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Las aventuras de Cristina.

Cristina tenía el cabello muy fino, castaño ondulado con reflejos rojizos, cara de
tez pálida, ovalada, boca pequeña de labios gordezuelos, nariz recta algo roma, cejas
pobladas y unos sorprendentes ojos verdes que no se correspondían con el color del
pelo y las cejas.
Siempre llevaba el pelo recogido en un moño para que los condiscípulos no le
diesen tirones de él.
En contraste con su aniñada cara su cuerpo presentaba proporcionadas curvas;
senos firmes, redondeados, altos, de abultados pezones y unas respingonas nalgas
que atraían las sardinetas de los antedichos al menor descuido.
Blusas blancas, rebecas rojas o azules y faldas a cuadros eran sus atuendos
favoritos.
Era hija única de un coronel retirado y una maestra. Don Alfonso y Doña
Carmina, que se miraban en la muchacha.

No vieron con buenos ojos que comenzara a salir con un joven unos cuantos
años mayor que ella, un “niño bien” o para definirlo mejor un “oye oye”.
Este era un repetidor pertinaz que tenía pendientes asignaturas de todos los
años de la carrera de Filosofía.
Ojos negros, nariz aguileña, abultados labios sensuales, pelo largo, engominado
como correspondía a su estatus, que le hacia el rizo de rigor en el cogote. Moreno de
nieve de sierra y de lámpara de infrarrojos.
Papá le había comprado a Fernando un deportivo descapotable de la clásica
marca alemana de los deportivos. James Dean se mató de un accidente con uno de
ellos.
Cada vez que su madre veía a Cristina salir (“bajarse” no reflejaría la realidad,
tratándose de un deportivo) ante el portal de la casa de aquellos treinta o cuarenta
mil euros pintados de rojo brillante se la revolvían las tripas.

Solían salir en grupo con dos o tres amigos y sus… lo que fueran sábados y
domingos por la tarde, al Casino de Madrid, al Hipódromo o a Salas de Baile,
frecuentemente “Mandalay” del Casino de Madrid.
Cada salida significaba para Cristina una pelea. Primero con Fernando, para
sacarle del lugar en que estuvieran y que la llevase a casa. Y más tarde en su casa
porque había sobrepasado el límite rígidamente impuesto por sus padres;
“Niña, a las doce en casa”
Ningún argumento de la muchacha varió el límite. En cierta ocasión en que llegó
una hora más tarde del fatídico término, su padre la dio una bofetada que estuvo a
punto de tirarla al suelo.
Cuando finalmente formalizaron sus relaciones, solo que Fernando la
acompañase a casa la libraba de la bofetada, aunque no de la regañina de su padre.

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A pesar de que Cristina se defendía, sus relaciones iban subiendo de
temperatura. En un principio solo le permitía castos besos y que la cogiera de la
mano o del brazo. Perdió la batalla de los besos un día bailando; se encontró con la
lengua de Fernando dentro de la boca. Estaba lo suficientemente animada y no pudo
resistirse.
También tuvo que admitir que la pusiera una mano en la rodilla, pero en una
ocasión en que la mano intentó continuar su excursión se puso en pié irritada y
exclamó:
-Me voy. Llamaré un taxi.
Fernando consiguió calmarla.
-Eres una especie de monja. Mis amigos no tardan más de una semana en
acostarse con las chicas con las que salen.
-Son amigas. A saber de dónde las sacan – Contestó Cristina.
-Entonces admites que tú y yo somos algo más que amigos ¿No?
Cristina enrojeció y no dijo nada.
-Hace unos días te pedí que fuésemos novios y no me contestaste – Dijo
Fernando - ¿Esta es tu contestación?
La muchacha musitó;
-Está bien. Somos novios.
Fernando la pasó un brazo por los hombros, la inclinó hacia atrás sobre el brazo
del sofá de cuero en el que estaban sentados y la besó. Mientras la besaba la acarició
un seno con la mano libre. Cuando Cristina contraía el diafragma intentando respirar
la soltó.
Cristina tenía la cara encendida, respiraba como si hubiera corrido cien metros y
notaba las bragas húmedas.

Cristina fue progresivamente enamorándose de su oye-oye. Al cabo de ese


tiempo ni siquiera le parecía un hueco petimetre, que es como le había juzgado antes
de ser novios ¿Por qué iba a complicarse la vida? El muchacho era vistoso, manejaba
dinero, tenía un deportivo… ¿Además iba a pedirle que fuera un buen estudiante?
Todas las compañeras de clase la envidiaban.
-Mira la mosquita muerta esta, se subió al Porsche y no se ha vuelto a bajar –
Era el comentario mas frecuente entre sus condiscípulas.

