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Por ello, este tema tiene dos partes muy bien diferenciadas. En la primera comentaremos la
evolución histórica de la cultura griega desde sus orígenes hasta su absorción por Roma. A
continuación, en la segunda parte del tema, se hará lo mismo con Roma, desde su
fundación hasta su final en torno al siglo V. En ambos capítulos anotaremos no sólo los
principales acontecimientos históricos de cada civilización sino también, y con especial
énfasis, las aportaciones que ambas culturas nos han legado en prácticamente todos los
ámbitos de la vida actual.
En cuanto a la justificación académica, tanto el mundo griego como el romano son temas
que se dan en bloque de Historia en 1º de la ESO. De igual forma, en 2º de Bachillerato se
estudia la Hispania romana en Historia de España y el arte grecolatino en Historia del Arte.
A continuación vamos a comenzar con el capítulo relativo a la Antigua Grecia. Para una
mejor explicación y comprensión, haremos una breve referencia a la geografía de Grecia.
El núcleo fundamental del mundo griego está rodeado por el mar Egeo. En estos
territorios destacan tres regiones naturales por encima del resto: la zona continental más
septentrional (al N) (Tesalia, el Epiro y Macedonia), la costa de Asia Menor y las
numerosas islas griegas, que hacen las veces de puente entre la península Balcánica y la
costa de Asia Menor.
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Dada la difícil orografía de la península Balcánica, las poleis griegas eran de reducido tamaño
y sus fronteras inciertas. Por ello, el mar asumió el papel de auténtica vía natural de
comunicación mediante la navegación de cabotaje.
Los recursos mineros eran escasos por lo que los griegos buscaban en el exterior el estaño
para la aleación del cobre o el oro. Por ello llegaron a Asia Menor, la península Itálica y a la
península Ibérica. No obstante, la abundancia de arcilla favoreció el comercio de cerámica
de gran calidad y valor artístico mientras que la explotación de las canteras favoreció el auge
de la construcción de las ciudades.
Una vez comentados los condicionantes geográficos del mundo griego, vamos a pasar a su
evolución histórica, la cual dividiremos en las siguientes fases: la Civilización Egea, la Edad
Oscura, la Grecia Arcaica, la Grecia Clásica y el Mundo Helenístico.
Esta forma de civilización, que empleaba la tecnología del metal y que fue la cuna de
nuestra civilización europea, se desarrolló de forma paralela y relacionada en cuatro áreas
de la cuenca del mar Egeo: Creta, las islas Cícladas, parte de Grecia continental y la zona de
Asia Menor. Debido a la escasez de fuentes literarias o epigráficas, es la arqueología la que
ayuda a asentar la cronología y periodización esta primera etapa de la Grecia Antigua.
Este periodo, que cubre el III y II milenio a. C. se divide en tres grandes etapas, que
adoptan una denominación concreta según el área geográfica a la que se refieren. Así,
siguiendo a A. Evans, la civilización del Bronce en Creta se denomina Minoico, en Grecia
continental se llama Heládico y en las islas centrales del Egeo Cicládico. Estas fases, a su vez,
se dividen en Antiguo, Medio y Reciente que, a su vez, se dividen de nuevo en I, II y III. Por
último, tendríamos también el área oriental, las costas de Asia Menor.
Lo sobresaliente de estas culturas del Bronce griego es el continuo progreso gracias a las
rutas comerciales que las interconectaban y las relacionaban con otros ámbitos culturales
muy importantes también. Debido a este contacto, mejoran sus técnicas alfareras, con
mejores cerámicas.
Al final del periodo Heládico aparece la cultura micénica. Esta cultura recoge aspectos del
periodo Heládico pero también, debido a su llegada hasta Creta, del periodo Minoico, el
cual ostentaba unos logros semejantes a los de Egipto y Mesopotamia. Destacan los
palacios-baluarte, situados en la acrópolis y con murallas ciclópeas para defenderse en caso
de ataque. Por encima del resto, tenemos el palacio de Cnosos, con una distribución en
forma de celda alrededor de un patio central. Lo laberíntico de sus estancias inspiró el
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laberinto del Minotauro. A nivel político, tenemos una monarquía donde el rey se presenta
revestido de rasgos divinos.
