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La epopeya de construir grupo

en orfandad subjetiva.

Francisco Mora Larch.

En los grupos no-directivos centrados en una tarea, la secuencia del material, cuando sigue
una lógica que imbrica los temas, se registra una continuidad, una cadena que se va soldando
en un magma de discontinuidades en los vínculos que se entretejen entre los integrantes para
organizar el grupo.

Así, los participantes son capaces de integrar conceptos y términos que van delineando una
problemática, que exige en su abordaje la concurrencia de diversos autores y disciplinas. La
propuesta de la formación en el manejo de grupos, lleva a abordar el necesario tema de la
concepción del sujeto con la cual abordamos y nos plantemos los problemas y su resolución.

El tema envía a fin de cuentas a pensar en el sujeto, que es pensarnos a nosotros mismos, en
rescatar desde ahí la historia que se construye desde la propuesta sartreana del “hombre en
situación”, abordada desde el marxismo con aquella famosa frase que explicita que “el hombre
es el producto de las relaciones sociales”, y se complementa con la idea pichoniana de que el
sujeto es un ser social, construido en el entramado de los vínculos humanos, emergente de
una situación, pero a la vez constructor de sí mismo y del mundo humano que lo rodea.

Ahora bien, la única forma entonces de poder entendernos a nosotros mismos es conociendo
con mayor rigor, explicitando la concepción de sujeto, y en segundo término, analizando
seriamente ese contexto social del que emergimos, junto a los elementos clave que lo
caracterizan, un orden socio-histórico que nos trasciende, pero que a fin de cuentas, es
producto de los humanos y no un ente ante el cual solo cabe la sumisión y la resignación
humana. El tránsito por este conocimiento no se da sin consecuencias en la trama grupal. El
concepto de “grupo interno” de Pichon Riviere ayuda a entender mucho de lo que acontece en
la subjetividad de cada uno, el término refiere a la forma en cómo la estructura subjetiva
construye internamente como en espejo, el nicho ecológico del cual somos expresión, pero no
lo hace según el grupo real, sino según la “interpretación” que le fuimos dando a cada uno de
los objetos y las situaciones que tomaron carácter significativo en nuestra vida.

Un aspecto valioso a rescatar, desde la vivencia grupal, es que el grupo real actual, provoca
eco en el “grupo interno”, una especie de resonancia fantasmática, que al ser activada, intenta
reproducir externamente el tipo de vínculos internalizados, reproducir afuera la pauta vincular
del adentro, de ahí el temor al abandono, la soledad, los intentos de huida, la falta de sostén y
apoyo, la angustia del silencio sordo, el sepultamiento por necesidad de lo más vivo de cada
uno, el sentimiento, cuando no hay posibilidad de que el afuera pueda recibirlo sin estropearlo
o dañarlo.

Los vínculos y la anécdota de los erizos.

Schopenhauer quizás nos aporte algo para comprender la ansiedad en los grupos, con la
anécdota de los puercoespines en invierno. La dificultad en los vínculos, introduce de entrada
el problema de la con-vivencia en un grupo. Desde que nacemos, y sin saber, nuestro temor
más grande es estar solos. Sabemos que es difícil satisfacer nuestras necesidades humanas
sin entrar en relación con los demás, sin embargo, a medida que crecemos nos damos cuenta
que la relación con los otros no es fácil, nos herimos con frecuencia y buscamos “mantener
distancias”. Entramos en el “dilema del erizo”. En 1851, el filósofo Arthur Schopenhauer planteó
en su obra Parerga und Paralipomena la siguiente parábola:
“En un día muy helado, un grupo de erizos que se encuentran cerca sienten
simultáneamente la necesidad de juntarse para darse calor y no morir congelados.
Cuando se aproximan mucho, sienten el dolor que les causan las púas de los otros
erizos, lo que les impulsa a alejarse de nuevo.

Sin embargo, como el hecho de alejarse va acompañado de un frío insoportable, se ven


en el dilema de elegir: herirse con la cercanía de los otros o morir. Por ello, van
cambiando la distancia que les separa hasta que encuentran una óptima, en la que no se
hacen demasiado daño ni mueren de frío”.

