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que ocurre con otras religiones, existen creyentes con diferentes
maneras de interpretar el Corán. No podemos obviar tampoco, que
existen muchas personas para las que ser musulmán es
fundamentalmente un hecho cultural, así existen mujeres y hombres
que se consideran laicos pero de cultura musulmana. Un ejemplo de
esto es Turquía, cuya Constitución declara es un estado democrático,
laico, social y de derecho.
Todo este proceso no es posible sin tomar como base el respeto a los
Derechos Humanos y la lucha contra la desigualdad y la
discriminación. De hecho, la lucha por la paz y la igualdad han ido
frecuentemente de la mano. No podemos obviar que la desigualdad
aparece como una constante en culturas y civilizaciones muy
diferentes entre sí, por lo que aparece como punto común sobre el
que se podrán crear redes sociales sobre las que las mujeres puedan
crear nuevas solidaridades que lleven a la paz a través del diálogo.
Parece que hoy en día sólo hay dos modelos posibles: uno nos lleva
al choque, como defiende Huntington, y otro al encuentro mediante el
diálogo. Este modelo, el que representa Alianza de Civilizaciones, fue
propuesto por Rodríguez Zapatero en un conocido discurso ante la
Asamblea de las Naciones Unidas de noviembre de 2004.
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Esta situación “sólo puede solucionarse con leyes que fomenten la
plena igualdad de género”. Y ello no sólo porque las mujeres sean la
mitad de la población y las que se enfrentan a mayor riesgo de
exclusión, también porque las mujeres han sido depositarias de la
cultura, sus guardianas, las representantes de la identidad cultural
por lo que en ocasiones han visto cómo se les ha exigido un plus de
observancia de las tradiciones, motivo del comentado
anquilosamiento de ciertas sociedades en unas estructuras
perpetuantes de la desigualdad.
Ellas han visto todas las caras del conflicto porque han sido víctimas
del otro bando y del propio, porque han sido objetivo de guerra por
agentes estatales como no estatales, porque entienden la posición de
una y de otra parte. En definitiva, se debe incorporar la visión de las
mujeres porque para sobrevivir en el conflicto a su propia situación
han tenido que interiorizar y superar los prejuicios, los reproches y el
dolor de todas las partes. En la guerra en Bosnia, por ejemplo, vimos
por primera vez cómo las mujeres quieren no sólo ser protegidas, ser
resarcidas del daño sufrido, sino que reclaman un papel protagonista
en la resolución del conflicto y la reanudación de la convivencia. En
este mismo conflicto, vimos cómo mujeres de uno y otro bando se
reunían para tratar de superar las diferencias. Del mismo modo que
lo hemos observado en el conflicto entre Israel y Palestina. O en
tantos otros alrededor del planeta.
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pero igualmente antigua, que es el diálogo. Un diálogo que no parte
de un folio en blanco sino en el que somos conscientes de que para
gestionar esta nueva situación es imprescindible establecer una tabla
de mínimos, que es el respeto a los derechos humanos.
Por esta razón, a fin de que la AdC alcance sus objetivos de anulación
del conflicto, entendimiento durarero y paz permanente, es preciso
incorporar no sólo la perspectiva de género sino también a las
mujeres tanto en la toma de decisiones como en los procesos de paz.
En el mundo actual, no es posible organizar ningún proyecto en el
que simplemente se pretenda atender las necesidades de las
mujeres, ni siquiera basta con darles voz sino que tienen que tomar
un papel activo en el propio diseño de las estrategias porque, al fin y
al cabo, ellas también vivirán dentro del mundo posterior resultante.
Por tanto, incorporar a las mujeres es imprescindible para consolidar
la paz dado que la mejor garantía perdurable para los acuerdos es la
reconstrucción de la convivencia. Sin reparación del daño, las causas
subyacentes del conflicto perduran y, por tanto, el conflicto se alarga
pese a una apariencia de normalidad.
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ANEXO I – LÍNEAS SOBRE LAS MUJERES COMO AGENTES DE PAZ
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Presidenta de la Comisión de Cooperación Internacional al Desarrollo en el Congreso de los Diputados
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1. ¿Por qué he iniciado mi intervención así?. Porque el tema que
nos ocupa, que son las mujeres como agentes de paz, es una
visión modernizadora y, sobre todo, que pone en el lugar
central a las mujeres en un papel de mediadoras privilegiadas
en los conflictos.
Casos concretos:
- Guerra de los Balcanes. 1992-1996. La violación de las
mujeres a manos de agentes estatales y no estatales,
contemplada como arma de guerra.
- Caso de Colombia.
- Caso de Guatemala.
- África. La crisis de los Grandes Lagos.
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ANEXO II - Protagonizar la paz: un desafío para las mujeres
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hombres que anticiparon y extendieron la muerte a su alrededor y
que generalmente la historia y las culturas androcéntricas tienden a
presentar como héroes
Entonces, ¿Por qué y sobre qué bases se apoya el amplio liderazgo de
las mujeres a la hora de promover iniciativas de construcción de paz?