El fin de la civilización micénica llegó con la invasión de los “pueblos del mar” que se
materializó en la destrucción de los famosos palacios micénicos. No obstante, en la
actualidad también se aluden a conflictos internos y catástrofes naturales. Es decir, el fin de
la civilización micénica es multicausal.
Tras esta primera fase de Civilización Egea, llega la Edad Oscura (1.200 – 725 a. C.), no por
su carencia de importancia, sino por la carencia de fuentes para la construcción del
conocimiento histórico. En este periodo la población disminuye considerablemente, se
abandona la protoescritura y las formas constructivas anteriores (los palacios). El mundo
griego sufre un aislamiento generalizado.
Para esta conocer esta época tenemos, sin duda, los poemas homéricos, la Íliada y la Odisea,
que narran los acontecimientos propios del final de la época micénica y que fueron
transmitidos de manera oral hasta su recolección por escrito.
Tras la Edad Oscura llega la Grecia Arcaica (725 – 500 a. C.), cuyos dos fenómenos más
significativos son el surgimiento y evolución de la polis como forma organizativa y la
expansión de los griegos por todo el Mediterráneo. Supone una auténtico “renacimiento
griego” y marca el tránsito de la sociedad homérica a la polis.
En estas nuevas polei destacan los gene anteriormente señalados, que se van a hacer con el
control del territorio –la ciudad- y las personas que en el viven y trabajan. Para su aparición
va a hacer falta el sinecismo, synoikismos, que constituyó la superación de la diversidad de
comunidades de aldea. Este sinecismo no implica un vínculo familiar o comunal sino
político, religioso y cultural.
Como órganos políticos, destacan los magistrados o arcontes, cargos ocupados por los
miembros de la gene. Pero sin duda el más importante fue la asamblea o eklesia, al principio
formada por los jefes de las familias, por su posterior ampliación de poderes, ya que sus
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A nivel militar, la defensa de la comunidad, de la polis, era una obligación para todos los
miembros de la misma. Será el punto de encuentro entre aristócratas y campesinos. Estos
últimos formarán el ejército hoplítico en el que no cabe la lucha cuerpo a cuerpo, el
combate individual. Únicamente cabe luchar de manera conjunta, bajo una falange. Con el
tiempo, esta unión que se da entre los campesinos propietarios les va a inducir a reclamar
más derechos a las poleis.
Respecto al otro hito significativo de la Grecia Arcaica, las colonizaciones, hay que
mencionar dos tipos: la apoikia y la klerouchia. El primero expresa la idea de colonizar un
lugar para trasladarse, un lugar con plena autonomía política. Klerouchia expresa aquellos
asentamientos fundados por los atenienses fuera del hogar patrio, en los que se les
entregaba una porción de tierra y seguían teniendo derechos en la comunidad primitiva.
La decisión de establecer una apoikia implica una cierta intervención de la metrópolis para
facilitar los medios necesarios y el reclutamiento de colonos. El organizador de la
colonización se llama oikistes
Esta colonización se dio debido a la falta de tierras para dar trabajo y alimento a una
población que había crecido de forma significativa. Es una solución a la stasis. Esparta, dada
su singular situación, no participó en las colonizaciones
Las zonas geográficas que abarcó la colonización griega fueron muy amplias, diversas y
distantes, aunque se pueden distinguir tres grandes direcciones: hacia el Mediterráneo
central y occidental y, posteriormente, hacia el sur de Francia y la península Ibérica, hacia el
norte y noroeste, hacia el Helesponto y el Mar Negro y, finalmente, hacia el sur, las costas
de África. En la península Ibérica siguieron la huella de sus antiguos socios, los fenicios, y
entraron en contacto con los tartessos. También llegaron al extremo NO tras la fundación
focea de Massalia (actual Marsella).