Más tarde, S. Freud (1973) utilizaría esta parábola para explicar el modo en que las personas
nos relacionamos afectivamente unos con otros. En la relación de pareja, al acercarnos al otro,
confiando en él y poniendo en sus manos la capacidad de hacernos felices, inevitablemente
vamos a sufrir en algún momento. Cuanto mayor sea la intimidad, más probabilidad de
sufrimiento. Y no será siempre por heridas de “verdaderas púas”: muchas veces,
interpretaremos incorrectamente las razones de las actitudes de los otros, eligiendo
habitualmente la explicación menos favorable, lo que roza el tema del narcisismo, sus fallas y
los efectos en la constitución subjetiva de cada uno.

Del mismo modo que los erizos, tenemos que elegir: nos mantenemos a una distancia
prudencial, manteniendo relaciones superficiales que no nos comprometan demasiado, como
para impedir que nos dañen con decepción, engaño o desencanto, pero cosechando solo
sentimientos de soledad, vacío y abandono; o nos arriesgamos a una relación íntima, profunda
y confiada, en la que podamos sentirnos importantes, sentir que nos aman y nos toman en
cuenta, pero con el riesgo de ser heridos o lastimados en algún momento. La anécdota del
erizo quizás nos pueda dar algunas ideas como para pensar:

¿Qué tipo de trama debe ser armada para vivir una experiencia grupal, para lograr construir
lazo social, para que la trama relacional que apenas inicia pueda sostenerse, y no desfallezca
después de cada reunión grupal?, ¿funcionamos en “modo de defensa”, amurallados,
inhibidos, meticulosos, cerrados y bloqueando cualquier índice de riesgo proveniente del otro?,
o aun con cierta ansiedad, nos atrevemos a abrirnos, intentando conectar con el otro,
identificándonos con alguna actitud, permitiendo imitar al que se atreve a hablar u opinar, a
riesgo de ser cuestionado o atacado por alguien más, aparentando seguridad o confianza.

El encuadre aquí es crucial, establece una función contendora si se lo mantiene estable, se


puede sentir un reaseguramiento y ser capaz cada uno de tramitar ansiedades arcaicas,
permitiendo el surgimiento de una función Alfa, en términos de Bion (1977), un aparato grupal
que dé tramite y sea capaz de metabolizar las angustias de tipo psicótico, que surgen de inicio,
para que el grupo procese la ansiedad y la desconfianza y se favorezca el tránsito a lo que
Melanie Klein (1964) llamó una “posición depresiva”, aquella en la cual, uno es capaz de
renuncia a la omnipotencia, aceptar la necesidad del otro, y abrirse al mundo aún a riesgo de
ser lastimado, o sentir que se nos acota forzosamente a establecer los límites necesarios para
no cosificar ni ser cosificado por el otro.

A esta cuestión, en un grupo de formación, algunos participantes, temerosos y reticentes a


convivir en una experiencia, pero con deseos de salir del aislamiento y establecer vínculos y
rehacer su relación con el mundo, se menciona: “hay que darnos tiempo”, ya que empiezan a
procesar algunos fantasmas ligados a la ansiedad persecutoria, en parte, porque la fantasía de
un posible líder en quien proyectarían liderazgo y poder, se desvanece, y lo que prevalece es
la identificación en la vulnerabilidad, estar a merced y tener la sensación de la ausencia de
empatía en otro para consigo mismo, la vivencia es paranoide, el otro es como un erizo que si
se acerca a mí, lo único que conseguirá será dañarme y que me retire, huyendo; el otro existe
en función de hacerme daño u obtener algo de mí o a exigirme satisfacer sus deseos, sin
consideración por los míos.

El registro aquí para la coordinación, es de que la mayoría de los sujetos se viven en orfandad
subjetiva, como si el contacto co el mundo fuese directo sin mediación, sin límite posible, sin
una membrana que separe y evite el roce doloroso con la carne, porque no habría piel que
envuelva y proteja del exterior.

Desde la coordinación planteábamos la posibilidad de la identificación en la cooperación, en la


comunidad, en el vínculo como puente o vía de intercambio, es decir, de ida y vuelta, en un
dar y recibir, y si es posible, en las potencialidades de cada uno, desde su deseo y no desde el
miedo o la búsqueda de dependencia, entender que en la con-vivencia, no solo se renuncia,
hay compensación, también recibimos, somos depositantes tanto como depositarios. El
reconocimiento de este nivel de dificultades para un grupo de psicólogos, nos habla ya de los
referentes sociodinámicos que han afectado profundamente su estructuración psíquica, desde
la sociodinámica familiar de la cual provienen.