Al cabo de seis meses de relaciones decidieron casarse. Cristina se sentía


empujada a algo que racionalmente no debió acometer. Los amigos de su novio eran
unos golfos y ella, en sus momentos de lucidez no podía evitar pensar en aquello de
“Dime con quién andas…”
Les dio con ello dos disgustos a sus padres; primero, casarse con alguien que no
era de su devoción y segundo casarse por “lo civil”.
El millonario padre de Fernando, republicano y ateo, dio un pelotazo… o habría
mejor que decir un ladrillazo durante los ochenta. En un principio no le gustaba que
su hijo se casara “con una pobre” pero luego, cuando la conoció, la “pobre” le ponía
más bien cachondo, con lo que comprendió a su hijo.
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Se casaron, previas las dispensas municipales oportunas, en la Alcaldía de
Torrelodones donde estaba censada toda la familia del novio pues tenían el clásico
chalet-palacete que suelen construirse los emperadores del ladrillo.
Hubo una comida a 200 euros cubierto, 100 invitados, quince de la novia y
ochenta y cinco del novio.
Veinte mil euros, es decir casi tres millones y medio “de las antiguas pesetas”.
Los padres de Cristina intentaron pagar la parte correspondiente a sus invitados.
Afortunadamente el Señor Calixto, o Kali, diminutivo por el que se refería a él su
señora, evidentemente sin saber que Kali era una temible diosa hindú, cuando el
padre de Cristina le hizo tal proposición dijo campechanamente;
-Para poca salud, más vale morirse – Y pagó él la factura con gran alivio y algo
de vergüenza de los padres de Cristina, que si sabían quién era la diosa Kali.

Los amigos de Fernando, que sin beber eran unos gamberros, bebidos eran unos
delincuentes. Como es clásico, sortearon trozos de la corbata de Fernando y ya que
no podían hacer lo mismo con las ligas de Cristina, ya que dado que la boda era civil y
Cristina no iba vestida de cenicienta en el baile de palacio intentaron que se quitase
las bragas para sortearlas.
Cuando vio que el ahora marido suyo no la defendía despertó bruscamente del
sueño de amor en que había vivido los seis últimos meses.
Buscó a sus padres con la mirada y descubrió que se habían ido.
En el baile que siguió todos los amigos de Fernando la besaron y sobaron
concienzudamente, pese a sus protestas.
Cristina esperaba con una mezcla de curiosidad y temor a que llegara la noche.

Más o menos a las doce, Fernando la cogió de un brazo y dijo,


-Vámonos. Nosotros no nos tenemos que quedar hasta el final. Ya he visto que
tus padres se han quitado de en medio.
La arrastró escaleras abajo, la abrió la puerta del copiloto del deportivo y tras
una arrancada ruidosa y una conducción brusca llegaron al hotel.
Cristina se daba cuenta de que su recién estrenado marido estaba bastante
borracho. Tuvo que introducir ella la tarjeta en la cerradura del hotel porque él no
acertaba.
-Vamos a la cama ya. Ponte el camisón – La urgió.
Cristina parsimoniosamente entró en el cuarto de baño y se puso el camisón de
seda salmón que la había comprado su madre para la circunstancia.
Cuando salió del cuarto de baño Fernando la cogió de los tirantes del camisón
los hizo resbalar sobre los hombros y tirando de ellos hacia abajo la dejó desnuda a
los pies de la cama.
-Ahora no me pondrás obstáculos ¿No? Ya soy tu marido.
-Estás borracho. Lo mejor es que te acuestes y la duermas – Contestó Cristina.
-Eso quisieras. No te sigas haciendo la estrecha – Dijo arrojándola sobre la cama
e inmovilizándola tendiéndose encima de ella. La sujetó con ambas manos la cabeza y
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la besó. Sin dejar de hacerlo la acarició con la mano derecha los senos, el vientre y al
llegar a la vulva le introdujo dos dedos en la vagina y comenzó a frotarle la cara
anterior de ésta.
Cristina no pensaba que las cosas sucederían así, pero le dejó hacer. Fernando
comenzó a lamerle los pezones sin dejar de masturbarla. En menos de dos minutos
Cristina comenzó a gemir y en menos de tres sus glándulas vaginales eyacularon. El
orgasmo hizo que todo su cuerpo temblara. Fernando se echó a un lado y la
contempló sonriendo. Poco después dijo;
-¿Has terminado? Ahora quiero que te levantes y andes desnuda por la
habitación. Quiero verte.
Cristina, avergonzada, hizo lo que quería.
-Yo no pensaba que las cosas iban así – Se lamentó.
-¿Qué pensabas? ¿Qué íbamos a echar un polvo y a dormir? Los polvos los
echan los obreros.
Se sentó en el borde de la cama y la dijo;
-Ven aquí – Arrodíllate. Ahora quiero que me hagas una felación.
-No… No me obligues a hacer eso – Dijo la muchacha a tiempo que comenzaba a
tener arcadas.
Pero Fernando, que ya la tenía de rodillas ante sí la puso una mano en cada
hombro y el pene en los labios.
Cuando ella abrió la boca para protestar se lo introdujo hasta el fondo de la
garganta, la cogió del cabello y comenzó a mover el pene de delante atrás. Cristina
sintió que se ahogaba. Cuando le llegó el orgasmo extrajo el pene de la boca de su
mujer y la eyaculó sobre la cara.
Cristina dando un gemido se arrastró hasta el cuarto de baño, cerró el pestillo,
vomitó en el váter se lavó la cara y el cuello y cuando se le pasaron las arcadas, se
lavó los dientes, frotándose también la lengua con el cepillo.
Luego se envolvió en una toalla y se sentó en el suelo.

Fernando dio unos golpecitos en la puerta.