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En el ámbito de las artes y las ciencias, aparece la lírica y el teatro. Pero la gran conquista de
la Grecia Arcaica fue el nacimiento de la filosofía, especialmente fuerte en las costas jonias.
En esta época vivieron Tales de Mileto, Heráclito o Parménides. Se superaba el mitos y se
daba paso al logos, a la razón. En arquitectura aparecen los estilos dóricos y jónicos. En
escultura comienza a representarse los kouroi y las korai, que constituyen ofrendas en los
grandes templos. Se rinde verdadera devoción al oráculo de Delfos debido en el papel que
juega en las colonizaciones. Se realizan los juegos en Olimpia
Tras la Grecia Arcaica llega la Grecia Clásica (500 – 350 a. C.), periodo que discurre entre
las Guerras Médicas y el reinado de Alejandro Magno, periodo durante el cual florecieron
las mayores y mejores manifestaciones culturales.
Y todo ello a pesar de que de las 4.000 obras dramáticas representadas sólo en Atenas
durante los siglos V y IV, únicamente conservamos cincuenta; del medio centenar de
historiadores que escribieron durante ese periodo apenas nos restan obras de tres de ellos.
Las Guerras Médicas, que abren este periodo de la Grecia Clásica, fueron una serie de
conflictos entre griegos y persas tras la ocupación de éstos de las costas jónicas de Asia
Menor. Dentro de esta larga guerra Atenas construyó la fortificación de El Pireo, los Muros
Largos y se adecuaron los puertos, bases para el posterior imperio ateniense. Para la
construcción de la posterior flota también fue de gran ayuda el descubrimiento de las minas
de Laurión. El grupo social más beneficiado de esta nueva marina fue el de los thetes, que
poco a poco tomaron conciencia de su peso específico en la sociedad ateniense. Por ello,
con su voto mayoritario avanzaron hacia posturas democráticas radicales.
Los persas conquistaron las Cícladas y poco después tuvo lugar la batalla de Maratón, la
primera batalla en la que unos griegos continentales vencían a los persas.
En respuesta a este avance persa, algunas ciudades griegas pidieron la unión de todos los
griegos para hacer frente a la invasión extranjera, pero no fue posible debido a las rencillas
internas. Así, Esparta, Atenas, Mégara, Corinto y otras ciudades decidieron enfrentarse a
Jerjes y decidieron que ese enfrentamiento tendría lugar en Tesalia, concretamente en las
Termópilas, otra de las más famosas batallas de aquella guerra.
a un ethnos, es decir, a una nación unida por la lengua, la cultura, las costumbres comunes.
Pero además, también apareció en la conciencia colectiva la frontera ideológica que los
separaba de los otros, los barabaroi. Al final de la guerra, dos ciudades sobresalen por encima
del resto: Esparta, primera potencia terrestre, y Atenas, potencia naval indiscutible.
Pronto aparecerían los primeros roces entre ambas potencias. Atenas vivió un periodo de
grandeza durante 50 años conocido como Pentecontecia, años en los que se convirtió en el
centro cultural del mundo griego y creó una liga de aliados que transformó en un imperio.
Se creó la mistophoria, la remuneración económica para aquellos que formaban parte de los
tribunales de justicia y desempeñaban funciones públicas. En política exterior, ya no había
motivos para la duda. Se fortaleció la corriente de opinión que veía a Esparta como un
auténtico enemigo, potencial y real.
Por ello, a principios del siglo V comienza la Guerra del Peloponeso, que enfrentará a la
Liga de Delos (encabezada por Atenas) y la Liga del Peloponeso (encabeza por Esparta).
Nunca una guerra se desarrolló en un escenario tan extenso, desde Sicilia y la Magna Grecia
hasta Asia Menor, ni nunca hasta entonces se vieron implicados en un conflicto tantas
comunidades y contingentes griegos. Una guerra tan prolongada produjo en Grecia
cambios interiores y exteriores profundos, pero sobre todo la desintegración de los valores
tradicionales y de las antiguas normas de comportamiento.