Sería erróneo pensar que el proceso de cursada de cinco años de la carrera de psicología,
pueda resolver los problemas subjetivos de los formandos, porque identificar este tipo de
problemas no puede ser dejado de lado, sin embargo, la institución formadora no registra esta
tarea en el aspecto formal, esta exigencia queda librada al arbitrio de cada uno; es no asumir
que los estudiantes en formación requerirán más que aprendizajes librescos, intelectuales o
cognitivos, verdaderas experiencias y vivencias que afecten la subjetividad de tal modo que
permitan superar ciertos impasses que se vienen arrastrando de tiempo atrás, y serán
verdaderos factores que impidan u obstaculicen el desarrollo gradual de los futuros
profesionales en el espacio social.

Intentando trabajar desde el paradigma de la Complejidad de Morin, entendemos que todo


fenómeno humano está sobredeterminado, tal y como lo lee Freud para explicar el síntoma
neurótico, los sueños o los actos fallidos desde el Psicoanálisis; pero el sujeto es un ser
construido en una trama de vínculos afectivos en una red sociodinámica, como plantea Pichon
Riviere, por lo que usamos un dispositivo grupal para abordar el fenómeno humano, aceptando
que en el pequeño grupo, los fenómenos inconscientes tienen cabida en una cierta forma de
latencia, que pulsa la vida grupal a través de configurar ciertas escenas que genera todo
pequeño grupo que se reúne para un fin.

Aceptamos que el grupo no es una monada cerrada al mundo, por lo que reconocemos el
condicionamiento social e intentamos dar cuenta de ello, con el concepto de subjetividad,
individual y colectiva. Pichon entiende que el proceso grupal sigue una espiral dialéctica, y que
el proceso se constata en la medida en que el grupo construye Proyectos individuales o
grupales para cambiar el mundo humano-social que comparten. El proceso grupal enseña a los
sujetos, ensayar los vínculos a nivel profundo, eliminando los miedos a perder la individualidad,
y a asumirse como sujeto. El lazo social, barrido en el mundo actual, encuentra en el grupo el
alimento posible para revitalizar los lazos y evitar lo efímero de las relaciones actuales,
resolviendo las dependencias y las co-dependencias....

El problema que se nos plantea, es que los sujetos producidos en la época actual y desde unas
cuatro décadas tiene dificultad para lo esencial de la convivencia humana, la sociedad,
generando sujetos y construyendo su subjetividad desde una visión individual y exitista, impide
desde el vamos la posibilidad del lazo, debido a un narcisismo que toma la forma o el rasgo del
sujeto esquizoide: al sentir dificultad para con-vivir con el otro tiende a alejarse, evita el
conflicto, no puede estar mucho tiempo en algún lugar, no desarrolla capacidad de demora, por
lo que se desactiva el pensar, se vive al otro desde la queja, la molestia o el fastidio, funciona
disociadamente, escindido entre sus deseos y sus defensas, entre el enmudecimiento y el
aguante, dice estar abierto, pero se cierra, quiere abrirse, pero desde una rendija, una ventana
de baño es mucho, es un exceso, se aferra a la seguridad, a lo familiar, a lo ya conocido, le
duelen los cambios y añora lo perdido.

Es decir desde las fuentes del malestar en la cultura, pareciera que son los otros el factor
esencial que generaría sufrimiento en vez de goce, porque se busca el goce, la perversión del
exceso y no el placer, ya que se supondría efímero, no se seria “hombre de acción” sino sujeto
convencional, que no haría figura en el vínculo intersubjetivo, podemos fácilmente quedar
borrados como sujetos, en el horizonte social. Nos vivenciamos como erizos en invierno,
queriendo o deseando acercarnos pero con la intranquilidad de que no nos volvamos
superfluos, banales o dañinos para el otro, afectando o dañando aún más un narcisismo “mal
construido”

Por eso, tendemos a buscar esa distancia “óptima” en la que no nos arriesgamos demasiado,
pero tampoco podemos alcanzar cierto grado de “realización personal”, necesario para llegar a
ser felices. Del mismo modo que los erizos, tenemos que elegir: nos mantenemos a una
distancia prudencial, manteniendo relaciones superficiales que no nos comprometan
demasiado, o nos arriesgamos a una relación íntima, profunda y confiada, en la que podamos
sentirnos verdaderamente importantes en el corazón del otro.

Tenemos la capacidad de elegir disfrutar de una relación cercana donde crecer como
personas,valorar a la persona real que se esconde en el otro, ser amados, acariciar, oler,
abrazar, decir la verdad, contar con el otro, ser auténticos y no necesitar fingir, … superando
“pequeñas” heridas que nos harán más fuertes, y que la mitad de las veces no son reales, sino
interpretaciones, espejismos.