- Abre. No seas tonta. Soy tu marido.
- ¡Cerdo! Esta me la vas a pagar – Contestó Cristina.
Fernando pensó abrir la puerta a patadas, pero entre sus vapores alcohólicos
pensó… Esta ya me ha hecho una mamada… ya me la tiraré mañana. Se tendió en la
cama y se durmió instantáneamente.
Cuando Cristina oyó los ronquidos que daba su marido, abrió sigilosamente la
puerta, se vistió, recogió y metió sus cosas en el neceser y cerrando cuidadosamente
la puerta de la habitación bajó la conserjería e hizo que el vigilante nocturno, que la
miró sorprendido, le pidiera un taxi.

Entró en casa de sus padres con cautela. A pesar de ello cuando se desnudó y se
puso el pijama, oyó unos golpecitos en su puerta. Era su padre. Se abrazó a él
llorando.
-¿Qué ha pasado? – Preguntó el Coronel, aunque se lo figuraba.
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-Fernando me… me metió el pene en la boca y luego me llenó la cara de semen.
Se sentaron en el borde de la cama. Cristina continuaba llorando abrazada a su
padre.
Al cabo de unos minutos el Coronel preguntó;
-¿Y qué vas a hacer? Te has casado con él.
Con los ojos enrojecidos, Cristina sollozó;
-Líbrame de él padre.
-No creas que es tan fácil. Tendrías que alegar ante un juez el abuso a que te ha
sometido marido… y eso hay que demostrarlo, lo que no creo que sea demasiado
difícil, dado que es un sinvergüenza. Yo que el Juez te preguntaría si no te diste
cuenta de cómo era cuando erais novios. Anda, acuéstate.
Y el viejo coronel se fue a la cocina, calentó un jarrito con leche, la echó en un
vaso, le añadió una pastilla de las que tomaba su mujer para dormir y volvió a la
habitación de Cristina.
- Tómate esto.

A las diez de la mañana, entreabrió la puerta del dormitorio de su hija y vio que
ésta dormía profundamente abrazada a la almohada.
Luego de rogar al vecino (Otro coronel pues Cristina vivía en un pabellón
militar) Que si aparecía por el piso un joven intentando entrar en su casa le
despachara, se colocó en el cinturón su nueve largo de reglamento y se fue a
Torrelodones, a verse con Don Calixto García.
Don Calixto, que no pensaba que se viesen nunca más, le recibió sorprendido.
-A qué debo…
El Coronel, sin andarse por las ramas, le espetó;
-Su hijo, en su noche de bodas, hizo que mi hija, que solo tiene diez y ocho años
y es inocente le hiciese una mamada. Mi hija huyó del hotel y está en mi casa. Voy a
iniciar los trámites para obtener la nulidad. Solo quiero hacerle una advertencia –
Terminó el Coronel, sacando el nueve largo y poniéndolo sobre la mesa, con gran
sobresalto de D. Calixto – Si intenta acercarse a mi hija, le mataré.
-Nunca quise que se casaran – Dijo el padre del novio - Entre otras cosas
porque su nivel económico no es el nuestro. Por otro lado reconozco que a base de
consentirle he hecho de él un sinvergüenza. Le transmitiré su amenaza. Y guarde el
pistolón, no es necesario. Obligaré a Fernando que acepte la nulidad.
-Voy a buscar a su hijo, que supongo que seguirá durmiendo su borrachera en el
Hotel, para comunicarle lo que ha parecido su conducta con mi hija y que inicio los
trámites para obtener la nulidad del matrimonio y lo que le va a ocurrir si se acerca a
ella.
Don Calixto, que no era nada tonto y se dio cuenta de que aquel anciano irritado
y con una pistola en el bolsillo era una bomba con la espoleta puesta afirmó;
-Le acompañaré a buscarle. Voy a llamar a la Conserjería del Hotel a ver si sigue
allí.
Al terminar la llamada informó al irritado anciano;

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-Ya no está allí. Además se ha llevado el coche. Lo más probable es que esté
buscando a Cristina. Creo que debemos ir a su casa de Usted – Concluyó.
-Está bien. Puede que sea mejor así. Tal vez me controle mejor si viene usted
conmigo.

Cuando llegaron a casa del coronel oyeron ya desde el portal la discusión que
mantenía el frustrado marido con el vecino.
-¡Es mi mujer! – Gritaba Fernando - ¡Y quiero que se venga conmigo!
Cuando llegaron al descansillo se encontraron a Fernando y al militar vecino que
sujetaba la correa de un perro alsaciano de considerable tamaño que enseñaba los
dientes y gruñía sordamente.
-Vete de aquí degenerado y no vuelvas – Dijo Alfonso – Vamos a anular tu boda
por conducta inmoral y a que dicten contra ti una orden de alejamiento.
-¿Conducta inmoral? Buen orgasmo tuvo Cristina con mi conducta inmoral –
Afirmó con desparpajo el casi ex marido.
La bofetada de Don Calixto a su hijo resonó por toda la escalera.
Luego, sin mediar más palabras lo cogió de un brazo y lo arrastró escaleras
abajo.
-Gracias Coronel. Y a Haski - Dijo Alfonso al vecino.
- Parece que Cristina no acertó en su elección – Afirmó aquel – Es muy joven. Ya
conocerá otro.