La guerra exterior se superponía a veces a duros conflictos interiores entre los partidarios
de tendencias democráticas y oligárquicas y las dificultades de la guerra contribuyeron a
radicalizar la lucha política. De esta manera, las secuelas de la guerra, con sus incalculables
destrucciones materiales y pérdidas humanas, el deterioro de los valores morales y la
decadencia intelectual generarían la crisis de una época y el punto de arranque de otra que
abre el camino a la etapa helenística.
Anteriormente ya había habido conflictos entre Atenas y Esparta pero se habían aparcado
con la conocida actualmente como Paz de los Treinta Años. No obstante, de nuevo ambas
ciudades se enzarzaron en una guerra sin cuartel. La iniciativa para comenzar la guerra no
partió de Esparta o Atenas, sino de los aliados de Esparta que acusaron a Atenas de haber
violado la paz. Los espartanos votaron y la decisión fue comunicada a sus aliados: se
declaraba la guerra a Atenas.
Atenas, bien defendida y con más de 300 naves prestas para cortar líneas comerciales o
desembarcar hoplitas en cualquier lado, trataba de mantenerse a la defensiva, aplicando una
táctica de desgaste gracias a la flota y a la superioridad financiera. Esta táctica de Pericles
era las más acertada a nivel militar pero tenía grandes repercusiones a nivel social y
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psicológico. En su plan se sacrificaban los intereses del campesinado, que vería arder sus
propiedades.
Salió como victoriosa Esparta, a pesar de que estuvo contra las cuerdas varias veces y pidió
la paz pero los atenienses se negaron a conceder ningún privilegio. Y salió victoriosa gracias
al oro persa, gracias al oro de los antaños enemigos. Por el tratado de paz que puso fin a la
guerra en el 400 a. C., Atenas se comprometía a desmantelar su imperio y las fortificaciones
de El Pireo y los Muros Largos y a entregar su flota. Pudo Esparta, como pedían sus
aliados, arrasar Atenas y vender a sus ciudadanos como esclavos pero no lo hizo, pues
prefirió una alianza con ella en aras de, en un futuro, contrarrestar a Corinto en el mar y a
Tebas en el continente. Ésta última comenzaría su hegemonía poco después.
Con la caída de Atenas a manos lacedemonias (espartanas, peloponesas), las polei griegas
entraron en clara decadencia. El ejército, tras una larga guerra, se profesionalizó. En la
cuestión política, aparecieron alternativas a la democracia ateniense como la realeza o la
tiranía benevolente. La victoria de Esparta llevó a imponer en muchos estados griegos
regímenes oligárquicos.
Aprendiz de Aristóteles, llegó al trono con no poca oposición. Por ello, posiblemente, su
coronación fuese seguida de un baño de sangre entre sus parientes y posibles contrincantes
al trono. Tebas se opuso pero fue arrasada y sus habitantes vendidos como esclavos. Otra
ciudad hegemónica que perdía su posición privilegiada.
Alejandro continuó su camino hacia el este, hacia la conquista del Irán oriental. Sus tropas
llegaron hasta la mítica Samarcanda. En su avance hacia oriente, también fue orientalizando
su reinado y su cultura. Se casó con una oriental, incluyó 30.000 iranios en su ejército y
trató de incluir el rito iranio de la proskynesis (genuflexión ante el monarca). Estos cambios
repercutieron en las relaciones de Alejandro con los círculos dirigente macedonios más
tradicionales que dio pie a un complot que fue reprimido por Alejandro.
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Poco después conquistó la India, donde se puso fin a la expansión. Lo que había más allá
era un mundo desconocido y ordenó, a su pesar, el retorno a Grecia. Alejandro decidió
instalarse en Babilonia, la nueva capital del imperio. Se desconocen las causas de su muerte,
si fue natural o provocada por algún envenenamiento.