El concepto de apuntalamiento en los grupos.

En una sesión de sábado, sucedió algo interesante con respecto a algunas funciones que el
grupo centrado en una tarea, puede generar o producir a partir de ir consolidando un grupo
humano, como entorno vital, donde uno puede reconocer y ser reconocido en su singularidad.

A través del proceso grupal continuo semanal, se va construyendo un ”tejido social-vincular”, el


conjunto de individuos va, sin darse cuenta, armando una trama de vínculos que asemejan una
hamaca, no es algo relativo a lo sólido, la hamaca es porosa y muchas cosas pueden hundirse
entre el tejido de la misma, tampoco es algo líquido, pero es capaz de sostener aquello de lo
que está hecha, de procesos fluidos, de “pasiones”, de deseos y sueños, fantasías y
compromisos, de ilusiones y desilusiones, de voluntad, de intención, incluso de cierta disciplina:
formas de relacionarse, estilos de comunicación, formas de percibir, pensar, fantasear,
experimentar e interpretar la experiencia y la acción.

El apuntalamiento, es un modo de vínculo con un objeto, es una modalidad de elección, que


significa que al elegir, uno inviste (de interés afectivo) algo del mundo real. Lo que caracteriza
el apuntalamiento es que en la elección, uno inviste un objeto según el modo de apoyo o
anaclisis, este modelo remite a que las pulsiones, en un primer momento y para activarse, se
apoyan en algunas zonas privilegiadas del cuerpo, de las cuales toman su energía y también
sus objetos, esas zonas cumplen un papel de soporte como origen y fuente de la pulsión.

Los grupos desde el punto de vista de Anzieu, pueden ser tomados como objeto a investir por
los participantes, sobre todo cuando logran constituir esa trama de vínculos que opera a dos y
a múltiples vías a través del intercambio generado por los vínculos al “interior” del espacio
virtual conformado por la disposición física y psíquica de los sujetos, donde juegan un papel
fundamental las identificaciones, ese mecanismo sutil que aparece como el primer modo de
enlace con otro.

En los tiempos que corren en esa dinámica caótica que promueve el sistema neoliberal, se
genera un tipo de subjetividad amarrada, atada al vértigo de las prisas “capitalistas” que se
imponen en el fluir enloquecedor de lo cotidiano en las grandes ciudades. Y así es como
muchas veces llegan los integrantes a un grupo, anclados y adheridos a los vaivenes
alienantes de la intensidad del trabajo sobre-exigente, del transporte saturado de gente y de
prisas, o del vértigo enloquecedor que producen los automovilistas en una alocada carrera de
ver quien rebasa y quien avanza más rápido en las calles atestadas de autos.
Hay deseo de grupo, hay interés por llegar, por sacudirse un poco la alienación y abrirse lugar
en un espacio alejado del estrés y de la masa, ocupar un lugar, ser reconocido, investido,
recibido por los otros, porque ya no hay muchos lugares de recepción; porque los grupos
contienen infinidad de proyecciones, muchas de ellas idealizadas por los integrantes, entre
ellas, puede pensarse el grupo como un refugio ante el caos citadino, también se vive como
una especie de trinchera, donde uno llega a parapetarse y hacer detener el caos de la mente y
también del cuerpo.

De otra forma, el grupo representa una especie de madre buena y acogedora; en otras
ocasiones se lo ve o se lo percibe como una burbuja “que me aísla del exterior”, también se lo
vive como un apoyo o sostén, un recurso un sosiego, un lugar en el que puedo confiar, para
reabastecerme y tomar energías, confianza o alivio de los malestares que genera la sociedad
de mercado.

En este último sábado, pudimos constatar algunas de estas funciones en las que un grupo de
formación puede ser utilizado por los miembros que lo conforman. Fue el caso de una chica,
que cumpliendo años ese día, refiere que por alguna razón, siempre pasa algo y se le aguada
la fiesta, y ese día no fue la excepción, tuvo un altercado automovilístico en el que
acompañada de su madre, tuvo que soportar la inflexibilidad y los improperios de otro
automovilista y su acompañante, armándose un conflicto por ver quién podía doblegar al otro
hasta hacerlo ceder, la aparición de un tercero obligo al inflexible a esa “rendición” ante una
lógica justa, vivida como derrota, que avergüenza porque alude a la impotencia.