En los dos meses que siguieron Alfonso tramitó la anulación del matrimonio de
su hija y la orden de alejamiento contra Fernando.
Esta orden tenía una excepción; las asignaturas que compartían los dos.
En todo caso, aún en las aulas, su ex marido se mantenía lejos de ella. Algunas
veces la miraba desde lejos con cara de cachondeo. En varias ocasiones, notando que
ella le miraba, agitó dos dedos juntos recordándole la masturbación que la
proporcionó en la noche de bodas. Pronto sin embargo vio Cristina cómo se dedicaba
con asiduidad a otra compañera, una rubia oxigenada bastante despampanante.
La rubia, Susana, se acercó a ella al salir de una clase de historia y la preguntó;
-¿Es verdad que has estado casada con Fernando García?
-Cierto, hasta cierto punto. El matrimonio fue anulado. Duró veinte y cuatro
horas, si llegó- Contestó Cristina.
-¿Porqué fue anulado? – Volvió a preguntar Susana.
-Por la conducta inmoral de Fernando.
-¿Conducta inmoral en la noche de bodas? – Se rió la rubia – O sea que lo que
me ha contado Fernando es cierto.
-Es un cerdo y si te quieres revolcar con él, es tu elección – Machacó Cristina.
La rubia se alejó riéndose.

Don Alfonso era un ludópata. Repetía con frecuencia aquello de “A mí me gusta


jugar al póker y perder”

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- ¿Cómo perder? Lo que te gustará es ganar ¿No?- Solía preguntar el
interlocutor, con lo que daba la oportunidad al ludópata de afirmar;
-¿Ganar? Eso debe ser como estar en el Cielo.
Su vicio le había llevado a situaciones económicamente comprometidas de las
que había salido pidiéndole al pagador del Regimiento pagas adelantadas, porque
Carmina, la maestra que era su mujer, desde que él era teniente se negó a que
manejara su sueldo. Habían hecho separación de bienes y cada uno tenía una cuenta
particular y una compartida para el mantenimiento de la casa en la cual ingresaban
la misma cantidad cada uno, cada mes.
A los dos meses del fallido matrimonio de su hija, Alfonso se encontró a su
consuegro en una partida de póker en Torrelodones. Eran seis jugadores.
La partida se fue alargando horas. Llenó todas las de la tarde. Tomados unos
bocadillos se reanudó al comienzo de la noche. A Alfonso no le iba mal; había ganado
varios pozos y ligaba buenas manos.
Era un jugador apasionado, aunque intentaba dominarse. Calixto,
temperamento frío, se mantenía; ni ganaba ni perdía.
Algunos jugadores, a medida que avanzaba la noche, se fueron retirando. A las
tres quedaban tres; Alfonso, Calixto y un jugador profesional que es quien les había
reunido.
La jugada fatídica para Alfonso, ocurrió a las tres y veinte de la madrugada;
había ganado a lo largo de la partida cerca de diez mil euros. Cogió de mano un trío
de ases, y pidió dos cartas más. Le entró el otro As. Calixto abrió con cinco mil euros.
El profesional tiró las cartas al ver la sonrisa que intentaba disimular Alfonso. Éste
colocó todas sus ganancias en el pozo.
- ¿Las ves? – Preguntó a Calixto, que solo había pedido una carta.
Calixto sacó un fajo de billetes del bolsillo interior se su chaqueta, que tenía
colgada del respaldo de la silla, un paquete de cien morados billetes de cincuenta
euros, cogidos con una goma, sacó del mazo veinte y puso el resto encima de la
mesa.
-Subo a cincuenta mil euros.
El profesional los contempló con atención. Alfonso debía tener una buena
jugada, pero ni de lejos podía cubrir aquella apuesta. Era la pensión de dos años de
un funcionario de alto nivel retirado. Lógicamente, pensó, Calixto se está tirando un
farol, abusando de su poder económico.
-Lo siento. No puedo cubrir esa puesta – Afirmó Alfonso.
-No hemos establecido límite a las apuestas ¿No es así, amigo Carlos?
Este afirmó con la cabeza;
-Así es. No hemos establecido límites.
Calixto, sacó un talonario del bolsillo y se lo entregó junto a su estilográfica a
Alfonso.
Le acepto un vale por cuarenta y cinco mil euros. Rellénelo.
No era la primera vez que Alfonso tenía que recurrir a tal sistema para ver una
jugada. Mientras rellenaba el talón, Carlos le preguntó sorprendido a Calixto;
-Pero ¿Qué garantías tiene éste, a fin de cuentas?
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-Tiene una hija de diez y ocho años. Cristina. Una noche de ella conmigo
cancelará la deuda.
Fincas enteras, cuadras de caballos, negocios de todo tipo, joyas, cuadros de
firmas… de todo había visto Carlos apostar en una jugada, pero apostar una noche
de una hija es la primera vez que lo veía.
Alfonso retenía el pagaré en la mano. Su cara, de color púrpura reflejaba la
lucha que se desarrollaba en su interior. De cuando en cuando echaba una ojeada a
sus cartas; cuatro ases y un rey. El lance se divulgaría; “Un padre se juega a las cartas
a su hija”
Carlos, intuyendo lo que pensaba Alfonso le dijo;
-Juro que nunca diré lo que está ocurriendo aquí, pero tal y como se han puesto
las cosas te aconsejo que pierdas tus diez mil euros y no veas los cincuenta mil. Un
pensionista, con dos mil euros al mes no debe meterse en una partida de éstas con
profesionales como yo o con personas de la capacidad económica de Calixto.
Éste extendió los brazos para recoger el dinero de la apuesta. Tal vez me he
equivocado al invitarte. No pensé que las cosas se pusieran así.
Entonces Alfonso dejó caer en el pozo el pagaré.
Carlos se levantó;
-Me voy. No quiero saber cómo acaba esto.
Pero antes de que se fuera, Calixto volvió sus cartas y las colocó sobre la mesa.
-Escalera de color – ¿Qué tenías tu?
Alfonso mostró su póker de ases.
Carlos sentenció;
-A veces tener suerte es una mala suerte. Se dio la vuelta y se fue.