Su muerte ponía fin a uno de los más grandes imperios conocidos y daba paso a la última
de las fases de la Antigua Grecia: el Mundo Helenístico. Este periodo, desde el punto de
vista político, estaría caracterizado por las continuas guerras entre sus antiguos generales
por alzarse con la dirección del imperio o afirmar un poder autónomo en distintas
porciones de su territorio. Al final del periodo, tres dinastías bien asentadas, descendientes
de otros tantos generales de Alejandro –los Seleúcidas en Asia, los Lágidas o Tolomeos en
Egipto y los Antigónidas en Macedonia- habían enterrado por fin el proyecto alejandrino
de un imperio universal.
Para finalizar esta primera parte del tema, vamos a hacer mención brevemente al legado
cultural griego. Destaca el conocido como Siglo de Pericles en Atenas. Nunca en la Historia
de la Humanidad y en el espacio de dos generaciones, una civilización se desarrolló con
tanta rapidez, ni nunca una ciudad griega dedicó al cultivo de la cultura los esfuerzos de
tantos hombres eminentes. Atenas, una pequeña comunidad de varios miles de habitantes,
no sólo dio carta de naturaleza a una nueva forma de gobierno, la democracia, sino que fue
crisol de la cultura: sus arquitectos y escultores dieron cuerpo a las formas artísticas más
diversas; la historia, la geografía y la medicina alcanzaron la categoría de ciencias; el drama y
la comedia se convirtieron en artes; el pensamiento filosófico, del que la civilización
occidental es deudora, se desarrolló de forma sistemática.
Y todo ello a pesar de que de las 4.000 obras dramáticas representadas sólo en Atenas
durante los siglos V y IV, únicamente conservamos cincuenta; del medio centenar de
historiadores que escribieron durante ese periodo apenas nos restan obras de tres de ellos.
Una vez analizada la evolución histórica de la Antigua Grecia así como su legado y
aportación a las culturas posteriores, vamos a comentar la evolución de Roma. La historia
de Roma ha sido vista por muchos autores como el ejemplo perfecto de las fases por las
que debe pasar una gran civilización desde su nacimiento a su muerte y, en algunos casos, la
su historia la utilizan para explicar la decadencia de Occidente, parafraseando la famosa
obra de Spengler.
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Previamente, y como hemos hecho para Grecia, vamos a comentar ciertas cuestiones
geográficas que ayudarán, sin duda, a comprender mejor la evolución de Roma. La
península Itálica, estrecha y alargada, posee una espina dorsal montañosa árida, los
Apeninos, a menudo cubierta de nieve en invierno. En la vertiente del Adriático, las
montañas están muy cercanas al mar y sufren de fuertes vientos. Por el contrario, el mar
Tirreno baña pequeñas llanuras, a menudo pantanosas y atravesadas por ríos modestos
(Arno, Tíber), parcialmente navegables para los pequeños barcos de la Antigüedad. Sus
tierras son favorables, sobre todo, a la ganadería. Rara vez se encuentran espacios amplios
para el cultivo pero, en algunos sitios, los suelos se fertilizan con rocas volcánicas
descompuestas (Campania).
La evolución histórica de Roma presenta las siguientes etapas: la monarquía etrusca (753 –
509 a. C.), la República (509 – 27 a. C.) y el Imperio (27 a. C – 476 d. C.).
Entre todos esos pueblos, nuevos o viejos, hay uno que cobra más importancia que
ninguno: el pueblo etrusco. Para Heródoto, venían de Anatolia, lo que explica las afinidades
entre la religión etrusca y las religiones orientales y una lengua con alfabeto griego. Para
Dionisio de Halicarnaso, se trataría de gentes autóctonas, como demuestra la conexión que
los etruscos presentan con sus predecesores en la Toscana.
La cultura etrusca disfrutó de ciudades con trazado en damero con dos vías que cruzaban
de norte a sur y de este a oeste y un centro político y religioso. Todas estas ciudades
vivieron bajo un régimen monárquico, cuyo rey tenía derecho de mando militar y coerción,
simbolizado por el hacha en el centro de un haz o fascio que un lictor (escolta) llevaba
delante del rey.
