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3 poemas

EN UN TROZO DE PAPEL
En un trozo de papel
con un simple lapicero,
yo tracé una escalerita,
tachonada de luceros.

Hermosas estrellas de oro.


De plata no había ninguna.
Yo quería una escalera
para subir a la Luna.

Para subir a la Luna


y secarle sus ojitos,
no me valen los luceros,
como humildes peldañitos.

¿Será porque son dorados


en un cielo azul añil?
Sólo sé que no me sirven
para llegar hasta allí.

Estrellitas y luceros,
pintados con mucho amor,
¡quiero subir a la Luna
y llenarla de color!.

PEGASOS, LINDOS PEGASOS


Pegasos, lindos pegasos,
caballitos de madera...

Yo conocí siendo niño,


la alegría de dar vueltas
sobre un corcel colorado,
en una noche de fiesta.

En el aire polvoriento
chispeaban las candelas,
y la noche azul ardía
toda sembrada de estrellas.

¡Alegrías infantiles
que cuestan una moneda
de cobre, lindos pegasos,
caballitos de madera!.
EL SAPO VERDE
Ese sapo verde
se esconde y se pierde;
así no lo besa
ninguna princesa.

Porque con un beso


él se hará princeso
o príncipe guapo;
¡y quiere ser sapo!

No quiere reinado,
ni trono dorado,
ni enorme castillo,
ni manto amarillo.

Tampoco lacayos
ni tres mil vasallos.
Quiere ver la luna
desde la laguna.

Una madrugada
lo encantó alguna hada;
y así se ha quedado:
sapo y encantado.

Disfruta de todo:
se mete en el lodo
saltándose, solo,
todo el protocolo.

Y le importa un pito
si no está bonito
cazar un insecto;
¡que nadie es perfecto!

¿Su regio dosel?


No se acuerda de él.
¿Su sábana roja?
Prefiere una hoja.

¿Su yelmo y su escudo?


Le gusta ir desnudo.
¿La princesa Eliana?
Él ama a una rana.

A una rana verde


que salta y se pierde
y mira la luna
desde la laguna.
3 cuentos
El cohete de papel
Había una vez un niño cuya mayor ilusión era tener un cohete y dispararlo hacia la luna, pero

tenía tan poco dinero que no podía comprar ninguno. Un día, junto a la acera descubrió la

caja de uno de sus cohetes favoritos, pero al abrirla descubrió que sólo contenía un pequeño

cohete de papel averiado, resultado de un error en la fábrica.

El niño se apenó mucho, pero pensando que por fin tenía un cohete, comenzó a

preparar un escenario para lanzarlo. Durante muchos días recogió papeles de todas las

formas y colores, y se dedicó con toda su alma a dibujar, recortar, pegar y colorear

todas las estrellas y planetas para crear un espacio de papel. Fue un trabajo

dificilísimo, pero el resultado final fue tan magnífico que la pared de su habitación

parecía una ventana abierta al espacio sideral.

Desde entonces el niño disfrutaba cada día jugando con su cohete de papel, hasta que

un compañero visitó su habitación y al ver aquel espectacular escenario, le propuso

cambiárselo por un cohete auténtico que tenía en casa. Aquello casi le volvió loco de

alegría, y aceptó el cambio encantado.

Desde entonces, cada día, al jugar con su cohete nuevo, el niño echaba de menos su cohete

de papel, con su escenario y sus planetas, porque realmente disfrutaba mucho más jugando

con su viejo cohete. Entonces se dio cuenta de que se sentía mucho mejor cuando jugaba con

aquellos juguetes que él mismo había construido con esfuerzo e ilusión.

Y así, aquel niño empezó a construir él mismo todos sus juguetes, y cuando creció, se

convirtió en el mejor juguetero del mundo.


El elefante fotógrafo
Había una vez un elefante que quería ser fotógrafo. Sus amigos se reían cada vez que le oían

decir aquello:

- Qué tontería - decían unos- ¡no hay cámaras de fotos para elefantes!

- Qué pérdida de tiempo -decían los otros- si aquí no hay nada que fotografíar...

Pero el elefante seguía con su ilusión, y poco a poco fue reuniendo trastos y aparatos

con los que fabricar una gran cámara de fotos. Tuvo que hacerlo prácticamente todo:

desde un botón que se pulsara con la trompa, hasta un objetivo del tamaño del ojo de

un elefante, y finalmente un montón de hierros para poder colgarse la cámara sobre la

cabeza.

Así que una vez acabada, pudo hacer sus primeras fotos, pero su cámara para elefantes era tan

grandota y extraña que paracecía una gran y ridícula máscara, y muchos se reían tanto al

verle aparecer, que el elefante comenzó a pensar en abandonar su sueño.. Para más

desgracia, parecían tener razón los que decían que no había nada que fotografiar en aquel

lugar...
Pero no fue así. Resultó que la pinta del elefante con su cámara era tan divertida, que

nadie podía dejar de reir al verle, y usando un montón de buen humor, el elefante consiguió

divertidísimas e increíbles fotos de todos los animales, siempre alegres y contentos, ¡incluso del

malhumorado rino!; de esta forma se convirtió en el fotógrafo oficial de la sabana, y de todas

partes acudían los animales para sacarse una sonriente foto para el pasaporte al zoo.

El árbol mágico
Hace mucho mucho tiempo, un niño paseaba por un prado en cuyo centro

encontró un árbol con un cartel que decía: soy un árbol encantado, si dices

las palabras mágicas, lo verás.

El niño trató de acertar el hechizo, y probó

con abracadabra, supercalifragilisticoespialidoso, tan-ta-ta-chán, y

muchas otras, pero nada. Rendido, se tiró suplicante,

diciendo: "¡¡por favor, arbolito!!", y entonces, se abrió una gran


puerta en el árbol. Todo estaba oscuro, menos un cartel que

decía: "sigue haciendo magia". Entonces el niño dijo "¡¡Gracias,

arbolito!!", y se encendió dentro del árbol una luz que alumbraba un

camino hacia una gran montaña de juguetes y chocolate.

El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel árbol y tener la mejor fiesta

del mundo, y por eso se dice siempre que "por favor" y "gracias", son las

palabras mágica

El príncipe feliz

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