Para el caso, lo que importa es lo siguiente: la compañera pensaba festejar su


cumpleaños con su pareja, por lo que no asistiría a las sesiones (2) de ese día. Después
del zafarrancho, se siente bastante mal, pero decide entonces tomar por lo menos la
primera sesión para intentar recibir del grupo un apoyo al malestar generado por el
conflicto vivido. ¿Por qué no en otra parte buscar ese apoyo?, prácticamente porque no
hay dónde, porque los lazos, las afiliaciones, las pertenencias parece derrumbadas y no
hay referentes que puedan encontrarse en el horizonte social, porque los otros han
abandonado o borrado esa capacidad empática, de ver por el otro, porque ver, implica
identificarse, pero nos vemos sin vernos y así no hay lazo, no hay enlace, no hay abrazo
y por tanto está ausente cualquier sostén emocional.

Yo indicaba que la apertura de lo que pasaba con esta integrante se estaba dando en los
últimos 25 minutos de la sesión, después de que otra integrante había expuesto su tristeza, su
malestar, su indignación por un hecho suscitado en su Facultad, debido a un conflicto que
generó que el equipo de su departamento se fragmentara ante una especie de derrota, al
intentar defender los derechos de un profesor de su escuela, el cual a final de cuentas fue
despedido y quedo fuera de la planta docente, seguramente por discriminación de género.

Eso mantuvo al grupo muy entretenido en la discusión cerca de una hora y además se
identificaba en esta integrante su indignación, su coraje y la desilusión, porque su equipo, ante
esta problemática se fracturó, unos cedieron, otros abdicaron y otros se plantearon quedar bien
con la administración de la escuela para evitar represalias. La compañera no pudo concentrase
y abocarse a la tarea manifiesta, siendo la primera vez que venía sin lectura del material.

Desde aquí, creo que ya se aludía, ya se invocaba eso latente de la chica que tuvo el escrache
con el automovilista, que no veía el modo de expresarse y encontrar un exutorio, en el afán de
recibir algo de los otros, del otro como grupo, como totalidad, como un continente al que uno
llega y se aferra, para no sucumbir a las fuerzas potentes y salvajes de un mar embravecido.

Son los grupos y no todos los grupos, en la actualidad, esa especie de continente, donde uno
puede confiarse en pisar sobre tierra firme, armado con la idea de que uno es capaz de
depositar confianza sintiendo que esa tierra no va a fallar. En estos tiempos, los grupos
parecen cumplir, más que otras funciones, las de apoyo y sostén, de apuntalamiento, de un
soporte que impide que el sujeto se derrumbe ante la embestida de una realidad lacerante, que
latiguea los encuentros, las relaciones y los vínculos.

El grupo como defensa del psiquismo, como envoltura psíquica, donde se despliega el lazo
social como una subjetividad colectiva, nutrida por cada uno, en implicación recíproca, en una
lógica en la que se refuerza en la praxis la solidaridad que nos vuelve necesarios, urgentes,
atrayentes, sin ahogar al otro, sino haciéndolo emerger para afirmar su singularidad, a través
del apoyo y del afecto ofrecido, de la empatía, de la capacidad de escucha qué es capacidad
de recepción, de dar testimonio de que el otro aparece con una tonalidad distinta, intentando
una comprensión profunda que nos muestre a través de ella, que no se está solo, de que todos
podemos ser u ofrecer “alojamiento subjetivo”.

Fragmento de un momento de la vivencia grupal.

Aquí es donde se construye un espacio para la reparación de los vínculos, que en el rejuego
entre el adentro y el afuera juegan su parte para realizar un primer aprendizaje, la capacidad de
“estar en grupo”, habitar un espacio y asumir un lugar en él es el aprendizaje de al menos un
rol, pero donde muchos batallan, principalmente por temores paranoides, confusionales o
depresivos pero se apuesta por un proyecto que es propio y a la vez de la colectividad, hay una
construcción ontológica del sujeto en esto; veamos una viñeta de observación, diseñada como
crónica por uno de los participantes:

“La sociedad nos produce ¿qué es lo que espera, cuando a nosotros nos genera
(tantas dificultades)?… ¿Cuál es el sentido?, ¿que nos impulsa a estar unidos? Está
ahí presente pero parece difuminarse, ausente. La lectura ¿nos une o nos desune?