Pronto los etruscos, unidas sus ciudades, se abalanzaron hacia el sur para asegurar y
mejorar su comercio mediterráneo, especialmente por el mar Tirreno. Así, fundaron Roma
aunque poco después, ella y todo el Lacio y Campania se independizaron.
En esta Italia llena de vitalidad, los comienzos de Roma pasan desapercibidos. Esta
comunidad latina debe a los etruscos, en el siglo VI, pasar de ser un poblado a una ciudad-
Estado. El emplazamiento de Roma, en la orilla izquierda del Tíber, al norte del Lacio, es,
antes que nada, el del primer puente sobre el río, algo retirado de los pantanos costeros y
en una de las rutas que van desde la Toscana a Campania. El río es en este tramo
navegable.
Según la tradición, un grupo de troyanos pudo escapar de Troya, capturada por los griegos,
bajo la dirección de Eneas. Tras un largo viaje por mar llegaron a las costas del Lacio, en
donde su jefe se casó con la hija del rey aborigen. Los sucesores de este matrimonio
engendraron a Remo y Rómulo. Estos, abandonados al Tíber, salvados por una loba (la
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Loba Capitolina) y unos pastores1, quisieron enseguida fundar una ciudad: la observación
del vuelo de las aves (auspicium) designó a Rómulo como fundador y éste procedió a la
ceremonia de acuerdo con los ritos, en 754-753 a. C, fundación refrendada por la
arqueología. Poco después mató a su hermano. Como estaba acompañado únicamente por
jóvenes varones, hizo raptar a las hijas de sus vecinos sabinos y éstos renunciaron a la
guerra para unirse a los romanos en una sola ciudad.
Rómulo creó un Senado, dividió a la población en treinta curias, le dio leyes y, después,
desapareció durante una tormenta. Le sucede Numa Pompilio, piadoso y pacífico. Tras él,
el terrible Tulo Hostilio destruyó Alba (combate entre los Horacios y los Curiacios) y
deportó a Roma a su población. Su sucesor sabino, Anco Marcio, fundó Ostia, el puerto
marítimo de Roma. Después se sucedieron varios reyes hasta la expulsión etrusca en el 509,
dando paso a la República.
En los dos primeros siglos de esta República romana, los romanos van a tener que luchar
por su independencia contra sus vecinos y, después, por la ampliación territorial. A
comienzos del siglo III, la Italia romana, aunque todavía bastante reducida, agrupa el Lacio,
la Italia central, Etruria y la Magna Grecia. Al final, Roma había unificado bajo su mandato
prácticamente la totalidad de la península Itálica.
Múltiples tratados de alianza, con diversas modalidades, vinculan con Roma a ciudades
teóricamente autónomas, pero que están obligadas a ayudarla militarmente en caso de
conflicto exterior.
No será hasta el 462 a. C. que se establezca cierta armonía entre los patricios y los plebeyos
gracias a la Ley de las XII Tablas. A partir de entonces, la división social se haría no en
función de su pertenencia a la gens sino en función de su riqueza. No obstante, estas tablas
prohibían el matrimonio entre ambas clases.
En el siglo III, Roma ya controlaba gran parte de la península Itálica. Entre ella y Cartago,
su antiguo aliado, ya no se interponía sino Sicilia, demasiado rica como para no despertar
codicias y demasiado desunida como para poder desempeñar un papel de Estado tapón.
Así, ambas potencias mediterráneas dieron paso a la Primera Guerra Púnica, en este caso
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Este ciclo mítico también se dio con Sargón I, Moisés o Ciro. En él coincide el origen oscuro, salvación
milagrosa, adolescencia sombría, destino universalista y salvador de su pueblo.
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por el control de Sicilia, y de la que salió ganadora Roma. Los púnicos fueron desterrados
de Sicilia. Poco después conquistan Cerdeña también. El mar Tirreno era un lago romano.
