de alimentos frescos y procesados conocen esto muy bien, y adoptan cada vez
más las tecnologías instrumentales de medición del color y prácticas para controlar mejor el color
en una amplia gama de aplicaciones. Dos Técnicas Principales Para La Medición Del Color En la
práctica actual entre la industria alimenticia,
las dos técnicas principales para la medición del color que se utilizan son: Colorimetría y
espectrofotometría.