En principio, bastaría decir que, como cualquier ser humano, las
mujeres son libres de defender lo que quieran. Pero esto no explicaría
el interés de separarse y organizarse en grupos de mujeres sólo, para
defender causas que son comunes a unas y otros, causas comunes a
hombres y mujeres, como es la paz. Hay que decir que éste es un
debate que viene de lejos. A principios del siglo XX, algunas
feministas, que se consideraban a sí mismas internacionalistas y
pacifistas, defendieron que los derechos de las mujeres no se
agotaban en la reclamación del voto o la educación. Estas mujeres
pensaban que incluido en el estatus de igualdad que reclamaban,
estaba el derecho a pensar y decidir sobre cualquier asunto desde su
experiencia de mujer, en particular y de un modo destacado sobre la
guerra y la paz.
Ahora bien, ¿qué significa pensar desde la experiencia de las mujeres
cuando sabemos que somos plurales y nuestra experiencia es
múltiple, atravesadas como estamos por variables de clase,
culturales, etc? Sabemos que las que pertenecen, por ejemplo, a la
Asociación Nacional del Rifle, en EEUU, poco comparten con las
integrantes de la Coalición para el Control de Armas de Australia. Sin
embargo, lo que sí puede decirse es que tanto en el pasado como en
el presente, si algo comparten las mujeres del mundo es el haber
sido socializadas de un modo diferente a los varones, el haber sido
objeto de una norma diferente a la del varón. Esta doble norma
produce una división de las actividades y formas de vida de unos y
otras que rige de un modo obligatorio en las sociedades tradicionales
y de forma más débil o sutil en las sociedades liberales. La norma de
las mujeres ha conllevado la exclusión del mundo público, de la toma
de decisiones, lo que justifica el que, aún en sociedades en las que ya
hay una igualdad ante la ley, todavía se arrastra un poso de
extrañeza, una ajenidad ante las instituciones y las dinámicas que
fueron construidas a la medida del varón. Y si ante algo la exclusión
nos convirtió en extrañas, es ante la lógica de la guerra y la violencia.
¿Por qué somos especialmente extrañas a la lógica de la guerra y la
violencia, pese a ser capaces de ejercerla? Una explicación plausible
es que somos extrañas a la lógica que produce la muerte, porque
nuestra experiencia corporal y normada ha tenido la vida como eje
central5. La feminista sudafricana blanca Olive Schreiner escribió que
5
Elena Grau habla de que la experiencia de las mujeres está más cercana a los cuerpos, a los seres
humanos de carne y hueso: Grau, Elena (2001) “No prescindir de los cuerpos”. En pie de paz, nº 53, 66-
68.
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una mujer siempre sabe lo que cuesta una vida y que es más fácil
destruirla que crearla. Traer vida al mundo cuesta a las mujeres que
deciden ser madres sudor, angustia y a menudo, cuando las
condiciones sanitarias son inadecuadas, como sucede todavía en
muchos lugares del mundo, la muerte. Pero lo que cuesta sobre todo,
más que dar la vida es cuidarla: tiempo y esfuerzos invertidos en la
crianza y el cuidado de los seres humanos, que ya sabemos están a
cargo mayoritariamente de las mujeres. Esto, efectivamente, no
concede a las mujeres ninguna virtud ni mayor piedad o menor
crueldad pero sí un mayor conocimiento de lo que significa destruir
una vida humana. Por este conocimiento, si las mujeres tuvieran
plena voz en el gobierno de los estados, finalmente, siempre según
Schreiner, se derivaría el fin de la guerra y el rechazo de la violencia6.
Por su experiencia de exclusión y por la dedicación al cuidado de la
vida humana, son muchas las mujeres que deciden unirse,
organizarse y protagonizar iniciativas para impulsar la paz. Un
empeño que no es nada fácil. En sociedades marcadas por la
búsqueda de la igualdad acrítica, pueden acusarte de asumir los
estereotipos que la tradición patriarcal asignó a las mujeres. Quienes
así piensan están primando una libertad para las mujeres marcada
por la necesidad de demostrar constantemente que podemos hacer lo
que siempre hicieron los hombres, una libertad que acaba por no ser
tal. Porque las mujeres no tenemos por qué demostrar nada. Ser
protagonistas de la paz es una opción coherente con nuestra
experiencia civilizatoria de cuidado, pero es una opción libre. No
todas las mujeres la eligen, ni tampoco todas las feministas. No
obstante, anima a tomarla saber que quienes lo hacen logran en
muchos casos mayor autoridad ante la comunidad y avances
insospechados, avances que la política instalada en los viejos
esquemas de rivalidades ideológicas, partidistas y de bandos, no
siempre es capaz de alcanzar.
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Citado en Ruth Roach Pierson (1987) “'Did your mother wear army boots?' Feminist theory and
women's relation to war, peace and revolution”. En:Sharon Mcdonald, Pat Holden and Shirley Ardener
(ed) Images of Women in Peace and War. Cross-Cultural and Historical Perspectives. London, 1987
MacMillan Education, p. 212.