La Segunda Guerra Púnica se da por el control de Hispania. Los cartagineses pusieron sus
miras en Hispania, lugar famoso por su oro y el lugar adecuado para seguir perfeccionando
el ejército y ampliarlo mediante la incorporación de las élites ecuestres celtas. Los púnicos
conquistaron Sagunto, ciudad aliada de Roma, y se declaró la guerra entre ambas potencias.
Ya que los cartagineses no tenían una flota aparente, pues fue tomada y destruida durante la
Primera Guerra Púnica, decidieron crear un cuerpo expedicionario de 70.000 hombres para
marchar, vía terrestre, hasta Roma, aunque ello supuso la muerte de dos terceras partes de
los efectivos. Al final, la ciudad de Roma, con sus murallas y su superioridad naval,
vencieron a los cartagineses.
Después, vendría la Tercera Guerra Púnica, en la cual los romanos ocuparon el norte de
África y destruyeron, definitivamente, la ciudad de Cartago (Túnez).
En el siglo II a. C. Roma sometió a Grecia e incorporó por el oeste gran parte de Hispania
y por el este el reino de Pérgamo, en Asia Menor. Se ponían, con estas conquistas, las bases
para la futura expansión de Roma. Estas dos conquistas procuraron a la ciudad de Roma
una gran cantidad de esclavos que se convirtieron en la mano de obra básica del mundo
romano pero también dieron fama y riqueza a los generales que encabezaron estas
ofensivas.
Desde mediados del siglo II a. C., Roma se vio envuelta en conflictos sociales y políticos de
diversa índole que pusieron fin al sistema republicano. Por un lado, existía una fuerte
conflictividad social que, de vez en cuando, explotaba. De ahí que a mediados del siglo II a.
C., los tribunos de la plebe Graco Tiberio y Cayo lucharan por una reforma agraria y por el
reparto de tierras pero fracasaron al ser asesinados. Por otro lado, el conflicto de intereses
entre la nobleza romana y los caballeros provinciales desembocó en el enfrentamiento entre
Sila y Mario. Finalmente, la rebelión más conocida es la de Espartaco (73-71 a. C.) que puso
en jaque a la República romana pero que finalmente fue aplastada. Para conocer las últimas
décadas de la República romana tenemos la obra de Cicerón.
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Junto a las tensiones sociales entre las distintas clases que componían la sociedad romana,
tenemos otras de tensiones de índole político: las instituciones romanas fueron creadas para
administrar una ciudad, no un imperio que se extendía desde el estrecho de Gibraltar hasta
Dardanelos.
Debido a esta incesante conflictividad social por la posesión de las tierras y política por
unas instituciones incapaces de administrar semejante imperio, con frecuencia se
recurrieron a medidas extraordinarias, como la dictadura personal. Esta conflictividad
culmina con la apelación a un hombre de excepción como árbitro político. El más
conocido e importante por su legado fue Cayo Julio César, que, a la postre, pondría punto y
final al periodo de la República romana. Julio César, conquistador de las Galias, vuelve tras
de sí hacia Roma (el famoso paso del Rubicón) para asumir la dictadura personal. Julio
César jugó una baza que llevaba siglos olvidadas. Su familia se presentó ante la sociedad
romana como descendiente de aquellos troyanos que llegaron a Roma hace siglos. Por ello,
su familia en general y él en especial estaban rodeados de cierta aura legendaria. No
obstante, fue asesinado en una conjura senatorial pero su ideario fue recogido por su
sobrino-nieto César Octavio, quien, después de incorporar Egipto, inauguró una nueva
forma de gobierno: el imperio2 (27 a. C – 476 d. C.), la última etapa de la Antigua Roma.
César Octavio pasaría a llamarse, tiempo después, Augusto y con él llegaría la conocida
como Pax Romana (siglo I y II d. C.). Fue la época de mayor esplendor cultural, de máxima
expansión de las fronteras y de más intensa actividad económica. Paralelamente, la
romanización se extendió a todas las provincias que habían sido incorporadas a Roma.