Calixto arrastró a Alfonso hasta el bar. Éste parecía haber envejecido diez años
aquella noche.
Se sentaron a una mesa. Un solícito camarero preguntó;
-Don Calixto ¿Qué quieren ustedes?
-Un coñac – Pidió Alfonso.
-Para mí un vaso de leche templada.
-Alfonso; te doy un plazo de quince días y tienes tres caminos. Obtienes el
dinero como Dios te dé a entender y me pagas. No me pagas y te envió unos
elementos de la mafia china a que te peguen una paliza. O me mandas a tu hija el
segundo viernes a partir de hoy al apartamento cuyas señas son éstas – Añadió
dejando encima de la mesa una tarjeta - No voy a violar a tu hija, entre otras cosas
no podría, pero esa muchacha tiene algo. No le va a pasar nada por estar una noche
conmigo. Ahora, si esa es la opción que elijes tienes que convencerla.

Calixto García era un hombre de procedencia humilde. Su padre era un albañil y


su madre limpiaba oficinas por horas (y horas). Gracias al trabajo de su madre pudo
estudiar primero el bachillerato y mas tarde una carrera de grado medio: se hizo
aparejador.
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Hizo las milicias universitarias (el primer dinero que había ganado en su vida) en
el Campamento de Robledo. Las prácticas le tocaron en Ceuta, en un tabor de
regulares. Poco acostumbrado a ganar dinero y menos a gastarlo ahorró casi
completos sus sueldos.
Descubrió que le encantaba todo lo marroquí.
En unas maniobras se torció un tobillo y se hinchó de tal modo que el Capitán le
mandó al Hospital Militar de Ceuta.
Había en él una “Sala Marroquí” que le maravilló:
Gruesas alfombras con dibujos geométricos cubrían la totalidad del suelo.
Mesitas bajas cuyo tablero estaba constituido por bandejas repujadas de cobre que
brillaban en la penumbra. Ventanas estilo moro con espesas celosías en la pared que
daba al patio. Tapices cubriendo el resto de las paredes, del suelo al techo, con
voluptuosas caligrafías cuyos rasgos se entrecruzaban entre sí como tallos de plantas
trepadoras sobre un fondo de colores mórbidos. Una lámpara de bronce pendiendo
del techo mediante una gruesa cadena parecía un gran brasero de cuya
circunferencia emergían como cálices de flores candelabros ocupados por blancas
bombillas con forma de vela. Todo el techo era una moldura semejante a las de la
Alhambra
Bajos divanes y cojines adosados a las paredes completaban el mobiliario.

Al terminar las milicias comenzó a trabajar en una constructora, dirigida por un


ingeniero, ya mayor, que fue dejando en sus manos la mayoría del trabajo y mas
tarde, de las decisiones.
La hija del ingeniero, Margarita, tuvo en Calixto la misma confianza que su
padre. Tanto confiaron el uno en el otro que en dos meses se quedó embarazada.
Al ingeniero no le pareció mal que se casaran.
En diez años vinieron al mundo aquel hijo, y tres más, el último de ellos
Fernando.
Margarita, cumplida su misión con la conservación de la especie, fue derivando
hacia devotas prácticas, cada vez mas ultramontanas que la apartaron (sobre todo
físicamente) de su ateo marido. Éste, que para entonces ya era un adinerado
empresario buscó la “sedacio concupiscenciae” en prostitutas caras de boites
americanas.
Un buen día se le ocurrió reproducir, en el piso que se había comprado en un
edificio de la Plaza de Cristo Rey aquella “Sala Marroquí” del Hospital. No fue barato
ni fácil, pero un capricho es un capricho.
Aquel piso era su guarida. Su picadero de entrenamiento para jóvenes
descarriadas.
Los últimos años sin embargo le habían obligado a convertirse en un “Voyeur”.
Los medicamentos para controlar una hipertensión desbocada le habían dejado
impotente.

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Alfonso paso la noche siguiente completa dándole vueltas a cómo explicarle el
asunto a Cristina. Nunca había tenido una relación fácil con ella pero ¿Cómo
explicarle la monstruosidad que había cometido?
Finalmente, con el ruego de que no lo contase a nadie le confesó, lisa y
llanamente que se había jugado al póker, con el padre de su ex marido, que ella se
pasaría una noche con él.
-¿Con Fernando? De ningún modo – Contestó Cristina.
-Peor aún – Aclaró Alfonso – Con mi consuegro.
Cristina le contempló, incapaz de creerse lo que estaba oyendo.
-Solo será una noche y Calixto, dada su edad, no podrá hacerte muchas cosas.
-¿Y si no quiero?
- Entonces me amenazó con encargar a la mafia china que cobraran la deuda
sobre mi pellejo – Afirmó el anciano.
-¿Y cuanto debes? – Preguntó Cristina.
-Cuarenta mil euros.
- O sea, que por una noche con una estudiante de diez y ocho años, Don Calixto
es capaz de pagar cuarenta mil euros. No está mal. Su hijo lo hizo gratis. ¿Y que tengo
que hacer yo para pagar tu apuesta?
- Ir a estas señas – afirmó Alfonso dándole la tarjeta del ex consuegro – El
viernes que viene o el siguiente a las ocho de la tarde.
-Bueno – Dijo la muchacha – Me pondré ropa interior limpia, porque ya te
figurarás que lo que quiere de mi Don Calixto no será que le explique el número
áureo en relación con las medidas del Partenón.
- Te juro – Dijo con voz solemne el Coronel – Que no volveré a jugar a las cartas,
si cumples lo que yo he prometido.
-Es igual – Dijo Cristina – Después de esto nunca te volveré a mirar con los
mismos ojos ¿Y a quién se le ocurrió tal sistema de pago, a ti o a él?
-A él – Afirmó en voz casi inaudible Alfonso.
- A menos que esto sea una encerrona a favor de su hijo, resulta que no solo le
gustaba a su hijo, sino también al padre ¡En que extraño lío me has metido padre! En
esta casa viviendo siempre económicamente hasta el cuello, para terminar en esto,
gracias a tu vicio.