El tema se va por la queja, y luego al cuestionamiento, hay un desnivel significativo en el paso


que se describe: de la queja al cuestionamiento, me parece que es el paso que se da de la
pasividad a empezar a hacer algo, un esbozo de rebeldía podría ser pensado en la formulación
de preguntar y de preguntarse por sí mismo. La tarea reúne al grupo, sin grupo no hay tarea,
parece una especie de líder que organiza, cuando el líder formal renuncia al liderazgo, y ya
encaminado el proceso, todo se vuelve posibilidad, y cuando emerge la duda, todo es posible de
ser cuestionado.

Los vínculos nos desconciertan, dan miedo, nos encuentran, nos perdemos en
significantes, en historias tan cambiantes. Devenimos en subjetividades,
historias no iguales, experienciales. Teoría y práctica; perderse y encontrarse,
ambivalencias constantes, olvidos presentes… ¿resistencias ausentes?, ¿nos
conocemos?, ¿Quiénes somos?, ¿Por qué estamos (aquí)?

Una primera tarea es, más que evocar, construir vínculos, abrir puentes de comunicación con
el otro, aunque esto conlleve un cierto grado de temor, la aparición del otro en el afuera,
distinto a mi sirve como referente, acota mis límites, marca la diferencia entre yo y no-yo, se
sigue el proceso de individuación, hay miedo, miedo y angustia, es la incertidumbre del no
saber del otro, ¿hará daño, me lastimará, es agresivo?; pero en los inicios hay una especie de
vaivén entre integración-no integración, discriminación-indiscriminación, luego, la pregunta por
el ser.

Le damos vueltas al olvido, no nos conocemos, ¿presumimos el hacerlo? La


subjetividad se construye, la historia se construye… el hombre se construye en
el grupo… Las palabras van, los silencios vienen, delimitando, difuminando.
Todos permanecen tranquilos, racionales, ¿vinculación sin angustia?...
Esta descripción pareciera que surge como narrativa de las historias individuales, a través de la
transferencia que se inmiscuye en el registro de observación y condiciona el aspecto subjetivo
de la misma: Los padres se han olvidado de los chicos, creen conocerlos, aun en ausencia, en
la mera presencia fría de la atención robada por el mercado, por la banalidad, por las
actividades, donde en la agenda no hay cabida para lo humano; así, la subjetividad solo espera
el mínimo roce, la chispa que se enciende como flama en el aceite, como la diminuta yerba que
crece en el pavimento, algo de lo socioafectivo nos alcanza y nos jala al campo social,
construimos subjetividad con lo que hay a mano, con retazos de vínculos, con palabras al aire,
con oídos sordos, con amonestaciones desconsideradas a nuestra condición de infantes.

El ser racional campea y domina el horizonte, debe o puede haber vínculo pero sin presencia
reaseguradora, sin angustia, sin llanto, para no perturbar “el orden”, la tranquilidad de la razón
de cierta lógica del (no) vivir, para no irritar a la maquinaria productiva y silenciosa, demandada
por el mercado como omnipresencia hegemónica. Se promueve hace poco promulgar una ley:
prohibir las protestas, las manifestaciones y dar clausura a la palabra altisonante, la que
denuncia más con el tono que con el contenido lo que nos está pasando pero que nadie quiere
oír, ni ver, ni hablar de eso. En la minuta de sesión se lee a continuación:

No hay afectos, solo gozamos el texto. Nos engañamos unos con otros,
pretendiendo no engañarnos. Nuestro actuar ante los cambios es diferente,
¿Cómo viven el cambio, la historia, los transeúntes? Una misma situación… un
cambio, un juego subjetivo pareciera que lo tomáramos en frio, sin efecto
abrazador”

¿Qué aprendemos?

A diferencia del relato, este grupo es bastante afectuoso y solidario, pero la sensación es de
irrealidad, si el grupo “entra en tarea” la sensación es de correrse hacia el intelectualismo, el
deseo que debe colmar el grupo es el de la compañía humana (fantasía de psicoterapia
grupal), el abordaje del aspecto teórico es vivido como abandono del afecto y correrse al polo
racional, que se vuelve insoportable, eco de los vínculos paternos sustituidos por regalos, por
objetos de comunicación que paradójicamente la bloquean, mercancías, gadgets pero en
ausencia del calor afectivo.

Hay una huida “hacia afuera”, ¿Cómo viven el cambio los otros, cómo fue con ellos?, pareciera
que la única forma de llenar el vacío, de sentir al otro, de registrar su presencia humana, fuera
en un abrazo perpetuo, eterno, un retorno al origen cerrando el fantasma.

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