El fin de las guerras civiles entre partidarios de la República y del Imperio y el fin de la
sobreexplotación de las provincias supuso un renacimiento económico para la cuenca
mediterránea. En agricultura, continuó la dinámica anterior en la cual los cultivos itálicos se
especializaban mientras que las provincias surtían de grano a todo el imperio. El desarrollo
tecnológico en el campo fue escaso debido, fundamentalmente, al trabajo esclavo. La
producción artesanal cobró un gran auge y el comercio se extendió entre las distintas
provincias y con el exterior.
A nivel político, la República ya era pasado pero sus instituciones seguían funcionando bajo
el imperio, conocido en los primeros siglos como Principado. No obstante, paulatinamente
las instituciones republicanas fueron perdiendo poder en favor del prínceps hasta que
desaparecieron.
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Del imperium. Derecho de mando civil y militar, de naturaleza sacra, garantizado mediante auspicios y
que hace que su poseedor sea algo más que un elegido por los ciudadanos.
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La enorme magnitud del imperio requería una fuente incesante de legiones para apostarse
en la frontera, en el limes. Estas legiones con sus generales, a miles de kilómetros de Roma,
comenzaron a actuar de manera independiente.
La romanización de este vasto imperio llegó con la construcción de las ciudades, la creación
de calzadas, la monumentalización de los centros de poder pero sobre todo con las leyes
romanas y con el derecho a la ciudadanía que se dio en el año 212 siendo emperador
Caracalla.
A finales del siglo comenzaron a quebrarse las bases del imperio romano. El Mediterráneo
se vio sacudido por una fuerte crisis económica, especialmente en el este, en el granero que
suponía Hispania. La población, a causa de la peste y otras epidemias, bajó y con ello la
producción agraria y artesanal. Para hacer frente a la difícil situación económica se devaluó
la moneda con lo que se consiguió una importante inflación.
En las ciudades, especialmente Roma, el número de personas que necesitaban ayuda para
poder subsistir creció exponecialmente por lo que hubo que subir los impuestos. Todo ello
se vio salpicado de las luchas intestinas por el poder de aquellos generales que guarecían el
limes y, dada la inestabilidad interna, el ataque desde el exterior de las tribus bárbaras.
A finales del siglo III Diocleciano puso en práctica una serie de reformas para solucionar el
más que cercano descalabro del imperio romano. Para evitar la anarquía y las querellas
internas creó la tetrarquía, que consistía en un gobierno compartido por dos emperadores o
augustos y dos césares, herederos suyos. Para hacer frente a la crisis social y económica fijó
los precios máximos de venta de varios artículos y decidió la adscripción de todos los
trabajadores a sus oficios. Los cristianos, considerados enemigos del orden romano,
sufrieron una fuerte persecución.
En el siglo IV Constantino, después de continuar con esta política de control social, daría
un giro radical al conceder la libertad a los cristianos en el famoso Edicto de Milán. Pero ya
nada podía evitar el desmembramiento del imperio romano. Las ciudades continuaban en
declive, el campo a duras penas era trabajado por los pocos esclavos que quedaban y por
las constantes revueltas campesinas, la presión fiscal era asfixiante y, por si no fuera poco,
el imperio se dividió en dos a la muerte de Teodosio. Oriente, con capital en
Constantinopla, y Occidente, con capital en Roma.
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Estos procesos internos, en los que la injerencia externa en forma de incursiones también
influyeron, dieron por finalizados uno de los proyectos políticos más ambiciosos hasta el
momento y la primera unificación de la cuenca mediterránea. Roma sería conquistada en el
476 d. C. por los bárbaros.
Este legado lo podemos observar desde la estructura interna de nuestras ciudades al acceso
a los servicios básicos pasando la estructura gramatical, sintáctica y semántica de nuestra
lengua. Igualmente, en el terreno judicial podemos apreciar la influencia del derecho
romano y sus ramas (derecho civil, penal, administrativo, comercial) en nuestro actual
sistema judicial.