Cristina decidió que los malos tragos había que pasarlos cuanto antes y por
tanto, cinco días mas tarde, con un juego de ropa interior negro, una faldita escocesa
a cuadros, un jersey que resaltaba sus formas, mocasines y calcetines blancos con
borlas, se colocó su abrigo blanco, fue al despacho a despedirse de su padre y le
encargó;
-Cuéntale a mamá que me he ido a estudiar a casa de mi amiga Sofía y que me
quedaré allí a dormir.
Su padre, luego de mirarla como un perro apaleado, le dio un sobre que
contenía diafragma y le dijo;
-Por si acaso, antes de irte, ponte esto. Evitará que te quedes en estado. En las
instrucciones explica cómo te lo tienes que colocar.
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- Es un detalle, padre. Es admirable cómo cuidas de tu hija.

Era un edificio situado en la plaza de Cristo Rey, junto a una librería medica. Un
portero de librea la preguntó con voz engolada a dónde iba.
No pareció extrañarse de que le dijera que a casa de Don Calixto García.
Un silencioso descansillo, enmoquetado en azul. Las macizas puertas de los
pisos con la letra en metal dorado. Miró su reloj de pulsera; la ocho y cinco minutos.
Oprimió el pulsador y una campana sonó a lo lejos. El corazón daba saltos bajo la
blusa blanca de encaje. Pasos que se acercaban.
El Señor García abrió la puerta. Mas corpulento que su hijo, no podía sin
embargo negar el parecido. Pelo liso, peinado a raya, ojos castaños, mandíbula
cuadrada. Olía a after shave.
- Hola Cristina ¡Qué puntual! No te quites el abrigo, vamos a salir. Tomaremos
algún tentempié y luego iremos al teatro ¿Te parece bien?
-Creo que es usted quien decide lo que hago o no ¿No es así?
- Mas o menos - Dijo poniéndose un abrigo oscuro y cogiéndola del brazo - En
el teatro Abadía ponen una obra interesante; Ubú Rey.
Tomaron un taxi. Calixto explicó;
- En Madrid resulta mas bien una tontería sacar el coche.
Sentados en el patio de butacas, volvió a cogerla de un brazo.
Hora y media mas tarde, cuando terminó la representación, Calixto dijo;
- Tendrás hambre ¿Verdad Cristina? Vamos a una Cafetería, cerca de la plaza
de Santa Ana y tomamos algo.
La cafetería resultó ser un lugar mas bien oscuro, donde se celebraba una
sesión de jazz en vivo. Cristina estaba perpleja, aunque se esforzaba en disimularlo.
- Estás muy bella – Dijo ayudándola a quitarse el abrigo - ¿Te has arreglado
para mi? – Preguntó Calixto con un a sonrisa picaresca brillándole en los ojos.
- Me gusta ir arreglada.
Un camarero, sin preguntar nada les puso delante una bandeja con triángulos
de pan tostado y caviar y otra con distintos quesos. Mostró una botella de albariño a
Calixto que asintió con la cabeza.
Sin poderse contener mas Cristina preguntó;
-¿Qué tengo yo, para que pagues por una noche conmigo cuarenta mil euros?
- No pago cuarenta mil euros por una noche contigo. Pago cuarenta mil euros
por conocerte. Las pocas veces que te vi, siendo novia de mi hijo Fernando me
llamaste la atención. Luego, cuando te ocurrió lo que te ocurrió en la noche de bodas
mi curiosidad se acentuó. Ha que tener mucho valor para hacer lo que hiciste.
-No se qué vi en él. Aunque sea su hijo le diré que vale muy poco – Meditó
Cristina.
Calixto se interesó por sus estudios, por sus amigas, por sus inquietudes.
Cuando se levantaron habían pasado dos horas. La muchacha se dio cuenta de
que había olvidado la situación y no había dejado de hablar.

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-Ahora tienes que venir a mi apartamento para tomar el postre – Dijo Calixto
recordándole la realidad.

El taxi le dejó en la Plaza de Cristo Rey. Aunque había bebido poco, el albariño
la hacía ver las cosas con una extraña perspectiva. Cuando subieron al apartamento
Calixto la ayudó a quitarse el abrigo. Luego entró en el dormitorio y salió con un
camisón de seda rosa, que Cristina reconoció.
-Póntelo. En el dormitorio tienes además una bata. Yo voy a preparar el postre.
Cristina en el dormitorio pensó, mientras se desnudaba que Kali como le había
dicho que le llamara iba finalmente a cobrarse los cuarenta mil euros. Se puso el
camisón, que acarició su cuerpo como aquella noche. Encima de la cama había una
bata que hacía juego con el camisón, y se la puso.
Cuando salió al salón a afrontar su destino se encontró con que Calixto,
completamente vestido, le indicó;
- Ven. Te voy a enseñar mi sala marroquí.
Y la introdujo en aquel cuarto.
En una de las bandejas/mesitas de cobre había un frutero con fresas y un cubo
de plata con hielo y una botella de champán.
-Veo que quieres emborracharme – Dijo la muchacha - ¿No es eso un poco
cobarde por tu parte?
- Puede ser - Dijo descorchando la botella, sirviendo champán en las copas y
poniéndole una en la mano – Eres joven. Flexible. Supongo que podrás sentarte en
cuclillas como yo.
Así lo hizo. Sin darse cuenta se había bebido la copa de champán. Calixto le
sirvió otra y otra. Una hora mas tarde le daba todo igual.
La llevó al dormitorio y la acostó en la cama. Dejó un sobre en la mesilla de
noche un sobre y una nota y se fue a su casa de Torrelodones.

Cristina se despertó con un espantoso dolor de cabeza, fruto de la


combinación de vino blanco con champagne. Tardó un tiempo en darse cuenta de
donde estaba. Luego, poco a poco, la niebla se fue disolviendo. Escuchó atentamente
y concluyó que estaba sola en aquel apartamento.
Por tanto, Calixto no se había cobrado el importe de la apuesta.
No dejaba de ser una conducta extrañamente caballerosa, pensó.
Encima de la mesilla de noche había un sobre y una nota.
La nota decía escuetamente;
“Avísame cuando quieras que salgamos otra vez, esta sin que nada te
obligue…” y el número de un teléfono móvil.
El sobre contenía el recibo que había firmado su padre.
Se dirigió al baño.
En la repisa donde ordenadamente formaban diversos recipientes con
colonias, champús, cremas de afeitar… Había otra nota apoyada en un vaso.
Decía;
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“Por si acaso”
Junto al vaso había un tubo de comprimidos de alca-seltzer.
“Está en todo” se dijo recordando la noche anterior. Cena, teatro, jazz,
champán y fresas… Parecía bastante claro que Calixto pretendía mantener algún tipo
de relación con ella.

Se duchó, se peinó, se vistió cogió su abrigo de lana blanca y bajó las escaleras.
El portero la dio los buenos días y añadió;
- Don Calixto me ha indicado que desayune usted en la cafetería de al lado.
- Está bien. Así lo haré.
- Hasta pronto, Señorita…
- Cristina.

Pidió un zumo de naranja, una café con leche y una tostada. Eran las diez de la
mañana de un sábado. No le apetecía nada encontrarse con su padre, pero ¡Qué
remedio!
Estaba levantado, trasteando en su despacho. Cristina se quitó el abrigo y
entró con el sobre en la mano.
-Toma – Dijo – Tu recibo – Y se dio la vuelta dispuesta a salir de la habitación.
- ¿No tienes nada mas que decirme?
-Fuimos al teatro. Cenamos mientras oíamos una sesión de jazz. Fuimos a su
casa. Tomamos champagne y fresas. Después del champagne y las fresas se fue.
Dormí sola en su dormitorio. Es un hombre bastante curioso.
- ¿Y nada mas ocurrió? – Pregunto Alfonso con incredulidad.
- Nada mas.

Cristina se sentía sola.


Su madre pasaba su tiempo en devociones y reuniones. Su padre, desde aquel
episodio la miraba de un modo extraño. Los condiscípulos encontraban que había
algo ambiguo en ella; ni casada ni soltera.
Con la única persona que había charlado de sus cosas en la últimas semanas
era con Calixto.
Era viernes por la tarde. La nota del aparejador la invitaba a salir con él alguna
otra vez.
No quiso llamarle por teléfono, sino que se presentó en el piso de la Plaza de
Cristo Rey a la ocho de la tarde.
Calixto abrió la puerta. Se quedó algo sorprendido.
-¡Cuánto me alegro! No estaba nada seguro de que volviera a verte.
Cristina entró y se quitó el abrigo;
- No tengo con quien hablar. Creo que tú eres la única persona que me ha
escuchado en los últimos tiempos.
- Iba a tomarme un té ¿Qué quieres que te prepare? – Preguntó Calixto.
-Una coca cola estará bien.
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Se sentó en el sofá, se quitó los zapatos y dobló las piernas sobre el asiento.
- Desde que me casé noto que mis compañeros me rehúyen. Parece que
tuviera la peste. No sé si tu hijo Fernando habrá contado alguna historia sobre mi que
sea la causa.
Calixto la sirvió la cola y la puso delante un recipiente con almendras.
-Cambia de estudios. Estás estudiando una carrera de la cual es difícil que vivas
– Dijo el adulto - Es una carrera para diletantes.
-¿Y qué crees que debería estudiar?
- ADE. Administración y Gestión de Empresas.
- ¿Y cómo de larga es esa carrera?- Preguntó Cristina.
- Tres trimestres en cuatro cursos, pero si te dedicas a ello seriamente, puedes
hacerla en tres años. Si tuvieses ahora ese título, yo mismo te podría colocar ahora en
mi empresa.
-Pero esos estudios se harán, supongo, en ICADE o en el CEU o similar. Mis
padres no podrían pagármelos.
Calixto, que se había sentado junto a ella y la había pasado un brazo tras la
espalda, por el respaldo del sofá, dijo;
-Pero yo si.

Cristina sintió una sensación vertiginosa. Calixto la contemplaba sonriente.


Cuando se recuperó preguntó;
-¿A cambio de qué?
- De lo que tú me quieras dar. Desde nada hasta venirte a vivir conmigo. Tengo
en trámite el divorcio. Nos casamos civilmente, con separación de bienes. Los hijos
son mayores, aunque quizás le tendría que pasar una pensión por Fernando.
Piénsatelo. Puedes no decirles nada a tus padres, por ahora – La acarició el cabello
produciéndola un escalofrío.
-No te puedo contestar. Estoy confusa – Se lamentó Cristina.
-No tienes que contestarme ahora. ¿Salimos a cenar? ¿Puedes quedarte a
dormir aquí?
-Vamos – Dijo Cristina.

Aquella noche Alfonso había vuelto a perder. Había sido invitado a jugar en
una timba en una habitación de una cafetería. Aparentemente los jugadores eran
novatos. Cuando el camarero que le conocía le introdujo en el cuarto, le estaban
esperando oros tres. Dos clientes de la cafetería a los cuales conocía de vista y un
tercer jugador, un muchacho bastante joven, con el negro cabello brillante de
gomina, camisa blanca y corbata oscura, que barajaba nerviosamente un mazo de
cartas.
Cuando Alfonso se dio cuenta de que aquello era una encerrona, llevaba
perdidos otros cincuenta mil euros.

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Cuando el Coronel le dijo que no podía hacer frente en aquel momento al pago
de tal cantidad, el joven, se puso pausadamente su chaqueta de ante, requirió un
maletín del que había estado sacando las barajas nuevas y dijo;
-Creí que ésta era una partida seria. Deme usted su tarjeta – Si la tiene -
Añadió con sorna – Y pasado mañana iré a su casa a cobrar. Si no me paga recibirá
Usted en unos días la visita de algunos amigos míos. Si es un jugador mediocre y no
tiene dinero suficiente ¿Cómo se atreve a jugar con un profesional?
Y salió de la habitación dejando tras de sí a un consternado anciano.
Fue andando a su casa, que estaba cerca, pensando en cómo iba a salir de
aquella. Recordó el collar de esmeraldas que había heredado su mujer y que nunca se
ponía. Era la solución. Una vez lo llevó por curiosidad a un joyero y este le dijo que
aquel collar podía valer trescientos mil euros. No le dijo nada su mujer.
Cuando llegó a casa eran las tres de la noche. Su mujer se había acostado. Sin
hacer ruido sacó del dormitorio la caja que contenía el collar y se fue al despacho a
verlo. Verdaderamente era bello; las piedras refulgieron a la luz. En el nerviosismo
que tenía no oyó la llave en la cerradura de la puerta. Se encontró con que Cristina,
parada en la puerta del despacho le contemplaba.
Como la muchacha no era nada tonta comentó;
-¿Has perdido otra vez?
Alfonso notó la ira subirle por el cuerpo. Notó el palpitar de las arterias de las
sienes. Precipitadamente guardó el collar.
-Y tú, prostituta, ¿Qué horas son éstas de venir? ¿Dónde has estado? ¡Vete de
mi casa! ¡No te quiero volver a ver! – Las manos le temblaban tan violentamente que
la caja del collar se le cayó al suelo.
Cristina pálida como un muerto fue a su cuarto. Metió en una mochila cuatro
cosas. Salió de la casa. Tomó un taxi y dio las señas de Calixto.
Le llamó por teléfono.
Al oír su voz, Calixto contestó sobresaltado;
-Cristina ¿Qué pasa?
-Mi Padre me ha echado de casa. No tengo donde ir.
-Vente a casa. Te espero.
El taxista que había oído la conversación murmuró;
-Menos mal que tienes dónde ir.

Calixto la esperaba en la acera. Pagó el taxi y cogió la mochila de Cristina.


-Vamos. No llores. El mundo no se acaba aquí. Tu padre se arrepentirá de lo
que ha hecho. El muy imbécil… perdona, no sabe lo que le puede ocurrir a una
muchacha sola, en Madrid, en la calle a estas horas.
En el piso la dijo;
-Cristina, ponte el camisón y acuéstate. Mañana hablaremos.
Cerró la puerta con llave.
Volvió con un vaso con agua en la que había disuelto un comprimido de
loracepán.

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La muchacha se había puesto el camisón. Estaba sentada en el borde de la
cama llorando.
-Tómate esto.
-¿Qué es? – Preguntó la muchacha dirigiéndole los enrojecidos ojos.
- Un somnífero. Lo necesitas – Le abrió la cama y cogiéndola de las rodillas la
obligó a acostarse. Tenía que comprarle un pijama a la muchacha. Aquel camisón…
Dejó abierta la puerta de aquel dormitorio. Sacó la llave de la cerradura de la
puerta de la calle y se la metió en el bolsillo. Luego se sentó en la sala y se puso un
whisky. Era una situación difícil. Se preguntaba ¿Hija o amante?

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